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ITINERARIO DIOCESANO DE FORMACIÓN DE LAICOS “Hermanos todos” CATEQUESIS segunda. Pensar y generar Pensar y generar un mundo abierto: «El amor es la plenitud» un mundo abierto: «El amor es la plenitud» 2 ARZOBISPADO DE VALENCIA Vicaría para el Laicado y Acción Caritativa y Social Delegación Diocesana de Apostolado Seglar

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ITINERARIO DIOCESANO DE FORMACIÓN DE LAICOS

“Hermanos todos”

CATEQUESIS segunda. Pensar y generar Pensar y generar un mundo abierto: «El amor es la plenitud»un mundo abierto: «El amor es la plenitud»2

ARZOBISPADO DE VALENCIAVicaría para el Laicado y Acción Caritativa y Social

Delegación Diocesana de Apostolado Seglar

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catequesis segunda. Pensar y generar un mundo abierto: «El amor es la plenitud»2 “Hermanos todos”

Pensar y generar un mundo abierto: «El amor es la plenitud»

El individualismo radical destruye nuestra relación con los demás, nos hace creer que todo con-siste en dar rienda suelta a nuestras propias ambiciones como si el bien común se lograra por la acumulación de los intereses particulares. Es necesario promover el bien moral y el valor de la solidaridad, el derecho a vivir con dignidad no se le puede negar a nadie y nadie debe estar excluido, haya nacido donde haya nacido. En este contexto hay que afrontar el derecho de la propiedad privada como una realidad subordinada al destino universal de todos los bienes.

I. Ambientación

Un ser humano está hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla ni puede encontrar su plenitud «si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás». Ni siquiera llega a reconocer a fondo su propia verdad si no es en el encuentro con los otros: «Solo me comunico realmente conmigo mismo en la medida en que me comunico con el otro». Esto explica por qué nadie puede experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar. (FT, 87)

Hechos para el amor, hay en cada uno de nosotros «una ley de éxtasis: salir de sí mismo para hallar en otro un crecimiento de su ser». Por ello «en cualquier caso el hombre tiene que llevar a cabo esta empresa: salir de sí mismo». (FT, 88)

El amor configura la existencia entera del creyente. Su relación con los demás, la valoración de su propia vida, su trabajo y su tiempo de ocio… todo viene marcado por el amor. San Pablo insiste en algunos aspectos de ese amor, que se concreta mediante infinidad de actitudes en los diversos ámbitos de la vida cristiana. «El que ama no hace mal al prójimo» (Rm 13, 10).

catequesis segunda

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2. Escuchar la Palabra de Dios

Para ambientar el momento de oración, disponemos la Sagrada Biblia encima de un atril en un lugar destacado. Encendemos una vela que pondremos al lado de la Palabra de Dios. Recordamos la promesa de Jesús a sus discípulos: «Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18, 20). En presencia de Dios, hacemos una lectura reposada del texto, convencidos de que el Señor dialoga con nosotros a través de ella.

Animador

En este día, queremos entrar en relación contigo, Señor.Queremos escuchar tu Palabra, y que resuene en nuestro interior,que ilumine nuestra vida y alma. Tú nos amas como somos. Venimos a pasar tiempo contigo, en silencio, y nos enseñas a mirar con justicia y amor. Tú nos consuelas y das sentido a nuestras vidas.

La lectura de hoy es de la Carta del Apóstol san Pablo a los Romanos.

Lectura de la Carta del Apóstol san Pablo a los Romanos (Rm 13, 8-11)

Queridos hermanos:

A nadie le debáis nada, más que el amor mutuo; porque el que ama ha cumplido el resto de la ley. De hecho, el no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no codiciarás, y cualquiera de los otros mandamientos, se resume en esto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace mal a su prójimo; por eso la plenitud de la ley es el amor. Comportaos así, reconociendo el momento en que vivís, pues ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe.

Palabra de Dios.

Comentario

La segunda parte de la Carta a los Romanos tiene un marcado carácter de exhortación moral. Es habitual en las cartas del Apóstol Pablo y en toda la Iglesia primitiva. Quiere requerir del cristiano su obediencia a Dios, elemento esencial de la fe y el reconocimiento agradecido al Señor, su Salvador.

Pablo, tras haber anunciado la Buena Noticia de la salvación, ahora empieza la segunda parte animando a ser consecuentes con el Bautismo que han recibido. Invita a los cristianos a ofrecer a Dios sus vidas, como un sacrificio fundamentalmente de gratitud y alabanza; es decir, no consiste en el ofrecimiento ritual de animales o frutos a la divinidad como hacían los judíos y paganos sino más bien en ofrecer el cuerpo entero: toda su persona, toda su existencia, toda su actividad en relación con las personas y el mundo (cf. Rm 12, 1-2).

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En la exhortación realiza invitaciones para facilitar la conducta cristiana a personas que viven con problemas de una sociedad civil pagana. Como tela de fondo de todas ellas, descubrimos la caridad con todos, pero esencialmente con el débil. Propone conclusiones más concretas para el comportamiento de los cristianos, desde el ejemplo de Jesús y desde el amor. Estas pueden orientar hoy nuestro vivir. La Palabra de Dios es siempre actual y su meditación detenida nos ayu-dará, tal vez, a descubrir el parecido de situaciones actuales con más de una situación antigua.

«El que ama ha cumplido el resto de la ley»La ley completa es el amor, resume el Apóstol.

«La altura espiritual de una vida humana está marcada por el amor, que es “el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida humana”. Sin embargo, hay creyentes que piensan que su grandeza está en la imposición de sus ideologías al resto, o en la defensa violenta de la verdad, o en grandes demostraciones de fortaleza. Todos los creyentes necesitamos reconocer esto: lo primero es el amor, lo que nunca debe estar en riesgo es el amor, el mayor peligro es no amar (cf. 1 Co 13,1-13)». (FT, 92)

El amor mutuo es la tarea permanente del cristiano, y desde luego como cumplimiento de la Ley. Las exigencias de la Ley, tal como se expresan en cada uno de los mandamientos, “no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no codiciarás, y cualquiera de los otros mandamientos” se concentran y concretan para el cristiano en una nueva forma del precepto del amor: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

San Pablo presenta el amor como criterio supremo y único para el cristiano. El que ama cumple la Ley perfectamente. Con ello nos enseña que el fin de la Ley es el amor. En un intento de precisar en qué consiste la experiencia de amar que Dios hace posible con su gracia,

«santo Tomás de Aquino la explicaba como un movimiento que centra la atención en el otro “con-siderándolo como uno consigo”. La atención afectiva que se presta al otro provoca una orien-tación a buscar su bien gratuitamente. Todo esto parte de un aprecio, de una valoración, que en definitiva es lo que está detrás de la palabra “caridad”: el ser amado es “caro” para mí, es decir, “es estimado como de alto valor”. Y del amor por el cual a uno le es grata la otra persona depende que le dé algo gratis». (FT, 93)

«El que ama no hace mal al prójimo» Inspiradas en el amor, las leyes nos deben recordar la obligación que tenemos de respetar los intereses de los demás, buscar en todo momento lo que hace posible una vida más digna, cola-borar, con todo lo que soy y tengo, a que todos seamos más felices viviendo en sociedad. «El que ama no hace mal al prójimo» (Rm 13, 10).

«El amor implica entonces algo más que una serie de acciones benéficas. Las acciones brotan de una unión que inclina más y más hacia el otro considerándolo valioso, digno, grato y bello, más allá de las apariencias físicas o morales. El amor al otro por ser quien es, nos mueve a buscar lo mejor para su vida. Solo en el cultivo de esta forma de relacionarnos haremos posibles la amistad social que no excluye a nadie y la fraternidad abierta a todos». (FT, 94)

Jesús, el Cristo, ha inaugurado los últimos tiempos. Algo nuevo y definitivo ha empezado para el cristiano. Son tiempos de lucha y vigilancia, pues todavía no ha venido definitivamente el Señor y su Reino. Pero ya podemos percibir la luz que, acercándose, comienza a iluminar nuestras vidas.

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Como el Señor está a punto de llegar, Pablo refleja en sus cartas una llamada a estar siempre preparados, a vivir vigilantes (cf. Rm 12, 13-14).

Por el amor que Dios nos tiene fuimos liberados del pecado y de la muerte; por el mismo amor, y en libertad, nos hacemos ahora siervos unos de otros.

El amor nos pone finalmente en tensión hacia la comunión universal. Nadie madura ni alcanza su plenitud aislándose. Por su propia dinámica, el amor reclama una creciente apertura, mayor capacidad de acoger a otros, en una aventura nunca acabada que integra todas las periferias hacia un pleno sentido de pertenencia mutua. Jesús nos decía: «Todos vosotros sois hermanos» (Mt 23,8). (FT, 95)

El amor mutuo es la tarea permanente del cristiano, y desde luego como cumplimiento de la Ley. Vivir la fe en Jesús, el Cristo, es vivir en el amor fraterno. Dios quiere que nos amemos como hermanos, que vivamos con hechos la fraternidad. Amar de verdad y de corazón, es cumplir la ley, con todo lo que Dios quiere de nosotros; pues la plenitud de la ley es el amor. San Agustín decía: “Ama y haz lo que quieras”.

3. Reflexionamos juntos

Después de escuchar el Evangelio y el comentario al mismo, es un momento de ahondar más en su alcance y significado para nuestra vida. ¿Qué nos dice el pasaje del Evangelio en nuestro contexto individual y social? Continuamos la reflexión con las reflexiones que el Papa nos ofrece en los números de la Encíclica que presentamos. Comentamos en el grupo qué nos dice el pasaje del Evangelio y qué nos parecen las aportaciones del papa Francisco.

Vivimos en un mundo en el que se construyen cada vez más fronteras, visibles e invisibles. La dificultad para acoger a los inmigrantes o el “sálvese quien pueda” ante las dificultades, el miedo al futuro o el debilitamiento de nuestros valores y principios. Nuestra mente cada vez se encoge y reduce. Sin embargo, siguiendo el camino de Jesús, guiados por su amor, podemos seguir otra lógica que nos lleve a aceptar las dificultades que podemos tener con las relaciones con los de-más. Abrir nuestra mente y nuestro corazón y gestar un mundo abierto, en que todos puedan ver reconocida su dignidad y tengan acceso a los bienes y que esta dignidad no sea una palabra vacía sino la expresión de una vida más plena.

El papa Francisco, desde la reflexión de la parábola del Buen Samaritano, nos invita a pensar y generar un mundo abierto, incluso en el tema de la propiedad de los bienes:

El amor que se extiende más allá de las fronteras tiene en su base lo que llamamos “amistad social” en cada ciudad o en cada país. Cuando es genuina, esta amistad social dentro de una sociedad es una condición de posibilidad de una verdadera apertura universal. (FT, 99)

La globalización en la que estamos inmersos es una realidad que provoca muchos interrogantes:

Hay un modelo de globalización que «conscientemente apunta a la uniformidad unidimensional y busca eliminar todas las diferencias y tradiciones en una búsqueda superficial de la unidad. […] Si una globalización pretende igualar a todos, como si fuera una esfera, esa globalización destruye

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la riqueza y la particularidad de cada persona y de cada pueblo». Ese falso sueño universalista termina quitando al mundo su variado colorido, su belleza y en definitiva su humanidad. Porque «el futuro no es monocromático, sino que es posible si nos animamos a mirarlo en la variedad y en la diversidad de lo que cada uno puede aportar. Cuánto necesita aprender nuestra familia humana a vivir juntos en armonía y paz sin necesidad de que tengamos que ser todos igualitos». (FT, 100)

Teniendo presente la parábola del Buen Samaritano, descubrimos la propuesta de salir a encuen-tro, de romper fronteras, de acercarnos y tocar al otro, también con sus heridas. Una realidad que a veces se convierte en una retórica de la solidaridad pero que se queda a veces en un buen deseo. El papa, contemplando la acción del Buen Samaritano, nos interroga de este modo:

¿Qué reacción podría provocar hoy esa narración, en un mundo donde aparecen constantemente, y crecen, grupos sociales que se aferran a una identidad que los separa del resto? ¿Cómo puede conmover a quienes tienden a organizarse de tal manera que se impida toda presencia extraña que pueda perturbar esa identidad y esa organización autoprotectora y autorreferencial? En ese esquema queda excluida la posibilidad de volverse prójimo, y solo es posible ser prójimo de quien permita asegurar los beneficios personales. Así la palabra “prójimo” pierde todo significado, y únicamente cobra sentido la palabra “socio”, el asociado por determinados intereses. (FT, 102)

La fraternidad, ser hermanos de todos, constituye el fundamento de un mundo que incluya y que no separe. En nuestra sociedad hay un lema que guía su futuro: libertad, igualdad y fraternidad. No obstante, la fraternidad es la que realmente sostiene y da su plenitud tanto a la libertad como a la igualdad. Es necesario entrenarse para vivir la fraternidad continuamente. Francisco ofrece la relación que aportan la fraternidad a la igualdad y a la libertad:

La fraternidad no es solo resultado de condiciones de respeto a las libertades individuales, ni siquiera de cierta equidad administrada. Si bien son condiciones de posibilidad no bastan para que ella surja como resultado necesario. La fraternidad tiene algo positivo que ofrecer a la liber-tad y a la igualdad. ¿Qué ocurre sin la fraternidad cultivada conscientemente, sin una voluntad política de fraternidad, traducida en una educación para la fraternidad, para el diálogo, para el descubrimiento de la reciprocidad y el enriquecimiento mutuo como valores? Lo que sucede es que la libertad enflaquece, resultando así más una condición de soledad, de pura autonomía para pertenecer a alguien o a algo, o solo para poseer y disfrutar. Esto no agota en absoluto la riqueza de la libertad que está orientada sobre todo al amor. (FT, 103)

Tampoco la igualdad se logra definiendo en abstracto que “todos los seres humanos son iguales”, sino que es el resultado del cultivo consciente y pedagógico de la fraternidad. Los que únicamente son capaces de ser socios crean mundos cerrados. ¿Qué sentido puede tener en este esquema esa persona que no pertenece al círculo de los socios y llega soñando con una vida mejor para sí y para su familia? (FT, 104)

Estamos llamados a desarrollar un estilo de vida que tiene en el cuidado de los otros un punto de atracción fundamental. Una propuesta que han desarrollado tantos durante el tiempo de la pandemia, pero que no podemos olvidar para el resto de nuestra vida: recordemos que vivimos en una sociedad “liquida” porque nada es consistente, todo cambia. Sin embargo, la persona con sus alegrías y dificultades, siempre está ahí, reclamando reconocimiento y ayuda.

El individualismo no nos hace más libres, más iguales, más hermanos. La mera suma de los inte-reses individuales no es capaz de generar un mundo mejor para toda la humanidad. Ni siquiera

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puede preservarnos de tantos males que cada vez se vuelven más globales. Pero el individualismo radical es el virus más difícil de vencer. Engaña. Nos hace creer que todo consiste en dar rienda suelta a las propias ambiciones, como si acumulando ambiciones y seguridades individuales pu-diéramos construir el bien común. (FT, 105)

En estos momentos donde todo parece diluirse y perder consistencia, nos hace bien apelar a la solidez que surge de sabernos responsables de la fragilidad de los demás buscando un destino común. La solidaridad se expresa concretamente en el servicio, que puede asumir formas muy diversas de hacerse cargo de los demás. El servicio es «en gran parte, cuidar la fragilidad. Servir significa cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo». En esta tarea cada uno es capaz de «dejar de lado sus búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia ante la mirada concreta de los más frágiles. […] El servicio siempre mira el rostro del hermano, toca su carne, siente su projimidad y hasta en algunos casos la “padece” y busca la promoción del hermano. Por eso nunca el servicio es ideológico, ya que no se sirve a ideas, sino que se sirve a personas». (FT, 115)

Desde esta perspectiva el Papa introduce un tema clásico de la Doctrina Social de la Iglesia que es la función social de la propiedad.

En los primeros siglos de la fe cristiana, varios sabios desarrollaron un sentido universal en su re-flexión sobre el destino común de los bienes creados. Esto llevaba a pensar que si alguien no tiene lo suficiente para vivir con dignidad se debe a que otro se lo está quedando. Lo resume san Juan Crisóstomo al decir que «no compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos»; o también en palabras de san Gregorio Magno: «Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les damos nuestras cosas, sino que les devolvemos lo que es suyo». (FT, 119)

En último término, generar un mundo abierto es posible desde la lógica del amor, de un amor tal como nos muestra y realiza Jesús en su acción concreta. Un amor que crece dándose al otro, que realiza así de forma más plena la propia humanidad que nos constituye. Desde otra perspectiva, es la manera de llevar adelante la vocación a la que Dios nos llama: creados a su imagen y se-mejanza. El Papa, de una forma amable y exigente, plantea una lógica que nace del Evangelio y que él resume así:

Si no se intenta entrar en esa lógica, mis palabras sonarán a fantasía. Pero si se acepta el gran principio de los derechos que brotan del solo hecho de poseer la inalienable dignidad humana, es posible aceptar el desafío de soñar y pensar en otra humanidad. Es posible anhelar un planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos. Este es el verdadero camino de la paz, y no la estrategia carente de sentido y corta de miras de sembrar temor y desconfianza ante amenazas externas. Porque la paz real y duradera solo es posible «desde una ética global de solidaridad y cooperación al servicio de un futuro plasmado por la interdependencia y la corresponsabilidad entre toda la familia humana». (FT, 127)

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4. Orar juntos

Nos dirigimos a Dios. Después de proclamar el texto y el comentario, un tiempo breve de silen-cio. En línea con el texto proclamado, dialogamos con Jesús. ¿Qué me quiere mostrar Jesús? ¿Qué respondo? ¿Qué digo? En presencia del Señor, cada uno ofrece su oración, un diálogo de amistad con Él, y terminamos leyendo, pausadamente, todos a la vez, la que proponemos:

Cualquiera de los otros mandamientos, se resume en esto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace mal a su prójimo; por eso la plenitud de la ley es el amor. Comportaos así. (Rm 13, 8-10)

Orar para desarrollar en nuestra vida los sentimientos de Jesús, el Cristo.

El prójimo no es algo que ya existe. Prójimo es algo que uno se hace. Prójimo no es el que ya tiene conmigo relaciones de sangre, de raza, de negocios, de afinidad... Prójimo me hago yo cuando ante un ser humano, incluso ante el extranjero o el enemigo, decido dar un paso que me acerque, me aproxime a él.

(Cardenal Martini)

Y como la vida de los Santos es el mejor comentario al Evangelio, podemos seguir esta oración compuesta por san Francisco de Asís que hizo realidad en su propia vida. En diálogo con Jesús, respondemos rezando:

Señor, haz de mí un instrumento de tu paz: donde haya odio, ponga yo amor, donde haya ofensa, ponga yo perdón, donde haya discordia, ponga yo unión, donde haya error, ponga yo verdad, donde haya duda, ponga yo la fe, donde haya desesperación, ponga yo esperanza, donde haya tinieblas, ponga yo luz, donde haya tristeza, ponga yo alegría. Oh Maestro, que no busque yo tanto ser consolado como consolar, ser comprendido como comprender, ser amado como amar. Porque es dando como se recibe, olvidando se encuentra, perdonando se es perdonado, y muriendo se resucita a la vida eterna.

Amén.

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5. Actuar

Todo lo dialogado hasta ahora nos invita a no quedarnos contemplando, sino a poner en práctica las palabras que hemos escuchado de Dios, por boca de Jesús. La lectio divina no culmina su proceso hasta que no se llega a la acción, que mueve nuestra vida a convertirse en un don para los demás. Que tomemos la decisión constante de seguir a Jesús como discípulos, de vivir según el Evangelio.

Llegamos a crecer en la bondad de nuestra vida está en relación con los actos buenos que reali-zamos. Quien ejerce la virtud se hace virtuoso. Esto implica una autenticidad en nuestro compor-tamiento personal, laboral, en el vecindario y, de forma particular, en aquellas situaciones donde palpamos o tocamos las heridas de los demás.

No podemos dejar de decir que el deseo y la búsqueda del bien de los demás y de toda la hu-manidad implican también procurar una maduración de las personas y de las sociedades en los distintos valores morales que lleven a un desarrollo humano integral. En el Nuevo Testamento se menciona un fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22), expresado con la palabra griega agazosúne. Indica el apego a lo bueno, la búsqueda de lo bueno. Más todavía, es procurar lo excelente, lo mejor para los demás: su maduración, su crecimiento en una vida sana, el cultivo de los valores y no solo el bienestar material. Hay una expresión latina semejante: bene-volentia, que significa la actitud de querer el bien del otro. Es un fuerte deseo del bien, una inclinación hacia todo lo que sea bueno y excelente, que nos mueve a llenar la vida de los demás de cosas bellas, sublimes, edificantes. (FT, 112)

En esta línea, vuelvo a destacar con dolor que «ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad, y llegó la hora de advertir que esa alegre superficialidad nos ha servido de poco. Esa destrucción de todo fundamento de la vida social termina enfrentándonos unos con otros para preservar los propios intereses». Vol-vamos a promover el bien, para nosotros mismos y para toda la humanidad, y así caminaremos juntos hacia un crecimiento genuino e integral. Cada sociedad necesita asegurar que los valores se transmitan, porque si esto no sucede se difunde el egoísmo, la violencia, la corrupción en sus di-versas formas, la indiferencia y, en definitiva, una vida cerrada a toda trascendencia y clausurada en intereses individuales. (FT, 113)

Son ámbitos de especial atención del bien moral. Como un hilo conductor, acompaña a la vida de las personas en sus distintas etapas y que integra realidades como son la familia, el mundo escolar, la formación universitaria y profesional, la acción ciudadana y política, el mundo de la cultura y de las comunicaciones…

Quiero destacar la solidaridad, que «como virtud moral y actitud social, fruto de la conversión personal, exige el compromiso de todos aquellos que tienen responsabilidades educativas y for-mativas. En primer lugar me dirijo a las familias, llamadas a una misión educativa primaria e imprescindible. Ellas constituyen el primer lugar en el que se viven y se transmiten los valores del amor y de la fraternidad, de la convivencia y del compartir, de la atención y del cuidado del otro. Ellas son también el ámbito privilegiado para la transmisión de la fe desde aquellos primeros simples gestos de devoción que las madres enseñan a los hijos. Los educadores y los formadores que, en la escuela o en los diferentes centros de asociación infantil y juvenil, tienen la ardua tarea

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de educar a los niños y jóvenes, están llamados a tomar conciencia de que su responsabilidad tiene que ver con las dimensiones morales, espirituales y sociales de la persona. Los valores de la libertad, del respeto recíproco y de la solidaridad se transmiten desde la más tierna infancia. […] Quienes se dedican al mundo de la cultura y de los medios de comunicación social tienen también una responsabilidad en el campo de la educación y la formación, especialmente en la sociedad contemporánea, en la que el acceso a los instrumentos de formación y de comunicación está cada vez más extendido». (FT, 114)

La inmigración que estamos viviendo nos debe llevar a desarrollar nuevas actitudes para quienes se incorporan a nuestra sociedad como también recordarnos a quienes, lejos de aquí, necesitan nuestro apoyo y reconocimiento:

La convicción del destino común de los bienes de la tierra hoy requiere que se aplique también a los países, a sus territorios y a sus posibilidades. Si lo miramos no solo desde la legitimidad de la propiedad privada y de los derechos de los ciudadanos de una determinada nación, sino tam-bién desde el primer principio del destino común de los bienes, entonces podemos decir que cada país es asimismo del extranjero, en cuanto los bienes de un territorio no deben ser negados a una persona necesitada que provenga de otro lugar. Porque, como enseñaron los Obispos de los Estados Unidos, hay derechos fundamentales que «preceden a cualquier sociedad porque manan de la dignidad otorgada a cada persona en cuanto creada por Dios». (FT, 124)

La colaboración con entidades como Manos Unidas, Caritas Internationalis,... nos ofrece la posi-bilidad de hacer realidad este compromiso de fraternidad pues “el amor es la plenitud de la ley” (cf. Rom 13, 8-11).

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El amor que se extiende más allá de las fronteras tiene en su base lo que lla-mamos “amistad social” en cada ciudad o en cada país. Cuando es genuina, esta amistad social dentro de una sociedad es una condición de posibilidad de una verdadera apertura universal. No se trata del falso universalismo de quien necesita viajar constantemente porque no soporta ni ama a su propio pueblo. Quien mira a su pueblo con desprecio, establece en su propia sociedad cate-gorías de primera o de segunda clase, de personas con más o menos dignidad y derechos. De esta manera niega que haya lugar para todos. (FT, 99)

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