poemas de machado

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Poemas de Española

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3. Análisis del poema XI

El poema XI, perteneciente a Soledades, galerías y otros poemas, está constituido por seis cuartetos, de versos de arte menor.

Rima alternada, excepto en las estrofas 2 y 5, donde la rima varía (ABBA, consonante abrazada). Las redondillas (estrofas de cuatro versos) aproximan al poema al canto popular.

Yo voy soñando caminosde la tarde. ¡Las colinas

doradas, los verdes pinos,las polvorientas encinas!...

El poema comienza marcando una temporalidad continua, figurada en el desplazamiento físico. Esos caminos son soñados, el yo lírico se encuentra en un estado de ensoñación, en una “zona fronteriza” entre lo real y lo soñado.

Pero esos caminos, no nos permiten situar al yo lírico en un espacio particular, por ello la pertenencia de los caminos a la tarde. La ensoñación es monotemática, los caminos están ubicados en la tarde, entre ellos hay una unión inseparable, son indisolubles.

El sueño para el yo lírico de Machado, es la única manera deseable de vivir. Ante el dolor del mundo se prefiere soñar la existencia.

Acerca de este poema, señala Juan Manuel Aguirre, quién enfoca el poema como ejemplo de los silencios machadianos: “El soñar y el cantar se relacionan de la misma manera que lo hacen el sentimiento y la pena…” (“Antonio Machado, poeta simbolista, pág. 131).

Los caminos soñados del yo lírico, están asociados a la melancolía de lo pasado. Aun en sus sueños el yo lírico se vincula con sus experiencias ya vividas, nunca son sueños de futuro.

El constante encabalgamiento, da un ritmo lento al poema. Es el ritmo de una temporalidad vacía, o de un proceso interior lento. Este ritmo se justifica con la ensoñación que tiene mucho de meditación.

La primera estrofa, se refiere solo a la enumeración del paisaje, no hay conjunciones ni verbos. La descripción no es cerrada, da la idea de continuidad, reforzada por la presencia de los puntos suspensivos.

La ausencia de un verbo conjugado, refuerza la sensación de lo difuso, propio de la ensoñación.

La adjetivación de los elementos del mundo exterior, no resaltan nada. Es una adjetivación sobria, que no se aparta de los atributos ya presentes en esos elementos. De todos modos con esos adjetivos, se mantiene el vínculo con lo real; además también sirven para marcar la subjetividad.

El dorado alude a la plenitud. La vivencia esta marcada por los adjetivos concretos, no dando lugar al ámbito conceptual. Por eso el predominio de sensaciones visuales, permite que el lector vea lo que esta soñando, apoyándose en el mundo exterior. Hay un vínculo entre el mundo interior y el mundo objetivo.

Su descripción esta cargada de gran efectividad, vinculada a la vida atractiva. Pero hacia el cierre de la estrofa, el yo lírico introduce una nota de melancolía y degradación. En el último verso, esta presente la idea del tiempo como destructor. Es importante que en los dos últimos versos haya una variación en cuanto a la posición del adjetivo.

En el primer caso, el adjetivo esta pospuesto al sustantivo: “colinas doradas”, este adjetivo muestra lo pasajero. En los dos casos siguientes el adjetivo esta antepuesto al sustantivo: “verdes pinos” y “polvorientas encinas”. En estos casos los adjetivos marcan lo inherente del sustantivo. Por ejemplo el polvo es una característica permanente de las encinas.

La estrofa se cierra con una imagen triste, gris. Habla de la fugacidad del tiempo, sin decirlo directamente, sino que esta sugerido mediante las características del entorno.

¿Adónde el camino irá?Yo voy cantando, viajeroa lo largo del sendero…-La tarde cayendo está—

Esta redondilla comienza con una interrogación, que demuestra que aun en un estado de ensoñación, se cuestiona acerca del sentido y la dirección de ese camino.

En este momento el camino pasa a otro nivel. Hay un cambio del plural al singular. En este sentido, “camino”, es una figura símbolo para referirse a la propia existencia, a la vida misma.

En el primer verso, el énfasis recae todo en el verbo final. Se produce la mezcla de tres niveles distintos: los caminos del sueño, de la realidad y de la existencia.

El yo lírico se ha convertido en un viajero, y ya esta en el sendero. El camino se ha convertido en sendero; este término es más delimitado que el anterior, además no es artificioso.

Los puntos suspensivos al final, refuerzan la incógnita y lo duro del viaje. Sin embargo el viajero va cantando, hay una intima relación entre la ensoñación y el canto.

Al canto se le suman elementos de tristeza, ya que la acción del canto es paralele al caer de la tarde. Nuevamente estamos frente a una relación de paralelismos entre el yo lírico y el exterior.

El último verso esta inmovilizado, mediante el verbo en presente; si bien el caer de la tarde da una sensación de transición, pero el verbo final inmoviliza esa acción.

El primer verso de la estrofa culmina con un verbo, que cierra la interrogante del futuro incierto. También el último verso culmina con el verbo en presente, que marca el transcurrir del tiempo. No hay certezas posibles, pero el tiempo continuo transcurriendo.

“En el corazón teníaLa espina de una pasión;

logré arrancármela un día:ya no siento el corazón”.

Esta estrofa, es la misma canción que el yo lírico entona. Hay una sucesión de metáforas que asocian la pasión al dolor. La pasión se clave en su corazón produciéndole un gran dolor, pero ese dolor no es permanente, ya que pudo arrancar ese sentimiento. La espina esta clavada en el corazón, es decir en el centro vital del yo lírico, por eso es tan dolorosa.

Al liberarse de ese dolor, parece sentir un alivio, algo positivo; pero esta idea de alivio se contrapone con el último verso que plantea todo lo contrario.

Tanto la pasión, como el dolor eran síntomas de que estaba vivo, al liberarse de ellos, termina no sintiendo nada. El yo lírico decidió “arrancar” esa pasión, no es menor la elección del verbo que muestra lo difícil de la tarea.

La connotación positiva del canto, es desmentida, por la temática del mismo. Es una canto de melancolía por el dolor perdido, al no tener siquiera una pasión, la vida deja de tener sentido. El yo lírico canta su propia situación de frustración.

Y todo el campo un momentose queda, mudo y sombrío,meditando. Suena el viento

en los álamos del río.

La cuarta estrofa es totalmente descriptiva. Abundan las pausas y el hipérbaton. Hay una personificación del campo, se le atribuye la acción de la meditación. El que medita es el yo lírico, pero lo proyecta hacía el paisaje.

El paisaje aparece totalmente inmovilizado, como si compartiera la actitud del yo.

El uso del presente en esta estrofa, apoya la idea de simultaneidad entre el presente del yo y el momento de la lectura. La sensación lírica, se corresponde con la lectura, logrando que el lector se involucre con esta situación.

Las pausas de la estrofa, le dan un ritmo lento, que también refuerza la idea meditación; el campo y el tiempo quedan suspendidos en la inmovilidad.

La conjunción que abre la estrofa, refuerza la idea de que la meditación del campo, sea consecuencia del canto. La canción repercutió en el campo, de allí la comunicación del yo lírico con la naturaleza. Toda la naturaleza queda impactada por el canto del yo lírico.

El canto ha quedado tan ensimismado, que solo resta la reflexión intima del mismo. De alguna manera, esta situación de sombras y silencios se corresponden con el final del canto. La situación nos conduce a la idea de vacío, objetivada en el campo quieto y silencioso.

Los dos primeros versos, quedan suspendidos en el tiempo, la acción se reanuda con el viento en los álamos, de los dos últimos versos. Frente a la mudez anterior, hay un hipérbaton que marca el cambio a una nueva situación. Tanto los álamos como el río, son dos elementos de gran importancia en la poesía de Machado.

Hacia el último verso se ha roto el silencio y la inmovilidad, con la presencia de los álamos y el río. En este momento se reanuda la vida, al ponerse en movimiento el paisaje, se activa el ánimo del yo lírico. Los elementos vitales de la naturaleza (viento, álamos, río), repercuten en el interior del yo.

La melancolía del yo lírico, solo logro suspender por un momento al paisaje; pero la vida debe continuar con toda su vitalidad. De todos modos el yo lírico lo acepta, si bien hay un lamentote su parte, no se rebela contra ello.

La tarde más se obscurece;y el camino que serpeay débilmente blanquea,

se enturbia y desaparece.

Mi cantar vuelve a plañir:aguda espina dorada,quién te pudiera sentiren el corazón clavada.

La quinta estrofa es particular, por el polisíndeton y por la abundancia de verbos conjugados. Se resalta el transcurrir continuo y el movimiento en el camino. El movimiento en el camino se produce por los verbos utilizados. También tiene la particularidad de convertir un adjetivo en verbo: “blanquea”, el cual marca el proceso del movimiento. Todos los verbos están en presente, lo que involucra al lector en la situación del yo lírico.

En toda la estrofa, hay un total de cuatro verbos conjugados, lo que le da más movimiento.

El proceso que se describe, es el transito de la tarde hacia la noche, representante del proceso de la vida hacia la muerte. Este transito se hace bajo el peso de una pregunta, que no fue contestada porque carece de respuesta.

El yo lírico solo tiene lugar para la incertidumbre, que es lo único que permanece en él, mientras todo lo demás transcurre.

Mas que la tarde lo que se oscurece es el propio estado anímico del poeta. El camino se pierde de vida, hasta desaparecer. A lo largo de la estrofa hay una gradación descendente, el camino se oscurece hasta desaparecer, dejando al yo lírico sumido en una profunda incertidumbre y tristeza.

La sexta estrofa, marca una diferencia para con la segunda. El cantar vuelve a brotar independientemente de la voluntad del yo lírico. La

melancolía aflora nuevamente por el canto que expresa los sentimientos del yo lírico. El verbo “plañir”, incorpora una lamentación, un intenso dolor.

Estamos ante el grado máximo de la intensificación del sentimiento. Hay una relación intima entre el yo lírico y la espina en su corazón, antes

deseaba arrancar la espina de la pasión, pero en este momento es lo que más desea. Antes se refería a ella, pero ahora habla con ella, ya que al arrancarla la espina ha cobrado independencia, pero de todas maneras continua muy cerca por la necesidad del yo.

En un principio la espina no era calificada, pero ahora la coloca en el centro de dos calificativos. Esos adjetivos, convierten a la espina en un elemento ambivalente; por una lado es aguda, mediante un pleonasmo intensifica la idea del dolor de la espina. Pero por otro lado, le pone el adjetivo de “dorada”, con lo cual rompe con la adjetivación real. El dorado implica la idealización de la espina, como algo pleno. De allí la nostalgia, que le causa la perdida de la espina y de el dolor. Lo que antes le ocasionaba alivio, ahora le produce nostalgia. A pesar del dolor, que le causaba esa pasión, era símbolo de plenitud, y lo hacían mantenerse vivo.

Así como existe la plenitud en la naturaleza (“espinas doradas”), también existe la plenitud en el hombre, pero este no quiere cargar con el dolor de esa espina. Esta es una prueba de que el hombre, no vive en armonía con su destino natural.

Cierra el poema con el participio “clavada”. A pesar del dolor permanente, esto se hace necesario, antes de estar muerto en vida. De allí viene la idea del sueño y de ensoñación, como estados necesarios, ya que funcionan como elementos compensatorios. Soñar es vivir según el deseo, pero también es condenarse a la insatisfacción y melancolía permanente.

Fuentes(Andrea) Apuntes de MartínezMachado: “Soledades, Galerías, y otros poemas”. Ed. Cátedra. Madrid, 1998

4. Análisis del poema XCIX

El poema titulado “Por tierras de España”, que lleva el número XCIX de las Poesías completas, consta de ocho cuartetos alejandrinos con rima ABAB; cada verso tiene dos hemistiquios de siete sílabas, generalmente de idéntico ritmo entre sí. Es un ejemplo muy representativo del tratamiento del paisaje en la poesía de Machado.

A propósito de este poema, Sánchez Barbudo (Los poemas de Antonio Machado: los temas, el sentir y la expresión) sostiene que se trata de “una pintura negra, pesimista, aplicable a mucho de España. Una pintura no exenta de verdad, pero

que ha de parecer sin duda exagerada, injusta por la generalización, aun a los que no tienen una visión idílica de la vida rural en Castilla”.

El poema es una descripción tipológica del hombre español; algunos han dicho que no es esta una materia muy poética, pero ningún tema es o no poético a priori; sin embargo, hay que aceptar que no es la clase de poesía a la que Machado nos tiene acostumbrados. La tipología del hombre español se materializa, curiosamente, en un individuo (abstracto, pero individuo al fin: “el hombre de estos campos”), de modo que a pesar de describir una abstracción, no por eso se deja de concentrar en el individuo.

La primera estrofa comienza con una descripción de las actividades:

El hombre de estos campos que incendia los pinaresy su despojo aguarda como botín de guerra

antaño hubo raído los negros encinares,talado los robustos robledos de la sierra.

Según Sánchez Barbudo, se trata de los campos de Soria (el título original del poema era “Por tierras del Duero”). La provincia de Soria -una de las menos pobladas de España- contaba, a principios del siglo XX, con una pequeña industria maderera. La estrofa hace mención a tres árboles o, mejor dicho, a tres plantaciones de árboles: pinares, encinares y robledos. El pino es una madera de relativamente poco valor, utilizada generalmente como combustible; la encina y el roble, en cambio, son grandes árboles, de mayor valor, utilizados en carpintería. Lo que dice, básicamente, es que el hombre que hoy se dedica a incendiar los pinares para obtener combustible, en otra época de gloria pasada se dedicó a trabajar maderas más valiosas.

La actitud del hombre, que aguarda los despojos del pino “como botín de guerra”, dándole una gran importancia resulta, pues, miserable: es un trabajo muy esforzado pero acaso no muy redituable. La importancia que se le brinda es, pues, exagerada. Por otra parte, esto parece una referencia a algún carácter destructivo del “hombre de estos campos”.

El verbo “raer” parece referido a alguna actividad un poco más fina, de carpintería; talar los robles parece ya algo heroico, ya que es una madera dura. Nótese la aliteración de la vibrante múltiple: “los robustos robledos de la sierra”, que acaso expresa el esfuerzo.

La primera estrofa, pues, ya nos pinta un hombre-tipo que se dedica a un trabajo manual, duro, y que se moldea en contacto con la ruda naturaleza de los campos de Soria.

Veamos la segunda estrofa:

Hoy ve sus pobres hijos huyendo de sus lares;la tempestad llevarse los limos de la tierra

por los sagrados ríos hacia los anchos mares;y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra.

Esta estrofa ya nos muestra la perspectiva del hombre, lo que el ve; y lo que ve son cosas que se van: sus hijos que huyen y el limo de la tierra, de modo que el hombre va quedando cada vez más solo. Lo primero que ve es a “sus pobres hijos huyendo de sus lares”: los hijos huyen por la aridez del paisaje, por lo duro de esa vida; y se van, para la ciudad o para otros países, mientras que él se queda, heroicamente, en el campo.

Lo otro que ve es a “la tempestad llevarse los limos de la tierra”; los limos de la tierra son el lodo, el cieno, que resulta la parte más fértil; si la tempestad se los lleva, ya no hay fertilidad en la tierra. Nótese cómo se van los hijos, que son “el fruto” de este hombre, y luego los limos de la tierra, que son la posibilidad que él tiene de cultivar.

Los limos se van “por los sagrados ríos hacia los anchos mares”; los “sagrados ríos” son los ríos de Soria, como el Duero, al que Machado le dedica algunos poemas. En cualquier caso, es de destacar que Soria es una región muy alejada del mar, de modo que “los anchos mares” es, para el hombre-tipo que está describiendo, algo absolutamente lejano. Pero también hay aquí una referencia inevitable: desde Manrique, “los ríos que van a dar en la mar” es una imagen de muerte, de modo que los hijos, los frutos de este hombre, se van, y también se va, se muere, la posibilidad de plantar algo nuevo.

El último verso de esta estrofa resulta sintético de todo lo que viene diciendo: “en páramos malditos trabaja, sufre y yerra”. Los “páramos malditos” son la tierra que viene describiendo: por irse despoblando de gente son páramos, solitarios, y son malditos porque en ellos no se puede plantar más que pinos -que son árboles replantables-. Los tres verbos son durísimos, y cada uno parece consecuencia del anterior: sufre porque trabaja, y yerra porque sufre y porque trabaja. Pinta, pues, un carácter trabajador, sufrido y errante. El último verbo parece introducir o adelantar la siguiente estrofa:

Es hijo de una estirpe de rudos caminantes,pastores que conducen sus hordas de merinosa Extremadura fértil, rebaños trashumantes

que mancha el polvo y dora el sol de los caminos.

En esta estrofa habla de la ascendencia del hombre-tipo que se describe: “una estirpe de rudos caminantes”; aquí adelanta la imagen final de Caín: Caín es el agricultor, sedentario, hermano mayor de Abel, que es pastor. El pastor, sin embargo, es presentado aquí como otro trabajador rudo, pero con mejores frutos: los merinos son ganado ovino con lana delicada y relativamente costosa; los pastores se dirigen a Extremadura, región fértil, a diferencia de Soria. Vuelve entonces a adelantar una imagen de la última estrofa, cuando dice “no fue por estos campos el bíblico jardín”.

Es hijo de una estirpe de caminantes, pero de caminantes que se dirigen hacia un lugar mejor; él no es “caminante” sino errante, sin destino. Nótese además cómo se diferencia el individuo soriano de la comunidad de pastores. Por otra parte, a estos rebaños “mancha el polvo y dora el sol de los caminos”; es de destacar que el clima en Soria no es muy soleado ni muy agradable; el sol, pues, puede ser visto como algo positivo. Ciertamente lo es si consideramos que es el sol de los caminos que llevan a algo mejor.

La estrofa siguiente es una grafopeya de este hombre-tipo, que incluye algunos rasgos etopéyicos:

Pequeño, ágil, sufrido, los ojos de hombre astutohundidos, recelosos, movibles; y trazadas

cual arco de ballesta, en el semblante enjutode pómulos salientes, las cejas muy pobladas.

Los primeros dos adjetivos son de descripción física: es pequeño y ágil, como para compensar esa pequeñez; pero el tercer adjetivo ya nos da un rasgo de personalidad, que se condice con lo que viene diciendo hasta aquí: es sufrido. Los rasgos que vienen después están a mitad de camino entre grafopeya y etopeya: se

describen sus ojos como “de hombre astuto, hundidos, recelosos, movibles”; hay dos rasgos de descripción psicológica (“de hombre astuto”, “recelosos”) y dos de descripción física (“hundidos” y “movibles”), pero los rasgos de etopeya están objetivados en los ojos: si es cierto que los ojos son la parte del cuerpo que más delata la personalidad, estos ojos revelan la personalidad del hombre-tipo que Machado nos describe.

Los ojos son hundidos, hacia adentro, como si fuera un hombre retrotraído; es un hombre pequeño y por lo tanto sus ojos son recelosos y movibles, siempre expectantes y desconfiados.

Luego viene la descripción de las cejas: “trazadas / cual arco de ballesta, en el semblante enjuto / de pómulos salientes, las cejas muy pobladas”. Hay una comparación que nos devela una ballesta que tiene su arco en las cejas pobladas del hombre y los pómulos salientes que formarían el muelle de la ballesta. La ballesta puede representar una disposición para la lucha, pero no para la lucha heroica, que sería con espadas, sino para la lucha más mezquina, subrepticia.

Las dos estrofas siguientes no son la descripción del “hombre de estos campos” en general, sino del “hombre malo”, de la versión maldita del hombre-tipo que se describe al principio:

Abunda el hombre malo del campo y de la aldea,capaz de insanos vicios y crímenes bestiales,que bajo el pardo sayo esconde un alma fea,

esclava de los siete pecados capitales.

Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza,guarda su presa y llora la que el vecino alcanza;

ni para su infortunio ni goza su riqueza;le hieren y acongojan fortuna y malandanza.

Estas dos estrofas van adelantando el tema de Caín, que recién se revela al final del poema. Lo primero que dice de este “hombre malo” (además de que abunda, es muy común) es que no es privativo del ambiente urbano o rural, sino que abunda tanto en el campo como en la aldea. Este hombre es, como Caín, “capaz de insanos vicios y crímenes bestiales”.

Luego prosigue con el tema del ocultamiento, de la hipocresía: “bajo el pardo sayo esconde un alma fea / esclava de los siete pecados capitales”. Es una versión malvada del hombre que describió al principio. Nótese la curiosa adjetivación: el alma no es física, de modo que, en un principio, no podría describirse como linda o fea; pero el pardo sayo, la vestimenta humilde, esconde la fealdad del alma, y su maldad, que en definitiva no es más que esclavitud, sumisión sin lucha, a todos los vicios, a los siete pecados capitales.

Luego viene, nuevamente, una descripción de los ojos, enfatizando la idea de que son la parte del cuerpo más reveladora del carácter. Pero estos ojos que describe son del hombre malo, no del hombre-tipo de los campos de Soria.

En esta estrofa desarrolla los vicios de este “hombre malo”; estos rasgos se ven a través de los ojos, que denotan envidia o tristeza; pero esta tristeza es, en alguna medida, fruto de la envidia, pues es tristeza por la felicidad ajena. El segundo verso desarrolla el tema: “guarda su presa y llora la que el vecino alcanza”: es decir, no es capaz de compartir su alegría o sus bienes, pero tampoco se pone alegre por la felicidad ajena, sino que la llora. De ahí que sus ojos estén siempre turbios: están tristes por su propio destino, y envidiosos por el destino ajeno.

Y esta actitud es profundamente improductiva, de modo que el hombre queda en la más absoluta inacción; sus logros o sus alegrías no pueden parar su infortunio, por la envidia, de modo que tampoco puede gozar su riqueza. Y esto termina en una actitud que es displicente con todo, con el bien y con el mal: “le hieren y acongojan fortuna y malandanza”; este hombre, pues, está determinado a ser sufrido, porque no le viene bien ni la fortuna ni la malandanza.

Las dos estrofas finales son, según Sánchez Barbudo, más poéticas: “del hombre pasa ahora a los campos; a esas tierras por las cuales se mueve el hombre de los ojos turbios de envidia (...) Por estos campos castellanos parece flotar un fantasma. Mas lo que él ahora percibe no es el eco de las antiguas glorias, sino de la vieja envidia: el recuerdo de la vieja sangre derramada.”. Veamos las estrofas finales:

El numen de estos campos es sanguinario y fiero;al declinar la tarde, sobre el remoto alcor,veréis agigantarse la forma de un arquero,

la forma de un inmenso centauro flechador.

Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta-no fue por estos campos el bíblico jardín-;

son tierras para el águila, un trozo de planetapor donde cruza errante la sombra de Caín.

El numen de estos campos, como dice Sánchez Barbudo, parece “una proyección agigantada del espíritu del hombre de esas tierras: el espíritu común del hombre malo de las tierras del Duero, que flota por los aires”. Es sabido -y Machado lo desarrolla en un poema titulado “El dios ibero”- que la comunidad, o el hombre, forja al dios a su imagen y semejanza; de ahí que el dios que se cierne sobre estos campos sea equivalente al hombre que en ellos vive.

El dios de estos campos es sanguinario y fiero, como una proyección de lo que el hombre no es, o es a medias; el hombre que viene describiendo puede ser mezquino, pero no guerrero o heroico. Sí lo es su dios, a modo de proyección de lo que el hombre no se anima a ser.

La “proyección agigantada” de este hombre se refleja sobre la montaña (“el remoto alcor”) -recordemos que Soria es una tierra montañosa- y es la de un centauro. Los centauros son bestias mitológicas, hombres de la cintura para arriba, caballos de la cintura para abajo. Son seres bestiales, violentos, y tienen por arma el arco y la flecha.

La hora en que se ve el centauro es la tarde, la hora melancólica por excelencia en la poesía de Machado; y el arco y flechas del centauro (proyección agigantada de la ballesta de la que hablaba en la estrofa cuarta) son la representación magnificada del espíritu del hombre de estos campos.

Nótese además cómo, por primera vez, la voz lírica se dirige al lector, para mostrarle lo que verá; en todo el poema habló con verbos en presente, acerca de cómo es, efectivamente, este hombre; ahora habla en futuro, de la proyección.

También habla en futuro en la última estrofa (con el mismo verbo, “veréis”), que comienza hablando de “llanuras bélicas y páramos de asceta”. Como dice Sánchez Barbudo, lo que Machado resalta es la vieja sangre derramada y la vieja envidia, pero no la gloria. Las llanuras son bélicas por la sangre derramada de las guerras -y acaso porque la dureza del campo incita a la lucha- y son “páramos de asceta”, privados de todo color, alegría, bien material.

Luego agrega, no sin un dejo de tristeza: “no fue por estos campos el bíblico jardín”. Contrapuesto al Edén, jardín que los hebreos -pueblo de páramos yermos, como

los españoles- inventaron acaso como consuelo de la dureza de su vida, se halla este páramo desolado, infértil, solitario.

Luego dice “son tierras para el águila”; el águila es un animal que, si bien tiene alguna connotación imperial (era el símbolo de Zeus y ahora lo es de Estados Unidos), es, en definitiva, un animal duro y de rapiña; vive de los despojos de la Naturaleza. Del mismo modo, el hombre de estos campos, que incendia los pinares, vive de lo que puede rescatar de los duros campos.

El último verso resume, en cierta medida, todo lo que viene diciendo; según Sánchez Barbudo, “este tema de la envidia hispánica y del cainismo, que tanto toco Unamuno, bien podemos considerarlo, aunque sea muy real y muy viejo, un tema del 98. Es un aspecto de esa realidad española que Machado y otros escritores de su generación tan dolorosa y apasionadamente examinaron.”. Caín es, como el hombre español, algo traidor, envidioso de la envidia ajena y, sobretodo, un exiliado del paraíso.

FuentesSánchez Barbudo, Antonio. Los poemas de Antonio Machado: los temas, el

sentir y la expresión. Barcelona: Lumen, 1976 (1967).

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