el mundo, san juan, una belleza embrujadaufdcimages.uflib.ufl.edu/ca/03/59/90/22/00302/00009.pdfasi,...

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    EL MUNDO, SAN JUAN, f. I - DOMINGO 6 DE NOVIEMBRE DE 1938. ^ __ j y-

    FUERA Dg TODA LEY

    UNA BELLEZA EMBRUJADA Por ROSITA FORBES —

    Da un lujoso vapor desembarqué una calurosa mañana en una lila rodeada de palmas. Dos barcos fru- teros se balanceaban perezosos en la bahía, cargados de bananos, pe- ro el puerto propiamente dicho des- aparecía bajo un manto de "bou- gainvillea": La enredadera de flo- res púrpuras cubrís paredes y te- chos perfumando el ambiente ar- doroso, y hasta las palmas §e velan amenazadas con su invasión. Las que no servían para tender ropa se vetan aisladas, distantes, como .des- terradas, que se aferraran a las úl- tisnas rocas, única nota oscura en la gama de colores que ofrecía la población.

    Pase la primera noche en una habitación equilibrada, por decirlo asi, sobre la abigarrada tienda de la localidad, en la que podían ob- tenerse provisiones de origen dudo- so, pero de antigüedad evidente: sombrillas de papel, mamelucos de algodón, loción contra loi mosqui- tos, aceite de coco y linternas a prueba de huracanes. Siempre que la brisa soplaba de las montanj» algo distantes, mi habitación se ex- tremecia. pues se inclinaba en ex- traño ángulo, como sostenida allí por milagro después del último te- rremoto.

    A la mañana siguiente, un co- lono bondadoso me rescató de aquel peligroso nido y me condujo a su plantación, asegurándome que su esposa se sentirla encantada de te- nerme por companera. Hicimos el viaje en un destartalado cocheci- llo, atravesando kilómetro tras ki- lómetro de campiña plantada de caña de azúcar hasta llegar a lo que creí una aldea, pero que en realidad era la casa del colono ron todas sus dependencias. El edificio tenía una galería cubierta por tu- pida enredadera y detrás de tal fresca cortina natural, arrellanada en una «illa de mimbre, vi a la mu- jer más bella que habla encontra- do en mi vida.

    Su belleza era tan espléndida co- mo las soberbias enredaderas de flores escarlatas y amarillas que la rodeaban formando para ella co- mo un fondo hecho exprofeso. Pre- tender encontrar allí a aquella be- lleza sin par hubiera sido lo mismo que esperar maná celestial en la calle Wall de Nueva York. Mien- tras la contemplaba asombrada, preguntándome sí aquello era real. cu marido, amarillento y aperga- minado, le explicó mi presencia en forma muy masculina:

    Vhora tienes a alguien con #ablar. pues te aburres ti-

    ranamente aquí. Sé que te ale a ás de tener aqui a otra mu-

    jer ,Te encantará la visita! ■c* vijpersona más indiferen

    eAlVón de'su mlrWt,T*rc lo hizo lo mejor que pudo y me conágjo a una habitación que. eom- ¿>ar7ai a la da la nothe anterior, me pareció 9t\ paraíso. Accedió gustosa cuando el marido pidió li- cores, y no manifestó resentimien- to cuando me hizo saber que no habría otM vapor hasta' pasados quince días. Sus ojos, sin embargo, ae hicieron huraños y más bellos que nunca.

    Los adjetivos corrientes resulta- ban inútiles para descubrir esta mujer, aunque por lo general la gente no es como las flores, las joyas, las panteras, ni ninguna otra cosa con que los autores apasiona dos o faltos de recursos retóricos la comparan. Sin embargo, la or- quídea más espléndida se habría extremecido de envidia ante esta mujer Increíble, a quien llamaban Leana.

    Aquel día no almorcé, contentán- dome con estrujar el pan y Jugar con los cubiertos mientras la con- templaba. Cuando comprendí que por la tarde podría estar a mis an- chas, sin tener que hacerle compa- ñía, sentí un gran -alivio. El ma- rido informó que au esposa no gus- taba de montar a caballo y me In- vitó a dar un paseo por la planta- ción.

    Acapté sin vacilación y dejamos a la increíble Leana muellemente arrellanada entre sus cojines, me- nos escarlata que sus labios ente- ramente al natural, sin el menor artificio.

    En medio del verdor de la cana, que no nos llegaba hasta los hom- bros, traté de averiguar los oríge- nes de aquel enlace tan desigual, pero mi huésped no era muy comu- nicativo.

    —Ciertamente que e« bella— fué todo lo que manifestó. No obstan- te, su sonrisa era tan atractiva que comencé a pensar que tal vez Lea- na tendría alguna compensación aun- que realmente una mujer como ella

    pudo haber sido «1 Ídolo de París o da la antigua Viena.

    Sus ojoa aran tan bondadosos qua llegué a imaginarme que Lea- na podía ser dichosa con aquel ma- rido. El me puso ai tanto de todo

    malas pulgas, pero domina ente- ramente a los negros y hace de ellos lo que quiere.

    —Como que es uno de ellos... —indiqué.

    —¡Nunca se lo diga —replicó mi

    estaba obcecada'rcr «1 J°-|S°- f ulato qo» dirigía a >los la- b*.

    Leana van mulato , briegos da un modo tal q«« indi caba gozar de nna autoridad mu- cho mayor a la que corref?ondia/-t su poaician. Al «lamo tienw, Ljea-

    .

    extrafteza, de qué se trata-

    icrma r

    JkT^fuács

    Wtd luna llena —me contestó. —E. ái haciendo sus mojigangas y fijt? vez ni el mismo Nelson pare- otNtf-M de contenerlos.

    •-jN'o son mojigangas! —lnte- rriV:ió Leana con sobresalto, ca- si f:ndo un grito. —¡Ei algo ho Berso, infernal, pero que domina,

    isTbe... ¡Oh! Las últimas palabras fueron casi

    rmuüo. Habla dejado caer entre sus manos y se las

    nerviosamente. se á||rcó a ell* inquieto,

    ¡ciánddwt como á una nina jte calmarla.

    ¡No «a nada, nada, querida! te inquietes. ejándoloa asi, tan Junto, me

    jé viendo que Dingo, procuran- que no lo notara su mujer, te-

    a el rostro contraído y miraba Km expresión extraña la lejanía. Mr. Nelson no se dejó ver en to-

    Fa el dia Siguiente. Entre lo» gafia- de la plantación ae notaba

    ijna sorda efervescencia, de la que i misma caña parecía participar

    &r hablaba en voz baja, se susurra- ba, y al acercarse uno a ellos se retiraban mirando recelosos, como acuitando algo. La servidumbre de ]a casa Iba y venia agitada, mur- murándose cosas en voz muy baja al tropezarse. Sus ojos, única nota blanca ruando no reían, parecían más grandes que nunca y llegué a

    darme cuenta de que en la casa todo el mundo, exceptuando el due- ño, era presa de un temor inexpli- cable.-

    Leana iba de un lado a otro, con un pañuelo en la mano que se lle- vaba constantemente a la boca co- mo para contener algo que quería salir.

    —¿Qué le ha sucedido hoy a Mr. Nelson? —pregunté a Dingo al atardecer.

    —Le* di una de azotes que lo puse giro —me respondió al punto, lo- cuaz por los "cocktails". —Pasará un mes antes de que se levante, y tardará anos en olvidarlos.

    —No lo olvidará nunca —me di- je para mis adentros.

    Yo debía partir al dia siguiente, en un viaje de visita a las islas ve- cinas, pero con gran sorpresa mía aquella tarde Leana entró inopina- damente en mi habitación.

    —No se vaya —me ordenó con tono imperativo.

    —¿Por qué he de quedarme? —pregunté con gran extrafteza.

    Leana no se tomó el trabajo de contestarme.

    —Yo no le amo —dijo sencilla- mente. —En verdad, no le amo. Al principio pensé que si. pero no era otra cosa que femor. Me llevó allá, allá... y ahora podría hacer de mi lo que quisiera...

    Diciendo esto se apretaba furio- samente sus bellas manos. (Continúa en la página 10. Col. 3.)

    Pula los espejos con rapidez y

    sin rayarlos—usando Bon Ami No existe método más fácil que usar Boa Ami para ooaserrar s los espe- jos siempre brillantes. Ni tampoco existe un sistema más sepen pues el Bon Ami no contiene substancias do- ras que arañen; es lo nucientemente

    De tinta por todas partes

    Bon Ami Limpia (pero no araAa) *«***«•». . >,«„—. • > Caer» ■. HiJsUié.. Anltjii , . liftfm • ■ B-••

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