cuentos para el andén nº38
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metroligero [33]
brevemente [25]
Relatos en cadena
dindondin [28]
entrecocheyandén [30]
Niña, Michelle Erazo
andéndos [9]
El carnicero, Alejandro Moreno Romero
elmuro [3]
decamino [29]
cuentoscomochurros [20]
lapuertadelanevera [22]
junio2015nº38
andénuno [5]
Un pasajero bebé, Bram Stoker
Crece con buena salud la recién creada Sinopsis: nuestros lectores traen
propuestas para títulos imaginarios tan sugerentes como Los banqueros o
La huida.
diccionariodesaturno [23]
sinopsis [24]
Edita: Grupo Andén C/ Feijoo, 6 - 4ºA - 28010 Madrid | edicion@grupoanden.com | www.grupoanden.com
Comité editorial: Alejandro Moreno, Víctor García Antón, Leticia Esteban | Editora: Natalia Muñoz.
Asesores de contenidos: Sergi Bellver, Juan Carlos Márquez, Kike Cherta, Juan Martini (Buenos Aires, Argentina)
y Mónica Pano (Argentina)
Publicidad: edicion@grupoanden.com | Diseño: www.jastenfrojen.com
Ilustración: Coordinación: www.leticiaestebanilustracion.com
Ilustración portada e interior: © Marta Magenta | http://www.martamagenta.com
nove
dade
s
Con la colaboración de:
andéntres [15]
Una cosita así, Liliana Silva
3
Este número comprobamos cómo el creador de Drácula,
Bram Stoker, también trabajaba el relato breve abando-
nando el género fantástico para adentrarse en escenas
mucho más mundanas, además encontraremos la histo-
ria de un carnicero que lo lleva muy a gala, de la mano
de Alejandro Moreno Romero, y nos estremeceremos
con Una cosita así, que viene de Buenos Aires en el texto
de Liliana Silva, también descubriremos obras de arte que
se pintan sobre la piel de un maniquí. Y más cosas. No te
quitamos más tiempo, esperamos que lo disfrutes.
Cuentos para el andén
@cuentosanden
lector@grupoanden.com
www.grupoanden.com
Te escuchamos:
elmuro
Finalistas:
Respirar, Raquel González. Madrid (España)
Sin título, Adolfo Ruiz .
Boadilla del Monte (España)
Silencio, Alberto Velasco. Madrid (España)
Tema: El sonido del silencio Ganador: Conversando con su amarga soledad, Joan Otero. Tortosa (España)
Concurso de fotografía Participa enviando tus fotos a lector@grupoanden.comConsulta las bases y mira las fotos en Facebook y grupoanden.comTema del próximo concurso: Barreras
andénuno
5
UNA noche nos hallábamos viajando al oeste de las Rocosas
en un tren nocturno que amenazaba con hacernos saltar los
dientes cada vez que se alteraba el deslizamiento del coche cama
sobre la vía.
Viajar por esa parte del mundo, desde luego en los tiempos
a que me refiero, resultaba bastante duro. Los viajeros eran casi
siempre hombres, todos agotados por el trabajo, todos muy irri-
tables e intolerantes con cualquier incidente que interfiriese en
el tiempo dedicado al descanso y menoscabase sus energías.
Cuando se viajaba de noche las camas de las literas se hacían
muy pronto y, como los trenes nocturnos estaban integrados
en su totalidad por coches cama, lo único que uno podía hacer
era acostarse enseguida y dejar transcurrir el tiempo durmien-
do. Esa medida le convenía a todo el mundo, pues la mayoría
de los pasajeros solían estar extenuados por el trabajo diario. Es
de comprender que en tales circunstancias las mujeres y los
niños pudiesen constituir elementos perturbadores. Afortuna-
damente, era raro que viajasen de noche y las mujeres, además,
con esa consideración hacia las necesidades de los hombres de
su familia que siempre he percibido en las trabajadoras nortea-
mericanas, solían dedicarse a mantener a los críos en silencio.
El tiempo era inclemente y los estornudos y las toses estaban
a la orden del día. A los ocupantes de las literas, todos hombres,
ese barullo les provocaba cierta irritación, y más aún porque la
mayoría de ellos participaba en el coro general de ruidos, que
sonaban amortiguados por edredones y cortinas, de modo que
era imposible localizar a ningún culpable específico de la profa-
nación colectiva. Al cabo de un rato, sin embargo, los diversos
cambios de postura, a medida que nos reclinábamos o tumbába-
Un pasajero bebéBram Stoker
6
andénuno
mos, fueron produciendo un cierto efecto sedante y nuevos ron-
quidos esporádicos empezaron a alterar la monotonía de la exas-
perante situación. En un momento concreto el tren se detuvo en
una estación intermedia; a continuación, se dedicó un buen rato
a maniobrar hacia atrás y hacia delante, creando esa incertidum-
bre sobre el momento exacto en que se producirá la próxima
sacudida, que tiene un efecto tan particularmente molesto cuan-
do el sueño es deficiente. Entonces entraron en el compartimen-
to dos nuevos pasajeros: un hombre y un bebé. El crío era muy
pequeño, lo bastante pequeño como para mostrar una osada e
intransigente ignorancia de todas las normas y reglamentos que
rigen el interés común. Sólo se preocupaba por su bienestar y,
como estaba frenético y dotado de unos pulmones excepcional-
mente poderosos, su mera presencia en aquel estado emocional,
aunque la causa que lo provocaba constituyera un misterio, se
puso de relieve al instante. Cesaron los ronquidos y en su lugar se
escucharon amortiguados gruñidos y quejas; las toses parecieron
aumentar con renovada exasperación y por todos lados se alza-
ba el rumor de una humanidad incómoda e impotente. Algunos
pasajeros corrieron las cortinas con violencia haciendo chirriar
bruscamente las arandelas sobre las varillas de metal y, con los
ojos centelleantes y los labios fruncidos, fulminaron con una
mirada salvaje al intruso que perturbaba nuestra tranquilidad,
pues así habíamos llegado a considerar la situación previa en
comparación con la actual. El recién llegado parecía no ser cons-
ciente de nada y siguió intentado calmar a la criatura con una
actitud impasible, cambiándola de brazo, moviéndola de arriba
abajo o meciéndola de un lado a otro.
Todos los críos son maliciosos, y la perversidad natural del
hombre (tal como fue engendrada por la maldición original)
parece alcanzar su máxima potencia en la peculiar manera en la
que ellos exteriorizan sus sentimientos.
Aquel bebé era un buen ejemplar típico de su clase. Parecía
carecer de consideración alguna, de respeto a los padres, de afec-
tividad natural y de cualquier posible mesura en la virulenta
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andénuno
manifestación de su rabia. Chillaba, rugía, berreaba, bramaba. Las
nociones primordiales de obscenidad, profanación y blasfemia se
entremezclaban en sus berridos. Golpeaba a su padre en la cara
con el puño cerrado, le clavaba en los ojos sus dedos crispados y
usaba la cabeza como un instrumento propulsor para embestir-
lo. Pataleaba, luchaba, se retorcía, se encogía y giraba sobre sí
mismo con sinuosas convulsiones, hasta el extremo de que su
frenéticos ejercicios vocales y musculares provocaban por
momentos que se le ennegreciera la cara. Durante todo ese tiem-
po el imperturbable padre estuvo procurando calmar a la criatu-
ra a base de cambiarla continuamente de postura y susurrarle fra-
ses como: "¡Anda ya, cielo mío!". "¡Chis! Tranquila, pequeña".
"¡Descansa, cariño, descansa!". Era un hombre alto, desgarbado y
anguloso, que irradiaba paciencia y tenía las manos grandes y
ásperas, y unos pies enormes que movía sin cesar mientras habla-
ba; de manera que, tanto el padre como la cría, daban la impre-
sión de estar sumamente nerviosos.
La situación parecía ejercer una especie de hechizo sobre la
mayoría de los hombres del vagón. Las cortinas abiertas de las
literas dejaban entrever un montón de cabezas, que se asoma-
ban todas con el entrecejo fruncido. Yo me reí entre dientes
intentando disimular mi esparcimiento, no fuera a ser que se
me aguase la fiesta. Durante un buen rato nadie protestó hasta
que, por fin, un individuo moreno de mirada salvaje y larga
barba, que recordaba a un hermano mormón, dijo:
—Oiga, maestro, ¿qué clase de pieza aulladora lleva ahí? ¡Eh,
colegas! ¿Es que nadie tiene una pistola?
Desde las literas llegó un moderado coro de aquiescencia:
—¡Esa maldita cosa tendría que morir!
—¡Ni los perros de la pradera aullando a la luna llena lo podrí-
an superar!
—Al despertarme con esos aullidos creí que los tenía encima
otra vez.
—No importa, tíos, puede que sea una bendición disimulada.
Algo malo nos va a ocurrir en este viaje, pero después de esto:
9
andénuno
¡Morir estará chupado!
Entonces habló el hombre:
—¡Perdonen, señores, si la niña los está molestando!
Sus palabras sonaron tan fuera de lugar que desencadenaron
un clamor de risotadas que pareció sacudir el vagón. Al oeste del
estado Mississippi las cosas son o, en todo caso, solían ser un
poco primitivas, y las ideas no se quedaban atrás. Las carcajadas
sonaban rudas y groseras, y en esta ocasión hasta el hombre des-
garbado pareció percibirlo. Pero su única reacción fue estrechar
aún más a la criatura contra su pecho, como para protegerla de
la avalancha de irónicas chanzas que vino a continuación.
—¿Molestarnos? ¡Oh, no, en absoluto! Es el mejor certamen
de delicados sonidos que he oído en mi vida.
—¡Vivan los jarabes para bebés!
—Por favor, no perturbemos su concierto con nuestro sueño.
—¡Deléitenos con un poco más de esa dulce cháchara!
—Ningún sitio como el propio hogar con una criatura en él.
Justo enfrente del hombre que se movía nerviosamente con
la criatura, estaba la litera de un joven gigantesco a quien yo
había visto meterse en el sobre por la tarde. Parecía no haber
advertido el alboroto hasta entonces, pero de repente descorrió
las cortinas con violencia y, asomándose apoyado en un codo, le
preguntó al hombre en tono airado:
—Dígame, ¿dónde está la madre?
El tipo le contestó sin volverse, en una voz baja y exhausta:
—¡En el vagón de mercancías, señor… en su ataúd!
El silencio que embargó a todos los pasajeros fue sobrecoge-
dor. Tanto los gritos del bebé como los rugidos, bramidos y tra-
queteos del tren sonaron de pronto como aberrantes violadores
del profundo silencio. El joven, ataviado sólo con el calzoncillo, se
plantó al instante en el suelo junto al hombre.
—Mire, forastero —le dijo—, ¡si lo hubiera sabido me habría
mordido la lengua antes de hablar! Y ahora que lo observo, mi
pobre amigo, ¡veo que está completamente agotado! Ande,
deme a la niña y métase usted en mi litera y descanse. ¡No! No
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andénuno
tema nada —añadió al ver que el padre se apartaba un poco y
abrazaba a la criatura con más fuerza—. Pertenezco a una familia
muy numerosa y estoy acostumbrado a cuidar niños. Démela a
mí, yo me ocuparé de ella; y ya le diré luego al revisor que lo avise
cuando lleguemos a su estación.
Extendió sus enormes manos y cogió a la pequeña, que el
padre le entregó sin decir nada. Él la sostuvo con un brazo mien-
tras con el otro ayudaba al hombre a meterse en su litera.
Aunque parezca extraño, la niña no volvió a enrabietarse.
Pudo ser porque el cálido cuerpo del joven le recordaba el calor
y la suavidad del pecho de su madre, a quien sin duda extrañaba,
o porque la serenidad de aquel desconocido la calmara mientras
que al agotamiento nervioso del angustiado padre sólo había
conseguido irritarla, pero la pequeña reclinó la cabeza sobre el
hombro del joven con un apacible suspiro y al instante pareció
quedarse profundamente dormida.
Y toda la noche, arriba y abajo, abajo y arriba, suavemente
marchaba el gigantesco joven en calzoncillos y calcetines, con el
bebé dormido contra su pecho mientras que en su litera el
exhausto padre, golpeado por la tragedia, dormía… y olvidaba. Y
de alguna manera pensé que si bien el cuerpo de la madre yacía
en el vagón de mercancías en el otro extremo del tren, su alma
no podía andar muy lejos.
tw Del libro: Bram Stoker, Cuentos inéditos. Ediciones del viento, 2013.Bram Stoker (Clontarf,1847 - Londres, 1912). En 2012 la editorial Palgrave Macmillan publicó unacolección de escritos inéditos del autor, un año después, Ediciones del Viento rescataba de dichaedición siete relatos inéditos que ofrecía en primicia en su versión traducida al castellano.
11
andéndos
VICENTE es carnicero de oficio y lo lleva
muy a gala. Cuando tiene que hacer algu-
na gestión y le preguntan: "¿Profesión?",
siempre responde: "Profesión, ninguna; oficio.
Yo soy carnicero de oficio". Vicente tiene muy
claro lo que es cada cosa: las gentes de profe-
sión se mueren por ir de traje y corbata, y para
entender lo que hablan hay que fijarse mucho;
a las gentes de oficio, maldita la falta que les
hacen la corbata ni el traje y le dicen al pan, pan
y al vino, vino.
El padre, el abuelo y el bis-
abuelo de Vicente fueron
todos carniceros de oficio.
De antes, no se acuerda
porque al más viejo que
conoció fue a su bisabuelo,
que duró más de cien años y
tenía una hermosa voz de
bajo con la que le contaba
historias de la guerra de Cuba
y de paso, aprovechaba para
mentarle la madre al general
Weyler.
Ni su padre ni su abuelo le
dejaron a Vicente más herencia
que el oficio bien aprendido. En
El carniceroAlejandro Moreno Romero
12
andéndos
cambio, su bisabuelo, lo que son las cosas, le encomen-
dó, como un precioso legado, un exquisito amor a los
animales.
"Vicentín, hijo -le decía su bisabuelo-, los animales
son como hermanos nuestros, más que hermanos, por-
que nos dan de comer y sus carnes y sus entresijos se
convierten luego en los nuestros, así que, bien mirado,
son como nuestra madre, sólo que de otra manera y por
la fuerza. A los animales hay que estarles muy agradeci-
dos por lo que hacen por nosotros. Nunca hagas sufrir a
un animal por gusto, hijo, mira que eso es de gente de
mala ralea".
Vicente no lo entendía todo pero aún lleva muy den-
tro lo de la gratitud y lo de evitarles sufrimientos a las
reses. Cada día, cuando abre el frigorífico les pide per-
dón a los costillares, a los redondos y a los solomillos por
si alguien los hizo sufrir, en vida, más de lo necesario.
Cuando Vicente corta la carne, lo hace con el respetuo-
so mimo con que se debe tratar a los muy ancianos y a
los recién nacidos. Y hasta los cuchillos los tiene afilados
como navajas barberas para que su trabajo sea rápido y
limpio como un arroyo de montaña.
Lo peor es cuando toca matadero. Vicente no odia
los mataderos porque no sabe, pero se le rajan los áni-
mos cuando ve lo que ve y escucha lo que escucha. El
día que toca matadero, Vicente se entrega al único exce-
so que conoce: se compra un par de botellas de rioja y
se lía a beber hasta que acaba borracho como una cuba.
Todos los días de matadero, Vicente observa muy
escrupulosamente el mismo rito: Vuelve a la tienda,
guarda la mercancía en el frigorífico, echa el cierre, se
ducha, se cambia de ropa y se compra sus dos botellas
de rioja. Después se va a la avenida de plátanos del par-
13
andéndos
tw Del libro: La tripa de Jorge. Ed. Huerga&Fierro, 2015.Alejandro Moreno Romero (Lucena, Córdoba, 1941) Poeta, Narrador, Abogado, Informáti-co. Escribe poesía desde 1961. Miembro fundador de la Asociación Prometeo de Poesía.Desde mediados los años 90 se dedica a la narrativa. En Poesía obtuvo, entre otros, lospremios Antonio Machado, Reina Amalia, Rilke, Dama de Elche y Ateneo Jovellanos. Ennarrativa obtuvo el Premio de Relato Lope García de Salazar.
que, que suele estar sola los días de diario, se sienta en
el primer banco y empieza a beber. Cuando lleva como
media botella y la calle empieza a hacerle súbitos gui-
ños, se levanta y sigue bebiendo en el banco próximo y
mientras tanto, va cantándoles nanas a los cabritos y a
los corderos lechales que dejó en el frigorífico.
Cuando ya no puede más, se tumba en el banco
donde le entra la modorra. Al despertar, sigue bebiendo
y sesteando, de banco en banco, a lo largo de la aveni-
da, hasta que se le acaba el vino. Entonces se echa a dor-
mir y cuando vuelve a estar en sus cabales, se sienta, se
tira media hora llorando, le reza un padrenuestro a su bis-
abuelo y se va a su casa.
Al día siguiente está como nuevo.
15
andéntres
SACAME de adelante a esa nena, dijo un día Carlos
Andrade, cuando el Viejo agarró del hombro a Catalina
y la paró entre los dos. Andrade hacía tiempo que le
había echado el ojo a la mocosa, menudita, desgreñada
y tosca, pero no se iba a manchar por una cosita así. Pero
el Viejo sabía cuándo un tipo se alzaba con alguien, no
de balde llevaba como treinta años trabajando entre las
putas, y le vio al otro la chispa del deseo saltando entre
los ojos. Catalina pasó esa tarde en el rincón, sentada
entre los bolsos de los petroleros, jugando con un gati-
to blanco que se había colado como ella, nadie enten-
día cómo. El Viejo y Andrade hablaron largo rato mien-
tras la Zule les cebaba mate y en la tele el noticiero no
tenía fin. Cada tanto el visitante miraba a la nena y la
chispa se volvía a encender. El Viejo pensó te tengo aga-
rrado Andrade, ya sé como manejarte. Cuando se fue
era noche, la música sonaba fuerte y todas las chicas del
local estaban arregladas, esperando a los clientes.
Catalina se había dormido tirada en el piso.
Andrade discutió una mañana con el jefe por unas
minucias de escobas y trapos de piso y fue relocalizado
en un puesto de la cordillera, donde solo los gendarmes
se veían pasar. El Viejo se quedó sin ladero para conver-
sar por las tardes porque hacía ya mucho tiempo que
nadie le prestaba atención, creídos como estaban que
ese mugriento vejestorio no podía ser el fiolo del pute-
río. Entonces se fue callando cada vez más. La miraba a
Una cosita asíLiliana Silva
16
la Zule y ella sabía lo que tenía que hacer, daba las órde-
nes, cobraba a los clientes y pagaba las cuotas mientras
el Viejo cabeceaba malamente sus siestitas en el fondo
del local. A Catalina nadie la miraba, salvo Encarnación,
la china que limpiaba las piezas de la pensión, las aulas
del colegio y la casa de Andrade. Desde que su patrón
había sido trasladado, ella se manejaba en la casa como
si fuera propia, abriendo las ventanas de mañana, venti-
lando, plumereando y cerrando nuevamente al caer el
sol. Sabía que Don Carlos volvería. Y volvió.
Al jefe lo agarraron con unos cuantos asuntos turbios
entre las manos, lo mandaron a Buenos Aires a dar expli-
caciones y reubicaron a Andrade en su puesto original.
Cuando el Viejo se enteró, radiante y emocionado,
pensó en el amigo y se acordó de la nena. La buscó por
todos lados porque hacía rato que le había perdido el
rastro entre tantas mujeres y la encontró en el patio de
atrás, sentada en unos cascotes expulgando a la gata. La
hizo bañar, perfumar y pintar como una grande y se la
mandó a Andrade con un papelito que decía "Para uste,
mi amigo. Que la disfrute". Catalina salió a la calle por pri-
mera vez en muchos años y miró todo asustada. El Viejo
la empujó un poquito y la aventó con las manos como
si quisiera sacarse un montón de malos espíritus del
cuerpo. Después se sentó en el salón, a esperar.
Cuando Andrade llegó al puterío, dos días después, a
tomar unos mates con el Viejo, la Zule lo miró como a
un chico que hociqueó la torta. Lo midió, le sonrió y le
hizo el gesto silencioso que indicaba que lo esperaban
en el fondo. El Viejo estaba sentado en su rincón, con
una sonrisa desdentada y turbia que le llamó la atención
al gendarme. Pero como en esos pueblos nada se
puede ocultar, pensó que el Viejo se había enterado de
su ascenso y por eso le reía pícaro. Apretón de manos,
andéntres
17
andéntres
frases de bienvenida y agradecimiento y después, el
silencio obligado de los primeros mates. Solo se oían la
tele en su perpetuo noticiero y las chancletas chillonas
de la Zule en su ir y venir a la cocina. Hablaron de pava-
das un rato y cuando Andrade estaba por irse, parado y
extendiendo su mano al otro para saludarlo, el Viejo no
pudo más y le preguntó: ¿Le gustó la mocosa, amigo?
Se la guardé para usté.
Enojado y sin entender nada, salió para su casa. La
mocosa le había picado desde el primer día, cuando ni
tetitas tenía, y había luchado con las ganas un montón
de tiempo. Era demasiado chica para enredarse y más
todavía en ese pueblo de chusmas. Pero la nena lo había
atormentado en la cordillera, por más que las chilenas
de Victoria se esmeraron en sacarle las ganas y había
pensado en ella al regreso, en cuánto habría crecido y si
ya tendría altura como para soportarlo en la cama. Y
encima el Viejo le dice que se la mandó de regalo, pei-
nada y con moño, a su casa, para que él la disfrute. Pero
en su casa no había nadie. Si hasta la china Encarnación
no había aparecido a saludarlo, a decirle patrón, le man-
tuve la casa limpita y ventilada, como a usté le gusta. Y
ahí cayó. Había un cartel en la heladera con la letra tor-
tuosa de Encarnación que él ni se preocupó en leer,
pensando en algún reclamo, cosas para comprar o lam-
paritas rotas. Entró como tromba y arrancó el papel de
la heladera, haciendo volar el imán más allá de la mesa.
Le costó entender porque a la letra enredada y chueca
y la ortografía ausente, había que sumarle las lágrimas
que habían encogido el papel. La china le pedía perdón
por abandonarlo así, en un de repente, y que perdón ni
que carajos, pensó Andrade leyendo el papel sucio. Él
había sido bueno con la china, la había sacado del pute-
río y le había dado trabajo, nunca la había tocado ni en
andéntres
18
tw Relato inédito (integrando un libro en gestación que se llamará Globalizados).Liliana Silva. Escritora, narradora oral, docente e investigadora argentina. Autora de MujeresDesnudas, Tierra Soñada, El Sol, la Luna y los Eclipses, Argentinos, Curva peligrosa y coautoradel ensayo histórico Perón; cuándo y dónde nació. Integrante, por 20 años, del programa deradio Las Noches y los Cuentos.
pensamientos, por la historia aquella de los tíos vendién-
dola por dos cajas de cigarros y le confiaba la casa y el uni-
forme. Pero eso no le daba derecho. La nena era para él
desde un principio, lo sabían el Viejo, la Zule y todas las
chicas del puterío. Solo tenía que esperar a que creciera
un poco, nada más. La china no tenía derecho. Él la había
respetado, siempre. Y quería recibir lo mismo. Si ella no
quería ser puta estaba en su derecho, como él en el suyo,
de comerse una cosita así de tierna, una vez en la vida.
20
cuentoscomochurros
BUSCAS a tu madre por la casa. Has venido
de visita. Has abierto con tus llaves. Encuentras a
tu madre en su dormitorio, sentada al borde la
cama y casi a oscuras, con la mirada ensimisma-
da en los visillos, como si le faltara decisión para
descolgarlos y echarlos a lavar. Te sientas a su
lado. Tu madre es una mujer dulce. Tiene los
ojos vivos, muy vivos. Mirando los ojos de tu
madre se te ocurre que es feliz. Mantiene la
mirada enredada en los visillos. Sus puños des-
cansan en el regazo. Cubres sus puños con tu
mano grande para darles calor. ¿Estás bien,
madre?, le dices, ¿quieres que te traiga alguna
cosa?
—Quiero que se muera tu padre -te dice.
Los puños de tu madre como pajarillos.
Tienes que cubrirlos para darles calor. Debió ser
una niña alegre, tu madre, con esos ojos tan
vivos, tan radiantes. Te la imaginas jugando al
escondite entre las viñas, bailando alrededor de
la hoguera después de cosechar. Tu madre es
una mujer guapa. Ahora es mayor y tiene el
cuerpo redondo. Observas la habitación, la
cama hecha, los armarios organizados, las cosas
en su sitio. Viendo la casa de tu madre se te ocu-
rre que tiene lo necesario para ser feliz. Te levan-
tas para ir a la cocina. Vas a traer un vaso de agua
a tu madre porque igual lo que tiene es sed.
FE DE ERRATAS: En la sección Cuentos como Churros del nº 37 aparecía como autor de la foto
seleccionada Carlos Rivero, cuando era en realidad Rosa María García.
21
cuentoscomochurros
Sedtw Colaboración mensual con Cuentos como Churros: ellos eligen una de las cuatro foto-grafías seleccionadas de El muro y cocinan con ella un rico churro que publicamos aquí. Lafotografía es de Joan Otero, ganador de nuestro Concurso de Fotografía de este mes.
José M. IarussiEn el freezer puse lascadenas que te apresabanpor si un día te cansas de
la libertad.
Sandra
Las cadenas son las
únicas cosas que valen
más cuando están
rotas.
EstelaEl trastero se ha convertidoen mi segunda casa. La pri-mera está desierta y en
ésta falto solo yo.
Elena Q.
El mejor remedio
contra la vida
es vivirla.
#Fer TapiaViva, sienta:
santo remedio.
Remedio
Lorezno
Esta nevera es un
trastero fresquito: he
salido a hacer compra.
http://www.letracero.com.ar/
http://desiertosyjardines.blogspot.com.es/
Déjale una nota al mundo en La puerta de la nevera: www.grupoanden.com
TTrraasstteerroo
CCaaddeennaass
22
lapuertadelanevera
INTERNET
1. Paradoja que facilit
a la comunicación
destruyéndola.
Sandra. http://d
esiertosyjardines.blogspot.com.es/
2. Maraña inform
ativa en la que nos a
dentramos
para comunicarnos y de la que ya no sa
limos s
i
no es incomunicados. Maribel Rodríguez
VACACIONES
1. Orgasmo del p
eriodo laboral.
Antonio. http://e
lpaseodelcancerbero.blogspot.com.es/
2. Paréntesis exclamativ
o. Rosi García
http://d
ibujandounpensamiento.blogspot.com.es/
ANTIGÜEDAD
1. Posos del ti
empo.
A. http://e
lpaseodelcancerbero.blogspot.com.es/
2. El horizonte del ti
empo.
Chelo Cadavid. .http://p
erseida.blog.co.uk/
Una nueva civilización está empezando de cero en
Saturno, aún no tienen claros algunos conceptos,
¿les echas una mano con el diccionario?
Participa en www.grupoanden.com
2
3
1
23
diccionariodesaturno
Tenemos el título del próximo éxito editorial, nos falta la
sinopsis ¿nos ayudas? Participa en www.grupoanden.com 24
sinopsis
«Pánico en las calles»
Una inesperada caída del sistema bancario mundial ha provocado
bancarrota en países poderosos, los multimillonarios pelean por
migajas de pan… y un par de chicas socialités se niegan a perder su
vida de lujos con la única moneda valida en todos lados: maní. Una
divertida comedia con un final inesperado.
Marco García
«La huida»
Atascadas las puertas giratorias, los diputados corren como locas
cucarachas intentando escapar. Un sinfín de aventuras y situaciones
cómicas en el congreso nos harán disfrutar, sorprendiéndonos con
un final inesperado.
¿Tendrá suficiente batería la tablet de Celia? ¿Encontrará Soria el
meridiano de Greenwich? ¿Jugarán a las cartas sin sobres?
Rosi García http://dibujandounpensamiento.blogspot.com.es/
«Los banqueros»
Un intrépido grupo de muchachitos trata de hacerse con el control
mental de toda una nación mediante un sofisticado procedimiento
de lavado de cerebro inducido, que se transmite a través de medios
de difusión. Por suerte fracasan en su intento. Por desgracia deciden
seguir vendiendo hipotecas, con similares resultados.
Arcadio
Un día de mayo de 1615Semana 30 de concurso: 1 de junio de 2015Ganadora: Chelo Sierra López
—La Inquisición no tardará en llegar -dijo alarmado
por el estruendo de los cascos de los caballos, el chirri-
do de las ruedas de los carros y los gritos que se oían
cada vez más cerca. Maldijo una y mil veces la locura de
su hija, empecinada en hacer creer a todo el mundo
que poseía la pócima de la inmortalidad, y se apresuró
a abrir la tapa de una tinaja vacía de las que solía usar
para almacenar el vino-. Rápido, aquí, escóndete.
Magdalena obedeció y permaneció quieta y callada
hasta que, cuatrocientos años después, salió, sigilosa, a
estirar las piernas.
VigiliaSemana 31 de concurso: 8 de junio de 2015Ganador: Álvaro Botija Ibáñez
Salió, sigilosa, a estirar las piernas, como cada noche.
Pasó junto a la garita donde el guardia roncaba a pier-
na suelta, envuelto en el grueso abrigo del uniforme de
invierno. Sonreí al verla entrar y robarle con suma tran-
quilidad un cigarrillo del paquete de tabaco. Después
atravesó la alambrada por ese hueco que había corta-
do semanas antes y que aún no habían descubierto y
se sentó bajo aquel árbol desde el que siempre obser-
vaba el estrellado cielo. Quité el vaho de la lente y volví
a efocar su figura uniformada en la mirilla del rifle.
junio
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brevemente
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brevemente
tw Relatos finalistas de junio de 2015 del concurso Relatos en Cadena, organizado porla Cadena SER y Escuela de Escritores. Puedes leer todos los seleccionados enwww.escueladeescritores.com o www.cadenaser.com.
InfiltradoSemana 32 de concurso: 15 de junio de 2015Ganador: José Francisco Manso Llorente
Volví a enfocar su figura uniformada en la mirilla del
rifle.
Daba saltos y movía los brazos ostensiblemente
sobre la cabeza.
Por tercera vez, bajé el arma. Aunque fuera a lo
lejos, debería verlo a simple vista.
—¿Novedades cabo?- Era la voz de mi sargento.
—Hay un individuo enemigo, haciendo señas por
allí. Pero por algún motivo después se oculta.
Tomó sus prismáticos y miró atentamente sin éxito.
—Apunte con mi rifle sargento- y le pasé el arma.
El sargento quiso ajustar el objetivo y me miró
boquiabierto mientras me mostraba aquel ser diminu-
to que golpeaba la lente desde el otro lado.
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dindondin
XVI Certamen de pintura en directo Rafael Boti Domingo 5 de julio
Torrelodones (Madrid)
http://www.torrelodones.es
Fotografía, instalaciones y medios alternativos Hasta el 12 de julio Palacio Nacional de las Artes.
Ciudad de Buenos Aires (Argentina)
http://www.cultura.gob.ar
I Premio de relatos de humor: "Ella y el abanico"Entrega de trabajos: hasta el 30 de julio http://ellayelabanico.com
Fotografía Científica UNAMHasta el 19 de julioGalería Abierta de las Rejas de Chapultepec.
México
http://www.cultura.df.gob.mx
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decamino
www.visualshopper.es
Detrás de la marca Visual Shopper
está Andrés J. Blazquez, un diseñador
madrileño que, tras 20 años dedicán-
dose al Diseño Gráfico, ha decidido liar-
se la manta a la cabeza y dedicarse al
diseño artístico y artesanal, desarrollan-
do una línea de originales maniquíes.
Visual Shopper lanza diversas coleccio-
nes que van desde algunos personajes
cinematográficos, a figuras con aire fla-
menco, pin up o de catrina mexicana,
pasando por algunos bustos ilustrados
con fragmentos de obras de arte tan
conocidas como El Guernica. Bustos y
cuerpos pintados a mano, no hay dos
iguales, pensados tanto para escapara-
tes de diseño, expositores de joyería y
sombreros, como para decorar tu
hogar.
“
”tw Visual Shopper ofrece un elemento innovador y artesanal. Se pueden encontrar en www.visualshopper.es,
por RRSS como Facebook (Visual Shopper), Twitter (@VisualShopper) y en su tienda-taller de Madrid, encalle Pedro Unanúe 15 y en las siguientes tiendas: La Turmix, ZOE, Espacio Pitiminí.
entrecocheyandén
Todos por igual aprendimos a saltar la rayuela
MI madre no me esperaba, pero igual le fui un feliz adveni-
miento. Aprendió a tejer, cocinar, primeros auxilios e incluso la
escala musical para ser una gran madre. Pero algo que nunca
pudo afrontar fue cortarme el cabello. Para ella era un suplicio,
ya que odiaba las tijeras y demás objetos de la misma familia.
En cambio yo, lo que no soportaba era que me llevara a la pelu-
quería, algo que era bastante seguido por eso de que mi madre
era muy previsora, bueno más bien, miedosa. Me decía que
más valía rebajarme el volumen de la melena antes que fuera
necesario que ella tuviera que hacerlo por su cuenta.
Entonces cada quincena bajábamos al local del Señor
Peluquero Anacleto Becerril, que a mí no me inspiraba nadita
de confianza. Siempre nos decía que me cortaría en capas y
señalaba al azar alguna de las fotos que colgaban de la pared
con las cabezas de clientas que según él habían pasado por ahí
y que yo dudaba mucho que no fueran recortes enmarcados y
en cuanto mi madre se quedaba frita leyendo las mismas revis-
tas deshojadas que había ahí, el hombre se convertía en un
tipo de director de orquestra desquiciado y yo terminaba toda
trasquilada y pareciendo un niño. Y ya sabía qué era lo que
sucedía al día siguiente: las burlas corales en el cole. -¡Niño,
eres niño, un niño con falda!- y entonces en una ocasión, cam-
bié la falda por los pantaloncillos cortos del uniforme, porque
me era más sencillo que convencerlos de que era niña y tam-
bién la verdad es que me resultaban mucho más cómodos de
llevar.
NiñaMichelle Erazo Miembro del grupo de relatos de Patio Maravillas
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entrecocheyandén
Mis compañeros se fueron olvidando de la broma y de que
yo fuese niña, es más, llegué a pensar que tal vez era así, por-
que aparte de que era verdad que llevaba el cabello muy corto,
poco ayudaba que no tenía orificios para los pendientes, por
eso de que a mi madre le mareaba la sangre y los aros que se
llevaban de moda en ese entonces, en fin, cosas muy de ella.
Algo que también podía confundirlos y sobre todo confundir-
me, era que yo no jugaba a la comba con las demás niñas, me
aburría un montón saltar sin sentido hasta cansarme y tampo-
co entendía porque los niños se quedaban embobados al ver
agitarse las faldas. Para mí, había cosas más divertidas que
hacer, como seguir los caminos de las hormigas o encontrar el
sitio exacto de los grillos o subir a los árboles a ver nidos.
El día que besé a una oruga felpuda y la boca se me hinchó
como balón, mandaron llamar a mi madre a la oficina de la
Señorita Directora Serapia Gómez. A mí me dejaron sentada
fuera de la oficina, pero aun así, se podían ver las sombras de
las dos a través del cristal traslúcido de la puerta, la directora se
la pasó todo el rato moviendo los brazos de modo exagerado
y mi madre asintiendo con la cabeza.
-La directora me ha comentado que durante el recreo haces
cosas que las niñas no hacen.- Me dijo mientras regresábamos
a casa. Yo no sabía qué decir, porque no quería que se preocu-
para de que era verdad. Entonces ahí por la calle en la que íba-
mos, vi a una señora con su hija frente a un negocio viendo
ropa de la que es cara, la niña de trenzas largas señalaba emo-
cionada un gorrito de punto mientras sonreía dando saltitos
hasta que entraron a la tienda. Así que se me ocurrió que ese
tipo de cosas eran las que yo debería hacer. Entonces, al pasar
por el mismo negocio, repetí la escena, para que mi madre
estuviera tranquila de que yo no era rara. Mi madre se giró y vio
el gorrito que señalaba y suspiró, luego se giró hacia mí y nos
seguimos de largo. Como no funcionó, pensé que tal vez era
cierto y que eso de ser niña no era lo mío.
entrecocheyandén
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Pasaron los días y yo seguí siendo como era, me había ras-
pado las rodillas jugando al explorador, rasgado el uniforme
salvando a Yagoberto, el gato del vecino y mi madre seguía
siendo visita frecuente del despacho de la Señorita Directora.
Entonces, una mañana antes de entrar al colegio, mi madre
me detuvo antes de soltarme la mano y sacó algo de su bolso.
Era un gorrito violeta que había hecho ella misma, me emocio-
né. Sonreí dando de saltitos pues era casi igual al que habíamos
visto en el aparador de aquella tienda pomposa. Me lo colocó
diciendo -Mi niña.-
Cuando entré al patio, todo el mundo se giró y me miraron
extraño, como si tuviese alguna enfermedad contagiosa. La
verdad poco me sorprendió, en ese cole, nada en mí les pare-
cía normal, así que con mi gorrito muy bien puesto en mi cabe-
za bien en alto tiré de largo hacia las aulas.
Una vez dentro sentada en mi pupitre, el del rincón, las bur-
las comenzaron de nuevo, pero esta vez fueron distintas. -¡Niña,
eres niña, una niña con pantaloncillos cortos y gorrito violeta!-
Y yo que para ellos había sido niño la mitad del año, así sin más,
regresé a ser niña y volví a usar la falda, aunque con poco entu-
siasmo. Lo que sí no hice fue saltar a la comba porque seguía
siendo igual de aburrido que antes y continué subiéndome a
los árboles, que curiosamente causaba el mismo efecto de con-
templación en los niños.
tw Michelle Erazo (México, junio 1981) Integrante del grupo de relatos del Patio Maravillas. lustradora de nacimiento,aprendiz de escritora, lectora compulsiva. Errante, itinerante y con mucha len-tejuela. Justo ahora mientras leéis esto, en Madrid ella maqueta sus primeroscuentos ilustrados y prepara su segunda exposición.
metroligero - holakokoro
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tw Kokoro es un personaje singular, que se cuela en CpA, para contarte historias en pocas palabras.
© Jasten Fröjen
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