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• L I T E R A M A - S P O I m ARENAL 2 7 L I T 0 6 *

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SÍMEBO OORBIEKT8 T T A T " X T A X A NVMBRQ ATBA$AOO

2 0 C É N T I M O S Z A l Z A 3 0 C É N T I M O S

R El,V I S T A S E M A N A l_ I L. U S T R A D A

PRECIOS DE SUSCRIPCIÓN \ SE PUBLICA LOS DOMINGOS \ PRECI0 PARA LA VENTA

E D I T O R P R O P I E T A R I O \ Mano de 25 ejemplares.. 3*75 Ptas. MADRID Trimestre 2'50 Pts. fcUiTUK rKUfJ&JAH.iW ) J L J U ^ ^ . PROVINCIAS Y PORTUGAL „ 3 n \ f J U L I A . JS JP A. L i A C I O S \ E l pago de los paquetes lo verif icarán por

, < adelantado los corresponsales- que no tenoan EXTRANJERO . Año 15 • „ \ ARENAL, 27, LITOGRAFÍA.—MADRID ^ referencias en la Admlrvistraoián.

• S ' ' . • • > .

Ningún anuncio renne circunstancias tan favorables para el comercio y la industria, como aquel qUe se publica en periódicos ilustrados de reconocido crédito, puesto que á la gran circulación del número , ha de agregarse la permanencia por largo período de tiempo, ya que, por regla general, todos los lectores colé^éionan por-, años esta clase de publicaciones. -

L A L IDIA/ reconoc iendo^ás to y ^contándose en el número de las Revistas que. con más favor'ha acogido el público, ofrece con grandes ventajas la publicación en sus columnas, bajo la siguiente:

T A R l I l D E P R E C I O S D E A N U N C I O S Y R E C L A M O S

ANUNCIOS D E S C U E N T O S

La línea del cuerpo 7, de 40 milímetros de ancho • Sobre lo8 precio8 fijados j y siempre que las inser-(una columna), tipo y ancho de columna por que mi- ciones g.ean seguida8 f ^ c e m 0 8 los descuentos. si-den sus anuncios JE1/L¿6em¿ y demás periódicos, 25 su i en tes • ¿ céntimos. . ¿ ' ' •• --- v

De 5 á 8 inserciones. 5 por 100 R E C L A M O S fc:.oá 13 f io »

" • v . •" • ^ De 14 á 18. :S V 15 » Do 19 en adelante . . . . . . . 25 ».

En la Sea 'o^ i?g(?or¿es, intercalados con trabajos , ' _ , , ' literarios, la línea del cuerpo 8, de 53 milímetros de - . Para los anuncios que ocupen una ó más páginas ancho , 0,75 pesetas. • ^ompletaB, precios convencionales.

Los originales de los anuncios deben quedar en poder de la Administración ocho días antes de su publicación.

Para los anuncios ilustrados, r e g i r á n - i o s mismos precios, con el aumentó del coste del trabajo ar t ís t ico que de antemano establecerá esta Adminis t rac ión .

L A T I R A D A D E « L A L I D I A » E X C E D E D E 15.000 E J E M P L A R E S POR HÚMERO

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Jt.

Revista semanal ilustrada.

ANO X I I I . M A D R I D , 26 D E NOVIEMBRE D E 1894. NUM. 36.

Pago el alquiler de este caballo por dos horas, y á los cinco minutos me deja en tierra. ¡BueHi neo-ocio

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R E D O B L E S

¡Lo que son las asociaciones de ideas! E l Tamhor de granaderos, de Sánchez Pastor y Cliapí, me ha arrastrado hacia las páginas eternamente bellas de los Beisebilder, de Enrique Heine, y en ellas he leí­do de nuevo el inmortal episodio del Tambor Le-grand.

Y aquí me tienen ustedes entre el autor de la m ú ­sica del tambor madr i leño y el asombroso tambor de Napoleón el Grande, oyendo los redobles de Chapí , que se confunden con los que escuchaba Heine en los jardines de Dusseldorf.

Legrand hacía hablar al parche; los palillos del b: ;ivo solista trazaban elocuentemente las guerreras epopeyas del conquistador francés. Chapí también ha redoblado hondo, y su tambor nos ha contado las an­gustias de un alma lacerada por el odio de los L o n -donderry y los Lu i s X V I I I de guardar rop ía , que p u ­sieron la proa hace un año al gran artista español.

Quisieron acorralarlo; pensaron quizá que, sitiado por el hambre, se rendir ía ; acumularon sobre el hom­bre acusaciones que pudieran salpicar al artista; lo t en ían inerme, lo creían muerto, y Chapí ha cogido

*el tambor, y ha redoblado terriblemente en muchas espinillas.

E l primer redoble fué E l Moro Muza, un redoble de sorpresa, que halló desapercibido al ejército alia­do y lo hund ió . Contaban con Santa Elena, y el maestro surgió triunfante, redoblando la marcha de "Wagram.

E l Tambor de granaderos ha venido después, sin tambor n i trompeta, alia sordina, desprovisto de ese estrépito de feria que precede siempre á ciertas tam-horradas latas.

E l efecto ha sido atroz. Más de doscientos tenderos de ultramarinos, como ha calificado un eminente crí-* tico á quienes se entusiasmaron con la música de la obra, aplaudieron f renét icamente y aclamaron á Chapí .

Entre ellos se contaron Caballero, Marqués , Nieto, Saco del Ta l le , Ar ín , Ramos Carr ión , Y i t a l Aza.. . autores dramát icos y músicos, sin excluir al propio Sr. Bre tón, que aplaudieron á rabiar y actuaron ad­mirablemente de tenderos de ultramarinos. ¿ Y el mancebo de la tienda? Ese era yo, que ap laud í tam­bién como un desesperado, y [me re t i ré pronto, por­que tenía que abrir muy temprano el establecimiento.

Ya lo dice el crítico en cuest ión:

«Muy superior al libro es la música, particularmente la mar­cha de tambores. Los demás números, siendo, como son, muy bonitos, no justifican el frenesí del público.»

¡F igúrense ustedes! ¡Aplaudi r con frenesí música muy bonita, t ra tándose de una zarzuela cómica, en un acto! Eso no se le ocurre más que á los tenderos de ultramarinos. ¿ P a r a cuándo guarda Chapí el monó­logo final de Brunhilde en E l crepúsculo de los dio­ses, ó la escena de la Consagración del Graal?

Como el crítico eminente á quien aludo, ha habido algún otro no menos eminente, que, después de de­clarar qué algunos números se repitieron á instan­cias del tifus, ha hecho este portentoso descubri­miento:

«El Chapí de Los Mostenses, no puede ser el Chapí de E l rey que rabió.-»

¡Medrados estamos! Por un lado tenderos de ultra­marinos, por otro lado tifus. A vender garbanzos ó á matar gente. Pues mándennos ustedes á la venta del Grajo, y acabemos de una vez. Esto de ser admira­dor del autor de L a tempestad, dB L a Bruja, y de EL TAMBOR DE Q-RAíTADERos, va á ser causa de que ten­gamos que emigrar, ó no i r al teatro hasta que se es­trene otra Verbena. ¡Yo , por mi partB; emigro!

¡Yr para desengrasar, el descubrimiento de que el Chapí de Los Mostenses, no puede ser el Chapí de E l Tambor de granaderos! i Claro, hombre!

En cambio, el autor de «el acorde unísono de la ar­monía», tiene que ser siempre el autor de «los prime­ros caninos incisivos y>. ¿Que quién es? Pues probable­mente el que nos ha llamado tifus del teatro; y es viruela, negra de la literatura.

Y perdonen ustedes esta protesta que me veo o b l i ­gado á formular, como tendero de ultramarinos y como tifus.

Por esos desplantes, puede comprenderse fácilmen­te el efecto que han causado los redobles de Chap í . Los hay de varias clases en E l Tambor de granaderos: el de la overtura, redoble admirable, que ha pasado inadvertido para los señores cr í t icos, y en el cual el maestro ha hecho gala de su profunda ciencia, jugan­do materialmente con el r i tmo, y derramando rauda­les de ingenio melódico y colorido instrumental; el del coro de introducción, en el cual la orquesta acom­paña lá distribución de la sopa á los pobres con un diseño persistente^ bajo el cual se desliza un verda­dero tratado del arte de modular; el cuadro de la jura de banderas, con el paso doble que todas las bandas civiles y militares de E s p a ñ a ejecutarán muy pronto, y la sentidísima melodía de la t iple, que el coro mur­mura luego, y da á la situación un carácter punzante y original.

Los demás redobles, el terceto; el r a tap lán , los

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couplets del lego y el cuarteto del exorcismo, son redobles lig-eros, llenos de garbo, salpicados por la inagotable gracia y la in tención saladísima del L e ­gran d español.

Los palillos de Chapí resbalan en el parche: corren juguetones de acá para al lá , regocijados, aéreos , con su punticade sát ira , sin pesar un adarme en aparien­cia y conteniendo toneladas de ciencia en realidad.

í\ o se siente el esfuerzo, no se nota en ellos la me­nor fatiga. 1 / « r í e tutto f a nul la si scópre; son llamaradas de alegría, que i luminan un instante la situación, y se deslizan por la escena como gnomos adorables del ingenio musical.

L a musa de Cliapí en el. género chico, no se viste de matrona cursi, no se embadurna la cara, no lleva dientes postizos, no enseña carnes insultantes de j a ­mona. Donde otras musas apopléticas se hacen san­grías sueltas ante el público, la de Chapí se muestra

desenvuelta y jov ia l , sana y robusta, procaz á veces, pero siempre fresca y atractiva.

No le gusta insistir; no quiere j a m á s declamar hue­camente como los Dulcamaras de plazuela; dice cuan­to tiene que decir en cuatro palabras, y desaparece dejando la estela de su garbo, que los tenderos de u l ­tramarinos aspiramos con delicia.

Así tocaba el tambor Legrand, según cuenta E n r i ­que Heine:

«Me contaba los hechos heroicos del gran Emperador, y toca­ba las marchas que habían acompañado á esos hechos, con tal perfección, que en realidad yo lo veía y oía todo. Así v i la mar­cha á través del Simplón..., el Emperador delante y detrás sus bravos granaderos que trepan, mientras las aves de rapiña, asustadas, huyen dando graznidos.»

Eso es E l Tambor de granaderos: una marcha á tra­vés de los simplones, y una fuga de las aves de r ap iña .

ANTONIO P E Ñ A Y GOÑI .

C O N F E R E N C I A S C U L I N A R I A S

)RONÜNCIAR una conferencia filosófica á la vez que se lace tina salsa picante, se condimenta i m pescado

C-' y se prepara un flan, hemos de convenir en que constituye una verdadera novedad, por cuya in t roducc ión en nuestras costumbres, debemos estar muy reconocidos á Mad. André -Va ldés , tan aplaudida, y con justo motivo, en el Sa lón Romero.

Mientras las oradoras que defienden la emanc ipac ión de la mujer, aburren al púb l i co con a r t í cu los y discursos de club, repitiendo por mi l lonés ima vez que la mujer es en u n todo igua l al hombre, por lo cual se la deben recono­cer los derechos de és te , aunque ninguno de sus deberes, y dejan que sus chiquil los se d e s g a ñ i t e n llorando en casa, y que el caldo se salga á fuerza de hervi r , y las medias e s t én llenas de puntos y las camisas de rotos, madame A n d r é defiende su vestido de seda con u n blanco delan­ta l , y entretiene al púb l i co durante dos horas, haciendo guisos como la m á s háb i l cocinera.

A los asistentes a ! S a l ó n Eomero les han sabido á poco, asi las conferencias como los pastelillos generosamente distribuidos por la oradora, saliendo convencidos de que se puede ser h á b i l cocinera y dis t inguida confe­renciante; conocer á fondo los secretos de la ciencia cu l i ­naria y los de la filosofía especulativa, y , en una pala­bra, ser mujer ins t ruida y satisfacer á la par á los que andan por esos mundos oliendo donde guisan.

L a s e ñ o r a francesa que tales t r iunfos logra , ha real i ­zado, acaso contra su vo lun tad , una verdadera r e v o l u ­ción, promoviendo al propio tiempo numerosos disgustos en las familias m a d r i l e ñ a s , por el funesto a f án de las comparaciones.

Desde que en una comedia del repertorio f rancés se daba la receta para hacer la ensalada rusa, hasta la cele­b r a c i ó n de las conferencias de Mad. André -Va ldés , los aficionados á la buena cocina h a b í a n tenido que conten­tarse con la lectura de E l P r a c t i c ó n , de Ange l Muro , y otros trabajos l i terarios. Pero, debo confesarlo lealmente: la receta que daba en el teatro la Srta. Badil lo, no con­v e n c í a ; en los escritos culinarios de Muro, se ve m á s al ingenioso escritor que al cocinero; y las curiosidades g a s t r o n ó m i c a s del Doctor Thebussem y de Castro y Se­rrano, tienen e rud ic ión excesiva, y hablan á la cabeza m á s que al e s t ó m a g o . Sólo la conferenciante francesa ha convencido al públ ico llevando la cocina al teatro.

Por eso inurmurau muchos maridos: — Qué desgraciado soy... ¿ D e q u é me s irve tener una

mujer hermosa y de altas vir tudes, si no sabe condimen­tar unas chuletas á la, iDapi l lot?

— ¡Sí ! — dicen otros. —Muchos bril lantes, mucho abr i ­go de pieles, y n i siquiera sabe la mía si los garbanzos salen m á s blandos puestos en agua con sal ó con colas de bacalao...

— ¡ El palco del Real! — exclama alguno. — L a canc ión eterna. ¡Cuánto mejor seria que m i amante esposa se pa­sase la noche mondando zanahorias, batiendo huevos y cociendo besugos y langostas!

— Y m i mujer, dando c o n v e r s a c i ó n á esos pollos... ¿"No es t a r í a mucho mejor friendo percebes?

En algunas familias de la clase media, el e s p í r i t u de imi t ac ión ha hecho gran camino.

Anoche, por ejemplo, f u i á casa de m i buen amigo el jub i lado de Hacienda D . At i lano Berengui l lo , á quien no

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h a b í a vuelto á ver desde la noche en que q u e d ó suprimi­do en su ter tu l ia «el juego de los imposibles*, suceso de que hab lé en el immero anterior de LA LIDIA. Y apenas me hab í a quitado el abrigo, cuando no té que me hacia unos signos indcscil'rables.

— Hoy — rao dijo por fin — no recibimos en la sala. — ¡ C ó m o ! — Recibimos en la cocina. Y con efecto, me hizo entrar en dicha hab i t ac ión , don­

de varios amigos ín t imos , algunos vecinos y los novios de las n i ñ a s h a b í a n tomado asiento en banquetas de ma­dera, un cofre y la tabla de planchar, colocada sobre unos caballetes. Las hijas de mi amigo, Rosita y Leonor, v e s t í a n trajes de seda y blancos delantales, al lado del fogón, dé cuya campana pend ían diez ó doce farolillos á la veneciana.

Quise preguntar la causa y objeto de todo aquello, pero m i amigo Berenguil lo me impuso silencio. Leonor estaba en el uso de la palabra:

— Es un error — decía — el freir los pá ja ros con p l u ­mas y todo. A s i lo hice yo una vez que e s t á b a m o s sin criada; y aunque todos los comimos, necesito confesar con v e r g ü e n z a , que la d iges t ión fué algo difícil. Perdo­nen ustedes estos detalles naturalistas-, pero hoy la mujer necesita tener el valor de sus convicciones y confesar sus faltas.

— Lo que si puede hacerse — i n t e r r u m p i ó Rosita — es prescindir de los pá j a ros cuando se es tá en las casas sin criada,

— O comprarlos ya pelados — ins inuó en voz baja uno de los oyentes.

— En casos semejantes — s i g u i ó diciendo la oradora — el gran recurso de la mujer es tá en los huevos, que pue­den presentarse y servirse crudos, medio cocidos, cocidos del todo, fri tos y revueltos con tomate... Rosita, demos una sesión p r á c t i c a á estos señores .

Rosita inc l inó graciosamente la cabeza, abr ió un arma­r io , sacó de él un plato con seis huevos, y al d i r ig i rse de nuevo al fogón, t ropezó con un ladri l lo que estaba des-

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nivelado, y el plato y los huevos se hicieron pedazos en el duro suelo.

Leonor, sin desconcertarse por las risas del auditorio, s igu ió diciendo:

— M i hermana acaba de demostrar á ustedes un ax io ­ma culinario que me olv idé yo de advert i r : que lo más fácil que puede hacerse con los huevos, es una tor t i l l a .

Los aplausos del públ ico premiaron el rasgo verdade­ramente ingenioso de la oradora-, su novio la a r ro jó Un ramo de flores de trapo, que h a b í a cogido antes de deba­jo de un fanal de la sala; y mientras la esposa de Beren* gui l lo sacaba de la bolsa media peseta para que la criada subiera otra media docena de huevos, el gato se colaba en la cocina y procuraba ahorrarle el trabajo de recocer los huevos estrellados.

— Otra enseñanza que nos da este animal — s igu ió d i ­ciendo la oradora, embriagada por los aplausos—nos in­dica el aprovechamiento de las sobras.

Desgraciadamente para la ter tul ia de D . At i lano , en aquella casa l lovían las contrariedades; pues á muy poco vo lv ió la criada diciendo:

— Me vengo sin los huevos. — Pues q u é , ¿no era buena la media peseta? — Sí, señora-, pero me ha dicho el tendero que con ella

quedan pagados los huevos que trajimos fiados esta ma­ñ a n a , y que si se quieren otros, que se le m a n d e m á s guita.

Leonor no perd ió su presencia de á n i m o , é i n t e r r u m p i ó diciendo: «No importa, no importa: dedicaremos la con­ferencia de esta noche al mondado de las patatas, su cor­te g e o m é t r i c o y la p r e p a r a c i ó n del plato llamado «pa ta tas de pob re» .

Yo t en ía prisa y me despedí de rais amigos, sintiendo no poder asistir hasta el fin de la conferencia; y al acom­p a ñ a r m e hasta la puerta el bueno de D . At i lano , me iba diciendo:

— No deje usted de venir m a ñ a n a , en que Rosita — ya sabe usted sus aficiones poé t icas — h a r á un p a r a n g ó n entre el teatro de Echegaray y la sobreasada mal lo rqu í ­na y el mqrteruelo manchego.

M. OSSORIO Y BERNARD.

S O N K T O

¿ Qué es — p r e g u n t é r a e — amor que nada espera, como el que abrasa m i doliente pecho? No me quedo del todo satisfecho si digo que es cordura y que es quimera;

sombra es á un t iempo, y luz que reverbera; pena y placer, y p é r d i d a y provecho; es s i n r a z ó n , y es na tura l derecho, nieve de invierno en suave pr imavera .

Nada de eso es ve rdad ; amor negado es flor que nace entre á s p e r o s abrojos, mar turbulento , tempestad sin calmas;

es, en presencia del objeto amado, la c o m u n i ó n de los amantes ojos, la eterna ausencia de las amantes almas.

JAIME MARTÍ-MIQUEL.

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P i

La entra cuesta cuatro motiis 'presonas e grasia

pa los curas, loa sordaos, los chavales y chávalas

y pa los maestros descuela, conque diñen dos me basta Dir colando, cabayeros, y andá, que er tiempo se na ja .» |

Tendió la mano, y cien veces vio llena la sucia palma, de monedas que ocuparon sus bolsillos y su faja,

porque en tropel los curiosos fueron llenando la estancia, apretándose lo misino que sardinas en banasta

Cuatro sucios cortinones del público separaban los cuatro raros fenómenos, objetos de tales ansias

t

En la feria de Sevilla . — ya va para fecha larga — entre los «teatros mecánicos> y las groseras barracas

de saltimbanquis, figuras de cera, focas, sonámbulas, mujeres gordas y «monstruos> de todas clases y castas,

había un chozón inmundo formado con unas tablas, y unas mugrientas esteras sujetas por cuatro estacas,

y ante el que, en grupo compacto el público se paraba con extraordinario asombro y curiosidad extraña,

aunque á su puerta no había ni músicas, n i campanas, ni clones, ni pregoneros con voces desentonadas,

invitando con aquellas «sacramentales» palabras de «Adelante, caballeros, á cuatro cuartos la entrada».

Mas si en el chozón no había músicas ni mogigangas, ni pregoneros, ni clones, ni mozas con cortas faldas,

había un cartel inmenso en que, con letras de á cuarta, muy mal pintadas, leíase io que al público admiraba.

Los 4 gRanDes FelóMeNos as Hombro de Uropa Acia í í aKér iKa , JíoceaNida ^ LoNcíoN y PoR/s De Francia

FeWMeNos íÍMN¿-a BisTos ¿gJ «N Fato Ke Tié 3 Patos •

• un LoEo Kabla 6 hentauas MN« erMos/síMa Zaka

Qe TíeNe la kóla Donde las HoTrfrs tienen la Rara i el FelóKéNo Más RaRo De /os 4 ¡JiLA K A R A T A ! ! I

Cuando al fin parada había mucha gente estupefacta, salió del chozón un viejo gitano de pura raza;

conocido por el propio apodo de E l Tío Camama, y echó al público un discurso corto, pero de sustancia:

— Dir colando, cabayeros, pa guipá las cosas raras que en esta chosa he metió y asina undebel les varga.

Pero pa está descansaos, poique aquí las siyas fartan, dir largando las moneas; pues tó aquer que paga escansa

Lleno el chozón por completo, y ya cerrada «la caja» .~ ^ en que entraron abundantes monedas de cobre y plata,

dio comienzo el espectáculo descorriendo, con gran calma, el gitano una cortina tras la que había una jaula

y una pareja de patos en que nadie observó nada fenomenal, produciendo protestas justificadas.

— Es una engañifa — dijo uno, al fin con mucha rabia;— pues dos patas tiene el pato y se ven muy bien entrambas.

— Y tres con la jembra — dijo el gitano con cachaza; poique no vasté á negarme que la jembra er pato... es pata.

Y sin escuchar las réplicas descorrió con arrogancia otra cortina, enseñando otro gran jaulón de lata,

en que había un loro tísico, pelechando, hecho una lástima, y que tan sólo decía: «Lorito real para España

y no para Portugal», en cantinela pesada, que fué causa de silbidos y de mayor algazara.

No habla más que castellano y este gachó nos engaña; — dijeron varios á coro.-— Esto no es más que una estafa.

—- ¡ Soniche! — gritó el git¡ imponiéndose á las masas. — E l loro jabla seis lenguas, pues como jablá, las jabla;

pero ca cosa en su punto: españó, si está en España; inglés, en Ingalaterra; francés, cuando va por Frahcia

rusio, cuando anda por Rusi alimán, en Alimania; y, por fin, caló prefleuto cuando lo llevo á Triana.

Quien quiá oirle las seis len que viaje cuando er viaja, y verá que no hay engaño ni bulipén ni camama.

Y ahora, pa que no so.enriten sus niereés, verán la jaca que tié la cola en er sitio en que las otras la cara.

Descorrió la otra cortina y enseñó una jaca atada por la cola en el pesebre, comiendo en el suelo paja.

Comprendiendo al fin el público lo ingenioso de la farsa, la indignación y la ira cambió ya en risas y en guasa,

aunque aún esperaban todos, sin que el enigma aclararan el fenómeno más grande de los cuatro: ¡¡¡LA KAEAVA'Ü

Descorrida la cortina última, vióse una vaca que parecía un espectro, vieja, sin pelo y escuálida.

Lanzaron todos al verla una inmensa carcajada; mas uno, harto de la burla, gritó, anunciando «jarana»:

— Es la karava? — Chipén.

— Pos dime por qué la llamas de esa manera, ó te juro que si la cosa no es clara,

un bujero en la barriga te he de hasé con la navaja, pa meterte tus íelómeno y á la ve sacarte el arma.

— Oaclió, tengasté prucnsla, y, por sus sacáis, no jaga esaburisión tan grande, que tú en er mundo saciara.

Yo, la karava la llamo, y es er nombre que la cuadra; pos'bien vusté que la probé está ya vieja... ¡y no ara!

FELIPE PÉREZ v GONZALEZ

4

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E L T R I U N F O D E P E R I C L E S

( E X T R A V A G A N C I A )

i*áQuién hace de piedras pan sin sei- el Dios verdadero?...

E l dinero » QUEVEDO. — Letrilla sa'.irica.

I

E l dinero tiene para los pobres color de rosa, como la i lus ión . Para los ricos es negro, como el hastio.

Llevado de és te , Pericles —no el famoso ateniense, sino un joven a r i s t ó c r a t a m a d r i l e ñ o — tuvo antojo de realizar una de esas empresas e s túp ida s por lo e s t r a m b ó t i c a s .

En una noche de org-ia, pidió consejo á los amigos. Los amigos r ieron el capricho grandemente.

— i Pericles, has perdido la cabeza! — ¡ Eso es como querer coger la luna con las manos! — Xo bebas v ino , hombre... Te trastorna la cabeza. Ta l le dijeron los caballeros: las damas, alegres sacer­

dotisas de Venus^ celebraron la ocurrencia con grandes risotadas.

— ¡ Oh, Pericles bien amado! — le dijo una de las s e ñ o ­ras que conoc ía los cT'isicos de la a n t i g ü e d a d . — ¡Esas r e ­laciones tuyas , s e r á n m á s cé lebres que las de t u h o m ó n i ­mo con Aspasia.

— Reid lo que q u e r á i s . . . Ya v e r é i s si realizo mis p ro ­pós i to s . . . Aunq i i e me arruine .

U n comensal afirmó con tono sentencioso: — ¡ E l dinero todo lo puede!

I I

Seguido de un sereno j de una pareja de individuos del Cuerpo de seguridad, p r e sen tóse Pericles el dia en que finalizaba el plazo de la apuesta.

L a apa r i c ión del j oven y sus a c o m p a ñ a n t e s , fué saluda­da con estrepitoso entusiasmo.

— ¡ A v e , F e r í e l e s , v i n c i t o r ! — ¡ Dios m i ó ! ¡Viene preso! — ¿ A q u é le s e g u i r á n esos ciudadanos?... — ¡ J á ! ¡ J á ! ¡ J á ! ¡El famoso Pericles entre esbirros! — ¡Orden , ilustres bohemios — g r i t ó Pericles, dando de

plano con su sombrero de copa sobre la mesa. E l concurso cesó en su algazara. — Vengo á daros cuenta de m i aventura: la m á s estu­

penda que se regis tra en los anales de la Humanidad. — ¿ G a n a s t e la apuesta?... — ¡S i l enc io ! . . . — ¡ A callar! — ¡Que hable! — ¡Orden , s e ñ o r e s ! ¡O pido el aux i l io de la autoridad

a q u í presente!... Los guardias y el sereno son r í en con orgullosa compla­

cencia. Pericles, aprovechando u n momento de calma, pro­

sigue: — Estos s e ñ o r e s — y seña la á sus a c o m p a ñ a n t e s — vie­

nen a q u í á dar públ ico testimonio de m i h a z a ñ a , que, con la modestia que me caracteriza, no califico de grandiosa, porque ella sola se basta y se...

— ¡Al grano! ¡Al grano! — A l grano v o y ; es decir, á la estatua. Escuchadme,

¡oh, j ó v e n e s incautos é i n c r é d u l o s ! No sé c u á n t a s noches hace; ello es que en una en que

ya tarde me h a b í a ret irado de vuestra agradable compa­ñ í a , marche, como de costumbre, calle de Alca lá arr iba, camino de m i casa.

La noche era cruda: reinaban la oscuridad y el silencio;, el alumbrado públ ico agonizaba con bostezos luminosos entre el velo neblinoso que e n v o l v í a la corte.

L a fuente de la Cibeles, á tales horas y con tal niebla,, dejaba sólo entrever borrosa la silueta de diosa, carro y leones.

Me detuve no sé por q u é , y cual un provinciano, que­dóme con la boca abierta en la con templac ión de una de las pocas obras escu l tó r i cas de que puede enorgullecerse la coronada v i l l a .

Estuve asi un gran ra to : ya los h ú m e d o s cendales ele la noche iban tibiamente i l u m i n á n d o s e con claridad t r i s ­tona, cuando c o n t i n u é m i marcha.

L l e g u é á casa, me sepu l t é entre s á b a n a s y soñé . . . con que la diosa Cibeles, la propia diosa de piedra, era m i amante.

Y ya os con té m i deseo de que lo que fué pesadilla, se convir t iera en realidad.

Una burlona carcajada acog ió el exordio de Pericles.

I I I

— Pues, señor — y no v a d e cuento — decid i " "mal-mente abordar á la fría é impasible t ñ o r a de pen­samientos; trocar su al t ivo gesto de reina del Olin-oo por el m á s p lác ido de amante en la t ierra; obligarla ¿ can­tarse de su carro t r iunfa l , y que sus brazos m a r m ó r e o s me estrecharan con aquel dulce a fán amoroso con que Elena es t r echó á Paris.

Que esto era digno de un cerebro á lo Edgar Poe, á m i mismo se me alcanzaba; y aun hube de preguntarmie sí no seiúa mejor, que perder el tiempo en rendir ta l dama, marcharme á L e g a n é s ; pero no des i s t í : la diosa Cibeles me a t r a í a y despertaba en m i una pas ión pura, una fe a r d e n t í s i m a .

Dispuse m i plan: escog í la noche como la m á s propia para conquistar á la s e ñ o r a de Saturno.

La primera vez me confo rmé con dar unas cuantas vueltas alrededor de la barandilla que circuye el t a z ó n de piedra.

S u s p i r é y hab lé á m i dulce d u e ñ o con tonos apasiona­dos; pero ¡ a y ! , el dulce d u e ñ o que «en carroza t r iunfa l rompe hacia el P r a d o » , p e r m a n e c í a impasible, como si tal cosa.

A l abandonar á m i amada, la dije con voz recia: — ¡Vein te m i l duros si me otorgas t u amor!. . . Nadie contes tó á m i p r o p o s i c i ó n ; es decir, sí, uno de

los señores m u r m u r ó : Pericles señaló á los guardias. — ¡ Vaya un señor i to loco! A la noche siguiente r e p e t í la escena, y n o t é que la

buena diosa h a c í a tanto caso de m i como del Moro Muza. A l despedirme, la dije: — ¡ Cincuenta m i l duros si me amas! A s i con t inué una y otra noche duplicando m i oferta,

hasta que y a , cansado de tanta indiferencia, ayer la dije con voz e x t e n t ó r e a :

— ¡ T o d a m i fo r tuna : u n mil lón de duros si me das un abrazo!

Y la Cibeles, s e ñ o r e s , l e v a n t ó s e de su carro, y como ser i n co rp ó reo , des l izóse por la superficie l í qu ida que llenaba el t azón de la fuente, y t e n d i é n d o m e los brazos, me es t rechó dulcemente contra su seno, el m á s duro, frío y casto que estrecharon nacidos.

Y ahora, r e íos cuanto g u s t é i s del poder del dinero. ALEJANDRO LARRUBIERA.

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CUELLO POSTIGO (Del Almanach Amusant.)

i Cuidado si se defiende! Descansemos un momento.

j E a l Pongámonos la camisa, que se acerca la hora del baile. , Demasiado planchada me parece. Ahora, el botoncito

Pero este cuello tiene un dedo de grueso.

Mo; pues conmigo no ha de valertr.

¡ Ajajá!. . . ¡ Ya es mío! Ya debe estar el baile en todo su apogeo.

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D E P O R T E D E M O D A

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P O R E L H I L O D E L A S T A B L A S

( E N S A L A D A C Ó M I C O - L Í R I C A )

¡ P i c a r a afición! Es tan arraigado el v ic io este que me domina, que eu

cuanto no puedo disfrutar con la frecuencia acostumbra­da de m i duro pero honroso y resistente asiento de barre­r a , me sumo en la m á s negra h ipocondr ía . Con esta i n ­genua d e c l a r a c i ó n , ya han adivinado ustedes que soy un empedernido t a u r ó m a c o de afición, la que Dios me con­serve muchos a ñ o s ; y aunque ahora en vacaciones bien pudiera dedicarme á la caza de g a ú g a s ó á la pesca de truchas, á bragas enjutas ó á cualquier otro ejercicio de esos que desarrollan las fuerzas y destornillan la mollera de cualquier persona decente, es el caso que no encuen­tro en tales diversiones el remedio apetecido , y sólo en una cosa, qu i zá s por as imi lac ión, hallo leni t ivo á mi abu­r r i m i e n t o : en las tablas.

A s i como asi, poca es la diferencia que existe en­tre una plaza de toros y un escenario; y ustedes per­donen la manera de s e ñ a l a r . Los mismos chismes, las mismas int r igas , i dén t i ca s exigencias é iguales petulan­cias, pueden apreciarse en el callejón de la barrera que en las cajas de bastidores, con la part icularidad que lo que en el primero todo es rudeza y na tura l idad, en las segundas todo es comedia y fingimiento. Y aunque am­bos terrenos me atraen por sus puntos ó puntas de con­tacto, dec la ró previamente que en uno y otro me enta-hlero m u y superficialmente; pues soy aficionado cauto y pacífico, y comprendo cómo sa ldr ía si me emhraguetase en las respectivas suertes: p o r l a cola

Como á falta de pan buenas son tortas; y como los tea­tros empiezan casi cuando los toros acaban, h é t e m e aqui merodeando por los numerosos coliseos encargados de deleitar á la pob lac ión m a d r i l e ñ a ; y ¡ q u é quieren uste­des! dando rienda suelta á la debilidad que siento., por comunicar invariablemente á los sufridos- lectores mis impresiones buenas ó malas, allá van unos ligeros apun­tes de lo que, por tan diversos procedimientos, nos recrea y regocija."

Teatro Real.—Tres ru inas a r t í s t i c a s : Eva , A d á n y- com-jyañía , y otras ópe ras del repertorio, ó sea Massiui, la Te-trazzini (nueva en esta plaza) y Campanini

De N e g r i , tengo entendido, no7i é tenore d i questo; es decir-, que me lo han puesto lo mismo que su apellido.

L a Pinkert no resulta tanto como én el Principe Al fon­so , y tampoco resulta.. . la peseta del p a r a í s o , que anda para los d i l e t t an t i tan alta como los cambios.

Español ó la Princesa, dos teatros y una empresa.

Calvo y la Guer re ro , con repertorio selecto para pre­parar M a r í a l i o s a , que es t á en puerta.

Es de u n eminente autor ; eminente el t raductor y eminentes los actores; si no resul ta , s e ñ o r e s , s e r á el delito mayor . . .

Comedia.—Las novedades de Paris , para principio de temporada, han sido de poca acep tac ión .

E l vecino te r r i tor io t e n d r á , como cosa honrosa, el Servicio obl igator io: pero a q u í . . . ya es otra cosa;

porque dice sin rodeos n n muchacho amigo m i ó , que A l i v i e de los Pir ineos. . . hace muchisimo fr ío .

Zarzuela. —Se p r e s e n t ó otra vez E l H í i s n r á pasar re­vista, con uniforme nuevo; pero le venia un poco grande, y tonió la d e t e r m i n a c i ó n de e m p e ñ a r l o . Coa di importe, ha adquirido una Sor t i j a fiamance.

¡Con tal de que no resulte falsa! . . . Parish. —Bueno, bonito y barato. Buenos Rj.sell, Ruiz

de Arana y Paca y Concha Segura, que entra con paso firme y mucha se<7¿ír¿(iacZ. Bonitas las obras que se re­presentan. Baratas las localidades. ¿ H a y quien pilla más?

L a empresa no se aventura; para llamar á la gente,

se Si-segura doblemente.

Apolo. Folgaba el buen Apolo

con la Irene, la Campos y la Pino, cuando Lacasa v i n o , y como el dios Eolo, soplando con .malévo lo i n t e r é s , de aquellos campos a r r a n c ó la mies.

Y viendo la cosecha que pe rd í a , asi Apolo d e c í a : . — Con su pan se lo coma.. . ¡ me a r r u l l a r á la C á n d i d a p a l o m a !

Eslava. — E l Moro Maza, de Chapí . E l Tambor de gretr n a d e r ó s , de Chapí . L a . . . , de Chapí .

¡Qué desgraciado n a c í ! ¡ A y , Pretel, q u i é n lo d i r í a q;ie ibas á t ratarme a s í ! ¡Cie los! ¿De m i q u é seria

sin Chapi ? Novedades.

Entre la muerte y la v i d a , atiende á m i s a l v a c i ó n E l Ciudadano S i m ó n . . . (Hay t r a n v í a á la salida).

M a r t í n . — Espejo de M a n i n i . D e P P y W.. .

Romea: L a Loreto ,

S e g ú n ha anunciado el t e l ég ra fo , el arte musical ha experimentado, en breves d í a s , dos sensibles p é r d i d a s .

Rosina Penco, la cé lebre cantante, y Antonio Rubins-tein, el famoso pianista, han abandonado el mundo de los v ivos , para ingresar en el de la inmorta l idad.

Los dos grandes artistas consiguieron, cada uno por su parte, una cosa dificilísima y sólo dable de obtener á dos genios como ellos. L a primera, convert i r un apellido tan vu lga r y despreciativo, en una glor ia universal ; el se­gundo, producir raudales de a r m o n í a y de sentimiento.. . á p u ñ e t a z o s . Y al sentar esta ú l t i m a a f i rmación , apelo a l testimonio de los que asistieran hace ya a ñ o s , á los con­ciertos de Ajyolo.

Nada m á s . A s i , cayendo y tropezando, r o d a r á el carro teatral hasta Nochebuena.

Y d e s p u é s . . . á mor i r .

MARIANO DEL TODO Y, HERRERO.

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Un avaro cayó al mar un prójimo allí cercano,

llegó, le pidió la mano... no se la quiso dar.

SEGARRA BALMASEDA.

Los médicos de Sevilla encargados del reconocimiento de quintos, se toma­ron el día 23 de Mayo novecientas no­venta y dos tazas de café. Así lo declara el Boletín oficial de la provincia.

¡Buen estómago el de los médicos... y el de los que autorizan la cuenta!

Los federales han declarado que, si fueran poder, revisarían la propiedad, no reconociendo la que sea debida á expedientes posesorios en que haya habido engaño.

— ¡ Oh, si fuera cierto ! — dirán muchos maridos que nojsstán muy con­formes con la posesión de sus respecti­vas mujeres, y alegan haber sido enga­ñados al adquirir dicha propiedad.

El Ateneo c'entífico y literario de Madrid, ha inaugurado sus tareas del presente curso con un hermoso discurso de su Presidente, el Sr. Moret, en el cual, parangonando lo que fué y lo que es dicha Corporación, llegó á la con­clusión de cuán injustos son en sus j u i ­cios los que dan por terminada la mi­sión de la misma; pues si con anteriori­dad á 1868 pudo ser el centro de difu sión de los ideales de libertad, consoli­dada hoy ésta, puede y debe ser el Ateneo centro docente que supla las deficiencias de la enseñanza oficial, como lo ha acreditado en &us cátedras y conferencias sobre todos los proble­mas sociales, políticos, económicos, ar­tísticos y literarios. El Sr. Moret fué muy aplaudido y con sobrada justicia, y felicitado particularmente por las ilustres personalidades que escucharon su hermosa oración, entre las cuales se hallaba el Nuncio de S. S. monseñor Cretoni.

— Se ha echado encima el frío tan de repente, que no salgo á la calle sin mi abrigo de piel de oso.

— ¿Y si se lo reban á usted? — No lo permita Dios; estoy tan

acostumbrado á esa piel, que si me la quitasen, creería que me habían deso­llado.

Dos notas tristes nos llegan del ex-tranjeio: la muerte de la ilustre can­tante Rosina Penco, y la del maestro compositor y eminente concertista, de piano, Antonio Rubinsteín. El público de Madrid que pudo apreciar y supo aplaudir á ambos, consagrará cariñoso recuerdo á su memoria.

Han comenzado en esta corte los tra­bajos para la celebración de un Con­greso internacional de Higiene, que se reunirá en 1897. La elección de Madrid para esta reunión no puede ser más oportuna: sin duda tratan los congre­sistas de demostrar prácticamente que para el triunfo de la Higiene, es nece­sario hacer cuanto ellos indiquen, y evitar todo lo que se hace en la capital de España.

De otra manera: buscar el contraste entre la teoría y la práctica.

—• ¡ Qué bueno fuera que nuestro Ayuntamiento jugara á los congresis­tas una mala pasada, presentándoles una población limpia, cuidada y sin fo-cosnualsanos! PeiO, ya verán ustedes como no lo hace...

Los estudiantes han estado muy so­liviantados estos días por sus papas, á quienes no agradan las reformas de la segunda enseñanza. Hemos tenido mee-ting en Zaragoza, manifestación en la estación del Mediodía y sablazos de plano en la calle de Atocha.

Algo menos que un 10 de Abri l ; pero bastante más de lo que conviene á los prestigios de la enseñanza y al buen nombre del cuerpo escolar.

— Esto me rejuvenece treinta a ñ o s -decía uno de los padres de los que pro­testaban, al recibir un empellón poco caritativo de uu guardia.

El académico D. Mariano Catalina ha sido nombrado Bibliotecario de la Real Academia Española, con las ven­tajas inherentes á dicho cargo.

Bueno, bueno... pero que no vuelva á escribid dramas.

Hay ciertos hombres que son á modo de instrumentos cortantes; si no se sa­ben manejar, es fácil herirse con ellos; pero en cogiéndolos por el mango, son útilísimos.

MORATÍN.

L I B R O S R E C I B I D O S

Colección de pensamientos, máxiniasj proverbios, sentencias, apotegmas, etcétera, recopilada por Joaquín Mo­lina Rico. —Segovia, 1894. Si el hallazgo de un solo pensamiento

en un libro hace que la lectura del mismo no sea perdida, la reunión clasi­ficada y metódica de millares de pensa­mientos, ha de constituir necesariamen­te un libro curiosísimo y de indudable utilidad. El Sr. Molina sigue, en los pensamientos que ha coleccionado, la forma de Diccionario, con lo cual faci­lita extraordinariamente la consulta de cuanto han dicho los autores más ilus­tres sobre los actos, pensamientos y pasiones de la humanidad.

La obra constituye un volumen en 4.° de 360 páginas.

Romancero de Guzmán el Bueno, por Lino González Ansotegui, premiado en el certamen público celebrado en León en Septiembre de 1894. — Pa-lencia, 1894. No hemos de consignar un juicio crí­

tico de este trabajo poético. Galardo­nado recientemente en público certa­men, y debido á la pluma de un joven que en los comienzos de su vida litera­ria tales muestras da de su valía, sólo nos corresponde anunciar la publicación de la obra y alentar á su autor, para que cometa nuevos empeños en lo suce­sivo, seguros de que tía de obtener con ellos nuevos y mayores éxitos.

D. Juan Decadente, novela original de José Ramón Mélida. — Madrid, 1894. Si el Sr. Mélida hubiera hecho un

estudio filosófico comparativo de la an­tigua y moderna sociedad española, para que de él resaltara la falta de ideales y la pequeñez de cuanto á la segunda caracteriza, es indudable que habría realizado un trabajo por demás interesante y profundo; pero para el cual, tendría muy exiguo número de lectores. Por el contrario, adoptando la forma novelesca, trayendo á nuestros tiempos prosáicos el tegendario tipo de D. Juan, la pintura del carácter y el desarrollo de la fábula novelesca en que le hace intervenir, conduce al autor al mismo resultado, generaliza su estudio y permite que sea el mismo lector quien deduzca las consecuencias buscadas. La novela D. Jum Deca­dente tiene, por otra parte, los encan­tos de erudición y estilo propios del se­ñor Mélida, que en ella confirma y afianza su bueua reputación literaria. ¿Qué mayores recomendaciones ptira un libro de esta índole?

I m p . y -L.it. de J Jfalac¿cM. A r e n a l , 27.

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