discursos en dictadura. la esfera pública santafesina bajo análisis
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V Jornadas Debates Actuales de la Teoría Política Contemporánea
Bs. As. 2014
Discursos en dictadura. La esfera pública santafesina bajo análisis
Julieta Citroni1 (CESIL - FHUC - UNL)
Introducción
El artículo que sigue se cuenta entre una serie de investigaciones cualitativas que, desde una
perspectiva de análisis regional, emprenden el estudio de los dispositivos de control social
desplegados por los gobiernos dictatoriales en el ámbito local. Ello implica interpretar el significado
de los discursos y de las prácticas, los cuales se hallaban orientados a dar continuidad a la
dominación autoritaria.
Como punto de partida, define al control como «la capacidad que ciertos actores, grupos o tipos de
actores poseen de influir sobre las circunstancias de acción de otros» (GIDDENS, 1998: 309). Y
considera al entramado de poderes de todo conjunto social como un campo de fuerzas en el cual
algunos agentes individuales o colectivos están institucionalmente dotados de poder, de un modo
que excluye a otros, según J. B. THOMPSON. Asimismo, recurre al principio rector que supone
comprender, en base a los aportes de Milton SANTOS, al espacio como una realidad relacional:
cosas y relaciones unidas en un conjunto indisociable y en permanente (re)construcción. Por último,
concibe a la ideología en los términos de EAGLETON, en tanto el modo –un efecto de discurso
vinculado con prácticas concretas– en el cual el significado sirve para reproducir la desigualdad de
medios o dominación.
De esta forma, procura dar forma a las diferentes interpretaciones que pueden tener lugar según las
posiciones que ocupan los distintos sujetos involucrados en un mismo proceso o, al decir de
GIDDENS, considerar las propiedades estructurales específicas del sistema social en el que los
actores situados se mueven.
Pánico moral y consenso
Entre fines de 1975 y comienzos de 1976, con la colaboración de la prensa local, fue instalada una
imagen caótica de la sociedad –o estado de pánico moral– en la esfera pública santafesina, el cual
sería detenido con la consiguiente reforma moral. La noción fue introducida por Stanley Cohen para
explicar los momentos en los cuales un grupo, condición o situación social, o un conjunto de
acontecimientos, son considerados una amenaza para los valores e intereses de una determinada
sociedad, a instancias de los cuales se instiga un estado de temor en la opinión pública. Luego,
1 Licenciada en Historia (UNL), doctoranda en Ciencia Política (UNR / CONICET).
1
Chris EALHAM la acotó para dar cuenta de las implicancias sociales emergentes en la Barcelona de
principios del siglo XX –pero que se extendieron hasta finales del mismo– respecto de los proyectos
de reforma urbana encarados en función de la «peligrosidad» de las clases populares.
Según el último autor, este estado fue originado en la obsesión de las élites sociales, económicas y
políticas por el orden y por la consiguiente adopción de remedios que impusieran la «paz social».
En virtud de lo cual, identificaban nuevos peligros sociales, los conjugaban con los existentes y los
presentaban como una ofensiva hacia todo el cuerpo social, al que perfilaban como único y
armónico. Sin necesidad de conformar un cuerpo de ideas coherente sino partiendo de un enfoque
fragmentado y ambiguo de la realidad, el pánico moral producía una preocupación general ante
fenómenos que en realidad sólo amenazaban los intereses de una minoría. De esta forma, se
constituyó en el lenguaje del poder y de la opresión, en una herramienta discursiva legitimadora que
formaba parte de un proyecto hegemónico, en una ofensiva ideológica a través de la cual las élites
buscaban reforzar y cerrar la esfera pública que controlaban.
Atento a ello, esta construcción justificaba el ejercicio fuerte de la autoridad frente al «desorden»,
estableciendo un nuevo y perpetuo sistema de vigilancia sobre la sociedad civil y extendiendo el
poder del Estado sobre la ciudad. A la vez, se instituía en una guía para el accionar represivo, al que
necesariamente acompañaba y del que exigía un continuo incremento. Finalmente, permitía a los
grupos social y económicamente dominantes apropiarse de las calles y definir los usos aceptables
del espacio público, sancionando toda resistencia a la expansión del orden urbano deseado.
En Santa Fe2, la imagen de la ciudad que se ofrecía era congruente con la consideración del caos
político y social advertido, y supuestamente contaba con referentes concretos en la administración
municipal de signo justicialista iniciada en 1973 y destituida el 24 de marzo de 1976. Ello debido a
que desde el año anterior sus acciones sobre el tejido urbano se detuvieron, luego de haberse
caracterizado por propender a la ampliación de los derechos de los sectores populares a la
ocupación del espacio urbano y, especialmente, al desarrollo de sus barriadas. Esta representación
iba en consonancia con y se veía reforzada por aquella que hacían otros medios de comunicación de
lo que ocurría fuera de la ciudad, acerca de un proceso de cambios mayúsculo a nivel nacional.
Dadas estas circunstancias, la intendencia local quedó inmersa en los intensos conflictos y tensiones
políticas, sociales y económicas del momento, lo que significó la descomposición de sus bases
sociales de sustentación.
En este contexto, el estado de pánico vehiculizó la creación de consenso y le otorgó el apoyo
espontáneo e incondicional del cuerpo social que la dictadura necesitaba para instalarse como 2 Capital de la provincia homónima ubicada en la margen derecha del río Paraná, en aquel período considerada un centro comercial, financiero, cultural y portuario de la región. En 1980 la ciudad –exceptuando la zona de la costa, que formaba parte de la jurisdicción municipal– contaba con 287.680 habitantes, según los análisis realizados por la Dirección de Planeamiento Urbano y Proyectos para la elaboración del Plan Director de Santa Fe (Anexo de la Ordenanza Nº 7871 del 14 de agosto de 1980, página 15).
2
contrafigura de su antecesor. A partir de «la palabra que guió el accionar del régimen, mediante la
cual el poder militar se construyó a sí mismo, a la sociedad sobre la que ‹operaba› y a su enemigo»,
éste justificó su propia existencia (CANELO, 2001: 104). En consecuencia, consagró como su
principal blanco al Estado populista pero, especialmente, a su particular forma de constituir a los
actores sociales y políticos ligados a él. Ello a partir de identificarlo como reino del caos –o
subversión del orden establecido– extendido a todos los ámbitos de la vida social.
Reforma moral
Dada la pronunciada dimensión espacial típica del pánico moral, en Santa Fe esto implicó la
coexistencia de una imagen urbana supuestamente anárquica, desordenada e inmoral, análoga con la
situación social y política. Este concepto estaba inscripto en el discurso militar de la época y era
sostenido por los poderes económico–sociales dominantes a nivel local. Éstos, al depositar las
esperanzas de una ciudad/sociedad ordenada, regulada y autorregulada en la administración
autoritaria, proponían hacer posible el tránsito de un opuesto al otro: del desorden a la posibilidad
de un orden mediante una reforma moral, como una tríada caos–reforma–orden.
En tanto correlato del pánico moral, la reforma trataba de conjurar la amenaza definida a partir del
despliegue de una serie de dispositivos que incluían el control del ordenamiento territorial, social y
de las conductas. Intentaba fundar un orden moral que era entendido como el retorno mancomunado
del gobierno y la sociedad a un momento imaginario en el cual dicho peligro no habría existido.
Éste era señalado como un glorioso siglo XIX de fraternidad y libertad que había constituido «un
estado con caracteres sólidos, con pujanza, con deseos de empresa y anhelos de prosperidad
mediante el aporte de los hombres libres y de buenas costumbres, ingeniosos y valientes»3. Y en el
cual la capital provincial habría sido reconocida por ser una ciudad limpia, ordenada, tranquila, de
buenas costumbres y con «prestigio vegetal» que concitaba el elogio de los visitantes.
El nuevo orden consistía entonces en el regreso a una tradición patricia muy al gusto de las familias
que enlazaban su linaje con el de los antiguos pobladores, en torno a «la ciudad: la aristocrática del
Sur, con su tradición de iglesias y conventos y la nueva y pujante de ‹sangre gringa› que abría
comercios y realizaba los más variados oficios». En aquel momento, «la vida de ese mundillo
compuesto por gente de espíritu fidelísimo acompañó a enseñar los senderos de la moral y muchas
veces sirvió como guía de las inteligencias sin rumbo»4.
3 Palabras del intendente en el acto inaugural de la Plazoleta de Los Inmigrantes, Diario El Litoral, Santa Fe, 24 de octubre de 1976, página 3. En adelante y para abreviar, las citas del vespertino incluirán únicamente la fecha de edición y el número de página correspondientes, a excepción de la incorporación de algún extracto o el título de la nota, de considerarse relevantes.4 Segunda entrega de fragmentos de Árboles con Historia de Juan Justino Micheletti, texto recientemente editado por la Dirección General de Bosques, Tierras Públicas y Colonización de la Provincia, 8 de enero de 1977, página 3.
3
Asimismo, esta exhortación implicaba la internalización en cada conciencia de un conjunto de
pautas de comportamiento, pretendiendo que se hicieran espontáneas en las costumbres: «hoy, más
que nunca, debemos proponernos afirmar esa realidad, con fines útiles, desechando lo vicioso, lo
que perturba y nada edifica […] debemos estrechar filas y frente al caos, la violencia destructora y
el desorden, ponernos en la tarea de continuar la gran empresa nacional iniciada entonces». En esta
cruzada, los jóvenes constituían un sujeto clave, como señala LUCIANI respecto de Rosario,
esgrimiéndolos en depositarios del futuro y la responsabilidad de llevar a buen término los objetivos
que se había propuesto el régimen. Poniendo como modelo «al hijo guerrero de la patria», hacían
manifiesto su deseo de «que nuestra juventud al contemplar tu nombre, encuentre las raíces más
profundas de nuestra nacionalidad y las bases más firmes del futuro nacional»5.
En Santa Fe, la particular forma que revistió la condena a la situación previa para destruir las bases
del desorden y así restaurar el orden, fue la contribución local a la superación del desorden general.
En pos de la cual trabajaron en conjunto las agencias estatales y represivas y los sectores a ellas
vinculados, con los que compartían representaciones e intereses. En consecuencia, los grupos
dirigentes santafesinos contribuyeron a inspirar, justificar y delinear los procesos de reforma del
cuerpo social.
La esfera pública santafesina
Dado que la prensa y la dictadura colaboraban en la instalación del estado de pánico moral en la
esfera pública, la voz de la primera era, de cierta manera, expresión de la segunda. Éste es el caso
del vespertino El Litoral, que en tanto agente institucional, legitimaba las pautas de dominación
imperantes a partir de la cotidiana reproducción de un conjunto de valores tradicionales vigentes en
la localidad, sobre los cuales existía un consenso que el mismo validaba acríticamente.
Circunstancia que, sin embargo, no era privativa del periodismo santafesino, sino que formaba parte
de un escenario general, como demuestra ÁGUILA.
Más allá de tratarse del único diario editado ininterrumpidamente durante todo el período y con un
alcance mayor al de la ciudad, constituía –y constituye aún hoy, pese a la ampliación de la esfera
comunicacional– el medio de comunicación gráfico hegemónico. Según PISARELLO, ello a partir
de haberse impuesto en dicho ámbito y sobre sus pares, y por ejercer un monopolio en el plano
informativo y de opinión6. A su vez, y en virtud de sus capacidades económicas, de la situación
política imperante y de su estrecha red de relaciones con las élites santafesinas, esto lo convertía en
un actor confiable. En consecuencia, su presencia como medio político caracterizaba un tipo de 5 Discursos del primer mandatario santafesino en la Plazoleta de Los Inmigrantes, óp. cit. Y en la Plaza Soldado Argentino, 10 de diciembre de 1980, página 5.6 Originalmente, la autora introdujo esta noción para el período 1983–1987, denominado de la «ilusión democrática». Pese a ello, resulta altamente provechoso utilizarla para caracterizar la actuación de El Litoral durante el gobierno autoritario que se encuentra bajo análisis.
4
esfera pública oficialmente reconocida –la de la burguesía santafesina– y contribuía a la formación
de una opinión pública en torno a un entramado de relaciones institucionales, empresariales,
culturales y familiares.
Como corolario de lo anterior, el orden local se caracterizaba por un autoritarismo proveniente de
esta opinión formada en la manipulación monopólica de los medios de comunicación. Esta situación
implicaba un ámbito de intercambios discursivos y de acción limitado, tanto en los actores que
podían intervenir, como en los aspectos de la vida social que podían ser objeto de discusión.
No obstante, aún en un momento de acentuado control de los medios, el vespertino no presentó sin
discrepancias unas concepciones congruentes con las de los administradores de la dictadura. Por el
contrario, se convirtió en el espacio dentro del cual se desarrollaban debates sobre los procesos de
reforma urbana, que de ninguna manera fueron siempre en la línea de las pretensiones de los
gobiernos municipal o provincial. Es decir, manifestó sus conflictos y tensiones con éstos al dar
lugar en sus páginas a representaciones alternativas de otros actores, contribuyendo a la difusión y
fomento de algunos de los tantos reclamos y quejas que las disposiciones suscitaban.
Tópicos en torno a la noción de orden
Dentro del arco temporal 1976–19817, en las páginas del periódico local es posible observar la
agenda de temas sobre la ciudad y los cambios que en torno a los mismos se fueron produciendo en
sus opiniones. De esta forma daba continuidad a un marcado interés por las cuestiones urbanísticas
y arquitectónicas que había comenzado a desarrollarse desde el momento mismo de su fundación,
en la primera década del siglo. Entonces, El Litoral se había erigido en vocero idóneo y calificado
para la demanda ciudadana en esta materia, al tiempo que hacía las veces de mediador entre la
población y el poder público.
A principios de 1976, uno de los tópicos más asiduamente tratados en el diario era la inacción de la
gestión constitucional aún en funciones en materia de ordenamiento urbano, especialmente del
microcentro. Por ejemplo, a propósito de la interrupción de las obras de una gran avenida de acceso
que desemboca en esa zona, sostenía que «languidece postergada por el olvido, la indiferencia y las
penurias económicas». Esto demuestra lo que para el periodismo santafesino sucedía con la
localidad en su conjunto, al graficar la parálisis, desidia o desarrollo lento de todos los ámbitos de
actividad oficial. Los lugares comunes al informar sobre la ciudad eran la suciedad, el desorden, la
falta de funcionarios eficaces y, como corolario, la carencia de un gobierno eficiente8. Esto iba en
clara analogía con lo que sostendrían al respecto los gestores de la dictadura.7 El período coincide con una misma gestión al frente del Departamento Ejecutivo Municipal, el cual sería renovado luego de la crisis de legitimidad del régimen militar y pasaría a estar conformado casi exclusivamente por civiles. Más precisamente, por dirigentes de los partidos políticos leales y afines a la dictadura, que completarían el gobierno dictatorial hasta la transición democrática.8 10 de febrero de 1976, página 3.
5
«El pueblo de Santa Fe soportaba una virtual ausencia de gobierno municipal; vacío que, como es
lógico, era llenado por la acción inorgánica de los factores de poder anárquicos y descontrolados,
que se mueven en toda sociedad moderna»9. En los discursos oficiales y en sus habituales reuniones
con el vespertino, el intendente municipal de facto enfatizaba lo improvisado, mediocre y
descuidado de la administración recientemente derrocada. Aún en 1979, «no debemos olvidarnos –
acotó– de los errores y deficiencias hallados cuando nos hicimos cargo». A su turno, el Secretario
de Gobierno asentía: «lo anterior a mí [sic] gestión es historia que será juzgada por los
conciudadanos y por Dios»10. Esto se explica en un marco más general, en que «la difusión de
imágenes y juicios positivos sobre el gobierno y negativas hacia la oposición» pretendía generar
consenso entre la población (LVOVICH, 2006: 42).
Asimismo, a escasos meses de haber asumido las nuevas autoridades, en las columnas de El Litoral
ya se evidenciaba un renovado tono de aliento ante las primeras obras emprendidas en la ciudad con
base en cierta planificación. Así rezaba el titular: «Las proyectadas mejoras en una manzana
céntrica deben extenderse a otras zonas». A pesar lo cual, continuaron realizándose apostillas
críticas o de denuncia acerca de los distintos problemas que hacían a lo urbano, si bien su tono
general fue más apagado y decayeron notoriamente luego del primer año de gestión. En los
subsiguientes, continuaron publicándose muchas menos –aunque extensas– notas de queja, pero
haciéndolo desde los actores y los lugares involucrados en los problemas, en franca empatía con
ellos. De esto daba cuenta el título de una de las mismas: «Carece de infraestructura acorde a sus
necesidades una densa barriada»11.
Progresivamente, se iban instalando en sus páginas una serie de tópicos discursivos que enfatizaban
la noción de orden y la asociaban a la regulación, la planificación, la limpieza y la intervención
razonable en los espacios urbanos. Equivalentes con lo que se había propuesto el régimen y aún
utilizando términos semejantes, el diario sostenía: «A esta altura de los acontecimientos especiales
por cierto en la vida de nuestra ciudad, que, con sus perspectivas actuales, […] van terminando con
su quietismo y con su incomunicación con el resto del país, la ciudad necesita seguir expandiéndose
en todos los planos». Se refería a «una ciudad como la nuestra que está en pleno crecimiento y en
vías de convertirse en una gran urbe edilicia», «que está deseosa de progreso». Ello a partir de haber
asumido como propia la representación de las autoridades dictatoriales en cuanto agentes de un
orden urbano y social deseable, opuesto al abandono y al caos previos, sintetizable en una frase a
9 «Mensaje del intendente municipal al pueblo de la ciudad de Santa Fe» en Boletín Municipal de la Ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz año I nº 2, Imprenta de la Municipalidad de Santa Fe de la Vera Cruz, Santa Fe, 21 de julio de 1976, página 10.10 «A tres años de su gestión: una entrevista con el intendente», 10 de junio de 1979, página 4; conferencia de prensa ofrecida por el citado funcionario con el objetivo de «informar sobre lo que habían hecho, lo que se ha programado hacer y lo mucho que falta por realizar», 4 de septiembre de 1977, 1.a sección, página 4.11 13 de septiembre de 1976, página 3; 21 de abril de 1978, página 4.
6
propósito de la revocación de una medida aplicada sobre una importante calle céntrica: «las cosas
han vuelto a transitar por sus carriles normales»12.
No obstante, aún en 1979 el vespertino continuaba abogando por la gestión autoritaria, puesto que
«han de exprimirse los sesos los funcionarios municipales que procuran organizar, canalizar y
regularizar este estado de cosas». Aunque el primer mandatario recordaba con entusiasmo que «al
ser convocado en marzo del 76 para hacerse cargo de la municipalidad santafesina, manifestó que lo
atrajo el desafío de que [sic] hoy lo sigue atrayendo». Como resultado de este proceso, a principios
de 1981 el diario se permitía aseverar, quizás demasiado tímidamente: «De tanto en tanto, para el
observador más o menos atento, la ciudad ofrece sutiles señales de cambio que venían
reclamándose de largo tiempo atrás. Cosas simples en ocasiones, no tanto en otras»13.
Estas frases, escogidas con amplia arbitrariedad, escritas por ignotos redactores y que podrían
provenir de otro periódico de provincias, en multitud de oportunidades o hacer referencia a
cualquier ciudad, parecen indicar un proceso de cambios. Pero sin duda, expresan un arco en la
interpretación que el medio gráfico hizo del ordenamiento urbano local: del desorden a la
posibilidad de un orden, reforma mediante.
Una estrecha relación
Aquella alineación discursiva entre el medio y los sectores con presencia social, intereses
económicos y opinión política dominantes en la ciudad evidenciada hacia el final de la gestión
constitucional anterior, fue más estrecha con el gobierno provincial y, especialmente, comunal de
facto. Esto se explica porque el vespertino se hacía eco de la idea que obsesionaba a las dominantes
en Santa Fe: «la necesidad de vivir en orden», definida junto a la limpieza como «lo básico». Y ello
no sólo a partir de reconocerse mutuamente en plena coincidencia en la apreciación de
determinados temas, criterios y objetivos, sino porque se representaban a sí mismos como actores
partícipes «del mismo interés común: el bien de la comunidad»14.
En particular, este vínculo era más estrecho con el intendente, quien «estimaba que una reunión con
los periodistas constituía una excelente oportunidad para estrechar vínculos entre el gobierno
municipal y la prensa, a la vez que constituía un cauce feliz par una mayor comprensión entre los
sectores». Por otra parte, debido a «la importancia que para él, como persona y como funcionario,
tienen los medios de difusión especialmente en cuanto a formadores de la opinión del público». De
esta forma, cobró forma una relación dialógica que se plasmó en los periódicos encuentros con
carácter informativo que se sucedieron entre ambos, en los cuales uno detallaba el plan de gobierno
12 18 y 8 de enero de 1977, página 4; 11 de agosto de 1977, página 5; 3 de agosto de 1977, página 4.13 23 de julio de 1979, página 6; «Santa Fe: las realidades de hoy y los anhelos futuros en un diálogo con el intendente Coquet», 4 de mayo de 1979, página 4; 4 de enero de 1981, página 7.14 Palabras del intendente en sendas reuniones con la prensa, 10 y 24 de septiembre de 1976, página 4.
7
que seguiría y el otro lo describía en detalle por el «interés en informar a la población sobre lo que
se viene realizando»15.
A tono con ello, en julio de 1977 se inauguró en dependencias del Palacio Municipal, la Sala de
Periodistas Dr. Marcos Sastre. Fue una forma de colaborar –en este caso, otorgándoles mejores
comodidades– con aquéllos «en su propósito de obtener todo tipo de información que sea de interés
para la comunidad». A la vez, satisfacía el «interés municipal que los actos de gobierno tengan una
justa repercución [sic] en la comunidad»16. En este recinto tuvieron lugar una serie de reuniones, de
las cuales cabe destacar una «que tuvo características de encuentro informal y no de charla
periodística», en la que los entrevistadores se permitieron bromear: «como podrá ver, intendente, el
periodismo local tiene una imagen digna de destacar»17. Luego, como parte de los festejos de fin de
año, la intendencia y la Dirección Municipal de Turismo ofrecieron un agasajo a los reporteros
locales en su sede, con refrigerio y charla. Como queda evidenciado, esta peculiar relación perdió
formalidad con el paso del tiempo, llegando a convertirse en una de carácter prácticamente familiar.
Aquel mismo año, el gobierno comunal difundió en la última edición de El Litoral la «síntesis de
las realizaciones más significativas», probablemente uno de los mejores ejemplos de este estrecho
vínculo. Se trataba de una reseña de la labor comunal realizada durante 1977 profusamente ilustrada
con fotografías, que ocupaba seis páginas completas del periódico. Con la firma del intendente, en
el prólogo constaba que la motivación era «el deseo de que nuestros contribuyentes dispongan de
los elementos de juicio que le permitan evaluar la labor desarrollada», ya que «fieles a los objetivos
que el gobierno de las FFAA [Fuerzas Armadas] se han impuesto, pensamos seguir nuestro camino
hacia las metas de bienestar general que nuestra comunidad santafesina merece»18. De esta forma, la
municipalidad imitaba y completaba el resumen que el gobierno provincial había publicado en el
diario unos días antes, detallando los avances introducidos en los distintos pueblos y comunas, con
la excepción deliberada de la ciudad capital19.
A su turno, desde temprano el vespertino adoptó una clara política de publicidad y promoción de las
acciones emprendidas por el municipio en la ciudad, como expone el copete que sigue: «Con esta
obra de real envergadura, se verá sustancialmente mejorado el servicio eléctrico de nuestra ciudad y
aledaños»20. Una vez finalizadas, las obras solían ser inauguradas con la presencia del mandatario
comunal en compañía de algún miembro de su gabinete, y en muchas ocasiones también de 15 «El intendente municipal agasajó al periodismo», 21 de abril de 1978, página 4; visita del funcionario a El Litoral, «a pocos días de haber asumido […] con el objeto de presentar sus saludos a los directivos del diario», 12 de junio de 1976, página 3; 24 de septiembre de 1976, óp. cit.16 Considerandos del Decreto Nº 00677 del 8 de julio de 1977.17 19 de julio de 1977, página 4.18 31 de diciembre de 1977, página 9.19 Esto a diferencia de la síntesis similar elaborada a fines de 1976, que incluía a Santa Fe en primer lugar. «Por el camino de la fe», 17 de diciembre de 1977, página 6 y subsiguientes. Ocupaba más de 40 carillas y continuaría editándose religiosamente durante los próximos años y en algunos aniversarios del régimen. 20 27 de enero de 1979, página 4.
8
autoridades provinciales. Por parte del diario, esto incluía el anuncio previo del evento y el informe
detallado y con fotográficas el día inmediato posterior. Lo mismo ocurrió con la importante
profusión de actos ceremoniales de homenaje y recordación que tuvo lugar durante estos años.
Por otro lado, esta relación suponía la renovación de una vinculación comercial, en la que la
intendencia se convirtió en un importante cliente del medio gráfico. Esto se plasmó más
evidentemente a partir de 1978, año en que la municipalidad comenzó a colocar importantes
espacios de publicidad –a media página o página completa– con su membrete y logotipo, para
promocionar sus acciones pasadas, presentes o futuras. Dado el caso, incluían el mapa del sector
afectado, el plano del proyecto o diseño arquitectónico a realizar y/o la reproducción de la
ordenanza correspondiente. Una de ellas, muy sugerente, se trataba sólo de una vista de la ciudad
desde el más moderno de sus accesos, titulada «Una ciudad en constante progreso»21.
En esta alineación entre el vespertino y la administración comunal –es decir, entre el discurso
periodístico y el político– el primero se constituyó en el vocero e interlocutor más directo y próximo
de la segunda, lo que le concedió una altísima capacidad de incidencia en la agenda de políticas
públicas locales. Esto se percibe en sus juicios respecto de las medidas adoptadas, en las muestras
de satisfacción ante las decisiones consideradas acertadas y en sus argumentos acerca de los errores
cometidos, todo lo cual resume el siguiente titular: «Una situación superada y otra en cambio que
hay que solucionar». Pero también, en las sugerencias de prioridades y cursos de acción a seguir:
«dentro de las limitaciones económicas que afronta la comuna santafesina, pueden hacerse muchas
cosas que no reclaman millonarias inversiones»22.
En consecuencia, El Litoral se permitía aleccionar a los funcionarios, argumentando por ejemplo
que «poner coto a la lenta depredación, instrumentar un sistema de vigilancia y advertir sobre las
penalidades a que se hacen acreedores quienes destruyan ese acervo común, es ineludible
obligación de las autoridades competentes». Aunque también lo hacía con la población, ya que «es
menester insistir en un punto clave, importante […] Nos referimos a la colaboración indispensable
que deben prestar los vecinos»23.
«Los santafesinos» y los «vecinos»
Dado que el vespertino local se encontraba plenamente imbuido en el proyecto por la «paz social» a
que se hallaban abocadas las autoridades, colaboraba en la definición de los elementos que
produjeran el orden deseable. De la misma manera que las barcelonesas de comienzos del siglo XX,
las santafesinas de fin de siglo distinguían a los «elementos sanos» y a los «subversivos» dentro de
las clases populares, siendo los últimos quienes pondrían en peligro el «bien común». En 21 19 de abril de 1979, 2.a sección, página 16.22 17 de enero de 1977, página 4; 13 de septiembre de 1976, óp. cit.23 26 de septiembre de 1978; 21 de enero de 1977, página 4.
9
consecuencia, el diario marcaba continuamente la diferencia entre los buenos ciudadanos y «los
dañinos que nada saben de belleza» según su acatamiento o no a las reglas, señalando la existencia
de una lógica que también se visibiliza en los discursos oficiales y mediáticos rosarinos24.
Entendía a los primeros como quienes mantenían en condiciones sus domicilios y colaboraban con
el esfuerzo realizado diariamente por la municipalidad para guardar el orden y el respeto hacia los
demás, asumiéndolos dispuestos a aceptar un cambio gradual desde arriba. En cambio, a los otros
los caracterizaba por arremeter –preferentemente de noche y de manera anónima e implacable–
contra el espacio público, para «destruir lo que fue implantado para beneficio de todos». Dada su
«pertinaz desobediencia de las ordenanzas, claras y concretas que están en vigencia», eran
responsables de conducir al desprestigio de la ciudad. Más aún, «de este accionar medianamente
clandestino» parecían deducirse todos los problemas sociales, los conflictos e ideas que
amenazaban los valores del trabajo y el hogar, la estabilidad social, el modelo económico instalado,
los tradicionales principios occidentales, cristianos y nacionales, el orden futuro mismo25.
Puesto que expresaba la cultura del control social, en un tono muy crítico y en ocasiones
acompañado de una fotografía que mostraba el mal comportamiento, El Litoral intentaba llamar la
atención de esos sujetos. Inclusive, si el caso lo ameritaba, incluía un llamado a los inspectores
municipales a actuar con severidad y a elaborar las boletas de infracción correspondientes o los
defendía de los improperios que les dirigía la vecindad afectada por las medidas, al considerarlo un
personal muy activo pero insuficiente ante la expansión urbana. Así, apelando a que se ocuparan del
cuidado de la ciudad, pretendía instar a los primeros a imitar el ejemplo de los habitantes modélicos.
Al tiempo que alentaba a éstos a denunciar y detener «la mano siempre destructora de los
inadaptados» ya que «lamentablemente, no hay otra forma de poner coto»26. Al igual que en la
capital catalana, invocaba «la unidad de los ‹ciudadanos de buena voluntad› y los ‹amantes del
orden› frente a la amenaza de la ‹otra› ciudad, la ‹peligrosa›» (EALHAM, 2005: 57).
A pesar de «la crónica indisciplina de la mayoría», se podían rescatar algunas buenas actitudes de
este colectivo, que no constituía un individuo aislado, sino que formaba parte de una comunidad
organizada: «cabe señalar que los ‹depredadores de siempre›, al parecer se han visto superados por
la responsabilidad que compete a cada uno». Este derecho que se arrogaba el periódico para
dirigirse a los habitantes de la ciudad, encontraba su justificativo en el hecho de tener en sus manos
la representación de «los santafesinos», de quienes se había erigido en portavoz no autorizado. En
24 26 de octubre de 1976, página 4. «Esa estructura binaria construida desde los discursos oficiales se reproduce y difunde en otros espacios a la vez que impregna las prácticas enunciativas respecto de otras temáticas. Así, los diarios de la ciudad construyeron su discurso también desde una lógica binaria que permeó las interpretaciones sobre la realidad social y que ayudaron en el proceso de legitimidad que se estructuraba respecto de la dictadura impuesta en marzo de 1976» (LUCIANI, 2007: 5).25 26 de septiembre de 1978; 21 de enero de 1977; 26 de septiembre de 1978, óp. cit.26 1 de agosto de 1976, página 6; 26 de abril de 1976, página 5.
10
virtud de lo cual, por momentos veía reflejarse fielmente en sus páginas todos los problemas y
preocupaciones que los inquietaban, además de sus temas de interés. Para ello recurría a la tercera
persona del plural, asumiendo que la opinión publicada era la opinión pública (BONAUDO): «no
podemos echarle culpas a nadie siendo preciso que reflexionemos ante nuestras propias
enfermedades sociales»27.
En otras ocasiones, una prudente distancia de este colectivo de «vecinos» distinto de sí mismo lo
mantenía a resguardo y le permitía adoptar un tono paterno. Dirigiéndose a ellos desde ese lugar de
poder, los reprendía o educaba haciendo amplio uso del modo imperativo, a veces velado por una
actitud conciliatoria: «todo el esfuerzo del personal comunal, no podría concretarse en esta realidad
actual, si la conducta de la población no aportara lo suyo». De ello también son ejemplo las
habituales transcripciones completas que hacía el diario de las ordenanzas más relevantes
promulgadas por el ejecutivo municipal, ya que «su contenido impone la necesidad de una amplia
difusión para conocimiento de la población». Así como las posteriores repeticiones de algunos de
sus artículos, puesto que «las normas no son nuevas, pero la necesidad, la urgencia o la simple
indolencia y comodidad de muchos, exige que de tanto en tanto se refresquen conceptos para evitar
la segura sanción»28.
«Desde una perspectiva tutelar que conlleva incluso a digitar para ellos una agenda de tópicos a
discutir», se los imaginaba como un público–pueblo: «receptor pasivo de opiniones, valores, pautas
de comportamiento» concebidos por las élites a las que el medio gráfico pertenecía. Por lo tanto, era
considerado incapaz de convertirse en un agente de opinión (BONAUDO, 2005: 77 y 93)29. Sin
embargo, esta construcción no era privativa del vespertino, sino que reproducía en el campo
periodístico, la visión que circulaba en los ámbitos social y moral. En consecuencia, es factible
verificar discursivamente distintos actores coexistentes: la intendencia asumía un «nosotros»
fuertemente inclusivo para referir a su rol en el diseño y concreción de las acciones de gobierno,
englobando al gobierno de las Fuerzas Armadas en su conjunto. Por su parte, el periódico también
lo usaba para hacer referencia a su propia posición en tanto medio informativo o para expresarse
como vocero de «los santafesinos». De un momento a otro, éstos pasaban a ser «ellos», los
«vecinos» por quienes trabajaban tanto la municipalidad como El Litoral.
Así, entre las voces del poder político y del económico–mediático, los pobladores aparecían como
una masa indiferenciada por la que se hablaba y a la que se interpretaba, constituyéndolos en los
sujetos del pánico moral para quienes se emprendían las reformas de la ciudad y del cuerpo social.
27 7 de febrero de 1977; 5 de noviembre de 1977; 3 de abril de 1976, página 4.28 5 de noviembre de 1977, óp. cit.; 5 de diciembre de 1977, página 10; 13 de julio de 1977, página 7.29 La recuperación de estos conceptos, propuestos inicialmente para describir el papel de la prensa rosarina a fines del siglo XIX y comienzos del siguiente, advierte –y confirma a la vez– acerca del desarrollo interrumpido que sufrieron las esferas públicas argentinas y la retracción que para ellas supusieron las experiencias dictatoriales.
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