amor de sara

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Faktoría K de Libros. Narrativa K

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Amor de Sara

Título original en gallego: Querido Tomás

© del texto: Xosé Neira Vilas, 1980© de esta edición: Kalandraka Editora, 2013Italia, 37 · 36162 PontevedraTel: 986 86 02 [email protected]

Faktoría K de libros es un sello editorial de Kalandraka

Primera edición: marzo, 2013

ISBN: 978-84-15250-46-3 DL: PO 60-2013

Reservados todos los derechos

Amor de Sara

Xosé Neira Vilas

Ahora veo bien el azul de allá delante, donde el ríoda la vuelta alrededor del peñasco. Veo cómo se reflejaese retazo de cielo, esa parcela ceñida por las nubes via-jeras. Tantos años aquí, en esta aldea mortecina, dandopor visto y sabido cuanto hay, hasta que caigo en lacuenta de que nada conozco. Todo es viejo y nuevo almismo tiempo. Todo está y no está. Y yo me pellizcopara tener la seguridad de que soy y de que estoy.Desde que traje hasta aquí mis cavilaciones, a la orilladel puente, le veo un nuevo anchor al mundo y rena-cen en mí, en mezcla de golondrina y topo, unos locosanhelos de huir y un sueño de vieja piedra que sehunde lenta y silenciosamente en la tierra.

El río sigue en lo suyo, como hace cuatro o cinco ocien mil años. Sigue rodando, moliendo el tiempo ybruñendo las piedras con feroz porfía; monologa,ruge, estalla en espumas, perfora las raíces, y yo veo enél la vida, el aliento de cada hora conformando la eter-nidad, y me siento ínfima en el arrimo de esta orilla,

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de estas piedras musgosas que levantó el genio anda-riego de los romanos.

¿Y la gente qué dirá, qué dirán los que pasan y meven aquí una tarde y otra, con los ojos posados en elagua y en el verdor de los árboles y de la yerba de laorilla? ¿Qué pensarán de esta mujer, de esta maestrasoltera, cuarenta y siete años cumplidos, soltera y sola,que rumia unos recuerdos y hace girar la manivela deltiempo cavilando que las semanas del verano no aca-ban de pasar y mejor fuera que no hubiese vacaciones?O tal vez no piensen nada, buenas tardes tenga usted yse acabó, cumplido de rutina, pues cada quien anda enlo suyo y no es poco. Soy yo quien imagina todo estoporque no tengo otra urgencia que me apremie, nihombre para atender y querer, pobre de mí, ni vacamugiendo, ni maíz que se pudra, y me arreglo lo mejorque puedo, limpio la casa, acomodo las muñecas ysalgo, cansada de las paredes que me oprimen, y deChicha, la gata, y de las cacerolas de cada día. Así mevoy mustiando, por fuera y por dentro, me voy consu-miendo a fuerza de cavilaciones y de recuerdos, en sur-cos de horas iguales y vacías, piedra que muele, raseroque aplana, y algunas veces tengo deseos de salirme dela rutina y hacer algo nuevo, algo que estalle y quiebre

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las leyes de la buena educación, de la sonrisa que ocul-ta una turbia procesión por dentro; algo que puede servivir con un hombre porque me da la gana, o tirarme alrío. ¡Cualquier cosa! Pero se ve que no puedo, no,estoy amarrada con antiguas cuerdas que no me dejansalir del mundo heredado... Y ahora lloro, pobre de mí,mientras la noche va cayendo sobre el canto de lasranas y el ir y venir de los murciélagos; lloro y sientoasco y amargura a causa de haberle dado a la devanade-ra de tales ideas en el magín, todo porque se me diopor pensar en los niños, en esos niños que se alejaronde mí por una temporada aunque continúan en laaldea, verano enemigo y solitario. Volverán en setiem-bre a mi pobre escuela, con el gorjeo de siempre, y otravez seré madre y abuela de todos ellos, y algunos novendrán porque ya cumplieron los catorce años, perola vida sigue y tendré alrededor unos cuantos pequeñi-tos, tiernos, de a e i o u por primera vez.

Desde la orilla del puente veo la isla cubierta de alisos,fresnos, olmos, helechos; veo ese fértil pedazo demonte, esa franja agreste que se levanta mostrando lasondulantes puntas de las ramas. El río la acaricia, la abra-za con suavidad. Hay alegría y tristeza en mis ojos por-que allí fui de Tomás por última vez, tintín de cascabeles,

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noche de grillos, con olor a menta y cantareo de aguaen las raíces.

Cuando llegan estas semanas de holganza, estos díaslargos del verano, sin obligaciones escolares, conamplia luz sobre el mundo y con la naturaleza desnu-da y rozagante, me siento abrumada por tanta regalía,que para mí es desasosiego, recuerdo melancólico de loque fui, de lo que fue y no volverá a ser nunca, porquetodo va a dar a Tomás, nombre querido, saboreado enun cavilar tan largo que a veces hasta me llega la du dade si habrá sido realidad algún día.

Pero a Tomás lo atrapó el viejo mal (¿Para dóndevas, loco? Para donde van todos.) y también se fue, yyo me quedé desorientada por lo que había sido paramí a fuerza de secretos compartidos, palabras ensusu rro, vida latiendo en un mar de sueños encrespa-dos. Y en tantos años no se me acostumbra el cuerpo,no acabo de acostumbrarme al ver que todo se quedócomo a gua en cedazo, humo que se desvanece, conver-sación de feria, y poco a poco comenzó a pensar que,si bien na die le puso una hoz en el cuello para que seembarca se, tampoco se puede decir que haya sido unadeci si ón personal, aquí donde la fiebre de irse excitavoluntades casa por casa y todos huyen y la aldea sedesangra. Cuando menos, ahora se van para Alemania

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o Francia y en el verano aparecen, desasosegados ycomo ajenos, eso sí, vienen a dar una vuelta, algunospresumiendo en coche propio; pero los de antes ibanpara América, iban por el camino del mar que muypocos desandaban. Tomás fue uno de ellos. Cogiórumbo a Brasil y si te he visto no me acuerdo, que eseso lo que más duele, ni carta ni recado, ni señal de sies vivo o muerto. Comenzaría a ver otras caras, otromundo, y esta aldea fangosa se le iría quedando lejos,cada vez más lejos, cuando se encontró en una lumino-sa ciudad, llena de luces brillándole en los ojos hastadejarlo aturdido. Y seguramente recordó el humilderincón de su nacimiento más de cuatro veces, con cier-ta pena y también con nostalgia, todo eso mezclado;pero ya estaba «a caballo» y debía seguir, avanzar, cam-biar, ser otro o al menos parecerlo, chispa en la hogue-ra común. Y yo sentí la pérdida del mozo que era y queno volvería a ser, un enredado sentimiento, rumor queaplasta, perro que muerde, que me fue vaciando deTomás y arramblando con él un pedazo de mí.

Es como si este fuese un país de cría, donde la gentenace, coge fuerza y luego abur, se va, dejándonos conla boca abierta sin tener a quién decir lo que veníamosdiciendo e injertando en nosotros, en los que queda-mos, un sentimiento de lisiados, de pobres diablos que

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no tenemos arranque para coger barco, tren o avión ymeterle el diente a lo que venga después. Y eso será ono será, mas por algo unos se van y otros quedamosatados al rincón originario.

Todo empezó con el mapa de Italia, ¿quién iba adecirlo? Fue poco después de que hubiesen destinadoa mi padre a esta escuela con propósito de castigo ovenganza oficial porque dijo cosas y ayudó a algunosperseguidos cuando aquello del «glorioso alzamiento»y de la llamada guerra civil del treinta y seis. Y el casti-go se convirtió en premio, porque en la ciudad se esta-ba como «el piojo en la costura» y aquí vivíamos conmás amplitud y sin hambres, aunque tampoco reventá-bamos de hartura. Pero, entre el magisterio, algo dehuerta y la ayuda de los vecinos, fuimos desenvolvién-donos y chirriaba la sartén y a veces íbamos con zapa-tos nuevos y con ropa nueva a las romerías.

Llevábamos dos semanas en la aldea arreglando lacasa, dándole un poco de comodidad, colocandovidrios, enderezando matas, y un día mi padre tuvoque ir a la ciudad para tramitar unos documentos yme dejó a cargo de la escuela. Di las clases lo mejorque pude, y desde entonces, cada vez que él no esta-ba, allá se iba Sara con libros y lápices, cara dura y

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boca cerrada para que el rebaño no perdiese la discipli-na. Esa mañana me dediqué a hablar con los niños detú por tú sin mucha formalidad (pues niña también erayo). Me fueron diciendo nombres, lugares de naci-miento, edades, apodos de la familia, y algunos másconversadores añadieron palique sobre juegos, ham-bres, inundaciones, fiestas, nidos, fríos, miedos, cose-chas perdidas, cansancio...

Observé que uno de ellos miraba en silencio a losdemás, con mucha atención y con las manos en cruzsobre la mesa. Tenía doce años, mi edad y un gestocomo de hombre hecho y derecho. Era Tomás, con suszuecos remendados, pantalón remendado, chaquetaremendada, y una gorra que se quitaba para entrar, enla que se advertían mojaduras y jornadas bajo el sol.Me fui acercando a él. Fui dándole hechura a una con-versación. Total que de unas en otras vinimos a pararen que le gustaría andar mundo y que por eso teníacierta afición a los mapas. Había en la pared uno deEuropa y lo estuvimos recorriendo juntos. Los demásniños ya se habían ido y nosotros seguíamos allí «via-jando» por las montañas, yendo y viniendo con unavarita de mimbre sobre el papel de colores y de líneasensortijadas. Y en esa bajamos al Mediterráneo y apa-rece Italia, alargada, con hechura de zueco, y Tomás

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