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Fundación Universitas: Instituto Superior de Formación Gerencial Cátedra de Semiología Unidad I / Año: 2011
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Introducción al pensamiento semiótico
No podemos pensar sin signos.
Urbam W.
1. Semiótica y realidad1.
Aunque a primera vista parezca sencillo, el fenómeno del signo resulta ser, en el momento de
reflexionar sobre él, uno de los problemas filosóficos más complejos y difíciles. Nos podemos
preguntar, por ejemplo: ¿cuál es el origen de los signos? ¿Por qué tenemos necesidad de crear
signos?
Sobre estas cuestiones haremos primeramente una reflexión general: apenas la persona se coloca
ante el mundo (o ante sí misma como parte del mundo) se da cuenta de que existen cosas. Y entre
las cosas que existen, está ella misma como ser humano que percibe cosas. No podemos estar en
el mundo sin captarlo como realidad. La realidad se nos impone como un dato normal y primero.
Pero ¿qué es la realidad?
En el marco de la epistemología (la disciplina científica que se encarga de estudiar la producción y
validación de conocimiento científico) pueden caracterizarse tres posiciones teóricas diferentes
respecto de la relación entre los organismos vivos y el mundo que los rodea:
- Una posición consiste en afirmar que existe un mundo externo que llamamos realidad, el cual es
independiente de nosotros y de nuestras mentes. Este mundo es único e indivisible, de tal manera
que hay una sola interpretación correcta de él. Esta realidad es tangible, de forma que nuestros
sentidos proveen el contacto con él. Las cosas que suceden en este mundo son llamadas
fenómenos naturales y hechos objetivos. Mediante una desapasionada e impersonal
experimentación u observación de estos hechos, es posible derivar un conocimiento positivo
acerca de esta realidad. Si exploramos esta realidad sin cargar con ninguna teoría o
preconcepción, estaremos en posición de aprehender su verdad. Por otro lado, cualquier teoría
1 El siguiente texto es una reelaboración del original de CAIVANO, José Luis. Semiótica y realidad. Universitá degli Studi di Urbino, Centro Internazionale di semiotica e di linguistica, Urbino, Pesaro, 1992. Para su redacción trabajamos también con ZECCHETTO, Victoriano. La danza de los signos: nociones de semiótica general. La Crujía, Buenos Aires, 1999.
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puede ser aprobada o desaprobada mediante la contrastación con datos experimentales u
observacionales.
En esta perspectiva podemos alinear algunos aspectos de las doctrinas del realismo, empiricismo,
materialismo, positivismo, fenomenalismo y objetivismo. El empiricismo, por tomar sólo una de
estas facetas, asume que la ciencia descansa sobre enunciados observacionales derivados de la
recolección de hechos observables y de una cuidadosa y objetiva experimentación. Esta
concepción se enfrenta con varios problemas. En primer lugar, la observación objetiva no existe
como tal, por el contrario, ella depende de las expectativas, experiencias y conocimientos previos
del observador. Por lo tanto los pretendidos “hechos de la realidad” no son fijos e invariables. En
segundo lugar, la experimentación es siempre llevada a cabo sobre la base de alguna teoría, bajo
algún paradigma científico (Kuhn, 1962), lo cual conlleva unas herramientas conceptuales y
lenguajes específicos; entonces, la experimentación es tan falible como la teoría que la guía.
- La actitud opuesta consiste en afirmar que no existe un mundo externo independiente; todo lo
que percibimos es una reflexión de nuestra mente. Es la mente quien crea nuestra realidad y la
misma descansa sólo en la conciencia y la razón. La realidad trasciende los fenómenos, las únicas
cosas que podemos aprehender y conocer son estados mentales. A causa de ello, el conocimiento
está limitado a la experiencia subjetiva, de maneja tal que hay tantas realidades como mente
individuales. No existe la posibilidad de verdades absolutas y, como consecuencia, todo juicio es
mantenido indefinidamente en suspenso. Podemos alinear en esta posición algunos aspectos de
las doctrinas del idealismo, subjetivismo y escepticismo.
- Una tercera perspectiva -la cual es un compromiso entre las dos anteriormente expuestas-
consiste en asumir que si cabe la posibilidad de que exista una realidad externa, nosotros nunca
llegaremos a conocer cómo es “realmente”, ya que la misma se encuentra siempre mediada por
nuestros sentidos y nuestra mente. Así, no tenemos por qué preocuparnos acerca de este tema; la
cuestión de la existencia de una realidad óptica externa no es ni afirmada ni negada, es
simplemente evitada. Existe otra clase de realidad que es la única cognoscible para nosotros: en
lugar de estar compuesta por objetos “reales” está compuesta por signos. En esta posición, no hay
demanda por la verdad universal o la validez universal de las teorías o las leyes científicas; la
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verdad es considerada una cuestión de consenso y las teorías y leyes son consideradas válidas sólo
dentro de un marco de referencia. Esta es la posición regularmente mantenida por el relativismo y
aquella a la cual la doctrina de la Semiótica ha contribuido a construir y sustentar.
1.1. La concepción de la realidad desde la perspectiva del paradigma semiótico.
“No podemos alcanzar nunca un conocimiento de las cosas tales como son. Sólo podemos conocer
su aspecto humano. Pero eso es todo lo que el universo es para nosotros” decía Charles S. Peirce,
pensador original y profundo que abrió caminos en filosofía y en la investigación semiótica. A
pesar de estar inmerso en la era positivista (correspondiente a la primera de las posturas
examinada), Peirce expresa que no existe ninguna cosa que sea en sí misma en el sentido de no
ser relativa a la mente; insiste en que todo pensamiento debe darse necesariamente en signos.
Podemos citar a varias personalidades que también sostienen, con palabras o puntos de vista más
o menos diferentes, la tercera de las posiciones caracterizadas. Niels Bohr asume que los
científicos no tratan con la realidad: “Nos encontramos suspendidos del lenguaje de tal forma que
no podemos decir qué es arriba y qué es abajo. La palabra “realidad” es también una palabra, una
palabra que debemos aprender a usar correctamente”. En esta máxima queda en evidencia una de
las dificultades que anticipábamos respecto de la reflexión sobre los signos: nuestro objeto de
estudio (los sistemas de signos, entre los que se encuentra la lengua) es también nuestro
instrumento de análisis.
Por su parte Ernst Cassirer, en la misma línea que Peirce, define al hombre como animal simbólico,
queriendo significar que el hombre está confinado en un universo de signos.
Jacob von Uexküll desarrolla su concepto de Umwelt como un modelo del mundo que cada
organismo construye para sí mismo por medio de su equipamiento sensorial. Estos modelos de la
realidad, como explica Sebeok, divergen de especie a especie y pueden ser vistos como burbujas
dentro de las cuales cada criatura se encuentra aprisionada en virtud de su total y único repertorio
de instrumentos sensoriales particulares. Cada organismo viene al mundo equipado con su
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Umwelt distintivo. La teoría de Uexküll presupone que la realidad no puede ser encontrada afuera,
en el mundo externo, ni adentro, en nuestras mentes; en cambio ella aparece en esos Umwelten.
Sebeok expresa sus propios puntos de vista en varias cuestiones. Considera que la semiótica de
ninguna manera trata acerca del mundo real sino acerca de modelos complementarios o
alternativos del mismo y que lo que un modelo semiótico representa no es la realidad en sí, sino la
naturaleza tal como es develada por nuestro método de investigación. Sebeok ve al lenguaje como
un sistema humano que surgió no con el propósito de la comunicación sino con la función de
modelar el mundo. Empleando las palabras de Uexküll, Sebeok expone su opinión de que la
verdadera realidad -que yace más allá o por detrás de la naturaleza que los físicos, químicos y
microbiólogos conciben en sus sistemas científicos- se revela a sí misma a través de signos. Estos
signos son, por lo tanto, la única verdadera realidad, y las reglas y leyes a las cuales están sujetos
los signos y los procesos sígnicos son las únicas leyes reales de la naturaleza.
Magariños utiliza la expresión “real” meramente en el sentido de no-significativo o incognoscible
ya que, como él dice (a partir de Peirce) un objeto conocido “ya es signo, o sea, existe un sistema
desde el cual adquiere una específica legalidad (que lo hace conocido y, por tanto, perceptible). Si
algo es puramente real, en cuanto existe en el mundo (ónticamente existente), pero no es réplica
de ninguna legalidad, entonces no puede ser percibido, ya que nada nos guía hacia su presencia…
y así es caos”.
La pretensión del falsacionismo (Popper), de que es posible rechazar una teoría científica a la luz
de datos observacionales o de la experiencia empírica, debe ser puesta a un lado, ya que la
realidad revelada en esas experiencias no es “pura”, es ya una percepción interpretada (los
experimentos no están libres de la teoría que los guía), de otra manera sería imperceptible. Aún
más, las teorías diferentes son difícilmente comparables. El problema de la inconmensurabilidad
entre las teorías, expuesto por Feyerabend, puede ser comparado con el de la intraducibilidad
entre diferentes lenguajes, o en términos generales, entre diferentes sistemas de signos.
Las teorías, así como los lenguajes o -más generalmente- los sistemas de signos, no se encuentran
en la misma relación respecto del mundo. Algunas de ellas consideran cosas que para las otras
simplemente no existen. Los objetos no conllevan propiedades inherentes, cada sistema de signos
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produce esas propiedades y las asigna a los objetos. Cada sistema explica sus propios conceptos,
los cuales son distintos y no comparables con los de las otras. En resumen, cada sistema habita un
mundo diferente, el mundo que él mismo ha construido.
Pensemos, como ejemplo, en el los esquimales, cuya lengua tiene nombres diferentes para
identificar diversas tonalidades de blanco en función del contexto: no es igual el blanco de la piel
del oso que blanco de una tormenta de nieve, y para ambos conceptos utilizan palabras distintas
(cualquiera de nosotros sólo podría percibir un color). Otro ejemplo muy frecuente es el de la tribu
indígena que utiliza la misma palabra para designar el cielo y el mar, y carece por esto del
concepto de “horizonte”; o aquella tribu cuya lengua no tiene palabras para expresar “pasado”,
“presente” y “futuro” y consecuentemente experimentan el tiempo como un continuum.
La ciencia cognitiva contemporánea no es extraña a estos problemas. Jackendoff, por ejemplo,
declara que él está perfectamente conciente de que ninguna ciencia, cualesquiera sean sus
pretensiones de objetividad, está libre de ideología. Considera que la realidad que conocemos está
construida por dos partes: la contribución de la mente y la contribución externa. Define a los
objetos no como entidades físicas sino como cosas tal como nosotros las experimentamos, lo cual
es un tema central ya que, como él expresa, nosotros experimentaríamos el mundo de manera
muy diferente si nuestros ojos fueran sensibles a otras longitudes de radiación electromagnética,
si tuviéramos tres milímetros de altura o si poseyéramos un sonar como un murciélago o el
sentido del olfato de un sabueso.
1.2. La “experiencia” de la visión
Sin signos no existe relación alguna entre el ser humano y el mundo que lo rodea. El hombre no
tiene ninguna posibilidad de acceso a la realidad, ésta es una percepción fabricada por los
lenguajes o sistemas de signos disponibles. Lo que vemos no es el mundo tal como “realmente” es
sino como los signos que estamos utilizando nos los permiten ver. Cuando el sistema es cambiado,
los “mismos” objetos lucen diferentes, características pasadas por alto previamente resultan
ahora evidentes y por esta razón ya no se trata más de los mismos objetos. Entonces, los objetos
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no tienen existencia por fuera de algún sistema de signos, ellos son creados por el propio sistema
al que pertenecen.
De acuerdo con esto, en el campo de la visión no debe asumirse que cosas tales como formas,
colores texturas, cesías, existen previa e independientemente de nuestro conocimiento de ellas, y
que nuestra tarea es observarlas y clasificarlas. Por el contrario, tales objetos son definidos por la
teoría que utilizamos para describirlos.
Por ejemplo, muy poca gente conoce lo que es la cesía. Signos visuales tales como el brillo, la
transparencia, opacidad, etc., son tomados por algunos autores como modos de apariencia del
color. Pero estas cuestiones han sido consideradas como separables del color y han sido colocadas
bajo una nueva categoría de la percepción visual rotulada como cesía. Por lo tanto, esto no es un
hecho que había estado en la realidad a la espera de ser descubierto; fue creado por la teoría, por
medio de la cual una realidad algo diferente ha sido modelada.
En otras palabras, las categorías visuales que conocemos y establecemos no son parcelas de la
realidad sino categorías del conocimiento, puros modelos tales como tantos otros inventados por
el hombre con el propósito de establecer diferencias en el mundo, el cual de otra manera
resultaría una nada uniforme. Como recalca Magariños, el conocimiento es obtenible a causa de
que el posible instalar distinciones en lo uniforme. En el mundo sólo existe el caos, y son los
lenguajes -no meramente los lenguajes verbales sino cualquier clase de ellos- los que imponen un
cierto orden sobre él.
La visión ha sido usualmente considerada como el sentido que provee el contacto más potente
con el mundo externo, y reverenciada como una experiencia sensorial que nos dice la verdad
acerca de este mundo. La frase “sólo creo lo que puedo ver” tipifica esta concepción. El problema
reside en que el acto de ver no es una experiencia incuestionable. Los colores, por ejemplo, no son
atributo de los objetos. La realidad de una manzana no es ser roja. El rojo, como cualquier otro
color, es un signo producido por la interacción de una cierta radiación física (la luz) y un sistema
sensorial (la visión). Si la radiación fuera diferente o si nuestro sistema visual fuera sensible a
laguna otra clase de radiación, entonces las manzanas no serían rojas.
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El problema de la visión de las formas ofrece varios ejemplos de cómo nuestro conocimiento
previo o nuestras expectativas afectan lo que vemos. Por un lado, podemos tener dos o más
interpretaciones del mismo “objeto” (la misma proyección retinal). Considérese aquellas
composiciones gráficas donde alternativamente podemos percibir: un cubo visto desde arriba o
desde abajo, una vasija blanca o dos perfiles humanos negros, mi mujer o mi suegra. Considérese
también la figura que puede ser vista como un rectángulo o un trapecio dependiendo de la
interpretación de la imagen como una representación tridimensional en perspectiva o como una
representación bidimensional.
Por otro lado, podemos tener varias proyecciones retinales distintas y verlas como perteneciendo
a un objeto unitario. Cuando nos movemos alrededor de un objeto, pongamos por ejemplo una
silla, obtenemos una serie de imágenes diferentes en nuestra retina, pero nosotros decidimos que
se trata siempre de la misma silla y que no ha cambiado en absoluto.
Estas simples ilustraciones evidencian que lo que “realmente” vemos (esto es, la cognición
derivada de nuestra visión) tiene poco o nada que ver con la proyección física sobre nuestra retina
(lo cual podría ser considerado como el contacto más estrecho con la realidad exterior). En otras
palabras, la visión no es un instrumento objetivo de conocimiento, lo que vemos no son los
objetos tales como ellos son sino los signos de esos objetos. Y los signos descansan en otros signos
y su interpretación puede ser referida sólo a otros signos hasta el infinito, de manera tal que éste
es el único universo accesible a los organismos vivientes.
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1.3. Bases cognitivas de la semiosis2
La descripción y explicación de la semiosis, entendida como un proceso de producción e
interpretación de signos, está en estrecha relación con el análisis y explicación de una serie de
operaciones cognitivas, que están en la base del proceso de representación.
Entendemos por representación al mecanismo mediante el cual el hombre transforma sus
percepciones e imaginaciones en signos. En este proceso de transformación es necesario distinguir
diversas instancias u operaciones cognitivas. En primer lugar, es necesario diferenciar percepción,
conceptualización y representación, en tanto que tres conjuntos de operaciones que responden a
modalidades específicas de cognición humana.
La percepción es un acto cognitivo que comprende un conjunto de operaciones preliminares y
complejas mediante el cual el sujeto organiza, otorgándoles una configuración, los datos
sensoriales que recibe de sus sentidos en relación a un objeto percibido. Esta configuración
implica una compleja operación de reducción de los datos captados por los sentidos.
Dado su carácter organizativo, la percepción depende -en cierta medida- de los hábitos
perceptivos del sujeto. Éstos, conformados a partir de mediaciones individuales, culturales y
sociales, han ido construyendo en el sujeto determinados patrones-guías del proceso perceptivo.
Podemos decir, entonces, que “aprendemos a percibir”. En concordancia con lo anterior,
citaremos a Piaget, quien concibe a la percepción “como interpretación de datos sensoriales
inconexos, que son organizados por un proceso transaccional a partir de hipótesis cognoscitivas
basadas en un experiencia anterior”.
Por su parte, la conceptualización, que es el proceso de formación de conceptos, supone “la
consideración del objeto percibido en uno de sus aspectos, al margen de los demás que se
2 El siguiente texto es una reelaboración del original de ZALBA, Estela. Bases cognitivas de la semiosis. Documento de Cátedra, Semiología, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (UNCuyo), Mendoza, 1999. Para su redacción trabajamos también con ZECCHETTO, Victoriano. La danza de los signos: nociones de semiótica general. La Crujía, Buenos Aires, 1999.
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encuentran vinculados a él en la realidad”. Conceptualizar requiere, entonces, un primer paso: la
selección de aquellos rasgos o características del objeto, evaluadas como pertinentes o esenciales.
Pero además, implica, en un segundo paso, la integración de la diversidad de los objetos y
fenómenos singulares en la unidad abstracta del concepto.
Finalmente, la representación es el acto cognitivo que señala el paso del proceso de
conceptualización a la conformación o selección de signos de un lenguaje. Los procesos y
operaciones vinculados con la representación son los que interesan a la Semiótica.
En el ámbito de la representación, y en estrecha interrelación con la conceptualización, se
verifican dos procedimientos inversos: (1) el proceso onomasiológico (etimológicamente, “onoma”
significa “nombre”, por lo que onomasiológico haría referencia a la búsqueda del “nombre”) se
realiza cuando, en la semiosis, el sujeto realiza un recorrido desde lo conceptual hacia la
producción de signos (fase de la representación). Y ya dentro de la representación, del significado
(contenido) al significante (materia expresiva). En algunos casos, el sujeto productor seleccionará
de un lenguaje dado los signos pertinentes, en otros casos “generará” sus propios signos, aunque
también es factible pensar en situaciones intermedias (por ejemplo, el uso metafórico original de
palabras existentes en la lengua natural).
(2) El proceso semasiológico (etimológicamente, “sema” significa “significado”, “sentido”, por lo
que semasiológico haría referencia a la búsqueda del sentido) se realiza cuando, en la semiosis, el
sujeto realiza el recorrido inverso, es decir, cuando a partir de una representación dada (signo o
conjunto de signos) va en busca de la conceptualización que ésta manifiesta. En ese caso vamos
del significante al significado. Este tipo de proceso es el que se verifica en las operaciones de
comprensión e interpretación. Obviamente ese proceso es más complejo que la simple
“decodificación”, ya que involucra el poder entender el profundo sentido de una expresión
(verbal, visual, mixta) dada.
Pensemos en el siguiente ejemplo: un niño visita el zoológico y se detiene con curiosidad a mirar,
por primera vez, los elefantes. Al día siguiente en la escuela le cuenta a la maestra lo que vio. Ésta
lo invita a describir cómo son los elefantes que ha visto. Con toda probabilidad el chico narrará
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algunas de las características del paquidermo, y además, añadirá otras a modo de comentario e
impresiones. Lo que hizo el chico con sus palabras fue seleccionar y estructurar signos lingüísticos
para comunicar su experiencia, o sea, para expresar un significado.
2. El signo3.
Este sencillo episodio del chico que cuenta su visita al zoológico nos da pie para explicar la
naturaleza de los signos, que son un fenómeno social, y por ello sirven como instrumento de
comunicación.
En primer lugar, el signo ofrece datos sobre la realidad representada, es un elemento que está en
lugar de otra cosa y que la designa. Los datos que entrega el signo son ante todo la imagen del
elefante reproducida en la mente del niño. Esa imagen mental no es el animal real, sino sólo una
“copia” con algunas características -no todas- del corpulento mamífero con su larga trompa y
grandes orejas.
El signo, además, es una interpretación de la realidad representada. El chico agrega o no toma en
cuenta otras cosas al comentar lo que ha visto sobre los elefantes. El signo es siempre también una
hermenéutica, es decir, la interpretación de algún sentido que tiene la realidad conocida. Cada vez
que pensamos o imaginamos alguna realidad, hacemos una reproducción mental de la misma,
pero bajo el aspecto o la forma en que nuestra mente la percibe, y por tanto interpretamos las
3 El siguiente texto es una reelaboración del original de ZECCHETTO, Victoriano. La danza de los signos: nociones de semiótica general. La Crujía, Buenos Aires, 1999. Para su redacción trabajamos también con ZECCHETTO, Victoriano. Seis semiólogos en busca del lector. La Crujía, Buenos Aires, 2005; SEXE, Néstor. Diseño.com. Paidós, Buenos Aires, 2001; y MÉREGA, Herminia y otros. Comunicación: sociedad y medios. Santillana, Buenos Aires, 2000.
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informaciones recibidas. La percepción del ser (sea éste real, pensado o imaginado) inicia nuestro
diálogo con las cosas, y los signos son un modo de apropiarse y de interpretar el mundo.
En conclusión, el signo es un simulacro de la realidad que comienza en nuestra mente. Es correcto
decir, entonces, que el pensamiento, la idea, es un signo, porque está en el lugar de otra cosa, de
cualquier ente percibido dentro o fuera de nosotros, o simplemente creado por nuestra fantasía.
Pero, también son signos muchos otros objetos construidos con el propósito de estar en lugar de
otras cosas: una foto, una señal vial, un gesto para saludar y todo aquello que podemos tomar
convencionalmente como signo.
Llegamos a la definición clásica del signo: algo está en lugar de otra cosa, y aparece así su
dimensión relacional: un objeto presente se relaciona con otro que está ausente. Esa relación, sin
embargo, requiere de alguien que percibe la línea de conexión entre los dos objetos, es decir,
alguien que actualice la realidad del signo. Tenemos entonces este juego de relaciones: “A” está
por “B” y esa sustitución es reconocida por “C”. Lo que equivale a decir que “A” es signo de “B” y
lo percibe “C”. Según este esquema cualquier cosa puede asumir una relación sígnica, con tal que
“esté en lugar de…” y “para alguien” al que se destina.
Hemos de agregar en seguida que esta explicación descarnada de la estructura del signo, no da
cuenta de todo lo que puede, efectivamente desencadenar un signo a nivel comunicativo. A
menudo, los signos instauran una red de sentidos que va más allá del simple “reemplazar cosas”,
porque la semiosis es un fenómeno social, y los signos se mueven al interior de contextos, donde
existe una constante y compleja interacción comunicativa.
2.1. Dos enfoques sobre el signo.
En la historia se la semiótica han surgido varios modos de conceptualizar los elementos que
componen la estructura del signo. Vale la pena presentar las dos corrientes más conocidas en la
actualidad. Los otros intentos teóricos aparecidos posteriormente, de una manera u otra, se
derivan o remiten a estas dos corrientes.
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2.1.1. Semiología: la teoría lingüística de Ferdinand de Saussure.
Para comprender el pensamiento de Saussure (Ginebra, Suiza, 1857-1913), es preciso considerar
que el campo específico de su trabajo fue la lingüística: abordó diferentes problemas semiológicos,
en la medida que estaban relacionados con esta disciplina científica. Postuló pensar el sistema de
la lengua como parte de una ciencia general que estudia los signos y que él llamo “semiología”.
Afirmó al respecto: “La lengua es un sistema de signos que expresan ideas, y por tanto,
comparable al alfabeto de los sordomudos, a los ritos simbólicos, a las formas de urbanidad, etc.
Sólo que es el más importante de esos sistemas. Puede por tanto concebirse una ciencia que
estudie la vida de los signos en el seno de la sociedad: formaría una parte de la psicología social y,
por consiguiente, de la psicología en general: la denominaremos semiología (del griego “semeion”,
signo). Ella nos enseñaría en qué consisten los signos, qué leyes los rigen”.
Para Saussure el signo es una unidad lingüística que tiene dos caras: una sensible llamada
significante: puede ser acústica (los sonidos de las palabras), o bien visual (letras de la escritura),
pero siempre es algo material. Y otra inmaterial llamada significado: la idea o concepto evocado
en nuestra mente. Saussure cita como ejemplo la palabra “árbol”: el significante es la forma física
del término, mientras que el significado es el concepto mental de “árbol”.
El signo, además, hace referencia a alguna cosa, y a esa realidad Saussure la denomina realidad
referencial; es el objeto, la cosa o el fenómeno al cual se alude mediante el signo. Sin embargo,
piensa que el referente no integra la estructura del signo y éste posee sólo una semblanza diádica.
Está claro que no todos los signos se refieren a cosas reales o materiales. Gran cantidad de signos
abarcan el mundo irreal, como sucede con muchos cuentos o películas de fantasía donde se ven
seres que jamás han existido fuera de la narración y de la pantalla. Otros signos aluden en cambio
a entes abstractos, a conceptos teóricos o a relaciones, como sucede con los signos matemáticos.
Saussure sostiene que, en los códigos lingüísticos, la relación entre el significante y el significado
es arbitraria, porque no está motivada por el objeto al cual se refiere, sino que está fundada en el
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consenso social por el cual los grupos humanos deciden asumir esa asociación (la palabra “perro”,
escrita o dicha, no tiene relación alguna con su referente material “perro”). Este fenómeno explica
la gran cantidad de idiomas que hay en el mundo (de la misma forma, las palabras “dog” en inglés,
“hund” en alemán, “cane” en italiano y “chien” en francés, demuestran el enlace no natural,
arbitrario, convencional que fundamenta la relación de las mismas con el referente “perro”, que
es el mismo más allá del idioma en que lo nombremos).
Un signo no tiene valor por sí solo: es necesario considerarlo dentro de un sistema o estructura
que es la lengua. Allí entra en relación con otros signos y se vincula con los demás elementos de
todo el sistema lingüístico. “La lengua no puede ser más que un sistema de valores puros”, donde
cada signo toma consistencia por su relación de oposición a otro. De esta manera, la vocal “a”
adquiere su valor porque “no es” ni la vocal “e”, ni “i”, ni “o”, ni “u”. Si decimos “mar”, en el
sistema de la lengua española, estamos oponiendo esa palabra a cualquier otro signo de valor
distinto. Bastaría que en lugar de la “r” final pusiéramos una “l” (“mal”) para indicar una realidad
totalmente distinta.
El signo como fenómeno binario fue estudiado también por el lingüista danés Louis Hjelmsev
(1899-1963) que, al igual que Saussure, distinguió en el signo dos aspectos que llamó la forma de
la expresión y la forma del contenido, para indicar, respectivamente, el plano sensible y material y
la dimensión inmaterial o conceptual del signo.
2.1.2. Semiótica: el modelo triádico de Charles S. Peirce
Charles Sanders Peirce (1839-1914) nació en Cambridge, Estados Unidos, en el seno de una familia
de matemáticos. Su padre, Benjamin, enseñó en Harvard durante cincuenta años: matemáticas,
física y astronomía. Peirce obtuvo la licenciatura en matemáticas en la misma universidad a la
edad de veinte años, la maestría tres años después y un año más tarde la licenciatura en química.
Esta reseña biográfica y familiar tiene como propósito situar la producción teórica de Peirce, que
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parte del pensamiento formal de la lógica. Fue quien introdujo el empleo moderno del término
“semiótica”.
La tesis tradicional de los signos sostenía que el significado de una cosa era una especie de esencia
objetiva presente en los objetos. Para Peirce, en cambio, el significado está en el pensamiento,
pero no en forma pasiva como una imagen en el espejo, sino activamente, como una acción por la
cual organizamos y transformamos los campos de la experiencia en vista a intervenir en el mundo,
a realizar un proyecto, llevar a cabo algún tipo de acción o comportamiento. Entonces el
significado de algo se configura como el conjunto de implicancias prácticas que el objeto posee
para algún sujeto. Conocer quiere decir captar esas implicancias y por tanto su significado.
Esta concepción de los efectos del conocimiento determinará su original modo de considerar
también el operar de los signos. Peirce estudió en profundidad el fenómeno del signo y elaboró su
propia noción, diferente del concepto estructuralista de inspiración saussuriana. Para Peirce el
signo es algo que representa alguna cosa para alguien, bajo cierto aspecto. Esto significa que el
signo posee una composición triádica. Los tres elementos que, según Peirce, conforman el signo
son:
- El representamen: es lo que funciona como signo para que alguien lo perciba, o sea, el signo
propiamente dicho, el signo mismo como tal (por ejemplo, las palabras de un idioma). El
representamen está siempre en lugar de otra cosa, es el portador de esa cosa para los que han de
verla o considerarla en el signo. Es la representación de algo, el signo como elemento inicial de
toda semiosis.
Siendo el representamen la expresión que muestra alguna cosa (lo que aparece como signo) casi
siempre es fruto del artificio o de arbitrariedad de quienes lo crean, como sucede en las lenguas.
Según Peirce, el representamen se dirige a alguien en forma de estímulo, como lo que está “en
lugar de otra cosa” para la formación de otro signo equivalente que será el interpretante. A veces
las propiedades expresivas del representamen son ambiguas y originan sentidos e
interpretaciones diversas.
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En resumen, el representamen es simplemente el signo en sí mismo, tomado formalmente en un
proceso concreto de semiosis, pero no debemos considerarlo un objeto, sino una realidad teórica
y mental.
- El interpretante: es la idea del representamen en la mente de quien percibe el signo, o sea, es
un efecto mental causado por el signo. Es lo que produce el representamen en la mente de la
persona. En el fondo, es la idea del representamen, o sea, del signo mismo. “Un signo es un
representamen que tiene un interpretante mental”.
Esto significa que el interpretante es la captación del significado en relación con su significante. El
interpretante es siempre otro signo y por tanto algo le agrega al objeto del primero. Y como
dentro del modelo triádico la gestación semiótica es continua (semiosis infinita), el interpretante
puede estar constituido por un desarrollo de uno o más signos.
Peirce distingue entre el “interpretante inmediato”, que es aquel que corresponde al significado
del signo, a lo que él representa; y el “interpretante dinámico” que es el efecto que el
interpretante produce en la mente del sujeto, la cadena de repercusiones en la mente. Por
ejemplo: si le digo a un amigo: “Gané la lotería”, el interpretante inmediato es la idea que él se
hace en ese instante de la expresión “ganar la lotería”; en cambio el interpretante dinámico es el
efecto que produce la frase: ese efecto son otras ideas o signos, tales como “¡Qué suerte la tuya!”,
“Yo nunca me gano nada”, o “¿No estará mintiendo?”.
No hay que imaginar al interpretante como una persona que lee el signo, sino que se trata
únicamente de la repercusión de dicho signo en la mente. La noción de interpretante, según
Peirce, encuadra perfectamente con la actividad mental del ser humano, donde todo pensamiento
no es sino la representación de otro: “el significado de una representación no puede ser sino otra
representación”.
- El objeto: es aquello a lo que alude el representamen. “El signo está en lugar de algo, su objeto”,
aquello a lo que el signo esté referido. Debemos recordar que el objeto (igual que el “referente”
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saussuriano) no necesariamente es una cosa concreta, puede tratarse de ideas, de relaciones o de
entres imaginarios o ficticios.
Los tres elementos de la tríada del signo no son entes independientes, sino que se trata de
relaciones o funciones para explicar la realidad viva de cada semiosis. Veamos un ejemplo concreto
de cómo funciona esta relación triádica. Tomemos el signo de un caballo (figura o palabra): el
representamen corresponde a ese primer signo percibido por alguien; el objeto es el animal
aludido; el interpretante es la relación mental que establece le sujeto entre le representamen y su
objeto, o sea, otra idea del signo.
Dice Peirce: “Un signo, o representamen, es cualquier cosa existente para alguien en lugar de otra
cosa, sea cual fuere su acepción o ámbito. El signo va dirigido a alguien y crea en la mente de esta
persona otro signo equivalente, o quizás más desarrollado. El signo que se crea lo llamamos
interpretante del primer signo. Este signo existe por alguna razón, el propio objeto. Tiene sentido
por ese objeto, no en todas sus acepciones, sino enfocado a una clase de idea particular…”.
Es momento de introducir el concepto de “semiosis infinita”. La explicación del proceso de
semiosis como una relación entre tres elementos nos permite pensar que la función de
interpretante de un determinado signo (que es un signo equivalente o mayor a ese primer signo),
puede cambiar de valencia y convertirse en representamen de otro signo, en otra semiosis, y así
una cadena semiósica infinita.
Veámoslo de otro forma: notemos que, para Peirce, estos tres elementos sólo existen en la mente
del sujeto en el momento concreto de percibir el signo. La distinción o separación de cada
elemento es meramente mental, porque en la práctica la tríada no se puede separar, constituye
un único proceso. El signo es, entonces, una categoría mental, es decir, una idea (una relación)
mediante la cual evocamos un objeto con la finalidad de conocer y comprender el mundo o para
comunicarnos. El proceso de aprehensión del signo se llama semiosis, y se desarrolla en forma de
espiral que va integrando nuevos procesos semiósicos, formándose de esta manera lo que
llamaremos semiosis infinita.
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Según Peirce, el interpretante de un signo refleja siempre los hábitos mentales de la persona que
entra en contacto con el representamen o, dicho de otra forma, traduce las reacciones del
individuo ante la provocación y el estímulo del signo, denotando sus comportamientos. Se alude
aquí a la necesaria relación que existe entre la recepción del signo y los hábitos culturales de los
perceptores, sus experiencias previas de los objetos y de las cosas del mundo. Los individuos en el
momento de leer un signo lo interpretan a partir de lo que ya tienen formado en su mente, es
decir, las ideas, valoraciones sociales, las visiones de la realidad, los prejuicios, que por cultura,
costumbres o tradición poseen de antemano. A partir de allí se van generando nuevas
configuraciones. Es este proceso el que da lugar a la “semiosis infinita”, es decir, a una continua
sucesión de producción de signos mediante la cual los sujetos van pensando la verdad de las cosas
y del mundo. La acción del conocimiento humano cuya base es la actividad sígnica, nos coloca
dentro de una cadena sin fin de mediaciones, y que nos remiten de signo en signo, entrelazando
un lenguaje con otro, arrastrándonos en la corriente de una semiosis tumultuosa den el río
llamado “cultura”.
Pensemos, por ejemplo, en el caso del niño que conoció a los elefantes en el zoológico y relata la
experiencia en la escuela. Ya reflexionamos y aprendimos cómo se formó el concepto de
“elefante” y cómo lo representó verbalmente. Pensamos ahora en algunos de sus compañeros que
escuchan atentamente. Uno que conoce a los elefantes por la película “Dumbo”, de la que sólo
recuerda que estos animales están en el circo y pueden llegar a volar si sus orejas son
suficientemente grandes. O una niña, que los conoce por haber compartido la visión de un
documental sobre el tráfico de marfil con sus padres. Podemos ver claramente como, en ambos
casos, el interpretante será notablemente distinto al signo (representamen) percibido.
Imaginemos ahora que el niño que vio “Dumbo”, escuchando el relato de su compañero, comienza
a pensar en un payaso, porque el elefantito de la película trabajaba en el circo junto a los payasos.
El maquillaje del payaso le recuerda inmediatamente a una tía que se pinta el rostro con colores
muy llamativos. Y luego, la imagen de la tía le recuerda que su mamá le ha dicho que preste
atención en clases. He aquí un ejemplo de semiosis infinita, en el que los distintos interpretantes,
cambiando su valor por el de representamenes, encadenan un proceso de semiosis que no se
detiene nunca.
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2.1.2.1. Tipos de signos.
Entre las diversas clasificaciones de los signos que presenta Peirce, nos interesa especialmente
aquella que los agrupa de acuerdo con la relación que tienen con el objeto que representan. Tanto
una fotografía de un elefante como una huella de un elefante o la palabra “elefante” son signos
del objeto elefante; sin embargo, cada uno lo representa de distinta manera. Hablaremos así de
iconos, índices y símbolos.
- Icono: es el signo que se relaciona con su objeto por razones de semejanza o similitud. La
fotografía del elefante lo representa porque es, de alguna forma, similar a él. El icono presenta
una o varias cualidades del objeto al que se refiere, entabla con él una relación cualitativa y
analógica. Según el grado de semejanza de esas cualidades, Peirce clasificó los signos icónicos en
imágenes, diagramas y metáforas.
El icono-imagen es aquel signo que comparte con el objeto al que representa cualidades simples,
fácilmente perceptibles; por ejemplo, la fotografía. El representamen es “muy similar” al objeto.
Por su parte, el icono-diagrama es aquel que representa las relaciones de proporción entre sus
partes como análogas a las del objeto; por ejemplo, un plano, un mapa, una maqueta. Finalmente,
hablamos de icono-metáfora cuando se trata de alguna propiedad que está representada en
paralelismo con el objeto; por ejemplo, la escritura ideográfica.
La pintura nos permite ejemplificar los extremos de esta clasificación: cuando la obra reproduce lo
más fielmente posible lo real se tratará de imágenes, cuando represente un orden más abstracto,
de metáforas. Sin embargo, es importante notar que lo que estamos señalando como semejanza
es en gran medida un sistema de convenciones, pues tendemos a naturalizar los códigos de
percepción. Para comprender esta idea, recordemos que lo propio del “objeto elefante” no su
gran tamaño, su particular forma o su color grisáceo y, por otro lado, pensemos que una fotografía
sólo capta una cualidad de éste y de manera incompleta: por ejemplo, un elefante no es plano.
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Lo icónico también se puede plantear en un nivel más abstracto, como en el de las palabras: las
onomatopeyas, que en la semiología saussuriana son la excepción al carácter arbitrario del signo,
debido a que hay mucho de motivado en ellas, son signos de carga icónica fuerte para Peirce, en
virtud del grado de imitatividad que las constituye.
- Índice: el signo indicial se encuentra en una relación de contigüidad existencial con el objeto al
que refiere. La huella no representa al elefante en virtud de su semejanza sino que el vínculo se
produce por proximidad: la huella y el elefante van juntos, la primera se desprende del segundo,
aquélla no existiría sin éste, por lo que podemos deducir que, en cierta forma, es parte de él, y así
vinculamos la huella como signo del objeto elefante. Vemos otros ejemplos que pueden
ayudarnos a terminar de comprender la idea: los truenos son índices del objeto “lluvia” y el humo
es índice del objeto “fuego”, así como un síntoma es índice de la existencia de una determina
“enfermedad” (es justamente por esto que se enseña semiología en las carreras de medicina).
Otra característica fundamental de los signos indiciales es que llaman la atención sobre su objeto,
lo indican. Así, la posición de la sombra de un reloj de sol o la de las agujas de uno analógico son
índices del objeto “hora” y la medición hecha con un termómetro es índice del valor de esa
mediación. En este sentido, algunas palabras, como los pronombres personales “ése”, “éste” o
“aquél”, o los demostrativos como “aquí” o “allá”, funcionan como índices, ya que llaman la
atención sobre aquello a que se hace referencia y conectan la frase con la situación en la que se
enuncia.
Insistimos sobre la propiedad del índice de coexistir con el objeto al que representa: puede ser
simultáneo, anterior o posterior a esa existencia, pero siempre está, estuvo o estará en relación de
contigüidad con él: si la calle está mojada, es índice de que ha llovido; las gotas que aparecen en
un parabrisas son índice de que está lloviendo; la presión atmosférica baja, el cielo nublado, los
truenos son índices de que lloverá (vemos en este ejemplo cómo la meteorología tiene una fuerte
base semiológica). La semiótica es una actividad detectivesca. En general, los indicios, las pistas
que encuentra Sherlock Holmes son índices: barro, ceniza de cigarrillo, impresiones digitales.
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- Símbolo: podemos decir que un símbolo es aquel signo que no es ni icono (no es semejante) ni
índice (no es contiguo) del objeto; su relación con el objeto se establece arbitrariamente, por
convención, por hábito o por un ley. No hay nada similar ni contiguo entre la palabra “paz” y el
objeto paz, así como no existe una relación icónica ni indicial entre una paloma blanca con el
mismo objeto. Las palabras de una lengua, los números y cualquier representación arbitraria y
convencional son símbolos (la bandera de una nación, el silbato del árbitro que señala el comienzo
del partido).
Ya hemos visto como las palabras, a pesar de ser signos simbólicos, pueden tener a veces una
importante carga icónica o indicial: la expresión “¡Cuidado!”, gritada espontáneamente para
prevenir un accidente, está en relación de contigüidad con su objeto “prevenir un accidente”, por
lo tanto es un símbolo con una fuerte carga indicial. Por otro lado, la onomatopeya “¡Ja!” es un
signo muy similar al objeto risa, por lo que es un símbolo con fuerte carga icónica.
Este último párrafo nos permite finalmente introducir la idea de que no es posible encontrar casos
de iconos, índices o símbolos totalmente puros. Las relaciones se dan simultáneamente,
mezcladas. Pensemos en un dibujo de la paloma de la paz: con respecto del objeto “paz”, la
paloma es un símbolo; con respecto del objeto “paloma” es un icono, pues se trata de un dibujo.
Otro ejemplo puede ser el signo que encontramos en las puertas de los baños públicos destinados
a las mujeres: es un índice respecto del baño y, a la vez, un icono respecto de la mujer. Aunque
muchas veces, el grado de semejanza con una mujer no es tan fuerte: ninguna mujer tiene la
cabeza tan redonda, sin pelo y la ropa en forma de trapecio. Está operando, en rigor, un proceso
simbólico, porque lo reconocemos por convención. En otras palabras, en la vida social cada signo
no establece una única relación con su objeto; más bien nos encontramos entre distintos niveles
de funcionamiento.
El modelo de la sociosemiótica
La Teoría de la Sociosemiótica, cuyo exponente principal es el semiólogo argentino Eliseo Verón,
centra su análisis en los procesos comunicativos que originan discursos sociales, en relación a los
medios masivos de comunicación y los efectos que generan en la sociedad que los consume.
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Dividido en tres fases, producción, circulación y consumo, cada uno de estos momentos tienen
cierta independencia pero no tienen sentido si no se ven en conjunto.
Los discursos sociales son textos presentes en la sociedad que están conformados por distintas
materias significantes (imágenes, imagen y escritura, imagen y sonido, etc.). Partimos de que hay
empresas comunicativas que están condicionadas política y económicamente y se organizan para
producir estos discursos sociales. En ese proceso de producción, los contenidos sufren una
intervención tecnológica, se adaptan a los diversos canales y además concurren en un ecosistema
comunicativo; o sea, los productos de los medios compiten en un mercado. Finalmente, estos
productos serán recibidos y consumidos por la audiencia y los consumidores los interpretarán de
acuerdo con su experiencia, su biografía, sus conocimientos. Por último, tras la recepción, los
discursos pueden originar diversos efectos.
El modelo entiende el proceso comunicativo como constructor de significados simbólicos.
Utilizamos los medios de comunicación, de manera subjetiva los relacionamos con lo que vemos a
nuestro alrededor y con lo que ya sabemos, sentimos o deseamos con anterioridad. Así,
negociamos el sentido que los medios nos trasmiten.
PRODUCCION: Las circunstancias históricas establecen un modelo de sociedad determinado y para
el análisis de la producción es indispensable examinar las condiciones políticas y económicas,
contexto esencial para ubicar cada discurso. Por otro lado, las industrias comunicativas son un
elemento fundamental de análisis ya que son los lugares dónde se producen los discursos de los
medios. Para conocer en qué modo están condicionadas estas empresas, es necesario saber qué
grupos de poder están detrás y qué intereses, valores y objetivos sustentan.
Otros elementos para tener en cuenta en esta etapa son:
- Las características tecno−comunicativas, donde se analiza el discurso a nivel formal y vemos
cuáles son las “rutinas productivas” de cada medio; o sea, las particularidades esenciales de cada
medio de comunicación al momento de producir una noticia, tanto a nivel tecnológico como a
nivel lingüístico y paralingüístico.
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- Las estrategias discursivas, mediante las cuales analizamos el sentido del discurso, indagamos
acerca de la intención del producto: ¿qué nos quiere decir? ¿por qué?.
CIRCULACIÓN: Es el momento en que el producto circula y se pone en relación con el llamado
ecosistema comunicativo: el mercado. No podemos entender nunca un mensaje de manera
aislada, ya que todos concurren en un espacio público donde se establecen relaciones entre los
productos. El discurso se distribuye: ¿cómo? ¿a qué audiencia llega?
CONSUMO: En este punto analizamos los modos de reconocimiento: no recibimos los mensajes de
manera descontextualizada, sino en circunstancias concretas y además los interpretamos con una
competencia propia, es decir, somos competentes a fin de reconocerlo e interpretarlo. La
interpretación es un proceso muy complejo y heterogéneo, donde intervienen numerosos factores
psicológicos y fisiológicos: la sensación, la percepción, memoria, comportamiento, atención,
actitud.
Las audiencias se miden cuantitativamente (en relación a la cantidad: cuántos puntos de rating,
cuántos ejemplares vendidos, etc.) o cualitativamente (en relación a la cualidad: cómo reciben el
mensaje, cómo lo reconocen, cómo lo valoran). En nuestros días, la audiencia es tan amplia que se
elaboran perfiles de público determinados de acuerdo al nivel social, cultural, económico. El
estudio de las audiencias como mercado es un tema de vital importancia para todo medio de
comunicación en la actualidad.
Los discursos generan determinados efectos en la audiencia y es necesario conocerlos e
interpretarlos. A grandes rasgos, podemos diferenciar tres tipos de efectos: sobre la conducta,
sobre las emociones y sentimientos y sobre el conocimiento: ideología, valores, pensamiento.
Fuentes:
Oros, R. Semiología-Cuadernillo de estudio. Fundación Universitas, ISFG. 2006
Zalba. E. Semiótica discursiva. Documento de cátedra. FCP y S, UNCuyo, 2004
Zecchetto, V. Seis Semiólogos en busca del lector, Bs. As., Ed. La Crujía, 2005
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