no oyes ladrar a los perros o la cantaleta de un padre que mata a su hijo
Post on 11-Aug-2015
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¿“No oyes ladrar a los perros” o la cantaleta de un padre que “remata” a su hijo?: una
interpretación insólita de un aficionado.
POR JEISSON MONSALVE
En el cuento “No oyes ladrar a los perros” de Juan Rulfo, un muchacho es llevado
en hombros por su padre. El muchacho es un bandido y se encuentra herido. El
padre, que lleva al muchacho con gran esfuerzo y a través de un terreno
pedregoso, busca un médico y un pueblo llamado Tonaya. Pero el padre lejos de
querer al muchacho –como se podría suponer- lo aborrece de manera visceral:
“Porque para mí usted ya no es mi hijo. He maldecido la sangre que usted tiene de
mí. La parte que a mí me tocaba la he maldecido. He dicho: “¡Que se le pudra en
los riñones la sangre que yo le di!... “El cuento transcurrirá, principalmente, entre
la imagen de un padre que busca a toda costa salvarle la vida al hijo, y la imagen
de un padre punzante en sus reclamos. Reclamos en un momento apremiante (de
vida o muerte más exactamente para el muchacho).
El muchacho le insistirá al padre de manera constante que lo baje. Por otro lado, el
padre insistirá en llevar al muchacho sobre sus hombros, hasta hallar el pueblo en
que se encuentra el supuesto doctor. Pronto el padre advertirá lo absurdo de la
situación y buscará una justificación para el hijo: ” Todo esto que hago, no lo hago
por usted. Lo hago por su difunta madre. Porque usted fue su hijo. Por eso lo hago.
Ella me reconvendría si yo lo hubiera dejado tirado allí, donde lo encontré, y no lo
hubiera recogido para llevarlo a que lo curen, como estoy haciéndolo. Es ella la
que me da ánimos, no usted”. Hay en esta cita un elemento clave del cuento: el
recuerdo de la madre. Será la cantaleta del padre, que haga referencia a la madre
muerta, la única que cause un efecto en el hijo. El muchacho irá “…allá arriba,
todo iluminado por la luna, con su cara descolorida, sin sangre, reflejando una luz
opaca” pero podríamos concluir que bien aunque agonizante. El padre continuará
su cantaleta sobre la madre, aún sin advertir que toca el lado más frágil del hijo:”
Tu madre, que descanse en paz, quería que te criaras fuerte. Creía que cuando tú
crecieras irías a ser su sostén. No te tuvo más que a ti. El otro hijo que iba a tener
la mató. Y tú la hubieras matado otra vez si ella estuviera viva a estas
alturas.”Inesperadamente, el hijo reaccionará de manera conmovedora a este
ataque del padre:”…Sintió que el hombre aquel que llevaba sobre sus hombros
dejó de apretar las rodillas y comenzó a soltar los pies, balanceándolo de un lado
para otro. Y le pareció que la cabeza; allá arriba, se sacudía como si
sollozara….Sobre su cabello sintió que caían gruesas gotas, como de lágrimas”
pero el padre, después de descubrir ese lado más frágil del hijo, y de saber cómo
herirlo, no se callará. Por el contrario, golpeará de nuevo, mordaz:”… ¿Lloras,
Ignacio? Lo hace llorar a usted el recuerdo de su madre, ¿verdad? Pero nunca
hizo usted nada por ella. Nos pagó siempre mal. Parece que en lugar de cariño, le
hubiéramos retacado el cuerpo de maldad. ¿Y ya ve? Ahora lo han herido. ¿Qué
pasó con sus amigos? Los mataron a todos. Pero ellos no tenían a nadie. Ellos bien
hubieran podido decir: “No tenemos a quién darle nuestra lástima”. ¿Pero usted,
Ignacio?...”Al parecer el hijo agonizante morirá después de estas palabras.
Padre e hijo encontrarán el pueblo y Rulfo cuenta del padre: …”Tuvo la impresión
de que lo aplastaba el peso de su hijo al sentir que las corvas se le doblaban en el
último esfuerzo. Al llegar al primer tejaván, se recostó sobre el pretil de la acera y
soltó el cuerpo, flojo, como si lo hubieran descoyuntado” Pero el padre, a pesar de
la aparente muerte del hijo, aun tiene tiempo de pronunciar unas palabras
póstumas y amenas a este: “No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza”
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