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letras libros revistas
ELSA CANO
haled Hosseini nació en Kabul, capital de Afganis-
tán en 1965. En 1980, un año después de la inva-
sión soviética obtuvo asilo político en Estados Uni-
dos. Su primera novela Cometas en el cielo obtuvo un éxito
extraordinario. Mil soles espléndidos es su segunda novela;
en ella Hosseini expresa sus valerosas ideas en defensa de las
mujeres de su país.
Sus personajes Mariam y su madre Nana viven en una
choza miserable (Kolba) en las afueras de la ciudad, porque
Mariam es hija ilegítima (Harami) de un riquísimo comercian-
te llamado Yalil. Toda la primera parte del libro se refiere a la
vida de Mariam. La segunda parte es la vida de Laila, una niña
pequeña que con el tiempo compartirá su vida con Mariam.
Los capítulos siguientes narran la vida de las dos mujeres.
Mil soles espléndidos tiene las características de los best-
sellers; personajes con infancia y juventud muy dolorosas, de-
plorables, impactantes, por el insoportable sufrimiento, pero
con un desenlace feliz. Este rasgo tan usado en el siglo XX y en
el XXI viene desde el siglo XIX; concretamente es la herencia de
Carlos Dickens (David Copperfield, Oliver Twist, etcétera).
Mariam no tiene preparación alguna; Laila, por el contra-
rio, es hija de un maestro de escuela y su maestra Jala Rang-
maal la instruye con la idea de que hombres y mujeres son
iguales. El comunismo en Afganistán había aceptado que
las mujeres estudiaran. Pero las ilusiones de Laila y de to-
das las mujeres afganas serán aplastadas años más tarde.
Otro rasgo que define a un best-seller es la cuidadosa in-
vestigación histórica y sociológica; en el libro es expuesto
detalladamente cómo pasó Afganistán a convertirse en Estado
Islámico de Afganistán. Están presentes todas las etnias:
Hazaras, Muyahidines, Tayikos, Hamwatanes, Uzbekos, etcé-
tera. Hasta la llegada de los talibanes en los años noventa.
El libro se llama Mil soles espléndidos porque el autor se
refiere a un famoso poema escrito por Saib-E-Tabrizi (persa)
en el siglo XVII sobre la ciudad de Kabul.
En plena guerra tendrá lugar una gran historia de amor:
la de Laila y Tariq.
Las nuevas leyes de los talibanes son para los habitantes
de Afganistán un retroceso de siglos y no hay salida posible.
Todas las escuelas para niñas quedan clausuradas. Las muje-
res no tienen derecho a estudiar y no pueden salir solas a la
calle.
El personaje central de esta valiosa novela es la mujer;
descrita en un binomio: Mariam y Laila, para que el autor
pueda presentar dos tipos de infancia, que a la larga, desem-
bocarán en la misma opresión. Laila es una especie de plano
concreto; Mariam el plano abstracto; pero las dos son piezas
de un sólo ajedrez (Rashid, el marido de ambas) quien se
encargará de devorarlas.
Estructuralmente hablando el momento culminante
tiene lugar cuando Hosseini narra una situación simultánea-
mente con personajes diferentes: llega Tariq a la casa donde
viven Mariam, Laila, Rashid y los hijos Aziza y Zalmae. Son
dos acciones en un sólo tiempo: Rashid interroga a su hijo
Zalmae sobre las visitas de Tariq; y en el mismo lapso o in-
tervalo interroga a las dos mujeres para ver si coinciden las
versiones.
En la balanza ontológica de desgracias y penurias
que comparten las dos mujeres, una de ellas tiene que
sacrificarse por la otra. Como si se tratara de una sola
vida para las dos. Cuerpo y espíritu se unirán con la
muerte de una de ellas.
Mil soles espléndidos es una novela costumbrista que
permite ver como en un cuadro el realismo de la vida cotidia-
na de un pueblo, sus leyes, su religión, sus costumbres, toda
su organización, que convirtió al país en una sociedad atra-
sada, casi primitiva. Pareciera que hablamos de la edad media
y en realidad Hosseini describe el siglo XXI.
Poco se sabe de Afganistán, nadie habla ni da informa-
ción de ese país, sólo se sabe que allá llegó a esconderse
Osama Bin Laden. Los rusos buscaban un centro estratégico
para su comercio y por ello invadieron, pero falló; por eso se
dice que Afganistán es para los rusos, lo que Vietnam fue para
los Estados Unidos.
También se conoce poco de la religión musulmana y
aunque en todas las religiones hay extremos ésta se lleva los
primeros lugares. Afganistán es la extrema derecha de dicha
religión.
Los logros de la mujer occidental en comparación con la
mujer musulmana son el opuesto. Hosseini se refiere escasa-
mente a la descripción de cómo un pueblo que era de arte-
sanos y que logró un mediano desarrollo con los rusos, retro-
cedió 360º con la llegada de los talibanes.
Durante el periodo talibán, la única salida que les quedó
fue la droga, dado que es uno de los países que más la pro-
duce. Éste es un libro que indudablemente debe leerse.
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ROBERTO LÓPEZ MORENO
áximo Cerdio viene de Huixtla, nació en Huix-
tla, es de Huixtla. Yo sé lo que es eso, es car-
gar con el trópico a la espalda... y dentro de
la imaginación. Ahí en Huixtla, los seres están tejidos a lu-
nas y soles con la misma intensidad, ahí en Huixtla los sue-
ños flotan sobre un río que viene de la altura de las mon-
tañas de la Sierra Madre Occidental y se desboca incontenible
hacia las inmensidades del Océano Pacífico. En el trayecto
atraviesa por toda una patria de las maravillas de la que el
lenguaje común queda deudor perpetuo.
¿Cómo describir esos espacios aéreos que laten cada
día a merced de las parvadas a veces azules, a veces rojas,
a veces amarillas, a veces verdes, pintando el cielo con un
tembladero de alas que nubla el sol y asombra la pupila?
De ese horno, que yo conozco muy bien, viene Máximo,
de ese territorio de las desmesuras, en donde cada quien en-
cuentra cada tarde su fragmento de magia y lo habita y lo vive
en medio de aquellos devenires que tienen como función prin-
cipal ponerle brasas ardiendo a los pensamientos. De ahí, de
esa realidad de incandescencias, Máximo ha cargado su tinta
y ha querido que ella escriba versos. Hacer poesía en Huixtla
debe ser harto difícil, porque ahí, en esa zona de las sorpre-
sas, las cosas y los seres son como la diaria escritura de un
poema, tocado con la lumbre del trópico, pero bautizado a la
vez con el agua bendita del río del que hablo.
Huixtla quiere decir Tierra de los colibríes, viene del
náhuatl: Huitzillin (espina que vuela, que a su vez quiere
decir “colibrí”) y Tlan (cerca, en, debajo, entre, etcétera). La
voz anónima, desprovista de imaginación, despojada del
concepto poético de nuestros antepasados, leyó de mane-
ra literal y tradujo simplemente: lugar en donde abundan
las espinas. Pero en Huixtla, lugar escogido por el trópico
para desbordarse incontenible, no hay magueyes, nopales
ni ningún tipo de cactus propios de las tierras desérticas o
semidesérticas. Entonces se trató de justificar la simpleza
con el hecho de que abunda por ahí una planta que en su
estructura contiene unas pequeñas espinas, el ixcanal.
Lo cierto es que sí, por trópico que es, en Huixtla abun-
da el colibrí, “la espina que vuela”, el espíritu de Huitzilo-
pochtli (el colibrí zurdo) para nuestros ancestros; el ave del
largo pico (la daga de pedernal) que busca el centro de la flor
(el corazón, que palpita en el centro del pecho) para consumar
el sacrificio y seguir siendo los dueños del universo. En su
paso a las Hibueras los nahuas hicieron precisamente de Huix-
tla un centro ceremonial, por ello en sus jeroglíficos repre-
sentaban a ésta con una espina de maguey, el símbolo del
pico del colibrí, de la ceremonia. Tierra de colibríes, Huix-
tla fue entonces una más de las moradas del invencible
Huitzilopochtli.
Pensando en estas cosas me figuro a Máximo en medio
del sopor de la tierra natal, cazando colibríes como versos,
capturándolos para sumar su colección de decires, con el
vuelo vertical y zigzagueante de esas avecillas tan de nuestras
cosas, que representan en la tradición mexicana la fuerza
de la voluntad y la imaginación. Es que un poema escrito en-
tre las brasas de Huixtla, es un colibrí que la mano del poeta
convirtió en un latido de tinta.
Nuestro personaje, entonces, sube y baja por la escala de
los sofocos huixtlecos y empieza a deletrear las cuestiones de
la vida con su manojo de colibríes capturados, que no sólo
llenan de belleza las páginas de un libro, sino de otras verda-
des en las que se ven comprometidos pasados, presentes y
futuros y la presencia de un paisaje que colinda infiernos
y paraísos y del hombre asumiendo y transformando tal pai-
saje con todo lo que esto implica, hasta que el hombre mismo
se convierte en avecilla de vuelo geométrico y vertiginoso.
Como producto de la magia que sugerimos, Máximo
invita a otra forma del hechizo para integrar su libro, el que
soñó por las tierras de Comala aquel Juan Rulfo que mucho
tenía de las maravillas que nos maravillan. Así es cómo el
joven autor puso en nuestras manos su primer libro formal
de poemas, Susana San Juan, editado llamativamente por
Ediciones Nave de Papel.
M
“En aquel tiempo el aire también era un niño...” nos dice
Máximo en una parte de su extenso poema de 45 páginas.
Ya están unidos los colibríes de Huixtla y los de Comala, ya
el sortilegio empieza a sumar las sustancias para intentar el
dibujo del tiempo y es justamente así como el autor nos remi-
te a la edad del tiempo, nos lleva de la mano a verlo cuando
también era un niño y así nos coloca en el momento de los
principios, cuando según el pensamiento maya, el mundo
estaba dormido entre una bruma de plumas verdes y azules.
El libro va avanzando sobre un tramado de ensoñacio-
nes y toma de la mano al lector para ir abriendo cada una de
las puertas de la imaginación, para algunos siete, en su fide-
lidad con la cábala, para otros nueve, como los anillos de
Dante, para otros más, trece, siguiendo la numerología pre-
hispánica, para Máximo 42, transfiguradas en sus 42 peque-
ños capítulos que rasguñan con ansiedad la vida, “pero los
difuntos –dice él– se han tragado todo el color de las cosas,
sólo dejaron esta tierra hambrienta, donde el viento hace
polvo hasta las piedras, donde ni Dios suelta una lágrima”.
El lenguaje es sencillo pero hondo, es el lenguaje del
pueblo pero asumido en su esencia poética, fórmula que han
encontrado los grandes para dejarnos la perenne enseñanza.
Rulfo y Revueltas sabían mejor que nadie esas cosas. Enton-
ces, el alma de Máximo “es un perro que vaga por las calles
de este pueblo”, pero en busca de lo que los comunes no
encuentran va “teñido de rojo por el sol de la tarde”. Yo con
el libro de Máximo entro, a mi modo, a la historia de mi san-
gre, a la del sol de Huixtla, que ha viajado desde Comala para
morder con rabia las cosas y los seres, entró a la historia de
las calles del hombre, que se entrecruzan en las provincias
del mundo.
Y es que congruente a lo propuesto desde el título del
libro, los poemas de Máximo en Susana San Juan, son pe-
queñas narraciones líricas establecidas en ese campo de lo
mágico que lo mismo puede encontrar su domicilio en los
rulfianos ensueños de Comala que en la asamblea de coli-
bríes que carga el aire selvo-marítimo de Huixtla. Total, se
trata de contar la vida en breves piezas, y se cuenta.
En la historia poética de Huixtla, breve en realidad, par-
timos de la presencia de los hermanos López Paz; Her-
nando: “Quién si no tú, Minerva de mis tiempos/ de tu nom-
bre la luz has esparcido,/ ¿Por tu noble misión quieres un
templo/ o el recuerdo de un pueblo agradecido?/ Optarás,
bien lo sé, por lo segundo,/ pues no obstante tu gloria y tu
grandeza/ como el noble Jesús vas por el mundo sedienta de
humildad y de nobleza./ Adalid de la gesta educativa/ a la
ignorancia cruel lanzaste un reto,/ y combates en los cam-
pos de la vida/ llevando como espada el alfabeto”, “Poema
a la maestra Luz López Solórzano” y Ranulfo (Paz Lócera)
“Señor,/ aquel caballero triste/ que a cambio de amarguras/
un ánfora le diste/ repleta de esperanzas,/ de amor y de ter-
nura,/ llevar el rostro enjuto/ nuevamente le he visto,/ neva-
dos los cabellos, los ojos sin destellos/ y con el alma en
luto./ Pues, Señor,/ para aquel caballero triste,/ el ánfora que
tú escogiste,/ estaba rota. El ánfora rota.
Máximo, ahora, viene a representar el otro extremo de
la cuerda, el que viene a complementar la curva temporal;
vendría a ser la otra ala del colibrí, batiendo sobre el mismo
espacio –que de alguna o de todas maneras– ya no es el
mismo, dentro de la dialéctica que va del razonamiento de
Heráclito al verso de Neruda.
Qué bueno que Máximo nos ha dado su libro, porque
con él, complementando con sus 45 golpes de magia, la
curva eterna de la espiral, podemos bien afirmar que Huix-
tla, desde su ayer y en su hoy más hoy, sigue siendo la enlla-
marada tierra de los colibríes.
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Soid Pastrana
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RUBÉN DON
l maestro Reyes Bercini, director de cine, ha se-
ñalado a Joaquín-Armando Chacón como un na-
rrador nato. Si cualquier tarde uno se sienta con
Chacón a beber una taza de café americano y a fumar una
tanda de cigarrillos lo podrá comprobar: sin duda alguna
Chacón es un gran contador de historias, un gran conver-
sador. Más no se sorprendan si tiempo después encuentran
publicadas esas historias en el próximo libro de nuestro
autor con la fidelidad con que las escucharon aquella tarde,
pero con el toque maravilloso de la literatura, ese garbo del
que sólo sabe valerse el buen escritor.
Creo que no se puede esperar menos del lector precoz
que a los ocho años ya había devorado Santuario de Wi-
lliam Faulkner y El viejo y el mar de Ernest Hemingway. De
este modo, nos topamos de frente con un hombre que ejer-
ce con profesionalismo su oficio, pero sobre todo con sin-
ceridad y entrega.
Y así lo demuestra una vez más con el libro que recién
acaba de publicar: Los días ajenos, una colección de cuen-
tos que Chacón nos presenta también como un conjunto de
novelas rotas. Bibliográficamente éste puede ser su primer
libro de cuentos, pero en la práctica Chacón es un artífice
de la novela fragmentada, o lo que los críticos llaman las
short histories, es decir, las historias dentro de la historia.
El ejemplo más claro lo tenemos en su libro El recuento de
los daños, en donde la novela se rompe en tantos capítulos
como cuentos se desee. O también está Frente al bosque de
la noche, un escrito monumental aún inédito, a la espera
de que la buena literatura le gane la batalla al dragón co-
mercial que por desgracia parece regir parte del mundo edi-
torial actual.
En los días ajenos, Chacón, como el espeleólogo de la
palabra que es, escarba en esa montaña rocosa y áspera
que es la vida, para mostrarnos fragmentos preciosos de
la cotidianidad. Sí, esa cotidianidad sórdida y aburrida que
nos aplasta día con día. La colección abre con un peque-
ño cuento titulado “La Pausa”. Acaso un autorretrato: El
artista a altas horas de la noche que se enfrenta a esa
batalla que es la escritura, una batalla que generalmente
se gana a pulso, aunque después el silencio lo derrumbe
todo y haya que empezar de nuevo. Cito un fragmento de
este cuento: “El escritor pone una coma, suspende la na-
rración, no encuentra la siguiente palabra, enciende un ci-
garro. A su alrededor está todo el silencio del mundo”.
Luego de esta pausa inicial, los personajes comienzan
a aparecer en un ágil cruce de historias. Por un lado, Es-
teban y el viejo marinero, dos amigos: alumno el primero,
maestro el segundo, que ocupan la mesa de cualquier bar
para lo mismo beber whisky que hacer diatribas sobre la
vida o escuchar conversaciones ajenas. Por otro lado, están
el hombre y la mujer que a punto de hacer una vida en pa-
reja descubren que el futuro es incierto porque aún no es
tiempo de encerrarse en ese corral de ovejas que represen-
ta la convencionalidad, para vivir un matrimonio fallido. O
tenemos a aquel hombre, uno de mis personajes favoritos,
que con nostalgia espera el regreso de un amor perdido, u
olvidado, o que quizá ni existe porque en el universo narra-
tivo de Chacón todo es posible. Aquí quiero remarcar que
lejos de la simpleza con que se tratan los temas románticos
en la actualidad, Joaquín-Armando Chacón, con pinceladas
sensibles, logra recrear un ambiente de auténtica tristeza y
añoranza, pues, ¿quién de nosotros no extraña la presencia
del otro? Basta escuchar el siguiente clamor del personaje
E
para abandonar un suspiro al aire: “Desde hace tiempo todo
lo que no sea esperarte se llama ocio, pausa entre la partida
y el reencuentro, sacudida entre dos sueños. Ahora mismo,
escribiendo aquí para que tú me leas desde donde estás, aho-
ra mismo estoy esperando por ti”.
La veta de joyas cotidianas que Chacón extrae es ina-
gotable: la evocación de la infancia; el hombre cojo y mal-
trecho que desea con ahínco conquistar a una viuda her-
mosa; el individuo que se sienta a la mesa a beber una copa
de vino con Hemingway; o las mujeres que intentan buscar
un asidero de vida en los sueños que les visitan de noche,
porque de día la rutina en la oficina es decadente.
No hay mejor escenario para estas historias que la
ciudad. Ésta o cualquier otra. Porque es en ella donde los
amantes, que acaban de hacer el amor, miran llover a tra-
vés de la ventana. En donde una zanja es capaz de tragar-
se a un ciego. Es la ciudad quien puede cobijar una barda
en la que un artista anónimo escribe bellos poemas que enlo-
quecen a todo aquel que los lee. Es la ciudad que nos ma-
ta, que nos hace soñar, que nos padece. Cito a uno de los
personajes: “…ciudad de pasos a desnivel y periféricos, pu-
ta de multifamiliares y policías; me vengaré de ti, ciudad
que detesta a la lluvia y a los niños. Me vengaré de ti sin
duda y sin respeto”.
Por otra parte, en Chacón hay un homenaje deliberado
a sus héroes literarios. Me atrevo a llamarlos así porque
ya seamos lectores o escritores, siempre nos forjamos esa
imagen épica de quien nos impacta con sus letras. Enton-
ces, con naturalidad, Chacón puede transmutarse, o trans-
mutarnos, en uno de sus personajes para pedirle a papá
Hemingway que nos firme uno de sus libros. O sentir que se
conversa con el viejo Balthazar, célebre personaje del Cuar-
teto de Alejandría de Lawrence Durrell. Chacón cita delibe-
radamente a William Faulkner con la confianza de que su
propia pluma puede crear palabras tan hermosas como
aquélla del escritor norteamericano que dice: “entre el dolor
y la nada elegí el dolor”.
Y de ello no cabe duda. En los cuentos encontramos
frases contundentes, de ésas que hacen sentir un gancho
directo al hígado, que dilatan la respiración, que producen
un gesto instantáneo de alegría porque aún queda buena
literatura en medio de la sequía comercial que padecemos. En
el libro de Chacón hay poesía, hay canto al dolor y la nostalgia.
Los días ajenos terminan por no ser tan ajenos. Más
bien son esos instantes cotidianos ahí presentes. Días que
quizá negamos porque creemos que sólo es menester de los
demás vivirlos. Pero no vale la pena darles la espalda, por-
que encierra un infinito placer el también sentir dolor, el
también sentir los destellos de la felicidad.
Chacón hace caminar al lector entre la realidad y la fic-
ción, pues estos límites siempre están cruzando impercep-
tiblemente en estas historias sobre la memoria, el olvido y
la creación.
Vale la pena acercarse a Los días ajenos. Les aseguro
que encontrarán a un escritor honesto. A un escritor que, co-
mo escribiera hace tiempo el maestro Carlos Montemayor
en la Revista Cultura Norte: “es independiente, libre de gru-
pos que aplauden y publican sólo a amigos o protegidos;
libre por su verdad de escritor, por su vocación intransferible,
por la paciencia con que durante varios años se entrega a
una obra silenciosa”.
Para finalizar, quiero invitarlos a que hagan caso omiso
de todo lo que he escrito. Al leer Los días ajenos, ya añoré
un pasado perdido; ya me enamoré de la viuda hermosa; ya
escuché las diatribas del viejo marinero. Ahora ustedes si-
gan su propio camino, depositen sus fantasías en las letras
de Joaquín-Armando Chacón, lean el libro, y de este modo
saquen conclusiones si estos días les son ajenos, o por el
contrario, les pertenecen.
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Ángel Mauro
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DAVID FIGUEROA
a novia oscura. Esta novela se desenvuelve en
una lejana provincia de Colombia, cerca del Río
Magdalena, en ella, una historia que mezcla amor,
sexo y una vida cotidiana de obreros en busca de una forma
de subsistir, resulta en una obra que mantiene al lector in-
merso en la historia.
Una pequeña niña que llega a un poblado sin más idea
que el sueño de querer ser prostituta, se ve acogida por la
vida galante de un prostíbulo, en la que sus compañeras de
oficio y su cuidadora, se encargan de enseñarle las artes po-
derosas de la sensualidad.
Con el tiempo, la niña, ahora convertida en una mujer
hermosa y sensual de nombre japonés Sayonara, se delei-
ta con saber que el amor sí existe, pese a que el sexo es la
constante en su cuerpo. Sacramento, un niño que no sólo
creció junto a la joven como un hermano, es quien se ena-
mora de ella; sin embargo, el amor por ella deriva en obse-
sión y aunque logra casarse con ella, el final feliz nunca
llega a sus vidas. ¿El motivo? Un tercero… un muchacho
del cual Sayonara se enamora y mantiene una relación
sexual única y profunda que la marcaría para toda su vida;
un sentimiento del que nunca se soltaría, el amor.
El payanés, como le decían, era un obrero que busca-
ba el sustento en una empresa extractora de petróleo y en
la que una excavadora era no sólo la máquina más podero-
sa de la empresa sino un aliciente para muchos trabajado-
res; en ese lugar junto con Sacramento, fue que ambos ami-
gos convivieron y uno sin saberlo de primera instancia
(Sacramento), y el otro ambicionando el momento de ver
cada semana a Sayonara (El payanés), eran un comple-
mento único para sortear los difíciles días de las huelgas
así como de los enfrentamientos entre los obreros y con
la policía.
Una cita semanal con el amor y el sexo, es lo que anima
tanto a Sayonara como al payanés; cada día la espera se
reduce para ver a la otredad y para fundirse en uno. El amor,
la sutileza, el sexo, la bondad, la inocencia y las artes de lo
prohibido, juegan en torno a esta historia.
El origen de la niña casi esquelética y posteriormente,
mujer galante, fue sin duda una pincelada de belleza artís-
tica para la historia; sus hermanas, criadas y cuidadas por
ella como sus hijas y la trágica muerte de su madre, fueron
los complementos que revitalizan y envuelven esta obra
que Laura Restrepo nos transmite con lujo de detalles que
nos conmueven e incitan para no dejar de leer la historia de
la niña que se convirtió en leyenda de una zona de toleran-
cia de ese país de Sudamérica.
La novela resulta una oda a la galantería de la profe-
sión que se dice la más antigua de la existencia del hom-
bre; es una prosa dedicada a la belleza resplandeciente
de una mujer en busca de su destino, sea éste el amor, el
sexo, la lujuria o la simple cotidianeidad por sobrevivir día
con día.
La novia oscura. Laura Restrepo. Anagrama. 2008, 451 pp.
L
El maldito Bukowski,
quince años después
A quince años de la muerte de Charles
Bukowski (1920-1994), el escritor nor-
teamericano sigue siendo uno de los
favoritos de los jóvenes. De la entre-
vista que le hizo Fernanda Pivano para
el libro Lo que más me gusta es rascarme
los sobacos (Anagrama), tomo a manera
de recuerdo algunas de sus declara-
ciones: le desagradaban los chicos de
pelo corto, corbata y buen empleo. “Me
gustan los hombres desesperados, los
hombres con los dientes rotos y el ce-
rebro roto”. Rechazaba las leyes, la
moral, las religiones, las reglas y no le
gustaba dejarse moldear por la so-
ciedad. “Todo lo que he escrito es ver-
dad en 95 por ciento… si parece ma-
cho, entonces soy macho, me declaro
culpable”. Después de cenar se ponía
a escribir con dos botellas de vino.
“Luego me emborracho de nuevo para
ajustar la parte que he escrito cuando
estaba borracho. Así va muy bien. Y es
más divertido”. Publicó novelas como
Cartero, Factótum y Mujeres y libros
de relatos como La máquina de follar
(Anagrama).
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P A T R I C I A Z A M A
Del Prado
Un día diferente
José Emilio Pacheco declaró que la
felicidad es algo que conoces cuatro
veces en tu vida y si no la tienes todos
los días sientes que eres muy infeliz.
La felicidad, agregó, la hemos identifi-
cado con el consumo. “La maravilla
de cada día es que ningún día es idén-
tico al otro y ahí está mi defensa de la
no felicidad…” Pacheco ha recibido
media docena de homenajes a propó-
sito de su cumpleaños 70 el 30 de ju-
nio y de que acaba de ganar el Premio
Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.
El Instituto Nacional de Bellas Artes le
entregó las medallas 1808 y la de Be-
llas Artes, el 25 y el 28 de junio respec-
tivamente. También organizó una lectu-
ra maratónica de la novela de Pacheco
Las batallas en el desierto. Pacheco di-
jo que al escuchar que han inventado
a un escritor que no existía la manera
de corresponder será trabajar y traba-
jar para volverse digno de lo que han
dicho de él en estos días.
El filósofo que leía
novelas policiacas
Alejandro Rossi (1932-2009) fue un lec-
tor asiduo a las novelas policiacas. En
una entrevista con Enzia Verducchi,
para Laberinto de Milenio, dijo que des-
pués de leer la colección que dirigían
Borges y Bioy Casares pasó a la novela
policiaca norteamericana con Dashiell
Hammett y Raymond Chandler. “Los
primeros libros de Chandler me los pres-
tó Jorge López Páez…”, reveló. “Chan-
dler era un escritor muy complejo, ins-
truido por la gran literatura inglesa. Un
extraordinario escritor”. Después pasó
a la novela de espionaje, con “la figu-
ra mayor” al frente John LeCarré.
Premios y premiados
“He escrito sobre un amor nada pla-
tónico hasta el punto de reflejar una
relación muy física, muy sexual e in-
cluso escatológica”: Andrés Neuman
(Buenos Aires, 1977), autor de Viaje de
un invierno, ganador del Premio Alfa-
guara de Novela 2009… Cincuenta mil
dólares ganó Jorge Volpi (DF, 1968) con
con su libro de cuatro ensayos El in-
somnio de Bolívar, enviado al concurso
para el Premio Debate-Casa de Amé-
rica, en el que participaron 42 obras…
“No es de extrañar que las Crónicas de
Indias sean el origen del realismo mági-
co”, aventuró el escritor colombiano Wi-
lliam Espina, autor de la novela El país
de la canela” en cuyas páginas se cuen-
ta el descubrimiento del río Amazonas
y con la que ganó el XVI Premio Inter-
nacional Rómulo Gallegos, dotado de
casi millón y medio de pesos mexica-
nos. Los conquistadores españoles, di-
jo, llegaron por la codicia y por la
leyenda de que iban a encontrar sire-
nas, centauros, gigantes y enanos, y
amazonas… La escritora canadiense
de relatos Alice Munro, de 77 años, ga-
nó el Man Broker Internacional, pre-
mio que se concede cada año en
Inglaterra por el conjunto de una obra.
Escritora y política
La escritora Laura Esquivel (DF, 1950)
declaró que si gana o no gana como
candidata a diputada local en el DF
ella ganó ya porque ha organizado “a
las señoras de otra manera”. La au-
tora de la novela Como agua para cho-
colate, agregó que no se trata sólo de
una cuestión electoral sino que “el
espíritu del país está en juego”. En
cuanto al PRD, que la postula en el
distrito 27 con el PT y Convergencia,
dijo que tiene “sentimientos agridul-
ces” porque ha logrado beneficios rea-
les para madres solteras y adultos
mayores, pero hay perredistas con
los que disiente al seguir caminos
que ella considera incorrectos. Aun
así “el PRD es una opción real”. Hay
que construir una nueva salida por-
que la actual no funciona, sostuvo,
cuando la gente muere de hambre y
cada vez cuesta más salir a la calle.
Dijo que estudió toda su vida en es-
cuelas de gobierno y que todo lo que
es como escritora, mujer y madre “se
lo debo a México”.
Para aprender a escribir
Ernest Hemingway (1889-1961) le con-
tó a la periodista Lilian Ross que se
había pasado la vida entera “tratando
de aprender a escribir mejor”. En un
libro titulado Retrato de Hemingway
(Muchnik Editores), Lilian escribe que
al autor le gustaba escribir cartas para
recibir respuestas y no sentirse solo.
Hemingway se dio cuenta, al leerlas, que
quería escribir como Dumas, Daudet,
Stendhal, Flaubert, Rimbaud y Bau-
delaire, pero que de Válery y de Gide
“nunca conseguí aprender nada”. So-
bre Faulkner dijo que para él “escribir
sería sin duda fácil si uno se encerrase
en un pajar con un botellón de whisky
y escribiera cinco mil palabras sin sin-
taxis en un día”. Pero elogió a Mailer:
tenía buena imaginación y si la disci-
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plinaba y controlaba e inventaba sobre
la base de lo que en realidad conocía
iba a ser un escritor fenomenal. De la
crítica, opinó: “Me río constantemente
de mí mismo y de los demás, y de
todas las cosas, y esto molesta mucho
a la mayoría de los críticos, que son
muy solemnes respecto al humor”.
Lilian Ross publicó antes en The New
Yorker el perfil de Hemingway.
Lo mejor de escribir
Para el alemán Günther Grass (81 años)
“lo bueno de escribir es escribir”. An-
tes de publicar el segundo tomo de su
autobiografía, La caja de los deseos (Al-
faguara), reunió a sus ocho hijos y
les dio a leer las partes en las cuales
aparecen. Pero él dijo la última pala-
bra. Dos de ellos que de adolescen-
tes fumaban mariguana protestaron.
Grass dijo que las relaciones conflicti-
vas con su padre las cuenta en Pelando
la cebolla, el primer tomo autobiográ-
fico. Sobre el oficio periodístico dijo
que muchos escriben “por debajo de
su nivel” y “hacen todo de forma muy
superficial”, lo que deprime y aburre.
Novedades en la mesita
Ya aparecieron los números cero y uno
del portal de “Revista Justa” (), que
dirige Felipe Garrido y con la edición a
cargo de Analía Melgar. En el uno
aparece la sección Cabos sueltos, del
propio Felipe Garrido, y los discursos
de Adolfo Castañón y de Javier Sicilia,
que recibieron los premios Xavier
Villaurrutia y Nacional de Poesía de
Aguascalientes, respectivamente. Hay
textos de Reyes y de Borges sobre Ches-
terton, y el audio de Sabines en Bellas
Artes… Lorenzo León Diez presentó
su libro Fragmente. Diario de un adic-
to al sexo, en compañía de Enrique
González Rojo, Saúl Ibargoyen y Al-
fredo Coello… El autor de Los pilares
de la tierra, Ken Follet, informó de que
ahora escribe Caída de gigantes, una
trilogía que recorre el siglo XX de prin-
cipio a fin. Estuvo en la Feria del Libro
de Madrid, donde tocó el bajo eléctri-
co acompañado de un conjunto de afi-
cionados. Declaró que no se dedicó a
la música porque le gusta acostarse
temprano.
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Javier Anzures
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ALEJADRO ALVARADO
ica en experiencias ideológicas y contracultura-
les se vivió la década de los sesenta del siglo
pasado. Por medio de las drogas muchos jóvenes
buscaron alcanzar intensos niveles de sensibilidad. Era el
tiempo del hippismo, de la literatura beat, y el de la rebel-
día de los grupos e intérpretes de rock. Algunos artistas con-
sideraban que los estados alterados producidos por las dro-
gas eran una manera de percibir y entrar a otras dimensiones
del conocimiento. Tres escritores que vivieron la llamada
década prodigiosa, que abarca los años que van del 60 al
70, René Avilés Fabila, Guillermo Samperio y Carlos Mar-
tínez Rentería, nos revelan su relación con las drogas, y nos
dan las razones por qué creen que éstas deben de legali-
zarse.
RENÉ AVILÉS FABILA:
“Prácticamente toda mi generación consumió algún tipo de
drogas. No sólo mariguana sino también LSD (ácido lisér-
gico). Probé mariguana por primera vez a los 18 ó 19 años.
Mis experiencias siempre fueron favorables, gratas. La ver-
dad, je jé, es que no sé por qué no le seguí, je je jé. A mí, me
iba muy bien. Era placentero como se agudizaban los sen-
tidos: la música, al escucharla, se oía como si los intérpre-
tes estuvieran sentados en el centro de la sala o como si
nosotros estuviéramos en medio del concierto. Dejé de
consumirla porque me fui a estudiar tres años a Francia,
donde era más difícil de conseguir. Paulatinamente me fui
retirando de las drogas”.
−Las drogas, entonces, ¿crees tú que no generan la
adicción compulsiva que se asegura?
−Creo que no. Aunque yo sólo puedo hablar según mi
propia experiencia, y la que he podido observar de muchos
de mis amigos, como Juan Tovar o José Agustín, por ejem-
plo. El caso de Parménidez García Saldaña es distinto. Él,
era una persona autodestructiva. Se ponía muy mal porque
a menudo mezclaba alcohol con drogas. Y eso, en cuales-
quier persona, es un indicador de que quiere suicidar-
se. Pero yo veía consumir drogas a la mayor parte de mis
compañeros de generación y ahí están, casi todos, todavía
rolando; en cambio, la mayoría de los que se dedicaron al
alcohol ya se murieron.
−¿El consumo de drogas fue importante para los escri-
tores de tu generación?
−En mi caso, si nosotros pensamos en ellas como un
estimulante artístico intelectual, no sabría contestar otra
vez más que mi propia experiencia. Yo sé que hay escritores
o músicos que han compuesto o escrito estimulados por las
drogas. En mi caso, nunca logré hacer nada que valiera la
pena bajo el influjo de la mariguana, ni siquiera del alco-
hol. La verdad es que cuando escribo no tomo ni café. El
fumar mariguana me divertía, me gustaba. Encontraba un
placer que seguramente los compañeros de mi generación
no buscaban; ellos intentaban acercarse a algo más allá,
más profundo; no sé si decir de manera casi mística, a una
especie de contacto con deidades, con espíritus que les
abrieran las famosas puertas de la percepción.
“Saber hasta dónde estas puertas pueden llevarnos
cuando se abren, yo no lo experimenté; mis viajes eran muy
ilustrativos. En el último que tuve, en París, me tomé un
chocho de LSD y empecé a leer el último tomo de El profe-
ta desarmado. Es un libro trágico, cuenta los últimos años
de Troski. A mí me daba una enorme risa. Le perdí total-
R
mente el respeto a la lectura. Muchas veces probé los hon-
gos; su sabor no me gustaba, su efecto sí. Como nunca me
fue mal con las drogas, no puedo yo contar una mala expe-
riencia, como me ha sucedido con los excesos de alcohol.
Cuando, por ejemplo, se pasa uno dos o tres días bebiendo
y se pone muy mal”.
−¿Las drogas se deben legalizar?
−Creo yo que sí; para que dejen de ser un problema,
porque, justamente, la gran cantidad de dinero que genera
su producción y consumo es lo que hace que proliferen. Si
alguien quiere drogarse, que lo haga. Porque es un acto de
libertad.
GUILLERMO SAMPERIO:
“De joven fui hippie sólo naturalista; nunca tuve la expe-
riencia con drogas fuertes. Cuando éstas entraron al merca-
do nada más de pensar en consumirlas me daba miedo;
además, el hipismo, más bien, utilizó LSD y mariguana. La
primera vez que probé LSD viví una experiencia horrenda,
en medio de ella casi quería ir a un hospital; así que yo nada
más fui de “hierba santa para la garganta.” En ese entonces
se vendían toneladas y toneladas de mota; ahora debe de
venderse ni el cinco por ciento de lo que se consumía en la
época de los hippies. Considero que un 70 por ciento del
joven de ese tiempo consumía estas drogas”.
Confiesa que al principio le gustaba el efecto de la ma-
riguana; pero que ésta es una droga que se vuelve adictiva,
y “para poder alejarse de ella, después de dos o tres años de
consumo cotidiano, o te la quitas a valor mexicano o nece-
sitas internarte en una clínica. Yo me la quite a valor mexi-
cano. Fueron siete meses horrendos, que no le deseo a
nadie. Vivía con una angustia espantosa”.
−Por consiguiente, ¿estás en contra de la legalización
de las drogas?
−No. Me parece muy bien que se legalicen las consi-
deradas blandas; sin embargo, creo que si esta acción se
diera, aunque sería un principio, llegaría demasiado tarde,
porque los jóvenes ya consumen drogas más potentes, quí-
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Gustavo Buendía
micas. La mariguana es una droga blanda, y el daño que
ocasiona depende también de la caracterología y de la pro-
blemática mental de cada persona. Hay gentes que la pue-
den dejar con mucha tranquilidad y luego volver a su con-
sumo. Lo que sí es inevitable es la depresión severísima que
genera fumándose cotidianamente. Con la hierba, al princi-
pio se experimentan emociones intensas e interesantes
pero, después del primer o segundo año, se acaban.
Quienes se niegan a aceptar la legalización deben ana-
lizar la corrupción y la complicidad de las autoridades, re-
flexiona Samperio y cuenta: “sólo hasta los años sesenta, en
México comenzaron a fumarse grandes cantidades de mari-
guana. “Éramos, más bien, los hippies sus consumidores.
En el 68, cuando reprimieron el movimiento estudiantil, tenía
yo 19 años. Íbamos por la hierba al Campo Militar número
Uno, el lugar donde torturaron y mataron a muchos jóve-
nes, según el dicho popular. En la colonia para soldados
que existe o existía dentro del campo, levantaban la vaya
a las personas para que entraran. Ahí se conseguía hierba a
precios muy bajos: paquetes de a kilo, de a medio kilo, o un
guato. El griterío que se escuchaba era parecido al que se
escucha en un mercado. Podíamos darnos el lujo de selec-
cionar el mejor material. Llegué a entrar muchas veces con
otros hippies y veíamos los carros formados para adquirir
la mota.
“A los vendedores como que no les gustaba que sólo
compráramos un guato (150 gramos, aproximadamente);
había que ir, mínimo, por medio kilo. Supongo que éste fue
un plan echeverrista, para que la juventud empezara a con-
sumir mariguana. La razón es obvia: apendejar y distraer a
los jóvenes, bajarles la energía de la protesta, porque creo
que ellos presuponían que después de las olimpiadas volve-
ría a desatarse el movimiento estudiantil. Lo que se desató
fue el surgimiento de guerrillas en todos lados”.
CARLOS MARTÍNEZ RENTERÍA
“Experimentar en la vida con drogas depende de cada per-
sona. Hay gente feliz con su chocolatito y su concha; pero
hay a quienes les interesa escudriñar otras maneras de
advertir la realidad. Eso ya es muy personal. A mí, me pare-
ce interesante hacer un recuento de los hábitos de consu-
mo de una buena parte de nuestros creadores o pensadores
más relevantes en la historia; casi todos han sido consumi-
dores de alguna sustancia; desde el famoso ajenjo, el opio,
la mariguana o la cocaína. Se me ocurre nombrar a Conal
Doyle, por ejemplo, o Sigmund Freud o a los grandes mari-
guanos de todas las épocas, digamos, el maestro Salvador
Elizondo. Un adicto lo mismo es un artista que una perso-
na común y corriente. No hay diferencia. Hay gente que sin
probar nada, puede existir en la vida.
“En lo personal, no fumo. Nunca me ha gustado el ta-
baco; me da náuseas. El problema es que si alguien sale
a comprar cigarros no llegue la policía y lo arreste, como
pasa con la gente que va a comprar marihuana.” Si alguien
compra una botella de alcohol adulterada puede demandar
y meter a la cárcel a quien se la vendió; en cambio, no se
puede actuar de esa manera con quien vende mala cocaína.
“Se consume cualquier porquería de cocaína; pero como
ésta está prohibida, el consumidor no tiene cómo defender-
se. Por otro lado, debemos considerar que hay miles y miles
de familias que viven digna y legalmente de la industria del
alcohol. Quienes explotan esta industria pagan grandes can-
tidades de impuestos y son considerados gente respetable
en las sociedades. Toda la gente que se dedica al negocio de
las drogas prohibidas corre riesgos legales, expone su vida
por estar dentro de la delincuencia. Sin embargo, el nego-
cio sigue. No hay posibilidad de sustentarlo”.
Es mentira afirmar que la marihuana jale al consumo
de estupefacientes duros porque “un verdadero marihua-
no”, según Martínez Rentería, “muchas veces, ni siquiera
consume alcohol. El alcohol, en cambio, sí lleva a la cocaí-
na. Es común que los bebedores busquen un estimulante,
como la cocaína, para restablecerse y poder ir a trabajar”.
Enfatiza que no le interesa ser un especialista en drogas,
sino dejar establecido que “la prohibición de las drogas es
una trampa, un negocio irregular y corrupto en el que están
metida buena parte de nuestros políticos y policías, que
nunca se va a acabar. Mienten los anuncios de decomisos
porque buena parte de todas estas pantallas mediáticas
están pactadas. La mayor prueba es que el consumo de dro-
gas sigue dándose de una manera regular. Apoyar la legali-
zación no significa necesariamente apoyar su consumo”.
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VÍCTOR MANUEL CAMPOSECO
a novela es la forma literaria que ofrece al escri-
tor el más amplio espacio narrativo para expre-
sarse, a diferencia de las demás formas litera-
rias. Existen poemas muy extensos, tan extensos y hasta
más que muchas novelas, claro, como La Divina Comedia o
La Ilíada, por ejemplo, pero se trata de las excepciones a la
regla; y dichas obras son excepcionales en todos sentidos.
Por el contrario, puede ser hasta una reiteración decir: “un
cuento corto”, pues no existe un cuento que no sea, relati-
vamente, corto, que si bien es más difícil de dominar que la
novela, dicen los expertos, justo por su brevedad, su indis-
pensable unidad anecdótica, sus exigencias estructurales y
lingüísticas muy propias, su espacio narrativo es cuantita-
tivamente más limitado que la novela. En la novela siempre
se gana por decisión, en el cuento, en cambio, el autor pue-
de ganar por knockout, dice Cortázar. Por muchas otras
razones más, actualmente es casi imposible definir qué es
una novela. Existen muchos tipos o subgéneros: puede alo-
jar todas las formas literarias y nutrirse, por ejemplo, úni-
camente de la ficción, sólo de la historiografía, o de ambas,
puede combinar todos los géneros literarios, ser en parte
ensayo, poesía, crónica, autobiografía, biografía, etcétera. Lo
que parece cierto es que, en algunos casos, por mucho que
se parezca a la realidad, por más que se utilicen nombres
propios y características de personas que todos conocemos
y hasta anécdotas o hechos de dominio público, siempre
será ficción lo que aparece en una novela, son mentiras ver-
daderas, diría Vargas Llosa. Por más que un personaje se
llame Bill Clinton y tenga una amante de nombre Mónica
Lewinsky y tengan ambos costumbres muy peculiares, el
escritor no podrá ser acusado ni siquiera de indiscreto. Pe-
ro igual no se podrá negar que la novela suele ser un testi-
monio incontestable de una cantidad infinita de sucesos de
la vida real. Y aquí llegamos a Morir de Periodismo.
Además de muchas más afirmaciones que se pueden
hacer a propósito de la novela de Marco Aurelio Carballo
diré que es una importante novela testimonial para la his-
toria del periodismo mexicano. Gracias a Morir de Perio-
dismo (Axial) tenemos el testimonio de primera mano, la
merecida denuncia, la valiente constancia de las fechorías
de algunos nefastos personajes que han vivido y mal vivido
del periodismo. El texto de Carballo es también un recuen-
to y crónica de cómo muchos jóvenes dejan en el periodis-
mo, a veces, lo mejor de sus sueños de juventud y su talen-
to, a cambio de triquiñuelas e intrigas por parte de sus
directores y hasta de algunos compañeros. Jóvenes que ven
con impotencia cómo su casa editorial con tanta frecuencia
se prostituye con el poder político o económico, o con am-
bos; también es la novela de Carballo la historia de chi-
cas y chicos que maduran casi prematuramente frente a
ese oficio que es como una droga cuya dependencia les
exige todos los días textos escritos de prisa sin demérito
de la imposible perfección. Poco a poco sus escritos se
convierten en un diario de la realidad y de ellos mismos.
En países como el nuestro los hechos cotidianos son
un aluvión de experiencias con frecuencia muy duras y peli-
grosas como ser corresponsal de las guerras civiles de la
región, escribir sobre la delincuencia organizada o denun-
ciar a personas tan indecentes como peligrosas. Todo ello y
más está allí en la novela de Carballo. Por igual disfrutamos
en las páginas de Morir de Periodismo de la nostálgica re-
memoración de aquellos a quienes les ha sido conferida
la gracia, el talento periodístico, la lealtad al oficio y a los
amigos en un medio laboral apasionante como ninguno, en
el que todos los días se vive, en la primera piel, cada palpi-
tación de los hechos más importantes del mundo, de la
política nacional, del país, y la vida personal de quienes
construyen y han construido, y a veces destruido, nuestro
periodismo. Allí está en Morir de Periodismo la diaria agonía
del cierre de la edición, de la nota que debe salir al día si-
guiente y no después, de la cotidiana selección natural, dar-
winiana, de los periodistas en una profesión difícil por nece-
sidad, que prescinde casi a diario de algún compañero que
no pudo con las inflexibles exigencias del oficio.
Morir de Periodismo es una novela felizmente extensa,
que aborda a menudo asuntos delicados, digamos, para el
periodismo, la política nacional e internacional y hasta sen-
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timentales propios y ajenos al autor, como personaje. No
obstante, está escrita sin juicios sumarios contra nadie, sin
resentimientos y sin prejuicios de ninguna índole, además
con gran habilidad estilística y perfección sintáctica car-
gada de buen humor y saludable ironía. Su gran oficio
del manejo del idioma explica porqué Carballo fue Jefe de
Información y fundador del periódico Unomásuno, expe-
riencia que ahora es novela. Como lo sería después de la
revista Siempre!, por más de quince años, y luego del des-
aparecido periódico El Nacional. Pero vuelvo a la novela
Morir de Periodismo: Carballo logró escribirla justo con el
tono literario que demanda la historia, es muy acertado
el lenguaje de quienes nos cuentan la historia tal y como la
vieron y vivieron, en su calidad de narradores testigo. Todos
tienen voz propia sin llegar a saturar las páginas y utilizan-
do escasamente el diálogo, lo que es un logro estructural
muy interesante.
Morir de Periodismo me parece que es una novela dialó-
gica por excelencia, es decir, la novela de Carballo permite a
los personajes su desarrollo individual más allá de los contro-
les férreos del autor, con lo que Carballo logra que el discurso
propio de cada personaje adquiera la máxima fuerza y dimen-
sión posibles. En la novela de Carballo ello se logra con una
estructura narrativa eficaz y un lenguaje sencillo sólo en apa-
riencia, pues la novela está organizada acertadamente y los
personajes son dotados de los registros lingüísticos y colo-
quiales necesarios, y los estados de ánimo propios de su con-
dición humana particular.
Utilizando el método de narrar una misma anécdota des-
de distintos puntos de vista, que podemos llamar el método
Rashomon porque así se hace en la memorable película de
Kurosawa de 1950, las secretarias del Unomásuno vieron, por
ejemplo, cómo una tarde, el director del periódico, que en la
novela aparece simplemente como el “CDG” (ciudadano direc-
tor general), reglamentariamente borracho, llegó a la Caja del
periódico a exigir que le dieran una cantidad de dinero para
seguir la farra o pagar la cuenta, no se precisa, pero mientras
ellas lo vieron descalzo, otros personajes lo vieron en calceti-
nes y desaliñado abandonar la Caja sin el dinero que deman-
daba. Diversos hechos, como éste, que debemos suponer que
realmente sucedieron en el periódico, son narrados de ese modo,
en abono de la afilada ironía de la que acertadamente hace uso
Carballo en toda su obra. Carballo maneja la ironía con una
sutileza escasa en la literatura mexicana, tan proclive a los
excesos, por otro lado tan frecuente de las literaturas euro-
peas, en especial la inglesa.
Con registro narrativo distinto, es conmovedora la reme-
moración que hace Carballo de René Arteaga, personaje de la
vida real. Sin artilugios literarios, sin lagrimones, destila nos-
talgia, poesía y cariño por un compañero que por azares del
destino dejó el periodismo y esta vida prematuramente. A
ratos uno quisiera que la novela hubiera sido más extensa, que
Marco Aurelio Carballo nos contara más sobre personajes con
los que trató, como Fernando Benítez, por ejemplo, fundador,
hasta hoy, de los mejores suplementos culturales de nuestro
país. Un hombre simpático, cuentan unos, que solía ser gene-
roso, pero muy selectivamente. Un señor del que hace falta
conocer algo más que sólo su hagiografía. Es destacable por
igual que Carballo o “el cronista” o “el jefe MAC”, nunca tome
partido por nadie y evite asestar juicios absolutos, a veces
sobre cuestiones peliagudas, como admitir, o no, sentado a la
mesa de Elena Garro en su casa de Madrid, que Octavio Paz le
hizo la vida de cuadritos o más improbable aún, que nuestro
Nóbel le plagió un poema a su hija; o que Becerra Acosta se
robó un cheque de miles de dólares que le envió López Portillo
para pagar los sueldos de los trabajadores, que desde luego,
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Aída Emart
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se quedaron sin quincena. “El Cronista” sólo consigna el tes-
timonio de ciertos personajes, de ciertas fuentes, como buen
periodista.
Antes de la novela de Carballo, yo sólo conocía un traba-
jo sobre este desaparecido periódico Unomásuno, que funda-
ra Manuel Becerra Acosta en noviembre de 1977. Es un In-
forme Académico con que se tituló como periodista, en la
UNAM, Catalina Miranda, colaboradora de aquel suplemento
cultural del periódico que se llamó Sábado; título que utiliza
para su magnífico trabajo. Es cierto: sigue circulando un
diario que se llama como aquél y quizá hasta tenga
un suplemento cultural que se llame Sábado, es cierto, pero
es a duras penas un fantasma del que en los años setenta y
primeros ochenta, nos hizo a muchos lectores pensar que, ¡al
fin!, teníamos en este país un periódico moderno, ágil, intere-
sante, crítico, de una izquierda, hoy extraviada, que entonces
irradiaba inteligencia; un diario que con entusiasmo salíamos
por las mañanas a buscar al puesto de periódicos seguros de
que sus reporteras y reporteros gráficos nos iban a deslumbrar
con una imagen informativa y bella; que sus cartonistas nos
iban a señalar con humor y genialidad crítica el aspecto cen-
tral de algún tema. Lamentablemente aquel diario está más
perdido que Cartago, diría Borges. Hoy quizá ya se olvidó que
en aquel suplemento Sábado, se publicaron por primera vez
textos extraordinarios como partes de la novela de José Emilio
Pacheco Las Batallas en el Desierto; como también el inolvida-
ble ensayo de Juan María Alponte “Lou Andreas Salomé”, que
gracias a él, despertó en nuestro país el interés por conocerla
más y estudiar a esta prematura feminista, amiga de Freud,
quien le cambió el nombre y la vida a Rilke; por la cual Nietzs-
che estuvo a punto de suicidarse y cuya biblioteca asaltaron
los nazis en 1937.
Carballo nunca se refiere al Unomásuno por su nombre
completo, los diversos narradores lo llaman simplemente “el
Uno”; como tampoco llama por su nombre al dipsómano que
lo fundó y luego lo fundió, a cambio, se ha dicho pública-
mente, de un millón de dólares en efectivo que le pusieron
sobre la mesa con tal de que se fuera del país y dejara el
periódico en mejores manos, según los estándares del
gobierno de Carlos Salinas. Manuel Becerra Acosta (1932)
aparece, creo que una sola vez con el nombre de “Manue-
lito”, y en boca de uno de los múltiples personajes que apa-
recen en la novela.
En mi niñez, que transcurrió durante los paleolíticos años
cincuenta, en Tapachula, solía ir a diario al negocio de un se-
ñor que todos los días de la semana vendía periódicos, revis-
tas y libros, junto a la iglesia de San Agustín. Dicho señor que
vestía de lunes a viernes una impecable guayabera blanca, los
sábados por la noche cambiaba de oficio y vestimenta: enton-
ces estrenaba unos vistosos shorts de tafetán, le ponían unos
guantes de box y alegremente se dedicaba a noquear a cuanto
pugilista le ponían enfrente, en un ring que instalaban en la
cancha de basket de la escuela Teodomiro Palacios. A veces le
traían a temibles fajadores de la Arena México, del DF, y sin
excepción, al día siguiente los ayudaban a subir al tren, de
regreso a la capital, todavía mareados de la golpiza, con las
orejas hinchadas como una coliflor. Yo lo sabía porque el ring
lo guardábamos en el patio de mi casa durante toda la sema-
na y el sábado entraba gratis a las peleas de box; aquel ring era
en la casa nuestro espacio favorito para jugar, aunque nunca
aprendí a boxear. El hecho es que entre semana, aquel señor
exhibía y vendía toda clase de publicaciones, junto a la iglesia,
sobre una tarima del tamaño de una habitación y aquello era
para mí un deslumbrante mosaico de portadas de libros, revis-
tas impresas a color y periódicos del que brotaba un olor a
tinta fresca que mi memoria olfativa conserva intacta todavía.
Allí veía a un chico como de mi edad pero de mayor talla, a
quien siempre me pareció que le quedaba chica la ropa, aco-
modar en la canastilla de su bicicleta, una pila de aquellas
revistas, libros y periódicos que luego repartía a ciertos clien-
tes; a veces lo encontraba sentado en un banquito, leyendo
novelas junto a aquel mar de publicaciones o por alguna calle
de nuestra ciudad en la que entonces vivíamos unos cuantos,
pedaleando de regreso al negocio de su padre. Yo le envidiaba
la posibilidad de leer lo que le daba la gana sin tener que com-
prar nada, pero me consolaba leyendo libros viejos en la bi-
blioteca municipal, que estaba en la acera de enfrente, o las
revistas, novelas y periódicos que yo iba a comprar allí todos
los días para un tío mío, aunque después de que mi tío lo
hubiera hecho, claro. Aquel chico y yo nunca cruzamos pala-
bra; años más tarde ambos nos fuimos de la ciudad y no volví
a verlo. Varias décadas después nos encontramos, lejos de
Tapachula, durante un Festival de Escritores Chiapanecos.
–Soy Carballo, me dijo, con la mano extendida.
–Yo lo sé, le contesté, en mi casa guardábamos el ring en
que tu papá noqueó a media humanidad.
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MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ
ace exactamente diez años murió Gutierre
Tibón (Milán, Italia, 1905 - Cuernavaca, Morelos,
1999), vástago de una familia de sabios me-
dievales de España; los Tibónidas de Granada.
Tenía 94 años y era uno de los estudiosos de México más
brillantes y respetados. Su obra escrita, tensa, directa y sin
condescendencias retóricas, mereció el reconocimiento na-
cional e internacional. En 1946 obtuvo el doctorado hono-
ris causa de la Universidad de San Nicolás de Hidalgo en
Michoacán; en 1946 fue electo Académico de número por
la Academia Mexicana de Genealogía y Heráldica; en 1949
ganó la cátedra de filología comparada y alfabetología en la
Universidad Nacional Autónoma de México; en 1958 fue
nombrado Académico de número por la Academia Nacio-
nal de Ciencias y en 1992 Académico honorario de la Aca-
demia Mexicana de la Lengua. Entre los múltiples recono-
cimientos que recibió destacan: Cruz al mérito de la República
Austriaca en 1959; Condecoración del Águila Azteca en gra-
do de Encomienda en 1972; el Premio Internacional Alfonso
Reyes en 1988, entre muchos otros.
Curioso, puesto que su formación, virtualmente autodi-
dacta, se había forjado en un disciplinado y nada indulgente
aprendizaje de la mirada. Entre los historiadores, antropólo-
gos y arqueólogos de su generación, como Silvio Zavala, José
N. Iturriaga, José Luis Martínez, Alfonso Caso, Ramón Piña
Chán, o más jóvenes como Miguel León Portilla, todos dota-
dos de una apreciable capacidad crítica que los convierte en
discutidos referentes casi intemporales del diálogo histórico
del México contemporáneo. Pero el caso de Tibón era singu-
lar y apreciado unánimemente por su agudeza inquisitiva;
el descubrimiento de la colosal obra, y a la vez su más ace-
rada contribución: Historia del nombre y de la fundación de
México (1975), la complejidad filológica de su Diccionario
etimológico comparado de los apellidos españoles, hispa-
noamericanos y filipinos (1988) y la ironía educada de sus
Divertimientos lingüísticos (1946) son hallazgos del investi-
gador difíciles de disolver en la “prosa del tiempo”.
Gutierre Tibón descubrió la historia a partir del lengua-
je y con el pretexto de ser un viajero incansable en 1939, el
delegado de México en la Liga de las Naciones en Ginebra,
Isidro Fabela, convenció a Tibón que se estableciera en su
país para llevar a cabo estudios históricos y sociológicos.
Desde su llegada a México, en 1940, Tibón se consagró ente-
ramente a la investigación científica. Su relación constan-
te con el historiador francés Jacques Soustelle le ayudó
a afilar un utillaje crítico siempre más formalista que des-
criptivo. México le descubrió las múltiples miradas de los
indios de cada rincón del país, el respeto y rescate de cada
tradición.
Pero resulta todavía más decisiva la conversión del his-
toriador al de divulgador, entendido como la “norma” de
comprender la historia y su complejidad; es decir, forjada
desde el tiempo de la narración popular y distanciada del
referencialismo histórico tradicional. Sus libros Pinotepa Na-
cional y Onilalá constituyen sus primeras apuestas fuertes al
rescatar la historia y tradiciones de dos pueblos mexicanos.
Ciencia, arte, religión, procedimientos políticos y sociales
que se proyectan desde México y sus rincones, son un con-
junto para Tibón, diferentes, nuevos, en una palabra, pro-
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pios del ser mexicano y de sus habitantes, los “americanos
criollos”, como le gustaba llamarlos.
El afán nacionalista de Tibón no es resultado de un
capricho individual, sino la consecuencia histórica de
un proceso de integración que se dio al poner en contacto
dos culturas diferentes: Occidente y América, en el que los
vencedores, marcaron la visión histórica, no obstante que
Tibón luchó contra las formas anquilosadas de la concep-
ción del mundo, de la historia y de la ciencia.
Quizá convenga modestamente apelar a una persisten-
te tradición “moderna” que arranca de la crítica histórica del
pasado, de sus modos de orientación escrita y representati-
va, que propone una nueva fundamentación imaginativa
basada en el “único principio que escapa a la crítica, puesto
que se confunde con ella: el cambio, la historia”, como pro-
ponía Octavio Paz. Una historia negativa, y es modo de ha-
blar, que vaya más allá del imaginario y se instale en la plu-
ralidad normativa para establecer una relación de diálogo
con aquellos modelos formales todavía capaces de generar
respuestas históricas activas.
Frente a las tentativas anacrónicas de repetir las formas
culturales del pasado, con mayor o menos astucia, Walter
Benjamin sugería sencillamente que “la historia debe traba-
jar con los materiales de que dispone”. Y hablaba en plena
crisis de Weimar; cuando la cultura de masas empezaba a
desdibujar el egoísmo estético romántico.
¿Una cultura al margen de la historia? Tampoco es eso.
Creer en la historia significa apostar por la creatividad y la
innovación. Un buen desafío para nuestra sensibilidad tal vez
un poco abrumada de memoria, releer algunos de los libros
de Gutierre Tibón –celoso guardián de la integridad de la
memoria mexicana–, que tanta historia y memoria lograron
rescatar para preservar el pasado mexicano, y que hoy día
tanta falta hace.
Gutierre Tibón
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ÁLVARO MATUTE
unca conocí personalmente a Gutierre Tibón, a
pesar de que se trata de una de las figuras inte-
lectuales de las que tengo noticia desde mi
niñez. Cuando la televisión mexicana era todavía artesanal,
naif, había un programa de concurso en el cual giraba una
enorme rueda con nombres dispuestos en orden alfabético
hasta que se detenía en alguno. Entonces, intervenía Gutie-
rre Tibón quien explicaba el origen y significado del nombre
escogido. Luego seguía el giro con una rueda que contenía
apellidos, y lo mismo. El concurso debió haber consistido
en que los primeros que se llamaran tal y se encontraran en
el público o hablaran por teléfono, ganarían algún dinero;
después los que tuvieran ese nombre y el primer apellido y
más adelante ganarían más aquellos que también tuvieran
el segundo apellido seleccionado. Tibón, en todos los ca-
sos, explicaba origen y significado de nombres y apellidos.
A los pocos años que debo haber tenido, me impresionó
ese hombre sabio que podía decir tantas cosas de algo que
simplemente servía para identificar a las personas. No sabía
entonces qué cosa era un filólogo, sino que lo aprendí de
bulto. Desde entonces le cobré una gran admiración a Gutie-
rre Tibón y con los años leí algunos de sus libros. Hacerlo es
toda una aventura. Se está ante un representante enorme de
lo que significa la más alta erudición.
Por contraste, he tenido el gusto de conocer y tratar a
Miguel Ángel Muñoz (Cuernavaca, Morelos, 1972), y a pesar
de haber alcanzado mucha familiaridad en nuestro trato,
no deja de sorprenderme su capacidad de escritor, promo-
tor de la literatura y el arte, historiador y –al igual que debe
haberlo sido Tibón– estupendo conversador. De Miguel Án-
gel Muñoz escribió el propio Tibón que “vive enamorado de
una palabra: cultura, y quiere ser su cultivador”. De hecho
lo es, y su radio afortunadamente trasciende el ámbito de
la capital de Morelos. Increíble, pero su revista Tinta Seca
ya tiene quince años, cosa nada fácil para una empresa pri-
vada y, por añadidura, de provincia. El secreto tal vez radique
en que es un provinciano cosmopolita, si los hay; Muñoz,
antes de cumplir los 35, ha dado lección de promotoría cul-
tural. Su cosmopolitismo lo lleva a entrevistar a cuanto es-
critor, artista o historiador se le presente y sea, desde
luego, digno de su interés. Así, ha recogido las palabras
de talentos de muchas partes del mundo. La Cuernavaca de
Muñoz puede estar en París, Venecia o Madrid. Ahí está su
palabra en busca de otras palabras –las de sus interlocuto-
res–, con las que construye diálogos que entrega a los lec-
tores, diálogos bien dirigidos, intencionados a mostrar al
entrevistador en sus mejores facetas.
Gutierre Tibón tuvo la fortuna de ser entrevistado por
Muñoz; Muñoz tuvo la fortuna de dialogar con Gutierre Ti-
bón, y de ese intercambio resultó este libro en el cual es
posible recuperar una trayectoria de lucidez, de pasión, de
inteligencia.
Es posible abordar al milanés de nacimiento y mexica-
no por adopción, Gutierre Tibón, desde muchos ángulos.
Uno de ellos permitiría entroncarlo con los italianos que
han viajado a nuestras tierras y se pierden en la época, entre
los que destacan Gian Francesco Gemelli Careri y Lorenzo
Boturini, y que prosiguen en los siglos XIX y XX con el co-
merciante Adolfo Dollero y, finalmente, con Gutierre Tibón.
Podría haber un paralelo entre Boturini y Tibón, en la medida
en que ambos provenían del norte de Italia y profundiza-
ron en aspectos fundamentales de la lengua y la cultura
náhuatl. El paralelo puede ser tan falso que no resistiría un
análisis, pese a ello, los dos tuvieron sabiduría e intención
filológica para llegar a la historia por la vía de la lengua.
Según Boturini, el precepto viquiano así lo indica. En Tibón,
en cambio, acaso fue la intención, aunada a su erudi-
ción, la que lo llevó a operar de esa manera en obras tan
ricas y plenas como la Historia del nombre y de la fundación
de México (Fondo de Cultura Económica, 1975), indudable-
mente su obra mayor, la más significativa. El otro paralelo,
en este caso divergente, entre Boturini y Tibón fue la fortu-
na: muy adversa con el primero fue sin embargo pródiga
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con el segundo, que llegó a ser nonagenario, conservando
su lucidez y recogiendo el reconocimiento que los mexica-
nos le tributaron.
Caso interesante el de Gutierre Tibón, también, porque
floreció como historiador, filólogo y antropólogo en un si-
glo en el que la profesionalización académica de esas acti-
vidades fue lo que privó, tendiendo a expulsar de los ce-
náculos a los sabios que no pertenecían a las instituciones
cuya vida y sentido radica en propiciar la investigación.
Tibón, aunque no fue académico sí tuvo la formación pro-
pia para el caso, y fue aceptado por miembros importantes
del mundo institucional mexicano. Cabe considerar aquí
que la titulación es, sin duda, una patente, pero que afor-
tunadamente no excluye a quien no la tenga. Qué bueno
que existen los sabios no académicos como Gutierre Ti-
bón, Ernesto de la Peña, Arrigo Coen Anitúa y José E.
Iturriaga, entre otros, que pueden o no dar clases, diplo-
mados, conferencias o dedicarse libre y tranquilamente a
investigar sin rendir informes a las autoridades o a las
agencias del ogro filantrópico; dirigen, que les tienen sin
cuidado el Sistema Nacional de Investigadores (SNI) y el in-
forme de fin de año. Su sabiduría está en sus libros, en sus
comunicaciones verbales o escritas y sus lectores y escu-
chas así lo reconocen y premian. De esta forma Gutierre
Tibón pudo acumular una enorme y rica biblioteca, viajar
por todo el país en busca de lo que le interesaba y le lla-
maba la atención y también, ¿por qué no?, equivocarse
asumiendo el riesgo de hacerlo.
Recorrer la experiencia vital de Gutierre Tibón a través
de las entrevistas que le hizo Miguel Ángel Muñoz implica
recibir una enseñanza en la que el mensaje más claro es la
pasión. Sin ella no se le pueden entregar a nadie las horas
de lectura, de búsqueda. Tibón fue un apasionado de la
cultura mexicana pasada y presente, porque entre otras
cosas, no separaba pasado y presente, sino que los enten-
día en su continuidad y, por consiguiente tenía fe en el
porvenir que le aguardara a México. En ese sentido es
refrescante leer las palabras de ese nonagenario optimista
que compartía creencias profundas y no se abatía por las
superficialidades.
Seguir su vida significa recorrer un camino que arran-
ca del campo lingüístico y que penetra en la arqueología, la
etnología y la historia sin establecer de manera drástica las
fronteras entre unas y otras, sino que permite asistir al con-
tinuum que debe darse entre ellas, al fin ciencias humanas.
Tibón se aplicaba a su objeto de estudio sin importarle den-
tro de qué disciplina ubicarlo, antes bien establecía las rela-
ciones que le parecían evidentes entre los restos del pasado
arqueológico y la etnografía presente, sin desdeñar los
aportes lingüísticos –si se trataba de universos como los de
Pinotepa Nacional u Oninalá– o enfrentando una historia
sin límites disciplinarios como la del nombre de México,
que lo llevó a sus inquietantes indagaciones sobre el sim-
bolismo umbilical. Feliz Gutierre Tibón que podía escribir
tranquilamente sobre el ombligo y decir cosas interesantísi-
mas sobre los significados atribuidos al considerado centro
corporal. Sólo un gran erudito con mente libre podía hacer-
lo y debemos agradecérselo, así como a Miguel Ángel Mu-
ñoz por haber recuperado a un hombre fuera de serie, como
lo fue el autor de la columna “Gog y Magog”, que por tanto
tiempo apareció en las páginas del diario Excélsior. Hombre
de su siglo, fue igualmente hombre de todos los tiempos. Si
fue nuestro contemporáneo, bien pudo haberlo sido de los
Sforza o los Visconti de su Milán natal, con los que se pudo
haber entendido de la misma manera como lo hizo con las
personas humildes de Pinotepa y Olinalá, en tiempos en los
cuales nadie se acercaba a ellos y pocos valoraban su tra-
bajo. Tibón es precursor, o al menos, continuador de un re-
descubrimiento de México, de espacios mexicanos de todas
las temporalidades, del gran mosaico que quiso y logró cap-
turar con una actitud ejemplar de apertura y de apasiona-
miento. Esos dos ingredientes, que incluso aparecían en
labores menores como la de ofrecer la etimología y los sig-
nificados de patronímicos y apelativos fueron nota distinti-
va de ese hombre que, ya nonagenario, nos ofrece un reco-
rrido por diferentes etapas de su vida y su experiencia guiado
por la inquietud de Miguel Ángel Muñoz, curioso profe-
sional, gracias a quien es posible recuperar a un hombre
excepcional.
* Prólogo al libro Gutierre Tibón: lo extraño y lo maravillosa de MiguelÁngel Muñoz de próxima aparición y que edita CONACULTA.
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JOSÉ FCO. CONDE ORTEGA*
l postulado filosófico se pretendía inapelable:
“El hombre es un ser pensante”. Con el tiempo,
los desatinos de un desarrollo industrial incon-
trolable, las guerras con armas cada vez más poderosas y la
imperiosa necesidad de poder pusieron en crisis la defini-
ción. Y eso sin contar los cuestionamientos de los estudios
de género y las luchas de las minorías “marginadas” por
reivindicar derechos conculcados por usos y costumbres
del lenguaje. La noción de que la especie humana era la
única capaz de discernir fue obligada a revisarse. Los estu-
dios con diferentes especies animales obligaron a repensar
el asunto. El pesimismo Nietzscheano casi tomó carta de
naturalización. El hecho inocultable de los múltiples tro-
piezos con la misma piedra confirmó una duda, no precisa-
mente metódica, pero sí unánimemente aceptada.
Y eso que los escépticos y pesimistas, razonablemente
convencidos por la realidad siempre irrefutable, no cono-
cieron a la clase política mexicana, sobre todo a la de los
últimos tiempos. No lo hubieran soportado. Entonces la
Lingüística salió al rescate. “El hombre es un ser hablante”,
propuso. Y sí, hay razón en ello. Tal parece que la especie
humana es la única capaz de analizar y decodificar su sis-
tema de comunicación. Y si bien otras especies son capaces
de establecer redes comunicativas, hasta donde se sabe no
han establecido sistemas codificados y analizables.
El problema para colocar a la especie humana en un
sitio confortablemente seguro para comprender su historia,
transcurso y posibilidades parece, así, resuelto. Aunque no
faltan inconvenientes. Pero son menores, no obstante acia-
gos. ¿Es necesario recordar –otra vez la política mexicana–
aquellos sonidos guturales remotamente parecidos a len-
guaje traducidos a una criptolalia escasamente semejante
al español? Exceptio probat regulam, nos advierte el adagio
latino. Y Alfonso Reyes aclara que debe traducirse: “la excep-
ción pone a prueba la regla”, y no: “la excepción confirma
la regla”, pues esto último sería un contrasentido.
Sí, la excepción pone a prueba la regla y ésta permane-
ce. El hombre es un ser hablante. Por eso, el lenguaje, sim-
bólico y doblemente articulado, es la única huella valedera
de su paso por el reino de este mundo. Y esa huella, esa
señal indeleble es la razón de la existencia de seres genero-
samente sabios como Gutierre Tibón. Este hombre, nacido
en Milán, viajero incansable y constructor de una bitácora
de vuelo para sí en México, es un filólogo en la más gene-
rosa extensión de la palabra.
En efecto, Gutierre Tibón advirtió muy pronto que ese
amor por la palabra, por las palabras es un punto de partida.
Supo claramente que éstas ocurren en un tiempo; y que ese
tiempo está lleno de ecos que se transforman en signos. Que
ese tiempo está en consonancia con un lugar; y que ese lugar
determina condiciones, hábitos y señas de identidad. Y que
tiempo y lugar, necesariamente, carecerían de sentido sin ese
hablante, único y múltiple, que busca empecinadamente su
espacio en ese territorio compartido de la condición humana.
Encuentra en la etimología un principio. Es el recurso
del método para, de allí, indagar en los terrenos de la his-
toria, la antropología, la sociología, la filosofía… Siempre
en busca de una cabal comprensión del hecho humano. La
lucidez, la pasión, la inteligencia, la honestidad intelectual
son sus herramientas de trabajo. Más de cuarenta libros,
centenares de artículos periodísticos e inagotables conver-
saciones son resultados de una pasión amorosamente asu-
mida, de una elección.
Así, Lo extraño y lo maravilloso, antología de la obra
de Gutierre Tibón preparada por Miguel Ángel Muñoz es un
acto de justicia para los lectores. Me explico. El libro es
un trabajo rigurosamente concebido, pacientemente lleva-
do a efecto. No podía ser de otro modo. El prólogo de Álva-
ro Matute es generosamente comprensivo, fruto de la admi-
ración a partir de la lectura. La introducción de Muñoz, un
esfuerzo por esclarecer la metodología de los estudios, los
E
procedimientos de análisis, la manera en que Gutierre
Tibón entra y sale por las distintas disciplinas, el modo en
que utiliza a sus informantes… Es un trabajo meticuloso.
Incluye, además, una entrevista con el autor de El ombli-
go como centro erótico. Horas de conversación dan como
fruto el reconocimiento de este amoroso cultivador de la
palabra.
La antología, cuidadosamente preparada, es una amplia
muestra del trabajo de Gutierre Tibón. Es, de hecho, la me-
jor manera de hacer justicia a los lectores. Los asiduos, de
este modo, encontrarán páginas que siempre quieren vol-
verse a leer; los ocasionales, otra oportunidad para volver-
se a inquietar; los nuevos, la mejor ocasión para conocer
parte de una obra necesaria para el conocimiento de nues-
tro atribulado país. Sí, este libro es tan valioso que soporta,
incluso, que las erratas invadan muchas de las páginas sin
afearlas del todo.
Gutierre Tibón es un personaje necesario para entender
el siglo XX mexicano. Eligió este territorio para desarrollar
sus capacidades de investigador erudito y ameno. Parecía
haber llegado de todas partes y ya saberlo todo. Estudioso
del lenguaje, indagó de manera infatigable en los significa-
dos de una voz para establecer correspondencia con otras
voces. Y así como conocía las historias de los pueblos a tra-
vés de los testimonios orales, sabía perfectamente en cuáles
pulquerías de Azcapotzalco preparaban las mejores salsas
para la botana imprescindible. Creo que encarnaba perfec-
tamente el ideal del sabio platónico. Era un filósofo con una
leve vuelta de tuerca a la etimología. Cultivó, sí, el amor a la
sabiduría; pero más generosamente, una peculiar sabiduría
del amor.
* Ciudad Nezahualcóyotl-UAM-A, primavera del 2009.
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Guillermo Ceniceros
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