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Gina Mayer
La floristería mágica
La boda encantada
Volumen 5
Ilustraciones de Joëlle TourloniasTraducción del alemán: Marinella Terzi
edebé
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Der magische Blumenladen, Volumen 5: Die verzauberte Hochzeit© 2017 by Ravensburger Buchverlag Otto Maier GmbH, Ravensburg (Germany)Text by Gina MayerIllustrations by Joëlle Tourlonias
© Traducción: Marinella Terzi
© Ed. Cast.: Edebé, 2019Paseo de San Juan Bosco, 6208017 Barcelonawww.edebe.com
Atención al cliente 902 44 44 41contacta@edebe.net
Directora de Publicaciones: Reina DuarteEditora de Literatura: Elena Valencia
Primera edición: mayo 2019
ISBN 978-84-683-4089-0Depósito Legal: B. 7937-2019Impreso en EspañaPrinted in Spain
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transfor-mación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titula-res, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45).
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Dolor de tripa 9
Lady Madonna se marcha 25
Salvia deliciosa de color lila 47
Interacciones 61
El secreto de miss Hedgehog 79
La ortiga mágica 91
Una boda encantadora 107
Índice
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Dolor de tripa
—Me pregunto si miss Hedgehog se pondrá un
vestido largo de color blanco —dijo Violet con
expresión soñadora—. Nunca la he visto con ves-
tido. Me cuesta imaginármela.
—Yo no quiero ni imaginármela —dijo Jack
con un escalofrío—. Miss Hedgehog es demasia-
do moderna para ponerse un vestido de novia.
—Pero cuando te casas tienes que ponerte un
vestido de novia —objetó su hermano Zack—. Y
seguro que a mister Bachelor no le parece bien
que miss Hedgehog se case en chándal.
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Violet y sus amigos
Jack y Zack Dumpling
estaban sentados en el
prado con los pies meti-
dos en el agua del río.
Era principios de abril,
pero lucía el sol y la tem-
peratura era tan agrada-
ble que, por primera vez
aquel año, Violet se ha-
bía puesto la falda verde de flores y calcetines al-
tos.
—Una boda en chándal —dijo Jack—. ¡Sería la
bomba!
A esas alturas en la clase no hablaban de otra
cosa más que de la boda de miss Hedgehog, la
profesora de gimnasia, con mister Bachelor, el de
matemáticas. Todo el colegio andaba muy agita-
do con la noticia. Violet, Jack y Zack, los que más.
Un año antes habían empleado un poco de magia
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floral para que ambos profesores acabaran sien-
do pareja.
—Un vestido largo, blanco, con encajes y un
poco de cola tampoco estaría mal —opinó Vio-
let—. Y un velo en la cabeza.
Jack hizo una mueca.
—Si me caso alguna vez, me pondré un frac.
Violet se rio. En realidad, Jack se llamaba Jac-
queline, pero no la llamaban así ni los profesores.
El nombre no le pegaba. Iba vestida siempre de
chico, le gustaba el fútbol y odiaba todo lo que
tenía brillos o era de color rosa.
Su mellizo Zack era justo lo contrario. No en-
tendía que sus compañeros pasaran horas co-
rriendo detrás de un balón. Él prefería quedarse
en casa dibujando, inventando historias o colec-
cionando pegatinas en un álbum.
A Violet le gustaba jugar en la calle con Jack y,
en casa, con Zack, pero lo que prefería era hacer
cosas con los dos juntos. Como ahora.
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—Olli y los otros chicos del equipo de fútbol
están construyendo un dique en el río corriente
arriba —comentó Jack cambiando de tema—.
¿Por qué no vamos a ver cómo lo llevan?
—Ya vemos desde aquí que van bastante
retrasados —dijo Zack—. Si el dique ya estuviera
terminado, no correría el agua —señaló el ria-
chuelo resplandeciente que seguía bajando por el
cauce.
—Acaban de empezar —replicó Jack.
—He de irme enseguida a casa —dijo Violet
suspirando—. Tía June y tío Nick quieren hablar
conmigo.
—¡Qué horror! —dijo Jack—. ¿Has hecho algo
malo?
—Creo que no —respondió Violet negando con
la cabeza.
—Si los mayores quieren hablar contigo, es que
no ocurre algo bueno —sentenció Zack—. ¿Cuán-
do tienes que estar en casa?
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—A las cinco. Seguro que tía June ya está espe-
rándome. Hoy no ha ido a trabajar.
—¿Está enferma? —preguntó Jack.
Violet se encogió de hombros.
—Ha dicho que se quedaba en casa porque te-
nía dolor de tripa. Pero creo que es por culpa de
mister Whittle —luego, bajando la voz aunque no
hubiera nadie más cerca, añadió—: Se porta siem-
pre fatal con ella.
—Pero eso no es nuevo —dijo Zack—. Mister
Whittle se porta fatal con todo el mundo. Hasta
con sus clientes.
—Creo que últimamente es todavía peor —con-
tinuó Violet—. Tía June está siempre de mal hu-
mor cuando regresa del banco —puso los ojos en
blanco—. Será mejor que me vaya ya.
—Ojalá no sea nada malo —deseó Jack.
June y Nick Berry eran los padres de acogida de
Violet. Su madre auténtica había muerto en un
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accidente de coche cuando la niña tenía un año y,
desde entonces, vivía con tía June y tío Nick. Ellos
la quisieron desde el primer día como a una hija.
Desde que Violet tenía uso de razón, tía June
trabajaba en el banco de mister Whittle y tío Nick
era camionero. Muy a menudo se pasaba toda la
semana recorriendo Inglaterra y Escocia, y a veces
también Francia, pero de vez en cuando se tomaba
unos días libres y se quedaba en casa. Entonces
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preparaba el desayuno y la cena para todos, lava-
ba la ropa, sacaba el polvo, ponía aceite en las
puertas que chirriaban, cambiaba bombillas, toca-
ba el acordeón, cantaba canciones de marineros y
no paraba de armar jaleo con Violet.
Ahora estaban en una de esas fases. Para Violet
esas eran sus semanas preferidas, siempre tan di-
vertidas, tan agradables. Pero últimamente la cosa
no resultaba ni tan divertida ni tan agradable. Tía
June venía malhumorada del banco y en casa solo
deseaba tranquilidad. Ni canciones de marineros,
ni risas, ni tonterías.
Dos días atrás, incluso había reñido a la niña
porque había vertido sin querer el vaso del zumo.
Luego tía June se disculpó, pero más tarde, cuan-
do Violet estaba acostada, se dio cuenta de que
sus padres estaban discutiendo y nunca antes lo
habían hecho.
Puede que tía June y tío Nick se quisieran sepa-
rar. A Violet la idea se le pasó por la cabeza justo
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cuando torció por la calle en la que vivían los Be-
rry. Trató de apartarla de su mente porque era
una solemne estupidez. Tía June y tío Nick se
querían mucho. ¿O no?
Pensó en Keira, su compañera de clase. Sus pa-
dres se habían separado unos meses antes y, cuan-
do le dieron la noticia a su hija, a ella le pilló to-
talmente por sorpresa. Tal vez a Violet le pillara
por sorpresa también.
Al entrar en la cocina, donde tío Nick estaba
preparando un té y tía June regaba las plantas,
Violet se sentía tan nerviosa que
le temblaban las rodillas. Se
sentó deprisa en el taburete
azul para que ellos no se
percataran.
—¿Qué tal el cole-
gio, cariño? —pregun-
tó tía June tras darle un
beso a la niña.
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—Bien —respondió ella.
No quería hablar del colegio. Quería saber lo
que sucedía.
—A ver si adivinas qué vamos a cenar —dijo
tío Nick.
—Ni idea —el mal presentimiento de Violet era
cada vez mayor.
Tía June estaba tremendamente pálida y tenía
los ojos rojos, como si hubiera llorado un instante
antes.
—¡Pizza! —soltó tío Nick.
Ahora Violet estuvo segura de que se iba a ente-
rar de algo horrible. Los Berry solo comían pizza
en caso de catástrofe, si Violet se ponía enferma
justo antes de una excursión o si no podían ir de
vacaciones porque el tío Nick había olvidado re-
servar el alojamiento; en fin, cosas así.
—¡Quiero saber inmediatamente lo que ocurre!
—musitó—. ¿Vais a…? —se le quebró la voz.
Se sentía incapaz de decir «separaros».
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—¿En qué estás pensando? —preguntó tía June
sobresaltada—. Pero, Violet…
—Entonces, ¿qué pasa?
Los párpados de tía June aletearon como las
alas de una mariposa agitada.
—Probablemente tengamos que… bueno…, en
fin, quizá… —se calló y miró a su marido en bus-
ca de ayuda.
Él carraspeó desconcertado.
—Tía June va a dejar el banco —dijo él final-
mente.
Pasaron unos segundos hasta que Violet digirió
sus palabras. Y entonces se sintió muy aliviada.
—Pero eso no es malo —dijo.
Al contrario, le parecía fantástico que tía June
pasara más tiempo en casa, aunque estuviera todo
el rato diciéndole que no tomase tantas chuche-
rías, hiciese los deberes y se lavase los dientes des-
pués de comer.
—Es que eso no es todo —añadió tía June.
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La sensación de alivio se evaporó de nuevo.
Violet sintió que se le iba la cabeza. Tía June y tío
Nick volvieron a intercambiar una mirada intran-
quila.
—Sin el sueldo de tía June no llegaríamos a fin
de mes —explicó tío Nick—. Por eso, he tenido
que buscar un nuevo trabajo con mejor sueldo.
—Imagínate qué suerte —dijo tía June—, ¡ya lo
ha encontrado!
—Por lo que parece, voy a convertirme en fare-
ro —soltó tío Nick.
—¿Farero? —preguntó Violet sin entender—.
¿Aquí en Rivenhoe?
—No, ¡aquí en la ciudad no hay ningún faro!
—dijo tío Nick entre risas—. Trabajaré en una pe-
queña isla. Se encuentra frente a la costa cana-
diense. Estuve la semana pasada y ya he visto la
casa. El faro es precioso. Y el mar está lleno de
focas.
Mar y focas. Sonaba prometedor.
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—Frente a la costa canadiense —repitió Vio-
let—. Eso está muy lejos, ¿no?
Los dos volvieron a mirarse.
—Pero vendrás todos los fines de semana a
casa, ¿verdad? —preguntó la niña.
—Bueno, la cuestión es —dijo tía June— que
vamos a mudarnos todos al faro. Tío Nick, tú y
yo. El vuelo a Toronto dura ocho horas y media
y luego todavía hay que tomar un tren y el trans-
bordador.
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—La isla seguro que
te gusta —prometió tío
Nick—. Vas a tener una
habitación preciosa con
vistas al mar. Y cuando te despiertes por las ma-
ñanas, verás las focas.
Violet lo miró con incredulidad.
—Pero no puede ser —susurró—. ¿Qué pasa
con Jack y Zack? ¿Y con tía Abigail y Lord Nel-
son y Lady Madonna y la floristería y…?
¿… mis clases de magia?, estuvo a punto de
preguntar. Pero en el último momento se mordió
la lengua.
Las clases que le impartía tía Abigail eran secre-
tas. Nadie, salvo Jack y Zack, sabían de su exis-
tencia.
Con tía Abigail pasaba lo siguiente: apareció de
repente dos años atrás en Rivenhoe y le contó que
era su tía, la hermana de su madre muerta. Que
eso era cierto se veía a simple vista. Tía Abigail
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tenía los mismos rizos pelirrojos de Violet, los
mismos ojos verdes y las mismas pecas en la na-
riz, en los brazos y hasta en los pulgares.
Violet y tía Abigail enseguida se llevaron bien
y, poco después, la niña descubrió que su tía era
capaz de hacer magia con las flores. La tía tenía
un libro de flores mágico y un huerto también
mágico detrás de su casa, en el que crecían todas
las plantas que necesitaba para sus pócimas mági-
cas.
Para Violet el libro y las plantas eran tabú. No
debía iniciarse en los misterios de la magia hasta
que cumpliera los dieciséis años. Pero, por des-
gracia, no había podido evitar emplear el libro
unas cuantas veces ya. Los hechizos no le habían
salido nunca bien; así que tía Abigail acabó com-
prendiendo que era mejor empezar a darle clases
para que no organizara más trastadas.
Desde entonces, Violet iba a su casa dos veces
por semana para estudiar los complejos nombres
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de las plantas mágicas, saber cómo se elaboraban
los hechizos y aprender para qué servían. Ya ha-
bía avanzado mucho, pero todavía le quedaba
bastante por aprender.
—Ya hemos hablado con tía Abigail —anunció
tía June—. Está tremendamente triste. Pero com-
prende que no hay otra posibilidad. Abigail dice
que puedes pasar todas las vacaciones siempre
con ella.
—¿En esa isla hay colegio? —preguntó Violet.
Tía June suspiró.
—Vamos a ser los únicos habitantes —dijo—, a
excepción de las focas. Pero tendré mucho tiempo
libre para estudiar contigo.
—Solo es por uno o dos años —dijo tío Nick—.
Puede que luego podamos regresar.
Violet abrió la boca y enseguida la cerró. Como
un pez al que han sacado del agua. Aquello era
una broma, ¿no?
Pero tío Nick no se rio en absoluto y tía June
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tenía el aspecto de ir a desmayarse de un momen-
to a otro.
—No creo que pueda superarlo —dijo Violet.
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