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DOSSIER 37 1906: La gran partida del poder en Europa Hace un siglo, la Conferencia de Algeciras tuvo una importantísima incidencia en la política europea y regional. España, tras el Desastre del 98, volvía al concierto de las naciones; Francia y Gran Bretaña inauguraban la Entente, ahondando aún más sus diferencias con Alemania; el reino de Marruecos, bajo el pretexto de someterlo a reformas modernizadoras, fue convertido en colonia Lyautey, residente general de Francia en Marruecos, condecora al pachá de Marrakech en 1912. 38. España entra en juego Rosario de la Torre 40. La carta francesa Rosario de la Torre 46. Herida abierta Rafael Sánchez Mantero 51. Con guante de seda Bernabé López ALGECIRAS

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DOSSIER

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1906: La gran partida delpoder en Europa

Hace un siglo, laConferencia de Algecirastuvo una importantísimaincidencia en la políticaeuropea y regional.España, tras el Desastredel 98, volvía al conciertode las naciones; Francia yGran Bretaña inaugurabanla Entente, ahondandoaún más sus diferenciascon Alemania; el reinode Marruecos, bajo el pretexto desometerlo a reformasmodernizadoras, fueconvertido en colonia

Lyautey, residente general de Francia enMarruecos, condecora al pachá de

Marrakech en 1912.

38. España entra en juegoRosario de la Torre

40. La carta francesaRosario de la Torre

46. Herida abiertaRafael Sánchez Mantero

51. Con guante de sedaBernabé López

ALGECIRAS

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Aprincipios de mayo de 1898,el marqués de Salisbury, pri-mer ministro del Reino Uni-do, pronunció ante el nume-

roso público que abarrotaba el AlbertHall de Londres el discurso de las na-ciones moribundas. En él, además deprecisar la posición internacional de supaís en unas circunstancias dominadaspor los movimientos en torno al futurode China, el político trazó un esclare-cedor panorama de la situación inter-nacional que puede resumirse así: la re-volución industrial, y su aplicación al de-sarrollo del armamento, ha dividido elmundo en naciones cada vez más efi-cientes y poderosas –las naciones vivas–y naciones cada vez más ineficaces y dé-biles –las naciones moribundas–. Losmedios de comunicación, informandode estas debilidades, están ayudando adefinir las ambiciones de los poderosos,y como el proceso no parece concluir,el resultado es inevitable, “las nacionesvivas se irán apropiando gradualmentede los territorios de las moribundas ysurgirán rápidamente las semillas y lascausas de conflicto entre las naciones ci-vilizadas”, porque “naturalmente, no

debemos suponer que a una sola de lasnaciones vivas se le permitirá tener elbeneficioso monopolio de curar o des-menuzar a esos desafortunados pacien-tes”. En ese contexto, la posición de Sa-lisbury aparecía nítida: “Indudablemen-te, no vamos a permitir que Inglaterraquede en situación desventajosa en cual-quier reajuste que pueda tener lugar; por

otro lado, no sentiremos envidia si el en-grandecimiento de un rival elimina la de-solación y la esterilidad de las regionesen las que nuestros brazos no se pue-den alargar”. Es difícil encontrar una afir-mación más descarada de las ventajas desustituir el choque violento entre impe-rialismos por la concertación de una po-lítica de reparto colonial que, a la altu-ra de 1898, podía tener como objetivoslos moribundos Estados chino, persa,otomano o marroquí.

Concentrándonos en la cuestión ma-rroquí al hilo del centenario de la Con-ferencia Internacional de Algeciras, po-dremos reflexionar sobre el complejoproceso histórico en el que se inserta esaConferencia para –entre otras cosas– en-tender mejor la posición internacionalde España tras la crisis de 1898, los orí-genes del Protectorado marroquí y el pa-pel jugado por resolución del conflictocolonial en torno a Marruecos, en la evo-lución del sistema internacional. Paraempezar, conviene tener en cuenta que,en el marco de un sistema internacionalmuy indeterminado, abierto a distintasposibilidades, en el que estaban cam-biando las bases del poder, en el quela alianza franco-rusa fortalecía a París yseparaba a San Petersburgo de Berlín,en el que Inglaterra se colocaba a ladefensiva y buscaba aliados mientras

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ROSARIO DE LA TORRE es profesora titular de Historia Contemporánea, UniversidadComplutense de Madrid.

Gracias al complejo juego de intereses imperialistas y de la pugna de alianzasen Europa, Rosario de la Torre describe cómo España fue invitada aparticipar en la Conferencia de Algeciras, donde se configuró no sólo el futurode Marruecos sino el mundo de las alianzas que entrarían en acción en 1914

Naciones vivas y naciones moribundas

ESPAÑA ENTRAEN JUEGO

El marqués de Salisbury, primer ministrobritánico, expuso nítidamente la teoría delreparto amistoso del mundo colonizable.

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Alemania aprovechaba cualquier grietapara recolocarse al alza. Y España, queparecía incluida en el lote de las nacio-nes moribundas en el discurso de lordSalisbury, se involucraría en una de lasgrandes cuestiones internacionales delmomento gracias a la conjunción de ladecisión francesa de incorporar Ma-rruecos a su extenso imperio colonialafricano, con la posición geoestratégi-ca de los territorios españoles en la re-gión del estrecho de Gibraltar.

Según se verá, en su condición de ob-jeto de las decisiones de los más gran-des –Francia e Inglaterra– y sujeto de suspropias decisiones sobre el más débil

–Marruecos–, la política exterior espa-ñola se integraría, entre 1898 y 1914, enel proceso de formación y fortaleci-miento de la Entente y, por tanto, en lahistoria del sistema internacional bipo-lar que finalmente desembocaría en laGran Guerra.

Sobre esta base, la historia de la Con-ferencia de Algeciras puede articularseen torno a tres ejes. Primero, el procesopor el que Francia e Inglaterra pasarondel antagonismo abierto de la crisis deFachoda, de 1898, al reparto colonialde 1904 y el papel que jugó en ese pro-ceso un determinado reparto de Ma-rruecos entre Francia y España. En

segundo lugar, debe entenderse el sen-tido y las consecuencias de la respuestade Alemania que, aprovechando las nue-vas circunstancias internacionales origi-nadas por la derrota de Rusia a manos deJapón en 1905, forzó la reunión de unaConferencia Internacional sobre Marrue-cos con la intención de colocar a Franciacontra las cuerdas. Finalmente, hay quecomprender el proceso por el que elcompromiso colonial franco-británico setransformó en una fuerte alianza políti-ca, en cuyo marco se materializaría undeterminado reparto de Marruecos quese acompañó de la imposición del Pro-tectorado franco-español. ■

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ALGECIRAS. 1906: LA GRAN PARTIDA DEL PODER EN EUROPA

El sultán de Marruecos Muley Hassan, en una imagen publicada por La Ilustración Española y Americana, poco antes de la Conferencia de Algeciras.

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En 1898 culminó dramática-mente la crisis final de la polí-tica exterior que la España dela Restauración venía realizan-

do desde hacía más de veinte años; pri-mero, con la constatación del poco va-lor práctico que tenía la orientación ha-cia Alemania que había caracterizado esapolítica; después, con el desarrollo de ungran desastre colonial que dejaría pen-diente el problema de la búsqueda deuna garantía internacional para la venci-da metrópoli y sus islas y enclaves ad-yacentes. En cualquier caso, la pérdidade Cuba, Puerto Rico y Filipinas y la ven-ta a Alemania de Carolinas, Marianas yPalaos transformaron la estructura terri-torial del Estado y concentraron sus in-tereses estratégicos exclusivamente en laregión del estrecho de Gibraltar, dondese cruzaban los intereses predominantesde sus dos vecinos más poderosos.

Con los ingleses instalados en Gibral-tar, desde 1713, y los franceses en Argel,desde 1830, los gobiernos españoleshabían vigilado de cerca la evoluciónde Marruecos y habían considerado las

ventajas de aprovechar su debilidad pa-ra proteger su flanco sur. Sin embargo,Madrid había constatado, tanto en 1860como en 1893, que, por más que la re-lación de fuerzas hispano-marroquí fue-ra favorable a España, las grandespotencias, dirigidas por Inglaterra y Fran-cia, no tolerarían la acción unilateral es-pañola. En Marruecos se cruzaban losintereses estratégicos de España conlos económicos y/o estratégicos de In-glaterra, Francia, Italia y Alemania y,mientras no se produjera algún acuerdode reparto entre los grandes, la cuestiónmarroquí permanecería cerrada.

Al borde del conflictoConviene no perder de vista que el man-tenimiento del statu quo en Marruecoshabía tenido mucho que ver con losveinte años de fuerte antagonismo co-lonial franco-británico, que la alianzafranco-rusa de 1893 había fortalecido elantagonismo de esos dos aliados con In-glaterra y que, en el otoño de 1898, fran-ceses y británicos habían estado al bor-de de un conflicto armado en Fachoda

por el control del Alto Nilo. Sin embar-go, aunque a finales de 1898 parecieradescartado el menor entendimiento en-tre Francia e Inglaterra, la situación in-ternacional estaba a punto de transfor-marse.

En primer lugar, la Tercera RepúblicaFrancesa, tras su grave crisis de 1898 (Fa-choda/Dreyfus), imprimió a su políticaexterior una particular determinaciónque encarnó su nuevo ministro de Asun-tos Exteriores, Téophile Delcassé, quien,en diciembre de ese mismo año, se sin-ceraba con uno de sus embajadores:“Para Rusia, como para Francia, Ingla-terra es un rival, un competidor cuyosprocedimientos son a menudo muy de-sagradables, pero no es un enemigo yciertamente no es el enemigo... ¡Ah, miquerido Paléologue, si Rusia, Inglaterray Francia pudiesen convertirse en aliados

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Madrid cambia de baraja

LA CARTAFRANCESAEn un ambiente de derrota y aislamiento, el gobierno de Francisco Silvela abandonó lapolítica germanófila para acercarse a los interesesde París. Rosario de la Torre explica cómoMarruecos se convertirá en moneda de cambio y en la transacción terminará implicándoseInglaterra. Está fraguándose la Triple Entente, la alianza que se impondrá en la Gran Guerra

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frente a Alemania!”. Delcassé llegaba dis-puesto a buscar un triple alineamientoanglo-franco-ruso, con un doble propó-sito: disponer de medios para resistir conéxito cualquier posible agresión de Ale-mania y preparar una plataforma polí-tica con la que obtener ganancias sinel uso de la fuerza, en particular, enMarruecos.

Por otra parte, también empezó acambiar la política británica. Durante elsiglo XIX, Inglaterra, segura de su fuer-za económica y naval, dueña del mayorimperio del mundo, se había podidopermitir el lujo de no necesitar aliadospermanentes. Sin embargo, a finales desiglo, la alianza franco-rusa había unidoa sus dos principales adversarios mien-tras se desencadenaba un nuevo yformidable imperialismo en medio deuna no menos formidable carrera de

armamentos navales: los británicos ne-cesitaban apoyos permanentes. Aunqueel principal condicionante de la políti-ca exterior británica de estos años radi-caba en la defensa de sus posiciones enAsia oriental, los gobiernos de Londresvigilaban también con atención el Me-diterráneo occidental, en general, yMarruecos, en particular.

El último sultán independientePues bien, si durante el último cuarto desiglo, Marruecos, bajo la autoridad delsultán Muley Hassan (1873-1894), no ha-bía sufrido graves interferencias eu-ropeas, Londres intuía que sus dos ve-cinos más poderosos estaban dispuestosa hacerlo: España, para controlar el otrolado del mar de Alborán, el entorno deCeuta y Melilla y el hinterland de las Ca-narias; Francia, para extender la frontera

de Argelia. Cualquiera de esas dos in-terferencias afectaría a la seguridad delestrecho de Gibraltar.

En 1894, la muerte de Muley Hassany la difícil sucesión de Abd el-Aziz enmedio de una crisis generalizada, fuela señal que anunció el final del statuquo. Salisbury, primero, y Lansdowne,después, tratarían de evitarlo mientras elForeign Office empezaba a buscar alia-dos para sostener la envidiable posiciónalcanzada en Asia oriental.

El fracaso del acercamiento a Alema-nia, que Lansdowne patrocinó en 1900,la experiencia de la soledad internacio-nal que Inglaterra padeció durante laguerra anglo-bóer (1899-1902) y la con-clusión de un tratado de alianza anglo-japonés en 1902, fueron marcando el ca-mino del cambio en las viejas posicio-nes de Londres.

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ALGECIRAS. 1906: LA GRAN PARTIDA DEL PODER EN EUROPA

Una batalla de la Guerra de Áfricade 1860, la última intervenciónmilitar de España en Marruecos

antes de la Conferencia deAlgeciras, por Álvarez Dumont,

Madrid, Palacio del Senado.

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También España, con un prestigio in-ternacional bajo mínimos, hubo de mo-dificar su política exterior tras la crisis de1898. El Gobierno conservador de Fran-cisco Silvela, que se había hecho cargodel poder en marzo de 1899, estaba obli-gado a marcar un nuevo rumbo comoconsecuencia de haberse tenido que en-frentar a Estados Unidos en la más ab-soluta soledad internacional, de haberperdido dramáticamente los restos delviejo Imperio, de experimentar el temora que los efectos del Desastre se exten-dieran a las Canarias y a la bahía de Al-geciras y sin flota para defender las cos-tas e islas nacionales y los enclavesafricanos.

Garantía internacionalSin duda, el principal objetivo debía serconseguir una garantía internacional queimpidiese nuevas pérdidas, que ahorapodrían afectar a los territorios de la re-gión del estrecho de Gibraltar. Si se tie-ne en cuenta el comportamiento ina-mistoso de los ingleses durante la gue-rra con Estados Unidos, la crisis de lasfortificaciones de la bahía de Algecirasy la oferta de Londres de un tratado desatelización, se entenderá perfectamen-te que Silvela pensara en Francia.

Tras haberse esforzado en mejorar lasrelaciones con Inglaterra –renunciando alas fortificaciones de la bahía de Algeci-ras y afirmando su deseo de mantener el

statu quo en Marruecos– en abril de 1899,Silvela trasmitió a Delcassé una propuestade gran envergadura: “En el primer ran-go de nuestros aliados naturales estáFrancia, a la que no separamos de Rusia.Nos gustaría unirlas a Alemania porquenos parece que una entente sobre tanamplias bases sería la más sólida garan-tía del mantenimiento de la paz, puesbastaría realmente para hacer fracasar lasambiciones inglesas sin necesidad de re-currir a un conflicto armado”. Si la inclu-sión de Alemania en el bloque propues-to no fuera posible, Silvela se declarabadispuesto a unirse, en cualquier caso, aFrancia y Rusia: “Nosotros les pediríamosque nos garantizasen la integridad denuestros territorios actuales, compren-diendo en ellos nuestras posesiones

africanas, poniendo a cambio, a su ser-vicio, si fuera necesario, las fuerzas mi-litares de las que pudiésemos disponer”.

El proyecto de Silvela buscaba la ga-rantía exterior de la integridad españo-la en la formación de un esquema dealianzas posible: la reconciliación de Fran-cia y Alemania y la combinación de es-tos dos países con Rusia para contra-rrestar la preponderancia naval británi-ca. Pero la situación internacional noevolucionó en la dirección deseada porSilvela: ni se formó una alianza antibri-tánica ni España consiguió la garantíaque solicitó a la alianza franco-rusa.Ocurrió algo muy distinto: bajo el im-pulso de Delcassé, se abrió la cuestiónde Marruecos y se pusieron las bases delacercamiento franco-británico.

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Algeciras, rescatada del olvido

Algeciras, que había sido en la EdadMedia una próspera ciudad portuaria

de importancia estratégica para el comer-cio mediterráneo, era, en 1906, poco másque un pequeño pueblo olvidado en la pe-riferia de España, con unas instalacionesportuarias y urbanas deficientes. Fue pro-bablemente su aspecto poco imponente,que le otorgaba un aire inofensivo a los ojosde los grandes poderes internacionales, loque explica el que fuera elegida como sede

de la Conferencia, con preferencia a las ciu-dades de Tánger o Madrid.

Algeciras ofrecía también las ventajasde acceso por mar y por tren, de gran im-portancia en una época anterior al trans-porte aéreo, además de estar cercana a lazona de conflicto. Para Algeciras, la Con-ferencia internacional sirvió para atraer laatención de las autoridades nacionales, sa-cándola del olvido administrativo que ha-bía sufrido durante todo el siglo XIX.

Francisco Silvela trató de aproximarse aFrancia para contrarrestar la influencia deInglaterra en el Estrecho.

Práxedes Mateo Sagasta desplazó brevementea Silvela, pero continuó las negociacionessobre Marruecos con Delcassé.

Téophile Delcassé, ministro francés deExteriores, buscó compromisos con Inglaterraen revancha por la presión alemana.

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En líneas generales, la acción de Del-cassé buscó el fortalecimiento de la alian-za franco-rusa, la amistad de Inglaterray la disociación de Italia de la TripleAlianza. Dado que en el momento deci-sivo del estallido de la Gran Guerra, enagosto de 1914, éste fue el esquema quefuncionó, podríamos tener la tentaciónde considerar que la política de Delcasséfue una hábil preparación de la revanchacontra Alemania. Pero no parece que fue-ra así: Delcassé desarrolló su política demanera progresiva, sin que las perspec-tivas finales se vislubraran al comienzo.Lo que realmente existía en el inicio desu ministerio fue su firme decisiónde controlar Marruecos. Esto, y no la re-vancha, determinó la transformación delsistema internacional entre 1901 y 1904.

Pero Delcassé no empezó buscandoun compromiso con Inglaterra, quizáporque estaba convencido de que Lon-dres se opondría ferozmente a sus pla-nes sobre Marruecos y, como conse-cuencia, decidió que era mejor forzar lasituación colocando a los británicos an-te el fait accompli de sendos acuerdoscon Italia y España que respetasen losintereses británicos en torno a Gibraltar,Tánger y el libre comercio. El acuerdocon Italia buscaría mantenerla al margendel reparto de Marruecos; el acuerdo conEspaña satisfaría sus viejas ambiciones,ofreciéndole una zona de influencia quecoincidiese con los intereses británicos.

Delcassé desarrolló con éxito la pri-mera parte del plan: sobre la base de losacuerdos comerciales de 1898, se le-vantaron los políticos de julio de 1902.Italia concentraba sus ambiciones en Tri-politania y Cirenaica con el benepláci-to de Francia, que recibía garantías dela neutralidad italiana si se desencade-naba una guerra en respuesta a una pro-vocación alemana. Primera carambola:despejando el camino hacia Marruecos,desactivaba la Triple Alianza.

La segunda parte del plan llevó a Del-cassé a negociar personalmente con Fer-nando León y Castillo, embajador espa-ñol en París. El ministro estaba seguro deléxito de su iniciativa, porque el Gobier-no de Francisco Silvela, como se ha vis-to, había buscado un acercamiento aFrancia, sin ocultar sus intereses en Ma-rruecos. Para preparar el acuerdo sobreMarruecos, Delcassé favoreció primero,en 1900, la negociación sobre las viejasdisputas fronterizas entre los territorios

franceses en África y las colonias espa-ñolas de Río de Oro y Río Muni, un asun-to minúsculo que podía entenderse co-mo preludio de una negociación mayor.

Una propuesta tentadoraTodo parecía marchar por el camino pre-visto tras los primeros intercambios deideas sobre un reparto de esferas de in-fluencia, cuando la negociación franco-española se vio interrumpida por la caídade Silvela y la negociación hubo de re-tomarse –siempre a través de León y Cas-tillo– con Práxedes Mateo Sagasta y consu ministro de Estado, el duque de Al-modóvar del Río. Delcassé mantuvo supropuesta: una declaración pública enfavor del mantenimiento del statu quomarroquí, un reparto secreto de

Marruecos en dos zonas de influencia,que se aplicaría sobre el terreno cuandola situación variara, y un programa pa-ra una acción diplomática concertada.

Aunque el gobierno liberal español re-clamara inútilmente una zona de in-fluencia mayor y garantías políticas másconcretas, a finales de noviembre de1902 estaba dispuesto a firmar el com-promiso. Sin embargo, una nueva cri-sis desplazó a los liberales de Sagastay devolvió el poder a los conservadoresde Silvela. Delcassé respiró tranquilo, su-poniendo que Silvela culminaría la ne-gociación de manera inmediata. Pero lascosas no sucedieron así, para enfado deDelcassé y satisfacción de Paul Cambon,el influyente embajador francés enLondres, que consideraba excesivas las

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Caricatura que alude al guiño de Rusia, Inglaterra y Francia hacia Italia, que se resiste a unirsea ellas en la Entente, publicada en La Esfera, en enero de 1915.

MADRID CAMBIA DE BARAJA. LA CARTA FRANCESAALGECIRAS. 1906: LA GRAN PARTIDA DEL PODER EN EUROPA

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concesiones a España. Silvela tenía aho-ra una percepción distinta de los riesgosde esa negociación y no firmó el acuer-do concluido por Sagasta, convencidode que Inglaterra no lo aceptaría nunca.Delcassé tuvo que modificar su estrate-gia y buscar, a comienzos de 1903, unacuerdo con Londres, mientras dejabaen suspenso su oferta a Madrid.

Aunque comprensible, el temor espa-ñol estaba injustificado. Comprensible, sise piensa en la debilidad española y enla escasa concreción de las garantías fran-cesas. Pero un mejor conocimiento de laevolución de las relaciones franco-bri-tánicas lo hubiese disipado. En efecto,aunque Delcassé quisiese presentar aLondres el hecho consumado de un Ma-rruecos francés, del que se había retira-do Italia y en el que se habían acomo-dado los intereses de España, el minis-tro francés fue siempre consciente deque, primero, debía respetar los intere-ses económicos y estratégicos británicos,y. segundo, de que debería compensarde alguna manera a Inglaterra.

Inglaterra, en medioDesde que llegó al ministerio, en juliode 1898, Delcassé se había esforzado almáximo por mejorar las relaciones conInglaterra, con el concurso apasionadode Paul Cambon. El embajador francésen Londres, en estrecho contacto per-sonal, primero con Salisbury, despuéscon el secretario del Foreign Office,Henry Lansdowne, había puesto encimade la mesa las múltiples cuestiones co-loniales que habían venido separando aLondres y París durante veinte años, conel evidente deseo de superarlas relacio-nando unas con otras.

En ese marco, Cambon introdujo, porsu cuenta, la cuestión de Marruecos y, enla segunda parte de 1902, mientras su je-fe negociaba con España, fue informan-do al gobierno británico de las intencio-nes francesas: “... en el hipotético caso deuna liquidación general de Marruecos”,Francia se reservaría la “influencia ex-clusiva” sobre la mayor parte del país, seneutralizaría Tánger y se entregaría a Es-paña una extensión de la costa medite-rránea y de su hinterland.

Aunque Lansdowne llevase cuatroaños mostrándose reacio ante las inci-taciones de Cambon, no podía ignorarque estaba sobre la mesa la oferta fran-cesa de negociar conjuntamente todas

las cuestiones coloniales que interesa-ban a las dos partes.

Por eso no era tan peligroso el acuer-do ofrecido por Francia. Pero Silvela pa-reció ignorar la mejora de las relacionesfranco-británicas y, tras rechazar la pro-puesta francesa sobre Marruecos, volvióa intentar que Francia y Rusia garanti-zaran los territorios de la monarquía es-pañola. Delcassé volvió a rechazar talpretensión y, estimando que España ha-bía dejado pasar la oportunidad que lehabía brindado, se concentró en la ne-gociación con Inglaterra.

La negociación franco-británica inclu-yó ocho cuestiones: Marruecos, Egipto,Newfoundland, Siam, Nuevas Hébridas,Nigeria, Zanzíbar y Madagascar, que fue-ron objeto de un formidable regateo re-suelto por el sencillo procedimiento deltrueque. Concretamente, en lo que a Es-paña afectaba, a cambio de un Egiptobritánico abierto a los intereses comer-ciales franceses, Londres aceptó un Ma-rruecos francés abierto a los intereses co-merciales británicos, siempre que eseMarruecos francés no hiciera peligrar laseguridad de Gibraltar. Eso quería decirque Tánger y las costas más cercanas alEstrecho quedarían neutralizadas y queel vecino del sur de Gibraltar debería serla débil España, no la fuerte Francia.

El Gobierno de Silvela quedó fuera dejuego desde el momento en que Lans-downe aceptó la exigencia de Delcas-sé de que Francia monopolizase la

negociación con España que, en cual-quier caso, sería posterior al acuerdofranco-británico. Por más que Londressupiera que España había renunciadoa la oferta francesa por temor a su reac-ción y trasmitiera a Madrid su deseo deque reconociera sus intereses, se im-pondría la posición que Paul Cambonexpresa en una de sus conversacionescon Lansdowne: “Los españoles son unpueblo que tiene dificultades para con-cretar, no saben cómo llegar a una con-clusión, tienen un tipo de mentalidadque prefiere irrealizables pero ilimitadasesperanzas a tangibles pero limitadas re-alidades... ¿Debería depender nuestroacuerdo de sus sueños y no concluirloentre nosotros en un tiempo limitadodespués de haber ido por delante?”.

La negociación franco-británica con-cluyó el 8 de abril de 1904, con la fir-ma por parte de Lansdowne y Paul Cam-bon de un conjunto de acuerdos de losque interesa de manera particular la De-claración sobre Egipto y Marruecos y loscinco Artículos Secretos que figurabancomo su Apéndice.

Asumiendo la realidadLa firma de los acuerdos franco-británi-cos de 8 de abril de 1904 produjo unaprofunda impresión en España: prime-ro fue el estupor y el silencio, despuésla prensa acusó de ineptitud a todos lospolíticos menos a Silvela, al que protegiósu conocida francofilia. La Declaración

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GRANBRETAÑA

FRANCIA

BULGARIA

GRECIA

ALBANIA

SERBIA

RUMANIAESPAÑA

SUIZA

ITALIA

IMPERIO ALEMÁN

IMPERIOAUSTROHÚNGARO

IMPERIORUSO

IMPERIOOTOMANO

PORTUGAL

Alianza de los Imperios CentralesTriple alianza de los Imperios Centrales e ItaliaAlianza franco-rusa (1892)Entente Cordiale franco-británica (1904)Entente ruso-británica (1907)Alianza ruso-serbia (1878)Pacto británico-belga de defensade la neutralidad belga

Estados de Europa CentralEstados de la EntenteEstados neutralesFuturos aliados de los imperios centralesFuturos aliados de la Entente

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EL SISTEMA DE ALIANZAS

OcéanoAtlántico

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afirmaba que el Gobierno francés bus-caría un entendimiento con el españolsobre sus intereses en Marruecos y, enuno de los Artículos Secretos, se esta-blecía una zona de influencia españolaen los territorios adyacentes a Ceuta yMelilla y en la región costera que se ex-tendía desde Melilla hasta las alturas dela orilla derecha del río Sebu; pero que-daban muchas cosas que precisar; entreotras, los plazos para llevar a la prácticael reparto acordado.

La negociación franco-española seabrió el 19 de abril. El Gobierno espa-ñol era consciente de que la posición deFrancia era mucho más fuerte que cin-co años atrás y que eso se traduciría enla reducción de la zona de influencia es-pañola, allí donde no había intereses bri-tánicos, es decir, en la valiosa región deFez; por esa razón, León y Castillo acep-tó pronto –el 21 de mayo– la zona de in-fluencia que se le ofrecía, con las tres li-mitaciones que imponía el respeto a losintereses británicos: la neutralización dela costa, la internacionalización de Tán-ger y la libertad de comercio.

En los meses siguientes, se discutió laforma que adoptaría el acuerdo. Del-cassé quería que los términos del repartopermanecieran secretos; León y Castillo,el reconocimiento público francés de lazona de influencia española. El 19 de ju-nio, León y Castillo aceptó mantener ensecreto los detalles de la partición y con-centró sus esfuerzos en la reclamaciónde la inmediata libertad de acción de

España en su esfera de influencia. Del-cassé lo rechazó, afirmando que cual-quier precipitación de España podríaprovocar un levantamiento marroquí ypretendía, por ello, que durante el pri-mer período del acuerdo –fijado en unmáximo de quince años, o menos si co-lapsaba antes la autoridad del Sultán– Es-paña no pudiera hacer nada para afirmarsu autoridad en su zona de influencia.

Durante agosto y septiembre, Delcas-sé, que tenía problemas de salud, semarchó de vacaciones, dejando claro aLeón y Castillo que ésos eran los térmi-nos de la oferta francesa y que sólo es-peraba la aceptación o el rechazo

español que, en ningún caso, frenaría supolítica marroquí.

Cuando volvió a París, a comienzos deoctubre, el embajador español le comu-nicó que estaba en disposición de firmarel acuerdo en los términos establecidosen julio con la pequeña modificación deque, en lugar de la renuncia absoluta acualquier acción para establecer su au-toridad en su esfera de influencia du-rante el primer período del acuerdo, elGobierno español prefería asumirel compromiso de no hacer nada en suzona de influencia “sin consultar primero

a Francia”. Delcassé aceptó y firmó conLeón y Castillo el acuerdo franco-espa-ñol, el 3 de octubre de 1904.

Entre gigantesEl Gobierno español dudó mucho antesde aceptar el planteamiento francés y po-día haberlo rechazado, pero eso habríaplanteado una alternativa: renunciar auna zona de influencia en el norte de Ma-rruecos y aceptar que Francia se coloca-se al otro lado del mar de Alborán o pre-tender una zona de influencia más sus-tanciosa en Marruecos bajo la garantía deAlemania. El dilema se planteó desde elprimer momento, ya que el Gobierno de

Berlín, contrariado por el acercamientofranco-británico, intentó convencer a Ma-drid de que no se comprometiera conFrancia, ofreciendo su apoyo a cambiode poder establecer bases navales en Fer-nando Poo y en la costa del futuro Ma-rruecos español. En la decisión fue clavela posición británica, que recomendó aSilvela la firma del acuerdo. En aquelladifícil coyuntura, Madrid optó por la ma-gra ración que se le cedía en el repartodel pastel marroquí, pues estaba patroci-nada por Francia e Inglaterra.

El fracaso alemán en Madrid llevaríaa la diplomacia francesa a fortalecer susesperanzas de que su acuerdo colonialcon Inglaterra sirviera para frenar las ma-niobras antifrancesas de Alemania. Talesesperanzas se cumplirían después, cuan-do el Gobierno alemán, convencido deque el acercamiento franco-británico nopodría alcanzar una dimensión políticasin la destrucción previa de la alianzafranco-rusa, se aventure a desencadenar,en 1905, una crisis marroquí con con-traproducentes consecuencias para Ber-lín, pues provocó el estrechamiento delas relaciones franco-británicas y el acer-camiento anglo-ruso sobre la base deotro reparto colonial. Se ponían los ci-mientos de la Triple Entente.

En el proceso que va de los acuerdosde 1904 a los de 1907, España cerraríasus oídos a los cantos de sirena alema-nes y se colocaría de manera definitivaen el marco de la Entente. ■

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El káiser Guillermo II. Berlín ofreció a Españaapoyo en Fernando Poo si no se comprometíacon sus rivales.

El zar Nicolás II. Silvela estaba dispuesto aunirse a Francia y Rusia a cambio del apoyo asus aspiraciones africanas.

Madrid optó finalmente por aceptar lamagra ración que le ofrecían Francia eInglaterra en el pastel marroquí

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París gana,pero Berlín

no cede

Los participantes en laConferencia deAlgeciras, en la fotooficial tomada el día desu apertura.

Algeciras fue el campo de juego donde, a propósito de Marruecos, laspotencias europeas dirimieron sus ambiciones continentales y mundiales.Rafael Sánchez Mantero analiza el planteamiento y los pactos,concluyendo que los acuerdos conseguidos no cerraban el contencioso

HERIDAABIERTA

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Aunque la Conferencia se hadesarrollado en la pequeña ybonita ciudad andaluza deAlgeciras y ha centrado su

atención y sus energías en los asuntosde Marruecos, sus orígenes hay que bus-carlos no en el sur de España ni en elNorte de Marruecos, sino en el centrode Europa”, comenzaba la crónica deldiario londinense The Times el día 9 deabril de 1906, al informar sobre la clau-sura de la Conferencia de Algeciras. Elencuentro –abierto el 16 de enero y clau-surado el 7 de abril de 1906– era un sim-ple episodio del juego político que sedesarrollaba en Europa y en el que se di-rimía la balanza de poderes en el ViejoContinente.

Las grandes potencias europeas estaban

agrupadas en dos grandes bloques des-de finales del siglo XIX. Por una parte,la llamada Triple Alianza, formada en1882 por Austria-Hungría, el Imperio ale-mán e Italia; por otra, la más joven DualAlianza formada una década despuéspor Francia y Rusia. Inglaterra, por suparte, se mantenía en su “espléndido ais-lamiento”, atenta a cualquier ruptura delequilibrio para salvaguardar la situaciónestablecida en el continente.

En este estado de cosas, tuvo lugaruna serie de acontecimientos en Extre-mo Oriente, provocados por el choqueque se desencadenó entre Rusia y Japónen 1904. Rusia perdió la guerra un añomás tarde y quedó muy debilitada a cau-sa de las concesiones que tuvo que ha-cer al vencedor. Su posición y su pres-tigio se vieron gravemente afectados. Alno poder continuar su política de ex-pansión por el Asia oriental, su atenciónse volvió hacia las cuestiones balcánicasy hacia el dominio del mar Negro.

En ese escenario, podía producirse unchoque de intereses con Austria-Hungríay también con Alemania. Así pues, co-mo consecuencia de la derrota de Rusiaen Asia y como resultado de la reorien-tación de la política del zar Nicolás II ha-cia Europa, se erosionaron las bases so-bre las que se había edificado la políti-ca exterior alemana. Pero, por otra parte,esa ruptura del equilibrio europeo ju-gaba en favor de la Triple Alianza. Ale-mania parecía poder aprovechar las cir-cunstancias mejorando su posición enEuropa a costa de Francia.

El Gobierno de París, a través de suministro de Exteriores Théophile Del-cassé, se movió rápidamente con el ob-jeto de buscar alianzas que compensa-ran el debilitamiento de su aliado deleste. También Inglaterra gravitó haciaFrancia para evitar cualquier intento demodificar el statu quo en Europa. Losacuerdos entre ambas potencias dieronlugar al establecimiento de la Entente,que no tardaría en tener sus conse-cuencias en el tablero europeo.

La Entente sembró la alarma en Ber-lín y todas sus acciones diplomáticas sedirigieron a partir de entonces a atacara Delcassé como artífice de una políticaque trataba de aislar a Alemania en elcontinente europeo y de separarla de In-glaterra. El káiser Guillermo II necesi-taba, si no el apoyo, sí el consentimientode Inglaterra para lanzarse a desarrollar

su Weltpolitik destinada a conseguir nue-vos mercados y nuevas colonias en otraspartes del mundo. Marruecos fue el es-cenario escogido por Alemania –cuyapolítica dirigía el canciller Von Bulow–para llevar a cabo su campaña de acosoa Delcassé y desbaratar la Entente fran-co-inglesa.

Territorio en disputaFrancia había conseguido que los inte-reses de España no se interpusieran ensus planes de expansión por el Norte deÁfrica, gracias a un acuerdo con el Go-bierno de Madrid. Este acuerdo se ba-saba en el reparto del país. Además deuna zona del Sahara al sur del Dar’a, losacuerdos del 6 de octubre de 1904 re-conocían como española una estrechafranja costera desde el Atlántico hasta elrío Muluya, junto con Tetuán y Larache.A cambio, se hizo una concesión a In-glaterra consistente en ceder a Tánger lacondición de ciudad internacional. Al finy al cabo, a Inglaterra tampoco le inte-resaba que Francia se quedase en ex-clusiva con la costa sur del Estrecho, pa-so que ella controlaba desde Gibraltar.De todas formas, Francia quedaba en li-bertad para llevar a cabo una política depenetración pacífica por el imperio che-rifiano que tenía, al parecer, como pro-pósito final la creación de una vasta de-pendencia en esta parte de África queabarcara, además, a Argelia, Túnez, elSudán francés y algunos otros territorios.

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ALGECIRAS. 1906: LA GRAN PARTIDA DEL PODER EN EUROPA

RAFAEL SÁNCHEZ MANTERO es catedrático de Historia Contemporánea, Universidad de Sevilla.

El zar Nicolás II y el presidente francésLoubet, durante una visita oficial del zar aParís, en 1901.

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Pleito en el Alto Nilo

Afinales del siglo XIX, en un intento por controlar y explotar mejor sus co-lonias, Gran Bretaña proyectaba construir un ferrocarril entre El Cairo-

El Cabo, que recorriera África de norte a sur (Egipto, Sudán, Kenia, Tanzania,Zambia, Zimbabue, Sudáfrica). Igualmente, Francia pretendía unir sus coloniasde oeste a este (Dakar-Yibuti, por el sur del Sahara). Ambas potencias debe-rían resolver algunos pasos políticamente complejos y atravesar tierras que apenascontrolaban, pero había un punto especialmente arduo: el sur de Sudán, don-de se cruzaban ambos proyectos.

A explorar el camino partió del Congo francés el comandante Marchand, con150 soldados metropolitanos y algunas tropas coloniales, en 1896. El 10 de ju-lio de 1898, Marchand se apoderó de los fuertes de Fachoda (actual Kodok).Inglaterra envió al general Kitchener, que acababa de vencer al Mahdi, a in-terceptar esa expedición. Con 3.500 hombres alcanzó Fachoda el 18 de sep-tiembre de 1898.

Tras la inevitable tensión, el francés, consciente de su inmensa inferioridad, seavino a compartir el lugar sobre el que ondearon las banderas británica, francesay egipcia (de donde dependía Sudán) a la espera de la decisión de sus metrópo-lis. Gran Bretaña, respaldada por una indudable superioridad militar en la zonay un incontestable dominio naval, impuso sus argumentos y, el 3 de noviembre,Marchand recibió la orden de evacuar Fachoda.

El incidente dejó honda amargura en Francia, cuyos proyectos fueron desba-ratados por el poderío británico. Los acuerdos de 1904 restañaron las heridas.

José Díez-Zubieta

• Ciudad del Cabo

Dakar•

• Fachoda

Jartum• Yibuti

El Cairo•

FranciaInglaterraAlemaniaBélgicaItaliaPortugalEspaña

Proyecto inglésde ferrocarrilProyecto francés

Ruta de Kitchener

Ruta de Marchand

TERRITORIOS oPOSESIONES (1898)

Llegada de Marchand a Fachoda, según un dibujo publicado en La Ilustración Española y Americana.

El reparto colonial de África en el momento en el quese produjo el incidente de Fachoda, en 1898.

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En enero de 1905, Delcassé envió unamisión diplomática a Fez invitando alsultán Abd el-Aziz a “restaurar el ordenen su imperio con la ayuda de Francia”.Ya en 1901 y 1902, el ministro francéshabía obligado al Sultán a firmar unacuerdo sobre la frontera entre Argeliay Marruecos. Además de definir estafrontera, el acuerdo contemplaba el es-tablecimiento, por parte de Francia, deuna administración para controlarla y pa-ra crear puestos de aduana.

La pacificación de esta área había si-do confiada al coronel Hubert Lyautey,el cual contribuyó a extender rápida-mente la influencia francesa hacia la ori-lla del Muluya. Desde entonces, el sul-tán Abd el-Aziz se había visto obligado a

solicitar préstamos al extranjero y sabíaque tarde o temprano tendría que hacerconcesiones políticas. Si ahora Abd el-Aziz aceptaba la propuesta de la misióndiplomática francesa, perdería definiti-vamente su independencia. La inter-vención de Alemania, dispuesta a par-ticipar en la tarta de Marruecos y a nodejar las manos libres a Francia en elNorte de África, se produjo mediante lavisita inesperada de Guillermo II a Tán-ger, el 31 de marzo de 1905 (véase LaAventura de la Historia, núm. 77).

Crisis, dimisión y mediaciónLa crisis desatada por esta visita provocóla dimisión de Delcassé y la convocato-ria de una Conferencia internacional, apropuesta de Alemania y Marruecos. Laresistencia que en un principio opusoFrancia a la reunión fue vencida graciasa la intervención del presidente nortea-mericano Theodore Roosevelt, que ya ha-bía participado en la Conferencia de Ma-drid, en 1880, sobre Marruecos. Para tra-tar de deshacer la Entente, Alemania to-mó además otra iniciativa: en julio de1905, Guillermo II propuso al zar Nico-lás II un acercamiento mutuo mediantela firma de un tratado defensivo en laciudad finlandesa de Bjorkö, que en rea-lidad nunca llegó a ponerse en vigor.

La “pequeña y bonita ciudad andalu-za” de la que hablaba el enviado espe-cial de The Times era a comienzos del si-

glo XX una población de poco más de20.000 habitantes, que basaba su desa-rrollo en su puerto, potenciado con lallegada del ferrocarril, en 1892. La ve-cindad de Gibraltar le había permitido,como a otras poblaciones de la zona, vi-vir durante el siglo XIX con cierta de-pendencia de la actividad económica dela colonia inglesa y participar del lucra-tivo contrabando que se llevaba a caboa través de la frontera y de su puerto. En1906, su posición geográfica en la zonadel Estrecho frente a la costa africana laiba a convertir en el lugar más idóneopara la celebración de la conferencia in-ternacional en la que se iba a decidir elfuturo de Marruecos.

Bajo el patrocinio español y la presi-

dencia del ministro de Exteriores, duquede Almodóvar del Río, acudieron a Al-geciras los representantes de Francia, Es-paña, Alemania, Gran Bretaña, Austria-Hungría, Bélgica, Estados Unidos, Italia,Holanda, Portugal, Rusia, Suecia y Ma-rruecos. Los acompañaban sus respecti-vas delegaciones de funcionarios y di-plomáticos que, junto con una gran can-tidad de periodistas, curiosos y turistas,convirtieron a Algeciras durante tres me-ses en una población cosmopolita, congran ambiente festivo, como reflejabanlos comentarios de Javier Betegón, co-rresponsal del diario madrileño La Épocay autor de un libro titulado La confe-rencia de Algeciras. Diario de un testigo(Madrid, 1906).

La agenda de la Conferencia estaba di-vidida en seis secciones:

– Importación de armas y municiones.– Creación de una policía propia.– Fundación de un Banco estatal de

Marruecos.– Mejora del sistema impositivo y crea-

ción de nuevos tributos.– Elaboración de un nuevo regla-

mento de aduanas para combatir el frau-de y el contrabando.

– Servicios y obras públicas. Las reuniones, que tuvieron lugar en

los salones del Ayuntamiento algecire-ño, comenzaron el 16 de enero de 1906y se prolongaron a lo largo de tres me-ses, en los que hubo desencuentros en-

tre los participantes y no pocas tensio-nes en el curso de los debates.

Francia juega duroLa Conferencia trató, en primer lugar, decuestiones previas de menor importan-cia. Pero las diferencias comenzaron amanifestarse cuando se planteó la crea-ción de un Banco internacional del Es-tado en Marruecos. Francia, a través desus representantes Révoil y Régnault, so-licitó una privilegiada participación enel mismo y que todos los pleitos que seoriginasen en el banco fuesen resuel-tos ante los tribunales franceses. Pre-tendía, además, dirigir la organizaciónde la policía marroquí, con una ciertaparticipación, en todo caso, de España.

Los diplomáticos alemanes Von Ra-dowitz y Von Tattenbach se opusieron aestas pretensiones. Lo prioritario debíaser la eficacia del banco y la igualdad dederechos y oportunidades para los clien-tes, es decir, trataban de que no fuerandiscriminadas sus empresas en Marrue-cos. Respecto a la policía, intentaron queestuviera bajo el control de represen-tantes neutrales, lo que significaba la ex-clusión de Francia. Y, para concluir,amenazaron con retirarse de la Confe-rencia si no se les hacía caso.

No se lo hicieron. Francia, desde suprivilegiada posición, sólo accedería arealizar algunas concesiones de menorimportancia y, pese a sus protestas,

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PARÍS GANA, PERO BERLÍN NO CEDE. HERIDA ABIERTAALGECIRAS. 1906: LA GRAN PARTIDA DEL PODER EN EUROPA

El coronel Hubert Lyautey, al quecorrespondió la pacificación de la fronteraentre Argelia y Marruecos

Las delegaciones diplomáticas, lospolíticos y los turistas convirtieronAlgeciras en una ciudad cosmopolita

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Berlín no tendría más remedio que acep-tar los acuerdos generales.

Las sesiones de la Conferencia de Al-geciras se prolongaron más de lo pre-visto. En el transcurso de los meses, ade-más del trabajo en torno a la agenda, lasdelegaciones tuvieron tiempo de hacervisitas y excursiones, de presenciar al-guna que otra corrida de toros y de asis-tir a varios banquetes y bailes de gala.

El Sultán reina; Francia gobierna Finalmente, el Acta que cerraba la Con-ferencia fue suscrita el 7 de abril de1906. En ella, las potencias signatariasreconocían que “el orden, la paz y laprosperidad” sólo pueden reinar en Ma-rruecos “mediante la aplicación de re-formas basadas en el triple principio dela soberanía y la independencia de SuMajestad el Sultán, la integridad de susEstados y la libertad económica sin nin-guna desigualdad”.

Los acuerdos quedaban estructuradosen seis capítulos que respondían al or-den establecido en la agenda de traba-jo elaborada previamente. El primero deellos se refería a la organización de lapolicía, cuyos miembros serían recluta-dos entre los musulmanes marroquíesque tendrían oficiales e instructores es-pañoles y franceses, los cuales presta-rían cinco años de servicio en los queorganizarían la policía cherifiana. Secrearía la figura de un inspector general

para esta policía, cargo que sería de-sempeñado por un oficial del ejército deSuiza y que tendría como lugar de resi-dencia la ciudad de Tánger.

El capítulo segundo del Acta prohibíala importación y el comercio de armasen todo el imperio cherifiano, exceptolos explosivos destinados a la industriay a las obras públicas y las armas des-tinadas a las tropas del Sultán. El con-trabando en la frontera de Argelia seríacompetencia de Francia y de Marruecos,y en el Rif y en las fronteras con las po-sesiones españolas, sería asunto exclu-sivo de España y de Marruecos.

El capítulo tercero contemplaba lacreación del Banco estatal de Marruecos.La concesión del banco corresponderíaal Sultán y se haría por cuarenta años. Elbanco podría emitir en exclusiva billetesy actuaría como tesorería-pagaduría delImperio. La intervención en el banco se-ría dirigida por cuatro censores nom-brados por Francia, Inglaterra, Españay Alemania. El banco se dividió en quin-ce partes, de las que Francia obtenía tres,y las demás potencias una cada una. Lasdemandas judiciales y los pleitos que seinterpusiesen ante el banco, cuya sedecentral se establecería en Tánger, habríande ser resueltas en última instancia porun tribunal suizo.

El capítulo cuarto abordó la cuestiónimpositiva. Se establecía un impuestoúnico, el tartib, aplicable a los súbdi-

tos marroquíes. Se autorizaba a los ex-tranjeros a comprar propiedades en to-do el territorio de Marruecos y se pre-veía el establecimiento de los tributosque habrían de gravar las construccio-nes urbanas y una serie de productos.

El capítulo quinto incluía un regla-mento sobre las aduanas y sobre la re-presión del fraude y del contrabando. Ypor último, el capítulo sexto, que trata-ba sobre los servicios y las obras públi-cas, establecía la garantía por parte delas potencias signatarias de que ningu-no de ellos sería alienado por interesesparticulares, sino que estarían al servi-cio de los intereses generales.

El extenso documento constaba de123 artículos, seguidos de una declara-ción de Estados Unidos en la que se exi-mía de obligaciones y de responsabili-dades en la ejecución de los acuerdos,y de un Protocolo adicional por el quese establecía la fórmula para que el do-cumento fuese ratificado por el sultánde Marruecos.

Alemania no se resignaEn lo que se refiere a la disputa entre laspotencias que habían intervenido en laConferencia, quedaba claro que Alema-nia hubo de aceptar las propuestasfrancesas que había esperado derrotar.Francia obtuvo una influencia predomi-nante en Marruecos con el apoyo de In-glaterra e Italia, aunque dicha influenciaestaba limitada por los acuerdos adop-tados por todas las potencias.

Ahora bien, al internacionalizarse lacuestión de Marruecos, Alemania –deci-dida a que no se la considerase partemenor en las negociaciones– había con-seguido, al menos, poner una serie deobstáculos en el camino de su rival. Lacuestión marroquí no quedó cerrada enla Conferencia de Algeciras y Alemaniaera todavía capaz de intervenir si Fran-cia actuaba de forma imprudente.

Berlín no tardaría en demostrar po-cos años más tarde que no se confor-maba con jugar un papel de comparsa,como pondría de manifiesto en lasnuevas crisis y en las negociaciones delos acuerdos franco-alemanes de 1909y 1911. De todas formas, la tensión en-tre estas naciones iría creciendo de talmanera a partir de la Conferencia de Al-geciras, que cualquier accidente podíaponer en peligro la paz europea, comoiba a suceder en 1914. ■

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MARRUECOS

Tánger •

Rabat

Protectorado español (1912)

Protectorado francés (1912)

Régimen especial de control internacional

Plazas de soberaníaespañola anterioresa la Conferenciade Algeciras

• Kenitra

• Mogador

• Agadir

• Alcazarquivir

IslasChafarinas

Algeciras•

Fez•

•Tâza

•Meknès

Peñón de Vélez de la GomeraPeñón de Alhucemas

Melilla •

Larache •

Casablanca •

Sidi Ifni •

Mazagan •

Safi •

OC

ÉA

NO

A T L Á N T I C O

Islas Canarias

EL REPARTO DE MARRUECOS

0 200

Km

N

• Ceuta

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Reformas fue la palabra clavedel Tratado de Algeciras. Lagran justificación para una tu-tela europea sobre Marruecos,

que acabaría en casi medio siglo de co-lonización. En el preámbulo del tratadose invocaban grandes principios: “Ins-pirándose en el interés de que el orden,la paz y la prosperidad reinen en Ma-rruecos, y habiéndose reconocido queese preciado fin sólo podrá alcanzarsemediante la introducción de refor-mas…”. En ese preámbulo se definía elmarco en el que se habían de introdu-cir unas primeras reformas que concer-nían a la policía, las fronteras, las adua-nas, la economía y las obras públicas enMarruecos. Paradójicamente, se decíadefender la integridad e independenciamarroquí pero, por el contrario, se pro-cedía a una división y reparto del terri-torio entre Francia y España, conce-diendo, además, competencias paraefectuar dichas reformas a los paísesque firmaron el Acta de Algeciras.

La palabra “reformas” era percibidadesde Marruecos de dos maneras biendistintas al sentido determinado por laspotencias europeas. Abdallah Laroui,en Orígenes sociales y culturales del na-cionalismo marroquí, distingue esosdos matices diferentes, que provenían

ALGECIRAS. 1906: LA GRAN PARTIDA DEL PODER EN EUROPA

BERNABÉ LÓPEZ GARCÍA es profesor titular,Taller de Estudios InternacionalesMediterráneos, UAM.

Muley Abd el-Azizsubió al trono en1894, a los 14 años(retrato publicado enLa Esfera tras suderrocamiento).

De Algeciras al Protectorado

El tratado de abril de 1906, bajo palabras amables y buenos deseos dereforma, ocultaba un reparto colonial. Bernabé López analiza el efectodesestabilizador que la creciente presencia extranjera supuso para lasestructuras político-económicas del reino de Marruecos

CON GUANTEDE SEDA

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de los dos sectores influyentes del pa-ís: de un lado, la administración delMajzén (Gobierno del Sultán) que en-tendía la reforma en el sentido de ni-zám, como una “reestructuración” delejército y del aparato del Estado, en lí-nea con aquellas modificaciones quelos otomanos introdujeron en el XIX;de otro, los alfaquíes, guardianes de latradición y de la ortodoxia, que la en-tendían como salah, lo que suponíauna “mejora” en otro orden de cosasmás moral que económico. Pero ni launa ni la otra iban en el sentido quele daban los europeos.

Tradición o aperturaDesde la guerra con España de 1859-60,con la injerencia exterior que supuso,permitiendo la inspección y control desus aduanas para poder pagar la deu-da de guerra, promoviendo el estable-cimiento de población europea y el de-sarrollo de una relación económica másintensa, los sultanes marroquíes habíanpadecido una crítica interior que pre-

tendía deslegitimarlos en nombre de laley religiosa, que les acusaba de estar alservicio de los extranjeros.

El dilema era preservar las costumbresancestrales o abrirse a una presión exte-rior cada vez mayor. Felipe Ovilo, mé-dico de la Legación española en Tán-ger a finales del siglo XIX, lo conta-ba en Estudios políticos y sociales so-bre Marruecos, que publicó en 1881en la Revista Contemporánea, conestas palabras: “Si fuera posible elaislamiento del Mogreb, como yalo procura su Gobierno por ins-tinto de conservación, tal vezse conseguiría prolongar sumísera existencia; pero elcomercio, vanguardia de lacivilización en esos pue-blos, abre un camino, que

en vano quieren cegar las impotentesfuerzas de los sultanes, que desde las ba-tallas de Isly y Tetuán han demostradosobre cuán débil cimiento se levanta elimperio marroquí”.

Las reformas, escasas, que trataron deimponerse en la administración a finesdel XIX, chocaron siempre con el prin-cipal problema de la imposibilidad eco-nómica de llevarlas a la práctica. Se in-tentó, como había hecho, por ejemplo,Mohamed Alí en Egipto décadas antes,enviar misiones de estudio a los paíseseuropeos con el fin de preparar a jóve-nes para las tareas del Majzén, espe-cialmente el ejército, pero, a juicio de unhistoriador local contemporáneo comoel Nasiri, no produjeron los resultadosesperados por carecer de una formaciónprevia y ser un número exiguo –entre1874 y 1888, fueron enviadas a Europaunas 350 personas– “frente a una admi-nistración relativamente numerosa, ar-caica, compleja, casi ritual”, en expre-sión del citado Laroui.

Fuga de súbditosLa soberanía del Sultán había ido mer-mando en otras esferas internas. No setrataba ya de la ausencia de control so-bre el territorio insumiso, el conocidocomo bled siba, que se extendía por re-giones montañosas como el Rif o deter-minadas zonas del Atlas, sino de indi-viduos y hasta de algunas tribus que es-capaban de la influencia y control delMajzén y pasaban a convertirse en pro-tegidos de los europeos. El fenómeno

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Muley Hafiz fueproclamado sultánen Marrakech, en

1907, por quienesse oponían a las

concesiones de suhermano Abd el-

Aziz.

Muley Hafiz pasea en su carruaje oficial en una calle de Casablanca, en una postal francesa.Tras alzarse contra su hermano Abd el-Aziz en 1907, logró deponerle en enero de 1908.

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crecía favorecido por el incremento dela presencia extranjera, que acudía al so-caire de la liberalización del comercio.Cada comerciante extranjero lograba te-ner a su alrededor algunos protegidos yesta institución, la hmaya (protección),llegó a extenderse entre sectores nume-rosos de la élite que trataban evitar losabusos del poder central.

El Sultán, alentado por los sectores tra-dicionalistas de los ulemas que veían enlos protegidos “musulmanes desobe-dientes o renegados”, llegó a convocarvarias reuniones internacionales para re-gular el tema, que concluirían en la Con-ferencia de Madrid de mayo de 1880.Antonio Cánovas, anfitrión de la confe-rencia, haría referencia en su discursoa las inevitables reformas que el veci-no país necesitaba para incorporarse alconcierto de las naciones: “Otro lazo de-be de unir todavía a esas mismas po-tencias: el deseo de conciliar, con el re-conocimiento de sus derechos, estable-cidos por estipulaciones solemnes, lasnecesidades de orden interior que se im-ponen a todo Gobierno, y el firme pro-pósito de facilitar al de Marruecos losprogresos que le permitirán, por la re-forma gradual del estado social del país,llegar a ser él mismo el primer protectorde las personas y de los intereses quesalvaguardan los Tratados”.

A la merma de su soberanía políticase sumó la deslegitimación promovidapor ideólogos y hombres de religión queacusaron al Sultán de alejar al Majzénde las reglas de la charia o ley religio-sa, lo que le exponía a ser sustituido porsu incapacidad para hacer cumplir la leyy por violar el pacto de la bay’a, me-diante el que había sido reconocido co-mo soberano y que le imponía comoprincipal obligación la defensa de lasfronteras. Tal amenaza terminaría con elsultán Abd el-Aziz, en 1908.

La legitimidad perdidaMuley Abd el-Aziz había subido al tro-no en condiciones confusas en 1894,cuando contaba con 14 años, a la muer-te de su padre Muley Hassan. Su entro-nización precipitada se debió a las ma-niobras del visir Ba Ahmed en contra delprimogénito Muhammad, a quien en-carceló junto con sus partidarios. Un am-biente de guerra civil marcó su llegadaal poder y no cesó hasta su destrona-miento. A los 18 años, a la muerte de Ba

Ahmed, debió enfrentarse a las guerrasinternas de una corte dividida entre lospartidarios de Francia, como su ministrode Asuntos Exteriores, o los de Inglate-rra o Alemania, como su ministro de laGuerra. Pero ni unos ni otros estabandispuestos a afrontar las reformas de-mandadas desde el exterior, sino tan só-lo a preservar el statu quo general y susprivilegios, no dudando para ello enmantener al soberano alejado de sus ta-reas de gobierno, aprovechando su fas-cinación por las fiestas, las novedadestécnicas y los regalos.

Como ya ocurriera con Egipto o Tú-

nez, la colonización vino precedida delagotamiento económico. El gasto públi-co había ido incrementándose, requi-riendo nuevos créditos, algunos a inte-reses exorbitantes. Los impuestos, esca-sos y mal administrados, y la recauda-ción de las aduanas, muchas veces des-falcadas, llevaron al país al borde de labancarrota. Cuenta Abdallah Laroui quepara crear un cuerpo de policía moder-na en Tánger –una de las disposicionesdel Tratado de Algeciras– el Gobiernohubo de pedir préstamos a cualquierprecio e, incluso, en 1907, llegó a soli-citar a su ministro de Hacienda que hi-

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DE ALGECIRAS AL PROTECTORADO. GUANTE DE SEDAALGECIRAS. 1906: LA GRAN PARTIDA DEL PODER EN EUROPA

Fotografía de la entrada del Káiser en Tánger en 1905. La visita fue un recordatorio alemán delas pretensiones de Berlín al reparto africano, lo que alarmó a París y Londres.

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potecase las joyas de la corona parapoder mantener a la administración.

Todo esto tendría consecuencias so-bre el ejercicio del gobierno. El des-prestigio del Majzén fue acompañadopor el desarrollo del bandolerismo, queamenazó el orden, especialmente en lasregiones donde abundaba la poblacióneuropea como en los alrededores de Te-tuán. Se incrementó, también, el poderde algunos grandes caídes, que se com-portaban como señores feudales.

Poderes discutidosAlguno de éstos, como Ahmad el-Rai-suni, llegaría, incluso, a utilizar el ban-didaje, secuestrando a personajes influ-yentes como el periodista británico Wal-ter Harris. Famoso fue, también, el tra-ficante de armas Perdicaris, que se hi-zo reconocer caíd por el Sultán, logróestablecer un pequeño imperio en elnorte marroquí y se construyó un pala-cio en Arcila. Otros, al sur, como el caídEl Glaui, hicieron lo propio en torno aUarzazat y a la fortaleza de Teluet, o co-mo el caíd Mtugui, en la Mtuga, y el caídGundafi, en las proximidades del puer-to de montaña del Tizi n’Tichka.

La deslegitimación del soberano llegó,incluso, por la vía de los pretendientesal trono, que usurparon el nombre delhermano mayor de Abd el-Aziz, Muham-mad, apartado del trono. Fueron varioslos que, en los últimos años del sigloXIX, dirigieron movimientos legitimistas,algunos de ellos en Taza, donde surgióel más conocido de todos, Yilali al-Zar-

huni, apodado el Roghi Bu Hamara, quellegó a proclamarse sultán en dicha ciu-dad de Taza, en 1902.

La revuelta que acaudilló y que se ex-tendió hasta los confines de Argelia y laregión de Melilla le dio tal poder, que seatrevió a hacer concesiones de terrenosy yacimientos, como la de las minas deBeni Bu Ifrur, efectuada por 99 años en1904, en favor de una compañía fran-cesa. En 1907, hizo lo propio con laCompañía Española de Minas del Rif, loque llevó a las autoridades españolas deMelilla a contemporizar con Yilali al-Zar-huni, instalado en su plaza fuerte de Ze-

luán, hasta su caída en 1909. Pero lagran contestación a Abd el-Aziz provinode su hermano mayor, Muley Hafiz,alentado por una oposición religiosa tra-dicional que acusaba al monarca de en-tregarse a los extranjeros. Para contra-rrestar las críticas, Abd el-Aziz había tra-tado de resguardar sus decisiones tras laconsulta a los representantes de las tri-bus y poblaciones de las regiones quecontrolaba –el bled majzén.

La chura o consulta era una institu-ción de buen gobierno islámico y bajoese paraguas religioso convocó, en 1901,un Maylis al-a’yan o Asamblea de no-tables para estudiar la propuesta ingle-sa de un programa de equipamiento y,

años más tarde, en 1904, para estudiarotro programa francés de reformas. Pe-ro para entonces había cuajado, sobretodo en Fez, una oposición urbana entorno a una personalidad como Muham-mad al-Kettani, amparado por el pres-tigio de su zagüía (cofradía religiosa),que llegaría a inspirar una fetua res-ponsabilizando a los extranjeros “denuestra decadencia, nuestra anarquía,nuestras luchas intestinas, la pérdida denuestra independencia, nuestra ruina”.

A costa de MarruecosLa Declaración franco-británica relativaa Egipto y Marruecos de 8 de abril de1904, conocida como la Entente Cor-diale, otorgaba a Francia un derecho depreeminencia en Marruecos, si bien re-conocía al norte de este país la posibi-lidad de una influencia española. Fran-cia e Inglaterra, según el texto del acuer-do, “inspirándose en sus sentimientos desincera amistad con España, toman enespecial consideración los intereses queeste país deriva de su posición geográ-fica y de sus posesiones territoriales enla costa marroquí del Mediterráneo”. Ellosuponía el fin del statu quo mantenidocon tanto equilibrio e intrigas en Ma-rruecos y no se hizo esperar la protes-ta alemana. El propio káiser Guillermo IIdesembarcó en Tánger el 31 de marzode 1905, advirtiendo que la modificacióndel estatuto marroquí no podía hacerseal margen de una decisión colectiva de

las potencias. De ahí nació, como ya seha visto en los artículos anteriores, laidea de la Conferencia internacional deAlgeciras.

La figura de Muley Abd el-Aziz se re-sentía progresivamente con el aumen-to de los extranjeros y de su influencia.Los incidentes sangrientos acaecidos enel puerto de Casablanca, en agosto de1907, en los que murieron unos obreroseuropeos en las obras de ampliación ymodernización, dieron pretexto para elbombardeo de la ciudad por parte de laArmada francesa, apoyada por el buqueespañol Álvaro de Bazán, seguido porun desembarco de tropas.

Abd el-Aziz no supo dar una respuesta

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La creciente presencia extranjera enMarruecos provocó en 1907 la primeraexpresión de un nacionalismo marroquí

Desembarco de pasajeros en el puerto de Casablanca a principios del siglo XX, en una postalfrancesa. Todo un símbolo de la creciente influencia europea en el Magreb.

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convincente a sus súbditos y fue des-bordado por los acontecimientos. Mien-tras los opositores, como al-Ketni, co-rrieron en apoyo de los damnificados, élresponsabilizó de lo ocurrido al “popu-lacho de los alrededores dedicado al pi-llaje y al asesinato”, lo que pareció unaclaudicación ante los extranjeros.

No es de extrañar, pues, que tan só-lo once días después del bombardeo yocupación de Casablanca por los fran-cesas, el 16 de agosto de 1907, MuleyHafid fuera proclamado sultán en Ma-rrakech. El movimiento en favor del pre-tendiente ha sido considerado como laprimera expresión de un nacionalismomarroquí.

Una premoniciónAlgo de esto entreveía Ramiro de Maez-tu en un artículo publicado en 1907 enla revista africanista España en África, alconsiderar que “la proclamación de Mu-ley Hafiz en Fez (…) es el primer pasode una resurrección que se volverá con-tra sus provocadores (...) Nos es dema-siado evidente la existencia de un almanoble en Marruecos. Es verdad queduerme, que duerme hace siglos, perotambién lo es que puede despertar, quedespertará seguramente si la hostigan”.Y acababa expresando su desacuerdocon una acción militar que habría deprovocar el efecto contrario del espe-rado: “Nosotros, españoles, sabemos quetoda acción militar sobre un pueblo fun-damentalmente patriota y altivo como esel marroquí tiene que determinar forzo-samente una reacción espiritual funes-ta para los invasores”.

Marruecos quedaba dividido en dos,las ciudades de la costa apoyando a Abdel-Aziz y las del interior, a su hermanoMuley Hafiz. Con éste estaban todos losgrandes caídes del sur y, también, al-gunos del norte, e incluso el impostorRoghi Bu Hmara se mostró dispuesto areconocerlo, a cambio de su designacióncomo representante del nuevo sultán enla zona de Uxda. La batalla final se di-rimió en Fez, donde reinó durante casimedio año un clima de protesta a causade los nuevos impuestos y de intrigasentre partidarios de los sultanes.

La balanza se inclinó a favor de Mu-ley Hafiz tras un proceso de deposiciónde Abd el-Aziz, llevado a término el 4de enero de 1908. La destitución se hi-zo de la manera más acorde con la tra-

dición musulmana, tras la consulta delas personas influyentes, la presenciade notarios, y la decisión de los ulemasque consideraron al soberano reinanteincapaz de defender el país frente a losextranjeros, cada vez más presentes enla frontera con Argelia, en los confinesdel Sahara, en la región de Casablancay en las proximidades de Larache y Al-cazarquivir, en donde los españoles to-maban posiciones para evitar que losfranceses se instalasen más allá de don-de les correspondía en el reparto a quesecretamente habían procedido.

Impuestos ilegalesOtras acusaciones de los ulemas parajustificar la deposición de Abd el-Aziz sereferían a la sustitución de impuestos co-ránicos por otros ilegales como el ter-tib o los maks, el establecimiento de unBanco de crédito y la corrupción y de-rroche del erario público. Al mismotiempo proclamaron a Muley Hafiz, aquien se le impuso la lucha y vigilan-cia contra los extranjeros, la aboliciónde los impuestos ilegales, el reforza-miento de las instituciones islámicas y elreconocimiento de los privilegios de losulemas y hombres de religión.

Sin embargo, ninguna de estas cláu-sulas pudo cumplirse, siendo inexorableel avance de los europeos ante la crisisdel Majzén y la bancarrota del Estado.Finalmente, el general Lyautey impon-drá a Muley Hafiz el tratado del Protec-torado el 30 de marzo de 1912, no que-

dándole al Sultán otra posibilidad que laabdicación y el exilio, como su herma-no, a la ciudad de Tánger. España se ve-ría finalmente enredada en la cuestiónmarroquí mediante el acuerdo hispano-francés de 27 de noviembre de 1912, porel que se estableció la zona de Protec-torado español, ratificada por el nuevosultán, Muley Yussef, el 14 de mayo de1913. Un sultán a la medida, “piadoso,honrado, pero impotente”, como lo ca-lifica Charles-André Julien. Paradójica-mente, el Protectorado habría de servirpara reforzar a dinastía alauí que, en losalbores del siglo XX, atravesó el peorperíodo de su historia y estuvo al bordede la desintegración.

Lyautey no aceptó los consejos dequienes insistían en que asentase en eltrono al Cherif de Uezzan, descendien-te de la dinastía idrissí, la primera que seinstaló en Marruecos en el siglo VIII, yconsolidó así un sistema político que re-nacería tras la independencia del país,en 1956, y llegaría hasta nuestros días.Las reformas, sin embargo, siguen sien-do, un siglo después, el gran desafío deun reino que no logra dar el paso defi-nitivo hacia su modernización. ■

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DE ALGECIRAS AL PROTECTORADO. GUANTE DE SEDAALGECIRAS. 1906: LA GRAN PARTIDA DEL PODER EN EUROPA

RAFAEL SÁNCHEZ MANTERO ha publicado “Lasguerras españolas en el patio trasero”, en el

Dossier “España-Marruecos, atracción fatal”, enel núm. 50 de La Aventura de la Historia.ROSARIO DE LA TORRE publicó “Tánger, 1905.Órdago del Káiser”, en el núm. 77 de La Aventu-ra de la Historia.

PARA SABER MÁS

Postal española con la figura de un campesino del norte de Marruecos. A España lecorrespondió tan sólo una pequeña franja en el reparto del imperio cherifiano.