antologÍa de los cuentos de terror ii

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Cuentos de Terror II

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Los cuentos de terror, también conocidos como cuentos “de horror” o “de miedo”, son composiciones literarias breves, que utilizan la fantasía para lograr su principal objetivo, que puede ser desde provocar el escalofrío, la inquietud o el desasosiego hasta, como su nombre indica, el “terror” en el lector. “La historia del cuento de miedo es la historia de un instante fugaz que va desde que la razón abre la puerta de lo oculto hasta que lo oculto empieza a manifestarse dentro de la razón”. - RAFAEL LLOPIS. No nos es ajeno que, desde los tiempos más remotos de la humanidad, el hombre ha utilizado la existencia de seres fantásticos para, en ciertos casos, dar explicación a algunos fenómenos o simplemente como una consecuencia de sus fantasías más profundas.

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Page 1: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Cuentos de TerrorII

Page 2: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Antes de empezar…

Coja esta vela, querido lector, y adéntrese con nosotros en los cuentos de fantasmas…

Page 3: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Sinopsis

El relato de fantasmas es una de las formas más fructíferas y perfectas de toda la tradición literaria y las páginas del presente volumen contienen ecos sobrenaturales que provienen en su mayor parte de lo que podríamos denominar la 'Edad de Oro', del cuento espectral.

Fruto de la obsesión por lo oculto y por la inevitable realidad humana del temor y la expectación ante la muerte, esta magnífica recopilación nos conduce desde las postrimerías del siglo XVIII hasta los albores del siglo XX, centrándose principalmente en el apogeo del fantasma en la segunda mitad de la centuria decimonónica.

Page 4: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Los nombres de Joseph Glanvil, Daniel Defoe, el Marqués de Sade, William Harrison Ainsworth, Walter Scott, Edgar Alan Poe, Joseph Sheridan Le Fanu, Charles Dickens, Mary Elizabeth Braddon, Amelia D. Edwards, Gustavo Adolfo Bécquer, Mark Twain, Pedro Antonio de Alarcón, Auguste Villiers de L’Isle-Adams, Guy de Maupassant, M.R. James, Algernon Blackwood, Lafcadio Hearn, Gilbert K. Chesterton… componen una polifonía espectral que hará las delicias de los aficionados al género y, por extensión, de los que disfrutan con la literatura terrorífica de calidad.

Esta obra rescata así textos de autores cuya calidad literaria es reconocida en los ámbitos especializados pero que hasta ahora no se habían dado a conocer al gran público. Ellos componen la polifonía narrativa que caracteriza esta antología junto con algunas voces de sobra conocidas.

Sinopsis

Page 5: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Ahora tome asiento, querido lector, deje posada la vela encendida, apague todas las luces, y disfrute de los cuentos que ahora se le ofrecen...

Page 6: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Índice

Sinopsis……………………..…….. 3

Cuentos:

El fantasma provechoso.................... 7El aparecido………….................... 16Ligeia............................................. 24El abrazo frío.................................. 69La casa del pasado.......................... 95La tienda de los fantasmas.............. 110

Biografías:

Daniel Defoe………………………… 15Marqués de Sade…………………….. 23Edgar Alan Poe ……………………... 67Mary Elizabeth Braddon……………... 94Algernon Blackwood……………….. 109Gilbert K. Chesterton……………...… 121

Glosario……………………………. 122Bibliografía………………………… 129Los siguientes relatos han sido seleccionados de entre los XIX que aparecen en el original

Page 7: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

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EL FANTASMA PROVECHOSO

DEDANIEL DEFOE

(1722)

Page 8: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

EL FANTASMA PROVECHOSODANIEL DEFOE (1722)

Poseía un caballero rural tenía una vieja casa que era todo lo que quedaba de un antiguo monasterio o convento derruido, y he aquí que resolvió demolerla aunque pensaba que era extremo el disgusto que tal tarea implicaría. Pensó en una estratagema que consistía en difundir el rumor de que el lugar estaba encantado, e hizo esto con tal habilidad que empezó a ser creído por la gente. Para tal efecto se confeccionó un largo traje blanco y con él puesto se propuso pasar velozmente por el patio interior de la casa justo en el momento en que hubiera citado a sus testigos de excepción, para que estuvieran en la ventana y pudiesen verlo. Ellos difundirían después la noticia de que en la casa había un fantasma.

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Page 9: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Con este propósito, el amo y la esposa y toda la familia fueron llamados a la ventana donde, aun estando tan oscuro que no podía decirse con certeza qué era, se podría distinguir claramente, llegado el momento, la blanca vestidura que cruzaría el patio y entraba por una puerta del viejo edificio. Tan pronto como estuvieron adentro, percibieron en la casa una llamarada que el caballero había planeado hacer con azufre y otros materiales, con el propósito de que dejara un tufo de sulfuro y no sólo el olor de la pólvora. Tal y como esperaba, la argucia dio resultado. Alguna gente fantasiosa, teniendo noticia de lo que pasaba y deseando ver la aparición, tuvo la ocasión de hacerlo y la vio en la forma en que usualmente se mostraba. Sus frecuentes caminatas se hicieron algo habitual en una parte de la morada donde el espíritu tenía oportunidad: se deslizaba por la puerta hacia otro patio y después hacia la parte habitada.

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EL FANTASMA PROVECHOSODANIEL DEFOE (1722)

Page 10: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Fue así que inmediatamente se corrió el rumor de que en la casa había dinero escondido y el caballero extendió la noticia de que comenzaría a excavar, seguro de que la gente se pondría muy ansiosa, anhelándolo. En cambio, no hizo nada al respecto. Y así, se seguía viendo la aparición ir y venir, caminar de un lado para otro, casi todas las noches, y siempre desvaneciéndose con una llamarada, como ya dije, todo lo cual era realmente extraordinario.Al fin, alguna gente de la villa vecina, viendo que el caballero daba largas o descuidaba el asunto, comenzó a preguntarse si el buen hombre les permitiría excavar, porque sin duda había dinero escondido allí. Si él consentía en que ellos lo cogieran si finalmente lo encontraban, excavarían y darían con él aunque tuvieran que levantar toda la casa y tirarla abajo.

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EL FANTASMA PROVECHOSODANIEL DEFOE (1722)

Page 11: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

El caballero replicó que no era justo que excavaran y destrozasen la morada y que por eso condescendería en que se quedasen todo lo que encontraran. Y tan difícil era aquello de asumir! Lo autorizó con la condición de que ellos acarrearan con todos los escombros y los materiales que excavaran y también con los ladrillos y las maderas a un terreno vecino a la casa, y que a él le correspondería la mitad de lo que encontraran.Ellos consintieron y se pusieron manos a la obra. El espíritu o aparición que rondaba al principio pareció abandonar el lugar y lo primero que demolieron fueron los caños de las chimeneas, con un gran esfuerzo sin duda. El caballero, por su parte, deseoso de alentarlos, escondió secretamente veintisiete piezas de oro antiguo en un agujero de la chimenea que no tenía entrada más que por un lado, y que después tapió.

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EL FANTASMA PROVECHOSODANIEL DEFOE (1722)

Page 12: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Cuando llegaron hasta el dinero, los ilusos se engañaron por completo y se maravillaron sin querer entrar en razón. Por casualidad el caballero estaba cerca, pero no exactamente en el lugar, cuando se produjo el hallazgo, cuando lo llamaron. Muy generosamente les dio todo, pero a condición de que no esperaran lo mismo de lo que después habían de encontrar.En una palabra, este mordisco en su ambición hizo trabajar a los campesinos como burros y meterse más aún en el engaño. Pero lo que más los alentó fue que en realidad encontraron varias cosas de valor al excavar en la casa. Tal vez habían estado escondidas desde el tiempo en que se había construido el edificio, por ser una casa religiosa.

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EL FANTASMA PROVECHOSODANIEL DEFOE (1722)

Page 13: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Con algún que otro dinero dieron también, de modo que la continua expectación y esperanza de encontrar más de tal manera animó a los campesinos, que muy pronto tiraron la casa abajo. Sí, puede decirse que la demolieron hasta sus mismas raíces, porque excavaron los cimientos, que era lo que deseaba el caballero, lo cual le habría llevado mucho dinero hacer.

No dejaron en la casa ni la cueva para un ratón. Pero, de acuerdo con el trato, llevaron los materiales y apilaron la madera y los ladrillos en un terreno adyacente como el caballero lo había ordenado, y todo de manera muy pulcra. 13

EL FANTASMA PROVECHOSODANIEL DEFOE (1722)

Page 14: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Estaban tan convencidos —a raíz de la aparición que vagaba por la casa— de que había dinero escondido ahí, que nada podía detener la ansiedad de los campesinos por trabajar, como si las almas de las monjas y frailes, o quien quiera que fuera que hubiera escondido algún tesoro en el lugar, suponiendo que estuviera escondido, no pudiera descansar, según se dice de otros casos, o pudiera haber algún modo de encontrarlo después de tantos años, casi doscientos.

FIN

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EL FANTASMA PROVECHOSODANIEL DEFOE (1722)

Page 15: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

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Daniel Defoe fue un escritor, periodista y panfletista inglés, mundialmente conocido por su novela Robinso Crusoe. Nació entre 1659 y 1661, en las cercanías de Londres (en St. Giles Cripplegate o en Stoke Newington). Falleció el 24 de abril de 1731. Defoe es importante por ser uno de los primeros cultivadores de la novela, género literario que ayudó a popularizar en Inglaterra y que le valió el título de "Padre" de todos los novelistas ingleses. A Defoe se le considera pionero de la prensa económica. Resulta complicado encuadrar El fantasma provechoso en una sola categoría, pues es un cuento con rasgos propios de diferentes géneros.

Fuente: [http://www.bbc.co.uk/arts/yourpaintings/paintings/daniel-defoe-16601731-

174895]

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DANIEL DEFOE (1660-1731)

Page 16: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

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EL APARECIDODEL

MARQUÉS DE SADE (1788)

Page 17: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

El asunto de nuestro mundo al cual los filósofos otorgan menos fe es al de los aparecidos. No obstante, si el caso extraordinario que voy a contar, caso certificado con la firma de muchos testigos y consignado en archivos respetables, si ese caso, digo, y teniendo en cuenta esos títulos y la autenticidad que tuvo en su tiempo, puede volverse susceptible de ser creído, será necesario, a pesar del escepticismo de nuestros estoicos, persuadirse de que si todos los cuentos de aparecidos no son verdaderos, al menos hay acerca de eso cosas muy extraordinarias.

La obesa Madame Dallemand, que todo París conocía entonces como una mujer alegre, franca, ingenua y de buena compañía, vivía, desde hacía más de veinte años que era viuda, con un cierto Ménou, hombre de negocios que habitaba cerca de Saint Jean-en-Grève.

EL APARECIDOMARQUÉS DE SADE (1788)

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Page 18: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Madame Dallemand se encontraba un día cenando en casa de cierta Madame Duplatz, mujer de su apostura y de su sociedad, cuando en medio de una partida que habían comenzado al levantarse de la mesa, un lacayo vino a rogar a Madame Dallemand que pasara a un cuarto vecino, visto que una persona de su conocimiento demandaba insistentemente hablarle por un asunto tan apurado como consecuente; Madame Dallemand dijo que la esperara, que no quería interrumpir su partida; el lacayo vuelve e insiste de tal manera que la dueña de la casa es la primera en apurar a Madame Dallemand para que vaya a ver qué es lo que quiere. Ella sale y reconoce a Ménou..

-¿Qué asunto tan urgente -le dice ella- puede hacerte venir a turbarme así en una casa en la que no eres conocido?

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EL APARECIDOMARQUÉS DE SADE (1788)

Page 19: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

-Uno muy esencial, señora, responde el corredor, y debes creer que es bien necesario que sea de esa especie, para que haya obtenido de Dios el permiso de venir a hablarte por última vez en mi vida...

Ante esas palabras que no anunciaban un hombre muy en sus cabales, Madame Dallemand se turba. Observando a su amigo que no había visto desde hacía unos días, se espanta aun más al verlo pálido y desfigurado.

-¿Qué tienes, señor -le dice- cuáles son los motivos del estado en que te veo y de las cosas siniestras de que me hablas... acláramelo rápidamente, qué te ha ocurrido?

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EL APARECIDOMARQUÉS DE SADE (1788)

Page 20: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

-Sólo algo muy ordinario, señora -dice Ménou-, después de sesenta años de vida era muy simple llegar a puerto, gracias al cielo heme allí; he pagado a la naturaleza el tributo que todos los hombres le deben, no me lamento más que de haberte olvidado en mis últimos instantes, y es por esa falta, señora, que vengo a pedirte perdón.

-Pero, señor, tú bates el campo, no hay ningún ejemplo de una tal sinrazón; o vuelves en ti o voy a pedir socorro.

-No llames, señora. Esta visita inoportuna no será muy larga, me aproximo al término que me ha sido acordado por el Eterno; escucha, pues, mis últimas palabras, y es para siempre que vamos a dejarnos... 20

EL APARECIDOMARQUÉS DE SADE (1788)

Page 21: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Estoy muerto, te dije, señora. Muy pronto serás informada de la verdad de lo que te adelanto. Te he olvidado en mi testamento, vengo a reparar mi falta; toma esta llave, transpórtate al instante a mi casa; detrás de la tapicería de mi lecho encontrarás una puerta de hierro, la abrirás con la llave que te doy, y te llevarás el dinero que contendrá el armario cerrado por esa puerta; esa suma es desconocida por mis herederos, es tuya, nadie te la disputará. Adiós, señora, no me sigas...

Y Ménou desapareció.Es fácil imaginar con qué turbación Madame Dallemand volvió al salón de su amiga; le fue imposible esconder el tema...-La cosa merece ser reconocida -le dijo Madame Duplatz- no perdamos un instante.

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EL APARECIDOMARQUÉS DE SADE (1788)

Page 22: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Se piden caballos, se sube en coche, se llega hasta casa de Ménou... Él estaba ante su puerta, yaciendo en su ataúd; las dos mujeres suben a los apartamentos. La amiga del dueño, demasiado conocida para ser rechazada, recorre todas las habitaciones que le placen, llega a aquella indicada, encuentra la puerta de hierro, la abre con la llave que le han dado, reconoce el tesoro y se lo lleva. He aquí sin duda pruebas de amistad y de reconocimiento cuyos ejemplos no son frecuentes y que, si los aparecidos espantan, deben al menos, se convendrá en ello, hacerse perdonar los miedos que pueden causarnos, en favor de los motivos que los conducen a nosotros.

Fin

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EL APARECIDOMARQUÉS DE SADE (1788)

Page 23: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Donatien Alphonse François de Sade, conocido por su título de marqués de Sade (1740 – 1814), fue un filósofo y escritor francés, autor de Los crímenes del amor, Aline y Valcour y otras numerosas novelas, cuentos, ensayos y piezas de teatro. También le son atribuidas Justine o los infortunios de la virtud, Juliette o las prosperidades del vicio, Las 120 jornadas de Sodoma y La filosofía en el tocador, entre otras.En sus obras son característicos los antihéroes, protagonistas de las más aberrantes violaciones y de disertaciones en las que, mediante sofismas, justifican cínicamente sus actos.

MARQUÉS DE SADE (1740-1814)

Fuente: [http://alguiendijoconteni

dos.blogspot.com.es/]

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Page 24: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

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LIGEIADE

EDGAR ALAN POE (1838)

Page 25: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Y allí dentro mora la voluntad que no muere. ¿Quién conoce los misterios de la voluntad y su

fuerza? Pues Dios no es sino una gran voluntad

Que prevalece sobre todas las cosas Por la naturaleza de su intensidad.

El hombre no se doblega a los ángeles, Ni cede por completo a la muerte,

A menos que sea por la flaqueza de su débil voluntad.

 

— Joseph Glanvill

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LIGEIAEDGAR ALAN POE (1838)

Page 26: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Juro por mi alma que no puedo recordar cómo, cuándo ni siquiera dónde conocí a Ligeia. Largos años han transcurrido desde entonces y el sufrimiento ha debilitado mi memoria. O quizá no puedo rememorar ahora aquellas cosas porque, a decir verdad, el carácter de mi amada, su raro saber, su belleza singular y, sin embargo, plácida, y la penetrante y cautivadora elocuencia de su voz profunda y musical, se abrieron camino en mi corazón con pasos tan constantes, tan cautelosos, que me pasaron inadvertidos e ignorados. No obstante, creo haberla conocido y visto, las más de las veces, en una vasta, ruinosa ciudad cerca del Rin. Seguramente le oí hablar de su familia. No cabe duda de que su estirpe era remota.

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LIGEIAEDGAR ALAN POE (1838)

Page 27: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

¡Ligeia, Ligeia! Sumido en estudios que, por su índole, pueden como ninguno amortiguar las impresiones del mundo exterior, sólo por esta dulce palabra, Ligeia, acude a los ojos de mi fantasía la imagen de aquella que ya no existe. Y ahora, mientras escribo, me asalta como un rayo el recuerdo de que nunca supe el apellido de quien fuera mi amiga y prometida, luego compañera de estudios y, por último, la esposa de mi corazón. ¿Fue por una amable orden de parte de mi Ligeia o para poner a prueba la fuerza de mi afecto, que me estaba vedado indagar sobre ese punto? ¿O fue más bien un capricho mío, una loca y romántica ofrenda en el altar de la devoción más apasionada? Sólo recuerdo confusamente el hecho. ¿Es de extrañarse que haya olvidado por completo las circunstancias que lo originaron y lo acompañaron?

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LIGEIAEDGAR ALAN POE (1838)

Page 28: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Y en verdad, si alguna vez ese espíritu al que llaman Romance, si alguna vez la pálida Ashtophet del Egipto idólatra, con sus alas tenebrosas, han presidido, como dicen, los matrimonios fatídicos, seguramente presidieron el mío. Hay un punto muy caro en el cual, sin embargo, mi memoria no falla. Es la persona de Ligeia. Era de alta estatura, un poco delgada y, en sus últimos tiempos, casi descarnada. Sería vano intentar la descripción de su majestad, la tranquila soltura de su porte o la inconcebible ligereza y elasticidad de su paso. Entraba y salía como una sombra. Nunca advertía yo su aparición en mi cerrado gabinete de trabajo de no ser por la amada música de su voz dulce, profunda, cuando posaba su mano marmórea sobre mi hombro. Ninguna mujer igualó la belleza de su rostro.

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LIGEIAEDGAR ALAN POE (1838)

Page 29: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Era el esplendor de un sueño de opio, una visión aérea y arrebatadora, más extrañamente divina que las fantasías que revoloteaban en las almas adormecidas de las hijas de Delos. Sin embargo, sus facciones no tenían esa regularidad que falsamente nos han enseñado a adorar en las obras clásicas del paganismo. "No hay belleza exquisita -dice Bacon, Verulam, refiriéndose con justeza a todas las formas y géneros de la hermosura- sin algo de extraño en las proporciones." No obstante, aunque yo veía que las facciones de Ligeia no eran de una regularidad clásica, aunque sentía que su hermosura era, en verdad, "exquisita" y percibía mucho de "extraño" en ella, en vano intenté descubrir la irregularidad y rastrear el origen de mi percepción de lo "extraño".

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LIGEIAEDGAR ALAN POE (1838)

Page 30: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Examiné el contorno de su frente alta, pálida: era impecable -¡qué fría en verdad esta palabra aplicada a una majestad tan divina!- por la piel, que rivalizaba con el marfil más puro, por la imponente amplitud y la calma, la noble prominencia de las regiones superciliares; y luego los cabellos, como ala de cuervo, lustrosos, exuberantes y naturalmente rizados, que demostraban toda la fuerza del epíteto homérico: "cabellera de jacinto". Miraba el delicado diseño de la nariz y sólo en los graciosos medallones de los hebreos he visto una perfección semejante. Tenía la misma superficie plena y suave, la misma tendencia casi imperceptible a ser aguileña, las mismas aletas armoniosamente curvas, que revelaban un espíritu libre. Contemplaba la dulce boca.

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LIGEIAEDGAR ALAN POE (1838)

Page 31: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Allí estaba en verdad el triunfo de todas las cosas celestiales: la magnífica sinuosidad del breve labio superior, la suave, voluptuosa calma del inferior, los hoyuelos juguetones y el color expresivo; los dientes, que reflejaban con un brillo casi sorprendente los rayos de la luz bendita que caían sobre ellos en la más serena y plácida y, sin embargo, radiante, triunfal de todas las sonrisas. Analizaba la forma del mentón y también aquí encontraba la noble amplitud, la suavidad y la majestad, la plenitud y la espiritualidad de los griegos, el contorno que el dios Apolo reveló tan sólo en sueños a Cleomenes, el hijo del ateniense. Y entonces me asomaba a los grandes ojos de Ligeia. Para los ojos no tenemos modelos en la remota antigüedad. Quizá fuera, también, que en los de mi amada yacía el secreto al cual alude Verulam.

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LIGEIAEDGAR ALAN POE (1838)

Page 32: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Eran, creo, más grandes que los ojos comunes de nuestra raza, más que los de las gacelas de la tribu del valle de Nourjahad. Pero sólo por instantes -en los momentos de intensa excitación- se hacía más notable esta peculiaridad de Ligeia. Y en tales ocasiones su belleza -quizá la veía así mi imaginación ferviente- era la de los seres que están por encima o fuera de la tierra, la belleza de la fabulosa hurí de los turcos. Los ojos eran del negro más brillante, velados por oscuras y largas pestañas. Las cejas, de diseño levemente irregular, eran del mismo color. Sin embargo, lo "extraño" que encontraba en sus ojos era independiente de su forma, del color, del brillo, y debía atribuirse, al cabo, a la expresión. ¡Ah, palabra sin sentido tras cuya vasta latitud de simple sonido se atrinchera nuestra ignorancia de lo espiritual! La expresión de los ojos de Ligeia... ¡Cuántas horas medité sobre ella! ¡Cuántas noches de verano luché por sondearla!

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LIGEIAEDGAR ALAN POE (1838)

Page 33: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

¿Qué era aquello, más profundo que el pozo de Demócrito, que yacía en el fondo de las pupilas de mi amada? ¿Qué era? Me poseía la pasión de descubrirlo. ¡Aquellos ojos! ¡Aquellas grandes, aquellas brillantes, aquellas divinas pupilas! Llegaron a ser para mí las estrellas gemelas de Leda, y yo era para ellas el más fervoroso de los astrólogos. No hay, entre las muchas anomalías incomprensibles de la ciencia psicológica, punto más atrayente, más excitante que el hecho -nunca, creo, mencionado por las escuelas- de que en nuestros intentos por traer a la memoria algo largo tiempo olvidado, con frecuencia llegamos a encontrarnos al borde mismo del recuerdo, sin poder, al fin, asirlo. Y así cuántas veces, en mi intenso examen de los ojos de Ligeia, sentí que me acercaba al conocimiento cabal de su expresión, me acercaba, aún no era mío, y al fin desaparecía por completo.

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LIGEIAEDGAR ALAN POE (1838)

Page 34: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Y (¡extraño, ah, el más extraño de los misterios!) encontraba en los objetos más comunes del universo un círculo de analogías con esa expresión. Quiero decir que, después del periodo en que la belleza de Ligeia penetró en mi espíritu, donde moraba como en un altar, yo extraía de muchos objetos del mundo material un sentimiento semejante al que provocaban, dentro de mí, sus grandes y luminosas pupilas. Pero no por ello puedo definir mejor ese sentimiento, ni analizarlo, ni siquiera percibirlo con calma. Lo he reconocido a veces, repito, en una viña, que crecía rápidamente, en la contemplación de una falena, de una mariposa, de una crisálida, de un veloz curso de agua. Lo he sentido en el océano, en la caída de un meteoro. Lo he sentido en la mirada de gentes muy viejas.

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LIGEIAEDGAR ALAN POE (1838)

Page 35: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Y hay una o dos estrellas en el cielo (especialmente una, de sexta magnitud, doble y cambiante, que puede verse cerca de la gran estrella de Lira) que, miradas con el telescopio, me han inspirado el mismo sentimiento. Me ha colmado al escuchar ciertos sones de instrumentos de cuerda, y no pocas veces al leer pasajes de determinados libros. Entre innumerables ejemplos, recuerdo bien algo de un volumen de Joseph Glanvill que (quizá simplemente por lo insólito, ¿quién sabe?) nunca ha dejado de inspirarme ese sentimiento: "Y allí dentro está la voluntad que no muere. ¿Quién conoce los misterios de la voluntad y su fuerza? Pues Dios no es sino una gran voluntad que penetra las cosas todas por obra de su intensidad. El hombre no se doblega a los ángeles, ni cede por entero a la muerte, como no sea por la flaqueza de su débil voluntad".

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LIGEIAEDGAR ALAN POE (1838)

Page 36: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Los años transcurridos y las reflexiones consiguientes me han permitido rastrear cierta remota conexión entre este pasaje del moralista inglés y un aspecto del carácter de Ligeia. La intensidad de pensamiento, de acción, de palabra, era posiblemente en ella un resultado, o por lo menos un índice, de esa gigantesca voluntad que durante nuestras largas relaciones no dejó de dar otras pruebas más numerosas y evidentes de su existencia. De todas las mujeres que jamás he conocido, la exteriormente tranquila, la siempre plácida Ligeia, era presa con más violencia que nadie de los tumultuosos buitres de la dura pasión. Y no podía yo medir esa pasión como no fuese por el milagroso dilatarse de los ojos que me deleitaban y aterraban al mismo tiempo, por la melodía casi mágica, la modulación, la claridad y la placidez de su voz tan profunda, y por la salvaje energía (doblemente efectiva por contraste con su manera de pronunciarlas) con que profería habitualmente sus extrañas palabras.

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Page 37: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

He hablado del saber de Ligeia: era inmenso, como nunca lo hallé en una mujer. Su conocimiento de las lenguas clásicas era profundo, y, en la medida de mis nociones sobre los modernos dialectos de Europa, nunca la descubrí en falta. A decir verdad, en cualquier tema de la alabada erudición académica, admirada simplemente por abstrusa, ¿descubrí alguna vez a Ligeia en falta? ¡De qué modo singular y penetrante este punto de la naturaleza de mi esposa atrajo, tan sólo en el último periodo, mi atención! Dije que sus conocimientos eran tales que jamás los hallé en otra mujer, pero, ¿dónde está el hombre que ha cruzado, y con éxito, toda la amplia extensión de las ciencias morales, físicas y metafísicas? 37

LIGEIAEDGAR ALAN POE (1838)

Page 38: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

No vi entonces lo que ahora advierto claramente: que las adquisiciones de Ligeia eran gigantescas, eran asombrosas; sin embargo, tenía suficiente conciencia de su infinita superioridad para someterme con infantil confianza a su guía en el caótico mundo de la investigación metafísica, a la cual me entregué activamente durante los primeros años de nuestro matrimonio. ¡Con qué amplio sentimiento de triunfo, con qué vivo deleite, con qué etérea esperanza sentía yo -cuando ella se entregaba conmigo a estudios poco frecuentes, poco conocidos- esa deliciosa perspectiva que se agrandaba en lenta gradación ante mí, por cuya larga y magnífica senda no hollada podía al fin alcanzar la meta de una sabiduría demasiado premiosa, demasiado divina para no ser prohibida!

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Page 39: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

¡Así, con qué punzante dolor habré visto, después de algunos años, emprender vuelo a mis bien fundadas esperanzas y desaparecer! Sin Ligeia era yo un niño a tientas en la oscuridad. Sólo su presencia, sus lecturas, podían arrojar vívida luz sobre los muchos misterios del trascendentalismo en los cuales vivíamos inmersos. Privadas del radiante brillo de sus ojos, esas páginas, leves y doradas, tornáronse más opacas que el plomo saturnino. Y aquellos ojos brillaron cada vez con menos frecuencia sobre las páginas que yo escrutaba. Ligeia cayó enferma. Los extraños ojos brillaron con un fulgor demasiado, demasiado magnífico; los pálidos dedos adquirieron la transparencia cerúlea de la tumba y las venas azules de su alta frente latieron impetuosamente en las alternativas de la más ligera emoción. Vi que iba a morir y luché desesperadamente en espíritu con el torvo Azrael.

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Page 40: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Y las luchas de la apasionada esposa eran, para mi asombro, aún más enérgicas que las mías. Muchos rasgos de su adusto carácter me habían convencido de que para ella la muerte llegaría sin sus terrores; pero no fue así. Las palabras son impotentes para dar una idea de la fiera resistencia que opuso a la Sombra. Gemí de angustia ante el lamentable espectáculo. Yo hubiera querido calmar, hubiera querido razonar; pero en la intensidad de su salvaje deseo de vivir, vivir, sólo vivir, el consuelo y la razón eran el colmo de la locura. Sin embargo, hasta el último momento, en las convulsiones más violentas de su espíritu indómito, no se conmovió la placidez exterior de su actitud. Su voz se tornó más suave; más profunda, pero yo no quería demorarme en el extraño significado de las palabras pronunciadas con calma. Mi mente vacilaba al escuchar fascinada una melodía sobrehumana, conjeturas y aspiraciones que la humanidad no había conocido hasta entonces.

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Page 41: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

De su amor no podía dudar, y me era fácil comprender que, en un pecho como el suyo, el amor no reinaba como una pasión ordinaria. Pero sólo en la muerte medí toda la fuerza de su afecto. Durante largas horas, reteniendo mi mano, desplegaba ante mí los excesos de un corazón cuya devoción más que apasionada llegaba a la idolatría. ¿Cómo había merecido yo la bendición de semejantes confesiones? ¿Cómo había merecido la condena de que mi amada me fuese arrebatada en el momento en que me las hacía? Pero no puedo soportar el extenderme sobre este punto. Sólo diré que en el abandono más que femenino de Ligeia al amor, ay, inmerecido, otorgado sin ser yo digno, reconocí el principio de su ansioso, de su ardiente deseo de vida, esa vida que huía ahora tan velozmente. Soy incapaz de describir, no tengo palabras para expresar esa ansia salvaje, esa anhelante vehemencia de vivir, sólo vivir.

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Page 42: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

La medianoche en que murió me llamó perentoriamente a su lado, pidiéndome que repitiera ciertos versos que había compuesto pocos días antes. La obedecí. Helos aquí:

¡Mirad! ¡Es noche de galaDentro de los postreros años tristes!Una multitud de ángeles alados,Ornados de velos, y anegados en lágrimas,Siéntase en un teatro, para verun drama de pavores y esperanzas,mientras la orquesta exhala, a ratos,la música sin fin de los astros.

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Imágenes del Dios que está en lo alto,allí los mimos gruñen y mascullan,corren aquí y allá; y los apremianvastas cosas informesque el escenario alteran de continuo,vertiendo de sus alas desplegadas,un invisible, largo Sufrimiento. 43

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¡Este múltiple drama ya jamás,jamás será olvidado!Con su Fantasma siempre perseguidopor una multitud que no lo alcanza,en un círculo siempre de retornoal lugar primitivo,y mucho de Locura, y más Pecado,y más Horror -el alma de la intriga.

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¡Ah, ved: entre los mimos en tumultouna forma reptante se insinúa!¡Roja como la sangre se retuerceen la escena desnuda!¡Se retuerce y retuerce! Y en tormentoslos mimos son su presa,y sus fauces destilan sangre humana,y los ángeles lloran.

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¡Apáganse las luces, todas, todas!Y sobre cada forma estremecidacae el telón, cortina funeraria,con fragor de tormenta.Y los ángeles pálidos y exangües,ya de pie, ya sin velos, manifiestanque el drama es el del "Hombre", y que es su héroeel Vencedor Gusano.

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-¡Oh, Dios! -gritó casi Ligeia, incorporándose de un salto y tendiendo sus brazos al cielo con un movimiento espasmódico, al terminar yo estos versos. ¡Oh, Dios! ¡Oh, Padre Celestial! ¿Estas cosas ocurrirán irremisiblemente? ¿El Vencedor no será alguna vez vencido? ¿No somos una parte, una parcela de Ti? ¿Quién, quién conoce los misterios de la voluntad y su fuerza? El hombre no se doblega a los ángeles, ni cede por entero a la muerte, como no sea por la flaqueza de su débil voluntad.Y entonces, como agotada por la emoción, dejó caer los blancos brazos y volvió solemnemente a su lecho de muerte. Y mientras lanzaba los últimos suspiros, mezclado con ellos brotó un suave murmullo de sus labios. Acerqué mi oído y distinguí de nuevo las palabras finales del pasaje de Glanvill: "El hombre no se doblega a los ángeles, ni cede por entero a la muerte, como no sea por la flaqueza de su débil voluntad".

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Murió; y yo, deshecho, pulverizado por el dolor, no pude soportar más la solitaria desolación de mi morada, y la sombría y ruinosa ciudad a orillas del Rin. No me faltaba lo que el mundo llama fortuna. Ligeia me había legado más, mucho más, de lo que por lo común cae en suerte a los mortales. Entonces, después de unos meses de vagabundeo tedioso, sin rumbo, adquirí y reparé en parte una abadía cuyo nombre no diré, en una de las más incultas y menos frecuentadas regiones de la hermosa Inglaterra. La sombría y triste vastedad del edificio, el aspecto casi salvaje del dominio, los numerosos recuerdos melancólicos y venerables vinculados con ambos, tenían mucho en común con los sentimientos de abandono total que me habían conducido a esa remota y huraña región del país.

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Sin embargo, aunque el exterior de la abadía, ruinoso, invadido de musgo, sufrió pocos cambios, me dediqué con infantil perversidad, y quizá con la débil esperanza de aliviar mis penas, a desplegar en su interior magnificencias más que reales. Siempre, aun en la infancia, había sentido gusto por esas extravagancias, y entonces volvieron como una compensación del dolor. ¡Ay, ahora sé cuánto de incipiente locura podía descubrirse en los suntuosos y fantásticos tapices, en las solemnes esculturas de Egipto, en las extrañas cornisas, en los moblajes, en los vesánicos diseños de las alfombras de oro recamado! Me había convertido en un esclavo preso en las redes del opio, y mis trabajos y mis planes cobraron el color de mis sueños. Pero no me detendré en el detalle de estos absurdos.

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Page 48: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Hablaré tan sólo de ese aposento por siempre maldito, donde en un momento de enajenación conduje al altar -como sucesora de la inolvidable Ligeia- a Rowena Trevanion de Tremaine, la de rubios cabellos y ojos azules. No hay una sola partícula de la arquitectura y la decoración de aquella cámara nupcial que no se presente ahora ante mis ojos. ¿Dónde tenía el corazón la altiva familia de la novia para permitir, movida por su sed de oro, que una doncella, una hija tan querida, pasara el umbral de un aposento tan adornado? He dicho que recuerdo minuciosamente los detalles de la cámara -yo, que tristemente olvido cosas de profunda importancia- y, sin embargo, no había orden, no había armonía en aquel lujo fantástico, que se impusieran a mi memoria.

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Page 49: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

La habitación estaba en una alta torrecilla de la abadía fortificada, era de forma pentagonal y de vastas dimensiones. Ocupaba todo el lado sur del pentágono la única ventana, un inmenso cristal de Venecia de una sola pieza y de matiz plomizo, de suerte que los rayos del sol o de la luna, al atravesarlo, caían con brillo horrible sobre los objetos. En lo alto de la inmensa ventana se extendía el enrejado de una añosa vid que trepaba por los macizos muros de la torre. El techo, de sombrío roble, era altísimo, abovedado y decorosamente decorado con los motivos más extraños, más grotescos, de un estilo semigótico, semidruídico. Del centro mismo de esa melancólica bóveda colgaba, de una sola cadena de oro de largos eslabones, un inmenso incensario del mismo metal, en estilo sarraceno, con múltiples perforaciones dispuestas de tal manera que a través de ellas, como dotadas de la vitalidad de una serpiente, veíanse las contorsiones continuas de llamas multicolores.

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Había algunas otomanas y candelabros de oro de forma oriental, y también el lecho, el lecho nupcial, de modelo indio, bajo, esculpido en ébano macizo, con baldaquino como una colgadura fúnebre. En cada uno de los ángulos del aposento había un gigantesco sarcófago de granito negro proveniente de las tumbas reales erigidas frente a Luxor, con sus antiguas tapas cubiertas de inmemoriales relieves. Pero en las colgaduras del aposento se hallaba, ay, la fantasía más importante. Los elevados muros, de gigantesca altura -al punto de ser desproporcionados-, estaban cubiertos de arriba abajo, en vastos pliegues, por una pesada y espesa tapicería, tapicería de un material semejante al de la alfombra del piso, la cubierta de las otomanas y el lecho de ébano, del baldaquino y de las suntuosas volutas de los cortinajes que velaban parcialmente la ventana.

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Este material era el más rico tejido de oro, cubierto íntegramente, con intervalos irregulares, por arabescos en realce, de un pie de diámetro, de un negro azabache. Pero estas figuras sólo participaban de la condición de arabescos cuando se las miraba desde un determinado ángulo. Por un procedimiento hoy común, que puede en verdad rastrearse en periodos muy remotos de la antigüedad, cambiaban de aspecto. Para el que entraba en la habitación tenían la apariencia de simples monstruosidades; pero, al acercarse, esta apariencia desaparecía gradualmente y, paso a paso, a medida que el visitante cambiaba de posición en el recinto, se veía rodeado por una infinita serie de formas horribles pertenecientes a la superstición de los normandos o nacidas en los sueños culpables de los monjes. El efecto fantasmagórico era grandemente intensificado por la introducción artificial de una fuerte y continua corriente de aire detrás de los tapices, la cual daba una horrenda e inquietante animación al conjunto.

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Entre esos muros, en esa cámara nupcial, pasé con Rowena de Tremaine las impías horas del primer mes de nuestro matrimonio, y las pasé sin demasiada inquietud. Que mi esposa temiera la índole hosca de mi carácter, que me huyera y me amara muy poco, no podía yo pasarlo por alto; pero me causaba más placer que otra cosa. Mi memoria volaba (¡ah, con qué intensa nostalgia!) hacia Ligeia, la amada, la augusta, la hermosa, la enterrada. Me embriagaba con los recuerdos de su pureza, de su sabiduría, de su naturaleza elevada, etérea, de su amor apasionado, idólatra. Ahora mi espíritu ardía plena y libremente, con más intensidad que el suyo. En la excitación de mis sueños de opio (pues me hallaba habitualmente aherrojado por los grilletes de la droga) gritaba su nombre en el silencio de la noche, o durante el día, en los sombreados retiros de los valles, como si con esa salvaje vehemencia, con la solemne pasión, con el fuego devorador de mi deseo por la desaparecida, pudiera restituirla a la senda que había abandonado -ah, ¿era posible que fuese para siempre?- en la tierra.

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Al comenzar el segundo mes de nuestro matrimonio, Rowena cayó súbitamente enferma y se repuso lentamente. La fiebre que la consumía perturbaba sus noches, y en su inquieto semisueño hablaba de sonidos, de movimientos que se producían en la cámara de la torre, cuyo origen atribuí a los extravíos de su imaginación o quizá a la fantasmagórica influencia de la cámara misma. Llegó, al fin, la convalecencia y, por último, el restablecimiento total. Sin embargo, había transcurrido un breve periodo cuando un segundo trastorno más violento la arrojó a su lecho de dolor; y de este ataque, su constitución, que siempre fuera débil, nunca se repuso del todo. Su mal, desde entonces, tuvo un carácter alarmante y una recurrencia que lo era aún más, y desafiaba el conocimiento y los grandes esfuerzos de los médicos.

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Con la intensificación de su mal crónico -el cual parecía haber invadido de tal modo su constitución que era imposible desarraigarlo por medios humanos-, no pude menos de observar un aumento similar en su irritabilidad nerviosa y en su excitabilidad para el miedo motivado por causas triviales. De nuevo hablaba, y ahora con más frecuencia e insistencia, de los sonidos, de los leves sonidos y de los movimientos insólitos en las colgaduras, a los cuales aludiera en un comienzo. Una noche, próximo el fin de septiembre, impuso a mi atención este penoso tema con más insistencia que de costumbre. Acababa de despertar de un sueño inquieto, y yo había estado observando, con un sentimiento en parte de ansiedad, en parte de vago terror, los gestos de su semblante descarnado. Me senté junto a su lecho de ébano, en una de las otomanas de la India.

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Se incorporó a medias y habló, con un susurro ansioso, bajo, de los sonidos que estaba oyendo y yo no podía oír, de los movimientos que estaba viendo y yo no podía percibir. El viento corría velozmente detrás de los tapices y quise mostrarle (cosa en la cual, debo decirlo, no creía yo del todo) que aquellos suspiros casi inarticulados y aquellas levísimas variaciones de las figuras de la pared eran tan sólo los naturales efectos de la habitual corriente de aire. Pero la palidez mortal que se extendió por su rostro me probó que mis esfuerzos por tranquilizarla serían infructuosos. Pareció desvanecerse y no había criados a quien recurrir. Recordé el lugar donde había un frasco de vino ligero que le habían prescrito los médicos, y crucé presuroso el aposento en su busca. Pero, al llegar bajo la luz del incensario, dos circunstancias de índole sorprendente llamaron mi atención.

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Sentí que un objeto palpable, aunque invisible, rozaba levemente mi persona, y vi que en la alfombra dorada, en el centro mismo del rico resplandor que arrojaba el incensario, había una sombra, una sombra leve, indefinida, de aspecto angélico, como cabe imaginar la sombra de una sombra. Pero yo estaba perturbado por la excitación de una inmoderada dosis de opio; poco caso hice a estas cosas y no las mencioné a Rowena. Encontré el vino, crucé nuevamente la cámara y llené un vaso, que llevé a los labios de la desvanecida. Ya se había recobrado un tanto, sin embargo, y tomó el vaso en sus manos, mientras yo me dejaba caer en la otomana que tenía cerca, con los ojos fijos en su persona. Fue entonces cuando percibí claramente un paso suave en la alfombra, cerca del lecho, y un segundo después, mientras Rowena alzaba la copa de vino hasta sus labios, vi o quizá soñé que veía caer dentro del vaso, como surgida de un invisible surtidor en la atmósfera del aposento, tres o cuatro grandes gotas de fluido brillante, del color del rubí. Si yo lo vi, no ocurrió lo mismo con Rowena.

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Bebió el vino sin vacilar y me abstuve de hablarle de una circunstancia que, según pensé, debía considerarse como sugestión de una imaginación excitada, cuya actividad mórbida aumentaban el terror de mi mujer, el opio y la hora. Sin embargo, no pude dejar de percibir que, inmediatamente después de la caída de las gotas color rubí, se producía una rápida agravación en el mal de mi esposa, de suerte que la tercera noche las manos de sus doncellas la prepararon para la tumba, y la cuarta la pasé solo, con su cuerpo amortajado, en aquella fantástica cámara que la recibiera recién casada. Extrañas visiones engendradas por el opio revoloteaban como sombras delante de mí. Observé con ojos inquietos los sarcófagos en los ángulos de la habitación, las cambiantes figuras de los tapices, las contorsiones de las llamas multicolores en el incensario suspendido.

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Page 58: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Mis ojos cayeron entonces, mientras trataba de recordar las circunstancias de una noche anterior, en el lugar donde, bajo el resplandor del incensario, había visto las débiles huellas de la sombra. Pero ya no estaba allí, y, respirando con más libertad, volví la mirada a la pálida y rígida figura tendida en el lecho. Entonces me asaltaron mil recuerdos de Ligeia, y cayó sobre mi corazón, con la turbulenta violencia de una marea, todo el indecible dolor con que había mirado su cuerpo amortajado. La noche avanzaba, y con el pecho lleno de amargos pensamientos, cuyo objeto era mi único, mi supremo amor, permanecí contemplando el cuerpo de Rowena. Quizá fuera media noche, tal vez más temprano o más tarde, pues no tenía conciencia del tiempo, cuando un sollozo sofocado, suave, pero muy claro, me sacó bruscamente de mi ensueño.

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Page 59: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Sentí que venía del lecho de ébano, del lecho de muerte. Presté atención en una agonía de terror supersticioso, pero el sonido no se repitió. Esforcé la vista para descubrir algún movimiento del cadáver, mas no advertí nada. Sin embargo, no podía haberme equivocado. Había oído el ruido, aunque débil, y mi espíritu estaba despierto. Mantuve con decisión, con perseverancia, la atención clavada en el cuerpo. Transcurrieron algunos minutos sin que ninguna circunstancia arrojara luz sobre el misterio. Por fin, fue evidente que un color ligero, muy débil y apenas perceptible se difundía bajo las mejillas y a lo largo de las hundidas venas de los párpados. Con una especie de horror, de espanto indecibles, que no tiene en el lenguaje humano expresión suficientemente enérgica, sentí que mi corazón dejaba de latir, que mis miembros se ponían rígidos. Sin embargo, el sentimiento del deber me devolvió la presencia de ánimo.

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Ya no podía dudar de que nos habíamos apresurado en los preparativos, de que Rowena aún vivía. Era necesario hacer algo inmediatamente; pero la torre estaba muy apartada de las dependencias de la servidumbre, no había nadie cerca, yo no tenía modo de llamar en mi ayuda sin abandonar la habitación unos minutos, y no podía aventurarme a salir. Luché solo, pues, en mi intento de volver a la vida el espíritu aún vacilante. Pero, al cabo de un breve periodo, fue evidente la recaída; el color desapareció de los párpados y las mejillas, dejándolos más pálidos que el mármol; los labios estaban doblemente apretados y contraídos en la espectral expresión de la muerte; una viscosidad y un frío repulsivos cubrieron rápidamente la superficie del cuerpo, y la habitual rigidez cadavérica sobrevino de inmediato. Volví a desplomarme con un estremecimiento en el diván de donde me levantara tan bruscamente y de nuevo me entregué a mis apasionadas visiones de Ligeia.

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Así transcurrió una hora cuando (¿era posible?) advertí por segunda vez un vago sonido procedente de la región del lecho. Presté atención en el colmo del horror. El sonido se repitió: era un suspiro. Precipitándome hacia el cadáver, vi -claramente- temblar los labios. Un minuto después se entreabrían, descubriendo una brillante línea de dientes nacarados. La estupefacción luchaba ahora en mi pecho con el profundo espanto que hasta entonces reinara solo. Sentí que mi vista se oscurecía, que mi razón se extraviaba, y sólo por un violento esfuerzo logré al fin cobrar ánimos para ponerme a la tarea que mi deber me señalaba una vez más. Había ahora cierto color en la frente, en las mejillas y en la garganta; un calor perceptible invadía todo el cuerpo; hasta se sentía latir levemente el corazón. Mi esposa vivía, y con redoblado ardor me entregué a la tarea de resucitarla.

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Froté y friccioné las sienes y las manos, y utilicé todos los expedientes que la experiencia y no pocas lecturas médicas me aconsejaban. Pero en vano. De pronto, el color huyó, las pulsaciones cesaron, los labios recobraron la expresión de la muerte y, un instante después, el cuerpo todo adquiría el frío de hielo, el color lívido, la intensa rigidez, el aspecto consumido y todas las horrendas características de quien ha sido, por muchos días, habitante de la tumba.

Y de nuevo me sumí en las visiones de Ligeia, y de nuevo (¿y quién ha de sorprenderse de que me estremezca al escribirlo?), de nuevo llegó a mis oídos un sollozo ahogado que venía de la zona del lecho de ébano. Mas, ¿a qué detallar el inenarrable horror de aquella noche?

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Page 63: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

¿A qué detenerme a relatar cómo, hasta acercarse el momento del alba gris, se repitió este horrible drama de resurrección; cómo cada espantosa recaída terminaba en una muerte más rígida y aparentemente más irremediable; cómo cada agonía cobraba el aspecto de una lucha con algún enemigo invisible, y cómo cada lucha era sucedida por no sé qué extraño cambio en el aspecto del cuerpo? Permitidme que me apresure a concluir.La mayor parte de la espantosa noche había transcurrido, y la que estuviera muerta se movió de nuevo, ahora con más fuerza que antes, aunque despertase de una disolución más horrenda y más irreparable. Yo había cesado hacía rato de luchar o de moverme, y permanecía rígido, sentado en la otomana, presa indefensa de un torbellino de violentas emociones, de todas las cuales el pavor era quizá la menos terrible, la menos devoradora.

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El cadáver, repito, se movía, y ahora con más fuerza que antes. Los colores de la vida cubrieron con inusitada energía el semblante, los miembros se relajaron y, de no ser por los párpados aún apretados y por las vendas y paños que daban un aspecto sepulcral a la figura, podía haber soñado que Rowena había sacudido por completo las cadenas de la muerte. Pero si entonces no acepté del todo esta idea, por lo menos pude salir de dudas cuando, levantándose del lecho, a tientas, con débiles pasos, con los ojos cerrados y la manera peculiar de quien se ha extraviado en un sueño, aquel ser amortajado avanzó osadamente, palpablemente, hasta el centro del aposento. No temblé, no me moví, pues una multitud de ideas inexpresables vinculadas con el aire, la estatura, el porte de la figura cruzaron velozmente por mi cerebro, paralizándome, convirtiéndome en fría piedra.

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Page 65: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

No me moví, pero contemplé la aparición. Reinaba un loco desorden en mis pensamientos, un tumulto incontenible. ¿Podía ser, realmente, Rowena viva la figura que tenía delante? ¿Podía ser realmente Rowena, Rowena Trevanion de Tremaine, la de los cabellos rubios y los ojos azules? ¿Por qué, por qué lo dudaba? El vendaje ceñía la boca, pero ¿podía no ser la boca de Rowena de Tremaine? Y las mejillas -con rosas como en la plenitud de su vida-, sí podían ser en verdad las hermosas mejillas de la viviente señora de Tremaine. Y el mentón, con sus hoyuelos, como cuando estaba sana, ¿podía no ser el suyo? Pero entonces, ¿había crecido ella durante su enfermedad? ¿Qué inenarrable locura me invadió al pensarlo? 65

LIGEIAEDGAR ALAN POE (1838)

Page 66: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

De un salto llegué a sus pies. Estremeciéndose a mi contacto, dejó caer de la cabeza, sueltas, las horribles vendas que la envolvían, y entonces, en la atmósfera sacudida del aposento, se desplomó una enorme masa de cabellos desordenados: ¡eran más negros que las alas de cuervo de la medianoche! Y lentamente se abrieron los ojos de la figura que estaba ante mí. "¡En esto, por lo menos -grité-, nunca, nunca podré equivocarme! ¡Éstos son los grandes ojos, los ojos negros, los extraños ojos de mi perdido amor, los de... los de LIGEIA!"

Fin66

LIGEIAEDGAR ALAN POE (1838)

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Nació en Boston, hijo de Elizabeth y David Poe, actores de teatro, fue forjando su carácter a través de varios factores que influyeron en su desarrollo intelectual. De salud débil, vivió la guerra entre el Sur y el Norte, la esclavitud, las leyendas de horror y misterio que los negros contaban en Estados Unidos. Desde muy pequeño quedó huérfano y al saber que vivía de la caridad, sus problemas aumentaron, sobre todo con su protector (John Allan) y en su desarrollo como ciudadano sureño (del estado de Virginia), su estancia en Escocia y Londres. Todas ellas fueron cuestiones fundamentales que establecieron los cimientos de su trabajo. Durante su adolescencia ya empezaba a escribir poemas con los que enamoró a una larga lista de jovencitas, su mayor influencia fue Byron aunque leía de todo.

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Fuente: [http://elespejogotico.blo

gspot.com.es]

EDGAR ALAN POE (1809 - 1849)

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Su vida universitaria fue rebelde y libertina, a pesar de que siempre estuvo en jaque por el poco apoyo económico que recibía por parte de su protector, también en esta época es cuando el poeta empieza a beber. Lo curioso es que unas cuantas copas bastaban para desquiciarlo; no tenía gran resistencia. Después de su paso por la universidad, Poe rompe relaciones con su protector y sale de su hogar hacia Boston; la miseria y el hambre lo acompañaron y no tuvo más remedio que enrolarse en el ejercito, situación que duró dos años, por lo que tuvo que volver a recurrir a John Allan en busca de ayuda, la cual le fue concedida a cambio de que aceptara un cargo en una Academia Militar, pero a los pocos meses fue despedido por negligencia en el deber, hecho que marcó el rompimiento definitivo del poeta con su protector (por esos entonces, recientemente viudo). Con la posterior muerte de John Allan, el poeta pierde toda esperanza de que su trabajo literario se realizara en condiciones económicas favorables. Cansado del ultraísmo que él mismo había traído de España, intenta fundar un nuevo tipo de regionalismo, enraizado en una perspectiva metafísica de la realidad.

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EDGAR ALAN POE (1809 - 1849)

Page 69: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

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EL ABRAZO FRÍO  DE

MARY ELIZABETH BRADDON

(1862) 

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Era un artista; cosas como las que le pasaron suelen acaecerles a los artistas. Era alemán; las cosas que le pasaron, le suceden en ocasiones a los alemanes. Él era joven, apuesto, estudioso, entusiasta, metafísico, descuidado, incrédulo, despiadado. Y siendo joven, apuesto, y elocuente, también fue amado. Era huérfano, bajo la tutoría del hermano de su difunto padre, su tío Wilhelm, en cuya casa él había vivido desde su temprana infancia; y aquella que lo amó era su prima, Gertrude, a quien le juró que amaba, a cambio. ¿Él la amaba? Sí, cuando por primera vez se lo juró, sí. Pero pronto su pasión terminó; ¡y cómo al final se convirtió en un sentimiento miserable en el egoísta corazón del estudiante! 70

EL ABRAZO FRÍO MARY ELIZABETH BRADDON (1862) 

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¡Pero que bello sueño, cuando él tenía solo diecinueve años, y había regresado de su aprendizaje con un gran pintor en Amberes, y ellos vagaban juntos en los más románticos alrededores de la ciudad, con rosado crepúsculo o con la divina luz de luna o la brillante y jovial luz matinal! Ellos tenían un secreto, que era la ambición del padre de la chica de que ella tuviera un rico pretendiente. Era una lúgubre visión frente al amor soñado. Así que se comprometieron; y estando uno al lado del otro, cuando la agonizante luz del sol y la pálida luz de la luna dividían los cielos, él puso el anillo de compromiso en el dedo de ella, en su blanco e inmaculado dedo, cuya delgada forma él conocía bien. Este anillo era bastante particular, tenía la forma de una gran serpiente dorada, la cola en la boca, que era el símbolo de la eternidad; había pertenecido a su madre, y él lo podría haber reconocido de entre cientos. Si se hubiera vuelto ciego al otro día, él podría distinguirlo entre cientos con solo el tacto.

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EL ABRAZO FRÍO MARY ELIZABETH BRADDON (1862) 

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Lo puso en el dedo de ella, y ambos se juraron fidelidad, el uno al otro, por siempre jamás, sin importar peligros o dificultades, en los pesares y en los cambios, en la riqueza o la miseria. Aún debían conseguir el consentimiento del padre para consumar su unión, pero ya estaban comprometidos, y solo la muerte podría separarlos. Pero el joven estudiante, burlón de las revelaciones, y entusiasta adorador de lo místico, preguntó: "¿Puede la muerte separarnos? Yo podría regresar a ti, Gertrude. Mi alma podría volver para estar cerca de mi amor. Y tú, tú, si tu mueres antes que yo, la fría tierra no podría separarte de mí; si me amas, tu regresarías, y nuevamente estos bellos brazos estarían alrededor de mi cuello, como lo están ahora." 72

EL ABRAZO FRÍO MARY ELIZABETH BRADDON (1862) 

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Pero ella le respondió, con un extraño brillo en sus profundos ojos azules, que el que muriera lo haría en paz con Dios e iría feliz al cielo, y no podría regresar a la atribulada tierra; y solamente el suicidio, la pérdida que provoca que los afligidos ángeles cierren las puertas del Paraíso, provoca que el infausto espíritu persiga a los vivos. Transcurrió el primer año de su compromiso, y ella se quedó sola, a causa del viaje de él a Italia, por comisión de algún hombre rico, para copiar Rafaeles, Tizianos y Guidos en una galería en Florencia. Quizás habría marchado para ganar fama; pero esto no era lo peor... ¡sino que se había ido! Por supuesto, su padre extrañó a su joven sobrino, quien había sido como un hijo para él; y pensó que la tristeza de su hija no era más que la que una prima puede sentir por la ausencia de un primo. Durante ese tiempo, las semanas y los meses pasaron. Los amantes se escribían, primero muy seguido, luego con menos frecuencia, al final dejaron de hacerlo.

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EL ABRAZO FRÍO MARY ELIZABETH BRADDON (1862) 

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¡Cuántas excusas ella se inventó para él! ¡Cuántas veces ella fue a la lejana oficina postal, a la que él dirigía sus cartas! ¡Cuántas veces ella esperó, solo para verse decepcionada! ¡Cuántas veces ella desesperó, solo para tener una nueva esperanza! Pero la real desesperación vino, al final, y no se fue más. El rico pretendiente apareció en escena, y el padre se decidió. Ella tenía que casarse de inmediato, y la fecha de la boda se fijó para el quince de junio. La fecha parecía abrasarle la mente. La fecha, escrita en fuego, danzaba permanentemente frente a sus ojos. Esa fecha, gritada por las Furias, sonaba continuamente en sus oídos. Pero aún no era tiempo, estábamos a mediados de mayo, estábamos a tiempo para escribirle una carta a Florencia; era tiempo de que regrese a Brunswick, para tomarla y unirse en matrimonio a ella. A pesar de su padre, a pesar del mundo entero.

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EL ABRAZO FRÍO MARY ELIZABETH BRADDON (1862) 

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Pero los días y las semanas volaron, y él no escribió. Y tampoco vino. Esto en verdad la desesperó, y ese sentimiento se adueñó de su corazón y ya no se marchó. Llegó el catorce de junio. Por última vez ella fue a la pequeña oficina postal; por última vez hizo la vieja pregunta, y por última vez le respondieron: "No; no hay carta." 

Por última vez, ya que al otro día sería la fecha fijada para la boda. Su padre no escucharía apelaciones; su rico pretendiente no escucharía sus oraciones. Ellos no querían demorarse ni un solo día, ni una hora; esa noche sería suya, esa noche, ella podría hacer lo que quisiera. Ella tomó otro camino que el que llevaba a su casa; se dio prisa a través de algunas callejuelas de la ciudad, pasó por un solitario puente, donde ella y su amado habían estado de pie frente al crepúsculo, mirando el cielo tornarse rosado, y el sol caer sobre el horizonte del río.

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Él regresó de Florencia. Él había recibido la carta de ella. Esa carta, borroneada con lágrimas, surcada de ruegos y llena de desesperanza. Él la había recibido, pero ya no la amaba. Una joven florentina, quien había posado para él como modelo vivo, poblaba sus ilusiones. Y Gertrude había quedado casi olvidada. Si ella tenía algún pretendiente rico, bien; la iba a dejar que se casara; mejor para ella, mejor para él. Él ya no tenía deseos de encadenarse a ninguna mujer. ¿No tenía su arte? Su eterna novia, su constante mujer. De esta manera él decidía demorar su vuelta a Brunswick, de manera que cuando arribara, el casamiento ya se hubiera celebrado, y él pudiera saludar a la novia. ¿Y los votos, las ilusiones místicas, la creencia en su regreso después de la muerte, para abrazar a su amada? Oh, extinguidos para siempre de su vida; desaparecidos para siempre, solo sueños irracionales de su juventud.

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Así que el quince de junio él entró en Brunswick, por ese mismo puente en el que había estado de pie, con las estrellas cayendo sobre ella, bajo el cielo nocturno. Caminó a través del puente, un perro tosco le seguía el paso, y el humo de su corta pipa rizándose en forma de guirnaldas fantásticas en el puro aire de la mañana. Llevaba su cuaderno de bocetos bajo el brazo, y se su ojo artístico se vio atraído por algunos objetos, ante los cuales se paró a dibujarlos: unas hierbas y unos guijarros sobre la ribera del río; un despeñadero sobre la orilla opuesta; un grupo de sauces a la distancia. Cuando hubo terminado, admiró su dibujo, cerró el cuaderno, vació las cenizas de la pipa, volvió a llenarla con su bolsa de tabaco, y cantó el refrán del feliz bebedor, llamó al perro, fumó nuevamente, y siguió caminando. Súbitamente volvió a abrir el cuaderno; esta vez le atrajo un grupo de figuras, pero ¿qué eran?

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No era un funeral, puesto que no estaban de luto. No era un funeral, pero había un cadáver en un tosco ataúd, cubierto con una vieja vela, llevada por dos de los portadores. No es un funeral, puesto que los portadores son pescadores, pescadores en su atuendo de todos los días. A unas cien yardas de donde él estaba, hicieron un alto en el camino y tomaron un respiro. Uno se quedó parado a la cabeza del ataúd, los otros se sentaron a los pies. Y de esta manera, él dio dos o tres pasos para atrás, seleccionó su punto de vista, y comentó a esbozar un rápido contorno. Lo pudo terminar antes que volvieran a ponerse en marcha; pudo escuchar sus voces, a pesar que no podía entender sus palabras, y se preguntó de que podrían estar hablando. Caminó hacia ellos y se les unió. 78

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"Mis amigos, ¿llevan ahí un muerto?" preguntó. "Sí; un muerto que fue echado a tierra hace una hora." "¿Ahogado?" "Sí, ahogado. Una joven, muy bonita." "Las suicidas siempre son bonitas," dijo el pintor; y entonces se quedó para un rato de pipa y meditación, mirando la sutil forma del cuerpo y los pliegues de la lona que lo cubría. La vida era una temporada de verano para él, joven, ambicioso, listo, ya que aquello que parecía luto y congoja, no parecía tener parte en su destino.

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Al final, pensó que, si esta pobre suicida era tan bonita, él tenía que hacer un boceto de ella. Dio a los pescadores algún dinero, y ellos accedieron a remover la lona que cubría sus facciones. No; se diría a sí mismo. Él levantó la áspera, tosca y húmeda lona de su rostro. ¿Qué rostro? El mismo que había brillado en los irracionales sueños de su juventud; el rostro que una vez fue la luz de la casa de su tío. Su prima Gertrude... ¡Su prometida! Él vio, como en un atisbo, mientras respiraba profundo, las facciones rígidas, los brazos fríos, las manos cruzadas sobre el pecho helado; y, sobre el tercer dedo de la mano izquierda, el anillo, el mismo que había sido de su madre, esa serpiente dorada; el anillo, el mismo que si él hubiera sido ciego, podría reconocer solo al tacto entre cientos de anillos. 80

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Pero él es un genio y un metafísico, una pena, una verdadera pena. Su primer pensamiento fue la huida, una huida hacia cualquier otro lugar, fuera de aquella maldita cuidad, cualquier lugar, lejano a aquel espantoso río, cualquier lugar libre de los recuerdos, lejos del remordimiento: cualquier lugar para olvidar. Solo cuando su perro se echó a sus pies, fue que se sintió exhausto, y buscó sentarse en algún banco, para descansar. ¡Cómo le daba vueltas el paisaje frente a sus obnubilados ojos, mientras en su cuaderno el boceto de los pescadores y el féretro cubierto con una lona resplandecía por sobre la penumbra! Al final, después de quedarse un largo rato sentado a un costado del camino, un rato jugando con el perro, otro rato fumando, otro rato despatarrándose, mirando todo como cualquier estudiante feliz y haragán podría haber mirado, aunque por dentro devorándose la mente con un mismo pensamiento, el de aquella escena matinal, recuperó la compostura, y trató de pensar en sí mismo, ya no más en el suicidio de su prima.

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Aparte de esto, él no estaba peor de lo que había estado el día anterior. No había perdido su genio; el dinero que había ganado en Florencia aún permanecía en su bolsillo; él era su propio maestro, libre de ir adonde quisiera. Y mientras seguía sentado en el costado del camino, tratando de separarse a sí mismo de la escena que vio a la mañana, tratando de expulsar de su mente la imagen del cadáver cubierto con la lona de vela, tratando de pensar que haría al siguiente momento, donde iría, lo más lejos posible de Brunswick y del remordimiento, la vieja diligencia vino a los tumbos. Él la recordó; iba desde Brunswick a Aix-la-Chapelle. Él le silbó al perro, gritó al cochero que detuviera su vehículo y brincó dentro del carro. Durante toda la tarde, y luego, toda la noche, a pesar que no pudo cerrar sus ojos, nunca dijo una palabra; pero cuando la mañana volvió a romper, y los otros pasajeros se despertaron, comenzando a hablarse unos con otros, él se plegó a la conversación.

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Les contó que era un artista y que iba a Colonia y a Amberes para copiar unos Rubens, y la gran pintura de Quentin Matsys, en el museo. Recordó, luego de hablar y reír bulliciosamente, y antes, mientras hablaba y reía de manera ruidosa, a un pasajero, mayor y más serio que el resto, que abrió su ventana, cerca suyo, y le dijo que pusiera su cabeza fuera. Recordó el aire fresco golpeando en su cara, el canto de los pájaros en sus oídos, y los campos que se extendían hacia el horizonte frente a sus ojos. Él recordó esto, y luego cayó en un estado inánime, en el piso de la diligencia. Fue la fiebre que lo mantuvo en el lecho durante unas seis largas semanas, en un hotel de Aix-la-Chapelle. Él se puso bien, y, acompañado por su perro, comenzó a caminar a Colonia. Nuevamente era su antiguo ser. De nuevo el humo azulado de su corta pipa daba vueltas por el aire de la mañana, mientras él cantaba una vieja canción de la universidad que festejaba el buen beber, y de nuevo parando aquí y allá, meditando y dibujando bosquejos.

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Él era feliz, y había olvidado a su prima, y así se dirigía a Colonia. Fue en la gran catedral que se quedó parado, con el perro a su lado. Era de noche, las campanas habían terminado de anunciar la hora, y dieron las once; la luz de la luna llena iluminaba el magnífico edificio, sobre el cual el ojo del artista vagaba en busca de la belleza de la forma. No estaba pensando en su prima ahogada, ya que la había olvidado y ahora se sentía feliz. Súbitamente alguien, algo, por detrás suyo, le colocó dos fríos brazos alrededor de su cuello, y abrazó las manos sobre su pecho. Y no había nadie detrás suyo, ya que en la calle bañada por la luz lunar, se proyectaban solo dos sombras, la propia y la de su perro. Rápidamente se dio la vuelta, pero no había nadie, nada que ver a lo largo y a lo ancho de la cuadra, más que él mismo y su perro; y a pesar que lo sintió, no pudo ver los frígidos brazos que se abrazaron a su cuello.

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No era un abrazo fantasma, ya que él pudo sentirlo al tacto, aunque no podía ser real, ya que no podía ver nada. Trató de quitarse de encima esa gélida caricia. Se puso sus propias manos en el cuello para desunir aquellas que lo rodeaban. Pudo sentir los largos y delicados dedos, húmedos al tacto, y sobre el tercer dedo de la mano izquierda, logró palpar el anillo que había sido de su madre, la serpiente dorada, el anillo que él había dicho que podría reconocer al tacto entre cientos de ellos. ¡Él ahora lo sabía!

Los helados brazos de su prima muerta estaban rodeándole el cuello, las manos de ella estaban firmemente agarradas entre sí sobre su pecho. Se dijo a sí mismo que si se estaría volviendo loco. 85

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Page 86: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

"¡Up, Leo!" se gritó. "¡Vamos, muchacho!" y el Terranova saltó a sus hombros, y cuando sus patas tocaron las manos de la muerta, el animal lanzó un terrorífico aullido, y salió disparado del lado de su amo. El estudiante se quedó parado a la luz de la luna, con los brazos muertos alrededor de su cuello, y el perro a distancia considerable, aullando lastimosamente. Un sereno, alarmado por el aullido del animal, llegó a la escena para ver que era lo que ocurría. Al siguiente instante el gélido abrazo se desvaneció. El joven marchó a la casa del sereno y luego al hotel. Antes le dio un dinero; en gratitud podría haberle dado la mitad de su pequeña fortuna.

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¿Volvió a aparecer este abrazo mortal? Intentó no volver a quedarse solo; se hizo con cientos de conocidos, y compartió los cuartos de otros estudiantes. La gente comenzó a notar su extraño comportamiento, y comenzaba a creer que estaba loco. Pero, a pesar de estos intentos, otra vez se quedó solo; fue una noche en que la plaza quedó desierta por un momento, y él comenzó a caminar por la calle, pero la calle estaba también desierta, y por segunda vez sintió los fríos brazos sobre su cuello, y por segunda vez, cuando llamó a su animal, este saltó lejos de su amo con un lastimero aullido. Tras dejar Colonia, ahora viajando a pie por necesidad (ya que su dinero comenzaba a escasear), se unió a unos vendedores ambulantes, de manera que podía estar todo el día con gente, y hablar con quien quiera que se encontraba, tratando de llegar a la noche y estar en compañía de alguien.

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A la noche dormía cerca del fuego de la cocina de la posada en la que paraba; pero cualquier cosa que hiciera, él se quedaba solo con frecuencia, y siendo cosa común para él, volvía a sentir el frío abrazo alrededor de su cuello. Muchos meses pasaron desde la muerte de su prima, otoño, invierno, hasta que llegó la primavera. Su dinero casi se había agotado, su salud estaba severamente dañada, y él era la sombra de quien solía ser. Se encontraba cerca de París. Había acudido a esta ciudad durante la época del Carnaval. En París, la época del Carnaval le significaba que no se volvería a quedar solo, y no volvería a sentir esa mortal caricia, hasta que podría recobrar su alegría perdida, su estado de salud, y una vez más reiniciar su oficio y profesión, para una vez más ganar dinero y fama por su arte. ¡Cuánto que intentó salvar la distancia que lo separaba de París, mientras día a día se debilitaba más y más, y su caminar se hacía más lento cada vez!

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Page 89: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Pero al final, luego de mucho tiempo, logró alcanzar la ciudad. Esta es París, en la que él ingresa por primera vez, París, la que había soñado tanto, París cuyo millón de voces podía exorcizar su fantasma. París le pareció esa noche un vasto caos de luces, música y confusión. Luces que danzaban ante sus ojos y que jamás se quedaban quietas, música que sonaba en su oído y lo ensordecían, confusión que hacía que su cabeza se vea presa de un inacabable remolino. Llegó a la Casa de la Opera, donde se daba el baile de máscaras. Había ahorrado un dinero para comprar un boleto de admisión, y para alquilar un disfraz de dominó para cubrir su zaparrastrosa indumentaria. Parecía que había pasado solo un momento desde que había pasado las puertas de la ciudad y ahora se encontraba en medio de un salvaje alboroto en el baile de la Casa de la Opera.

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No más oscuridad, no más soledad, sino que una multitud enloquecida, gritando y bailando frenéticamente, del brazo de una chica. La tempestuosa alegría que sentía seguramente haría que regrese su vieja despreocupación. Él pudo escuchar a la gente a su alrededor hablando de la salvaje conducta de algunos estudiantes borrachos, y fue a él a quien señalaron mientras decían esto, a él, que no se había mojado los labios desde la noche anterior; a pesar que sus labios estaban deshidratados y su garganta seca, él no podía beber. Su voz era densa y ronca, y su articulación poco clara; pero su vieja despreocupación volvió, y él se hizo poco problema. La chica se cansó, su brazo permaneció en su hombro, mientras las otras bailarinas se fueron yendo, una por una.

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Las luces de los candelabros, fueron extinguiéndose una por una. Los decorados comenzaron a oscurecerse ante la disminución de la iluminación. Una débil luz de las últimas lámparas, y un pálido haz de luz grisácea proveniente del nuevo día, comenzó a avanzar por entre las persianas medio abiertas. Y por esta luz la chica se fue desvaneciendo. Él miró en su rostro. ¡Cómo iba sucumbiendo el brillo de sus ojos! De nuevo volvió a mirar en su rostro. ¡Qué pálido se había puesto su rostro! Y una vez más volvió a mirar, y ahora observaba la sombra del que fue un rostro. De nuevo, el brillo de los ojos, el rostro, la sombra del rostro. Todo se había ido. Y él volvió a quedarse solo; solo en un salón tan vasto.

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Page 92: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Solo, y, en un terrible silencio, escuchó los ecos de sus propios pasos en una tétrica danza que no tenía música. Sin ninguna otra música más que el golpeteo del corazón contra su propio pecho. Los brazos helados volvían a rodearle el cuello, a arremolinarse en torno suyo, ellos no iban a soltarse, tampoco a fundirse; él ya no podía escapar de aquel álgido abrazo más de lo que podía escapar de la muerte. Miró detrás suyo, no había nada más que él mismo en un gran salón vacío; pero podía sentirlo, el frío mortecino, y aquellos largos y delgados dedos, y el anillo que había sido de su madre. Trató de gritar, pero ya no tenía más poder en su garganta reseca. El silencio del lugar únicamente fue roto por los ecos de sus propios pasos en aquella danza de la que no podía liberarse a sí mismo. ¿Quién podía decir que no tenía pareja de baile? Los gélidos brazos que estaban prendidos a su pecho. Y él no rehuiría de tal caricia. ¡No! Una polka más y caería muerto.

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.Las luces se apagaron del todo, y media hora después, los gendarmes llegaron con una linterna para ver si el salón había quedado vacío; un perro los seguía, un gran perro que habían encontrado sentado frente a la entrada del teatro. Cerca de la entrada principal tropezaron con... El cadáver de un estudiante, que había muerto de inanición, y por la rotura de los vasos sanguíneos.

Fin

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Mary Elizabeth Braddon, fue una popular escritora de novelas de la era victoriana en el Reino Unido. Mary Elizabeth Braddon fue una escritora extremadamente prolífica, que escribió unas 75 novelas con tramas muy ingeniosas. Su amigo y posterior colaborador Wilkie Collins fue quien la animó a escribir. Su primera novela Lady Audley´s secret (1862), la hizo ganar reconocimiento y fortuna. La novela ha sido editada muchas veces desde entonces y ha sido adaptada al teatro, el cine y la televisión en varias ocasiones.

Murió el 4 de febrero de 1915 en Richmond, Surrey y fue enterrada en el cementerio local. 

Fuente: [http://www.goodreads.com/review/show/184707

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MARY ELIZABETH BRADDON (1837 - 1915)

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LA CASA DEL PASADO

 DEALGERNON

BLACKWOOD (1904)

Page 96: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Una noche una visión vino a mí, trayendo con ella una antigua y herrumbrosa llave. Me llevó a través de campos y senderos de dulce aroma, donde los setos ya susurraban en la oscuridad primaveral, hasta que llegamos a una inmensa y sombría casa, de ventanas conspicuas y tejado elevado, medio escondido en las sombras de la madrugada. Advertí que las persianas eran de un pesado negro y que la casa parecía revestida por una tranquilidad absoluta.-Ésta -susurró ella en mi oído-, es la Casa del Pasado. Ven conmigo y recorreremos algunas de sus habitaciones y pasadizos; pero apresúrate, pues no tendré la llave por mucho tiempo y la noche ya casi se acaba. Aún así, por ventura, ¡debes recordar!La llave produjo un espantoso ruido cuando giró en la cerradura, y cuando la puerta estuvo abierta a un vestíbulo vacío y hubimos entrado, escuché los sonidos de murmullos y llantos, y el roce de telas, como de gente moviéndose en sueños, a punto de despertar.

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LA CASA DEL PASADO ALGERNON BLACKWOOD (1904)

Page 97: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Entonces, instantáneamente, un espíritu de gran tristeza vino a mí, empapando mi alma; mis ojos comenzaron a arder y picar y en mi corazón advertí una extraña sensación, como si algo que había dormido por años se desenrollara. Todo mi ser, incapaz de resistir, se rindió inmediatamente al espíritu de la melancolía más profunda, y el dolor de mi corazón, mientras las Cosas se movían y despertaban, por un momento se hizo demasiado fuerte para expresarlo en palabras...Mientras avanzábamos, las débiles voces y sollozos escaparon delante nuestro hacia el interior de la Casa, y me di cuenta de que el aire estaba lleno de manos suspendidas, de vestimentas oscilantes, de trenzas colgantes, y de ojos tan tristes y nostálgicos, que las lágrimas -que ya casi desbordaban de los míos-, se retenían por milagro ante la contemplación de tan intolerable anhelo.-No permitas que esta tristeza te aplaste -susurró la Visión a mi lado-. No despiertan frecuentemente. Duermen por años y años y años.

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LA CASA DEL PASADO ALGERNON BLACKWOOD (1904)

Page 98: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Los cuartos están todos ocupados y a no ser que lleguen visitantes como nosotros a perturbarlos, jamás despertarían por propio acuerdo. Pero cuando uno se agita, el sueño de los otros también se ve perturbado, y también despiertan, hasta que el movimiento es comunicado de una habitación a otra y así finalmente, a través de toda la Casa... Pero, a veces, la tristeza es demasiado grande como para soportarla, y la mente se debilita. Por esta razón, la Memoria les entrega el sueño más dulce y profundo que posee y cuida de usar poco esta pequeña y herrumbrosa llave. Pero, escucha ahora -agregó ella, tomándome la mano- ¿no oyes, acaso, el temblor del aire a través de toda la Casa, que se asemeja al murmullo de agua cayendo? ¿Y quizá ahora tú... Recuerdas? Aún antes de que ella hablara, yo ya había captado débilmente el inicio de un nuevo sonido; y ahora, en lo profundo de los sótanos bajo nuestros pies, y también desde las regiones superiores de la gran Casa, me llegaba el murmullo y el crujido y el movimiento ligero y contenido de las Sombras durmientes.

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Page 99: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Se elevaba como una cuerda tañida suavemente de entre las inmensas e invisibles cuerdas pulsadas en algún lugar de las bases de la Casa, y su vibración corría suavemente por sus paredes y techos. Y supe que había escuchado el lento despertar de los Espíritus del Pasado. ¡Ay de mí!, con qué terrible invasión de amargura me sostenía allí, con los ojos inundados, escuchando las tenues voces muertas mucho tiempo atrás... Porque de hecho, toda la Casa estaba despertando; y en ese momento llegó hasta mi nariz el sutil y penetrante perfume del tiempo: de cartas, por largo tiempo conservadas, con la tinta borrosa y las cintas desteñidas; de olorosas trenzas, doradas y castañas, guardadas, ¡oh, tan tiernamente!, entre las flores prensadas que aún conservaban la profunda delicadeza de su olvidada fragancia; la aromática presencia de memorias perdidas, el intoxicante incienso del pasado. Mis ojos se inundaron, mi corazón se contrajo y expandió, mientras me rendía sin reserva a esas antiguas influencias de sonidos y aromas.

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Page 100: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Estos Espíritus del Pasado -olvidados en el tumulto de memorias más recientes- se apretaban alrededor mío, tomaron mis manos en las suyas y, siempre susurrando lo que yo hace tiempo había olvidado, siempre suspirando, exhalando de sus cabellos y vestiduras los aromas inefables de las épocas muertas, me guiaron a través de la inmensa Casa, de cuarto en cuarto, de piso en piso.

Pero no todos los Espíritus me eran igualmente claros. De hecho, algunos tenían sólo la más débil vida, y me agitaban tan poco que sólo dejaban una impresión indistinta y borrosa en el aire; mientras que otros me observaban casi con reproche con sus apagados y desteñidos ojos, como anhelando retornar a mis recuerdos; y entonces, al ver que no eran reconocidos regresaban flotando suavemente hacia las sombras de sus habitaciones, para volver a dormir imperturbables hasta el Día Final, cuando no fallaré en reconocerlos.

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-Muchos de ellos han dormido por tanto tiempo -dijo la Visión a mi lado- que despiertan sólo a duras penas. Sin embargo, una vez despiertos te reconocen y recuerdan, aunque tú no logres hacerlo. Pues es la regla de la Casa del Pasado que, mientras tú no los evoques claramente, no recuerdes precisamente cuándo los conociste y con qué causas particulares de tu evolución pasada están asociados, no podrán mantenerse despiertos. A menos que los recuerdes cuando sus ojos se encuentren, a menos que su mirada de reconocimiento les sea devuelta por la tuya, están obligados a regresar a su sueño, silenciosa y desconsoladamente -sus manos sin estrechar, sus voces sin ser oídas-, para soñar un sueño inmortal y paciente, hasta que...En ese instante, sus palabras se extinguieron repentinamente en la distancia y tomé conciencia de un abrumador sentimiento de deleite y alegría. Algo me había tocado los labios, y un fuego poderoso y dulce se precipitó hacia mi corazón y envió la sangre tumultuosamente por mis venas.

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Page 102: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Mi pulso latía locamente, mi piel resplandecía, mis ojos se enternecieron, y la terrible tristeza del lugar fue instantáneamente disipada, como por arte de magia. Volviéndome con una exclamación de júbilo, que de inmediato fue tragada por el coro de sollozos y suspiros que me rodeaban, observé... e instintivamente adelanté mis brazos en un rapto de felicidad hacia... hacia la visión de un Rostro... cabello, labios, ojos; una tela dorada rodeaba el hermoso cuello, y el antiguo, antiguo perfume del Este -¡por las estrellas, cuánto hace de ello!- estaba en su aliento. Sus labios nuevamente estaban en los míos; su cabello sobre mis ojos; sus brazos alrededor de mi cuello, y el amor de su antigua alma vertiéndose en la mía a través de unos ojos todavía fulgurantes y claros. Oh, el feroz tumulto, la maravilla inenarrable, ¡si sólo pudiese recordar!... Aquel aroma, sutil y disipador de brumas, de muchas eras atrás, una vez tan familiar... antes de que las Colinas de la Atlántida estuvieran sobre el mar azul, o que las arenas comenzaran a formar el lecho de la esfinge. Pero, un momento; ya regresa; comienzo a recordar.

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Page 103: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Cortina tras cortina se levantan de mi alma, y casi puedo ver más allá. Pero el espantoso elástico de los años, horrible y siniestro, milenio tras milenio... Mi corazón se estremece, y tengo miedo. Otra cortina se eleva y otra perspectiva, que va más allá que las otras, se hace visible, interminable, corriendo hacia un punto rodeado de gruesas brumas. ¡Y he aquí, que ellas también se mueven!, elevándose, iluminándose. Finalmente veré... ya comienzo a recordar… la piel morena... la gracia Oriental, los maravillosos ojos que contenían el conocimiento de Buda y la sabiduría de Cristo, aún antes que aquéllos hubieran soñado con alcanzarla. Como un sueño dentro de un sueño, me cautiva nuevamente, tomando una apremiante posesión de todo mi ser... la forma esbelta... las estrellas en aquel mágico cielo Oriental... los susurrantes vientos entre las palmeras... el murmullo del río y la música de los setos al inclinarse y suspirar en la dorada superficie de arena. Hace miles de años, hace evos de distancia. Se difumina un poco y comienza a pasar; luego parece surgir nuevamente.

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Page 104: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

¡Ay de mi!, aquella sonrisa de dientes resplandecientes... aquellos párpados de venas de encaje. Oh, quién me ayudará a recordar, pues se encuentra demasiado lejos, demasiado oscuro, y yo no puedo recordarlo completamente; aunque mis labios aún se estremecen, y mis brazos se encuentran aún extendidos, nuevamente comienza a desvanecerse. Ya hay una mirada de tristeza, demasiado profunda para expresar con palabras, al darse cuenta de que no es reconocida.... ella, cuya mera presencia pudo una vez extinguir para mí el universo entero... y ella se devuelve, lentamente, tristemente, silenciosamente a su oscuro e inmenso sueño, para soñar y soñar con el día en que la recordaré y que vendrá a donde pertenece...Me observa desde el final de la habitación, donde las Sombras comienzan a cubrirla y a ganarla de vuelta con sus brazos estirados hacia su sueño de siglos en la Casa del Pasado.

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Estremeciéndome entero, con el extraño perfume aún en mi nariz y el fuego en mi corazón, me di la vuelta y seguí a mi Sueño por una amplia escalera, hacia otra parte de la Casa. Al entrar en los corredores superiores oí al viento pasar cantando sobre el tejado. Su música tomó posesión de mí hasta que sentí como si todo mi cuerpo fuera un solo corazón, doliente, tenso, palpitante, como si fuera a quebrarse; y todo porque escuché al viento cantar alrededor de la Casa del Pasado.-Recuerda -murmuró la Visión, respondiendo a mi inexpresada pregunta- que estás escuchando la canción que ha cantado por incontables siglos y para miríadas de incontables oídos. Se remonta asombrosamente lejos; y en ese simple salmo, profundo en su terrible monotonía, se encuentran las asociaciones y los recuerdos de las alegrías, penas y luchas de toda tu existencia previa. El viento, como el mar, le habla a la memoria mas íntima -agregó- y es por eso que su voz es de tal tristeza, profundamente espiritual. Es la canción de las cosas por siempre incompletas, inconclusas, insatisfechas.

LA CASA DEL PASADO ALGERNON BLACKWOOD (1904)

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Mientras pasábamos por las abovedadas habitaciones, advertí que nadie se agitaba. Realmente no había ningún sonido, sólo una impresión general de una respiración profunda y colectiva, como el vaivén de un mar amortiguado. Mas los cuartos, lo supe inmediatamente, estaban llenos hasta las paredes, repletos, fila tras fila... Y, desde los pisos inferiores, a veces se elevaba el murmullo de las Sombras llorosas al retornar a su sueño, instalándose nuevamente en el silencio, la oscuridad y el polvo. El polvo... oh, el polvo que flotaba en esta Casa del Pasado, tan denso, tan penetrante; tan fino que llenaba los ojos y la garganta sin dolor; tan fragante, que aliviaba los sentidos y tranquilizaba el corazón; tan suave, que resecaba la boca, sin molestar; y cayendo tan silenciosamente, acumulándose, posándose sobre todo, que el aire lo sostenía como una fina bruma y las sombras durmientes lo usaban como mortajas.

LA CASA DEL PASADO ALGERNON BLACKWOOD (1904)

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-Y éstas son las más antiguas -dijo mi Sueño- las dormidas hace más tiempo- apuntando hacia las filas repletas de silenciosos durmientes-. Nadie aquí ha despertado por siglos, demasiados para contarlos; y aún si despertaran no podrías reconocerlos. Ellos son, como los otros, todos tuyos, sólo que son los recuerdos de tus etapas más tempranas a lo largo del gran Camino de Evolución. Algún día, sin embargo, despertarán, y deberás reconocerlos y contestar sus preguntas, pues ellos no pueden morir hasta no agotarse a sí mismos a través de ti, quien les dio la vida.-¡Ay de mí! -pensé, escuchando y entendiendo a medias estas palabras- cuántas madres, padres, hermanos, pueden entonces estar dormidos en este cuarto; cuántas fieles amantes, cuántos amigos de verdad, ¡cuántos antiguos enemigos! Y pensar que un día se levantarán y me confrontarán, y yo deberé encontrarme con sus ojos nuevamente, reclamarles, conocerlos, perdonarlos, y ser perdonado... los recuerdos de todo mi Pasado...

LA CASA DEL PASADO ALGERNON BLACKWOOD (1904)

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Me volví para hablarle a la Visión a mi lado, y toda la Casa se disolvió en el brillo del cielo oriental, y escuché a los pájaros cantando y vi las nubes arriba velando las estrellas en la luz del día que ya nacía.

Fin

LA CASA DEL PASADO ALGERNON BLACKWOOD (1904)

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Algernon Henry Blackwood (1869–1951) fue un escritor inglés de relatos fantásticos. Publicó diez libros de historias cortas y a menudo participó en radio y televisión como lector de las mismas. Escribió también catorce novelas, la mayor parte de las cuales quedaron inéditas. Amaba apasionadamente la naturaleza, y muchas de sus historias dan fe de ello. Uno de sus relatos, Los sauces, se considera una de las mejores historias sobrenaturales jamás escritas. Escribió también una autobiografía centrada en sus primeros años, Episodios antes de los treinta (1923). Aunque Blackwood escribió varias historias terroríficas, generalmente su obra busca provocar asombro, más que horror. Sus mejores historias son un prodigio de construcción, ambiente y sugerencia.

Fuente: [http://elespejogotico.blo

gspot.com.es]

 ALGERNON BLACKWOOD (1869–1951)

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LA TIENDA DE LOS FANTASMAS

 DEGILBERT K.

CHESTERTON (1909)

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Casi todo lo mejor y más valioso del universo puede comprarse por medio penique. Exceptuando, por supuesto, el sol, la luna, las estrellas, la tierra, la gente, las tormentas y otras baratijas. Las tienes gratis. Además, dejo de lado otra cosa, que no puedo mencionar en este periódico, cuyo precio más bajo es la mitad de medio penique. Este principio general resultará enseguida evidente. En la calle detrás de mí, puedes montar en un tranvía eléctrico por medio penique. Subirte a un tranvía eléctrico es como subirte a un castillo volador en un cuento de hadas. Puedes hacerte con un buen puñado de chucherías de colores por la mitad de un penique. También tienes la oportunidad de leer este articulo por medio penique, junto con, por supuesto, otras cosas menos importantes.Pero si quiere descubrir la enorme cantidad de cosas asombrosas que puedes conseguir por medio penique, haz lo que yo hice anoche. Estampé la nariz contra el escaparate de una de las tiendas más pequeñas y peor iluminadas de uno de los callejones más estrechos y oscuros del barrio de Battersea.

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Pero por oscuro que fuese ese rectángulo de luz, resplandecía con todos los colores que Dios creó, utilizando la expresión que una vez escuché a un niño. Los juguetes de los pobres son todos como los niños que los compran. Sucios pero todos alegres. Por mi parte, prefiero la alegría a la limpieza. La primera es del alma y la segunda del cuerpo. Les ruego que me disculpen, es que soy demócrata. Sé que estoy trasnochado en el mundo actual.

Mientras miraba aquel palacio de maravillas liliputienses, los pequeños autobuses verdes, los pequeños elefantes azules, los muñequitos negros y las pequeñas arcas de Noé rojas, debí caer en una especie de trance antinatural. El escaparate iluminado se transformó en el brillante escenario en que uno contempla una comedia muy entretenida. Me olvide de las casas grises y de la gente triste a mis espaldas como uno se olvida del público y las galerías oscuras en el teatro.

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Me parecía que los objetos detrás del cristal eran pequeños no por su tamaño, sino a causa de la distancia. El autobús verde era realmente un autobús verde. Un autobús verde del barrio de Bayswater, que estuviese recorriendo un enorme desierto, al hacer su ruta diaria hasta Bayswater. El elefante ya no era azul por la pintura sino por la distancia. El muñequito era realmente un hombre de raza negra recortándose contra el brillante follaje tropical de la tierra en que cada planta tiene un color ardiente y solo el ser humano es oscuro. El arca de Noé roja era en verdad la enorme nave de la salvación del mundo, flotando en un mar acrecentado por la lluvia, en el rojo primer amanecer de la esperanza.

Creo que todos tenemos estos extraordinarios instantes de abstracción, estos brillantes momentos con la mente en blanco. En momentos semejantes, podemos mirar a la cara a nuestro mejor amigo y ver gafas y bigotes imaginarios. Por lo general están marcados por lo lento que se desarrollan y lo abrupto de su fin.

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El regreso a la actividad mental normal es a menudo tan repentino como tropezarse con alguien. A menudo, uno termina chocándose de verdad contra alguien, al menos en mi caso. Pero de todos modos, el despertar es claro y, por lo general, completo. Pues bien, en esta ocasión, aunque una ola de cordura me arrastró a la conciencia de que en realidad solamente estaba mirando una humilde y diminuta juguetería, de alguna extraña manera la curación no parecía ser definitiva. Algo que no podía controlar seguía diciéndome que me había adentrado en una atmósfera extraña, o que había hecho algo raro. Me sentía como si hubiese obrado un milagro o cometido un pecado. Era como si de alguna forma hubiese atravesado una frontera del alma.Para librarme de esta sensación onírica tan peligrosa, entré en la tienda e intenté comprar algunos soldaditos de madera. El dependiente era muy anciano y estaba muy deteriorado. Con medio rostro y toda la cabeza cubiertos de despeinado cabello cano. Un cabello tan increíblemente blanco que parecía artificial.

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Y aunque parecía senil y enfermo no se reflejaba sufrimiento en sus ojos. Era como si, poco a poco, se estuviese quedando dormido en una decadencia amable. Me dio los soldaditos de madera pero, cuando coloqué el dinero sobre el mostrador, aparentó no verlo en un primer momento. Parpadeó débilmente mirándolo y lo apartó débilmente.-No, no –dijo confuso – Nunca lo he hecho así. Nunca. Aquí somos muy anticuados.-No aceptar dinero me parece algo a la más rabiosa última moda más que anticuado.-Nunca lo he hecho así – contestó el anciano sonándose los mocos – Siempre he dado regalos y soy demasiado viejo para cambiar.-¡Por el amor de Dios! – dije - ¿Qué quiere decir? Está hablando como si fuese Papá Nöel.En el exterior, las farolas no podían estar encendidas. En cualquier caso, era imposible ver nada más allá del escaparate iluminado.

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No se escuchaban pasos ni voces por la calle. Parecía que me hubiese internado en un nuevo mundo en el que el sol no brillaba. Pero algo había soltado las amarras del sentido común y no podía sorprenderme más que de una manera somnolienta.-Pareces enfermo, Papá Nöel – Algo me impulsó a decir eso.-Estoy agonizando.Guardé silencio y fue él quien habló de nuevo.-Todos los nuevos se han marchado. No lo entiendo. Se meten conmigo por razones tan raras e incoherentes. Los científicos, todos los innovadores. Dicen que le doy a la gente supersticiones y les vuelvo demasiado ilusos, que les doy carnes horneadas y les hago demasiado materialistas. Dicen que mis partes celestiales son demasiado celestiales, que mis partes mundanas son demasiado mundanas. No sé lo que quieren, de eso si que estoy seguro. ¿Cómo puede algo celestial serlo demasiado? ¿Cómo puede algo mundano ser demasiado mundano?

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¿Cómo se puede ser demasiado bueno o demasiado alegre? No lo entiendo. Pero hay algo que entiendo demasiado bien: esta gente moderna está viva y yo muerto.-Tú sabrás si estás muerto – repliqué – pero a lo que ellos hacen no lo llamo vivir.Un silencio cayó entre nosotros que, de alguna manera, esperé ver roto. No había durado unos segundos, cuando, en medio de la total tranquilidad, escuché unos pasos que, cada vez más rápidos, se acercaban por la calle. Al instante, una figura se lanzó al interior de la tienda y quedo enmarcada en el umbral. Vestía una chistera blanca, echada hacia atrás como con prisa, anticuados pantalones negros ceñidos, anticuados chaleco y chaqueta de colores brillantes y un fantástico abrigo viejo. Tenía los ojos, abiertos y brillantes, de un actor de carácter, una cara pálida y nerviosa y la barba muy recortada. Abarcó al anciano y su tienda en una mirada que fue de verdad como una explosión y lanzó la exclamación de un hombre por completo estupefacto.

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-¡Buen Dios! ¡No puedes ser tú! – gritó – Vine a preguntar dónde estaba tu tumba.-Aún no he fallecido, Sr. Dickens – contestó el anciano con su débil sonrisa – Pero me estoy muriendo – añadió como tranquilizándole-Pero a paseo con todo si no agonizaba en mis tiempos – dijo el Sr. Charles Dickens alegremente – Y no pareces ni un día más viejo.-Llevó así mucho tiempo – Dijo Papá Nöel.El Sr. Charles Dickens le dio la espalda y sacó la cabeza por la puerta, metiéndola en la oscuridad.-Dick – bramó a todo pulmón – sigue vivo.Otra sombra oscureció el umbral, entró un caballero mucho mayor y más fuerte que llevaba puesta una enorme peluca empolvada. Abanicaba su sofocado rostro con un sombrero militar correspondiente a la moda de la época de la reina Ana. Andaba erguido como un soldado y en su cara había una expresión arrogante que era repentinamente desmentida por sus ojos.

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Humildes como los de un perro. Su espada hacia mucho ruido, como si la tienda fuese demasiado pequeña para ella.-En verdad – dijo Sir Richard Steele – Es cuestión harto prodigiosa, pues este hombre se acercaba a su último aliento cuando escribí sobre Sir Roger de Coverley y su día de navidad.Mis sentidos se embotaban y el cuarto se oscurecía. Parecía repleto de recién llegados.-Se ha dado siempre por entendido – dijo un hombre gordo que ladeaba la cabeza en un gesto obstinado y humorístico ( Me parece que era Ben Johnson). Se ha dado siempre por entendido, cónsul Jacobo, bajo nuestro rey Jaime o bajo su difunta Majestad la reina, que costumbres tan buenas y saludables decaían. Y que era previsible su desaparición. Este anciano canoso no está ahora menos robusto que cuando yo le eche el ojo.

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Y creo que también escuché a un hombre vestido con malla verde, como Robín Hood, decir en una mezcla de inglés y francés normando “ Pero sí lo vi agonizante.”- Llevo así mucho tiempo – Dijo Papá Nöel otra vez a su débil manera.El Sr. Charles Dickens de repente se le acercó y se inclinó delante de él.-¿Desde cuándo? –preguntó - ¿Desde qué naciste?-Sí- contestó el anciano y se dejó caer en su silla temblando – Siempre he agonizado.El Sr.Charles Dickens se quitó el sombrero haciendo una reverencia como la haría un hombre que llamase a la multitud a amotinarse.-Ahora lo entiendo – gritó – Nunca morirás. 

Fin120

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G.K. Chesterton -llamado por la crítica: El príncipe de la paradoja- fue uno de los escritores ingleses más notables -y barrocos- de su época. Incursionó en el ensayo, el periodismo, la poesía, la narrativa, incluso en la biografía. Tal vez su personaje más célebre es el Padre Brown, un agudo y sencillo sacerdote católico dedicado a desentrañar los misterios más extraños.

El cuento, La Tienda de los Fantasmas fue publicado por primera vez en el periódico londinense Daily News, y luego recogido por la colección de ensayos de 1909 Tremendous Trifles.

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Fuente: [http://gonzalosp.wordpress.com/2010/11/06/gilbert-keith-chesterton-3/]

Gilbert K. Chesterton (1874 - 1936)

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Glosario

Querido lector, los cuentos de

terror contienen su

propio lenguaje…

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Glosario

Ensayista: persona que hace o escribe varios ensayos. Exposición: dar a conocer sobre un tema a un auditorio o público. Promoción: es la manera de exponer algún producto u objeto. Concentración: poner mucha atención a algo. Examinar: hacer una revisión cautelosa. Hipnotizado: producir la hipnosis (a algún hombre o animal). Publico: personas o auditorio. Político: persona dedicada a la política de gobierno. Juramento: decir algo que prometes y cumplir con ello por siempre. Pasado: acción que ya se ha realizado Cinematográfico:  Arte e industria de hacer películas por medio del

cinematógrafo Cosecha:  Conjunto de productos de la recolección Crítica: Arte de juzgar y evaluar las cosas Primitivas: De los orígenes o primeros tiempos de alguna cosa

Page 124: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Glosario

Metáfora Figura consistente en usar una palabra o frase por otra, estableciendo entre ellas un símil no expresado

Bruja: Persona que practica la brujería Neblina: Niebla espesa y baja. Humanidad: Conjunto formado por todos los seres humanos Escandinavo: De Escandinavia o relativo a esta región del norte de

Europa. Paciente: de una oración pasiva. Invariable: Que no cambia o no puede cambiar. Exhausto:  Se aplica a la persona o animal que están agotados o muy

cansados, débiles o sin fuerzas. Desfallecer: Perder las fuerzas||Abatirse, perder el ánimo||

Desmayarse. Absoluto: Que excluye toda relación o comparación||Ilimitado, sin

restricción||Completo, total. Indescriptible: Que es tan grande e impresionante que no se puede

describir.

Page 125: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Glosario

Copiosamente: Nutridamente, abundantemente, cuantiosamente, numerosamente.

Estremecer: Conmover, hacer temblar algo o a alguien||Causar sobresalto o temor algo extraordinario o imprevisto.

Resoplar: Echar ruidosamente el aire por la boca o la nariz. Exaltado: Que se exalta o excita con facilidad, extremo en su actos y

opiniones. Artefacto: Artificio, máquina, aparato||Cualquier tipo de carga

explosiva. Desgarrador: Que provoca sufrimiento y horror. Desolado: Despoblado, sin vida|| Triste, afligido, desconsolado. Lúgubre: Triste, funesto, melancólico, tétrico. Despojar: Privar a uno de lo que tiene, en general violentamente||

Quitar los adornos y accesorios de algo||Desposeerse voluntariamente de una cosa.

Estrellado: Que tiene forma de estrella||Que tiene muchas estrellas. Ebrio: Que tiene sus capacidades físicas o mentales mermadas por

causa de un excesivo consumo de bebidas alcohólicas. Estruendoso: Ruidoso, que causa estruendo.

Page 126: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Glosario

Contundente: Evidente o tan convincente que no admite discusión||Que produce contusión.

Adyacente: Contiguo, situado en las inmediaciones o proximidades de otra cosa.

Macabro: Relacionado con la muerte y con las sensaciones de horror y rechazo que esta suele provocar.

Verdugo: Persona que ejecuta las penas de muerte u otros castigos corporales||Gorro de lana que cubre la cabeza y el cuello, dejando descubiertos los ojos, la nariz y la boca ||Moldura convexa de perfil semicircular||Persona muy cruel.

Vislumbra: ver un objeto confusamente por la distancia Analfabeto: que no sabe leer ni escribir Analfabetismo: falta de instrucción elemental en un país Trascendental: de mucha importancia o gravedad Transitorios: pasajero o de manera temporal Raer: raspar un instrumento una superficie cortante Fisiológico: de la fisiología o relativo a ella

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Glosario

Inerte: falta de vida o movilidad inútil Fonógrafo: aparato que registra y reproduce vibraciones Grafía: signo o conjunto de signos con que se representa una palabra Sectores: parte de una clase o de una colectividad Conceptos: es la definición de alguna frase Hábitos: acciones que hemos realizado diariamente Aspiraciones: son pensamientos que en un futuro se realizarán Implacable: severo o situación inflexible. Ensayista: persona que hace o escribe varios ensayos. Exposición: dar a conocer sobre un tema a un auditorio o público. Promoción: es la manera de exponer algún producto u objeto. Concentración: poner mucha atención a algo. Examinar: hacer una revisión cautelosa. Hipnotizado: producir la hipnosis (a algún hombre o animal).

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Glosario

Publico: personas o auditorio. Político: persona dedicada a la política de gobierno. Juramento: decir algo que prometes y cumplir con ello por siempre. Pasado: acción que ya se ha realizado Rechazo: Retroceso de un cuerpo en su curso o movimiento debido a

la resistencia ejercida por otro Paranormal: Se aplica al fenómeno que no tiene explicación científica

por no ajustarse a as leyes de la naturaleza Experiencia: Conocimiento de algo o habilidad para ello que se

adquiere al haberlo realizado, sentido o vivido una o más veces Difuntos: Se aplica a la persona que ha muerto Merodeando: Apartarse algunos soldados del cuerpo en que marchan,

en busca de lo que puedan coger o robar Pánico: Miedo o temor intenso, especialmente el que sobrecoge a una

colectividad ante un peligro Espeluznante: Que causa terror o miedo muy intenso

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Ficha bibliográfica

… acérquese, querido

lector, a los libros, pues

en ellos hallará

mundos aún más

terroríficos…

AA. VV. Antología de fantasmas. Ediciones Jaguar

S.A. (2003)

Colección La barca de Caronte

Fecha de consulta: 9 de abril de 2013

Page 130: ANTOLOGÍA DE LOS CUENTOS DE TERROR II

Buenas Noches