padre mario pantaleo. a 20 años de su muerte, piden su beatificación
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-devocion-Los fieles agradecen la intercesión del Padre
Mario.
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Parece el chiste del Fitito y el elefante, aunque se trata de un Spazio color azul eléctrico. Porque se
bajan uno, dos, tres, cuatro pibes, con un bidón de plástico en la mano cada uno. Los parlantes explotan de cum-bia, igual que la canilla, que también
TexTo: Geraldine Mitelman (gmitelman@clarin.com)foTos: Julio Juárez
explota con ese chorro incesante de agua bendita. Vaya a saber si por la fe que se empecina en creer en sus efec-tos protectores, o por la otra realidad que dice que, en esta zona de Gonzá-lez Catán, ese recurso vital no es lo que más abunda. Del otro lado de la canilla, y del otro lado de la reja que bordea es-te predio conocido por todos como La Obra del Padre Mario Pantaleo, Perla Gallardo espera. Está sentada al lado de una ventana, en un banco de made-
ra que alguna vez ocupó el cuerpo chi-quito, italianísimo, del cura sanador al que asistió como su mano derecha. Ese que viajaba en una Siam Lambretta por este rincón del conurbano –en aquel entonces, un completo lodazal– y se ataba la sotana para no parecer sú-per héroe. Pero eso era Pantaleo para mucha gente, aún sin portar la capa. Le alcanzaba con sus manos, dicen, para que los milagros ocurrieran. Y aunque se fue hace 20 años, las 372.000 per-
Padre Mario
Las manos que siguen
acariciandoCamino a la beatificación. A veinte años de la muerte del cura
sanador, Perla Gallardo -la encargada de custodiar su legado- recuerda su vida de milagros y encabeza la ardua tarea de convertirlo en santo.
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36 sonas que visitan por año el mausoleo donde está enterrado mantienen su nombre presente.
La “Doña”, como todos conocen a Perla por acá, es la mujer que ayudó al sacerdote a luchar contra inmensos molinos de viento y dejar que, en secre-to, siguiera aliviando. Porque muchos, incluida la Iglesia, comenzaban a se-ñalarlo como un curita charlatán. Pero fueron más los testimonios de aque-llos que dicen que, con sólo arrimarse, Pantaleo podía visualizar tumores, problemas renales, insuficiencias car-díacas y hacer que enfermedades ter-minales frenaran su evolución.
Los agradecimientos de los fieles es-critos en pequeños mosaicos con for-ma de corazón, azulejos y maderitas pintadas a mano, bordean las paredes de la que fue su casa. Desde el 2005, llevan contabilizadas 7.084 placas. “Gracias Padre Mario por devolverle la salud a mi mamá. Gracias por sanar a mi hijo Matías. Gracias por tender tu mano. Héctor.” Deseos cumplidos, mi-lagros escuchados, gracia recibida, se-rá porque no existe ningún sinónimo que pueda remplazarla, que suena con fuerza única esa palabra, gracias.
–“No quiero que te mueras”–Es fácil perderse en los ojos claros de Perla, que arrastra esa inconfundible tonada correntina de su Goya natal para contar la historia que marcó a fuego su destino y el de miles de per-sonas. Tenía 18 años cuando se recibió de maestra y se mudó a Rosario, tenta-da con un profesorado en Filosofía y Letras. Ahí conoció al amor de su vida, Eduardo Garabelli, un joven médico con el que se casó y tuvo cuatro hijos. “Pero a los 25 años generé un fibroma, un tumor que oprime el útero y produ-ce hemorragias. Con el tiempo se con-virtió en cáncer. Me daban tres meses de vida, así que mi marido me llevó a Europa para que me viera el doctor Os-car Ivanissevich, que había atendido a Eva Perón por lo mismo. En ese mo-mento me quise morir al escuchar ese pronóstico”, recuerda ahora, con 85 años y una vitalidad envidiable.
Dice que su fe católica la ayudó a pre-pararse para la muerte. Buscó la forma de no tener miedo. De aceptar. Pero no era su momento. Su marido le habló de un cura que atendía en Buenos Aires y tenía el don de curar. “Será un chanta”, recuerda que pensó. Pero su hijo más chico, Guillermo, se le tiró encima y le
dijo: “Yo no quiero que te mueras”. Fue suficiente para convencerla y al
otro día, se presentó con una carta de recomendación de un obispo amigo, el jesuita Ismael Quiles, en un depar-tamento de Santa Fe y Carlos Pelle-grini, propiedad de María Lalor. Perla recuerda una habitación amplia con algunas personas de pie y a lo lejos, a un curita chiquito, de sotana, que fuma-ba como loco, y caminaba de acá para allá. “Ni me miró, pero yo seguía firme, agarrando con fuerza mi carta. Me lla-maba la atención que pasaba la mano desde lejos, sin tocar a las personas, y me conmovía el silencio, el respeto que se respiraba en el lugar.”
De pronto, el cura habló: Acá hay una persona con una hemorragia. Voy a verla primero, dijo, “y salió rumbo a mí, con el pucho en la boca, intentan-do embocarlo para encender otro, y seguía sin mirarme. Apagó el cigarri-llo en una alfombra preciosa y enton-ces me miró. Me puso la mano frente al vientre y me hizo señas de que me quedara callada. En ese momento sen-tí el fluir de la sangre y le dije “Padre, la hemorragia está cortándose”. El se sacó el cigarrillo de la boca, me tiró el humo en la cara, y me dijo “dígame, usted vino para eso, ¿o no?”. Sí, le dije yo, pero no esperaba nada. “Qué bueno eso –me contestó– no esperar nada y recibir. Qué grande es Dios.”
El padre Mario le dijo a Perla que no la iba a curar, y ella quedó desconcer-tada con esa respuesta. Quienes cono-cieron a Pantaleo recuerdan que él se consideraba un intermediario entre la voluntad de Dios y los enfermos, y señalando con el dedo hacia el cielo, siempre respondía: “El que cura es el de arriba”. Ese día en que se conocie-ron, también le dijo que la hemorragia volvería esa misma noche. Y sucedió. “Esa videncia, la posibilidad de decirte exactamente lo que tenías, era su don”, afirma Perla.
Aunque estuvo radicado desde muy chico en la localidad de Alta Gracia, en la provincia de Córdoba, José Mario Pantaleo nació en Pistoia, Italia, el 1
El bronce y la webcuEstion dE fE
Acorde a los tiempos que corren, el Padre Mario no podía menos que tener
su página en Facebook. Ahí, 24.422 seguidores leen sus frases, fragmentos
de sus homilías y escriben mensajes, pedidos e intenciones en el muro. Hasta
suben fotos con él -los mayores- o su retrato. Lo que hasta ahora no tenía, y sus fieles pedían, era una estatua. Pero en el taller del escultor Carlos
Benavídez, gracias a las miles de llaves que fueron donadas, está tomando forma de bronce. La obra es en tamaño natural: mide un metro sesenta, como Pantaleo,
y está con su mano derecha semi extendida, un gesto típico suyo cuando
acariciaba a alguien. Será descubierta el domingo 19 de agosto en la Fundación.
su mausoleo es visitado por 372.000
personas por año. ellas son las que mantienen su nombre presente.
El péndulo –integra sus pertenencias en la que era su casa– que usaba el
Padre Mario, cuya obra se conoce en el mundo entero. Desde Italia, Gabriella Oldrini colabora hace una década con la fundación y recaudó 80 mil euros para construir una biblioteca junto al secundario de González Catán.
Esto le valió el premio HelpArgentina Embajadores Sociales 2011, que busca
dar reconocimiento y difusión a las personas que residen en el exterior y ayudan a organizaciones sociales en
Argentina.
aqui y En El mundo
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-custodia-Perla vela por el
legado del Padre Mario y su obra.
de agosto de 1915. A Salerno, pero 29 años después, regresó para ordenarse como sacerdote. Y por un pedido del Cardenal Caggiano al Papa Pío XII, Mario regresó a la Argentina. Después de pasar por varios destinos, en 1968 se instaló en González Catán. Ahí fue donde Perla y el sacerdote volvieron a verse. Ella, pensando de qué forma podía pagar algo tan sagrado como la salud que estaba recuperando, tuvo la loca idea de llevarle plata. Pero el Padre revoleó los billetes y le pidió un perrito pequinés color champagne. “Me recorrí todas las veterinarias de Buenos Aires hasta encontrarlo. En ese entonces, Catán no figuraba ni en el mapa, pero conseguí un remís y lle-gué hasta su casa”, cuenta sentada en el mismo lugar donde se encontraron por segunda vez. “¿Sabés lo que había acá? Una pieza, un baño y una cocinita. El no necesitaba nada más.”El Padre Mario ayudó a mucha gente, ¿por qué cree que le tocó a usted ocupar un lugar tan impor-tante a su lado?Quizá sacás esa idea de la película Las manos, en la que aparezco bastante so-la. Pero yo no fui la única. Aquí venía mucho también mi marido, que era médico, y estuvo siete años ponien-do su propio diploma para que nadie acusara al Padre de ejercicio ilegal de la medicina. El estaba tan agradecido por mi supervivencia que lo ayudó así. Después me separé de mi marido, y junto a otras mujeres lo ayudamos a mantener esta casa, que ya había sido remodelada como se ve ahora, aunque él seguía usando los mismos dos am-bientes. Yo llevo 44 años entregada a esto, pero no al Padre Mario sino a su obra, porque eso fue lo que él me pidió. Después de la película de Alejan-dro Doria, quedó la sensación de que el Padre tenía una suerte de enamoramiento con usted...No sé qué quiso decir Alejandro Doria, pero habrá querido insinuar algo que no existió. Había muchas mujeres al-rededor de él, pero el Padre no se ena-moraba, estaba en otro nivel. A ver...Hay curas mujeriegos... El presidente destituido Lugo fue Obispo en Para-guay y qué se yo cuántas aventuras tuvo. Pero el Padre Mario nos miraba como seres asexuados. Sí tenía un sen-tido de la belleza, pero era un ser de luz extraordinario, esos milagros de vida que Dios pone en la Tierra y que sólo conocí otra igual, que fue la Madre Te-
Félix
luna
“Fue un ejemplo de
vida y, para muchos, un
santo.”
Juan alberto
badía
“Era un tipo que en su
mano tenía un colchón de
energía. Cuan-do terminaba
de atender, me llevaba a reco-rrer su obra.”
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filmar la pelicula
fue un milagro.el padre estuvo siempre
presente.
doria fue el
director ideal: tenia amor en su
camara.
Graciela Borges, protagonista junto a Jorge marrale de la pe-lícula Las manos, de alejandro doria, estrenada en 2006, y ganadora de un Premio Goya.
La película nació un día de mucho frío, en un restaurante de Las Cañitas, junto a el realizador Claudio Corbelli. Habíamos conocido a Perla unos días antes en Mar del Plata y la historia entrañable del Padre Mario nos conmovió. Pensamos que Alejandro Doria era el director ideal, porque tenía amor en su cámara y en su modos, y lo convocamos. Tuve que pensar mucho en el personaje que iba a encarar por la relación de Perla con el Padre, que era algo intocable para mí, y creía fervorosamente en la pureza que tenían. Entonces se me complicaba hacerla bella, porque ella lo es. Pero si la hacía de esa manera, nadie iba a creer que ellos no habían tenido una relación más profunda. Filmar la película fue un milagro. Creo que Mario estuvo presente siempre. Y nos pasó una cosa llamativa: el día que levantamos el set en el predio de la Universidad de La Matanza, el pasto que debía estar mustio, apareció lleno de flores blancas. Tenemos fotos de eso, porque no lo podíamos creer. Pero lo que más me conmovió es una historia que me contó Perla al empezar a filmar. Dice ella que un día, por la ventana de un sanatorio a donde había llevado al Padre en una de sus urgencias, él le dijo: “Esa chica que está en el jardín es Graciela Borges, y la hermana Mercedes (una monja del lugar) me dijo que tengo que rezar por su mamá, porque está muy enferma”. Mi mamá, que estaba muy grave, en esa oportunidad mejoró, y el Padre Mario murió al poco tiempo. Yo creí que no lo conocía, pero ahora sé que tuvimos una vinculación fortísima como lo son la vida y la muerte.
oPinion
una historia que nos conmovió
La diva en la
piel de Perla
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40 resa de Calcuta.A él lo venían a ver muchas caras conocidas, ¿quiénes pasaron por sus manos?Muchísimos. El ex presidente Carlos Menem tenía pólipos en las cuerdas vocales y venía. Jorge Guinzburg tam-bién, dos veces por semana. Lo amaba al Padre, y pedía mucho por la salud de su papá. Llegaba cuando estaba cele-brando misa y me pedía pasar. Yo le decía “pero Jorge si vos sos judío, no tenés obligación de ir”. Se sentaba en un reclinatorio chiquitito y me decía “no es obligación, Perla, es que siento necesidad de escucharlo”.
La lista de sus seguidores es enorme: Ernesto Sábato, que llevaba a su mujer, Matilde, y solían compartir almuerzos con el Padre, Minguito, Porcel, Raúl Alfonsín –que le regaló 45 cuadras de pavimento– y Alicia Pérez Companc, que donó antes de morir 500.000 dóla-res para construir el polideportivo que fue bautizado con el nombre de su pa-dre, hasta otros más anónimos, como Rosalía Moreno, que vive “acá cerqui-ta, del otro lado pasando la estación”, y que suele agradecer más de lo que pide. Vino con su hija y su nietita de un año. “¿Que si lo conocí al Padre? No, ya me hubiese gustado, pero sé que él me ayu-da igual, y protege a mi familia”, cuenta mientras guarda en su billetera un par de estampitas que agarró de la santería “para tenerlo más cerquita”.¿Qué extraña de él?El andar, las chinches porque le rom-pían un rosal o se le moría un perro. No era malhumorado, pero se ponía ner-vioso, se enchinchaba mucho.¿Y llegó a sus oídos alguien con un don como el suyo?Hace años, cuando me contaron que había llegado el padre Ignacio a Rosa-rio, y decían que era un cura sanador, le pregunté al Padre, “¿y usted qué pien-sa?”. Sacó un péndulo que usaba, lo puso encima de un redondel y me dijo “Este no miente, es un ser de luz”. Fui dos veces a verlo, y recibe miles de per-sonas, como Pantaleo, que podía aten-der a 2.000 personas en una semana. Se llamaban las “filas de la esperanza”, ¿te das una idea de lo que era eso? Eran jornadas que comenzaban a las 4 de la mañana y no se sabía cuándo termi-naban. Por eso mi gran deseo es haber iniciado su beatificación. No pretendo verlo en los altares, los tiempos de la Iglesia son lentos, más cuando hay tan-tas cosas en contra como son los curas
pedófilos y todas esas historias turbias. La beatificación tiene que iniciarla el Obispado de Laferrére. Monseñor Ho-racio Suárez, que es muy amable, me dice que yo estoy muy apurada y tengo que tener paciencia...Es que hace 20 años que murió, tal vez mi apuro es que ya soy muy vieja. Como el Padre murió en Buenos Aires también me puse en contacto con el Cardenal Bergoglio. ¿Qué le piden para su beatifica-ción?Primero que nada mostrar su obra y el testimonio de la gente. Por día, el Padre veía fácilmente entre 300 y 400 perso-nas, así que la cantidad que pudo haber sanado es incalculable. Pero lo que él hizo en vida no sirve porque se consi-dera que algún aspecto psicológico de la persona podría haber influido en su curación. En cambio, tengo 2.500 tes-timonios, e historias clínicas, de gente que se curó porque vino a verlo a esa tumba que está ahí –señala en direc-ción al mausoleo donde está Pantaleo– y que pueden demostrar esa cantidad de milagros que produjo después de su muerte. Además, tenemos registradas en los libros de visitas 45.000 firmas pidiendo por su beatificación.
Pantaleo tenía 77 años cuando fa-lleció como consecuencia de una in-fección intra hospitalaria, producto se las reiteradas internaciones que le provocaba su enfisema pulmonar. Aún así, nunca dejó de fumar, ni de leer Mafalda y Patoruzú, o de celebrar la misa diaria. Por un pedido expreso suyo, su casa se convirtió en museo después de su muerte. Muchos lo lloraron ese 19 de agosto de 1992 en González Catán. Su velatorio debió extenderse varios días para que las casi 20.000 personas que acudieron a la capilla ardiente pudieran despe-dirse de él. Y él, ¿qué opinaba de la muerte? ¿Creía en el más allá?Hablábamos mucho de eso. Una vez le pregunté, ¿qué vamos a hacer, Pa-dre, cuando usted falte? “Al principio se van a quedar solos, pero después la gente llegará de a miles”. _
Hombrecitos y diosesvivEncias
Por Ana Laura Pérezperiodista
Hubo dos acontecimientos recientes que sacudieron a la familia con una diferencia de meses. En el primero, lo que empezó siendo un dolor de desarrollo terminó
siendo un tumor maligno y enorme que había que extirpar con urgencia de P., la primera de los cinco nietos. En el 2010,
P. tenía 14 años y la familia repetía ese 14 buscando descifrar el misterio
mayor, ¿por qué a ella? Con P. se siguió el más estricto protocolo médico. P. se curó y para su cumpleaños de 15
quiso que todos nos disfrazáramos. Mi performance fue la peor: de bailaora fui opacada por una Pitufina, la Cruella De Vil de mi tía Rosana y una Caperucita de más de 60. Cuando todavía nos reíamos con las fotos, el abuelo materno de P. fue internado de urgencia con un tumor de
mal diagnóstico. Y el abuelo siguió cada instrucción médica hasta curarse, hace
pocos meses. El abuelo de P. es mi padre. Cuando yo tenía la edad de P., mi sobrina, lo acompañé a ver a Mario. Llevamos a
una amiga mía, en quien la adolescencia había despertado un mal extraño y cruel, que consumía los músculos faciales. El
padre Mario pasó la mano a centímetros de la cara de mi amiga, tomándose con la otra la frente, concentrado en algo que no se expresaba ni como rezo ni
como consuelo. El padre Mario no curó a mi amiga que pasó luego por muchas
intervenciones dolorosas.En la Semana Santa de 2009 viajé a Rosario para escribir sobre otro cura
sanador: el Padre Ignacio. Entonces no había sido vulnerada por la enfermedad de personas queridas. Pero creo ahora lo mismo que creía entonces: me importa
menos que haya un Dios para pedir.
el padre murio a los 77 años por una
infeccion intra hospitalaria. nunca
dejo de celebrar una misa diaria.
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