algunas reflexiones sobre el comercio colonial

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Algunas reflexiones sobre el comercio colonial Tomás MARTÍNEZ VARA Profesor Titular de Historia Económica Escuela Universitaria de Estudios Empresariales Universidad Coniplutense de Madrid 1. EL SIGLO XVII: ¿DECADENCIA? ¿CRISIS? 1.1.—La tesis tradicional Muy pronto, en los mismos inicios del siglo XVII, comenzó a configurar- se el singular argumento que relacionaba a las Indias con la decadencia caste- llana; si su esplendor había llegado de la mano de sus colonias, parecía lógico pensar que la decadencia tenía el mismo origen. Subyace detrás de esta con- cepción la idea de que el imperio constituía una unidad cerrada y compacta y de que la vida entera de la monarquía dependía, en último término, de la rela- ción entre la metrópoli y sus colonias. «De esa sobrevaloración de la impor- tancia del tráfico a través del Atlántico» y de la pretensión de explicar el curso histórico del espacio colonial desde una perspectiva predominantemen- te «metropolitana» derivan: «una incorrecta percepción de las realidades de la economía americana (...), una identificación abusiva entre tráfico global y flujo de metales preciosos para la Hacienda y la inadmisible suposición de que la marcha política de la monarquía (condicionada por unos recursos en que los me- tales de Indias eran parte importantísima, pero estaban lejos de serlo todo) era paralela a la de la vida entera de la sociedad española, incluyen- do en ella la evolución de la economía, lo que permite pasar directamente del fracaso político a la sombría imagen de una decadencia general’». ¡ FONTANA (1982). XIH-XIV. Cuadernos de Estudios Empresariales N.’4, 193-233. Edit. Complutense, Madrid 1994

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Page 1: Algunas reflexiones sobre el comercio colonial

Algunasreflexionessobreel comerciocolonial

Tomás MARTÍNEZ VARAProfesorTitular de Historia Económica

Escuela Universitaria de Estudios EmpresarialesUniversidad Coniplutense de Madrid

1. EL SIGLOXVII: ¿DECADENCIA? ¿CRISIS?

1.1.—La tesistradicional

Muy pronto, en los mismos inicios del siglo XVII, comenzó a configurar-se el singular argumento que relacionaba a las Indias con la decadencia caste-llana; si su esplendor había llegado de la mano de sus colonias, parecía lógicopensar que la decadencia tenía el mismo origen. Subyace detrás de esta con-cepción la idea de que el imperio constituía una unidad cerrada y compacta yde que la vida entera de la monarquía dependía, en último término, de la rela-ción entre la metrópoli y sus colonias. «De esa sobrevaloración de la impor-tancia del tráfico a través del Atlántico» y de la pretensión de explicar elcurso histórico del espacio colonial desde una perspectiva predominantemen-te «metropolitana» derivan:

«una incorrecta percepción de las realidades de la economía americana(...), una identificación abusiva entre tráfico global y flujo de metalespreciosos para la Hacienda y la inadmisible suposición de que la marchapolítica de la monarquía (condicionada por unos recursos en que los me-tales de Indias eran parte importantísima, pero estaban lejos de serlotodo) era paralela a la de la vida entera de la sociedad española, incluyen-do en ella la evolución de la economía, lo que permite pasar directamentedel fracaso político a la sombría imagen de una decadencia general’».

¡ FONTANA (1982).XIH-XIV.

Cuadernos de Estudios Empresariales N.’4, 193-233. Edit. Complutense, Madrid 1994

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194 7¼n,ásMartínez Va,a

De este modo de pensar participaron, entre otros, Sancho de Moncada oStruzzi en los mismos albores del siglo XVII, aunque no es hasta los escritosde Martínez de la Mata, Juan de Castro, Eugenio Carnero y Álvarez de Oso-rio cuando adquiere forma definitiva. De éstos lo retomarían J. Campillo,Bernad Ward y, sobre todo, Campomanes, «quedando a partir de entoncescomo una de las lineas explicativas de la decadencia española más reiterada-mente expuestas al uso2», o si se prefiere, como uno de tantos tópicos cuyacredibilidad se asienta sobre la base de una acumulación de «autoridades».No sólo Campomanes, sino toda la historiografía ilustrada se encargará deacentuar los tonos oscuros del seiscientos para así destacar el contraste conlas esplendorosas realizaciones de la administración borbónica, impulsora ensu opinión, de la «política modernizadora», y responsable, en última instan-cia, del despegue económico de ambos lados del Atlántico. Frente al caos, eloscurantismo y la ruina del siglo XVII, el XVIII aparecía rutilante, esplendo-roso. Más tarde fue A. de Humboldt quien dio consistencia científica a estosargumentos. Para ello, a partir de los documentos oficiales correspondientes—y sin someterlos a ningún tipo de análisis critico—. elaboró la tesis de que larevitalización de la economía nacional, así como la de las rentas públicas dela Nueva España, fueron consecuencia directa de los Reglamentos de LibreComercio de l778~. Serán Hamilton, primero, y más tarde, los esposos Chau-nu quienes elaborarán la interpretación más consistente y plausible de la cri-sis del seiscientos, y de este modo vendrían a consolidar una imagen dema-siado simplista de los acontecimientos en la que difícilmente se diferencianlos matices. Para Hamilton, la evolución combinada de los precios y salariosen España habría impedido la inflación de los beneficios; cl derfumbe de lasremesas y el desbarajuste del precio de la plata hicieron el resto, barriendodrásticamente cualquier iniciativa privadas, de inversión. El momento álgidode remesas llegadas de Indias se concentraría en la década de 1591-1600, fe-chas a partir de las cuales la tendencia se invierte y toca fondo hacia 1 650~.Una contracción así tuvo que repercutir de forma inexorable en la economíacastellana, convirtiéndose en el primer agente de la crisis”.

‘Según BERNAL, ensu reciente y estraordin-ario estudio sobre la financiaciónde la carre-

ra de Indias,el temadela decadenciaes recurrenteen la literaturahistoriográficaespañola.Eldebate,en tono más o menosagriodependiendodel «fragor de los contendientes»—escribe—,ha estadosiemprepresenteen la historiografíamodernistaen general (1993, pp. 209 y ss).Buen ejemplodeello son las disputasqueenFast ansPresent y en fechas notan lejanas sostu-vieron KAMEN (1978)e tSRAEL (1978 y 198t), o los artículos de BENNAS5AR (1985),DOMERGUF (t985) y DEDIEE (1985).

PÉREZHERRERO(1991), 208-209.2 HAMILTON (1975>:MARTIN ACEÑA (1992),359-398.

En una obra muy reciente, CARCIA-BAQUERO (1992)nos ofreceunabuenadescrip-ción de tas diferentes modalidades y caras con lasque sepresentabael fraude,queno eras’nola respuestadadaa los excesosde una, «en líneasgenerales,desacertadapolítica fiscal» (hur-

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¡95Algunasreflexiones sobre el comercw calomel

Los esposos Channu trabajaron sobre el volumen y número de navíos, ysus conclusiones se asemejaban a las de Hamilton. Del mismo modo que lallegada de plata americana provoca el crecimiento económico castellano yeuropeo en el siglo XVI, la crisis del XVII —en realidad la depresión delmundo occidental— es la consecuencia lógica de la contracción del comercioamericano y de la caída de las remesas de metales en los años centrales delsiglo XVII, tal como se podía comprobar a través de registros de la Casa deContratación. América se satura de productos europeos, la demanda se retraey la economía americana como conjunto naufraga, arrastrando tras de sí a laespañola y europea. Es la crisis colonial la que origina y alimenta la depre-sión castellana y europea. Tan grave les parece la situación, que en su opt-nión, la propia Carrera de Indias estaba en peligro”. En definitiva —añadían—si el tráfico disminuyó, fue porque se produjo un descenso de la produccióninterna en las Indias. Con los datos oficiales en la mano, fundamentalmentelos procedentes de los registros, la crisis estaba servida y documentada; laconsecuencia sólo podía ser una: la catástrofe2. Muchos historiadores del otrolado del Atlántico han compartido esta imagen del XVII.

1.2.—Otras interpretaciones

M. Morineau someterá las tesis de Chaunu a una crítica implacable. Esti-ma que tanto el número de navíos como su tonelaje son, como instrumentosde medida del tráfico con Indias, unos indicadores bastante groseros. Frente alos registros individuales de carga desde Sevilla, Morineau extrae la informa-ción de las gacetas holandesas e informes consulares, información que le lle-vará a desechar cuanto sobre la crisis y contracción del comercio colonial sellevaba dicho. De acuerdo con sus cálculos, no hubo hundimiento de la llega-da de metales preciosos a Europa, sí a España, pero incluso en este casodicho desplome fue menos pronunciado y más efímero de lo que se ha venidodiciendo. Lo que hubo fue una pérdida del control español sobre la produc-ción americana. Es más, Morineau cree que no hay descenso de la producción

tos en las bodegas, sobornode oficiales, la propia fonna de los registros, en especial los «reza-gados», tráfico ilícito desdeel extranjero,caudalessin registrar,«arribadas maliciosas» —fingi-miento de ataques corsarios en el viaje—, organizaciones encargadas de canalizar el fraude.,.),pp. 141-150). El contrabando respondía también, aparte del terna fiscal, al desfase habido entredemanda y oferta;si España hubierasido capazdeproducirabuenprecioy calidadlo queUl-tramar demandaba, quizás el contrabando no hubiera desaparecido, pero hubiera sido inñnita-mentemás bajo.

‘CHAIJNU, 1-1 y P. (1983); LORENZO SANZ (1979-1980)corrigió estosdatos, aunqueen esenciapoco varían.

Un buen resumen en BERNAL (1993), 210-211;MALAMUD (¡992): PÉREZGAR-CIA(1989), t8ó-189.

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196 TomásMa,-tínez Va ca

de plata —el catastrófico declive de las importaciones de plata fue un fenóme-no español y no europeo—. Sólo así se entiende el gran comercio que Europasostuvo con el Extremo Oriente en el transcurso del siglo, «un comercio ca-racterizado por una constante y elevada transferencia de plata desde Europahacia Asia para saldar una balanza comercial crónica y gravemente deficita-ria para Europa”». El edificio hamiltoniano se desmoronaba.

Lynch, por su parte, ofrece un esquema teórico que busca conciliar diferen-tes aspectos de ambas interpretaciones, Reconocía cl desplome de las remesasde metales preciosos (aceptando, por tanto, los datos de Hamilton y Lhaunu),pero no admitía la depresión de ambos lados del Atlántico como explicaciónde Ja caída. En realidad, afirmaba, si no se reexpedía a la metrópoli, ello sedebía al aumento del contrabando y a que ahora muchos metales se quedabanen las colonias para financiar su propio crecimiento; la relación metrópoli/co-lonias varió, por lo que en lugar de depresión sería más correcto hablar de au-tonomía. La desaforada presión fiscal de la Corona -añadía- habría provocadoque los comerciantes retuviesen sus beneficios allí, reinvirtiéndolos, toda vezque con el transvase a la Península se debían soportar no sólo cargas fiscalescrecientes, sino también las cada vez más frecuentes incautaciones. «La crisisde la Lanera de Indias —son sus propias palabras— ocurrió no porque las eco-nomías americanas se estuvieran hundiendo, sino porque estaban desarrollán-dose y liberándose de su primitiva dependencia de la metrópoli».« Una visiónasí supone reconocer que los destinos de ¡a metrópoli y sus colonias no siem-pre fueron convergentes ni tenían por qué serlo. La supuesta simultaneidad dela crisis reposaría en la consideración del imperio como unidad cenada y com-pacta, lo que no resiste hoy el análisis más elemental. De ahí que 3. Fontanasugiriese, ya en 1982. la necesidad de cambiar la óptica del análisis, atendien-do sobre todo a las variables económicas de las propias colonias y no tanto alas de la metrópoli. Ello permitiría, según cree, integrar los planteamientos deMorineau y los de Lynch en un modelo mixto elaborado sobre la base de losdatos americanos’”’. En esta misma línea, ha escrito recientemente:

«A partir de mediados del siglo XVII, parece haber un crecimiento deltráfico de mercancías de Europa a América, que haría más plausible elaumento de los retornos de metales preciosos, postulado por Morineau,que la fuerte contracción que muestran las cifras oficiales registradas enSevilla. Parece que convendría, por consiguiente, explorar la posibilidadde que sean los cambios acaecidos en la economía colonial americana los

MORJNEAU (197$, 1985). Las tesis de Morineau serán contestadas por ($ARCIA-BA-QUERO(1986),87-124.

LYNCH (1970) tt, 272.FONTANA (1990>, II.

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Algunasreflexionessobre el comercio colonial ¡97

que han determinado las transformaciones que advenimos en la naturale-za y dinámica del comercio a través del Atlántico”».

1.3.—El sigloXVII americano

Diez años más tarde, los estudios del comercio novohispano se han multiplica-do al tiempo que seguía la revisión en profundidad de tópicos en la línea iniciadapor Lynch. Por lo que se refiere a los niveles demográficos, los estudios regionales(Ch. Gibson, A. Lira, C. Rabelí, O. Reher...) nos hablan de comportamientos desi-guales con áreas de pérdidas, pero también de ganancias y reajustes. J. C. Chiara-monte, por ejemplo, no entiende cómo se puede amoldar la crisis secular con la re-cuperación demográfica observable en la segunda mitad de siglo. Se están super-poniendo dos historias engarzadas, pero diferentes. De un lado, la población indí-gena (sobre el 80% del total), campesina en su mayoría, sin excedentes con losque participar del consumo urbano, y ajena, por tanto, a las fluctuaciones del grancomercio novohispano y transatlántico; de otro, el desarrollo de una economía demercado que demanda mano de obra asalariada alrededor de las haciendas, de lasminas, de las ciudades. Son dos procesos que no deben confundirse, pues repre-sentan dinámicas con tendencias divergentes’2. J. H TePaske y H. 5. Klein, en unartículo publicado en Past and Fresera (1981), ponían en duda la hipótesis de la de-presión mostrando que los ingresos fiscales permanecieron más o menos constan-tes en el siglo, y no en descenso, y deducían que si las rentas no habían bajado, laproducción tampoco; en consecuencia, la depresión era simplemente un estanca-miento; suponían, además, que la crisis de la maquinaria central del imperio se fra-dujo en una contracción de la recaudación de los impuestos y derechos por partede la metrópoli y en una mayor actividad económica en las colonias; los colonosamericanos producían sus propios alimentos y también productos artesanales, demanera que se hizo innecesaria la introducción de productos de gran volumen ybajo precio, importándose, en su lugar, en parte al menos, cargamentos con pro-ductos manufacturados más ricos, cuya producción estaba lejos de la metrópoli’3.

«¿Se puede sustentar seriamente —se pregunta R. M. Serrera— que el sigloXVII fue para la América española un siglo de crisis?» «Sin duda alguna ha-bría que aceptar —responde— la plena validez del término en su significado ge-nuino de cambio o transformación, pero bajo ningún concepto en el sentidode languidez o postración de la vida colonial. Desde una perspectiva europea—añade-- se tendió a valorar el curso interno de los reinos ultramarinos en fun-ción de los indicadores que podían en efecto incidir muy directamente en la

FONTANA(1991), xxiii.

‘2 Un buen resumen de esta polémica, en PÉREZ HERRERO(1989, 69-110; FISFIER

(1991) l2yss.‘3TEPASKEyKLEIN(1981>, 116-135.

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198 Tomás Martínez Vara

política metropolitana: el tráfico legal atlántico y las remesas de metales pre-ciosos ligadas al puerto de Sevilla. Pero no está claro que tales valores —conti-núa el historiador sevillano— reflejen necesariamente el panorama interno delas Indias españolas. Las correlaciones automáticas en este siglo, como ya ad-virtiera Eakewell en 1971, no son válidas. Aumentó el coste de mantener laintegridad territorial; los mayores gastos en defensa y la crisis del sector ar-gentífero hicieron que cada vez fuera menor la aportación de recursos a las fi-nanzas imperiales; a lo largo de la centuria, el Atlántico fue distanciando, másque uniendo, a entrambas Espadas’ hasta el punto de que en las décadas fi-nales funcionaban como miembros autónomos, con ritmo y vida diferencia-dos, de ese gran organismo teórico que era el imperio del rey Católico.»

Constatación necesaria y lúcida que compendia las líneas de investigación históricamás reciente. En síntesis:

«las Indias españolas, más libres del control institucional ejercido por el es-tado en la centuria fundacional, ofrecen en el siglo XVII un cuadro generalque no podemos calificar como de estancamiento ni como de desarrollo,sino de ajuste y transformación interna. En términos vulgares cabe afirmarque no es una situación mejor ni peor, sino distinta. En la esfera económica.una estabilización y ulterior declive del sector argentífero y la articulaciónde un auténtico mercado regional sustentado en una creciente circulacióninterna (...) Todo ello configura un modelo de crecimiento más natural, másautárquico, que no depende tanto de los impulsos recibidos desde la metró-poli cuanto al estímulo espontáneo interno. Es como si el antiguo creci-miento económico hacia fuera estuviera siendo sustituido por un crecimien-to económico hacia adentro, en el que no se suspenden del todo los inter-cambios con la Península ni el comercio ilícito y directo con las otras po-tencias extranjeras que operan desde sus cercanos enclaves antillanos»”

‘~ SERRERA(1990,315-316);ver pp. 310-366.y sobretodo, los cuadros de las pp. 335 (ingre-sos de la Caja matriz de Lima de 1601 a 7(U), 336 (excedente fiscal de la Caja man-ir de Lima en-viado a España y gastos de defensa y guerra) y 340 (producción quinquenal de plata en Aínérica de1601 a 1650). En ¡690, la Real Hacienda de México envió a España ci 17,2 %• de sus ingresos—2.261.831 pesos— gastando el 64,8% de Los mismos en defensa; por lo que se refiere a La producciónargentífera se ha comprobado que en Nueva España la producción se mantuvo hasia IÑO, cae algohasta 1670 y se reactiva. durando esta reactivación al menos un siglo. Li producción de plata y deazogue en Perú se sostuvo hasta fines de siglo, cuando se inicié el bajón. «No casan, así, las fechasde disminución de la producción con los envíos (le plata a España (.1 Todo esto ha inducido a re-plantear la hipótesis de una crisis económica general en América durante esta centuria, sustituyéndo-sepor la de un reajuste general de dicha economía con traslado de capitales del sector minero a otroscorno el agrícola, el ganaderoo el de las manufacturasobrajeras>’,en CIUDAD. LUCENA y MA-LAMUD (1992), 288-289.Obrasmásrecientesy de gran interésen MALAMUD y Otros (¡993):SALMORAL (1990).

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Algunasreflexiones sob,-e el corne,-cio colonial 199

1.4.—La segundamitad del siglo XVII peninsular

Por lo que se refiere al ámbito peninsular, L. García Fuentes publicó en1980 un extenso estudio sobre el comercio colonial durante la segunda mitaddel siglo XVII, justo el medio siglo que faltaba en los análisis de Chaunu yGarcía-Baquero. García Fuentes concentraba su interés no tanto en el recuen-to de los barcos y su tonelaje cuanto en lo que éstos llevaban dentro, es decir,en la exportación creciente de productos agrícolas andaluces a las colonias;ésta era su gran aportación’5. Las importaciones de metales preciosos, encambio, bajaron de forma clara en los cuatro últimos decenios debido, entreotras razones, a que el gobierno imperial se reservaba una proporción mayorde metal para sus gastos; entre 1650 y 1659, España recibió un total de17.367.346 pesos, cantidad que desciende a 9.336.314 en el decenio siguien-te, y aunque se experimenta una ligera mejoría entre 1670 y 1679(10.042.357), aún descenderá más a partir de 1680 y hasta 1699. El declivede estas entradas «que, inevitablemente, era causa y reflejo de un bajón para-lelo en las exportaciones a América, habida cuenta su vinculación a un círcu-lo vicioso de depresión económica», sirve a J. Fisher de fundamento paracuestionar la «validez de la tendencia revisionista en la historiografía de co-mienzos de los ochenta», según la que la revitalización de España no deberíasituarse en tomo a 1700, sino hacia 1680 (ver cuadro J)’<.

¿Contracción o expansión del comercio atlántico en el siglo XVII? Conlos datos oficiales en la mano, la respuesta no ofrece dudas. Sin embargo, lascosas no están tan claras si se valora otro tipo de fuentes que sugieren la exis-tencia de un tráfico «extraviado» de proporciones incalculables tanto con lametrópoli como con los demás países europeos. En realidad, ello no dejaríade ser sino una exteriorización más —otra cara, si se prefiere— de la lasitud delos vínculos oficiales entre ambos lados del Atlántico, algo que no se ajusta enabsoluto a la imagen tradicional y que en modo alguno cabe imputarse tansólo al fraude. Crece, y no por casualidad, la convicción de que las variablesdel tráfico no reflejan un colapso de la economía española en conjunto, aun-que sí dejan entrever, por el contrario, signos inequívocos de un cambio de co-yuntura al alza. Recientes monografías de carácter regional, al margen de en-foques y matices cronológicos, permiten sentar las bases de una historia glo-bal en la que se reafirma este aserto y se pone de relieve que la decadencia pe-ninsular ni se inicia en la segunda mitad del siglo XVII ni concluye con la cen-turia; cada vez parece más claro que en las postrimerías del siglo XVII se viveun período, como ha constatado H. Kamen, de recuperación, de estabilidad

GARCíA FUENTES(1980), pp. 266-291; cifras sobre importación de metales, en p.383, (1991).

1< FtSI-IER (1991),79-80.

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200 Tomás Martínez Vm-a

económica (aunque sea una «estabilización en la miseria») y financiera’7. Entérminos relativos, pues, el comienzo de la estabilización y el restablecimientodel país no deben ser situados en 1700, sino veinte años antes. P. Vilas ya nosadvirtió, en su magna obra sobre Cataluña, que en esta época los campesinoscatalanes aprendieron a producir para vender, y que en los caminos catalanes,pese a presentar un estado lamentable, abundaban los tráficos con productos dela tierra como el aguardiente o textiles, tráficos modestos en apariencia pero queconstituirán la base de la industrialización y del desarrollo modernos. Nombrestan significativos en el mundo de los negocios como los Feu, Feliu de la Penya,Durán o Dalmases manifiestan su satisfacción. Dinamismo frágil si se quiere,pero dinamismo al fin y al cabo que nos habla de una innegable recuperacióncatalana’>. Algo semejante puede decirse de Valencia, donde hacia 1690 ya sehabían alcanzado los antiguos esplendores del seiscientos’”. Contra lo que pen-sara José Gálvez, en 1700 el país no estaba tan agonizante como su rey muerto,Carlos II. Y si ello es así, no tiene ningún sentido plantear la idea de que la de-cadencia peninsular fue una consecuencia más o menos directa del descenso delos envíos de caudales de Indias y de la contracción del tráfico atlántico. De ahíque A. M. Bernal, en su excelente estudio sobre la financiación de la Carrera deIndias, se pregunte con cierta ironía si no sería la depresión del siglo XVII unaextraña alucinación provocada por la laguna informativa2’.

Es claro, por tanto, que se debe revisar el viejo modelo, ordenar de nuevolas piezas, lo que supone reconocer que hubo durante la segunda mitad cam-bios de base en las economías y en el mismo comercio colonial y que estoscambios pudieron ser tal vez los que determinaron las transformaciones queobservamos en la naturaleza y dinámica del comercio a través del Atlántico,precediendo en muchos años a las «reformas borbónicas», que pasarían a ser

2]más la consecuencia de ellos que su causa- -

11.-EL REFORMISMO:PROYECTOSY REALIDADES

11.1.—Losgrandesobjetivos

Tales observaciones me parecen oportunas como hipótesis previa a la

hora de enfocar el alcance y las limitaciones del reformismo español del22 KAMFN (198t), 107-230, veresquemasdecomercio de tapp. 182, 194, 195 y 206-218:

FISHER(1992)havueltoensu último trabajoadefenderla tesis tradicional.‘<MARTíNEZ SHAW (1986), 60 y 61.

Basta simplemente hojearet bien documentado capítulo-resumen de J. M. Pérez en laHistoria de España dirigida por ADomínguez Ortiz —volm. 6—para comprobar hasta qué hastadónde el país se recuperaba desde el punto de vista económico tanto en el plano general comoen el regional.

BERNAL (1993)209.FONTANA (1982), XIII-XXIII.

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Algunasreflexiones sobre el comercio colonial 201

siglo XVIII en relación con el comercio colonial, eje, como es por todos sa-bido, de las preocupaciones de ministros y/o particulares y pieza central delsistema; hipótesis pertinente también a la hora de comprobar si existió o noconcatenación entre comercio colonial y crecimiento económico general yregional durante la centuria. En cualquier caso, lo que interesa subrayar esque las llamadas reformas, al menos hasta la década de 1755-1765, no fue-ron muy diferentes a las medidas adoptadas en tiempos de los Austrias; casisiempre se trató de simples normativas coyunturales de reajuste con objeti-vos bien concretos. El Estado se limitó, al menos hasta la llegada de las re-fornas carolinas y los decretos de Libre Comercio, a garantizar el cumpli-miento de cuatro objetivos:

— traer la plata,— exportar mercancías,— dar ocupación a la Marina española y, por encima de todo,— restablecer la dependencia mutua de ambas partes del imperio.

El éxito de este sistema comercial dependió del grado de acierto con elque se ensamblaron dichos objetivos, y sobre todo, se alcanzó el último deellos. No cabe duda de que los gobiernos ilustrados buscaron el desarrolloeconómico de los territorios de Ultramar y el fomento del comercio, pero en-tendieron también que lo más importante, el objetivo prioritario por excelen-cia, era mantener la estabilidad de la relación colonial entre la metrópoli y lasprovincias de Ultramar22. Para contribuir a una mejor aceptación del monopo-lio, dada la trascendencia que tenía para el Estado el asegurar la transferenciade los recursos obtenidos de los dominios americanos, la política comercialdictada desde la metrópoli debía ofrecer, al menos como medida cautelar, al-guna contrapartida atractiva a los gmpos dominantes en la sociedad colonial.En efecto, desde el reinado de Carlos II hasta la oleada reformista de la se-gunda mitad del siglo XVIII se produce, con el beneplácito de la Corona, laentrada del criollismo en los organismos burocráticos (audiencias, corregi-mientos y otros cargos), buscando con ello aumentar el grado de identifica-ción de los intereses de la oligarquía colonial con los del gobierno y laecono-

23mía metropolitana

Luego, más que de cortes decisivos o rupturistas, como se solía interpretartras el acceso del reformismo al poder, se tiende a hablar de un cierto continuis-mo, que ida desde el último cuarto del siglo XVII hasta al menos los decretos

22 DELGADO RIBAS (1990), 500-SOl.23 GARCIA-BAQUERO (t992), 338-34<). LEDY PRELAN definió estasituación como

«un compromiso plausible entre lo que idealmente deseaban las autoridades del gobierno cen-tral y lo quelascondiciones y presiones locales podían toterar», la cita está tomada de la obrade A. GARCIA-BAQUFRO (1992), pp.339;ver tambiénLynch(1991).

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202 Tomás Martínez Vara

de Libre Comercio. Los aspectos renovadores en este largo período de tiempofueron más bien escasos, de manera que los continuismos primaron sobre lasreformas, unas reformas reducidas en número, moderadas en los planteamien-tos y titubeantes en su ejecución, reformas que no dejaban de ser —lo repetimosuna vez más— sino respuestas puntuales a viejos problemas heredados:

— pugna por el control del monopolio,— participación creciente de los extranjeros tanto en las exportaciones

como en las importaciones y— urgencias fiscalistas de un Estado imperiosamente necesitado que

veía en el comercio colonial una de las soluciones más factibles.

11.2—1717-1765: medidas coyunturales sin plan globalizado de reformas

Los decretos sobre el Libre Comercio marcan la línea divisoria que separalos dos grandes períodos del comercio colonial propiamente dicho.

A comienzos del siglo XVIII, el tan cacareado monopolio comercial sehallaba reducido a poco más que una mera ficción. Como señalaría en su mo-mento A. García-Baquero:

«dos siglos de vigencia de un sistema mercantil absolutamente inoperan-te habían terminado por convertir a las colonias españolas en una espe-cie de condominio de las principales potencias europeas, de suerte que siEspaña llegó al siglo XVIII conservando intacto su imperio ello se debió,básicamente, a la tolerancia (le esos países, a los que resultaba más renta-ble que nuestro país cargase con los cuantiosos gastos de la administra-ción del imperio, en tanto que ellos se llevaban, impune y limpiamente.

‘4

casi todas las ganancias- ».

Y esta pérdida del control de nuestro comercio no hizo sino agravarse conla la Guerra de Sucesión y los acuerdos de Utrecht, donde se concedió a In-glaterra, además del Asiento de Negros, licencia para enviar anualmente anuestras colonias un Navío de Permiso de 500 toneladas con la facultad decomerciar, libres de impuestos, en cada una de las ferias que se celebraban enVeracruz y Portobello. Parecida era la situación del comercio interprovincialamericano, sometido, asimismo, una fuerte dependencia extranjera25.

Ahora bien, para nuestros gobernantes, en su condición de mercantilistas,una balanza favorable como meta de la política económica sólo era posible sise contaba con el mercado americano, lo que exigía como condición previa surescate de las manos extranjeras.

24 GARCIA-BÁQUERO (1986). 126.

WALKER (1979).

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Algunasreflexiones sobre eí comercio colonial 203

Remonopolizar el comercio de Ultramar, «hijo predilecto de la economíaborbónica», será, pues, uno de los primeros y más difíciles retos del proyec-tism&6. A tal fin responden algunas de las medidas más significativas:

1717: Trasladodel Consuladoy de la CasadeContrataciónde Sevilla aCádiz (mejor ubicación, reducción de costes, cargar buques de mayor cala-do...); este cambio de cabecera del monopolio tuvo un efecto más simbólicoque real y, de paso, provocó una polémica de rancio sabor local entre las ca-pitales andaluzas.

1720: Real Proyecto de Flotas y Galeones,redactado por el propioPatiño. Se pretendía recuperar la regularidad de los convoyes conocidoscomo flotas y galeones, con el recurso auxiliar de la remisión de registrossueltos (particulares que se unían a la flota o que podían viajar cuando lesconviniese más), al tiempo que se modificaba el sistema fiscal, suprimiendoel viejo almojarifazgo de origen musulmán por el derecho de palmeo, im-puesto basado no en el valor de las mercancías, sino en el espacio que ocupa-ban en el navío, medido en palmos cúbicos, y sobre el que se cobrará, desde1724, un canon fijo; aunque permitió algunas ventajas fiscales, fracasó total-mente, pues acabó multiplicando los problemas que pretendía resolver: sim-plificar el exceso de formalidades burocráticas, eludir las declaraciones falsasu ocultaciones y restringir las reexportaciones aplicando gravámenes a los«productos de la tierra27». Tasar en función del volumen ocupado por las mer-cancías con independencia de su calidad es la forma más directa de premiarlas manufacturas extranjeras en perjuicio de los productos nacionales, básica-mente de origen agrario. Esta situación se mantuvo hasta los decretos deLibre Comercio de la década de los sesenta.

Político de creación de compañías privilegiadasde comercio,siguiendo elmodelo mercantilista francés2”. Esta alternativa no tenía nada de original. Lasempresas se organizaban como sociedades por acciones y los poderes públi-cos solían disponer de una participación más que simbólica. Tuvieron comofunción gestionar, en régimen de monopolio comercial, el pertrechamiento dedeterminadas áreas de América próximas a los establecimientos de potenciasrivales. Existían territorios, como fue el caso de Venezuela, de donde nohabía procedido ningún retomo entre 1706 y 1722; para solucionarlo se creala Compañía Guipuzcoana de Caracas (1728, más tarde Compañía de Filipi-

2< Sobrecl «pruyectismo», ver MUÑOZPÉREZ (1947, 1955).

-. DELGADO RIBAS (1990), 458-476.2< MATILLA QUIZA (1982), pp. 269-402.

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204 Tomás Marríne=Va,-a

nas), bien estudiada por Hussey y M. Gárate 29 En verdad que, salvo ésta, lasdemás que aparecerán más tarde —Campeche (1734), La Habana (1740), Se-villa (1747) o Real Compañía de Comercio de Barcelona a Indias (l755)~”—tuvieron una vida tan fugaz como mediocre «y no contribuyeron a la conse-cución de los objetivos para los cuales habían sido creadas3’».

Pese a estas medidas, lo cierto es que a lo largo de esta etapa el comercioentre la metrópoli y sus colonias se mantiene estancado hasta la guerra de Es-paña con Inglaterra en 1739. García-Baquero piensa, en cambio, que la recu-peración de la onda depresiva tendría lugar entre 1709 y 1722, sucediéndosedesde esta última fecha hasta 1748, aunque siempre de forma muy suave,muy pausada. La guerra con los ingleses obligó a cambiar el sistema de flotaspor el comercio por registros sueltos; paradójicamente, aumenta el comercioy con él los ingresos de la Hacienda (fecha de arranque definitivo de intensi-ficación de la tendencia, según Garcia-Baquero). Los precios caen de manerafulminante en América, lo que dañó los intereses de los importadores limeñosy mexicanos y de los transportistas gaditanos; unos y otros presionarán cuan-to está en sus manos ante la Administración y ésta responde restaurando elsistema de flotas para Nueva España en 1754, si bien es verdad que ya nadafue igual, máxime una vez fracasada la reforma fiscal de Ensenada. La indi-gencia de la Hacienda hizo que el hallazgo de nuevos ingresos fiscales fuerauna necesidad cada vez más apremiante.

Para los ilustrados españoles, el libre comercio empieza a ser no sólo ya lasolución idónea —como insinuara Campillo—, sino la única posible. En 1764 secrea una Junta para el estudio del Comercio Libre, de la que forman parte Cam-pomanes, Ortiz de Landázuri y Francisco Carrasco. Dos años antes Campoma-nes había anticipado estas ideas en sus «Reflexiones sobre el comercio español aIndias»; Campomanes rechazaba el monopolio de un sólo puerto, el gaditano,porque, en su criterio, se necesitaba extender la base territorial del comercio co-lonial a otros puertos y áreas económicas del país y de Ultramar. Pensaba, si-guiendo el modelo inglés o lo que él estimaba como tal, que las colonias debíanfuncionar como mercado reservado para la producción de la metrópoli; pero laPenínsula, a su vez, tenía que producir y ofertar mercancías de calidad y a pre-cios competitivos, pues de lo contrario corría el riesgo de que el comercio fueraocupado por otras potencias y la recaudación tributaria bajaría. Como ésa fue larealidad, y dado que no se podía prescindir de los recursos indianos, no quedóotra alternativa que permitir la entrada de las manufacturas extranjeras, lo quetertninó desvirtuando uno de los objetivos más retóricamente defendidos32.

2< CARATE OJANGUREN (1990); la mismaautora tiene en imprentael análisis deLa

Compañía de La Habana.OLtVA MELGAR (1987).

DELGADO RIBAS (1990), 5l3-514.

BERNAL (1993). 300.

Page 13: Algunas reflexiones sobre el comercio colonial

Algunas,e/lexiones sobre el comenio colonia? 205

Cada vez son más los especialistas (Klein, Barbier, Delgado Ribas, Frade-ra, Oliva, Pérez Herrero, Fontana) ..., para los que, de las dos consecuenciasque podía tener el aumento del tráfico, la de asegurar ingresos a la Corona fuela más acuciante, la que afectó más directamente a estos políticos, de modoque cuando llegó el momento en que hubo que decidir si se apoyaba el creci-miento económico primero, procurando que las exportaciones estuvieran for-madas por mercancías nacionales, aunque fuera a costa de reducir el tráfico, osi se prefería optar por la primera haciendo la vista gorda acerca de la proce-dencia de las mercancías, con tal que maximizasen los ingresos fiscales, esco-gerán esta solución. No era laprimera vez2-’.

11.3—El libre comercio

El punto de partida de esta nueva política lo constituyó la puesta en mar-cha en 1764 de un nuevo sistema de navegación regular entre La Coruña ylos puertos de La Habana y Montevideo (los buques-correo), sistema cuyosefectos se ven inmediatamente reflejados en la vitalidad de los muelles delpuerto gallego34.

Con el Decreto y Real Instrucción de 16 de octubre 1765 desaparece el mo-nopolio gaditano y se habilita un total de nueve puertos en la Península para elcomercio directo con las islas de Barlovento (Cuba, Santo Domingo, Trinidad yPuerto Rico); estos puertos, además del de Cádiz, eran los de Sevilla, Alicante,Gijón, Barcelona, Santander, La Coruña, Málaga y Cartagena. Con el tiempotales franquicias y privilegios se extendieron a otros puertos de la Península(Los Alfaques, Tenerife, Palma de Mallorca, Almería) e Indias (Yucatán, LaLuisiana, Campeche). Además, se introducía también uno de los primeros ele-mentos constitutivos de la futura y definitiva reforma fisca,l cuyo pleno desa-rrollo tendrá lugar con el Reglamento: el principio de tributación ad valorem.

El Reglamenw y Aranceles para el ComercioLibre de España y las Indiasde 12 de octubre de 1778 es la medida más importante y controvertida detodas las emanadas en la época carolina; los textos legales posteriores noharán sino ahondar el surco ya abierto. Reafirma y consolida las tres piezasclave del nuevo sistema de navegación transatlántica insinuado en 1765:

1.—Habilitación de varios puertos del litoral español y americano para co-mercio directo,

Una lista detallada de los trabajos sobre la Hacienda hasta 1988 en KLEIN y BARBER

(¡988),35-52.<~ ALONSO ÁLVAREZ (1986). Aunque Atonso Alvarez tiene muchos y excelentes traba-

jos. éste es eí que mejor explica el tráfico colonial en el contexto de ta sociedad y de la econo-mía gallegas del momento.

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206 Tomás Martínez Vara

2.—consolidación del navío de registro suelto como medio usual de trans-porte oceánico y

3—sustitución de los derechos de palmeo y toneladas por el principio detributación ad valo¡-ern.

Los tipos de gravamen podían oscilar en función de la procedencia de lasmercancías o del puerto de destino de la expedición colonial:se gravaba a lasmercancías extranjeras con un ‘7% de su valor mientras que a las del «país» o«nacionales» sólo con un 3%, lo que en teoría no dejaba de ser un trato dife-rencial a favor de los productos españoles; otra cosa muy diferente es lo queacabó sucediendo en la práctica.

Desde su misma implantación, el libre comercio ha sido objeto de una po-lémica tan sonora como perseverante, alimentada justamente por las conti-nuas revisiones que nos llegan del otro lado del océano, en donde por fortunapoco va quedando de los anteriores presupuestos interpretativos que identifi-caban de manera simplista «reformismo borbónico» y «libre comercio» con«prosperidad» y «modernismo»; es más, sabemos que en regiones comoNueva España la tasa más elevada de crecimiento económico se produjo en laprimera mitad el siglo XVIII, y no en la segunda. En cualquier caso, «Ja tesisdel crecimiento económico ascendente dieciochesco tendrá que revisarse concuidado en los próximos años para comprobar las diferencias regionales y susritmos específicos. Es evidente —cscribe Pérez Herrero— que ninguna genera-lización es válida si tenemos en cuenta la diversidad de las economías latino-americanas en dicho periodo3»>.

Después de esta enumeración del marco administrativo y legal del comer-cio colonial, quiero detenerme brevemente en dos de los aspectos del librecomercio que mayor polémica han suscitado:

— repercusiones sobre la estructura, el volumen y direcciones del trá-fico en generale incidencia como factor de crecimiento económico en las diversaseconomías regionales metropolitanas.

J. Fisher estableció, en 1985, las cifras oficiales del tráfico americano porlos distintos puertos durante el período de vigencia del «libre comercio»(Cuadros IV y V~<. Para el historiador británico, el valor de las exportacionespasó de 100 en 1778 a 338 en 1796 (cuadro II), el índice correspondiente alos efectos considerados nacionales se multiplicó por 5, aumentando ademássu participación en el total exportado desde el 38% al 57%. Más espectacularaún fue el alza del valor de las importaciones. que vieron escalar su índice

PEREZHERRERO(1991). 218.3<FISHER(1985),92-151).

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4/ganas reflexiones sobre el comercio colonial 207

hasta un 1.541 en 1796 (cuadro III). Aunque los cálculos sean cuestionables—tomar como punto de referencia 1778 pat-a medir el impacto de la reformacomercial no parece la fecha más apropiada habiendo una guerra por medio—,crecimiento hubo y bastante. Ahora bien, inferir ahí que se trató de «una erade prosperidad y crecimiento económico sin precedentes tanto para Españacomo para la América española» es, como luego se verá, muy discutible.

El comercio español amplió sus puertos representados, aumentó el volu-men y su valor, pero la naturaleza de los intercambios siguió gravitando sobrelas mismas líneas de oferta y sobre las producciones de las grandes economíasmineras. América continuó siendo un mercado de compensación a la defi-citaria balanza que manteníamos con los países europeos, un mercado delque importábamos materias primas y metales preciosos (56%del valor im-portado) y al que enviábamos productos alimenticios con algunas manu-facturas del país, poca cosa siempre en comparación con las extranjeras dereembarque, a menudo solapadas o camufladas bajo la etiqueta de «nacio-nale5».

En 1970, LI. Fontana elaboró un modelo de funcionamiento del comercio o,como él mismo lo denominó, una «imagen a escala», modelo que me siguepareciendo válido, pues explica de manera convincente la intrincada red derelaciones existentes entre los distintos flujos comerciales del conjunto gene-ral y de éstos con las áreas económicas en las que actúan37. Ahora bien, estosflujos y estas relaciones, ¿fomentaron el crecimiento económico peninsular?,¿alteraron la naturaleza de las economías implicadas, tanto en la Penínsulacomo en Ultramar? ¿Cúal fue su acción real sobre ellas y la respuesta de esaseconomías y sociedades en las que se insertaban?

111.-LIBRE COMERCIO Y CRECIMIENTO ECONOMICO

111.1.—La economía ultramarina, bajo los efectosdel libre comercio. Algunas notas.

Como en el caso de la metrópoli, parece claro que la tesis del crecimientoborbónico continuo y acelerado debe ser examinada de nuevo en función dela crítica de las cifras oficiales existeníes3&. Para empezar, al menos en NuevaEspaña la producción de plata en la segunda mitad del siglo, medida en valo-

“FONTANA (1970), 3-23.> PÉREZ HERRERO (1991), 239-242. Además dePISHER.si bien de fonnamásmatiza-

da. a imagen que ofrecen tos manuales de CIUDAD, LUCENA y MALAMUD (1992),p. 373,y MALAMUD, MARTÍNEZ SEGARRA, PARDO y SEPULVEDA (¶993),estambiénmuypositiva para el retbrmismo. Ver también RODRÍGUEZ(1993).

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208 Tomás A4ar,ínez Varo

res constantes, no tuvo el ascenso espectacular que las cifras oficiales indi-can. Se creía que, al menos allí, la producción minera había crecido durantela época de máximo auge del reformismo borbónico, y, por tratarse de un sec-ror punta, ocasionaría efectos de arrastre sobre los demás sectores económi-cos, que acabarían experimentado, como consecuencia, una sensible mejoría.E. Van Young niega estos supuestos; para el historiador americano, «el cam-bio inducido por la nueva política del reformismo borbónico en la agriculturafue mínimo», y las tasas de crecimiento demográfico, al que otorga una tm-portancia decisiva en la ampliación y especialización de los mercados, se es-tancan o descienden como consecuencia de las presiones malthusianas. Du-rante toda la segunda mitad del siglo XVIII se entrelazaron presiones infla-cionarias, estancamiento de los niveles salariales reales, caída de la producti-vidad agrícola y generalización de la escasez. Luego no se debe seguir argu-mentando que hubo, para el conjunto del área latinoamericana, un crecimien-to económico constante y uniforme a lo largo del siglo XVIII y que éste fuecausado por la introducción de las medidas reformistas. Hay que diferenciaráreas de áreas y sectores de sectores. En cualquier caso, se asienta y consolí-da la tesis de que el siglo XVIII no fue tan refulgente, armonioso y producti-vo como se nos había habituado a ver, sino todo lo contrario”.

«En líneas generales argumenta LI. MA Delgado Ribas puede afirruarse quelas nuevas medidas favorecieron el crecimiento de las economías portuariasligadas al coniercio con España, como resultado de la expansión del gasto pti-blico en ellas y de las nuevas oportunidades del lucro mercantil que el comer-cio libre ofreció pat-a los exportadores de la economía (...). Sin embargo, enlo que hasta entonces habían sido las regiones neurálgicas —México Central.Nueva Granada y Perú—. el impacto fue claramente negativo. El último terciodel siglo XVIII presencia lo que la historiografía americana ha bautizado la‘crisis colonial’: el inicio de la etapa depresiva, caracterizada por la rupturade los mecanismos reproductivos que habían dotado de dinamismo a la eco-nomía interna de la colonia y por una profunda crisis socia], provocada por elaumento de la detracción fiscal sobre un campesinado y un proletariado urba-no atrapados por el descenso de sus ingresos y el alza del precio de las sub-sistencias4%; los movimientos antifiscales no fueron infrecuentes en Peru.Quito y Nuevo Reino de Granada.

Por otro lado, la competencia tanto del comercio legal como del contra-bando, al que el nuevo sistema impositivo dio alas, favoreció en muchos lu-gares la ruina de las haciendas agrícolas, destruy dustrias indígenas.frenó el desarrollo de un comercio y una marina competitivas y derrumbó el

YOUNG (1992): ver la brevey claraexposición de PÉREZ 1-lEBRERo (1993) en 193-203.De esta lúcida crítica hemos tomado una base importante del texto.

‘“DELGADO RIBAS (19903. 529-532.

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A ~gunasreflexiones sc, Nc el comercio colonial 209

tradicional sistema de precios diferenciales sin que se produjera un desarrollomercantil alternativo. Desmonetización, desindustrialización y desurbaniza-ción, tres caras de una misma realidad.

Sin pretenderlo, los Borbones estaban quebrando el equilibrio tan celosa-mente sostenido entre la estructura imperial y los grupos de poder indiano, loque acabará costándoles muy caro. Durante el periodo del gobierno de CarlosIII se trató de manejar los asuntos americanos desde una posición de fuerza(centralización, autoritarismo y elevados impuestos), y si no hubo mayoresproblemas con las élites, fue porque de hecho el gobierno «reformista» noconseguió arrancar recursos extra de éstas.

l1I.2.—¿Hubo alteraciones de la estructura productiva de la metrópoli?

¿Y en el caso metropolitano? Pocos se atreverían hoy a identificar mecá-nicamente reformismo-libre comercio con reactivación de la economía espa-ñola. A medida que los estudios regionales han dejado de contar simplemen-te barcos y describir de manera superficial las mercancías y se han adentradoen lo que había detrás de los puertos, es decir, en las economías y sociedadesimplicadas en ese tráfico, los triunfalismos han desaparecido. Nadie pone enduda ya que una cosa fueron las medidas de «libre comercio» y otra muy dis-tinta y más compleja la realidad de las conexiones de las colonias con su me-trópoli y, dentro de ésta, el impacto en las respectivas economías regionales.

Fue en el 1 Congreso de Historia Económica de España (Barcelona,mayo1972) cuando historiadores como M. Izard, C. Martínez Shaw, A. Gar-cía-Baquero, J. Maluquer y J. Fontana empezaron a preocuparse por el desi-gual crecimiento económico de la España del siglo XVIII e intentaron hallarrespuestas a estas diferencias en el estudio de los efectos de arrastre del«libre comercio4». Desde prácticamente todas las áreas geográficas en lasque hubo algún puerto habilitado, se intentó medir la incidencia que en ellastuvo el mercado americano. Cuanto más se iba profundizando, menos consis-tente parecía la hipótesis de los efectos de arrastre, al tiempo que empezaba acuestionarse la intención por parte de los gobiernos ilustrados de dinamizarla economía del país mediante los decretos de Libre Comercio.

En Diciembre de 1985 se celebró, patrocinado por el Banco Exterior deEspaña, un Simposio sobre Libre Comercio y crecimiento económico (1760-1824). El objetivo de los organizadores era presentar los distintos estudios re-gionales existentes y revisar las ideas hasta entonces admitidas. Hubo repre-sentantes de prácticamente todas las regiones afectadas por el libre comercio—faltó únicamente representación de los puertos de Gijón, Almería, Los Alfa-ques y Cartagena, hoy ya bien estudiados—. Como para precisar la contribu-

“NADAL. J y TORTELLA, G. (cds.> (1974).

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210 ioows !i4cnti,zcz t<cli-c~

ción real de este comercio al crecimiento económico español habría que de-mostrar la existencia de una con-elación posiliva entre la expansión de los in-tercambios, el aumento de la renta nacional y de la renta per cápita, lo quecon los datos disponibles resultaba ser una empresa harto difícil, por no decirimposible. se consideró mejor evaluar las alteraciones habidas en los sectoresligados a la exportación como respuesta al mercado americano. Muchas imá-genes históricas se desvanecieron ante la evidencia de los datos; ni en la agri-cultura, pese a harinas castellanas y aguardientes catalanes, ni en el sector in-dustrial, salvo los textiles de Cataluña, hay indicios de un claro desarrollo li-gado al mercado colonial; se destruyó. por tanto, el tópico de unas economíasregionales en alza gracias a que sus puertos entraron en los circuitos del co-mercio colonial. Sobre este punto volveremos a tratar al final del trabajo.

111.3—Las economías regionales~2. El caso catalán

En el caso de los puertos andaluces, Cádiz siguió acaparando una porciónmuy importante de estos intercambios, pero la «etapa de libre comercio» noparece haber alterado los hábitos y el quehacer del comercio gaditano. En tér-minos de crecimiento económico regional bajoandaluz. el resultado fue sinduda negativo; durante mucho tiempo se ha polemizado sobre si existieron ono capitales suficientes (Bernal, Collantes y García Baquero) y si se perdió ono la oportunidad de que se industrializara la región; la respuesta, —dice Gar-cía-Baquero— debe desplazarse hacia la responsabilidad de los grupos directa-mente beneficiarios de tales capitales y su utilización:

«En efecto, parece haber sido falta de interés de los cosecheros, de unaparte, y de los cargadores, por otra, lo que determinó la esterilidad industrialdel comercio colonial (...) No estamos, evidentemente en presencia de unaburguesía dinámica y emprendedora, sino más bien de un sector económica-mente conservador que incluso concedía valores suplementarios al prestigiosocionobiliario del rentista. En todo caso, debe quedar claro que tal vez siAndalucía hubiese dispuesto de una infraestructura regional con algún ger-men de industrialización, quizás estos comportamientos hubieran sido dife-rentes ».

Como casos excepcionales se pueden considerar a San Sebastián y La Corti-na. Gracias al mercado colonial efectuado por la Guipuzcoana, los comerciantesdonostiarras acumularon sumas importantes de capital, pero que sus negocios

MARTíNEZShAW(1987), 75-8(3,La relaciónentreel dcsanolloeconómicoen Caialu-ña y la Cartera dc Indias ha sido un tema preferente en la obra dc Martínez Shaw. y sus magnL-ficos análisis han servido de guía y estímulo para los investigadores dc niras áreas peninsulares.

GARCIA-BAQIJERO (1992). 343.

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Algunas‘ejiexiones soh,e el comercio colonial 211

marcharan bien o mal tenía poco que ver, a juicio de M. Gárate, con la pre-sencia de productos de la tierra, agrícolas e industriales, en los muelles. Másallá de las áreas próximas a los puertos, en las tierras del interior, vivía unapoblación mayoritariamente agrícola, pero que sin embargo, y aun después dela generalización del maíz, no produce lo suficiente para si y menos para elresto de los hombres no dedicados al campo, que tampoco eran demasiados.Como sucederá en Cantabria, las expectativas abiertas por el mercado colo-nial condujeron en Guipúzcoa a la vertebración de un modelo económicodual no exento de equilibrio. De un lado, la economía interior de la provincia,enraizada en la tierra y en el mundo rural, y de otro, la donostiarra, volcadahacia los intercambios de largo alcance y con muy escasos vínculos sobre elquehacer económico de la provincia. Además, la difusión del maíz y la liber-tad foral de importar subsistencias para paliar las dificiencias de una explota-ción agrícola insuficiente jugaron un papel decisivo en la permanencia deesas estructuras tradicionales y explican en no pequeña medida, esa convi-vencia con el capitalismo mercantil-urbano sin que se violentaran las peculia-res lógicas de comportamiento de cada uno de ellos. El entramado comenzó aresquebrajarse cuando se modificaron las condiciones que hacían posible talequilibrio, lo que tendrá lugar a finales de siglo.

En cuanto al puerto coruñés, su modelo es único; la utilización de los bu-ques-correo permitió al puerto gallego una rápida proyección colonial con ex-portaciones crecientes de lienzos procedentes de la industria rural doméstica,pero cuando llega el libre comercio paradójicamente disminuyen los embar-ques gallegos al permitirse entrar textiles foráneos, que acaban arruinando alos domésticos; la burguesía comercial gallega, como ha documentado muybien L. Alonso, se retira entonces a posiciones y actividades ligadas a la tie-rra, o mejor, a las tradicionales formas de explotación de la tierra”.

Tanto Manera como Aurora Gámez han destacado el carácter modesto deeste comercio y la escasa repercusión que para las economías mallorquina ymalacitana tuvo el libre comercio45; lugar subordinado dentro de las relacio-nes exteriores tuvo Tenerife en Canarias, auténtico trampolín ultramarinopara las producciones de otras áreas, como han explicado Morales Padrón,Macías y Guimerá ‘<‘.

V. Ribes cree que las relaciones mercantiles que el País Valenciano sos-tuvo con América no pasaron de ser esporádicas y accidentales. La razónprincipal dd fracaso —y con ello de la pérdida— de «una inmejorable oportu-nidad de que el País Valenciano unido iniciase su despegue industrial» fue «lafalta de solidaridad clasista existente entre los burgueses valencianos47».

“ALONSO ALVAREZ (1986).

MANERA (1988);GÁMEZ (1987), 123-144;GALDON (1983), 183-202.‘“GUIMERARAVINA (1987), 261-288, y MACIAS (¡987),249-288.

RIBES (1985).

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212 Tomás Martínez Va,c,

Más complejo y debatido ha sido y sigue siendo el caso catalán. Estamosante un debate multilateral cuyas posturas se dejaron ver en El Puerto deSanta María. Las discusiones han girado y giran no sólo en torno al contenidodel libre comercio en sí mismo, sino también en y sobre la relación entre co-mercio colonial y el arranque de la industrialización catalana, la importanciarelativa de este comercio en comparación con el mercado interior catalán ycon el peninsular y el papel representado en todo ello por el reformismo bor-bónico.

En el 1 Coloquio de Historia Económica de España (1972), C. MartínezShaw y A. Baquero establecieron una clara relación entre la creación de lasprimeras fábricas de indianas y los progresos de comercio colonial. En opi-nión de Baquero, el desarrollo industrial catalán era inconcebible sin el co-mercio americano’”, pero en ese mismo Coloquio empezó a cuestionarse estarelación de causalidad; M. lzard mitigaba la secuencia modernización indus-trial-comercio colonial, mientras que J. Fontana, siempre escéptico ante la en-tusiasta imagen que solía presentarse del reformismo borbónico, pedía quela atención se centrara en el interior catalán. Si el porcentaje de la producciónabsorbido por el comercio colonial no pasaba del 21 O4~ ello significaba, argu-mentaba i. Nadal, que era importante pero no decisivo.

Sin embargo, los datos de J. Fisher parecían dar la razón a los optimistas.Frontalmente opuesto a las tesis de Fisher, Delgado Ribas ve en el libre co-mercio los intentos de aumentar los ingresos de la Hacienda. Niega que la im-plantación del libre comercio resultara favorable para el desarrollo industrialde Cataluña; las condiciones bajo las que se puso en práctica el «libre comer-cio» facilitaron la entrada en nuestro país de productos extranjeros semiela-borados o casi terminados, que más tarde reexportaban a América bajo la eti-queta de españoles; de ahí que allí donde se había iniciado el desarrollo in-dustrial el libre comercio contribuyese a frenarlo49.

Oliva ha terciado últimamente en la polémica, reconociendo que, pese a laprovisionalidad de las cifras, hubo desde 1765 un sustancial aumento del vo-lumen comercializado, y lo mismo sucedió desde 1778; pero si pensamos que

~> MARTÍNEZ SHAW (1976),243-267;GARCIA-EAQLJERO(1976),268-294.

‘“ La bibliografíadceste historiador referida al tema es muy variada: en estas mismas pági-‘las hemos citado su colaboración (siglo XVIII) a la 1-Ustorio cíe España dirigida por A. Do-mínguez Ortiz; su tesis doctoral ya trató de estos mismos temas: en un espíritu muy crítico, seha manienido siempre en el filo de la controversia al defender mesis que en un principio pare-emeronratlicales,peroquevan siendocada vez más aceptadas. Con frecuencia, el mismo títulodel artículo es ya una invitación al debate:«Libre comercio. Mito y realidad»(¡986)o «El al-godón engañas>. «Algunas reflexiones en momo al papel dc la demanda americana en el desa-rrollo dc la indiancría catalana» (1993). atacando tanmo a Martínez Shaw como a García-Ba-quero (¡993). 13-40.

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Algunasrefle.riones sobre el comercio colonial 213

el comercio es más consecuencia que causa y si es ya casi un lugar comúnaceptar que el reformismo consistió más que nada en un intento de acercarseen la medida politicamente posible a las transformaciones reales producidasen unos y otros ámbitos, parece conveniente no hacerse ilusiones. No hayrazón para pensar que el capital mercantil desaprovechara su oportunidad co-mercial en la Carrera de Indias, ni hay razones para esperar que el capitalmercantil asumiera, si es que estaba en sus manos, un papel decisivo en la in-dustrialización. Ni caben ilusiones sobre las intenciones de la Corona, ya quelas medidas fueron llevadas a cabo por aquellos a quienes correspondía, esdecir, gobiernos ilustrados pero de Antiguo Régimen>’.

III.4.—Cantabria:un ejemploparadigmático

He dejado para el final el caso santanderino por tratarse de un modelo alque he dedicado no pocos trabajos y cuyo resumen presenté al mencionadoCongreso de El Puerto de Santa María, y dos años depués, en la sede la UIMPen Sevilla y Santander>. Santander era, a principios del siglo XVIII, un puer-to más de la costa cantábrica. Todos sus intercambios se reducían a pequeñosy oscilantes intercambios, que en la mayoría de los casos no iban más allá delámbito local o, a lo sumo, comarcal. Las cosas cambian cuando la Adminis-tración opta por el puerto santanderino como alternativa al de Bilbao para laexportación de la lana; a tal efecto, se construye la magnífica carretera de Rei-nosa, auténtico corredor que une la meseta castellana con el mar.

Sin embargo, el objetivo marcado no se cumple, y Bilbao, sobre todo trassalvar la peña de Orduña, sigue exportando más lana que Santander, pese alas franquicias concedidas a este puerto y a la ciudad de Burgos (desgravacio-nes). Como ya se ha dicho, en 1765 se habilita el puerto cántabro para la Ca-rrera de Indias; a Santander llegan vascos con su experiencia, sus capitales ysus barcos; comienzan las obras de remodelación del puerto (Colosía), ymuy pronto, la antigua carretera nacida para el tráfico de las lanas se con-vierte en la de las harinas. El proceso concluye con la creación del consuladoSantanderino, la ruptura con Burgos y la suspensión de las obras de la carre-tera a Burgos para dedicarse por entero al ramal de Aguilar-Reinosa es decir,la carretera de las lanas se ha transformado en la de las barinas (cuadros Vi-IX y Esquema 1).

“OLIVA MELGAR (1993), 85-108; DELGADO RIBAS (t993), 61-83.

MARTíNEZ VARA (1987); en esteartículo se trata de demostrar la escasa incidencia

queel comerciocolonial tuvo sobre la economía montañesa. Con los datos de los navíos y suscargamentosel autor matiza el excesivo protagonismo dado por la historiografíaal comerciode las harinas fenómenomás del XIX que del XVIII.

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214 )ofl?wc Monines Loro

Así pues, la carretera se convierte en un eje dinámico que potencia la viday la prosperidad del área que atraviesa; estimula la actividad comercial en eltransporte de granos, en el movimiento de productos coloniales —cueros, azú-car, cacao,etc.— en los intercambios ganaderos (animales de arrastre); la acti-vidad industrial en la transformación de los trigos castellanos, a partir de lasfábricas de harina que bordean el camino nuevo de Reinosa a Santandeí; aorillas del Besaya, y que surgen muy tempranamente, lo mismo que las in-dustrias del cuero, del vino y madera (tonelerías), del refinado de azúcar, decervezas. De este modo, el transporte, el propio comercio y la actividad in-dustrial estimulan y alimentan las economías dcl área de tránsito.

Sin embargo —como indica A. Domínguez Ortiz— no había que profundizarpara encontramos con la Cantabria de siempre, pobre y cemiada sobre sí misma,donde la vida seguía los esquemas patriarcales qime Pemrda describiera cien añosdespués. Sobre la base de este comercio exterior, de tránsito, surge una burgue-sma mercantil ligada a los mercados coloniales, satisfecha de su función con-ductora de producciones ajenas y extremadamente sensible al problema de lascomunicaciones con el interior meseteño. Una burguesía que tiene muy clara lafunción de Cantabria como espacio-mediación en el comercio exterior castella-no y que sabe que su prosperidad reposa cmi ese camino y en ese puerto.

Luego. como en San Sebastián o Gijón~1 —éste en menor grado—, nos en-contramos con la dualidad campo-ciudad,dos mundos que conviven necesa-rmamente aunque antagónicamente. Ahora bien, el sistema mercantil santan-derino, por su propia configuración y por sus inexorables dependencias. eramuy frágil. Las bases sobre las que erigió su prosperidad constituirán a lalarga sus flaquezas estructurales —América, Castilla o la Administración—.Cuando las dificultades hagan acto de presencia en cualquiera de ellas. el edi-ficio entero se vendrá abajo, sin que se hayan creado en la región elementosque puedan frenar el colapso. Pero esto es ya otra cuestión.

Por su parte, Tinoco y Fradera se planteaban en las conclusiones de lasActas del Simposio de El Puerto de Santa María la posibilidad de deducir unaimagen dc conjunto para la etapa del libre comercio a partir del análisis delos casos particulares. He aquí, en síntesis, algunas líneas generales de susconclusiones:

1.—Aumento del volumnen pero escasa alteración de su composición. Ten-dencia a la agrarización de las exportaciones, predominio de las reexportacio-nes en los manufacturados y semifacturados.

2.—Negativo impacto de los cambios de oferta sobre los precios diferen-ciales, contribuyendo al derrumbe de las industrias autóctonas americanas(Herrero y Malamud).

“2 PERtEÁNEZ CAVEDA (1992): para este autor, el comeicio de Asitírias con América[he sólo mesm moni al y no influyó para nada en la vida económica de la región.

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3.—Consolidación del comercio de comisión y de los hábitos mercantilespreexistentes.

4.—Contribuirán al hundimiento definitivo del sistema imperial español(impacto negativo sobre la economía americana, tensiones sociales resultan-tes).

El Reglamento no consiguió más de lo que se proponía, es decir, mejorarlos rendimientos fiscales derivados del dominio colonial. Pero consiguiómucho menos de lo que la historiografía académica le atribuyó hasta fechareciente, ya que en modo alguno constituyó un instrumento adecuado para elcrecimiento económico, metropolitano y colonial. Barbier y Klein confirman.en un excelente trabajo publicado en la Revisrade Historia Económica,quela mayor parte de los proyectos ilustrados de estimulo de la industria y el co-mercio españoles no se tradujeron en recursos para estas finalidades; la parti-da principal del gasto fue militar, un 60% de 1760 a 1780. ¿Qué se podíahacer así sino proyectos?

Para terminar, quiero hacer mías las reflexiones de J. M4 Ojiva en un arti-culo reciente, en el sentido de que con frecuencia hemos culpado a las bur-guesías regionales y a la Corona de sacrificar objetivos a largo plazo —talescomo el desarrollo económico— para restituir a cambio a España su calidadde gran potencia. Pero la burguesía no tenía ningún «destino manifiesto» quecumplir, sino que, como es lógico, actuaba con los objetivos de maximizarlos beneficios. Constituye, por tanto, un error epistemológico grave la ten-dencia a proyectar en los aconteciífientos del pasado tendencias que se hanmanifestado con nitidez más tarde. Así, atribuimos a los actores de los diver-sos escenanos históricos —burgueses, empresarios, administradores, etc.— mn-tenciones o responsabilidades que están lejos de corresponder a las circuns-tancias en que vivieron.

En una entrevista de C. Manchar a 1-1. Klein, el 27 de mayo, el historiadoramericano venia a decir que con la plata que llegaba de América, especial-mente durante la época del libre comercio, Madrid pudo mantener el viejosistema metropolitano al disponer de los recursos americanos que neutraliza-ban las presiones políticas peninsulares; mientras existió esta goma de borrardefectos de la política, el gobierno nunca intentó realmente modernizar elsistema lmscal

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Page 35: Algunas reflexiones sobre el comercio colonial

Algunas reflexiones sobre el come,-cio colonial 227

APÉNDICE

Gráfico 1Movimiento general de toneladas «mercantes» (1600-1720)

20

50

— Ntmne w14 u~w~ts<*o <Si .

Mediam*í4hIt6os

fnmr AntwttGneÉfir#.mw,. .Ñfl yOrn ptirn asCnt a ras.s~ Actas N Cctcjúos Pt Aríds*ts Cfrcdfl, l~3. T. , p. B37639.

Page 36: Algunas reflexiones sobre el comercio colonial

228 Tomás Ma,rínez Lara

Cuadro 1Series estadísticas de las importaciones de metales preciosos, según los distintos

autores en desacuerdo (en millones de pesos de 272 maravedís).

Domínguez GarcíaPenados Hamilton Ortiz Fuentes

1601051606101611-151616201621251626301631-351636-401641-451646501651551656-601661-651666701671-751676801681 851686-901691-95

1696-1700

40351,940,549.844,641,228326,922,719,412.0

5.5

56,438,333.441,623,820,116,89,27.5

11.75.56,84,34,23.91,92,20,71,9

Monneau

40,351,943 149846,152,546,246046,922,721,450,186,970,0563

67,075.569,866,0

FUENTES HAMILTON fj ;esoro amencano y ¡a re vnjucíon dejospreciosen Esp¿r>1501-1650 Barcelona 1976, pp 47, DO~4lNOUEZ ORTIZ iuas remesas de caudSIés

preciososde Indias en 16211665. en Ant,ariode Hísroría Economíca y Social Ve

ti~9l PP 56185. CAROtA FUENTES E¡comercío espaootcon America <1650 709-Sevilla, 19&J Pp 3889, MOflINEAU ¡Gazelmes hollandaises el lresors amer,caiiis. su.

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00 139-209 Hístoi,e Econon~íque el sociaje do monde.oír P LEON ea Paris. 0vTomo 2. r, 83

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Page 37: Algunas reflexiones sobre el comercio colonial

Algunas reflexiones sobre el comercic colonial 229

Cuadro IIExportaciones de España a América, 1778-1796 (cifras en millones de reales).

MeicanciasMo esoeñoias

(778 28.21782 57.11783 11784 196,71785 21301786 170.41787 116.81788 153.51789 175.31790 149.3

1791 18481792 222,61793 164.2¶794 ¶3.81795 16571796 143,6

Totales

Mercan Cias

--1

-

<38) 463(51) 55.5(52) 65,3(45) 238,9(47> 2447(50) 168.9(451 141,9(50> 151,7(54) 151,2(51) 1429(50) 1 85.5(Sl) 2149(53) 143,1(6*> 72*(59) 116.4(57) 1083

2.3304

Promedio 12.2476

(51)

Toiai coc;rn.en:o

~ —

ooi

(62) 745 lOO(49) 1127 151(48) 436.8 184(55) 435,6 585

1 ~(55) 258,7 347(50) 305.2 . 410(46> 326.5 438(49) 292.2 392(50) 3703 497(49> 441.5 593(47) 3073 412<39) 1858 249(41) 2821 379(43) 251,9 338

4.5781

1 <~ - 403

Tomado chi. rISHER: Re/cuicees ¿cfeó¿nícy¿í ¿arre Liipañaykwérica hosca ¿ci Jndepcncienc¿a. MArRE, Madrid, pp.mmm??.

Cuadro IIIImportaciones de América española a España, 1778-1796 (las cifras se dan en

millones de reales de vellón).

inipoetacion.. Oc ean<ica .waOoia a E.o.t,a, *778-4796las cifres te dan en miMan. de real.. 4* nIlón)

MoValoe d las Indio. d

177$*78217831784

7851786

787178817891790

79**7921793*794*795‘796

74.61*0.81715551.0

* 150.0810,864)9.1947,8993.09417

*203.7933.8~4.6

1.061,6906.4

1149.2

lOO149230739

15421.087

8171.211.332

1.2631.6151.2531.1921.4241.2141541

tota? 12502,4 1.1 *

Fuente: 3. FISHER. op.¿Ir. p. lOO

Page 38: Algunas reflexiones sobre el comercio colonial

230 Tomás Maitines Va ja

Cuadro IVDistribución t%) de las importaciones de América española (1778-1796).

D,slr¡buctOn (46) de las vripodaciooes de Arnénca española. ¶778-1796

0,sosAño Cádiz La Corona Barcelona Saúlander Malaga Quedos

*118 46.2 36.7 5,8 6.2 1 ‘.~ ~

1782 92,0 3.4 4,3 0,2 0,04 0.11783 71,7 12.2 4.7 5.1 03 61* 784 749 1 5.1 3,7 2.6 0.3 3,31785 828 97 2.0 2,1 0.7 2.91 786 829 72 3.6 3.2 1,3 1,2* 787 76,0 10.3 5.7 3.4 2,5 201788 840 7,5 3.9 23 0.9 . 14

789 822 6.4 51 3.2 13 1.71790 783 92 4.8 3.3 2,7 1,61791 82.6 64 59 2.5 tI 061792 80,8 59 6.7 3.5 15 lS1793 86,1 51 5.3 2,1 0,9 0.51794 912 33 ‘.8 1,6 75 0,51795 94.7 2.5 1.2 05 0,7 0,21796 93,3 2.6 — 2.0 15 0,7

Promedio] 842 j 68 3.8 2.6 13 1.4

Fueíítc: 3. FmSHER op. ¿it. p. 200.

Cuadro VDistribución (%) dejas exportaciones españolas a la América española (1778-1779).

Dístr¡buclórl )Ws) de los exportaciones españolas a la Ameríca española,1778-1779

Cad,z Barcelona Máleaa Sanlander La Coruña pue,los

2.01,0

5,2

- 3.1

3.52.9 ¡

- . II>

¡ ______

1778 67,4 7 ¶ .6 5,3 64 7,21782 86.9 73 1,5 II 2.21783 78,5 8,4 3.3 45 4.8*764 83,3 3.3 4,8 29 2.41785 78.3 5.9 42 3.4 301786 15.5 80 6,5 4.3 331187 75,8 8.6 59 4.6 261788 72.3 ‘0.4 4.6 50 3.41189 798 96 1,7 31 3.21790 73,5 5,1 2.6 2.81>91 783 8.9 51 2.6 1.61792 71,5 12.6 46 6.6 1.8¶ 793 79$ 10.5 3.6 2.5 2.11794 680 16.6 80 2.5 2,91795 78,7 8.9 61 0.1 221796 76,8 ¶0.4 65 2.7 2.0

Promedio 764 96 483

33 30 i 21

luenie: 3. FtSi-IER, rip. tít p. 110.

Año

Page 39: Algunas reflexiones sobre el comercio colonial

Alqunas reflexiones sobre el comercio colonial 231

Cuadro VIEstado general del valor de géneros y efectos así extranjeros como españoles que se

han embarcado en este Puerto de Santander para los habilitados de América bajoregistro de las Naves del comercio libre (1791).

Potencias

Vator de losedneros seday con mezcitade plaza

oro

a, los.,,<

de ¡osIddecdhamo

coniestib*es,íd ~

especerlo

de dro casU

he?,. ~rara lISIeS

~. varios

alases

Tozal de

valorCg

Francia

HolandaloglatesratostonFlandes

AleosanlaRusia

Vaké delextranjero

Valor deEssaña

282/32<3——.-———

188997—

*9*22*————

694*44———

8814043727712

94400

5

506219

fl35xm80

1C¡995—

28732————

6774879.496

401.678——40734—

1173804584375629229

2233030668,406

1768.50694.404

28=1320

189475

297814

292,325

5397728

476438

27*1 959

8841966

39.626

389656

2,434813

9.368907

5,364940

TOTAl. 331.495 644143 3874859 4583853 39,626 3224~6O 14733747

cueste: n, M. 9. Cutis-u 16< I-’ecí,-cña, Ms. 2 9. /oen. c, u

Cuadro VIIEstado general del valor de los efectos extranjeros que se han introducidoen España

por las Aduanas de este Partido de Santander con distinción de potencias, clasesy ‘alar de los géneros. En miles.

Polenc<as P(aia yoro

$ederlatejida

td. cje ano Id. de lino íd. de oserasy pelo y eddamo y pieles

co,nesnbIes, es~c¿ería

DrogasTintes

Vano aCI

ValorTotal(a>

reanciaInglaterraAle¡nae/aHolandaRusiaBu. AzornSaraosProvlnc.Cuentas

25260—.—————

9(2.38S2.477.—————

925.5033.372,01$

23.979—.———

*9*04

3172474—

3.758.589406 6351136%

——

27.640

479496640

—-

———

7862

101.4712394373

—.1 613139

.—2.016.940

3.240

6.23024.774

—74-514

——.—

4717428.308689

249791541570

192025,840—

2.497.096

5.72562014.0232.035

32622

3

2.943

TOTAL 25.260 915.262 3.332.29* 7579054 1*12% 612985 105318 5.5*9248 23.7(7

F,íeswc: 3. M. 9. chíl,í .s~j%, Pcíhííjo. Ms. 2 9. /ocro. It>. (SI bIs. 593—6.

Page 40: Algunas reflexiones sobre el comercio colonial

232 Ton<ós Ma,tí,íez La,¿a

Esquema1Estructura y funcionamiento del tráfico marítimo cántabro en 179 It

o rlo

lo

o

42.820.568 9.249.137

A: CASTILLA8: PAIS VASCOO: gUROPA

D: AXERICA

SALIDAS

U4TRAflAS

La cisis) totaliclaii correspondía al puerto dc Saníancier.

14.733.747e’

j

2.946. aoo

<3~1

Fuente: Elaboración propia dr acucremo con los datos de los cuadros VI-PC 593-596.

Page 41: Algunas reflexiones sobre el comercio colonial

Algunas reflexiones sobre el comercio colonial 233

Cuadro VIIIEstado general del valor de los géneros, frutos y efectos nacionales que en todo elaño de 1791 se han extraído por las Aduanas del Partido de Santander a diversas

potencias de Europa con expresión de clases de efectos y valor.

Potencias Mgodd,s Cueros Co.nesrib¡es tana Tintes Varias dasrs Total valor

Francia — 1.915064 3402969 21552030 67.40* 1034 27.018498

In8Jaterra — — — 874*230 ¡34802 — 8876.112

Holanda — ¡*6.062 — 4975370 — — 5161432

Provincias 21.401 547251 81347994 120 465371 ¡66.802 9249837

TOTAL 21001 2.64837? 11330963 35260.750 667654 *67.834 50305.179

Focnse: B. MP Cs,Iícíyií$nPm>roja. Ms. 219. dncrn. lO, III tlAs. 593-5.

Cuadro IXEstado del valor de los caudales y efectos que bajo de registro

comercio se han introducido de los puertos de América en este dede las naves delSantanderen 1791.

Rs. Von.

CaudalesenComestiblesMaderasCuerosVarias clases

plata y oro

TOTAL

14,668.39023470.466

222fl204199756

259.936

42.820.568

Futnre, ¡3 M P Ms. 219. doctas. 10111, fols. 593-96. A OS., DG, R.. 22 Remesa, cg. 5%.