antología de poemas1
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El mundo del niño
¡Ah, si yo pudiera entrar hasta el mismo centro del mundode mi niño para elegir allí un placentero refugio!
Sé que ese mundo tiene estrellas que le hablan, y un cieloque desciende hasta su rostro y lo divierte con sus arco-iris ysus fantásticas nubes.
Esos parecen ser mudos e incapaces de un solo movimiento,se deslizan en secreto a su ventana y le cuentan historietasy le ofrecen montones de juguetes de brillantes colores,
¡Ah, si yo pudiera caminar por el sendero que cruza el espíritu de mi niño y seguirlo aún más allá, más allá, fuera de todos los límites!
Hasta donde mensajeros sin mensajes van y vienen entreEstados de reyes sin historia, donde la razón hace barriletesde sus leyes y los lanza al aire; donde la verdad libera a las acciones de su grilletes.
Mala fama
¿Por qué lloras, hijo mío?¡Qué malos son, pues siempre te regañan si motivo!Mientras escribías, te has manchado de tinta la cara y las manos;
¿por eso te han llamado sucio?¡Cómo se atreven! ¿Se les ocurriría decir que la luna nueva
es sucia porque tiene la cara negra de tinta?Te acusan por cualquier tontería, hijo mío; siempre están
dispuestos a meter ruido por nada.Jugando te rompiste tu vestido: ¡por eso te llaman destrozón?¡Cómo se atreven! ¿Qué dirían de la mañana de otoño que
sonríe a través de las nubes rasgadas?No te preocupen sus regañinas, hijo mío, ni la perfecta y
minuciosa cuenta que lleva de tus faltas.Todos sabemos que te gustan los dulces. ¿Y por esto te
llaman goloso?¡Cómo se atreven! Pues, ¡qué nombre nos darán a los que
encontramos tanto gusto en besarte?
El Juez
Di de él, Juez, lo que te plazca, pero yo conozco las faltas demi niño.
Si le amo no es porque sea bueno, si no porque es mi hijo.¿Qué sabes de la ternura que puede inspirar, tú que pretendes
hacer exacto inventario de sus cualidades y sus defectos?Cuando yo tengo que castigarlo se convierte en mi propia
carne.Cuando lo hago llorar, mi corazón llora con él.Sólo yo puedo acusarle y reñirle, pues sólo quien ama tiene
derecho a castigar.
Juguetes
¡Qué feliz eres, niño, sentado en el polvo, divirtiéndose todala mañana con una ramita rota!
Yo sonrío al verte jugar con este trocito de madera.Yo estoy ocupado haciendo cuentas, y me paso horas y horas
sumando cifras.Tal vez me miras con el rabillo del ojo y piensas: “¡Qué
necedad perder la tarde con un juego como ese!”
Niño, los bastones y las tortas de barro ya no me divierten; he olvidado tu arte.
Persigo entretenimientos costosos y amontono oro y plata.Tú juegas con el corazón alegre con todo cuanto encuentras.
Yo decido mis fuerzas y mi tiempo a la conquista de cosas quenunca podré obtener.
En mi frágil esquife pretendo cruzar el mar de la ambición,y llego a olvidar que también mi trabajo es sólo un juego.
El regalo
Quiero hacerte un regalo, hijo mío, pues la vida nos arrastra a la deriva.
El destino nos separará, y nuestro amor será olvidado.Ya sé que sería demasiada ingenuidad creer que puedo comprar
tu corazón con mis regalos.Tu vida es aún joven, tu camino largo. Bebes de un sorbo
la ternura que te ofrecemos, luego te vuelves y te vas de nuestrolado.
Tienes tus juegos y tus compañeros, y comprendo que nonos dediques ni tu tiempo ni tus pensamientos.
Pero a nosotros la vejez nos da ocasión de recordar los díaspasados, de reencontrar en nuestro corazón lo que nuestras manosperdieron para siempre.
El río corre rápidamente y rompe, cantando, todos los obstáculosque se le presentan, Pero la montaña inmóvil lo ve pasarcon amor y guarda su recuerdo.
El jardinero.
VI
El pájaro preso vivía en una jaula, y el pájaro libre en el bosque.
Se encontraron por azar. El pájaro libre grita: “Amor mío, volemos hacia el bosque.”
El pájaro preso murmura: “Ven aquí, vivamos juntos en la jaula.”
“Entre estos barrotes, ¿podré extender mis alas?” dice el pájaro libre. “Ay, lamenta el prisionero, yo no sabría posarme en el cielo.”
“Amor mío, ven conmigo a cantar las canciones del bosque.”“Quédate junto a mí. Te enseñaré una música muy hermosa. ”
El pájaro del bosque replica: “No, no. no se pueden enseñar las canciones.”
El pájaro enjaulado dice: “Ay, yo no conozco los cantos de los bosques.”
Tienen sed de amor, pero no pueden volar ala con ala.Se miran a través de los barrotes de la jaula, pero su deseo
es inútil.Aletean y cantan: “Acércate más, amor mío.”
El pájaro libre grita: “No puedo, las puertas cerradas de tu jaula me dan miedo.” “Ay, dice el cautivo, mis alas no tienen fuerza, han muerto.”
XL
Una sonrisa incrédula revolotea en tus ojos cuando vengo a decirte adiós.
Me he despedido tantas veces que estás segura de que pronto volveré.
Debo confesarlo, también yo lo creo. Porque los días de la primavera vuelven año tras año; la
luna nos abandona para visitarnos de nuevo; las flores renacen en las ramas. Es probable que también mi adiós sea solamente un hasta pronto. Pero conserva un instante la ilusión. No la apartes con tan violenta rapidez.
Cuando te digo que me voy para siempre cree en mis palabras, y que una neblina de lágrimas vele un instante la oscura profundidad de tus ojos. Luego, cuando vuelva, sonríe maliciosamente cuanto quieras.
LII
¿Por qué se apagó la lámpara? La protegí del viento con mi manto; por ello la lámpara se
apagó.
¿Por qué se mustió la flor? La estreché, inquieto y amoroso, contra mi corazón; por
ello se mustió la flor.
¿Por qué se secó el río? Construí un dique para que el agua sólo me sirviera a mí;
por ello el río se secó.
¿Por qué se rompió la cuerda del arpa? Quise dar una nota demasiado alta; por ello la cuerda del arpa se rompió.
LIX
Mujer: no eres sólo la obra maestra de Dios, sino también la de los hombres, que te adornan con la belleza de sus corazones.
Los poetas bordan tus velos con el hilo de oro de su fantasía, y los pintores inmortalizan la forma de tu cuerpo.
El mar da sus perlas, las minas su oro y el jardín de verano sus flores para embellecerte.
El deseo del hombre glorifica tu juventud.Eres mitad mujer y mitad sueño.
LXXXV
¿Quién eres tú, lector, que dentro de cien años leerás mis versos?
No puedo enviarte ni una flor de esta guirnalda de primavera, ni un solo rayo de oro de esa nube remota.
Abre tus puertas y mira a lo lejos. En tu florido jardín recoge los perfumados recuerdos de las
flores, hoy marchitas, de hace cien años. Y te deseo que sientas, en la alegría de tu corazón, la
viva alegría que floreció una mañana de primavera, cuya voz feliz canta a través de cien años.
Bibliografía
Tagore, Rabindranath. La luna nueva. El jardinero. México, Porrúa, 2010, Sepan cuantos, No. 33.