tercer grito
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Tercer grito
Era tarde temprana. La luz del mediodía entraba por el ventanal y caía directamente sobre
la figura yacente sobre el lecho de la amplia habitación, deslumbrándola. DeathMask
rebulló, gimió, y finalmente se resignó a abrir los ojos. Afrodita, que lo vigilaba desde un
sillón junto al lecho, le alargó un vaso de agua con el ademán de quien ha hecho lo mismo
muchas veces.
— ¿Cuánto tiempo ha sido esta vez?
La voz de DeathMask sonaba pastosa. Despertarse en el templo de Piscis le daba una cierta
idea de lo que debía haber sucedido, pero estaba desorientado respecto al alcance de lo
ocurrido.
— Veintiún días.
El italiano masculló una blasfemia mientras se incorporaba y bebía el agua lentamente.
Cuando terminó dejó el vaso en la mesilla y se sentó en el borde de la cama. Hizo ademán
de preguntar algo a Afrodita, pero no consiguió encontrar las palabras y guardó silencio; el
sueco no obstante adivinó lo que quería saber incluso sin necesidad de que lo dijera.
— Te veló la primera noche. Al amanecer se lo llevaron.
— ¿Hasta cuándo estará retirado?
— Salió ayer.
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DeathMask frunció el ceño. No era difícil adivinar por qué Aioria no había ido a visitarle
después de salir; no habiendo recibido ningún mensaje del italiano mientras estaba preso,
debía de estar furioso. O más probablemente, decepcionado.
—Imagino que no se te ocurrió ir a explicarle lo que pasaba.
—No me pareció una buena opción. Cuando se fue no tenía buena pinta.
— ¿Qué quieres decir?
—Delirabas en sueños. Llamaste a Alessandro varias veces.
El albino maldijo de nuevo en voz alta, mirando a Afrodita con expresión torva.
— Y por supuesto tú no le aclaraste nada.
El sueco le devolvió la mirada, con calma aplastante.
— Evidentemente no puedo contar una cosa y no contarla a la vez.
DeathMask asintió. Se levantó de la cama, un poco tambaleante, y se estiró despacio,
haciendo crujir todos los huesos poco a poco entre muecas de desagrado mientras iba
recuperando la sensibilidad lentamente.
—Voy a mi templo. Necesito una ducha. —Miró de hito en hito a Afrodita —Siento que
hayas tenido que vivir esto otra vez.
El sueco desechó la disculpa con un gesto de la mano; los dos se habían velado el uno al
otro infinidad de veces, y Afrodita odiaba que el italiano se culpabilizara a sí mismo cada
vez que ello sucedía.
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— ¿Qué vas a hacer?
DeathMask suspiró y se encogió de hombros.
—Bajar a verle, ¿qué otra cosa puedo hacer si no? —una sonrisa se abrió paso por su
rostro cansado— Si ves un relámpago, ven a defenderme.
Afrodita levantó una ceja en su dirección con expresión inmutable.
—No pienso hacerlo. —finalmente le devolvió la sonrisa—No me gustan nada las
tormentas.
No mucho más tarde DeathMask llegó hasta la puerta de Leo y se confesó que se sentía
inseguro. No sabía qué podía esperar, o qué le preocupaba más encontrar, si un león furioso
o uno dolido. En cualquier caso no quiso detenerse a pensarlo, simplemente encendió su
cosmos a modo de llamada y aguardó; si Aioria no le franqueaba el paso, simplemente se
iría a su casa y lo daría todo por terminado. La posibilidad le hizo sentir una punzada de
miedo.
En poco tiempo alguien abrió la puerta del templo, pero no se trataba del león sino de Litos.
Sus grandes ojos estudiaron al caballero que tenía frente a ella sin disimulo, reduciéndolo, a
su parecer, al nivel de un simple mortal. Y tal y como no escondía su escrutinio, igual hizo
al mostrarle el desagrado que le producía el verle allí, lo molesto que resultaba tenerle de
frente después de que Aioria hubiese impuesto su presencia en el templo. Llevaba los
suficientes años sirviendo al león estelar como para que nada se le escapase, como para
olvidar ciertos episodios de su vida bastante desagradables que mucho tenían que ver con el
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hombre parado frente a la puerta del que ella consideraba, más que un lugar de trabajo, su
hogar. Conocía tanto a Aioria como para amarlo, para sentirse dolida al ver que de nuevo
elegía a un compañero inadecuado para él.
— ¿Qué desea?
El italiano vaciló antes de responder. Aioria no se había dignado a abrirle él mismo,
tratándole como a un desconocido. Bien, al menos ya sabía lo que había en la guarida: un
león herido. Le devolvió la mirada a la muchacha sin alterarse. No le faltaba costumbre en
aguantar escaneos, y no podía por menos que comprender a la chica; no debía ser fácil estar
enamorada de alguien tan promiscuo como Aioria, y si probablemente habría sentido celos
de sus otros amantes, sin duda la intrusión de alguien como él, a sus ojos casi adolescentes
un monstruo con total certeza, debía de resultarle inadmisible.
“Sí, ya lo sé, se merece alguien mejor. Pero que me cuelguen si me voy a volver a amilanar
por eso. Tengo una cuenta pendiente con él”.
—Ver a tu señor— respondió al fin, sencillamente.
—Eso es imposible de momento, el señor Aioria acaba de volver de un largo viaje y
necesita descanso.
Y que se atreviese a intentar desmentir sus palabras. Las órdenes eran no dejar pasar a
nadie, no dar explicaciones y mucho menos aumentar el río de rumores que seguramente
circularían acerca del castigo al león dorado. El orgullo de Aioria estaba demasiado
maltrecho. Ella, que tantas veces le vio perdido en el pasado, no encontraba justificación
para el desánimo que se había apoderado de él; al menos no lo hizo hasta que encontró una
vez más a aquel hombre frente a su puerta. Un intruso que se le estaba metiendo en las
venas a su señor, alejándolo de ella como tan solo Escorpio consiguiese hacer hasta el
momento. Y no lograba entenderlo; porque el custodio de Cáncer se cebó en la pena de su
señor una y otra vez durante años, recordándole incesantemente la desgracia familiar que
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acarreaba sobre sus hombros, atacándole por la espalda, infligiéndole heridas más
profundas que las físicas. Si por ella fuese, DeathMask no habría franqueado jamás las
puertas del quinto templo, porque desde el primer día en que le vio entrar junto a su dueño
supo que no traería con él más que desgracias.
—Vuelva en un par de días, seguro que entonces le recibe. –Dando fuerza a sus palabras
comenzó a cerrar la puerta.
La desconfianza de la muchacha era más que patente para el italiano, quien no tuvo más
remedio que reconocer que era perspicaz; no había tardado ni un minuto en adivinar que si
su señor tenía problemas, sin duda estaban relacionados con el hombre de aspecto
desagradable parado en el vano. DeathMask se inclinó hacia ella.
—Litos —le dijo con suavidad al tiempo que impedía que le cerrase la puerta en las
narices—, hazme un favor. —La miró atrapándola en sus intensas pupilas rojas, que ardían
con fiereza desmintiendo su tono amable— Ve y dile a tu señor que estoy esperando en la
puerta y que si no me deja entrar acabaré lo que ya empecé en otra ocasión y echaré abajo a
patadas su jodido templo de mierda.
La muchacha no se amilanó por su aspecto feroz, consciente de que al dorado no le
interesaba que ella fuese con quejas ante Aioria, así que continuó manteniendo la puerta
entreabierta con firmeza, pero el alivio que se expandió por todo su ser al sentir a su señor
tras ella fue totalmente visible en su mirada victoriosa. Ahora, el “intruso” tendría que lidiar
directamente con Aioria, y esperaba con todas sus fuerzas que esta vez no le dejase
franquear la entrada.
—No eres muy amable tratando de intimidar de esa forma a mi sirvienta.
El tono hosco de aquella voz precedió a la mano que se apoyó en el marco de la puerta un
momento antes de que el cuerpo del león asomase por completo. La mirada de Aioria se
clavó en el italiano con evidente molestia. Se mostraba serio, distante; el mentón tenso que,
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cubierto por una capa de vello fruto de los días de dejadez en su retiro involuntario, hacía
más pronunciados los firmes rasgos característicos de su patria.
—Ya me encargo yo de esto. —Al no recibir repuesta volvió su mirada hacia la
muchacha y cada uno de sus gestos se dulcificó, aunque el tono de su voz no admitía
réplica alguna; se agachó ligeramente, aun cuando Litos poseía una altura considerable, y la
besó en la cabeza como hacía desde que era tan solo una niña— Te llamaré si te necesito.
—Ignorando la expresión de censura que mostraron sus ojos esperó a que se marchara y
después, apoyándose en la puerta con los brazos cruzados sobre el pecho y ya sin rastro
alguno de ternura en el rostro, aguardó a que el cangrejo se dignase a hablar, dejándole
muy claro que no sería invitado a traspasar el umbral.—¿Y bien?
DeathMask no se inmutó ante la postura defensiva del león y su negativa a dejarle entrar;
ambas cosas eran predecibles. Lo que no había esperado el italiano era que su corazón se
desbocara de aquella manera ridícula al tener delante a Aioria, dejándole temporalmente sin
palabras.
—No tienes buen aspecto.
Mentía. Descaradamente. Pero el ego del león le llevó a pasar una mano por la rasposa
barba; había pensado en quitársela nada más llegar a su templo, pero en vez de eso se había
metido en la cama hasta hacía poco más de una hora. Más que su cuerpo era la mente la
necesitada de descanso, abstraerse de todo lo que estuviese fuera de las paredes de su
santuario. Dejar de pensar en él por unas horas, unos minutos serían incluso suficientes
para encontrar un poco de calma. La misma que no sentía desde aquella noche.
—Prueba a dormir veinte días en poco más que un catre y luego comparamos aspectos.
—Su cuerpo se tensó al darse cuenta de que le estaba contestando de forma relajada, no era
eso lo que quería; no iba a permitir que su enfado desapareciese tan rápidamente. — Dime
de una vez qué buscas aquí, tengo cosas que hacer.
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Pero ya se había delatado. No todo estaba perdido; DeathMask se sintió más tranquilo al
darse cuenta de eso. Aioria se mostraba fríamente formal, pero lo hacía más por
obstinación que porque realmente se sintiera de aquella forma. Así y todo, el italiano sabía
que debía andar con cuidado o todo se iría al infierno. Tenía que ser sincero hasta donde le
permitiera su naturaleza introvertida.
—Quería… Bueno, la otra noche pasaron muchas cosas, y pienso que te debo al menos
una explicación sobre el final de fiesta. Hubiera podido subir a contártelo a la cárcel, pero
hubiese tenido que sobornar a alguien para que me dejara romper tu retiro y no andaba
largo de fondos. Además no he estado muy fresco últimamente —se encogió de hombros—
Tengo una cierta alergia a las rosas.
—Ajá. –El griego respondió con evidente hastío, sin dejarse ablandar por los recuerdos
del miedo pasado al pensar que el italiano podría haber muerto.
Realmente no necesitaba aquellas explicaciones ni sus estúpidas bromas acerca de Piscis.
Intuía que como siempre sus palabras callaban más de lo que contaban, y estaba harto,
hasta el punto de cerrar su mente a las palabras del italiano, a su significado. La última
noche en el templo de Piscis había resultado particularmente dura y el sentimiento de
derrota que le embargó en el momento en que le escuchó llamar a otro mientras era él quien
permanecía a su lado como un idiota aún no le había abandonado. No era que se sintiese
engañado, ni su cinismo ni su inocencia llegaban a cotas tan altas, simplemente creía
injusto que si estaba enamorado de alguien no se lo hubiese contado. De esa forma al
menos sabría qué esperar de él y qué no, en vez de recibir sólo silencio una y otra vez.
—No quiero oírlo. —declaró, tajante.
—De acuerdo.
DeathMask miró de hito en hito a Aioria. La expresión del albino delataba su agotamiento,
apenas se había parado en su templo para asearse un poco después de veintiún días de
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fiebre, pero sus ojos mostraban firmeza. Y fue a esta fuerza a la que el león se aferró con tal
de no claudicar en su decisión.
—He venido a darte una explicación. No te la ofreceré dos veces. —zanjó el asunto el
italiano, y sacudió la cabeza, dándose por vencido a ese respecto. No tenía recursos, de
momento, para vencer la obstinación de Aioria; si las cosas salían bien lo hablarían en
mejor ocasión, y si salían mal ya no importaría — También había venido a traerte esto,
creo que es tuyo.
Alargó la mano hacia el griego, con el puño cerrado. Si ni siquiera la curiosidad le hacía
dejar a un lado el orgullo, no había nada que hacer. Pero no tuvo que esperar demasiado
antes que los ojos del león se desviasen hacia el objeto escondido. El griego maldijo su
curiosidad mil veces pero nació siendo incapaz de mirar hacia otro lado cuando se le
presentaba un enigma y moriría con el mismo defecto.
— ¿Qué es eso? —Intentaba mantenerse firme en su decisión pero al preguntar acababa
de dar un paso hacia su derrota.
Sin embargo el italiano no quiso jugar a las adivinanzas. Abrió la mano y mostró un objeto
pequeño en la palma, sin hacer ademán de tendérselo al león, dejando que fuera él quien se
acercara a cogerlo.
—Tú deberías saberlo mejor que yo.
La expresión de Aioria mutó por completo al tiempo que desligaba los brazos y daba un
pequeño paso hacia Máscara. Aquel colgante era mucho más importante para él de lo que
le gustaba reconocer. No podía creer que lo hubiese encontrado, mucho menos que todavía
significase tanto como para olvidarse de su promesa de mantenerse alejado de Cáncer y le
rozase la palma de la mano al recoger el preciado objeto.
— ¿Dónde...?
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—Donde lo dejaste: en el fondo de la laguna.
No pudo añadir nada más, tuvo que poner toda su voluntad para no cerrar los dedos sobre
los de Aioria.
“Lo que me faltaba, encima… manco. Las manos quietas, Papi”.
Con el colgante enredado entre los dedos, Leo llevó el índice y el pulgar al nacimiento de
la nariz apretándolo con algo de fuerza. Luchaba contra todos sus temores. Aquel gesto
podía no significar nada o todo lo contrario y no le gustaba admitir que deseaba que la
segunda opción fuese la verdadera.
—Eres el mayor hijo de puta que he conocido nunca. —Se hizo a un lado dejándole
espacio suficiente para pasar al interior. — No me hagas esperarte. —Se internó en sus
dominios dejando que las sombras le cobijasen unos segundos, los necesarios para
recomponerse de la sorpresa.
—Dime algo que no sepa —masculló el italiano.
Había ganado algo de terreno, esperaba que el suficiente para montar una palanca y
levantar el mundo, o al menos la situación entre los dos. Siguió al león y aguardó sin
sentarse hasta ver qué hacía él; aunque había superado un par de escollos, estaba muy lejos
de sentirse en territorio seguro.
—No tengo mucho tiempo así que di lo que tengas que decir. —Si no continuaba
manteniendo la distancia con el italiano, muy pronto acabaría corriendo a sujetarle para que
no cayese. Desde la primera mirada había sospechado que algo no andaba bien con él, pero
ni muerto caería en una trampa tan poco sutil. ¿Qué le importaba si se le veía ojeroso y más
pálido de lo normal? No era a él a quien quería a su lado para que le cuidase.
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— ¿Qué quieres que te diga? Estás al fondo de la guarida con todas las garras sacadas, y
me gustaría saber cuál de mis pecados imperdonables debería expiar primero. Es difícil
complacerte con tan pocas pistas.
Mala elección. En esos momentos lo peor que podía hacer era intentar acorralarlo,
mostrarle sus debilidades. Se suponía que estaba allí para disculparse, no para echarle en
cara su mal humor. DeathMask supo que había sido un resbalón en el mismo momento de
decirlo, y fue consciente de que el león estaba pensando exactamente lo mismo. Su mirada
verde se volvió helada.
—Nadie te ha pedido que me complazcas, has sido tú quien ha llamado a mi puerta
porque tenías algo que decir. Si has cambiado de opinión, ya conoces la salida.
DeathMask no quiso responder a las palabras orgullosas del león; les dio el justo valor que
tenían, que era nulo, y las desechó sin más aspavientos.
—He venido porque la última velada fue un desastre, y esperaba explicarte mi parte. Pero
no sé si Afrodita ya…
Cerró los ojos un momento y respiró hondo antes de volver a abrirlos, algo mareado. Su
expresión era la de una máscara. Hablar de aquello no contribuía especialmente a hacerle
sentir mejor.
— ¿Te importa que me siente?
—Claro que no.
Todo el cuerpo del león había reaccionado con la firme intención de acudir a sostenerle,
pero de alguna forma pudo controlarse. No le quitó ojo de encima hasta que tomó asiento,
fue entonces que se dirigió a la mesa, de donde tomó un vaso y una jarra de agua fresca,
sirvió una poca y se la acercó quedando en pie frente a él.
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— ¿Te encuentras bien? —Su mano se elevó sin darse cuenta y se posó en la frente del
italiano como las mil veces en que hizo aquel gesto mientras velaba su sueño. Al ser
consciente de lo que hacía la retiró como si su mero contacto le quemase. — Afrodita no
me contó demasiado. —Se apartó un poco de él pero terminó sentándose a su lado en el
sofá con una pierna doblada y el brazo apoyado en el respaldo con pose casual. — Y sea lo
que sea eso que debo saber, no quiero oírlo de sus labios.
DeathMask aguardó a que la sensación de la mano de Aioria desapareciese de su frente
antes de hablar, bebiendo el agua lentamente para ganar unos segundos de reflexión. El
león se portaba como un oleaje batido, yendo y viniendo, y el italiano sabía que un
cangrejo precavido se agarraba a la roca incluso cuando la ola remitía, porque no se sabía
cuándo llegaría la siguiente.
—Anoche…
Cerró la boca, maldiciéndose por imbécil. Su eje temporal estaba descentrado respecto al
real, y Aioria no tenía que pensar demasiado para deducir por qué. Retomó la palabra de
inmediato, eludiendo la cuestión con la esperanza de que el enfado manifiesto del griego le
impidiera darse cuenta del detalle.
—La velada acabó de una manera que no tenías por qué haber vivido. La Casa de Cáncer
tiene muchos rincones oscuros y uno de ellos es que la armadura debe ser vestida
exclusivamente por mujeres. Los hombres que la portamos somos castigados con una
especie de… licantropía.
Hizo una pausa, recapacitando. Aquello no era fácil de explicar, demasiadas cosas había
detrás de aquellas palabras y los hechos que narraban. Pero no le hizo falta reflexionar más,
porque Aioria no quería oír todo aquello, y así se lo manifestó.
—Para —le interrumpió el griego; Afrodita ya le había hablado sobre aquello y no era lo
que necesitaba escuchar en ese momento. — Conozco esa parte, más o menos. ¿Quién es
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Alessandro? —Directo, cruel. No podía permitirse ser de otra forma cuando aquellos
momentos de tranquilidad entre ambos se esfumaban rápidamente. — Eso es lo que quiero
saber.
DeathMask se quedó paralizado. La pregunta no le tomó exactamente por sorpresa, pero de
alguna forma había esperado que el león no la planteara. Intentó responder, pero la voz se le
ahogó en la garganta varias veces antes de que él negara con la cabeza, incapaz de hacer
otra cosa; su cuerpo se combó hacia delante, temblando violentamente mientras él luchaba
por hablar y recuperar el control de sí mismo a un tiempo. El vaso cayó al suelo y se partió
en tres trozos sin que ninguno de los dos se diera cuenta, hundidos como estaban cada uno
en su propio infierno personal.
—No… no puedo…
Era imposible. Incluso la parte que conocía Afrodita había sido deducida a partir de sus
delirios cuando estuvo enfermo en aquella ocasión. El italiano nunca había hablado de
aquel asunto, y no por decisión propia sino porque era físicamente incapaz de hacerlo, al
principio simplemente porque dolía demasiado, y más tarde porque aquel asunto se
convirtió en el detonante más peligroso que daba rienda suelta a la Máscara. Frustrado, el
albino se dio cuenta de que si aquel era el precio para que Aioria cediera, no podía pagarlo
aunque lo deseara, y aquella certeza le abrumó.
Pero así y todo, no fue capaz de decir nada más.
— ¿No puedes o no quieres? –Obcecado con la idea de obtener respuestas de alguna
forma, Aioria continuó presionándole, quizás más de lo debido pero no podía parar, el ansia
de saber le carcomía desde hacía días— No voy a hacerte una escenita de celos, no a estas
alturas, pero tampoco consiento que me veas la cara de tonto. Si estás enamorado de otro,
bien, yo calentaré tu cama mientras vuelve a ti. Pero no me mientas porque eso sí que no lo
soporto.
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“Cínico. ¿Calentar su cama? Sabes que no es eso lo que quieres”, pensó, dolido.
Nunca le habían agradado las mentiras, verdades a medias o como quisieran llamarlo. Pero
desde que se dio de bruces contra la traición más grande de todas le era insoportable que le
ocultasen las cosas. Sin embargo, la única respuesta del italiano fue un nuevo gesto de
negativa con la cabeza, ninguna palabra, ninguna señal de reacción ante la presión del
griego.
—Death…
Le conminó a responder, ya empezando a preocuparse por su actitud. Continuaba abrazado
a sí mismo con un evidente temblor recorriendo todo su cuerpo. Y Aioria maldijo una y mil
veces su idiotez, pero antes de darse cuenta se acercó a él cobijándole contra su pecho.
Esperando ser apartado bruscamente en breve. De momento, lo único que le interesaba era
terminar con el estado nervioso en que el cangrejo estaba sumido por su culpa.
—Cálmate un poco...—Le tomó el rostro con ambas manos separándole para poder unir
sus frentes. Soltó una maldición y con los ojos cerrados para no verse reflejado en sus
pupilas, comenzó a ceder.— No puedo esperar eternamente a que confíes en mí, pero… —
No podía decirle que empezaba a darse cuenta de que esperaría una eternidad por él, no
podía y no lo hizo, dejándoselo entender solamente.
DeathMask se dejó arropar, aunque sólo aguantó unos segundos. Con un movimiento
brusco se deshizo de los brazos de Aioria y se puso de pie. Pero la distancia le resultó tan
insoportable que, contradiciendo su propia acción, se giró para tirar del griego hasta tenerlo
erguido a su lado y entonces fue él quien lo abrazó violentamente, con fuerza excesiva,
apretando la ropa del león entre los puños crispados mientras hundía el rostro en su cuello.
Se dejó envolver por su calor y se pegó a su cuerpo, desesperado por sentirlo vivo,
encendiendo incluso su cosmos para conectarlo con el del griego y percibir la vida que
ardía en él. A pesar de saber que de esa manera empeoraba las cosas, que fortalecía aún
más los nudos que los habían soldado entre sí, no podía evitarlo, necesitaba con todas sus
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fuerzas aquel contacto, borrar con la presencia de Aioria la sensación amarga de otros
cuerpos muertos entre sus brazos.
—Sobrevive a esto… —farfulló, sin ser consciente de que lo hacía —No me dejes tú
también. No puedes morir… No puedes irte... Tú no.
—Ey...—Aioria tragó saliva con dificultad y tardó un poco en devolverle el abrazo. No
porque no desease hacerlo sino porque su reacción había sido tan inesperada que le
mantuvo congelado unos segundos— No voy a ningún lado... —El italiano tuvo entonces
por fin que aguantar el igualmente fuerte abrazo del león dorado; todo su enfado, las ganas
de alejarlo de él, tan solo provenían del miedo a que un día, sin previo aviso, le diese la
patada para irse con otro. Ahora lo sabía. — Cálmate, por favor.
Intentaba deducir alguna información de aquellas frases aparentemente inconexas pero que
debían esconder algún significado. El más obvio era que alguien importante para Cáncer
había muerto. De pronto recordó su llamada, mientras estaba inconsciente. Y el nudo en su
pecho se acrecentó aún más porque no estaba seguro de poder paliar la pena de su amante.
"Le dejó solo... y santa Atenea, es tan frágil. ¿Cómo nadie se da cuenta?"
DeathMask recuperó el sosiego lentamente, aflojando su presa sobre Aioria y alzando las
manos hasta enredar los dedos en su pelo. Se sentía incómodo después de su arranque de…
¿De qué?
Era difícil encontrar la palabra justa. A la mente del albino acudieron varios sinónimos de
necesidad, desesperación y sed, pero ninguno era comparable a la sensación que lo había
devorado por dentro al recordar a Alessandro y pensar en la posibilidad de volver a vivir
aquella situación con el griego como protagonista. Al menos empezaba a ver las cosas
claras, pero la conclusión a la que estaba llegando no le tranquilizaba en absoluto. Turbado,
no supo qué hacer o qué decir a continuación, así que se limitó a permanecer de pie, pegado
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a Aioria, los largos dedos blancos jugando con sus rizos rebeldes, mientras el sol que regía
el signo del griego entraba por la ventana y los bañaba a ambos de luz de atardecer.
— ¿Me ayudas a afeitarme?
Aioria sonrió al decirlo, pero no con la misma seguridad de siempre, la comisura de los
labios le temblaba ligeramente al ser presa de tantas emociones fuertes. No sabía por qué le
había sugerido aquello tan absurdo en un momento así pero deseaba tranquilizarle, darle un
momento de paz. Dárselo a sí mismo. Y la forma más fácil de hacerlo era envolviéndole en
un aura de normalidad. Cerró los ojos e inclinó un poco la cabeza a un lado, tomando una
mano de Máscara para que volviese a cubrir con esta su mejilla.
—He esperado muchos días para verte... —La queja iba tácita en sus palabras, pero estas
ya estaban libres de furia y tan solo expresaban la verdadera necesidad de tenerle a su lado.
Tan cerrado como estaba a escucharle cuando Cáncer llegó a su templo, no se dio cuenta de
lo que implicaban sus palabras, de que el italiano no estuvo consciente los días anteriores.
Por ello aún tan solo podía pensar en que cada noche de su retiro acumulaba la ilusión de
que al día siguiente recibiría una visita, y esperaba con impaciencia, hasta que al caer el sol
la decepción era lo único que le quedaba. Y el anhelo se fue concentrando hasta convertirse
en rencor que, en esos momentos, parecía real pero que ahora sabía se trataba tan solo de
frustración. —Vamos, nos relajaremos tomando un buen baño.
El italiano inspiró aire, buscando valor para separarse del cuerpo del griego; conseguirlo
fue un milagro. Pero agradeció y aceptó de buen grado la tregua que le ofrecía Aioria.
—Espero no rebanarte la carótida —declaró mostrando las manos, aún no del todo firmes,
con un pequeño gesto de burla hacia sí mismo, y Aioria las cubrió con las propias un
instante para darle algo de seguridad.
Se dirigieron hacia el cuarto de baño y el italiano se apoyó en el vano de la puerta,
cediéndole al león la iniciativa de la acción y reservándose para sí la de la palabra.
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—Hubiera ido a verte, pero he estado…
“Muriendo”
—…enfermo.
El griego se volvió para mirarle con la preocupación pintada en las pupilas pero no dijo
nada, permitiéndole continuar.
—Mi cosmos tiende a ser bastante problemático; tuve un percance hace años que lo
volvió…
“Muerto”
—…inestable, por decirlo de alguna forma. En ocasiones, se vacía por completo y me
deja sin fuerzas, enfermo, y las rosas de ese pez cabrón y la Máscara de Muerte no han
contribuido precisamente a mantenerlo a raya.
Sabía que no estaba siendo completamente explícito, pero también sabía que, de momento,
no era capaz de ir más allá de aquella definición básica. Y sí, quería hacerlo, pero no estaba
preparado.
—Me hubiese gustado estar a tu lado —confesó Aioria. Pensó que limitarse a frases
cortas y sinceras era lo mejor de momento.
Dicho esto dejó escapar el aire con fuerza y se dirigió hacia la amplia bañera con capacidad
para albergar al menos a cuatro personas, una más de sus pequeñas excentricidades
destinadas a no encontrar límites a la hora de mantener buen sexo. Se inclinó apoyando la
mano en el filo de esta y abrió el agua caliente, regulándola hasta encontrar la temperatura
adecuada. Dejó el agua cayendo en cascada, aún tardaría un rato en llenarse y lo
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aprovecharía para ir desnudando al italiano. Se acercó a él y tras desabrocharle un par de
botones metió ambas manos por debajo del cuello de la camisa, deslizándolas hasta los
hombros que dejó al descubierto para poder besarlos.
—Estás más delgado.
Su mente iba almacenando cada una de las palabras escuchadas, pero creía que si mostraba
normalidad ante ellas, Cáncer no se sentiría tan presionado para contarlas. Así pues
continuó acariciándole, deshaciéndose de sus prendas una por una. Y fue consciente de que
por vez primera se tomaba la molestia de regalarle aquel tipo de intimidad. En poco más de
una semana habían follado hasta la saciedad, en cualquier sitio imaginable; pero no era
hasta ese momento que deseaba observarle plácidamente sin más intención que mimar sus
sentidos sin recibir a cambio nada más que su calidez, sus brazos rodeándole, el aliento
rozándole el cuello.
Le bastaba con que estuviese allí, a su lado.
DeathMask se dejaba atender, extrañado y complacido por la situación, nueva entre ellos.
El que Aioria no insistiera en saber más de lo que él le había explicado le dejaba respirar
con más libertad, y se permitió disfrutar relajadamente de las caricias con que el león le iba
desvistiendo, sin ir más allá ni tratar de tomar la iniciativa en ningún momento. Sentía
curiosidad por saber en qué dirección se movía el griego, y por tanto le dejó total
autonomía. Aunque tampoco estaba en su naturaleza mantenerse pasivo, y tomó la palabra
una vez más.
—Es porque he pasado hambre —respondió a su comentario al tiempo que le dedicaba
una mirada que dejaba claro que no hablaba de comida.
Pero si esperaba alguna respuesta por parte del León, muy pronto se decepcionaría. Aioria
seguramente era, si no el único, al menos sí uno de los pocos santos capaces de perdonar
con facilidad, de mostrar sus sentimientos a los demás sin tapujos. Algo que no siempre le
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ayudó demasiado. Pero su mayor pecado era el orgullo y por ello no perdería una
oportunidad como aquella para desquitarse con el italiano. A su entender, le haría pagar un
precio muy bajo a cambio de la tregua.
—Que lástima, después de pasar tantos días fuera mi despensa está vacía de momento.
Cubrió los labios de Cáncer con los propios para acallar la más mínima protesta que tuviese
pensado dar, simplemente para asegurarse de que no comenzaban a discutir de nuevo. La
verdad era que realmente le apetecía continuar así con él un rato más. Acariciarle sin buscar
una respuesta sexual estaba resultando más placentero de lo esperado, y necesitaba aquel
baño con urgencia.
—Ya casi está lista…—Se separó de él por milímetros, susurrándole sobre la boca, las
manos deslizándose por sus cadera en movimientos cadenciosos. — Ve entrando al agua.
Su tono resultaba suave, como si quisiese acariciarle incluso con la voz, pero no daba lugar
a réplica de ninguna clase. DeathMask no quiso romper la calma del momento y guardó
silencio, deslizándose hacia el agua agradablemente tibia y sumergiéndose por completo
bajo ella unos segundos antes de volver a emerger. Aioria esperó hasta verle en movimiento
y sólo entonces comenzó a despojarse de la ropa sin dejar de observarle. Realmente había
perdido peso y el natural color de su piel no le hacía verse demasiado saludable, pero no era
nada que no desapareciese con unos días de descanso. No lo pensó más y, haciendo a un
lado aquellos pensamientos, se unió con el cangrejo en la bañera haciéndole a un lado para
colocarse tras él, permitiendo que se recostase en su pecho para poder cobijarle de nuevo
entre sus brazos.
“Ojala estos momentos se diesen más a menudo entre nosotros”.
Pero el león era realista y sabía muy bien que no podía esperar demasiado aunque de
momento el mar se mostrase calmo, pues si se descuidaba podía engullirlos a ambos.
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El italiano se relajó contra el torso de Aioria, aceptando su abrazo por una vez. No leía las
emociones del aura del griego porque había apagado su cosmos casi por completo a pesar
de que la luminosidad presente en todos los rincones del quinto templo le deslumbraba sin
aquella protección, ya que inflamarlo antes y enredarlo con el de Aioria con semejante
violencia había sido un esfuerzo muy grande después de tantos días de caos en su aura.
Pero incluso sin aquel apoyo, percibía con claridad la curiosa mezcla de serenidad y
desasosiego, si es que aquello era posible, que embargaba al león. El italiano suspiró,
porque era también un eco de sus propias sensaciones. Dadas las circunstancias, cuanto más
agradable era una situación más miedo daba perderla.
Obligándose a dejar de pensar, queriendo disfrutar de aquella pequeña tregua, entrelazó sus
dedos con los de Aioria saciando por fin la necesidad que le había dominado antes. Echó
hacia atrás la cabeza para acercar la boca a su oído; en aquel momento, incluso levantar la
voz le daba pereza.
—No hablaba de comida —le dijo en tono suave, y giró la cara para observarle
largamente antes de añadir otra pieza de aquella realidad — Ni tampoco de sexo.
—Deseo saciarte —reconoció Aioria antes de posar los labios en su frente, un largo beso
que no se deshizo hasta que tuvo valor para terminar la frase. — Más que cualquier otra
cosa.
Se estaba dejando llevar más de la cuenta por el ambiente apacible que habían creado tan
solo por casualidad. Si se paraba a pensarlo, toda su relación parecía estar marcada por el
mismo estigma, y con cada momento que pasaban juntos se sabía irremediablemente más y
más perdido. Lo peor de todo no era que lo le importase saberse derrotado, sino que lo que
le causara verdadero desasosiego fuese perder la maravillosa sensación de tenerlo entre sus
brazos. Y como muestra física de sus pensamientos apresó con más fuerza a su amante, lo
que hizo a DeathMask respingar al sentir un pequeño objeto frío clavándose en su espalda.
El albino se movió ligeramente para liberarse de la molestia y ladeó la cabeza para apoyar
la nuca en el hombro de Aioria.
19
—Diablos, griego, me has hecho jugarme el tipo por una baratija que no funciona. Si de
verdad ese chisme repeliera las energías malignas, yo debería estar ardiendo en el infierno
ahora mismo.
La carcajada de Aioria resonó potente al descargar en ella la tensión acumulada.
Rodeándole con una sola mano, usó la otra para atrapar el colgante y levantarlo lo
suficiente para poder estudiarlo.
—Sí, es raro que no ataque a un mal bicho como tú. —El cariño con que se dibujaban sus
palabras impedía cualquier lectura despectiva en estas. — En realidad, por sí misma, la
piedra no hace demasiado. —La dejó caer de nuevo sobre su pecho y apretó al cangrejo
como si se tratase de un enorme oso de peluche antes de depositar un sonoro beso en su
mejilla a sabiendas de que protestaría por ello. — Ya te dije que en realidad su función es
catalizar la energía de quien la usa, rechazando las energías negativas y potenciando las
positivas.
—Por los dioses, pareces una madre, con tanto beso —rezongó el italiano, conteniendo el
gesto de limpiarse la mejilla. — No sabía que fueras supersticioso. En cualquier caso me
reitero: no funciona.
Internamente, no obstante, DeathMask deseó con todas sus fuerzas que el pequeño dije de
cuarzo tuviera realmente aquella capacidad, que fuera capaz de repeler el destino que
parecía reservado para las personas que le importaban.
—Sí que funciona. —Respondió el león. — Y te aguantas con mis besos. Aprovechando las posiciones de ambos, abrió los brazos tan solo para volver a atraparle los
suyos en un abrazo más fuerte, impidiéndole huir. Llegó entonces el momento del ataque,
los besos iban y venían, cada vez desde un ángulo distinto, posándose en diferentes sitios
mientras el italiano blasfemaba e intentaba quitárselo de encima.
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—Cuanto más protestes más te besaré. —El león se divertía haciéndole rabiar y su risa así
lo demostraba; aunque el amarre era tan fuerte que más parecía que fuese a devorarlo. Y así
era porque Máscara, aunque no lo supiese, se había convertido en su presa desde la noche
del lago. Y el león jamás le dejaría ir por las buenas. — Mira que te gusta protestar.
No dudó; sabía que aquello sería demasiado, que se ganaría una golpiza pero no pudo
resistirse. Y con la expresión más pícara de todas las que le había mostrado a Cáncer, le dio
un enorme lametón que le recorrió toda la mejilla. DeathMask no supo si indignarse,
molerlo a golpes o arrancarle la lengua de cuajo; finalmente optó por amoldarse a la
situación y aunque sacudió la cabeza para apartarse, soltó una pequeña risa grave antes de
mirar de reojo al león.
—Creo que estás enfermo.
—Sí, es muy posible. —Dejó escapar el aire evidentemente aliviado por la mejora en el
humor de Cáncer.— Pero bendita enfermedad la que me hace sentir así… —Calló de
inmediato; como siempre, sus frases daban mucho a entender si se leía entre líneas, pero
aún no estaba preparado ni para aceptarlas ni para profundizar en su significado.
—No parecías tener muchas ganas de bendecir nada hace un rato.
Por suerte para ambos, Aioria se amoldaba fácilmente a los cambios. Así y todo el italiano
habló, aun sabiendo que sus palabras podían estropearlo todo; pero necesitaba saber qué
había pasado la noche que, para él, era la anterior. Cuando estaba cerca de Milo, el cosmos
de Aioria exhibía muchas y muy profundas heridas, y para DeathMask era importante
conocerlas, saber qué puntos no volver a tocar. Se giró hacia el león para mirarle
directamente. Lo último que quería era confundirle o hacerle sentir acusado; sabía que sus
extraños ojos albinos tendían a ser más indescifrables que otra cosa, pero confiaba en que el
griego al menos pudiera darse cuenta, viéndole, de que si le preguntaba aquello era porque
le interesaba no Aioria como amante, sino Aioria como ser humano.
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— ¿Por qué no debería haber intervenido en la pelea con Milo? ¿Qué es eso tan
trascendental que incluso para alguien con tu corazón la venganza se vuelve más
importante que la reputación como Caballero?
—Alguien con mi corazón. –Chascó la lengua incrédulo ante la descripción recibida, la
cual creía totalmente errónea. — Porque… —El león se removió incómodo por la pregunta.
Estaba claro que no podía exigirle al italiano que le hablase de su pasado si él no hacía lo
mismo, pero le daba vergüenza, así de simple. — Mierda, ¿por dónde empiezo?
—Por la parte fácil —respondió DeathMask, suavemente.
—Esa parte no existe en este cuento. —el griego sonrió, apesadumbrado.
Aioria desvió la mirada centrándola en la gota que se negaba a caer de la boca del grifo,
testaruda, tanto como él al intentar preservar su orgullo. Al buscar una forma de contar lo
mucho que se equivocó y cuanto le afectó hacerlo. La vergüenza no era el único
impedimento para hablar, el simple pensamiento de volver a confiar ciegamente en alguien
le producía escalofríos. Aquel capítulo de su vida no era algo que gustase de recordar y sin
embargo allí estaba, intentando encontrar las palabras para hacerse entender, porque no
quería perder a aquel hombre por culpa de mentiras o secretos. Finalmente, optó por
conducirse como siempre, directo, sin rodeos ni medias tintas.
—Milo y yo llegamos al Santuario más o menos por la misma época por lo que en más de
una ocasión entrenábamos juntos. Esto no tiene demasiada importancia, simplemente es
para que entiendas que he pasado toda mi vida a su lado, que fue mi primer amigo, el
primer amor —Suspiró pensando que con aquellas palabras tan solo lograría alejar a
DeathMask, que volvería a sentirse intimidado por la marca de Escorpio en su vida, pero le
había pedido que hablase y lo estaba haciendo. Con todas las consecuencias. —Siempre
confié en él, incluso cuando sabía que no debía, pero lo tenía en un altar, como un semidiós.
Nos metimos en tantos problemas juntos, tantas travesuras, que llegó un momento en el que
solo veía a través de sus ojos. Su palabra era ley, le adoraba creyendo que el sentimiento
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era mutuo. Y me equivoqué. —Sus ojos se llenaron de tristeza, demasiado profunda,
aunque su dolor no estaba relacionado solamente con el escorpión; clavó la mirada en
Cáncer pero sus palabras perdieron fuerza. — Podría haberlo esperado de Milo, le conocía,
sabía que era capaz de hacer cualquier cosa, pero no de él… —Tenía que decirlo, dejar
salir lo callado durante tanto tiempo, pero si solamente el eco de sus recuerdos resultaba
insoportable, no quería ni imaginar cómo se sentiría al decirlo en voz alta. Tomó aire y
acabó la frase. — Nunca imaginé que mi propio hermano, mi sangre, pudiese traicionarme
de aquella forma.
DeathMask no pronunció palabra durante un buen rato, intentando extraer todas las
implicaciones de semejante revelación mientras se recuperaba de la sorpresa. Si el arquero
había elegido como amante a la persona de la que sin duda sabía que su hermano estaba
enamorado, aquella doble traición debía haber destrozado al león, y no sólo a su ego. El
cosmos del italiano se encendió por su cuenta como respuesta a las líneas de dolor que
Aioria estaba dibujando sin saberlo, enredándose de nuevo ambas energías; aquello
empezaba a ser habitual y escapaba al control de DeathMask, que definitivamente se rindió
y dejó a su problemática aura hacer lo que le viniera en gana. Por su parte apretó
suavemente los dedos del león, intentando reconfortarle, y buscó deprisa algo que
comentarle, cualquier cosa que le sirviera como apoyo para continuar hablando.
—Milo y tú debíais ser casi unos chiquillos entonces…
— Lo éramos y no lo éramos a un tiempo, quince años dan para mucho cuando se habla
de caballeros, tenemos vivencias que nos hacen madurar con rapidez. –Suspiró— Milo
siempre estuvo más que adelantado en cuestiones de sexo para su edad, y normalmente yo
me dejaba arrastrar por él más que gustoso de acompañarlo en su expedición sobre el placer;
pero a día de hoy aún no me explicó cómo pudo Aiolos hacer algo así. —Tragó saliva y su
ceño se frunció sacando a relucir todo el rencor que le carcomía. — Aiolos, el recto, el
impoluto, el servidor más fiel, mi hermano… ¡Ese grandísimo hijo de puta era tan solo una
fachada!
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Poco a poco le iba faltando el aire, era demasiada la ira contenida pugnando por salir,
jamás había hablado de aquello con nadie y resultaba más duro de lo esperado incluso para
alguien tan franco como él. Tan solo le quedaba aferrarse a los dedos del italiano, que
correspondió a su contacto aunque no dijo nada, desubicado como estaba después de la
sorpresiva explosión de resentimiento del león.
— ¿Quieres saber lo más gracioso? No me enteré hasta que nos reunimos todos junto al
Muro de los Lamentos. Siempre creí que Escorpio me rechazaba por egoísmo, para no
perder su libertad aún cuando correspondía a mi amor, pero una vez más estaba equivocado.
—Nervioso, llevó una mano a su cabello, peinándolo hacia atrás. — Me di cuenta al ver la
forma en que se miraban. Supe de inmediato que Aiolos era mi verdadero rival, la otra
única persona a la que yo idolatraba más que a nadie, incluso más que al escorpión. Y
ahora, Milo no entiende por qué al resucitar me he alejado de él, porque no tiene ni puta
idea de que yo sé lo que hicieron. Que fornicaron como cerdos delante de mis narices.
—Maldita sea, Aioria…
El italiano se separó de él brevemente para sacar medio cuerpo de la bañera y encontrar la
cajetilla de tabaco en el bolsillo de su pantalón. Encendió un cigarrillo, se sentó junto al
león pasándole un brazo por los hombros y le dio una extensa calada meditativa al pitillo
antes de alargárselo al griego. Odiaba la frustración que se desprendía de su aura
normalmente rica. Debía haber sido el momento más duro de su existencia, ir a la muerte
con semejante certeza pesando sobre su corazón; y volver a la vida, debió ser una pesadilla.
—Tu cosmos se vuelve gris cuando hablas de esto —le dijo— Es el color de la amargura.
Debería pudrirse en el infierno cualquiera que le haga esto a tu aura espléndida… llena de
vida… y…
Guardó silencio de golpe. No sólo Aioria sino sobre todo la energía que desprendía, la parte
más característica de él, lo maravillaban. En el pasado había aborrecido esa cualidad
lumínica suya, había intentado destruirla constantemente a base de golpes bajos, y por los
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dioses que casi lo había conseguido. Y no podía soportar que ahora alguien le hiciera pasar
por lo mismo que él. Sintió vergüenza y sintió rabia, sintió que necesitaba que aquella luz
volviera a brillar, sintió que hubiera querido borrar de un plumazo todo aquel pasado
deshonroso…
Y sintió, en definitiva, que se había enamorado del león.
Pero el griego no se dio cuenta de la conmoción que atenazaba al albino al ser consciente
de golpe de sus propios sentimientos, así que continuó hablando, sumido como estaba en su
propio dolor.
—Solo tú y yo lo sabemos. —Aioria aceptó el cigarro y le dio una honda calada,
necesitaba calmar sus nervios, sus sentimientos encontrados. —Ahora eres el único que
puede entender por qué reaccioné así esa noche, la razón de que no quiera tenerle cerca. Le
he perdonado infinidad de mentiras, traiciones, pero jamás el que me robase a mi hermano,
mi confianza en él.
Se recostó contra el cuerpo del italiano, la necesidad de llorar le atenazaba la garganta pero
nunca se permitiría algo así. Tan solo podía callar y aguantar hasta que la presión cediese, y
esperar cobijado entre sus brazos era un regalo realmente inesperado.
—No quiero tu lástima.
Por toda respuesta, el cangrejo le quitó el cigarrillo de entre los dedos dejándolo caer al
agua, tiró de él hasta estrecharlo contra sí y acarició su nuca con el gesto tierno de quien
consuela a un chiquillo. Se le encogió el corazón, tanto por empatía con Aioria como por
los recuerdos que le traía el hecho de confortar a una persona de aquella manera.
—Estoy aquí, Aioria. Yo, no mi lástima. Estoy a tu lado —le susurró, incapaz de decirlo
en voz más alta.
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Se sentía como si le estuviera lanzando una maldición.
Las defensas del león cayeron con alarmante rapidez, dejándole totalmente vendido frente a
sus emociones que amenazaban con desgarrarle por dentro. Esta vez fue su turno de
desmoronarse, de aferrarse al italiano y dejar escapar aquello que le mataba por dentro.
—Yo no quería volver… —logró articular, a pesar de que casi no le salía la voz. —
Duele demasiado… no quería…
El italiano cerró su abrazo sobre él, sosteniéndolo, meciéndolo apenas sin dejar de acariciar
su pelo, en el que depositaba pequeños besos.
—La vida duele —reconoció— Pero no estás solo. No te voy a dejar solo, Aioria.
—Mierda... —Llevó los dedos a sus ojos, apretando los lagrimales para evitar que el
salado líquido saliese de ninguna forma. Tuvo que mantenerse callado, respirando con
profundidad, hasta que pudo controlarse. — Death... no hagas promesas si no las piensas
cumplir. Porque creeré en tus palabras y me aferraré a ellas. Necesito hacerlo. Quiero
hacerlo.
—Yo no hablo por hablar.
El italiano no quiso ahondar en el tema, respetando los esfuerzos de Aioria por no
derrumbarse. Cuando lo sintió más sereno le tomó la barbilla con cuidado y lo miró
largamente. Sus ojos estaban irritados, pero incluso así refulgían con el verde más intenso
de toda la creación.
—Realmente, Aioria… —le acarició el mentón con los pulgares en un gesto delicado—
…necesitas ese afeitado.
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—Si serás... —Enterró el rostro una vez más en su pecho, pero esta vez para aguantar la
risa. Aquel hombre le descolocaba como ninguno, le llevaba de un extremo a otro cual
marioneta hasta agotarlo. Pero le adoraba. — Espera un momento.
El agua se removió cuando el cuerpo de Aioria se levantó para alcanzar la cuchilla de
afeitar y la espuma. Y volvió a formar pequeñas olas cuando regresó al lado de Máscara.
—Si no me ayudas puedo ser yo quien se rebane solito la carótida, y no me apetece
llenarlo todo de sangre. —bromeó, algo más recuperado.
—No me extraña. Limpiar esta piscina olímpica que tú llamas bañera debe ser trabajo de
meses.
—Exagerado.
DeathMask enjabonó despacio las mejillas y el cuello de Aioria, reconfortado por la luz
que poco a poco volvía a manifestarse en su cosmos. Si todo fuera tan sencillo como
hacerle sonreír, pensó, la relación entre ellos estaría… Cortó la reflexión a la mitad y
empezó a deslizar la cuchilla sobre la piel, dibujando el contorno de su rostro con precisión.
Era una forma curiosa de acariciar.
— ¿Ya habías hecho esto antes? Porque a mí me estás desvirgando. –Sonrió divertido
cuando el cangrejo le golpeó como reprimenda.
—Estate quieto o te cortaré.
Se mantuvo en silencio, era mucho más fácil que intentar buscar excusas tontas para
bromear a fin de distender un poco el ambiente. Igualmente, aquel momento de paz le
sirvió para reflexionar un poco sobre las emociones que le provocaba el hombre que tenía
frente a él. Un hombre al que odió, literalmente, durante años y que ahora era el único
capaz de proporcionarle sosiego a su alma. Tenía que reconocer que durante los veinte días
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que pasó sin verlo lo extrañó demasiado como para seguir ignorando que ya no se trataba
de un simple compañero sexual. La información recibida gracias al custodio de Piscis, lo
que conocía por él mismo, y el deseo total y absurdo que se apoderaba de su cuerpo cada
vez que lo tenía cerca, eran pistas suficientes para saber que su corazón peligraba de nuevo.
La cuestión era saber si estaba dispuesto a lanzarse de nuevo al abismo sin cordel de
seguridad.
—Death… —Tomó la mano con que el italiano sujetaba la cuchilla y le hizo detenerse
besándole el interior de la muñeca. Cáncer esperó, extrañado, hasta que le mirada limpia
del león se centró en sus ojos. Le tomó por la nuca con la otra mano y lo atrajo para besarle
con un simple roce que resultó más intenso que si le hubiese devorado. Al separarse, una
sonrisa se dibujó en los labios de Aioria. — Tienes espuma en la nariz. —Se la limpió con
un dedo y cerró los ojos recostándose para dejar que Máscara terminase.
El italiano aguantó con estoicismo los estragos que aquella delicada caricia había causado
en su cuerpo y siguió delineando el mentón del griego con la cuchilla hasta que dejó de
haber resistencia al deslizarla. La aclaró antes de dejarla sobre la repisa de la bañera, y se
esmeró en limpiar de espuma la piel de Aioria antes de comprobar con los labios si el
apurado era o no perfecto.
Y sí, lo era.
— ¿Ya estoy lo suficientemente guapo para ti?
Tras esa pregunta, Aioria guardó silencio. Cáncer, sin responder, le miraba de una forma
totalmente diferente de cómo lo había hecho hasta el momento. En sus ojos había podido
leer durante años odio, ira, más tarde deseo, llegando a la lujuria. Pero ahora no sabía darle
nombre a lo que veía en ellos. Se limitó a cogerle de la muñeca y tirar levemente de él para
que se recostase en su pecho. Ya bastaba de bromas, incluso de palabras. De lo único que
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iba a disfrutar desde aquel preciso instante era del olor de su cabello húmedo y del roce de
sus cuerpos. Hasta que se aburriesen de estar metidos en el agua.
— ¡Te digo que es verdad!
—No, ¡no lo es! ¡Eres un mentiroso y el señor Aioria te va a hacer dar mil vueltas al
Santuario!
— ¡Y a ti te van a expulsar!
—Os quedáis cortos; os voy a hacer dar tres mil vueltas al Santuario, a los dos, antes de
pedir personalmente vuestra expulsión.
Se hizo el silencio de inmediato. Los dos rapaces que discutían y se zarandeaban el uno al
otro se soltaron y se encogieron visiblemente, mientras el corrillo de compañeros que los
jaleaban retrocedió unos cuantos pasos ante la presencia amenazante de su entrenador.
Aioria les dedicó una mirada severa a todos, uno por uno.
— ¿Alguien va a explicarme qué está pasando?
Preguntaba aunque ya tenía una cierta idea. Hacía unos minutos Litos había llamado a la
puerta del baño para avisarle, con tono evidentemente satisfecho por tener una excusa para
interrumpir, de que un chiquillo de su patrulla de formación había subido a informar de una
escaramuza en los barracones de sus aprendices, algo relacionado con algún tipo de
habladuría que había creado una discordia particularmente agresiva entre los más jóvenes.
Aioria había acudido de inmediato a solucionar el problema mientras DeathMask se
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quedaba esperándole sentado en el pórtico de Leo, fumando con expresión indescifrable y
los ojos fijos en la luna llena, que empezaba a ascender por encima del horizonte. El león
sospechaba que al italiano no le agradaban demasiado los niños, a pesar de que se
rumoreaba que casi todas las máscaras de su templo eran de adultos y que los pocos rostros
infantiles que decoraban su pared habían llegado allí de forma accidental; en cualquier caso
Aioria no se había parado a comprobarlo, le daba grima mirar siquiera aquellos objetos
macabros. Y de todas formas, en ocasiones comprendía perfectamente la aversión del
albino por los chiquillos. Ocasiones como aquella, sin ir más lejos. Los críos se miraban de
reojo unos a otros, intentando a todas luces encontrar a quién echar la culpa saliendo ellos
bien parados, y el león empezó a perder la paciencia.
— ¿Y bien? —inquirió en un tono que no admitía más demoras
— Es por la guerra, maestro.
Al fin uno de los chiquillos se adelantó al resto del grupo con el suficiente valor para hablar.
Pero sus palabras solo trajeron desasosiego al león, que le miró, eso sí, sin demostrar un
ápice de la confusión que sentía.
— ¿Qué tonterías estás diciendo? Explícate mejor. –El tono molesto que empleó tuvo el
efecto contrario al esperado, asustando al rapaz, que de pronto quedó mudo y muy
interesado en la punta de sus pies. — ¡Santa Atenea! No me hagáis perder la poca paciencia
que me queda con vosotros. Hablad de una vez, y no quiero mentiras.
—Discutíamos sobre a qué país nos mandarían a luchar cuando el Patriarca empiece a
vender nuestros servicios.
Si la reprimenda de Aioria les había hecho recobrar el habla, la mirada cargada de
indignación que les dirigió en ese momento les hizo temblar. El maestro normalmente era
cariñoso con ellos aunque se mostrase estricto en los entrenamientos. Pero verle en aquel
estado era algo nuevo, y muy poco agradable.
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—Tres mil vueltas. Todos. Y pobre del que pille intentando escaquearse o divulgando
bulos tan absurdos como el que acabo de escuchar. –Ninguno de sus aprendices se movió
de su sitio, deseaban preguntar la razón por la que estaba tan seguro de que era mentira.
Pero su retraso tan solo sacó aún más de quicio al griego que les gritó amenazante. —
¡Ahora!
Al verlos correr en todas direcciones tuvo la desagradable sensación de estar frente a
buitres asustados ante un rival de mayor poder, buitres que volverían a las andadas una vez
el peligro pasase.
“No pienses tonterías, son sólo niños”.
Pero niños o no, habían sido elegidos para defender una diosa, para tener unos ideales
puros y faltos de egoísmo.
“Joder, Aioria, el cangrejo se reiría en tu cara si te escuchase hablar así”.
DeathMask. Sintió la asfixiante necesidad de volver a su lado y contarle lo ocurrido.
Seguramente no sería la persona más idónea en la que descargar sus temores, pero no
confiaba en nadie más.
“Vaya, así que al final he llegado a este punto”.
Caminó con aparente tranquilidad en dirección a su templo. Por mucho que necesitase
volver junto a él, saber que seguramente volverían a discutir cuando sus opiniones
chocasen hacía que su ánimo decayese aún más, aunque no se detuvo y siguió subiendo
hacia DeathMask, que continuaba fumando sentado en las escaleras de Leo. El griego no
pudo por menos que reparar en que las cosas, en aquellos 28 días, se habían vuelto más
confusas de lo que ambos habían esperado después de aquel extraño primer encuentro, casi
un calco del momento presente, él nuevamente dirigiendo sus pasos hacia la eterna nube de
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tabaco y oscuridad que parecía rodear al italiano. Éste se incorporó y lo estudió con calma,
hasta que los dos quedaron frente a frente. Sólo la expresión del griego era distinta, mucho
más ácida que aquella otra primera noche.
— ¿Por qué me pones esa mala cara, león? — inquirió finalmente el albino, empezando a
sentirse incómodo.
—No se puede estar siempre sonriendo. — fue la seca respuesta del aludido.
—No. —Repuso DeathMask, algo picado— Pero es lo que tú sueles hacer, hasta el punto
de que a veces me he llegado a preguntar si tenías algún tipo de parálisis facial. Así que
verte de repente con esa cara de perro, me sorprende.
—Siempre tan agradable, no sé como lo consigues— espetó Aioria.
—Ya sabes, labia italiana— finalizó DeathMask, en tono insolente; pero no tardó en
ceder ante la evidente desazón del griego; lo miró directamente, variando la expresión —
Aioria, ¿tan mal ha ido la cosa?
Inconscientemente el león levantó una ceja demostrando la sorpresa que le causaba el
pequeño atisbo de preocupación que percibió en sus palabras. Todavía no se hacía a la idea
de que realmente le importaba a aquel hombre, de que al menos así parecía ser.
—Les he puesto a correr hasta que se les pudran las piernas. Pero no, no ha sido difícil
terminar con la reyerta.
El italiano le rozó la ceja alzada con la mano izquierda
—¿Qué te preocupa, entonces?
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—Rumores... —Aioria resopló visiblemente fastidiado, pero la caricia le agradaba y lo
demostró quedándose quieto, cerca de él— Parece que nunca podemos disfrutar de un
tiempo de paz demasiado largo.
DeathMask retrocedió un par de pasos, aturdido.
— ¿Guerra…? ¿De nuevo?
—Sólo son habladurías de niños que apuntan a que ahora nos van a "prestar" para
mantener el orden entre naciones... –Aioria se arrepintió de inmediato por haberle soltado
la información a bocajarro. Él ni siquiera creía que unos chiquillos pudiesen conocer una
noticia así de importante, y absurda. Pero había algo en su interior que bullía inquieto,
quizás no saber con seguridad si estaría dispuesto a luchar nuevamente o no, a seguir los
ideales que una vez defendió y en los cuales ahora no creía con tanta convicción. — ¿No es
jodidamente divertido?
— ¿Divertido? —El albino reflexionó rápidamente sobre lo que acababa de escuchar—
Mantener el orden. ¿Como... cascos azules? ¿A las órdenes de quién?
—Supongo que como intermediarios. —Tras dar un par de pasos en direcciones
contrarias y no saber qué hacer, Aioria optó por sentarse en un escalón con las piernas
abiertas y las manos colgando, apoyadas sobre estas— No sé en que cojones piensan esos
críos...
—Intermediarios. —El italiano se sentó al pie de los escalones, apoyó los antebrazos en
las rodillas de Aioria, cruzándolos, y la barbilla sobre estos— Qué absurdo. Yo diría que si
a tus aprendices les sobra tanto tiempo como para discurrir sandeces, deberías hacerles
trabajar más duro, para que no se aburran. Pero… —suspiró, con un gesto de duda— si
algo de verdad hubiera, espero que al menos seamos neutrales. Lo único que faltaba es que
nos convirtieran en mercenarios.
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Sin dejar de mirar a ningún lugar, el griego levantó una de sus manos para enredar los
dedos en el cabello de Máscara. Hacía poco que había descubierto lo mucho que le
tranquilizaba aquel simple gesto.
—Sólo –hizo mucho hincapié en aquella palabra. — son habladurías de chiquillos. Pero
en cualquier caso cumpliremos con nuestro deber, como hasta ahora.
“¿Cómo puedo decir eso sin estar seguro de en que dirección apunta mi lealtad?”
El albino suspiró al sentir los dedos de Aioria entre su pelo; era una caricia a la que se
había acostumbrado deprisa, y a él también le sosegaba.
—Es bueno que seamos útiles para alguien. Estar al servicio de una diosa sin otra cosa
que hacer que luchar en guerras que nosotros mismos empezamos, es desesperante. Pero...
— guardó silencio, sin saber cómo continuar sin ser malinterpretado.
— ¿Pero? —le apremió Aioria al tiempo que bajaba la vista buscando sus ojos,
prestándole toda su atención. Aunque aquella conversación fuese inútil en cualquier otro
sentido, al menos le serviría para conocer la actitud que mostraría el italiano en una
situación tan difícil.
De repente el griego había descubierto que le interesaba lo que el albino tuviese que decir;
solían mantener posturas diferentes sobre cualquier tema por nimio que fuera, pero quizás
esa fuese la razón de apreciar tanto sus palabras. Simplemente necesitaba una perspectiva
distinta a la propia para intentar entender de una vez algo, sólo algo de todo lo que ocurría a
su alrededor sin que él pudiese evitarlo. DeathMask alzó a su vez los ojos para mirar a
Aioria, y se encontró con sus iris imposiblemente verdes. Desde la vuelta de la muerte su
mirada tendía a turbarle, y aquella noche especialmente, al haber descubierto por qué.
Sopesó con cuidado lo que iba a decir; sabía que se había convertido en un soldado que
pensaba por sí mismo, y en un ejército no había nada más peligroso.
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—Pero no me convertiría en un mercenario al servicio de ningún país ni ninguna diosa
ajena. —continuó al fin— Si no mantuviéramos la neutralidad, pediría la licencia.
Bajó los ojos de nuevo, esperando una reacción colérica por parte del león; sabía que su
característico desprecio por las normas y la autoridad tendía a exasperar al griego. Pero por
una vez, Aioria, no se centró ni en la moralidad ni el deber sino en un punto que a quien
realmente preocupaba era a él mismo. Intentando buscar sus respuestas a través del otro.
—No puedes dejar la armadura así como así —fue la contestación del león—, ella te
eligió.
Dejó de acariciarle el pelo para hacerlo en su propia nuca, era incapaz de entender el poco
apego que el cangrejo tenía para todo aquello que representaba la orden. Dejando a un lado
las reglas, las guerras inútiles, los dioses y sus caprichos... ¿Es que no le importaba nadie
aparte de él lo suficiente como para querer protegerlo? Para Aioria no había rostros, tan
solo salvaba una y otra vez la vida a extraños y durante mucho tiempo pensó que lo hacía
porque eso era lo que le enseñaron siempre, que era la única forma de limpiar su nombre,
hasta que comprendió que poseer tanto poder tan solo por tenerlo dejaba vacía por
completo su existencia. No era que las personas le necesitasen a él para sobrevivir, sino que
sin esas personas el león perdía sus garras, su valentía, su significado.
DeathMask soltó aire bruscamente al detectar la condena implícita en las palabras del león.
—Ella me eligió. Pero yo puedo elegir no vestirla —respondió con sequedad.
De inmediato guardó silencio de nuevo y respiró por la nariz varias veces, tratando de
relajarse. El griego, simplemente, se equivocaba, y no podía culparle por juzgarle a través
de los preconceptos que normalmente la gente tendía a atribuirle.
—Aioria, no lo entiendes. ¿De qué sirve tener todo lo que tenemos, si al final lo
acabamos poniendo al servicio de quien no lo merece? León Estelar, ya una vez servimos a
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Arlés, sabes de lo que hablo. Cualquier país podría querer comprar a soldados como
nosotros; a su servicio, podríamos ser armas terribles.
— ¿No confías en nuestro Patriarca? Shion no es Arlés, no es Saga... —Apartó la vista un
poco avergonzado por lo que iba a decir—...no es Atenea.
La diosa, tan solo una niña, mentira. Después de tantas batallas y sufrimiento no podía
continuar considerándola como tal, protegiéndola de sus propias acciones y decisiones. De
su falta de fuerza. De todos los sentimientos con los que tenía que lidiar desde su vuelta a la
vida, la decepción era la peor de todas. Sin embargo era consciente de que aún así, si se lo
volviesen a pedir, no dudaría ni un instante en luchar por protegerla y no estaba muy seguro
de en que le convertía aquella certeza. Miró al italiano y se dirigió nuevamente a él.
— ¿Acaso confías en alguien?
—Ya no sé en quién confío y en quién no —le respondió DeathMask, con cierta
amargura — Han pasado muchas cosas en muy poco tiempo, y es difícil verlas con
retrospectiva. A veces tengo la sensación de no entender nada.
Se movió hasta apoyar la espalda en los escalones y encendió un cigarrillo, pasándole la
cajetilla a Aioria por si quería seguir insistiendo en superar su mala resistencia al tabaco,
antes de continuar hablando.
—Arlés no es Saga. Saga es un excelente capitán, pero también es un hombre enfermo;
fue Arlés quien organizó aquella guerra que casi acabó con nosotros, no Saga— suspiró—
Sé que Shion no es Arlés; pero no le conozco. No tengo motivos para confiar en él, aunque
nos llevó a buen término en Hades. En cuanto a ti, ¿por qué luchas? No pareces creer en
Atenea, y sin embargo insistes en servirla. ¿Por qué lo haces?
—No creer en ella —el griego alargó la frase intentando buscar las palabras necesarias
para hacerle entender al tiempo que rechazaba el cigarro— Es algo contradictorio, no creo
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en que los dioses manejen nuestro destino a su antojo y sin embargo lucho por uno de ellos.
No confío en que sea capaz de darnos una vida de paz y aún así la sigo. Supongo que
simplemente espero que algo ocurra....aunque llevo esperando demasiado ya.
Se deslizó por el escalón hasta caer al siguiente dejando así a Death entre sus piernas,
pasando los brazos por sus hombros y dejándolos caer con pereza sobre su pecho.
— ¿Por qué quisiste entrar en la Orden?- le preguntó— No creo que ya tuvieses planeado
todo lo que ocurrió. —Esta vez no había censura o reproche en su voz, tan solo verdadero
interés por conocerle, por entender.
—No había nada planeado, y de hecho nadie me preguntó si quería entrar o no.
Simplemente ocurrió.
El italiano se revolvió dentro el abrazo de Aioria, desazonado. Nadie le había preguntado
nunca acerca de aquello, y no sabía bien cómo hablar de algo tan difícil. Ni siquiera estaba
seguro de ser capaz.
—Mi maestra me encontró en mi pueblo cuando yo tenía siete años. Le pareció detectar
potencial en mí, y me llevó con ella. Fue una decisión con la que todo el mundo estuvo
encantado.
Aioria apretó un poco más el abrazo posando los labios en el cuello del cangrejo para no
volver a despegarlos hasta que dejó de hablar, cediéndole el turno.
— ¿Tú lo estuviste?
La noche del lago había inquirido sobre algo similar y se temía que recibiría la misma
respuesta. Nadie les preguntaba nada acerca de lo que ellos deseaban, tan solo ordenaban y
esperaban a que naciera en ellos de forma espontánea el amor hacia la diosa. Aioria miró al
italiano, que negó con la cabeza.
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—Yo estaba… enfermo.
DeathMask se recostó contra Aioria, sintiendo el estómago revuelto. Lo que acababa de
decir era un rodeo descarado de la cuestión, una manera piadosa de explicarlo, pero daba
cierta idea de la situación.
—De todas maneras no creo que me hubiera importado salir de aquel sitio. Era una aldea
de Calabria, la gente era bastante supersticiosa, y yo soy albino, Digamos que no era…
demasiado apreciado.
Suspiró y bendijo al inventor de los eufemismos. Aún así, Aioria supo que callaba más de
lo que contaba y tuvo la tentación de preguntar un poco más sobre la historia, sus labios
incluso dejaron escapar un pequeño sonido antes de decidir que era mejor no presionarle.
La forma en que se apoyaba contra su pecho le decía que era un momento delicado de los
que rara vez se daban el lujo de tener entre ellos o con cualquiera, y no quería romper el
clima apacible que habían conseguido crear durante la velada.
—Pero ¿y después? Cuando yo llegué aquí me sentí asustado pero un poco más libre al
mismo tiempo.
Aioria se preguntó si estaría perdiendo una buena oportunidad de saber algo más del
pasado del albino. No estaba muy seguro, pero lo que sí sabía era que después de cómo
reaccionó al preguntarle por Alessandro no se iba a arriesgar a joderle de nuevo. Ya
llegaría el momento, o al menos eso esperaba. DeathMask se sintió a la vez aliviado y
decepcionado por su discreción; negó otra vez con la cabeza ante su pregunta, porque su
educación como escudero había sido, como mínimo, confusa.
—Estaba en mal estado, y muy confundido. Mi vida en la aldea y mi manera de
marcharme fueron bastante…
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Buscó una palabra adecuada durante unos momentos.
—…traumáticas. No tenía mucha fe en la gente, así que tampoco me hice demasiadas
ilusiones con mi nueva vida. Pero sí, esperaba un cambio, creo.
La forma en que un gélido escalofrío le recorrió la espina dorsal ante el recuerdo de
Máscara echado en la cama, débil y vulnerable en la casa de Piscis, le resultó tan odiosa
que no supo como descifrar su propia reacción. Tan solo la asimiló como una prueba más
de que era imposible seguir negando lo que sentía por él. Pegó más el pecho contra su
espalda y apoyó la frente en la nuca suspirando suavemente. Cuando Death pareció abrirse
y consentir en hablarle de lo que pensaba o sentía, el león se bloqueó de forma irremediable,
perdiendo así la oportunidad que se le presentaba para ahondar un poco más en su interior
al no querer causar el mismo efecto que al preguntarle por Alessandro. Por miedo de
hacerle sufrir con sus ansias de saber.
—Me desagrada la idea de verte débil... —susurró al fin, sin ser capaz de aclararle sus
temores.
—No lo soy; pero todos hemos sido críos alguna vez… —respondió el italiano, dando
unas palmaditas sobre la mano de Aioria antes de entrelazar los dedos de ambos. —Ya
sabes… soy un tipo duro —bromeó.
—Sí, lo eres. — El griego sonrió aunque él no pudiese verlo, de medio lado, dividido
entre las dudas y la seguridad de saber ciertas sus palabras. — ¿Qué te ocurría? Ser albino
puede resultar engorroso pero no creo que sea tan grave como para que te aleje de la gente.
DeathMask inclinó la cabeza hacia atrás y estudió las pocas estrellas que se veían bajo la
inmensa luna llena que poco a poco iba invadiendo el cielo; era difícil comprender ciertas
cosas si uno no se había criado en un ambiente como el que lo había hecho él. Sus dedos se
tensaron ligeramente sobre los de Aioria al incidir sobre el tema.
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—En cuanto a mentalidad, la gente de mi aldea vivía poco menos que en pleno medievo.
Los adultos no me miraban demasiado bien, pero me respetaban; los críos, no. Los
chiquillos tienden a ser más sinceros que los mayores. Si pensaban que era un monstruo,
me perseguían y me lo decían; recibí más de una pedrada, pero bueno, todo tiene sus
ventajas, todavía hoy nadie me gana en trepar a un árbol.
Bromeaba, porque no tenía otra manera de defenderse de los recuerdos. La sensación de ser
un monstruo, ya no por su aspecto sino por su interior, nunca había llegado a abandonarle.
Pero para el león su desenfado no suponía ningún alivio, ya que intuía que DeathMask
usaba aquella actitud como escudo, lo mismo que él. Debía conducirse con cuidado si no
quería que se cerrase en banda de un momento a otro.
—No es fácil sobrevivir cuando le tachan a uno con un estigma que te diferencia tanto del
resto... —musitó el griego reflexionando en voz alta sobre otro de sus tantos malos
recuerdos— Otro bonito regalo de mi querido hermano. –Terminó agregando con evidente
ironía.
Tras eso permaneció en silencio largo tiempo, saboreando de nuevo cada palabra, todas las
inflexiones que había detectado en el tono de su voz para intentar montar así el
rompecabezas que era Death. Y poco a poco, aún cuando era él quien intentaba entender, se
sentía más comprendido que nadie. No existía caballero que no conociera su suerte y la de
Aiolos, su vida era de dominio público en el Santuario. Pero eso no significaba que en
contraposición, aquellos que hablaban a sus espaldas fuesen capaces de entender el
sufrimiento de un niño hecho hombre antes de tiempo, por necesidad. Y por si aquello
fuese poco, también conocía el resto, lo que a todos les había ocultado con recelo ya que
implicaba que finalmente habían tenido razón todo el tiempo, que su hermano era un
traidor, aunque no en el sentido que ellos imaginaban.
—Si no estuviésemos tan encerrados en nosotros mismos quizás habríamos mantenido
antes esta conversación y tú no tendrías que buscar tantas máscaras con las que ocultar tu
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pena. —Refregó la punta de la nariz por su cuello, en el nacimiento del pelo— Hablo
mucho pero en realidad sigo sin hacer las preguntas adecuadas, ¿verdad?
DeathMask tosió ante las palabras de Aioria, sin saber qué responderle; normalmente nadie
hablaba con tanta naturalidad de las mil máscaras detrás de las que se camuflaba. De hecho,
se aceptaban como ciertas. Pero a esas alturas era absurdo continuar pensando que podía
engañar al león.
—Me temo que no existen las preguntas adecuadas —respondió finalmente, con la voz
ahogada— No si las respuestas son tan desagradables como las mías. Supongo que he
tenido la vida que me merecía; todo lo que he tocado lo he destruido.
Se levantó bruscamente y se alejó de Aioria.
“Y acabaré por destruirte a ti también”
Encendió otro cigarrillo, con las manos temblorosas, y expulsó el humo lentamente,
tratando de calmarse.
El León dejó que se alejara un poco, sabía que lo necesitaba, comenzaba a conocerle, al
menos mínimamente, a interpretar los signos de su cuerpo. Pero aunque todo eso le ayudara
a comportarse cuando le tenía cerca, la forma en que se alejaba una y otra vez de él le
dañaba, porque no llegaba a comprender lo que ocurría, lo que intentaba ocultarle con tanto
ahínco incluso tras haber llegado a aquel nivel de intimidad.
—Soy yo quien debe decidir si se arriesga o no— respondió al pensamiento que el
italiano no había llegado a formular, y que sin embargo había sido perfectamente patente.
Se levantó yendo tras Death y tras hacer a un lado el cigarro le besó suavemente, con
intensidad, en una muestra más de la mezcla de luces que habitaban en el león.
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—Dejemos las preguntas a un lado. Simplemente cuéntamelo. Ya te dije que podía
esperar, un poco al menos. No tiene que ser hoy ni mañana, solo quiero saberlo, cuando
decidas que está bien para ti.
Quiso añadir "para ambos", pero ni tan siquiera estaba seguro de que existiese una razón
para hablar de ellos como algo más de dos individuos que pasaban juntos algo de su tiempo.
Las idas y venidas en su situación le tenían completamente perdido. Necesitaba algo más
tangible que su propio deseo de que así fuese.
— ¿Por qué? — Le preguntó el albino con cierta rudeza — ¿Por qué quieres saberlo?
Aioria quiso responderle pero DeathMask le aferró por la nuca y le devolvió el beso con
una mezcla de violencia y desesperación, anticipando una respuesta que no quería escuchar
en realidad. A pesar de los momentos compartidos antes, el hecho de que Aioria no hubiera
sentido la menor inquietud por su desaparición, que no se hubiera planteado siquiera la
posibilidad de que hubiera ocurrido algo, le decía dos cosas, la primera que el griego estaba
muy lejos de confiar en él y que lo consideraba un hombre como mínimo sin principios, y
la segunda que el orgullo del león se encontraba muy por encima de su interés por él.
Aquello le llevaba a la desoladora conclusión de que quizá la única motivación de Aioria
para indagar así en temas tan dolorosos fuera todavía la curiosidad; porque aquella faceta
del felino no era sólo un mito, pero de alguna manera el italiano sentía que si era esa la
motivación del griego, tal sentimiento no iba a matar al gato, sino a él. Después de la
velada y las cosas que había descubierto que albergaba en su interior hacia Aioria, aquella
posibilidad lo dañaba. Y mucho.
—Verás, León Estelar, durante muchos años desde mi llegada al Santuario no podía
soportar que nadie se me acercara, ni que nadie me tocara, y esa curiosa fobia tiende a
aparecer cada vez que algo me hace daño. Así que si sólo es la curiosidad lo que te impulsa
a indagar, echa el freno, no vaya a ser que la próxima vez que te vayas a acercar te arranque
la mano.
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La desazón que se pintó en los ojos de Aioria contrastó completamente con la fuerza con
que apretaba la mandíbula. No estaba acostumbrado a pedir las cosas de aquella forma, a
interesarse por nadie lo suficiente como para implicarse de tal manera que pudiesen dañarlo.
Y la contestación del cangrejo le hizo temblar de indignación, o al menos eso era lo que él
pensaba porque, en esos momentos, se negaba a admitir que el nudo en el pecho significase
otra cosa mucho más profunda. ¿Era posible que le hubiese engañado cuando le dijo que se
quedaría a su lado? Quizás tan solo fuesen palabras dichas al azar para consolarle
momentáneamente.
—Aún no demuestras que seas capaz de arrancarme nada, cangrejo, aunque siempre
podemos volver a la situación de antes y continuar la pelea donde la dejamos.
DeathMask retrocedió un par de pasos y miró a Aioria, incrédulo. Le parecía imposible que
el griego no hubiera escuchado ni una sola de sus palabras, pero así era; sólo se había
quedado en la forma. El contenido se había perdido por el camino, la referencia a su pasado,
la alusión a la capacidad del león para dañarle hasta el punto de despertar una fobia de la
infancia. Todo.
“Bueno, DeathMask, ¿y qué esperabas?”
El orgullo del León era tan legendario como su curiosidad, y aún sabiendo que aquella
reacción era de esperar, DeathMask se cerró en banda. Leía en los ojos del griego que sus
palabras lo habían herido, pero no podía pararse a sanarle los rasguños, porque en ese
momento se sentía desbordado. Giró sobre sus talones para dirigirse a su Casa, y se quedó
de frente a la luna llena; soltó un exabrupto en italiano y dio media vuelta para dejar la
zona de templos y dirigirse a la arena.
—Death… —Susurró el león, tan imperceptiblemente que el cangrejo no pudo oírlo.
La pose orgullosa, la barbilla levantada en actitud desafiante, todos y cada uno de los
gestos de Aioria reflejaban con absoluta claridad lo poco que le importaba verle alejarse de
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él. Tan solo quedaba un detalle, pequeño e insignificante que, simplemente, estaba
destrozándole poco a poco; de hecho, los años de autocontrol eran lo único que le impedía
salir corriendo tras él, golpearle hasta el cansancio y tras ello hacerle el amor hasta caer
ambos agotados. No podía creer que hubiesen llegado tan lejos para nada, nada de todo
aquello estaba planeado, de haberle preguntado alguien hubiese contestado sin dudarlo que
Máscara sería el último ser en el mundo que le haría sentir todo aquello de nuevo.
— ¡No te atrevas a darme la espalda! ¡Ten huevos para decirme en griego lo que le gritas
a la luna!
El italiano se detuvo un momento, apretando los puños con frustración, sin saber qué hacer
o cómo reaccionar ante lo que sentía. Hubiera debido estar furioso y dolido hasta lo
insoportable, con la Máscara de Muerte pugnando por salir y tomar el control, sobre todo
en plenilunio, pero lo que predominaba en cambio era la pena. Profunda y amarga como
lágrimas. DeathMask no sabía llorar, y probablemente de haber sabido tampoco lo hubiera
hecho, y sin embargo cada paso que había dado alejándose de Aioria lo había obligado a
respingar de dolor.
Se giró hacia el León lentamente, enfrentándose a él con los ojos, sus rojizos ojos albinos,
ardiendo de rabia y de algo más acre.
—¿A la luna? Le digo que llegará el día en que me mate, pero que no es hoy. Y la
maldigo. Como ella me maldice a mí. Como tú me maldices con tu puta curiosidad.
Su tono era mesurado pero en absoluto apacible; era negro como la misma muerte.
—Ni siquiera te atreves a usar la palabra “nosotros”, Aioria, pero preguntas, indagas,
exploras. ¿Qué harás cuando hayas plantado la bandera en el territorio que pretendes
conquistar? Dímelo. Porque quizá lo mejor sea volver a mi templo y dejarme llevar de una
vez por todas por el canto de las máscaras. Habla, León.
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El canto de las máscaras, no era la primera alusión que hacía sobre ellas el cangrejo pero la
mente de Aioria no estaba lo suficientemente clara como para darse cuenta de su
importancia, ya que cada palabra de Cáncer se le iba clavando con fuerza, implacable.
Debía reconocer que era certero en sus ataques aún sin saberlo, sin embargo, nada en la
posición del león revelaba su indecisión. Solamente la información que iba recibiendo poco
a poco y que iba calando en su cerebro con cuentagotas era capaz de hacerle reaccionar. Se
sentía estúpido, torpe, casi como cuando siendo adolescente aún comenzaba a conocer a
otros hombres.
—¿Nosotros? No existe ningún nosotros. Te pasas la vida maldiciendo a la luna y
revolcándote en tus secretos, huyendo de cualquiera que se acerque relativamente a ti.
Escuchas las intimidades de los demás, sus vergüenzas, pero cuando es tu turno
simplemente te escudas en que eres incapaz. ¡Y una mierda! Te diré algo, no soy capaz de
hablar más que de ti o de mí como individuos porque temo que me destroces. Porque mi
maldita curiosidad me está llevando a unos límites que no conozco y que me aterra
traspasar.
Efectivamente, no quería dejarse llevar por todo aquello, estaba empezando a conocer
respuestas a preguntas que llevaba tiempo haciéndose. No le gustaba sentir miedo y
Máscara se lo provocaba en demasía. Reconocía aquella incertidumbre, la desazón de no
saber qué era lo que estaba haciendo mal. Y todo ello no podía dejar de relacionarlo con
otra persona a la que pretendía olvidar desde hacía ya demasiado tiempo. Una persona que
también le prometió, al igual que Cáncer, que nunca le dejaría solo, que le mintió de forma
descarada durante años.
El albino tardó en recuperar el habla. Se había quedado rígido ante las palabras de Aioria,
en primer lugar por la desconsideración con que a sus ojos había hablado de su incapacidad
para tocar ciertos temas. DeathMask se repitió a sí mismo que Aioria no tenía por qué
creerle, que ni siquiera tenía por qué comprender el alcance de sus heridas, pero no podía
evitar dolerse por encontrarse enfrentado de nuevo al hecho de que el griego no confiaba en
él en lo más mínimo. Que su pasado seguía marcándole ante los ojos del quinto custodio
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como indigno. Pero sobre todo, y de nada servía querérselo negar, le había destrozado la
primera frase del león porque, efectivamente, no existía ningún “nosotros”, y sin embargo,
oírselo decir con tanta naturalidad había sido agónico.
—No tienes ni idea de cómo me paso la vida o de quién huyo, león, porque no me
conoces —declaró, en tono grave.
— ¿Y de quién es la culpa de que no te conozca? —La situación comenzaba a sobrepasar
al griego, llevándole a dejar de defenderse para atacar con crudeza.
El italiano cerró los ojos unos instantes, conminándose a tener calma. Diciéndose que
Aioria no tenía por qué comprender las implicaciones de portar la Máscara de Muerte, que
no tenía porqué hacerse idea de la lucha que el albino mantenía consigo mismo cada vez
que intentaba hablar de Alessandro, una lucha que le cerraba la boca con más eficacia de lo
que lo haría la propia muerte. Pero incluso repetirse aquellos razonamientos resultaba
insuficiente para paliar la amargura que lo embargaba por momentos.
—En cualquier caso, ¿de qué tienes miedo, qué límites te asusta cruzar? —dijo al fn,
tratando de desviar el tema por el bien de los dos— ¿Qué temes descubrir? La Casa de
Cáncer es tenebrosa, pero tu curiosidad por ella tampoco te va a matar.
— No es la Casa lo que me preocupa, sino su habitante. Como tú mismo dijiste hace poco,
jamás podré estar seguro contigo. Eso ya lo he vivido durante años con Milo y te aseguro
que he tenido más que suficiente. Así que no me jodas porque no hable de "nosotros" o
porque te moleste mi maldita curiosidad.
Cuando Aioria reconoció que nunca estaría seguro con él, DeathMask tuvo que girar en
redondo y darle la espalda de nuevo, porque no había ningún insulto, ninguna afrenta, que
doliera más que una verdad. Tragó saliva y luchó por respirar, porque se le había cortado el
aliento. Quiso responderle, soltarle alguna estupidez sobre que le traía sin cuidado que
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hablara de un nosotros, un vosotros o un ellos, o que corriera a refugiarse en la cama del
Escorpión o de su puta madre, pero ni la ironía ni el orgullo acudieron a su rescate.
—Tu curiosidad no me molesta— confesó al fin en voz baja —Me mata.
Y se alejó de él.
Aioria se quedó atónito. No era exactamente lo que esperaba oír pero dejando a un lado las
formas, en el fondo, era lo que necesitaba. Supuso que ninguno de los dos era capaz de
hablar con mayor claridad y que, o lo remediaban, o realmente jamás habría un "nosotros"
por el que luchar. Mientras le observaba caminar cada vez más lejos de él se obligó a darse
a sí mismo un par de respuestas que nadie más podía proporcionarle.
"No quiero que se vaya, al menos eso lo sé con seguridad."
DeathMask avanzaba por instinto, con el cosmos casi apagado, dejando prácticamente
ciegos sus inútiles ojos albinos; no quería ver nada. De repente odiaba aquel lugar que no
había sido más que una prolongación del fiasco que fue su vida en Calabria y en el
Santuario de Sicilia. A su espalda, Aioria lo miraba y sentía cada uno de sus músculos
agarrotados, incluso deseándolo era incapaz de moverse; fue entonces que Máscara terminó
de doblar por una esquina desapareciendo de su campo visual. Aquello fue suficiente para
ponerle en marcha, primero tan solo un paso al que siguió otro, los siguientes más
apresurados hasta terminar corriendo tras él con todas sus fuerzas solo para respirar
tranquilo cuando lo tuvo delante. Aceleró lo suficiente como para alcanzarlo y abrazarlo
mientras aún le daba la espalda, impidiendo que se separase al darse cuenta de lo que
ocurría.
—Espera, —susurró— no te des la vuelta...
Cuando repentinamente los brazos de Aioria lo atraparon, el italiano tuvo que hacer
verdaderos esfuerzos por no sacudírselos, y constató, desalentado, que la vieja fobia volvía
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a hacer aparición; estaba herido y no podía dejar de reconocerlo. El león había logrado
hacerse con aquel poder ya en la casa de Piscis, y DeathMask se sintió vulnerable, como un
cangrejo sin concha. A su espalda, Aioria tomó aire; si le miraba a los ojos no sería capaz
de decirle nada, ni siquiera estaba seguro de poder hacerlo incluso mirando su nuca.
—Pregunto porque quiero comprenderte, pero tengo miedo, es cierto. —subió una mano
por su cintura buscando hallar su mano pero no la encontró y tampoco se atrevió a soltarlo
y que aprovechase para huir— No temo ni a tu casa ni a los supuestos horrores que
escondes en ella, no es la oscuridad, el silencio o la indiferencia. Tengo miedo de mi
mismo y de lo que puedo llegar a sentir, a necesitarte. Porque sé que mi orgullo te alejará
como hace un momento. Tengo miedo de no saber jamás lo que sientes más que
adivinándolo... porque duele... demasiado.
DeathMask escuchó las palabras del león una por una, sin saber si alegrarse o correr hasta
dejarlo atrás definitivamente; levantó las manos hasta aferrarlo por las muñecas, sin tener
claro tampoco si con aquel gesto pretendía apresarlo o si sólo buscaba apoyarse en él.
—No es tu orgullo lo que me ha alejado de ti; ha sido tu indiferencia. —Respondió,
somero— Si no quieres necesitarme vete ahora, Aioria, antes de que las posiciones se
desequilibren; porque cuando me pides que te hable de mí, me pides que dé un paso que tú
mismo reconoces no querer dar. Quieres destrozar mis defensas y mantener las tuyas en
alto.
—Eso no es justo y lo sabes. — ¿Acaso se creía que hablarle de la traición de su hermano
era algo fácil?
—No me refiero a contarnos cosas. Me refiero a establecer algo entre nosotros más allá
de un par de polvos. Quieres que confíe en ti y que te necesite, pero tú no quieres hacerlo.
Apartó los brazos del león y se volvió a mirarlo; con el cosmos en un nivel tan bajo sólo lo
veía como un borrón informe, pero el verde de sus iris se destacaba claramente entre el
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resto, y DeathMask fue nuevamente consciente de que hiciera lo que hiciera, dijera Aioria
lo que dijese, él ya estaba condenado.
—Si no quieres necesitarme, vete. Porque tu ausencia, ahora, me duele; pero
probablemente pronto me cueste la vida.
El griego permaneció en silencio como nunca antes lo hizo, pocas cosas eran las que
conseguían que Aioria cerrase la boca. Excepto cuando se trataba de hablar sobre sus
sentimientos. El problema era que se había obligado a sí mismo a callar su amor hacia Milo,
cualquier tipo de pasión, durante tantos años que ya no recordaba cómo no hacerlo aunque
fuese otro el que estuviese ahora frente a él. El escorpión representaba todo para él, desde
amistad y placer hasta el amor más profundo que jamás sintió por otra persona, hombre o
mujer. Aprendió a base de golpes que si deseaba permanecer a su lado en vez de ser
desechado como el resto debía conducirse con cuidado. Siempre fingiendo, siempre dando
una imagen de absoluta indiferencia, cuando en realidad se moría por dentro de celos o
pena. Aquello era, de forma retorcida, lo más parecido a una relación duradera que tuvo en
toda su vida y el resultado final fue desastroso. Sabía que no podía volver a cometer los
mismos errores y por ello intentaba evitarlos pero, a cambio, cometía otros incluso peores.
Y ahora tenía a alguien enfrente que le echaba en cara su falta de interés, su desconfianza,
pero que no se preocupaba por saber nada de él en realidad. Incapaz de hacerle sentir
seguro para ir dando pasos que estabilizasen su relación poco a poco.
—Tú nunca preguntas nada. Si te interesaste por mi pasado antes fue tan solo por
casualidad, una excusa perfecta para no tener que confesarme tus propios secretos.
— ¡¿Qué?!
Si Aioria se dio cuenta de la conmoción que aquellas palabras causaron en el cangrejo, no
dio muestras de ello; estaba totalmente cerrado a cualquier cosa más allá del hecho de que
no había otra verdad más simple y aplastante que aquella: todos daban por hecho que
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conocían al león, sus motivaciones, sus deseos. Pensaban que se llevaba tan bien con
Escorpio porque eran iguales, descuidados, desinhibidos y sin mayor pretensión que
calentar su cama con un cuerpo distinto cada noche.
Nadie le conocía.
Él había deseado calentar su cama, sí, pero con un solo cuerpo, una sola persona que tenía
un rostro muy bien definido pero que jamás llegó a mirarle como él deseó. Y tuvo que
morir para conseguir alejarse de él, roto de dolor al descubrir la razón de su derrota;
resucitar para darse cuenta de que las cosas nunca cambiarían y para ser por fin consciente
de que la soledad, lo quisiera o no, era algo inherente a su persona.
—Si de verdad te interesases por mí me lo harías saber de otra forma. En vez de tratarme
como un puto trofeo me dirías sin rodeos que no quieres que toque ni a Afrodita ni a nadie
porque te mueres de celos. Me hablarías, compartirías tu dolor conmigo. Pero no, prefieres
apoyarte en Piscis y dejarme a mí a un lado. Llamar a otro entre delirios mientras yo creo
que estás a punto de morirte entre mis brazos.
DeathMask le dejó hablar, sin poder creer lo que estaba escuchando; sentía una mezcla de
cólera, ira y desaliento ante las palabras del león.
—El primer día te quejabas de que preguntaba demasiado— respondió, con cierta ironía,
ignorando aposta las alusiones al guardián del doceavo templo. Su cosmos casi apagado no
le permitía estudiar el aura del león, que se mostraba totalmente impenetrable. — No
pregunto porque confío en que tú me cuentes las cosas cuando te sientas preparado para
ello. Eres un hombre adulto; asumo que si no hablas de algo, es porque has tomado la
decisión de no hacerlo. Y si te acuestas con otros, enhorabuena, no voy a prohibírtelo, y
tampoco voy a montarte una escena de celos cada vez que te obstines en restregármelo por
la cara; tú eres mayorcito para hacer lo que quieras, tú sabrás lo que vale para ti lo que te
juegas con esa actitud, y en cualquier caso yo no tengo costumbre de llorar en el hombro de
nadie.
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Ante esas palabras, los ojos del león expresaron dolor en estado puro. Saber que no era
importante para Cáncer era una cosa, escucharlo de sus propios labios resultaba mucho más
difícil de digerir de lo que nunca imaginó.
—Si algo me duele, aprieto los dientes hasta que pasa— prosiguió sin embargo el
cangrejo, contradiciendo los pensamientos de Aioria— Y hasta ahora, la referencia más
directa que has hecho a la posibilidad que haya algo más serio entre nosotros es recordarme
que no existe tal “nosotros”.
Tiró al suelo la colilla consumida que aún tenía entre los dedos, y encendió el tercer
cigarrillo de la noche.
“Vamos progresando, DeathMask”
—Y de todas formas, ¿qué más pistas quieres que las que tienes delante de tus ojos,
imbécil? —continuó— Te dije que no iría a ningún lado, que si es sólo la curiosidad lo que
te impulsa a indagar acerca de lo que llevo detrás, te retires ahora, porque estoy empezando
a pensar que no es sólo eso, que preguntas no porque te interesa la respuesta sino porque
realmente soy yo el que te importo algo; y ahora mismo, saber que me equivoco en ese
aspecto es algo que, mejor o peor, todavía puedo asumir, pero si las cosas siguen
avanzando por el camino que lo están haciendo, no estoy seguro de poder seguir haciendo
lo mismo mucho tiempo. Te estoy diciendo que poco a poco estás ganándote el poder de
acabar conmigo porque cuando te tengo cerca siento algo, así que, Aioria, si lo haces por
irresponsabilidad, por simple curiosidad, coge tu afán por lo desconocido, muévelo en otra
dirección y déjame en paz. No soy nada interesante. Investiga en otra parte.
Dejó de hablar y le dio una calada furiosa al pitillo. Ya había dicho suficiente, y más aún
que eso. Y si Aioria seguía sin querer escucharle, los dos sabrían que era en realidad el
griego el que no tenía claro lo que quería.
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—No sé cómo hacerlo.
El león ajó la vista a un lado al decir aquello, apretando los puños con impotencia. Las
palabras de Death le habían resultado duras, demasiado certeras, pero al mismo tiempo le
llenaban de una extraña ansiedad. Se decía a sí mismo que lo tenía fácil, que solo debía
alargar la mano y le encontraría allí, esperándole.
—Te pedí la primera noche que no te fueses, volví a repetirlo hace apenas nada, pero a
partir de este punto no sé lo que tengo que hacer o decir. Prometes quedarte a mi lado pero
a la menor discusión te marchas, y si a ti te mata mi supuesta indiferencia, conmigo acaba
ver tu espalda alejándose una y otra vez.
El león estaba herido, perdido, y si no ocurría algo pronto sacaría las uñas y el orgullo para
borrar toda su indecisión y tras ello esconderse en su cueva oscura. Odiaba sentirse así, tan
indeciso como un crío cuando poseía el poder de los dioses en sus manos, no ser capaz de
hablar con claridad, de pedir lo que realmente deseaba. Sin levantar la vista, muy
lentamente, subió la mano con la palma abierta y vuelta hacia arriba. Iba vacía y tan solo le
quedaba esperar que por un golpe de suerte, al atraerla de nuevo hacia su cuerpo, volviese
llena. DeathMask la miró, con miedo de asumir lo que Aioria parecía haber querido decir, y
se debatió en un segundo entre un millón de reacciones posibles, sintiéndose impotente por
no poder hacerse entender a su vez; su cara se crispó en un gesto de dolor, y con un jadeo
de desesperación aferró por fin la mano y tiró de ella para después empujar al griego contra
la pared y allí atraparlo con su propio cuerpo.
—No quiero tu puta curiosidad —espetó junto a su boca, de la que se adueñó
inmediatamente para morderle los labios y tirar de ellos, besándole a continuación con toda
la rabia que le generaba aquella situación insoportable. —Quiero tu interés. Quiero que me
entregues a Aioria con todo lo que eso significa.
Entregarle a Aioria, eso no era tan fácil porque ni el propio león sabía lo que ello
significaba más allá de una pose y unos emblemas dorados. No tenía la menor idea de lo
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que implicaban aquellas palabras en realidad. Le había entregado su pasado en bandeja de
plata, sin ocultar nada. Sabía lo más importante y estaba deseoso de entregar el resto, pero
nada aseguraba que fuese eso lo que el italiano le estaba pidiendo.
Las manos del cangrejo descendieron para aferrar su camisa y tiraron de ella hasta rasgarla,
abriéndose paso por su piel, marcándola con las uñas y los dientes.
—No quiero sólo tu presente. Quiero también tu pasado, lo que te ha traído hasta aquí, y
quiero tu futuro, la dirección en la que avanzas.
“Quiero que todo esto sea verdad”… El griego lo deseaba con todas sus fuerzas pero,
inconscientemente, aún no bajaba las defensas del todo; ni siquiera cuando Cáncer coló una
rodilla entre las suyas, dejó caer el cigarrillo y le desabotonó los pantalones, tirando de
ellos hacia abajo con una mano, aferrando con la otra sus rizos dorados para echarle la
cabeza hacia atrás y morder su cuello, dejando huellas de su paso.
—Quiero que, si vas a lanzarte al vacío, dejes de intentar hacerlo en varios saltos, porque
te despeñarás y me arrastrarás a mí contigo. Y si no quieres saltar, quédate en el borde,
pero no juegues conmigo. Porque lo quiero todo, así que si no estás dispuesto a darlo,
mejor dejarlo aquí y ahora.
Aioria se dejó guiar cual muñeca de trapo todo el tiempo sin terminar de ser consciente de
lo que escuchaba. No podía creerlo, había extendido la mano y por primera vez en la vida
alguien la llenaba con la propia. Una persona que le pedía realizar un camino juntos sin
preguntar dónde terminaba, tan solo recorrerlo a su lado. Que le exigía una entrega total y
que ofrecía lo mismo a cambio.
DeathMask subió de nuevo hasta sus labios y se apoderó otra vez de ellos, tironeando de
los restos de la camisa para quitarla de en medio, y habló prácticamente dentro de su boca,
en un jadeo ansioso y a la vez desolado que caló hondo en el ánimo de Aioria.
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—No quiero quedarme más solo de lo que ya estaba. Entrégate, león, o márchate.
—Death...
Aioria recuperaba el control de sus extremidades poco a poco y con ello logró rodearle la
cintura con la misma fuerza de siempre, pegarlo a su cuerpo sin detenerle en sus avances,
sin preocuparse por la camisa que, hecha jirones, moría en la arena olvidada por ambos.
—No quiero seguir llamando a la muerte cuando te susurre al oído.
El griego subió las manos por la espalda de DeathMask, marcándole la piel incluso por
encima de la ropa con la crispación de sus dedos. Ladeó la cabeza dejando el cuello
totalmente al descubierto, las piernas abiertas y la respiración más acelerada a cada
momento.
—Quiero saber tu nombre, que me pertenezca solo a mí.
Aioria abrió por fin los ojos y tomando el rostro del albino con ambas manos, le miró con
seguridad, ignorando su expresión tensa ante la petición que acababa de formularle. Con
convicción, sabiendo lo que deseaba.
—Toma todo de mí. Porque yo lo exigiré de ti, y que los dioses nos asistan si ello nos
lleva a destruirnos mutuamente.
Dicho esto lo besó con furia y posesividad, y DeathMask aceptó su violencia, aturdido por
el giro definitivo que acababa de dar la situación y asumiendo que la persona que estaba
con él, su pareja, era tan fiero como él mismo y que por tanto tendría que acostumbrarse a
admitir sus envites como el propio Aioria hacía con los suyos. El felino comenzaba a
marcar su territorio con todas sus armas y lucharía con fiereza contra todo aquel que
intentase internarse en sus dominios. Deseaba tener a su lado a un compañero, un amante,
alguien con quien curar sus heridas y al que cuidar, y pobre de aquel que intentase destruir
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todo aquello pues lo defendería con uñas y dientes si se daba el caso de llegar a conseguirlo
algún día.
Las rocas se clavaban en la espalda del griego rasguñándole la piel sin cuidado. No se
habían parado a pensar que se encontraban en medio del camino que unía el pueblo con el
Santuario y que en cualquier momento alguien podía sorprenderles. Realmente casi todos
sus encuentros siempre se daban bajo aquellas circunstancias, hasta el punto de que menos
en la cama, habían practicado sexo en cualquier lugar, porque eran incapaces de esperar a
llegar a un sitio más apropiado cuando sentían necesidad el uno del otro. Pero aquel no
parecía un buen momento para cambiar tal costumbre; el italiano adivinó qué pasaba por la
cabeza de Aioria por su manera de mirar alrededor, pero ni siquiera estaba seguro de que
ninguno de los dos fuese capaz de detenerse. DeathMask necesitaba tomar a Aioria tanto
como necesitaba tomar aire en cada caricia, y sabía que el griego tampoco se caracterizaba
por su paciencia, ni en aquel campo ni en ningún otro; y de todas formas, la posibilidad de
que alguien les descubriera le resultaba excitante, aunque si el intruso se atrevía a
interrumpir, el albino se sentía capaz de mandarlo al Hades de un solo ataque. Se retiró del
abrazo un momento para quitarse la camiseta y los tejanos, y sus pies forcejearon con los
zapatos de los dos hasta apartarlos.
DeathMask respondió a los besos violentos de Aioria con otros todavía más agresivos hasta
que brotó sangre, sin que el italiano pudiera precisar de cuál de los dos era. Retrocedió para
sustituir los labios por los dedos, explorando la boca de Aioria antes de bajar las falanges
ahora húmedas para aventurarse por otras zonas más escondidas del león, preparándolas
todo lo rápido que sabía que podía hacerlo sin causar más dolor del necesario. Mordió los
hombros del griego con frustración, obligándose a retener su ansia de penetrarle hasta no
tener la certeza de que su cuerpo estaba dispuesto para recibirle. Y todas aquellas acciones
provocaban tal deseo en Aioria que le nublaban los sentidos al punto de no sentir dolor bajo
sus mordiscos sino placer, retorcido y absoluto, viciante.
Cuanto más rápido recorrían su cuerpo las manos del cangrejo más se impacientaba Aioria,
haciéndoselo notar en la forma en que agarraba sus nalgas desnudas y las apretaba dejando
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marcados sus dedos en ellas. Le empujó hacia atrás con fuerza pues de otra forma no podría
separarlo. La mirada de Death estaba llena de extrañeza pero Aioria tan solo sonrió al
tiempo que limpiaba con el antebrazo el rastro de saliva que el último beso dejó alrededor
de sus labios. Volteó sobre sí mismo dejando a la vista el firme trasero, las manos sobre la
cabeza y esta inclinada hacia delante en actitud de sumisión momentánea. Le miró por
entre el hueco que quedaba entre el cuello y el hombro, abrió las piernas aún más
incitándolo a meterse de una vez entre ellas y esperó a que le destrozase de tal forma que le
convenciera de que era dueño de su cuerpo y su alma de una buena vez por todas.
DeathMask supo lo que Aioria pretendía y se negó a ceder a aquel juego —aunque él
mismo así lo deseaba—, porque sentía que después de todas las cosas que habían sido
dichas no era el momento de destrozarse el uno al otro; en cambio se adentró en su cuerpo
forzándose a hacerlo lentamente, avanzando un paso cada vez, dándole tiempo a
acostumbrarse, mientras clavaba los dedos en sus caderas, reteniendo la tensión lo mejor
que podía hasta que sintió que podía terminar con los miramientos. Acercó los labios al
oído de Aioria y le mordió el lóbulo de la oreja para señalar el final de la tregua.
—Pietro —le susurró roncamente— Pietro es mi nombre. Clávatelo en el alma, al igual
que… —un último movimiento, más incisivo que los anteriores, le llevó a enterrarse
definitivamente en el león, con un gemido sordo—…al igual que yo me clavo en tu cuerpo.
Aioria mantuvo los dientes apretados durante todo el tiempo que el cangrejo tardó en
instalarse en su interior, la frente apoyada en la fría roca y los ojos cerrados con fuerza. No
le dolía, no era eso lo que provocaba tal silencio, era el saber que realmente estaba
consiguiendo traspasar barreras que ni él mismo era consciente de haber levantado.
—Pietro...—Pronunció su nombre con voz ahogada, apenas audible, como si así quisiera
evitar que nadie más lo escuchase jamás. Porque ahora le pertenecía y no dejaría que nadie
se lo arrebatase, ni vivo ni muerto, mucho menos el recuerdo de alguien que ya no estaba.
“Lo siento, Alessandro, pero necesito que ahora me ame a mí”.
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Buscó su rostro con una mano, acariciándolo, haciendo que sus mejillas quedasen unidas
antes de volverse para saborear los labios del italiano con una ternura que muy pocos
conocían.
—Ya no llamo a la muerte...
DeathMask sintió un escalofrío al escuchar su propio nombre en labios de Aioria; la
palabra sonó dura al teñirse del áspero acento griego del león, similar a lo que representaba,
la primera burla de su vida recibida de boca de su padre al ver a aquel bebé tan extraño más
parecido, a sus ojos, a un guijarro de río que a una persona. El italiano rodeó el cuerpo de
Aioria con un brazo, sosteniéndolo, mientras el otro descendía para acariciarle la virilidad
enhiesta con autoridad, exigiendo su entrega absoluta, embistiendo contra su cuerpo como
si quisiera entrar en él en todos los sentidos posibles.
Bajo aquellas caricias, el león sentía una agradable pesadez recorriéndole todo el cuerpo.
Estaba seguro de que era la primera vez en toda su vida que se sentía así antes de un
orgasmo, y se preguntó sobre lo que ello significaría. Sonrió, un gemido traspasado entre
labios ansiosos de poseerse. Tenía mucho tiempo para encontrar las respuestas, ambos
habían ganado con creces el derecho a estar allí, a odiarse e incluso a... No se atrevió a
terminar la frase en su mente aunque a cada instante que pasaba era más consciente de
cuales serían las palabras a pronunciar.
El miembro de Máscara palpitaba en su interior, henchido y pasional, mientras que sus
manos recorrían la piel de Aioria con firmeza. Sus cuerpos ya se conocían y se llamaban el
uno al otro, ahora era el turno de dejarle penetrar en lo más profundo de su alma. La mano
del italiano subió por su cuello hasta tocarle los labios con un solo dedo que lamió goloso.
Las caricias tomaban un rumbo muy diferente a encuentros anteriores y Aioria supo que era
el momento. Todo o nada. Vida o muerte.
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EL león expandió su cosmos de manera imperceptible, tan solo lo suficiente para conectar
con el de su amante y formar una cadena que solo las estrellas pudiesen destruir. Le
permitió ver levemente lo que a todos ocultaba, los huecos vacíos que brillaban aún más
que los resplandecientes rayos de sus ataques. Agarró su mano con más fuerza cuando
retazos de su pasado se dejaron entrever casi por descuido. Estaba mareado por la
intensidad de sus propias emociones, de la forma tan absoluta en que se abría a él sin
ninguna defensa posible una vez traspasados los límites. No le estaba dejando ver algo que
no supiese, su mayor secreto ya se lo había confiado. Pero aún así, deseaba compartirlo de
aquella forma con él porque necesitaba que el italiano entrase en aquellos rincones oscuros
de su alma, llenándolos como hiciera con el resto.
—No te alejes —casi rogó.
Porque le estaba mostrando sin palabras los secretos de su corazón.
—No pienso alejarme… ni… permitir que lo hagas tú.
Aunque recogió cada dato con meticulosidad para estudiarlo más tarde, en aquel momento
DeathMask no podía prestar atención a lo que el cosmos del griego le iba mostrando en
imágenes inconexas; no quería tener presente a Aiolos, ni mucho menos a Milo, y de hecho
no era capaz de pensar con coherencia, la pasión y el placer no dejaban espacio para
ninguna otra sensación. Se aferraba a la cintura de Aioria como si se estuviera hundiendo y
aquel fuera su único asidero; y quizá así era. Sentía una necesidad feroz del León, alguien
por quien en el pasado sólo se había interesado para destruirle, para extinguir aquel aura
suya esplendorosa que lo cegaba, hasta que se habían cruzado por casualidad, y de repente,
a partir de aquella noche en el lago y hasta el momento presente, lo deseaba con la más
absoluta codicia, de una forma casi dolorosa, y saber que aquella necesidad no se refería
sólo a su cuerpo perfecto le hacía sentir vértigo. Ni siquiera poseyéndole podía saciarse de
él, y la tensión amenazaba con desbordarle en cualquier momento.
—Vamos… —le apremió —Entrégate a mí, Aioria… Ahora.
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La voz dura y llena de deseo del italiano llenó los oídos del quinto custodio en medio del
mar de confusión que era su mente. Se aferró a ella, la siguió para volver al presente donde
tan solo importaba continuar saboreando sus labios, sentirlo en su interior en aquella
mezcla de placer y dolor que le causaba cada nueva embestida. El escozor entre las nalgas
era parecido al de una herida que comienza a curarse y tal pensamiento le arrancó una
pequeña risa que se entrecortó a medio camino por culpa de un largo gemido. La mano del
cangrejo le llevaba con tino hacia la cumbre sin dudas, como si ya conociese de memoria
cada punto que debía recorrer para hacerle explotar.
El cosmos de Aioria cambió paulatinamente, cada vez más vivo, calmo. Se entregaba a
Pietro tal y como le pedía, le dejaba entrar a él con confianza, abriendo puertas de las que
sabía jamás volvería a poseer la llave. Hasta que la presión acumulada en los riñones y la
ingle se hizo cada vez más intensa avisándole de que pronto no podría aguantar más. Y sin
importarle tener que aguantar el peso de su cuerpo contra las aristas de la roca llevó una
mano a la nuca de su amante para rogarle en silencio que le robara el aliento una última vez
mientras susurraba el nombre recién descubierto con sensualidad y ternura.
—Pietro...Pietro...mi...
Cerró los ojos dejando a medias la frase, olvidando de inmediato las palabras que iba a
pronunciar debido a la intensidad con que se corría manchando la fría piedra con el semen
tibio y pegajoso que Máscara no podía recoger con su mano. Con la respiración agitada y
todo su cuerpo pidiendo un descanso, Aioria sintió la necesidad de cerrar los ojos y
abandonarse entre sus brazos, pero en vez de eso mantuvo el cuerpo rígido y ayudó al
cangrejo con los movimientos de sus propias caderas.
—Lléname.
DeathMask rodeó el cuerpo de Aioria con los brazos, cobijándolo al saber lo que venía a
continuación; hundió la cara en su cuello y dejó que la tensión se acumulara al tiempo que
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su cosmos se concentraba, hasta que la sensación se quebró y el albino explotó en el
interior del griego, como siempre entregándose a medias mientras una parte de él se
mantenía alerta ante el viento del Hades que de repente les envolvía y tiraba de ellos hasta
hacerles caer en el abismo que se abría en torno a ambos. Del suelo y la pared rocosa frente
a ellos surgieron rostros gritando, manos que se extendían para aferrarles, y el italiano
estrechó su abrazo sobre Aioria, sabiendo que toda aquella pesadilla quedaba justo frente a
la vista del León, y tratando de reconfortarle y protegerlo a un tiempo mientras todo
terminaba.
Pero cuando toda la tensión hubo sido liberada, el cosmos del albino, en vez de apagarse, se
quedó enredado en el de Aioria, que seguía encendido, y los retuvo en el Hades.
Las almas en pena se les acercaron rápidamente, atraídas de forma irremediable por la luz
del León, algo que no existía en el mundo de los fantasmas y por lo que habían estado
clamando desde su muerte y posterior condena. DeathMask soltó una maldición y salió del
cuerpo del griego. Su cosmos acababa de romperse, y su energía aún era demasiado escasa
como para teletransportarlos a ambos hasta la Casa de Cáncer; sólo les quedaba la opción
de resistir el envite de los muertos hasta que su aura estuviera recuperada. Así pues, ciñó su
agarre sobre Aioria y giró sobre sí mismo, interponiéndose entre el león y la pared de roca.
Estaban a una distancia segura de ella, pero por el frente se les acercaban ya los habitantes
de aquel lugar de pesadilla, y DeathMask no tuvo más remedio que retroceder para
mantener las distancias mientras el griego no se recuperase de la conmoción que sin duda le
estaba causando todo aquel despropósito. Súbitamente unos dedos helados le rodearon el
cuello desde atrás; DeathMask arqueó la espalda, con el corazón intentando salírsele por la
boca, tratando de liberarse con una mano y seguir cubriendo a Aioria con la otra, y se
quedó paralizado al escuchar una voz femenina en su oído.
— ¿Has venido para quedarte…?
La sangre se le heló en las venas al escuchar, después de tantos años, la voz de Flavia.
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— ¡¿Qué cojones es esto?! —gritó el león entonces, reaccionando al darse cuenta de que
algo iba mal.
Porque desde que había sentido el peso de Máscara en su espalda y la sensación de
ingravidez atrapar todo su cuerpo, Aioria se había encontrado tan sorprendido que no logró
actuar en varios minutos. Mientras que Death le llevaba de un lado a otro abrazándolo
protector, él se había permitido el lujo de observarlo todo sin hacer nada para ayudarle pues
en realidad no entendía lo que ocurría. Pero llegaba el momento de tomar las riendas de la
situación, lo supo al instante en que el amarre del cangrejo se hizo tan débil que terminó
soltándole. Se volvió hacia él justo a tiempo de ver como unas manos le rodeaban
aprisionándole con fuerza, pero lo que le extrañó fue que el dorado no hiciese nada para
zafarse y que en lugar de una mirada furiosa solo encontrase en sus ojos dolor y
desconcierto.
Buscó más allá de Death, por sobre su hombro, para encontrarse con una visión
espeluznante. Una hermosa mujer, morena de cabello y piel, encastrada en las rocas de
forma que tan solo los brazos y pechos saliesen de esta, erguidos, llenos, el cabello peinado
con gruesas rastas que se confundían con los recovecos de la piedra, provocando la
oscuridad del lugar que tan solo el fondo de los enormes ojos resaltasen en un marco tan
macabro.
—¡Death, reacciona!
Con la intensidad del momento usó el nombre del guerrero en vez de llamar al hombre, en
tan peculiar situación era al primero a quien le interesaba despertar, mientras él mismo se
encargaba de proteger al amante. Conmocionado, el albino escuchó vagamente las palabras
de Aioria y supo que, en efecto, tenía que reaccionar, pero no podía; aunque no era la
primera vez que veía a Flavia en sus incursiones por el Hades, el espectro de la mujer
nunca antes le había hablado, y sus manos alrededor de su cuello lo paralizaban como el
más potente de los venenos con su carga de recuerdos amargos y la misma plegaria de
siempre: no encontrar a Alessandro también condenado en aquel lugar.
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Finalmente, viendo que no lograba sacarle del trance en que parecía encontrarse, Aioria lo
cogió por la cintura separándole de las manos de la mujer que, como garras, se aferraban a
sus hombros hasta hacerlos sangrar. El cosmos del león se inflamó dispuesto a atacar y
terminar con aquel monstruo de hermosas facciones, pero la mano del cangrejo sobre la
suya se lo impidió con una muda petición para que la dejase en paz.
—Estás loco, maldita sea.
Lo alejó de aquel lugar casi a rastras, sin comprender, luchando contra las manos que salían
de todas partes asiéndose a sus piernas con la intención de impedirles avanzar. Por suerte,
el escenario era más pintoresco que peligroso y aunque todos sus sentidos se encontraban
alerta podía ganar terreno lentamente. El problema estaba en que no sabía hacia dónde
debía dirigir sus pasos.
— ¡Despierta de una puta vez! —Gritó, consiguiendo sacar por fin al italiano de su
aturdimiento.
Aioria lanzó el rayo de plasma contra las sombras que habían terminado por rodearles
logrando formar un pequeño círculo alrededor de ambos, lo que les dio el respiro suficiente
como para que el cangrejo dejase de ser arrastrado para colocarse a su espalda dispuesto a
luchar al fin.
—Estoy en guardia —le avisó el albino, aunque su voz sonó mortecina— Sólo necesito
unos minutos para que mi energía se recupere lo bastante como para llevarnos a mi Templo;
mientras tanto, tenemos que resistir su envite. —explicó rápidamente mientras adoptaba
una posición defensiva, aunque tendría que luchar sin su aura, que estaba descargada—
Cuidado con sus uñas, te robarán energía cósmica si te hieren. Procura que no te hagan
sangrar.
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Los fantasmas empezaron a entrar en el círculo de luz; el cosmos de Aioria era necesario y
a la vez parte del problema, ya que era para ellos como el imán más potente. Aquel cosmos,
energía pura, les hería pero lo necesitaban a un tiempo porque era lo más parecido a la
esencia vital que habían tenido alguna vez; los ataques del León eran feroces y los
espectros caían a sus pies en cada descarga, pero sus disparos eran lineales, dejando flancos
abiertos. DeathMask aplicó varios golpes secos a las manos que se extendían hacia ellos,
haciendo crujir los huesos y ganando unos segundos preciosos, pero la tregua era
insuficiente, ya que enseguida surgían nuevas manos, incluso del suelo, aferrándose a los
tobillos de los dos guerreros e intentando desgarrar con uñas y dientes su piel desnuda. Los
dos luchadores jadeaban por el esfuerzo cada vez mayor, y el cosmos del italiano, aunque
funcional de nuevo, no era aún suficiente como para sacarlos de allí.
“Lo bien que nos vendría ahora el tibetano por aquí…”
Era eso. Un escudo. Necesitaban un escudo. Los espectros luchaban en un silencio que al
albino le ponía los pelos de punta, y la voz de Cáncer sonó tétrica cuando habló.
—Si no conseguimos contenerlos, estamos acabados. Tu plasma los atrae pero también
los hiere; si lo acoplas por encima de mis ondas infernales, tendremos un escudo. Pero
tenemos que elegir bien a dónde vas a disparar; se nos acaba el tiempo.
¿Qué su plasma los atraía? EL león pensó que para no llevar viéndose ni un mes escaso,
aquella cita estaba resultando mucho más intensa de lo esperado. Pero se obligó a dejar de
pensar en aquellos detalles para poder centrarse en lo que el italiano le decía. Quería crear
un escudo combinando sus ataques, pero eso resultaba mucho más fácil de decir que de
llevar a cabo. Las manos de varios muertos salieron una vez más del suelo aferrándose a
sus tobillos, haciéndole comprobar lo ciertas que resultaban las advertencias de Máscara,
sintiéndose más y más débil con cada nuevo rasguño en su piel.
— ¡Espera a que te avise!
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El tiempo apremiaba por lo que Aioria se esforzaba en buscar una forma plausible y rápida
de llevar a cabo el plan de Cáncer. Se agachó lanzando un pequeño ataque contra las manos
que le agarraban en ese instante, dándose cuenta de que al rebotar contra el suelo soltaba
algunas chispas de luz. Tomó un puñado de tierra y lo observó con atención, no podía estar
equivocado, lo que tenía entre las manos eran pequeños trozos de cuarzo negro. Por eso no
lo vio antes pero, acostumbrado como estaba a trabajar con él, pudo percibir sus
propiedades magnéticas. Sonrió aliviado, al parecer tenían la suerte de cara gracias a la
facilidad con que limpiaba las energías negativas, y de eso, andaban sobrados por aquel
lugar. Le demostraría al italiano que el uso de aquel mineral no se trataba de supersticiones
ya que si conseguía poner en práctica su idea, dispondrían de un potente escudo en pocos
segundos.
El león aumentó la intensidad de su cosmos y ante la mirada atónita del cangrejo hincó la
rodilla en el suelo para, a continuación, golpear este con su puño. Necesitaba de toda la
concentración posible por lo que cerró los ojos incluso sabiendo que a partir de ese instante
dependía totalmente del italiano. La luz de su Rayo de Plasma se expandió por el lugar,
usando los pequeños trozos de cuarzo para formar con él una red bajo sus pies, la primera
parte del escudo que impediría seguir sufriendo ataques por puntos imprevisibles y fuera de
su alcance. DeathMask golpeó con rudeza las manos que se lanzaban hacia el León, ahora
indefenso, interponiéndose entre él y los espectros, que cada vez se mostraban más
agresivos ante los movimientos de Aioria; derribó a uno, lanzó a otro a lo lejos, y maldijo
en voz alta cuando unas uñas trazaron un largo surco empezando en su pecho y acabando
en la espalda del león, que justo en ese momento abrió los ojos de golpe y le miró,
indicándole que la primera parte del escudo estaba creada; lo único que quedaba ahora era
conseguir unir sus cosmos en el momento más oportuno. Visualizó la posición exacta del
cangrejo antes de lanzar de nuevo su ataque con un grito agresivo.
— ¡Relámpago de Voltaje!
El albino respingó cuando toda la ofensiva de Aioria se dirigió directa hacia él; invocó su
propio cosmos instintivamente, concentrando las Ondas Infernales en ambas manos, y las
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obligó a expandirse alrededor del griego y él mismo en círculos cada vez más amplios que
chocaron contra el relámpago del león y bloquearon su avance, de forma que ambos
guerreros quedaron rodeados de la energía del griego contenida por la del canceriano.
Afuera, los espectros gritaban de ira y frustración al quemarse las manos cuando intentaban
traspasar la barrera eléctrica. DeathMask respiraba a toda velocidad, con todos los
músculos tensos al límite por el esfuerzo de mantener activo un ataque que normalmente
era instantáneo, y Aioria no se encontraba en mucho mejor estado; la espalda le escocía,
sentía la piel ardiendo por culpa de las garras del maldito espectro que había conseguido
herirlos a ambos en un mismo ataque de furia, y si Máscara no conseguía pronto llevar a
cabo la segunda parte del plan, no estaba muy seguro de poder continuar levantando el
escudo y soportar el desgaste continuo que esto suponía.
—Aguanta… —jadeó el italiano, sin saber muy bien si se lo decía al león o a sí mismo,
pero recibiendo una sonrisa cómplice y cansada como respuesta.
DeathMask concentró la energía que no estaba empleando para mantener las ondas
infernales, y un acceso hacia la Casa de Cáncer empezó a abrirse frente a ellos.
— ¡Aguanta…!
No tenían más oportunidades. Si fallaban ahora, ambos tendrían que utilizar todas sus
energías para enfrentarse a los espectros, que acabarían con ellos por una simple cuestión
de superioridad numérica al no poder DeathMask abrir la puerta hacia las Casas. Los
fantasmas aullaban en un paroxismo de rabia al darse cuenta de que estaban a punto de
perder a sus presas, e incluso alguno se aventuró a colar las garras por el escudo,
soportando las quemaduras con tal de alcanzar a los dos luchadores.
— ¡AHORA!
Con un grito, DeathMask terminó abrir el acceso. Amplió las ondas infernales al máximo
hasta quebrarlas de forma que el relámpago de voltaje salió despedido en todas direcciones,
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golpeando a los espectros en vez de a ellos dos; sin el escudo que habían improvisado
estaban desprotegidos, pero ya no necesitaban más tiempo; a la velocidad de la luz, Aioria
y Pietro cruzaron el acceso, que se cerró rápidamente a su espalda, dejando atrás a los
fantasmas.
Hubiera debido hacerse el silencio.
Pero no fue así. Agotado y más confuso que nunca, Aioria comprobó una vez más la
oscuridad que envolvía la vida del italiano. Solo durante las milésimas de segundo que
tardó el portal en cerrarse a su espalda tuvo oportunidad de analizar la nueva situación que
se les presentaba. De darse cuenta que la lucha aún no terminaba. En la Sala de Máscaras
de la Cuarta Casa y en noche de plenilunio, el ambiente no era en absoluto silencioso. Los
rostros de la pared vociferaban su rabia, su dolor y su odio acerbo contra su custodio en un
caos de alaridos y cantos fúnebres apenas soportable; y más aún, proyectaban en exclusiva
hacia el albino una auténtica sinfonía de infratonos y ultrasonidos perfectamente letales sin
más objeto que causar todo tipo de lesiones internas y daños cerebrales hasta acabar con
quien los había esclavizado y humillado negándoles el descanso eterno. Los dos guerreros
se cubrieron instintivamente los oídos con las manos, a pesar de que aquella barrera era
incapaz de acallar la algarabía, y el gesto era especialmente inútil en el caso de DeathMask,
ya que los sonidos eran lanzados directamente hacia su cerebro, sin dejarle opción a
defenderse. Aioria lo miró y sus labios dibujaron palabras, pero su voz se perdió por
completo entre el alboroto; el albino intentó decirle algo a su vez, pero su organismo y su
cosmos, saturados por las vibraciones, se negaban a responder. Se derrumbó contra el
cuerpo del griego, aferrándose a sus hombros para no caer al suelo, y habló directamente a
su aura casi consumida, haciendo verdaderos esfuerzos por no perder el conocimiento.
< ¡Hay que salir… deprisa…!>, advirtió, como si no lo supiese ya el León, que formó una
mueca disgustada con los labios.
Y después de eso, DeathMask ya no pudo enviarle más que una sucesión de pensamientos
desordenados, en un caos de impulsos eléctricos involuntarios, mientras empezaba a acusar
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los efectos de los sonidos mortales. Aioria lo agarró con fuerza por la cintura para evitar
que cayese, intuía que Cáncer padecía más intensamente el daño causado por aquellas
ondas y por tan solo un efímero segundo pensó que lo merecía por llevarle de la mano
hacia un caos tan absoluto. Se arrepintió de inmediato. El ceño de su amante se fruncía
mostrando tanto dolor que sintió vergüenza por lo que acababa de decir aunque fuese tan
solo en su mente.
El italiano se quedó atónito ante lo que el león acababa de enviar directamente a su cosmos
por medio del enlace que ambos mantenían abierto para comunicarse. Era evidente que
había sido un pensamiento involuntario, seguido de una buena dosis de culpa y vergüenza,
pero aún así el aire escapó de los pulmones del albino en un jadeo dolido, porque Aioria
tenía razón: lo merecía. Lo había puesto en una situación por la que el león no debería
pasar, y una ligera intuición le decía que las consecuencias acabarían yendo más allá aún.
Porque DeathMask destruía todo cuanto tocaba.
Aunque las máscaras podían cambiar aquello, ya que prácticamente era él quien estaba
siendo destruido. Aioria era atacado por los cánticos, pero el italiano sabía por experiencia
que a él, aquel sonido, podía matarle. Le fallaban las rodillas, y cada vez tenía más
necesidad de sostenerse en el león, aun sabiendo que éste estaba igualmente exhausto; pero
el agotamiento por el abuso de su cosmos, los efectos del cántico mortuorio de las máscaras,
la pena por lo que acababa de escuchar y el desaliento por saberse incapaz de hacer otra
cosa que repartir la desgracia a su paso, consumían sus fuerzas rápidamente, arrastrándole
hacia la inconsciencia por segundos. Así pues, a cada nuevo paso su peso se hacía más
patente entre los brazos de Aioria, lo que a este le resultaba realmente preocupante; su
propio cosmos ya había sufrido bastante en el Hades al tener que mantener durante tanto
tiempo dos escudos a la vez, y la maldita herida de su espalda… Ahora entendía las
advertencias del cangrejo para evitar sangrar, tras recibirla se sintió mucho más cansado sin
causa lógica ni aparente. Simplemente fue como si le aspiraran todo el poder de su cosmos
tan rápido que unos segundos más y no hubiesen logrado salir de allí. Pero no había tregua
ni respiro para sus cuerpos maltrechos.
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<Ya falta poco>
El cosmos era la única forma de comunicarse con el italiano en aquellos momentos y,
aunque suponía una pérdida innecesaria de energía, sentía la necesidad de corroborar que
aunque débil, él seguía vivo y a salvo entre sus brazos.
Miedo.
Todo su ser vibró tembloroso ante el silencio de Máscara, y él odiaba sentirse inseguro,
mucho más si eso sucedía en medio de una batalla. Usó toda la rabia que sentía para
reconvertirla en luz pura que se expandió por todo el templo, por cada uno de los recovecos,
grietas o juntas en las paredes, invadiéndolo todo. Era consciente del riesgo que esto
suponía si como ocurría en el Hades, las máscaras se sentían atraídas por su cosmos
brillante, pero también de las milésimas de segundo de que dispondría para sacarlos de allí
mientras se extasiaban con su poder antes de atacar.
Por suerte todo sucedió como esperaba, y haciendo uso del cosmos que le quedaba
salieron al fin al exterior a la velocidad de la luz. Una vez fuera, ambos cayeron al suelo,
agotados. Aioria no soltó a Death sino que lo abrazaba protegiéndole aún, los ojos cerrados,
los sentidos alerta ante algún nuevo ataque inesperado.
—Pietro…—Le susurró al oído buscando alguna reacción en él.— Vamos, tienes que
descansar.
El aura dorada que le rodeaba durante la batalla estaba ahora consumida en extremo por lo
que tan solo contaba con la fuerza bruta para levantar al cangrejo en peso y llevarlo hasta
su templo. Pasó un brazo por su nuca y otro bajo las rodillas para agarrarlo con mayor
facilidad y evitar que cayera, y comenzó a levantarse. Estaba mucho más cansado de lo
imaginado y las rodillas le temblaron haciéndole perder pie y terminar con una de ellas
hincada en el suelo. Tomó aire y lo intentó una vez más. No iba a permitir que una batalla
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contra espectros de poca monta le detuviese, y mucho menos abandonaría al italiano frente
a su templo, desvanecido y…. desnudo. Al fin una sonrisa descarada se dibujaba en sus
carnosos labios al darse cuenta de que ninguno de los dos llevaba una sola prenda de tela
sobre el cuerpo.
“Bien, así luchaban mis antepasados, no hay nada más griego que esto”.
Un poco más animado ya, logró ponerse al fin en pie, altivo, orgulloso, y terriblemente
preocupado porque DeathMask aún no recuperase la consciencia. Levantó la vista
apartándola de su rostro más pálido aún de lo normal en él, y la fijó en la cantidad de
escaleras que le quedaban por recorrer antes de llegar a su propio templo. Comenzó a
subirlos uno por uno con pasos lentos y pesados, la mirada vidriosa le hizo trastabillar en
más de una ocasión pero eso sólo le hacía redoblar sus esfuerzos. Sentir el calor del cuerpo
del cangrejo contra su pecho, ser aún capaz de escuchar los latidos de su corazón cada vez
más rítmicos y calmados, le dieron las fuerzas necesarias para llegar al fin hasta el cuarto
principal de Leo. Una vez allí no pudo evitar dejarle caer sobre la cama con mayor
brusquedad de la deseada y tuvo que arrastrarse él mismo para logar quedar tumbado a su
lado.
—Joder, la cantidad de problemas que me estás dando. —Le abrazó protector y una vez
entrelazó sus dedos con los de Máscara pudo al fin lanzar un gemido de puro cansancio y
cerrar los ojos dejándose llevar en brazos por Morfeo.
Todo estaba oscuro alrededor de DeathMask. Oscuro y en silencio; las máscaras habían
callado, y en su lugar, escuchó la voz melodiosa de l’estraniero a su espalda.
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“Eres hermoso, mi niño de algodón, mi pequeño Pietro; si los ángeles existieran, se
parecerían a ti, blancos como la espuma”.
Y aquellas palabras le llenaron de ira, porque sabía que eran mentira, que la voz amable y
bien modulada callaría y después vendrían el dolor, el miedo, la confusión, los dedos en
torno a su cuello, su cosmos estallando y la primera de una larga sucesión de muertes en
torno a él.
Su maestra.
Le había encontrado justo después del desastre y se lo había llevado. A todo el mundo le
había parecido una buena idea, y el propio Pietro había deseado con todas sus fuerzas
marcharse de aquella aldea de pesadilla donde no había conocido más que sinsabores.
“¿Has venido para quedarte?”
Flavia. Las caídas al Hades, la incapacidad de entregarse sin reservas, la asociación en su
cosmos entre el sexo y la muerte. Flavia le había hablado, y quizá Alessandro estaba
también allí, en alguna parte, aunque su máscara no había estado en la pared, nunca lo
había estado.
—Sí, Flavia, esta vez me quedo aquí…
Pero no podía hacerlo. Algo le retenía en el mundo de los vivos, algo que le cerraba la
garganta de pena, y sin embargo no podía negar que había una mano enredada a la suya y
que no podía soltarla a riesgo de provocar males aún mayores. La persona a su lado
caminaba también hacia el mundo de los muertos, y DeathMask supo que era muy
importante impedírselo a costa de lo que fuera, aún si eso implicaba regresar con él. Se
debatió, huyendo de los grandes ojos negros que insistían en llamarle desde el Hades, y
retrocedió paso a paso hasta abrir los ojos en una habitación que no era la suya. Parpadeó,
desorientado, antes de reconocer los emblemas grabados en la puerta que salía del
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dormitorio y daba al salón de recepción. Estaba en la casa de Leo. Y el custodio yacía a su
lado.
DeathMask se incorporó como si lo hubieran pinchado, apartando los brazos de Aioria que
le rodeaban sin fuerza, y se inclinó para examinarlo. Estaba mortalmente pálido, y su
respiración era trabajosa; su cosmos latía mortecino, apenas recuperado, y todas las alarmas
del italiano se dispararon, porque el león hubiera debido estar prácticamente repuesto
después del descanso, y sin duda algo estaba mal, muy mal. La espalda del griego mostraba
una fea herida que cruzaba desde el hombro izquierdo hasta la cadera derecha, y aunque no
sangraba, no daba muestras de empezar a cerrarse; sin embargo, aquella no podía ser la
razón de aquel letargo.
—Aioria… —le llamó el albino, y su voz sonó incierta. Le aterrorizaba el hecho de no
recibir respuesta; y no la recibió— ¡Aioria! —llamó, en tono más sonoro, y al no haber
reacción por parte del griego lo zarandeó cada vez con más fuerza, angustiado— ¡Aioria…
despierta! ¡Despierta, maldito seas mil veces, joder!
Se obligó a calmarse y pensar fríamente. Algo pasaba. El aura del león estaba
prácticamente vacía, y no era el momento de averiguar porqué, sino de ponerle remedio a
su estado; Aioria no despertaría si su cosmos no se recuperaba, pero algo impedía que lo
hiciera por si mismo, y el italiano suspiró ante lo que iba a hacer.
Existía una técnica prohibida en la casa de Cáncer. Los custodios de aquel signo movían
energías oscuras para obtener sus poderes, y una de sus capacidades era similar a la de los
espectros: absorbían el cosmos de otros seres y lo incorporaban al propio. Era un arma tan
poderosa y a la vez tan innoble que ni siquiera tenía nombre, y su uso estaba estrictamente
vetado bajo pena de muerte inapelable; aún así, los cancerianos la usaban en momentos de
verdadera necesidad, y normalmente los dirigentes tendían a volver la vista en otra
dirección si con ello lograban la victoria en batalla. La guerra, eso era algo sabido por todos,
era un mundo sucio por definición. En cualquier caso, aquella técnica tenía una versión
inversa, mucho más digna, merced a la cual los custodios de Cáncer podían succionar su
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propia energía y verterla en el cosmos de los guerreros que luchaban a su lado; hasta el
momento DeathMask la había utilizado en contadas ocasiones, y en la más importante de
ellas los resultados habían sido desastrosos porque lo que el italiano había hecho era
intentar revertir una muerte, y sus esfuerzos no sólo habían sido inútiles sino que le habían
acarreado consecuencias funestas a todos los niveles. Pero aquella ocasión era diferente.
Aioria estaba vivo.
Estaba vivo.
Se lo repitió a sí mismo varias veces, tratando de serenarse y de desterrar los recuerdos
dolorosos. Respiró hondo, sosteniendo el cuerpo inerte del león contra el suyo, y
lentamente empezó a inflamar su cosmos, revirtiéndolo con cuidado hacia el de Aioria;
muy despacio fue vertiendo su propia energía en el aura descargada del griego, y su alivio
fue infinito al sentir que el león era capaz de retenerla y asimilarla. Estaba concentrado al
máximo, con la frente perlada de sudor para no dar de sí más de lo aconsejable; lo último
que quería era organizar un drama entregando todo su cosmos al león y dejándole un
cadáver como regalo de bienvenida. Las muertes sacrificiales en pro de un amor imposible
siempre le habían parecido mortalmente aburridas, además de inútiles; así pues, racionó
cuidadosamente lo que entregaba. Dejó fluir su energía con libertad hasta que se equilibró
con la de Aioria, como dos vasos comunicantes, y entonces cerró el enlace.
Se tendió junto al cuerpo de su amante, agotado, y comprobó con satisfacción que su
cosmos estaba nivelado nuevamente.
—Aioria.
Lo llamó de nuevo, y no fue hasta que el león abrió los ojos que DeathMask se dio cuenta
de lo mucho que había necesitado volver a encontrarse con sus iris fieramente verdes.
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