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Antilha REVISTA MEXICANA DE HISTORIA, ARTE Y LITERATURA
Año 1 N°2 Mayo-Agosto 2012
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3
Editores
América Malbrán Porto
Enrique Méndez Torres
Diseño editorial
América Malbrán Porto
Asistencia e investigación
Arleen Olvera Berber
El contenido de los artículos y opiniones ex-
presadas en Antilha son responsabilidad
exclusiva de sus autores.
Antilha es una publicación cuatrimestral edi-
tada y publicada por el Centro de Estudios
Sociales y Universitarios Americanos S.C.
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ción Pública, número ( en trámite ) . Certifi-
cados de licitud de título y de contenido, Co-
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vistas Ilustradas, Secretaría de Goberna-
ción, números ( en trámite ) , ISSN ( en
trámite ) .
Antilha REVISTA MEXICANA DE HISTORIA ARTE Y LITERATURA
Portada, cenefa y viñeta: Detalle, Fresco Virgen Inmaculada, monasterio de San Juan
el Bautista,
4
Antilha REVISTA MEXICANA DE HISTORIA ARTE Y LITERATURA
Comité Editorial
DEA-
Dra. María Elena Ruiz Gallut IIE-UNAM, México.
Dr. Enrique Tovar Esquivel INAH, México.
Dra. Lourdes Budar Jiménez Universidad Veracruzana, México
Dr. Daniel Schávelzon CAU-UBA, Argentina
Dra. Ana Igareta UNLP, Argentina.
FFyL-
Mtro. Alfredo Feria Cuevas INAH-México.
Lic. Alejandra Gómez Colorado INAH, México.
Lic. Enrique Méndez Torres ENAH, México.
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CONTENIDO
Editorial P. 7 El imaginario de lo prehispánico: el origen de las falsificaciones de Tlatelolco
Daniel Schávelzon P. 9 La presencia del Salomonismo en el Templo de San Ángel; Distrito Fe-
deral
José Alejandro Vega Torres P. 21 Rostros con patologías, su relación con Nanahuatzin, Xólotl y el juego
de pelota
Hugo Herrera Torres P. 40
Ubicándose entre montañas y valles zoques de Chiapas Enrique Méndez Torres P. 65
Antilha REVISTA MEXICANA DE HISTORIA ARTE Y LITERATURA
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Antilha REVISTA MEXICANA DE HISTORIA ARTE Y LITERATURA
EDITORIAL
E n este segundo número tenemos el gusto de abrir Antilha con un artículo del
doctor Daniel Schávelzon quien nos amplia los conocimientos sobre la elabora-
ción de piezas, que han pasado por auténticas, en un mercado en el que, de
alguna manera, fueron solicitadas en el siglo XIX. Ejemplo que nos sirve para tocar un
punto medular sobre la falsificación de piezas, problema que perdura hasta nuestros
días.
José Alejandro Vega Torres nos relata cómo en algunas iglesias el estilo Salomónico per-
meó sobre un sector poblacional e influyó en la creación de bellos elementos decorativos
en algunas iglesias de la República Mexicana, destacando el Templo de San Ángel.
Hugo Herrera Torres hace un recuento de piezas arqueológicas de distintas culturas me-
soamericanas, desde el Preclásico hasta el Posclásico, en las que se resaltaron ciertas
patologías y que no pertenecen a un error del escultor, sino más bien se presentan como
antecedente de Nanahuatzin, dios buboso y contrahecho, mencionado en la leyenda so-
bre la creación del Quinto Sol y con Xolotl, dios protector del juego de pelota
Cierra este número Enrique Méndez Torres, con un texto sobre la apropiación y conoci-
miento del paisaje por el hombre y cómo lo ha utilizado para distintas necesidades, ya
sean sacras o para la obtención de satisfactores primarios o secundarios, donde lo impor-
tante para los pobladores es elaborar mapas mentales para ir conociendo su territorio.
Les recordamos, estimados lectores, que Antilha pretende ser un espacio de difusión
científico abierto a comentarios y críticas. De este modo, en Antilha, tratamos de rescatar
las discusiones que nos auxilian en el crecimiento del conocimiento científico.
Los Editores
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EL IMAGINARIO DE LO PREHISPÁNICO: EL ORIGEN DE LAS FALSIFICACIONES DE TLATELOLCO Daniel Schávelzon1
Director del Centro de Arqueología Urbana. Instituto de Arte Americano "Mario J. Buschiazzo". Facultad de Arquitectura Diseño y Urbanismos, UBA. Buenos Aires, Argentina. Director del Área de Arqueología Urbana, Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
E l tema de las falsificaciones de objetos arqueológicos en México tiene una larga histo-
ria y mucho se ha publicado, pero poco se ha aclarado. Un avance fue cuando se
pudo comenzar a entender el fenómeno ya no solamente como un tema policial, de
engaño con espíritu de ganar dinero, si no como un tema cultural mucho más complejo. Y
quizás el mejor caso de estudio sean las llamadas Cerámicas de Tlatelolco, piezas que en el
siglo XIX inundaron los museos y generaron discusiones interminables en tiempos en que se
hacía arqueología desde un escritorio, no en el campo. La discusión más reciente fue cuando
las adscribimos al siglo XVIII y no al XIX como se había establecido (Schávelzon, 2009). Hoy,
tantos años más tarde de que fueran realizados, ya son objetos que forman parte de la historia
del arte mexicano.
Cuando Felipe Solís publicó en 1996 su estudio de las cerámicas, que aun estaban guardadas
en el Museo Nacional de Antropología, parecía que el tema estaba saldado (Solís, 1996:54-55)
y con ello parecía cerrarse un viejo debate sobre un conjunto cerámico que había engañado a
demasiadas personas por mucho tiempo (Fig.1). Hoy, por suerte, podemos agregar a eso al-
gunas nuevas ideas: 1) eran copias de productos europeos de su tiempo, 2) la difusión que
tuvieron estas cerámicas fue muy grande debido no tan sólo a su calidad si no a que represen-
taban lo que el imaginario necesitaba sobre la cultura prehispánica y 3) no necesariamente se
iniciaron como falsificaciones; creo que no tuvieron por intención engañar a nadie ni eran un
producto generado por el mercado de antigüedades. De ahí su gran éxito.
En 1861 se escribió en México el primer libro de historia del arte de toda América Latina. En él
hay un diálogo más que delicioso haya sido verdad o ficción, su autor José Bernardo Couto
tal fue el término que usó , y aunque fuese en la
pintura colonial al menos abría el tema de lo verdadero y lo que no lo era. No se tardó mucho
en comenzar a distinguir también lo falso de lo auténtico en los objetos prehispánico; Positivis-
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mo Científico por medio, profesionalización
de arqueología y trabajo de campo en lugar
de discutir tras los escritorios, fueron moti-
vos que hicieron que mucha tinta corriera
sobre el tema antes de 1900. Lo que siem-
pre resultaba un atolladero era el ver que
había objetos que no se hacían solamente
por mero afán monetario (Couto, 1979:31),
que los motivos eran múltiples y que a ve-
ces era imposible saber con certeza si eran
o no copias ya que entraban perfectamente
en los parámetros con que era entendido el
mundo prehispánico (Schávelzon, Óp.cit.).
Obviamente no hablamos de cerámicas bur-
das si no de las que engañaban hasta al
mejor especialista, al final de cuentas en las
portadas que hizo el Conde Waldeck para el
Museo Nacional, las había, y eso era muy
temprano en el siglo XIX y sin duda no exist-
ía aun un mercado de antigüedades esta-
blecido aunque sí había piezas circulando
desde años antes que no eran auténticas
que le llegaron a Dupaix y Castañeda. Eso
nos lleva a la pregunta ¿eran engañados o
es que no se podía hacer esa división tajan-
te entre cerámica prehispánica y falsa? Hoy
la respuesta puede ser obvia porque la con-
tinuidad cultural es un tema conocido y en-
tendemos la complejidad del proceso de la
conquista y la colonia, pero en 1900 ni si-
quiera se imaginaban estos problemas inte-
lectuales (Benson y Boone, 1982), respecto
a que los grupos indígenas siguieron produ-
ciendo objetos por mucho tiempo y lo siguen
haciendo. Y eso llevó a escándalos como la
exhibición de ladrillos estampados en la Expo-
sición Colombiana en España en 1892 por
parte del Estado Mexicano y a tantas situacio-
nes difíciles de resolver. Incluyendo coleccio-
nes con objetos falsos entremezclados que,
por el peso que tiene la antigüedad en que
fueron adquiridas -a veces se remontan a
1860- confundieron y siguen confundiendo a
los especialistas (Paso y Troncoso, 1892;
Chavero y Baranda, 1892). Ya se han denun-
ciado incensarios de Oaxaca obviamente fal-
sos y que fueron tomados como verdaderos
Fig.1. Vasija de Tlatelolco en el Museo Na-cional de Antropología. Tomado de Arqueología
Mexicana, Nº 21, 1996
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hace sólo un par de años y hasta servían
para autenticar otros, y máscaras de piedra
mexica que, o son todas buenas o todas
falsas (Mogne, 1987).
Las cerámicas de Tlatelolco
En el barrio de Tlatelolco hubo desde tiem-
pos prehispánicos artesanos ceramistas. No
sabemos si el impacto de la Conquista y la
destrucción de la ciudad los exterminó o si
siguieron trabajando, pero eso parece lo
más probable. Esa cerámica fue, lentamen-
te, adaptándose a modelos europeos, cam-
biando, agregando y quitando en función del
mercado local o regional; no creemos que
intentaban engañar, simplemente hacían lo
que creían correcto, con su estética y que
era al gusto de la época. En algún momento
del siglo XVIII comenzaron a hacerse unas
vasijas de cerámica negra y naranja que se
caracterizaban por incluir fragmentos de ob-
jetos prehispánicos, en especial caras de
figurillas rotas, a los que se les agregaba
glifos en relieve, rostros modelados, ser-
pientes, animales y hasta forma chinescas u
orientales. En el siglo XIX,
creció en forma geométrica se compró como
prehispánica ya que qué otra iba a ser-, y
entró por docenas al Museo Nacional, don-
de hubo piezas que representaban pago-
das. Si fueron hechas con la intención de
falsificar en época tan temprana son más
que importantes, pues muestran la existen-
cia de estos productos en una época du-
rante la cual no sabíamos que existían
compradores en esas cantidades.
¿Había en ese momento tanta gente que qui-
siera comprar cerámicas antiguas? No, sin
duda no lo había, más allá de algún curioso
anticuario y un par de viajeros al año. Pese a
eso las portadas de muchos libros las incluye-
ron en elegantes láminas tratando de mostrar
el patrimonio del Museo Nacional; Antonio
García Cubas introdujo varias en su obra mo-
numental de 1885 (García Cubas, 1885. Véa-
Francisco Ramírez (1955-56) y Alfredo Chave-
ro (Chavero, 1981) hicieron lo mismo mostran-
do un despliegue de piezas del Museo, una de
las cuales es una pipa y otra una absurda re-
gadera con flores, en algunas láminas aparece
junto a un silbato también absurdo (Fig.2).
Fueron a todas las colecciones del país y aun
permanecen en varias de ellas, públicas y pri-
vadas. ¿Por qué esas cerámicas y no tantas
otras falsificaciones engañaron tan bien pese
a ser extremadamente contrahechas a todo lo
prehispánico? Como falsificaciones son pési-
mas, no se asemejan a nada, la única explica-
ción que tenemos es que era exactamente lo
que se esperaba que fuera la cerámica pre-
hispánica para la sociedad de su tiempo que
comenzaba a apreciarla en el espíritu de su
tiempo: barroca, sofisticada, compleja, apabu-
llante, con muchos símbolos incomprensibles.
Esas cerámicas hablan más del gusto y las
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expectativas de los compradores que del de
los fabricantes. Y por eso podemos hoy se-
parar las más antiguas, abarrocadas, llenas
de imaginación, de las tardías que simple-
mente imitan objetos mexicas, figuras ma-
yoides o incluso maceteros españoles. Unas
fueron creaciones, las otras simples copias.
Y en el caso de Chavero es obvio que sus
dibujantes eran pésimos, salvo en las lámi-
nas de color, pero hay cosas que van más
allá de la imaginación como una vasija de
Teotihuacan que es de las de Tlatelolco
(Ibíd.: 271), y otra que es una posible vasija
romana o fenicia sobre un pedestal del
vasija fue sacada del mar tras muchos si-
glos al juzgar por las incrustaciones que tiene
en su superficie (Ibíd.: 116).
Las cosas cambiaron en la segunda mitad del
siglo XIX y por eso se asocia a veces su inicio
a la llegada de la Comisión Francesa, que
viajó en 1861 y con la que nació la arqueolog-
ía como ciencia (Schávelzon, 1994 y 2003).
Se creyó que ese flujo de interesados au-
mentó la demanda, no había otra explicación
si creemos ciegamente que los productos cul-
turales son resultado de las demandas del
mercado; pero la Misión duró tan poco que no
cambiaba un lento proceso de la fabricación
cerámica proveniente desde otra ciudad. En
un libro de 1909 sobre falsificaciones hecho
por Leopoldo Batres, que luego analizamos,
Fig. 2. Peculiar regadera para flores hecha en Tlatelolco, ilustrada por Antonio García Cubas en 1885 entre los mejores objetos del Museo Nacional
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se fecha también esas cerámicas en el siglo
XVIII y la mayor parte de las que ilustra son
de la colección del Museo Nacional. Así fue
común verlas en libros medio siglo más tar-
de y Désiré Charnay lo aseveraba en 18872
(Charnay, 1887) (Fig.3). En su correspon-
dencia con Holmes sobre el tema el colec-
cionista Enri Boban admitió que fue engaña-
do muchas veces, señalaba a un señor Bo-
badilla como el artífice mayor de esa cerá-
mica (MacLaren Walsh, 2006: 20-25; 2005:1
-18 y 1997). La realidad es que desde el
Trocadero hasta el Smithsonian fueron en-
gañados y nada circuló más que esas vasi-
jas inocentes pero cargadas de connotacio-
nes de su tiempo. Ponían en evidencia, en
el nacimiento de la arqueología científica,
que no se podía creer en nada que no fuera
lo que uno mismo excavara, lo que no era
poca cosa.
Por suerte aún se conservan varias de estas
piezas en la bodega del Museo Nacional de
Antropología porque permiten reflexionar
sobre cómo era concebido el mundo pre-
hispánico en el siglo XVIII e inicio del XIX y
como lo siguió siendo por mucho tiempo
más.
El descubrimiento
La respuesta desde el campo científico in-
ternacional a la presencia masiva de lo falso
produjo una reacción bastante rápida. Todo
comenzó con el casamiento de William Hol-
mes, un joven geólogo, naturalista y eximio
dibujante, que decidió viajar a México de luna
de miel en 1884. Allí, en el tiempo que le so-
braba, hizo importantes observaciones arque-
ológicas entre ellas inició la estratigrafía en
América y visitó muchas veces el Museo Na-
cional (Holmes, 1885:170-172; 1889 y
diferencias entre los fragmentos de cerámica
que encontraba al excavar y lo que veía en las
vitrinas
Fig. 3. Posible botija romana sobre una base de Tlatelolco, publicada por Chavero a fines del siglo XIX.
2.Carlos Pereyra publicó una enorme pieza como Historia de la América Es-
pañola, Madrid, Editorial Calleja, 1936.
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relieves impactantes; esculturas en mármol,
complejas ornamentaciones e influencias
chinas y egipcias; objetos de diverso tipo
que de modo evidente estaban inspirados
en el arte europeo o asiático (Fig.4). Esto lo
llevó a publicar un primer estudio titulado A
trade in spurious mexican antiquities (1885),
que abrió realmente el tema, con especial
énfasis en lo proveniente de Teotihuacan.
Más tarde haría una contribución sustancial
titulada On some spurious mexican antiqui-
ties and their relation to ancient art (1889),
en la que por primera vez se ofrecía un in-
ventario de objetos falsos y rastreaba su
origen. Completó su obra con notas sobre el
mismo tipo de objetos en Guatemala (ídem).
En 1886 un artículo publicado en la revista
Science
de proveniente de México: una monumental
pieza cerámica del Museum of American In-
dian que estaba en exhibición, algo excepcio-
nal por su metro de altura, con molduras y de-
talles inusitados y perfectos (Gratapac,
1886:403-404). Al verla hoy nos parece absur-
do que alguien haya pensado que eso podría
ser prehispánico: tenía base de tambor chino,
cuatro patas que sostenían una vasija globu-
lar; en la tapa una docena de máscaras y una
exótica manija transversal superior. Pero es
evidente que muchos creyeron en su autentici-
dad porque fue comprada por una institución
seria y la única forma de evitarlo fue denun-
ciándolo en público; el autor del texto tuvo que
analizar cada detalle para demostrarlo cosa
que hoy nos parece sin sentido ya que la pie-
za no resiste el menor examen. Pero además
de entender que nuestra mirada sobre los ob-
jetos del pasado cambia a lo largo del tiempo,
la pregunta es: ¿de qué se trataba? ¿Por qué
engañaban estas piezas una y otra vez? No
eran urnas zapotecas de las que mezcladas y
bien hechas podían pasar, era algo absoluta-
mente diferente a todo. En 1893 un periódico
anunciaba que el Museo Nacional había retira-
(Lombardo de Ruiz, 1994:260), mostrando que
el asunto era muy serio.
Fig.4. Vasija de cerámica roja de Tlatelolco con medallones y caras en el cuerpo, luego rota y pegada para aparentar antigüedad (Arqueología Mexicana no. 21, 1996).
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En 1909 Leopoldo Batres editó un libro so-
bre las falsificaciones hecho seguramente
para vengarse de sus enemigos, mostrando
que habían sido todos engañados, que él
era el único que sabía identificar lo bueno y
de esa manera consolidar su poder en la
estructura Porfirista (1909: 23 y 24). Pero el
libro le vino muy bien a la ciencia y al patri-
monio ya que la lucha de Batres era básica-
mente la de obligar a los arqueólogos ex-
tranjeros a pedir autorizaciones para traba-
jar; aunque él lo hiciera muy mal y sus ami-
gos peor, e incluso lo usaron para avalar
ventas como las colecciones de Rickards y
de Sologuren, con falsificaciones que termi-
naron en el Museo Nacional o sirvió para
autenticar cosas para sacarlas del país final-
mente (Sellen, 2000 y 2005).
En ese libro, en realidad un folleto grande,
llamado Antigüedades mejicanas (sic) falsifi-
cadas: falsificación y falsificadores (1909),
Batres incluyó una introducción y una canti-
dad de fotografías de una larga serie de ob-
jetos y los moldes de los que provenían.
Eran piezas de cerámica, obsidiana y todo
tipo de metales. Hoy constituye una joya
bibliográfica a pesar de que no aparecen
nombres propios y se usan rodeos tales co-
(Ibid.:12.). Presenta una historia que se ini-
cia con los objetos llevados por el cónsul
Hamy a Francia y sigue con lo que se le qui-
so vender a la Misión Francesa, entre ellos los
de Tlatelolco los que se hicieron con la técnica
de hacer una vasija y pegarle objetos antiguos
que se desprendían apenas eran tocados
(Figs.5 y 6). Otro aporte de su autor fue iden-
tificar los lugares de procedencia de las falsifi-
caciones, en especial Oaxaca, Tlatelolco y
Teotihuacán, el mostrar moldes y hornos, ma-
teriales y técnicas. Pero Batres notaba que no
todo era igual: existían los que intentaban en-
gañar y quienes hacían verdadera artesanía, a
alguno. Según él, esto existía desde el siglo
XVI cuando los conquistadores quisieron obje-
tos para llevar a España y Europa como re-
cuerdos, lo que dio origen a la producción de
Tlatelolco que según él continuó hasta cerca
de 1860. Demás está decir que esta explica-
ción no tiene sentido alguno. Lo que tampoco
vio es que entre el artesano y el coleccionista
había surgido una nueva figura, el intermedia-
Los personajes involucrados en este intercam-
bio eran variados y por supuesto muy poco
sabemos de ellos. Para finales del siglo XIX
había quienes recorrían los sitios de produc-
ción y luego vendían a los coleccionistas en
un mercado informal personalizado. De quie-
nes sí sabemos algo es de algunos grandes
coleccionistas que adquirieron esas piezas
para luego venderlas a los museos de Estados
Unidos y Europa, lo que dejó sus nombres re-
gistrados en el papel.
16
Algunos lo hicieron sin saber lo que hacían;
otros eran conscientes de que sus objetos
no eran verdaderos y los mezclaban con los
que sí lo eran haciendo casi imposible iden-
tificarlos ya que había obras falsas basadas
en verdaderas. En este caso recordemos a
Ernest Hamy, una de las mayores personali-
dades del siglo XIX
que se interesó en la antropología física y
fundó la Sociedad de Antropología en 1852.
Años más tarde se dedicaría a organizar
museos, exposiciones y colecciones, en-
viando misiones a los países coloniales, en
una actitud hoy deplorable pero muy digno
de su tiempo: estudiar a aquellos considera-
dos inferiores. Su máxima creación fue el
Museo del Trocadero, desde donde emanó
gran parte del Americanismo europeo. Él mis-
mo y sus alumnos hacían viajes constantes
para adquirir, con grandes presupuestos, obje-
tos arqueológicos y etnográficos. Su obra pu-
blicada es monumental y era un intelectual
cuya integridad estaba fuera de duda, pero
eso no implicó que fuera engañado una y otra
vez por falta de conocimientos, por ingenuidad
o por la sagacidad de quienes él consideraba
inferiores. A ese museo llegaron docenas de
objetos desde toda América que era falsos y
cuya identificación llevó un siglo. La política de
adquisición en lugar de la excavación se ponía
en crisis. Un ejemplo de esto fue la exposición
en el Trocadero en 1878 en donde se expuso
un vaso de Texcoco en el que nada faltaba:
había sido decorado con un Olimpo de indíge-
nas sin olvidar el gran sacerdote sentado, el
mono caminando y a Júpiter con su mitología.
una vez más cuán verdadero es el axioma lati-
no: Errare humanum est Op. Cit.:5).
Los arqueólogos que quedaban atrapados en
medio de este maremágnum del que resultaba
casi imposible salir, comenzaron a entender
que la única verdad era la que podían ver con
sus propios ojos; la arqueología de escritorio
estaba siendo reemplazada por la de campo,
basada en nuevas formas de pensar y en me-
todologías diferentes a las anticuaristas ante-
riores.
Fig.5. Botijo español del siglo XVI en el Museo de América, Madrid
Tomado de Codding 2006:121.
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¿Los últimos en publicarlas?
Los libros como el de Chavero siguieron
editándose una y otra vez al infinito y repro-
duciendo estas cerámicas, pero cualquiera
entiende que son libros históricos en sí mis-
mos que por diversos motivos siguieron en
uso. Creo que el último aunque nunca
existe el último- de los libros importantes
que cayó en la trampa de la cerámica de
Tlatelolco fue el de Carlos Pereyra. En su
monumental Historia de la América Españo-
la
escuela en su tiempo, publicada en 1925 en
España, en su tomo 3 dedicado a la arqueo-
logía mexicana, incluyó una ilustración de
la que no le faltaba el rostro de boca abierta,
las serpientes como agarraderas y las figuri-
llas pegadas (1925). Quizás no casualmente
sea la misma que había publicado Chavero y
alguien a quien no hemos logrado identificar
hizo un nuevo grabado. No hemos encontrado
ilustraciones más modernas aunque debe de
haberlas, pero sí siguen en diversas coleccio-
nes y posiblemente sea así por mucho tiempo.
Resulta interesante que haya una vasija casi
idéntica a la de Chavero-Pereyra conservada
en el Museo Nacional (Fig.7).
Carlos Pereyra (1871-1942), aunque su nom-
bre no suene ya en la arqueología fue un prolí-
fico historiador mexicano hijo del Porfiriato,
que se enfrentó a los gobiernos de la Revolu-
ción por lo que se radicó en España produ-
ciendo docenas de libros sobre historia de
México y América Latina. Llegó a ocupar un
sitial en la Academia Mexicana de la Historia,
es por eso que nos llama la atención el ilustrar
el arte prehispánico de su propio país con una
pieza falsa, en ese momento tan tardío, lo que
es más que desconocimiento (Consejo Supe-
rior de Investigaciones Científicas, 1942). Pe-
se a eso las seguimos viendo en colecciones
que aunque sean falsas en su mayor parte,
como la de los monstruos prehistóricos de
Julsrud en Chupícuaro y que se formó en ple-
no siglo XX, resulta interesante que hayan lo-
Fig. 6. Ánfora española de gran tamaño del siglo XVII en el Museo de América, Madrid. Tomado
de Codding 2006:118.
18
grado penetrar hasta allí y permanecer ex-
hibidas las vasijas de Tlatelolco.
Finalmente, creemos que los artesanos de
Tlatelolco lograron hacer las piezas
muesos querían, eran su ideal, lo que ellos
imaginaban que debía ser. Realmente los
anónimos artistas lograron su objetivo con
creces. Con esas vasijas sucedía lo mismo
que con las reliquias de los santos en el me-
dioevo europeo, en que todos sabían que
eran mentiras pero igualmente se seguía
con su adoración (Geary, 1991). ¿Acaso
España sigue sin poder aceptar que su Da-
ma de Elche sea seguramente falsa?
juego no es un simple problema técnico, es
una visión del arte del pasado y finalmente de
la importancia de esa historia en un momento
coyuntural en la construcción de la nacionali-
dad.
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Fig. 6. Vasija falsa hecha en Tlatelolco figurando como de Teotihuacan en los libros de Chavero y Pe-reyra, a lo largo de dos siglos, nótese la similitud con la primera pieza ilustrada.
19
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21
LA PRESENCIA DEL SALOMONISMO EN EL TEMPLO DE SAN ÁNGEL, DISTRITO FEDERAL José Alejandro Vega Torres
L as posiciones teóricas alrededor de la arquitectura conventual del siglo XVI han sido
varias y cada una privilegia diferentes aspectos; según lo menciona el investigador
español Javier Gómez Martínez, existen tres posturas explicativas a saber:
En este sentido, tres han sido las teorías ofertadas. Las tres se suceden en el tiempo...
La más temprana explica la morfología fortificada en tanto edificios concebidos por los
españoles para defenderse de posibles sublevaciones protagonizadas por indios. La
segunda, como parte de un repertorio decorativo que, eventualmente pudo cumplir una
función mecánica. Y la más reciente, como materialización de valores simbólicos con
matiz escatológico Gómez Martínez, 1997:15).
La teoría funcional-militarista
Por razones de espacio, sólo mencionaremos que los defensores de la primera teoría que ex-
en El arte de México en la época antigua y durante el gobierno virreinal y por Sylvetser Baxter
(1934) en La arquitectura hispanocolonial en México arqui-
tectura monástico militar
cias de función arquitectónica y consideraba que estos conventos eran vastos y de gran forta-
leza (Gómez Orozco, 1927:40 citado en Arciniega Ávila 1997:4). Ya antes, al caracterizar el
convento de Acolman, José Montes en 1921, diría los siguiente de los elementos arquitectóni-
ibíd.
de 1930, Jorge Enciso, nuevamente al observar unidades conventuales como Acolman, piensa
aspecto del edificio no sólo le sugirió la idea de una fortaleza sino que le pareció consecuente
Arqueólogo por la Escuela Nacional de Antropología e Historia y Maestro en historia del arte por la Fa-cultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Docente de la Escuela Na-cional de Antropología e Historia (ENAH). Catedra77@ yahoo.com.mx
22
con la sensación de inseguridad que los
otomís causaban a los conquistadores es-
ibíd.: 5). Para
Manuel Toussaint los conventos del siglo
XVI eran fortalezas similares a las medieva-
les en donde la influencia indígena se en-
contraba en ciertas estilizaciones como en
las almenas que para él eran representacio-
nes de filas de cactus (Toussaint, 1935:65-
ibíd.:6). En
te que los conventos del siglo XVI eran ver-
daderas fortalezas militares; esto a juzgar
por sus componentes arquitectónicos:
ca porque sólo se aplica a las iglesias y
tar, porque presenta muchos aspectos de
las obras medievales de fortificación. El
carácter militar de estas construcciones
era una necesidad para poder resistir po-
sibles ataques de los recién sojuzga-
(Gante, 1947:51-59)
La teoría funcional - decorativa
Para los años cuarenta es George Kubler
quien trata de dar una explicación novedosa
tos religiosos; tanto en su texto Mexican Ur-
banism (1942) como en su reconocida obra
Arquitectura Mexicana del siglo XVI (1982),
sión fundamental es que el aspecto fortificado
de los conventos novohispanos obedece pri-
mordialmente a una finalidad decorati-
op.cit: 18).
Así mismo; Luis Mac Gregor seguiría esta pro-
puesta de Kubler en su obra sobre Actopan
(1955) agregando que ciertos elementos ar-
quitectónicos sólo sirven para establecer equi-
librio y permanencia estructural de los compo-
nentes de este edificio; sin embargo, en Mac
Gregor ya cabe una incipiente explicación
simbólica de esta arquitectura:
A la vista del convento de Actopan suscribe la
lectura decorativa de los detalles militares; en-
fatiza la vertiente funcional indicada por Kubler
introduciendo la apreciación mecánica que les
cabe a las almenas y garitones como pesos
verticales que contrarrestan las fuerzas diago-
nales originadas por las bóvedas y añade un
papel coercitivo, mezcla de aviso y amenaza a
los indios (Ibíd.:18).
Cabe destacar que Mac Gregor ya habla de la
morfología de estos conventos como símbolo
del poder estatal español y como forma de inti-
midación hacia el indígena. Sin embargo, este
autor comenzó a observar que las construccio-
nes conventuales y sus elementos arquitectó-
nicos no tenían ese sentido defensivo que
llenan una función mecánica... Pero también
cumplen una función sugestiva y otra orna-
fines defensivos: ni su distribución, ni su dis-
23
posición, ni sus dimensiones se prestan a
-66).
Posteriormente el arquitecto Carlos Chanfón
Olmos; se suma a la idea de que estos con-
ventos del siglo XVI, sean fortalezas milita-
res o defensivas. Analizando cada uno de
los elementos arquitectónicos como pasos
de ronda, merlones y garitones, concluye
que estos elementos no servían ni de mane-
ra mínima para defender:
Para la segunda mitad del siglo XVI, épo-
ca en que se construyeron los conventos
mendicantes novohispanos, nadie cons-
truía fortificaciones con almenas del siglo
XIII, que resultaban inútiles ante el fuego
de artillería.....El error táctico que su-
pondría los conventos fortaleza, no es
admisible en un momento histórico en
que España era la primera potencia mili-
tar mundial (Chanfón Olmos, 1992:61).
Chanfón concluye que algunos elementos,
como las almenas, sólo tienen una mera
función decorativa que sirvieron para rom-
per la monotonía visual del edificio
(Ibíd.:64).
La teoría simbólica- salomonista
La última postura teórica a la cual ésta po-
nencia se adscribe, es la que privilegia la
forma de estos conventos como el reflejo de
las ideas milenaristas y como parte de las
ideas paulinas de la iglesia militante; de esta
forma el convento y su iglesia se proponen
como prefigura de la Jerusalén Celeste; en-
tre los autores que apoyan esta posición están
en primer lugar el Santiago Sebastián (1973)
quien ve la idea de la Jerusalén Celeste en la
portada norte del convento de Huexotzingo;
así mismo esta misma idea es seguida por
agustino de Atotonoilco el Grande, cuya igle-
Ibíd:
mismo, Elena I. Estrada de Gerlero (1986) ya
ha comentado acerca del concepto de fortale-
za espiritual y de la Jerusalén Celeste vistos
en distintas dependencias conventuales como
es el caso de Huexotzingo. No debemos olvi-
dar los trabajos de la Martha Fernández quien
también ha dado suficientes luces en la inter-
pretación de estos espacios arquitectónicos-
religiosos como analogías del Templo de Sa-
lomón y de la Jersusalén Celeste en diversas
obras suyas como es La imagen del Templo
de Jerusalén en la Nueva España (2003). En
este libro en particular, la estudiosa propone
que los edificios religiosos siguen un patrón
arquitectónico común visto en su nave que se
divide en tres secciones y que corresponde,
como veremos adelante, a la división tripartita
que tuvo del Templo de Salomón.
en su nave que se divide en tres secciones y
que corresponde, como veremos adelante, a
la división tripartita que tuvo del Templo de
Salomón.
El presente tema tiene como finalidad mostrar
dos aspectos del templo de San Ángel:
24
el primero de ellos es exponer, mediante la
descripción de su conformación en planta
del mismo templo, que este corresponde a
la división tripartita del templo salomónico,
estudiado en otros templos novohispanos
por Martha Fernández. El segundo aspecto
es revelar que la fachada principal está ba-
sada en alguna de las láminas del Tercer y
cuarto libro De Arquitectura, de Sebastián
Serlio (1988). No podríamos entender estos
aspectos sin la presencia y análisis de la
figura del posible diseñador de este templo;
me refiero a Fray Andrés de San Miguel,
insigne fraile erudito que como se sabe era
un conocedor de los tratados de arquitectu-
ra estudiados en su tiempo. Por lo que el
diseño tanto de la planta de San Ángel, co-
mo de su fachada es posible que revele la
presencia de Andrés de San Miguel y así
mismo; que dicho templo es el reflejo de un
rico simbolismo depositado en él.
Antecedentes históricos de San Ángel
El actual barrio de San Ángel tiene antigua
historia que contar, sabemos que su nombre
en náhuatl era Tenanitla, que quiere decir
formado por pequeños pueblos de agriculto-
res y artesanos que en tiempos prehispáni-
cos vivían en las zonas intermontanas del
Ajusco. Las excavaciones hechas a princi-
pios del siglo XX, dirigidas por don Manuel
Gamio en el barrio del Carmen en 1917, re-
velaron que sus habitantes eran en el tiempo
mucho más antiguos que los teotihuacanos y
mexicas, civilizaciones hasta ese entonces
identificadas arqueológicamente como
monocroma y bícroma como también elabora-
ban figurillas femeninas decoradas al pastillaje
(Gamio, 1920).
Durante el Posclásico Tardío sucedió que es-
tos pueblos tributaron desde Coyoacán como
su cabecera política y administrativa, sus pro-
ductos a los señores de México Tenochtitlán.
Sin embargo, con la conquista española, los
de Coyoacán y los pueblos pertenecientes a
San Ángel, bajo el mando del noble indígena
Iztolinque, participaron en la conquista del
pueblo mexica ayudando a Cortés a su some-
timiento. Como pago a su contribución a la
lucha en contra de los mexicas, la Corona es-
pañola, restituyó a éste noble indígena los te-
rritorios que le pertenecían; así mismo se le
dio nombre español, el de Don Juan de
Guzmán y se le dio escudo de armas:
Sin embargo, Iztolinque, se volvió contra
su pueblo y formó una alianza con Cortés,
que quedó resentido con el pueblo azteca,
después de que vencieron en la guerra de
la Triple Alianza a su abuelo Maztlatzin,
señor de Coyoacán, por tal motivo, Iztolin-
que apoyó a los españoles en la conquista
de México, además de que le salvó la vida
a Cortés en la batalla de Cuahunáhuac,
gracias a la cual, recibió de regreso sus
25
tierras, y Cortés lo nombró Gobernador,
en agradecimiento a su labor; Iztolinque
fue rebautizado por la Iglesia Católica
con el nombre de Don Juan de Guzmán,
recibió escudo de armas y la devolución
de sus tierras quedaron confirmadas en
la real cédula expedida en Zaragoza por
el emperador Carlos V y la Reina Juana,
en enero 6 de 1534
27) .
Se sabe que los primeros evangelizadores
en la zona de Coyoacán fueron los domini-
cos quienes fundaron convento en Coyo-
acán en 1529; pero es hasta 1535 que la
orden de los predicadores llegan a la región
de Chimalistac y San Ángel fundado dos
iglesias: la de San Sebastián y la capilla de-
dicada a Nuestra Señora del Rosario, esta
última más tarde llamada, en 1580, capilla
de San Jacinto (Vid, Ordorika, ibíd.: 26).
Es hasta principios del siglo XVII que tene-
mos noticias de la presencia de los Carmeli-
tas en San Ángel:
A principios del siglo XVII, el gobernador
de Coyoacán, Don Felipe de Guzmán,
chos terrenos los adquirieron Don Andrés
de Sorogaista de Mondragón, cirujano y
barbero del Santo Oficio, y su esposa
Doña Elvira Gutiérrez, con el propósito
de donarlos a los carmelitas descalzos
para que ahí fundaran su convento y co-
legio en 1613, el cual estaría bajo la advo-
cación de san Ángelo Mártir. Siendo este el
primer paso para la fundación del convento
del Carmen, el cual colindaba con el pueblo
Fray Andrés de San Miguel e inició en
donados por Don Melchor de Cuéllar y por
su esposa Doña Marina de Aguilar
(Toussaint, 1945:12)2.
En su testamento fechado el 17 de julio de
1631 dice:
Y cumplido y pagado este mi testamento,
mandas y legados, y todo lo demás, que en
él se contiene, dejo y nombro por mi uni-
versal heredero en todo lo remanente a mis
bienes al convento y obra del Santo Desier-
to de Nuestra Señora del Carmen, que está
a cuatro leguas de esta ciudad de México,
principal del Testamento de Melchor de
Cuéllar. Leg. 65-a, p.5, 2fs.ms, 7 de julio de
Abundís Canales.).
En Theatro Americano
señor y Sánchez describe a San Ángel y su
convento de esta forma:
A dos leguas de distancia al rumbo de suro-
este tiene la provincia otro convento en el
pueblo de San Ángel, muy capaz y de muy
2 Este autor nos da la fecha en la que estos terre-nos fueron cedidos a los carmelitas y fue el día 21 de mayo de 1597.
26
bella fábrica, con el templo correspon-
diente, fuerte, alegre y bien ordenado,
dedicado a la Señora Santa Ana, y deba-
jo de su presbiterio está una capilla que
es el entierro de los religiosos, de bóveda
especial, en donde todos los días se ce-
lebra el santo sacrificio de la misa en los
cuatro alatares que tiene. Este colegio es
para estudios de teología escolástica de
por su grandeza y por lo exquisito de sus
tención de la comunidad (Villaseñor y
Sánchez, 2005:738).
Fray Andrés de San Miguel
Andrés de Segura de la Alacuña, como lo
menciona Eduardo Báez, nació en Medina
de Sidonia el año de 1577. Hijo de una nu-
merosa familia, desde temprana edad se vio
involucrado en los trabajos propios de los
navíos que salían de Sevilla; punto de con-
tacto con la Nueva España. Desde muy jo-
ven se vio involucrado con el estudio de ma-
terias como las matemáticas (Báez Macías,
en Obras de fray Andrés de San Miguel
menciona Manuel
Toussaint que Andrés de Segura partió de
España rumbo a México, saliendo de la na-
ve llamada la Santa María de la Merced, la
cual arribó a México en el año de 1594, des-
pués de cierto tiempo, la flota en la que el
futuro fraile arquitecto viajaba, se vio en-
vuelta en diversas dificultades; una de ellas
fue el naufragio de dicha nave cerca de las
costas de Florida, de la cual salieron bien li-
brados. A diferencia de Báez que desmiente la
posibilidad que dicho acontecimiento difícil,
hiciera que Andrés de Segura jurara entrar a
la orden carmelitana, sí salían bien librados de
ese trance hizo voto de entrar en la orden re-
formada de Nuestra Señora del Carmen si se
op.cit.
varios intentos por regresar a México; Andrés
de Segura profesa en la orden carmelitana en
el año de 1598, según menciona Toussaint,
aunque Martha Fernández indica que este
hecho fue en el año de 1600, tomando los
hábitos al año siguiente (Fernández, 2008:87).
Como menciona Toussaint, la importancia de
Andrés de San Miguel radica en que es de los
pocos arquitectos de los cuales se tienen sus
escritos y disertaciones sobre diversas mate-
rias, como la carpintería, la arquitectura o lo
que hoy llamaríamos la ingeniería hidráulica;
perfilándose como uno de los arquitectos más
importantes durante el siglo XVII (Toussaint,
op.cit
escritos:
menzó la redacción de un manuscrito sobre
varias materias relacionadas con las cien-
cias y las artes: arquitectura, matemáticas,
geometría, astronomía, perspectiva, carpin-
tería de lo blanco; etc., agregándose siem-
27
pre a dos tratadistas de vital importancia;
Vitruvio y Alberti(Fernández, op.cit: 87).
Como bien lo han mencionado Toussaint y
Martha Fernández, fue autor de diversas
construcciones religiosas, sin contar con las
distintas obras hidráulicas y puentes que
construyó precisamente en las inmediacio-
nes de San Ángel.
Andrés de San Miguel y el ambiente salo-
monista de su época
Andrés de San Miguel conocía a la perfec-
ción las escrituras bíblicas, imbuido por la
religiosidad de su época, fue capaz de escri-
bir una disertación sobre el Templo de sa-
lomón intitulada Descripción del Templo de
Salomón, del cual describe sus dimensiones,
sus interiores, describe sus atrios y sobre
todo menciona que dicho templo se cons-
truyó imitando el modelo divino que Dios re-
veló a Moisés y luego al Rey David para que
lo construyera Salomón; dice Báez al res-
tecto fraile, el templo bíblico ejerciera una
poderosa influencia, como punto de partida
para toda arquitectura religiosa, y fuera con-
cebido como modelo de perfección, por
haber sido su traza inspirada a Salomón por
op.cit: 58).
Así mismo, Jaime Abundis apunta que es
posible que fray Andrés de San Miguel cono-
ciera ciertos escritos, como el de Juan Bau-
tista Villalpando titulado In Ezequielem ex-
planationes
el modelo del templo salomónico; que con
probabilidad estuviera en la biblioteca del
mismo convento:
Gran parte de la enorme influencia que
ejerció el templo casi mítico de Salomón
en el mundo hispano se debió a la obra
de los jesuitas Juan Bautista Villalpando
y Jerónimo Prado, de la cual no se sabe
con certeza total si estuvo en poder de
fray Andrés de San Miguel, aunque es
pando debió estar en la librería de San
Ángel, a juzgar por la prolija descripción
que fray Andrés de San Miguel realizó
del templo de Salomón (Abundis Cana-
les, 2007:1055-1056).
Sin embargo, este recurso de referirse al
Templo de Salomón y trasladar esta imagen
como arquetipo para las iglesias cristianas,
fue un recurso muy usual durante el siglo
XVII; sin embargo, ya desde el siglo XVI se
habla de la prosapia salomónica de ciertos
reyes, en particular de Felipe II y así mismo,
se refiere a la obra máxima de este empera-
dor, el palacio monasterio del Escorial, co-
lace Templo-Escorial y el concepto de Feli-
con el tiempo la más amplia difusión..La
idea, desde luego, distaba mucho de ser
nueva o insólita. El Salomonismo fue un
concepto ampliamente difundido en aquella
28
-50).
Es importante mencionar, que durante el siglo
XVII, se escribieron diversos panegíricos que
ensalzaban a ciertos templos religiosos y es-
tos fueron comparados con el templo de Sa-
lomón, veamos un par de ejemplos:
En distintos panegíricos, ya de los siglos ba-
rrocos, vemos la existencia del concepto de
Jerusalén o de Templo de Salomón; por
ejemplo, en la hecha en 1795 al templo del
eré yo que os sea menos acepto y agradable
este pequeño templo que lo que a Dios el
magnificentísmo Salomón, porque, a la ver-
dad, ¿qué hubo en aquél de grande y de
magnífico que no se vea con ventajas en es-
(Oliva Rafael, Sermón de la dedicación
del segundo templo o renovación del primero
que en el cerro de la Bufa edificó
Gómez Martínez, Op.cit.:139).
Un ejemplo más lo tenemos en el panegírico
dedicado a la portería del convento de San
francisco de Puebla; en donde se habla de
una Jerusalén Triunfante vista en esta depen-
dencia conventual:
...una hermosa ciudad que baja al pavi-
mento, con doce puertas y un ángel para
que tome al tamaño y reconozca la medi-
da de esta Ciudad Celeste y de sus bien
fortificados fundamentos, inexpugnables
muros que la defienden y defensores in-
hallo ser expresada figura de la colocación
de ésta portería, sin que apenas halla
circunstancia en la Jerusalén Triunfante y
en la Militante Iglesia que no se vea tras-
ladada el breve espacio de la portería
Martínez, ídem.).
Ya la Martha Fernández ha demostrado la
tendencia salomonista en fray Andrés de
Fray Andrés de
San Miguel y el Templo de Sa-
lomón Op.cit.
ne que Andrés de San Miguel trató de vincu-
lar el templo de salomón como arquetipo de
las iglesias que se construyeron en su tiem-
po; idea con la cual concuerdo; pues en sus
escritos el fraile constructor propone que el
templo de Salomón se construyó adoptando
tres niveles que imitaban las tres coronas de
por de fuera en forma de tiara pontificia, con
tres coronas, y una sobre otra, con las dis-
minuciones que se muestran en la tia-
esta manera nos dice Martha Fernández:
Pero no sólo para ese fraile arquitecto
fue importante el Templo de Salomón,
sino para toda la arquitectura cristiana.
Esa es la primera justificación para cono-
cer el punto de vista de Fray Andrés de
San Miguel sobre el Templo revelado, a
la que se une otra de capital importancia;
de su interpretación surge las caracterís-
ticas que otorgó a los conventos carmeli-
29
tanos en los que intervino como arquitec-
to (Fernández, Op.cit.: 90).
El salomonismo en el templo de San
Ángel
El templo de San Ángel comenzó a cons-
truirse en su actual ubicación en el año de
1615 sin embrago; existe una licencia fecha-
da en el año de 1614 en donde se autoriza
al procurador del colegio de San Ángel, fray
Antonio de San José; extraer piedra del pe-
dregal para la construcción del convento
(Abundis, op,cit:1343). Este colegio tuvo
otras ubicaciones. En el año de 1601 el Vi-
rrey Conde de Monterrey da permiso de ser
construido este colegio y su templo en las
inmediaciones de la calle de Donceles; en la
Ciudad de México en los predios que dona-
ra Juan Martín Ceifiño, pero este proyecto
duró muy poco (Ibíd.:1323-1332). Finalmen-
te, un documento, que Jaime Abundis pa-
leografiara (2007), fechado alrededor de
1632, titulado
ción de Nuestro Padre San Ángelo; nos di-
ce lo siguiente de este colegio desde su
abandono en la Ciudad de México hasta su
fundación en San Ángel:
Y a esta ocasión se quitó el dicho colegio
de la dicha ciudad de México a catorce
de diciembre de dicho año de mil y seis-
cientos y nueve, hasta el año de mil y
seiscientos y trece. Estuvieron los estu-
dios en diferentes tiempos en nuestros
conventos de San Sebastián de México y
en Valladolid en la Provincia de Michoacán,
y en este año de mil y seiscientos y trece
se fundó el dicho colegio de San Ángelo,
cerca de la Villa de Coyoacán que es del
Ibíd: 1357).
Fueron varios los templos construidos en
honor a Jehová basados en el modelo que el
mismo revelara a personajes importantes co-
mo a Moisés o a Ezequiel; sin embargo el más
mencionado fue el levantado por Salomón al
morir su padre el rey David. Es importante
mencionar que el templo, dentro de la tradi-
ción cristiana, judía y musulmana fue un ar-
quetipo divino y fue revelado a distintos hom-
bres escogidos por Dios.
Las citas bíblicas del libro de Reyes nos dicen
los siguientes sobre la distribución arquitectó-
nica del Templo de Salomón:
Tenía la casa que Salomón edificó a Yahvé
sesenta codos de largo, veinte de ancho y
treinta de alto. El vestíbulo (ulam), delante
del templo (hecal) de la casa, era de veinte
codos de largo, el ancho de la casa, y diez
de fondo por delante de la casa...Dispuso
dentro, en lo más interior de la casa, el de-
bir para el arca de la alianza de Yahvé. El
debir
codos de ancho y veinte de alto (Reyes,
6:3-4, 19-20, Sagrada Biblia, 1985).
Así mismo nos dice lo siguiente del templo el
libro de Paralipómenos:
He aquí el plano seguido por Salomón para
30
la construcción de la casa de Yahvé: el
largo era de sesenta codos, según la me-
dida antigua; el ancho de veinte codos.
El vestíbulo (el ulam), que iba delante,
tenía un largo, correspondiente al ancho
de la casa, de veinte codos...Hizo tam-
bién la casa del santísimo (debir), cuyo
largo, que correspondía a la anchura de
la casa, era de veinte codos... y su an-
cho, igualmente de veinte codos; y lo re-
cubrió todo de oro que venía a pesar
seiscientos talentos -
4, 8-9, Sagrada Biblia, 1985).
iglesia, sin duda, es la más interesante des-
de el punto de vista de su simbología arqui-
tectónico. Su planta está dividida en tres
secciones (coro, nave y presbiterio, transpo-
sición del ulam, el hekal y el debi-
r) (Fernández, op. Cit.:79).
En su escrito llamado Descripción del Tem-
plo de Salomón,
identifica dos partes del templo; el hekal o
sala de oración y el debir o sanctam sancto-
rum,
Fray Andrés de estas secciones arquitectó-
nicas:
La segunda parte del templo que se di-
vidía la pared traviesa de tablas de cedro,
en que había una mediana puerta para
entrar en ella, era en todo perfectamente
cuadrada, teniendo veinte codos de largo,
Andrés de San Miguel, op.cit: 94).
Esta cita se refiere a la parte más sagrada
del Templo; que en San Ángel adopta en
planta la forma de un cubo, que es también
transposición del debir o parte más sagrada
del templo. Así mismo, en el caso del Tem-
plo de San Ángel, se distingue la importan-
cia de este recinto no sólo por la existencia
del altar, sino que se divide la parte más sa-
grada de la feligresía por la presencia del
arco del triunfo y unas gradas que la elevan
un poco más del nivel de la nave de la igle-
sia.
Volviendo a referirnos a la descripción del
Templo de Salomón; nos dice Andrés de
San Miguel sobre el hekal, o recinto de ora-
ción:
donde todo lo demás tomaba nombre de
templo....La primera y mayor parte del
templo, que estaba en entrando por la
puerta oriental y era como el que ahora
ibíd.).
De esta manera, el fraile arquitecto, identifi-
ca la nave de la iglesia con aquella sala de
oración que antecedía a la parte más sagra-
da del templo y que en San Ángel se identifi-
ca con la nave propia de la iglesia incluyen-
do su crucero (Figs. 1, 2 y 3).
Si bien Fray Andrés de San Miguel no identi-
ficó el ulam
esta sección arquitectónica que lo constituye
su nártex en forma de pórtico del cual
31
hablaré más adelante; a este respecto co-
menta la Dra. Fernández:
Es curioso que fray Andrés sólo haya conce-
bido dos secciones en el templo judío: el
hekal y el debir, que en los templos cristia-
nos constituiría en cuerpo de la nave y el
presbiterio. Y es curioso porque él mismo
construyó edificios con nártex, que vendría a
constituir el ulam
convento de El Carmen de San Ángel, cuyo
antecedente se encuentra en las iglesias
carmelitanas españolas, como la de San
, Op.Cit.:107).
En general, toda la nave de la iglesia tam-
bién ha significado por antonomasia el cuer-
po místico de Cristo; en diversas citas bíbli-
lo dio a la iglesia como cabeza de todo. Pues
la iglesia es el cuerpo de Cristo, la plenitud
los Efesios, 1:22-23, Sagrada Biblia, Op.cit.)
Ian Hani menciona que el mismo Cristo se
proclamó piedra angular (c.f Hani, 2000: 55);
leído alguna vez en las Escrituras. La piedra
que los edificadores habían rechazado, ésa
fue hecha cabeza de esquina; del Señor vie-
ne esto, y es admirable a nuestros
Op.cit.). Sin embargo, esta idea, en la que
Cristo es prefigura de la iglesia es aún más
ñor Jesús, arraigados en Él y edificados en
Op.cit
de Cristo como prefigura del edificio de la
iglesia es este fragmento perteneciente a la
fundamento de los apóstoles y de los profe-
tas, siendo piedra angular el mismo Cristo
Jesús, en quien bien trabada se alza toda la
edificación para templo santo en el Se-
-22, Sagrada Biblia,
Op.cit.).
Fachada arquitectónica
Es importante mencionar que la fachada que
conforma el templo de San Ángel (Fig.4), un
gran cuadrado rematado por un frontón, ya
había sido experimento, desde la antigüedad
romana por supuesto, pero en especial dicho
diseño ya había sido explotado en España
fundamentalmente por los conventos perte-
necientes a la reforma teresiana, tal y como
lo comenta Jaime Abundis en si libro La hue-
lla carmelita en San Ángel; de esta manera
dice el citado autor:
El elemento arquitectónico que definió a
la llamada arquitectura carmelitana a pri-
mer golpe de vista fue precisamente el
rectángulo flanqueado por pilastras tosca-
la Encarnación de Madrid, lo que demues-
tra que fray Andrés conocía bien lo que
otros arquitectos hacían en la península...
(Abundis, op.cit:1072).
32
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33
Como parte importante de la arquitectura
del templo de San Ángel, la constituye su
fachada que, como mencioné, funciona co-
mo vestíbulo o nártex para ingresar a la na-
ve de la iglesia (Fig.5). La fachada está
constituida, en su primer cuerpo, por tres
vanos en forma de arcos de medio punto, el
central más alto que los laterales y cuya luz
es más amplia que los otros a la vez; en-
marcados estos por cuatro pilastras, dos de
ellas embebidas en las calles laterales y re-
matadas por pináculos. Este cuerpo está
rematado por un frontón triangular cerrado
que contiene una imagen labrada de San
Ángelo asistido por dos ángeles y que sos-
tienen la palma del martirio.
El segundo cuerpo (Fig.6) está indicado por
una ventana coral que a su vez, es sostén
de un tercer cuerpo indicado por un nicho
que contiene la imagen de Ntra. Señora del
Carmen sosteniendo al niño y en su mano
derecha un cetro (Fig.7). Toda la fachada
está rematada por un ático conformado por
un gran frontón triangular cerrado y por ro-
leos y pináculos de ascensión.
un gran frontón triangular cerrado y por ro-
leos y pináculos de ascensión. Como han
mencionad tanto Martha Fernández
(Op.cit. Op.cit.), fray
Andrés de San Miguel era un estudioso de
los tratadistas y comentaristas de arquitec-
Fig. 3 Vista desde el sotocoro de la división tri-partita de la nave de la iglesia de San Ángel.
Foto. José Alejandro Vega Torres
Fig. 4. Fachada principal de la iglesia de San Ángel. Foto: José Alejandro Vega Torres
34
tura de su época, en particular menciona
con mucha autoridad tanto a Vitruvio como
a Alberti; sin embargo, no podríamos des-
cartar que este fraile no conociera otras
fuentes, como posiblemente el Tercer y
Cuarto libro de Sebastián Serlio; al respecto
dice Jaime Abundis:
Sus características formales están inspi-
radas en los templos carmelitanos espa-
ñoles, derivados a su vez de los modelos
de León Bautista Alberti, Andrea Palla-
dio, Sebastiano Serlio, Giacomo de la
diversos arquitectos antes apuntados
pudieron haber sido conocidos por fray
Andrés por medio de dibujos traídos de
la península, como era común (Ídem.).
De esta forma, pude contrastar el primer
cuerpo de la fachada de San Ángel que es
muy similar a la lámina 58 de las antigüeda-
des del Libro Tercero de este tratadista
fuera con posibilidad la fuente iconográfica
de la que Fray Andrés de San Miguel se
basó para el diseño de la fachada de esta
iglesia.
No podría finalizar sin antes especificar el
simbolismo de esta fachada; en primer lugar
la puerta es acceso al mundo divino, así
mismo es Cristo quien se ha proclamado la
puerta y acceso a la salvación y a la vida
eterna. La puerta entonces es un elemento
Fig. 5. Nártex de la iglesia de San Ángel. Foto: José Alejandro Vega Torres
35
la puerta, que es esencialmente un paso de
un mundo a otro, su modelo cósmico es de
Ídem.). De esta
manera, en Cristo no sólo se reconoce co-
mo el cuerpo místico de la Iglesia; sino que,
sólo a través de él se puede llegar a la sal-
vación por lo que la puerta misma represen-
ta este misterio:
En verdad, en verdad os digo que el que
no entra por la puerta del aprisco de las
ovejas, sino que sube por otra parte, ése
es ladrón y salteador; pero el que entra
por la puerta, ése es pastor de ove-
jas....De nuevo les dijo Jesús: En ver-
dad, en verdad os digo: Yo soy la puerta
de las ovejas, todos cuantos han venido
son ladrones y salteadores, pero las ove-
jas no los oyeron. Yo soy la puerta; el
que por mí entrare se salvará, y entrará
-2,7-
10, Sagrada Biblia, Op.cit.).
Para complementar el simbolismo de esta
fachada principal; hay que mencionar que
Jaime Abundis apunta que las grandes co-
lumnas toscanas que enmarcan la fachada
del templo se refieren a las columnas Jachín
y Boaz
templo que construyera (Abundis,
Op.cit.:1072); sin embrago considero una
lectura iconográfica más.
Fig. 6. Vista de la fachada de la iglesia de San Ángel, incluyendo su segundo cuerpo. Foto:
José Alejandro Vega Torres
Fig. 7 Escultura de bulto de Ntra. Señora del Carmen. Iglesia de San Ángel. Foto: José Ale-
jandro Vega Torres
36
analogía, con los fundamentos del cos-
mos eterno, a saber, los cuatro elemen-
tos y sus principios sutiles y universales
(Burckhardt, 1999:93).
Así mismo, hay que mencionar que los
apóstoles si bien están identificados como
pilares de la iglesia en la tierra; también
forman parte del edificio de la Jerusalén Ce-
lestial que se revelará a los hombres, for-
marán parte de los doce pilares que se
identifican con los nombres de los apósto-
das, y sobre ellas los nombres de los doce
Sagrada Biblia, Op.cit.). De esta forma, es
posible que la portada recordara, no sola-
mente, a los mismos cuatro evangelistas,
He descrito que el primer cuerpo de esta
fachada está compuesto por cuatro pilas-
tras; que enmarcan a las puertas de acceso.
El hecho de tener estos cuatro elementos
como soportes fingidos de la fachada princi-
pal en su primer cuerpo no parece casual;
quizá se refiere a la importancia que el
número cuatro tiene dentro de la tradición
cristiana:
En efecto, el cuaternario de los evange-
listas corresponde simbólicamente a los
cuatro pilares- o ángulos- sobre los que
se cimienta el edificio sagrado, pues los
evangelistas representan los soportes
terrenos de la manifestación del Verbo y
por eso se identifican no sólo con los
ángulos de la iglesia, si no también, por
Fig. 8 Vista del primer cuerpo. Iglesia de San Ángel. Foto: José Alejandro Vega Torres
Fig. 9 Lámina 58. Tercer libro de arquitectura. Sebastián Serlio. Tercer cuarto libro de arqui-
tectura [1552]. 1988
37
sino que estos también forman parte de los
Celestial es el prototipo del templo cristiano.
El tema iconográfico de los evangelistas in-
corporados a los pilares de la portada se en-
cuentra en muchas otras portadas románicas,
2000: 93, n. 98).
Conclusiones
Como se habrá notado, Fray Andrés de San
Miguel tenía una preparación intensa en
cuanto al conocimiento arquitectónico se re-
fiere, como a los tratadistas de su época. Si
bien se ha demostrado su interés por el salo-
monismo en sus escritos; no se había busca-
do, como pretendí demostrar, en enfatizarlo
en una de sus mayores obras: El convento e
iglesia de San Ángel.
Para esta exposición, sólo interpreté la nave
y fachada de la iglesia, que me parece tienen
simbolismos muy particulares e importantes.
En el caso de la nave de la iglesia, se pudo
constatar que esta tiene una división tripartita
correspondiente a la que existió en el templo
de Salomón, según lo refieren las fuentes
bíblicas correspondientes, no sin soslayar
que también la nave representa al mismo
cuerpo de Cristo.
También pretendí interpretar la fachada de la
iglesia, la cual, como notamos, se refiere
nuevamente a Cristo como puerta de salva-
ción de los pecadores, como al cuaternario
de los evangelistas, que forman parte de la
Jerusalén celeste que se revelará en los últi-
mos tiempos. Me parece importante anotar,
que el diseño de la fachada pudo basarse en
una lámina del tratadista de arquitectura Se-
bastián Serlio, la lámina 58 en particular; lo
cual abre la posibilidad de descubrir otras
fuentes de las cuales también Fray Andrés
de San Miguel con seguridad conoció, aun-
que estoy consciente de la necesidad de
buscar más datos y evidencias de lo que afir-
mo.
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40
ROSTROS CON PATOLOGÍAS, SU RELACIÓN CON NA-NAHUATZIN Y EL JUEGO DE PELOTA Hugo Herrera Torres
Introducción
E n agosto y octubre del 2009, a raíz de mi participación en la Subdirección de Arqueo-
logía del Museo Nacional de Antropología, tuve la oportunidad de manipular y obser-
var la colección de yugos de la Costa del Golfo y en particular llamó mi atención uno
finamente tallado en piedra verde, con dos rostros, con la peculiaridad de presentar patología
ocular y contracciones faciales.
Posteriormente durante la preparación de una exposición, para la mencionada Subdirección,
lleva al frente un rostro labrado en bajo relieve, afín en varios aspectos a los anteriores. A par-
tir de ese momento me propuse buscar rostros similares y la bibliografía sobre el tema de los
personajes con deformaciones o patologías.
Este trabajo es resultado de esa recopilación, en donde propongo una cronología de lo más
antiguo a lo más reciente, un estudio sobre las efigies con anomalías y contracciones faciales,
procedentes de diferentes regiones y épocas. También exploro su vínculo con personajes que
poseen otra clase de patologías, como el caso de los enanos, jorobados y sujetos con anomal-
ías en las extremidades. Finalmente planteo su identidad, como antecedente de Nanahuatzin,
dios buboso y contrahecho, mencionado en la leyenda sobre la creación del Quinto Sol y con
Xolotl, dios protector del juego de pelota.
I.- Ejemplos del Preclásico de rostros con patologías
a) Rostro con deformación en un yuguito de estilo olmeca
La imagen de un rostro con malformación, la de mayor antigüedad de la que tengo conoci-
miento, fue tallada en un yuguito-rodillera, de estilo olmeca, elaborado en granito, procedente
de de la región central veracruzana1 (Coe, et al
1. La pieza se encuentra en el Museo de Arte de la Universidad de Princeton.
41
Piedra de un protector utilizado en el juego
de pelota, cuya antigüedad ha sido estima-
da entre 900 y 600 a.C., y confirma la prácti-
ca del juego de pelota, en la variante donde
ésta podía ser golpeada con las extremida-
des (Fig. 1).
En la cara frontal del yugo fue tallada la ima-
gen de un rostro que combina característi-
cas de hombre y animal. Destaca su ojo iz-
quierdo exoftálmico, o abotagado, delimita-
do por el arco superciliar. En el lugar del ojo
derecho lleva una amplia depresión cóncava
que, algunos autores sugieren, es la repre-
sentación de un espejo de hematita2.
Otro atributo sobresaliente en el rostro de
este yuguito, es la pronunciada mueca de la
boca. Ésta se encuentra cerrada, es de la-
bios gruesos, de espesor homogéneo y for-
sección media de la boca sobresale la len-
gua bífida, de un ofidio; que se curva hacia
su izquierda3. Por su parte, la nariz es la de
un mono o un perro, ancha y chata, con las
fosas nasales señaladas por dos cuencas
semicirculares, tal y como atañe al estilo
olmeca.
b) Cabecita de estilo Tlatilco con parálisis
facial
Larralde (1986: fig. 266) publicó una cabeci-
ta preclásica modelada en barro sólido4, que
identifica como propia del estilo Tlatilco. La
pieza es contemporánea al caso anterior y,
a pesar de no estar relacionada con el juego
de pelota, tiene rasgos compartidos con va-
rios de los ejemplos aquí descritos. El rostro
es un óvalo asimétrico y alargado en sentido
horizontal. En la parte superior la cabecita
esta partida o hendida, lo cual ha sido aso-
Fig. 1. Yuguito olmeca (900 a 600 a. C.), alto 13 cm, diámetro 14 cm. Tomado de Coe, 1996: fig.
136.
2. Se trata de un símbolo olmeca igualmente pre-sente en un yuguito procedente de Tlatilco (Coe, 1965: Fig. 16), que forma parte de las coleccio-nes del Museum of Primitive Artobserva en algunas figurillas formativas de la Costa del Golfo, véase por ejemplo Piña Chán y Covarrubias, 1964:16. La depresión circular cóncava, trascendió a su época y también la lle-
época y también la lleva, en el tocado, el Hue-huetéotl o Dios Viejo del Fuego, de Cerro de las Mesas (actualmente en la sala Costa del Golfo del MNA), que según Bernal (1991:99), clara-mente es una reminiscencia del estilo olmeca. 3. Joralemon, (1990:87), afirma que la lengua bífida es un rasgo asociado tanto con el dios I como VII, a este último lo identifica con la ser-piente emplumada. 4. La pieza formaba parte de la colección Sáenz, actualmente en el acervo del Museo Amparo de Puebla.
42
ciado con la cabeza hendida del jaguar5 y
característico de la iconografía olmeca. El
ojo derecho entrecerrado, definido mediante
un corchete inciso, con los extremos hacia
abajo. En cambio el ojo izquierdo es normal
y fue señalado por una incisión diagonal, sin
el señalamiento del iris. Los arcos superci-
liares son amplios y prolongados. La sec-
ción inferior es angosta, lo que forma un
mentón anguloso y cargado hacia su dere-
cha.
En la cabecita antropomorfa, de estilo Tlatil-
co, la nariz es de base amplia y se encuen-
tra torcida a su derecha, tal y como ocurre
con los ejemplos teotihuacanos, que se des-
criben en posterior inciso. Vista en detalle
es amplia y prominente, con las fosas nasa-
les señaladas mediante cavidades perfora-
das en la base, aunque parcialmente ocul-
tas, por la prolongación de la punta (Fig. 2).
En el rostro de estilo Tlatilco, destaca la am-
plia boca señalada mediante incisión, cuya
mueca abarca la mejilla izquierda y gran
parte de la derecha; lo cual enfatiza la forma
alargada de la efigie. En la parte media, el
labio superior se sobrepone al inferior y la
boca se muestra parcialmente cerrada; en
cambio en el área de las comisuras se en-
cuentra abierta y muestra los dientes. Las
orejas son dos rectángulos alargados, la de
la derecha es de mayor tamaño. Las oreje-
ras son dos discos medianos, con una pe-
queña perforación circular en el centro; colo-
cadas, al igual que las orejas, en posición
asimétrica. Es de interés señalar que la pie-
za no formaba parte del cuerpo de una figu-
rilla, es decir que originalmente fue concebi-
da como una cabeza, cuya antigüedad se
remonta al Formativo Medio.
c) Rostro con ojo abotagado en una vasija
de Kaminaljuyú
Otro ejemplo de un rostro con patología
ocular, fue modelado en una vasija de silue-5. Así lo afirman Bernal (1968: 98-100) y Jorale-mon (1990:7), éste último señala que la cabeza partida o hendida aunque característica extrema-damente común en las deidades olmecas, no puede considerársele como definitiva para ningún dios.
Fig. 2. Cabecita de estilo Tlatilco, con parálisis fa-cial, 4 x 3 cm. Tomada de Larralde, 1986. Fig.
266.
43
Ta compuesta, cubierta con engobe rojo6,
procedente de Kamilanjuyú, Guatemala, con
una antigüedad estimada entre 300 a. C y
fig.12). En el área del ojo derecho sobresa-
le una protuberancia cilíndrica de extremo
redondeado, cuya forma y dimensiones in-
vaden la frente. La deformación ocular, con-
trasta notablemente con el ojo izquierdo que
es rasgado y señalado mediante incisión
(Fig. 3).
En la vasija de Kaminaljuyú, la efigie tiene
modelada una nariz poco prominente, sin el
señalamiento de las fosas nasales y sensi-
blemente torcida hacia su izquierda. La bo-
ca es una pequeña cavidad, señalada me-
diante un corte horizontal, y muestra los pe-
queños dientes inferiores. El rostro lleva,
además, una banda esgrafiada que abarca
la frente, el contorno del ojo abotagado y la
ceja izquierda. Este motivo baja sobre las
sienes y finaliza sobre las mejillas, con sus
extremos en espiral de extremo puntiagudo.
La parte exterior del diseño muestra una
banda dentada, formada por pequeños
triángulos irregulares. Su similitud con los
rostros anteriores es evidente.
d) Rostros con ojo abotagado y nariz torcida
en un yugo veracruzano
Un yugo incompleto del tipo abierto, que
forma parte de la Curaduría Costa del Golfo
del Museo Nacional de Antropología, lleva
tallados en relieve, al frente y en un costa-
do7
un yelmo que se ciñe perfectamente al con-
torno de la efigie y acentúa su forma trian-
gular. Salvo por que la cara frontal que lle-
va un moño en el tocado, los rostros son
idénticos entre sí; ambos tienen su ojo dere-
cho normal y el izquierdo exoftálmico o abo-
tagado. El resto del yugo lleva labradas vo-
lutas entrelazadas, su forma recrea la figura
de un grueso cinturón, como aquéllos que
debieron ser elaborados en cuero, y eran
6. La pieza se encuentra en el Museo Nacional de Antropología y Etnología de Guatemala.
Fig. 3. Vasija de Kaminaljuyú, (300 a.C. 300 d.C.), alto 7 cm., diámetro 9 cm. Yáñez Barnue-
vo, et.al. 1990: fig. 12.
7. Los yugos procedentes de la región central de Veracruz, usualmente llevan la efigie del perso-naje principal al frente, con las extremidades en los costados. También hay casos de efigies en los costados o en la base. Una imagen del ros-tro frontal, de este yugo, fue publicada por Matos
44
utilizados para protección de los jugadores
de pelota.
En el mencionado yugo, los rostros tienen la
nariz corta, bastante ancha, chata; vista de
perfil es ligeramente ganchuda, y de frente
se aprecia una evidente curvatura a la iz-
quierda8
muestra el labio superior en forma de cor-
chete, ancho y sobresaliente. La boca de
jaguar es, por supuesto, un rasgo típico de
la iconografía olmeca9
1990:9) y en este caso posee una ligera in-
clinación hacia su izquierda, sección dónde
el lapidario señaló una pronunciada arruga
en la mejilla. Sobrepuesta al labio inferior
surge una lengua de amplio espesor, curva-
da a su derecha; vista en detalle muestra
una fina incisión que marca el centro, del
que surgen varias líneas curvas, rasgo que
fue identificado por Matos (Op.cit.:24), como
una parálisis del hipogloso derecho (Fig. 4).
En el yugo con dos rostros tallados de ma-
nera realista, la nariz torcida dio pauta al
señalamiento de varias arrugas en el costa-
do izquierdo. De hecho, en ambos rostros,
la sección izquierda muestra marcadas y
profundas arrugas: en la sien, nariz y comi-
sura izquierda de la boca; lo cual contrasta
notablemente con la sección derecha sin
arrugas.
El yugo abierto e incompleto, con dos ros-
tros triangulares, es una pieza cuya manu-
factura, según Matos (Ibídem.), corresponde
al Horizonte Clásico (500 d.C.), y confirma
la relación de los seres con patologías y el
juego de pelota, en la variante donde los
jugadores golpeaban la pelota con la cade-
ra.
II Rostros del Clásico teotihuacano, con
ojo exoftálmico y nariz torcida
a) Escultura teotihuacana de un rostro
con ojo abotagado y enorme nariz tor-
cida
Dos rostros con patologías han sido locali-
zados en Teotihuacán. Matos10
escalón de piedra basáltica, localizado en la
8. Para Joralemon (1990: 8-9), este tipo de nariz es típica del estilo olmeca. 9.Es un ejemplo de la boca olmeca clásica, con las comisuras bajas caídas.
Fig. 4. Rostro lateral con patología en un yugo de la colección Costa del Golfo del MNA. Alto
10. Matos señaló que el escalón perteneció al edificio No. 1 de la zona 9. La pieza también fue publicada por Solís, et. al., 1982: foto 4. Actual-mente exhibida en el Museo de sitio cercano a la Pirámide del Sol.
45
tercera plaza de la Calzada de los Muertos
(Op. cit, 1970: 20), que lleva en uno de sus
costados, el relieve de un rostro. Mientras
que el ojo izquierdo es normal y fue señala-
do con delgados y simétricos párpados en
relieve, el ojo derecho está cubierto por un
amplio párpado sobresaliente. La nariz es
alargada de base amplia y torcida a su dere-
cha. La boca es bastante amplia, de labios
gruesos y la parte central recta; los extre-
mos curvos, colocados en direcciones
opuestas, sugieren una parálisis facial (Fig.
5).
Son parte del rostro teotihuacano con defor-
mación: un moño sobre la frente, formado
por dos bandas o cintas con el extremo caí-
do en la sección derecha, una sección cen-
tral sobresaliente, restos del mismo en su
sección derecha y las orejeras circulares,
que poseen una amplia perforación, igual-
mente circular, en el centro.
En este caso es importante decir que en el
mural de Tepantitla Uriarte11
sencia de una cancha escalonada, con un
personaje sentado en el primer peldaño,
desde donde podía observa el desarrollo de
una ceremonia, y sugiere que en Teotihu-
acán él juego de pelota, posiblemente, era
celebrado en la Calzada de los Muertos
(2006: 262-263). Con probabilidad el rostro
en este escalón y su ubicación, estuvieron
relacionados con la variante del juego de
Fig. 5. Escalón con relieve de Nanahuatzin. Teotihuacán Museo de sitio. Alto 28 cm.
11. Esta autora identifica la cancha escalonada en la escena 2 del muro noreste y agrega que las can-chas destinadas para el juego de pelota frecuentemente se ilustran en el arte y la arquitectura maya.
46
pelota, practicado en un campo limitado por
gradas, que era usual entre los mayas. Pos-
teriormente regresaré sobre este asunto.
b) Rostro con ojo abotagado y nariz torcida
en una cabecita moldeada en barro
Séjourné publicó el dibujo de una cabecita
teotihuacana, de forma triangular, elaborada
en barro, que muestra un rostro antropomor-
fo, de rasgos realistas, con el ojo derecho
rasgado, señalado por una incisión diagonal
(1966. Fig. 20). El ojo izquierdo cerrado, defi-
nido por una línea curva, es un ojo exoftál-
mico. En esta efigie la nariz es corta de ba-
se amplia y ligeramente torcida hacia la iz-
quierda. La boca asimétrica, bastante am-
plia, con los labios de espesor homogéneo;
fue representada con una ligera mueca o
torcedura, equivalente al rostro en relieve ya
descrito (Fig. 6).
La pequeña cabecita elaborada en molde,
cuya boca indica parálisis facial, lleva un
la mitad. La sección derecha decorada con
cuatro filas, cada una formada por peque-
ñas bolitas es un recurso utilizado para re-
presentar prendas elaboradas con algodón,
mientras que la sección izquierda sólo
muestra cinco bandas horizontales. En con-
junto la división enfatiza la asimetría del ros-
tro. Quizás esto indica que el tocado en el
rostro tallado en el escalón anterior no se
encuentra mutilado.
c) Cabecita con pústula en la frente y llagas,
localizada en Chalco
Recientes trabajos de rescate arqueológico
realizados en Chalco, Estado de México,
reportan una pequeña cabecita modelada
en barro de color anaranjado, en un contex-
to correspondiente a la fase Tzacualli Tard-
ío, es decir entre 100 y 200 d.C. La cabecita
es el rostro contrahecho de un individuo con
una enorme pústula sobre la sección dere-
cha de su frente. El tamaño de la prominen-
cia altera la continuidad del peinado, este
último señalado, en la sección izquierda, por
un fleco recto, con segmentos de pequeñas
incisiones. La pústula tiene una llaga y otra
pequeña llaga también se observa en la me-
jilla izquierda.
En la cabecita de Chalco, otro elemento que
acentúa lo contrahecho del rostro es la ubi-
cación asimétrica de los ojos, así como la
Fig. 6. Cabecita teotihuacana, rostro con pato-logía en ojo y boca.
Tomado de Séjourné, 1966: fig. 20.
47
nariz, poco prominente, e inclinada hacia su
izquierda. La boca fue indicada mediante
una cavidad oval, que también incluye la fila
de sobresalientes dientes superiores. Esta
cabecita, contemporánea de los dos rostros
teotihuacanos ya descritos, confirma la ex-
tensión geográfica que los seres con malfor-
maciones en el rostro, tuvieron durante el
Clásico en el Altiplano Central.
III Rostros de seres grotescos y contra-
hechos en la península de Yucatán
a) Rostros con ojos asimétricos en el
Templo del Chac Mool
Posterior al apogeo teotihuacano, las evi-
dencias de rostros con malformaciones se
manifiestan en la Península de Yucatán,
particularmente en Chichen Itzá. Dos pilas-
tras de planta cuadrangular12, del Templo
del Chac Mool, o subestructura localizada
bajo el Templo de los Guerreros, llevan ros-
tros de seres grotescos, ubicados en la par-
te superior, lo cual confirma su identificación
como deidades (Fig. 7 y 8).
En Chichen Itzá las columnas C y D del
Templo del Chac Mool, tienen labrados va-
rios rostros monstruosos, vistos de frente,
con características equivalentes y algunas
diferencias. Entre los rasgos compartidos
destacan los ojos circulares y desorbitados,
colocados de manera asimétrica (Fig. 7). El
centro ocupado por una nariz recta, cuya
base está formada por dos cornetes o alas
nasales prominentes y en un caso (pilastra
C, costado Sur), la nariz se muestra ligera-
mente torcida a su izquierda. La nariz, de
base amplia, es equivalente a la representa-
da en el pectoral en concha procedente de
Tzebtún, que se describe en el siguiente
inciso.
En el Templo del Chac Mool las efigies, en
las columnas C y D, llevan en la parte supe-
rior de la boca, una encía curva de extremos
ondulados. La boca abierta exhibe los dien-
tes frontales y un par de colmillos curvos en
las comisuras, en actitud de gran ferocidad,
recuerdan a las cabezas de Xolotl, quien
también era la representación de la Estrella
de la Tarde y en consecuencia una forma de
Quetzalcóatl, numen que era ampliamente
reverenciado en Chichen Itzá (Caso,
manifestaciones corresponde al Clásico
tardío, es decir entre 600 y 900 d. C. (Fig.
8).
b) Rostro con anomalías, en un pectoral de
concha de Tzebtún, Yucatán
Un pectoral de concha procedente de
Tzebtún, Yucatán, tiene tallado un rostro
12. Publicadas por Morris, Earl H., Charlot Jaen y Axell Morris, 1931: lámina 33, pilastra C, costa-dos W, S y E; y lamina 34, pilastra D, costados E, N y W.
48
Fig. 7. Chichen Itzá, pilastra C, costados W, S y E, sección, sup. Tomada de Morris, et. al., 1931: Lam 31.
Fig. 8. Chichen Itzá, pilastra D, costados E, N W sección sup. Tomada de Morris et. al., 1931: Lam 34.
49
con anomalías13
al.:1990. Fig. 52). Su ojo derecho es normal
y lo forma un círculo inciso, de amplio diá-
metro, así como un círculo excavado en su
interior. En cambio el ojo izquierdo es un
rectángulo de esquinas redondeadas y tiene
una incisión curva en el centro para indicar
que se encuentra cerrado (Fig. 9).
La efigie en el pectoral de Tzebtún está do-
tada de una nariz enorme, aunque angosta
en su raíz, aumenta en su sección media y
remata en dos alas nasales prominentes y
semiesféricas, sin el señalamiento de la
punta. La protuberante nariz se encuentra
totalmente torcida a su izquierda. La boca,
indicada mediante incisión, con fuerte des-
viación de la comisura labial, es ondulada
en su sección derecha y posee una amplia
mueca en el costado izquierdo, lo cual pro-
nariz torcida y la mueca de la boca, dieron
pauta al señalamiento de prolongadas arru-
gas curvas, en la sección izquierda de la
efigie.
En el pectoral de Tzebtún, la efigie está de-
corada por una banda, alineada en el costa-
do izquierdo, formada por seis pequeños
botones planos; así como tres botones o
pastillas, del mismo diámetro, justo en la
sección inferior del mentón, que en conjunto
suman nueve. He notado que en la icono-
grafía de los rostros con malformaciones el
nueve, fue un número significativo. La parte
superior del pectoral tiene dos orificios cala-
dos, seguramente utilizados para sujetarlo
al portador.
Es conveniente que el lector compare: la
nariz en el pectoral de Tzebtún, con la nariz
en los rostros de las pilastras del Templo del
Chac Mool y estas, a su vez, con la nariz en
la escultura de Teotihuacán y en la cabecita
13.La descripción indica que la pieza pertenece a las colecciones del Museo Regional de Mérida. La escultura fue publicada con una descripción que no le corresponde, en el Boletín del INAH
Fig. 9. Tzebtún, Yucatán, pectoral en concha, alto 12 cm; ancho 10 cm. Tomado de Yáñez
Barnuevo, et.al. Fig. 52.
50
de estilo Tlatilco. En todas ellas el común
denominador es representar una nariz pro-
minente, aunque no siempre torcida.
Hasta aquí, los ejemplos de rostros con pa-
tologías, procedentes de diferentes regiones
de Mesoamérica, que presentan, a pesar de
su dispersión geográfica y de su alejamiento
temporal, similitudes tan estrechas, que bien
podríamos sugerir estamos ante la repre-
sentación de seres con identidad específica,
tal y como ocurre con otros dioses mesoa-
mericanos, como Tlaloc y Huehuetéotl, cuya
antigüedad se remonta a tiempos preclási-
cos o formativos y que en tiempos posterio-
res adquirieron algunas peculiaridades sin
perder su esencia.
Los seres que presentan acusadas malfor-
maciones en el rostro, ya sea en el ojo, la
nariz o la boca, no son por supuesto, los
únicos representados con patologías. El
catálogo mesoamericano de individuos con
otro tipo de malformaciones congénitas
abarca tanto a enanos y jorobados, como
sujetos con anomalías en las extremidades.
La amplitud de los casos y estudios relacio-
nados es tal, que aquí daré énfasis a los
casos relacionados con el juego de pelota o
testimonios que, de alguna manera, impli-
can este ceremonial y su conexión con per-
sonajes que poseen algún tipo de malforma-
ción.
IV Enanos, jorobados y personajes con
anomalías en las extremidades
Antes de iniciar con la exposición de los ca-
sos, es conveniente señalar, en términos
generales, las características de las patolog-
ías aquí referidas.
En las representaciones prehispánicas el
infantilismo corresponde al aspecto carac-
terístico del enanismo acondroplástico
(chondrodystrophia foetalis), consecuencia
de una distrofia del cartílago, que tiende a
entorpecer o retardar el crecimiento longitu-
dinal, lo que causa un engrandecimiento de
las terminales del hueso (Cook de Leonard
1971: 60). De esta manera las extremidades
son cortas, rasgo bastante exagerado, por
ejemplo, en las figurillas mayas; que mues-
tran las piernas frecuentemente encorvadas.
De esta manera las extremidades son cor-
tas, rasgo bastante exagerado, por ejemplo,
en las figurillas mayas; que muestran las
piernas frecuentemente encorvadas.
Por su parte, la anomalía conocida como pie
equinovaro
mal de la parte posterior del hueso calcá-
neo, acompañada de una modificación en la
posición de la planta del pie, la cual queda
flexionada o curva. Esta es una enfermedad
14. Esta autora señala que las piernas encorva-das producen en quien padece esta patología el caminar anadeo.
51
congénita que se presenta aproximadamen-
te en uno de cada mil nacimientos15.
a) Enanos y jorobados olmecas
Los antecedentes más remotos de enanos y
jorobados se encuentran en el arte olmeca,
aunque sus representaciones son poco fre-
cuentes tanto en escultura monumental co-
mo en figurillas de pequeño formato (Bernal,
Op. Cit.:101), y no tengo conocimiento de
personajes olmecas representados con ano-
malías en las extremidades. Entre las escul-
turas monumentales se encuentra el Monu-
mento 2 de Potrero Nuevo (Fuente,
1977a:151), que muestra dos figuras en alto
relieve, con cabezas grandes en relación
con el tamaño del cuerpo; cuyas extremida-
des son notoriamente cortas, de cuerpo cor-
to y regordete, con los brazos hacia arriba
en actitud de sostener la parte superior de
les existe una pequeña figurilla (cuya altura
es de 12.5 y su ancho de 7.5 cm.) tallada en
jade, e identificada como enano, localizada
en Cerro de las Mesas (Bernal, 1968 198;
Fuente, 1977b:7). La cabeza con deforma-
ción craneal, la nariz ancha y roma, con la
boca abierta (de líneas felinas), fechada en-
deformación craneal, la nariz ancha y roma,
con la boca abierta (de líneas felinas), fe-
chada entre 800 a. C 100 d.C.
Recuperada junto con la anterior figurilla, e
igualmente de Cerro de las Mesas, es la
pequeña efigie de un personaje, que quizás
representa un jorobado, tallado en piedra
verde. Sin embargo, su identificación no es
concluyente porque la prolongación en la
espalda puede ser un bulto y no una joroba
(Bernal, Ibídem.).
b) Enanos, jorobados y penitentes con pies
deformes, en Teotihuacán.
En el conjunto departamental de Tepantitla,
la sección noreste del mural en el Pórtico 2,
cluye la representación de un enano16
(Baudez 2007:21) y un individuo con pies
deformes.
El enano se distingue como tal, en compara-
ción con el resto de los jugadores, por ser
más pequeño y regordete. Se encuentra de
pie, con el cuerpo visto de frente y la cabeza
girada a su derecha, en cambio los pies
están dirigidos hacia su izquierda. Con am-
bas manos sostiene un bastón, en posición
inclinada (Fig. 10). Su atavío consiste en
15. Matos (1972: 100-101), menciona que algu-nos autores han observado que la frecuencia del pie equinovaro aumenta a casi tres por mil naci-mientos en matrimonios consanguíneos, lo que aunado a otras observaciones los hace conside-rar que el padecimiento tenga una base congéni-ta.
16.El dibujo de este jugador, publicado por Uriar-te (2006: pág. 229, Figura 5), no representa las características robustas de este individuo.
52
una banda lisa sobre la frente y un cinturón,
a manera de taparrabo. Forma parte de la
escena, en el costado izquierdo, un marca-
dor de juego de pelota y, sobre este el per-
sonaje con pies deformes que describo en
los siguientes párrafos.
En esta misma sección del mural, sobre el
marcador de juego de pelota se encuentra
un individuo en posición horizontal, con la
cabeza vista de perfil y el cuerpo en ¾ de
perfil, cuyos tobillos y pies presentan una
curvatura continua, con los dedos encontra-
dos entre sí17. Cercano a su brazo derecho
se observa un bastón para golpear la pelota.
Anudado a su cintura lleva una prenda con
un cabo colgante en la parte posterior. El
brazo, ambas piernas18
bello, fueron pintados en azul, así como una
lágrima azul sobre su mejilla, lo que indica
una relación con la lluvia. Por la deforma-
ción de sus pies Vidarte (1968:144) y Paszto-
ry (1983:212) lo asocian con Nanahuatzin, y
el color azul lo identifica como un individuo
seleccionado para el sacrifico19 (Fig. 11).
Fig. 10. Sección del Mural de Tepantitla, Teo-tihuacán, reproducción de A. Villagra. Un enano con bastón y un jugador con pies chuecos. To-
mado de Aveleyra, 1963: Fig.12.
17. El personaje se ubica en el Pórtico 2, y co-rresponde al mural 2, de la Fuente, 2006:149.
trilobulado, que Baudez (2007:22) identifica co-mo representación de sangre. 19 Uriarte (2006:231), también coincide en iden-tificarlo como un sacrificado. Entre los mayas el color azul era utilizado para señalar a los perso-najes elegidos, para ser sacrificados, al respecto véase Barrera V., 1944:273. La vírgula florida, en la parte superior, también lleva el interior en color azul.
53
En el mural de Tepantitla (sección noreste
del Pórtico 2), el enano y el penitente con
pies deformes participan, de manera activa,
en el juego de pelota, que utiliza marcado-
res móviles y bastones que se blanden por
abajo y por arriba20 (Uriarte 2006:262). No
existe, por lo tanto, lugar a dudas que en
este ceremonial la participación de indivi-
duos con patologías era relevante, en la me-
dida en que estos eran destinados al sacrifi-
cio. Resta señalar que la cronología del mu-
ral de Tepantitla ha sido estimada, por
Pasztory, para la fase Xolalpan, es decir en-
tre 450 y 600 d.C. (Pasztory, 1976:56-84).
En Teotihuacán las evidencias de jorobados
son escasas, solamente tengo conocimiento
de dos casos: el primero es una figurilla ta-
llada en una falange; con el glifo 11 lamat
en la joroba21. El segundo es un jorobado
elaborado en jadeíta, localizado en el Entie-
rro 5 de la Pirámide de la Luna, cuya postu-
ra y características lo relacionan con pen-
dientes localizados en el Área Maya22.
Fig. 11 Teotihuacán, Atetelco, jamba norte, per-sonaje con pies deformes. Tomado de Cabrera,
2006: fig. 18. 10.
20 Uriarte señala que la celebración del juego de pelota con bastón por arriba está profusamente reproducida a través de las figuras de cerámica del occidente de México, las más antiguas en-contradas en una tumba de tiro en El Opeño, Michoacán que datan aproximadamente del año 1500 a.C. (2006:262). 21 El personaje se encuentra sentado con las piernas cruzadas, visto de perfil, con el brazo derecho extendido al frente y el izquierdo flexio-nado sobre su pecho. La descripción de esta pieza y su dibujo, fueron publicados por Franco
una colección particular. Además del glifo 11 lamat
22 El jorobado se encuentra agazapado, con piernas y brazos flexionados y unidos al cuerpo; la cabeza grande en relación al tamaño del cuer-po; de su rostro sobresale una enorme lengua que cuelga sobre el mentón. Pérez Rico (2008, versión electrónica del informe), indica que la pieza es de manufactura foránea.
54
La presencia de sujetos con anomalías en
las extremidades, numéricamente también
mantiene un rango bajo, no obstante, por la
riqueza de elementos con ellos vinculados,
los casos son relevantes para el tema aquí
tratado.
En el conjunto residencial de Atetelco, el
Patio Blanco tiene un pequeño acceso, en
cuyas jambas se conserva pintura mural. La
jamba norte contiene el mural 1, y la jamba
sur el mural 2. En ellas se muestran dos su-
jetos con anomalías en sus extremidades
inferiores23
1972:95; Cabrera, 2006: figuras 18.10 y
18.11).
El mural 2, en la jamba sur de Atetelco, tie-
ne un individuo pintado en rojo oscuro sobre
fondo de color rojo claro; en posición verti-
cal24. La cabeza de perfil, orientada al este y
adornada con dos grandes aros. Viste una
faldilla corta, que se abre al frente y forma el
con el dios Xipe, es decir con un sacrifica-
do25
liso, así como el extremo de un moño y dos
lienzos o cabos colgantes, en la parte poste-
parte posterior. Cercanas a su boca tiene
dos grandes vírgulas, que indican la acción
de hablar o cantar. Los brazos y piernas
fueron decorados con barras diagonales,
puntos y aros; todos en color rojo y, sobre
su pecho, el motivo del xonecuilli, o espiral
con volutas opuestas. Cercano a la cabeza,
lleva un numeral incompleto, dispuesto en
sentido vertical, formado por una barra y
tres puntos, la sección faltante indica que,
posiblemente, el número representado era
el nueve (Fig. 11).
El individuo en la jamba sur de Atetelco, tie-
ne el brazo derecho desproporcionado y
cuelga sobre su costado. En cambio el iz-
quierdo se muestra levantado, con el ante-
brazo sobre la frente y la mano extendida.
Bernal y Velásquez (2005:28), mencionan
que en el lenguaje simbólico-gestual y cor-
poral del clásico maya, la mano extendida
con toda probabilidad, el adorno lo identifica
como un penitente elegido para el sacrificio.
El personaje en la jamba sur (mural 2) tiene
ambos pies con una curvatura anormal en
los tobillos. Esta curvatura continúa a lo lar-
go, de tal manera que los dedos están vol-
teados hacia arriba, con el empeine en la
parte inferior. La anomalía ha sido identifica-
- 26 y es el rasgo
que algunos autores utilizan para relacionar-
lo con Xólotl, el compañero del Sol, y tam-
23 Ubicado en la esquina noroeste, que comuni-ca con el corredor 1. 24 Baudez (2000:22), considera que ambos su-jetos no están representados de pie sino acosta-dos, vistos desde arriba. 25 Uriarte (2006:266) menciona que el dios Xipe, representado en la urna número 1 de la tumba
de un decapitado y en la otra, una pelota. 26 Dra. Ma. Dolores Medrano (feb. 2012).
55
bién con Nanahuatzin27 (Matos, 1972:97;
Cabrera, 2006:215), la deidad mencionada
en las tradiciones del Posclásico, es decir
varios siglos posteriores al derrumbe teo-
tihuacano.
En la jamba norte de Atetelco, el mural 1
representa una figura humana incompleta,
en regular estado de conservación, coloca-
da en posición vertical, con su rostro dirigido
al este. Al igual que el individuo en la jamba
sur, su brazo cuelga sobre su costado dere-
cho y es bastante largo, en relación al tama-
ño del cuerpo. Este personaje viste un fal-
dellín corto, abierto en dos secciones que
mata, en la sección posterior, con dos cabos
colgantes. De su boca surgen dos vírgulas
consecutivas de aliento vital, o glifo del
habla. La zona correspondiente a los pies
está bien conservada. El pie derecho es
normal y lleva una sandalia de correas y ta-
lonera cuadrangular; en cambio su pie iz-
quierdo es deforme, tiene forma de gancho,
dirigido hacia adentro, con el señalamiento
de cuatro dedos.
En Atetelco el penitente en la jamba norte y
el representado en la sur, llevan sobre la
frente dos grandes aros circulares, parcial-
mente ocultos por el antebrazo que se so-
brepone. El atributo también se observa en
algunas figuras moldeadas en cerámica
anaranjado delgado, de personajes unidos a
una vasija, sentados, con la cabeza rapada
y dos aros en la frente. Estos aros también
los llevan las esculturas del cipactli o mons-
Quetzalcóatl. En el Templo Inferior de los
Jaguares o edificio anexo al Juego de Pelo-
ta de Chichen Itzá, el jugador de pelota re-
presentado en el muro poniente también
lleva sobre la frente dos grandes aros como
los ya referidos para Teotihuacán.
En relación con la temporalidad de los mu-
rales en las jambas de Atetelco, Matos con-
sideró que correspondían a la fase Xolalpan
tardío (550-650 d. C.), en cambio para Ca-
brera son más tempranos y los fecho entre
300 y 400 d.C. (Matos, 1972: 97; Cabrera,
2006:214).
c) Enanos de Jaina y Yaxchilán
Procede de Jaina un conjunto de trece figu-
rillas, elaboradas en molde, que representan
a personajes gordos y enanos (Cook de
Leonard, Op.cit.:59). La muestra incluye:
figurillas masculinas de aspecto infantil o
enanos; figurillas de cara pequeña y mofle-
27 Por su parte Baudez (2007:23), con una argu-mentación poco convincente, considera que en este personaje los tobillos fueron fracturados en el juego de pelota.
56
tuda, con ojos pequeños y juntos, boca
trompuda y orejeras circulares; así como
figurillas de pie con piernas y brazos anor-
malmente cortos y flexionados.
Varios de los enanos gordos de Jaina, por-
tan un pectoral, aplicado al pastillaje, que
puede ser ovalado, y que posiblemente re-
presenta un espejo de hematita, o una con-
cha rectangular. Un caso en particular tiene
sobre las mejillas un metzxayacatl28 o media
máscara de piel corrugada que lo identifica
con el dios masculino Xipe y su contraparte
femenina Tlazoltéotl. En su conjunto, las
figuras que representan a enanos y gordos
de Jaina corresponden al Clásico, y su ma-
nufactura corresponde a los siglos VII y VIII
d. C., es decir más de un milenio posterior a
sus más remotos antecedentes olmecas29.
En el escalón número VII, perteneciente a la
Estructura 33 de Yaxchilán, fue representa-
do un juego de pelota, en la variante con
cancha escalonada y pelota impulsada con
la cadera. Acompañan al jugador de pelota
dos enanos, de pie, vistos de perfil, de cuer-
pos regordetes y piernas flexionadas. El mo-
numento contiene la fecha del 744 d. C.
(Fig. 12).
d) Enanos, jorobados y un portaestandarte
con pie anómalo en Chichen Itzá.
Las evidencias de seres con patologías nos
remiten, nuevamente, al extremo norte de la
Península de Yucatán, con algunas repre-
sentaciones de enanos y jorobados, reporta-
das para Chichen Itzá. Los sondeos realiza-
dos en el Cenote de los Sacrificios, recupe-
raron un pendiente con la forma de un joro-
bado31
ladrados a lo largo de la espalda. Labrado
con un relieve suave y bajo característico de
los trabajos de jade del Periodo Clásico For-
mativo (250-550 d.C). El individuo está de
perfil, en cuclillas y ataviado únicamente con
un cinturón de taparrabo, con los brazos
flexionados y las manos sobre el mentón.
En él sobresale la cabeza desmesurada cu-
yo rostro presenta rasgos olmecoides.
Un conjunto de tres pendientes-figurillas,
manufacturados en jadeíta con forma de
enanos, también fueron recuperadas del
28 Medellín Zenil (1960:70), menciona que el metzxayacatlrillas de Jaina y en figuras femeninas del Totona-capan. 29 Para Cook de Leonard (1971:61), tanto los enanos de Teotihuacán, como los de Jaina tuvie-ron su antecedente en lo olmeca.
30 Fuente y Arellano (2001:19, Fig. 27), indican que sobre el cuerpo de estos enanos se repre-
31 Chase y Shane (1996:139) afirman que los jorobados fechados con mayor seguridad, son dos ejemplares, que proceden de un escondite del Clásico formativo en Quiriguá, Guatemala. Dos jorobados más fueron excavados de otro escondite en Copán, Honduras y en 1982 fueron publicados siete jorobados localizados en un escondite de Salitrón Viejo en Honduras. A los anteriores deben sumarse los jades de una tum-ba del siglo VII, hallada en Altun Ha, Belice, vin-culados con estas figuras.
57
Cenote de los Sacrificios32 (Chase Coggins
y C., Shane III 1996:78). Son característicos
del tipo enano los miembros cortos y la
enorme cabeza desproporcionada. En su
rostro destaca la nariz aguileña y el cabello
en forma de cresta dentada, peinado que es
propio de figuras que representan jugadores
de pelota. Su atavío consiste en un sencillo
delantal a manera de taparrabo. Dos ejem-
plares muestran evidencias de haber sido
quemados y fracturados de manera inten-
cional. El conjunto ha sido fechado para el
Clásico Tardío (750-850 d.C.).
Un portaestandarte de Chichen Itzá, esculpi-
do en roca caliza, actualmente en el Museo
Regional de Mérida, muestra a un individuo
sentado, con la cabeza erguida y girada a
su izquierda. Los brazos sobre las rodillas y
las manos adecuadas para sujetar el mástil
de los estandartes (Fig. 13).
Fig. 12. Escalón VII de la Estructura 33 de Yaxchilán. Pájaro Jaguar con dos enanos, en un juego de pelota. Tomado de Tate, 1992: fig.111.
32 Todas las piezas se ubican en el Museo Pea-body.
Fig. 13. Portaestandarte de Chichen Itzá con pie derecho deforme. Fot. M. Zabé; tomada de Ar-queología mexicana, No. 3, especial, 1999:19
58
El portaestandarte de Chichen Itzá, es un
personaje sentado sobre una base cuadran-
gular, con la cadera sobre el piso; mientras
sus piernas están flexionadas y ligeramente
separadas. Ambos pies colocados al frente,
llevan sandalias con gruesas correas anu-
dadas sobre los tobillos y elevadas talone-
ras cuadrangulares. Como rasgo peculiar,
el pie derecho es deforme y se encuentra
con acusada flexión hacia su izquierda, con
la punta ligeramente levantada de la base,
en cambio el izquierdo es normal. En defini-
tiva, la articulación de los huesos no permite
un giro tan extremo, sin la correspondiente
inclinación de la pierna, por lo tanto, es in-
discutible que el escultor representó a un
sujeto con esta peculiar patología (Fuente y
Arellano, 2001, Fig. 28).
V Los pies deformes, Nanahuatzin,
Xolotl y su relación con el juego de pelo-
ta
La primera sección del Códice Borgia, inclu-
ye en su lámina 10, a Nanahuatzin, dios re-
gente del decimoséptimo día, ollin o movi-
miento, el dios de los gemelos y de los de-
formes. En la sección superior puede verse
a un personaje inmolado dentro de una gran
olla; de acuerdo con Seler33
mismo, quien al quemarse se transforma en
Nanahuatzin, otro aspecto de Xólotl, quien
tenía como tarea acompañar al Sol al mun-
do de los muertos (Caso, 1970:31). En la
sección inferior, ya trasformado, tiene como
característica principal las manos y pies de-
formes, con callosidades y el ojo fuera de su
órbita (Fig. 14).
El Códice Vaticano ( mues-
tra la imagen de una Cihuateteo o mujer
muerta en parto y convertida en diosa, en-
cargada de acompañar al Sol
(Tlalchitonatiuh) en su viaje por el inframun-
do. Vestida con faldellín, grueso cinturón,
con un tezcacuitlapilli, o disco posterior con
cola, cuya hebilla tiene la forma de un
cráneo humano. El único ojo representado
se encuentra desorbitado. Los pies descal-
zos son deformes, con las puntas hacia
adentro y apoyados en su borde externo. En
las extremidades lleva motivos formados por
círculos y líneas.
En el vocabulario anexo a la obra de Sa-
hagún (1981, IV: 370), se indica que xolotl
es indicativo de algo doble, como ocurre de
manera excepcional con algunas matas de
maíz. Seler34
mexicanos el nacimiento de los gemelos y,
en general, cualquier germinación doble, era
vista como algo antinatural y alarmante. De
estaban asociadas con la idea de monstruo-
sidad, deformidad y, posiblemente, por esta
33 Seler también señala una identidad entre Na-nahuatzin y Macuilxóchitl. 34 Y por esta razón Seler afirma que los padres mataban a uno de ellos después del parto.
59
misma razón Xolotl fue considerado dios de
los seres con patologías en el rostro o en
otras partes del cuerpo.
Como regentes del decimoséptimo día, ollin
o movimiento, Xolotl y Nanahuatzin están
vinculados con el juego de pelota. La pala-
bra ollin ol es decir el
hule, la materia con la que eran elaboradas
las pelotas. Entre los mexicas Xolotl fue el
dios patrono del juego de pelota (Uriarte,
Op.cit.:260).
Seler (Op.cit
día 4 Ollin, como durante los eclipses del
Sol, se sacrificaban personas o animales
que se consideraban tenían afinidad con él.
Con lo cual se pensaba evitar el peligro en
que este se encontraba; y entre los sacrifi-
cados se cuentan precisamente los enanos.
actividad compleja y de gran antigüedad,
practicado profusamente, desde la etapa
olmeca. Con el transcurso de los siglos se
desarrollaron diversas maneras de juegos
de pelota y aunque sus diferentes variantes
igualmente acusan orígenes diversos, hay
quienes sugieren (Leyennar, 1979), que su
origen se remonta al Preclásico o Formativo
en la zona de la Costa del Golfo, esto es,
desde la época olmeca.
La práctica del juego de pelota ha sido ana-
lizada como una manifestación religiosa vin-
culada con el cosmos y la fertilidad de la
tierra, lo cual permite asociarla con algunas
deidades, representadas en relieves pintu-
ras y códices, entre ellas Xólotl y Nanahuat-
zin.
Algunas canchas para la práctica del juego
de pelota tienen una orientación norte sur,
que coincide con la orientación de la Calza-
da de los Muertos en Teotihuacán. Donde
fue localizado, el relieve de un rostro con
patologías, tallado en el extremo de un es-
calón; las evidencias tienden a confirmar
que la pieza perteneció a un contexto de
juego de pelota.
La orientación norte-sur también está pre-
sente en la monumental cancha del juego
de pelota de Chichen Itzá. En el Templo In-
ferior de los Jaguares, anexo a este juego,
el personaje principal, en el muro poniente,
sostiene una pelota en llamas y lleva sobre
su frente la representación de dos grandes
Fig. 14. Nanahuatzin regente del día ollin. To-mado de Códice Borgia, 1980: Lam. 10.
60
aros, símbolo que, ya he señalado, está pre-
sente en los personajes representados en
las jambas norte y sur de Atetelco con pies
equinovaros. Este conjunto de evidencias
son consistentes con la relación entre los
seres con malformaciones y el ritual sagra-
do del juego de pelota, como manifestación
previa a su sacrificio.
La orientación norte sur permite establecer,
en conjunción con los anillos, un sistema de
medición o puntos referencia, entre los cua-
les sobresale el señalamiento de los equi-
noccios de primavera. Los equinoccios
según se ha demostrado, son para los pue-
blos prehispánicos, el anuncio de la proximi-
dad de la temporada de lluvias, su abundan-
cia y el renacer del manto de la tierra, los
cuales son posibles gracias al sacrificio del
hombre (Uriarte, Op. cit. 260).
En síntesis, en el juego de pelota se vincu-
lan dos aspectos interrelacionados: uno el
mantenimiento del orden cósmico, el triunfo
del Sol en su lucha contra los dioses del in-
framundo y otra, el renacimiento de las plan-
tas, durante cada primavera, ciclo que sólo
se puede asegurar con la participación del
hombre a través del sacrificio y el autosacri-
ficio (Ibídem.).
V Nanahuatzin y el mito del quinto sol
El relato sobre la creación del quinto sol,
trasmitido por Sahagún (Sahagún, 1981:
Libro VII, capítulo 2:258-262), tiene como
personaje protagónico a Nanauatzin (sic), el
dios buboso y contrahecho35. De acuerdo
con la Leyenda de los Soles, reunidos los
dioses en Teotihuacán, con el propósito de
auto sacrificarse, en una gran hoguera, para
dar origen al movimiento del Sol y la Luna,
el primero en ser llamado para su inmola-
ción fue el orgulloso Tecuciztécatl, quien
vestía ropas elegantes y hacía ofrendas os-
tentosas, pero en sus cuatro intentos, al in-
tentar inmolarse, se acobardó.
La tradición describe a Nanahuatzin como
un ser pobre y llagado del cuerpo, quien
brindaba manojos de cañas verdes atadas
de tres en tres, todas ellas llegaban a nueve
(Vidarte,1968:144-
heno, púas de maguey y, en lugar de copal,
como ofrenda, sus propias postillas de las
bubas. Al ser Nanahuatzin un dios sin te-
mor, en su primer intento se arroja al fuego
para ser consumido en las llamas y conver-
tirse de esta manera en el Sol radiante de la
nueva era del mundo.
La tradición aclara que Tecuciztécatl se in-
moló después y para evitar que su luz ra-
diante opacara la del sol, los dioses arrojan
un conejo al astro y de esta manera se
transformó en la Luna.
35 Matos (1972: 97), también promueve la identi-ficación de los personajes con pies anómalos de Atetelco y Tepantitla, con Nanahuatzin.
61
Vidarte (ibíd.), Pasztory (Op.cit.:212) y Uriar-
te (Op.cit.:266) sugieren que tanto el enano
como el jugador con pies deformes, dibuja-
dos en Tepantitla, aluden al mencionado
mito cosmogónico e incluso, no dudan en
considerar que pueden tratarse de Teccisté-
catl y Nanahuatzin.
Consideraciones finales
Los seres cuyos rostros presentan malfor-
maciones, y los individuos con otro tipo de
patologías, particularmente los enanos y los
personajes con pies deformes, aquí reseña-
dos, permiten establecer algunas considera-
ciones.
Los ejemplos de rostros con ojo abotagado
y nariz torcida, confirman la amplia distribu-
ción geográfica que, desde tiempos formati-
vos, los seres contrahechos tuvieron en Me-
soamérica. Las evidencias promueven su
consolidación durante el Clásico, tanto en el
Altiplano Central, como en el Área maya. Su
participación es relevante, en rituales de sa-
crificio, en calidad de mensajeros o interme-
diarios entre hombres y dioses.
Las cabezas con rostros que ostentan pato-
logías, son parte de un conjunto más amplio
constituido por seres con otro tipo de malfor-
maciones corporales, entre los que se en-
cuentran: enanos y personajes con uno o
ambos pies equinovaros. Todos en conjun-
to están relacionados con el juego de pelota
y tienen sus antecedentes desde la remota
etapa olmeca.
La presencia de rostros contrahechos con
ojo abotagado, nariz torcida, boca con mue-
ca, en el yuguito-rodillera de la Universidad
de Princeton, y en el yugo con dos rostros
equivalentes perteneciente a las coleccio-
nes del MNA, son testimonios de la asocia-
ción que desde el Formativo Medio y tam-
bién durante el Clásico, existió entre este
ser y los implementos utilizados en el juego
de pelota.
Los rostros con malformaciones, ya sea pa-
tologías o parálisis faciales, son representa-
ciones de cabezas separadas del cuerpo. Si
tomamos en cuenta que el juego de pelota
es un ceremonial donde usualmente se
practica la decapitación, estas representa-
ciones de cabezas, quizás son producto de
dicho sacrificio.
La suma de las anteriores evidencias permi-
te afirmar que inicialmente durante el For-
mativo y posteriormente durante el Clásico,
tanto en la Costa del Golfo como en Teo-
tihuacán, existió una relación entre los seres
con patologías y el juego de pelota.
El jugador de pelota con dos aros en la fren-
te, representado en el Templo Inferior de los
jaguares de Chichen Itzá, que es el edificio
anexo al monumental Juego de Pelota, per-
mite establecer una asociación consistente
con los personajes en las jambas norte y sur
de Atetelco, que destacan por la malforma-
ción de sus pies, e igualmente identificarlos
62
como jugadores de pelota. Los aros sobre la
frente están vinculados a jugadores de pelo-
ta de alto rango, antes que en Chichen Itzá,
el antecedente de este simbolismo se mani-
festó en Teotihuacán.
Es posible que las representaciones de ena-
nos así como los individuos con pies defor-
mes y aquéllos que padecían parálisis fa-
cial, fueran intermediarios de quienes la co-
munidad se valía, para comunicarse con el
Más Allá, de donde esperaban recibir favo-
res, gracias a su capacidad de penetrar en
el inframundo.
Finalmente es pertinente tomar en cuenta
que Nanahuatzin, y Xolotl al igual que otros
dioses mesoamericanos como Tlaloc y Hue-
hueteotl, básicamente son resultado de un
complejo de creencias y mitos que en la
mentalidad indígena persisten desde tiem-
pos milenarios.
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UBICANDOSE ENTRE MONTAÑAS Y VALLES ZOQUES DE CHIAPAS Enrique Méndez Torres
Los zoques
D esde la época prehispánica hasta la actualidad se distinguen tres regiones cultura-
les Zoques. La primera la conforman los pueblos que ven hacia la vertiente del Gol-
fo de México, asentados en las planicies colindantes con el estado de Tabasco. En
este espacio fue frecuente el contacto con mayas y mexicas, por lo que las condiciones socio
económicas eran superior a la de las otras dos regiones. El constante tráfico de mercaderes y
pobladores que arribaban de la Meseta Central de México y los procedentes del área maya
motivaron en la región un dinamismo excepcional, tanto en el intercambio de mercancías, ide-
as, costumbres y prácticas sociales diversas. Al momento de la conquista estaban bajo el con-
trol de los mexicas.
Al sureste se encontraban otros cinco pueblos de habla náhuatl, los más conocidos de estos
fueron los de Nicapa, Magdalena Coltipan (ahora Francisco León), Ixtapangajoya y Teapa, los
dos primeros sobre las riberas de los ríos Platanar y Sayula y los otros dos a la vera del río
Teapa. A través de estas vías fluviales se podía bajar hasta Zimatán y otros centros ceremo-
niales, con los que se comerciaban los diversos productos de esta región zoque como: maíz,
chile, frijol, ámbar, telas finas, de grana, plumas de quetzal y otros pájaros, piedras de moler,
petates, canastos y una gran diversidad de artículos menores propios de la variada artesanía.
La parte tabasqueña era sumamente rica en cacao. Los abundantes ríos facilitaron la comuni-
cación con la faja costeña.
Algunos de estos pueblos llamaron la atención de los conquistadores españoles por el número
de habitantes y el trazo urbano de los asentamientos, en especial el de Teapa, mencionado
por Bernal Díaz y Diego Godoy (Villa Rojas, 1990:21,23-24).
La segunda región se ubica en las partes altas de la Sierra de Pantepec, donde el clima tiende
a ser más frío, los suelos quebrados y pedregosos, sin ríos navegables ni rutas importantes de
comercio, los pobladores se empleaban como cargadores, alfareros, tejedores de petates, ca-
nastos y otros artículos, comerciaban con la grana silvestre que les era muy solicitada; al mo-
mento de la conquista se encontraban aislados.
66
Entre sus principales poblaciones están las
de Tapalapa, Ocotepec, Pantepec, Tapilula
y otros que desaparecieron en época de la
colonia. Los caminos que los llevaban a los
embarcaderos de Coltipan (Francisco León),
Nicapa y Teapa eran pésimos, y siempre se
quejaron de ellos los españoles, la única
referencia que hicieron al conquistar esta
parte es el poblado de Tapilula quejándose
de sus malas sierras y pasos (Villa Rojas,
1990:24,25).
La tercera área corresponde a la vertiente
opuesta que se inclina hacia la Depresión
Central Chiapaneca con una altitud de entre
los 500 y 700 msnm y un clima caluroso. La
configuración geográfica de la provincia zo-
que se aprecia en dos vertientes de tierras
bajas separadas por el sistema montañoso
de Pantepec. Aquí se ubican los poblados
de Tecpatán, Capainalá y Quechula, los
cuales cuentan con tierras de aluvión por su
ubicación en las faldas de la Sierra (Villa
Rojas, 1990:21,25).
fuimos a otros poblezuelos sujetos al mismo
tla, a fines del siglo XVI, se menciona la im-
portancia del puerto de Cachula como punto
de comercio fluvial y por tierra a diferentes
partes como a la costa del Golfo
(Coatzacoalcos y Campeche), Chicoasente-
pec, Copainalá y Tecpatán (Navarrete
Cáceres, 1968:371-372). Este importante
pueblo de Quechula se encuentra en la ac-
tualidad inundado por las aguas de la presa
de Malpaso (Villa Rojas, 1990:26).
En el costado derecho del río Grijalva, antes
de penetrar por el cañón El Sumidero se
ubica el poblado de Chiapa de Corzo, anti-
guo asentamiento prehispánico importante
en la región, al suroeste se encuentran los
poblados de Tuxtla, Ocozocoautla, Cintala-
pa, Jiquipilas y otros ya desaparecidos de la
Depresión Central (Villa Rojas, 1990:26-27).
Después de la conquista española cambia-
ron de importancia económica estas tres
regiones culturales. La zona del Golfo per-
dió jerarquía y la Depresión Central se esti-
muló por el comercio y las industrias, a la
región de la Sierra se le intentó dar auge sin
éxito alguno, en buena parte debido a su
complicada geografía, esta es la misma
razón de que hoy se encuentre allí el mayor
número de hablantes zoques monolingües
(Villa Rojas, 1990:29).
Muchas poblaciones y personas fueron ex-
terminadas por hambrunas, plagas, inunda-
ciones, sequías, infortunios y nuevas pestes
traídas por los españoles, los frailes Domini-
cos los congregaron en poblados, situación
que aprovechó la Corona española para so-
juzgarlos, cobrarles tributo y sobreexplotar-
los. Prueba de ello es el acta que Mazarie-
gos levantó contra Pedro Guzmán por el
tormento al que fueron sujetos los poblado-
res de Oztuacan y Tapalapa y por haber
67
aprehendido a 900 tamemes que herró, se
llevó como esclavos y los repartió entre sus
allegados (Mazariegos citado en Villa Rojas,
1990:31).
Por el contrario la Depresión Central resultó
más atractiva para los españoles por lo pro-
picio de sus suelos para la agricultura, es-
tancias de ganado, mano de obra nativa y el
fácil tránsito por esta área.
El poblado Ocozocoautla de Espinosa es la
capital del municipio de Ocozocoautla, se
ubica entre las regiones fisiográficas o natu-
rales de las Montañas del Norte y la Depre-
sión Central, con una variada topografía.
Este municipio se ubica en la parte occiden-
tal, su cabecera se ubica en los 16º
latitud norte y 93º
820 msnm en el estado de Chiapas. Su ex-
tensión territorial comprende 2,176.6 kilóme-
tros cuadrados, colindando al norte con el
municipio de Tecpatán; al sur con Villaflo-
res; al este con la capital del estado Tuxtla
Gutiérrez, Berriozabal y Suchiapa; Jiquipilas
y Cintalapa al oeste (Secretaría de Gober-
nación, 1988:351), (Fig. 1).
Según Peñafiel Ocozocuautla proviene del
mexicano: Ocotzo, ocozotl, trementina y
Cuauhtla, bosque; bosque de la trementina
Fig. 1. Ubicación de Ocozocoautla en el estado de Chiapas y los dos ríos más importantes de
esta área cultural, el Grijalva y La Venta. Dibujo del autor.
1. Se le denomina al Liquidambar styraciflua en náhuatl ocotzotl, ocoxotl, ocozote u ocotzo-cuohuit. Es un árbol del cual se extrae una resi-na aromatica. Sahagún menciona que era utili-zado en sus cañas de humo que chupan. Navas
68
Para otros es de origen nahoa, de los voca-
blos okoshotl, ocozote, una planta textil, y
kuautla, bosque; bosque de los ocozotes.
La población rural, que es la mayoría, se
distribuye en 149 localidades, donde las
más sobresalientes son Ocuilapa, Guadalu-
pe Victoria, Vicente Guerrero, Alfonso Mo-
guel, Espinal de Morelos y Galeana
En la actualidad podemos ubicar el espacio
geográfico de los zoques al noroeste del
estado de Chiapas y zonas aledañas en los
estados de Oaxaca y Tabasco. En Oaxaca
se les ubica en dos municipios Santa María
Chimalapa y San Miguel Chimalapa, ambos
en zona selvática, ubicados entre los 1000 y
municación (Villa Rojas, 1990:17).
En el estado de Tabasco se les ubica princi-
palmente en cuatro poblaciones con esta
lengua materna: Teapa (municipio de Tea-
pa), Puxcatán, Tapijulapa y Oxolotán
(municipio de Tacotalpan), estas poblacio-
nes cuentan con más vías de comunicación
y no han estado ajunas a los cambios de la
En Chiapas se encuentra el grupo poblacio-
nal zoque por excelencia.
En la época prehispánica se les localizaba
en todo el oeste de este Estado con un es-
pacio territorial de 12,000 a 15,000 kilóme-
tros aproximadamente, espacio que se vio
reducido por invasiones nahuas proceden-
tes del Altiplano, asentándose en el Soco-
nusco. Para el 900 D.C. los Chiapa les arre-
batan los Valles Centrales y con ello las me-
jores tierras para cultivo y una importante
vía de comunicación y mercadeo. Con la
llegada de las huestes comandadas por los
españoles, en 1523, la población se reduce
notablemente y con las ideas evangelizado-
ras y colonialistas los habitantes se congre-
gan en poblados, acotándose el territorio
ocupado por la cultura Zoque a un espacio
de aproximadamente de 6,468 Km2 (Villa
Rojas, 1990:18).
Fisiográficamente este espacio se ubica en
las Montañas del Norte, caracterizado por
ser una de las zonas más altas con pen-
dientes abruptas y pedregosas, espacio im-
propio para la agricultura intensiva (Villa Ro-
jas, 1990:19).
Dado que por mucho tiempo este territorio
tuvo un descenso poblacional, a mediados
del siglo pasado se les proporcionaron tie-
rras a habitantes de otras regiones y cultu-
ras, lo que ha causado un mal aprovecha-
miento de los recursos y una mala apropia-
ción de los espacios culturales por grupos
totalmente ajenos a ellos.
(
sacaban un aceite el cual era utilizado como me-dicina, más espeso era empleado como perfume y que era muy apreciado por los naturales.
69
Los hablantes de la lengua Zoque cada vez
son menos y aunque en algunos poblados
ya no se habla, culturalmente ellos se reco-
nocen como zoques.
Medio geográfico
Ocozocoautla se encuentra ubicado entre
dos medios geográficos, el norte lo constitu-
yen las Montañas del Norte y la parte sur
corresponde a la Depresión Central, a este
aspecto se debe lo variado de sus paisajes
y climas, desde el cálido-seco al cálido-
húmedo debido a la precipitación de lluvias,
la orografía selvática y los apacibles valles
de verdes pastizales (Secretaría de Gober-
nación, Op. Cit.:351).
En el área se aprecian diez tipos de vegeta-
ción, según Breedlove: selva alta perennifo-
lia, selva alta o mediana subperennifolia,
Selva mediana o baja perennifolia, selva
baja caducifolia, selva baja espinosa cadu-
cifolia, sabana, bosque de pino-encino, enci-
nares, bosque caducifolio y vegetación se-
cundaria (SEMARNAT, 2000:26).
Hidrología
Está conformada por el Sistema Grijalva, río
que nace en los Cuchumatanes guatemalte-
cos, con una cuenca de 60,800 Km2, una
longitud de 700 Km (Orozco Zuarth,
Venta. Son los dos grandes ríos que reco-
rren el territorio Zoque, que penetra las
Montañas del Norte, conformado por suelos
calizos del Cretácico, formando dos impo-
nentes cañones El Sumidero y La Venta
respectivamente. Se unen en la presa de
Malpaso y recorre territorio tabasqueño has-
ta desembocar en el Golfo de México, en
esta parte el río se vuelve navegable.
Fig. 2. Vista del exterior
de una de las paredes del
cañón del río La Venta.
Foto Enrique Méndez To-
rres.
70
Al río La Venta (Fig. 2 y3), se le unen ríos
menos caudalosos como El Cacahuanó, Ce-
dro, El Francés, El Achiote y el río subterrá-
neo El Encanto; los arroyos de caudal per-
manente Ojo de Agua, Las Flores, Los
Plátanos, Ocuilapa, Santa Fe, Las Came-
lias, Apic Pac, Petapa y Margaritas, y arro-
yos de temporal (Orozco Zuarth, 2003).
El Grijalva (Figs. 4 y 5), se alimenta de co-
rrientes subterráneas que previenen de la
región de Los Altos y de los ríos Suchiapa,
Santo Domingo, Pando, Ningunillo, Dorado,
Blanco, Cuxtepeques, Jaltenango y Cuílco.
Clima
Se pueden dividir los climas de cálido-
subhúmedo a cálido-húmedo dependiendo
de la zona.
Los meses con mayor precipitación van de
junio a octubre. Los meses más calurosos
son de mayo y junio. Los vientos tiene una
dirección de noroeste a sureste preferente-
mente; la temperatura media anual de la
cabecera municipal es de 23.8o C y una pre-
cipitación pluvial de 802.3 mm anuales
Op.cit.:352).
El clima influye fuertemente sobre este pai-
saje, donde son frecuentes las calizas, y
donde la agresión kárstica prevalece en el
territorio. El agua de lluvia que llega pasa
por la delgada capa de suelo vegetal, se
enriquece con los ácidos orgánicos, volvién-
Fig. 3. Vista de una de las terrazas del cañón del río La Venta, abajo el río del mismo nombre.
Foto Enrique Méndez Torres.
71
Fig. 4.Transito del río Grijalva a través de la entrada del cañón El Sumidero.
Foto Enrique Méndez Torres.
Fig. 5. Pared este del cañón con más de 150 metros de alto.
Foto Enrique Méndez Torres.
72
dose un agua más agresiva, y si a esto se le
agrega la elevada temperatura de la región,
que favorece la actividad bioquímica de la
solución, que al contacto con la roca caliza
disuelve el cemento constituido por Carbo-
nato de calcio y comienza a infiltrarse en el
subsuelo, extendiéndose así la extensa red
de fracturas (Giulivo, 1999a:28-29).
La abundante lluvia, después de todo este
tiempo, ha modelado el paisaje tropical
kárstico dando un terreno áspero y sin ríos
en su superficie, esto se debe a la rápida
absorción que al interior ha creado un espa-
cio con diversas galerías y túneles subterrá-
neos por donde ha circulado o circula el
agua que sale por diversos manantiales en
valles o el cañón (Giulivo 1999a 29), (Figs. 6
y 7).
Las simas o sótanos constituyen dolinas de
colapso. Las galerías freáticas, cuando ca-
recen del empuje hidrostático del agua que
las inunda, se extienden progresivamente
en condiciones vadosas por la presencia de
ríos subterráneos; los equilibrios estáticos
cambian rápido y los salones para adaptar-
se a los cambios se desarrollan hacia arriba,
provocando que se derrumben los estratos
rocosos sub-horizontales, que a veces son
inestables, hasta llegar a la superficie. De
este proceso resulta un hueco de varios me-
tros de ancho, el fondo esta constituido por
un tapón detrítico acumulado que esconde o
tapa las vías subterráneas del agua. A ve-
Fig. 6. Paisaje en la parte superior al cañón
La Venta. Foto Enrique Méndez Torres.
Fig. 7. Paisaje tropical cárstico de la región.
Foto Enrique Méndez Torres.
73
ces en sus paredes se pueden apreciar cue-
vas o balcones (Giulivo, 1999a:30), (Fig. 8 y
9).
Hidrogeología
El paisaje kárstico tropical de la región es el
resultado de miles de años de intemperismo
del agua sobre la roca calcárea mostrando
una superficie de conos. El agua que escu-
rre de las colinas se conjunta en el fondo de
las dolinas, la que se transfiere al subsuelo
a lo largo de discontinuidades en la roca
cuales se van ensanchando hasta formar
una intrincada red de canales cársticos por
Fig. 8. Vista de la Sima del Copal.
Fig. 9. Entrada al Chorredero y salida del
río. Foto Enrique Méndez Torres.
donde fluye el agua a las zonas de manantia-
les (Giulivo, 1999b:131), (Fig. 9).
La geografía y el hombre
La gente de la época prehispánica al familiari-
zarse con los espacios se fue apropiando de
ellos y al hacerlos parte de su vida cotidiana
los fue integrando en sus mitos, cuentos y le-
yendas (Thomas, 1974; Heyden, 1976; Arias,
1991; Munch, 1993; Instituto Chiapaneco de
Cultura, 1988). En su imaginativo les otorgó
vida, poderes, características especiales que
de acuerdo a la circunstancia, ya se vieran
favorecidos o perjudicados se hizo necesario
agradecer o congratularse con esas fuerzas
74
desconocidas e incontrolables.
La misma conformación del espacio geográ-
fico ha sido fundamental para los asenta-
mientos humanos, pues no todos los luga-
res son propicios para la agricultura y forma-
ción de cuerpos de agua, y sin estos una
población debió de haber tenido muchos
problemas para subsistir. Sin embargo se
han encontrado sitios arqueológicos donde
dichos satisfactores no están tan a la mano
y quizás esta sea la razón del por qué se
encuentren asentamientos humanos en re-
giones distantes y agrestes, donde una sola
familia puede sobrevivir y los vecinos estén
distanciados a más de 4 kilómetros y sea
necesario desplazarse más de 6 para llegar
a los campos cultivables.
De esta forma asumimos que un determina-
do espacio tiene una capacidad de carga y
de producción y al verse superado los satis-
factores se ven en vulnerabilidad y la esca-
sez o exterminio sería inminente. Todo es-
pacio donde se asienta el hombre se trans-
forma y hay elementos donde se puede
apreciar esta irrupción natural, siendo noto-
ria la intención, sentido y racionalidad pre-
via. El ganar espacios dentro de un determi-
nado ecosistema conlleva a un conocimien-
to del mismo, donde se pueden detectar dos
tipos de elementos, los naturales y los artifi-
ciales o culturales (Santos, et al. 1997:63).
Tuan (1979) señala que la vista es un im-
portante medio para ubicarse espacialmente
dentro de un determinado territorio y a falta
de este sentido la memoria y los demás
sentidos se desarrollan para conocer el lu-
gar por donde se ubica y desplaza uno. Co-
sa más lógica, sin embargo antes de la vista
el hombre empieza a reconocer su mundo a
través de su piel. Los cambios de clima y
humedad, en conjunto, vista y tacto, recono-
ce de una mejor manera el lugar, aunque,
por lo general, casi no es tomado en cuenta
este último por no aportar mucha informa-
ción. Sin embargo en otro tipo de lugares,
como al interior de cavidades este sentido
puede ser tomado más en cuenta por las
condiciones climáticas de cada espacio.
Pero sin lugar a dudas la imposición huma-
na sobre la naturaleza viene del razona-
miento tras la observación de su espacio
inmediato y va a ser el propio hombre el
punto de partida y comparación, humanizan-
do y valorizando el entorno en que se des-
envuelve.
Al combinarse los conocimientos con los
sentidos sensoriales los espacios debieron
de haber adquirido valores diferentes o simi-
lares para un mismo grupo, los cuales pue-
den variar según el contexto cultural. Y aun-
que en el fondo hay un patrón, estos pue-
den cambiar según las condiciones sociales
imperantes de cada tiempo. ¿Después de
ochocientos o mil años qué queda del
patrón original y bajo qué percepción o con-
texto se le intenta dar una explicación?
75
¿De qué manera van interactuando los si-
tios que el hombre aprovecha y cómo se
pueden relacionar? En algunos casos se
puede inferir, a través de restos materiales,
el valor social que se le dio a un sitio y se
puede ir apreciando el patrón de uso de un
determinado ambiente por lo que tiene, por
lo que se ve.
Los zoques aprovecharon las paredes de
algunas simas y cañones para plasmar de-
terminado tipo de imágenes de significado
aún incierto, pero lo que si se sabe es que
estaba transmitiendo una idea ¿A otra per-
sona, a sus divinidades o ancestros falleci-
dos? (Figs. 10, 11 y 12).
Por naturaleza el hombre es egocéntrico y
en diversas manifestaciones gráficas rupes-
tres es notorio que la representación huma-
na alude a esa necesidad de trascender,
con o sin intención. Las representaciones de
su entorno se pueden apreciar en elemen-
tos astronómicos, vegetales y animales. Y
siempre hay componentes, dentro de los
raciocinio.
Lo que me trae a la mente una reflexión del
dominico Fray Francisco de Burgoa cuando
señala que a un joven de España le toma
tres meses aprender, a uno de esta tierra le
toma solo tres semanas.
Fig. 10. Pinturas del cañón El Sumidero.
Foto Enrique Méndez Torres.
76
mericanos tenían que recurrir a su memoria
y aprender los acontecimientos. Cuando un
apegaba estrictamente a lo incluido en el
soporte, sino que las imágenes les servían
de guía para narrar una historia. Por lo que
considero que algunas imágenes se leen en
el entorno y sirven para referenciar otros
hechos.
Tal estrategia se puede apreciar en diversas
culturas en Australia (Morphy, 1995), donde
cada elemento geográfico, existente o in-
existente tiene una historia, un motivo de
ser. O en las islas Fiji (Toren, 1995) donde
desde pequeños los niños son instruidos y
saben reconocer la distribución de las islas
de su territorio sin haber navegado. En es-
tas culturas sin la tradición oral, los espa-
cios, elementos geográficos y la vida misma
carecen de significado. Por lo que es impor-
tante reforzar el espacio con el conocimien-
to, como menciona Tuan (1977), la gente
antes de conocer tiene que conocerse, co-
noce su cuerpo y dimensiones, lo que es
capaz de hacer y sus limitantes, aprende de
sus aciertos y errores, y después de cono-
cerse a si mismo humanizara su entorno
creando un paisaje singular con determina-
dos valores sociales (lo que dependerá
según la cultura y el tiempo).
Es común que en el campo un adulto trans-
mita sus conocimientos a los niños desde
temprana edad (que es cuando el cerebro
desarrolla más habilidades adaptativas), al
salir a sus primeros recorridos y ser guiado
comienza a reconocer su entorno, las for-
Figs.11 y 12. Pinturas de la Sima del Copal.
Foto Enrique Méndez Torres.
77
mas y que estas están asociadas a determi-
nado evento, suceso o deidad.
Creo que es en este momento que el medio
geográfico, al asignársele más que valores
espaciales se convierte en un lugar con sig-
nificado, el entorno se vuelve un paisaje.
Hasta la fecha no está del todo esclarecido
el por qué de que la gráfica rupestre, en
nuestra región de estudio, se encuentre en
lugares donde el acceso no es tan fácil. En
paredes altas del cañón La Venta, simas
como la Del Tigre y El Copal, donde se de-
bieron emplear técnicas de escalada y don-
de un error, a esa altura, implicaba la muer-
te. También se han localizado pinturas en
algunos balcones en las paredes de los dos
cañones, a más de 40 metros de altura, así
como materiales arqueológicos como cerá-
mica y hasta estructuras, como El Castillo,
El Tapesco del Diablo y otros sitios aun sin
nombre.
Así como exploraron las alturas, en las pa-
redes, las cavidades y el subsuelo no fueron
espacios ajenos, al interior de cuevas se
han encontrado cerámica y construcciones
de mampostería, en otras han modificado su
interior nivelando pisos, realizando oqueda-
des en paredes o retocando estalagmitas y
estalactitas para antro y zoomorfizarlas, co-
mo la cueva de Los Cajetes, Del Maizal, Del
León, Tapesco del Diablo o sima Del Mujú,
entro otras.
¿En qué características del medio geográfi-
co circundante se basaron para seleccionar
dónde pintar, qué sima, qué cueva, qué pa-
red del cañón emplear? Quizás pudiera jus-
tificarse uno con que no se ha hecho un es-
tudio amplio de estos sitios, y a decir verdad
nunca se tendrán, pero a partir de los sitios
que hemos visitados hasta ahora, se puede
inferir que no tenía que ver con el aspecto
visual del exterior de una cueva, el de un
balcón o una pared sino con la construcción
de un determinado paisaje.
La selección de una cueva, abrigo o sima,
quizás, debió de haber estado determinada
por ciertas características o elementos que
se encuentran o encontraban en su interior.
Se descarta la orientación de la entada,
pues esto al parecer no tiene corresponden-
cia con alguno de los cinco puntos cardina-
les. Sin embargo, se ha observado que pre-
ferentemente son cuevas húmedas donde
se forman algunos espejos de agua.
Habiendo otros espacios en cuevas más
accesibles ¿porqué elegirlas a más de 40,
60 u 80 metros de altura?
En el caso de algunas pinturas es notorio
que la imagen está desproporcionada, con
el fin de que la persona que esta abajo o
distante, si tiene noción de dónde se ubica
la pueda apreciar desde lejos. Y en el caso
de las habitaciones para verse desde lejos o
quizás no ser vistos.
78
Otro aspecto importante es que los sitios
arqueológicos habitacionales, hasta ahora
registrados, conllevan un desplazamiento
hasta las cavidades, paredes o mismas fa-
llas geográficas. Esto repercute en el caso
de las ofrendas masivas de cerámica al in-
terior de cavidades. Quizás parezca sor-
prendente el hecho de que de desde la co-
munidad se hubieran transportado, a lomo
de gente, más de 500 vasijas, con poca va-
riedad cerámica.
Un habitante de Ocozocoautla
Adolfo Alegría Gómez, de 31 años, habitan-
te del poblado de Ocozocoautla de Espino-
za, Chiapas, casado, con tres hijos varones
y una niña. En su puerta un letrero hace
referencia a que hace trabajos fotográficos y
de video. Una de sus aficiones ha sido por
años salir y caminar en el campo, ya sea en
los alrededores de su poblado natal o por
donde la vida le ha llevado, se dedicó a
hacer paseos con otros compañeros en bici-
cleta los fines de semana. De niño a veces
acompañaba a su abuelo a su rancho, a la
cercana sierra denominada Cerro Brujo, por
lo que a veces tenían que salir muy de ma-
drugada e internarse a obscuras hasta su
destino final.
Lo conocí en el 2003, año en que fui a darle
mantenimiento menor a la zona Arqueológi-
ca de Ocozocoautla, era una de las perso-
nas que tenían que auxiliarme en dichas
labores y con el tiempo y platicas me perca-
te que era un hombre que conocía los alre-
dedores y sobre todo lo que para esas fe-
chas a mi me llamaba la atención, la ubica-
ción de cuevas, me mencionó en aquel en-
tonces la de El León, El Espinal, Cerro Bru-
jo, El Guayabo y otras más. Fue importante
saber de él pues un año más tarde tenía
que buscarlo acompañado de Guillermo
Acosta para buscar cuevas y abrigos para
un proyecto.
Él nos ha guiado y acompañado a diversos
parajes de esta parte del estado chiapaneco
y se ha convertido en un amigo, nuestro
hombre indispensable en cada incursión,
nuestra brújula dentro de esos bellos paisa-
jes.
¿Cómo se ubica espacialmente Adolfo
cuando sale? Cada vez que va a parajes en
donde no ha estado antes se ubica en un
mapa mental teniendo como referencia su
pueblo natal, aprecia en qué rumbo cardinal
se encuentra y los relieves importantes del
paisaje que conoce, sitúa también otros pa-
rajes o poblaciones. Comienza a diferenciar
y a conocer los relieves de los montes cer-
canos, si está en una sierrita o sierra más
grande, y lo que pudiera quedar del otro la-
do.
El paisaje en determinados terrenos puede
ser engañoso, pues la vegetación a veces
suele ser muy parecida o llega a confundir,
por eso es indispensable que Adolfo, en vez
79
de fijarse en un tipo de vegetación, primero
ponga atención a los elementos geográficos
que no cambian fácilmente.
La vista y la memoria resultan de importan-
cia y al combinarse con procesos mentales
se desarrolla una ubicación espacial, que
resulta más fácil a una persona que a otra.
Si la primera travesía es dentro de la selva o
el bosque y no llevamos a otro guía y sólo
caminamos por señas, los elementos que
conforman la vegetación resultan relevantes
cuando no se aprecia lo que nos rodea. Un
determinado árbol, planta, espino, piedra,
barranca o río. Y a veces es necesario mar-
car con el machete un vegetal, para que al
regreso sólo se siga la seña. A veces el pro-
blema para los citadinos es saber reconocer
los árboles.
No lo entiende del todo bien, pues algunas
cosas las escuchó de sus abuelos, otras las
aprendió en la escuela y muchas más en el
propio campo. De alguna manera cree que
hay cosas divinas en el campo, pues su sin-
cretismo está mezclado con el popular de su
cultura zoque, al que no le ponía mucha
atención, y su pensamiento religioso católi-
co.
Pero de lo que sí está convencido es que
muchas de las cosas dependen del hombre,
el aire, los acuíferos, la sobrevivencia de los
animales y la naturaleza le merece su res-
peto y en algunas ocasiones me comentó el
fervor con que se dirigían sus ancestros a
determinados elementos geográficos
La ambición del hombre ha llevado a la des-
trucción de la naturaleza, no cuidar el
pacio de vegetales, lo que repercute en el
traslado de especies animales a otro lugar
más seguro y protegido; la ausencia de una
capa vegetal repercute en el nivel de lluvias,
las que llegan limpian y adelgazan el suelo,
el agotamiento de manantiales; sin fuentes
de abastecimiento de agua potable los po-
blados se ven obligados a buscar un aprovi-
sionamiento más lejano e incrementar su
sistema de agua a base de largas tuberías
de mangueras.
De pequeño Adolfo acompañaba a su abue-
lo a su rancho cerca de Cerro Brujo, debió
de haber sido ahí donde inconscientemente
desarrolló su ubicación espacial con un bajo
nivel de dificultad, estos mecanismos men-
tales son procesados a partir de los tres
años de edad (Adriana Flores, pedagoga,
comunicación personal, 2006). Aunado a las
enseñanzas del abuelo de cómo reconocer
plantas, árboles, animales debió de haber
realizado mapas mentales de la distribución
espacial del lugar por donde transitaba, por
la imperiosa necesidad de meterse entre el
monte para llegar al rancho.
Adolfo Alegría se siente un hombre afortu-
nado por disfrutar el trino y vuelo de las
aves, de apreciar bellos paisajes a los que
80
sólo pocas personas han accedido como el
cañón del río La Venta, Cerro Brujo, la selva
El Ocote, en los alrededores de su natal Co-
ita.
Él entiende por paisaje un espacio de atrac-
tivo visual no común y por lo general no
siempre es de fácil acceso para el hombre,
sino, dicho espacio estaría contaminado o
no existiría.
Debo complementar que Adolfo se dedica a
tomar fotografías dentro de su pueblo,
herencia de otro abuelo y por necesidad, y
gusto, también se dedica a las filmaciones
de eventos. Nunca puso atención a las cos-
tumbres de su pueblo, pero desde hace cin-
co años al apreciar que hay poca informa-
ción y que algunas de sus tradiciones no
tiene un aparente por qué, se está dedican-
do a rescatarlas a través de las tomas fo-
tográficas y filmaciones de eventos impor-
tantes para su pueblo con la finalidad de
perpetuar su herencia cultural y legarlo de
una manera visual, no sólo a sus hijos sino
a futuras generaciones para que las prácti-
cas coitecas no se pierdan.
Un aspecto importante de ubicación y cómo
referenciarse que me tocó apreciar con
Adolfo fue en el enero del 2011 en el cañón
del Río La Venta. Debido a mi formación de
arqueólogo, tuve que vectorizar algunas car-
tas topográficas, había revisado fotografías
aéreas, visto croquis, mapas y recorrido el
cañón en Google earth
amplia de dónde estábamos ubicados, no
así mi amigo Adolfo.
En la comunidad de Adolfo López Mateos,
municipio de Jiquipilas, al borde de dicho
Cañón se apreciaba un espectáculo sin
igual y Adolfo me preguntó que para dónde
quedaba su poblado, a lo que le señale el
rumbo. Debido a que él nunca había estado
de este lado del Cañón y ya había recorrido
otros espacios en la otra ladera comenzó a
buscar los promontorios más altos y al no
reconocerlos apreció en el paisaje algunas
laderas. Él conoce los tres primeros kilóme-
tros del río La Venta y sabía que estábamos
río abajo. Comenzó a buscar referentes en
voz alta e infirió que en la punta de un cerro
estaba una antena repetidora, lo distinguió
por la silueta, y de ahí comentó que del otro
lado, que no se veía, estaba otro cerro, y así
describió otros espacios más que no se ob-
servaban por la serranía que estaba enfren-
te de nosotros y comenzó a re-construir un
paisaje que ya tenía ampliándolo desde un
paraje que no conocía y cerrando un rompe-
cabezas.
Quizás, lo importante que él heredo en ese
momento sin saberlo, fue un conocimiento
geográfico y de ubicación a su hijo que nos
acompañaba. Posiblemente de éste modo
es como se van heredando algunos conoci-
mientos de generación en generación (Fig.
13).
81
El espacio y el tiempo
Al final, un paisaje no se debe estudiar indi-
vidualmente, para el caso de la investiga-
ción antropológica, sino en conjunto con sus
actantes y cómo pudieron haber modificado
su medio a través del tiempo o bajo sus cir-
cunstancias de vida.
Quizás los primeros moradores de estas
tierras no le hubieran asignado un sentido
especial a su entorno y el hecho de que no
se encuentre presencia de ellos en cavida-
des o al interior de los cañones sea indica-
dor de que estos espacio no eran favoreci-
dos para sus actividades primarias, excepto
por los abrigos, por presentar una mejor co-
modidad para su habitación.
El desarrollo de la vida se ha evidenciado
más en los abrigos cercanos a los valles o
planadas, donde la cacería de animales de
pastores representaban un mejor sustento.
En la época prehispánica (1500 a.C.-1523
d.C.), las condiciones sociales y políticas
comienzan a darle un giro a la apreciación
del paisaje y en mucho va a ser la respon-
sable la teología mesoamericana. Las cue-
vas se van a convertir en un lugar sagrado,
de culto, donde habitan ciertas divinidades,
a las montañas se les van a asignar
protegida y todo va a tener un dios regente
o protector (Aramoni, 1992).
Si los dioses son los encargados de la pros-
peridad y calamidades, conjugándose con el
comportamiento social, será necesario co-
municarse con ellos para congraciarse o
hacer peticiones a través de formulismos
Fig. 13. Adolfo Alegría hijo, gorra negra, y padre, sombrero, comentando sobre su ubicación en
un espacio desconocido y nuevo para ellos. Foto Enrique Méndez Torres.
82
específicos:
Dios, mundo santo, por favor mírame y
habla con los animalitos. Dios, piedra
santa, bosque santo, por favor, mírame,
óyeme, habla con los animales (Nash,
1993:76).
En esta etapa será de importancia la ubica-
ción de asentamientos, pues la gente agru-
pada en ellos determinará las modificacio-
nes al medio ambiente, abriéndose espacio
de entre la vegetación primaria, el área de
su establecimiento será primordialmente
infértil y en su derredor será normal el creci-
miento de vegetación secundaria, un poco
más alejado, los campos de cultivo irán mo-
dificando el paisaje con sus respectivas con-
secuencias de gradual erosión (Figs. 14 y
15).
A medida que los grupos poblacionales va-
yan en aumento la modificación de su paisa-
je será más notoria.
Este impacto cultural es menos gradual y
agresivo en los asentamientos dispersos
que se ubican al interior de las partes mon-
tañosas, pues la huella del hombre podría
ser equivalente al espacio que pudiera dejar
un gran árbol que cae y la regeneración de
la vegetación al paisaje anterior al asenta-
miento pudiera ser más rápida.
En la época colonial (1523 d.C.-1810 d.C.)
las circunstancias cambiaron notablemente
con la llegada de un sistema de creencias,
política y bacteriológico totalmente nuevo lo
Fig. 14. Vivienda en La Sierra de una fami-
lia. Foto Enrique Méndez Torres.
Fig. 15. Asentamiento de más de 150
familias. Foto Enrique Méndez Torres.
83
que repercutió marcadamente en el paisaje,
un brusco descenso poblacional, la congre-
gación de nuevos poblados y la desapari-
ción de otros tuvo consecuencias con la im-
plantación de un sistema religioso que ter-
minó por ser una mezcolanza de ideas
según la región donde se vivía. Provocando
la clandestinidad del anterior sistema religio-
so, por lo que se tuvieron que utilizar espa-
cios geográficos alejados y ocultos a los
ojos de la nueva religión.
Y qué mejor espacio que el de las cuevas,
lo que antes fue licito se convirtió en ilegal y
buscado, trasladando algunos elementos de
los anteriores rituales a cavidades con cier-
tas condiciones al interior. También se vio y
escuchó de gente que salió en las noches a
bailarle, vestida de animales, a los cerros y
cuevas, después que se les prohibió esta
práctica en los atrios de las iglesias
(Aramoni, 1992).
La vegetación ganó terreno en los espacios
abandonados y descuidados, pero los nue-
vos asentamientos humanos comenzaron a
marcar su espacio con técnicas traídas por
los conquistadores. Las anteriores poblacio-
nes que subsistieron aumentaron su tama-
ño, algunas continúan hasta la fecha, las
que no decayeron en las posteriores etapas.
El arado hizo extensas líneas en la tierra
permitiendo mejores cultivos, lo que reper-
cutiría en una mayor producción de alimen-
tos.
La región de los Valles Centrales se vio fa-
vorecida por nuevos asentamientos, la parte
montañosa, por lo accidentado de su geo-
grafía y características peculiares, se des-
arrolló más lentamente. El paisaje se vería
marcado ahora por líneas en la tierra que
comunicaban de una población a otra.
Para la etapa independista (1810 d.C.-1910
d.C.), las condiciones en el actual Chiapas
no fueron tan evidentes, caciques y capata-
ces sólo cambiaron de nombre y cara. Los
crecimientos poblacionales siguieron un pa-
so lento.
Algunos cultos prehispánicos sobrevivieron
en su clandestinidad en cuevas y de la mez-
cla con el catolicismo adquirió cualidades
nando algunos espacios y algunas prácticas
religiosas los exploraron.
En la etapa moderna (1910 d.C.-hasta la
actualidad), las poblaciones subsistentes
afianzaron su espacio geográfico, los cam-
pesinos entraron a una nueva etapa de me-
canización del campo forzando a ganar más
espacios a la vegetación (Fig. 16 y 17), y
aunque algunos lugares no son aptos para
la agricultura, se fertiliza la tierra hasta ago-
tarla.
En algún momento la libertad de culto per-
mitió que se volviera a bailar en público ves-
tidos o simulando las pieles de animales. A
las cuevas se sigue asistiendo para realizar
prácticas que necesitan el espacio oscuro y
84
subterráneo.
En cada momento ocupacional del territorio
chiapaneco se pueden apreciar diferentes
circunstancias políticas y sociales, dicha
mentalidad ha creado diversos paisajes, en
algunos casos las huellas han quedado más
marcadas que otras. En algunos espacios
es posible hallar contextos arqueológicos y
en otros no. Desgraciadamente ante la falta
de evidencia material física en el terreno
lleva a mucha gente a ignorar los distintos
usos al que pudo haber sido sometido un
determinado espacio.
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