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Alquimia y tecnología química de la Edad Media al Barroco: una relación compleja. Joaquín Pérez Pariente. Instituto de Catálisis y Petroleoquímica. CSIC. Introducción Estudios recientes han puesto de manifiesto la especificidad de las investigaciones alquímicas y su diferenciación de otras prácticas de transformación química de la materia, abandonando la concepción habitual que consideraba a la alquimia simplemente como la precursora de la química moderna 1 . No obstante, aún subsiste una notable confusión en cuanto a la pertenencia a uno u otro campo del conocimiento humano de las obras de naturaleza química de la época que nos ocupa. En efecto, la similitud de equipos y técnicas de laboratorio, materiales y en muchas ocasiones también de la terminología e incluso de conceptos teóricos de la alquimia con los de otras prácticas químicas, ha conducido a la propuesta del término chymico para designar ese conjunto de prácticas vigentes en Europa hasta mediados del siglo XVIII aproximadamente 2 . Aunque esta precisión terminológica ha tenido como virtud principal la de subrayar el carácter experimental de la alquimia, sustrayéndola así de otras interpretaciones que hacían de ella poco más que un conjunto de especulaciones filosóficas 1 NEWMAN, W.R. y PRINCIPE, L.M. (2002), Alchemy Tried in the Fire. Starkey, Boyle and the Fate of Helmontian Chymistry, Chicago & London, University of Chicago Pres. 2 PRINCIPE, L.M. y NEWMAN, W.R. “Some Problems with the Historiography of Alchemy”, en: NEWMAN, W.R. y GRAFTON, A. (eds.) (2001), Secrets of Nature: Astrology and Alchemy in Early Modern Europe . Cambridge (Mass.) & London, pp 385-431. NEWMAN, W.R y PRINCIPE, L.M. (1998), “Alchemy vs, Chemistry: the Etimologycal Origins of a Historiographic Mistake”, Early Science and Medicine, 3, 32-65.

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Alchemy, Middle Age

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Page 1: Alquimia y tecnología química de la Edad Media al Barroco-4

Alquimia y tecnología química de la Edad Media al Barroco: una relación compleja.Joaquín Pérez Pariente. Instituto de Catálisis y Petroleoquímica. CSIC.

IntroducciónEstudios recientes han puesto de manifiesto la especificidad de las

investigaciones alquímicas y su diferenciación de otras prácticas de transformación química de la materia, abandonando la concepción habitual que consideraba a la alquimia simplemente como la precursora de la química moderna 1 . No obstante, aún subsiste una notable confusión en cuanto a la pertenencia a uno u otro campo del conocimiento humano de las obras de naturaleza química de la época que nos ocupa. En efecto, la similitud de equipos y técnicas de laboratorio, materiales y en muchas ocasiones también de la terminología e incluso de conceptos teóricos de la alquimia con los de otras prácticas químicas, ha conducido a la propuesta del término chymico para designar ese conjunto de prácticas vigentes en Europa hasta mediados del siglo XVIII aproximadamente 2 . Aunque esta precisión terminológica ha tenido como virtud principal la de subrayar el carácter experimental de la alquimia, sustrayéndola así de otras interpretaciones que hacían de ella poco más que un conjunto de especulaciones filosóficas impregnadas de misticismo, ha difuminado sin embargo la frontera entre la alquimia y lo que podríamos denominar química aplicada de la época. Esta situación no es sorprendente, teniendo en cuenta que la química es una ciencia cuyo proceso histórico de construcción tuvo lugar lentamente, a lo largo de un extenso periodo que culminó en el siglo XVIII, en el que se asiste a la emergencia no sólo de la ciencia de la química, sino también de los químicos, con un estatus similar al que poseen los especialistas de otras áreas del conocimiento científico. Antes de esa época, ¿Cómo distinguir la alquimia de otras prácticas de manipulación de la materia que también conllevan alteraciones químicas de la misma, de la química aplicada?. Encontrar una respuesta a esa pregunta es sin embargo imprescindible si se desea trazar, siquiera a grandes rasgos, un cuadro realista de la evolución histórica de la tecnología química en la Europa pre-ilustrada.

El estudio de los documentos de naturaleza química más antiguos que han llegado hasta nosotros, los del Egipto grecolatino, nos permite sin embargo definir un parámetro sencillo para diferenciar la literatura de carácter alquímico de aquella otra que no lo es: la naturaleza de los 1 NEWMAN, W.R. y PRINCIPE, L.M. (2002), Alchemy Tried in the Fire. Starkey, Boyle and the Fate of Helmontian Chymistry, Chicago & London, University of Chicago Pres. 2 PRINCIPE, L.M. y NEWMAN, W.R. “Some Problems with the Historiography of Alchemy”, en: NEWMAN, W.R. y GRAFTON, A. (eds.) (2001), Secrets of Nature: Astrology and Alchemy in Early Modern Europe. Cambridge (Mass.) & London, pp 385-431. NEWMAN, W.R y PRINCIPE, L.M. (1998), “Alchemy vs, Chemistry: the Etimologycal Origins of a Historiographic Mistake”, Early Science and Medicine, 3, 32-65.

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procesos químicos que se describen en ella, más concretamente, el propósito o finalidad de esos procesos químicos. En el caso de las obras alquímicas, son los procesos de transmutación o “ennoblecimiento” de los metales “impuros” en los metales nobles oro y plata su señal de identidad característica 3 . Partiendo de este punto de vista, se descubre además que la naturaleza de los materiales empleados, procedimientos y equipamiento de laboratorio descritos en los textos se encuentran todos ellos condicionados por la finalidad del proceso al que sirven.

La aplicación de este enfoque al análisis de los textos químicos del Egipto grecolatino de los siglos II-IV d. C. nos permite diferenciar los documentos de naturaleza técnica de aquellos otros que podemos definir como propiamente alquímicos. En efecto, entre los documentos técnicos de ese origen destacan los que se conocen como papiro X de Leiden y los papiros de Estocolmo 4. Ambos contienen colecciones de recetas, de las cuales las del primero describen procedimientos para la preparación de aleaciones metálicas, imitación de oro y plata (dorado y plateado), soldaduras metálicas y ensayos de metales preciosos, mientras que las del segundo tratan sobre todo de la preparación de piedras preciosas artificiales. En ambos documentos no existe ninguna mención a la transmutación metálica, ni se expone ninguna teoría en la que esos procedimientos puedan encuadrarse eventualmente. Podemos considerar esas colecciones de recetas como una herencia de los conocimientos tecnológicos del Egipto faraónico.

De características totalmente distintas a las que presentan los textos de ambos papiros, se conservan en diversas bibliotecas europeas varios manuscritos griegos, el más antiguo de los cuales pertenece a la biblioteca de la catedral de San Marcos (Venecia), datado en los siglos X-XI, que tratan sobre la transmutación de los metales, y cuyos textos fueron compuestos en el Egipto grecolatino muy probablemente hacia los siglos III-IV de la Era Cristiana 5 . Aunque los textos mencionan diversos autores, el más importante de todos ellos es Zósimo de Panópolis. En esos manuscritos se encuentran descritos por primera vez los elementos característicos de la literatura alquímica de siglos posteriores: la asimilación del proceso alquímico a una generación, el papel central de los “espíritus” en la “vitalización” de la materia, y el objetivo final de obtener una sustancia semejante a un fermento, denominado Xerion (que se convertiría más tarde en el Elixir de la alquimia árabe), la Piedra Filosofal de los alquimistas europeos medievales, la materia capaz de transmutar metales comunes en metales noble, particularmente en oro 6. Aunque los materiales y sustancias químicas mencionadas en los textos alquímicos 3 BERTHELOT, M. (1885), Les origines de l’alchimie, Paris, 1885. Ed. española : mra ed., Barcelona, 2001. 4 BERTHELOT, M. (1889), Introduction a l’étude de la chimie des anciens et du moyen age, Paris.5 Op. cit. 3.

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greco-egipcios son prácticamente idénticos a los de los textos técnicos, el método de tratamiento de los mismos es totalmente distinto. Aunque un análisis detallado de esos procedimientos está fuera de los objetivos de este estudio 7 , podemos decir que tienen como objetivo conseguir una purificación progresiva de la materia mineral, partiendo de una aleación de metales comunes, generalmente plomo, estaño, cobre y hierro, cuya evolución hacia la plata y el oro se lleva a cabo con la ayuda de “espíritus”, sustancias en cuya composición entra a formar parte el azufre o compuestos de azufre (el arsénico y sus compuestos volátiles, como los óxidos, y el mercurio también estaban considerados como ”espíritus”), que activan las semillas de “plata” y “oro” incorporadas durante el proceso. Ese proceso transcurre a través de una secuencia de colores, negro, blanco, amarillo y finalmente rojo o púrpura, y el producto final es el Xerion, o Piedra Filosofal.

La característica más notable de la alquimia greco-egipcia, desde un punto de vista experimental, es el empleo sistemático de la destilación y sublimación en las operaciones químicas, para lo cual se inventaron una

6 Ms 2.327, fol 110, de la Biblioteca Nacional de Francia. Op. cit. 3. La consideración del Elixir como remedio para el cuerpo humano es mucho más tardía, y se elabora en Europa a partir del siglo XIII: PEREIRA, M. “Elixir Vitae. Los orígenes de la farmacología alquímica”, en : PUERTO SARMIENTO, J., ALEGRE PÉREZ, M.E., REY BUENO, M., LÓPEZ PÉREZ, M. (ed.), (2001), Los Hijos de Hermes, Madrid, Corona Boreales. 7 HOPKINS, A.J. (1967), Alchemy, child of Greek philosophy, Nueva York, AMS Press, (1ª ed. 1933).

Figura 1. Aparatos de destilación de manuscritos alquímicos greco-egipcios

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serie de instrumentos y aparatos de laboratorio, muchos de los cuales aparecen representados en los manuscritos con las características esenciales con las que los conocemos hoy en día, figura 1. Es importante señalar que los equipos de destilación aparecen descritos y representados por primera vez en la historia en esos manuscritos alquímicos, y no son mencionados ni en los papiros de Leiden y Estocolmo ni en ninguna otra fuente literaria de la época. Por lo tanto, podemos concluir que aquellos alquimistas inventaron deliberadamente el instrumental de laboratorio necesario para llevar a cabo las destilaciones y sublimaciones necesarias para la consecución de la Obra alquímica. Ambas son técnicas subsidiarias de la Obra, cuyo objetivo es incorporar “espíritu” o pneuma en la materia mineral, con el fin de catalizar su evolución. Se creía que los vapores o sustancias liquidas que contienen azufre o compuestos de azufre, eran los vehículos materiales idóneos que facilitaban el acceso del pneuma a la materia. Por lo tanto, el empleo de ambas técnicas, destilación y sublimación, estaba al servicio de una concepción filosófica de la naturaleza del mundo físico 8.

La aportación más genuina de la alquimia a la historia de la tecnología química está vinculada al empleo sistemático de la destilación y sublimación en operaciones de laboratorio. Esta contribución presenta varios aspectos distintos: el uso de ambas técnicas para preparar sustancias químicas nuevas; el empleo de esas sustancias en nuevos procesos químicos; el desarrollo de nuevas áreas de aplicación de sustancias químicas gracias a una reinterpretación del aparato teórico de la alquimia, y finalmente el estímulo para el estudio y empleo de materiales específicos.

El proceso de transferencia e integración de algunas de las técnicas operativas de la alquimia a la tecnología química en sus diversos aspectos se extendió a lo largo de un milenio aproximadamente, desarrollándose primero en la civilización islámica, cuyo punto culminante se puede situar en los siglos X-XI, y posteriormente en la Europa Occidental, a partir del siglo XII, primeramente a través de traducciones de textos árabes al latín, y luego de manera autónoma. Se trata por tanto de un proceso lento en el que las técnicas y métodos importados de la alquimia van nutriendo distintos campos de la química aplicada, a la vez que, en general, se debilita progresivamente su relación con los aspectos teóricos y filosóficos propios de la alquimia. Ese proceso de disociación de la práctica operativa de su soporte teórico transcurrió a distinta velocidad en diferentes áreas tecnológicas, pero puede decirse que, como se verá más adelante, en el siglo XVI sólo la aplicación de las técnicas de destilación a la preparación de medicamentos se encuadra aún dentro de un aparato teórico que es en cierta medida deudor de la filosofía de la naturaleza profesada por la

8 Sobre la alquimia como una replicación de la creación a escala local, consultar: CLULEE, N.H. (2005), “The Monas Hieroglyphica and the alchemical thread of John Dee’s career”, Ambix, 52, 197-215.

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alquimia, aunque no propiamente alquímico. A partir de esa época, la preparación de medicamentos químicos mediante técnicas destilatorias va perdiendo progresivamente toda referencia a la filosofía vitalista de la alquimia, hasta desaparecer casi totalmente a lo largo del siglo XVIII 9 .

Se van a exponer a continuación algunos ejemplos de la influencia de las técnicas y teorías alquímicas en tres áreas tecnológicas específicas, que comprenden la mayoría de los procesos químicos conocidos en la época que nos ocupa: las artes aplicadas, entendiendo por tales la manufactura de colorantes y métodos de teñido de tejidos, las técnicas de dorado y plateado, coloreado de aleaciones metálicas, la fabricación de vidrio, tanto incoloro como de color; la metalurgia, y finalmente la medicina. Se mostrará cómo cada uno de los aspectos mencionados anteriormente está presente, aunque con distinta intensidad, en cada una de esas áreas tecnológicas.

Creo necesario resaltar que, teniendo en cuenta la diferencia que existe entre los procesos de tecnología química y los propiamente alquímicos, sólo serán expuestos aquellos casos en los que se puede establecer una relación clara y directa entre la práctica alquímica y las aplicaciones tecnológicas a las que esa práctica ha dado lugar. Este es un aspecto de la alquimia poco explorado, en el que queda mucho trabajo de investigación por hacer.

Artes aplicadas.Cuando los primeros textos de alquimia árabe son traducidos al latín

a mediados del siglo XII, lo que podemos tomar como el punto de partida de la alquimia europea, la química aplicada en el continente había alcanzado ya un cierto grado de sofisticación, tal y como lo refleja no sólo los restos materiales de la época, sino también las colecciones de recetas recogidas en diversos manuscritos, de los que los más antiguos datan de los siglos VIII al X 10 y que alcanzan su culminación con la obra Schedula diversarum artis (Sobre artes diversas) , escrita por el monje Teófilo en el siglo XII. Estas obras dedican buena parte a las artes decorativas, pero también al refinado de oro y plata, a la obtención de aleaciones metálicas y a la manufactura de vidrio, de la que Teófilo describe además los hornos especiales empleados para ello.

9 La relación entre las prácticas destilatorias y la alquimia es tan estrecha, que aún en el siglo XVI se consideraba como “cosa de alquimistas” el recurso a la destilación o la sublimación en operaciones de laboratorio, como indica Conrad Gesner en su Tesoro de los remedios secretos de Evónimo Filiatro, 1ª ed, 1552, Zurich; traducción española: MANRIQUE, A y FERNÁNDEZ, A, (1996), Instituto de Estudios Superiores del Escorial, El Escorial.

10 Estos tratados, de los que se conocen muchas versiones manuscritas, son esencialmente Compositiones ad tinguenda; Mappae clavicula y De coloribus et artibus Romanorum. Para una discusión general sobre el contenido de estas obras, ver: MULTHAUF, R.P. (1966), The origins of chemistry, Londres, Oldbourne, pp 153-160.

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Nos encontramos, por lo tanto, ante una situación similar a la que se produjo un milenio antes, cuando la alquimia greco-egipcia surge y se desarrolla en un medio cultural en el que ya existían amplios conocimientos acerca de la aplicación de la química al tratamiento de materiales diversos.

Uno de los temas a los que se dedica mayor atención en esos textos de química aplicada es la manufactura de pigmentos. De entre ellos, uno de los más apreciados por su intenso color rojo y su inalterabilidad era el sulfuro de mercurio sintético, ó bermellón, que constituía, junto con el azul ultramar, el pigmento más apreciado de la paleta del artista. El proceso de obtención del bermellón no es sencillo, ya que el azufre y el mercurio reaccionan en primer lugar para formar un sulfuro de mercurio negro, denominado etíope mineral, que sublima al calentar transformándose en la variedad roja o bermellón. La primera referencia a este pigmento en la Europa medieval se encuentra en un manuscrito de finales del siglo VIII, Compositiones ad tingenda, una colección de recetas sobre la química de las artes decorativas. La síntesis de este material también aparece en los escritos del alquimista árabe Razhés, en el siglo IX, pero no hay ninguna evidencia de influencia árabe en el manuscrito medieval latino. Sin embargo, este último es de influencia greco-bizantina, y de hecho una de las recetas parece ser una traducción de una de las recetas del papiro X de Leiden. Otros autores han señalado que los manuscritos alquímicos greco-egipcios mencionan la “fijación” (o pérdida del estado líquido) del mercurio, lo que podría interpretarse como evidencia de la conversión de este metal en su sulfuro 11. En efecto, los alquimistas griegos, en particular la alquimista conocida como María la Judía 12 , describe el uso de un aparato especial para tratar sustancias de origen mineral, en particular metales, con vapores de azufre o compuestos volátiles de arsénico, conocido como Kerotakis. El proceso alquímico que hace uso del Kerotakis tiene como objeto “reincrudar” o volver a su estado original a los metales, es decir, similar al estado vegetativo que poseían en el interior de la tierra, mediante la formación de los correspondientes sulfuros 13.

Siglos más tarde, el artista florentino Cennino Cennini 14 describe a finales del siglo XIV o comienzo del XV que “el cinabrio se obtiene por alquimia, elaborado por alambique”. Esta expresión, que aplica también a la elaboración de otros pigmentos artificiales, revela, por una parte, la estrecha asociación que aún tenía en esa época la destilación y sublimación con la alquimia, y, por otra, que el término “alquimia” se refiere

11 Estos hechos podrían sugerir una vía de llegada de información químico-alquímica desde Oriente Medio a Europa a través de Bizancio, anterior a la difusión en Europa de los textos alquímicos árabes a través de sus traducciones latinas.12 PATAI, R. (1994), The Jewish Alchemists, Princeton University Press.13 Podría considerarse que los alquimistas greco-egipcios estaban reproduciendo a escala de laboratorio lo que ocurre en el interior de la tierra, empleando el azufre a modo de la “exhalación seca” propuesta por Aristóteles en su teoría de la generación de los cuerpos metálicos.14 CENNINO CENNINI, El Libro del Arte, traducción española: editorial Akal, 1988.

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simplemente a una operación que hoy denominaríamos química, desprovista totalmente de toda vinculación con las especulaciones filosóficas de los alquimistas.

Otro producto de valor usado en artes decorativas es el pigmento amarillo conocido como “oro mosaico”, denominado también purpurino, que es esencialmente sulfuro estánnico 15 . Las recetas de preparación del pigmento, de las cuales la más antigua conocida procede de un manuscrito italiano del siglo XIV, prescriben el uso, además de azufre y estaño, de mercurio y cloruro amónico, que han de ser calentados en ciertas condiciones para obtener el producto deseado. Las recetas son probablemente de origen árabe, y se ha señalado que parece probable que deriven de modificaciones del método para obtener cinabrio. Así, se habría sustituido parte del mercurio por estaño, y parte del azufre, uno de los “espíritus” de los alquimistas griegos, por otro “espíritu” introducido por los alquimistas árabes, el cloruro amónico. Es probable que ello responda a intentos de purificar o “revivificar” un metal como el estaño, próximo al mercurio por su bajo punto de fusión, mediante su interacción con tres “espíritus” simultáneamente (el mercurio no se consideraba un metal, sino también un “espíritu”).

Síntesis de los cloruros metálicos. El número de sustancias químicas conocidas en la antigüedad era

escaso, y de origen natural en su mayoría, como los compuestos metálicos usados como menas para la obtención de los correspondientes metales en procesos de metalurgia extractiva, tales como los sulfuros de plomo, cobre, hierro y antimonio, o los óxidos de arsénico. A estos habría que añadir los sulfatos de hierro y cobre (vitriolo verde y azul, respectivamente), la sal común, el alumbre (sulfato de aluminio y potasio), utilizado desde la antigüedad como mordiente en el teñido de tejidos, el carbonato sódico o natrón, y el azufre, entre otros. El alquimista árabe Razhes (s. IX) incorpora también el cloruro amónico, que se podía extraer de terrenos volcánicos, pero que también obtuvo por primera vez mediante la destilación de pelo animal. La importancia alquímica de esta nueva sal reside en su carácter volátil, y en su efecto sobre los metales en estado vapor, lo que le valió ser incluida entre los “espíritus”, sumándose a los tres descritos por los alquimistas greco-egipcios, el mercurio, el azufre y los compuestos volátiles de arsénico. El tratamiento prolongado de metales con cloruro amónico a alta temperatura puede dar lugar a la formación de los correspondientes cloruros. Siguiendo esta línea experimental, el empleo de cloruro amónico como vehículo portador de “espíritu”, la obra de alquimia latina De aluminibus et salibus, del s. XII, describe por primera vez la

15 PARTINGTON, J. R. (1934), “The discovery of Mosaic Gold”, Isis, 21 (1), 203-206.

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obtención de cloruro mercúrico mediante dos procedimientos: calentamiento de una mezcla de mercurio, sal amoniaco y alumbre, o calentando vitriolo, mercurio y sal común. En ambos casos se genera ácido clorhídrico in situ, que reacciona con el mercurio para dar el correspondiente cloruro volátil, (funde a 280 ºC y hierve a 306 ºC) que se destila de la mezcla de reacción a medida que se forma. Hacia el final del siglo XIII, las obras del que se conoce como Geber latino prosiguen el mismo programa experimental, con el propósito declarado de lograr la “sutilización” de los metales, incluido el oro, una etapa necesaria para la obtención del Elixir transmutatorio o “fermento”, empleando para ello los cloruros amónico y mercúrico 16. De esta forma se pudo obtener el bicloruro de estaño 17 y los cloruros de plomo, plata y cobre. Es interesante señalar que la formación del cloruro mercúrico es vista por el autor de De Aluminibus como una verdadera disolución del metal. El poder clorante del cloruro mercúrico fue usado posteriormente por Andreas Libavius (1540-1616) para obtener el cloruro estánnico calentando la sal de mercurio con estaño.

Las obras de alquimia primero árabes y posteriormente latinas divulgaron el conocimiento de los cloruros amónico y mercúrico, reconocido ya entonces como una sustancia con propiedades bien definidas. A pesar de la complejidad de esas obras y de las consiguientes dificultades para interpretar en sentido químico los textos, se puede concluir sin embargo que la obtención de esos compuestos químicos fue una consecuencia de la aplicación deliberada de un programa experimental guiado por una filosofía natural que hacía concebible la obtención de ese fermento o Elixir capaz de curar los metales comunes (no nobles) de sus imperfecciones, y no el fruto de una experimentación empírica alejada de todo marco conceptual.

Los cloruros amónico y estánnico encontraron aplicaciones prácticas. El primero se empleaba para limpiar las superficies de los metales en procesos de soldadura. Agrícola recomienda su uso junto vinagre para limpiar el hierro antes de someterlo al estañado (recubrimiento con una delgada capa de estaño) 18. Además, se usaba junto con ácido nítrico para obtener agua regia, que se empleaba en procesos de refinación de metales. Respecto al cloruro de estaño, el holandés Drebbel descubrió que su uso

16 Es interesante observar que los comienzos de las investigaciones alquímicas de Newton también estuvieron marcados por el estudio de la reactividad química de los cloruros metálicos, y con el mismo objetivo que los alquimistas medievales que le precedieron: lograr la disociación de los cuerpos metálicos en sus partes constituyentes (proceso de “sutilización”), con el fin de producir su transformación posterior en otra materia, su evolución. DOBBS, B.J.T. (1975), The foundations of the Newton’s alchemy: the hunting of the Green Lyon. C.U.P. PÉREZ-PARIENTE, J. (2005), “La alquimia de Newton y Boyle”, Anales de la Real Sociedad Española de Química, 101, 63-69.17 Op. cit. 10, p. 173.18 Mencionado en: SHERWOOD TAYLOR, F. (1957), A History of Industrial Chemistry, Londres, Heineman, p. 45.

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como mordiente en el proceso de teñido de tejidos con el colorante de la cochinilla producía un brillante color rojo escarlata 19 .

El descubrimiento de los ácidos minerales y su aplicación en metalurgia y medicina.

A lo largo del siglo XVI se publicaron una serie de tratados de química práctica, relacionados tanto con la metalurgia como con la preparación de medicamentos mediante técnicas destilatorias, en los que se describen distintos procedimientos de obtención de los tres principales ácidos minerales fuertes: ácido nítrico, sulfúrico y clorhídrico. De los tres, el ácido nítrico es el que tuvo con diferencia mayor impacto tecnológico.

La receta conocida más antigua para la preparación de este ácido aparece en un texto del alquimista conocido como Geber, De inventione veritatis. Se conocen varios manuscritos latinos de este autor, escritos a finales de la Edad Media, que durante mucho tiempo se identificó con el alquimista árabe Jabir, que vivió en el siglo VIII. Estudios más recientes ponen en duda esta atribución, y se refieren a él como el Geber latino o pseudo-Geber 20 . La obra más conocida de este autor es la Summa perfectionis magisterii, escrita a finales del siglo XIII, fecha probable también para los otros escritos del Geber latino, incluido De inventione veritatis. La receta dice así 21 : Toma una libra de vitriolo de Chipre (sulfato de hierro y cobre), una libra y media de salitre (nitrato potásico), y un cuarto de libra de alumbre (sulfato de aluminio y potasio). Somete el conjunto a la destilación, con el fin de extraer un licor que posee una gran acción disolvente. El poder disolvente del ácido se incrementa grandemente si se mezcla con sal amoniaco (cloruro amónico), porque entonces disolverá oro, plata y azufre. Otros autores, como Agrícola en su De re metallica y Biringuccio en Pirotechnia 22 , emplean diferentes proporciones de esos ingredientes, pero el procedimiento conduce en todo 19 Cornelis Drebbel (1572-1633) poseyó una notable reputación como inventor y tecnólogo, además de alquimista, siendo empleado como tal por los reyes de diversas cortes europeas, entre ellas la del emperador Rodolfo II entre 1610 y 1612. Ver a este respecto: EVANS, R. J. W. (1997), Rudolf II and his World, Spain, Thames & Hudson, pp 189-190. Uno de sus biógrafos, G. Tierie, afirma en su obra Cornelis Drebbel, Amsterdam, 1932, pp 86-90, que Drebbel sabía como obtener oxígeno a partir del nitrato potásico, tal y como lo sugiere un pasaje de una de sus dos únicas obras publicadas, el Tratado sobre los elementos de la Naturaleza, 1608. Z. Szydlo reproduce este pasaje (en inglés) en su libro Water which does not wet hands, Varsovia, Polish Academy of Sciences, 1994, p.85, y sitúa a este hombre en la línea de chymicos interesados en las propiedades del nitro, que culminaría en los trabajos del alquimista polaco Michael Sendivogius, analizado en su obra.20 NEWMAN, W. R. (1991), The Summa Perfectionis of Pseudo-Geber. A Critical Edition, Translation and Study, Leiden. Este autor atribuye la Summa al franciscano Paolo de Taranto. 21 Traducción de la receta en inglés que aparece en : KARPENKO, V. y NORRIS, J. A. (2002), “Vitriol in the history of chemistry”, Chem. Listy, 96, 997-1005. La traducción inglesa de De inventioni veritatis aparece en : RUSSELL, R. (trad.) (1678), The alchemical Works of Geber, Londres. (Reimpresión: Samuel Weiser Ed., 1994).22 Biringuccio no recomienda el uso de vitriolo, BIRINGUCCIO, V. (1540), Pirotecnia. (traducción al inglés: SMITH, C. S. y HUNDÍ, M. T. ed. y Trad. (1990), Dover, p. 187).

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caso a la obtención de lo que los autores llamaban aqua fortis 23, disoluciones de ácido nítrico con contenido variable de ácido. La reproducción moderna de la receta dada por Agrícola en su libro conduce a la obtención de aproximadamente 70 gramos de una disolución de ácido nítrico con un contenido de ácido del 51% en peso, y 0,4 % de ácido nitroso, a partir de 150 gramos de nitrato potásico 24 . Al calentar la mezcla de reacción (la destilación mencionada en la receta), se liberan óxidos de azufre que reaccionan con el nitrato potásico para formar óxidos de nitrógeno, que a su vez reaccionan con oxígeno y agua para dar finalmente ácido nítrico. La adición de cloruro amónico al destilado daría lugar a la formación de agua regia, que, efectivamente, tal y como indica la receta es capaz de disolver el oro. En la figura 2 se muestra el dispositivo

experimental, horno y recipientes, utilizados para obtener aqua fortis, según un grabado del libro de Lazarus Ercker Tratado sobre menas y refinación (1574)

Geber latino es el alquimista más antiguo en mencionar el salitre, un ingrediente esencial en la producción de ácido nítrico. El otro ingrediente básico es un sulfato, vitriolo o alumbre. Como se comentó anteriormente, los dos últimos eran conocidos y utilizados por los alquimistas árabes y los

23 Agrícola utiliza el término aqua valens. AGRÍCOLA (1556), De re metallica. (traducción al inglés: HOOVER, H. C. y HOOVER, L. H. trad, (1950) Dover).24 Ver KARPENKO, op. cit. 21, p. 1002, y referencias allí citadas, para el conjunto de reacciones químicas que conducen a la formación de ácido nítrico.

Figura 2. Destilación del ácido nítrico (Ercker, 1574)

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primeros alquimistas latinos en los procesos de “sutilización” de los metales, que conducen a la obtención de los correspondientes cloruros. Geber describe en su obra la preparación del aqua fortis en un contexto alquímico, con el propósito de obtener el Elixir transmutatorio, y lejos de toda intención tecnológica. Sin embargo, alrededor de dos siglos después de que fuera reportado por primera vez, este producto encontró una aplicación tecnológica importante en los procesos de refinación y ensayo (“separación”) de metales preciosos, en particular de oro, y para ser utilizado con este fin se describe su preparación en los tratados metalúrgicos del siglo XVI que se han mencionado anteriormente. Para determinar el contenido de oro y poderlo separar de la plata en una aleación de ambos metales, ésta se trataba con aqua fortis exenta de cloruros (de lo contrario, también disolvería el oro) 25 . Es interesante subrayar que el aqua fortis también se empleó como remedio terapéutico para tratar diversas afecciones. Así, Conrad Gesner prescribe su uso para tratar verrugas y úlceras del aparato bucal 26 .

La importancia tecnológica del ácido sulfúrico fue muy inferior a la del ácido nítrico hasta bien entrado el siglo XVIII, y no se conocen recetas detalladas para su preparación anteriores al siglo XVI. Se considera generalmente que un pasaje del texto alquímico Summa perfectionis magisterii del Geber latino contiene la receta más antigua para la preparación del ácido sulfúrico 27, y consiste básicamente en el calentamiento de vitriolos (sulfatos de hierro o cobre) a alta temperatura, con el fin de descomponerlos primeramente en óxido sulfuroso, que se oxida en el aire para formar anhídrido sulfúrico, y posteriormente a medida que se incrementa la temperatura, los sulfatos se descomponen directamente en el correspondiente óxido metálico y el anhídrido sulfúrico,

25 Biringuccio recomienda disolver plata en la disolución del ácido, con el fin de separar los posibles cloruros mediante la precipitación de cloruro de plata. Estos cloruros proceden del cloruro potásico que siempre acompaña al nitrato potásico natural, y conducen a la formación de pequeñas cantidades de ácido clorhídrico durante el proceso de obtención del ácido nítrico. Por otra parte, dado que la aleación de plata y oro con un contenido de éste último superior al 25% es difícilmente atacable por el ácido nítrico, se utilizaba el procedimiento denominado “incuartación”, es decir, añadir tres partes de plata pura a una parte de la aleación a ensayar, con lo que el contenido de oro nunca seria superior a la “cuarta parte” del peso total.26 Op. cit. 9, pp 525-528.27 Ver KARPENKO, op. cit. 21, y referencias allí citadas. Este autor expone algunos aspectos que aún no han sido aclarados respecto a la naturaleza exacta de los productos obtenidos en la antigüedad al destilar vitriolos. Varios autores mencionan la formación de líquidos rojos, que el autor del artículo sugiere que pueden ser debidos a impurezas de selenio presentes en el vitriolo de partida. Sobre el papel de las impurezas en alquimia, ver: PRINCIPE, L. (1987), “Chemical translation and the role of impurities in alchemy: examples from Basil Valentine’s Triumph-Wagen”, Ambix, 23, 21-30. Michael Scot en su tratado Ars Alchemia comenta extensamente acerca de las propiedades del vitriolo y del alumbre, y menciona el “vitriolo sublimado” conocido por los “Sarracenos de África”. (en: THOMSOM, A.H. (1939), “The texts of Michael Scot’s Ars Alchemia”, Osiris, 5, 523-559). Ver discusión sobre este punto en op. cit. 10, pp 168-170. Scot falleció en 1232, así que su tratado es al menos medio siglo anterior a la Summa.

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que se recogía en un recipiente con agua, tal y como se observa en la figura 3. 28

El producto obtenido de esa manera se denominaba aceite de vitriolo. Este ácido no se empleó inicialmente en procesos metalúrgicos, sino que se usó como medicamento. Gesner describe en su obra un gran número de usos terapéuticos de esta sustancia, tanto internos como externos, y alaba sus excelencias como medicina, comparándolo incluso con el oro potable29.

La historia de la obtención del ácido clorhídrico es aún más confusa que la del ácido sulfúrico. Multhauf 30 cita la edición de 1589 de Magia Naturalis de J.B. Porta, como la referencia más antigua por él conocida sobre la preparación de “aceite de sal”, ó ácido clorhídrico. Sin embargo, ya a mediados de aquel siglo Gesner da en su obra dos recetas para obtener este ácido, mediante destilación de una mezcla de sal común y alumbre 31 . Además, indica que Isabel de Aragón, duquesa de Milán, lo utilizaba para blanquear los dientes, hacia 1489. Más tarde, Libavius, Van Helmont, Glauber y Beguin dan recetas similares 32. Es muy probable que este ácido se obtuviera en repetidas ocasiones en el curso de las investigaciones de laboratorio acerca de las propiedades de los vitriolos llevadas a cabo tanto

28 Op. cit. 9, ed. 1554.29 Op. cit. 9, pp 515-524. Valerius Cordus también prescribe su uso como medicina en su De Artificiosis Extractionibus, 1561 (citado así en op. cit. 18, p 95). Gesner también da en su libro (p. 510) una de las primeras descripciones claras para preparar lo que se conocía como “aceite de azufre”, una disolución diluida de ácido sulfúrico que se obtenía quemando azufre debajo de una gran campana de vidrio. El trióxido de azufre que se formaba como resultado de la combustión se combinaba con la humedad atmosférica y escurría por la parte interior de la campana, recogiéndose en un recipiente adecuado. 30 MULTHAUF, op. cit. 10, p 208.31 Op. cit. 9, pp 527-528.32 Op. cit. 29.

Figura 3. Destilación del aceite de vitriolo (ácido sulfúrico)

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por alquimistas árabes como latinos 33 , aunque no fuese reconocido como un compuesto químico definido.

Teniendo en consideración todas esas observaciones, podríamos concluir que hacia finales del siglo XV, si no antes, se preparaban y usaban corrientemente diferentes tipos de “aguas corrosivas” tanto en trabajos metalúrgicos como en terapéutica, aunque la naturaleza química de esas “aguas” variaba en función del campo de aplicación. En todo caso, esos procedimientos provenían directamente de experiencias de laboratorio realizadas en contextos claramente alquímicos, y los compuestos químicos esenciales alrededor de los que gravitaban todas ellas eran los sulfatos metálicos, en particular los de hierro y cobre conocidos como vitriolos 34 . Es interesante también constatar cómo en ese proceso de “exportación” de procedimientos alquímicos, éstos pierden prácticamente en su totalidad toda referencia al papel que desempeñaban en la Gran Obra alquímica, el proceso de recreación a escala humana del Génesis. Algunos autores han señalado el empleo de los vitriolos por parte de los alquimistas greco-egipcios 35 , y teniendo en cuenta el papel preponderante que desempeñaba en su práctica operativa el azufre y algunos de sus compuestos volátiles, podríamos preguntarnos si no habrían reconocido ya entonces que el azufre entra a formar parte esencial de la composición de los vitriolos, y que además está asociado a los sulfuros metálicos. En efecto, la tostación de los sulfuros y el calentamiento moderado de los vitriolos da lugar al desprendimiento de dióxido de azufre, fácilmente reconocible por sus propiedades sensoriales. Ello habría conducido a su empleo también como “catalizador” de la génesis mineral que constituye el objetivo de la práctica operativa de la alquimia. Los alquimistas árabes desarrollaron más intensamente el empleo de los sulfatos (alumbre y vitriolos) en las experiencias de laboratorio, y la inclusión de nuevos compuestos salinos, como el cloruro amónico primero y el nitrato potásico después, condujo primeramente al aislamiento de los cloruros metálicos, cuando se añadían metales a la mezcla de reacción, y posteriormente y en ausencia de metales, a los ácidos minerales, al ser capaces de aislar y disolver en agua los compuestos gaseosos que se forman como consecuencia de la descomposición de las correspondientes sales.

El Horno de los Filósofos.

33 El tratado Liber claritatis, del siglo XIII, escrito con posterioridad a los de Scot pero anterior a los del Geber latino o pseudoGeber, contiene al menos una receta que podría haber producido ácido clorhídrico, según Darmstaedter, que reprodujo en el laboratorio las recetas de esa obra en la década de los veinte del siglo pasado (op. cit. 10, p. 170, n. 80).34 Ver op. cit. 21 acerca del vitriolo en la historia de la química.35 VON LIPPMANN, E.O. (1919), Enststehung und Ausbreitung der Alchemie. Citado en op. cit. 9.

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La práctica totalidad de los procesos descritos en los textos alquímicos y chymicos requiere el tratamiento de materiales minerales o biológicos a temperaturas elevadas. Por lo tanto, una parte importante de esos tratados está dedicada a la descripción del instrumental de laboratorio necesario para las diversas operaciones químicas 36 , entre el que destacan los hornos. En general, el empleo de uno u otro tipo de horno está determinado por el tipo de operación, y sobre todo por la temperatura que se precisa alcanzar. Glaser, en su Traité de la Chymie (1668) 37 , describe distintos tipos de hornos, que ilustra mediante los correspondientes grabados, y termina su explicación con el siguiente comentario: “Hay otros fuegos además de éstos [vapor, baño María, cenizas, arena, limaduras de hierro, reverbero y llama, en orden creciente de temperatura ], como el de lámpara, de estiércol, de espejos ardientes, y otros, pero como todas las operaciones que deseamos describir pueden llevarse a cabo mediante los fuegos de los que hemos hablado, no diremos nada de los otros” 38 . Glaser menciona en ese texto algunos de los procedimientos utilizados durante siglos para calentar determinadas sustancias químicas a temperaturas distintas en función de la manera de suministrar calor, y sugiere que algunos de ellos pueden ser sustituidos por los otros más convencionales que describe en su libro. Glaser representa un punto de vista que se convertirá en dominante entre los chymicos en las décadas siguientes, pero en su tiempo no era ni mucho menos unánimemente compartido. Es interesante comparar esta opinión de Glaser respecto al empleo de distintos tipos de fuegos en las diversas operaciones de la Chymia con la de un contemporáneo suyo, Nicolás Le Fevre, que le precedió como demostrador de química en el Jardín del Rey en París, cuyo puesto ocupó hasta 1660. Comencemos por los “espejos ardientes”. Le Fevre se refiere a la calcinación del sulfuro de antimonio natural (el mineral stibnita) y del antimonio metálico empleando una gran lupa (Figura 4) como una “Calcinación Filosófica”, “la calcinación solar del Antimonio por medio del Fuego Mágico y Celestial extraído de los rayos del Sol” 39 . Además, Le Fevre notó un aumento de peso del metal, que atribuyó a la fijación de la luz del sol, expresándolo de esta manera: “Este noble mineral posee un tipo de Imán natural en sí mismo, que le hace capaz de atraer de lo más alto de los Cielos esta noble y similar Luz, por la cual es producido y

36 Sobre los métodos de trabajo y de laboratorio en general, de la alquimia, ver PRIESNER, C y FIGALA, K. (ed.) (2001), Alquimia. Enciclopedia de una ciencia hermética, Barcelona, Herder.37 GLASER, C. (1668), Traité de la Chymie, 2ª ed., p. 64.38 Sobre el significado alquímico del “fuego”, ver op. cit. 35, p. 334, y sobre el de los hornos se puede consultar: NORTON, T, en ASHMOLE, E. (1652), Theatrum Chemicum Britannicum, cap. 6, pp 96-98.39 LE FEVRE, N. (1660), Traicté de la Chymie . Citado en: READ, J. (1947), Humour and Humanism in Chemistry, Londres, p. 107.

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suplementado con su virtud” 40 . No debería subestimarse la influencia de esta opinión acerca de las propiedades especiales de las que parecía gozar la radiación solar y su efecto en las operaciones químicas, compartida por otra parte por numerosos autores de la época, ya que el tratado de Le Fevre fue considerando durante un siglo como un libro de referencia de chymica, dedicado sobre todo a los farmacéuticos, que aún se reeditó en francés en 1751, en cinco pequeños volúmenes 41 .

Analicemos ahora el “fuego de lámpara” al que se refiere Glaser. Le Fevre escribe de él en estos términos: “Horno de lámpara, usado por los más cuidadosos Artistas para muchas operaciones químicas”. 42 El horno de Le Fevre contenía una lámpara de aceite sujeta a un tornillo móvil, que se aproximaba o alejaba del recipiente en función de la temperatura que se deseaba alcanzar, figura 5 43 , e incluía además un termómetro de agua para

40 Esa caracterización del antimonio metálico como un “Imán celestial” parece estar directamente inspirada por el tratado La Nueva Luz Química (1604), del alquimista polaco Michael Sendivogius (Szydlo, op. cit. 19). Esta era una posible explicación para el aumento de peso de los metales que se discutió ampliamente hasta bien entrado el siglo XVIII, y que no se abandonó definitivamente hasta que se aportaron pruebas experimentales decisivas que demostraban la participación del oxígeno del aire en el proceso. 41 Los químicos de la época eran sobre todo y casi en su totalidad médicos y farmacéuticos.42 Op. cit. 39, p. 109. 43 READ, op. cit. 39, p. 110

Figura 4. Calcinación del antimonio con una lupa (Le Fevre, 1664)

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controlar mejor la temperatura. En conjunto, este dispositivo permitía alcanzar y controlar con relativa precisión una temperatura moderada. Es necesario resaltar que tanto Glaser como Le Fevre son esencialmente boticarios que escriben sus tratados con la pretensión de poner a disposición del cuerpo médico y farmacéutico recetas prácticas, claras y reproducibles para la síntesis de numerosas sustancias de interés terapéutico, y en ningún modo pueden considerarse como alquimistas.

Sin embargo, los hornos de lámpara tienen una sólida tradición en alquimia, muy anterior a su aparición en los textos chymicos del siglo XVII. Aparece como la única ilustración del primer libro de alquimia en lengua vernácula ilustrado, figura 6 44 , acompañado de la correspondiente explicación acerca de su uso en la Gran Obra alquímica. Una de las representaciones más explícitas de este tipo de horno se encuentra en un manuscrito del alquimista inglés del siglo XVI Thomas Charnock (1524-1581), figura 7 45 .

El diseño de un horno de lámpara no permitía alcanzar temperaturas muy elevadas, y podemos preguntarnos acerca de su uso en operaciones verdaderamente alquímicas. No es fácil responder a esa pregunta, a falta de un análisis detallado de las mismas, algo que está fuera de los objetivos de este estudio, pero podría estar relacionado, entre otros posibles usos, con el sometimiento de la materia prima mineral empleada en los comienzos de las labores alquímicas a un calor moderado, uniforme y prolongado, lo que

44 ARNALDO DE VILANOVA, Rosarius philosophorum, Venecia, alrededor de 1500. D. I. Duveen reproduce esta ilustración en su Biblioteca alchemica et chemica, London, 1949, p. 638. 45 SHERWOOD TAYLOR, F. (1946), “Thomas Charnock”, Ambix 2, 148-176. Un resumen en castellano de lo esencial de ese artículo se puede encontrar en: SHERWOOD TAYLOR, F. (1954), La alquimia y los alquimistas, Barcelona, AHR, pp 155-164. Merece la pena leer su relato sobre las dificultades que encontró para llevar a cabo los trabajos de la Gran Obra.

Figura 5. Horno de lámpara (Le Fevre, 1664)

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se denomina en los textos como “asación” 46 . Es interesante señalar en este sentido que ese término se relaciona con la sublimación, la cocción y

46 Se puede consultar sobre este asunto la obra del alquimista francés CANSELIET, E. (1899-1982) (1981), La alquimia explicada según sus textos clásicos, Madrid, Luis Cárcamo, pp 123-125. Isaac Newton también se refiere en sus tratados alquímicos a ese tratamiento de la materia con un calor moderado, con el fin de “reincrudarla”, o regresarla al estado “vital” o “vegetativo”, como él decía, que poseía la materia mineral en el interior de la Tierra.

Figura 6. Horno de lámpara de Arnaldo de Vilanova

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la digestión de la materia 47 , y puede observarse la frase “para la sublimación” escrita en la parte superior del horno de lámpara de la figura 7. El estudio del profesor Taylor sobre Charnock le permite concluir que su procedimiento alquímico estaba basado en manuscritos de los tratados de Raimundo Lulio, y consistía esencialmente en el empleo de “circulaciones”, y sugiere que esta palabra podría ser aplicada a lo que hoy día denominamos “reflujo”, la evaporación y condensación de un líquido en una vasija cerrada. No obstante, hay que tener en cuenta que la uniformidad de temperatura de un recipiente introducido en un horno como el de la figura 7 hace difícil que se produzca una verdadera condensación de materias volátiles. Esa uniformidad de temperatura es otra característica de los hornos alquímicos que aparecen frecuentemente representados tanto en manuscritos como en obras impresas. Así, en los manuscritos de Charnock también se encuentran ilustraciones de hornos copiadas de manuscritos lulianos, tal y como se muestra en la figura 8 48 . La materia encerrada en la vasija interior se encuentra en realidad rodeada por tres recipientes. Esta característica, y la referencia a su empleo en procesos “circulatorios”, los emparenta directamente con algunos de los aparatos que aparecen en los manuscritos alquímicos greco-egipcios señalados anteriormente, como el de la figura 9, que a su vez deriva del instrumento denominado kerotakis. Este aparato, que aparece descrito en los textos alquímicos atribuidos a la alquimista María la Judía, se empleaba para tratar sustancias sólidas, generalmente metales, colocados en la parte superior, con vapores de sustancias volátiles, generalmente azufre, mercurio o compuestos de arsénico. Los compuestos formados en la parte superior fluían a la parte inferior, donde eran sublimados de nuevo. El aparato de la figura 9 se relaciona directamente con vasijas de digestión

47 PERNETY, A. J. (1758), Dictionnaire Mito-Hermétique. Reimpresión : ed. Arché, Milán, 1980. El término “sublimación” solía incluir también la destilación convencional.48 Op. cit. 45. Esa ilustración proviene de una recopilación de manuscritos lulianos del siglo XV entonces en poder de D.I. Duveen.

Figura 7. Horno de lámpara de Charnock

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que aparecen representadas en otros manuscritos alquímicos griegos, como la de la figura 10, y constituyen el nexo de unión con el instrumento conocido como aludel en los manuscritos árabes, como los del pseudo-Geber 49 , según Berthelot.

Este autor señala también que “esa envoltura general parece haber sido simbolizada por la denominación Huevo Filosófico” 50 . Encontramos aquí, pues, una filiación directa entre los instrumentos de laboratorio desarrollados por los alquimistas greco-egipcios, y los que se encuentran posteriormente representados en manuscritos árabes y latinos medievales, y más tarde en numerosas obras impresas pertenecientes al ámbito de la Chymia, pero sin ninguna relación ya con la alquimia.

49 Op. cit. 4, p 145 y ss. 50 Op. cit. 4, p. 170.

Figura 8. Atanor de un manuscrito de tratados lulianos del siglo XV

Figura 9. Vasija relacionada con el kerotakis

Figura 10. Vasija de digestión

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Por lo tanto, se produce en el ámbito del equipamiento de laboratorio la misma tendencia analizada anteriormente en lo que respecta a las sustancias químicas: esos instrumentos se inventaron y construyeron con el propósito de que cumpliesen una función específica dentro de la práctica alquímica, pero una vez que son utilizados con otros fines distintos a los de la alquimia, sufren procesos de transformación para adaptarlos a las nuevas necesidades, y en algún caso son simplemente sustituidos por otros instrumentos más específicos.