anónimo - idea de san ignacio de loyola o lo que son los jesuitas

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Page 1: Anónimo - Idea de San Ignacio de Loyola o lo que son los Jesuitas
Page 2: Anónimo - Idea de San Ignacio de Loyola o lo que son los Jesuitas

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Page 3: Anónimo - Idea de San Ignacio de Loyola o lo que son los Jesuitas

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]UJPBJ:;:\T_~ DE VI(;E~TE G_~RCI"~ 'FORRE"" calle del Espíritu Sallto número 2.

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Page 4: Anónimo - Idea de San Ignacio de Loyola o lo que son los Jesuitas

IGNAClO DE LOYOLA, FiTNDA.DOR

DE LA- CO PAPdIA DE JESU Sc

V EAMOS quien fué este personaje singular, fundador de una sociedad pode­rosa, que durante dos siglos ha ejercido el mayor ascendiente en los negocios de Europa y de América, y que á pesar de la grande muralla y de las adua­nas de Canton, estendió su quísquílloso influjo hasta el centro de la China.

Existen treinta y dos biografias de Loyola: Vóltaire y Bayle comentaron su vida sin comprenderla, y cuantos escritores se han ocupado de la his­toria oe los santos, han hablado tambien de San Ignacio. Los fanáticos lo ponen en las nubes: los jesuitas lo sientan al lado del Padre Eterno: los jansenistas le han arrojado al limbo, y los filósofos han hecho de él un ob~ jeto de escarnio. ¿Se le ha juzgado sin embargo? ¿Es conocida aun tan estra­ña existencia? ¿Se sabe todavía cuánta estravagancia iba unida á tan alta virtud? No. La mayor parte de los fallos de la historia están reclamando re­visiono Dictadoii precipitadamente por las pasiones ó por la prevencion, es es­te el sello que casi todos presentan, y no el de un exámen franco y severo.

S. Ignacio es un D. Quijote realizado; él fu€ en la religion lo que el héroe de la Mancha en la caballería. 'Este no ha existido mas que en el cerebro crea­

dor de Cervantes; pero aquel ha fundado en la cristiandad una república in­m ensa. E scriban otros la historia del jesuitismo; analicen en buena hora los preceptos que han favorecido su desarrollo; en cuanto. á nosotros, el gcfe, elor­ganizador de aquel instituto es el que nos parece mas digno de atencion. Cuan­do el catoli.cismo, atac~do en sus misteriosos dogmas, veia asomar una cri­

sis bajo la que iba á peligrar, vino al mundo IgJiacio. Cabal1ero de la Víi:­gen, firme apoyo de Roma vacilante, se le vió en la edad media enarde­cerse con un entusiaEmo tan ardiente, como el del paladin mas rendidamen_ te consagrado al culto de su hermosura y de su rey. Fué su cuna la España,

pais á la sazon de la caballería y del catolicismo, la única comarca que po­dia servir entónces de dechado á todo el mundo. Peregrino ridículo, fanático, perseguido de continuo por alucinamientos estáticos; empero constante, em­prendedor é imperturbable en sus designios, se entregó á la pública irrision:

• "

Page 5: Anónimo - Idea de San Ignacio de Loyola o lo que son los Jesuitas

.. .... .... " . - ;. ~ -' ~

~_~jgJ~6':0.6je.t;'ó,dcl epIgrama y de la sátira, po.deis, filóso.fos, mo.strarno.s sns un-tll'.ajoli, ¿¡{ésc~ulario., sus cancio.nes á la ~adre de Dio.s, sus asquero.sas san- o

o -

--~dalias y su bordon; mas á despecho de tanto ridículo y de tanto. escarnio, ét ~..... . - .

~to.!,l"cluyó su tarea, aun pasó Inas allá del fin de su vocacion: ese ho.mbr.e. ~ ---: a"'fiánzó lq. tiara, derro.có tronos y mató reyes; útil ó maléfico., ha dejado Ulltt·

• :'. hWe -la pro.funda cn la hi.<:;t01·ia. Aho.ra que nada tienc ya que temer el munde)­

de las ideas superstici08as en il~:¡; se fundara su pnderío., podemos decirlo sin, . ..

- . ..tresgo y sfil escrúpulo: la carrera que César y Maho.m:l. han reco.rrido., uo es :¡ .:11'1' maravillosa como la que· recorrió Ignucio de Lvyola •.

0=(; .. , A principios del ~iglo diez y seis, en la épo.ca de aqueI'1a- gran re·vt>lueiofi'

rcligiosa y política (}\1O despertó, digámoslo así, al mundo. de su letargo, era. preciso que na ciese el héroe , pero poderoso, de quc vamos á hablar. Antago.-.

nista de Lutero, fué el campean· de la fe, así como el religioso alrman fué el tipo. el e la crítica aplicada á las matci'Í.as religiosas. Otros bosquejarán el retra­

to de aquel n1<JI~.ie qne d()sde el fondo. .de un claustro m-ihó Íos cimientos dd tr.ono papai j pero nuestra tarea, mas dificil quizá" se ceñirá á manifestar l~ eircunstaacias que. permitieron á su adversario levantar el inmenso estri­bo con que apuntaló el eatolicisIno.- ¡Fueria mágica del pensamiento~ Un DlenJJgo y un fruiIe son los motores. de aquel gran drama. A Lutero y á Lo._ yola ~c n:fi crcn todos los ::.contccim icntos en que fc~ tan fecunda aquella épo­

co. . .-l • .! ru ] :· t! or ele Layola :;() uG'l'upan la lig;l") ,la rC" ocacio!1 del edicto de N :::n­

tl'~ Y.- la pr:T0:d~ r~~1:c :<t t:c E .:'p<tila; y cn torno de Lutero el influjo del Fote!:­tantismo, el desarrollo de lo.s estudios bíblicos, el progreso de la crítica modero na, el' racionalismo de Lodre ·y las doctrihas filosófIcas, cuyo último resu?tad"o '-,

nos está estrechando todavía y no.s agita. La riqueza y poderío del instituto

.fundado por el hidalgo guipuzco.ano, nada son cuando. se co.mparan con el in­flujo que ha ejercido en el mundo; y Lutero. y sus sermo.nes desaparecen, si se compara este hombre y sus obras con la terrible llama que encendió con

el enorme impulso que dieron sus manos.

Separemos de la biografia d'e LoyoIa las leyendas falrulbsas co.n que han pretendido. embellecerla. los jesuitas modernos, porque la relacion de esta vida ofrece mas interes en su realidad, que todas las ficcion~s de una imaginacion

poética.

En un antiguo, alcázar que habia junto á Azpeitia, en la pro.vincia de Guipllzcoa, fué donde vió la luz Ii'íigo de Loyola y Oñez; fueron sus padres

Beltran Yañez de Loyola y Oi'íez y Marina Saenz de Licena· y Balda. Fu€­

educado en el castillo, dEl su padre, que era un hidalgo de co.stumbres seve­

ras, de carácter inexorable y muy envanecido con la antigücdaa de ~u prosu­

pia. A lo.s veinte años pasó á lu corte de F ernando é Isabel, en cuya bandera­

sirvió hasta la edad de treinta. Los j esuitas que han escrito su vida, sa ha­

llan atascados al llegar á estos ai'íos pasado.s en la corte y en campaña, pUt' c: quisieran imprudentemente converti·r en un santo á Iñigo desde Sil mas tier •.

na edad. Segun su pro.pia confcsion y las memorias de aquel tiempo, fu é Iñi­go de Loyo.la un verdadero caballero del siglo diez y seis, esforzado y devoto, galan y terco, apasionado por la glo.ria, escrupuloso en el cumplimiento de

los deberes religiosos y de los dd honor, lacónico. en EUS discurso.s, arrebatado

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-.':) Y tenaz en sus determinacioncs, severo en >:n esterior, y mczC:hwdo con fr~­

-'euencia á las austeridades la licencia de la vida militar.

Servia en calidad de soldado raso, pero muy querido por~u valor, cula

guarnielon de Pamplona, en la época en que los franceses siti<1.ron aquella pla­za y la redujeron al último estremJ. Los sitiadores @frecian á los sit.iados

permitirles la salida con la vida y bagajes, y el gobernador establt ya casi

dispuesto á consentiT en estOl capitulacion, euando se le pr~sentó Iñigo íí. ma­

nifootarle que la plaza se hallaBa t(}davía en estado de defend'~rse. Su opi­nion priwalcció en el consejo, y a.fieiales y soldados resolvieron negarse á. to­da capitnlacion: 'Iñigo, tomando ,á parte uno de sus compañeros de armas, la hizo su confcsion general, recrbió ri. su vez la del sold <1 '~ ,1 , ,y fué en seguida

,á, colocarse en las filas. En esta s@la circunstaneia se pueden fácilmente re­conocer los principales matices de su cará.cter, su resoluc'ien, su partinacia,

stl ,ascendiente sobre sus sem ejantes, su pl'ofunda devocion y el menosprecio 'qae hacia de la muerte y del peligro. La suerte, que hubiera podido hacer

-de liiigo un general célebre, olro duque de Alba, quiso que fucra un funda­dor de secta.

Se hizo una salida, (5 Iñigo, que se batía siempre en las primeras filas,

cOayó herid0 de un 'balaza en las dospie,rnas; en la izquierda era leve la h~ ­

J'ida'; pero la ~:lcrccha estaba fracturada. Sus camaradas, al yerle caer, capitu­

bron y fueron hechos prisioneros juntamente con Iñigo. Los franceses hon-1'aron su valor, acto de humanidad que fué muy aplaudido en una época en I]ue la guerra no era mas que una feroz carnicería. Iñigo permaneció duran­te una semana en el campamento frances, cuyos cirujanos le prodigaron 106

i'uayores desvelos. Se le vol viG la libertad, y fué llevado á la casa -de su pa­

odre. Apesar de todas las precauciones, se le enconó la herida; los sacudimien­

tos de la- camilla en que iba aumentaron el mal y la cálcntura. Era forzoso llaear de Muevo la opcraeion: con su 1,'alor aeostumhrado se sometió á este

nuevo dolor. Entretanto ib:l11 disminuyendo sus fuerza>l, perdió el apetito y fué ' tlesahuciado de los médicos.

La víspera de S. Pedro y S. Pablo se le manifestó que si t:.ntcs de me-•

dia noch e no tomaba la 'crísis un sesgo favor~le, no habia remedio para él. Iñigo se resignó, compuso un himno á S. P edro, y se durmió. Se verificó la .J"eve~ ' leion tan anhelada, y no tardó en quedar asegurada la convalecencia de Loyola; perG> empezaBa á aesarrollarse en su seno otra nueva enfermedad,. La profunda soledad del alcázar, las ideas religiosas que alimentaba Iñigo, :la natur~l exaltacion de ~u espfritu, el pronto reeobro de la salud que él no

<ludaba en' atribuir á. sus rezos y á su himno, el ardor .con que su imaginacion ,se lanzaba siempre á lo rnaravmosQ, y que á. la agitacion de la vida militar sus­

tituia ,un fervcl'osO entusiasmo: todas estas causasjuntas provocaron en Loyo­

la un delirio nervioso, acompanado ,de una especie de locura razonada, que

,apesar de no manifestarse con ningun acto de insania aparente, decidió de el!!

vida y pautó su conducta sucesiva. La fractura de la pierna habia sido mal cu­rada, y para corregir la falta del primer cirujano, se hacia necesaria una ope­

racion sumamente dolorosa. Iñigo cojeaba: soldado y orgulloso con su hermo­

,tUr.a natural, á despecho de susdcsvarÍos piadosos, conservaba todavía aqueo

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6 Ha fatuidad militar harto parecida á la coquetería mugeril. Sujetóse pueE. á la

operacion de que acabamos de hablar. Le aserraron una parte de la canilla, y

por medio de una máquina que habian dispuesto al efecto, hicieron estcnder

una parte del hueso: Iñigo prefirió padecer todos aquel!os tormentos á quedar

cojo. No tardó en hacer otro uso de tanto valor y de tanta resolucion.

Aquí empieza una nueva existencia para Loyola. Vamos á verle tomando ,

por regla de su vida una poesía mística, heroica y aventurera con que se em-

papaba y embriagaba su alma con las continuas lecturas á que se entregaba

en su retiro. Se hallaba muy débil, le habian condenado á la mas rigurcsJ.

dieta, y ólpenas podia andar. Pidió libros, el Palmerin de Inglaterra, el Ama­dis de Gaula, todas áquellas hermosas epopeyas de la caballería que siempre le habían llenado de asombro. Aquellos libros no se hallaban en casa de su

padre, y le dieron la Vida de JesucFisto por el cartujo Landolfo, y la Vida de 108 Santos.

Es talla semejanza que se nota entre Iñigo confinado en su castillo, y D.

Quijote retirado en su morada, que un escritor ha llegado á sospechar que Cer­

vantes se propuso parodiar al fundador de los j esuitas y trasladar en sus pági­

nas la realidad chocante que le presentaba la vida de L oyola. N o es esta

nuestra opinion: Cervant(;:s ha tomado en las costumbres de su siglo los mate­

riales para su obra: nada mas comun en aquellos tiempos que aquella existen­cia adusta, aquella exaltacion solitaria, aquclla concentraciou de todas las fa-

. -cultades sobre un solo punto, de todas las fuerzas del alma en una sola idea.

J~a monomanía de Iñigo tomó un giro religioso por no haberlo podido tomar

caballeresco. Antes de su enfermedad y de la época de su retiro, tenia por

Dulcinea, por amante platónica, á una princesa ó reina, cuyo nombre han tras­

cardado sus biógrafos. No era condesa ni duquesa" mas era su estado mas al­

to que ninguna de estas: hecho singular que han procurado ocultarnos de mie.

do de escandalizar á las almas devotas; p,cro que revela de un solo rasgo toda

la situacion moral é intelectual de Loyola.

Figuraos á este caballero tendido sobre su lecho en el silencio y reposo de un

castillo feudal. Privado de sus lecturas predilectas, acepta, á falta de otras,

aquellas vidas de santos, tan afectuosas: Loyola da crédito á todos sus mi­

lagros. Allí se le ofrece otro heroismo, libre absolutamente de sangre y de

l~grimas. Iñigo se armó por el Eterno y por la Iglesia católica como se hu.

biera armado por la señora de sus pensami entos. El ardiente delirio de su con·

valecencia fué el móvil de toda su vida; el instituto de los j esuitas salió del •

aposento de un enfermo.

¿Acaso no podia él hacer lo que hicieran San Francisco y Santo Domingo?

Por mucho tiempo fermentó en su entendimiento esta cuestion, que él ya ha­

bia resuelto, y que debia con el tiempo producir todas sus consecuencias. En

rente de su cama habia colocada una imágen de la Vírgen; se levantó á me ..

dia noche, y puesto de rodillas, resolvió é hizo juramento de ir á pié á J crusa­

len y de sofocar á fuerza de azotes y ayunos los recuerdos mundanos y la voz

de las pasiones. Dotado de una perseverancia sin limites y de un fervor con­

centrado, se propuso ser el caballero andante de la Iglesia. Una abstinencia

pitagórica y el desapropio mas completo fueron la regla de su vida. Bien pron:

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to las visiones y los éxtasis vinieron á recompem:ar sus sacrificios y á. agravar

su locura. Creyó ver á la Vírgen alentándole en sus mortificaciones y oir vo­

ces eelestialGs. No tomemos cn chanza tales éxtasis, porque son el medio de

que se vale Dios para castigar el orgullo del hombre, cuando, sobreponiéndose

á su natural flaqueza, quiere remontarse al orígen de su ser: un alucinamiento

invencible deslumbra cntónces su presumida razon: objetos mas bien de lástima

que de burla, los hombres á quienes estravian semejantes ideas no pueden con

justicia ser confundidos con los embaucadores.

Nos abstendrémos de entrar en el fastidioso pormenor de los éxtaDis serán:

cos á que se abandonó L ayola y de las locuras sistemáticas con que dismin uyó

el tedio de su soledad. Ni tampoco dirémos cómo logró conversar familiar­

mente con la Vírgen María, ni con qué angélica paciencia copió la vida de los

Santos en treEcient.as páginas en cuarto, volúmen admirable, si se le eonside-

-ia en la parte caligráfica, yen que todo los pasages relativos á la Vírgen esta­

ban escritos con tinta azul, los relativos al Padre Eterno con tinta encarnada,

y el resto con tintas de diversos colores. Puerilidades son estas, que solo son notables por el hombre que las obró Y.[lor la fama de que ha sabido rodear su

nombre.

Martin Garcia, su hermano, advirtió su singular conducta, y en vano procu­

ró averiguar la 'causa. Pasmado de ver siempre á Iñigo á la ventana contem­plando á los astros, hablando poco, ayunando sin cesar, azotándose con regula­

ridad todos las mañanas, lo ll¡¡tmó aparte y le dirijió este razonamiento:

"Querido Iñigo, nuestra casa es antigua y Tmestro nacimiento ilustre; tú tie­

nes valor y talento y puedes dar nuevo realce á nuestra familia y nueva eele­

bridad al nombre de Loyola. p ebo confesarte ingenuamente que la conducta que observas está muy distante de hacerme concebir tan bellas esperanzas: c.ui­

dado con entregarte á esa melancolía y á esos desvaríos que te' dominan de

continuo. En nombre del cielo te ruego que no olvides lo esclarecido de tu

alcurnia; sé hombre y soldado; vuelve á entrar en la senda en la que tanta glo­

ria te has grangeado, y procura desterrar esas indolentes meditaciones que te

apartan de los peligro.s y el honor de una vida activa." , •

La contestacion de Iñigo fué tal cual la daria tambien ahora, enteramente

jesuítica. Procuró tranquilizar á su hermano, dice uno de sus biógrafos, sin

comprometerse á nada. Se desembarazó -de sus instancias sin hacer traicion

á la verdad: nihil á vero discedens, sese á fratre extricuvit. Harto notable

se presenta esta predisposicion de Loyola; es la teoría de las reticencias y de

las restricciones mentales, puesta ya en práctica por el caudillo del instituto

mucho tiempo ántes que los Escobares y los Sanchez redactasen sus constitu­

ciones. Los buenos resultados que obtuvo Loyola durante su vida fueron, dj,­gámoslo así, el primer tipo del buen éxito que coronó la conducta de sus hijos

despues de su muerte: las prendas que él habia desplegado fueron las mismas

que dieron una estension tan agigantada á su órden: prudencia, resolucion,

manejo, humildad y perseverancia.

Montado en una mu a;-a.compañado de uno de sus hermanos y de dos cria.

dos, partió del castillo de Loyola, y despues de hecha una visita á una herma­

na suya quo vivia en Oñate4 se dirigió á Navarrete. Allí cobró algunas can. '

,

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iidades que le adeudahan, bizo linnsnas, despidió á -sus criados, y sc villa á.

Monserratc. AquÍ se entregó á austeridades enteramente pareciuas á. las que

presenció la Sierra Morena cuando el eaballero de la Triste Figura lá hizo teatro de SI'lS proezas. Iñigo procuró imitar todo cuanto refiere la vida de los santoó', de penitencias, de disciplinas, de ayunos prolongados y de privaciones

voluntarias. Un moro que le encontró en aquellos ejcrcicios, le dirigió algu­

nas reprensiones, y tra1)aron una contienda. El moro manifestó-..que no podia

comprender ni el ~acrificio de la misa, ni el misterio de la Trinidad, ni el Es­

"p Írit u Santo, ni la virginidad de la Madre de Dios. Estuvo á punto de en­sangrentar las rocas de Monscrrate un combate entre el caba11ero del cristia.

nismo y el infiel. Lit cólera de Iñigo habi1\ llegada á. su colmo, y esperimen­'1D,ba, como lo deelara en sus confe;:iones autógrafas, un violento deseo de lL,l"r <.l e puñaladas á su ad I'crsario. ¿Pero cra laudable semejante accion, ó era cri­minal? Víctima Iñigo del trastorno que producía en su alma aquella duda,

se decidió á recurrir á un medio harto singular y que pinta toda l,a estravagan­

eia de su carácter. Montó en su mula solllbadolc enteramente las riendas. El moro segula ;~ caballo el minno camino: se Jlrcsentaron ' dos sendas; si la multl. hubiese tomado la izquierda, el moro hubiera sido muer to á. estocadas desapia.

, Jadamenle: tom ó feli zmente la derecha, y evitó clerírnen y ll1s remordimien. tos á. Ii1:go cuya rcsolucion estaba definitivamente tomada. Esta confianza

, fanática, este ciego abandono de un insensato que se entrega á los fallos del .acaso como á los decretos de Dios mismo, se encuentra tambien en la vidá de

Rousseau y de Cardano; dos inteligencias ardientes, poderosar., pero exagera­

das y rebezando exaltaeien. Este fenómeno fisiológico, es digno de observar­

:8C (*). Si la mula de Iñigo le hubiese mandado el asesinato, si el moro hubie· ~

1>e muerto á. los filos de su '1míi;¡.l, el fundador de los jcsnttall 1ttibiera sin dud a

t;ido encerrado en una casa de Orates, donde le hubiera cabido una muerte os. <:Ul'a y no hubiera exis tido jamas esta grande congregacim~ que en la balanza

de "Europa ha pesado mas que diez tronos juntos. Entre tanto, cubierlo de un cilicio, vestido de peregrino, ceñidos los lomos

con una soga, eolg:lda una calabaza de aquel ceñidor, y con unas sandalias de •

junco en los piés, se adelanta h<ieia el célebre monasterio de ·Monsenate. Ha.

bia renunciado para siempre al mundo y á todas sus ptlmpas: hizo su confesioJi ,á un mongc francés, dió á. UD pobre sus armas y su uniforme, trage espléndido

.Y de mucho costG, y delante del altar de la Vírgen hizo voto .de perpetua cas­

hilad. Se le vió pasar noches enteras en la iglesia, aplieando á su devota

exaltacion sus recuerdos militar~s y caballerescos, y consagrar á la Madre de Dios aquella vela de las armas que constituye una de las ceremonias mas esen-

-1*) Es muy estra;-w que se note esta misma particularidad en 'la vida de

1l'n hombre que nadie pued.e tachar de fanático, ,Julio Mazarim;. ,Despues que

/1a Fronda hubo logrado desf{,1Torle, _vaciló por 1nucllO tiempo si 1:olveria á Fran.

cia. En medio de su indecisio'n, arrojó Slt baston ií la copa de un arbol á eu.

:;0 pié se hallaba, y esclamó, dice el Conde de Brienne: "Si se queda allí al'.

1'iba, volveré á Francia." En c-jf!CifJ se quedó .entre las ramas) !J Maza.rino óColrió .

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eiales de la. inv.cstidhra concedida á un novel caballero. Recórrnse toda fa v r-. da de Lñigo¡ y ' en toda se hallará la mism a. mezcla de locura y de pujanza mo­ral. Parte de una idea fija que exagera, y la desarrolla en todas sus conse-

.. cuenclUS.

Amanece: canswo dc su velada, el caballcro de la Vírgen se pone en cami':' llo.~n un pié oalzado y otro descalzo. La herida le molestaba aún,_y la piel'. na mala cxigia miramientos.

¿Y :i donde se dirige? á Jerusalen. Va pordioseando, y en el camino llega á.su noticia que ha. si.tlo arrestad<> como ladr.on.el hombre Úi; quien ha dado, Sil

uniforme, motivando c5ta acusacion la riq~1Cza -de las armas q He sc han ' hallado

cn,su poder. Aquel accideRtc lo atribuye Iñigo á sus pecados, y redobla las; austcrid:ltle" pura- castigarlos. Un:! señora, llamada Inés Pt\seual, encuentra­ca la carretcra i aquel singular personage onya noble figura y fin ::n rru>daleG presentan el mas raro contraste con su esterior desaliñado, sus vestidos andra­

josos, su pelo largo y crizado; le da una limosaa, le pregunta y muestra intere. saISe por él. Mas Iñigo rehusa cuanto pudiera sl'la.vizar su situacion; un men­drugo de pUll.yun pocu de agua es cuanto él :n,ecesita.. En todas las pollla.

clones qU9 atraviesa, visita á.los enfermos, parte su pan coo. los pobres, y of~­ce á las alm~s piadosas sus ·auxilios espirituales. No tarda en cundir su rcpu.

tacioll; es un f.anto, grita el pueblo. Dc todas pUttes acuden á é!. Y exaltado IIíigo con esta existe:ncia tan pcética y tu.n mi&>crable á la vez, cree· cn su sn.nti(hd:.se ues;ll"rolh ú. sus ojos toda la sublime grandeza de su mision, y s (~

juzga prcdestinado. Le presentan la palma reservada al heroi"mo cristia'no, al ascetismo y.á; las privaciones, y su mano se apresura á empuñ·alla.

Trasladémonol'; por un instante al siglo diez y seis, 'rodéemonos de las clases " medias y del populacho de aquella é.poca tan crédula y tan Erofunuamcnte a.11 i.

mada de un entu!'iasmo y de una fé sombrías. N ada mas comun. mas senci-.

lIo y mas verdadero entónces que las visiones, los eSEect.ros Y las cosas sohre'· naturales. Una fantasma en el cementerio, y un santo en b. calle, no causa _

ban ~ menor sorpresa. Loyola, cuyo alucinamiento habia comenzado en el castillo feudal, no duda.

ba de que Dios tenia designios sobre él. Como San Antoñio en el desierto ," veíase de continuo perseguido de estrañas visiones: como .todos los santos, luvo.

deseos de volver al mundo y sus momentos de arrepc!l!1imiento. Unas veces

atormentado por el hambre, se le figuraba ver á lo lej(}s una serpien te de [ucg'>-­

que se le iba acercando y le ·fascinaba con sus miradas, dejá.ndole por últim:o sumido en las mas profundas tinieblas: oti"as vec~s se de::plegaba á su vista una

terrible feintasmagoría que parecía.. querer embargarle el paso. Ni un instante de reposo; siempre los mismos temores los mismos remordimientos por sus P<'_

cüdos, el mismo dolor mezclado de un éxtasis profumlo. Una larga serie de escrúpulos, de tentaciones y de desaliento lo llevó á. los bordes ' del sepulcro...

Quiso dejarse morir de hambre y redoblaron sus éxtasis.

Por largo tiempo la idea del suioidio germinó, se dcsarolló, tomó cuerpo 00

su entendimiento, hasta que acabó' por, embargarJo enteramente. De esta ma­

nera hubiera terminado desgraciadamente aquella tragedia interior de que era.

Ignaeio autor y actor á un tiempo: de esta ma.nera hulliera perecido el funda-

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10 dar del j~suitismo sin dejar una huella en el munao, si la voz' de un confesor

no le hubiese arrancado á sus propios furores y no le hubiese hecho un caso de •

conciencia de aquella muerte voluntaria. Consintió en tomar. algunos alimen-tos: flaco, macil~nto, y parecido mas bien á un espectro que á un hombre, po­dia sostenerse apénas. Cuando su debilitado cuerpo resucitó, digámoslo así,

se verificó en él una revolucion súbita y fácil de comprender. Deseó volver al mundo; la carrera ,de las armas se ofreció otra vez á su imaginacion con to­da su acti vidad, su brillo y gloria. Pero una vez empeñado en la dificil senda

que habia empezado, no' le cabia ya volver atrás. Las chanzas de sus compa­ñeros de armas le arredraban; y se atuvo á: su nueva,woicsion, y continuó, bien que de un modo mas consecuente, con mas perseverancia y tino la CClrrera empezada.

Aquí principia una tercera época para Iñigo. Ya no es aquel soldado ar­

dientementé apasionado por la gloria, un iluminado cuya razon vacilante se es­travia ' en un mar de éxtasis, no; el loco ya ha desaparecido, y, sobre un fondo de demencia que ha decidido de los primeros pasos do su vida, :se le ve levan­

tar uno de los mas atrevidos edificios que jamas haya ideado el hombre. Se

apresura á corregir cuanto puedan tener de arrie>'gado y defectuoso sus "isio­nes y desvaríos: sacude sus antiguos escrúpulos, ya no se entrega á remordi­

mientos inútiles, repele su serpiente de fll ego y sus duendes, olvida los pecados de la vida pasada, y destierra de su imaginacion los espectros que hasta entón­ces la habian molestado. Desde este momento, si no se nota en él tanta sin­

. eeridad, se le ve en cil.mbio obrar con una mezcla de dolo y sagacidad combi­

nada con el fanatismo que le animaba. La poesía de los éxtanis que refiere

adquiere en adelante mayor claridad y precision: ó bien ha visto tres arpas col­

gadas en la fachada de una iglesia y que reptesentan simbólicamente la Tri­nidad, ó bien la desaparicion completa de la serpiente de fuego delante de la

cruz, ó, la esplieacion de la Cosmogonia dictaua por el Padre Eterno. Allí no

se desc ubren ya los rasgos de una razon estraviada, sino los de un sistema pre­meditado, de una tcorla sobre que ha reflexionado detenidamente su autor, y que clebia ;-:ervir de· base á toda su conducta.

H echo para sus conciudadanos un obj.eto de veneracion y ' de curiosidad, Iñi­

go no se dejó deslumbrat por el estravagante brillo de aquella situacion. En vez de precipitarse en la locura mística de que habia sido víctima hasta en­tónce;-:, se dedicó á ensanchar el cír.culo de su inteligencia, y empIcó para !!a­

narse los remedios que el méd ico moral mas esperimentado le hubjera prcEcri­

too Lo hemos visto androjoso y cubi erto de todos los atavíos y de un vergon­

zoso desaliño; pero en adelante, sin cambiar nada en cuanto á lo tosco de sus vestidos, trueca los harapos que poco antes 10 cubrian por un 1rage aseado de

lana con su capucha de paño burdo. R etirado en una gruta situada junto á

Mamesa, escribe sus ej ercicios espirituales, comentarios elegantes y á menudo elocuentes de un libro de Federico Garcia Cisn eros. Con suma destreza se

apropia Iñigo cuanto le presenta el original aplicable á sus miras y proyectos;

doblega y modifica el texto segun sus doctrinas particulares, adaptando las frases y espresiones del autor á :=;u intentv con un acierto y sutileza teológica

que se echa de ver en pocos escritores.

Page 12: Anónimo - Idea de San Ignacio de Loyola o lo que son los Jesuitas

, ,

JI Suavizarse sin perder nada de su obstinacion, proseguir su tarea por, entre

continuos :rodeos y dificultades, acomodarlo te do al fin que se habia propuesto,

·hacer que las ideas, las .,palabras y los hábitos agenos promoviesen sus esfuer­zos, no desperdiciar la mas mínima circunstancia sin sacar partido de ella, sin

aprovecharla con destreza, ta1 fue el carácter de la órden de los jesuitas, carác­

ter que llevan impreso los actos de la vida de su fundador. Las estravagan­

.cias de Iñigo,. y sus prendas, sus 'locuras y sus virtudes, todo contribuyó á un tiempo al logro de sus pretensiones. La ascética vida que llevaba en la cueva

de .Manresa, las vigilias, las ma,ceraciones, los ayunos v6luntal~ios y forzados habian comprometido su salud, queorantado suconstitucion, trastornado su

juicio, de suerte que á causa de su debilidad se hallába imposíbilltadoue cum­

plir los mismos deberes que se imponia. Corrijióse tambien de este error, y , procuró evitar que en lo succesivo incurriesen otros en la equivocacion que él habia padecido. ¿A quien no admirará tanta calma de discurso en un 'hombre

tan exaltado, ese profundo estudio de sí rriismo, ese recobro de lacornura prác-, tica en un hombre á quien por poco el fanafismo hubiera arrastrado al asesina-

I • ,

to? Hast¡t ahora no:ha sido debidamente examinado el rumbo de esainteli-gencia poderosa, de ese carácter enteramente español, no solo por la perseve­

rancia y unidad de sus, miras, sino tambien por su flexibilidad.

Algunas mugeres piado~as lo cuidaron durante su enfermedad. ya algunos discípulos á re'coger él maná. de la palabra evangélica,

Acudian y la el 0-

cuencia de Iñigo, soldaáo raso, que rii aun sabia el latm, iba adquiriendo cc­lcbridad en E spaña.

Pero no b<lstaba esto á Loyola. Su reputacion de santidad no descansaba aún sobre estas bases bastante sólidas: se habian reducido hasta entónces sus

proezas :í la abnegacion de sí mismo, al menosprecio de las cosas terrenas, al

triunfo que habia logrado sobre sus sentidos y exigencias. Era ya forzoso co­ronar la obra con una espedicion mas gloriosa, y partió á Tierra Santa. Habia

en esta empresa una mezcla de orgullo, de devoeion verdadera y de ambiciono En el siglo diez y seis, un viaje á Oriente no era tan fáeilcomo hoy dia. Se conservaba aun en 'todo su fervor el odio inveterado que profesaban los Sal'ra­

cenos á los Francos. Iñigo no obstante partió. Sin dinero, sin proteccion, sin

,.amigos, se puso en camino, desembarcó en Gaeta, y de allí se encaminó á Ro­ma. A la sazon reinaba allí la peste, y todos le tomaron por un apestado.Pá­

lido, mal vestido y enfermo, su repugnante esterior justificaba las sospechas de que era objeto . . Era arrojado de las aldeas, y huian de él en las ciudades. Ten­

dia sus deslltldos y enflaquecidos miembros, ó bajo el pórtico de una iglesia, ó

en una piedra junto .al ,camino; le aquejaba el hambre sin t ener otro alimento

,que el pan y algunas sobras que le echaban las almas compasivas. De e8t~ modo atravesó la Italia, cuna y cabeza del catolicismo. Alrrunos

'" de sus conciudadanos se apiadaron de él, y quisieron hacerle aceptar dinero.

Lo aceptó para pist~'ibuirlo á los pobres. ,;Vaciló largo tiempo, dice su bi6-. . grafo Orlandini, dupando sobre si seria mejor arrojar aquel oro en el Tiber; pcro

reflexionándolo C9n m¡ls madurez, se convenció de que podria destinarlo ámc­jores usos soc(}¡Ticpd9 á 103 necesitados y ofreciendo á Dios sus propios sllfri­

mLentos:"LeNQT inde peTTe,x it CETumnis et mer:(~i ci(a.te dit issimn,

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'En Venecia lo encontró un rico español, lo presentó al dux, lo alojó en !'in

-<.: nsa y le pagó el pasaje en un buque que se hacia á la vela para la isla de Chi­pre. ¿Cómo habia de dudar litigo de su celestial miEÍon? En los trances vo­

nia á salvarle un socorro ine¡¡pcrado: el dedo del Altísimo estaba allí para pro­

tejerle. Estudien los filósofos los anales de la suporsticirm en vez de ridicu­'lizarlo; y encontrarán en ellos fenómenos ciertamente curiosos. En toda la

eonducla de Iñigo se echa de ver claramente aquella fuerza de es.píritu y

'profunda credulidad, aquel valor y aquella fiaque7Xl, aquella maña y aquella

almegaeion que componen el carácter estraño y complicado de los hom­bres de su temple y de sus inclinaciones. Se abandonaba confiadamente á

la veneracion que habia sabido inspirar, y al mismo tielhp:.> á la Providencia,

(¡ue parecia guiarle por la mano. Se perdía bl vez en un círculo vicioso, pero no cabe duda en quc la suerte favoreeia su 'credulidad.

Los marineros venecianos se bu rlaban dc él; aquellos iner6dulos italianos se

habian ya casi emancipado del dominio papal. ¿Por qué le .preguntaba el ca. pitan, haecis la travesía á bordo de mi buque? Los santos no ticnen neeesi. dud de estos medios materiales y vulgares, sino que andan sobre las aguas á

imitaeion de Cristo." Los marineros, para probar la santidad de Iñigo, eBtu'

vieron al canto de arrojarle al mar; otros eran de parecer de abandonarle en una isla desierta. Entretanto sobrevino una tormenta, el mar se puso era­

bravecido, fué preciso acudir á la maniobra, y dejaron en paz á Iñigo. Vi­sitó los lugares Santos, vió el monte Oliveto, las huellas de Cristo, el pc­

sebre divino, y para obedecer al padre provincial de los franeiseos, encarga. do por el Padre Santo de dirigir á los pereg,rinos y fijar el tiempo de su pero <maneneia y el de su partida, volvió á "Europa.

La Italia era el teatro de la guerra; Iñigo la atravesó, y los españoles lo detuyieron como espía. Sus vestí dos destrozados y su mala catadura justifi­caban tan injuriosas sospechas. Aquí tuvo lugar ulla de aquellas estraiías

'escenas que son harto comunes en la vida del hombre; drama combinauo por

nuestra voluntad, nuestro cará.cter y la casualidad. El gobernador de una plaza fuerte, español y guipuzcoano, vió venir en medio de un pcloton de soldados un preso cargado de cadenas; era Iñigo, y el gobernador era parien­

'te suyo. Iñigo, cuya humildad y ardor por el martirio habia aumentado duo

rant,e la peregrinacion, creyó no deber manifestar su parentesco al gobernador.

Despues de un largo interrogatorio, reprendió á sus soldados, y les mandó que ,p usieran en libertad á. aquel infeliz demente, ti aquel m endigo, á aquel vaga.

bundo de quien nada habia que temer ni esperar. Loyola, ansiando los su­frimientos, recibió agradecido estos baldones como otros tantos favores del Al­

.!-ísimo. Los soldados, disgustados de haberse equivocado y merecido las rc.

prensiones de su gefe, se propusieron vengarse en Iñigo, le pusieron casi des.

nudo, y el populacho, dispuesto siempre á insultar y perseguir al pobre inde . •

Jenso, se unió á la soldadesca. Estaba enteramente cubierto de sangre y lo-

do, cuando uno de aquellos hombres, mas compasivo que sus compañeros, lo

protegió, socorrió y despidió sano y salvo. De las manos de los españolcs ca·

yó en las de los francescs, y un oficial gaseon le hizo dar de comer y ves· tidos, y Jo despidió. Iñigo, cuya exaltaeion se habia enardecido, buscaba en

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13 vano la muerte y la prision; siempre venia un nuevo incidente á arrebatarle la palma del martirio y á volverle la libertad.

Ya le tenemos en Génova, y luego despues en Barcelona. Habia cumpli­

do su romería. Pero ide qué utilidad habrá sido para el cristianismo su apren­dizage de santidad? Con harto sentimiento conocía que tantas privaciones y trabajos le hubieran podido colocar en el camino de la perfeccion, pero sin ha­cer un solo prosélito, sin concurrir á la firmeza de la santa ley. Loyola se hallaba en la edad de treinta años, y aun era ignorante. Para seguir sus de­

signios, resolvió instruirse. A nuestro modo de ver requeria mas resignacion empezar de nuevo los es­

tudios en aquella edad, que arrostrar los peligros que nuestro héroe habia pa­sado. Es muy particular y chocante leer en sus confesiones la narracion de las dificultades que esperimentó, los obstáculos que tuvo que superar, los com~

, -bates que se vió precisado á entregar á su costumbre de pereza mística y es-travagante. Su espíritu se hacia cada dia mas contemplativo. No podia fi-

~

jar la atencion en ninguno de los pormenores de la gramática. Las visiones y los éxtasis interrumpian sus declinaciones y conjugaciones. El fervor mis­mo de su devocion atajaba sus progresos. Un dia cayó de rodillas delante de su maestro y le suplicó que le aplicase el mismo castigo que á sus condiscí­pulos; tal era--cl.J>oder de una voluntad enérgica y perseverante. Dominó por fin su indolencia, .... y llegó á leer la Imitacicn de Cristo en la lengua original. La.- obra de Erasmo, titulada Manual del Soldado C1'istiano, no le edificó, porque la agudeza, la gracia y la elegancia de aquel autor no servian mas que para distraerle; y así renunció á esta lectura, advirtiendo al mismo tiempo á

los fieles el peligro que puede acarrear á su salvacion la lectura del estilo ameno.

Hemos seguido ya todos los pasos de Iñigo: en se restableció su salud, y la ambicion de fundar

su peregrinacion á Oriente, ,

una órden monástica y de completar su tarea le movió mas para instruirse. Sus locuras devotas han da­do lugar á una situacion intelectual y moral muy digna de un hombre sabio. Empieza su apostolado, para el que se ha preparado mucho tiempo, y comu-, -nica al pueblo su ciencia religiosa. Así es como marcha á su meta, lenta-mente, seguro, con pena increiblc, y con una obstinacion inalterable. En~Barcelona, emprende dos conversiones, cuya declaracion sorprenderá _á

nuestros lectores; la de las religiosas y la de las prostitutas de la- ciudad. E s­

tas le ridiculizaron; las monjas le querían asesinar. Iñigo, que logró la entra­da en el convento y vió la relajacion introducida en la regla, que los hom­bres iban á bailar y .á cortejar á las hermanas, hizo presente á la abadesa y á sus-hijas la nec esidad de reformar aquellos abusos; mas no fué atendido.

T emiendo que revelase á la autoridad las escandalosas escenas que habia presenciado, pagaron á dos esclavos moros para que le aguardasen y le die­sen muerte. ti Una noche, cuando iba á entrar 'en el convento, acompañado de

, . un anciano sacerdote, su compañero y consejero . en aquella peligrosa mision, los moros, ocultos~ detrás de Ull árbol, sulen de su emboscada y dejan por

muertos á. aquellos dos reformadores. El sacerdote murió, Iñigo guardó cama

mucho tiempo. El pueblo, escandalizado de lé\. ?vonducta de las religiosas, se '2

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alborota, se reune en el eonvcnto y qUlere pegarle fuego. Iñigo sule de su cuarto y va á contener el furor Je la plebe. Algunos dias despues, un jóven

noble, encontrando á lñigo en la iglesia, se postra delante de él, le besa las manos, abraza sus rodillas, se acusa de complicidad con las monjas y le pro­mete enmendar su vida. Escenas estrañas llenas de pasion, de interés y de

singularidad, y que caracterizan las ideas de aquella época.

Doi'ia Ines Pascual, antigua admiradora de Loyola, aquella que le habia

protegido al principio de su carrera ascética , le permaneció fiel; le hizo su co­m ensal y partió con él sus ejercicios de piedad. Le acompai'iaba á las casas

de prostitucion que él visitaba, y atendía á todas sus necesidades. Idolo del

populacho y venerado de los nobles y de las mugeres, tuvo luego discípulos que siguieron á nuestro apóstol; á los hombres . los llamaban Enloyolados, y

á las mugeres li'íigas; tal era el sobrenombre que les daba la plebe.

El nombre de Lutero, este nombre célebre y poderoso, cruzaba la Europa, y hacia vacilar el trono papal. La inquisicion, redoblando su vigilancia y

severidad, veía ya perecer en las llamas á los Iluminados de España. En

medio de este vaiven religioso, fué cuando supo el Clero el nacimiento <te una nueva secta : así llamaban á los discípulos de lñigo. Si estos hubiesen ~ido ricos y hubieran Jiscutido sabiamente los puntos del dogma, sin duda alguna que el auto de fé hubiera ahogaJo al j esuitismo en su gé rmen. Pero cuando

e 1 vicario Figueroa visitó á nuestro santo, y le encontró en una vivienda tan

miserable, vestido con tan me¡¡quinos ropages, rodeado de discípulos tan hu-,

mildes, le tuvo compasion, le dirigió varias preguntas, y le encontró poco

instruido, sin orgullo, y estraño á las Jiscusiones teológicas. Desvan~cióse

el temor que habian concebido sus superiores por las intenciones de líligo. N uestro fundador de secta debió su libertad, y quizás la vida, al desprecio

que de sí inspiró.

S!n embargo, los inquisidores que pronosticaban, aunque v.agamente, el po­

der interior que encerraba aquella nueva órden, mandaron á Iji.igo cambiar su t rage, impusieron diversas penitencias á sus secuaces, y lcs prohibieron parti­

cularmente el vestir uni forme que les distinguiese de los demás. Ya se cs-,

parcia por todas partes la fuma del nuevo santo. En Manresa, en Barcelona y en A lcalá, exist ian muchos de sus admiradores. Las mugeres, sobre todo,

seducidas por las dulces palabras y finos modales de Iñigo, por ou abnega­

cion, por su elocuencia y r( r su santiaad y ascetismo místico, abandona­ban á sus padrcs, dejaban á sus familias, y se ponian en camino para pe­

regrinaciones lejanas , ó iban ú. colocarse bajo la tutela y direeeíon de Loyo­la . Daba lástima; muchas de las familias mas nobles de Barcelona habían

v i¡;to ricos herederos auandonar por él su techo paterno. Unos entraban en

la relig ion, otros hacian voto de Erguirle, á pié descalzo y cargados con e l

bmdon de peregrino, hasta N uestra Señora de Lo1'eto. Aun en aquellos

j icmpos de fanat ismo se declamó contra las predicaciones de un fanáti co y los terribles efecto:; de sus sugestiollcs. LOR familiares dd santo Oficia se apo

deraron de la porsolla de L oyola.

Escoltado Jlor Jos corchctes, ~e -tl il'i gi ct i b cá rcel, cuando encontró cn la eaJJe á un hombre ll1uy jóvell aún , y qlle hizo en la hi~toria de los jesuit,ls tUl

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15 pa-pel1mportante. Era el j6ven duque Francisco de BOlja. El rostro pálido y venerable de Iñigo le causó mucha impresion; 'iba á. caballo seguido de al­

gunos servidores, se detuvo, bajó y se dirigió á Iñigo, quien le contestó humil­demente con mucha dulzura y nobleza. BOlja fué uno de sus mas ardientes sectarios.

Iñigo no obstante fué examinado minuciosamente. Se le puso en la cárcel; verdadera cárcel de aquella época, sin aseo, y falta de todo lo que hace mas llevadero el cautiverio. Se reunió el consejo; la existencia de algunos infeli­ces hermanos predicadores se habia hecho un negocio de estado; mas no pudo descubrirse la menor falta en la conducta de Iñigo, y se contentaron con pro­hibirles los sermones públicos, hasta que hubiesen seguido por cuatro años un

curso de teología; se les mandó vestir el trage de estudiante, y como ellos opu­sieron su pobreza, les regalaron los vestidos necesarios. Iñigo no luchó contra sus superiores, tomó un rumbo mas recto y mejor. Se dirigió al arzobispo de Toledo Fonseea, le pidió permiso para trasladarse de Alcalá á S~lamanca, y lo obtuvo, aespu€s de estar plenamente convencido de su inocencia y saber. A sí escapó Iñigo á los mandamientos del vicario, sin manifestar la menor desobe­diencia formal, y dió con esto á los miembros de la órden que luego despues fundó un memorable ejemplo de habilidad en el arte de eludir el peligro y de repeler las persecuciones sin arrostrarlas.

Al derredor de Iñigo se veia formar una congregacion armada de la fé mas ciega, yeuya humildad é indigencia no dejaban de manifestar á los frailes es­pañoles su naciente rivalidad. Armaron mas de un lazo á Loyola . . Un dia que fué á visrtar un convento de domínicos, le recibieron con particular agasa­

jo y le sentaron en la mesa de los padres. Prodigaron mil elogios á su abnega­cion, á sus sacrificios y á sus méritos. Calixto, el mas querido discípulo de Ijli­go, acompañaba á su maestro. Entremos con estos en la capilla donde los con­dujeron el padre sub-prior, el confesor y un fraile: este cuadro no tietle modélo

hoy dia; aquellas costumbres pasadas y que han ya desaparecido, merecen ser conservadas. H e aquí la conversacion que medió entre él y el hijo de Domingo:

Hermano, dijo á Iñigo; ¡qué reputacion de santidad os habeis hecho! ¡Cuánto

aprecia !iJ1 mundo vuestro renombre y vuestra voluntaria austeridad! Soy muy digno de pasar un dia entre los héroes de nuestra Iglesia. Decidme con qué es­tudios y con qué trabajos edificais á vuestro prójimo; á qué meditaciones le C11 -

trcgais, y qué luces le comunicais? -Nosotros no somos gentes de luces, contestó Ignacio; yo procuro instru ir­

me en vez. de ilustrar á los demás. -Con todo, vos predicais, le interrumpió el mañoso inquisidor; los fieles cs

regular que os pidan consuelos; vos sois un nuevo apóstoL -Padre, nosotros no predicamos; tenemos mucha satisfaccion en conversar

familiarmente con las personas que nos convidan á sus casas.

-¿Pero sobre qué materias recaen particularmente vuestras conversaciones? ¿sobre materias religiosas?

-Sí, padre mio."

El domínico alborozado, porque veia :i Iñigo cautivo caer cn los lazos de su a rgumento, continuó sonricnd .:

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16 -,,¿ y cuáles son estas materias religiosas?

-Hablamos de vicios y de virtudes; de los vicios, para presentarlos en su deformidad natural; de las virtudes, para atraer á ellas á.1os que nos escuchan: probamos, aunque débiles, de combatir el pccado y guiar á una vida santa á

las personas que nos dispensan su confianza.

-Así pues habeis confesado que érais ignorantes, y tratais en público mate­

rias rcligiosas. ¿Quién os ha ilustrado, pues, sobre estas materias? ¿N o es el

estl!dio? ¿Será sin duda el Espíritu Santo? -La hmnildad de nuestras intenciones nos deja esperar que el- soplo del

Todopoderoso no desprecie á sus mas modestos discípulos.

-¡Qué! ¡en un tiempo eil que los errores de Erasmo y de todos los alema­

nes hereges están esparciendo su contagio por toda la Europa; vos, hombre sin letras, t emerario, osais instruir al pueblo, y pretendeis á las inspiraciones direc­tas del Espíritu Santo!

-De ninguna manera, padre mio .... vos no sois mi superior._ Responderé á

esta aeusaeion cuando me pregunten los que deben Juzgarme: yo niego vues­

tra jurisdicdon, y me niego á responderos.

-Enlrztanto, yo os tengo preso." Este diálogo, lleno de sutilezas, así en la defensa como en el ataque, acabó

con la prision de Iñigo, que al principio fué en una capilla, y luego despues en un calabozo, cargado de esposas, y atado con un anillo de hierro su pierna iz­

quierda á la de su camarada Calixto. Una gi'uesa argolla de hierro, clavada

( n el suelo, sujetaba la doble cadena de los dos apóstoles, á quienes solamente se habia dejado la libertad de pascar por un estrecho recinto. Cuando se le

c¡uiso hacer el intcrrogatorio, pu:;o en obra aquella facilidad, aquella fl exibili­dad de palabra, aquella mañosa doblez en sus discursos, que tan bien le habian

servido en otras ocasiones. "A vcr, esplicad el primer mandamiento," le dijo

el interrogador. Obedeció, y acumuló sobre este mandamien to tantas palabras inútiles, una verbosidad tan sonora y tan rápida, una mezcla de verdades tan

incontestables, que fatigó con su alocueion redundante al fraile encargado de

aquel oficio. Se vió al inqnisidOl: atónito y confuso detenerse como aniquilado y ahogado por aquel turbion de palabl:as. N adie mas tuvo valor para atacar

<i Iñigo sobre estas mat erias; pues estaban harto persuadidos de las resultas de

f c:nejante at ¡¡ q lIC. Esta es la mas eEcel cnte escena de com edia y la mas a~­

tilta artimaña que se pueda ver en Iiiigo. Entretanto, un incid ente inesperado, de que Iiíigo se aprovechó con mucha

habilidad, le puso otra vez en la calle. Los presos por robos y por asesinates se ;;t1zaron, rompieron las puertas de sus c:otlabozos, asesinaron á los alcaides y se C~ ­

caparon. Solamente Iñigo y Calixto permanccieron en su calabozo: este acto fué mirado como una prueba evidente de su inocencia, y se les puso en liber­

tad. Conocía demasiado Iiligo su época, sabia por esperiencia que nadie es pro

reta en f U p:J.is, y movIdo además por otros motivos, partió pa-ra Francia y diju

manifiestamente que su intencion era ir á estudiar en la universidad de París. Re Joludon digna de LoyoJa. Iba á la fuente de las cien cias á bm:,cur los co­

noci .ni en' os teológicos que se le nega ban y con los que sus enemigos se arma­

ban contra é l. En vano le instn ban sus discípulos pa r:J. ql1e no saliese de Sa-

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lamanca: á nadie escuchaba, porque si hubiese permanecido por mas tiempo en

España, sin dnda habria abortado aquel proyecto tan dificilmente sazonado, y cspuesto á tantos obstáculos. Cargó un jumento con sus libros de estudio, y

este fué su compañero de viage. Era peregrino espectáculo ver á un pobre es.

tudiante de cuarenta años, trepar los Pirireos, llevando delante de sí un ju. mento; aquel hombre caminaba á la gloria. La guerra encendida entre la Es. paña y la Francia hacia muy peligroso aquel camino; efectivamente fué roba.

do, maltratado, dió gracias el Dios de sus miserias, y fué á alojarse en la plaza de Maubert, en París, en febrero de 1528. El colegio dc Montaigu era entón. ces un asqueroso é indecente asilo donde iban los estudiantes pobres á turnar

algunas lecciones de griego y de latín, que daban muy barato. Iñigo, á quien

desde ahora llamaremos IgnacIO, no podia escoger otro santuario. Se colocó en. tre los mendigos de Montaigu, que así se llamaban los leprosos, los monacillos,

los vagamundos y los pillos que poblaban aquel miserablc colegio. Una suscriciQn hecha en Salamanca y en Alcalá por algunas almas carita.

tivas, para cubrir las necesidades de Ignacio, le habia provisto el bolsillo de al.

gunos escudos; pero uno de los discípulos de Montaigu que se alojaba con él en su chiribitil de la plaza de Maubert, le rob6 este pequeño tesoro y partió paJa Diepe. Suced~a esto en el reinado de Francisco 1, en que la policía estaba en muy mal estado y en que los pícaros eran los duei'íos; y por esto Ignacio, sin dar la menor queja, se refugió en el hospital de San Jaime. El curso se empo. zaba á las seis de la mañana, y la regla del hospital, regla muy severa, prohi.

bia á cuantos allí se albergaban salir antes de la aurora. Ignacio, en este con· flicto, procuró colocarse en clase de criado en casa de algun profesor que recio biera sus servicios en pago de las lecciones que el doctor podia darle. Los pro.

fesores no querian instruirle gratis, ni darle, á título de sueldo, el favor de sus lecciones. Invencible en sus proyectos, toma Ig-nacio el bordon de peregrino, c ruza la Francia, pasa á Flandes, dcspues á Inglaterra, mendigando el pan, y

con algunas monedas que ganó en aquella larga romería , se pre:;;el1t6 otra vez en París con unos cincuenta escudos recogidos de ef!ta manera. Entónces C\1.

tró en el colegio de Santa Bárbara, y se entregó esclusivamcnic al estudio del latin, renunciando por algun tiemp:> á la predicacion y á los estudios teológi. coso ¡Qué satisfaccion cabe mayor que el estudio para un hombrc que lo como

pra á este precio y que no ve en sus afanes mas que un instrumento de futura pujanza!

No cabe en manera alguna dej ar de admirar aquella entereza de alm a y

aquella invencible energía moral. En el siglo diez}' seis, paRaron por i;'ub! i. mes, y nuestro héroe fué un santo. Iban de continuo acudiendo á él nucvo,; discípulos, besaban sus pisadas, procurab;;tn imitarle exagerundo esüaordinnria­

mente su conducta, y casi ridic uhzando con ,;us hechos lo que tenia de cstril . ño en su esterior y en sus modal u; .

Pedro Ortez, doctor de b nni vel'siJad, y Diego de Gorb, rec,tor de Sanla

Bárbara, se di:,;tingnieron por su fervor ent re todos aqu ellos meros pro!':ú:itOf'.

T enia tambien la Francia su inquisieion; el maese Matco Ory, inquil"idor por la

fé , quiso tambicn vigilar al pobre cse"lar. Ignacio lo SL1rO, y desde aqncl mo- . mento no 0spcró qne le dirigiesen pcrsccuciOllC'S. Con el yalor y la dccision qu e

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lc caracterizahan y qll C lr! hemos visto desplegar tan á m cnudo en 01 tram:eurso

de su vida, se presentó :í Mateo Ory, hombre fogor;o, famUieo, l';in piüdad y po.

seido de celo estenninador. I gnacio supo confJnistarlo, manifestándole una

confianza ilimil ada, y pudo po~ este medio alcanzar una certificacion de orto.

doxia. Cayó en aquella ocasion enfermo en Dicpe el condiscípulo que le habia"

robado el tesoro, y se atrevió á pedir á Loyola su auxilio. Este al momento

parte á pié , le trae álgun dinero, vela á la cabecera de su cama, le asiste, le

salva, y hace de aquel ser vil el disclpulo mas adicto. Este desprendimiento

de Loyola es uno de los mejores actos que la caridad cristiana haya inspirado " , J~ma8.

Así se iba fortal eciendo el singular poder creado por aquel mendigo y por

aquel hombre ignorante. En Ven ecia, en Roma, en Salamanca, en Barcelona,

en Flandes, en París, habia echado los primeros cimientos de su edificio, sin re·

velar su secreto, s in admitir ningun m0rtal en el íntimo santuario de su pensa.

miento. Los discípulos de San ta Bárbara le miraban con admiracion. Los teó .

logos, seducidos por su modestia, por su dul7.ura y por la pobreza de RU vida,

creian no tener nada que temer ele sus conatos, Un escolar de Santa Bárbara

solia visitar por la noche á tina muger que amaba; y pasar, para ir aIla, por los

Gobelinos, aldea don de sc hallaba la easa de la dáma. Ignacio rogó á este jó.

ven que cesase aquellas entrevistas y que abandonase á su qlle rida; súplicas, ... "

:1menazas, rcpresontaciones, todo fué en balde. He aquí el singular rernedio á

que recurrió Loyola, remedio en que pocos atinarian. El amante pasaba un pe.

queño puente de m adera que hay en el riachueio de Bievre; cra en m edio del in.

vierno, é iban á dar las nueve de la noche. De repen te se levanta d-z en medio

del agua una voz que dice: "Si tú no retrocedes, esclama Ignacio, si no rc·

nuncias tÍ tu pecado, permaneceré aquí hasta manana. Enmienda tu vida, ó

sacrifica la mia." Ign::1.Cio estaba en el agua hast.a las rodillas; el jóven le tu­

vo compasion, y dcspues de una larga esplicacion, cedió tÍ las súplicas de Igna.

cio y retrocedi ó . S in duda to:naria. otro camino. Esta rid ícula proeza, es pues ,

convi ene deci rlo, la única de la misma especie cnya m emoria esté consignada

e n las biografías de Loyola.

El partido de Lutero iba creciendo mas cada dia; Loyola por su parte

marehaba tÍ su objeto con seguridad: Faber, aristot.élico instruido, San Fran.

cisco Javier, espaíl ol, hombl'e opulen to, de una familia distinguida. y célebre, y

de una snmision sin lim ites; J avier, el Amadís ue aquella cruzada católica;

Diego lAtine?, Alonso Salmeron, que mas ta rde representó en un teatro ma;:;

hrillant.e un papel de trascendencia; Bobarlilla y Simon Rodriguez, formaron

hajo las órdenes de L oyola, el primer núcleo de la sociedad jesuítica. Se reu·

n ieron en la i gl e ~ia de un monasterio situado cn Montmartre, y -pronunciaron

1'1 solemne juramento de trabajar siempre juntos por el afianzamiento del trono

papal y de la fé cri stia na. Tal fué la e nna de aquel instituto teocrático que la

Elll'Opa mira aún como una espantosa fantasm a.

Est:1ba clavado ya el destino de Ignacio, y natla podia atajarle; el ejemplo

del maestro hizo á los dise 'pulos tan habilcs, tan sufridos, tan sagaces eomo él.

A (j1lella paciencia, ClfJl1ella h:1bilidad el) aprovecharse así de los hombres como

de };l S circlill ,;1.anci;¡", lodo c l~anto distinguia ti Loyoln, todas aquella s prendas

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19 que en él hemos admirado, y que emph:6 en la primera parte de su carrera-re­

ligiosa y proselítica, vinieron á ser las reglas de su órden. Vióse á sus discÍ.

pulos recorrer las universidades de Italia, atraerse los jóvenes ricos, insinuarse

en las familias y grangearse la confianza del pueblo. No tardó en desvanecer­

se aquel primer fervor de exaltacion; los fundadores de la sociedad, animados

de una fuerza poderosa, comprendieron toda la importancia de la posicion que

ocupaban; Lainez, hombre de juicio sólido y enérgica penetracion intelectual,

dispuso la construccion del edificio cuyos cimientos habia puesto Ignacio y en

que habia colocado las primeras piedras. A Loyola pertenecia el concepto pri.

mitivo, á Lainez la creacion material. El alma de Loyola se ha conservado y

perpetuado en el cuadro que Lainez invent6: original sublime cuya duracion

atestigua su fuerza y poder.

-Que el instituto de los jesuitas no haya tenido otro objeto que la fortuna y • •

los'~honores, adquiridos por medio del fraude, es una opinion vulgar y falsa, ca·

mo la mayor parte de las opiniones vulgares. Si estudiásemos mejor las insti.

tuciones de sus fundadores y la época en que vivia Ignacio, reconoceriamos sin

duda que aquella ereaeion, política y religiosa á un tiempo, tenia miras mas

elevadas. Roma estaba espirando; la milicia monacal, sumergida en los abusos y des.

órnenes, desacreditaba la causa que pretendia defender. Del seno de los con· ventos no se veia salir mas que bandadas de hombres ignorantes, exigiendo á.

la so~iedad, á. quien eran enteramente inútiles, un exhorbitante diezmo: plaga­

dos de vicios, envanecidos con su antigua preponderancia, y despreciados de

todos; si se hallaban barajadas entre aquella turba ridícula y despregiada algu­

nas inteligencias superiores, se apresuraban á dejar su capucha y abrazar la re­

forma. En cada munasterio erecia un plantel de reformadores. , Lutero domi­

naba ya el norte de Europa, habia dado un fuerte impulso; y el gigant.e senta­do en el trono del Vaticano sentia, á cada nuevo movimiento de los pueblos,

vacilar su antiguo dominio y temblar la piedra sobre que reposaba. Dióse un

eontrapcso al protestantismo nuevo; aquel contrapeso era la órden de los jesui­

tas. La balanza de los hados aguardaba aquella pouE.rosa novedad que la equi­

libró. Este fué el influjo del hombre de que estamo" hablando. Presentadnos

pues un conquistador de imperio que haya dejado mas hondo Sl,reo en la his.

toria del mundo.

- Cuando los pueblos eran bá.rbaros aún, Roma católica les habia enviado por

predicadores aquellos cínicos del cristIanismo, armados de un bastan, caminan­

do con los pies descalzos y sin mas ajuar que una alfOlja. Estos monges meno -, digos habian ya cumplido su deber, y la sociedad modificada exigia ot.ros des-

velos. Convenia una milicia desconocida, m ezclada con todas las clases y aso­

ciada ú. todas las profesiones, religiosa y seglar, vestida Je todos los trages, ca. o

paz de todas las formas, flexible y ductil, no men.os o:.: upada de prá.eticas de-

votas que de trabajos verdaderamente útiles al catolici smo. Pero ¿de qué ha­

bría servido aquella legion tan diseminada, sin una dü.:ciplina perfecta?

El pau re -Lainez se encargó de esta disciplina, y estableció por primer pIil]­

ci!¡io la obediencia ciega. Ser e¡;cbvo para llegar á ser amo, tal f) l'a el (¡nic;)

Illotor d0 la form idable máquina cuyo clc~arr,)lIo hemos "islo operar. El noy;-

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cio permanecia novicio mientras no disponían sus fiuperiores lo contrario; la

mas abyecta humillacion le forzaba á. humillarse delante de ellos. Se compla­cian en postrar el orgullo humano con insultos incesantes. A esta profanacion

de la dignidad humana, se agrega una completa renuncia de su razono Si la Iglesia decirle que lo blanco es negro, debemos tambien decir con ella que lo blanco es negro. Estas son las palabras mismas de Ignacio.

Con estas bases' se fundó aquella poderosa sociedad, elástica, capaz de todo,

creacion sublime. Merced á aquellas arterias, nada hay que nohaya empren­dido, desde el regicidio hasta los ramilletes de Cloris. Este ' fenómeno, mas

notable tal vez que todas las conspiraciones y todas las fundaciones de ciuda_

des que la historia nos ofrece en sus páginas, ha salido de una cabeza deliran_

te; la celda de un soldado visionario fué el primer foco de aquel portento. H e­mos procurado conducir al lector por todos los pasos de la larga peregrinacion

y de aquella educacion á que sujetó Loyola su entusiasta pensamiento. Lo­co al principio, despues místico, 1 uego ascético como los teósofros de la India,

desprecia la ins:ruccion y acaba por conocer su valor; la conquista con una di­

ficultad inaduita, junta á sus miras religiosas un profundo conocimiento del mundo, y de un sinple mendigo, acaba por ser un legislador.

A la muerte de Loyola, tenia ya en su imperio catorce provincias. El jesui­tismo se habia establecido en Portugal, en Castilla, en Andalucía, en Aragon,

en I talia, en N á.polcs, en Sicilia, en la Alemania del norte y del mediodia, en

Francia, en el Brasil y en la India . Este hombre admirable tenia estableci­dos hasta cien colegios; y su influjo se estendia desde las selvas del Brasil has­

ta los confines de la P olonia. E :l el cspacio de diez y seis años, la órden, ba­

jo la inspeceion de su creador y de Lain;;z, digno acólito de Loyola, iba adqui­

riendo cada dia un incremento agigantado. Parecia que el papa hab ía admitl-. uo un rival para partir con él su poderío. La milicia del pa¡.azgo, la legion je­

:mitiea , estaba organiz<tda. T enian confesores adecuados para los reyes disolu­tos ó t irúnicos; undaccs conspiradores que tomaban parte en los movimientos t umultuosos ue lu. lig-a ; súbios y sofistas para ilustrar al pueblo ó descarriar á lo;! débilc~j heroicós misioneros, apóstoles cuyo valor na(~ amortiguaba, asesinos y banqueros, artist;¡s y fanáticos , esclavos y tiranos. Ninguna otra república ha ¡;ido m~tS venturm;aj jamas lo:; esfuerzos de 01.1'0 hombre han tenidu un éxito mas maravilloso. Abolida por el pontífice , la órdell subsistió; el trono papal no ha tenido tanta solidez como el instituto de Loyola.

No atribuya is ú casualidad esta maravillosa organizacion. S i cOi1sultais lo:; cuadernos de los primeros jesu itas y los reglamentos de su órden, allí encon­traréis el arcano de tan incrzibles tri unfos. S i comparais la vida de Loyola con los preceptos escri tos par sus discípulos, conoceréis sin duda que la doctrina je­suítica, establecida y sistematizada por Lainez, no na mas c¡ne la imitac¡on y la copia d:: las accion es y de 10 3 principios de Loyo1u. R~c~paci te c,:tda eual en su int.erior toda b carrera que hemos trazado. Por todas partes ruega bu.jo la ne­cesidad , se somet.e ú l;1.s circunsbnciaf', n¡ruarcla. los succsos, los resiste con in-

~

dóm ito sufrimiento, se apro \'l cha de cuanto se le prCEe nta , y se prep;na lo ve-nidero. S i el bien ó ellllal qne h;lccn lo~, hombres, si las fei'íales que dejan sobre cl globo d(:b(, l1 ser vi r para apl'ecictrlos , a rd uo ¡:;eri de juzgar c~, te hombre sillgular c!lya vida aC;lb ,lmo ,~ de ref'c-rir. Si la pacic: ncia, la pc;:óeverancia en una sola-idea, el talento u:: Ul,lllal' y scuucir ¡i S L,::; Ecmcjan tcs, el ul'::precio del dol,)j', de los s ul'rimieutos y dt~ 10 ;4 nltrag-l's, tu. d c: v"c¡oll y la firmeza de la::; n.:::ol uc!onesj eH .611, si el r,~ ~;¡:l:'<tdo d\! bs e Jll pr~t; ct:, y lo. rcali zac ioil de un pro­yecto f'C'lJ1 2rcl ri o y colo:ml ha-; tan para !aurar Ull 11 (- 1'0 _', Igllacio de L0yola , el \,jsiollLlriv, el m :' lllli:r'-" lo fué . .

[ 'I'Ij :l:rt . .'o d.:.' J.f:! CtG dt, T'(I.' I¡ < i(f~ (l e E orc('."oi! (/: (1 ::0 de E' 3Ll. ]