animal pÚblico manuel delgado

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  • Manuel Delgado

    El animal pblicoHacia una antropologa de los espacios urbanos

    EDITORIAL ANAGRAMABARCELONA

  • Diseo de la coleccin:Julio VivasIlustracin: 30103/93", Pamela Jane (P.J.) Crook, 1993

    Primera edicin: mavo 1999Segunda edicon: mayo 1999Tercera edicin: julio 1999Cuarta edicin: julio 1999

    cultura Libre Manuel Delgado, 1999 EDITORIAL ANAGRAMA, S.A., 1999

    Pedr de la Creu, 5808034 Barcelona

    ISBN: 84-339-0580-5Depsito Legal: B. 35222-1999

    Printcd in Spain

    Liberduplex, S.L., Constituci, 19,08014 Barcelona

    El da 8 de abril de 1999, el jurado compuesto por SalvadorClotas, Romn Gubern, Xavier Rubert de Vents, Fernando Sa-vater, Vicente Verd y el editor Jorge Herralde, concedi, pormayora, el XXVII Premio Anagrama de Ensayo a El animal p-blico, de Manuel Delgado.

    Result finalista Los Goytisolo, de Miguel Dalmau.

  • PROLOGO:EL OTRO GENERALIZADO

    Yo soy exactamente lo que ves -dice la msca-ra- y todo lo que temes detrs.

    Masay poder, ELlAS CANETTI

    Si ya de por s es compromerido explicar en qu consisre la an-rropologa, y cules son sus objeros y sus objetivos, mucho ms loes rener que dar cuenra de su papel en conrexros en los que, enprincipio, no se la esperaba. En efecro, es obvio que los morivosque fundaron la antropologa como disciplina --el conocimienrode las sociedades exticas- carecen hoy de senrido, en un mundocrecienremenre globalizado en que ya apenas es posible -si algnda lo fue de veras- enconrrar el modelo de comunidad exenra,culruralmenre dererminada y socialmenre inregrada, que la erno-grafa haba converrido en su objero cenrral. Ya no hay -si es quelas hubo alguna vez- sociedades a las que aplicar el calificarivo desimples o primitivas, al igual que rampoco se puede aspirar aenconrrar hoy culruras claramenre conrorneables, capaces de orga-nizar significativamente la experiencia humana a travs de una vi-sin del mundo omniabarcativa, libre de insuficiencias, conrradic-ciones o paradojas, con la excepcin, claro est, de ese refugio parala claridad de ideas que son en la acrualidad los fanatismos ideol-gicos o religiosos de cualquier signo.

    Disuelro su asunro rradicional de conocimienro, puede anro-jarse que el anrroplogo debe comporrarse como una especie dereparriado forzoso, que procura infilrrarse enrre las rendijas rem-ricas sin cubrir del mundo moderno y adaprarse a rrabajar en rodoripo de sumideros y reservorios de no se sabe exacramenre qu,aunque lo que acabe estudiando se parezca a los saldos y resros deserie que las dems ciencias sociales renuncian a rrarar. Como si el

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  • antroplogo que hubiera optado por estudiar su propia sociedadslo estuviera legitimado a actuar sobre rarezas sociales y extravan-gancias culturales, algo as como los residuos del festn que para lasociologa, la economa o la ciencia poltica son las sociedadescontemporneas. Puede vrsele, entonces, observando atentamen-te costumbres ancestrales, ritos atvicos, supervivencias religiosas yotros excedentes simblicos ms o menos intiles, 0, yeso es mu-cho peor, grupos humanos que la mayora social o el orden polti-co han problematizado previamente, con lo que el antroplogopuede aparecer complicado involuntariamente en el marcaje y fis-calizacin de disidencias o presencias considerarlas alarmantes. Latendencia a asignar a los antroplogos -y de muchos antroplo-gos a asumirlas como propias- tareas de inventariado. tipificaciny escrutamiento de sectores conflictivos de la sociedad -a saber,inmigrantes, sectarios, jvenes, gitanos, enfermos, marginados, etc.-demostrara la inclinacin a hacer de la antropologa de las so-ciedades industrializadas una especie de ciencia de las anomalas ylas desviaciones.

    Lejos de esa contribucin positiva que se espera de ella para elcontrol sobre supuestos descarriados e indeseables, lo cierto es quela antropologa no debera encontrar obstculo alguno en seguiratendiendo en las sociedades urbano-industriales a su viejo objetode conocimiento, es decir la vida cotidiana de personas ordinariasque viven en sociedad, todo lo que slo a una mirada trivial po-dra antojrsele trivial. N o existe ninguna razn por la que el etn-logo de su sociedad deba renunciar a lo que ha sido la aportacinde su disciplina a las ciencias sociales, tanto en el plano epistemo-lgico como deontolgico: aplicacin del mtodo comparativo;vocacin naturalista y emprica, atenta a lo concreto, a lo contex-tualizado; planteamientos amplios y holsticos; desarrollo de tcni-cas cualitativas de investigacin -trabajo hecho a mano en unasociedad hipertecnificada-, y, por ltimo, un relativismo que, alquerer ser coherente consigo mismo, no puede nunca dejar de serrelativo.

    De esa vocacin de la antropologa de mirar a su manera lavida de cada da ahora y aqu, surge lo que la compartimentacinacadmica al uso reconoce como lltttropologa urbana. Como ha

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    sealado Ulf Hannerz, en lo que contina siendo el mejor manualpara introducirse en esa subdisciplina,' los antroplogos urbanospueden ser considerados como urbanlogos con un tipo particularde instrumentos epistemolgicos, o, si se prefiere, como antrop-logos que analizan un tipo particular de ordenamiento. Se entien-de, a su vez, que la contribucin especfica de lo urbano a la an-tropologa consiste en una gama de hechos que se dan con menoro nula frecuencia en otros contextos, es decir en sus contribucio-nes a la variacin humana en general. Al tiempo, el mtodo com-paratista le permite al antroplogo aplicar instrumentos concep-tuales que han demostrado su capacidad explicativa en otroscontextos. Sin contar, a un nivel moral, con la importancia que laantropologa puede tener a la hora de hacer pensar sobre el signifi-cado de la diversidad cultural y hasta qu punto nos son indispen-sables sus beneficios.

    Ahora bien, cabe preguntarse: cul es el objeto de esa anrropo-loga urbana cuya posibilidad y pertinencia se repite? Puede odebe ser la antropologa urbana una antropologa de o en la ciu-dad, entendiendo sta como una realidad delimitable compuestade estructuras e instituciones sociales, un continente singular en elque es posible dar -como se pretende a veces- con culturas o so-ciedades que organizan su copresencia a la manera de algo pare-cido a un mosaico? O deberamos establecer, ms bien, que la an-tropologa urbana es una antropologa de lo urbano, es decir delas sociedades urbanizadas o en proceso de urbanizacin, siendo losfenmenos que asume conocer encontrables slo a veces o a ratosen otras sociedades, lo que obligara a trabajar con estrategias ypredisposiciones especficas, vlidas slo relativamente para otrosentornos?

    Est claro, en este orden de cosas, que la ciudad no es lo mis-mo que lo urbano. Si la ciudad es un gran asentamiento de cons-trucciones estables, habitado por una poblacin numerosa y densa,la urbanidad es un tipo de sociedad que puede darse en la ciudad...o no. Lo urbano tiene lugar en otros muchos contextos que tras-cienden los lmites de la ciudad en tanto que territorio, de igual

    1. U. Hannerz, Exploracin de la ciudad, FCE, Mxico DF., 1991, pp. 4-19.

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  • modo que hay ciudades en las que la urbanidad como forma devida aparece, por una causa ti otra, inexistente o dbil. Ya veremoscmo lo que implica la urbanidad es precisamenre la movilidad,los equilibrios precarios en las relaciones humanas, la agiracincomo fuenre de verrebracin social, lo que da pie a la constanreformacin de sociedades coyunrurales e inopinadas, cuyo desrinoes disolverse al poco riempo de haberse generado. Una anrropolo-ga urbana, en e! senrido de de lo urbano, sera, pues, una anrropo-loga de configuraciones sociales escasamenre orgnicas, poco onada solidificadas, someridas a oscilacin consrante y desrinadas adesvanecerse enseguida. Dicho de orro modo, una anrropologa delo inesrable, de lo no estructurado, no porque esr desesrrucrurado,sino por estar estructurndose, creando proroestructuras que queda-rn finalmenre aborradas. Una anrropologa no de lo ordenado nide lo desordenado, sino de lo que es sorprendido en e! momenrojusto de ordenarse, perosin que nunca podamos ver finalizada surarea, bsicamente porque slo es esa tarea.

    De lo que se rrara es de aplicar mtodos y crirerios antropol-gicos a hechos que, hasra cierro punro al menos, tienen bastantede indiros. Buena parre de estos hechos en apariencia nuevos es-rn relacionados con la generalizacin, a lo largo de! siglo XIX, deuna divisin radical de la vida cotidiana en dos planos segregadosa los que se arribuye una cierta cualidad de incomparibles: la de lopblico versus lo privado, versin a su vez de! divorcio enrre lo in-teriorlanmico y lo exterior/sensible que es herencia comn de lateologa protestante y del pensamienro racionalisra moderno. Si e!mbito de lo privado est definido por la posibilidad que supues-tamenre alberga de realizar una autenricidad ranro subjetiva comocomunitaria, basada en lo que cada cual realmente es en ranro quepersona y en ranro que miembro de una congregacin coherente-el hogar, una comunidad restringida de afines-, e! espacio pbli-co tiende a constituirse en escenario de un tipo inslito de estruc-ruracin social, organizada en rorno al anonimaro y la desatencinmutua o bien a parrir de relaciones efmeras basadas en la aparien-cia, la percepcin inmediata y relaciones alramenre codificadas yen gran medida fundadas en e! simulacro y e! disimulo. El hechode que e! dominio de lo pblico se oponga ran raxativamente al de

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    la inmanencia de lo ntimo como refugio de lo de veras natural ene! hombre, hace casi inevirable que aqul aparezca con frecuenciacomo insoporrablemente complejo y contradictorio, sin sentido,vado, desalmado, fro, moralmente inferior o incluso decidida-mente inmoral, etc,

    De la vivencia de lo pblico se derivan sociedades instant-neas, muchas veces casi microscpicas, que se producen entre des-conocidos en relaciones transitorias y que se construyen a partirde. pautas dramatrgicas o comediogrficas -es decir basadas enuna cierra reatralidad-, que resultan al mismo riempo ritualizadase impredecibles, protocolarias y espontneas. Su conocimientoobliga al estudioso a colocarse ojo avizor, puesto que, por natura-leza, tales asociaciones son con mucha frecuencia inopinadas eirrepetibles, irrumpen en e! momento menos pensado. Son acon-tecimientos, situaciones, ocasiones ... que emergen en los cruces decaminos o carrefours que ellos mismos provocan, y que hacen delestudioso de esos fenmenos una especie de cazador furrivo, siem-pre al acecho, a la que salta, siguiendo e! modelo de! reporrerovido de noricias que sale a la calle presto a"caprar incidentes y ac-cidenres significarivos, o de! naturalisra que aguarda pacientemen-re desde su punto de vigilancia que suceda algo significarivo en e!entorno que observa.

    . Los proragonistas de esa sociedad dispersa y mltiple, que seva haciendo' y deshaciendo a cada momento, son personajes sinnombre, seres desconocidos o apenas conocidos, que proregen suintimidad de un mundo que pueden percibir como potencial-mente hosril, fuente de peligros posibles para la integridad per-sonal/IDe la inmensa mayora de esos urbanitas -en e! senridono de habitantes de la ciudad sino de practicantes de lo urbano- nosabemos casi nada, puesto que gran parte de su actividad en losespacios por los que se desplazan consiste en ocultar o apenas in-sinuar quines son, de dnde vienen, adnde se dirigen, a qu sededican, cul es su ocupacin o sus orgenes o qu pretenden. Elsentimiento de vulnerabilidad es, precisamente, lo que hace quelos protagonistas de la vida pblica pasen gran parre de su tiempo-yen la medida en que les resulta posible- escamoteando u ofre-ciendo seales parciales o falsas acerca de su identidad, mante-

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  • niendo las distancias, poniendo a salvo sus sentimientos y lo quetoman por su verdad. La desconfianza y la necesidad de preservara toda costa lo que realmente son del naufragio que les depararauna exposicin excesiva ante los extraos, hace de los seres delmundo pblico personajes clandestinos o semiclandestinos, perfi-les !lbiles con atributos adaptables a la ocasin, entregados atodo tipo de juegos de camuflaje y a estrategias mimticas, quenegocian insinceramente los trminos de su copresencia de acuer-do con estrategias adecuadas a cada momento. 'la vida urbana sepuede comparar as con un gran baile de disfraces, ciertamente,pero en el que, no obstante, ningn disfraz aparece completa-mente acabado antes de su exhibicin. Las mscaras, en efecto, seconfeccionan por sus usuarios en funcin de los requerimientosde cada situacin concreta, a partir de una lgica prctica en quese combinan las aproximaciones y distanciamientos con respectoa los otros.

    Ms que representar un guin preescrito, lo que hacen losprotagonistas de las relaciones urbanas es jugar, y hacerlo de unamanera no muy distinta de como lo hara un nio, es decir orga-nizando situaciones impersonales basadas en la actuacin exterior,regidas por reglas -es decir en las que la espontaneidad juega unpapel rnnimo--, pero en las que existe un fuerte componente deimpredecibilidad y azar. El juego es precisamente el ejemplo queG. H. Mead -el padre del interaccionismo simblico- proponepara explicar la nocin de otro generalizado.: es decir esa abstrac-cin que le permite a cada sujeto ponerse en el lugar de los demsal ffi.ismo tiempo que se distancia, se pone a s mismo en la pers-pectIva de todos esos demds.

    En tanto en cuanto el espacio pblico es el mbito por anto-nomasia del juego, es decir de la alteridad generalizada, los practi-cantes de la sociabilidad urbana -al igual que sucede con los ni-os- parecen experimentar cierto placer en hacer cada vez mscomplejas las reglas de ese contrato social ocasional y constante-mente renovado en que se comprometen, como si hacer la partida

    1. G. H. Mead, Espritu, persona y sociedad, Paids, Barcelona, 1990, pp. 182-193.

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    interminable o demorar al mximo su resolucin, mantenindoseel mayor tiempo posible en estado de juego, constituyeran fuentesde satisfaccin. Los jugadores son siempre conscientes, claro est,de la posibilidad de cambiar las reglas de su juego, as como de laposibilidad de sustituirlo por otro o dejar de jugar. En esa genera-lizacin del juego que es la urbanidad, en una apoteosis tal de laexterioridad absoluta, de la ms radical de las extroversiones, se al-canza a reconocer el valor anticipatorio del pensamiento de Ga-briel Tarde, el primer gran terico de lo inestable social, que en1904 escriba: Ese yo no s qu, que es todo el yo individual, tie-ne necesidad de ocuparse en lo exterior para tomar conciencia des mismo y fortalecerse; se nutre de lo que le altera1

    La persona en pblico puede parecer dominada por un estadode sonambulismo o antojarse vctima de algn tipo de zombifica-cin, hasta tal punto acta disuadida de que toda expresividad ex-cesiva o cualquier espontaneidad mal controlada podra delatarante los dems quin es en verdad, qu piensa, qu siente, cul essu pasado, qu desea, cules son sus intenciones. Se sabe, no obs-tante, que su discrecin aplaza gesticulaciones inimaginables, ric-tus, mohnes, espasmos, violencias, bruscos cambios de direccin,efusiones que en cualquier momento podran desatarse y que, entanto que virtualidad o amenaza, nunca dejan de estar presentes.El hombre de las calles es un actor que parece conformarse conpapeles mediocres, a la espera de su gran oportunidad. Es ciertoque los seres del universo urbano no son autnticos, pero encambio pueden presumir de vivir un estado parecido al de la liber-tad, puesto que su no sernada les constituye en pura potencia, dis-posicin permanentemente activada a convertirse en cualquiercosa. De ah el desprecio que suscitaran en pensadores como Or-tega y Gasset, para el que el hombre-masa es slo un caparaznde hombre constituido por meros idolafori, ser sin interioridad,vaco, simple oquedad... , siempre en disponibilidad de fingir sercualquier cosa-.? Pero tambin de ah la inmensa inquietud que

    l. G. Tarde, La opininy Id multitud, Taurus, Madrid, 1986, p. 142; el subra-yado es suyo.

    2. J. Ortega y Gasset, La rebelin de lasmasas, Orbis, Barcelona, 1983, p. 17.

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  • despierta, la desconfianza que provoca e! descaro de su disimulo,roda lo que se agazapa tras e! puro disfraz con e! que se camufla.Al transente, como a la mscara, se le conoce slo por lo que en-sea. Como de ella, al decir de Elias Canetti, del viandanre se po-dra afirmar que su poder descansa en que se le conoce con preci-sin, sin saber jams qu contiene: Yo soy exactamente lo que ves-dice la mscara- y rodo lo que remes detrs.!

    Esa mutabilidad de! seor del secrero, que puede ser visto mo-vindose taciturno como un merodeador, en nubes parecidas a en-jambres, en grupos poco numerosos que se mueven como jauras oen masas que pueden desplazarse en manada o en estampida, es loque hace de una posible anrropologa de! espacio pblico una espe-cie de teratologa, es decir una ciencia de los monstruos.ISi la antro-pologa de las sociedades contemporneas es cada vez ms una an-tropologa de las hibridaciones generalizadas, de las difusiones porpolinizacin capaces de producir las ms sorprendemes disrorsiones,una anrropologa que tuviera que aplicarse sobre las cosas que suce-den en las calles, en los vestbulos de los edificios pblicos, en los an-denes de! merro no podra ser sino una especie de muesrrario de en-tes imposibles: seres medio-medio, camaleones capaces de adoptarcualquier forma, cimarrones de media hora, embaucadores natos,mentirosos compulsivos, conspiradores a ratos libres.

    He ah, por cierto, lo que resuelve el enigma de uno de losgrandes proragonistas de la mirologa contempornea, Jack Grif-fin, e! Hombre Invisible. Por qu l, que por fin ha logrado unafrmula que le permite no ser visto, envuelve su rosrro con vendasy usa gafas ahumadas y guantesi- La respuesra a esa paradoja es

    1. E. Canerti, Masa y poder, Muchnik, Barcelona, 1994, p. 394.2. En la novela se brinda una insatisfactoria explicacin al misterio, que es que

    Griffin ha de vestirse para combatir el frlo y no puede hacer- invisibles sus ropas. Enun serial posterior titulado Los crmenes delfantasma, protagonizado por Ralph Byrdy dirigido por William Witney (1941), el protagonista consegua la invisibilidad in-tegral gracias a un artilugio electrnico ... , que no poda evitar la emisin de un zum-'bido que se encargaba de delatar inequvocamente su presencia. En Memorias-de unhombre invisible, una revisin del mito debida a John Carpenter (1991), el agenteque persigue al protagonista, aludiendo a la vida anodina que ste llevaba, puede de-cir en un momento dado que el hombre invisible ya era invisible antes de volverseinvisible.

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    que el personaje de H. G. Wells y de la pelcula de James Whale(1933) acra as para que, en un momenro dado, se sepa que esinvisible, puesro que si lo fuera lireralmenre nadie esrara en con-diciones de romarlo como lo que desesperadamenre quiere conri-nuar siendo: un sujeto. Ha enloquecido por no poder hacer rever-sible su virtud de desaparecer. Puede estar enrre la genre sin serpercibido, pero no puede devenir denso, dejar de ser rransparenre,a volunrad. Sin saberlo, el Hombre Invisible deviene metforaperfecra del hombre pblico, que reclama una invisibilidad relari-va, consistente en ser visto y no visto), ser tenido en cuenta perosin dejar de oculrar su verdadero rosrro, beneficiarse de una vistagorda generalizada; que alardea de ser quien es sin ser incordiado,ni siquiera inrerpelado por ello; que quiere recordar que est, peroque espera que se acte al respecro como si no esruviera. Como elprotagonisra de la novela de Wells, el ser de las calles ostenra suinvisibilidad y, jusrameme por ello, se convierte en fuente de in-quietud para todo poder instituido: es visro porque se visibiliza,pero no puede ser controlado, porque es invisible.

    Toda esa muchedumbre que se agita por el espacio pblico asu aire), que va a la suya) q, como suele decirse hoy, a su rollo,la conforman tipos que son poco ms que su propia coartada, quesiempre tienen algo que ocultar, que siempre planean algunacosa; personajes que, porque estn vacos, huecos, pueden devenirconducrores de roda tipo de energas. Una inmensa humanidadintranquila, sin asiento, sin territorio, de paso hacia algn sitio,destinada a disolverse y a reagruparse consramememe, excitadapor un nomadeo sin fin y sin sentido, cuyos esrados pueden ir dela estupefaccin \0 la cataronia ~ los espamos ms impredecibles,a las emradas en pnico o a laslucideces ms sorprendenres. Vic-roria final de lo heteronmico y de lo autoorganizado, esa socie-dad molecular, peripattica y loca, que un da se mueve y al otrose moviliza, merece tener tambin su antropologa.

    Esa anrropologa de lo urbano -anrropologa de las agitacio-nes humanas que tienen como escenario los espacios pblicos- hade hacer frente a algo que, como se acaba de hacer notar, no se ve,un objero de conocimienro en muchos senridos opaco, del quecabe esperar cualquier cosa, que est ah, pero cuya composicin

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  • cuesta distinguir con nitidez. La imagen de la niebla resulta inme-jorable para describir un asunto que s6lo se deja entrever, insi-nuar, sobrentender. De ah las dificultades que los sisremas dis-puestos para su vigilancia encuentran para realizar su trabajo. Deah tambin los problemas con los que, a la hora de saber de quest hecha esa bruma espesa o qu sucede en su interior, se en-cuentran saberes concebidos para conocer estructuras societariascoaguladas o procesos lo suficientemente lentos y macrosc6picoscomo para resultar perceptibles a simple vista y lo bastante clarosen sus objetivos como para ser comprensibles. En cambio, de loque se trata ahora es de trabajar con mutaciones instantneas,transfiguraciones imprevisibles, cuerpos sociales que se conformany desintegran al instante. En un espacio pblico definido por lavisibilidad generalizada, parad6jicamente el antrop6logo ha demoverse por fuerza casi a tientas, conformndose con distinguirapenas brillos y perfiles. Indispensable para ello dotarse de tcni-cas con que registrar lo que muchas veces s610 se deja adivinar,estrategias de trabajo de campo adaptadas al esrudio de sociedadesinesperadas, pero tambin artefactos categoriales especiales, con-ceptos y maneras de explicaci6n que, para levantar acta de formassociales hasta tal punto alteradas, deberan recabar la ayuda tantodel arte y la literatura como de la filosofa y de todas las discipli-nas cientficas que se han interesado por las manifestaciones de lacomplejidad en la vida en general.

    Una sntesis de ese tipo es la que he querido sugerir aqu -nos con qu exito-- con objeto de avanzar algo en el camino haciauna antropologa de lo urbano, en cierto sentido todava por dise-ar como subdisciplina con proyecto propio. Tampoco es que esttodo por hacer. Provocando el alboroto de los perros guardianesde las diferentes fincas epistemol6gicas, ha habido y hay quieneshan abordado el conocimiento de las sociedades mnimas, todoese barullo de Iiechos que la macrosociologa, la historia de las ins-tituciones, la gran poltica o la antropologa de las culturas y lasestructuras sociales desdea injustamente. Esa antropologa de losespacios pblicos, que lo es por tanto de las incongruencias, losfalsos movimientos y los nomadeos, puede trazar 'un rbol genea-lgico en cuyas races y ramificaciones principales apareceran au-

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    tares de los que yo tampoco he podido prescindir: Gabriel Tarde,George Simmel, G. H. Mead, los te6ricos de la Escuela de Chi-cago en general, Henri Lefebvre, Michel de Certeau, as comodisciplinas en bloque, como la sociolingstica interaccionista, laemografa de la comunicaci6n, la etnometodologa o la microso-ciologa, un marco ste en el que la figura de Erving Goffman bri-lla con luz propia. Por otra parte, mi aportaci6n quisiera sumarsea las procuradas por antroplogos y socilogos europeos -france-ses y belgas sobre todo- que han abierto una lnea de estudios ur-banos respecto de la cual no quiero ocultar mi deuda. Entre aque-llos de quienes ms he aprendido quiero destacar a jean Remy,Georges Gutwirth, Caletre Ptonnct y - la creatividad y la emancipaci6n, al tiempo que la di-rnensin poltica del espacio pblico es crecientemente colocadaen el centro de las discusiones en favor de una radicalizaci6n y unageneralizaci6n de la democracia. Todo ello sin contar con la irrup-ci6n en escena de nuevas modalidades de espacio pblico, como el

    1. La lectura de Muerte y vida de las grandes ciudades, de Jarre Jacobs (Pennsu-la, Barcelona, 1973), o El declive del hombre pblico, de Richard Sennet (Pennsula,Barcelona, 1974), tuvieron en su da para m una virtud reveladora y este libro noquiere ni puede disimularlo.

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  • ciberespacio, que obligan a una revisin al alza del lugar que lassociedades enrre desconocidos y basadas en la inreraccin efmeraocupan en el mundo acrual.

    Cabe pregunrarse rambin -y la obra que sigue as lo hace- si loque se prerende esrudiar consriruye un cuadro ran indiro comopodria darse por supuesro, un asunro exclusivo de las sociedades mo-dernas urbanizadas, altamente entrpicas, inestables, generadoras deincerridumbre en la medida en que son generadas por la incertidum-bre, y que conoceran su expresin ms genuina en la animacinconsranre y con frecuencia frentica de las calles. Es que ningunasociedad hasta ahora haba percibido lo volril de roda organizacin,lo precario de cualquier esrado de lo social, la vulnerabilidad de ro-das las cerridumbres que la cultura procura? Es que la nuesrra es laprimera civilizacin en pracricar formas de anonadamienro, de nihi-lizacin, de puesra a cero que represenren la conciencia de que rodaorden social es polvo y en polvo habr de converrirse?

    De manera aparenremenre paradjica, es en la jurisdiccin dela anrropologa simblica y la ernologa de la religin donde pode-mos enconrrar materiales con los que el anrrop6logo puede jugar-rambin en la ciudad- a lo que mejor sabe, que es comparar, ex-perimenrar ese dja vu del que no puede sustraerse. Cosa curiosa.En ese mismo mbiro que inregra los ritos y los mitos, en que ro-das las sociedades instalan sus principios ms inalterables, los axio-mas de los que depende su conrinuidad y la del universo mismo, esdonde pueden encontrarse tcnicas destinadas a poner de rnanifies-ro cmo no hay nada en la organizacin del mundo que no se per-ciba como susceptible de desinregrarse en cualquier momento,para volverse a conformar de nuevo, de otra manera. Como si to-das las sociedades dieran a entender que todo lo que es, incluso loms aparentemente intocable, podria ser de Otro modo, o ser al re-vs, o no ser. Sociedades pensadas para no cambiar jams saben ha-cer peridicamente un parntesis en sus ms slidas conviccionescon objeto de contemplar la posibilidad -y aunque s610 sea esa po-sibilidad- de que, en cualquier momento, se barajen de nuevo lascarras que posibilitan la convivencia ordenada y se reinicie, de otraforma, una parre o la globalidad del orden de las cosas. Por ello,me he permitido convocar, para esa anrropologa de los espacios

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    pblicos que aqu se propone, a autores centrales en la antropo-loga de los simbolismos rituales: mile Durkheim, Arnold VanGennep, Marcel Mauss, Claude Lvi-Strauss, Gregory Bateson,Michel Leiris, Alfred Mtraux o Victor Turner, entre otros.

    He ah al antroplogo de vuelta a casa. No se le pide que re-nuncie ni al patrimonio ni a la identidad de su disciplina, ni quese reconvierta a los requerimientos de un mundo supuestamenteimprevisto para l, sino roda lo conrrario: que reconozca ahora yaqu, alcanzando una intensidad indita, generalizndose, lo queya haba tenido la ocasin de contemplar antes, en otros sitios, enotras dosis: lo insensaro de las sociedades, las agiraciones inespera-das que de tanto en tanto sacuden el orden del mundo, lo defor-me o lo amorfo de los organismos sociales, la imporencia de lasinstituciones... , roda lo extrao e incalculable que esr siempre de-bajo, sosreniendo en secrero las esrabilidades aparenternente msslidas, las congruencias, los equilibrios siempre en falso que lepermiren a las comunidades sobrevivirse a s mismas. Todo loque, en silencio, pacientemente, aguarda su momento: el instantepreciso de revelarles a los morrales de qu es de lo que est hechaen realidad su sociedad.

    El grueso de las disquisiciones de que se compone este ensayohan sido fruro de mi rrabajo como profesor en el Posgrado de Es-rrica de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacionalde Colombia en Medelln, entre 1994 y 1998, donde aprend mu-cho ms de lo que fui a ensear. Quisiera evocar aqu mi extraor-dinaria deuda con la inteligencia y la sensibilidad de mis anfitrio-nes antioqueos, los profesores jairo Montoya, Juan GonzaloMoreno y Jaime Xibill, que me acompaaron en discusiones apa-sionanres anre un pblico que raras veces se resignaba a permane-cer en su papel, pero rambin en arras conrexros no precisamenreacadmicos. Agradezco aPere Salaberr la persisrencia de su con-fianza en m. Dos de los caprulos de la obra fueron adelanradosparcialmente en forma de sendas conferencias. La sociedad y lanada se dio a conocer como ponencia invirada al XXXV Congre-so de Filsofos Jvenes, reunido en el Centro de Cultura Contern-pornea de Barcelona en abril de) 998. Actualidad de lo sagradose expuso ?entro del XVIII Curso de Ernologa Espaola Julio

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  • Caro Baroja, en el Consejo Superior de Investigaciones Cientfi-cas de Madrid, un mes ms tarde. Agradezco a Jordi Delgado y alGrupo de Sistemas Complejos de la Universidad Politcnica deCatalua que hayan sabido excitar en m el inters por las teorassobre sistemas crticos autoorganizados y lejos de la linealidad. N oobstante, lo que de inapropiado o excesivo pueda haber en miapropiacin de figuras adoptadas de la fsica y en las analogas quese irn proponiendo corre del todo de mi cuenta y debe conside-rrseme a m su nico responsable.

    Decididamente, las mujeres han marcado mi existencia. N o lohe podido evitar, y no me importa. Quisiera dedicarle este libro alas cinco, con mucho-, ms importantes, que menciono por ordende aparicin en mi vida: Mara, Carlota, Ariana, Cara y Selma. Yosoy su obra.

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    I. HETERPOLIS: LA EXPERIENCIADE LA COMPLEJIDAD

    Abajoelpuerto se abre a latitudes lejanasy la honda plazaigualadora de almasse abre como la muerte, como el sueo.

    JORGE LUIS BORGES

    Qu difcil es olvidar a alguien a quien apenas conoces.en Cosas quenunca te dije, de ISABEL COIXET

    1. LA CIUDAD Y LO URBANO

    Una distincin se ha impuesto de entrada: la que separa la ciu-dad de lo urbano. La ciudad no es lo urbano. La ciudad es unacomposicin espacial definida por la alta densidad poblacional y elasentamiento de un amplio conjunto de construcciones estables.una colonia humana densa y heterognea conformada esencial-mente por extraos entre s. La ciudad, en este sentido, se opone

    __al campoo a lo rural, mbitos en que tales rasgos no se dan. LO' ur-bano, en cambio, es otra cosa: un estilo de vida marcado por laproliferacin de urdimbres relacionales deslocalizadas y precarias,Se entiende por urbanizacin, a su vez, ese proceso consistente enintegrar crecientemcnre la movilidad espacial en la vida cotidiana,hasta un punto en que sta queda vertebrada por aqulla.' Lainestabilidad se convierte entonces en un instrumento paradjicode estructuracin, lo que determina a su vez un conjunto de usosy representaciones singulares de un espacio nunca plenamente te-rritorializado, es decir sin marcas ni lmites definitivos.

    En los espacios urbanizados los vnculos son preferentementelaxos y no forzosos, los intercambios aparecen en gran medida noprogramados, los encuentros ms estratgicos pueden ser fortuitos,

    1. ]. Remy y L. Voye, La viLle: vrsune nouvelle definition?, L'Harmanan, Pars,1992, p. 14.

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  • domina la incertidumbre sobre interacciones inminentes, las infor-maciones ms determinantes pueden ser obtenidas por casualidady el grueso de las relaciones sociales se produce entre desconocidoso conocidos de vista. Hay ciudades poco o nada urbanizadas, enlas que la movilidad y la accesibilidad no estn aseguradas, comoocurre en los escenarios de conflictos que compartimentan el terri-'torio ciudadano y hacen difciles o imposibles los trnsitos. Encambio, no hay razn por la cual los espacios naturales abiertos olas aldeas ms recnditas no puedan conocer relaciones tan tpica-mente urbanas como las que conocen una plaza o el metro de cual-quier metrpoli. Histricamente hablando, la urbanidad no sera,a su vez, una cualidad derivable de la aparicin de la ciudad engeneral, sino de una en particular que la modernidad haba genera-lizado aunque no ostentara en exclusiva. Desde presupuestos cer-canos a la Escuela de Chicago, Robert Redfield y Milron Singerasociaron lo urbano a la forma de ciudad que llamaron heterogne-tica, en tanto que slo poda subsistir no dejando en ningnmomento de atraer y producir pluralidad. Era una ciudad sta quese basaba en el conflicto, anmica, desorganizada, ajena u hostila toda tradicin, cobijo para heterodoxos y rebeldes, dominada porla presencia de grupos cohesionados por intereses y sentimientostan poderosos como escasos y dentro de la cual la mayora de re-laciones haban de ser apresuradas, impersonales y de convenien-cia. Lo contrario a la ciudad heterogentica era la ciudad ortogen-tica, apenas existente hoy, asociada a los modelos de la ciudadantigua u oriental, fuertemente centralizada, ceremonial, burocra-rizada, aferrada a sus grandes tradiciones, sistematizada, etc.

    Lo opuesto a lo urbano no es lo rural-eomo podra parecer-,sino una forma de vida en la que se registra una estricta conjuncinentre la morfologa espacial y la estructuracin de las funciones so-ciales, y que puede asociarse a su vez al conjunto de frmulas devida social basadas en obligaciones rutiriarias, una distribucin cla-ra de roles y acontecimientos previsibles, frmulas que suelen agru-parse bajo el epgrafe de tradicionales o premodernas. En un sentidoanlogo, tambin podramos establecer lo urbano en tanto queasociable con el distanciamiento, la insinceridad y la frialdad en lasrelaciones humanas con nostalgia de la pequea comunidad basada

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    en contactos clidos y francos y cuyos miembros compartiran -sesupone- una cosrnovisin, unos impulsos vitales y unas determi-nadas estructuras motivacionales. Visto por el lado ms positivo, lo(urbano propiciara un relajamiento en los controles sociales y unarenuncia a las formas de vigilancia y fiscalizacin propias de colec-tividades pequeas en que todo el mundo se conoce. Lo urbano,desde esta ltima perspectiva, contrastara con lo comunal

    Lo urbano consiste en una labor, un trabajo de lo social sobres: la sociedad manos a la obra, producindose, hacindose y lue-go deshacindose una y otra vez, empleando para ello materialessiempre perecederos. Lo urbano est constituido por todo lo que seopone a cualquier crisralizacin estructural, puesto que es fluctuan-te, aleatorio, fortuito ... , es decir reuniendo lo que hace posible lavida social, pero antes de que haya cerrado del todo tal tarea, comosi hubiramos sorprendido a la materia prima societaria en estadoya no crudo, sino en un proceso de coccin que nunca nos serdadover concluido. Si las instituciones socioculturales primarias -fami-lia, religin, sistema poltico, organizacin econmica- constitu-yen, al decir de Pierre Bourdieu, estructuras estructuradas y estruc-turantes -es decir sistemas definidos de diferencias, posiciones yrelaciones que organizan tanto las prcticas como las percepcio-nes-, podramos decir que las relaciones urbanas son, en efecto,estructuras estructurantes, puesto que proveen de un principio de'vertebracin, pero no aparecen estructuradas -esto es concluidas,rernatadas-, sino estructurndose, en el sentido de estar elaborandoy reelaborando constantemente sus definiciones y sus propiedades,a partir de los avatares de la negociacin ininterrumpida a que seentregan unos componentes humanos y contextuales que raras vecesse repiten. Anthony Giddens habra hablado aqu de estructuracin,proceso de institucionalizacin de relaciones sociales cuya esencia omarca es, ante todo, temporal, puesto que es el tiempo y sus mr-genes de incertidumbre los que determinan el papel activo que seasigna al libre arbitrio de los actores sociales. N o en vano la diferen-ciacin, aqu central, entre'la ciudad y lo urbanoes anloga a la que,recuperando conceptos de la arquitectura clsica, le sirve a GiulioCarla Argam para distinguir entre estructura y decoraci6n. La pri-mera remite la ciudad en trminos de tiempo largo: grandes confi-

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  • guraciones con una duracin calculable en dcadas o en siglos. Lasegunda a una ciudad que cambia de hora en hora, de minuto enminuto, hecha de imgenes, de sensaciones, de impulsos mentales,una ciudad cuya contemplacin nos colocara en el umbral mismode una esttica del suceso.'

    La antropologa urbana-debera presentarse entonces ms biencomo una antropologa de lo que define la urbanidad como formade vida: de disoluciones y simultaneidades, de negociaciones mini-malistas y fras, de vnculos dbiles y precarios conectados entre shasta el infinito, pero en los que los cortocircuitos no dejan de serfrecuentes. Esta antropologa urbana se asimilara en gran medi-da con una antropologa de los espacios pblicos, es decir de esassuperficies en que se producen deslizamientos de los que resultaninfinidad de entrecuzamientos y bifurcaciones, as como escenifi-caciones que no se dudara en calificar de coreogrficas. Su prota-gonista? Evidentemente, ya no comunidades coherentes, homog-neas, atrincheradas en su cuadrcula territorial, sino los actores deuna alteridad que se generaliza: paseantes a la deriva, extranjeros,viandantes, trabajadores y vividores de la va' pblica, disimulado-res natos, peregrinos eventuales, viajeros de autobs, citados a laespera... Todo aquello en que se fijara una eventual etnologa dela soledad, pero tambin grupos compactos que deambulan, nubesde curiosos, masas efervescentes, cogulos de gente, riadas huma-nas, muchedumbres ordenadas o delirantes... , mltiples formas desociedad peripattica, sin tiempo para detenerse. conformadas poruna multiplicidad de'consensos sobre la marcha". Todo lo queen una ciudad puede ser visto flotando en su superficie. El objerode la antropologa urbanaseran estructuras liquidas, ejes que or-ganizan la vida social en torno a ellos, pero que raras veces soninstituciones estables, sino una pauta de fluctuaciones, ondas, in-termitencias, cadencias irregulares, confluencias, encontronazos...Siguiendo a Isaac joseph, se habla aqu de una realidad porosa, enla que se sobreponen distintos sistemas de accin, pero tambinde una realidad conceptualmente inestable, al mismo tiempo epi-

    1. G. C. Argam, Historia del arte como historia de la ciudad, Laia, Barcelona,1984, pp. 211-213.

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    s6dica y organizada, simblicamente centralizada y culturalmentedispersa.'

    ',' Esa antropologa urbana entendida no como en o de la ciudad,sino como de las inconsistencias, inconsecuencias y oscilaciones enque consiste la vida pblica en las sociedades modernizadas, no pue-de pretender partir de cero. Antes bien, debera reconocer su deudacon las indagaciones y los resultados aportados por corrientes socio-l6gicas que, desde las primeras dcadas del siglo, anticiparon mto-dos especficos de observacin y de anlisis para lo urbano. Estos te-ricos de la inestabilidad social tampoco surgieron a su vez de la nada.En cierto modo vinieron a formalizar en el plano de las ciencias so-ciales todo lo que antes, y en torno a la nocin de modernidad, haba

    . prefigurado una tradici6n filos6fica que, constatando la creciente di-solucin de la autoridad de la costumbre, la tradicin y la rutina, sefija en lo que ya es ese torbellino social" del que hablara por primeravez Rousseau. Esa misma impresin ser organizada ideolgicamen-te por Marx y Engels -inquietud y movimienro constantes... , todolo slido se desvanece en el aire, como rezaba el Manifiesto comunis-ta y nos recordara ms tarde Marshall Berman en el ttulo de unlibro indispensable-v' pero tambin por Nietzsche. En literatura,Baudelaire, Balzac, Gogol, Poe, Dostoievski, Dickens o Kafka, entreotros, harn de esa zozobra el tema central de sus mejores obras.

    U na biografa de esas ciencias sociales de lo inestable y en movi-miento nombrara.como sus pioneros a los tericos de la Escuela deChicago y el primer interaccionismo simblico de G. H. Mead, enEstados U nidos; a Georges Simmel, en Alemania, y a discpulos deDurkheim como Maurice Halbwachs, en Francia. Todos elloscoincidieron en preocuparse mucho ms por los estilos de vnculosocial especficamente urbanos que por las estructuras e instirucio-nes solidificadas que habian constituido y seguiran constituyendoel asunto central de la sociologa y la antropologa ms estandariza-das. Todos ellos fueron testigos de excepcin de lo que estaba suce-

    1. I. joseph, Introduction: Paysages urbains, choses publiques, La ville sansqualits, ditions de I'Aube, Pars, 1998, pp. 5-25.

    2. M. Berman, Todo lo slido se desvanece en el aire. La experiencia de la moder-nidad. Siglo XXI, Madrid, 1991.

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  • diendo en ciudades como Chicago, Nueva York, Berln o Pars,convertidas en colosales laboratorios de la hibridacin y las simbio-sis generalizadas. Las formas de sociabilidad que interesaron a estosrericos se definan por producirse en clave de trama, reticulndoseen todas direcciones, dividiendo la experiencia de lo real en estratos,sin apenas concesiones a lo orgnico. Asociaciones efmeras, frgi-les, sin una visin del mundo comparrida sino a ratos y perdiendoya de visra el viejo principio de interconocimiento muruo, tal ycomo mucho despus supo reflejar Roberr Alrman en una pelculacuyo ttulo no podra ser ms elocuente: Vidas cruzadas (1993l. '

    Fue la Escuela de Chicago -la corriente a la que pertenecieronWilliam Thomas, Roberr E. Park, Ernest E. Burgess, Roberr Mac-Kenzie y Louis Wirrh entre 1915 y 1940-la primera en ensayar laincorporacin de mtodos cualitativos y comparatistas tpicamen-te antropolgicos, desde la constatacin de que lo que caracterizaa la cultura urbana era justamente su inexistencia en tanto que rea-lidad dotada de uniformidad. Si esa cultura urbana que deba co-nocer el cientfico social consista en alguna cosa, slo poda serbsicamente una proliferacin infinita de centralidades muchasveces invisibles, una trama de trenzamientos sociales espordicos,aunque a veces intensos. y un conglomerado escasamente cohesio-nado de componentes grupales e individuales. La ciudad era vistacomo un dominio de la dispersin y la heterogeneidad sobre elque cualquier forma de control direcro era difcil o imposible ydonde multitud de formas sociales se superponan o secaban, ha-ciendo frente mediante la hostilidad o la indiferencia a todos losintentos de integracin a que se las intentaba somererAUn crisolde microsociedades el trnsito entre las cuales poda ser abrupto ydar pie ~ infinidad de intersticios e intervalos, de grietas, por asdecirlo.' 'Como Wirth nos haca notar, una ciudad es siempre algoas como una sociedad annima, y, por definicin, una sociedadannima no tiene alma," de igual manera que mucho despus

    1. Como criterio, las pelculas estrenadas en Espaa se citarn por su ttulo encastellano.

    _'), 2. L. Wirth, "El urbanismo como forma de vida, en M. Fernndee-Marrorell,ed., Leerla ciudad, Icaria, Barcelona, 1988, p. 45.

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    Lefebvreescribira que lo urbano no es un alma, un espritu, unaentidad filosfica.' Acaso no era la ciudad expresin de lo queDarwin haba llamado la naturaleza animada, regida por mecanis-mos de cooperacin automtica, una simbiosis impersonal y no pla-nificada entre elementos en funcin de su posicin ecolgica, esdecir un colosal sistema bitico y subsocial?

    George Simmel haba llegado a apreciaciones parecidas en elmarco de la sociologa alemana de principios de siglo, plantendoseel problema de cmo capturar lo fugaz de la realidad, esa pluralidadinfinita de detalles mnimos que la sociologa formal renunciaba acaptar y para cuyo anlisis no esraba ni preparada ni predispuesta.Para Simmella sociologa deba consistir en una descripcin y unanlisis de las relaciones formales de elementos complejos en unaconstelacin funcional, de los que no se poda afirmar que fueranresultado de fuerzas que actuaban en un sentido u otro, sino msbien un atomismo complejo y altamente diferenciado, de cuya con-ducta resultara casi imposible inferir leyes generales. De ah unaatencin casi exclusiva a los procesos moleculares microscpicosque exhiben a la sociedad, por decirlo as, statu. nascendi, solidifica-ciones inmediatas que discurren de hora en hora y de por vida aquy all enrre individuo e individuo-.?

    En la estela de esa tradicin -aunque incorporando argumen-tos procedentes de la etnosemruica, de la antropologa social, delestructuralismo o del cognirivismo- vemos cmo aparecen en losaos cincuenta y sesenta una serie de tendencias atentas sobre todoa las situaciones, es decir a las relaciones de trnsito entre descono-cidos totales o relarivos que tenan lugar preferentemenre en espa-cios pblicos. T anro para el interaccionisrno simblico como parala ernomerodolaga, la situacin es una sociedad en s misma, dota-da de leyes estructurales inmanentes, autocentrada, autoorganizadaal margen de cualquier conrexto que no sea el que ella misma gene-ra'. Dicho de otro modo, la situacin es un fenmeno social au-torreferencial, en el que es posible reconocer dinmicas autnomasde concentracin, dispersin, conflicto, consenso y recomposicin

    1. H. Lefebvre, El derecho a la ciudad, Pennsula, Barcelona, 1978, pp. 67-8.2. G. Simmel, El individuoy la libertad, Pennsula, Barcelona, 1986, p. 234.

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  • en las que las variables espaciales y el tiempo juegan un papel fun-damental, precisamente por la tendencia a la improvisacin y a lavariabilidad que experimentan unos componentes obligados a re-negociar constantemente su articulacin.

    Es en ese contexto intelectual donde Ray L. Birdwhistell elabo-ra su propuesta de proxemia, disciplina que atiende al uso y la per-cepcin del espacio social y personal a la manera de una ecologadel pequeo grupo: relaciones formales e informales, creacin dejerarquas, marcas de sometimiento y dominio, establecimientode canales de comunicacin. El concepto protagonista aqu es el deterritorialidad o identificacin de los individuos con un rea que in-terpretan como propia, y que se entiende que ha de ser defendidade intrusiones, violaciones o contaminaciones. En los espacios p-blicos la territorializacin viene dada sobre todo por los pactosque las personas establecen a propsito de cul es su territorio ycules los limites de ese territorio. Ese espacio personal o informalacompaa a todo individuo all donde va y se expande o contraeen funcin de los tipos de encuentro y en funcin de un buscadoequilibrio entre aproximacin y evitacin. Ms tarde, y en esa mis-ma direccin, los interaccionistas simblicos -Herbert Blumer,Anselm Strauss, Horward Becker y, muy especialmente, ErvingGoffman- contemplaron a los seres humanos como actores que es-tablecan y restablecan constantemente sus relaciones mutuas, mo-dificndolas o dimitiendo de ellas en funcin de las exigencias dra-mticas de cada secuencia, desplegando toda una red de arguciasque organizaban la cotidianeidad: imposturas conscientes o invo-luntarias en que consiste la asuncin apropiada de un lugar social yque reactualizan a toda hora la conocida confusin semntica queel griego clsico opera entre persona y mscara. Algo no muy distin-to de aquello que Alfred Mrraux y Michel Leiris nombraran, parareferirse a la impostacin sincera que se produca en los trances deposesin, como comedia ritualy teatro vivido.

    La aportacin de la etnometodologa se producira en un senti-do parecido. Inspirndose en la teora de la accin social de TalcottParsons, en la fenomenologa de Alfred Schurz y en el construccio-nisrno de Peter L. Berger y Thomas Luckmann, Harold Garfinkelinterprer la vida cotidiana como un proceso mediante el cual los

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    actores resolvan significativamente los problemas, adaptando acada oportunidad la naturaleza y la persistencia de sus solucionesprcticas. La etnometodologa se postulaba como una praxeologao anlisis lgico de la accin humana, que conceba a los interac-tuantes en cada coyuntura como socilogos o antroplogos naifi,que elaboraban su teora y orientaban sus procedimientos. Obte-nan como resultado las autoevidencias, lo dado por sentado, laspremisas de sentido comn que, mudables para cada oportunidadparticular, permitan producir sociedad y vencer la indetermina-cin, prescindiendo o adaptando determinaciones socioculturalesprevias, calculando sus iniciativas en funcin de las contingenciasde cada secuencia en que se hallaban comprometidos y de los obje-tivos prcticos a cubrir. Tanto la perspectiva etnometodolgicacomo la interaccionista se conducan a la manera de una radicaliza-cin de los postulados del utilitarismo y del pragmatismo, matiza-dos por la sociologa de Durkheim. Del viejo utilitarismo se desa-rrollaban las premisas bsicas de que el ser humano era mucho msun agente que un cognoscente y de que la racionalidad, como con-cepto, se refera a los medios y conductas concretas que mejor seadaptaban a la consecucin de los fines. De la escuela pragmticanorteamericana se llevaba a sus consecuencias ms expeditivas lanocin de experiencia, entendida como prospectiva para la accinfutura, fuente de usos prctico-normativos, una gua para la con-ducta adecuada, interpretada sta no slo como actividad, sinotambin como proceso de conocimiento del mundo.

    La ficcin ha provisto de valiosos ejemplos de ese modelo depersonalidad que concibe las situaciones concretas como un me-dio ambiente ecolgico al que adaptarse ventajosamente. El cinenos presenta al Zelig de la pelcula hommina de Woody Allen(1983), personaje dotado de la camalenica cualidad de amoldarautomticamente su temperamento, sus actitudes y hasta su aspec-to fsico a cada circunstancia particular. Restndole la peyorativi-zacin de que era objeto en la novela de Robert Musil -derivadasobre todo de su relacin perversa con el poder poltico-, encon-traramos otro modelo de lo mismo en Ulrich, el protagonista deEl hombre sin atributos, personaje deliberadamente vaciado de va-lores, que se muestra predispuesto a pactar con cada una de las fa-

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  • cetas y fases de la tealidad en que se mueve. Tanto Zelig como Ul-rich reproducen el perfil del hombre de accin que los interaccio-nistas y etnometodlogos analizaban desplegando sus ardides ynegociando por los distintos escenarios de la cotidianeidad, man-teniendo en todo momento una actitud calculadamente ambiguaen que se mezclan la disponibilidad -el verlas venir por as de-cirlo-, la incoherencia interesada, la indiferencia ante las tentacu-laridades en que se ve inmiscuido y -con todo- la lucha por man-rener estados de cierta autenticidad.

    Por su parte, el marco terico que funda la antropologa socialbritnica es ya interaccionista. En 1952 Radcliffe-Brown definiun proceso social como una inmensa multitud de acciones e in-teracciones de seres humanos, actuando individualmente o encombinaciones o grupOS.l Fue en el medio ambiente estructural-funcionalista donde, ms adelante, se vino a reconocer que los con-textos urbanos requeran formas especficas de percibir, anorar yanalizar. En la dcada de los 60, Elisabeth Bott, elide J. Mitchell oJeromy Boissevain, entre otros, analizaron la vida urbana como unared de redes profesionales, familiares, vecinales, amistosas, cliente-lares..., a las que se designaba en trminos de campos, contactos, con-juntos, intervinculaciones, mallas, planes de accin, coaliciones, seg-mentos, densidades, etc. Estas tramas de relaciones se trenzabanhasta conformar urdimbres complejas que comprometan a cadasujeto en una amplia gama de situaciones, oportunidades, prescrip-ciones, papeles... ya no slo bien distantes entre s y de difcil ajuste,sino muchas veces incompatibles.

    Lo que todas esas escuelas tenan en comn era la premisa deque -como veamos al principio- una antropologa urbana no so-lamente no deba limitarse a ser una antropologa deo en la ciudad,sino que tampoco deba confundirse con una variante ms de unaposible antropologa del espacio o del territorio. Es cierto que elobjeto de la antropologa urbana sera una serie de acontecimien-tos que seadaptan a las texturas del espacio, a sus accidentes y regu-laridades, a las energas que en l actuan, al mismo tiempo que los

    l. A. R. Radcliffe-Brown, Prlogo a Estructura y funcin en lasociedadprimi-tiva, Planeta-Agosrini, Barcelona, 1986, p. 12.

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    adaptan, es decir que se organizan a partir de un espacio que almismo tiempo organizan. Es cierto tambin que todo ello podasubsumir la antropologa urbana como una ms entre las cienciassociales del espacio. Ahora bien, la antropologa del espacio ha sidolas ms de las veces una antropologa del espacio construido y delespacio habitado. En cambio, a diferencia de lo que sucede con laciudad, lo urbano no es un espacio que pueda ser morado. La ciu-dad tiene habitantes, lo urbano no. Es ms, en muchos sentidos, lourbano se desarrolla en espacios deshabitados e incluso inhabita-bles. Lo mismo podra aplicarse a la distincin entre la historia dela ciudad y la historia urbana. La primera remitira a la historia deuna materialidad, de una forma, la otra a la de la vida que tiene lu-gar en su interior, pero que la trasciende. Debera decirse, por tan-to, que lo urbano, en relacin con el espacio en que se despliega,no est constituido por habitantes poseedores o asentados, sinoms bien por usuarios sin derechos de propiedad ni de exclusividadsobre ese marco que usan y que se ven obligados a compartir entodo momento. No ser el disfrutelo que corresponde a la socie-dad urbana?, se preguntaba con razn Henri Lefebvre.1

    Por ello, el mbito de lo urbano por antonomasia hemos vistoque era no tanto la ciudad en s como sus espacios usados transito-riamente, sean pblicos -la calle, los vestbulos, los parques, el me-tro, la playa o la piscina, acaso la red de 1nternet- o semipblicos-cafs, bares, discotecas, grandes almacenes, superficies comerciales,etc.-. Es ah donde podemos ver producirse la epifana de lo que seha definido como especficamente urbano: lo inopinado, lo impre-visto, lo sorprendente, lo oscilante... La urbanidad consiste en esareunin de extraos, unidos por la evitacin, el anonimato y otraspelculas protectoras, expuestos, a la intemperie, y al mismo tiem-po, a cubierto, camuflados, mimetizados, invisibles. Tal y como nosrecuerda Isaac Joseph, el espacio pblico es vivido como espacia-miento, esto es como espacio social regido por la distancia. El es-pacio pblico es el ms abstracto de los espacios --espacio de las vir-tualidades sin fin-, pero tambin el ms concreto, aquel en el que se

    1. H. Lefebvre, La revolucin urbana, Alianza, Madrid, 1971, p. 39. El subra-yadoes suyo.

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  • despliegan las estrategias inmediatas de teconocimiento y de locali-zacin, aquel en que emergen organizaciones sociales instantneasen las que cada concurtentes circunstancial introduce de una vez latotalidad de sus propiedades, ya sean reales o impostadas. 1

    La antropologa urbana tampoco -y por lo mismo- debera serconsiderada una modalidad de lo que se presenta como una antro-pologa del territorio, esto es de lo que se define como un espaciosocializado y culturalizado..., que tiene, en relacin con cualquierade las unidades constitutivas del grupo social propio o ajeno, un sen-tido de exclusividad-.l El espacio usado de paso -el espacio pbli-co o semipblico- es un espacio diferenciado, esto es territorializa-do, pero las tcnicas prcticas y simblicas que lo organizan espacialo temporamente, que lo nombran, que lo recuerdan, que lo sometena oposiciones, yuxtaposiciones y complementariedades, que lo gra-dan, que lo jerarquizan, etc., son poco menos que innumerables,proliferan hasta el infinito, son infinitesimales, y se renuevan a cadainstante. No tienen tiempo para cristalizar, ni para ajustar configu-racin espacial alguna. Nada ms lejos del territorio entendidocomo sitio propio, exclusivo y excluyente que una comunidad dadase podra arrogar que las filigranas caprichosas que trazan en el espa-cio las asociaciones transitorias en que consiste lo urbano.

    Precisamente por su oposicin a los cercados y los peajes, elespacio urbano tampoco resulta fcil de controlar. Mejor dicho: sucontrol total es prcticamente imposible, a no ser por los breveslapsos en que se ha logrado despejar la calle de sus usuarios, comoocurre en los toques de queda o en los estados de guerra. Eso noquiere decir que no se disponga-por parte del poder poltico o porcomunidades con pretensiones de exclusividad territorial, de dife-rentes modalidades de vigilancia panptica. En ese sentido hayque darles la razn a los tericos que, a la manera de Michel Fou-cault, Jean- Paul de Gaudemar o Paul Virilio, se han preocupadoen denunciar la existencia de mecanismos destinados a no perder

    1. 1. joseph, Reprendre la rue, en Prendreplace: Espaces publicset culture dra-manque. Recherches, PlainUrbain, Pars, 1995, p. 12.

    2. J. 1. Carca, Antropofagia del territorio, Taller de Ediciones JB, Madrid,1977, p. 29.

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    de vista la manera como la sociedad urbana se hace y se deshace,desparramndose por ese espacio pblico que reclama y conquistacomo decorado activo. Sucede slo que esos dispositivos de con-trol no tienen garantizado nunca su xito total. Es ms, bien po-dra decirse que fracasan una y otra vez, puesto que no se aplicansobre un pblico pasivo, maleable y dcil, que ha devenido depronto totalmente transparente, sino sobre elementos molecularesque han aprendido a desarrollar todo tipo de artimaas, que desa-rrollan infinidad de mimetismos, que tienden a devenir opacos o aescabullirse a la mnima oportunidad.

    Tenemos pues que, si el referente humano de una antropolo-ga de lo urbano fuera el habitante, el morador o el consumidor, sque tendramos motivos para plantearnos diferentes niveles de te-rritorializacin estable, como las 'r~lativas a los territorios fragmen-tarios, discontinuos, que fuerzan al sujeto a multiplicar sus identi-dades circunstanciales o contextuales: barrio, familia, comunidadreligiosa, empresa, banda juvenil. Pero est claro que no es as. Elusuario del espacio urbano es casi siempre un transente, alguienque no est all sino de paso. La calle lleva al paroxismo la extremacomplejidad de las articulaciones espacio-temporales, a las antpo-das de cualquier distribucin en unidades de espacio o de tiempoclaramente delimitables. Cules seran, en ese concepto, las fron-teras simblicas de lo urbano? Qu fija los lmites y las vulnera-ciones, sino miradas fugaces que se cruzan en un solo instante pormillares, el ronroneo inmenso e imparable de todas las voces querecorren la ciudad?

    Lo urbano demanda tambin una reconsideracin de las estra-tegias ms frecuentadas por las ciencias sociales de la ciudad. As,la topografa debera antojarse inaceptablemente simple en su preo-cupacin por los sitios. Por su parte, la morfognesis ha estudiadolos procesos de formacin y de rransformacin del espacio edifica-do -presentndolo injustamente como urbanizado>, pero nosuele atender al papel de ese individuo urbano para el que se recla-ma aqu una etnologa, y una etnologa que, por fuerza, debe serloms de las relaciones que de las estructuras, de las discordancias ylas integraciones precarias y provisionales que de las funciones in-tegradas de una sociedad orgnica. Los anlisis morfolgicos del

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  • tejido urbano, pOt su parte, no han considerado el papel de las al-teraciones y turbulencias que desmienten la normalidad, papelcuyo actor principal siempre es aquel que usa -y al tiempo crea-los trayecros, arabescos hechos de gesros, memorias, smbolos ysensaciones.

    2. ESPACIOS EN MOVIMIENTO, SOCIEDADES SIN 6RGANOS

    Las teoras sobre lo urbano resumidas hasra aqu nos deberanconducir a una reconsideracin de lo que es una calle y lo que im-plica cuanto sucede en ella. Los proyectadores de ciudades han sos-tenido que la delineacin viaria es el aspecto del plan urbano quefija la imagen ms duradera y memorable de una ciudad, el esque-ma que resume su forma, el sistema de jerarquas y pautas espacia-les que determinar muchos de sus cambios en el futuro. Pero esmuy probable que esa visin no resulte sino de que, como la arqui-tectura misma, todo proyecto viario constituye un ensayo parasometer el espacio urbano, un intento de dominio sobre lo que enrealidad es improyectable. Las teoras de lo urbano deberan per-mitirnos reconocer cmo, ms all de cualquier intencin coloni-zadora, la organizacin de las vas y cruces urbanos es el entramadopor el que oscilan los aspecros ms intranquilos del sistema de laciudad, los ms asistemticos.

    A la hora de desvelar la lgica a que obedecen esos aspectosms inquieros e inquietantes del espacio ciudadano se hace precisorecurrir a topografas mviles o atentas' a la movilidad. De stas sedesprendera un estudio de los espacios que podramos llamartransversales, es decir espacios cuyo destino es bsicamente el detraspasar, cruzar, intersectar otros espacios devenidos territorios.En los espacios transversales toda accin se planteara como un atravs de. No es que en ellos se produzca una travesa, sino que sonla travesa en s, cualquier travesa. N o son nada que no sea unirrumpir, interrumpir y disolverse luego. Son espacios-trnsito. En-tendido cualquier orden terrirorial como axial, es decir como or-den dotado de uno o varios ejes centrales que vertebran en romo aellos un sistema o que lo cierran conformando un permetro, los

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    espacios o ejes.transversales mantienen con ese conjunto de rectasuna relacin de perpendicularidad. No pueden fundar, ni consti-tuir, ni siquiera limitar nada. Tampoco son una contradireccin,ni se oponen a nada concreto. Se limitan a traspasar de un lado aotro, sin detenerse,

    He aqu algunas de las nociones que se han puesro al servicio dela definicin de ese espacio transversal, espacio que slo existe entanto que aparece como susceptible de ser cruzado y que slo existeen tanto que lo es. Un prehisroriador de la escuela durkheimiana,Andr Leroi-Gourhan, se refera, para un contexro bien distinropero extrapolable, a la existencia de un espacio itinerante,' Desde laEscuela de Chicago, Ernest E. Burgess concibi el mapa de la ciu-dad como divisible en zonas concntricas, una de las cuales, la zonade transicin, no era otra cosa que un pasillo entre el distrito centraly las zonas habitacionales y residenciales que ocupaban los crculosms externos. Lo ms frecuente era permanecer en esa rea transito-riamente, excepto en elcaso de sus vecinos habituales, gentes carac-terizadas por lo frgil de su asentamiento social: inmigrantes, mar-ginados, artistas, viciosos, etc. Desde la escuela belga de sociologaurbana, lean Remy ha sugerido,-" partir de esa misma idea, el con-cepto de espacio intersticial para aludir a espacios y tiempos neu-tros, ubicados con frecuencia en los centros urbanos. no asociadosa actividades precisas, poco o nada definidos, disponibles para queen ellos se produzca lo que es a un mismo tiempo lo ms esencial ylo ms trivial de la vida ciudadana: una sociabilidad que no es msque una masa de altos, aceleraciones, contacros ocasionales alta-mente diversificados, conflictos. inconsecuencias." Siempre en esemismo sentido, Isaac Joseph nos habla de lugar-movimiento, lugarcuya caracterstica es que admite la diversidad de usos, es accesible atodos y se aurorregula no por disuasin, sino por cooperacin."

    1. A. Leroi-Courhan, El gesto y lapalabra, Universidad Central de Caracas, Ca-racas, 1971, p. 316.

    2. J. Rerny, Sociologie urbaine et rurale, L'Harmartan, Pars/Quebec, 1998, Pp-182-183.

    3. 1. [oseph, Les Iieux-mouvements de la vlle, en Programme pluri-annuel derecberches concertes. Plan Urbain, RATP-SNCF, 1994, texto mecanografiado cedidoporelautor.

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  • Jane ]acobs designara ese mismo mbito como tierra general, tie-rra sobre la cual la gente se desplaza libremente, por decisin pro-pia, yendo de aqu para all a donde le parece", y que se opone a latierra especial, que es aquella que no permite o dificulta transitar atravs de ella.' Todas estas oposiciones se parecen a la propuestapor Erving Goffman, en relacin con el espacio personal, entre te-rritoriosfijos-definidos geogrficamente, reivindicables por alguiencomo posebles, controlables, transferibles o utilizables en exclusi-va-, y territorios situacionales, a disposicin del pblico y reivindica-bles en tanto que se usan y slo mientras se usan.? Otra concepcinaplicable tambin a los estados transitorios en que se da lo urbano-propuesta desde una embrionaria antropologa del movimienro-fsera la de territorio circulatorio, superpuesto a los espacios residen-ciales y ajeno a cualquier designacin topolgica, administrativa otcnica que se le quiera imponer.

    Esos espacios abiertos y disponibles seran tambin aquellos acuyo conocimiento podra aplicrsele lo que Henri Lefebvre y, an-tes, Gabriel Tarde reclamaban como una suerte de hidrostdtica o di-nmica de fluidos destinada al conocimiento de la dimensin msimprevisible del espacio social. Se anticipaban as a las aproximacio-nes efectuadas a las morfognesis espaciales desde la ciberntica y lasteoras sistmicas, que han observado cmo la actividad autnoma yautoorganizada de los actores agentes de las dinmicas espacialessuscita todo tipo de estructuras disipativas, fluctuaciones y ruidos. 4As, para Lefebvre, el espacio social es hipercomplejo y aparece do-minado por fijaciones relativas, movimientos, flujos, ondas, com-penetrndose unas, las otras enfrentndose".5

    Pero el concepto que mejor ha sabido resumir la naturalezapuramente diagrmatica de lo que sucede en la calle es el de ~s-

    1. [acobs, MuerteJ vida de las grandes ciudades, pp. 280~281.2. E. Goffman, Relaciones en pblico. Microestudios de ordenpblico, Alianza,

    Madrid, 1971, p. 47.3. A. Tarrius, Antbropologie du mouvement,Paradigme, Caen, 1989, p. 12.4. Cf. y. Lung, Auto-organisation. bifurcation, catastrophe. Les ruptures t la dy~

    namique spatiale, Presses Universitaires de Bordeaux, Burdeos, 1987.5. H. Lefebvre, La production de l'espace social Anrhropos, Pars, 1974, pp.

    113-5. Los subrayados son suyos.

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    pacio, tal y como lo propusiera Michel de Certeau para aludir ala renuncia a un lugar considerable como propio, o a un lugarque se ha esfumado para dar paso a la pura posibilidad de lugar,para devenir, todo l, umbralo frontera.' La nocin de espacioremite a la extensin o distancia entre dos puntos, ejercicio delos lugares haciendo sociedad entre ellos, pero que no da comoresultado un lugar, sino tan slo, a lo sumo, un trnsito, unaruta. Lo que se .opone al espacio es la marca social del suelo, eldispositivo que expresa la identidad del grupo, lo que una comu-nidad dada cree que debe defender contra las amenazas externase internas, en otra palabras un territorio. Si el territorio es un lu-gar ocupado, el espacio es ame todo un lugar practicado. Al lugartenido por propio por alguien suele asignrsele un nombre me-diante el cual un punto en un mapa recibe desde fuera el manda-to de significar. El espacio, en cambio, no tiene un nombre queexcluya todos los dems nombres posibles: es un texto que al-guin escribe, pero que nadie podr leer jams, un discurso queslo puede ser dicho y que slo resulta audible en el momentomismo de ser emitido.

    Existe una analoga entre la dicotoma lugar/espacio en Michel deCerteau y la propuesta por Merleau- Ponry de espacio geomtrico/-espacio antropolgico? Como la del lugar, la espacialidad geomtricaes homognea, unvoca, istropa, clara y objetiva. El geomtrico esun espacio indiscutible. En l una cosa o est aqui o est alli, en cual-quier caso siempre est en su sitio. Como la del espacio segn Cer-teau, la espacialidad antropolgica, en cambio, es vivencial y fractal.En tamo que conforma un espacio existencial, pone de manifiestohasta qu punto toda existencia es espacial. Ciertas morbilidades,como la esquizofrenia, la neurosis o la mana, revelan cmo esa otraespacialidad rodea y penetra constantemente las presuntas claridadesdel espacio geomtrico -el espacio honrado" lo llama Merleau-Ponry-, en que todos los objetos tienen la misma importancia. El es-

    1. M. de Certeau, L 'inuention du quotidien. 1. Arts de[aire, Gallimard, Pars,1992, pp. 170-191.

    2. M. Merleau-Ponry, Fenomenologia de la percepcin, Pennsula, Barcelona,1975, pp. 258-312.

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  • definicin, lo que produce son itinerarios en filigrana en todas di-recciones, cuyos eventuales encuentros seran precisamente el ob-jeto mismo de la antropologa urbana. El no-lugar es el espaciodel viajero diario, aquel que diceel espacio y, hacindolo, producepaisajes y cartografas mviles. Ese hablador que hace el espaciono es otro que el transente, el pasajero del metro, el manifestan-te, el turista, el practicante de joggj.ng, el baista en su playa, elconsumidot extraviado en los grandes almaces, o -por qu no?-el internauta. El no-lugar es justo lo contrario de la utopa, perono slo porque existe, sino sobre todo porque no postula, antesbien niega, la posibilidad y la deseabilidad de una sociedad org-nica y tranquila.

    Recapitulando algunas de las oposiciones podra sugerirse la si-guiente tabla de equivalencias, todas ellas relativas y aproximadas,puesto que los conceptos alineados verticalmente no son idnticos,aunque guarden similitud entre ellos:

    pacio antropolgico es el espacio mtico, del sueo, de la infancia, dela" ilusin, pero, paradjicamente, tambin aquello mismo que lasimple percepcin descubre ms all o antes de la reflexin. En llas cosas aparecen y desaparecen de pronto; uno puede estar aqu yen otro sitio. Es por l por lo que mi cuerpo, en toda su fragilidad,existe y pued ser conjugado. Es en l donde puede sensibilizarse loamado, lo odiado, lo deseado, lo temido. Escenario de lo infinito yde lo concreto. En l no hay ojos, sino miradas.

    De ah se deriva el concepto -adoptado por Marc Aug deCerteau- de no-lugar. El no-lugar se opone a todo cuanto pudieraparecerse a un punto idenrificatorio, relacional e histrico: el pla-no; el barrio; el lmite del pueblo; la plaza pblica con su iglesia;el santuario o el castillo; el monumento histrico ... , enclaves aso-ciados todos a un conjunto de potencialidades, de normativas yde interdicciones sociales o polticas, que buscan en comn la do-mesticacin del espacio. Aug clasifica como no-lugares los vest-bulos de los aeropuertos, los cajeros automticos, las habitacionesde los hoteles, las grandes superficies comerciales, los transportespblicos, pero a la lista podra aadrsele cualquier plaza o cual-quier calle cntrica de cualquier gran ciudad, no menos escenariossin memoria--o con memorias infinitas- en que proliferan lospuntos de trnsito y las ocupaciones provisionalesl Las calles ylas plazas son o tienen marcas, pero el paseante puede disolveresas marcas para generar con sus pasos un espacio indefinido,enigmtico, vaciado de significados concretos, abierto a la puraespeculacin. Como le ocurra a Quinn, el proragonista de Laciudad de cristal -uno de los relatos de La triloga de NuevaYork, de Paul Auster-, que amaba caminar por las calles de suciudad convertidas para l en un laberinto de pasos intermina-bles, en el que poda vivir la sensacin de estar perdido, de dejar-se atrs a s mismo: reducirse a un ojo, haciendo que todos loslugares se volvieran iguales y se convirtieran en un mismo ningnsitio. El ningn sirio, como el no-lugar, es un punto de pasaje, undesplazamiento delineas, alguna cosa -no importa qu- que atra-viesa los lugares yjusto en el momento en que los atraviesa. Por

    1. M. Aug, Losno-lugares. Espacios del anonimato,Gedisa, Barcelona, 1993, p. 83.

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    ModernidadSociedad urbanaEstructura estructurndoseMovilidadDislocadaAnonimatoEspacioEspacio pblicoEspacio de uso

    Zona de transicin

    Espacio intersticialTierra generalTerritorio circulatorioEspacio/lugar practicadoTerritorios situacionalesEspacio antropolgicoNo-lugar

    Tradicin, rutinaSociedad comunalEstructura estructuradaEstabilidadLocalIdentidadTerritorioEspacio de acceso restringidaEspacio habitada, construido

    o consumidoCentro, zonas residencialy

    habitacionalCentrolperiferiaTierra especialEspacio residencialLugarocupadoTerritorios fijosEspacio geomtricoLugar

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  • Repitrnoslo: si se ha de considerar la antropologa urbanacomo una variante de la antropologa del espacio, debe recordarseque la espacialidad que atiende slo relativamente funciona a lamanera de una modelacin en firme de los espacios. Ms bien de-beramos decir que sus objetos son atmicos, moleculares. Elasunto de estudio de la anttopologa urbana -lo urbano- tiende acomportase como una entidad resbaladiza, que nunca se deja atra-par, que se escabulle muchas veces ante nuestras propias narices.Por supuesto que siempre es posible, en la ciudad, elegir un grupohumano y contemplarlo aisladamente, pero eso slo puede ser via-ble con la contrapartida de renunciar a ese espacio urbano del queera sustrado y que acaba esfumndose o apareciendo slo a ra-tos, como un trasfondo al que se puede dar un mayor o menorrealce, pero que obliga a hacer como si no estuviera. Adems, in-cluso a la hora de inscribir ese supuesto grupo en un territorio de-limitado al que considerar como el suyo, resultar enseguida ob-vio que tal territorio nunca ser del todo suyo, sino que no tendrms remedio que compartirlo con otros grupos, que, a su vez, lle-van a cabo otras oscilaciones en su seno a la hora de habitar, traba-jar o divertirse. Una antropologa de comunidades urbanas slosera viable si se hiciera abstraccin del nicho ecolgico en que s-tas fueran observadas, que lo ignorase, que renunciase al conoci-miento de la red de interrelaciones que el grupo estudiado estable-ca con un medio natural todo l hecho de interacciones con otrascolectividades no menos volubles y provisionales. Dicho de otromodo, el estudio de estructuras estables en las sociedades urbani-zadas slo puede llevarse a cabo descontndoles, por as decirlo,precisamente su dimensin urbana, es decir la tendencia constanteque experimentan a insertarse --cabe decir incluso a desleirse- entramas relacionales en laberinto.

    Poca cosa de orgnico encontraramos en lo urbano. El errorde la Escuela de Chicago consisti en creer todava en un modeloorganicista derivado de Durkheim y de Darwin, que les impela air en pos de los dispositivos de adaptacin de cada presunta comu-nidad -supuesta como entidad congruente- a un medio ambientecrnicamente hostil cual era la ciudad. Cuando Robert Park, porejemplo, acuaba su idea de unas regiones morales o dreas naturales

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    en que poda ser dividida la ciudad, lo haca presuponiendo questas se correspondan con la ubicacin topogrfica de comunida-des humanas identificadas e identificables, culturalmente determi-nadas, ntidamente segregables de su entorno, que se hadan cuerpoencerrndose o siendo encerradas en sus repectivos guetos. De ahla ilusin, tantas veces revalidada tramposamente despus, de laciudad como un mosaico) constituido por teselas claramente se-paradas unas de otras, dentro de las cuales cada comunidad podravivir a solas consigo misma.

    La antropologa cultural norteamericana tambin intent apli-car a contextos urbanos sus criterios de anlisis, basados en la pre-sunta existencia de comunidades dotadas de un sistema cosmovi-sional integrado, esto es determinadas por un nico haz de paurasculturales. Pero hasta los ms conspicuos representantes de la pre-tensin de analizar los vecindarios urbanos como si fueran ejem-plos de la little community -por emplear el trmino acuado porRobert Redfield-, descartaron la posibilidad de dar con colectivi-dades cuajadas socioculturalmente en las metrpolis modernas.As, Osear Lewis reconoca que los moradores de las ciudades nopueden ser est~d;dos como miembros de pequeas comunidades.Se hacen necesarios nuevos acercamientos, nuevas tcnicas, nuevasunidades de estudio, y formas nuevas ....' Tal crtica a los commu-nity studies no ha podido ser, en cualquier caso, sino la consecuen-cia de constatar hasta qu punto los espacios de la urbanidad loeran de la miscelnea de lenguajes, de la comunicacin polidirec-cional, de una trama inmensa de la que cuesta -si es que se pue-de- recortar instancias sociales estables y homogneas.

    Esa presuncin de la ciudad como zonificada en reas en lasque viviran acuarteladas comunidades con una identidad tnica oreligiosa compartida, ha ocultado una realidad mucho ms din-mica e inestable. En el caso de las denominadas minoras tnicas-y dejando de lado lo que esa denominacin de origen tenga deeufemismo que oculta segregaciones y exclusiones que no tienennada de rnicas-, esa visin que las contempla encerradas en en-

    1. O. Lewis, Antropologa de la pobreza. Cinco familias, FCE, Mxico DF.,1961, pp. 17-18.

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  • claves que colonizan en las grandes ciudades escamotea las nego-ciaciones multidireccionales de los trabajadores inmigrantes, su lu-cha por obtener confianzas y por acumular mritos, las urdimbresinteractivas en que se ven inmiscuidos y cuyas canchas e interlocu-tores se encuentran por fuerza ms all de los lmites de su propiacomunidad de origen. En cuanto a los contenidos de la identidadtnica de cada una de esas minoras, no respondan tanto a la cul-tura o la religin que realmente practicaban como a la que habanperdido y que conservaban slo en trminos celebrativos, por nodecir puramente pardicos. Se sabe perfectamente, por lo dems,que los barrios de inmigrantes no son homogneos ni social niculturalmentc, y que, ms incluso que los vnculos de vecindad, elinmigrante tiende a ubicarse en tramas de apoyo mutuo que se te-jen a lo largo y ancho del espacio social de la ciudad, lo que, lejosde condenarle al encierro en su gueto, le obliga a pasarse el tiempotrasladndose de un barrio a otro, de una ciudad a otra. El inmi-grante en efecro es, tal y como Isaac ]oseph nos ha hecho notar,un visitador nato.' Los desplazamientos constantes de los prota-gonistas de la pelcula de Luchino Visconti Rocco y sus hermanos(I963), meridionales en Miln, ejemplifican a la perfeccin esanaturaleza peripattica de las redes relacionales entre inmigrados agrandes ciudades.

    Aceptemos, pues, que lo urbano es un medio ambiente domina-do por las emergencias dramticas, la segmentacin de los papeles eidentidades, las enunciaciones secretas, las astucias, las conductassutiles, los gesros en apariencia insignificantes, los malentendidos,los sobrentendidos... Si es as, cul es la posibilidad, en tales condi-ciones, de desarrollar una etnografa cannica, como la practicadaen contextos exticos, o al menos respetuosa con ciertos requisitosque suelen considerarse innegociablesf Es obvio que cualquier es-tudio con pretensiones de presentarse como de comunidad -en

    1. 1. joseph, Du bon usage de lcole de Chicago, en J. Roman, ed., Vi/k, ex-clusion et citoyennete; Seuil/Esprir, Pars, 1991, pp. 69-96.

    2. As por ejemplo: El trabajo de campo, es decir la participacin observanteen una pequea comunidad por un periodo largo de tiempo (entre uno y dos aos),es la marca distintiva del antroplogo O, R. Llobera, Laidentidadde la antropologa;Anagrama, Barcelona, 1999, p. 66).

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    cualquiera de los sentidos que las ciencias sociales han asignado alrrmino- no podra suscitar mucho ms que una antropologa en laciudad, pero de ningn modo una antropologa propiamente urba-na. En cambio, si lo que se primara fuera la arencin por el contexrofsico y medioambiental y por las dererminaciones que de l parren,a lo que haba que renunciar era al efecro ptico de comunidadesexentas que estudiar, puesro que era entonces el supuesro grupo hu-mano segregable el que resultaba soslayado en favor de otro objeto,el espacio pblico, en el que no tena ms remedio que acabar dilu-yndose, justamente por la obligacin que los mecanismos de urba-nizacin imponen a los elementos sociales copresentes de mantenerentre ellos relaciones complejas, ambivalentes y confusas, en quenadie recibe el privilegio de quedarse nunca completamente solo, ymucho menos de poder reducirse a no imporra qu unidad. A noser, claro est, de tanto en tanto y a ttulo de autofraude, comocuando ciertos colectivos usan el espacio pblico para ponerse enescena a s mismos en tanto que tales, no porque existan, sino preci-samente para exisrir, es decir para intentar creer que la fantasa deposeer un sedimenro identirario slido est de algn modo bien jus-rificada.

    Resumiendo: si la antropologa urbana quiere serlo de veras,debe admitir que rodos sus objeros potenciales estn enredados enuna tupida red de fluidos que se fusionan y lican o que se fisionanyse escinden, un espacio de las dispersiones, de las intermitencias yde los encabalgamientos entre identidades. En l, con lo que se daes con formas sociales lbiles que discurren entre espacios diferen-ciados y que constituyen sociedades heterogneas, donde las dis-continuidades, intervalos, cavidades e intersecciones obligan a susmiembros individuales y colectivos a pasarse el da circulando,transitando, generando lugares que siempre quedan por fundar deltodo, dando saltos entre orden ritual y orden ritual, entre reginmoral y regin moral, entre microsociedad y microsociedad. Si laantropologa urbana debe consistir en una ciencia social de las mo-vilidades es porque es en ellas, por ellas y a travs de ellas como elurbanita puede entretejer sus propias personalidades, rodas ellashechas de transbordos y correspondencias, pero tambin de tras-pis y de interferencias.

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  • El espacio pblico es, pues, un territorio desterritorializado,que se pasa el tiempo reterritorializndose y volvindose a desterri-torializar, que se caracteriza por la sucesin y el amontonamientode componentes inestables. Es en esas arenas movedizas donde seregistra la concentracin y el desplazamiento de las fuerzas socialesque las lgicas urbanas convocan o desencadenan, y que estn cr-nicamente condenadas a sufrir todo ripo de composiciones y re-composiciones, a rirmo lento o en sacudidas. El espacio pblico esdesterritorializado tambin porque en su seno todo lo que concu-rre y ocurre es hererogneo: un espacio esponjoso en el que apenasnada merece el privilegio de quedarse.

    3. LA OBSERVACIN FLOTANTE

    Hemos visto cmo esa forma particular de sociedad que susci-tan los espacios pblicos -es decir, lo urbano como la manera plu-ral de organizarse una comunidad de desconocidos- no puede sertrabajada por el etnlogo siguiendo protocolos metodolgicos con-vencionales, basados en la permanencia prolongada en el seno deuna comunidad claramente contorneable, con cuyos miembros seinteracta de forma ms o menos problemtica. De hecho, la posi-cin y el nimo de un etngrafo que quisiera serlo de lo urbano alpie de la letra no seran muy distintos de los de Jeff, el personajeque interpreta James Stewart en La ventana indiscreta, de AlfredHitchcock (1954). Jeff es un reportero que vive en Greenwich Vi-llage y que se est recuperando de un accidente que lo ha dejadoincapacitado por un riempo. Se entretiene enfocando con su te-leobjerivo las actividades de sus vecinos, a los que ve a travs de lasventanas abiertas de un patio interior. Lo que recoge su mirada sonf1ashes de vida coridiana, cuadros que tal vez podran, cada uno deellos por separado, dar pie a una magnfica narracin, As sucederaen otra pelcula posterior de Hirchcok, Psicosis (1960), cuya prime-ra secuencia consiste en desplazar la mirada de la cmara por lasventanas de un bloque de oficinas, hasta que se detiene como porazar en una de ellas, en la que penetra para encontrar el arranquede la historia posterior. En cambio Jeff, que, por su estado fsico,

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    no puede ir ms all de las superficies que se le van ofreciendo, per-cibe un conjunto de recortes, por as decirlo, desconectados losunos de los orros, cuyo conjunto carece por completo de lgica:arrebatos amorosos de una pareja, actividad creativa de un compo-sitor, cuidados de una mujer solitaria a su perrito, un matrimonioque discute... El film de Hitchcock est inspirado en una novelahomnima de Cornell Woolrich, pero la historia se parece muchoa un relaro de E.T.A. Hoffmann titulado El primo de ComerWindow, cuyo proragonista est tambin impedido y dedica todosu tiempo a mirar desde la ventana de la esquina donde vive a lamuchedumbre que discurre por la calle. Cuando recibe una visita,le cuenta a su amigo que le encantara poder ensearles a aquellosque tienen la suerte de poder caminar los rudimentos de lo que lla-ma el arte de miran>, puesto que slo estar de veras en condicio-nes de comprender a la multitud alguien que, como l, no puedalevantarse de una silla.1

    Se ha escrito que Jeff es una especie de encarnacin sintticadel especrador de cine, e incluso, ms all, del propio habitante delas sociedades urbanas. Como en un momento dado de la pelculadice Thelma Ritter, la enfermera de [effries, nos hemos converti-do en una raza de fisgones. Por supuesto -ya se ha subrayado-laanaloga entre Jeff y la tarea del naturalista de lo urbano es eviden-te. En cualquier caso, lo de veras terrible es que lo que Jeff -repor-tero, fl!ineur, espectador de cine, antroplogo- capta, paralizado, atravs de su ventana no conforma ningn conjunto coherente,sirio un desorden en que cada uno de los fragmentos de vida do-mstica que atraen su atencin no alcanza nunca a acoplarse deltodo con el resto. La obsesin del voyeur inmvil en que Jeff se haconvertido no es tanto la de mirar como la de encontrar alguna li-gazn lgica entre todo lo mirado, alguna historia, por atroz quefuere, que le otorgara congruencia a la totalidad o a alguna de suspartes, puesto que slo demostrar la existencia de ese hilvanarnien-

    1 Richard Sennet hace notar -e partir precisamente de ese cuento de Hoff-man-. que el jldneur baudelairiano debe, si es que en efecto quiere ejercer como tal,volverse como un paraltico, mirar constantemente sin ser interpelado ni advertidopor aquellos a quienes observa (Eldeclive del hombre pblico, p. 26~).

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  • to que integrase argumentalmente los trozos de realidad le permi-tira salvar la sospecha que sobre l se cierne de estar desquiciado ode ser un impotente sexual, tal y como su insatisfactoria relacincon su novia, Lisa (Grace Kelly), insina. Algo parecido a lo queexpresa el protagonista masculino de una de las pelculas que me-jor ha plasmado ltimamente la naturaleza azarosa de las relacio-nes urbanas, Cosas que nunca te dije, de Isabel Coixet (1996). Suvoz en off dice, en la secuencia que abre el film: Es como si al-guien te regalara un rompecabezas con partes de un cuadro deMagritte, una foto de unos ponis y las cataratas del Nigara, y tu-viera que tener sentido... ; pero no lo tiene.

    Esa impotencia del observador de lo urbano ante su tendenciaa la fragmentacin no tiene por qu significar una renuncia total alas tcnicas de campo cannicas en etnografa. Es verdad que se haescrito que frente a la dispersin de las actividades en el medio ur-bano, la observacin participante permanente es raramente posi-ble.' Pero tambin podran invertirse los trminos de la reflexiny desembocar en la conclusin contraria: acaso la observacin par-ticipante slo sea posible, tomada literalmente, en un contexto ur-banizado. Es ms, una antropologa de lo urbano slo sera posiblellevando hasta sus ltimas consecuencias tal modelo -observar yparticipar al mismo tiempo-, en la medida en que es en el espaciopblico donde puede verse realizado el sueo naturalista del etn-grafo. Si es cierto que el antroplogo urbano debera abandonar lailusin de practicar un trabajo de campo a lo Malinowski, no loes menos que en la calle. el supermercado o en el metro, puede se-guir, como en ningn otro campo observacional, la actividad socialal natural, sin interferir sobre ella.

    Es ms, el etngrafo de espacios pblicos participa de las dosformas ms radicales de observacin participante. El etngrafo ur-bano es totalmente participante y, al tiempo, totalmente obser-vador, En el primero de los casos, el etngrafo de la calle permane-ce oculto, se mezcla con sus objetos de conocimiento -los seres dela multitud-, los observa sin explicitarles su misin y sin pedirles

    1. ]. Cutwirth, L'enqure en ethnologie urbaine, Hrodote, Pars, 9 (Ier. tri-mestre 1978), p. 42.

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    permiso. Se hace pasar por uno de ellos. Es un viandante, un cu-rioso ms, un manifestante que nadie distinguira de los dems. Sebeneficia de la proteccin del anonimato y juega su papel de obser-vador de manera totalmente clandestina. Es uno ms. Pero, a la vezque est del todo involucrado en el ambiente humano que estudia,se distancia absolutamente de l. El etngrafo urbano adquiere -ala manera de los ngeles de Cielo sobre Berln, de Wim W