boletín de proclamación kerygmática

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Spiritual

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Boletín de proclamación kerygmática. Util para aplicar en jornadas, retiros, evangelización parroquial, colegios, etc. Autor: Angel Rodríguez Cabrera.

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Ángel Rodríguez Cabrera

“Pero ¿puede una mujer olvidarse del

niño que cría o dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues

bien, aunque alguna lo olvidase YO nunca me olvidaría de ti”

(Isaías 49,15)

Dios Padre te ama como nadie podría amarte nunca; si juntáramos en un depósito el amor que te tienen tus padres, tus hermanos, tus familiares y tus amigos apenas formarían una gota, frente al océano de misericordia, amor y ternura que Dios tiene por ti.

Dios tiene un plan especial para ti, mejor de lo que alcanzarías a pensar o idear, y desea que llegues a tener una vida plena y feliz junto a quienes amas, pero para que se haga realidad debes abrirle la puerta de tu corazón : “Mira que estoy a la puerta y llamo: si uno escucha mi voz y me abre, entraré en su casa y comeré con él y él conmigo” (Apo 3,20).

Hoy nuestro Señor toca la puerta de tu corazón para decirte: “Te ofrezco en este día el Bien y la Vida, por una parte, y por la otra, el Mal y la Muerte. Lo que hoy te mando es que ames a tu Dios y sigas sus caminos…Escoge la vida para que vivas tú y tu descendencia” (Dt 30,15.19).

El Amor de Dios, en sus diversas manifestaciones, se encuentra revelado a lo largo de toda la Santa Biblia.

En el Libro de Lucas, capítulo 15, versículos del11 al 32 se encuentra la Parábola del Hijo Pródigo, que nos da a conocer la historia del Amor de Dios para con nosotros sus hijos. Allí tenemos al Padre, al hijo menor y al hijo mayor.

El PADRE representa a Dios, fuente del amor y la misericordia, que nos proporciona todo: la vida, los alimentos, el vestido y el techo que nos cobija; nos cuida y protege; nos concede lo que le pedimos y siempre está pendiente de nuestras necesidades.

El Amor de Dios es personal, pues nos ama según como necesitamos ser amados; es incondicional porque nos ama tal como somos, sin ponernos ninguna condición para amarnos; es gratuito nos ama porque somos sus hijos y desea lo mejor para nosotros; y es fiel, pues nos ama desde antes de crearnos y por toda la eternidad, aunque estemos alejados de Él.

El Salmo (102),13 nos dice: “Como la ternura de un padre con sus hijos, es la ternura de Dios con los suyos”.

Algunas veces no llegamos a experimentar este amor de Dios, por causa de nosotros mismos, como leemos en Isaías 59,2: “sus maldades han cavado un abismo entre ustedes y su Dios. Sus pecados han hecho que Él vuelva su cara para no atenderlos”. Es el pecado lo que nos aleja de Dios y no nos permite sentir su amor y vivirlo con los demás.

En la parábola que comentamos, el hijo menor es el pecador que abandona la casa del Padre y se aleja para sentirse libre, llevando una vida desordenada que lo conduce a la miseria y a la esclavitud de los hombres y los cerdos que tenía que cuidar.

El pecado es todo acto contrario a Dios, que nos aleja de la gracia divina. Por causa del pecado cargamos las cadenas pesadas, estamos muertos, sin esperanza y no podemos vivir juntos el amor, la felicidad y la paz.

Ante esta situación, el Amor de Dios se vuelve a manifestar por su gran misericordia y fidelidad, y nos entrega lo que más ama: nos envía a su Único Hijo Jesucristo para salvarnos y hacernos nuevamente sus hijos, según señala Juan 3,16: “Pues, Dios amó tanto al mundo que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en Él no muera, sino que tenga vida eterna”.

Es través de Jesús que volvemos a restablecer nuestra amistad con Dios, porque “No hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombre ningún otro Nombre por el que debamos ser salvados” (Hechos 4,12).

Jesús entregó su vida por nosotros en la Cruz; con su vida, su muerte y su resurrección venció al pecado, la muerte y a Satanás.

Jesucristo ya te salvó, ahora solo es necesario que aceptes esa salvación, para lo cual necesitas creer, tener fe, arrepentirte de tus pecados y convertirte.

La fe es un don de Dios que te lleva a tener plena confianza y dependencia en Jesús Salvador como único mediador entre Dios y los hombres. Es la certeza de esperar recibir aquello que no ves. Si crees en Dios y le crees a Él, que siempre cumple sus promesas “Te salvarás tú y tu familia”(Hechos 16,31).

La fe es el primer paso para convertirnos, reconociendo que somos pecadores, mostrando un sincero arrepentimiento, alejándonos del pecado, y aceptando a Jesús como tu único Señor y Salvador.

En la parábola que comentamos, el hijo menor se arrepiente de su pecado y toma la decisión de volver al Padre para pedir perdón y servirle. El Padre que ama a sus hijos y es fiel, espera el regreso del hijo, y en cuanto lo ve acercarse lo toma en sus brazos y lo cubre de besos, devolviéndole la dignidad que había perdido. Así, te está esperando Jesús que regreses a su casa para perdonarte, y concederte una nueva vida.

Si aceptas recibir a Jesús como el Señor de tu vida, Dios te brinda la ayuda especial de su Espíritu Santo que continuará transformando tu corazón y tu vida, como nos prometió en Ezequiel 36,26: “Les daré un corazón nuevo y pondré dentro de ustedes un espíritu Nuevo. Quitaré de su carne ese corazón de piedra y les dare un corazón de carne”.

El Espíritu Santo es un regalo o don de Dios que ya lo recibimos en nuestro bautismo y confirmación, y que ahora Jesucristo quiere obsequiarte para fortalecer tu fe, ayudarte en tu vida espiritual, apartarte del pecado y renovar tu vida.

La fe y la nueva vida solo se vive en comunidad, allí se encuentra Jesús como nos dice en Mateo 18,20: “Pues donde están dos o tres reunidos en mi Nombre, allí estoy Yo, en medio de ellos”.

En la comunidad vives el amor de Dios, lees las Sagradas Escrituras, te comunicas con tu Señor a través de la oración, ofreces tu servicio a los demás, y te mantienes unido a Él, formando parte del Cuerpo de Cristo en la Iglesia.

Nuestro Señor Jesucristo ha puesto sus ojos en ti y te invita a participar en la vida en comunidad, donde Él se manifiesta, para compartir contigo un encuentro personal que cambiará tu vida personal, familiar, laboral y social.

Ven a conocer más de Jesús, pues cuanto más lo conozcas más aprenderás a amarlo.

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