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Instituto Bíblico del Aire
Fascículo de Estudio Numero 16
Los valores de Cristo
(Parte 1)
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
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Capítulo 1
Él mismo
En todo el mundo oímos hoy acerca de evidencias de un vacío
de valores, la falta de una brújula interna que pueda guiar a
las personas hacia una calidad de vida que valga la pena vivir.
Los valores familiares parecen estar derrumbándose a medida que
las tasas de divorcio alcanzan proporciones de epidemia y
millones de niños carecen de la seguridad y la formación que
deberían encontrar en los matrimonios estables de sus padres. En
Estados Unidos, los símbolos de los sistemas de valores de Wall
Street para millones de personas se desmoronaron convirtiéndose
en humo, cenizas y una enorme maraña de concreto ardiente, acero
y miles de cuerpos. Los millones de personas que observaron la
implosión de las torres gemelas del World Trade Center están
reconsiderando sus valores eternos, lo que un autor llamó “un
piso superior” que faltaba en sus sistemas de valores.
Según un diccionario, un valor es “aquella cualidad de
cierta cosa mediante la cual consideramos que es más o menos
importante, útil, provechosa y, por lo tanto, deseable”. Quienes
creen en Dios encuentran en Él los absolutos morales que definen
para ellos lo que está bien y lo que está mal. ¿Acaso quienes
creen en Dios encuentran también en Él los valores absolutos que
definen para ellos un sistema de valores que los guía hacia la
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
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calidad de vida que Dios quiso que tuvieran cuando los creó y su
Hijo los recreó?
Jesús contestó esa pregunta cuando dijo: “Yo he venido para
que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan
10:10). Él no vino a este mundo solo para morir por nuestros
pecados. Vino para mostrarnos cómo vivir. Una forma en que hizo
esto fue enseñar y ejemplificar un conjunto de valores
absolutos. Cuando observamos la vida más importante jamás vivida
a lo largo de los cuatro Evangelios, vemos cómo Jesús
constantemente identificó, ejemplificó y declaró valores
absolutos. Una vez que observamos esos valores absolutos de
Cristo, debemos confesarlos.
En el Nuevo Testamento no solo se nos instruye que
confesemos nuestros pecados. Se nos enseña que debemos confesar
a Jesucristo (Mateo 10:32; Romanos 10:9). La palabra “confesar”
está formada por dos palabras griegas en el lenguaje original:
“homo”, que significa “igualdad”, y “legeo”, que significa
“hablar”. Cuando confesamos nuestros pecados, debemos hablar
igual, o sea, decir las mismas cosas acerca de nuestros pecados
que dice Jesús acerca de ellos. Cuando confesamos a Cristo
debemos decir las mismas cosas que dice Él, es decir que debemos
estar de acuerdo con Él cuando ejemplifica, enseña o declara un
valor. Debemos demostrar los mismos valores que Él demostró en
su vida.
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
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Un buen lugar para comenzar con relación a nuestra
confesión de los valores de Cristo, es el valor que Él se asignó
a sí mismo. ¿Quién y qué dijo Jesucristo que era Él, y cómo
confesamos ese valor de Cristo? Encontramos la respuesta a la
primera pregunta en el tercer capítulo del Evangelio de Juan:
“Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo
del Hombre… Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado
a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se
pierda, mas tenga vida eterna” (13, 16).
Jesús se llamó a sí mismo el Hijo de Dios, pero Él no era
el Hijo de Dios como nosotros somos hijos de Dios. Nosotros
recibimos la potestad de llamarnos hijos de Dios una vez que
creemos en Jesucristo (1:12), pero Jesús es el “unigénito” Hijo
de Dios. Él es el Hijo de Dios de una forma que nadie ha sido ni
será jamás el Hijo de Dios. Justo antes de su muerte oró: “Ahora
pues, Padre, glorifícame tú para contigo, con aquella gloria que
tuve contigo antes que el mundo fuese” (17:5). Jesús es más que
el Jesús histórico que nació en un pesebre y murió en una cruz a
los treinta y tres años de edad. Él estaba con Dios antes que el
mundo haya existido siquiera.
Pero Jesús hizo algo más que llamarse el unigénito Hijo de
Dios. La declaración más dogmática que hizo Jesús en la tierra
fue lo que dijo al rabino Nicodemo. Él dijo que debía ser
“levantado” (3:14), que significa que debía ser clavado en una
cruz, “…como Moisés levantó la serpiente en el desierto”. Jesús
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
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dijo a Nicodemo que Él debía ser levantado porque era el único
Hijo de Dios, la única Solución de Dios para el problema del
pecado de este mundo, y el único Salvador de Dios.
Cuando Jesucristo declaró que Él mismo era el Salvador del
mundo, agregó la afirmación dogmática de que solo quienes
creyeran en Él serían salvos. Y esto se aplica no solo a quienes
lo vieron levantado físicamente, sino también a todo el mundo:
“Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo,
sino para que el mundo sea salvo por él.” (17)
En Números 21:6-9, leemos que el pueblo de Israel estaba
muriendo por las mordeduras de serpientes, enviadas por Dios
como respuesta a sus quejas constantes. Pero Dios indicó a
Moisés que levantara una serpiente de bronce que traería sanidad
a todo el que la mirara en fe. Jesús dijo que de la misma forma
Él tenía que ser “levantado… para que todo aquel que en él cree,
no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:14, 15).
Cuando Jesús afirmó estas cosas le estaba diciendo a
Nicodemo cómo una persona podía nacer de nuevo. Nicodemo le
había preguntado a Jesús cómo una persona podía nacer de nuevo.
Jesús dio dos respuestas a esta pregunta. Primero, le dijo que
el papel que juega Dios en la regeneración de un alma es
incomprensible, como el viento: “El viento sopla de donde
quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a
dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (8). Así
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describió Jesús el papel que juega Dios en el milagro de la
experiencia del nuevo nacimiento.
En cierta forma, Jesús estaba diciendo que nunca
entenderemos el papel de Dios en el nuevo nacimiento. Pero
también dijo que el hombre juega un papel en su nuevo
nacimiento. Es su responsabilidad creer: “Porque de tal manera
amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que
todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”
(16). La experiencia de nacer aparentemente se pone en marcha a
través de nuestra fe (nuestra parte) y el poder creativo de Dios
(su parte).
Jesucristo es el Salvador del mundo. Él vino para redimir
al mundo del pecado y para crear vida en aquellos que creen las
afirmaciones más dogmáticas que hizo acerca de quién era y por
qué vino a este mundo. ¿Cree usted lo que Él dijo acerca de sí
mismo? ¿Confiesa usted los valores que Él se asignó a sí mismo?
Jesús está esperando su respuesta a lo que Él afirmó, porque
anhela perdonar sus pecados y comenzar el milagro del nuevo
nacimiento en su vida.
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Capítulo 2
Amor
Cuando Jesús supo que había llegado el momento para que
fuera juzgado por las autoridades civiles romanas y las
autoridades religiosas judías y que fuera crucificado, pasó su
última noche con doce hombres que había comisionado para que
fueran sus discípulos, o “enviados”. Juan prologa su relato de
lo que Jesús compartió con estos hombres en esa noche de la
siguiente forma: “Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo
Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al
Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los
amó hasta el fin” (Juan 13:1). Al estar plenamente consciente de
que su tiempo en el mundo estaba terminando, Jesús se reunió con
estos hombres para mostrarles hasta dónde llegaba su amor por
ellos.
Los discípulos sabían que Jesús los amaba aun antes de esos
momentos finales. Jesús había estado amando a estos hombres
durante tres años. Juan parece no haberse sobrepuesto en ningún
momento a la maravilla de que Jesús lo amaba. A lo largo de su
Evangelio, se refiere a sí mismo como “el discípulo que amaba
Jesús”. Sesenta años después, dedicó el último libro del Nuevo
Testamento a Jesús con estas palabras: “Al que nos amó.”
Todos los que tuvieron la bendita experiencia de contemplar
el rostro de Jesús sabían que eran amados. Pero, entonces, ¿en
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qué difirieron esos últimos momentos en el aposento alto de
cualquier otro momento que habían pasado con Él? En ese
aposento, Jesús hizo lo que haría un esclavo o un sirviente de
la casa. Tomó una palangana con agua y una toalla, ¡y les lavó
los pies! Un acto de humildad semejante dejó perplejos a los
discípulos. El evangelio de Lucas nos cuenta que, cuando iban
camino al retiro de ese aposento alto, estaban discutiendo
acerca de quién sería el mayor en el reino del que Jesús siempre
estaba hablando. ¡Cómo los habrá conmovido la forma en que Jesús
comenzó sus últimas horas con ellos! (Juan 13:1-17).
Cuando Jesús terminó de lavar sus pies, les preguntó:
“¿Sabéis lo que os he hecho?” Parecería que la respuesta era
obvia. Les había lavado los pies. Pero la respuesta que Jesús
quería para su pregunta puede encontrarse en el versículo
inicial del relato de Juan de este suceso: “Como había amado a
los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.” Cuando
Jesús les lavó los pies, los amó.
Jesús había amado a estos hombres y, en sus formas
imperfectas, ellos le habían devuelto su amor. Él había
establecido un pacto con ellos: “Venid en pos de mí, y os haré
pescadores de hombres” (Mateo 4:19). Ellos habían estado en una
relación de pacto con Jesús por tres años. Durante ese tiempo,
descubrieron que el amor era la fuerza impulsora de ese pacto.
Jesús los había amado de formas que nunca habían sido amados, y
los había convertido en más de lo que sabían o aún habían soñado
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alguna vez que podrían llegar a ser. Sin embargo, creo que nunca
se les cruzó el pensamiento que debían establecer un pacto de
amor entre ellos.
La esencia de este ultimo tiempo con ellos fue que Jesús
los desafió a establecer un nuevo pacto cuando les dio un nuevo
mandamiento: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a
otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros”
(34). Al darles este nuevo mandamiento, Jesús identificó la
calidad del amor con el que debían amarse unos a otros. Debían
amarse como, o de la misma forma, que Él los había amado. Debían
lavarse los pies unos a otros como Él les había lavado sus pies.
A menudo me he imaginado a los apóstoles mirándose unos a
otros y dándose cuenta de lo que significaría para ellos
obedecer este Nuevo Mandamiento. Uno de los apóstoles era un
publicano que cobraba impuestos de sus compatriotas judíos para
los romanos. Otro era un zelote, un guerrillero que creía en la
resistencia continua ante la conquista romana de Palestina. Me
imagino sus miradas cruzándose por sobre la mesa y luego
pensando: “¿Yo, amarlo a él?” Por supuesto que la respuesta era:
“Sí, ámalo. Lávale los pies. Porque cuando el mundo escuche que
un zelote está lavando los pies de un publicano, sabrán que
ustedes son mis discípulos.”
La forma más eficaz de enseñar el amor a nuestros hijos es
amarlos, y dejarles ver que su madre y su padre se aman. Jesús
estaba diciendo a los apóstoles que Él los había comisionado y
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capacitado durante tres años para proclamar un Evangelio de amor
a todo el mundo. Cuando les dio su Nuevo Mandamiento, les estaba
diciendo sin rodeos que la mejor forma de amar a todo este mundo
era poder mirarse unos a otros por sobre la mesa. Y luego
comprometerse a amarse unos a otros como Él los había amado.
Este Nuevo Mandamiento creó una nueva comunidad que más
tarde se llamaría la iglesia. Al amarse unos a otros como Cristo
los amó, Jesús les dijo que serían apartados visiblemente en el
mundo: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si
tuviereis amor los unos con los otros” (35). Esto es exactamente
lo que ocurrió. Después que Cristo ascendió al cielo, el
Espíritu Santo descendió sobre los creyentes y nació la iglesia.
Aplicación personal
¿Confiesa usted este valor de Cristo? ¿Es el amor la fuerza
que impulsa su comunión con otros creyentes? ¿Confiesa usted
este valor de Cristo amando a las personas con las que se cruza
su vida diariamente? Cuando contemplan su rostro, ¿saben que
están siendo amados con el amor de Cristo? Jesús nos enseñó que
debíamos amar cuando miramos hacia arriba, cuando miramos hacia
adentro y cuando miramos alrededor de nosotros (Mateo 22:36-40).
Jesús enseñó que debíamos amar a Dios completamente, amarnos a
nosotros mismos correctamente y amar a los demás
incondicionalmente. ¿Confiesa usted el valor que Jesús asignaba
al amor?
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Capítulo 3
Su enseñanza
Al seguir a Jesús a través de los Evangelios, ¿se ha fijado
en el valor que asignaba a la Palabra de Dios? ¿Se fijó en
cuánto tenía para decir acerca de su propia enseñanza? Jesús
asignaba frecuentemente un gran valor a las Escrituras. Una de
sus preguntas favoritas para la dirigencia religiosa era:
“¿Nunca leísteis en las Escrituras?” (Mateo 21:42). Cuando Jesús
hablaba de su propia enseñanza, nos estaba diciendo lo que era
su enseñanza, lo que podía hacer su enseñanza y cómo deberíamos,
por lo tanto, encararla. Por ejemplo, enseñó: “Nadie pone
remiendo de paño nuevo en vestido viejo; porque tal remiendo
tira del vestido, y se hace peor la rotura. Ni echan vino nuevo
en odres viejos; de otra manera los odres se rompen, y el vino
se derrama, y los odres se pierden; pero echan el vino nuevo en
odres nuevos, y lo uno y lo otro se conservan juntamente” (Mateo
9:16-17).
Jesús usó esta parábola para ayudar a que sus oyentes
entendieran el valor de su enseñanza. La palabra “parábola”, en
el idioma original del Nuevo Testamento, está formado por dos
palabras: “para”, que significa “al lado de”, y “ballo”, que
significa “arrojar”. Una parábola (paraballo) es una ilustración
que se arroja al lado de una verdad que está enseñando Jesús.
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
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En este pasaje encontramos dos parábolas con significados
similares. La primera parábola es una ilustración que se refiere
a la reparación de vestidos. Dice que una costurera nunca
colocaría un parche nuevo en un vestido viejo porque ocurrirían
dos desastres: el parche nuevo tiraría del material viejo del
vestido y produciría un agujero aún mayor, y el nuevo parche
sería demasiado obvio en contraste con el material viejo.
Mediante esta parábola Jesús estaba enseñando que no
buscaba que sus palabras fueran como un parche nuevo sobre el
vestido viejo de la dirigencia religiosa. Sus enseñanzas eran
completamente nuevas. Esto viene a continuación de las palabras
que pronunció en el Sermón del Monte, donde en seis
oportunidades comenzó una lección diciendo: “Oísteis que fue
dicho… pero yo os digo.” Las enseñanzas de Jesús eran diferentes
de las que las personas habían estado recibiendo de los escribas
y los fariseos. Y, dado que eran enseñanzas nuevas, no podían
ser colocadas como un parche sobre las enseñanzas de los
escribas y fariseos. La disparidad entre las palabras de Jesús y
las palabras de los escribas y fariseos habría sido demasiado
obvia como para poder mezclarlas.
La principal verdad que se enseña en esta parábola es que
la enseñanza de Jesús era incompatible con la enseñanza de los
líderes religiosos. Estaba avisando a la dirigencia religiosa y
estaba preparando a sus discípulos para un enfoque totalmente
nuevo hacia la Palabra de Dios.
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Jesús siguió esa ilustración con una segunda parábola
acerca del vino y los odres. En esos días, la gente guardaba el
vino en cueros de cabra y lo dejaba fermentar durante varios
meses. Al fermentar, el vino se expandía y hacía presión contra
el odre. Debido a este proceso de expansión, nunca pondrían vino
nuevo (jugo de uva) en un viejo odre quebradizo, porque la
presión expansiva del vino en fermentación haría que el odre
endurecido e inflexible reventara. En cambio, colocaban el vino
nuevo en un odre nuevo blando, para que el vino en fermentación
y el odre nuevo se expandieran juntos.
Jesús estaba demostrando nuevamente la distinción entre sus
enseñanzas y las enseñanzas de la dirigencia religiosa. Sus
enseñanzas eran como el vino nuevo, y la dirigencia religiosa
era un odre viejo. Si hubiera dado su enseñanza en el contexto
de la dirigencia religiosa, la presión de las nuevas enseñanzas
de Jesús haría explotar la dirigencia religiosa. Esta era otra
forma de decir que su enseñanza era incompatible con la
enseñanza y toda la cultura religiosa de los escribas y
fariseos.
Jesús estaba asignando valor también a lo que haría su
enseñanza a aquellos que la abordaran correctamente. Estaba
advirtiendo a sus discípulos que su enseñanza pondría presión
sobre ellos. Si eran odres viejos quebradizos, si no estaban
dispuestos a ceder a los cambios que la aplicación de su
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enseñanza debía hacer en sus vidas, ¡su enseñanza haría que sus
mentes reventaran, literalmente!
Las enseñanzas de Jesús eran revolucionarias y venían con
una advertencia: debemos estar dispuestos a dejar que sus
enseñanzas cambien nuestras vidas. Su metáfora de los nuevos
odres está relacionada con el milagro del nuevo nacimiento.
Cuando nacemos de nuevo, somos los nuevos odres que pueden
mostrar el vino nuevo de la enseñanza de Jesús.
¿Confiesa usted (dice lo mismo) acerca de las enseñanzas de
Jesús lo que Él dijo acerca de ellas? ¿Está dispuesto a
acercarse a sus enseñanzas como un odre nuevo y ceder a la
verdad de que Él quiere encarnarse en su vida?
Capítulo 4
Juicio
¿Cuál es su concepto del juicio? Escuchamos chistes acerca
del juicio, y muchas personas en realidad no toman en serio el
juicio. Según las Escrituras, el juicio no es ningún chiste.
Algunos creyentes transmiten la impresión de que el juicio será
un examen final sobre teología. Considere el valor que Jesús
asignó al juicio, y considere su perspectiva sobre cómo será el
juicio: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos
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los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de
gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y
apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas
de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los
cabritos a su izquierda.
“Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos
de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la
fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de beber;
tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me
recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me
visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos
le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y
te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te
vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O
cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y
respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto
lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo
hicisteis” (Mateo 25:31–40).
En esta descripción del juicio, no se nos habla de teología
sino de compasión por personas que están sufriendo. Oímos el
desafío de valorar a los que Cristo valoró durante su vida: los
enfermos, los solitarios, los hambrientos, los sedientos, los
pobres que no tienen suficiente ropa, y los que están en
prisión... las personas sufrientes del mundo con quienes Jesús
pasó tanto de su tiempo cuando estuvo aquí en la tierra.
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Jesús habla de estas personas como sus hermanos. Pero
¿quiénes son exactamente estos pobres? En una oportunidad, Jesús
afirmó que quienes hacen la voluntad de Dios son su madre,
padre, hermano y hermana (Mateo 12:50). Durante los primeros
trescientos años de la historia de la iglesia, era ilegal ser un
seguidor de Cristo. El pueblo de Dios siempre ha sido un pueblo
sufrido. ¿Podrían ser estas personas los creyentes perseguidos y
sufridos que han sufrido de estas formas porque hicieron la
voluntad de Dios? Quienesquiera sean, nos encontraremos con
ellos en el juicio, según Jesús.
No me malentienda. Sabemos que la salvación no está basada
en la acción social ni en las buenas obras. El énfasis de las
cartas de Pablo, a los romanos y a los gálatas, resalta la
verdad del Evangelio de que la base de nuestra salvación está en
nuestra fe en lo que Cristo hizo por nosotros en su cruz. Sin
embargo, todos estos pasajes concuerdan en que nuestra acción
social y nuestras buenas obras validan la fe que nos salva.
Este pasaje en Mateo 25 tiene que ver con el juicio, en el
sentido de evaluación, de las vidas de los creyentes. Las tres
parábolas de este capítulo enseñan que la segunda venida de
Jesucristo será un juicio sobre todo recipiente vacío, toda mano
vacía, y todo corazón vacío. Todos aquellos creyentes con
recipientes, manos y corazones vacíos que invalidan su profesión
de fe oirán decir al Señor:
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“Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para
el diablos y sus ángeles… en cuanto no lo hicisteis a uno de
estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis.” (41, 45)
Así que debemos plantearnos esta pregunta: ¿Qué valor
asignamos a las personas que sufren en este mundo? ¿Las
alimentamos, las vestimos y les damos algo para beber, las
visitamos, las recibimos, les mostramos hospitalidad, y las
ayudamos a estar bien? ¿Está nuestro corazón lleno de compasión
por aquellos que están necesitados del amor de Dios? Las
personas que sufren en este mundo ciertamente forman parte del
sistema de valores de Cristo, porque Él vino para “dar buenas
nuevas a los pobres… a pregonar libertad a los cautivos, y vista
a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el
año agradable del Señor” (Lucas 4:18-19).
“¿Dónde está Él?”
El Nuevo Testamento comienza con los sabios que hacen la
pregunta: “¿Dónde está Él (el rey de los judíos)?” Si usted
quiere descubrir dónde está Él hoy, mire dónde el amor del
Cristo resucitado está siendo canalizado hacia las personas que
sufren en este mundo.
¿Confiesa usted el valor que Jesucristo asignó a las
personas sufrientes de este mundo? ¿Está usted dispuesto a pedir
al Cristo resucitado y viviente que lo coloque estratégicamente
entre todo el amor que es Él y todo el dolor que sienten ellas?
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¿Está usted dispuesto a ser un conducto para todo lo que Él
quiere ser para las personas que sufren en este mundo? Si usted
hace una oración como la que estoy proponiendo, descubrirá dónde
está el Cristo resucitado hoy... y dónde querrá usted pasar el
resto de su vida.
Capítulo 5
Libertad
Durante su vida sobre la tierra, Jesús a menudo enfurecía a
la dirigencia religiosa porque sus valores entraban ferozmente
en conflicto con los valores de ellos. Él enseñaba de forma
contraria a como enseñaban ellos, contestaba las preguntas de
una forma que los desconcertaba, y pasaba tiempo con los que
estaban en los niveles más bajos de la sociedad. Todo lo que
hacía parecía ir en contra de la Ley que ellos buscaban
sostener, y a menudo buscaban formas para refutarlo. En una
oportunidad, Jesús decidió sanar a un hombre en el día de
reposo, y luego dijo al hombre que tomara su lecho y lo llevara
por la calle justo frente al Templo (Juan 5:2-17). Dado que
llevar una carga era considerado trabajo, cuando Jesús le dijo
que llevara su lecho esto estaba yendo en contra de las palabras
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de la Ley, que prohibía a los hombres trabajar el día de reposo
(Éxodo 20:9-11; Jeremías 17:21, 22).
Esta sanidad fue obviamente una forma estratégica de Jesús
para comenzar un largo diálogo hostil que obviamente quería
sostener con los fariseos y escribas. Este diálogo está
registrado en cuatro capítulos del Evangelio de Juan (5-8). En
este diálogo hostil, Jesús hace muchísimas afirmaciones acerca
de quién es Él y por qué está en este mundo. La mayoría de los
judíos que lo escucharon desestimaron sus afirmaciones y
deseaban verlo arrestado y apedreado hasta morir, pero al
finalizar el diálogo algunos de ellos creyeron. A los que
creyeron les dijo: “Si vosotros permanecéis en mi palabra,
seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y
la verdad os hará libres.” (Juan 8:31-32) En estas palabras,
Jesús hizo otra afirmación acerca del valor de su enseñanza: que
quienes permanecieran en su palabra encontrarían libertad
espiritual.
A menudo, las personas piensan que creer es todo lo que
importa para nuestra fe, y que una vez que creemos podemos
continuar nuestras vidas como si nada hubiera ocurrido. Pero eso
no es lo que Jesús dijo a quienes llegaron a creer en el Nuevo
Testamento. Cuando alguien creía, Jesús le hacía ver la
importancia de sus enseñanzas. Dijo que si creían permanecerían
en su palabra, se convertirían en verdaderos discípulos y luego
la verdad que descubrirían en su enseñanza los haría libres.
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Un discípulo es como un aprendiz. Un aprendiz aprende al
observar y hacer. A medida que aprende algo, pone en práctica lo
que está aprendiendo. La definición de un discípulo es: Una
persona que está haciendo lo que está aprendiendo y está
aprendiendo lo que está haciendo. Los doce apóstoles son muy
buenos modelos de lo que significaba ser discípulos de Jesús.
Fueron discipulados (colocados como aprendices) por Jesús
durante tres años. Les enseñó, les mostró y los entrenó.
Cuando Jesús prometió “conoceréis la verdad, y la verdad os
hará libres” (32), la palabra que se traduce “conoceréis” se
refiere a conocer mediante una relación. Si permanecemos en su
Palabra y la ponemos en práctica, entraremos a una relación con
Aquel que es la verdad, y esta relación con Él nos hará libres.
Según Jesús, creer en Él y convertirse en uno de sus
discípulos es algo que ocurre en tres dimensiones. Primero,
creemos que Jesús es el único Hijo de Dios, la única Solución de
Dios para nuestro problema de pecado, y el único Salvador de
Dios. Luego lo seguimos al permanecer en su Palabra. Al
seguirlo, como sus discípulos auténticos, llegamos a conocerlo;
no solo su Palabra, sino al Cristo resucitado mismo. Cuando
ocurre esto, Él nos hace libres. Y cuando Él nos hace libres,
¡somos verdaderamente libres!
¿Conoce usted al Cristo resucitado y viviente de esta
forma? ¿Experimenta un conocimiento íntimo de Él a través de una
relación, y lo ha liberado esta relación de la cautividad del
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pecado que conoció alguna vez? Si quiere confesar este valor de
Jesucristo, crea en Él, permanezca en su Palabra, conviértase en
su auténtico discípulo, vaya más allá de una página sagrada
hacia una relación con la Palabra viva, ¡y realmente sea
liberado!
Capítulo 6
El perdón
Jesús identificó un valor cuando un fariseo, llamado Simón,
lo invitó a cenar a su casa (Lucas 7:36-50). Se acostumbraba en
ese entonces dar a los huéspedes una palangana de agua para
lavarse los pies, aceite para ungir sus frentes, y un beso de
hospitalidad. Pero cuando Jesús visitó el hogar de Simón, no
recibió ninguna de estas cosas. Una mujer de esa ciudad, que era
conocida como pecadora, aparentemente escuchó que Jesús estaba
almorzando con Simón. Podemos suponer que esta mujer ya había
conocido a Jesús y la salvación que le aseguraba que sus pecados
habían sido perdonados. Cuando se dio cuenta de que Simón ni
siquiera había ofrecido la hospitalidad habitual a Jesús,
comenzó a humedecer los pies de Jesús con sus lágrimas y a
secarlos con su cabello. Luego ungió sus pies con un aceite
precioso y perfumado.
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
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Mientras Simón observaba esto, hizo un juicio de valor
contra Jesús, y pensó en su corazón: “Este, si fuera profeta,
conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es
pecadora” (39). Como conocía los pensamientos de Simón, Jesús le
contó una parábola: “Un acreedor tenía dos deudores; el uno le
debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y no teniendo
ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Dí, pues, ¿cuál de ellos
le amará más?” (41-42). Simón contestó: “Pienso que aquél a
quien perdonó más.” Jesús le dijo: “Rectamente has juzgado.”
Esta parábola de Jesús se aplicaba directamente a lo que
estaba ocurriendo entre Jesús, esta mujer y Simón. Jesús
identificó el valor que asignamos al perdón de nuestros pecados
al hacer la aplicación de su parábola, cuando dijo:
“¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para
mis pies; mas ésta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha
enjugado con sus cabellos. No me diste beso; mas ésta, desde que
entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con
aceite; mas ésta ha ungido con perfume mis pies. Por lo cual te
digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho;
mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama” (44-47).
Simón no veía a su pecado como una gran deuda que había
sido perdonada. Era como el hombre al que se le habían perdonado
cincuenta denarios. Pero la mujer a los pies de Jesús veía su
pecado perdonado como una deuda enorme que había sido cancelada,
y cayó a los pies de Jesús con amor y adoración. Jesús
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
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identifica un valor cuando concluye su enseñanza diciendo: “Sus
muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho.”
Esto no significa que nosotros seamos perdonados porque
amamos mucho. Jesús le dijo a la mujer que había sido salvada
por su fe: “Tu fe te ha salvado, vé en paz” (50). El amor de la
mujer por Jesús fue una validación de su fe en su perdón y
salvación, en tanto que la actitud de Simón hacia esta mujer
pecadora fue una demostración de su falta de fe. Jesús afirmó a
esta mujer cuando aceptó su adoración amorosa, y le perdonó sus
pecados porque ella valoraba mucho su perdón.
¿Confiesa usted el valor que Jesús asignaba al perdón? Si
usted se identifica con esta mujer porque sabe que es un pecador
y su culpa hace que su pecado parezca una deuda enorme que a
usted le gustaría que fuera cancelada, dése cuenta de que Jesús
vino a morir en la cruz para que su deuda pudiera ser cancelada.
Si sus pecados han sido perdonados, por fe, valore su perdón a
tal punto que no tenga más que compasión por personas como esta
mujer, que amaron mucho porque sus pecados fueron perdonados.
Nunca se olvide de que Jesús nos enseñó a orar cada día:
“Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a
nuestros deudores. Perdónanos nuestros pecados, porque también
nosotros perdonamos a todos los que nos deben.”
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
24
Capítulo 7
La salvación
El ministerio público de Jesús comenzó en una sinagoga de
Galilea, en su pueblo natal de Nazaret, donde leyó un rollo de
Isaías ante el pueblo:
“El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha
ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a
sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los
cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los
oprimidos; a predicar el año agradable del Señor” (Lucas 4:18–
19).
Después de dar su “discurso inaugural”, Jesús comenzó sus
tres años de ministerio público, que fueron simplemente la
aplicación de su Manifiesto de Nazaret, trayendo salvación a las
personas espiritualmente y literalmente ciegas, cautivas y
oprimidas que se cruzaron con su vida, expresando su compasión
por ellas, y trayendo todas estas dimensiones de salvación a sus
vidas.
Pero había otro grupo de personas que se cruzaba con su
vida a diario. Este grupo era conocido como los fariseos. Los
fariseos eran una orden religiosa de judíos devotos que estaban
dedicados a la preservación de las doctrinas ortodoxas del
judaísmo. En cierto sentido, era personas muy devotas. Eran los
fundamentalistas de la religión judía.
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
25
Los fariseos no se consideraban espiritualmente ciegos o
necesitados, y siempre parecían estar en la periferia del
ministerio de Jesús, señalándolo con el dedo y acusándolo de
violar la Ley de Moisés. Jesús se enojó a menudo con los
fariseos por sus corazones endurecidos y su sentido de
superioridad espiritual. Pero pasó mucho tiempo acercándose a
ellos porque quería que conocieran el espíritu de la ley que
tanto valoraban.
Jesús se dirigió a las personas perdidas que valoraba y a
quienes apuntaba en su ministerio, y los fariseos al mismo
tiempo, cuando enseñó su gran “parábola de las cosas perdidas”
(Lucas 15). Después que Jesús predicó un dinámico sermón acerca
del costo de ser uno de sus discípulos, los pecadores lo
rodearon, deseosos de estar cerca de Él y oír más enseñanzas
suyas. Los fariseos y escribas se alejaron de Jesús y formaron
un círculo exterior, quejándose de que Él se asociara con ese
grupo de pecadores.
Los fariseos no se consideraban perdidos, y no tenían
ninguna compasión por los que los que estaban en esta condición.
Con estos dos círculos de personas rodeándolo, Jesús enseñó su
parábola. En realidad dirigió la parábola a ese círculo
exterior, explicando a los fariseos lo que estaba ocurriendo en
ese círculo interior de publicanos y pecadores que estaban
experimentando la salvación. De hecho, estaba invitando a los
fariseos a entrar en el círculo interior y a participar con Él
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
26
en su misión de buscar y salvar a los perdidos. Su desafío a ese
círculo exterior fue: “Hay regocijo en el cielo cuando son
encontrados los perdidos, así que ¿por qué no se regocijan?”
En esencia, Jesús estaba diciendo a ese círculo exterior:
“Cuando miran a estas personas, ustedes ven publicanos y
pecadores. Déjenme decirles lo que ve Dios. Dios ve ovejas
perdidas, ve hijos e hijas perdidos.” El corazón de su parábola
acerca de estas personas perdidas es la historia de un padre que
tenía dos hijos.
En la segunda mitad de la parábola, vemos que el hijo mayor
reacciona ante el retorno de su hermano: “Y su hijo mayor estaba
en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la
música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le
preguntó qué era aquello. Él le dijo: Tu hermano ha venido; y tu
padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido
bueno y sano. Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por
tanto su padre, y le rogaba que entrase. Mas él, respondiendo,
dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote
desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para
gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha
consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el
becerro gordo. Él entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás
conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Mas era necesario hacer
fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha
revivido; se había perdido, y es hallado” (25-32).
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
27
En más de un sentido, el hermano mayor estaba más perdido
que el hijo pródigo, porque sus valores estaban muy alejados de
los valores de su padre. El hermano mayor es un retrato de los
fariseos, que estaban en la periferia del milagro de estos
perdidos que estaban siendo salvados, y no querían entrar en ese
círculo interior para regocijarse con el arrepentimiento de los
pecadores. Como el hermano mayor, estaban enojados y no querían
entrar y compartir la celebración porque quienes estaban muertos
estaban encontrando la vida, y quienes estaban perdidos estaban
siendo encontrados.
El padre se regocijó ante el retorno de su hijo perdido,
pero el hermano mayor estaba enojado porque su padre dio la
bienvenida al hijo rebelde de vuelta a su hogar. De la misma
forma en que el padre salió de la celebración y pidió al hermano
mayor que entrara y disfrutara de la celebración, Jesús estaba
invitando a los fariseos a entrar en el círculo interior para
regocijarse por el arrepentimiento de los pecadores. Jesús
estaba invitando a los fariseos a participar en su ministerio
con Él: a acercarse a las personas espiritualmente pobres que
describió en su Manifiesto y que valoró tanto en sus tres años
de ministerio público.
¿Confiesa usted el valor que Jesús asignaba a las personas
perdidas de este mundo? ¿Cómo se siente cuando se encuentra con
los pecadores de este mundo? ¿Está usted en contacto con el amor
y la compasión que el Cristo que vive en usted tiene por los
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
28
perdidos? ¿Acaso su cultura eclesiástica lo ha aislado de la
dura realidad de lo que es realmente la vida cotidiana de un
pecador? Si es así, podría correr peligro de llegar a ser como
los fariseos, que no podían comprender lo que significaba amar a
este tipo de personas.
Somos los únicos medios que tiene el Cristo viviente para
recuperar a los perdidos de este mundo, y recuperarlos para su
reino. Haga uso del simbolismo de su Parábola de las Cosas
Perdidas y confiese el valor que Él atribuyó a las cosas
perdidas. Entre a ese círculo interior y participe con Él en su
misión de dar vista a los espiritualmente ciegos, libertad a los
cautivos, y sanidad a las personas perdidas, quebrantadas y
golpeadas, este mundo.
Capítulo 8
La autoridad final
Los credos nos preguntan: “¿Cuál es la autoridad final para
la fe y la práctica?” ¿Cuál es la autoridad en la que basamos
nuestra fe y nuestras vidas? ¿Qué creemos y, a la luz de lo que
creemos, cómo vivimos? En el análisis final, nuestra respuesta a
esa pregunta tiene dos posibilidades: Dios o el hombre. O
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
29
basamos nuestras vidas en la revelación de Dios o la basamos en
la razón del hombre.
Jesús asignó un gran valor a las Escrituras. Las primeras
dos palabras de Jesús en los primeros tres Evangelios fueron:
“Escrito está.” Jesús solía prologar sus respuestas a las
preguntas de los fariseos con la siguiente pregunta: “¿Nunca
leísteis en las Escrituras?” Los fariseos memorizaban los
primeros cinco libros de la Biblia. Estos fariseos eran eruditos
de las Escrituras. Eran expertos en la Palabra de Dios, y Jesús
hasta reconoció ese punto al decir: “Ustedes estudian con
diligencia las Escrituras” (Juan 5:39, NVI). Pero continuó
diciendo que su estudio de las Escrituras debería haberlos
llevado al Mesías vivo que estaba ante ellos:
“Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que
en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan
testimonio de mí; y no queréis venir a mí para que tengáis vida”
(Juan 5:39-40).
Si bien los fariseos eran expertos de la Biblia, obviamente
no estaban basando su fe y su práctica en la autoridad de la
Palabra de Dios. Encontramos que esto es cierto cuando Jesús les
pregunta: “¿Nunca leísteis? ¿Nunca leísteis las Escrituras?” Si
las Escrituras hubieran sido la autoridad final de los fariseos,
no habrían cuestionado a Jesús como lo hicieron. Había muchas
prácticas de los fariseos que claramente demostraban que no se
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
30
habían dado cuenta de cuál era el verdadero espíritu de la Ley
de Dios.
Por ejemplo, Jesús estaba caminando por unos sembrados con
sus discípulos. Sus discípulos tenían hambre y comieron algunas
espigas mientras iban caminando con Jesús. Era el día de reposo,
y los fariseos preguntaron a Jesús por qué sus discípulos
estaban quebrantando la Ley. Esta es una de esas ocasiones en
las que Jesús contestó: “¿Ni aun esto habéis leído, lo que hizo
David cuando tuvo hambre él, y los que con él estaban; cómo
entró en la casa de Dios, y tomó los panes de la proposición, de
los cuales no es lícito comer sino solo a los sacerdotes?”
(Lucas 6:3-4). Jesús citó el ejemplo de David cuando fue al
templo cuando estaba hambriento y pidió los panes de la
proposición que, según la Ley, solo les estaba permitido comer a
los sacerdotes (1 Samuel 21:1-6). El propósito de esos panes de
la proposición era similar a la parte del Padrenuestro que dice:
“El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy” (Mateo 6:11). Los
panes de la proposición eran un símbolo litúrgico que
representaba la promesa de que Dios siempre suplirá nuestras
necesidades diarias.
En otra ocasión, los fariseos estaban discutiendo acerca
del matrimonio con Jesús, con la esperanza de atraparlo en una
contradicción con la ley de Moisés. Sabían que Él enseñaba la
indisolubilidad del matrimonio. Confrontaron a Jesús con el
argumento de que Moisés había permitido al hombre dar a su
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
31
esposa un certificado de divorcio. Si Jesús contradecía a
Moisés, los fariseos podrían desacreditarlo, pero Jesús
respondió nuevamente: “¿No habéis leído que el que los hizo al
principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre
dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una
sola carne?... Por la dureza de vuestro corazón Moisés os
permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue
así” (Mateo 19:4-5, 8).
Jesús los llevaba invariablemente de vuelta a las
Escrituras para demostrar que el permiso de divorcio de Moisés
fue dado solo porque los corazones de los hombres estaban
endurecidos hacia sus esposas. El certificado de divorcio daba
derecho a una mujer a un acuerdo y a algunos derechos. Moisés
emitió su decreto de divorcio porque los hombres habían estado
abandonando a sus esposas sin sostenerlas de alguna forma. Esto
era lo que querían decir Moisés y Jesús con relación a la dureza
del corazón de los hombres.
Cuando Jesús declaró que no iba cambiar una jota ni una
tilde de la ley de Dios y de Moisés sino que la cumpliría,
quería decir que la Palabra de Dios era la base de todo lo que
Él enseñaba. Jesús demostró que las Escrituras eran su autoridad
final para la fe y la práctica, y esta pregunta que le gustaba
hacerles a los fariseos los confrontaba con el hecho de que las
Escrituras no eran la autoridad final para las acciones de
ellos. Sus prácticas, sus valores y sus sermones demostraban que
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
32
eran sus tradiciones la autoridad final de su fe y su práctica.
Si hubieran creído y entendido las Escrituras, no habrían
cuestionado las enseñanzas y las acciones de Jesús tan
contundentemente.
¿Dice usted lo mismo que decía Jesús acerca de las
Escrituras? ¿Demuestra usted a través de sus valores, sus
palabras y su vida que la Palabra de Dios es su autoridad final
para la fe y la práctica? Hoy vivimos en culturas que no tienen
ninguna brújula moral, ningún absoluto moral con el cual
confrontar nuestras preguntas morales y éticas. Hoy, están
tomando decisiones que tienen consecuencias morales y éticas muy
serias, personas que no tienen ningún patrón absoluto y
autorizado para guiar esas decisiones. En ningún otro momento ha
sido más importante confesar el valor que Jesús asignaba a la
Palabra de Dios. Hay una gran necesidad de desafiar a los que
toman estas decisiones hoy con la pregunta de Jesús: “¿Nunca
leísteis en las Escrituras?”
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
33
Capítulo 9
Obediencia
La adversidad y los tiempos difíciles son inevitables en
esta vida. No podemos escapar de ellos. Forman parte de nuestras
vidas diarias, porque vivimos en un mundo caído. Pero, si bien
no podemos controlar si hemos de enfrentar la adversidad o no,
sí podemos controlar cómo respondemos a las dificultades que
enfrentemos. La forma en que respondemos está determinada por
nuestro sistema de creencias, así como Jesús enseñó en su
conclusión del Sermón del Monte: “Cualquiera, pues, que me oye
estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente,
que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron
ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no
cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que
me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre
insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió
lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu
contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina” (Mateo 7:24-
27).
Aquí Jesús traza el perfil de dos hombres: uno que edificó
su casa sobre la roca, y otro que edificó su casa sobre la
arena. Ambos enfrentaron la misma tormenta, con su lluvia,
inundaciones y viento, pero solo la casa edificada sobre la roca
permaneció firme. Aprendemos de esta historia que toda la
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
34
humanidad enfrentará la adversidad; todos los hombres
experimentan tormentas, no importa qué tipo de casas edifiquen.
La pregunta es: ¿les permitirá la casa que edifican sobrevivir a
sus tormentas? La principal diferencia entre estos dos hombres
es cómo y dónde edificaron su casa.
Jesús interpretó esta metáfora para nosotros. Dijo que el
hombre prudente fue el que oyó las enseñanzas de Jesús y les
hizo caso (24), en tanto que el hombre insensato fue el que oyó
las mismas enseñanzas y escogió no hacer nada en cuanto a
aplicar las enseñanzas de Jesús a su vida (26). Oír las palabras
de Jesús no hizo que la casa fuera fuerte, porque los dos
hombres las oyeron. Fue la aplicación de las palabras de Jesús a
la vida lo que hizo la diferencia. La roca sobre la cual edificó
su casa (vida) el hombre prudente no consistió en oír, entender,
memorizar, citar o aun enseñar las palabras de Jesús a otros. La
sabiduría es el conocimiento aplicado. Este hombre prudente (o
sabio) entiende esto, así que aplica las palabras de Jesús a su
vida. Cuando llegan las tormentas, como le ocurre a cada uno de
nosotros, su sistema de creencias es la aplicación de lo que oyó
enseñar a Jesús. Esto es lo que le permite capear sus
temporales.
Justo después de terminar el Sermón del Monte, Jesús cruzó
el mar de Galilea con sus apóstoles. En medio del cruce se
enfrentaron a una gran tormenta. Los apóstoles estaban llenos de
pánico, pero encontraron que Jesús dormía: “Y vinieron sus
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
35
discípulos y le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que
perecemos! Él les dijo: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe?
Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se
hizo grande bonanza” (Mateo 8:25-27; Marcos 4:40).
En esta historia tenemos una gran tempestad, una gran calma
y, entre estos dos extremos, oímos una gran pregunta de Jesús:
“¿Cómo no tenéis fe?” En esta historia de la tormenta, los
apóstoles eran el hombre insensato que edificó su casa sobre la
arena. Cuando llegó la tormenta y golpeó contra su casa, esta se
derrumbó. Cuando llegó la tormenta para golpear su barco, su fe
se derrumbó. Eran insensatos porque habían oído las palabras de
Jesús, pero no las habían puesto en práctica. No relacionaron lo
que creían (que Jesús era quien decía ser y nunca dejaría que
ese bote se hundiera), con lo que hacían en la realidad.
¡Entraron en pánico! Se enfrentaron a la adversidad y su sistema
de creencias no era el fundamento de roca sólida del hombre
prudente sino el fundamento arenoso del hombre insensato de la
metáfora de Jesús.
Jesús nunca prometió que seguirlo nos libraría de la
adversidad. Por cierto, dijo que a menudo nos traería mayor
adversidad: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he
vencido al mundo” (Juan 16:33). Pero Jesús sí prometió que
quienes oyeran sus palabras y las aplicaran en una gran tormenta
verían cómo su gran tormenta se convertiría en una gran bonanza.
Jesús también prometió que encontrarían que sus casas eran
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
36
suficientemente fuertes como para soportar las tormentas de la
vida. Pero la condición sobre la que está basada esa promesa es
que tenemos que dejar que sus palabras penetren en nuestras
vidas y cambien la forma en que vivimos. Debemos crecer más allá
de simplemente oír y entender lo que Jesús enseñaba, a hacer que
sus enseñanzas se conviertan en una parte vital de nuestras
vidas.
Capítulo 10
Personas que sufren
Jesús asignaba un gran valor a las personas; especialmente
aquellas que estaban sufriendo y necesitaban sanidad, tanto
física como espiritual. Leemos de numerosas ocasiones que Jesús
fue movido a la compasión para sanar a personas que la sociedad
había descartado: cuando tocó los ojos de dos ciegos que estaban
clamando por sanidad, aunque les decían que se callaran (Mateo
20:29-34), cuando extendió su mano para sanar a un leproso que
se acercó a Él, aunque los leprosos eran considerados parias e
impuros (Marcos 1:40-42), cuando restauró la mano seca de un
hombre en un templo en el día de reposo, aunque los fariseos
conspiraron contra Él por hacerlo (Marcos 3:1-6). Estas
circunstancias hablan de cómo Jesús fue movido a la compasión
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
37
por las personas que sufrían y se apenó por la dureza de los
corazones de la mayoría de los hombres.
Jesús no solo tuvo compasión por las personas con las que
se cruzaba en su camino, sino también por multitudes enteras de
personas que lo seguían: “Recorría Jesús todas las ciudades y
aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el
evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia
en el pueblo.
“Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque
estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen
pastor. Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies es
mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies,
que envíe obreros a su mies” (Mateo 9:35-38).
Las palabras griegas en este texto sugieren que todo el
cuerpo de Jesús se convulsionó con sollozos cuando vio las
multitudes, tan grande era su compasión por ellas. Pero Él no
solo fue movido a la compasión por estas personas sufrientes
sino que también estaba formulando una estrategia específica
para ayudarlas en su necesidad; una estrategia que involucraba a
sus discípulos.
Cada vez que Jesús veía el dolor de las multitudes,
intensificaba la capacitación de sus discípulos. Dijo a los
apóstoles en el pasaje anterior: “La mies es mucha, mas los
obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe
obreros a su mies.” Al concluir el cuarto capítulo de Mateo,
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
38
leemos que grandes multitudes estaban acudiendo a Él de varios
países. Cuando se había reunido una multitud muy grande, invitó
a varios discípulos a subir a un monte y llevó a cabo un retiro
durante el cual reclutó a los doce apóstoles. Cada vez que veía
esas multitudes, intensificaba su capacitación de esos doce
hombres.
En Mateo 14 y 15 encontramos los relatos de Jesús cuando
dio de comer a los cinco mil y a los cuatro mil. Leemos que
“tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban
enfermos” (14:14), y que tuvo compasión de la gente, porque ya
hacía tres días que estaban con Él, y no tenían qué comer
(15:32). En ambas ocasiones, Jesús instruyó a los discípulos que
alimentaran a la gente con unos pocos pescados y panes que
multiplicó hasta que alimentaron a miles de personas
hambrientas.
Estos pasajes nos dan no solo relatos de dos de los grandes
milagros de Jesús sino también su visión misionera. Jesús colocó
a sus discípulos estratégicamente entre Él y las multitudes, y
pasó su provisión a las multitudes a través de las manos de
ellos. Y esa es justamente la forma en que Cristo quiere suplir
las necesidades de todas las personas que sufren en este mundo:
quiere pasarse a sí mismo, el Pan de Vida, a las personas que
sufren en el mundo a través de las manos de su iglesia.
¿Es usted como una de las personas sufrientes de estas
multitudes que solo quiere acercarse lo suficiente a Jesús como
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
39
para que Él le pase el “Pan” que es Él a usted? Que su corazón
se conmueva al saber que usted es el propósito por el cual Él
vino y por el cual Él vive en y a través de su iglesia hoy. Él
quiere tocar los corazones de personas como usted.
A cambio, ¿está usted dispuesto a confesar el valor que
Jesús asignaba a las demás personas sufrientes de este mundo? A
diferencia de la dirigencia religiosa, que no podía comprender
los sentimientos de amor y compasión para con los necesitados,
Jesús estaba motivado para encontrarse con las personas justo
donde lo necesitaban. Y Él nos desafía a nosotros, sus
discípulos, a decir lo mismo que dice Él acerca del valor de
alimentar a las personas hambrientas y heridas con el Pan de
Vida.
La próxima vez que su vida se tope con una persona
hambrienta y que sufre, recuerde el valor que Jesús asignaba a
ella y pida al Cristo resucitado y viviente que transmita el
amor, la luz y la vida que es Él a ella, a través de usted.
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
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Capítulo 11
“Yo soy”
El Evangelio de Juan es una biografía de Cristo que hace
énfasis en lo que Él tenía para decir de sí mismo y de su misión
en este mundo. En dicho Evangelio podemos considerar estas
declaraciones de Jesús acerca de su misión y luego podemos
contestar una pregunta que Él hizo a sus discípulos: “¿Y
vosotros, quién decís que soy?” Una vez que hagamos esto, si
decimos lo mismo de Jesús que Él dijo de sí mismo, realmente
estamos confesando a Jesucristo.
Ya hemos aprendido que en el tercer capítulo del Evangelio
de Juan, Jesús se llamó a sí mismo el único Hijo de Dios, la
única Solución de Dios al problema del pecado, y el único
Salvador de Dios para el mundo en general, y para usted y yo en
particular. Si queremos que Él sea nuestro Salvador, debemos
confesar aquellos valores que Jesús se asignó a sí mismo.
En el siguiente capítulo del Evangelio de Juan leemos el
relato de cuando Cristo habló con una mujer en el pozo de Sicar,
en Siquem, en el corazón de Samaria. Cuando ella lo cuestionó
porque Él, un hombre judío, estaba hablando con ella, una mujer
samaritana, Él contestó: “Si conocieras el don de Dios, y quién
es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría
agua viva” (Juan 4:10).
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
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La mujer preguntó a Jesús si Él era mayor que su antepasado
Jacob, que les había dado el pozo, y Él le dijo: “Cualquiera que
bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere
del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás” (vv. 13-14). Como
ella pensó que su poder de dar esta clase de agua lo convertía
en alguien más grande que un mero hombre, y como Él acertó en
decirle que ella no tenía ningún esposo y que había tenido cinco
esposos, lo llamó profeta (19).
Jesús siguió intrigándola con las respuestas a sus
preguntas hasta que ella finalmente mencionó al Mesías: “Sé que
ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos
declarará todas las cosas” (25). Jesús le contestó: “Yo soy, el
que habla contigo” (26).
Más tarde, tanto la mujer como algunos hombres samaritanos
que ella conocía confesaron que Jesús era el Cristo: “Ya no
creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos
oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del
mundo, el Cristo” (42). Confesaron (dijeron lo mismo acerca de)
el valor que Jesús se atribuyó a sí mismo cuando habló con la
mujer samaritana, confesando que Él era el Mesías, el Cristo, el
(único) Salvador del mundo.
¿Qué significó para esta mujer cuando se dio cuenta de que
estaba hablando con el Mesías? Nuestra pregunta se contesta
cuando leemos que dejó su vasija de agua (la razón por la que
había venido al pozo en primer lugar) y fue a la ciudad para
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
42
hablar a los hombres de Él. En esa cultura, era insólito que una
mujer hablara a un hombre acerca de cualquier cosa. Aun la misma
mujer se asombró que Jesús le hablara a ella, una mujer de
Samaria. ¿Podría ser que esa mujer conociera a estos hombres
porque tenía una relación “profesional” con ellos? Jesús nos
dice que Él no vino a este mundo para los justos sino para los
pecadores (Mateo 9:13).
La respuesta de la mujer a su encuentro con Jesús nos
desafía a pensar en nuestra propia respuesta a las afirmaciones
de Jesús en el Evangelio de Juan. Jesús dijo a la mujer que si
tuviera alguna idea de quién era el que le pedía un sorbo de
agua, ella le pediría un sorbo de agua de vida. Como aplicación,
esto debería desafiarnos cada vez que oramos. Cuando oramos,
estamos hablando con el Dios todopoderoso mismo. Si creemos que
estamos hablando con el Dios todopoderoso, ¿qué deberíamos
pedirle?
Jesús sigue contándonos quién es Él y por qué vino a este
mundo, a lo largo del Evangelio de Juan. Hasta llega a decir que
Él es igual que Dios, cuando dice que puede hacer todo lo que
puede hacer Dios: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo,
sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace,
también lo hace el Hijo igualmente” (5:19). Esto incluye
resucitar a los muertos, algo que solo Dios puede hacer.
Si alguien dice ser igual a Dios, las personas que lo
rodean preguntarán, naturalmente: “¿Puedes hacer lo que puede
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
43
hacer Dios?” Jesús contestó “sí” a esta pregunta, y demostró su
afirmación. Jesús ciertamente resucitó a los muertos y, por
tanto, demostró su igualdad con Dios y su afirmación de que
podría hacer las cosas que solo Dios podía hacer. Según estos
líderes religiosos, Jesús había dicho que era igual a Dios (Juan
5:18).
Cuando este diálogo, que Juan comienza a registrar en el
quinto capítulo de su Evangelio, llega a su punto culminante,
hacia el final del octavo capítulo del Evangelio, Juan nos dice
que el enfrentamiento entre Jesús y la dirigencia religiosa se
convirtió en una hostilidad abierta. Llegaron a tomar piedras
para apedrear a Jesús cuando habló de Abraham como si lo
conociera. Esto impulsó a los líderes religiosos a preguntar a
Jesús: “Aun no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham?
Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham
fuese, yo soy” (Juan 8:57-58).
No había ninguna duda en las mentes de los líderes
religiosos acerca de lo que Jesús decía ser. Los líderes
religiosos de nuestro tiempo cuestionan seriamente estas
afirmaciones de Jesús. Alguien ha dicho: “Yo creo que Él es,
mientras que ellos ni siquiera están seguros de que Él fue. Y
mientras ellos no están ni siquiera seguros de que Él hizo, yo
sé que Él aún hace.” Escuche solo algunas de estas afirmaciones
de Jesús, lea el Evangelio de Juan, y luego decida por usted
mismo lo que cree acerca de estas afirmaciones de Jesús en el
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
44
Evangelio de Juan. En 10:30, dijo: “Yo y el Padre uno somos.” En
el capítulo 14, respondió al pedido de Felipe de ver al Padre
diciendo: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me
has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al
Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstrame el Padre?... Creedme que
yo soy en el Padre, y el Padre en mí” (9, 11). Cuando hace esa
gran oración que Juan registra en el capítulo diecisiete de su
Evangelio, Jesús dice: “Ahora, pues, Padre, glorifícame tú para
contigo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo
fuese” (5). A lo largo de los Evangelios, y especialmente en el
Evangelio de Juan, encontramos que Jesús afirma su deidad y se
coloca en el mismo nivel del Padre.
Este hombre solo vivió hasta los treinta y tres años, pero
causó un impacto tan grande en este mundo que por dos milenios
la historia humana se ha dividido en dos períodos: antes que Él
viviera y después.
C. S. Lewis, el gran misionero a los escépticos y
apologista de nuestra fe, nos dijo esencialmente que cuando
consideramos las afirmaciones de Jesús nos encontramos con solo
tres opciones: tenemos que estar de acuerdo con Jesús y llamarlo
quien Él dijo que era, o tenemos que llamarlo mentiroso o loco.
Cuando usted ha evaluado cuidadosamente todas estas afirmaciones
de Jesús, no es intelectualmente honesto decir que Jesús no fue
quien dijo ser sino que fue un gran hombre y un gran maestro.
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
45
Jesús dijo ser el Hijo de Dios, igual al Padre, y el único
a través de quien podemos recibir salvación y vida eterna. Si
usted no confiesa el valor que Jesús se asignó a sí mismo, debe
decidir que Él era un fraude o el peor impostor que este mundo
haya conocido jamás. O puede ser amable y decir que era un loco.
Pero, ¿quién dice usted que es Él? ¿Está de acuerdo con que
fue lo que dijo ser? ¿Confesará usted el valor que Jesucristo se
asignó a sí mismo y lo llamará su Señor hoy?
Capítulo 12
Comunión con el Padre
Jesús estaba en comunión constante con Dios el Padre. Solía
levantarse temprano y pasaba tiempo en soledad orando al Padre.
A menudo hablaba de hacer solo lo que el Padre le decía que
hiciera. Su comunión con el Padre era continua e íntima. El
punto más intenso de su sufrimiento en la cruz fue cuando su
comunión con su Padre se rompió porque literalmente se convirtió
en pecado por nosotros y su Padre aparentemente no pudo tener
comunión con Él (Marcos 15:34; 2 Corintios 5:21; Isaías 53:5-
6).
En la oración final de Cristo en el huerto de Getsemaní,
leemos que el propósito de su venida a la tierra y de su muerte
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
46
por nuestros pecados fue, en primer lugar, que nosotros también
pudiéramos tener comunión con el Padre: “Esta es la vida eterna:
que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a
quien has enviado” (Juan 17:3).
Para identificar el valor de esta comunión con el Padre, en
un momento de su ministerio Jesús contó una parábola: “Un hombre
hizo una gran cena, y convidó a muchos. Y a la hora de la cena
envió a su siervo a decir a los convidados: Venid, que ya todo
está preparado. Y todos a una comenzaron a excusarse. El primero
dijo: He comprado una hacienda, y necesito ir a verla; te ruego
que me excuses. Otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes, y
voy a probarlos; te ruego que me excuses. Y otro dijo: Acabo de
casarme, y por tanto no puedo ir.
“Vuelto el siervo, hizo saber estas cosas a su señor.
Entonces enojado el padre de familia, dijo a su siervo: Vé
pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a
los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos. Y dijo el
siervo: Señor, se ha hecho como mandaste, y aún hay lugar. Dijo
el señor al siervo: Vé por los caminos y por los vallados, y
fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa. Porque os digo
que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustará
mi cena” (Lucas 14:16-24).
En aquellos días y en aquella cultura, la comida
simbolizaba la comunión. No había mayor comunión que la que se
experimentada cuando uno era invitado a partir el pan en la casa
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
47
de un amigo, familiar o alguien que lo invitaba a su mesa. En la
hermosa metáfora del último libro de la Biblia, Jesús nos dice
que está parado afuera de la puerta de nuestras vidas, golpeando
pacientemente, porque quiere que abramos la puerta y lo
invitemos a entrar, para que pueda cenar con nosotros
(Apocalipsis 3:20).
Esta parábola representa el valor que Jesús asignó a la
comunión con Dios. Nos cuenta la historia del señor de una
familia –Dios–, que desea abrir de par en par las puertas de su
hogar para un banquete. Los que él ha invitado a la fiesta
rechazan todas sus invitaciones. Sus excusas son que han
comprado una propiedad y deben verla. (Parece extraño que
compren una propiedad que no han visto.) Esto probablemente
significa que quieren ir a ver esta propiedad ahora que son sus
propietarios. La esencia de esta excusa podría ser que las cosas
de este mundo son más importantes que la comunión con Dios.
Otra excusa es que han comprado cinco yuntas (pares) de
bueyes y deben probarlos. Cinco parejas de bueyes representarían
la agricultura a gran escala. Dado que los bueyes simbolizaban
el trabajo, esta excusa parece ser que “no puedo ir por mi
trabajo”.
Una tercera excusa es que “me acabo de casar y no puedo
ir”. La traducción (inglesa) de Phillips lo amplía: “Me acabo de
casar y estoy seguro que usted entenderá por qué no puedo ir”
(Lucas 14:20). En respuesta a que todas sus invitaciones a la
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
48
cena han sido rechazadas, el señor de esta casa se enoja y dice
a su siervo que vaya a la ciudad y que invite a todos los que
están enfermos y tullidos para que se unan a él en la fiesta;
personas que jamás podrían devolverle el favor y que se habrían
visto anonadadas por el asombro ante la invitación (21-23).
Para que Dios hiciera esta invitación a la mesa de su
banquete, fue necesario que enviara a su Hijo unigénito al mundo
para morir por nuestros pecados. La tienda de adoración y el
templo de Salomón representaban las instrucciones inspiradas que
Dios dio a Moisés en las que le mostró cómo las personas
pecaminosas podrían acercarse a un Dios santo. La presencia de
Dios moraba en un compartimiento interior, y en realidad toda la
estructura de esa liturgia de adoración tenía que ver con la
forma de acercarse a la presencia de Dios. Había un velo grueso
que bloqueaba la entrada a este Lugar Santo donde moraba Dios.
Los pecadores ni siquiera se acercaban a ese Lugar Santo. Una
vez al año, mientras todo el pueblo se reunía alrededor de la
tienda de adoración, el sumo sacerdote entraba en la presencia
de Dios por el pueblo de Dios.
El templo de Salomón estaba construido según este mismo
patrón de acercamiento a Dios. En ese templo, el velo era como
un gran telón de un teatro. Cuando Jesús murió en la cruz, ese
telón se rasgó de arriba abajo, simbolizando el gran milagro de
que el pueblo de Dios ya no tenía que acercarse a Dios como Él
lo había ordenado en los tiempos del Antiguo Testamento. Uno
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
49
pensaría que habría una estampida de personas entrando a la
presencia de Dios una vez que se hicieran conocer esas Buenas
Nuevas. Pero la parábola de Jesús nos muestra que no es éste el
caso.
Estas excusas son una forma satírica de mostrar una obvia
falta de un foco de prioridad de parte del pueblo de Dios.
Cuando estas personas dicen que no pueden ir, sus excusas en
realidad no significan que no pueden ir. Sus excusas endebles
significan que prefieren no ir porque valoran las cosas de este
mundo, su trabajo y sus relaciones humanas más que lo que
valoran la comunión con Dios.
¿Aprecia usted el valor increíble de la comunión con Dios?
¿Valora lo que le costó a Dios abrir el camino hacia la comunión
con Él? ¿Valora lo que le costó a Jesucristo poder decir a todo
el mundo: “Yo soy el camino; nadie viene al Padre, sino por mí”?
¿Confesará usted (dirá lo mismo) que Jesús acerca del valor de
la comunión con Dios?
Aquello que realmente creemos es lo que hacemos. Todo lo
demás son solo palabras religiosas. De acuerdo con la forma en
que usa su tiempo, su dinero y sus afectos, ¿confiesa usted el
valor que Jesús identificó cuando enseñó esta parábola profunda?
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
50
Capítulo 13
El hombre del estanque
Ya hemos aprendido mucho acerca del valor que Jesús
asignaba a las personas sufrientes y enfermas de este mundo, y
cómo vino para sanar sus enfermedades y traerles restauración
espiritual. Ya he mencionado la sanidad estratégica que se
describe en el quinto capítulo del Evangelio de Juan, donde
Jesús sanó a un hombre para facilitar el diálogo con los líderes
religiosos. Si miramos más detenidamente esta sanidad,
identificaremos otro valor de Cristo que se evidencia cuando su
amor está restaurando la salud de una de las personas sufrientes
que Jesús valoraba tanto. Así describe Juan esa sanidad:
“Después de estas cosas había una fiesta de los judíos, y subió
Jesús a Jerusalén. Y hay en Jerusalén, cerca de la puerta de las
ovejas, un estanque, llamado en hebreo Betesda, el cual tiene
cinco pórticos. En éstos yacía una multitud de enfermos, ciegos,
cojos y paralíticos, que esperaban el movimiento del agua.
Porque un ángel descendía de tiempo en tiempo al estanque, y
agitaba el agua; y el que primero descendía al estanque después
del movimiento del agua, quedaba sano de cualquier enfermedad
que tuviese.
“Y había allí un hombre que hacía treinta y ocho años que
estaba enfermo. Cuando Jesús lo vio acostado, y supo que llevaba
ya mucho tiempo así, le dijo: ¿Quieres ser sano? Señor, le
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
51
respondió el enfermo, no tengo quien me meta en el estanque
cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro
desciende antes que yo. Jesús le dijo: Levántate, toma tu lecho,
y anda. Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho,
y anduvo” (Juan 5:1–9).
El texto original dice que esta multitud de enfermos
recostados al lado del estanque eran personas “sin poder”. Una
traducción las describe como “una gran multitud de personas
débiles”. Esperaban junto al estanque cada día porque creían en
lo que probablemente era una superstición. Cuando las aguas de
este estanque especial ondeaban, como ocurría a veces, creían
que esto significaba que un ángel había entrado al estanque, y
la primera persona enferma que entrara al estanque sería sanada.
Pero un hombre que estaba acostado junto al estanque había
estado allí por treinta y ocho años. Jesús le dio prioridad de
entre esa gran multitud de personas débiles, y le preguntó:
“¿Quieres ser sano?” El entorno del milagro plantea algunas
preguntas. De esa gran multitud de personas débiles, ¿por qué
escogió Jesús sanar solo a este hombre? ¿Por qué Jesús no sanó a
todas esas personas recostadas junto al estanque? ¿Y por qué le
preguntó Jesús a un hombre que había estado sentado junto a este
estanque por treinta y ocho años si quería ser sanado?
Los profesionales de la salud experimentados le dirán que
esta pregunta no está tan fuera de lugar como podría parecer.
Algunas personas son hipocondríacas y en realidad no quieren ser
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
52
sanadas. La sanidad involucra más que el deseo de estar bien.
Debemos reconocer la cruda realidad de que solo el poder de
Cristo puede hacer por nosotros lo que solo el poder de Cristo
puede hacer por nosotros.
El hombre contestó que había perdido toda esperanza de ser
sanado: “Señor, le respondió el enfermo, no tengo quien me meta
en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo
voy, otro desciende antes que yo” (7).
Este hombre había perdido toda esperanza en el poder del
estanque para sanarlo. Se había dado cuenta de que nunca
llegaría al estanque antes que otro hombre por su cuenta, y que
por lo tanto el estanque nunca podría sanarlo. Al haberse dado
por vencido con relación al estanque, estaba buscando sanidad en
otro lado. Es muy posible que haya estado orando a Dios para que
lo sanara directamente, sin tener en cuenta y más allá de la
superstición impotente del estanque de Betesda. Y es ahí donde
lo encontró Jesús: esperando un milagro. Y lo encontró en Jesús.
Muchas personas buscan fuera de la caja del poder de Dios
el poder para sanar. Tienen muchos “estanques de Betesda” que no
pueden darles la sanidad integral que necesitan y que están
buscando. Se vuelven hacia el materialismo o la
autosatisfacción. Acuden a una variedad de “sanadores”, que
vienen de todas formas y tamaños, pero no acuden a Dios. Como
este hombre al lado del estanque, solo cuando miramos más allá
de nuestros “estanques de Betesda” y ponemos nuestra fe en el
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
53
poder de Cristo podemos comenzar a ser sanados de adentro hacia
fuera de la forma que solo Cristo puede sanarnos.
La aplicación de esta historia tiene dos partes. Primero,
debemos preguntarnos si queremos ser sanados en primer lugar, y
luego si creemos que solo Cristo puede sanarnos. Segundo,
debemos preguntarnos si valoramos todas las demás personas
sufrientes e impotentes de este mundo, como hizo Jesús.
Solo unos pocos versículos antes de este pasaje encontramos
que Jesús desafía a sus discípulos a poner en acción su amor por
las personas como la mujer samaritana, que estaba lista para el
agua de vida: “¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para
que llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y
mirad los campos, porque ya están blancos para la siega” (4:35).
Hay personas en todo el mundo que están listas para recibir la
sanidad de la salvación: son como campos maduros, listos para la
cosecha. Jesús nos desafía a trabajar en esos campos, llevando
su salvación y sanidad espiritual a personas como la mujer en el
pozo y el hombre junto al estanque. ¿Confiesa usted el valor que
Jesús asignaba a las personas que sufren y que están mirando más
allá de sus pozos y sus estanques en busca de la sanidad que
solo Cristo puede traer a sus vidas?
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
54
Capítulo 14
La comprensión de las Escrituras
Ya hemos aprendido que Jesús valoraba mucho las Escrituras.
Cuando se refería a las Escrituras, se estaba refiriendo al
Antiguo Testamento, dado que el Nuevo Testamento aún no había
sido escrito. Sus primeras palabras fueron: “Está escrito”, y su
pregunta favorita era: “¿Nunca leísteis en las Escrituras?”
No olvide observar, mientras lee los Evangelios, que Jesús
valoraba intensamente la comprensión de las Escrituras. En su
Sermón del Monte enseñó que no estaba cambiando “ni una jota ni
una tilde” del Antiguo Testamento, sino que estaba cumpliendo el
espíritu y el significado de las Escrituras. La carga de su
corazón cuando habló estas palabras era que quienes se le
unieran en ese monte comprendieran las Escrituras (Mateo 5:17-
20).
Cuando estaba trabado en un diálogo hostil con los líderes
religiosos, según registra Juan ese diálogo, uno de los primeros
temas que planteó Jesús fue la comprensión de las Escrituras
(Juan 5:39-40). Jesús elogió a los fariseos por ser expertos de
la Biblia. En esencia, les dijo: “Ustedes examinan e investigan
y diseccionan las Escrituras, pero no las comprenden. Toda la
Escritura testifica de mí, pero ustedes no quieren venir a mí
para tener vida eterna.”
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
55
Jesús estaba diciendo a estos fariseos (y a usted y a mí),
que las Escrituras no son un libro de texto sobre los orígenes,
o una historia de la civilización. Las Escrituras son un libro
de texto sobre la salvación, y presentan el contexto histórico
en el cual esa salvación y ese Salvador llegaron al mundo.
Aprendemos de este encuentro que Jesús dijo que estos eruditos
de la Biblia nunca podrían entender las Escrituras a menos que,
o hasta que, entendieran que las Escrituras se referían a Él.
Según Jesús, las Escrituras son las palabras sagradas de Dios
con relación a la historia de la redención y el Redentor a
través de quien llegó esa redención. Las Escrituras del Antiguo
Testamento testifican acerca de Cristo y de cómo Él vino para
salvar a los hombres del pecado y reconciliarlos con Dios.
Oswald Chambers llamó al versículo 39 del quinto capítulo
del Evangelio de Juan el versículo clave de la Biblia, porque
abre nuestra comprensión de toda la Biblia. Esta verdad que
compartió Jesús con los líderes religiosos muestra la misma
carga que expresó en el Sermón del Monte: que las personas
entendieran las Escrituras.
Las últimas palabras de Jesús también hablaron del valor
que asignaba a las Escrituras. Después de su resurrección, y
antes de su ascensión, dijo a los apóstoles y a los que estaban
reunidos con Él: “Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por
todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que
de él decían. (...) Estas son las palabras que os hablé, estando
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
56
aún con vosotros; que era necesario que se cumpliese todo lo que
está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los
salmos. Entonces les abrió el entendimiento, para que
comprendiesen las Escrituras; y les dijo: Así está escrito, y
así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los
muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el
arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones,
comenzando desde Jerusalén” (Lucas 24:27; 44-47).
Jesús comenzó su ministerio expresando su carga de que las
Escrituras fueran comprendidas, y finalizó su ministerio
expresando esa misma carga. Sus enseñanzas y diálogos con los
que se le oponían y quienes eran sus seguidores más consagrados,
mostraron su pasión por guiar a las personas hacia la
comprensión de las Escrituras. Comenzó su ministerio
proclamando: “Está escrito” y preguntando a las personas:
“¿Nunca leísteis en las Escrituras?” Finalizó su ministerio
desafiando a los apóstoles y a sus discípulos a comprender la
clave que puede abrir su comprensión de las Escrituras: Que todo
lo que está escrito en la ley de Dios por Moisés, en los salmos
y en los profetas, tiene que ver con Él.
¿Acaso no confirma el valor que Jesús asignaba a las
Escrituras saber que, del principio al final, el énfasis de su
vida y su ministerio tuvo que ver con que las Escrituras fueran
comprendidas y aplicadas a las vidas de los hombres?
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
57
Por supuesto, el desafío se convierte en la pregunta para
nosotros: ¿Confesamos nosotros el valor que Jesús asignaba a las
Escrituras, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, en
nuestras propias vidas? ¿Creemos que testifican acerca de la
redención de todos los hombres a través del Hijo de Dios,
Jesucristo? ¿Creemos que contestan las preguntas que tenemos
acerca de vivir la vida y vivirla bien? ¿Y somos capaces de
responder a todas las tormentas y circunstancias de nuestras
vidas en el espíritu de las primeras palabras de Cristo: “Está
escrito”?
Capítulo 15
Jesús me ama
¿Se ha preguntado alguna vez cómo sería contemplar el
rostro de Jesucristo y tener una conversación con Él? Esa sería
una experiencia que cambiaría su vida por muchas razones, pero
tal vez la razón más dinámica es el amor que usted habría visto
en ese rostro. Quienes caminaron y hablaron con Jesús estaban
convencidos de su amor por ellos, y su seguridad de este amor se
demuestra a lo largo de los cuatro Evangelios.
En el capítulo once del Juan, vemos un encuentro entre
Jesús y las dos hermanas, María y Marta, que irradia el amor que
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
58
Jesús tenía por ellas y su hermano, Lázaro. Lázaro estaba
enfermo, y las dos mujeres mandaron a decir a Jesús,
desesperadamente: “Señor, he aquí el que amas está enfermo” (3).
La palabra que usaron para “enfermo” en su mensaje a Jesús
indicaba que su hermano se estaba muriendo.
Lázaro es descrito como un hombre al que Jesús amaba, y se
nos dice que Jesús permaneció donde estaba porque amaba a Lázaro
y a sus hermanas. Podemos imaginarnos cuánto sabían estas tres
personas que Jesús los amaba. Más tarde, después que Lázaro
murió y Jesús fue a la tumba, leemos que “Jesús lloró” (35). El
idioma original sugiere que el cuerpo de Jesús se sacudió en
sollozos por su pena, y quienes lo vieron llorar dijeron: “Mirad
cómo le amaba” (36). Era obvio no solo para María y Marta que
Jesús amaba a Lázaro, sino también para aquellos judíos que
habían venido para compartir el duelo con ellas.
En el capítulo diez del Evangelio de Marcos, leemos acerca
del joven que llamamos “el joven rico”. Este hombre se acercó a
Jesús para averiguar lo que necesitaba hacer para tener vida
eterna. El Evangelio de Marcos dice: “Entonces Jesús, mirándole,
le amó” (21). El idioma original sugiere que esta fue una mirada
profunda, una mirada fija que comunicaba un amor inquebrantable
por el joven. El joven rico no hizo lo que Jesús le dijo que
hiciera si quería hallar la vida eterna. Algunos piensan que
este joven fue el autor del Evangelio de Marcos, porque Marcos
es el único escritor de los evangelios que registra este detalle
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
59
intrigante de la mirada fija de amor de Jesús antes que este
joven se alejara de su oportunidad para tener la vida eterna.
Una cosa podemos decir con seguridad acerca de este joven: que
supo que era amado por Jesús cuando Él lo miró fijamente y
demostró que lo amaba.
Jesús amó a todos los que se cruzaron con Él durante su
vida, aun los publicanos y los pecadores. Sabemos esto por la
forma que escogió pasar su tiempo, cenando en sus mesas y
caminando con ellos en las ciudades. Deseaba pasar tiempo con
ellos y comunicar la vida eterna que estaba disponible, no solo
para los espiritualmente privilegiados sino también para
personas pecadoras como ellos. Los que estaban en el extremo
receptor de su amor respondieron con gratitud y un asombro
anonadado, como esa mujer que cayó a sus pies y los ungió con
aceite precioso y sus propias lágrimas (Lucas 7:36-38).
Los discípulos de Jesús también sintieron su amor. El
Evangelio de Juan atestigua del amor de Cristo. Juan se llamó a
sí mismo “el discípulo al cual Jesús amaba” en varias ocasiones
en ese Evangelio (13:23; 19:26; 20:2; 21:7, 20). Juan era
plenamente consciente del hecho de que Jesús lo amaba. Sesenta
años después de caminar con Jesús como uno de los apóstoles,
Juan dedicó el último libro de la Biblia, Apocalipsis, a
Jesucristo con estas palabras: “Al que nos amó, y nos lavó de
nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes
para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
60
los siglos” (1:5-6). Jesús había dicho a los colegas de Juan en
la “Corporación de Mariscos Zebedeo” que si lo seguían los haría
pescadores de hombres. Sesenta años después, Juan dice: “nos
hizo reyes y sacerdotes.” Pero, sobre todo, ¡Juan recuerda que
“nos amó”!
Jesús amó a todos los que se cruzaron con sus tres años de
ministerio público: los pecadores y los publicanos, los ricos y
los pobres, sus amigos, sus apóstoles y discípulos; y todos
ellos sabían que eran amados. ¿Está usted consciente de la
realidad gloriosa de que Él tiene la misma calidad de amor para
usted? Hace unos años, se le preguntó a un teólogo famoso que
indicara la verdad más profunda que hubiera escuchado jamás.
Después de pensar profundamente un tiempo, contestó: “Cristo me
ama, bien lo sé; su Palabra dice así.” ¿Confiesa usted el valor
que Jesús asignaba al amor? ¿Saben las personas que se cruzan
con su vida que son amadas con un amor que viene a través de
usted pero que no es suyo?
Mi vida fue cambiada para siempre cuando comencé a pedir al
Cristo resucitado y viviente que me colocara estratégicamente
entre todo el amor que es Él y todo el dolor y las heridas de
las personas sufrientes que cruzan mi camino en cualquier día
dado. Yo le recomiendo que pida al Cristo amoroso que haga lo
mismo en usted. Cuando lo haga, descubrirá dónde está Él, y
dónde querrá pasar usted el resto de su vida.
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
61
Capítulo 16
Ovejas perdidas
Según los cuatro Evangelios, Jesús identificó un valor
cuando estuvo de acuerdo con Isaías en que éramos como ovejas
perdidas, y que Dios es como un gran Pastor amoroso al que le
encanta buscar y recuperar sus ovejas perdidas:
“¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde
una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va
tras la que se perdió, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra,
la pone sobre sus hombros gozoso; y al llegar a su casa, reúne a
sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he
encontrado mi oveja que se había perdido. Os digo que así habrá
más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por
noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento”
(Lucas 15:4-7).
Jesús vino al mundo para salvar personas perdidas (Lucas
19:10). Vino a traer sanidad espiritual a los que estaban
enfermos, heridos y necesitados de un médico. Pero, como hemos
visto en numerosas ocasiones, los líderes religiosos farisaicos
no se sentían cómodos con los pecadores que amaba Jesús.
Criticaban a Jesús porque pasaba tiempo con los pecadores. Se
ofendían especialmente cuando Jesús los invitaba a compartir su
compasión por esas personas perdidas y heridas.
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
62
Parecían incapaces de ver las personas ciegas, cautivas y
de corazón quebrantado que Isaías describió en la gran profecía
que Jesús adoptó como su Manifiesto. Cuando veían a esos
pecadores que rodeaban a Jesús tan a menudo, todo lo que podían
ver era lo que para ellos eran la “masa” de pecadores y
publicanos. Jesús desafió a los fariseos y escribas a ver a
estas personas como Dios las veía.
Una de las formas en que Jesús compartió su visión con los
líderes religiosos fue decir que Dios veía a estos pecadores
como ovejas perdidas. Después de todo, el príncipe de los
profetas, Isaías, predicó que cada uno de nosotros es una oveja
perdida hasta que somos encontrados por el gran Pastor (Isaías
53:6).
Si usted se siente tan indefenso como una oveja perdida,
sepa que es muy valioso para Dios, y que Jesucristo vino a este
mundo para personas como usted. Él vino para morir por usted. Si
Jesús estuviera pasando por su pueblo hoy, probablemente
escogería pasar todo el día con usted, así como pasó todo el día
con un pecador llamado Zaqueo (Lucas 19:1-10). Él está parado a
la puerta de su vida hoy, y golpea pacientemente porque quiere
que usted abra la puerta de su vida, responda a su amor y
perdón, y lo reconozca como su Pastor (Apocalipsis 3:20).
Cuando usted se haya convertido en una de esas ovejas
perdidas que el Buen Pastor vino a buscar, ¿confesará el valor
que Cristo da a las demás ovejas perdidas que vino a buscar y
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
63
salvar? Cuando Jesús reveló quién era Dios y el sistema de
valores de Dios, enseñó que Dios asigna un valor tremendo a las
personas perdidas. El Cristo resucitado y viviente quiere que
confesemos sus valores y nos unamos a Él en su gran misión de
llevar salvación a las personas perdidas y sufrientes de este
mundo.
Capítulo 17
Monedas perdidas
“El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se
había perdido” (Lucas 19:10). Ese es el versículo clave del
Evangelio de Lucas y la declaración de misión de Jesucristo. En
el capítulo quince del Evangelio de Lucas, ya hemos considerado
el valor que asignaba Jesús a las “cosas perdidas” de este
mundo. Su “parábola de las cosas perdidas” representa la
redención que Cristo vino a traer a todas las personas perdidas
del mundo. Hemos considerado esta parábola en un estudio
anterior. Usted recordará que el entorno en el cual Jesús contó
esta gran parábola eran dos círculos concéntricos de personas
que lo rodeaban. Los que estaban perdidos y deseaban
fervientemente encontrar el perdón de sus pecados habían formado
un círculo interior cerrado alrededor de Jesús, y los que eran
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
64
fariseos santurrones y deseaban mantenerse lejos de todos los
transgresores de la Ley habían dado varios pasos hacia atrás y
habían formado un círculo mayor alrededor del círculo interior
donde los pecadores estaban siendo salvados.
Su parábola estaba dirigida al círculo exterior, porque en
ella estaba tratando de explicar al círculo exterior lo que
estaba ocurriendo en el círculo interior. También estaba
invitando al círculo exterior a participar con Él en el milagro
que estaba ocurriendo en el círculo interior. Para lograr ese
objetivo de su misión, contó algunas parábolas acerca de “cosas
perdidas”. A través de estas parábolas, los pecadores se darían
cuenta de su gran valor a los ojos de Dios, y los fariseos
comprenderían cómo el corazón amoroso de Dios desborda de amor
por todos los hombres, y se regocija cuando las vidas perdidas y
destrozadas son rescatadas a través del arrepentimiento y la
salvación.
Una de estas parábolas en Lucas 15 tiene que ver con una
moneda valiosa que había perdido una mujer y que trató de
encontrar diligentemente: “¿Qué mujer que tiene diez dracmas, si
pierde una dracma, no enciende la lámpara, y barre la casa, y
busca con diligencia hasta encontrarla? Y cuando la encuentra,
reúne a sus amigas y vecinas, diciendo: Gozaos conmigo, porque
he encontrado la dracma que había perdido. Así os digo que hay
gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se
arrepiente” (8-10).
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
65
Algunos eruditos creen que esta moneda perdida se refiere a
una de las diez monedas que una mujer prometida usaba sobre su
frente para indicar fidelidad a su esposo. Si le era infiel,
debía quitar una de las monedas. Pero si la mujer no había sido
infiel sino que simplemente había perdido una de las monedas,
¡puede imaginarse con cuánta desesperación buscaría esa moneda!
Y puede imaginarse cuánto se regocijaría al encontrarla.
Si ese es el contexto cultural en que fue dada esta
enseñanza, y el tamiz cultural a través del cual uno debería
interpretar esta parábola, entendemos que Jesús estaba diciendo
al círculo exterior que algunas de las personas perdidas que lo
rodeaban estaban perdidas simplemente porque no podían encontrar
la dinámica espiritual para experimentar la santidad o la
santificación. No estaban perdidas en el sentido de que debían
ser despreciadas y rechazadas por el pueblo de Dios. Necesitaban
ayuda en su intento de mantener las diez monedas en su lugar en
su relación con Dios.
Esta historia es también un cuadro de la redención. Cuando
hablamos de la redención, queremos decir que algo que perteneció
una vez a alguien se perdió y luego fue recuperado, generalmente
a través del pago de un precio. En este sentido, la cosa
recuperada fue comprada dos veces: la primera vez cuando la
persona tomó posesión de ella, y luego de nuevo cuando fue
recuperada por un precio. De la misma forma, primero
pertenecimos a Dios porque Él nos hizo. Pero, debido a que el
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
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pecado nos separó de Dios, estuvimos perdidos para Él, y a fin
de recuperarnos, o redimirnos, Dios tenía que volver a
comprarnos; lo cual hizo, a través del sacrificio expiatorio de
su Hijo perfecto, Jesús.
Un niño construyó un barquito de juguete con su padre. Les
encantaba colocar el barquito en las aguas del océano cerca de
donde vivían. Un día, estaban haciéndolo flotar en el océano
cuando una corriente se llevó al barquito lejos de ellos, mar
adentro. Unas semanas más tarde descubrieron al barquito en la
vidriera de un negocio en la playa. Se desilusionaron cuando el
dueño insistió en que debían pagar por él. Después que lo
compraron, mientras el niño salía del negocio, le dijo a su
barquito: “Eres mío dos veces. Eres mío porque te hice, y eres
mío porque te compré.”
Esas palabras que el niño dijo a su barquito de juguete son
una buena definición de la palabra bíblica “redención”. Él había
redimido a su barquito. Así como él había hecho su barquito y
volvió a comprarlo, Dios nos hizo y nos volvió a comprar. El
precio que pagó fue la vida de su Hijo unigénito. Este concepto
de la redención está ilustrado por esta moneda que se pierde y
vuelve a recuperarse.
Al hablar a los que estaban fuera del círculo interior,
Jesús estaba diciendo a los fariseos que los pecadores que lo
rodeaban eran más que meros pecadores. Eran personas que habían
sido formadas por Dios, estaban perdidas y habían sido
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
67
recuperadas. Y, de la misma forma en que la mujer se regocijó al
encontrar y recuperar su moneda perdida, los ángeles del cielo
se regocijaban porque estos pecadores perdidos habían vuelto a
la familia de Dios. Jesús estaba desafiando a los fariseos a
cambiar su esquema mental acerca de los pecadores de ese círculo
interior, que eran como monedas perdidas que necesitaban ser
recuperadas, y asignarles el mismo valor que Él les asignaba.
¿Es usted una moneda perdida? Si usted es una de las
monedas perdidas de este mundo, dése cuenta de que Jesucristo le
asigna un gran valor. Él está buscando diligentemente
recuperarlo y reclamarlo como suyo, y todos los ángeles del
cielo gritarán de alegría cuando eso ocurra. Si ya ha sido
encontrado y redimido, como el barquito de ese niño, ¿tiene
compasión por las demás monedas perdidas de este mundo?
¿Confiesa usted el valor que Jesús asignó a las monedas (vidas)
perdidas que necesitan ser reclamadas y restauradas a su Dios?
Capítulo 18
Hijos perdidos
Después que enseñó al círculo exterior acerca del valor de
las monedas perdidas, Jesús continuó con la parábola del hijo
pródigo: “Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
68
su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde;
y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo
todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y
allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente.
“Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en
aquella provincia, y comenzó a faltarle. Y fue y se arrimó a uno
de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su
hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre
de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba.
“Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi
padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me
levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra
el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo;
hazme como uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su
padre.
“Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a
misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y
el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y
ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero el padre dijo a sus
siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo
en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y
matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto
era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron
a regocijarse” (Lucas 15:11–24).
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
69
Hemos visto que el contexto de esta enseñanza cae dentro de
una conversación que Jesús estaba teniendo simultáneamente con
los pecadores y los fariseos. Mientras los fariseos estaban
perturbados por la interacción de Jesús con estos pecadores,
Jesús respondió a su enojo con un desafío. Era como si les
estuviera diciendo: “Lo único que ven ustedes aquí son pecadores
y publicanos, pero Dios ve hijos perdidos. Algunos de estos
pecadores son hijos de Dios que ejercieron su libre albedrío
para dilapidar sus vidas en el mundo. Pero Dios ha usado las
consecuencias de sus necias decisiones para traer a estos hijos
de vuelta a la casa de su Padre. Y eso es lo que importa en el
cielo. Todos los ángeles están regocijándose. ¿Por qué no se
regocijan ustedes?”
El padre en esta parábola era lo suficientemente permisivo
como para permitir a su hijo ejercer su libre albedrío, y así es
como Dios responde a nosotros. Él permite que tomemos decisiones
necias, aun cuando vayan en sentido contrario a su voluntad
directiva. Él permite las consecuencias de nuestras decisiones
necias que nos hacen recapacitar, y nos hacen regresar
decididamente a la voluntad del Padre para nuestras vidas.
Si usted es como el hijo pródigo, si ha estado en el país
lejano, malgastando su vida “viviendo perdidamente”, de forma
que su “banquete de las consecuencias” consiste en hierbas
amargas, dése cuenta de que su Padre celestial lo ama. Aun
cuando Él es lo suficientemente permisivo como para permitirle
Fascículo 15: Los valores de Cristo Parte 1
70
que tome decisiones erradas, le duele verlo malgastar tantos
años de su vida. Pero las Buenas Nuevas son que Él está
dispuesto a venir corriendo por el camino para abrazarlo
afectuosamente cuando recapacite y vuelva al hogar. Cuando aún
lo vea “de lejos”, correrá hacia usted y lo tomará en sus
brazos.
¿Confiesa usted el valor que Cristo asignó a los hijos
pródigos? Si usted no es un hijo pródigo y nunca ha sido un
pródigo en toda su vida, ¿tiene el amor de Cristo en su corazón
por los que lo son? ¿Y se llena de gozo cuando vuelven? La
dirigencia religiosa no confesaba el amor de Cristo por los
hijos pródigos de Dios. No solo se abstenían de la celebración
cuando volvían los pródigos; estaban descontentos con la
celebración. Solo podían ver publicanos y pecadores en ese
apretado círculo interior que rodeaba a Jesús.
Si estamos en contacto con el amor de Cristo que vive en
nuestros corazones hoy, descubriremos que Él nos está desafiando
a dar la bienvenida y afirmar a los hijos perdidos cuando
vuelven al hogar. Como los ángeles en el cielo, regocijémonos
cuando los hijos pródigos de Dios se arrepienten y vuelven al
hogar. Como el Padre mismo, ¡abracémoslos, dejemos a un lado sus
negativas a ser parte de la familia de Dios, pongámosles el
anillo y el vestido, y tengamos una gran celebración! Hay hijos
e hijas de Dios que estaban perdidos y han sido encontrados.
Estaban muertos, ¡pero ahora están vivos nuevamente!
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