reflexiones sobre los contactos entre el duero medio … · 2017-04-29 ·

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<Úompmmm Extra, 6 (1), 1996: 313-326

LA CULTURA DEL SOTOREFLEXIONES SOBRE LOS CONTACTOS ENTRE EL DUERO MEDIO Y LASTIERRAS DEL SUR PENINSULAR DURANTE LA PRIMERA EDAD DEL HIERRO

FernandoRomeroCarnicero,Maria LuisaRamírezRamírez*

Res uasnv.- A través de una serte de elementos —cerámicas a mano piníadas,fibu las de doble resorte, cuchi-llos de hierro y faunas alóctonas— se analizan las relaciones entre la cultura del Soto, desarrollada en elDuero medio, y el mediodia de la Península Ibérica durante la primera Edad del Hierro.

Ansmia.- Through several elements —haud-made painted pottery, double springed hrooches, iron knivesandforeign fauna— we analyse the reíations bemween the Soto Culture, developed in mise middle valley of the ri-verDuero and tite Southern Iberia,, Peninsula during mise Ear¡v Iron Age.

P,í.up.n.is Cn.w Primera Edad del/fierro. Palie Medio del Duero. Cultura del Soto, intercambio de abfrtosde prestigio, Mediodía de la Península Ibérica.

ACer Wonns: Early Iron Age, Middle Duero l3asin, Soto Culture, Trade ofprestige goods, Southern IberianPeninsula.

1. INTRODUCCiÓN

Cuando hablamosde la primera Edad delHierro en el Dueromedio pensamosen un puntodereferencia obligado: la estaciónvallisoletanade ElSoto de Medinilla (Palol y Wattenberg1974: 181-93,f’gs. 61-6, láms. XV-XXI; Delibes, Romeroy Ramí-rez 1995). Ahorabien, pese al carácterexcepcionalqueen sumomentosele otorgó,ya en la mismaCar-ta Arqueológica de Valladolid se señala la existencia

de yacimientosdeidéntico signo(Palol y Wattenberg1974: 34), y su número, como avalan los distintosmapasde dispersiónpublicadosa lo largo de estosúltimos años,no ha hechosino inerementarse(Mar-tín Valls y Delibes 1978: fig. 1; Esparza1983: mapa3; Martín Valls 1986-87: flg. 3; González-Tablas1989: fig. 4); además,y en estetiempotambién,va-rios de ellos hansido objetode excavacionesarqueo-lógicas.No es de extrañar,por tanto,quehoy en díaentendamoscomo sinónimosprimera Edaddel Hie-rro en el Duero medio y cultura del Soto (Romero1985:88-95; González-Tablas1988-89;Romeroy Ji-meno1993: 188-200;Delibeset al. 1995:59-88).

Una de las cuestionesqueno ha pasadode-sapercibidaa la investigacióny que ha venidosiendo

objetode discusiónenrelación conla culturadcl So-to es la de su origeny filiación (Romeroy Ramireze.p.). Y si Palol insistíadesdesus primerostrabajosen cl caráctercéltico del emblemáticoenclavemese-

tdño (Palol 1958, 1961, 1963a, 1963b, 1964, 1966,1973, 1974; Palol y Wattenberg1974: 32-6), no esmenoscierto queuno de los elementosmássingula-resy definitoriosdel mismoencajabadificilmente enun contextode origen pretendidamentecentroeuro-peo: la plantacirculardesusviviendas;de ahí queyael propio Palol, al pocode iniciadaslas excavacionesen la estaciónvallisoletana,api.mtarala idea de quetal rasgofiera un aportemediterráneo(Palol 1958:¡85, 1966: 29, 1974: 98; Palol y Wattenberg1974:33 y 193). Desdeentoncesy hastanuestrosdías,tal ycomo se recogeya en numerosostrabajos(Romero1985: 94-5; Esparza 1986: 365; Alinagro-Gorbea1986-87:40-1, 1987: 3 16-7; Benet,JiménezyRodrí-guez1991: 134; Delibesy Romero1992: 251; Rome-ro y Jimeno1993: 199-200; Delibes et al. 1995: 81-2), se ha venidoproponiendoidéntico origenparanopocosaspectosde esta cultura, si bien esverdadqueen algunoscasosello no dejade serproblemático.Esprecisamentea estacuestión,tan caraa la trayectoriainvestigadorade M. Fernández-Miranda,a la que

* ÁreadePrehistoria.DepartamentodePrehistoria,Arqueología,AntropologíaSocialy Cienciasy TécnicasHistoriográfx-

cas. Facultadde Filosofiay Letras. Universidadde Valladolid. Plazade la Universidad,1.47002Valladolid.

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Fig. t.- Yacimientos de la cultura del Soto mencionados cn el texto: 1. El Casritto (Burgos); 2. Roa (Burgos); 3. El Soto de Medinilla(Valladolid); 4. Simancas(Valladolid); 5. Cerro de San Pelayo (Castrom~ho,Palencia); 6. Gusendos de los Oteros (León); 7. El Castro(Villacelan~a, León); 8. El Castillo (Los Barios de Luna, León); 9. Castro de Sacoojos (Santiago de la Valduema, León); 10. Valencia deDon Juan (León); ti. ElPesadero(Manganesos de la Polvorosa, Zamora); 12. Los Cuestos de la binación (Benavente, Zamora); 13. CastrodeLaMagdalene (Milles de la Polvorosa, Zamora); 14. El Castro (Caniarzana de ¡‘era, Zamora); 15. E/Castillo (Manzanal de Abaio, Zaino.ra); 16. El Cerco (Sejas de Miste, Zamora); 17. La Aldehuela (Zamora); 18. El Picón de la More (Encinasola de los Comendadores, Sala-manca); 19. Plaza de San Martin (Ledesma, Salamanca); 20. Cerro de San Vicente (Salamanca); 21. Cerro de San Pelayo (Martinan,or,Salamanca); 22. La Mola (Medina del Campo, Valladolid); 23. Aimenara de Adaja (Valladolid); 24. Cuéllar (Segovia).

queremosdedicarlaspáginasquesigueny rendirconello tributo a su personalidadacadémicay, sobreto-do,a su hondohumanismoy cordial amistad.

No es nuestraintención,de cualquierforma,extendernosen todos y cadauno de los rasgosquehan reclamadola atenciónen este sentido, máximecuando, aunquebrevemente,hemos tenido ocasióndereflexionarsobreel panicularenun último trabajo(Romeroy Ramireze.p.). Así, no habremosde dete-nernosen el problemaya comentadode las vivien-das,ni siquieraen el de la pintura mural, al queyaaludieronen su día Martín Valls y Delibes (1978:228-9),pueshansido desarrolladosen algunosestu-dios recientes(Romero1992; Ramírez¡995); y otrotantocabedeciren relacióncon la murallade adobesy empalizadadela estaciónepónima,a la queno ha-cemuchose hanreferidoEsparza(1983: 94) y Moret(1991: 25-6). Tampocoparece necesarioinsistir so-

bre algunosmaterialesarqueológicos,caso, en pri-mer lugar, de ciertas formas cerámicas,pues si yaPalol (1974: 97) apuntócon caráctergenéricosusco-nexíonesconel mediodia,ello hasido sufIcientemen-te tratado, en concreto,para los platos o tapaderas(Martín Valls y Delibes 1978: 229), los vasitoscare-nados(Romero1980: 139-45)y ciertascopas(Celis1993: 119 y 123); o. en segundolugar, de algunoselementosmetálicoscomo los brazaletesen omega(Campanoy Val 1986: 32-3; Esparza1990: 106,1995: 134) o, incluso,el jarro de Coca, por másquese hayapropuestorelacionarlocon la ocupaciónsote-ña del lugar (Romero,Romeroy Marcos 1993: 255-6). Y ni tan siquierahabremosde ocupamos,por úl-timo, de losenterramientosinfantilesbajoel suelodelas viviendas(Delibeset al. 1995:78 y 82).

Nos centraremos,en definitiva, en unaseriede elementosque, como las cerámicaspintadas,las

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fibulas dedoble resorteo los primerosobjetosde hie-rro, permitenalgún tipo de comentariode índole cro-nológica.dadoque se conoceya un considerablenú-merode cjemplaresy quesu conlextualizaciónvieneafianzándosea partirdc las másrecientesexcavacio-nes arqueológicas y dataciones radiocarbónicas:igualmente,y teniendoencuentaademáslo sugestivode las mismas, nos referiremosa ciertas faunas co-mensalesy especiesasociadas,documentadastam-biénen los últimos trabajos.

2. ELEMENTOS DE PRESTIGIODEORIGEN MERIDIONALEN EL MUNDO SOTO

En primer lugar, y por lo que tienequevercon las cerámicas pintadas, recordaremoscómo fue-ron documentadaspor Palol en el Soto 1, quefechabaentreaproximadamenteel 800 y el 650 a.C.,y cómoel mencionadoautor las relacionócon las centroeuro-peasdel Ha C (Palol 1966: 30. 1974: 97; Palol yWattenberg1974: 192), incluyéndolas,por tanto,en-tre las durantelargo tiempo denominadashallstátli-cas; dichasespecies,habida cuentala bicromia dcsusdecoraciones,fueron adscritaspor Almagro-Gor-bea(1977: 458-60, fig. 189) al tipo A’feseta, datadoentrelos siglos VII y V a.C., cuyo origen rastreaenel Andaluz.El númerodevasijasa mano, hoy cono-cidas. decoradasconpinturas,y procedentesde yaci-mientossoteños,ofrecenuna amplia diversidadfor-mal y. sobretodo, decorativa,lo queimpide conside-rarlas como un todo homogéneo,aunque, en cual-quier caso, siga siendo el mediodía peninsularelpuntoobligadode referenciaa la horade suclasilica-ción.

Y así,como una síntesisentrelas cerámicaspintadasde tipo Carambolo, definido igualmenteporel investigadorcitadoen último lugar (Almagro-Gor-bea 1977: 120-25, f¡gs. 53 y 189), y las de retículabruñidainterna se ha entendidoel cuencomonócro-mo. con pinturas rojas tanto en su exterior como alinterior, dondesedesarrollaunacomposicióngeomé-trica. hallado en el Ceno de San Pelayo (Martina-mor, Salamanca);localizado en el nivel VI, ha sidofechado,en virtud de dosdatacionesradiocarbónicasobtenidasparala basedel mismo, en la segundami-tad del siglo VIII a.C. (Benet 1990).Dichacronolo-gia en nadarepugnaba,en principio, a la propuestapara los tipos aludidosy. en particular.para el pri-merodcellos, que,deacuerdounavezmásconlo di-cho por Almagro-Gorbea(1977: 459).seinscribeen-tre los siglos IX y VIII a.C. Ahorabien,convienere-cordar, como en algunamedidahiciera Benct (1990:

89). quetanto la forma del vasosalmantino,como sudecoraciónradial y el tono rojo vinosode la mismarespondenmejora las caracteristicasde ciertascerá-micasdel Bajo Guadalquiviry, en concreto,a las delas copasde paredesfinas de la zonaonubense(Ca-brera 1981: 325-8, figs. 85 y 87); y, asimismo,quedichaspiezas,quecorrespondenal tipo GuadalquivirII/San Pedro JI, constituyen una novedaddentro delas pintadasdel BronceFinal del Suroestequese ha-bría impuestoen unasegundafasedel mismo coinci-diendo con el impulso colonial fenicio, centrándosesu cronologia en el siglo VII a.C. (Cabrera 1981:329-30), aunquebien pudieranremontarsea media-dos del VIII, momentoque marcaríajustamenteelfin, comososteniapoco despuésRuizMata(1984-85:243), del estilo Carambola o Guadalquivir 1, vincu-lado al mundo geométricomediterráneo.A la vistade todo ello la cronologíadefendidapara el vasodeMartinamorpudierapareceralgo antigua,máximesirecordamosque un vasoanálogo,formal y decorati-vamente,no hacemucho recuperadoen el solar dePortaceli (Medellín, Badajoz), ha sido fechadoini-cíalmenteen torno a la primera mitad del siglo VIIa.C. (Almagro-Gorbeay Martin Bravo 1994: 112,fig. 21-1)y aúnsi tenemosen cuentaque,con poste-rioridad, se lleva a la segundamitad de ¡a centuriaanterior (Jiménezy Haba 1995:23841 y 243. fig. 4).

Con las del tipo Medellín sehanrelacionadolas de la Plazade San Martín deLedesma(Salaman-ca) (Benet,Jiménezy Rodríguez1991:129-30,134 y136, f¡g. 5-14 y 15, lám. VI) y La Aldehuela(Zamo-ra) (Santos1988: 102-4, 1990: 228-32, láms. 2 y 3).Detallesque tienenque ver con la propia forma delos recipientes—de pequeñoo medianotamañoy debocaancha,estoes, platos, fuentesy cuencos,en elcasosalmantino,y cuencosconfondo de casquetees-férico y una muysuavecarenaqueda pasoya al bor-de en el zamorano—,consuscaracterísticascromáti-cas —en ambosenclavessoteñosempleo,por lo ge-neral,del rojo como fondo,pero también,aunquedeforma más excepcional,del negro, trazándosehabi-tualmentelos motivos en blancoo amarillo—,con latemáticadecorativa—apartelaornamentacióndeca-ráctergeométrico,se identifican,al menosen La Al-dehuela,representacionesde palmetascon los extre-mosrematadosen flores de loto esquematizadas—yhastaconla composición—seespeculaconla posibi-lidad de quealgunode losvasoszamoranosdesarro-llara en su fondo un esquemadecorativoradial conlas puntasterminadas,una vez más,en flores de lo-to— se muestranperfectamenteacordescon lo apre-ciadoen la estaciónpacense(Almagro-Gorbea1977:454-él, fug. 116, láms. LXVIII, LXIX, LXXV-LXXVIII). En la localidad salmantinase fechan en

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tornoa la primera mitad de la séptimacenturiaa.C.(Benel, Jiménezy Rodríguez1991: 135) y a finalesde la mismao inicios de la siguienteen la zamorana(Santos1988: 105, 1990:232).

Distintas son, por otro lado, las vasijas deLos Cuestosde la Estación(Benavente,Zamora);po-co viene a decir, en estesentido,el fragmentoconapenassí unosrestosdepintura recuperadoen la fase5, a no serqueconstituyeel testimoniomásantiguodel tipo en el yacimiento. por lo que habremosdecentramosen las piezascorrespondientesa las fasessiguientes(Celis 1993: 119 y 123-4,figs. 15-1 a 4 y17-5 y 6, cuadro2). Interesanparticularmenteaqué-lías de la fase6 querespondenal modelode copasdepie bastantealto y cuerpo troncocónico,a que tuvi-mosocasiónde referimosen la introduccióna estaspáginas,y queparecenencontrarsusmejoresparale-losasimismoen Medellín e incluso,comoha vuelto arecordarhacepocoEsparza(1995: 131), en los pebe-teroso quemaperfumesde las coloniasfeniciasanda-luzas; dos fragmentosmás, pintadosen rojo sobreblancoal igual quelosanteriores,procedende la fase8. La primerade las fasesmencionadas,la 5, aunquemal conocida,se lleva a un momentode transiciónen el yacimiento,en tanto que las siguientescorres-ponderianya al que Celis califica de “madurez” o“dinamismo” (Celis 1993: 112-3 y 131), lo quenossituaríaen fechasde avanzadoel siglo VII a.C. enadelante(Romeroy Jimeno1993: 196;Romero,Sanzy Escudero1993: 12-3; Delibesel al. 1995:72).

A no excesivasconsideracionesse prestanalgunos otros fragmentosrecuperadosen el yaci-miento zamorano de El Castillo de Manzanal deAbajo o en los vallisoletanosde Simancas.El SotodeMedinilla y Almenarade Adaja. Procedede la pri-meradelas estacionesmencionadasun fragmentodetapaderacon restosde decoraciónrojiza (Eseribano1 990a: 223),cuyacronología,aúnen el supuestodequecorrespondieraa la basedel yacimiento—igno-ramosel nivel en que fuelocalizada—,no rebasaría,de acuerdoconel radiocarbono,la primera mitad delsiglo VI a.C. (Escribano1990a: 217 y 258, 1990b:216). En la segundade ellas se hallaron tres frag-mentos,que se califican como muydudosos,en el ni-vel IVE, cuya vida debió de transcurriren un mo-mento imprecisode la sextacenturia a.C.; en tantoqueotroscinco,conclarasevidenciasdepintura roja,se recuperaronenel nivel lIlA, parael quecabepen-sarenuna fecha de finalesdel siglo V o de en tomoal IV a.C. (Quintana1993: 82 y 86-90,fig. 12-5 a 7).El recientesondeoestratigráficoefectuadoenEl Sotode Medinilla nosobsequiócon un lote defragmentospintadosen rojo y/o amarillo que apenasllega a ladocena (Delibes, Romero y Ramírez 1995: 172),

identificándosesólo en uno de ellos unabandarectay motivos en zig-zag; nos parece interesantedesta-car,en cualquiercaso,suconstatacióndel octavoni-vel de hábitat en adelante,lo que, si tenemosencuentaque el inmediatamenteanterior ha ofrecidouna fechade C-14 del 725 a.C. (Delibes, RomeroyRamirez1995: 158), obliga a pensaren un momentoa partir de finalesdel siglo VIII o principiosdel VIIa.C. Porúltimo. seconoceun pequefiofragmentodelbordede un cuenco,conrestosdepintura roja enam-bas caras, procedentedel yacimientoprotohistóricoadjunto a la villa romanadeAlmenarade Adaja; unaestacióncuya ocupaciónsoteñase ha asimiladoaltradicional Soto 1, fechándoseentreel 800 y cl 700a.C. (Balado1989: 37,79-82 y 95, fig. 10-329).

Menos aún cabe decir a propósitode losprocedentesde losestablecimientosleonesesdel Cas-tro de Sacaojos,en Santiagode la Valduerna,y ElCastrode Víllacelama,con pinturasen rojo y amari-lío, en el primer caso,y sólo en rojo, enel segundo,puesdesconocemosen uno y otro el contextoy, portanto, la cronología; Celis se inclina, de cualquierfonna,por su atribuciónal clásicoSoto II y, en defi-nitiva, por una fechaparalos mismosde mediadosofinales del siglo VII a.C. en adelante(Celis 1996:50).

Bien diferente se nos ocurre, finalmente,cuantose apreciaen dosyacimientossituadosal surdel Duero y de muy parecidocomportamiento:LaMota de Medina del Campo(Valladolid) y Cuéllar(Segovia). En uno y otro se han documentadotresmodalidadespictóricas; consistiendola primera deellas enla aplicaciónde engoberojizo sobrevasosbi-troncocónicoso al interior de cuencosquemuestranen su superficieexternamotivos a peine(Secoy Tre-ceño1993: 137 y 156; Barrio 1993: 190 y 201, fig.13-37 y 38), creemoshay que relacionarlacon laatestiguadaen otrosyacimientossegovianos,casodeCoca(Romero,Romeroy Marcos1993: 234),asico-mo en el correrorHenares-Jarama,al sur ya del Sis-temaCentral (Blasco, Lucasy Alonso 1991: 113-4).Además,y sobrevasosexclusivamentebitroncocóní-cos,contamoscon pinturasbicromas,en rojo y ama-rillo —sobrefondooscuroenCuéllary sobreengobesclarosen Medina—, y, enfin, con pinturas rojasso-bre fondo amarillo enesteúltimo enclavey con poli-cromía sobre fondo blanco en el segoviano(SecoyTreceño1993: 156-9, Jigs. 4-8 y 14; Barrio 1993:190-1, figs. 9 y lo). En La Mola hayquedestacarlacomparecenciade las distintasmodalidadescomenta-dasapartirde finalesde la séptimacenturiaa.C.,asícomo la extraordinariacontinuidadquealcanzanencuadroscomo el D. dondese encuentrandocumenta-dasdesdela basey se mantienena lo largo de cinco

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niveles consecutivos(Secoy Treceño1993: 139, 142y 156); algo más tardías,por cuantoal documentarseen los pobladosII y III se fechandcl siglo VI a.C. enadelante,sonlas de Cuéllar (Barrio 1993: 195 y 201;Barrioel al. 1995: 92, tab.2).

Dadoque lasfibulas de doble resorte suelenaparecerasociadasen loscontextossoteñosa lospri-merosobjetosde hierroclaramenteidentificables,esdecir, a los cuchillos de hoja curva (Delibesel al.1995: 72; Esparza1995: 134), vamos a ocuparnosconjuntamentedeunasy otros.

Pesea la relativainsistenciade Palol sobrela ausenciade objetosmetálicosen El Soto de Mcdi-nilla y la exclusividadde una metalurgiabroncínea,a juzgar por el hallazgode moldesde fundición dearcilla, para los niveles del Soto 1 (Palol 1963a: 11,1966: 30), una última referenciaa la presenciadehierro en dichafase(Palol y Wattenberg1974: 192)ha venido utilizándosecomo basepara hablarde lasupuestaantiguedaddel nuevo metal ~c. 800450

en el mundo soteño;y si ello no dejó de sersorprendenteen su día, no lo es menosel hechodeque los más recientestrabajosllevados a caboen elyacimientovallisoletanohayanproporcionadorestosde hierro, bien que informes,desdeun momentoquecabe situar en tomo al último cuartodel siglo VIIIa.C. (Delibes,Romeroy Ramírez1995: 174: Delibesel al. e.p.). En tal fecha hay que pensar,en efecto.parael novenonivel dehábitat,encuyabasese reco-gió el restomás antiguo;dosmás procedendel nivelcuarto y de un echadizoentre los niveles sexto yquinto, nivel el primero para el que contamosconuna fecha de C-14 de 670 a.C. y en el quese hallótambiénel muelle de una fibula de doble resorte,depuentepresumiblementefilifonne (Delibes. Romeroy Ramírez1995: 158, 162 y 174-5).

Dicha asociaciónse constataasimismo alexteriorde unade las viviendasde Ledesma,en con-creto, de la segunda,correspondientea la fase 1Vpudiéndoseidentificar el objeto de hierro, en estaocasión,con un cincel de pequeñotamaiño;del mis-mo metalson,por otro lado,el fragmentoo fragmen-tos halladosen relacióncon la primeracabaña,sub-yacentea la antecitada,y la hojita recuperadaen elnivel derevueltoreconocidoentrelas fases1 y II. Fi-bula y hierros han de fecharse.tal y como tuvimosocasióndecomentaral hablarde las cerámicaspinta-das,en la primeramitaddel siglo VII a.C. (Benet, Ji-ménezyRodriguez1991: 119, 130y 135,fig. 5-18).

Escasicon seguridadLa Mola el yacimien-to soteñoquemástestimoniosha ofrecido en relacióncon cuanto ahoracomentamos.En efecto,ya en lasexcavacionesde comienzos de la década de los

ochentaproporcionódosfibulas dedobleresorte,for-mandopartedel ajuar de una inhumación infantilunadeellas (GarcíaAlonsoy Urteaga1985:79, figs.15-8y 18-9), y un par de cuchillos de hierro(GarcíaAlonso y Urteaga 1985: 77, fig. 10-5 y II); todosellos correspondena La Mota II. un pobladoque,te-niendo en cuentasendasfechas radiocarbónicasdel630 y 605 a.C.,fue fechadopor GarciaAlonso y Ur-teaga(1985: 133-5) entreel 700/650y el 550 a.C.Más recientementediversosobjetosde hierro se hanrecuperadoen distintoslugaresdel cerro; así, mediadocenade hojasde cuchillo, un fragmentodetubo yotros depiezasirreconocibles,para los más antiguosde los cualeshabríaquepensaren la sextacenturiaa.C. si tenemospresentequefueron exhumadosenelnivel VII del cuadroD y queel infrayacenteha sidodatado por C-14 en el 610 a.C. (Secoy Treceño1993: 139, 142 y 170, 1995: 233. fig. 8-1 y 2). Ade-más,y a resultasasimismode las intervencionesmásrecientes,contamosconalgunasfibulas entrelas quese encuentranlas de doble resorte (Secoy Treceño1995:233).

Partedel puentey de uno de los muellesdeuna fibula de doble resortese recuperaron,junto a uncuchillo dehierro y cerámicasa manopintadas,en lacata 1 de La Aldehuela,en la capital zamorana,yotro cuchillo y cerámicasdel tipo aludido procedende la cata2-A; dichasasociaciones,por similitud concuantose advierteen la primerafase de la necrópolisde Medellín, se sitúanentre las postrimeríasdel sigloVII y los inicios del VI a.C. (Santos 1988: 103-5,1990:231-2).

Un ejemplarasimismoincompleto del tipode imperdibleque nosocupaha llegado hastanoso-tros procedentedel nivel II de la zanja11. abiertaenla Callede la Correderade Roa (Burgos),y del nivellIB del cuadroD, practicadoapenasa unosmetrosdela anterior,un pequeñofragmentoinforme dehierro:dado que la ocupaciónsoteñadel lugar se haceco-rrespondercon el clásico Soto II, su cronologíaha-bría de fijarse a partir del 650 a.C. (Sacristán1986:67 y 70, lám. X-l 1).

Ademásdc los yacimientoscitados,en losque, como hemosvisto. fibulas y bierros aparecenasociados,algunosmás han deparadohallazgosdetmou otro elemento.En principio, y por lo quea lasprimerasse refiere, tendremospresenteel pobladodel Picóndela Mora (Encinasolade los Comendado-res, Salamanca),del quesabemosprocede,al menos,un ejemplarque,junto condiversascerámicasdetipoSotoy condecoracióna peine, se recogióen superfi-cie en unos manchonescenicientos(Martín Valls1986-87: 62, fig. 2). La del cerrosalmantinode SanVicente, dadaa conocerpor Maluquer(1951: 67, fig.

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9), puedevíncularsehoy a la ocupaciónsoteñadelmismo tras la revisión delos materialesentoncesre-cuperados(Martín Valls, Benety Macano1991: 139y 149-51)y las excavacionesenél practicadasa prin-cipios de losañosnoventa(Benet 1993: 340). Recor-daremos,igualmente,cl hallazgode sendasfabulasen los enclaveszamoranosde El Castro, en Camar-zanade Tera,y el castrode La Magdalena,en Millesde la Polvorosa:se encontró la primerabajo la másantiguade las casascircularesdocumentadasen elyacimiento, cuyavida se habria iniciado a decir desus excavadores,partiendodel hallazgoque comen-tamos,enalgún momentode laprimeramitad del si-glo VI a.C. (Campanoy Val 1986: 31-3, fot. p. 33);másproblemáticaen cuantoa su identificación, portratarsetan sólo de un fragmento,parece mostrarsela piezade Milles, que, aunquerecuperadaen super-ficie, debió decorresponder,como asi vendríanade-nunciartambiénalgunascerámicasa mano,al elencode materialesde las gentesde la primera Edad delHierro (Esparza1995: 133, nota 102). Nos haremoseco, por último, de la que, ademásde otras piezasmetálicasde tipologíay cronologiadiversas,se hallóen El Castillo de Los Barrios de Luna (León) (Deli-bes, FernándezManzano y Celis 1992-93: 419, fig.2; Celis 1996:52, fig. 4-9).

Por lo quea los segundosrespecta,esdecir,los cuchillos de hierro, se conocendosejemplaresdehoja curva deEl Pesadero(Manganesesde la Polvo-rosa, Zamora),un yacimientoque se asinijíaal SotoII (Celisy Gutiérrez1989a: 167-8), otro másprocedede El Castrode Villacelama (León) (Celis 1996: 52)y un fragmentode hierro, que muy bien pudiera co-rrespondera unapieza del tipo comentado(Escriba-no 1990a: fig. 12-3). se halló en uno de los nivelesmás modernosde El Castillo (Manzanalde Abajo,Zamora) (Escribano 1988: 75). Entre los objetosidentificablescabe citar, por último, ademásde unpunzón y una hoja (¿de cuchillo?) de Valencia deDon Juany un hachitaplanade Gusendosde los Ote-ros, ambosen la provinciade León (Celis 1996:52),o del posiblepunzónde El Cerco (Sejasde Aliste.Zamora) (Esparza1986: 284), el presuntopuntero(Celis 1993: 124) localizadoen el interior de una es-tructura cuadrangularcorrespondientea la fase 5 deLos Cuestosde la Estaciónde Benavente(Celis y

Gutiérrez1989b: 154 y 159; Celis 1993: 101),ocupa-ción esta última que, como tuvimos ocasiónde co-mentaral hablarde las cerámicaspintadas,cabelle-var a un momentoavanzadode la séptimacenturiaa.C.

Además, restos informes de hierro se hanconstatadoenel pobladoII de Cuéllar, cuyavida de-bió dedesarrollarseduranteel siglo VI o, tal vez, al-

go más tarde, a comienzosdel V a.C. (Barrio 1993:189 y 195; Barrio et al. 1995: 92, ¡ab. 2). y en el pa-lentino Cerrode San Pelayo.en Castromocho,al ex-teriorde la cabaña1. que.de sercoetáneaa la 3, parala quecontamoscon dos datacionesradiocarbónicasdel 415 y el 360 a.C.. habríaque fecharavanzadoelsiglo V o, incluso, en el IV a.C. (Lión 1993: 115 y120).

Nos referiremos,finalmente,a la identifica-ción, entrelas importantescoleccioneslaunísticasre-cuperadastras las recientesintervencionesarqueoló-gicas llevadas a cabo en La Mota de Medina delCampoy El Sotode Medinilla, deespecies alóclonasque,como el asnoo ciertas faunascomensales—ra-tón y gorrión domésticos— de carácterasociado,muestranun alto valor cronocultural(Morales y Lic-sau 1995: 471-2,504 y 507-10,fig. 14, tabs.2,4, 6 y7; Delibeset al. e.p.).

En el yacimiento medinensese han docu-mentadotantoel ralón doméstico—nivel X del cua-dro A, aunquesu presenciacabeinferirscya desdeclnivel Xl del mismo cuadroa partirdc la presenciadehuesosroídos, que se atestiguantambiénen el men-cionadonivel X y en los VIII y VI del cuadroC (Mo-rales y Liesau 1995: 471-2. tabs. 22 y 23; para lasequivalenciasde las nomenclaturasde las unidadesde excavación,véase:Secoy Treceño1995: 223, no-ta 3)— como el asno—nivel VIII del cuadroC— y.

habidacuentaque este équido fue introducidoen laPenínsula Ibérica por los fenicios, recordaremos.igualmente.la identificación,en los niveles asimis-mo antiguosde la estaciónque comentamos.de lacañailla (Hexaplex trunculus). un caracol productordepúrpura,y otros moluscosbien conocidosen yaci-mientos tartésico-fenicios(Morales y Liesau 1995:499. tab. 38). Teniendoen cuenta que los nivelesmencionadosse localizanen la basede las respecti-vas unidadesde excavacióny que el nivel VIII delcuadro D, el inferior del mismo, ha proporcionadouna fecharadiocarbónicadcl 610 a.C. (Secoy Trece-ño 1993: 139, 1995: 235 y 240),cabelijar la llegadaa La Mota de las especiescitadasen un momentoavanzadodel siglo VII a.C.

El ratón y el gorrión domésticosse atesti-guau en El Soto de Medinilla en el ¡ercer nivel dehábitat (Morales y Liesau 1995: 508, donde, porerror sin duda,se asocianal segundonivel dc hábi-tat) y, enconcreto, aparecenvinculadosa la Casay yla EstructuraCuadrangular2 (Delibes, Romeroy Ra-mírez 1995: 164-5. láms. IV y y. sobre las estructu-rasarquitectónicasy su relación con la secuenciaes-tratigráfica); para dicho nivel contamoscon dos fe-chasde C-14 dcl 630 y 505 a.C.. la primera de las

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cualescabríadar por válida si tenemosen cuenta:por un lado, quedisponemosasimismode sendasda-tacionesdel 670 y 500 a.C. parael cuartoy primerniveles de hábitat, respectivamente(Delibes,Romeroy Ramírez1995: 162, 165 y 168), y, por otro, quedi-cho momentosemuestracoincidenteconel queofre-ceLa Motaen relacióncon las faunascomensales.

Pesea que, por el momento,el asnono sehayadocumentadoen los niveles del Primer Hierrode El Soto de Medinilla, su presenciapodría adívi-narseaquí, dadoel carácterde especiesasociadas,apartir dela faunacomensal.De lo dicho,máximete-niendoencuentalo significativode las muestraszoo-arqueológicasanalizadas,cabededucirquela especiede referencia,habidacuentalo aisladode los indivi-duos representadoso inferidos, alcanzó ocasional-menteel Duero medio durantela primera Edad delHierro, a resultasmuyprobablementede esporádicasadquisiciones;un panoramabien diferentees el quese percibeen épocavaccea,en la que,aunquela si-tuaciónno seaanálogaen todoslos yacimientos—elasnoparecesertodavíapuramentetestimonialenLasQuintanasde Valona la Buenay Las QuintanasdePadillade Dueroy falta por completo en otras esta-ciones—, puedehablarseya, en el casoconcretodeEl Soto deMedinilla, de una cabañaestable,puessunúmero supera incluso al de los caballos, por másaúnque la importanciade estosúltimos disminuyeraen relacióncon la alcanzadadurantela faseanterior(Moralesy Liesan 1995:478-9,481-2y 504, figs. 12,13 y 15, tabs. 1 a 3, 16 a 20 y 32).

3. CONSIDERACIONES FINALES

De todo lo hastaaqui expuestose desprende

cómo de losmaterialescomentadossonel vasopinta-do de Martinamory el fragmentode hierro dela basedel novenonivel de hábitat de El Soto de Medinillalos másantiguos,puesuno y otro sedatan,comovi-mos, avanzadoel siglo VIII a.C.; frente a ellos elgruesode los elementosestudiadoscentrasucronolo-gíaenlasdoscenturiassiguientes.

La alta fecha ofrecida por el radiocarbonopara la primera de las piezasaludidas,que de esaforma seria coetáneade las más antiguascopasdeparedesfinasonubensesy deejemplaresanálogosex-tremeños,obliga a plantearseel problemade sucon-dición local o importada,si bien tanto suforma, ale-jada de la de los vasitoscarenadostradicionalmenteconsideradosantiguosen el mundo Soto (Romero1980: fig. 1), como el color y sintaxiscompositivadesu decoracióny aún la tonalidadpardo oscurade supastainclinan la balanzaen favor de la segundaop-

ción, por másqueparezcatratarsede un vaso hechoa mano, lo que se señalaigualmentepara el pacensede Portaceli(Jiménezy Haba 1995: 238), y se mdi-quepara el casode los andalucessuposiblefabrica-ción a molde (Cabrera1981:322).

Mayores dificultadespresentan,en relaciónconel aspectocuestionado,las cerámicaspintadasdetipo Medellín de Ledesmay La Aldehuela, pues si,comocomentamosensu momento,sonanálogaflor-mal y decorativamentea las de la estaciónque danombreal tipo, muestrancon éstasuna notabledife-rencia,yaqueentanto las extremeñasestánhechasatorno (Almagro-Gorbea1977: 454), las soteñas,conperfilesque no son extrañosa su propio mundo, loestana mano.Este último detalleresta,a nuestrojui-cío, bastantecréditoa la posibilidadde queseanim-portadase invita a pensar,másbien,en su condiciónde fabricadoslocales. Cabe, aún así, considerarlaidea, ya sugeridapor varios investigadoresen rela-ción condiferentesproduccionespintadaspeninsula-res(pe. Almagro-Gorbea1977: 457; Buero1987:43y 45; Ruiz-Gálvez1993: 56), de quelos artesanosIn-dígenas,los soteñosen estecaso,no conocedoresdeltorno hubieranqueridoreproduciren susvasosla de-coración contempladaen determinadosobjetos deprocedenciaforánea—¿delmundoorientalizanteex-tremeflo?¿talvez inclusode territorios másmeridio-nales?—como telas, piezasde maderabellamenteornamentadas,etc.; perotampocotendríamosdema-siados reparos en aventurarnosa suponer, habidacuentalas similitudesque se registranen el ámbitode las fonnas,quenuestrosalfarerosse hubieranins-piradodirectamenteenalgunospocosvasosimporta-dos que, dado su auténticocarácterexcepcional,senoshannegado,hastael momento,enel registroar-queológico.

Por“produccioneslocalesperocon un ciertogustoo reflejo por lo meridional” tiene Celis (1993:123, fig. 15-2, 7 y 8) las copasbenaventanasde LosCuestosde la Estación,y si, como apuntadicho au-tor, el recipientecon pie de pebeterosfenicioscomolos de la necrópolisde Trayamar(Schubarty Nieme-ver 1976: 123 y 210-1. láms. )UI-553 y 554 y XX-1057y 1058) o la Puntadel Naode Cádiz (Escacena1986: 46, 1Am. V) y, muy particularmente,el recupe-radoenel Morro de Mezquitilla (Schubart1984: 94,fig. 4a) ofrecenun “inquietante” paraleloparasufor-ma, no lo es menosel quemuestranciertosthyrniate-ria debronce,casodel toledanode Las Fraguaso eljienensedel túmulo A de Los Higueronesde Cástulo,salidosambosquizásde un mismotaller (Fernández-Miranday Pereira1992: 65-6, fig. 7-2 y 3). Las co-paszamoranas,quesin excesivasdudasparecenimi-tar formalmente los diferentesquemaperfumescita-

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dos, se recuperaronen las inmediacionesde una es-tructuracircularde adobesquese ha consideradounhorno para cocercerámica,lo que abundaríaen sufabricaciónlocal (Celis y Gutiérrez1989b: 153, pla-no 2, lám. 2; Celis 1993: 102-3 y 119, fig. 6, lám.V), y se fechan, tal y como se indicó páginasarriba,avanzadoel sigloVII a.C.,unacronologíaqueenna-da desdicela de susmodelosmeridionalesque se da-tan a lo largodela mencionadacenturia.

En otro orden de cosasya, sorprendeigual-mente,como señalábamosenotro lugar (Delibes,Ro-meroy Ramirez1995: 174)y recordábamosal iniciode estasconsideracionesfinales, la comparecenciaenun momento bastanteantiguo, “preocupantementeantiguo” —último cuartodel siglo VIII a.C.—, delprimer fragmentode hierro conocidode El Soto deMediilla, sobretodo si partimosde la idea,general-menteadmitidaenla actualidad,de queel nuevome-tal fue introducidoen la PeninsulaIbéricapor los fe-nicios segúnmanifiestan,por un lado, algunasma-nufacturas importadasde fecha precolonial y, porotro, la generalizaciónmástardede la siderurgiaenambientescolonialesy su posteriory paulatinadifu-sión hacia las tierras del interior (Ruiz Zapatero1992: 106-13y 116; Almagro-Gorbea1993).En otraocasión(Delibeset al. e.p.) hemostenido la oportu-nidadde contemplarla posibilidadde quetan exiguotestimoniofueraresultado,en la línea de lo expuestopor Pleiner (1988: 33) y descrito por Marechal(1988: 26-7), de las actividadesllevadasa cabo enlos talleres de fundición de bronce, máxime ellocuando,como es bien sabido, no faltan testimoniosde talesprácticasdesdelos inicios mismosde la ocu-pacióndel propio Soto de Medinilla. tal y como hanpuestode manifiesto tanto las viejas excavacionesdePalol (Palol y Wattenberg1974: 192; Rauret 1976:13542, figs. 7-9, láms. XXVII-XXXIH). cuantoelrecientesondeollevado a caboen los años 1989-90(Delibes,Romeroy Ramírez1995: 174). Ahorabien,si la mayoríade talestestimoniosvendríaa abundaren el recicladode chatarray/o el beneficio de metaladquiridoen forma de lingotes, el recientehallazgoenel interior de la CasaXV, pertenecienteal undéci-mo y más antiguo nivel de hábitat detectadoen elsondeomencionado. de restos de “hornos-vasija”permiteadmitirel procesadode mineralescupríferos,aúncuandomuy posiblementeello tuviera Lugar fue-ra del poblado. en las inmediacionesdel mismo; encualquiercaso, el empleodedichoshornos-vasijaex-cluye la posibilidad de obtenciónde hierro en la re-ducciónde mineralesde cobre,por lo que nos incli-namosa pensarqueel fragmentoférreoquenosocu-pafue importado(Delibes.Romero y Ramírez1995:174 y 176; Delibeset al. e.p.). Por último, y en reía-

ción todavíacon El Soto de Medinilla, recordaremoscómo el único horno claramenteidentificado—muyposterior, por otra parte, pues se construyó en eltranscursode la séptimaocupacióny debió de seguiren usodurantelas dossiguientes(Delibes,RomeroyRantrez 1995: 159-60, fig. 4, láms. II y III)— fuedestinadoa la preparaciónde alimentos,descartán-dosesu empleoparala cocciónde cerámicay, muchomenos, para la actividad metalúrgica,dadoque losanálisispor ATD de muestrasde su estructurareve-laron queen su interior no se sobrepasaronnuncalos4300C(Misiego et al. 1993).

A la vista de todo ello resultatanto mássor-prendenteque, partiendodel hallazgoen los nivelesVIII y VI del sectorIII del Castillode Burgosde sen-das escorias de hierro (Uribarrí. Martínez y Leis1987: 139 y 141) —puescomo talesse identificarontras los pertinentesanálisis (Madroñeroy MartinCostea 1987:211-3,láms. XVyXVI)—. se habledelXonocimxentoy desarrollode procesossiderúrgicosen la partenororientalde la Mesetaa finales del si-glo IX a.C.” (Uribarri, Martínezy Leis 1987: 165).tomando como referenciacronológicaun par de fe-chas radiocarbónicasobtenidasa partir de muestrasdc semillasy carbón vegetalextraídas,respectiva-mente,de los niveles del Primer Hierro másantiguo—XII— y másmoderno—1—— del sectorII (tjribarri.Martínezy Leis 1987: 50, 53 y 167). Dicha fechadefinalesde la novenacenturiase nosantojaa todaslu-ces cuestionable,pues nos situaria no sólo un siglopor encimade la del primer resto de hierro soteño,sino, lo que consideramostodavíamásasombrosoin-cluso, variasdécadasantesde los primerosasenta-mientossiderúrgicospeninsulares(Almagro-Gorbea1993:87-8).

Más acordescon cuantoacabamosde seña-lar, por cuantose llevanal siglo VI a.C.,semuestranlas evidenciasrelacionadascon la actividadsiderúr-gica proporcionadaspor El Cercode Sejasde Aliste,consistentesen fragmentosde mineral de hierro, es-corias y restosde barro que. supuestamente,forma-ron parte del revestimientode un horno (Esparza1986: 177, 183, 198. 284y286-7;Clough1986:399;Esparza1995: 115). Dicha acti~’idad podríahaberseremontadoentierraszamoranasa finalesde la sépti-ma centuria de habersemantenidola idea, apuntadaen algúnmomento(Celisy Gutiérrez1989b: 154). deque la estructurade Los Cuestosde la Estaciónen laque, como vimos, se recogióel único objeto férreoconocidoen el yacimientofiera una fragna; hoy susexcavadoresse muestranmásprudentesy se refierena la misma tansólo comoun ámbitodetipo artesanal(Celis 1993: 101, fig. 5, lám. IV).

Si nos atenemosa lo dicho hastaaquí, no

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pareceaventuradopensar.con Esparza<1995: lIS),que los primeros objetosde hierro, los cuchillos dehoja curva en concreto,fueranimportados:e idénticacondición se ha propuestocii relación con algunoselaboradosbroncíneos,casode las másantiguasflbu-las de doble resorte(Delibesel al. 1995: 71). Ello pa-recetantomáslógico si recordamos.como quedadi-cho.queunosy otrassuelenaparecerasociadosen elmundo Soto y que 01ro tanto ocurre en diferentescontextospeninsularesde la Edad del Hierro: si aello sumamosque los imperdiblescitadospresentanen su mayorpartepuentefiliforme y responden.portanto,al tipo niás antiguodel modelo—lA 1 de RuizDelgado (1989: 94-6. mapa III) o 3A de Argente(1994: 52 y 56-7. mapa VI)—, ampliamenterepre-sentadoen la fachadamediterráneay en el áreaan-daluza,zonaestaúltima desdela quehabríanalcan-zado el occidente meseteño(Ruiz Delgado 1989:113; Argente: 1994: 55). no parecedesacertadopen-sar, como se ha señaladoen diversasocasiones(Al-magro-Gorbea1986-87:37. 1987: 325: Ruiz Zapate-ro 1992: 110-1; Lorrio 1994:219. 1995: 219). que elhierrohubierallegado a las tierrasdel interior. y enparticulary por loqueaquí nosinteresaal Duerome-dio (Romeroy Ramírezop.>. desdeel mediodíape-ninsularen compañiade las fibulas de doble resorte.La mismaprocedencia,pitesal igual queparalos ob-jetosníencionadosse atribuyesu presenciaen la Pe-nínsulaIbéricaa la llegadade los colonosfenicios, selía defendidoparael asno,al queha; queañadirlasfaunascomensalesasociadasy ciertosmoluscos(Mo-ralesy Liesan 1995:472. 481, 499. 504 ~5 lO).

Habremosde preguntarnos,finalmente. có-nio entenderla presenciadel conjuntode elementosanalizadosen el mundo Soto. Comoquedadicho alinicio de estaspágilías.una serie de rasgosde estacultura. y cuantocomentamosentreellos, hanpermi-tido a lo largo de los últimos añosvolver la miradahaciael mediodíapeninsular,lo que.sumadoa la “a-Joracióndcl substrato.ha í’enido a matizarel preten-dido caráctercéltico de la misma. No es fácil. encualquier caso. todavíahoy explicar el auténticoal-canceque los distitítoseleníentosbarajadostuvieronen el origetí y formación de tan complejo mundo<Delibes y Romero 1992: 251: Almagro-Gorbeay

Ruiz Zapatero ¡992: 491: Delibes el al. 1995: 82>.máximeello cuando,sometidosa revisión,los iniciosmismosdel Sotoestána puntode precisarse.En efec-to. en tanto que la proyecciónde la secuenciade ElSoto de Medinilla sobre el horizonteepónimo plan-teaba.como acertadamenteha sabidoapreciarEspar-za (1986: 364-8. 1995: 106v 131 nota 90). no pocascontradicciones,al mostrarnosal mundosoteñopíe-

namenteconfiguradodesdesuscomienzos,las exca-~‘acionesllevadasa caboen los últimos añosen dis-tintos yacimientosdel grupo. incluido el propio Sotode Medínilla. han permitidodistinguir una fasefor-inativa —detectadaen la baseestratigráficadc algu-nosde estosestablecimientos—y otra de plenitudomadurez —en la quedanincluidos el Soto 1 y II dePalol—que,como hemostenido ocasióndecomentaren algún otro momentoanterior, vienen a solventardichos inconvenientes(Delibesci al. 1995:86-7).

No es de extrañar,por tanto, quedesdelaperspectivatradicional Cogotas1 y cl Soto chocarancomo dos mundosrotundamenteopuestos(Delibesy

Romero 1992: 242-3: Roníeroy Jimeno 1993: 198-9:Delibesci al. 1995: 80-1: Esparza1995: 137-9; Ro-níero y Ramireze.p.). ni queEsparzatratarade ex-plicar la intensificacióneconómicaparejaal cambiocultural a partir de razonesde índole tecnológica.de-mográfica. climática y económica (Esparza 1990:¡23> y aúnqueestemismo autor. crevéndolasescasa-mente concluyentesy juzgando insuficientes en símismos los recursoshumanoscogoteñospara afron-tar tan sustantivocambio.plantee.vistos los elemen-tos alóctonospresentesen la nuevacultura, la posi-bilidad deque fuera impulsadapor influenciasextra-meseteñasy. yendo inclusotodavia más lejos, no Ile-gite a descartarla ideadetina aportaciónforánea,nosóloen lo que a los rasgosculturalesmencionadosserefiere, sino también en lo que respectaa la misníabasehumana(Esparza1995: 139-44), que hay queetítenderde origetí meridional.

Ahora bien, a la luz de la nuevapropuestade desarrollopara la cultura del Sototan sólodosdelos rasgosde raigambremeridionalcotítenípladoses-tán presetítesen la fase formativa de la misma: laplanta circular de las viviendas —y aún si se quiereel revoqueitíterior de las inisnías—y los vasitosca-retíadosde superficiesbruñidas,en tantoque los res-tatítes.muralla incluida,correspondenva a la fasedemadurezo, como mucho,dadoqueestaúltima se dapor inauguradaen torno al 700 a.C.. a finales de laanterior, casodel cuetíco pintado dc Martinanior odel fragníentode hierro de El Soto de Medinilla que,como~‘iníos,se fechanavanzadoel siglo VIII a.C. Esniás.e incidiendoen lo quea la arquitecturadomés-tica se refiere,contrastanclaramentelas etídeblesca-bañasde ramaje. propiasde los másviejos pobladossoteños,cotí las ~‘iviendasde adobes.autétíticascasasva. de la fasedc plenitud: títía arquitecturaestaúlti-ma que“a conformándosea lo largode dichoperíodohasta alcanzaren suts mometítos finales un cienogradode sofisticación,como ponende matííficsto los~‘estíbulosde lascasasdel ni~el 11-3 identificadoporPalol en El Soto de Mcditíilla (Palol y Wattenbcrg

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¡974: 190-1,fig. 66).La entidadarquitectónicade estospoblados

y las sucesivasreconstruccionesy/o superposicionesde los mismos, hasta configurar los característicostells soteños,avalanla vocación de permanenciaenel solarpor partede susmoradoresy denunetan.stnduda,el éxito obtenidopor éstosen la explotacióndesus recursospotenciales(Romero1992: 209-lO; De-libes el al. ¡995: 65 y 87); ello, sumadoal hallazgofrecuentede grandesvasijasde provisionesen el in-tenorde las viviendas y de unas particularesestruc-turas.interpretadascomo graneros,en las inmedia-cionesde las mismas,dio ya pie al propio Palol a re-ferírse al Soto II —lo quea la vista de lo expuestocabeaplicarhoy tambiénal Soto 1 y hacerextensiblea la fasede plenituddel grupo— como unaetapade“una cierta abundanciay un cierto bienestar”(Palol1963a: 10-1). Los análisis zooarqueológicosde losimportantesconjuntosfaunisticos recuperadosen lasmásrecientesexcavacionesabundanen estaimagen.pueslos resultadosofrecidospor los mismoshanper-mitido hablarde una“sociedadopulenta”(Moralesy

Liesau ¡995: 506-7). Y aúnpudieraservirde colofóna estaimpresión generalizadala calificaciónde civi-lización “pujante” otorgadapor Esparza(1995: 142)a la culturadel Soto.

Y es en estecontexto en el que. a nuestrojuicio, cobran todosu sentidolosdistintoselementosanalizadosa lo largo de estaspáginas;vasospinta-dos, fibulas de doble resortey cuchillos de hierrose-rían, por su escasonúmeroy origen foráneo,objetosexóticos al alcancede unospocos individuos. qute-nes.con su posesión,haríangala de su elevadosta-ws. y otro tanto cabriadeciren relaciónconel asno.Su presenciaentre las gentessoteñaspodria respon-der, como muybien ha señaladono hacemuchoDe-libes (1995: 126-9). a una política entre las élites

que, con el fin de garantizaralianzas,intercambia-rían regalosy aún mujerescon suscorrespondientesdotes,perotambién.simpletuente.a merasrelacionescomercialesen las que las gentessoteñasofertaran.como contrapartida,productosautóctonos,quién sabesi caballos,de cuyo número tenemospruebasfeha-cientestanto en Roa (Sacristán1986: 68-9) como enel propio Soto de Medinilla (Morales y Liesau 1995:478-9,tabs. 1. 2 y 32).

Su dispersión.como quedareflejado en elmapaadjunto, se concentraal surdel Dueroy, muyprincipalmente,al occidentede su curso medio, si-guiendoel discurrir de la Vía de la Plata;un caminoéstepor el queya alcanzaralos territoriosmeseteños.enlas postrimeriasde Cogotas1, la libula de codo deSan Románde Hornija (Delibes 1978:236 y 244-6);’parael que, en el momentoque nosocupa.constitu-yen destacadoshitos tanto la ya citadaestacióndeMedellín (Almagro-Gorbea1977; Almagro-GorbeayMartín Bravo 1994: jiménezy Haba1995),cuantolatumba toledanade la Casadel Carpiode Belvísde laJaraque, fechadaentreel último tercio del siglo VIIe inicios del VI a.C..ha proporcionadoun espectacu-lar ajuarfunerarioenel quefiguran, entreotrosy porlo queaquí nosinteresa,un impresionantelote de~‘a-sospintadosbicromosy restosde doscuhillosde hie-rro (Pereira 1987; Pereira y Álvaro 1988; Pereira¡989: Pereiray Á¡varo 1990; Fernández-MirandayPereira1992: 66-70; Pereira1994: 55 55.).

La documentaciónde toda esta seriede ele-mentosde claroorigenmeridiotíal otorga, en defini-ti~’a. al mundo del Soto un cierto aire costnopolitaypermiteincluir su territorio, siquieraseacomoconfinmásseptentrional,en el llamadohinterlandonientali-zante-tartésico.

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