antonio machado (1875 1936) poemas...

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ANTONIO MACHADO (1875 1936) Poemas seleccionados de Campos de Castilla, 1912 RETRATO Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla y un huerto claro donde madura el limonero; mi juventud, veinte años en tierra de Castilla; mi historia, algunos casos que recordar no quiero. Ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido -ya conocéis mi torpe aliño indumentario-; mas recibí la flecha que me asignó Cupido y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario. Hay en mis venas gotas de sangre jacobina, pero mi verso brota de manantial sereno; y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina, soy, en el buen sentido de la palabra, bueno. Adoro la hermosura, y en la moderna estética corté las viejas rosas del huerto de Ronsard; mas no amo los afeites de la actual cosmética ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar. Desdeño las romanzas de los tenores huecos y el coro de los grillos que cantan a la luna. A distinguir me paro las voces de los ecos, y escucho solamente, entre las voces, una. ¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera mi verso como deja el capitán su espada: famosa por la mano viril que la blandiera, no por el docto oficio del forjador preciada. Converso con el hombre que siempre va conmigo -quien habla solo espera hablar a Dios un día-; mi soliloquio es plática con este buen amigo que me enseñó el secreto de la filantropía. Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito. A mi trabajo acudo, con mi dinero pago el traje que me cubre y la mansión que habitó, el pan que me alimenta y el lecho en donde yago. Y cuando llegue el día del último viaje y esté a partir la nave que nunca ha de tornar, me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar.

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ANTONIO MACHADO (1875 – 1936)

Poemas seleccionados de Campos de Castilla, 1912

RETRATO

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla y un huerto claro donde madura el limonero; mi juventud, veinte años en tierra de Castilla; mi historia, algunos casos que recordar no quiero. Ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido -ya conocéis mi torpe aliño indumentario-; mas recibí la flecha que me asignó Cupido y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina, pero mi verso brota de manantial sereno; y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina, soy, en el buen sentido de la palabra, bueno. Adoro la hermosura, y en la moderna estética corté las viejas rosas del huerto de Ronsard; mas no amo los afeites de la actual cosmética ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar. Desdeño las romanzas de los tenores huecos y el coro de los grillos que cantan a la luna. A distinguir me paro las voces de los ecos, y escucho solamente, entre las voces, una. ¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera mi verso como deja el capitán su espada: famosa por la mano viril que la blandiera, no por el docto oficio del forjador preciada. Converso con el hombre que siempre va conmigo -quien habla solo espera hablar a Dios un día-; mi soliloquio es plática con este buen amigo que me enseñó el secreto de la filantropía. Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito. A mi trabajo acudo, con mi dinero pago el traje que me cubre y la mansión que habitó, el pan que me alimenta y el lecho en donde yago. Y cuando llegue el día del último viaje y esté a partir la nave que nunca ha de tornar, me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar.

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EL DIOS IBERO Igual que el ballestero tahúr de la cantiga, tuviera una saeta el hombre ibero para el Señor que apedreó la espiga y malogró los frutos otoñales, y un "gloria a ti" para el Señor que grana centenos y trigales que el pan bendito le darán mañana. «Señor de la ruïna, adoro porque aguardo y porque temo: con mi oración se inclina hacia la tierra un corazón blasfemo. »¡Señor, por quien arranco el pan con pena, sé tu poder, conozco mi cadena! »¡Oh dueño de la nube del estío que la campiña arrasa, del seco otoño, del helar tardío, y del bochorno que la mies abrasa! »¡Señor del iris, sobre el campo verde donde la oveja pace, Señor del fruto que el gusano muerde y de la choza que el turbión deshace, »tu soplo el fuego del hogar aviva, tu lumbre da sazón al rubio grano, y cuaja el hueso de la verde oliva, la noche de San Juan, tu santa mano! »¡Oh dueño de fortuna y de pobreza, ventura y malandanza, que al rico das favores y pereza y al pobre su fatiga y su esperanza! »¡Señor, Señor: en la voltaria rueda del año he visto mi simiente echada, corriendo igual albur que la moneda del jugador en el azar sembrada! »¡Señor, hoy paternal, ayer cruento, con doble faz de amor y de venganza,

a ti, en un dado de tahúr al viento va mi oración, blasfemia y alabanza!» Este que insulta a Dios en los altares, no más atento al ceño del destino, también soñó caminos en los mares y dijo: es Dios sobre la mar camino. ¿No es él quien puso a Dios sobre la guerra más allá de la suerte, más allá de la tierra, más allá de la mar y de la muerte? ¿No dio la encina ibera para el fuego de Dios la buena rama, que fue en la santa hoguera de amor una con Dios en pura llama? Mas hoy... ¡Qué importa un día! Para los nuevos lares estepas hay en la floresta umbría, leña verde en los viejos encinares. Aún larga patria espera abrir al corvo arado sus besanas; para el grano de Dios hay sementera bajo cardos y abrojos y bardanas. ¡Qué importa un día! Está el ayer alerto al mañana, mañana al infinito, hombres de España, ni el pasado ha muerto, no está el mañana —ni el ayer— escrito. ¿Quién ha visto la faz al Dios hispano? Mi corazón aguarda al hombre ibero de la recia mano, que tallará en el roble castellano el Dios adusto de la tierra parda.

NOCHE DE VERANO

Es una hermosa noche de verano. Tienen las altas casas abiertos los balcones del viejo pueblo a la anchurosa plaza. En el amplio rectángulo desierto, bancos de piedra, evónimos y acacias

simétricos dibujan sus negras sombras en la arena blanca. En el cénit, la luna, y en la torre, la esfera del reloj iluminada. Yo en este viejo pueblo paseando solo, como un fantasma.

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JUAN RAMÓN JIMÉNEZ (1881- 1958)

EL VIAJE DEFINITIVO Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando. Y se quedará mi huerto con su verde árbol, y con su pozo blanco. Todas las tardes el cielo será azul y plácido, y tocarán, como esta tarde están tocando, las campanas del campanario. Se morirán aquellos que me amaron y el pueblo se hará nuevo cada año; y lejos del bullicio distinto, sordo, raro del domingo cerrado, del coche de las cinco, de las siestas del baño, en el rincón secreto de mi huerto florido y encalado, mi espíritu de hoy errará, nostáljico... Y yo me iré, y seré otro, sin hogar, sin árbol verde, sin pozo blanco, sin cielo azul y plácido... Y se quedarán los pájaros cantando.

LA CARBONERILLA

En la siesta de julio, ascua violenta y ciega,

prendió el horno las ropas de la niña. La arena

quemaba cual con fiebre; dolían las cigarras:

el cielo era igual que de plata calcinada.

...Con la tarde, volvió - ¡anda potro! - la madre.

El pinar se reía. El cielo era de esmalte

violeta. La brisa renovaba la vida...

La niña, rosa y negra, moría en carne viva.

Todo le lastimaba. El roce de los besos,

el roce de los ojos, el aire alegre y bello:

-"Mare, me jeché arena zobre la quemaúra.

Te yamé, te yamé dejde er camino...! Nunca

ejtubo ejto tan zolo! Laj yama me comían,

mare, y yo te yamaba, y tú nunca benía!"

Por el camino -¡largo!-, sobre el potrillo rojo,

murió la niña. Abiertos, espantados, sus ojos

eran como raíces secas de las estrellas.

La brisa jugueteaba, ensombrecida y fresca.

Corría el agua por el lado del camino.

Ondulaba la yerba. Trotaban los pollinos,

oyendo ya los gritos de los niños del pueblo...

Dios estaba bañándose en su azul de luceros.

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FEDERICO GARCÍA LORCA

(1898-1936)

Poemas seleccionados de

POETA EN NUEVA YORK

(1929)

PEQUEÑO VALS VIENÉS

En Viena hay diez muchachas,

un hombro donde reposa la muerte

y un bosque de palomas disecadas.

Hay un fragmento de la mañana

en el museo de la escarcha.

Hay un salón con mil ventanas.

¡Ay, ay, ay, ay!

Toma este vals con la boca cerrada

Este vals, este vals, este vals

de sí, de muerte y de coñac

que moja su cola en el mar.

Te quiero, te quiero, te quiero,

con la butaca y el libro muerto,

por el melancólico pasillo,

en el oscuro diván del lirio,

en nuestra cama de la luna

y en la danza que sueña la tortuga

¡Ay, ay, ay, ay!

Toma este vals de quebrada cintura.

En Viena hay cuatro espejos

donde juegan tu boca y los ecos.

Hay una muerte para piano

que pinta de azul a los muchachos.

Hay mendigos por los tejados.

Hay frescas guirnaldas de llanto.

¡Ay, ay, ay, ay!

Toma este vals que se muere en mis brazos.

Porque te quiero, te quiero, amor mío,

en el desván donde juegan los niños,

soñando viejas luces de Hungría

por los rumores de la tarde tibia,

viendo ovejas y lirios de nieve

por el silencio oscuro de tu frente.

¡Ay, ay, ay, ay!

Toma este vals del "Te quiero siempre".

En Viena bailaré contigo

con un disfraz que tenga

cabeza de río.

¡Mira qué orillas tengo de jacintos!

Dejaré mi boca entre tus piernas,

mi alma en fotografías y azucenas,

y en las ondas oscuras de tu andar

quiero, amor mío, dejar,

violín y sepulcro, las cintas del vals.

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GRITO HACIA ROMA

Desde la torre del Crysler Building

Manzanas levemente heridas

por los finos espadines de plata,

nubes rasgadas por una mano de coral

que lleva en el dorso una almendra de fuego,

peces de arsénico como tiburones,

tiburones como gotas de llanto para cegar una multitud,

rosas que hieren

y agujas instaladas en los caños de la sangre,

mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos

caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula

que untan de aceite las lenguas militares

donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma

y escupe carbón machacado

rodeado de miles de campanillas.

Porque ya no hay quien reparta el pan ni el vino,

ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,

ni quien abra los linos del reposo,

ni quien llore por las heridas de los elefantes.

No hay más que un millón de herreros

forjando cadenas para los niños que han de venir.

No hay más que un millón de carpinteros

que hacen ataúdes sin cruz.

No hay más que un gentío de lamentos

que se abren las ropas en espera de la bala.

El hombre que desprecia la paloma debía hablar,

debía gritar desnudo entre las columnas,

y ponerse una inyección para adquirir la lepra

y llorar un llanto tan terrible

que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante.

Pero el hombre vestido de blanco

ignora el misterio de la espiga,

ignora el gemido de la parturienta,

ignora que Cristo puede dar agua todavía,

ignora que la moneda quema el beso de prodigio

y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán.

Los maestros enseñan a los niños

una luz maravillosa que viene del monte;

pero lo que llega es una reunión de cloacas

donde gritan las oscuras ninfas del cólera.

Los maestros señalan con devoción las enormes cúpulas

sahumadas;

pero debajo de las estatuas no hay amor,

no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo.

El amor está en las carnes desgarradas por la sed,

en la choza diminuta que lucha con la inundación;

el amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre,

en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas

y en el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas.

Pero el viejo de las manos traslucidas

dirá: amor, amor, amor,

aclamado por millones de moribundos;

dirá: amor, amor, amor,

entre el tisú estremecido de ternura;

dirá: paz, paz, paz,

entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita;

dirá: amor, amor, amor,

hasta que se le pongan de plata los labios.

Mientras tanto, mientras tanto, ¡ay!, mientras tanto,

los negros que sacan las escupideras,

los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los

directores,

las mujeres ahogadas en aceites minerales,

la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,

ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,

ha de gritar frente a las cúpulas,

ha de gritar loca de fuego,

ha de gritar loca de nieve,

ha de gritar con la cabeza llena de excremento,

ha de gritar como todas las noches juntas,

ha de gritar con voz tan desgarrada

hasta que las ciudades tiemblen como niñas

y rompan las prisiones del aceite y la música,

porque queremos el pan nuestro de cada día,

flor de aliso y perenne ternura desgranada,

porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra

que da sus frutos para todos.

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NIÑA AHOGADA EN UN POZO

(GRANADA Y NEWBURG)

Las estatuas sufren por los ojos con la oscuridad de los ataúdes,

pero sufren mucho más por el agua que no desemboca.

Que no desemboca.

El pueblo corría por las almenas rompiendo las cañas de los pescadores. ¡Pronto! ¡Los bordes! ¡Deprisa! Y croaban las estrellas tiernas.

...que no desemboca.

Tranquila en mi recuerdo, astro, círculo, meta, lloras por las orillas de un ojo de caballo.

...que no desemboca.

Pero nadie en lo oscuro podrá darte distancias, sin afilado límite, porvenir de diamante, ...que no desemboca.

Mientras la gente busca silencios de almohada

tú lates para siempre definida en tu anillo, ...que no desemboca.

Eterna en los finales de unas ondas que aceptan

combate de raíces y soledad prevista, ...que no desemboca.

¡Ya vienen por las rampas! ¡Levántate del agua!

¡Cada punto de luz te dará una cadena! ...que no desemboca.

Pero el pozo te alarga manecitas de musgo.

insospechada ondina de su casta ignorancia, ...que no desemboca.

No, que no desemboca. Agua fija en un punto, respirando con todos sus violines sin cuerdas

en la escala de las heridas y los edificios deshabitados.

¡Agua que no desemboca!

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OTROS AUTORES DE LA GENERACIÓN DEL 27

VIECENTE ALEIXANDRE

UNIDAD EN ELLA (La destrucción o el amor, 1933)

Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,

rostro amado donde contemplo el mundo,

donde graciosos pájaros se copian fugitivos,

volando a la región donde nada se olvida.

Tu forma externa, diamante o rubí duro,

brillo de un sol que entre mis manos deslumbra,

cráter que me convoca con su música íntima, con esa

indescifrable llamada de tus dientes.

Muero porque me arrojo, porque quiero morir,

porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera

no es mío, sino el caliente aliento

que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo.

Deja, deja que mire, teñido del amor,

enrojecido el rostro por tu purpúrea vida,

deja que mire el hondo clamor de tus entrañas

donde muero y renuncio a vivir para siempre.

Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo,

quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente

que regando encerrada bellos miembros extremos

siente así los hermosos límites de la vida.

Este beso en tus labios como una lenta espina,

como un mar que voló hecho un espejo,

como el brillo de un ala,

es todavía unas manos, un repasar de tu crujiente pelo,

un crepitar de la luz vengadora,

luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza,

pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo.

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LUIS CERNUDA

AMOR OCULTO (LAS NUBES, 1940)

Como el tumulto gris del mar levanta Un alto arco de espuma, maravilla Multiforme del agua, y ya en la orilla Roto, otra nueva espuma se adelanta;

Como el campo despierta en primavera Eternamente, fiel bajo el sombrío Celaje de las nubes, y al sol frío Con asfodelos cubre la pradera;

Como el genio en distintos cuerpos nace, Formas que han de nutrir la antigua gloria De su fuero, mientras la humana escoria Sueña ardiendo en la llama y se deshace,

Así siempre, como agua, flor o llama, Vuelves entre la sombra, fuerza oculta Del otro amor. El mundo bajo insulta. Pero la vida es tuya: surge y ama.

DÁMASO ALONSO

INSOMNIO (HIJOS DE LA IRA, 1944)

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas).

A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en

el que hace 45 años que me pudro, y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o

fluir blandamente la luz de la luna. Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un

perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.

Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,

por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,

por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.

Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre? ¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes

azucenas letales de tus noches?

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PEDRO SALINAS

CERO (TODO MÁS CLARO Y OTROS POEMAS, 1949)

Invitación al llanto. Esto es un llanto, ojos, sin fin, llorando, escombrera adelante, por las ruinas de innumerables días. Ruinas que esparce un cero —autor de nadas, obra del hombre—, un cero, cuando estalla. Cayó ciega. La soltó, la soltaron, a seis mil metros de altura, a las cuatro. ¿Hay ojos que le distingan a la Tierra sus primores desde tan alto? ¿Mundo feliz? ¿Tramas, vidas, que se tejen, se destejen, mariposas, hombres, tigres, amándose y desamándose? No. Geometría. Abstractos colores sin habitantes, embuste liso de atlas. Cientos de dedos del viento una tras otra pasaban las hojas —márgenes de nubes blancas— de las tierras de la Tierra, vuelta cuaderno de mapas. Y a un mapa distante, ¿quién le tiene lástima? Lástima de una pompa de jabón irisada, que se quiebra; o en la arena de la playa un crujido, un caracol roto sin querer, con la pisada. Pero esa altura tan alta que ya no la quieren pájaros, le ciega al querer su causa con mil aires transparentes. Invisibles se le vuelven al mundo delgadas gracias: La azucena y sus estambres, colibríes y sus alas, las venas que van y vienen, en tierno azul dibujadas, por un pecho de doncella. ¿Quién va a quererlas si no se las ve de cerca?

Él hizo su obligación: lo que desde veinte esferas instrumentos ordenaban, exactamente: soltarla al momento justo. Nada. Al principio no vio casi nada. Una mancha, creciendo despacio, blanca, más blanca, ya cándida. ¿Arrebañados corderos? ¿Vedijas, copos de lana? Eso sería... ¡Qué peso se le quitaba! Eso sería: una imagen que regresa. Veinte años, atrás, un niño. Él era un niño —allá atrás— que en estíos campesinos con los corderos jugaba por el pastizal. Carreras, topadas, risas, caídas de bruces sobre la grama, tan reciente de rocío que la alegría del mundo al verse otra vez tan claro, le refrescaba la cara. Sí; esas blancuras de ahora, allá abajo en vellones dilatadas, no pueden ser nada malo: rebaños y más rebaños serenísimos que pastan en ancho mapa de tréboles. Nada malo. Ecos redondos de aquella inocencia doble veinte años atrás: infancia triscando con el cordero y retazos celestiales, del sol niño con las nubes que empuja, pastora, el alba. Mientras, detrás de tanta blancura en la Tierra —no era mapa— en donde el cero cayó, el gran desastre empezaba.

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RAFAEL ALBERTI

Balada de la Nostalgia inseparable (Baladas y canciones del Paraná, 1954)

"Siempre esta nostalgia, esta inseparable

nostalgia que todo lo aleja y lo cambia.

Dímelo tú árbol.

Te miro. Me miras. Y no eres ya el mismo.

Ni es el mismo viento quien te está azotando.

Dímelo tú, agua.

Te bebo. Me bebes. Y no eres la misma.

Ni es la misma tierra la de tu garganta.

Dímelo tú tierra.

Te tengo. Me tienes. Y no eres la misma.

Ni es el mismo sueño de amor quien te llena.

Dímelo tú, sueño.

Te tomo. Me tomas. Y no eres ya el mismo.

Ni es la misma estrella quien te está durmiendo.

Dímelo tú, estrella.

Te llamo. Me llamas. Y no eres la misma.

Ni es la misma noche clara quien te quema.

Dímelo tú, noche"

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POESÍA POSTERIOR AL 27 (temas poéticos durante el franquismo)

1. La guerra civil

MIGUEL HERNÁNDEZ: EL TREN DE LOS HERIDOS (sobre la guerra civil)

Silencio que naufraga en el silencio

de las bocas cerradas de la noche.

No cesa de callar ni atravesado.

Habla el lenguaje ahogado de los muertos.

Silencio.

Abre caminos de algodón profundo,

amordaza las ruedas, los relojes,

detén la voz del mar, de la paloma:

emociona la noche de los sueños.

Silencio.

El tren lluvioso de la sangre suelta,

el frágil tren de los que se desangran,

el silencioso, el doloroso, el pálido,

el tren callado de los sufrimientos.

Silencio.

Tren de la palidez mortal que asciende:

la palidez reviste las cabezas,

el ¡ay! la voz, el corazón la tierra,

el corazón de los que malhirieron.

Silencio.

Van derramando piernas, brazos, ojos,

van arrojando por el tren pedazos.

Pasan dejando rastros de amargura,

otra vía láctea de estelares miembros.

Silencio.

Ronco tren desmayado, enrojecido:

agoniza el carbón, suspira el humo

y, maternal la máquina suspira,

avanza como un largo desaliento.

Silencio.

Detenerse quisiera bajo un túnel

la larga madre, sollozar tendida.

No hay estaciones donde detenerse,

si no es el hospital, si no es el pecho.

Para vivir, con un pedazo basta:

en un rincón de carne cabe un hombre.

Un dedo solo, un solo trozo de ala

alza el vuelo total de todo un cuerpo.

Silencio.

Detened ese tren agonizante

que nunca acaba de cruzar la noche.

Y se queda descalzo hasta el caballo,

y enarena los cascos y el aliento.

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2. Los españoles

BLAS DE OTERO: HIJA DE YAGO

Aquí, proa de Europa preñadamente en punta;

aquí, talón sangrante del bárbaro Occidente;

áspid en piedra viva, que el mar dispersa y junta;

pánica Iberia, silo del sol, haza crujiente.

Tremor de muerte, eterno tremor escarnecido,

ávidamente orzaba la proa hacia otra vida,

en tanto que el talón, en tierra entrometido,

pisaba, horrible, el rostro de América adormida.

¡Santiago y cierra, España! Derrostran con las uñas

y con los dientes rezan a un Dios de infierno en ristre,

encielan a sus muertos, entierran las pezuñas

en la más ardua historia que la Historia registre.

Alángeles y arcángeles se juntan contra el hombre.

Y el hambre hace su presa, los túmulos su agosto.

Tres años; y cien años de sangre abel, sin nombre...

(Insoportablemente terrible en su arregosto.)

Madre y maestra mía, triste, espaciosa España.

He aquí a tu hijo. Úngenos, madre. Haz

habitable tu ámbito. Respirable tu extraña

paz. Para el hombre. Paz. Para el aire. Madre, paz.

Félix Grande: PASOS EN LA ESCALERA

En la ciudad existe una escalera retorcida y tentacular

cuyos peldaños son pensiones llamadas económicas

cuartos estrictos con humedad desconchones dos tres camas

ellos duermen allí su clandestina frustración

se oyen roncar de pared a pared o velar o agitarse

consultan su billetero de badana reunido con una gomita

manoseando retratos y cartas de recomendación

se sientan sobre las camas cuyas sábanas envolvieron

a oficinistas albañiles desempleados se sientan y meditan

recuerdan épocas de siembra el paseo del domingo

la boda antigua del primo carnal la yegua muerta

casi hacen bueno lo que fuera sórdido -se apoyan

un poco más en la almohada fumando

y memoran los súbitos abrazos la asustada mujer

los pechos que en su entrega parecían decir haz fortuna

la boca que se precipitó en la suya susurrando

encuentra trabajo no tienes razón

en eso que me dizes llo paso los Domingos

en la Pension escriviendote cartas. [...]

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3. La vida y la conciencia.

Luis Rosales: AUTOBIOGRAFÍA

COMO EL NAUFRAGO METÓDICO QUE CONTASE LAS OLAS QUE

LE BASTAN PARA MORIR

y las contase, y las volviese a contar, para evitar errores,

hasta la última,

hasta aquella que tiene la estatura de un niño y le cubre la frente,

así he vivido yo con una vaga prudencia de caballo de cartón en el baño,

sabiendo que jamás me he equivocado en nada,

sino en las cosas que yo más quería.

Jaime Gil de Biedma: DE VITA BEATA

En un viejo país ineficiente,

algo así como España entre dos guerras

civiles, en un pueblo junto al mar,

poseer una casa y poca hacienda

y memoria ninguna. No leer,

no sufrir, no escribir, no pagar cuentas,

y vivir como un noble arruinado

entre las ruinas de mi inteligencia

.

Carlos Sahagún: SEPTIEMBRE (sobre los últimos ejevutados del franquismo.)

Como un filtro bebido en sucia copa,

arma implacable, la vejez degrada

la noche del tirano. Ella, hundiéndose

entre las incidencias del otoño,

cinco vidas segadas descendieron

hacia la sombra, no hacia la derrota,

símbolos de un presente envilecido

que lentamente y sin piedad acaba...

Y, más allá de la crueldad del tiempo,

los que fuimos testigos somos cómplices.

Por ello, en el silencio roto, mientras

la lluvia cae sin tregua y sin destino,

aunque sepamos que la historia un día

rescatará esta página sangrienta,

la certidumbre airada de sus muertes

hoy nos atañe a todos: desarmados,

errantes ya y sin gloria, ¿somos dignos

de entrar en las regiones transparentes

que ellos, cayendo hacia lo oscuro, alzaron

con su pasión de luz, con su martirio?