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letras, libros y revistas 45 letras libros revistas ELSA CANO haled Hosseini nació en Kabul, capital de Afganis- tán en 1965. En 1980, un año después de la inva- sión soviética obtuvo asilo político en Estados Uni- dos. Su primera novela Cometas en el cielo obtuvo un éxito extraordinario. Mil soles espléndidos es su segunda novela; en ella Hosseini expresa sus valerosas ideas en defensa de las mujeres de su país. Sus personajes Mariam y su madre Nana viven en una choza miserable (Kolba) en las afueras de la ciudad, porque Mariam es hija ilegítima (Harami) de un riquísimo comercian- te llamado Yalil. Toda la primera parte del libro se refiere a la vida de Mariam. La segunda parte es la vida de Laila, una niña pequeña que con el tiempo compartirá su vida con Mariam. Los capítulos siguientes narran la vida de las dos mujeres. Mil soles espléndidos tiene las características de los best- sellers; personajes con infancia y juventud muy dolorosas, de- plorables, impactantes, por el insoportable sufrimiento, pero con un desenlace feliz. Este rasgo tan usado en el siglo XX y en el XXI viene desde el siglo XIX; concretamente es la herencia de Carlos Dickens (David Copperfield, Oliver Twist, etcétera). Mariam no tiene preparación alguna; Laila, por el contra- rio, es hija de un maestro de escuela y su maestra Jala Rang- maal la instruye con la idea de que hombres y mujeres son iguales. El comunismo en Afganistán había aceptado que las mujeres estudiaran. Pero las ilusiones de Laila y de to- das las mujeres afganas serán aplastadas años más tarde. Otro rasgo que define a un best-seller es la cuidadosa in- vestigación histórica y sociológica; en el libro es expuesto detalladamente cómo pasó Afganistán a convertirse en Estado Islámico de Afganistán. Están presentes todas las etnias: Hazaras, Muyahidines, Tayikos, Hamwatanes, Uzbekos, etcé- tera. Hasta la llegada de los talibanes en los años noventa. El libro se llama Mil soles espléndidos porque el autor se refiere a un famoso poema escrito por Saib-E-Tabrizi (persa) en el siglo XVII sobre la ciudad de Kabul. En plena guerra tendrá lugar una gran historia de amor: la de Laila y Tariq. Las nuevas leyes de los talibanes son para los habitantes de Afganistán un retroceso de siglos y no hay salida posible. Todas las escuelas para niñas quedan clausuradas. Las muje- res no tienen derecho a estudiar y no pueden salir solas a la calle. El personaje central de esta valiosa novela es la mujer; descrita en un binomio: Mariam y Laila, para que el autor pueda presentar dos tipos de infancia, que a la larga, desem- bocarán en la misma opresión. Laila es una especie de plano concreto; Mariam el plano abstracto; pero las dos son piezas de un sólo ajedrez (Rashid, el marido de ambas) quien se encargará de devorarlas. Estructuralmente hablando el momento culminante tiene lugar cuando Hosseini narra una situación simultánea- mente con personajes diferentes: llega Tariq a la casa donde viven Mariam, Laila, Rashid y los hijos Aziza y Zalmae. Son dos acciones en un sólo tiempo: Rashid interroga a su hijo Zalmae sobre las visitas de Tariq; y en el mismo lapso o in- tervalo interroga a las dos mujeres para ver si coinciden las versiones. En la balanza ontológica de desgracias y penurias que comparten las dos mujeres, una de ellas tiene que sacrificarse por la otra. Como si se tratara de una sola vida para las dos. Cuerpo y espíritu se unirán con la muerte de una de ellas. Mil soles espléndidos es una novela costumbrista que permite ver como en un cuadro el realismo de la vida cotidia- na de un pueblo, sus leyes, su religión, sus costumbres, toda su organización, que convirtió al país en una sociedad atra- sada, casi primitiva. Pareciera que hablamos de la edad media y en realidad Hosseini describe el siglo XXI. Poco se sabe de Afganistán, nadie habla ni da informa- ción de ese país, sólo se sabe que allá llegó a esconderse Osama Bin Laden. Los rusos buscaban un centro estratégico para su comercio y por ello invadieron, pero falló; por eso se dice que Afganistán es para los rusos, lo que Vietnam fue para los Estados Unidos. También se conoce poco de la religión musulmana y aunque en todas las religiones hay extremos ésta se lleva los primeros lugares. Afganistán es la extrema derecha de dicha religión. Los logros de la mujer occidental en comparación con la mujer musulmana son el opuesto. Hosseini se refiere escasa- mente a la descripción de cómo un pueblo que era de arte- sanos y que logró un mediano desarrollo con los rusos, retro- cedió 360º con la llegada de los talibanes. Durante el periodo talibán, la única salida que les quedó fue la droga, dado que es uno de los países que más la pro- duce. Éste es un libro que indudablemente debe leerse. K

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letras libros revistas

ELSA CANO

haled Hosseini nació en Kabul, capital de Afganis-

tán en 1965. En 1980, un año después de la inva-

sión soviética obtuvo asilo político en Estados Uni-

dos. Su primera novela Cometas en el cielo obtuvo un éxito

extraordinario. Mil soles espléndidos es su segunda novela;

en ella Hosseini expresa sus valerosas ideas en defensa de las

mujeres de su país.

Sus personajes Mariam y su madre Nana viven en una

choza miserable (Kolba) en las afueras de la ciudad, porque

Mariam es hija ilegítima (Harami) de un riquísimo comercian-

te llamado Yalil. Toda la primera parte del libro se refiere a la

vida de Mariam. La segunda parte es la vida de Laila, una niña

pequeña que con el tiempo compartirá su vida con Mariam.

Los capítulos siguientes narran la vida de las dos mujeres.

Mil soles espléndidos tiene las características de los best-

sellers; personajes con infancia y juventud muy dolorosas, de-

plorables, impactantes, por el insoportable sufrimiento, pero

con un desenlace feliz. Este rasgo tan usado en el siglo XX y en

el XXI viene desde el siglo XIX; concretamente es la herencia de

Carlos Dickens (David Copperfield, Oliver Twist, etcétera).

Mariam no tiene preparación alguna; Laila, por el contra-

rio, es hija de un maestro de escuela y su maestra Jala Rang-

maal la instruye con la idea de que hombres y mujeres son

iguales. El comunismo en Afganistán había aceptado que

las mujeres estudiaran. Pero las ilusiones de Laila y de to-

das las mujeres afganas serán aplastadas años más tarde.

Otro rasgo que define a un best-seller es la cuidadosa in-

vestigación histórica y sociológica; en el libro es expuesto

detalladamente cómo pasó Afganistán a convertirse en Estado

Islámico de Afganistán. Están presentes todas las etnias:

Hazaras, Muyahidines, Tayikos, Hamwatanes, Uzbekos, etcé-

tera. Hasta la llegada de los talibanes en los años noventa.

El libro se llama Mil soles espléndidos porque el autor se

refiere a un famoso poema escrito por Saib-E-Tabrizi (persa)

en el siglo XVII sobre la ciudad de Kabul.

En plena guerra tendrá lugar una gran historia de amor:

la de Laila y Tariq.

Las nuevas leyes de los talibanes son para los habitantes

de Afganistán un retroceso de siglos y no hay salida posible.

Todas las escuelas para niñas quedan clausuradas. Las muje-

res no tienen derecho a estudiar y no pueden salir solas a la

calle.

El personaje central de esta valiosa novela es la mujer;

descrita en un binomio: Mariam y Laila, para que el autor

pueda presentar dos tipos de infancia, que a la larga, desem-

bocarán en la misma opresión. Laila es una especie de plano

concreto; Mariam el plano abstracto; pero las dos son piezas

de un sólo ajedrez (Rashid, el marido de ambas) quien se

encargará de devorarlas.

Estructuralmente hablando el momento culminante

tiene lugar cuando Hosseini narra una situación simultánea-

mente con personajes diferentes: llega Tariq a la casa donde

viven Mariam, Laila, Rashid y los hijos Aziza y Zalmae. Son

dos acciones en un sólo tiempo: Rashid interroga a su hijo

Zalmae sobre las visitas de Tariq; y en el mismo lapso o in-

tervalo interroga a las dos mujeres para ver si coinciden las

versiones.

En la balanza ontológica de desgracias y penurias

que comparten las dos mujeres, una de ellas tiene que

sacrificarse por la otra. Como si se tratara de una sola

vida para las dos. Cuerpo y espíritu se unirán con la

muerte de una de ellas.

Mil soles espléndidos es una novela costumbrista que

permite ver como en un cuadro el realismo de la vida cotidia-

na de un pueblo, sus leyes, su religión, sus costumbres, toda

su organización, que convirtió al país en una sociedad atra-

sada, casi primitiva. Pareciera que hablamos de la edad media

y en realidad Hosseini describe el siglo XXI.

Poco se sabe de Afganistán, nadie habla ni da informa-

ción de ese país, sólo se sabe que allá llegó a esconderse

Osama Bin Laden. Los rusos buscaban un centro estratégico

para su comercio y por ello invadieron, pero falló; por eso se

dice que Afganistán es para los rusos, lo que Vietnam fue para

los Estados Unidos.

También se conoce poco de la religión musulmana y

aunque en todas las religiones hay extremos ésta se lleva los

primeros lugares. Afganistán es la extrema derecha de dicha

religión.

Los logros de la mujer occidental en comparación con la

mujer musulmana son el opuesto. Hosseini se refiere escasa-

mente a la descripción de cómo un pueblo que era de arte-

sanos y que logró un mediano desarrollo con los rusos, retro-

cedió 360º con la llegada de los talibanes.

Durante el periodo talibán, la única salida que les quedó

fue la droga, dado que es uno de los países que más la pro-

duce. Éste es un libro que indudablemente debe leerse.

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ROBERTO LÓPEZ MORENO

áximo Cerdio viene de Huixtla, nació en Huix-

tla, es de Huixtla. Yo sé lo que es eso, es car-

gar con el trópico a la espalda... y dentro de

la imaginación. Ahí en Huixtla, los seres están tejidos a lu-

nas y soles con la misma intensidad, ahí en Huixtla los sue-

ños flotan sobre un río que viene de la altura de las mon-

tañas de la Sierra Madre Occidental y se desboca incontenible

hacia las inmensidades del Océano Pacífico. En el trayecto

atraviesa por toda una patria de las maravillas de la que el

lenguaje común queda deudor perpetuo.

¿Cómo describir esos espacios aéreos que laten cada

día a merced de las parvadas a veces azules, a veces rojas,

a veces amarillas, a veces verdes, pintando el cielo con un

tembladero de alas que nubla el sol y asombra la pupila?

De ese horno, que yo conozco muy bien, viene Máximo,

de ese territorio de las desmesuras, en donde cada quien en-

cuentra cada tarde su fragmento de magia y lo habita y lo vive

en medio de aquellos devenires que tienen como función prin-

cipal ponerle brasas ardiendo a los pensamientos. De ahí, de

esa realidad de incandescencias, Máximo ha cargado su tinta

y ha querido que ella escriba versos. Hacer poesía en Huixtla

debe ser harto difícil, porque ahí, en esa zona de las sorpre-

sas, las cosas y los seres son como la diaria escritura de un

poema, tocado con la lumbre del trópico, pero bautizado a la

vez con el agua bendita del río del que hablo.

Huixtla quiere decir Tierra de los colibríes, viene del

náhuatl: Huitzillin (espina que vuela, que a su vez quiere

decir “colibrí”) y Tlan (cerca, en, debajo, entre, etcétera). La

voz anónima, desprovista de imaginación, despojada del

concepto poético de nuestros antepasados, leyó de mane-

ra literal y tradujo simplemente: lugar en donde abundan

las espinas. Pero en Huixtla, lugar escogido por el trópico

para desbordarse incontenible, no hay magueyes, nopales

ni ningún tipo de cactus propios de las tierras desérticas o

semidesérticas. Entonces se trató de justificar la simpleza

con el hecho de que abunda por ahí una planta que en su

estructura contiene unas pequeñas espinas, el ixcanal.

Lo cierto es que sí, por trópico que es, en Huixtla abun-

da el colibrí, “la espina que vuela”, el espíritu de Huitzilo-

pochtli (el colibrí zurdo) para nuestros ancestros; el ave del

largo pico (la daga de pedernal) que busca el centro de la flor

(el corazón, que palpita en el centro del pecho) para consumar

el sacrificio y seguir siendo los dueños del universo. En su

paso a las Hibueras los nahuas hicieron precisamente de Huix-

tla un centro ceremonial, por ello en sus jeroglíficos repre-

sentaban a ésta con una espina de maguey, el símbolo del

pico del colibrí, de la ceremonia. Tierra de colibríes, Huix-

tla fue entonces una más de las moradas del invencible

Huitzilopochtli.

Pensando en estas cosas me figuro a Máximo en medio

del sopor de la tierra natal, cazando colibríes como versos,

capturándolos para sumar su colección de decires, con el

vuelo vertical y zigzagueante de esas avecillas tan de nuestras

cosas, que representan en la tradición mexicana la fuerza

de la voluntad y la imaginación. Es que un poema escrito en-

tre las brasas de Huixtla, es un colibrí que la mano del poeta

convirtió en un latido de tinta.

Nuestro personaje, entonces, sube y baja por la escala de

los sofocos huixtlecos y empieza a deletrear las cuestiones de

la vida con su manojo de colibríes capturados, que no sólo

llenan de belleza las páginas de un libro, sino de otras verda-

des en las que se ven comprometidos pasados, presentes y

futuros y la presencia de un paisaje que colinda infiernos

y paraísos y del hombre asumiendo y transformando tal pai-

saje con todo lo que esto implica, hasta que el hombre mismo

se convierte en avecilla de vuelo geométrico y vertiginoso.

Como producto de la magia que sugerimos, Máximo

invita a otra forma del hechizo para integrar su libro, el que

soñó por las tierras de Comala aquel Juan Rulfo que mucho

tenía de las maravillas que nos maravillan. Así es cómo el

joven autor puso en nuestras manos su primer libro formal

de poemas, Susana San Juan, editado llamativamente por

Ediciones Nave de Papel.

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“En aquel tiempo el aire también era un niño...” nos dice

Máximo en una parte de su extenso poema de 45 páginas.

Ya están unidos los colibríes de Huixtla y los de Comala, ya

el sortilegio empieza a sumar las sustancias para intentar el

dibujo del tiempo y es justamente así como el autor nos remi-

te a la edad del tiempo, nos lleva de la mano a verlo cuando

también era un niño y así nos coloca en el momento de los

principios, cuando según el pensamiento maya, el mundo

estaba dormido entre una bruma de plumas verdes y azules.

El libro va avanzando sobre un tramado de ensoñacio-

nes y toma de la mano al lector para ir abriendo cada una de

las puertas de la imaginación, para algunos siete, en su fide-

lidad con la cábala, para otros nueve, como los anillos de

Dante, para otros más, trece, siguiendo la numerología pre-

hispánica, para Máximo 42, transfiguradas en sus 42 peque-

ños capítulos que rasguñan con ansiedad la vida, “pero los

difuntos –dice él– se han tragado todo el color de las cosas,

sólo dejaron esta tierra hambrienta, donde el viento hace

polvo hasta las piedras, donde ni Dios suelta una lágrima”.

El lenguaje es sencillo pero hondo, es el lenguaje del

pueblo pero asumido en su esencia poética, fórmula que han

encontrado los grandes para dejarnos la perenne enseñanza.

Rulfo y Revueltas sabían mejor que nadie esas cosas. Enton-

ces, el alma de Máximo “es un perro que vaga por las calles

de este pueblo”, pero en busca de lo que los comunes no

encuentran va “teñido de rojo por el sol de la tarde”. Yo con

el libro de Máximo entro, a mi modo, a la historia de mi san-

gre, a la del sol de Huixtla, que ha viajado desde Comala para

morder con rabia las cosas y los seres, entró a la historia de

las calles del hombre, que se entrecruzan en las provincias

del mundo.

Y es que congruente a lo propuesto desde el título del

libro, los poemas de Máximo en Susana San Juan, son pe-

queñas narraciones líricas establecidas en ese campo de lo

mágico que lo mismo puede encontrar su domicilio en los

rulfianos ensueños de Comala que en la asamblea de coli-

bríes que carga el aire selvo-marítimo de Huixtla. Total, se

trata de contar la vida en breves piezas, y se cuenta.

En la historia poética de Huixtla, breve en realidad, par-

timos de la presencia de los hermanos López Paz; Her-

nando: “Quién si no tú, Minerva de mis tiempos/ de tu nom-

bre la luz has esparcido,/ ¿Por tu noble misión quieres un

templo/ o el recuerdo de un pueblo agradecido?/ Optarás,

bien lo sé, por lo segundo,/ pues no obstante tu gloria y tu

grandeza/ como el noble Jesús vas por el mundo sedienta de

humildad y de nobleza./ Adalid de la gesta educativa/ a la

ignorancia cruel lanzaste un reto,/ y combates en los cam-

pos de la vida/ llevando como espada el alfabeto”, “Poema

a la maestra Luz López Solórzano” y Ranulfo (Paz Lócera)

“Señor,/ aquel caballero triste/ que a cambio de amarguras/

un ánfora le diste/ repleta de esperanzas,/ de amor y de ter-

nura,/ llevar el rostro enjuto/ nuevamente le he visto,/ neva-

dos los cabellos, los ojos sin destellos/ y con el alma en

luto./ Pues, Señor,/ para aquel caballero triste,/ el ánfora que

tú escogiste,/ estaba rota. El ánfora rota.

Máximo, ahora, viene a representar el otro extremo de

la cuerda, el que viene a complementar la curva temporal;

vendría a ser la otra ala del colibrí, batiendo sobre el mismo

espacio –que de alguna o de todas maneras– ya no es el

mismo, dentro de la dialéctica que va del razonamiento de

Heráclito al verso de Neruda.

Qué bueno que Máximo nos ha dado su libro, porque

con él, complementando con sus 45 golpes de magia, la

curva eterna de la espiral, podemos bien afirmar que Huix-

tla, desde su ayer y en su hoy más hoy, sigue siendo la enlla-

marada tierra de los colibríes.

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Soid Pastrana

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RUBÉN DON

l maestro Reyes Bercini, director de cine, ha se-

ñalado a Joaquín-Armando Chacón como un na-

rrador nato. Si cualquier tarde uno se sienta con

Chacón a beber una taza de café americano y a fumar una

tanda de cigarrillos lo podrá comprobar: sin duda alguna

Chacón es un gran contador de historias, un gran conver-

sador. Más no se sorprendan si tiempo después encuentran

publicadas esas historias en el próximo libro de nuestro

autor con la fidelidad con que las escucharon aquella tarde,

pero con el toque maravilloso de la literatura, ese garbo del

que sólo sabe valerse el buen escritor.

Creo que no se puede esperar menos del lector precoz

que a los ocho años ya había devorado Santuario de Wi-

lliam Faulkner y El viejo y el mar de Ernest Hemingway. De

este modo, nos topamos de frente con un hombre que ejer-

ce con profesionalismo su oficio, pero sobre todo con sin-

ceridad y entrega.

Y así lo demuestra una vez más con el libro que recién

acaba de publicar: Los días ajenos, una colección de cuen-

tos que Chacón nos presenta también como un conjunto de

novelas rotas. Bibliográficamente éste puede ser su primer

libro de cuentos, pero en la práctica Chacón es un artífice

de la novela fragmentada, o lo que los críticos llaman las

short histories, es decir, las historias dentro de la historia.

El ejemplo más claro lo tenemos en su libro El recuento de

los daños, en donde la novela se rompe en tantos capítulos

como cuentos se desee. O también está Frente al bosque de

la noche, un escrito monumental aún inédito, a la espera

de que la buena literatura le gane la batalla al dragón co-

mercial que por desgracia parece regir parte del mundo edi-

torial actual.

En los días ajenos, Chacón, como el espeleólogo de la

palabra que es, escarba en esa montaña rocosa y áspera

que es la vida, para mostrarnos fragmentos preciosos de

la cotidianidad. Sí, esa cotidianidad sórdida y aburrida que

nos aplasta día con día. La colección abre con un peque-

ño cuento titulado “La Pausa”. Acaso un autorretrato: El

artista a altas horas de la noche que se enfrenta a esa

batalla que es la escritura, una batalla que generalmente

se gana a pulso, aunque después el silencio lo derrumbe

todo y haya que empezar de nuevo. Cito un fragmento de

este cuento: “El escritor pone una coma, suspende la na-

rración, no encuentra la siguiente palabra, enciende un ci-

garro. A su alrededor está todo el silencio del mundo”.

Luego de esta pausa inicial, los personajes comienzan

a aparecer en un ágil cruce de historias. Por un lado, Es-

teban y el viejo marinero, dos amigos: alumno el primero,

maestro el segundo, que ocupan la mesa de cualquier bar

para lo mismo beber whisky que hacer diatribas sobre la

vida o escuchar conversaciones ajenas. Por otro lado, están

el hombre y la mujer que a punto de hacer una vida en pa-

reja descubren que el futuro es incierto porque aún no es

tiempo de encerrarse en ese corral de ovejas que represen-

ta la convencionalidad, para vivir un matrimonio fallido. O

tenemos a aquel hombre, uno de mis personajes favoritos,

que con nostalgia espera el regreso de un amor perdido, u

olvidado, o que quizá ni existe porque en el universo narra-

tivo de Chacón todo es posible. Aquí quiero remarcar que

lejos de la simpleza con que se tratan los temas románticos

en la actualidad, Joaquín-Armando Chacón, con pinceladas

sensibles, logra recrear un ambiente de auténtica tristeza y

añoranza, pues, ¿quién de nosotros no extraña la presencia

del otro? Basta escuchar el siguiente clamor del personaje

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para abandonar un suspiro al aire: “Desde hace tiempo todo

lo que no sea esperarte se llama ocio, pausa entre la partida

y el reencuentro, sacudida entre dos sueños. Ahora mismo,

escribiendo aquí para que tú me leas desde donde estás, aho-

ra mismo estoy esperando por ti”.

La veta de joyas cotidianas que Chacón extrae es ina-

gotable: la evocación de la infancia; el hombre cojo y mal-

trecho que desea con ahínco conquistar a una viuda her-

mosa; el individuo que se sienta a la mesa a beber una copa

de vino con Hemingway; o las mujeres que intentan buscar

un asidero de vida en los sueños que les visitan de noche,

porque de día la rutina en la oficina es decadente.

No hay mejor escenario para estas historias que la

ciudad. Ésta o cualquier otra. Porque es en ella donde los

amantes, que acaban de hacer el amor, miran llover a tra-

vés de la ventana. En donde una zanja es capaz de tragar-

se a un ciego. Es la ciudad quien puede cobijar una barda

en la que un artista anónimo escribe bellos poemas que enlo-

quecen a todo aquel que los lee. Es la ciudad que nos ma-

ta, que nos hace soñar, que nos padece. Cito a uno de los

personajes: “…ciudad de pasos a desnivel y periféricos, pu-

ta de multifamiliares y policías; me vengaré de ti, ciudad

que detesta a la lluvia y a los niños. Me vengaré de ti sin

duda y sin respeto”.

Por otra parte, en Chacón hay un homenaje deliberado

a sus héroes literarios. Me atrevo a llamarlos así porque

ya seamos lectores o escritores, siempre nos forjamos esa

imagen épica de quien nos impacta con sus letras. Enton-

ces, con naturalidad, Chacón puede transmutarse, o trans-

mutarnos, en uno de sus personajes para pedirle a papá

Hemingway que nos firme uno de sus libros. O sentir que se

conversa con el viejo Balthazar, célebre personaje del Cuar-

teto de Alejandría de Lawrence Durrell. Chacón cita delibe-

radamente a William Faulkner con la confianza de que su

propia pluma puede crear palabras tan hermosas como

aquélla del escritor norteamericano que dice: “entre el dolor

y la nada elegí el dolor”.

Y de ello no cabe duda. En los cuentos encontramos

frases contundentes, de ésas que hacen sentir un gancho

directo al hígado, que dilatan la respiración, que producen

un gesto instantáneo de alegría porque aún queda buena

literatura en medio de la sequía comercial que padecemos. En

el libro de Chacón hay poesía, hay canto al dolor y la nostalgia.

Los días ajenos terminan por no ser tan ajenos. Más

bien son esos instantes cotidianos ahí presentes. Días que

quizá negamos porque creemos que sólo es menester de los

demás vivirlos. Pero no vale la pena darles la espalda, por-

que encierra un infinito placer el también sentir dolor, el

también sentir los destellos de la felicidad.

Chacón hace caminar al lector entre la realidad y la fic-

ción, pues estos límites siempre están cruzando impercep-

tiblemente en estas historias sobre la memoria, el olvido y

la creación.

Vale la pena acercarse a Los días ajenos. Les aseguro

que encontrarán a un escritor honesto. A un escritor que, co-

mo escribiera hace tiempo el maestro Carlos Montemayor

en la Revista Cultura Norte: “es independiente, libre de gru-

pos que aplauden y publican sólo a amigos o protegidos;

libre por su verdad de escritor, por su vocación intransferible,

por la paciencia con que durante varios años se entrega a

una obra silenciosa”.

Para finalizar, quiero invitarlos a que hagan caso omiso

de todo lo que he escrito. Al leer Los días ajenos, ya añoré

un pasado perdido; ya me enamoré de la viuda hermosa; ya

escuché las diatribas del viejo marinero. Ahora ustedes si-

gan su propio camino, depositen sus fantasías en las letras

de Joaquín-Armando Chacón, lean el libro, y de este modo

saquen conclusiones si estos días les son ajenos, o por el

contrario, les pertenecen.

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Ángel Mauro

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DAVID FIGUEROA

a novia oscura. Esta novela se desenvuelve en

una lejana provincia de Colombia, cerca del Río

Magdalena, en ella, una historia que mezcla amor,

sexo y una vida cotidiana de obreros en busca de una forma

de subsistir, resulta en una obra que mantiene al lector in-

merso en la historia.

Una pequeña niña que llega a un poblado sin más idea

que el sueño de querer ser prostituta, se ve acogida por la

vida galante de un prostíbulo, en la que sus compañeras de

oficio y su cuidadora, se encargan de enseñarle las artes po-

derosas de la sensualidad.

Con el tiempo, la niña, ahora convertida en una mujer

hermosa y sensual de nombre japonés Sayonara, se delei-

ta con saber que el amor sí existe, pese a que el sexo es la

constante en su cuerpo. Sacramento, un niño que no sólo

creció junto a la joven como un hermano, es quien se ena-

mora de ella; sin embargo, el amor por ella deriva en obse-

sión y aunque logra casarse con ella, el final feliz nunca

llega a sus vidas. ¿El motivo? Un tercero… un muchacho

del cual Sayonara se enamora y mantiene una relación

sexual única y profunda que la marcaría para toda su vida;

un sentimiento del que nunca se soltaría, el amor.

El payanés, como le decían, era un obrero que busca-

ba el sustento en una empresa extractora de petróleo y en

la que una excavadora era no sólo la máquina más podero-

sa de la empresa sino un aliciente para muchos trabajado-

res; en ese lugar junto con Sacramento, fue que ambos ami-

gos convivieron y uno sin saberlo de primera instancia

(Sacramento), y el otro ambicionando el momento de ver

cada semana a Sayonara (El payanés), eran un comple-

mento único para sortear los difíciles días de las huelgas

así como de los enfrentamientos entre los obreros y con

la policía.

Una cita semanal con el amor y el sexo, es lo que anima

tanto a Sayonara como al payanés; cada día la espera se

reduce para ver a la otredad y para fundirse en uno. El amor,

la sutileza, el sexo, la bondad, la inocencia y las artes de lo

prohibido, juegan en torno a esta historia.

El origen de la niña casi esquelética y posteriormente,

mujer galante, fue sin duda una pincelada de belleza artís-

tica para la historia; sus hermanas, criadas y cuidadas por

ella como sus hijas y la trágica muerte de su madre, fueron

los complementos que revitalizan y envuelven esta obra

que Laura Restrepo nos transmite con lujo de detalles que

nos conmueven e incitan para no dejar de leer la historia de

la niña que se convirtió en leyenda de una zona de toleran-

cia de ese país de Sudamérica.

La novela resulta una oda a la galantería de la profe-

sión que se dice la más antigua de la existencia del hom-

bre; es una prosa dedicada a la belleza resplandeciente

de una mujer en busca de su destino, sea éste el amor, el

sexo, la lujuria o la simple cotidianeidad por sobrevivir día

con día.

La novia oscura. Laura Restrepo. Anagrama. 2008, 451 pp.

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El maldito Bukowski,

quince años después

A quince años de la muerte de Charles

Bukowski (1920-1994), el escritor nor-

teamericano sigue siendo uno de los

favoritos de los jóvenes. De la entre-

vista que le hizo Fernanda Pivano para

el libro Lo que más me gusta es rascarme

los sobacos (Anagrama), tomo a manera

de recuerdo algunas de sus declara-

ciones: le desagradaban los chicos de

pelo corto, corbata y buen empleo. “Me

gustan los hombres desesperados, los

hombres con los dientes rotos y el ce-

rebro roto”. Rechazaba las leyes, la

moral, las religiones, las reglas y no le

gustaba dejarse moldear por la so-

ciedad. “Todo lo que he escrito es ver-

dad en 95 por ciento… si parece ma-

cho, entonces soy macho, me declaro

culpable”. Después de cenar se ponía

a escribir con dos botellas de vino.

“Luego me emborracho de nuevo para

ajustar la parte que he escrito cuando

estaba borracho. Así va muy bien. Y es

más divertido”. Publicó novelas como

Cartero, Factótum y Mujeres y libros

de relatos como La máquina de follar

(Anagrama).

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P A T R I C I A Z A M A

Del Prado

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Un día diferente

José Emilio Pacheco declaró que la

felicidad es algo que conoces cuatro

veces en tu vida y si no la tienes todos

los días sientes que eres muy infeliz.

La felicidad, agregó, la hemos identifi-

cado con el consumo. “La maravilla

de cada día es que ningún día es idén-

tico al otro y ahí está mi defensa de la

no felicidad…” Pacheco ha recibido

media docena de homenajes a propó-

sito de su cumpleaños 70 el 30 de ju-

nio y de que acaba de ganar el Premio

Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.

El Instituto Nacional de Bellas Artes le

entregó las medallas 1808 y la de Be-

llas Artes, el 25 y el 28 de junio respec-

tivamente. También organizó una lectu-

ra maratónica de la novela de Pacheco

Las batallas en el desierto. Pacheco di-

jo que al escuchar que han inventado

a un escritor que no existía la manera

de corresponder será trabajar y traba-

jar para volverse digno de lo que han

dicho de él en estos días.

El filósofo que leía

novelas policiacas

Alejandro Rossi (1932-2009) fue un lec-

tor asiduo a las novelas policiacas. En

una entrevista con Enzia Verducchi,

para Laberinto de Milenio, dijo que des-

pués de leer la colección que dirigían

Borges y Bioy Casares pasó a la novela

policiaca norteamericana con Dashiell

Hammett y Raymond Chandler. “Los

primeros libros de Chandler me los pres-

tó Jorge López Páez…”, reveló. “Chan-

dler era un escritor muy complejo, ins-

truido por la gran literatura inglesa. Un

extraordinario escritor”. Después pasó

a la novela de espionaje, con “la figu-

ra mayor” al frente John LeCarré.

Premios y premiados

“He escrito sobre un amor nada pla-

tónico hasta el punto de reflejar una

relación muy física, muy sexual e in-

cluso escatológica”: Andrés Neuman

(Buenos Aires, 1977), autor de Viaje de

un invierno, ganador del Premio Alfa-

guara de Novela 2009… Cincuenta mil

dólares ganó Jorge Volpi (DF, 1968) con

con su libro de cuatro ensayos El in-

somnio de Bolívar, enviado al concurso

para el Premio Debate-Casa de Amé-

rica, en el que participaron 42 obras…

“No es de extrañar que las Crónicas de

Indias sean el origen del realismo mági-

co”, aventuró el escritor colombiano Wi-

lliam Espina, autor de la novela El país

de la canela” en cuyas páginas se cuen-

ta el descubrimiento del río Amazonas

y con la que ganó el XVI Premio Inter-

nacional Rómulo Gallegos, dotado de

casi millón y medio de pesos mexica-

nos. Los conquistadores españoles, di-

jo, llegaron por la codicia y por la

leyenda de que iban a encontrar sire-

nas, centauros, gigantes y enanos, y

amazonas… La escritora canadiense

de relatos Alice Munro, de 77 años, ga-

nó el Man Broker Internacional, pre-

mio que se concede cada año en

Inglaterra por el conjunto de una obra.

Escritora y política

La escritora Laura Esquivel (DF, 1950)

declaró que si gana o no gana como

candidata a diputada local en el DF

ella ganó ya porque ha organizado “a

las señoras de otra manera”. La au-

tora de la novela Como agua para cho-

colate, agregó que no se trata sólo de

una cuestión electoral sino que “el

espíritu del país está en juego”. En

cuanto al PRD, que la postula en el

distrito 27 con el PT y Convergencia,

dijo que tiene “sentimientos agridul-

ces” porque ha logrado beneficios rea-

les para madres solteras y adultos

mayores, pero hay perredistas con

los que disiente al seguir caminos

que ella considera incorrectos. Aun

así “el PRD es una opción real”. Hay

que construir una nueva salida por-

que la actual no funciona, sostuvo,

cuando la gente muere de hambre y

cada vez cuesta más salir a la calle.

Dijo que estudió toda su vida en es-

cuelas de gobierno y que todo lo que

es como escritora, mujer y madre “se

lo debo a México”.

Para aprender a escribir

Ernest Hemingway (1889-1961) le con-

tó a la periodista Lilian Ross que se

había pasado la vida entera “tratando

de aprender a escribir mejor”. En un

libro titulado Retrato de Hemingway

(Muchnik Editores), Lilian escribe que

al autor le gustaba escribir cartas para

recibir respuestas y no sentirse solo.

Hemingway se dio cuenta, al leerlas, que

quería escribir como Dumas, Daudet,

Stendhal, Flaubert, Rimbaud y Bau-

delaire, pero que de Válery y de Gide

“nunca conseguí aprender nada”. So-

bre Faulkner dijo que para él “escribir

sería sin duda fácil si uno se encerrase

en un pajar con un botellón de whisky

y escribiera cinco mil palabras sin sin-

taxis en un día”. Pero elogió a Mailer:

tenía buena imaginación y si la disci-

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plinaba y controlaba e inventaba sobre

la base de lo que en realidad conocía

iba a ser un escritor fenomenal. De la

crítica, opinó: “Me río constantemente

de mí mismo y de los demás, y de

todas las cosas, y esto molesta mucho

a la mayoría de los críticos, que son

muy solemnes respecto al humor”.

Lilian Ross publicó antes en The New

Yorker el perfil de Hemingway.

Lo mejor de escribir

Para el alemán Günther Grass (81 años)

“lo bueno de escribir es escribir”. An-

tes de publicar el segundo tomo de su

autobiografía, La caja de los deseos (Al-

faguara), reunió a sus ocho hijos y

les dio a leer las partes en las cuales

aparecen. Pero él dijo la última pala-

bra. Dos de ellos que de adolescen-

tes fumaban mariguana protestaron.

Grass dijo que las relaciones conflicti-

vas con su padre las cuenta en Pelando

la cebolla, el primer tomo autobiográ-

fico. Sobre el oficio periodístico dijo

que muchos escriben “por debajo de

su nivel” y “hacen todo de forma muy

superficial”, lo que deprime y aburre.

Novedades en la mesita

Ya aparecieron los números cero y uno

del portal de “Revista Justa” (), que

dirige Felipe Garrido y con la edición a

cargo de Analía Melgar. En el uno

aparece la sección Cabos sueltos, del

propio Felipe Garrido, y los discursos

de Adolfo Castañón y de Javier Sicilia,

que recibieron los premios Xavier

Villaurrutia y Nacional de Poesía de

Aguascalientes, respectivamente. Hay

textos de Reyes y de Borges sobre Ches-

terton, y el audio de Sabines en Bellas

Artes… Lorenzo León Diez presentó

su libro Fragmente. Diario de un adic-

to al sexo, en compañía de Enrique

González Rojo, Saúl Ibargoyen y Al-

fredo Coello… El autor de Los pilares

de la tierra, Ken Follet, informó de que

ahora escribe Caída de gigantes, una

trilogía que recorre el siglo XX de prin-

cipio a fin. Estuvo en la Feria del Libro

de Madrid, donde tocó el bajo eléctri-

co acompañado de un conjunto de afi-

cionados. Declaró que no se dedicó a

la música porque le gusta acostarse

temprano.

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Javier Anzures

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ALEJADRO ALVARADO

ica en experiencias ideológicas y contracultura-

les se vivió la década de los sesenta del siglo

pasado. Por medio de las drogas muchos jóvenes

buscaron alcanzar intensos niveles de sensibilidad. Era el

tiempo del hippismo, de la literatura beat, y el de la rebel-

día de los grupos e intérpretes de rock. Algunos artistas con-

sideraban que los estados alterados producidos por las dro-

gas eran una manera de percibir y entrar a otras dimensiones

del conocimiento. Tres escritores que vivieron la llamada

década prodigiosa, que abarca los años que van del 60 al

70, René Avilés Fabila, Guillermo Samperio y Carlos Mar-

tínez Rentería, nos revelan su relación con las drogas, y nos

dan las razones por qué creen que éstas deben de legali-

zarse.

RENÉ AVILÉS FABILA:

“Prácticamente toda mi generación consumió algún tipo de

drogas. No sólo mariguana sino también LSD (ácido lisér-

gico). Probé mariguana por primera vez a los 18 ó 19 años.

Mis experiencias siempre fueron favorables, gratas. La ver-

dad, je jé, es que no sé por qué no le seguí, je je jé. A mí, me

iba muy bien. Era placentero como se agudizaban los sen-

tidos: la música, al escucharla, se oía como si los intérpre-

tes estuvieran sentados en el centro de la sala o como si

nosotros estuviéramos en medio del concierto. Dejé de

consumirla porque me fui a estudiar tres años a Francia,

donde era más difícil de conseguir. Paulatinamente me fui

retirando de las drogas”.

−Las drogas, entonces, ¿crees tú que no generan la

adicción compulsiva que se asegura?

−Creo que no. Aunque yo sólo puedo hablar según mi

propia experiencia, y la que he podido observar de muchos

de mis amigos, como Juan Tovar o José Agustín, por ejem-

plo. El caso de Parménidez García Saldaña es distinto. Él,

era una persona autodestructiva. Se ponía muy mal porque

a menudo mezclaba alcohol con drogas. Y eso, en cuales-

quier persona, es un indicador de que quiere suicidar-

se. Pero yo veía consumir drogas a la mayor parte de mis

compañeros de generación y ahí están, casi todos, todavía

rolando; en cambio, la mayoría de los que se dedicaron al

alcohol ya se murieron.

−¿El consumo de drogas fue importante para los escri-

tores de tu generación?

−En mi caso, si nosotros pensamos en ellas como un

estimulante artístico intelectual, no sabría contestar otra

vez más que mi propia experiencia. Yo sé que hay escritores

o músicos que han compuesto o escrito estimulados por las

drogas. En mi caso, nunca logré hacer nada que valiera la

pena bajo el influjo de la mariguana, ni siquiera del alco-

hol. La verdad es que cuando escribo no tomo ni café. El

fumar mariguana me divertía, me gustaba. Encontraba un

placer que seguramente los compañeros de mi generación

no buscaban; ellos intentaban acercarse a algo más allá,

más profundo; no sé si decir de manera casi mística, a una

especie de contacto con deidades, con espíritus que les

abrieran las famosas puertas de la percepción.

“Saber hasta dónde estas puertas pueden llevarnos

cuando se abren, yo no lo experimenté; mis viajes eran muy

ilustrativos. En el último que tuve, en París, me tomé un

chocho de LSD y empecé a leer el último tomo de El profe-

ta desarmado. Es un libro trágico, cuenta los últimos años

de Troski. A mí me daba una enorme risa. Le perdí total-

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mente el respeto a la lectura. Muchas veces probé los hon-

gos; su sabor no me gustaba, su efecto sí. Como nunca me

fue mal con las drogas, no puedo yo contar una mala expe-

riencia, como me ha sucedido con los excesos de alcohol.

Cuando, por ejemplo, se pasa uno dos o tres días bebiendo

y se pone muy mal”.

−¿Las drogas se deben legalizar?

−Creo yo que sí; para que dejen de ser un problema,

porque, justamente, la gran cantidad de dinero que genera

su producción y consumo es lo que hace que proliferen. Si

alguien quiere drogarse, que lo haga. Porque es un acto de

libertad.

GUILLERMO SAMPERIO:

“De joven fui hippie sólo naturalista; nunca tuve la expe-

riencia con drogas fuertes. Cuando éstas entraron al merca-

do nada más de pensar en consumirlas me daba miedo;

además, el hipismo, más bien, utilizó LSD y mariguana. La

primera vez que probé LSD viví una experiencia horrenda,

en medio de ella casi quería ir a un hospital; así que yo nada

más fui de “hierba santa para la garganta.” En ese entonces

se vendían toneladas y toneladas de mota; ahora debe de

venderse ni el cinco por ciento de lo que se consumía en la

época de los hippies. Considero que un 70 por ciento del

joven de ese tiempo consumía estas drogas”.

Confiesa que al principio le gustaba el efecto de la ma-

riguana; pero que ésta es una droga que se vuelve adictiva,

y “para poder alejarse de ella, después de dos o tres años de

consumo cotidiano, o te la quitas a valor mexicano o nece-

sitas internarte en una clínica. Yo me la quite a valor mexi-

cano. Fueron siete meses horrendos, que no le deseo a

nadie. Vivía con una angustia espantosa”.

−Por consiguiente, ¿estás en contra de la legalización

de las drogas?

−No. Me parece muy bien que se legalicen las consi-

deradas blandas; sin embargo, creo que si esta acción se

diera, aunque sería un principio, llegaría demasiado tarde,

porque los jóvenes ya consumen drogas más potentes, quí-

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Gustavo Buendía

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micas. La mariguana es una droga blanda, y el daño que

ocasiona depende también de la caracterología y de la pro-

blemática mental de cada persona. Hay gentes que la pue-

den dejar con mucha tranquilidad y luego volver a su con-

sumo. Lo que sí es inevitable es la depresión severísima que

genera fumándose cotidianamente. Con la hierba, al princi-

pio se experimentan emociones intensas e interesantes

pero, después del primer o segundo año, se acaban.

Quienes se niegan a aceptar la legalización deben ana-

lizar la corrupción y la complicidad de las autoridades, re-

flexiona Samperio y cuenta: “sólo hasta los años sesenta, en

México comenzaron a fumarse grandes cantidades de mari-

guana. “Éramos, más bien, los hippies sus consumidores.

En el 68, cuando reprimieron el movimiento estudiantil, tenía

yo 19 años. Íbamos por la hierba al Campo Militar número

Uno, el lugar donde torturaron y mataron a muchos jóve-

nes, según el dicho popular. En la colonia para soldados

que existe o existía dentro del campo, levantaban la vaya

a las personas para que entraran. Ahí se conseguía hierba a

precios muy bajos: paquetes de a kilo, de a medio kilo, o un

guato. El griterío que se escuchaba era parecido al que se

escucha en un mercado. Podíamos darnos el lujo de selec-

cionar el mejor material. Llegué a entrar muchas veces con

otros hippies y veíamos los carros formados para adquirir

la mota.

“A los vendedores como que no les gustaba que sólo

compráramos un guato (150 gramos, aproximadamente);

había que ir, mínimo, por medio kilo. Supongo que éste fue

un plan echeverrista, para que la juventud empezara a con-

sumir mariguana. La razón es obvia: apendejar y distraer a

los jóvenes, bajarles la energía de la protesta, porque creo

que ellos presuponían que después de las olimpiadas volve-

ría a desatarse el movimiento estudiantil. Lo que se desató

fue el surgimiento de guerrillas en todos lados”.

CARLOS MARTÍNEZ RENTERÍA

“Experimentar en la vida con drogas depende de cada per-

sona. Hay gente feliz con su chocolatito y su concha; pero

hay a quienes les interesa escudriñar otras maneras de

advertir la realidad. Eso ya es muy personal. A mí, me pare-

ce interesante hacer un recuento de los hábitos de consu-

mo de una buena parte de nuestros creadores o pensadores

más relevantes en la historia; casi todos han sido consumi-

dores de alguna sustancia; desde el famoso ajenjo, el opio,

la mariguana o la cocaína. Se me ocurre nombrar a Conal

Doyle, por ejemplo, o Sigmund Freud o a los grandes mari-

guanos de todas las épocas, digamos, el maestro Salvador

Elizondo. Un adicto lo mismo es un artista que una perso-

na común y corriente. No hay diferencia. Hay gente que sin

probar nada, puede existir en la vida.

“En lo personal, no fumo. Nunca me ha gustado el ta-

baco; me da náuseas. El problema es que si alguien sale

a comprar cigarros no llegue la policía y lo arreste, como

pasa con la gente que va a comprar marihuana.” Si alguien

compra una botella de alcohol adulterada puede demandar

y meter a la cárcel a quien se la vendió; en cambio, no se

puede actuar de esa manera con quien vende mala cocaína.

“Se consume cualquier porquería de cocaína; pero como

ésta está prohibida, el consumidor no tiene cómo defender-

se. Por otro lado, debemos considerar que hay miles y miles

de familias que viven digna y legalmente de la industria del

alcohol. Quienes explotan esta industria pagan grandes can-

tidades de impuestos y son considerados gente respetable

en las sociedades. Toda la gente que se dedica al negocio de

las drogas prohibidas corre riesgos legales, expone su vida

por estar dentro de la delincuencia. Sin embargo, el nego-

cio sigue. No hay posibilidad de sustentarlo”.

Es mentira afirmar que la marihuana jale al consumo

de estupefacientes duros porque “un verdadero marihua-

no”, según Martínez Rentería, “muchas veces, ni siquiera

consume alcohol. El alcohol, en cambio, sí lleva a la cocaí-

na. Es común que los bebedores busquen un estimulante,

como la cocaína, para restablecerse y poder ir a trabajar”.

Enfatiza que no le interesa ser un especialista en drogas,

sino dejar establecido que “la prohibición de las drogas es

una trampa, un negocio irregular y corrupto en el que están

metida buena parte de nuestros políticos y policías, que

nunca se va a acabar. Mienten los anuncios de decomisos

porque buena parte de todas estas pantallas mediáticas

están pactadas. La mayor prueba es que el consumo de dro-

gas sigue dándose de una manera regular. Apoyar la legali-

zación no significa necesariamente apoyar su consumo”.

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VÍCTOR MANUEL CAMPOSECO

a novela es la forma literaria que ofrece al escri-

tor el más amplio espacio narrativo para expre-

sarse, a diferencia de las demás formas litera-

rias. Existen poemas muy extensos, tan extensos y hasta

más que muchas novelas, claro, como La Divina Comedia o

La Ilíada, por ejemplo, pero se trata de las excepciones a la

regla; y dichas obras son excepcionales en todos sentidos.

Por el contrario, puede ser hasta una reiteración decir: “un

cuento corto”, pues no existe un cuento que no sea, relati-

vamente, corto, que si bien es más difícil de dominar que la

novela, dicen los expertos, justo por su brevedad, su indis-

pensable unidad anecdótica, sus exigencias estructurales y

lingüísticas muy propias, su espacio narrativo es cuantita-

tivamente más limitado que la novela. En la novela siempre

se gana por decisión, en el cuento, en cambio, el autor pue-

de ganar por knockout, dice Cortázar. Por muchas otras

razones más, actualmente es casi imposible definir qué es

una novela. Existen muchos tipos o subgéneros: puede alo-

jar todas las formas literarias y nutrirse, por ejemplo, úni-

camente de la ficción, sólo de la historiografía, o de ambas,

puede combinar todos los géneros literarios, ser en parte

ensayo, poesía, crónica, autobiografía, biografía, etcétera. Lo

que parece cierto es que, en algunos casos, por mucho que

se parezca a la realidad, por más que se utilicen nombres

propios y características de personas que todos conocemos

y hasta anécdotas o hechos de dominio público, siempre

será ficción lo que aparece en una novela, son mentiras ver-

daderas, diría Vargas Llosa. Por más que un personaje se

llame Bill Clinton y tenga una amante de nombre Mónica

Lewinsky y tengan ambos costumbres muy peculiares, el

escritor no podrá ser acusado ni siquiera de indiscreto. Pe-

ro igual no se podrá negar que la novela suele ser un testi-

monio incontestable de una cantidad infinita de sucesos de

la vida real. Y aquí llegamos a Morir de Periodismo.

Además de muchas más afirmaciones que se pueden

hacer a propósito de la novela de Marco Aurelio Carballo

diré que es una importante novela testimonial para la his-

toria del periodismo mexicano. Gracias a Morir de Perio-

dismo (Axial) tenemos el testimonio de primera mano, la

merecida denuncia, la valiente constancia de las fechorías

de algunos nefastos personajes que han vivido y mal vivido

del periodismo. El texto de Carballo es también un recuen-

to y crónica de cómo muchos jóvenes dejan en el periodis-

mo, a veces, lo mejor de sus sueños de juventud y su talen-

to, a cambio de triquiñuelas e intrigas por parte de sus

directores y hasta de algunos compañeros. Jóvenes que ven

con impotencia cómo su casa editorial con tanta frecuencia

se prostituye con el poder político o económico, o con am-

bos; también es la novela de Carballo la historia de chi-

cas y chicos que maduran casi prematuramente frente a

ese oficio que es como una droga cuya dependencia les

exige todos los días textos escritos de prisa sin demérito

de la imposible perfección. Poco a poco sus escritos se

convierten en un diario de la realidad y de ellos mismos.

En países como el nuestro los hechos cotidianos son

un aluvión de experiencias con frecuencia muy duras y peli-

grosas como ser corresponsal de las guerras civiles de la

región, escribir sobre la delincuencia organizada o denun-

ciar a personas tan indecentes como peligrosas. Todo ello y

más está allí en la novela de Carballo. Por igual disfrutamos

en las páginas de Morir de Periodismo de la nostálgica re-

memoración de aquellos a quienes les ha sido conferida

la gracia, el talento periodístico, la lealtad al oficio y a los

amigos en un medio laboral apasionante como ninguno, en

el que todos los días se vive, en la primera piel, cada palpi-

tación de los hechos más importantes del mundo, de la

política nacional, del país, y la vida personal de quienes

construyen y han construido, y a veces destruido, nuestro

periodismo. Allí está en Morir de Periodismo la diaria agonía

del cierre de la edición, de la nota que debe salir al día si-

guiente y no después, de la cotidiana selección natural, dar-

winiana, de los periodistas en una profesión difícil por nece-

sidad, que prescinde casi a diario de algún compañero que

no pudo con las inflexibles exigencias del oficio.

Morir de Periodismo es una novela felizmente extensa,

que aborda a menudo asuntos delicados, digamos, para el

periodismo, la política nacional e internacional y hasta sen-

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timentales propios y ajenos al autor, como personaje. No

obstante, está escrita sin juicios sumarios contra nadie, sin

resentimientos y sin prejuicios de ninguna índole, además

con gran habilidad estilística y perfección sintáctica car-

gada de buen humor y saludable ironía. Su gran oficio

del manejo del idioma explica porqué Carballo fue Jefe de

Información y fundador del periódico Unomásuno, expe-

riencia que ahora es novela. Como lo sería después de la

revista Siempre!, por más de quince años, y luego del des-

aparecido periódico El Nacional. Pero vuelvo a la novela

Morir de Periodismo: Carballo logró escribirla justo con el

tono literario que demanda la historia, es muy acertado

el lenguaje de quienes nos cuentan la historia tal y como la

vieron y vivieron, en su calidad de narradores testigo. Todos

tienen voz propia sin llegar a saturar las páginas y utilizan-

do escasamente el diálogo, lo que es un logro estructural

muy interesante.

Morir de Periodismo me parece que es una novela dialó-

gica por excelencia, es decir, la novela de Carballo permite a

los personajes su desarrollo individual más allá de los contro-

les férreos del autor, con lo que Carballo logra que el discurso

propio de cada personaje adquiera la máxima fuerza y dimen-

sión posibles. En la novela de Carballo ello se logra con una

estructura narrativa eficaz y un lenguaje sencillo sólo en apa-

riencia, pues la novela está organizada acertadamente y los

personajes son dotados de los registros lingüísticos y colo-

quiales necesarios, y los estados de ánimo propios de su con-

dición humana particular.

Utilizando el método de narrar una misma anécdota des-

de distintos puntos de vista, que podemos llamar el método

Rashomon porque así se hace en la memorable película de

Kurosawa de 1950, las secretarias del Unomásuno vieron, por

ejemplo, cómo una tarde, el director del periódico, que en la

novela aparece simplemente como el “CDG” (ciudadano direc-

tor general), reglamentariamente borracho, llegó a la Caja del

periódico a exigir que le dieran una cantidad de dinero para

seguir la farra o pagar la cuenta, no se precisa, pero mientras

ellas lo vieron descalzo, otros personajes lo vieron en calceti-

nes y desaliñado abandonar la Caja sin el dinero que deman-

daba. Diversos hechos, como éste, que debemos suponer que

realmente sucedieron en el periódico, son narrados de ese modo,

en abono de la afilada ironía de la que acertadamente hace uso

Carballo en toda su obra. Carballo maneja la ironía con una

sutileza escasa en la literatura mexicana, tan proclive a los

excesos, por otro lado tan frecuente de las literaturas euro-

peas, en especial la inglesa.

Con registro narrativo distinto, es conmovedora la reme-

moración que hace Carballo de René Arteaga, personaje de la

vida real. Sin artilugios literarios, sin lagrimones, destila nos-

talgia, poesía y cariño por un compañero que por azares del

destino dejó el periodismo y esta vida prematuramente. A

ratos uno quisiera que la novela hubiera sido más extensa, que

Marco Aurelio Carballo nos contara más sobre personajes con

los que trató, como Fernando Benítez, por ejemplo, fundador,

hasta hoy, de los mejores suplementos culturales de nuestro

país. Un hombre simpático, cuentan unos, que solía ser gene-

roso, pero muy selectivamente. Un señor del que hace falta

conocer algo más que sólo su hagiografía. Es destacable por

igual que Carballo o “el cronista” o “el jefe MAC”, nunca tome

partido por nadie y evite asestar juicios absolutos, a veces

sobre cuestiones peliagudas, como admitir, o no, sentado a la

mesa de Elena Garro en su casa de Madrid, que Octavio Paz le

hizo la vida de cuadritos o más improbable aún, que nuestro

Nóbel le plagió un poema a su hija; o que Becerra Acosta se

robó un cheque de miles de dólares que le envió López Portillo

para pagar los sueldos de los trabajadores, que desde luego,

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Aída Emart

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se quedaron sin quincena. “El Cronista” sólo consigna el tes-

timonio de ciertos personajes, de ciertas fuentes, como buen

periodista.

Antes de la novela de Carballo, yo sólo conocía un traba-

jo sobre este desaparecido periódico Unomásuno, que funda-

ra Manuel Becerra Acosta en noviembre de 1977. Es un In-

forme Académico con que se tituló como periodista, en la

UNAM, Catalina Miranda, colaboradora de aquel suplemento

cultural del periódico que se llamó Sábado; título que utiliza

para su magnífico trabajo. Es cierto: sigue circulando un

diario que se llama como aquél y quizá hasta tenga

un suplemento cultural que se llame Sábado, es cierto, pero

es a duras penas un fantasma del que en los años setenta y

primeros ochenta, nos hizo a muchos lectores pensar que, ¡al

fin!, teníamos en este país un periódico moderno, ágil, intere-

sante, crítico, de una izquierda, hoy extraviada, que entonces

irradiaba inteligencia; un diario que con entusiasmo salíamos

por las mañanas a buscar al puesto de periódicos seguros de

que sus reporteras y reporteros gráficos nos iban a deslumbrar

con una imagen informativa y bella; que sus cartonistas nos

iban a señalar con humor y genialidad crítica el aspecto cen-

tral de algún tema. Lamentablemente aquel diario está más

perdido que Cartago, diría Borges. Hoy quizá ya se olvidó que

en aquel suplemento Sábado, se publicaron por primera vez

textos extraordinarios como partes de la novela de José Emilio

Pacheco Las Batallas en el Desierto; como también el inolvida-

ble ensayo de Juan María Alponte “Lou Andreas Salomé”, que

gracias a él, despertó en nuestro país el interés por conocerla

más y estudiar a esta prematura feminista, amiga de Freud,

quien le cambió el nombre y la vida a Rilke; por la cual Nietzs-

che estuvo a punto de suicidarse y cuya biblioteca asaltaron

los nazis en 1937.

Carballo nunca se refiere al Unomásuno por su nombre

completo, los diversos narradores lo llaman simplemente “el

Uno”; como tampoco llama por su nombre al dipsómano que

lo fundó y luego lo fundió, a cambio, se ha dicho pública-

mente, de un millón de dólares en efectivo que le pusieron

sobre la mesa con tal de que se fuera del país y dejara el

periódico en mejores manos, según los estándares del

gobierno de Carlos Salinas. Manuel Becerra Acosta (1932)

aparece, creo que una sola vez con el nombre de “Manue-

lito”, y en boca de uno de los múltiples personajes que apa-

recen en la novela.

En mi niñez, que transcurrió durante los paleolíticos años

cincuenta, en Tapachula, solía ir a diario al negocio de un se-

ñor que todos los días de la semana vendía periódicos, revis-

tas y libros, junto a la iglesia de San Agustín. Dicho señor que

vestía de lunes a viernes una impecable guayabera blanca, los

sábados por la noche cambiaba de oficio y vestimenta: enton-

ces estrenaba unos vistosos shorts de tafetán, le ponían unos

guantes de box y alegremente se dedicaba a noquear a cuanto

pugilista le ponían enfrente, en un ring que instalaban en la

cancha de basket de la escuela Teodomiro Palacios. A veces le

traían a temibles fajadores de la Arena México, del DF, y sin

excepción, al día siguiente los ayudaban a subir al tren, de

regreso a la capital, todavía mareados de la golpiza, con las

orejas hinchadas como una coliflor. Yo lo sabía porque el ring

lo guardábamos en el patio de mi casa durante toda la sema-

na y el sábado entraba gratis a las peleas de box; aquel ring era

en la casa nuestro espacio favorito para jugar, aunque nunca

aprendí a boxear. El hecho es que entre semana, aquel señor

exhibía y vendía toda clase de publicaciones, junto a la iglesia,

sobre una tarima del tamaño de una habitación y aquello era

para mí un deslumbrante mosaico de portadas de libros, revis-

tas impresas a color y periódicos del que brotaba un olor a

tinta fresca que mi memoria olfativa conserva intacta todavía.

Allí veía a un chico como de mi edad pero de mayor talla, a

quien siempre me pareció que le quedaba chica la ropa, aco-

modar en la canastilla de su bicicleta, una pila de aquellas

revistas, libros y periódicos que luego repartía a ciertos clien-

tes; a veces lo encontraba sentado en un banquito, leyendo

novelas junto a aquel mar de publicaciones o por alguna calle

de nuestra ciudad en la que entonces vivíamos unos cuantos,

pedaleando de regreso al negocio de su padre. Yo le envidiaba

la posibilidad de leer lo que le daba la gana sin tener que com-

prar nada, pero me consolaba leyendo libros viejos en la bi-

blioteca municipal, que estaba en la acera de enfrente, o las

revistas, novelas y periódicos que yo iba a comprar allí todos

los días para un tío mío, aunque después de que mi tío lo

hubiera hecho, claro. Aquel chico y yo nunca cruzamos pala-

bra; años más tarde ambos nos fuimos de la ciudad y no volví

a verlo. Varias décadas después nos encontramos, lejos de

Tapachula, durante un Festival de Escritores Chiapanecos.

–Soy Carballo, me dijo, con la mano extendida.

–Yo lo sé, le contesté, en mi casa guardábamos el ring en

que tu papá noqueó a media humanidad.

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MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ

ace exactamente diez años murió Gutierre

Tibón (Milán, Italia, 1905 - Cuernavaca, Morelos,

1999), vástago de una familia de sabios me-

dievales de España; los Tibónidas de Granada.

Tenía 94 años y era uno de los estudiosos de México más

brillantes y respetados. Su obra escrita, tensa, directa y sin

condescendencias retóricas, mereció el reconocimiento na-

cional e internacional. En 1946 obtuvo el doctorado hono-

ris causa de la Universidad de San Nicolás de Hidalgo en

Michoacán; en 1946 fue electo Académico de número por

la Academia Mexicana de Genealogía y Heráldica; en 1949

ganó la cátedra de filología comparada y alfabetología en la

Universidad Nacional Autónoma de México; en 1958 fue

nombrado Académico de número por la Academia Nacio-

nal de Ciencias y en 1992 Académico honorario de la Aca-

demia Mexicana de la Lengua. Entre los múltiples recono-

cimientos que recibió destacan: Cruz al mérito de la República

Austriaca en 1959; Condecoración del Águila Azteca en gra-

do de Encomienda en 1972; el Premio Internacional Alfonso

Reyes en 1988, entre muchos otros.

Curioso, puesto que su formación, virtualmente autodi-

dacta, se había forjado en un disciplinado y nada indulgente

aprendizaje de la mirada. Entre los historiadores, antropólo-

gos y arqueólogos de su generación, como Silvio Zavala, José

N. Iturriaga, José Luis Martínez, Alfonso Caso, Ramón Piña

Chán, o más jóvenes como Miguel León Portilla, todos dota-

dos de una apreciable capacidad crítica que los convierte en

discutidos referentes casi intemporales del diálogo histórico

del México contemporáneo. Pero el caso de Tibón era singu-

lar y apreciado unánimemente por su agudeza inquisitiva;

el descubrimiento de la colosal obra, y a la vez su más ace-

rada contribución: Historia del nombre y de la fundación de

México (1975), la complejidad filológica de su Diccionario

etimológico comparado de los apellidos españoles, hispa-

noamericanos y filipinos (1988) y la ironía educada de sus

Divertimientos lingüísticos (1946) son hallazgos del investi-

gador difíciles de disolver en la “prosa del tiempo”.

Gutierre Tibón descubrió la historia a partir del lengua-

je y con el pretexto de ser un viajero incansable en 1939, el

delegado de México en la Liga de las Naciones en Ginebra,

Isidro Fabela, convenció a Tibón que se estableciera en su

país para llevar a cabo estudios históricos y sociológicos.

Desde su llegada a México, en 1940, Tibón se consagró ente-

ramente a la investigación científica. Su relación constan-

te con el historiador francés Jacques Soustelle le ayudó

a afilar un utillaje crítico siempre más formalista que des-

criptivo. México le descubrió las múltiples miradas de los

indios de cada rincón del país, el respeto y rescate de cada

tradición.

Pero resulta todavía más decisiva la conversión del his-

toriador al de divulgador, entendido como la “norma” de

comprender la historia y su complejidad; es decir, forjada

desde el tiempo de la narración popular y distanciada del

referencialismo histórico tradicional. Sus libros Pinotepa Na-

cional y Onilalá constituyen sus primeras apuestas fuertes al

rescatar la historia y tradiciones de dos pueblos mexicanos.

Ciencia, arte, religión, procedimientos políticos y sociales

que se proyectan desde México y sus rincones, son un con-

junto para Tibón, diferentes, nuevos, en una palabra, pro-

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pios del ser mexicano y de sus habitantes, los “americanos

criollos”, como le gustaba llamarlos.

El afán nacionalista de Tibón no es resultado de un

capricho individual, sino la consecuencia histórica de

un proceso de integración que se dio al poner en contacto

dos culturas diferentes: Occidente y América, en el que los

vencedores, marcaron la visión histórica, no obstante que

Tibón luchó contra las formas anquilosadas de la concep-

ción del mundo, de la historia y de la ciencia.

Quizá convenga modestamente apelar a una persisten-

te tradición “moderna” que arranca de la crítica histórica del

pasado, de sus modos de orientación escrita y representati-

va, que propone una nueva fundamentación imaginativa

basada en el “único principio que escapa a la crítica, puesto

que se confunde con ella: el cambio, la historia”, como pro-

ponía Octavio Paz. Una historia negativa, y es modo de ha-

blar, que vaya más allá del imaginario y se instale en la plu-

ralidad normativa para establecer una relación de diálogo

con aquellos modelos formales todavía capaces de generar

respuestas históricas activas.

Frente a las tentativas anacrónicas de repetir las formas

culturales del pasado, con mayor o menos astucia, Walter

Benjamin sugería sencillamente que “la historia debe traba-

jar con los materiales de que dispone”. Y hablaba en plena

crisis de Weimar; cuando la cultura de masas empezaba a

desdibujar el egoísmo estético romántico.

¿Una cultura al margen de la historia? Tampoco es eso.

Creer en la historia significa apostar por la creatividad y la

innovación. Un buen desafío para nuestra sensibilidad tal vez

un poco abrumada de memoria, releer algunos de los libros

de Gutierre Tibón –celoso guardián de la integridad de la

memoria mexicana–, que tanta historia y memoria lograron

rescatar para preservar el pasado mexicano, y que hoy día

tanta falta hace.

Gutierre Tibón

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ÁLVARO MATUTE

unca conocí personalmente a Gutierre Tibón, a

pesar de que se trata de una de las figuras inte-

lectuales de las que tengo noticia desde mi

niñez. Cuando la televisión mexicana era todavía artesanal,

naif, había un programa de concurso en el cual giraba una

enorme rueda con nombres dispuestos en orden alfabético

hasta que se detenía en alguno. Entonces, intervenía Gutie-

rre Tibón quien explicaba el origen y significado del nombre

escogido. Luego seguía el giro con una rueda que contenía

apellidos, y lo mismo. El concurso debió haber consistido

en que los primeros que se llamaran tal y se encontraran en

el público o hablaran por teléfono, ganarían algún dinero;

después los que tuvieran ese nombre y el primer apellido y

más adelante ganarían más aquellos que también tuvieran

el segundo apellido seleccionado. Tibón, en todos los ca-

sos, explicaba origen y significado de nombres y apellidos.

A los pocos años que debo haber tenido, me impresionó

ese hombre sabio que podía decir tantas cosas de algo que

simplemente servía para identificar a las personas. No sabía

entonces qué cosa era un filólogo, sino que lo aprendí de

bulto. Desde entonces le cobré una gran admiración a Gutie-

rre Tibón y con los años leí algunos de sus libros. Hacerlo es

toda una aventura. Se está ante un representante enorme de

lo que significa la más alta erudición.

Por contraste, he tenido el gusto de conocer y tratar a

Miguel Ángel Muñoz (Cuernavaca, Morelos, 1972), y a pesar

de haber alcanzado mucha familiaridad en nuestro trato,

no deja de sorprenderme su capacidad de escritor, promo-

tor de la literatura y el arte, historiador y –al igual que debe

haberlo sido Tibón– estupendo conversador. De Miguel Án-

gel Muñoz escribió el propio Tibón que “vive enamorado de

una palabra: cultura, y quiere ser su cultivador”. De hecho

lo es, y su radio afortunadamente trasciende el ámbito de

la capital de Morelos. Increíble, pero su revista Tinta Seca

ya tiene quince años, cosa nada fácil para una empresa pri-

vada y, por añadidura, de provincia. El secreto tal vez radique

en que es un provinciano cosmopolita, si los hay; Muñoz,

antes de cumplir los 35, ha dado lección de promotoría cul-

tural. Su cosmopolitismo lo lleva a entrevistar a cuanto es-

critor, artista o historiador se le presente y sea, desde

luego, digno de su interés. Así, ha recogido las palabras

de talentos de muchas partes del mundo. La Cuernavaca de

Muñoz puede estar en París, Venecia o Madrid. Ahí está su

palabra en busca de otras palabras –las de sus interlocuto-

res–, con las que construye diálogos que entrega a los lec-

tores, diálogos bien dirigidos, intencionados a mostrar al

entrevistador en sus mejores facetas.

Gutierre Tibón tuvo la fortuna de ser entrevistado por

Muñoz; Muñoz tuvo la fortuna de dialogar con Gutierre Ti-

bón, y de ese intercambio resultó este libro en el cual es

posible recuperar una trayectoria de lucidez, de pasión, de

inteligencia.

Es posible abordar al milanés de nacimiento y mexica-

no por adopción, Gutierre Tibón, desde muchos ángulos.

Uno de ellos permitiría entroncarlo con los italianos que

han viajado a nuestras tierras y se pierden en la época, entre

los que destacan Gian Francesco Gemelli Careri y Lorenzo

Boturini, y que prosiguen en los siglos XIX y XX con el co-

merciante Adolfo Dollero y, finalmente, con Gutierre Tibón.

Podría haber un paralelo entre Boturini y Tibón, en la medida

en que ambos provenían del norte de Italia y profundiza-

ron en aspectos fundamentales de la lengua y la cultura

náhuatl. El paralelo puede ser tan falso que no resistiría un

análisis, pese a ello, los dos tuvieron sabiduría e intención

filológica para llegar a la historia por la vía de la lengua.

Según Boturini, el precepto viquiano así lo indica. En Tibón,

en cambio, acaso fue la intención, aunada a su erudi-

ción, la que lo llevó a operar de esa manera en obras tan

ricas y plenas como la Historia del nombre y de la fundación

de México (Fondo de Cultura Económica, 1975), indudable-

mente su obra mayor, la más significativa. El otro paralelo,

en este caso divergente, entre Boturini y Tibón fue la fortu-

na: muy adversa con el primero fue sin embargo pródiga

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con el segundo, que llegó a ser nonagenario, conservando

su lucidez y recogiendo el reconocimiento que los mexica-

nos le tributaron.

Caso interesante el de Gutierre Tibón, también, porque

floreció como historiador, filólogo y antropólogo en un si-

glo en el que la profesionalización académica de esas acti-

vidades fue lo que privó, tendiendo a expulsar de los ce-

náculos a los sabios que no pertenecían a las instituciones

cuya vida y sentido radica en propiciar la investigación.

Tibón, aunque no fue académico sí tuvo la formación pro-

pia para el caso, y fue aceptado por miembros importantes

del mundo institucional mexicano. Cabe considerar aquí

que la titulación es, sin duda, una patente, pero que afor-

tunadamente no excluye a quien no la tenga. Qué bueno

que existen los sabios no académicos como Gutierre Ti-

bón, Ernesto de la Peña, Arrigo Coen Anitúa y José E.

Iturriaga, entre otros, que pueden o no dar clases, diplo-

mados, conferencias o dedicarse libre y tranquilamente a

investigar sin rendir informes a las autoridades o a las

agencias del ogro filantrópico; dirigen, que les tienen sin

cuidado el Sistema Nacional de Investigadores (SNI) y el in-

forme de fin de año. Su sabiduría está en sus libros, en sus

comunicaciones verbales o escritas y sus lectores y escu-

chas así lo reconocen y premian. De esta forma Gutierre

Tibón pudo acumular una enorme y rica biblioteca, viajar

por todo el país en busca de lo que le interesaba y le lla-

maba la atención y también, ¿por qué no?, equivocarse

asumiendo el riesgo de hacerlo.

Recorrer la experiencia vital de Gutierre Tibón a través

de las entrevistas que le hizo Miguel Ángel Muñoz implica

recibir una enseñanza en la que el mensaje más claro es la

pasión. Sin ella no se le pueden entregar a nadie las horas

de lectura, de búsqueda. Tibón fue un apasionado de la

cultura mexicana pasada y presente, porque entre otras

cosas, no separaba pasado y presente, sino que los enten-

día en su continuidad y, por consiguiente tenía fe en el

porvenir que le aguardara a México. En ese sentido es

refrescante leer las palabras de ese nonagenario optimista

que compartía creencias profundas y no se abatía por las

superficialidades.

Seguir su vida significa recorrer un camino que arran-

ca del campo lingüístico y que penetra en la arqueología, la

etnología y la historia sin establecer de manera drástica las

fronteras entre unas y otras, sino que permite asistir al con-

tinuum que debe darse entre ellas, al fin ciencias humanas.

Tibón se aplicaba a su objeto de estudio sin importarle den-

tro de qué disciplina ubicarlo, antes bien establecía las rela-

ciones que le parecían evidentes entre los restos del pasado

arqueológico y la etnografía presente, sin desdeñar los

aportes lingüísticos –si se trataba de universos como los de

Pinotepa Nacional u Oninalá– o enfrentando una historia

sin límites disciplinarios como la del nombre de México,

que lo llevó a sus inquietantes indagaciones sobre el sim-

bolismo umbilical. Feliz Gutierre Tibón que podía escribir

tranquilamente sobre el ombligo y decir cosas interesantísi-

mas sobre los significados atribuidos al considerado centro

corporal. Sólo un gran erudito con mente libre podía hacer-

lo y debemos agradecérselo, así como a Miguel Ángel Mu-

ñoz por haber recuperado a un hombre fuera de serie, como

lo fue el autor de la columna “Gog y Magog”, que por tanto

tiempo apareció en las páginas del diario Excélsior. Hombre

de su siglo, fue igualmente hombre de todos los tiempos. Si

fue nuestro contemporáneo, bien pudo haberlo sido de los

Sforza o los Visconti de su Milán natal, con los que se pudo

haber entendido de la misma manera como lo hizo con las

personas humildes de Pinotepa y Olinalá, en tiempos en los

cuales nadie se acercaba a ellos y pocos valoraban su tra-

bajo. Tibón es precursor, o al menos, continuador de un re-

descubrimiento de México, de espacios mexicanos de todas

las temporalidades, del gran mosaico que quiso y logró cap-

turar con una actitud ejemplar de apertura y de apasiona-

miento. Esos dos ingredientes, que incluso aparecían en

labores menores como la de ofrecer la etimología y los sig-

nificados de patronímicos y apelativos fueron nota distinti-

va de ese hombre que, ya nonagenario, nos ofrece un reco-

rrido por diferentes etapas de su vida y su experiencia guiado

por la inquietud de Miguel Ángel Muñoz, curioso profe-

sional, gracias a quien es posible recuperar a un hombre

excepcional.

* Prólogo al libro Gutierre Tibón: lo extraño y lo maravillosa de MiguelÁngel Muñoz de próxima aparición y que edita CONACULTA.

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JOSÉ FCO. CONDE ORTEGA*

l postulado filosófico se pretendía inapelable:

“El hombre es un ser pensante”. Con el tiempo,

los desatinos de un desarrollo industrial incon-

trolable, las guerras con armas cada vez más poderosas y la

imperiosa necesidad de poder pusieron en crisis la defini-

ción. Y eso sin contar los cuestionamientos de los estudios

de género y las luchas de las minorías “marginadas” por

reivindicar derechos conculcados por usos y costumbres

del lenguaje. La noción de que la especie humana era la

única capaz de discernir fue obligada a revisarse. Los estu-

dios con diferentes especies animales obligaron a repensar

el asunto. El pesimismo Nietzscheano casi tomó carta de

naturalización. El hecho inocultable de los múltiples tro-

piezos con la misma piedra confirmó una duda, no precisa-

mente metódica, pero sí unánimemente aceptada.

Y eso que los escépticos y pesimistas, razonablemente

convencidos por la realidad siempre irrefutable, no cono-

cieron a la clase política mexicana, sobre todo a la de los

últimos tiempos. No lo hubieran soportado. Entonces la

Lingüística salió al rescate. “El hombre es un ser hablante”,

propuso. Y sí, hay razón en ello. Tal parece que la especie

humana es la única capaz de analizar y decodificar su sis-

tema de comunicación. Y si bien otras especies son capaces

de establecer redes comunicativas, hasta donde se sabe no

han establecido sistemas codificados y analizables.

El problema para colocar a la especie humana en un

sitio confortablemente seguro para comprender su historia,

transcurso y posibilidades parece, así, resuelto. Aunque no

faltan inconvenientes. Pero son menores, no obstante acia-

gos. ¿Es necesario recordar –otra vez la política mexicana–

aquellos sonidos guturales remotamente parecidos a len-

guaje traducidos a una criptolalia escasamente semejante

al español? Exceptio probat regulam, nos advierte el adagio

latino. Y Alfonso Reyes aclara que debe traducirse: “la excep-

ción pone a prueba la regla”, y no: “la excepción confirma

la regla”, pues esto último sería un contrasentido.

Sí, la excepción pone a prueba la regla y ésta permane-

ce. El hombre es un ser hablante. Por eso, el lenguaje, sim-

bólico y doblemente articulado, es la única huella valedera

de su paso por el reino de este mundo. Y esa huella, esa

señal indeleble es la razón de la existencia de seres genero-

samente sabios como Gutierre Tibón. Este hombre, nacido

en Milán, viajero incansable y constructor de una bitácora

de vuelo para sí en México, es un filólogo en la más gene-

rosa extensión de la palabra.

En efecto, Gutierre Tibón advirtió muy pronto que ese

amor por la palabra, por las palabras es un punto de partida.

Supo claramente que éstas ocurren en un tiempo; y que ese

tiempo está lleno de ecos que se transforman en signos. Que

ese tiempo está en consonancia con un lugar; y que ese lugar

determina condiciones, hábitos y señas de identidad. Y que

tiempo y lugar, necesariamente, carecerían de sentido sin ese

hablante, único y múltiple, que busca empecinadamente su

espacio en ese territorio compartido de la condición humana.

Encuentra en la etimología un principio. Es el recurso

del método para, de allí, indagar en los terrenos de la his-

toria, la antropología, la sociología, la filosofía… Siempre

en busca de una cabal comprensión del hecho humano. La

lucidez, la pasión, la inteligencia, la honestidad intelectual

son sus herramientas de trabajo. Más de cuarenta libros,

centenares de artículos periodísticos e inagotables conver-

saciones son resultados de una pasión amorosamente asu-

mida, de una elección.

Así, Lo extraño y lo maravilloso, antología de la obra

de Gutierre Tibón preparada por Miguel Ángel Muñoz es un

acto de justicia para los lectores. Me explico. El libro es

un trabajo rigurosamente concebido, pacientemente lleva-

do a efecto. No podía ser de otro modo. El prólogo de Álva-

ro Matute es generosamente comprensivo, fruto de la admi-

ración a partir de la lectura. La introducción de Muñoz, un

esfuerzo por esclarecer la metodología de los estudios, los

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procedimientos de análisis, la manera en que Gutierre

Tibón entra y sale por las distintas disciplinas, el modo en

que utiliza a sus informantes… Es un trabajo meticuloso.

Incluye, además, una entrevista con el autor de El ombli-

go como centro erótico. Horas de conversación dan como

fruto el reconocimiento de este amoroso cultivador de la

palabra.

La antología, cuidadosamente preparada, es una amplia

muestra del trabajo de Gutierre Tibón. Es, de hecho, la me-

jor manera de hacer justicia a los lectores. Los asiduos, de

este modo, encontrarán páginas que siempre quieren vol-

verse a leer; los ocasionales, otra oportunidad para volver-

se a inquietar; los nuevos, la mejor ocasión para conocer

parte de una obra necesaria para el conocimiento de nues-

tro atribulado país. Sí, este libro es tan valioso que soporta,

incluso, que las erratas invadan muchas de las páginas sin

afearlas del todo.

Gutierre Tibón es un personaje necesario para entender

el siglo XX mexicano. Eligió este territorio para desarrollar

sus capacidades de investigador erudito y ameno. Parecía

haber llegado de todas partes y ya saberlo todo. Estudioso

del lenguaje, indagó de manera infatigable en los significa-

dos de una voz para establecer correspondencia con otras

voces. Y así como conocía las historias de los pueblos a tra-

vés de los testimonios orales, sabía perfectamente en cuáles

pulquerías de Azcapotzalco preparaban las mejores salsas

para la botana imprescindible. Creo que encarnaba perfec-

tamente el ideal del sabio platónico. Era un filósofo con una

leve vuelta de tuerca a la etimología. Cultivó, sí, el amor a la

sabiduría; pero más generosamente, una peculiar sabiduría

del amor.

* Ciudad Nezahualcóyotl-UAM-A, primavera del 2009.

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Guillermo Ceniceros