platon15.doc

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la palabra su traducción usual de ‘alma’, pero entrecomillada) que ningún otro ente puede hacer, como cuidar, mandar, deliberar; y en primer término vivir (tò zên), su función principal. La psykhé tiene cierta areté. Si se la quitan, hace mal sus funciones y se convierte en una ‘mala’ psykhé. Y, termina rápidamente el argumento, en una conclusión provisoria que tendrá que ser retomada a lo largo de todo el diálogo, como la justicia era una areté del alma y la injusticia una deficiencia, la psykhé justa, o el hombre justo, vive bien y el injusto mal. De allí se derivan felicidad e infelicidad. Es ventajoso ser feliz, y entonces la justicia es más ventajosa. La psykhé -a la que se empieza adjudicando ciertas funciones que llamaríamos ‘psíquicas’, pero que tienen neto alcance ético-político- tiene como función más propia y general ‘vivir’. Esto está sostenido por la semántica usual y arcaica de psykhé, aquello cuya presencia en el hombre permite la vida, o mejor, cuya partida determina la muerte. Pero -al menos desde Sócrates, o desde el Sócrates platónico (Critón 48b) hasta Aristóteles (Política 1252b30), vivir, zên, sólo se completa como eu zên, ‘vivir bien’, fórmula que equivale a la buena vida política, la cual frente al mero vivir biológico, zên, da la plena dimensión de la vida humana. La justicia aparece aquí como una areté junto a otras. Sin embargo, en ese mismo transfondo está la idea expresada por un proverbio, “la justicia es la suma de todas las virtudes”14. En el desarrollo del diálogo, la justicia aparecerá en cierto modo como la condición de posibilidad de las otras virtudes. Al no haberse respondido a la pregunta inicial por la justicia misma, los resultados del libro I 15 son dados como no válidos. Pero el camino hecho ha servido para poner en cuestión tanto las concepciones tradicionales como las teorías sofísticas del poder: ambos momentos están envueltos en una misma crisis, y tienen que ser superados juntos. Y se aporta todavía un elemento más. Ya en el libro II, el diálogo substituye la interlocución de Trasímaco, que en adelante apenas dará señales de vida, por la de los hermanos de Platón, Glaucón y Adimanto. El primero adelanta, esperando ser refutado, una tercera concepción de la justicia que se mantiene fuera de la pregunta por su ‘esencia’ y en el ámbito de su utilidad. Se distingue entre bienes que se agotan en el goce que proporcionan, bienes agradables y además queridos por sus consecuencias, y bienes penosos, queridos sólo por sus consecuencias. La justicia, que

debería estar en l

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