adriani, egaÑa y uslar pietri un modelo de desarrollo para venezuela
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ADRIANI, EGAÑA Y USLAR PIETRI: UN MODELO DE DESARROLLO PARA VENEZUELA
ECON. LUIS XAVIER GRISANTI, PROFESOR DE POSGRADO DE LA UNIVERSIDAD CENTRAL DE
VENEZUELA Y DE LA UNIVERSIDAD SIMÓN BOLÍVAR
CONFERENCIA EN LA FUNDACIÓN CASA ARTURO USLAR PIETRI CON MOTIVO DEL 107MO.
ANIVERSARIO DE SU NACIMIENTO
CARACAS, 11 DE MAYO DE 2013
Apreciados colegas, estudiantes, amigas y amigos,
Quiero agradecer sinceramente la distinción con que me han brindado José Rafael Revenga,
presidente de la Junta Directiva; Antonio Ecarri Angola, Presidente; Valentina Betancourt,
directora ejecutiva de la Fundación Casa Arturo Uslar Pietri, y el profesor Guillermo Guzmán, de la
Universidad Católica Andrés Bello. Gracias a todos los aquí presentes por acompañarnos el día de
hoy, en la ocasión de celebrar el 107mo. Aniversario del natalicio del Dr. Arturo Uslar Pietri.
La vida y las obras de tres venezolanos de excepción, Alberto Adriani Mazzei, Manuel R. Egaña
Berroeta y Arturo Uslar Pietri están estrechamente relacionadas en el tiempo y el espacio.
Merideño y agricultor el primero, zaraceño y jurista el segundo y caraqueño e intelectual el
tercero, estos prohombres pertenecieron a la misma generación que despuntó en la vida nacional
con la muerte del general Juan Vicente Gómez, cuya dictadura de 27 años, precedida por la del
general Ciprino Castro durante 8 años, había dejando al país en un estado precario de desarrollo
económico, social, cultural y científico, pese a que una descomunal bonanza petrolera hizo que el
producto interno bruto de Venezuela se cuadruplicara con creces en la década de los años veinte
del siglo XX, pasando de Bs. (1984) 7.261 millones en 1920, a Bs. 31.732 en 1929, y desplazando a
la producción agropecuaria, principalmente al café y al cacao, como primer componente en la
formación del producto nacional, en 1926. Dos años más tarde, en 1928, Venezuela se convertiría
en el primer exportador mundial de petróleo, luego del vertiginoso aumento de la producción
petrolera, que se disparó de 54.500 barriles diarios en 1925, a 290.000 barriles diarios.
Nacidos en 1898, 1900 y 1906, respectivamente, Adriani, Egaña y Uslar Pietri formaron parte de
una pléyade de jóvenes venezolanos, muy bien formados académicamente, que comenzó a pensar
prioritariamente sobre cómo construir un país democrático y civilizado con una economía
diversificada y próspera y con un nivel de avance cultural, educativo y científico que permitiera la
equidad y la cohesión sociales y la prevalencia de la justicia y el Estado de Derecho. Y si bien ellos
hicieron contribuciones esenciales en la construcción de las instituciones económicas
fundamentales del país –el Banco Central de Venezuela, el Banco Industrial de Venezuela, el
Ministerio de Agricultura y Cría, la Contraloría General de la República, el Consejo Supremo
Electoral, las leyes de Impuesto sobre la Renta e Hidrocarburos, entre otros organismos e
instrumentos legales, su mayor preocupación estuvo centrada en los efectos perniciosos que
tendría la excesiva explotación de un recurso natural no renovable sobre el resto de la economía,
particularmente, sobre el desarrollo agropecuario e industrial del país.
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EL PROGRAMA DE FEBRERO DE 1936: PRIMER PLAN DE DESARROLLO
Entre los tres, fue Adriani –el mayor- quien tuvo una formación económica de carácter académico,
en tanto que Egaña y Uslar Pietri, doctores en ciencias políticas y abogados, influidos por el
primero, no sólo se hicieron estudiosos de la ciencia económica por vocación y disciplina, sino que
dejaron huella indeleble en las instituciones e instrumentos legales que contribuyeron a formar,
partiendo del histórico Programa de Febrero, instituido en 1936 por ese gran estadista y general
civilista que fue el presidente Eleazar López Contreras (1936-1941), quien no vaciló en llamar a
colaborar a los tres jóvenes treintañeros en su proyecto de modernización democrática,
institucional, social, educacional, económica y financiera.
No es exagerado significar que el Programa de Febrero fue el primer plan de desarrollo nacional
orgánicamente concebido. Otros venezolanos pertenecientes a una generación anterior, pero
cuarentones a la sazón, como Diógenes Escalante y Caracciolo Parra Pérez, embajadores
profesionales, y otros hombres de Estado como Amenodoro Rangel Lamus y Néstor Luis Pérez,
participaron en la formulación de aquel plan, pensado y no copiado de experiencias ajenas, sino
adaptado a las condiciones venezolanas.
El presidente López Contreras designó a Adriani, de 37 años, primer ministro de Agricultura y Cría
de Venezuela, aquel turbulento mes de febrero de 1936; y el 1 de abril lo colocó al frente del
Ministerio de Hacienda. Egaña, de 35 años, fue su director de gabinete (vice ministro), en tanto
que el titular de la Hacienda Pública nombró a Uslar Pietri, de 30 años, jefe de la Oficina de
Estudios Económicos del Ministerio; división que fue creada por el propio Adriani, quien también
en su corto tiempo como titular de Agricultura y Cría, organizaría el nuevo Despacho y fundaría la
Revista de Agricultura y más tarde la Revista de Hacienda, órganos de estudio y divulgación del
pensamiento en las ramas económicas, agropecuarias y hacendísticas.
Adriani y Egaña se habían conocido como estudiantes de Derecho entre los años 1917 y 1921,
cuando el primero es designado Cónsul de Venezuela en Ginebra y deja los estudios jurídicos antes
de graduarse. Permaneció como Cónsul pocas semanas, pues luego se inscribe en la Universidad
de Ginebra para cursar estudios de Economía, graduándose en 1925. Durante este período,
Adriani alterna sus estudios universitarios con el ejercicio de la secretaría de la Delegación de
Venezuela ante la Sociedad de las Naciones, representación que ostentaban Diógenes Escalante,
Caracciolo Parra Pérez y Santiago Key Ayala.
El economista y el abogado se reencuentran en Washington cuando el primero es designado, en
1926, jefe de la Oficina de Agricultura de la Unión Panamericana, antecesora de la Organización de
Estados Americanos, y el segundo se desempeñaba como agregado civil en la Embajada de
Venezuela en Washington, siendo a la sazón enviado extraordinario y ministro plenipotenciario, el
Dr. Carlos F. Grisanti, ex presidente de la antigua Corte Suprema de Justicia, quien había sido
profesor de ambos en la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Venezuela. En
Washington, confesará más tarde Egaña, en sus largas tertulias con Adriani desarrollará una
afición poco común por los estudios económicos y financieros, la cual nunca abandonaría;
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conscientes ambos de que Venezuela debía emprender un vasto plan de reformas de su economía
y de sus instituciones.
Uslar Pietri, cuando fue colaborador de Adriani y más tarde de Egaña –quien fue ministro interino
al fallecer súbitamente el economista merideño el 10 de agosto de 1936-, ya era un escritor
consagrado y venía de haber pasado una período de cinco años en París, entre 1929 y 1934. Había
publicado ya, días antes de cumplir 25 años, la novela Las Lanzas Coloradas (1931). Egaña y Uslar
Pietri, por su parte, serían compañeros de gabinete durante la presidencia de López Contreras,
siendo el primero designado ministro de Fomento en 1938, y el segundo, ministro de Educación en
1939.
Lamentablemente, la muerte prematura de Alberto Adriani, a los 38 años, imposibilitó que
Venezuela se beneficiara de su inmenso talento, capacidad de trabajo y formación intelectual;
pero no faltaría a la verdad si afirmáramos que sus dos amigos, Egaña y Uslar Pietri, se encargarían
de poner en ejecución no sólo los proyectos de modernización económica, fiscal y financiera
contemplados en el Programa de Febrero, sino de preservar su legado; tanto, que el libro póstumo
del economista zedeño, Labor Venezolanista, fue editado por Uslar Pietri en 1937, y su segunda
edición, en 1946, fecha del X aniversario del la muerte de aquel, el prólogo estuvo a cargo del
también ex presidente del Congreso Nacional y fundador del Banco Central de Venezuela, Manuel
R. Egaña.
Egaña y Uslar Pietri continuarán colaborando durante la presidencia de otro general civilista
(1941-1945), Isaías Medina Angarita, quien además de profundizar las reformas democráticas
emprendidas por López Contreras, designó una comisión presidencial de la cual surgieron
instrumentos legales de trascendencia histórica, como la Ley de Impuesto sobre la Renta de 1942,
la Ley de Hidrocarburos de 1943 y la Ley Agraria y la Ley de Minas de 1945, de la cual el senador
Egaña fue su relator.
El estadista llanero, desde la tribuna parlamentaria, y el intelectual caraqueño como ministro del
Interior, consolidarían así las reformas económicas concebidas principalmente por Adriani. El
abogado zaraceño y el eximio escritor mantendrían el resto de sus vidas una cercana amistad
personal e intelectual, e inclusive, tendrían sus respectivas residencias a poca distancia una de la
otra en esta avenida Los Pinos de La Florida.
Habiendo realizado este apretado resumen de la relación estrecha de estos cultos y honestos
servidores públicos, ajenos a las arrogancias del poder y desprovistos de ambiciones crematísticas,
pasamos ahora a referirnos a pensamiento económico propiamente dicho de los tres personajes,
formados no para las improvisaciones y las soluciones sui generis, sino para la formulación de
políticas públicas debidamente estructuradas y evaluadas en todas sus dimensiones técnicas para
convertirlas en instrumentos legales o acciones gubernamentales beneficiosas para el desarrollo
económico y social de Venezuela.
Existe cierto grado de complementariedad en los tres colaboradores del presidente López
Contreras. Esta complementariedad responde a que el novelista caraqueño, con su inmenso
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talento narrativo, recoge las advertencias y recomendaciones que Adriani como economista
profesional formula; en tanto que Egaña, con su maciza formación jurídica y cultural, le toca
ejecutar –y lo hace exitosamente-, las conceptualizaciones que el pensador de Zea estructuró en
sus múltiples ensayos, artículos y ejecutorias como agricultor, analista económico, diplomático y
ministro de Agricultura y Cría y de Hacienda.
DOCTRINA ECONÓMICA Y CONTEXTO HISTÓRICO
Durante el período formativo y de actuación pública de Adriani, Egaña y Uslar Pietri –entre la
segunda década y cuarta del siglo XX-, el mundo vivió transformaciones políticas, económicas y
tecnológicas de gran envergadura. La industrialización de Norteamérica y Europa durante la
segunda mitad del siglo XX habían incrementado el ingreso nacional y la calidad de vida de los
habitantes. El surgimiento del transporte automotor y aéreo, la generalización de la electricidad, el
diseño y ejecución de vastas redes de carreteras y autopistas, la construcción de grandes obras de
infraestructura, de edificios y rascacielos y los procesos de urbanización y renovación urbana,
incrementaron notablemente el bienestar de las democracias capitalistas de occidente.
En su conocida obra, Sumario de economía venezolana para alivio de estudiantes, cuya primera
edición apareció en 1945 y la segunda (ampliada) en 1958, con la colaboración de los economistas
Hernán Avendaño Monzón, D.F. Maza Zavala y Bernardo Ferrán (editada por la Fundación
Mendoza), Uslar Pietri se distancia de la teoría económica liberal clásica y emite un juicio que
podríamos denominar keynesiano:
“En muchos perdura el concepto arcaico de que la economía puede continuar siendo
aquella eglógica y estática estampa de la Europa de la primera mitad del siglo XVIII. Sin
duda ignoran o desestiman la formidable revolución industrial que se inició en los últimos
años de ese siglo y que había de transformar profundamente la vida y las relaciones de los
pueblos. Al artesano que trabajaba las materias de su región, se sustituyó por la gran
industria que emplea los materiales de las más distintas regiones. Al mercado local y a la
feria pintoresca se sustituyó el enorme intercambio de mercancías y servicios entre todas
las naciones de la tierra…
“Surgieron los vastos problemas internacionales de la distribución geográfica y del
aprovisionamiento de materias primas, los problemas del nivel de vida y de la capacidad
adquisitiva de las masas, los problemas de la interdependencia de las monedas atadas a la
suerte del intercambio económico; la tragedia de las grandes crisis que en horas
provocaban fantásticos desplazamientos de riquezas.”
La Revolución Rusa de 1917 implantó el primer régimen marxista, que generó un atractivo
indiscutible entre la intelectualidad del mundo occidental y oriental al reivindicar los derechos de
la clase trabajadora y cuestionar los excesos de la industrialización capitalista, gestando
disparidades aberrantes en la distribución del ingreso y la riqueza, aún cuando la clase obrera y las
crecientes clases medias mejoraron sus condiciones de vida y su acceso a los bienes materiales. No
obstante, se comenzaron a advertir los fracasos de la colectivización de los medios de producción
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y la pérdida de libertades y derechos ciudadanos, particularmente a partir del ascenso al poder, en
1924, de Joseph Stalin, cuya férrea y criminal dictadura duraría hasta su muerte, en 1954. Los
jóvenes venezolanos de entonces pudieron conocer de las desviaciones colectivistas promovidas
por el dictador georgiano.
La doctrina liberal clásica de los regímenes capitalistas de occidente fue puesta en duda a raíz del
Great Crash de 1929, desencadenando una depresión en la que ya era, desde 1895, la economía
más grande del planeta: Estados Unidos. Los precios de las materias primas colapsaron, bajando
entre un 60% y un 80% en los mercados mundiales y la Gran Depresión de los años treinta tuvo
repercusiones globales. Un estadista visionario, Franklin Delano Roosevelt, presidente de Estados
Unidos (1933-1945) decide intervenir directamente en la economía para generar empleo y
aumentar el consumo para salir de la devastadora crisis económica y social.
Durante los años veinte y treinta, un brillante economista británico, John Maynard Keynes,
revoluciona la ciencia económica postulando la tesis de que cuando el mercado no puede
preservar o garantizar los equilibrios económicos, el Estado debe intervenir para corregir el
desbalance entre el ingreso nacional y la producción, liberalizando además la política monetaria.
Adriani, recién graduado de economista en 1925, pasa poco más de un año en Londres como
miembro de la Delegación de Venezuela en la Sociedad de las Naciones y se familiariza con la obra
de Keynes. En 1936, se publica la Teoría General sobre el Ingreso, el Empleo y las Tasas de Interés.
El fracaso de la República de Waimar en Alemania durante los años veinte y la pobreza que
estremeció a Italia, crearon el caldo de cultivo para que un electrizante orador y demagogo
italiano, Benito Mussolini, se hiciera del poder en 1922, y otro de igual o peor condición, Adolfo
Hitler, lo hará en 1933. Nace el nacional-socialismo y el fascismo como doctrinas, provocando un
atractivo especial por exaltar sentimientos nacionalistas y de superioridad racial, en tanto que
logran inobjetables resultados económicos positivos, por lo menos en las primeras de cambio.
Los jóvenes venezolanos no se dejan deslumbrar ni por el régimen colectivista soviético ni por el
nacional-socialismo fascista y nazi; pero también se distancian del liberalismo económico clásico.
Sus escritos de entonces muestran a tres profesionales capaces de entender que ningún extremo
es provechoso y menos para las características históricas y socio-económicas de Venezuela.
Como co-fundador de la Escuela de Economía de la Universidad Central de Venezuela, el autor de
las novelas Oficio de Difuntos y La isla de Robinson, en sus Palabras pronunciadas en la instalación
de la Escuela libre de Ciencias Económicas y Sociales, expone en 1938:
“El siglo XIX se inicia con las más halagadoras esperanzas económicas. La escuela clásica
inglesa afirmaba, cada día con más énfasis y con más genial razonamiento, que el interés
del individuo coincidía con el interés general, que la vida económica estaba presidida por
leyes inmutables que no podían ser alteradas, y que bastaba dejar actuar libremente esas
leyes para que automáticamente se establecieran la armonía y el progreso. El Estado
quedaba reducido al honorífico y simple papel de “productor de seguridad”. No todo
resultó tan risueño. Ya desde comienzos surgieron, entre los propios fundadores, Ricardo y
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Malthus, con su profunda investigación que Carlyle había de llamar lúgubre. Después
vinieron las grandes crisis periódicas, el pauperismo y la agitación creciente de las masas
trabajadoras, y la reacción ideológica desde diferentes posiciones. Aquel siglo concluye en
la desconfianza de la libertad económica y en una multiforme exaltación de la función del
Estado, que han continuado acentuadamente hasta nuestros días.”
VENEZUELA: NI TOTALITARISMO SOVIÉTICO NI LAISSEZ FAIRE
Manuel R. Egaña, por su parte, expresa un criterio similar y señala:
“La doctrina liberal, en su más pura concepción, establece que las funciones del
Estado…deben limitarse a conservar el orden para facilitar el libre desenvolvimiento de las
iniciativas y de los esfuerzos individuales. Todo lo que coarte o canalice la libre expansión
individual, es adverso al desarrollo de la riqueza pública y privada.
“Sería difícil concretar en pocas palabras lo que se entiende por intervención del Estado,
pues va desde la dirección y control absolutos o casi absolutos, de la acción económica
individual y colectiva, como sucede en los regímenes soviéticos y totalitarios, hasta formas
de intervención prudentes, oportunas y transitorias del Poder Público.
“La aplicación de cualquiera de estas doctrinas a un país, no es cosa que puede resolverse
teóricamente. Cada nación crea su propia doctrina. Sería insensato e inútil que se tratar de
aplicar entre nosotros, digamos, el régimen soviético o el régimen nazista, como la
adopción de un régimen de completo laissez fair, laissez aller, laisser passer, porque
Venezuela tiene su propia doctrina económica, resultado natural y espontáneo de su
propia vida…Lo que importa, pues, no es definir si el Estado, en Venezuela, debe ser liberal
o intervencionista, sino el mayor o menor grado en que deba intervenir.”
Una de los aportes esenciales de los tres prohombres fue delinear el campo de acción entre el
mercado y el Estado con singular acierto, creando doctrina apropiada al caso venezolano. Ello
tiene lugar a partir de 1936, principalmente, con la aplicación del Programa de Febrero.
Prosigue en tal sentido Uslar Pietri al referirse a ese leitmotiv que angustiaba a todos los
venezolanos pensantes de su tiempo, incluyendo a otros jóvenes contemporáneos que más tarde
pasarían a liderar la democratización de Venezuela bajo un régimen de economía mixta de
mercado: Rómulo Betancourt, Juan Pablo Pérez Alfonzo, Carlos D´Ascoli, Manuel Pérez Guerrero y
José Antonio Mayobre. Inclusive, venezolanos de formación marxista, como Salvador de la Plaza, o
socialistas-democráticos, como D.F. Maza Zavala, compartían el criterio de la particularidad de la
economía venezolana y sobre cuál doctrina económica se adaptaba más a sus características
históricas y sociológicas. Todo ello bajo el manto común de procurar el desarrollo y progreso de
Venezuela.
Uslar Pietri reitera así su visión sobre la realidad económica de Venezuela:
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“Nuestra patria, por razones de la más diversa índole que van desde la historia hasta la
geografía, permaneció largo tiempo indiferente a la gran batalla económica que se libraba
en el mundo occidental…Nuestra independencia coincidió con la época de mayor prestigio
de la escuela clásica, y era lógico que nuestros libertadores adaptaran a los principios de
aquella nuestras instituciones. Desde Santos Michelena, hasta el ayer inmediato hemos
practicado por tradición un liberalismo económico sin convicción y sin energías, que ni
correspondía a nuestras necesidades ni a la política coetánea de los demás países.
“En un pueblo desprovisto del sentido agresivo y creador del capitalismo, la vida
económica abandonada al empirismo y a su propia suerte degeneraba en un remanso, en
lugar de ser el primer instrumento del progreso y de la transformación nacional. Nos
decíamos fieles a un liberalismo teórico, sin pensar en las consecuencias sociales, políticas
y culturales que la condenación del papel de productores de materias primas debía
ocasionar a la nación. Nos seguíamos creyendo liberales, mientras el Estado, antes del
petróleo, mantenía por medio de barreras artificiales las escasas y exangües industrias, y
después del petróleo, por medio de la distribución de aquella renta, y de la fijación del tipo
de cambio, venía a intervenir, sin proponérselo, todos los aspectos de nuestra vida
económica.
“Hoy, el Estado venezolano por medio de protecciones arancelarias, las primas, las
contingencias, la centralización del cambio, la distribución del presupuesto, es el centro de
toda la economía nacional. Ante este hecho brutalmente simple y cierto, resulta
absolutamente bizantino ponerse a discutir sobre la conveniencia de que el Estado
intervenga o no en la vida económica. El hecho es que el Estado interviene…porque nuestra
vida económica no es sino un reflejo de la riqueza del Estado. La cuestión vital para los
venezolanos no es saber si el Estado debe o no intervenir en la actividad económica, sino
crear una vida económica propia y creciente, ante la que pueda plantearse un día el
problema de la intervención o de la no intervención.”
Las conceptualizaciones que Egaña y Uslar Pietri esbozan sobre el papel del Estado en la economía
son consistentes con lo que a partir del modelo social europeo, surgido de la posguerra mundial
del 39-45, se conoce como economía social de mercado. Podría sostenerse que los venezolanos
fueron en este sentido pioneros de esta síntesis entre el liberalismo económico clásico y los
aportes teóricos del estructuralismo de raíz marxista.
En su análisis del pensamiento del industrial y hombre de Estado alemán Walter Rathenau, Alberto
Adriani precisa conceptos que hoy podrían equipararse con dicho modelo europeo,
particularmente, el escandinavo, con el cual más tarde se identificaría otro estadista venezolano:
Juan Pablo Pérez Alfonzo. En el paradigma adrianista, al igual que en Egaña y Uslar Pietri, hay un
esfuerzo constante por encontrar un punto de equilibrio realista, eficaz y acorde con la realidad
venezolana. En cierto sentido y guardando las distancias, un atisbo de Tercera Vía, la propuesta
electoral del ex primer ministro laborista inglés Tony Blair, sesenta años más tardes. Citemos a
Adriani:
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“Su crítica (la de Rathenau) del sistema capitalista y, en especial, del liberalismo económico
es concluyente…Su crítica de los sistemas socialistas es penetrante y…definitiva. La base
científica del socialismo, la plusvalía, se ha desvanecido…Existe, pero es tan insignificante
que su distribución no contribuiría al mejoramiento de la vida. Sin su acumulación, se
harían imposibles el aumento de los activos (stocks) y el perfeccionamiento del utillaje
industrial, que si son indispensables al mejor rendimiento del trabajo, y…al mejoramiento
social.”
Ahora bien, la noción de economía mixta de mercado con un Estado activo y no pasivo y el
abandono del liberalismo económico clásico después de la gran debacle del 29, son
planteamientos que, sin embargo, preservan los valores esenciales de democracia, libertad,
educación y civilidad. Adriani lo explica así en aquel juvenil Programa de Gobierno que esboza en
1918, como estudiante de Derecho, cuando cumple 20 años (y el general Gómez diez en el poder):
“Una nueva faz de nuestro desarrollo; un nuevo camino esperanzador empezaremos a
transitar a partir de hoy: desaparecerá la tiranía, y con ella las obstrucciones…a nuestro
desarrollo nacional.
“Libertad en todos los campos de la actividad: en el trabajo, en la prensa, en la política:
protección del gobierno a toda proficua iniciativa: protección para el que trabaja:
queremos levantas de sus ruinas la industria y el comercio: queremos dar un impulso
gigantesco a la instrucción: favoreceremos la inmigración…tendremos ferrocarriles:
construiremos carreteras, impulsaremos nuestras comunicaciones marítimas…Adonde no
llegue la iniciativa individual allí estará el gobierno.”
En otro de sus artículos juveniles, Progresos democráticos en América Latina, ratifica el joven
pensador andino, de 21 años, sus convicciones:
“En este Nuevo Mundo latino, en esta América providente que acogió en buena hora los
más altos principios de democracia, y el definitivo predominio de los principios de la
Revolución Francesa…Buscamos en el futuro fórmulas universales de vida…Sólo el hombre
americano…puede elaborar la síntesis de la pan-civilización futura…Sin fanatismos tenaces,
se puede afirmar que América practicará la democracia virtual, la democracia efectiva y
completa.”
PETROLEO, DEPENDENCIA Y DESARROLLO
La generación de venezolanos nacidos en el entre siglos –De la Plaza, Adriani, Egaña, Picón Salas,
Betancourt, Otero Silva, Machado, Leoni, Villalba, D´Ascoli, Pérez Alfonzo y Uslar Pietri, entre
otros-, compartieron en mayor o menor grado tres visiones cardinales alrededor del petróleo y su
rol en la vida y en la economía nacionales, a saber:
1.- La percepción de que toda riqueza minera es perecedera y especulativa, como la obsesión con
la plata durante la conquista española del siglo XVI, o la fiebre del oro de California, Estados
Unidos, durante el XIX. Sólo la agricultura y la industria manufacturera son las verdaderas fuentes
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de capital permanente y desarrollo integral. Para los fundadores de la democracia venezolana, no
hay desarrollo sostenible, para colocar el concepto en el contexto actual, sin la inversión y la
estructuración de un poderoso sector agropecuario y un pujante tejido industrial-manufacturero,
fuentes permanentes de empleo, riqueza y bienestar social.
El desarrollo de una nación es producto de la expansión agro-industrial, de la industrialización y de
la diversificación de la economía, no de la mono-producción ni de la dependencia exclusiva de una
materia prima exportada y sometida a los vaivenes de las crisis cíclicas de la economía mundial, ni
a las oscilaciones especulativas de sus precios, controlados por fuerzas ajenas al quehacer
nacional.
2.- Siendo el petróleo un recurso natural no renovable y un activo de de capital, su utilización
debe convertirse en capacidad productiva para la agricultura, la cría y la industria, en
infraestructura física para el progreso (vialidad, puertos y aeropuertos, sistemas de irrigación,
sistemas de transporte marítimo, fluvial y colectivo, etc.), o en formación de capital humano
(escuelas, liceos, universidades, escuelas técnicas e institutos de investigación científica y
tecnológica). De lo contrario, al desaparecer el hidrocarburo sin ser convertido en activos de
capital utilizados en actividades productivas no petroleras, Venezuela volvería al atraso, a la
agricultura milenaria del conuco y a la pobreza de siglos de injusticia social.
3.- La explotación de recursos naturales por empresas multinacionales provenientes de
potencias extranjeras, comprometía la soberanía nacional y la capacidad autóctona del país de
decidir su propio modelo de desarrollo y su independencia política, económica y tecnológica. La
formación de enclaves en medio de masas paupérrimas de trabajadores y campesinos miserables
acentuaba la pobreza y el subdesarrollo.
Veamos estos tres juicios en criterio del economista del Alto Escalante:
“En 1929, el petróleo compuso el 75% del valor y el 99,2% del quantum de nuestras
exportaciones…es un producto de primera importancia en nuestra economía nacional…
“…Pero no tiene derecho, ni es conveniente dárselo, a la preponderancia absoluta sobre
todas los demás elementos de nuestra organización económica…
“No debemos equivocarnos en la apreciación de los cambios que han seguido el auge de la
industria petrolera en Venezuela, esa industria es precaria; está en manos extranjeras; es,
desde el punto de vista económico, una provincia extranjera enclavada en el territorio
nacional.”
En su discurso de incorporación como Individuo de Número de la Academia de Ciencias Política y
Sociales, Uslar Pietri razona acerca de la excesiva dependencia petrolera:
“Podríamos casi decir que Venezuela es como una península económica, aislada, por el
cambio, los precios y los costos, del intercambio con el extranjero y unida a la economía
mundial por un solo producto: el petróleo…
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“…surge el otro básico aspecto negativo de la riqueza petrolera. Este es el de la peligrosa
vulnerabilidad y fragilidad de la situación económica de un país que depende en un grado
tan alto del mercado internacional de un solo producto…Un grave colapso petrolero sería
mortal para la Venezuela de hoy…”
En su obra Tres décadas de producción petrolera (1917-1947), Egaña plantea el mismo fenómeno
de la enorme dependencia petrolera y su incidencia desfavorable en la agricultura y la cría:
“Las actividades petroleras han ocasionado en la zona de explotación, un desajuste en las
actividades pecuarias circunvecinas que puede acabar con éstas, si no se toman medidas
adecuadas para evitarlo.”
PRAGMATISMO, CAPITAL E INVERSIÓN EXTRANJERA
Es bueno significar, sin embargo, que los tres pensadores venezolanos objeto de nuestro trabajo
hoy, no eran hombres dogmáticos ni ideologizados, y al reconocer las características especiales de
la evolución histórica, cultural y socio-económica de Venezuela, postulan posiciones pragmáticas,
orientadas más bien a armonizar la explotación petrolera, necesaria para la capitalización del país,
con las actividades agrícolas, pecuarias e industriales. No eran tampoco contrarios a la inversión
extranjera, la cual consideraban importante para el desarrollo del país.
Egaña, por ejemplo, alertaba acerca de la necesidad de no achacar al petróleo la causa de todos
los males de Venezuela, señalando en su Introducción a la Memoria y Cuenta del Ministerio de
Fomento de 1939:
“…(es) acertado echar la culpa al petróleo?...Desde luego que conviene observar que es
completamente inútil bendecir o maldecir al petróleo. En todo caso, es fácil concluir que no
es la causa única y ni siquiera la principal (de nuestros problemas).”
Adriani, en su artículo Capital estadounidense en América Latina (1926), destaca como provechoso
le exportación de capitales norteamericanos, con sujeción a los objetivos de desarrollo nacional:
“El capital americano tomará el camino del sur. Entre nosotros será bienvenido, porque nos
es, además, indispensable, con una economía inorgánica y de baja productividad, no
podemos dispensarnos de tal ayuda. Nuestros Estados también deberán recurrir al capital
extranjero, poruqe no es posible realizar con los recursos del presupuesto ordinario las
obras costosas…que son la base indispensable de nuestra futura prosperidad.
Incluso, un pensador marxista de prestigio como Salvador de la Plaza (1896-1970), en la obra
Historia y retos del petróleo en Venezuela, subraya:
“…el desarrollo económico independiente sólo es posible mediante la movilización de los
propios recursos internos y, en casos excepcionales, apelando además al concurso del
capital extranjero, pero siempre que su inversión se efectúe bajo el control y dirección del
Estado.”
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Desde la óptica de un pensador socialdemócrata como Juan Pablo Pérez Alfonzo, y no obstante su
política de no más concesiones y su prédica acerca de la conservación de los hidrocarburos, el
fundador de la OPEP tampoco desdeñaba la significación del petróleo en el desarrollo nacional;
pero siempre en armonía con las actividades productivas no petroleras. Cuestionaba si, el
despilfarro de los ingentes ingresos, la liquidación de un recurso natural no renovable sin
capitalizarlo en otras actividades productivas y la mentalidad rentística y consumista de los
venezolanos, particularmente a partir de la bonanza petrolera de los años setenta del siglo
pasado. En uno de sus libros más importantes, Petróleo y Dependencia (1971), el austero estadista
caraqueño afirma:
“La nación para subsistir, fortalecerse y progresar, tiene el compromiso de aprovechar lo
mejor posible todos sus recursos. Aun cuando los recursos se agoten al usarse, como es el
caso del petróleo y otros minerales, se tiene el derecho y hasta el deber de aprovecharlos
razonablemente.”
El EFECTO VENEZUELA O LA ENFERMEDAD HOLANDESA
Si bien Juan Pablo Pérez Alfonzo definió como Efecto Venezuela el fenómeno de los límites al
desarrollo económico o intoxicación económica, fundamentado en la limitada capacidad de
absorción de una economía subdesarrollada, dependiente de un rubro de exportación ante el
torrente súbito de un boom de precios internacionales de una materia prima, puede considerarse
a Alberto Adriani como pionero del concepto hoy denominado por los tratadistas de la economía
como Enfermedad Holandesa (“Dutch desease”). Es a partir de este concepto medular que sus
amigos y colaboradores, Manuel R. Egaña y Arturo Uslar Pietri, construyen su pensamiento
económico.
Otros economistas académicos, como el premio Nobel Joseph Stiglitz, han llamado Maldición de
los Recursos (Resource Curse) al fenómeno pernicioso conforme al cual una economía
razonablemente bien manejada, con tasas de crecimiento sostenidas a largo plazo y con
equilibrios económicos resguardados en el tiempo, se desarticula y pasa crecer a largo plazo con
tasas inferiores a las históricas después de un boom de ingresos de exportación mal
administrados.
Definamos qué es la Enfermedad Holandesa: es un fenómeno económico mediante el cual la
aguda elevación de los ingresos de exportación de una materia prima de la cual depende o se hace
dependiente una economía, desarrollada o no –aunque principalmente ocurre en economías
subdesarrolladas-, da origen a una sobrevaluación de su signo monetario, que a su vez causa un
boom de expansión y crecimiento en las actividades de bienes no transables (propiedad
inmobiliaria, servicios financieros y de seguros, gasto público, servicios diversos y bursátiles e
importaciones) y un rezago o retroceso en las actividades de bienes transables (agricultura, cría y
producción manufacturera). Las distorsiones de precios, salarios, rentas y dividendos que este
fenómeno genera en los factores de producción –capital, trabajo y tecnología- son tales, que la
economía deja de crecer y desarrollarse en forma diversificada y armónica.
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Adriani fue como economista profesional uno de los pioneros analistas del fenómeno al advertir a
fines de los años veinte y principios de los años treinta del siglo XX sobre las repercusiones
devastadoras que tendría sobre la agricultura, la cría y la incipiente industria, la sobrevaluación
sistémica del bolívar que veía venir, aún después de superada la Gran Depresión. El pensador
merideño dedicó sus investigaciones y recomendaciones a la moneda como instrumento de
asignación de los recursos de una economía. Postuló la necesidad de evitar la sobrevaluación del
signo monetario, con lo cual se desalientan las exportaciones, se desprotege la industria local y se
estimulan las importaciones.
El estadista venezolano se dio cuenta que el torrente de petrodólares conduciría a un bolívar
sobrevaluado, con sus efectos distorsionadores del aparato productivo real. Un plan estratégico
para la consecución de lo que el solitario pensador de Zea denominaba una economía orgánica,
parte de la fijación de un tipo de cambio competitivo en una economía petrolera como la
venezolana. De lo contrario, la agricultura, la cría y la industria se contraerían y no se
desarrollarían sino raquíticamente, sin competitividad alguna para penetrar los mercados
internacionales.
Fueron numerosos sus trabajos sobre el tema de la competitividad de nuestra moneda, recogidos
en artículos y breves ensayos como La valorización del café y nuestra economía nacional, Los
cambios y nosotros, El dilema de nuestra moneda y la situación económica de Venezuela, La
desvalorización del bolívar y El convenio sobre el cambio, entre otros. Citemos su enjundioso
criterio en aquel terrible año de 1934:
“El factor principal de esta agravación de nuestra crisis (económica) es la desvalorización
del dólar americano. Hasta el año pasado el dólar conservó en Venezuela un valor, que
hacía todavía medianamente remunerador el cultivo del café y el cacao, los dos productos
que están en el centro de nuestra actividad económica. Con el nuevo dólar desvalorizado, o
lo que es lo mismo, con el bolívar caro (sobrevaluado), los precios de nuestros productos de
exportación se han hecho irrisorios, no cubren ni siquiera los gastos de beneficios y están
arruinando a todos los interesados…
“Como nuestros principales competidores en los mercados del mundo han desvalorizado
(devaluado) su moneda en medida todavía mayor al mismo dólar, y en consecuencia sus
exportadores pueden ser menos exigentes que los nuestros, la demanda del exterior or
nuestros productos ha venido disminuyendo en una forma que amenaza sernos fatal para
el porvenir.”
Quien entonces estaba internado en su Zea natal como agricultor para evitar cualquier asedio de
los órganos de represión del general Gómez, propone una solución drástica, quizás para
dramatizar el estado ruinoso de la agricultura nacional:
“Yo propongo un plan sencillo…la desvalorización violenta de nuestro bolívar, mediante la
reducción, de un solo golpe, de su contenido de oro fino de doscientos noventa mil
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trescientos millonésimas de grano, establecido por la Ley de 15 de junio de 1918, a la
mitad.”
Para entonces, el joven Uslar Pietri, de 28 años, regresaba de París, donde había vivido durante
cinco años. No sabía quizás que su mentor y amigo le encargaría organizar la nueva Oficina de
Estudios Económicos del Ministerio de Hacienda, dos años más tarde, en 1936. El autor de Medio
milenio de Venezuela no desaprovecharía el estímulo de Adriani para hacerse un autodidacta de la
Economía, pues sucesivamente y a lo largo de su larga y fructífera vida, se referiría en sus escritos
al problema central de los tipos de cambio, la competitividad de la agricultura y la industria y la
sobrevaluación del bolívar.
Citemos de nuevo su discurso de incorporación a la Academia Nacional de Ciencias Políticas y
Sociales:
“Esa afluencia de divisas (petroleras), que se ha reflejado en una tendencia del cambio a la
baja, es decir, en la oferta de dólares baratos, ha constituido una prima para las
importaciones y una barrera para las exportaciones no petroleras. Para contrarrestarla en
su peores efectos, el Gobierno Nacional ha tenido que recurrir con frecuencia, en los
últimos veinte años, al pago de subsidios, primas y cambios diferenciales a los productos
venezolanos de exportación.”
¿SEMBRAR EL PETROLEO O SEMBRAR CIUDADANOS?
Con el nombre de Sembrar el petróleo tituló el joven jefe de la Oficina de Estudios Económicos del
Ministerio de Hacienda, el editorial que escribió el 14 de julio de 1936 en el desaparecido diario
Ahora. La emblemática frase, que define la aspiración de los venezolanos preocupados por dar al
país un desarrollo diversificado de sus fuerzas productivas, no dependiente de la mono-producción
de una materia prima colocada por Dios y la Providencia en el subsuelo, fue inspirada sin lugar a
dudas por su jefe y ductor, el agricultor Adriani. Es evidente que los tres jóvenes servidores
públicos, comprometidos con la tarea de hacer la transición democrática y modernizar la
economía nacional en todas sus manifestaciones, debieron centrar en ese lema el desafío medular
del desarrollo de Venezuela.
Pero analicemos qué dice Uslar Pietri en su histórico editorial:
“Cuando se considera con algún detenimiento el panorama económico y financiero de
Venezuela se hace angustiosa la noción de la gran parte de economía destructiva que hay
en la producción de nuestra riqueza, es decir, de aquella que consume sin preocuparse de
mantener ni de reconstruir las cantidades de materia y energía.”
En esta primera introducción, el joven estadista muestra dos conceptos perfectamente claros: 1.-
el petróleo es una activo que se está liquidando sin reemplazarlo; 2.- si no se transforma en otro
activo de capital, se está destruyendo la economía. Un concepto similar esbozaría Pérez Alfonzo
cuando escribió que la liquidación del petróleo, si no se repone en otro bien de capital (material o
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humano), constituye una pérdida neta de riqueza, como la liquidación de una fortuna por un
heredero irresponsable.
Prosigue el autor de Materiales para la construcción de Venezuela:
“La riqueza pública venezolana reposa en la actualidad, en más de un tercio, sobre el
aprovechamiento destructor de los yacimientos del subsuelo, cuya vida no es solamente
limitada por razones naturales, sino cuya productividad depende por entero de factores y
voluntades ajenas a la economía nacional. Esta gran proporción de riqueza de origen
destructivo crecerá sin duda alguna el día en que los impuestos mineros se hagan más
justos y remunerativos, hasta acercarse al sueño suicida de algunos ingenuos que ven
como el ideal de la hacienda venezolana llegar a pagar la totalidad del presupuesto con la
sola renta de minar, lo que habría de traducir más simplemente así: llegar a hacer de
Venezuela un país improductivo y ocioso, un inmenso parásito del petróleo, nadando en
una abundancia momentánea y corruptora…
“Nuestra producción agrícola decae…Nuestros escasos frutos de exportación se han visto
arrebatar el sitio en los mercados internacionales por competidores más activos y hábiles.
Nuestra ganadería degenera…se destruyen bosques enormes…
“La lección de este cuadro amenazador es simple: urge crear sólidamente en Venezuela
una economía reproductiva y progresiva…Será nuestra verdadera acta de
independencia…Es menester sacar la mayor renta de las minas para invertirla totalmente
en ayudas, facilidades y estímulos a la agricultura, la cría y las industrias nacionales.
“Si hubiéramos de proponer una divisa para nuestra política económica lanzaríamos la
siguiente…invertir la riqueza producida por el sistema destructivo de la mina en crear
riqueza agrícola, reproductiva y progresiva: sembrar el petróleo.”
A MANERA DE CONCLUSIÓN: SUPERAR EL PETRO-ESTADO
En el año 2014 se cumplen cien años de la irrupción del campo Zumaque II en el Estado Zulia, que
dio inicio a la era petrolera en la historia de Venezuela. En el 2016 se cumplen 80 años de la
aparición del editorial visionario de Arturo Uslar Pietri.
En la Venezuela del siglo XXI, las advertencias, concepciones y recomendaciones de Adriani, Egaña,
Uslar Pietri y Pérez Alfonzo no han perdido vigencia, aunque habría que adaptarlas a los
imperativos de la globalización, de la revolución de las tecnologías de información, a los
extraordinarios progresos tecnológicos de hoy, a la sociedad del conocimiento y a los desafíos de
la democracia, los derechos humanos, la inclusión social, la eliminación de la pobreza, la supresión
del calentamiento global y el cambio climático y la protección del medioambiente y de los
ecosistemas amenazados de extinción.
Si bien Venezuela no se hundió en el excremento del diablo, por lo menos entre 1936 y 1974, a
partir de la bonanza petrolera de los años 70, el país comenzó a perder el rumbo, a
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descapitalizarse, a desinstitucionalizarse y a desmejorar su calidad de vida, con índices crecientes
de pobreza en medio de la abundancia de pocos. Se convirtió en el Petro-Estado que definió la
profesora de la Universidad de Stanford, Terry Lynn Karl.
Es cierto que desde la aparición de la Enfermedad Holandesa en los años setenta, este avanzado
país logró conjurarla, como también lo hizo Noruega, con políticas públicas científicamente
diseñadas y aplicadas con visión a largo plazo. Es también conocido que hay países
subdesarrollados que han alcanzado el desarrollo, sobre todo en Asia, cuando hace tan sólo tres
décadas sufrían del atraso y la desnutrición.
Está también demostrado que sí es posible compatibilizar y armonizar el desarrollo de la industria
de los hidrocarburos con el de las demás actividades productivas no petroleras; pero también es
cierto que, aunque Venezuela logró tal armonía con razonable éxito hasta la década de los setenta
–creciendo sostenidamente, con alto empleo e ingresos en ascenso, envidiable infraestructura y
expansión industrial con decrecientes índices de pobreza-, desde entonces no hemos superado La
maldición de los recursos.
Pero no podemos ser fatalistas cuando la sociedad del conocimiento ofrece tantas oportunidades
para el siglo XXI. En palabras de Arturo Uslar Pietri: “yo no soy pesimista. No hay derecho a ser
pesimista en un país tan lleno de posibilidades materiales y donde la planta hombre nunca ha
dejado de florecer con vigor.”
MUCHAS GRACIAS.
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