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ALBERTO SALCEDO, LAS CLAVES DE UN CRONISTA
Jhony Giraldo López
Estudiante
Trabajo de grado para optar por el título de Comunicador Social
Campo profesional: Periodismo
Sergio León Ocampo Madrid
Director
Pontificia Universidad Javeriana
Facultad de Comunicación y Lenguaje
Pregrado Comunicación Social
Bogotá, D.C. mayo de 2018
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CARTA DE AVAL PARA TRABAJO DE GRADO
Constituye un gran placer para mí presentar a la facultad el trabajo de tesis de Jhony Giraldo
López, titulado “Alberto Salcedo, las claves de un cronista”, una investigación acerca del más
importante escritor de no ficción en la actualidad en Colombia y una de las voces más reputadas
del periodismo narrativo en lengua española.
El presente trabajo tiene varias virtudes, pero la más protuberante es una investigación de
campo muy intensa que exigió al estudiante varias jornadas de entrevista con el personaje
central, en una labor de acercamiento académico y humano muy enriquecedora. Además,
implicó el desplazamiento a regiones del país donde Alberto Salcedo vivió su infancia y su
tiempo de estudiante universitario, lo cual permitió encontrar varias de las claves definitivas
para entender la sensibilidad del escritor, su apuesta por el género y por el oficio, su profundo
acento caribe y su adscripción a la causa de los olvidados, incluidos aquellos que con el manejo
de algún arte u oficio consiguieron salir de la marginalidad.
Lo otro que es muy valioso en este trabajo es la evidente maduración profesional, y en
particular en la expresión escrita y en la habilidad investigativa del estudiante Jhony Giraldo.
Por lo anterior, me permito someter a consideración de ustedes el presente trabajo.
Sergio Ocampo Madrid
Profesor
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“La universidad no se hace responsable por los conceptos emitidos por sus alumnos en
sus trabajos de tesis. Sólo velará porque no se publique nada contrario al dogma y a la
moral católica y porque las tesis no contengan ataques personales contra persona alguna,
antes bien se vean en ellas el anhelo de buscar la verdad y la justicia.”
Artículo 23, resolución No 13 del 6 de Julio de 1946,
por la cual se reglamenta lo concerniente a Tesis y Exámenes de Grado en la Pontificia
Universidad Javeriana
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Tabla de contenido 1. Resumen .......................................................................................................................................... 6
2. Reflexión ......................................................................................................................................... 6
3. Metodología .................................................................................................................................. 11
4. Objetivos ....................................................................................................................................... 13
4.1 Objetivo general .................................................................................................................... 13
4.2 Objetivos específicos ............................................................................................................ 13
5. Crónica: Alberto, las claves de un cronista ................................................................................... 14
5.1 Alberto Salcedo Ramos: orígenes del escritor, desarrollo como periodista y profesor ........ 14
5.2 Las tradiciones del pueblo..................................................................................................... 18
5.3 Alberto Ramos ...................................................................................................................... 19
5.4 Elvia Quiroz .......................................................................................................................... 20
5.5 Personajes ............................................................................................................................. 20
5.6 Amigos de Arenal ................................................................................................................. 21
5.7 Leopoldo Mena y Chelo Cortés ............................................................................................ 22
5.8 Reinel Vega ........................................................................................................................... 25
5.9 Roger Rodríguez Jiménez ..................................................................................................... 25
5.10 Rodolfo Enrique Ramos Jiménez .......................................................................................... 26
5.11 Profesores del colegio ........................................................................................................... 27
5.12 La hora de emprender un camino .......................................................................................... 28
5.13 Universidad Autónoma del Caribe ........................................................................................ 30
5.14 Sigifredo Eusse, el gran “dictador” ....................................................................................... 31
5.15 Jesús Correa .......................................................................................................................... 33
5.16 El oficio periodístico ............................................................................................................. 34
5.17 El Universal .......................................................................................................................... 36
5.18 Jorge García Usta .................................................................................................................. 37
5.19 Aterrizaje en Bogotá ............................................................................................................. 38
5.20 Vida de Barrio ....................................................................................................................... 40
5.21 De un hombre obligado a levantarse con el pie derecho ....................................................... 41
5.22 El Escritor ............................................................................................................................. 43
5.23 Soho y El Malpensante ......................................................................................................... 44
5.24 El Profesor ............................................................................................................................ 45
6. Conclusiones ................................................................................................................................. 48
7. Bibliografía ................................................................................................................................... 50
8. Anexos .......................................................................................................................................... 52
8.1 Anexo 1. Entrevistas ............................................................................................................. 52
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8.1.1 Primera entrevista Alberto Salcedo Ramos. Infancia.................................................... 52
8.1.2 Segunda entrevista Alberto Salcedo Ramos. ................................................................ 61
8.1.3 Tercera entrevista Alberto Salcedo Ramos. .................................................................. 71
8.1.4 Entrevista a Carlos Mario Correa .................................................................................. 78
8.1.5 Resumen entrevista José Navia. .................................................................................... 86
8.1.6 Entrevista Roberto Herrscher ........................................................................................ 94
8.2 Anexo 2. Registro de información ...................................................................................... 100
8.3 Anexo 3. Registro fotográfico ............................................................................................. 101
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1. Resumen
El trabajo periodístico de Alberto Salcedo Ramos es fascinante y de una importancia
capital para el estudio del género de la crónica y el reportaje, no solo en Colombia sino en el
mundo hispano, y no solo en el ámbito periodístico sino en el de la literatura que producen
estos países. Sus textos, como La Eterna Parranda, El oro y la oscuridad, De un hombre
obligado a levantarse con el pie derecho, y la Travesía de Wikdi, lo han hecho un escritor del
canon, un imprescindible legitimado por sus pares como el mejor cronista del siglo XXI en
Colombia. Después de cientos de horas de entrevistas con Salcedo, con sus familiares,
amigos, colegas y de revisar la totalidad de su obra, entrevistas y perfiles sobre él en la
prensa, y hasta sus álbumes familiares, este trabajo busca integrar la vida del escritor, en sus
etapas más determinantes, con sus crónicas y columnas, para encontrar las claves de su estilo,
las temáticas más recurrentes, los hilos conductores, los acentos, las apuestas estéticas e
inclusive las búsquedas y finalidades de un periodista que reivindica la no ficción y la eleva
hasta las cotas más altas de la literatura.
2. Reflexión
Alberto Salcedo Ramos es considerado por la comunidad académica e intelectual
como uno de los mejores exponentes del periodismo narrativo en los últimos tiempos. No en
vano ha sido seleccionado para representar a Colombia en la FNPI (Fundación Nuevo
Periodismo Iberoamericano) como maestro y difusor del género, y también como integrante
del selecto grupo de “Nuevos cronistas de Indias”.
Roberto Herrscher, vocero de la FNPI en representación de Argentina, dice sobre
Salcedo que “él es alguien necesario, es un grande humilde, es alguien que tiene una enorme
luz interior pero que no la presenta con soberbia sino desde la modestia. Alguien que nunca
se olvida de dónde viene. En ese sentido viene de un mundo que es rico en música y en
palabras pero que es pobre en otros sentidos; viene del mundo de los de abajo y no lo olvida.
También es un lector muy ávido”.
La dimensión de este trabajo incluye la investigación sobre el origen regional del
cronista, su infancia, los años como estudiante universitario, su época como reportero en
varias empresas periodísticas y su difícil llegada a Bogotá en la década de los 90. Estas etapas
se escogieron porque explican cabalmente aspectos como el acento Caribe de su obra, su
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predilección hacia temáticas que involucran marginalidad, desamparo y periferia, en un tono
que plantea siempre un reclamo sutil, un compromiso, y también sus derroteros y ambiciones
en el proyecto de ser escritor.
Andrés Puerta, escritor del libro “La Mirada del Cronista; el método de Alberto
Salcedo Ramos” dijo en una entrevista con Diario de Paz Colombia: “Alberto Salcedo es un
cronista bastante diverso que trabaja un gran número de temas. Inicialmente eran los temas
que más le interesaban, como por ejemplo los músicos u otro tipo de personajes, entre los que
estaban los perdedores”.
Para recrear el pasado de Salcedo, el trabajo se vale del testimonio de varios
protagonistas emblemáticos que hicieron parte de cada etapa. Sobre la infancia, opinan sus
mejores amigos del pueblo, su abuela y quienes fueron sus profesores en el colegio. Sobre la
etapa como estudiante aportan sus voces los dos profesores que él más recuerda de la
Universidad Autónoma de Barranquilla y como periodista, hablan colegas que compartieron
con él en las salas de redacción. Todo esto implicó un intenso trabajo de campo que incluyó
moverse en Arenal (Bolívar), en Barranquilla y Cartagena. Obviamente, también en Bogotá.
El contenido del material que contiene este trabajo es totalmente inédito porque se
basa en el testimonio de terceros que nunca han hablado con otro investigador sobre el tema.
Actualmente no hay textos, escritos por alguien distinto a Salcedo, que cuenten los rasgos de
quién era “El Niño” en San Estanislao de Kostka (o Arenal), en las aulas de clase, en las
calles o en la zona rural de este municipio donde vivió hasta graduarse del colegio. Tampoco
hay registros de sus tiempos en la sala de redacción de El Universal ni de cómo fue su llegada
a Bogotá, ni de los apuros e inconvenientes que enfrentó para poder publicar su primer libro
en la capital.
El proceso de preproducción se inició desde la primera entrevista exploratoria que le
hice a Alberto, en octubre 15 del año pasado (ver Anexo 1) El primer reto fue entablar una
relación de confianza con el protagonista, pues las respuestas que me daba a las preguntas
eran bastante similares a las que siempre respondía en entrevistas con medios de
comunicación y en sus conferencias. Además, algunas de ellas se referían a detalles
específicos de su vida personal como la relación que tenía con su familia, los diferentes
escenarios en que alguna vez se sintió menospreciado y lo difícil que fue su llegada a Bogotá,
pero en su mayoría correspondían a información ya publicada por él mismo en sus columnas
de opinión y en otros textos.
Con el tiempo, el problema se fue resolviendo. Además de las entrevistas, decidí
acompañarlo a sus actividades cotidianas, entre ellas, una conferencia que dio a finales de
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2017 en la biblioteca La Marichuela, en Bogotá, y visitas a la emisión de su programa radial
Del Canto al Cuento, que realiza en compañía de Mario Jursich. Después de esto se construyó
un vínculo de confianza que le permitió darme varios detalles íntimos y desconocidos de su
vida. En buena medida, considero que ese puede ser un primer valor y un aporte novedoso de
este trabajo.
Además del acompañamiento mencionado, mi director de tesis me pidió que, de modo
paralelo, me acercara al personaje a través del testimonio de varios de sus colegas, para ver
cómo lo perciben, qué saben de él, qué le admiran o reprochan, qué le emulan, y así validar el
ascendiente y la relevancia que parece tener sobre el resto de cronistas. Mucha de esta
información sirvió fundamentalmente de back ground, de mejor comprensión del personaje,
de entrenamiento en la investigación y de prefiguración del ser humano y del profesional.
El primer entrevistado de ellos fue el periodista José Navia Lame (ver Anexo 1) Nos
reunimos en el emblemático Café Pasaje, que queda en la plaza de la Universidad del
Rosario, en Bogotá, donde Navia es profesor. Allí, discutimos las diferencias que tiene el
oficio de un cronista cuando trabaja de manera independiente y de cuándo debe responderle a
un editor en una empresa periodística, así como a los intereses de esta. José reconoció la
importancia que tiene Alberto no solo en Colombia, sino también el papel de líder que ostenta
en el grupo del FNPI. Es tanto el respeto que admite sentir por Alberto Salcedo, que no le
cuesta reconocer: “Salcedo es el líder de la manada en Colombia”. Navia Lame es reconocido
por sus libros Confesiones de un delincuente y La Fuerza del Ombligo. Sus crónicas tratan
temas sobre el conflicto armado en el Cauca y el papel de los indígenas en el conflicto
armado.
El siguiente paso fue entrevistar a Carlos Mario Correa, quien tiene un Magíster en
Literatura Colombiana de la Universidad de Antioquia y es profesor de periodismo en la
Universidad Eafit (ver Anexo 1). Correa es un experto en el tema de la crónica periodística
colombiana y coincide en que Alberto es actualmente el autor más relevante de esta corriente
en el país por la periodicidad de sus publicaciones, la producción abundante, su trabajo a
nivel internacional y por los elementos adicionales que ha ido adquiriendo como pensador y
académico del género así como por el carácter magistral y la vocería otorgados a él. Lo que
más destaca Carlos Mario sobre Salcedo es que está embebido y matizado por la cultura
Caribe.
Para enriquecer el punto de vista de la reflexión académica sobre la relevancia del
escritor, la siguiente entrevista fue con la profesora Mariluz Vallejo. Ella compartió con él los
años en que fue docente de la Pontificia Universidad Javeriana. Para Mariluz, el valor
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intrínseco del narrador está en las historias que cuenta. Recuerda con mucha admiración una
crónica para televisión que él hizo en su programa Vida de Barrio, a finales de la década de
los 90, en la que unas mujeres de escasos recursos prestaban el servicio de parteras en los
barrios de la periferia de la capital.
El siguiente paso fue organizar un viaje a las ciudades de Barranquilla, Cartagena y
San Estanislao de Kostka (Arenal). La intención de estas visitas era reconstruir episodios de
la infancia y la juventud con los personajes que se mencionan en el transcurso del trabajo, y
que constituyeron el círculo social del cronista en esos años. La jornada se realizó durante
una semana y media, desde el 3 de diciembre hasta 13 del mismo mes, del año pasado.
La primera ciudad visitada fue Cartagena. A pesar de haber contactado a Jaime Abello
Banfi, director del FNPI, y el más importante mentor de Alberto, y a Germán Mendoza, su
colega durante años y hasta hace poco tiempo editor general de El Universal, las entrevistas
con ellos no se pudieron concretar debido a que Abello salió intempestivamente de la ciudad,
y el estado de salud de Mendoza lo imposibilitaba para hablar.
En la ciudad amurallada obtuve una entrevista con el editor de la sección de Cultura
de El Universal, Gustavo Tatis. Gustavo fue colega de Alberto a finales de los años 80 en ese
periódico y contó cómo era el personaje cuando compartían en la sala de redacción. Tatis fue
fundamental para evidenciar la relevancia del intelectual Jorge García Usta en la vida de
Alberto y conocer anécdotas personales de la entrañable amistad.
El siguiente destino fue Barranquilla. Allí estuve durante dos días buscando a varias
fuentes que me comentaran sobre la época de estudiante de Salcedo en la Universidad
Autónoma del Caribe, Entre los contemplados estuvo Ariel Castillo, conocido por ser uno de
los académicos más importantes de esta zona del país y promotor del sitio cultural La Cueva,
que es un sitio de remembranza y veneración por la figura de Gabriel García Márquez y del
famoso Grupo de Barranquilla. Desafortunadamente, también estaba fuera del país. Después
de mucha insistencia, logré contactar a los dos profesores que más recuerda Alberto durante
su paso por la Autónoma, Jesús Correa y Sigifredo Eusse.
Correa fue su profesor durante el tercer semestre de su carrera en el año 83. El nombre
de la clase que le dictó era Semántica y Semiología. El docente dice que para ese entonces no
había forma de notar el talento de Alberto porque estaba en una etapa muy temprana de sus
estudios, sin embargo, explica que era uno de los más diligentes y al que más se le veía el
esfuerzo. Para lograr esta reunión debí visitarlo en su casa, ubicada en la calle 67 de la
ciudad.
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Sigifredo Eusse fue su profesor cuando estaba a punto de finalizar la carrera.
Actualmente trabaja en la biblioteca de Combarranquilla Boston. Sigifredo se arroga el
mérito de haber sido el primero en publicar una nota de Alberto en la revista The Weekend,
una publicación de carácter independiente que él manejaba.
El viaje concluyó con la visita al municipio San Estanislao de Kostka, más conocido
como Arenal porque sus calles duraron mucho tiempo sin pavimentar y el movimiento de
cualquier objeto soltaba una polvareda inmensa que tardaba mucho en asentarse. Para ir allí
hay que tomar una flota de autobuses desde el terminal de transporte terrestre de Cartagena.
Curiosamente esa flota de buses la dirige Joselito Castro, uno de los amigos de infancia de
Alberto y quien, como se narrará en la crónica, fue coronado como el jugador más malo del
planeta.
En Arenal fui atendido por Leopoldo Mena, esposo de la alcaldesa del municipio y
otro de los amigos cercanos de Alberto durante su infancia. El entrevistado fue quien me
aportó todo el contexto sobre la vida de Salcedo en este pueblo durante sus primeros años.
Contó los detalles de su relación con la familia, los juegos que hacían, expresiones que
utilizaba en ese entonces, las costumbres que tenían con su grupo de amigos y las
características que lo perfilaban para ser un gran narrador.
Allí también encontré el testimonio de Chelo Cortés. El mejor amigo de Salcedo.
Dimos un recorrido por todo el pueblo en un mototaxi, casa por casa, de las personas que
pudieran aportar información de valor para la tesis. Los personajes fueron Reinel Vega,
Joselito Castro, Rodolfo Enrique Ramos, Luis Padilla Jiménez, Josefina Gutiérrez y Roger
Rodríguez. Todos ellos aportaron sus experiencias con el escritor durante el tiempo que vivió
allí.
Posiblemente las fuentes más importantes para la recolección de datos fueron Elvia
Quiroz, su abuela, y su tía Libia Rita. Con ellas me senté toda una mañana en la famosa casa
de la avenida Santander a revisar álbumes fotográficos y me narraron algunos detalles
personales del escritor y su relación con Alberto Ramos, su abuelo, un personaje
determinante en sus primeros años, como sucedáneo de la figura paterna. La relación de
Salcedo con sus padres biológicos, especialmente con su padre, es un asunto problemático en
el que nadie ha podido incursionar, y del que se conoce realmente muy poco. Por respeto,
este trabajo investigativo tampoco intentó indagar sobre esos temas.
Posteriormente procedí a recopilar todos los datos de las entrevistas, seleccionar los
mejores y descartar la información que no tuviera relevancia. Después del proceso organicé la
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información en su orden natural y con el director de tesis organizamos el eje transversal de lo
que sería todo el producto.
Es necesario mencionar que además de estas fuentes, el trabajo se nutrió de diversos
textos del autor para complementar detalles y anécdotas en cada experiencia. Los libros
utilizados para tal fin fueron: Botellas de Náufrago, La Eterna Parranda y El Oro y la
Oscuridad. El motivo de la selección es que contienen historias íntimas del autor y
reflexiones sobre el oficio en que se desempeña.
3. Metodología
1. Objetivos.
2. Recolección de datos: fuentes primarias y secundarias: A continuación el inventario
de las personas a las que se les realizaron entrevistas:
3. Entrevistas Duración
Alberto Salcedo (infancia) 1:14.0
Alberto Salcedo (adolescencia) 1:09.0
Alberto Salcedo (inicio como escritor,
historia de Un hombre obligado a
levantarse con el pie izquierdo).
22 minutos
Alberto Salcedo (Vida como cronista en la
revista Malpensante y Soho)
1:07.0
Carlos Mario Correa (Docente investigador
universidad EAFIT)
44 minutos
José Navia 46 minutos
Roberto Herrscher 50 minutos
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Mariluz Vallejo 50 minutos
Gustavo Tatis 58 minutos
Sigifredo Eusse (profesor universitario) 20 minutos
Jesús Correa (profesor universitario) 44 minutos
Leopoldo Mena (amigo de infancia) Apuntes
Chelo Cortés Apuntes
Libia Rita (tía) Apuntes
Joselito Castro (el jugador más malo del
mundo)
Apuntes
Ledia Salcedo (abuela) Apuntes
Roger Rodríguez Jiménez (amigo del
colegio)
Apuntes
Adolfo Amador (el dueño del balón) Apuntes
Josefina Gutiérrez (profesora de primaria) Apuntes
Luis Padilla Gutiérrez (profesor de
matemáticas en bachillerato)
Apuntes
Rodolfo Enrique Ramos Jiménez (el que le
dibujada las historias de Kaliman)
Apuntes
Reinel Vega (uno de sus mejores amigos
de infancia)
Apuntes
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4. Planteamiento teórico a partir de fuentes secundarias. (textos citados en la
bibliografía, libros, entrevistas, artículos de revista).
5. Análisis a partir de fuentes primarias (fotografías, grabaciones de audio, entrevistas
transcritas)
6. Conclusiones.
4. Objetivos
4.1 Objetivo general
Elaborar un perfil sobre Alberto Salcedo Ramos que logre vincular las vivencias y momentos
fundamentales de su vida personal con los puntos culminantes de su obra como cronista y
ensayista en columnas de opinión; esto para poder entender su relevancia dentro del género,
sus aportes y las claves de su éxito como escritor.
4.2 Objetivos específicos
1. Hacer una aproximación a los momentos vitales en la vida de Alberto Salcedo para
entender las vinculaciones de muchos episodios con su decisión por la crónica, con su
estilo, con su oficio y con los énfasis temáticos de su obra.
2. Explorar a profundidad los elementos carácterísticos que determinan a la crónica
como un género único que actúa como punto de encuentro entre la literatura y el
periodismo, y en ocasiones entre la ficción y la no ficción.
3. Hacer un acercamiento a la cultura del Caribe colombiano como marco de referencia
fundamental del cronista, en su vida, pero también en sus temáticas, en su estilo
personal y en su prosa.
4. Investigar las distintas etapas en el proceso de evolución del autor con respecto del
género de la crónica, desde los primeros tanteos escolares hasta la consolidación de
una voz literaria, pasando por los tiempos de reportero y redactor de notas en los
medios.
5. Abarcar la totalidad de la obra de Alberto Salcedo Ramos. Puntualmente sus crónicas
y sus columnas de opinión para encontrar las distintas relaciones entre su experiencia
vital y los contenidos de sus distintos productos periodísticos.
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5. Crónica: Alberto, las claves de un cronista
5.1 Alberto Salcedo Ramos: orígenes del escritor, desarrollo como periodista
y profesor
La historia ubica en 1963, el trágico asesinato del presidente Kennedy, el lanzamiento
del primer satélite ruso al espacio, la presidencia de Guillermo León Valencia y la
publicación del libro Rayuela de Julio Cortázar. Sin embargo, en San Estanislao de Kostka,
un pueblo al que el pavimento le llegó apenas un poco más temprano que el siglo XXI, ese
año1963 señala el tiempo en que nació, en Barranquilla, su hijo ilustre, el cronista de indias,
Alberto Rafael Salcedo Ramos.
A su vez, otros eventos sucedieron en San Estanislao el siglo pasado. Por ejemplo, en
1929 llegó el primer aparato de radio con el que los lugareños aprendieron a bailar la milonga
Tomo y Obligo de Carlos Gardel y El Guatecano, de Moriche y Utrera. También, en 1951 se
levantó la primera línea de ferrocarril que originó el auge de la economía local, y en 1989 la
Arquidiócesis de Cartagena de Indias, en cabeza de Monseñor Carlos José Ruiseco, declaró
su iglesia santuario nacional después de que el papa Juan Pablo II nombró patrono mundial
de la juventud al santo Estanislao de Kostka.
Aunque Los habitantes del pueblo estaban acostumbrados a las hazañas, ninguno de
ellos jamás imaginó que uno de los suyos iba a estrechar su mano con el rey de España, ni a
ganar premios como el Ortega y Gasset. Tampoco imaginaron que iba a publicar un libro
completo en francés, nada más y nada menos, que en Francia y que sería uno de los 10
escritores elegidos para representar al país en la muestra de literatura de la biblioteca Arsenal
en 2017. Por todo esto y mucho más, Alberto es el hijo ilustre de este pequeño municipio del
departamento de Bolívar. Es que el escritor llegó a Arenal a la edad de tres años, cuando su
mamá, Ledia Ramos, lo persuadió a él y a su hermana Rosario de ir a unas vacaciones que
durarían 17 años. Por tanto, recuerda el lugar como un caserío de calles torcidas y mal
trazadas, lleno de hogares de palma y bahareque, con perros, gallinas, vacas y cerdos
caminando libremente y perfumando el sitio con el olor de su estiércol. “Arenal olía a ciénaga
en época de sequía y a vegetación en tiempos de lluvia. No era un pueblo dibujado con
pretensiones estéticos sino más bien como un sitio en el que la gente necesitaba dormir”
Afirma.
Conviene, sin embargo, advertir que Chelo Cortés, su primer amigo, lo veía como
alguien tímido de medias blancas y zapatos finos al que los demás solían llamar El Niño, por
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ser el menor de todos. Para Chelo era inexplicable que una persona soportara el uso de
calcetines con semejante calor.
Son pocas las memorias vivaces que tiene Salcedo sobre sus primeros cinco años de
vida. Evoca el trepar las copas de los árboles, los montones de comida tapada que siempre
había servidos en el comedor de su casa, y una lluvia estruendosa que observaba desde su. En
ocasiones, cuando nadie lo miraba, sacaba un pedacito de cada plato lleno de comida sin que
su dueño se enterara.
Quizá uno de los alimentos más característicos de su infancia es la mezcla de la
gaseosa Kola Román con un poquito de leche de la finca de su abuelo y otra pizca de nuez
moscada. Le gustaban todos los pescados, especialmente el pargo rojo, la arepa de mote, el
arroz de camarones y el venado con coco. Por tal razón, en su casa no puede faltar el salmón
y los camarones al ajillo. Su abuela Elvia comenta que “en la casa comíamos mucho venado
porque su abuelo cazaba todo tipo de animales para traer a la casa. A veces traía venado y a
veces conejo. Cuando llegaba lo cortábamos y como él era un hombre muy organizado
contaba las presas para saber hasta qué día duraba la comida”.
Desde entonces Alberto cultivó su memoria para memorizar cosas que hoy a casi
nadie le importan. Por ejemplo, sabe de memoria todos los campeones de las series mundiales
de Béisbol, desde que los Boston Americans la ganaron por primera vez en 1903 hasta el
título más reciente en 2017 de los Houston Astros.
Es más, los amigos de su infancia cuentan que su capacidad de retentiva era tan
asombrosa que había días en que les pedía a los demás que le trajeran 22 piedras pintadas de
dos colores para luego dibujar una cancha de fútbol en la arena con la punta de una rama, y
ponía a girar una canica en el campo mientras narraba con la tusa de una mazorca los partidos
del mundial del 78 con el nombre exacto de cada jugador. “Eche, ese sabía los nombres
completicos hasta de los jugadores de Irán, para nosotros ese iba a ser el próximo Édgar
Perea, El Campeón” rememora Chelo. Cuando su abuelo no lo dejaba salir, sus amigos
jugaban fútbol al frente de su casa y él, desde el patio, les narraba el encuentro con una rama
o una mazorca desgastada que sirviera como micrófono.
De ese ambiente futbolístico, cuenta una de sus crónicas que el día en que su amigo
Joselito Castro intentó detener un disparo con las manos y el balón se le filtró entre las
piernas. Desde entonces lo coronó como el jugador más malo del planeta.
La casa en que creció Alberto era un punto de referencia en el pueblo porque está
ubicada en una esquina de la calle Santander, la principal. Todos recuerdan el lugar como “la
esquina del Viejo Albe”, por su abuelo Alberto Ramos, decorada con el polvo que le atribuye
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el nombre Arenal al municipio y porque estaba rodeada de una cerca desde donde Salcedo
jugaba y convocaba a la gallada para narrarles los partidos. Al ingresar había una sala con
unos muebles elegantes en los que estaba prohibido sentarse. “Eso es algo intrínseco de la
cultura Caribe que no he podido entender, comprar una cosa para que todos la vean, pero no
utilizarla para no dañarla y luego presumir de ser personas descomplicadas” asegura Salcedo.
También había un pasillo largo que conectaba el patio trasero donde crecían guayabos y
árboles de guanábana. Allí estaba ubicado su cuarto y el fogón de leña donde su abuela, Elvia
Quiroz, cocinaba los venados.
Alberto, costeño hasta la médula, apenas empezaba a apropiarse de la cultura Caribe.
En su crónica Si no eres el muerto ríete cuenta su primer encuentro con ella. Allí se menciona
“fue el día en que asistí a un funeral. Yo no tenía ni idea de lo que significaba la muerte; sin
embargo, me sorprendía la facilidad con que las personas hacían burlas sobre el muerto. Si
me dijeras a mí, que vas a hacer un máster en caribeñidad, entonces te diría que la
introducción es esa escena”.
El hogar de la familia Ramos queda en la intersección de dos avenidas por las que
llegaban los buses desde Barranquilla y Cartagena. Cuenta Salcedo que siempre los veía
pasar “los que iban a la ciudad amurallada iban a trabajar, mientras que los que iban a
Barranquilla iban a pernoctar o a hacer turismo. Uno lo podía notar por la ropa que llevaban
puesta”.
Es necesario recalcar que el camión que venía de Barranquilla era especial porque en
él llegaban las cintas de película que se iban a proyectar en el modesto cine de José Miguel
Fontalvo, el primer embajador de la cultura en el pueblo. Chelo recuerda que la entrada valía
un peso y que todos los metrajes que se reproducían eran mexicanos. Como un ayudante
lanzaba desde el techo del carro al suelo las películas, a Alberto le sorprendía que un objeto
tratado con tanta brusquedad, fuera capaz de contener historias tan bellas como La Ley del
Monte, de Vicente Fernández, El Albañil, de José Estrada o El Santo contra las Momias, de
Federico Curiel.
“Chaplin jamás se asomó por Arenal, pero en cambio las telenovelas siempre nos
llegaban a través de los dos canales de televisión que había entonces. Fueron el
primer referente que tuve, el primer contacto con las historias. García Márquez dice
que uno llega a la buena literatura a través de la mala, y es verdad: ¿de dónde diablos
íbamos a sacar nosotros en Arenal, el pueblo pobre y sin bibliotecas de mi infancia,
un libro de Sartre o de Tolstoi? En cambio, las telenovelas y las películas nunca
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dejaron de llegarnos. Eran malísimas, insisto, pero me despertaron la pasión por las
historias. (Entrevista concedida a Andrés Puerta e incluida en el libro El Método
Salcedo Ramos, 2017).
A pesar de los muebles elegantes y la prosperidad de la finca de su abuelo, el único
texto que existía en la casa era una biblia ilustrada titulada La Historia Sagrada, y narraba en
viñetas el Antiguo Testamento. Salcedo la leía tanto que en su casa pensaban que quería ser
sacerdote, cuando en realidad quería ser escritor. Hoy, mientras recuerda la historia de José y
sus hermanos, piensa que “uno vive la infancia sin saber que es una época que escapará de su
memoria”.
Cuando era pequeño pensaba que las formas de los verbos eran demasiado
complicadas porque los adultos siempre le estaban corrigiendo las palabras. Creía que
conjugar los verbos irregulares en los tiempos adecuados tenía un grado de complejidad que
nunca lograría superar. Solo el hecho de tener que decir, yo quepo por esta puerta, en vez de
decir, yo cabo por esta puerta, lo desesperaba. Entonces, para reafirmar sus miedos, una vez
varios adultos se le burlaron por escribir mal una palabra en el espacio del destinatario en una
carta: “Tengo un tío que era juez municipal en San Andrés. Trabajaba en el Juzgado
Promiscuo Municipal y un día le hice una carta a mano para pedirle algo porque se
aproximaba el mes de diciembre. Marqué la carta como juzgado “promisguo”, no promiscuo,
y vi que varios adultos llegaron, leyeron eso y se echaron a reír y a burlar hasta que me
explicaron. Eso me dio mucha angustia porque los adultos siempre me estaban corrigiendo;
entonces siempre tuve la sensación de que nunca iba a aprender eso, de que iba a llegar a los
80 años y no iba a saber el uso de las palabras, cosa que no es mentira; todavía hoy veo gente
que lee algo en mis redes sociales y me hace reparos”.
En 1975, cuando murió el dictador Francisco Franco, Alberto se preguntaba cómo era
posible que la gente celebrara la muerte de un profesor porque desconocía lo que significa la
palabra dictador. Pensaba que venía del verbo dictar. No estaba tan perdido, desde pequeño
presentía que los profesores vivirían de la dictadura de clase.
En la primera época de su vida era católico; no fue su decisión, pero su familia lo
bautizó en Barranquilla como dicta la tradición y fue tal vez en esa ceremonia la última vez
que alguien se refirió a él como Rafael. Tiempo después, cuando El Niño ya tenía 9 años, él y
Mario, el sacerdote del pueblo, discutían constantemente. Alberto le preguntaba dónde estaba
Dios y por qué no lo podía ver. El cura le preguntaba quién era él para creerse con el derecho
de decir que algo existía o que no existía. Tanto así fueron las cosas, que hoy en día cree que
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Dios es una creación literaria del hombre porque “si hubiéramos sido hechos a su imagen y
semejanza, no seríamos corruptibles e imperfectos. Millôr Fernandes decía que Dios sí existe,
pero no trabaja full time”.
5.2 Las tradiciones del pueblo
Son varias las tradiciones que Alberto disfrutó en su infancia. Una de las más
características de la costa fue Ángeles Somos. En su criterio, combina dos rasgos distintivos
de la costa Caribe: el espíritu expansivo y el gusto por las coplas. Cara primero de noviembre
los niños del pueblo se unían para reunir los ingredientes necesarios para preparar un
sancocho. Al son de unas coplas, visitaban las casas de las personas y cantaban: “esta casa es
de uvita, donde viven las bonitas, o, ¡anda ligero! ¡anda ligero! saca el bollo del tinajero. ¡No
te escondas! ¡no te escondas! Porque te pego con la honda”. Al final, Chelo se encargaba de
preparar el sancocho con las yucas, los plátanos y las papas que los vecinos les donaban. La
tradición contó con mala suerte por su fecha. La llegada del Halloween causó que los niños
prefirieran disfrazarse que cantar al son de unas coplas, y a finales de los años 70 dejó de
celebrase.
En la Nochebuena todos los primos de la familia se reunían en la casa para celebrar la
Navidad. A las niñas de su edad se les pedía regar la cera de brillar en las baldosas del patio y
a los niños esparcirla. Entonces él y sus familiares se forraban con trapos los pies e
improvisaban pistas de patinaje en la sala hasta que el piso quedara como un espejo. Mientras
tanto, su abuela preparaba pasteles de cerdo en el patio en un fogón de leña.
Alberto narra en su crónica Las Verdades de mi Madre que, en una noche de aquellas, Ledia
le pidió que no ensuciara su pantalón de lino cuando saliera a la calle Santander. No obstante,
la avenida estaba llena de polvo por la gente que se aglutinaba alrededor de una ruleta de
colores y números. El Niño quedó tan embelesado con aquella imagen que decidió apostar
cinco pesos que su tío Gonzalo le había regalado. Cuando llegó su turno ganó en el juego de
azar y convirtió los cinco pesos en 35. Con esa cantidad le compró a su madre una empanada
de huevo que guardó en el bolsillo derecho del elegante pantalón. Cuando llegó a la casa para
entregársela, su bolsillo estaba embadurnado de grasa. Su madre en vez de reprenderlo, se
enterneció con el gesto y lo abrazó.
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5.3 Alberto Ramos
El mayor de los Ramos, El viejo Abbe, como lo apodaban sus vecinos, siempre fue el
ejemplo de Salcedo pues se caracterizó por ser un hombre elegante, fuerte, inteligente y
autosuficiente. La abuela recuerda que nunca estaba despeinado; siempre con su traje blanco
y fresco al sol; era un cazador de animales furtivo, proveedor de cualquier necesidad que
hubiera en la casa y sobre todo picarón. Por ese motivo, Alberto lo cita siempre con esta
anécdota: “Un día, cuando mi abuelo tenía 86 años, le pregunté que si él todavía hacía
aquello…entonces se giró hacia mí, revisó que nadie estuviera cerca para que no lo
escucharan y respondió: mijo, a uno se le va la fuerza, pero se le queda la maldad”.
El abuelo fue una de las principales fuentes de inspiración del escritor. Comenta, por
ejemplo, que cuando era pequeño, él siempre le incentivó el amor por las historias y el
deporte; además de los partidos de béisbol en la radio. Evoca el 72 como el año en que
aprendió a jugar Monopolio con su hermana Chari y en el que se levantaba con su viejo a
escuchar las peleas del épico boxeador Antonio Cervantes, alias “Pambelé”, narradas por
Napoleón Perea. Salcedo escribió 38 años después, la historia del pugilista que cayó en
desgracia. El título de la crónica es El Oro y la Oscuridad, un guiño que le hizo a la historia
que escribió Gay Talese sobre Joe Louis, llamada La Fama y la Oscuridad y que le valió el
premio Grand Prix do Reel en la categoría Mejor Libro de No Ficción.
Chelo Cortés y Leopoldo Mena, sus amigos de infancia, cuentan que el abuelo de
Alberto era un hombre bastante estricto, derecho en sus cosas, que no dejaban salir solo a El
Niño y que tenía prohibido ensuciarse el pantalón aún a pesar de que el pueblo era un
polvero. Leopoldo dice “hermano cómo no se lo iba a ensuciar si le ponían todo el tiempo
shorts blancos”. Había días en que los niños iban al Canal del Dique a bañarse. Cuando las
lluvias desbordaban el muro que contiene el nivel del brazo del Magdalena y la pradera se
volvía una piscina silvestre, se lanzaban todos a jugar para refrescarse del calor. Alberto tenía
prohibido hacerlo; no obstante, cuando su abuelo estaba de caza en el bosque, se escapaba y
acompañaba a sus compañeros sin mojarse el pelo para que no lo descubrieran. Antes de que
fueran las 6 de la tarde, iba corriendo a su casa y su tía Libia Rita le cambiaba la ropa para
que estuviera listo a la llegada de su abuelo. “La relación de Alberto con el abuelo era
bastante frágil; él estimaba mucho a su viejo, pero el hombre era muy fregado. Cuando lo
descubría haciendo algo indebido, le daba unas limpias tremendas delante de todos y en
medio de la calle” evoca Mena.
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5.4 Elvia Quiroz
Hay frases de Salcedo que hacen eco, como esa de “la abuela es como la mamá, pero
en versión definitiva, y la mamá como la abuela, pero en borrador”. De esta manera describe
el amor que siente por su abuela: La vieja Elvia, como le dicen con cariño en el pueblo. Hoy,
tiene 95 años y un semblante de alegría que no cambia a pesar del tiempo. Salcedo la
recuerda como una gran cocinera, su protectora y una de sus mayores fuentes de sabiduría.
Ella lo protegía de las palizas de su abuelo cuando no obedecía y le servía raciones extra de
comida en la media noche y a escondidas. Dice Elvia mientras pasa las páginas de un viejo
álbum de fotos familiar: “él siempre fue una alegría desde que llegó a la casa. Yo sabía lo que
iba a ser porque él leía cuanto papelito se encontraba acá, contaba historias y me hacía
poemas. Un día, muy pequeñito, como de 5 años me dijo: ‘abuela abuela, no se muere, se
vive otra vez, como jardines en los pies’”.
Su audición flaquea por momentos, pero su hija Libia Rita le repite con paciencia al
oído, cada vez que no percibe las palabras de los interlocutores. Su memoria es prodigiosa,
recuerda todos los libros de su nieto adorado, su favorito es De un Hombre Obligado a
Levantarse con el Pie Derecho, su primero libro publicado por una editorial en Bogotá. “Él,
de niño, era muy ocurrente pero también muy caballero. Los domingos de misa nosotros
siempre lo sentábamos al lado de una niña morenita. Los adultos entonces siempre lo
molestaban y le decían que esa iba a ser su novia, pero a él no le gustaba. Entonces para no
pasar la pena, un día me dijo: ‘abuela yo no quiero ser el novio de ella porque la pobre se
dejó quemar mucho del sol’”.
5.5 Personajes
Arenal era el escenario de personajes como “El Cole”, “Sasao”, “Chino Pino” y
“Chibolo”. El primero de ellos era reconocido por ser el marihuanero del pueblo y armar
escándalos tremendos; el segundo iba borracho a la casa de los demás y pedía dinero a
cambio de masticar un vidrio. Alberto se sentía frustrado porque los adultos siempre lo
echaban y nunca le permitieron ver la hazaña del tipo. De los tres, el Chino Pino fue que
quien quedó grabado como una leyenda en la memoria del escritor dado que murió en 1970,
en medio de una balacera con la Policía. Aunque Alberto tenía 7 años y su familia lo
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escondió mientras sucedía, El Niño nunca vio al personaje, jamás lo conoció, sin embargo,
nunca lo olvidó.
De modo similar, a Chibolo lo describe en su columna Alabanza del corroncho como
el eterno peón de la finca de su abuelo. Una vez llegó con el encargo de amansar a un mulo
cerrero de la hacienda. Cuando fue a ponerle la montura, el animal lo recibió con una patada
en el pecho. Chibolo, que era un tipo grande, con las manos llenas de callos, le asestó un
puño en el hocico que lo dejó paralizado en el suelo, después, se le sentó encima y sentenció:
“¡maldito mulo, me ganarás en inteligencia, pero en fuerza te jodes!”.
5.6 Amigos de Arenal
Los amigos de Alberto, que hoy protagonizan algunas de sus crónicas, cuentan
algunos detalles que él ha olvidado. Los más allegados además de Chelo Cortés y Leopoldo
Mena eran Reinel Vega, Joselito Castro, Adolfito, Aida la Niña de Salvador, Adolfo Amador
y Roger Rodríguez Jiménez.
Cuando eran pequeños hacían bromas espantosas a los adultos. “Era la venganza de los niños
contra los adultos que nos venían ninguneando. Ellos bailaban, tomaban y decían cuándo
hablar y cuándo no. Esta era nuestra retaliación” cuenta Alberto. Tomaban un cinturón de
cuero, luego, buscaban entre el paisaje silvestre del pueblo a una culebra muerta. La ataban a
la correa y de un extremo le hacían un nudo con una cuerda de nailon. Por último, ponían
cuidadosamente su invención macabra en un extremo de la carretera. Cuando las señoras
incautas iban caminando, los niños halaban del nylon y les hacían pegar un grito de susto que
estremecía la cuadra por pensar que una serpiente los iba atacar.
Esta acción era en realidad bastante ingenua comparada a su travesura favorita: “La
peor de todas las maldades, era una en la que nos íbamos a un barrio distinto al de nosotros,
entonces, dos niños fingíamos que íbamos a pelear y nos empezábamos a insultar: hijueputa,
tu maldita madre, te voy a pegar, hijueputa. Los otros niños que iban con nosotros hacían un
círculo alrededor fingiendo que nos estaban azuzando para pelear. Entonces aparecía alguien
de ese barrio. Uno de los dos niños tenía una varita llena de excremento de animales. Tan
pronto llegaba el intruso, se metía a azuzar y yo le decía tenme aquí la vara que le voy a
pegar a este man; él la agarraba y yo la halaba toda para que le quedara toda la mano untada y
salíamos todos a correr; era vandalismo total”. Una de esas fugas le recuerda a Alberto el
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polvo, las carcajadas, el olor a ciénaga, el canal que pasa al lado de su pueblo, el vallenato y,
sobre todo, sus amigos.
5.7 Leopoldo Mena y Chelo Cortés
Chelo es, sin duda, el mejor amigo de Alberto a pesar de los seis años de distancia que
hay en sus edades. “eche ese siempre que viene por aquí me manda a buscar a mí de
primeras” cuenta Cortés. Tiene un bigote poblado, cejas gruesas y la cabeza calva y la actitud
clásica del bacán. A pesar de las precauciones que demanda su trabajo como obrero, lleva
puestas unas chancletas Crocs. Se considera un experto en la política del país y dice en su
acento caribe que “como está la vaina ninguno arregla a este país, señor periodista”.
Chelo hace mandados, lee revistas, es aficionado a la radio y le apasiona la música.
Cuando se le pide que dé una descripción de lo que para él significa Alberto responde
apasionado: “es lo más grande que ha dado la Escuela Primaria para Varones de Arenal”; sin
lugar a dudas, un título que da regocijo a Salcedo tanto como el premio Rey de España.
La primera impresión que tuvo Chelo sobre El Niño se mantiene: “Era un pelado
demasiado inteligente, Alberto un caballo de buena boca. En los mundiales se sabía todos los
nombres de los jugadores y armaba partidos en la arena con canicas y palitos. Después reunía
a la gente y se inventaba unos encuentros que, ¡no joda!, eran mejores que escuchar el partido
real”. Agregó “en esa época todos pensábamos que él iba a ser el próximo Édgar Perea, al
que le decían El Campeón, y yo siempre le decía que tenía que ser mejor que él y que un día
lo iba a superar, ahora tu ve”.
Leopoldo Mena, cuenta que junto a Reinel Vega y Chelo, los cuatro se pegan
borracheras de “padre y madre” cada 31 de diciembre. Los debates entre Chelo y Alberto son
famosos por la forma airada en que reciben el año nuevo. De esos debates salen frases
particulares como “¡pero no seas güevón! ¡Cómo se te ocurre decir que Maduro no es un
dictador!” u “óyeme, pero tú sí estás loco, cómo vas a pensar que Diomedes Díaz y Centeno
son mejor que los Zuleta”. La euforia de ambos es tanta, que quienes pasan por la esquina
creen que están a punto de agarrarse con los puños; mas es la insignia de su entrañable
amistad.
Leopoldo Mena es el esposo de Yaneth Vega, actual alcaldesa de San Estanislao de
Kostka. Su memoria también es prodigiosa; logra recordar detalles de Alberto y de su familia
que muchos contemporáneos no recuerdan. Evoca las “limpias” que le daba su abuelo por
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ensuciar la ropa, las canciones favoritas de Alberto, su primera “traga maluca”, sus manías, y
el verdadero amor de su vida. “Alberto llegó muy peladito, yo me acuerdo. Tenía como tres
añitos apenas y era un joven muy tímido. Siempre miraba desde lejos a los demás, pero yo
me supongo que no se nos acercaba porque por la edad pensaba que lo íbamos a rechazar”
cuenta. Aún recuerda la vestimenta que tenía el primer día que lo conoció “traía unas
mediecitas blancas y una camisa del mismo color con una pantaloneta. A él siempre lo
peinaban como con un crespito en la frente y le echaban gomina. Si hay algo que yo me
acuerde de su madre, es que, además de ser muy bella, mantenía a Alberto muy ordenado”.
Para Leopoldo, la mayor prueba de inteligencia de Alberto fue en el colegio. Le
gustaba ver jugar ajedrez a los de bachillerato cuando él estaba en primaria. Como era
pequeño para ellos, le impedían participar en las partidas. Entonces él, que no se quiso
resignar a los juicios odiosos de los otros, le pidió a su familia que le regalara una mesa del
juego de estrategia. “Una semana después ya le estaba dando clases a los otros pelados”
Leopoldo también recuerda la velocidad con la que Alberto componía canciones de
vallenato. Junto a Chelo, tenían un conjunto vallenato compuesto por una caja, un acordeón y
la voz de Salcedo. “Nos llamábamos El Conjunto de Chelo porque él era el dueño de los
instrumentos. Cantábamos canciones de los Zuleta hasta que Alberto no tuviera voz”. Cuando
el repertorio se acababa, Salcedo decía “dame un papel y un lápiz, no me vayan a
interrumpir” y entonces se metía en una esquina de la casa abandonada donde practicaban.
Una hora después venía con una canción escrita de su autoría cantándole a la musa del
momento.
“Eche ese llegaba con el papelito lleno de poesías. Aquí todos lo recordamos mucho porque
le encantaba la canción La Conquista de los Hermanos Zuleta” concluye. De esta canción
deriva la historia del primer amor de su vida, según sus mejores amigos, el más importante,
que fue Aida la niña de Salvador. Ella era mona, de ojos claros, y vivía en frente del patio de
Leopoldo. Por las noches, Alberto cantaba disimulado, pero con mucha pasión, frente al
balcón de ella:
“Como no voy a quererte,
si en ti confío plenamente,
yo sé que tu amor es puro;
Dios quiso que en este mundo
naciera pa´ser orgullo de mi preciosa mujer”.
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Si su musa no aparecía, recogía una piedra pequeña del tierrero de la avenida Santander y la
lanzaba a la ventana; entonces continuaba:
“Solo me resta decirle
a todo aquel que esté triste,
sufriendo por un amor,
que, aunque lo hiera un dolor,
que siga en esa misión con tesonera insistencia”.
Aida asomaba a veces, sin embargo, su relación nunca pelechó. Cuenta Mena muerto
de la risa en su silla mecedora mientras disfruta un fresco de limonada con hielo: “Hombe,
precisamente el cantaba esa canción porque describe un amor imposible, algo que nunca
podría suceder porque desde ese entonces ella ya estaba enamorada del hombre que hoy es su
esposo. Alberto llegó a una historia ajena. Claro que él nunca intervino en eso. Por encima de
todo, él siempre fue un hombre muy respetuoso”.
Una mujer que recuerda Salcedo de forma grata es a Socorrito Pino. En la crónica La
Niña más Odiosa del Planeta que era una persona antipática y en sus oraciones siempre
deseó que Dios la dejara calva o que la apartara al sitio más remoto del planeta Tierra donde
él no tuviera que soportarla.
Aún hoy sigo convencido de que el fastidio era justo, arruinaba mis alegrías, y
parecía tener entre ceja y ceja el propósito de no dejarme tranquilo ni un minuto.
Cuando yo peleaba con mi hermana Chari, ahí aparecía Socorrito como convidada de
pesadilla, para impedir que le pegara. Lo hacía interponiéndose entre mi hermana y
yo o poniéndole quejas a mi abuelo (Fragmento de la Eterna Parranda, 1997).
Una de esas quejas le llegó a su abuelo un día en que, por casualidad, Socorrito lo
pilló pegándole un chicle en el cabello a uno de sus compañeros y gritándole groserías por
haber desperdiciado un gol en frente de la portería. Entonces ella lo miró, lo señaló acusadora
con el dedo índice y salió a correr hacia la esquina del “Viejo Abbe”, quien posteriormente le
dio una pela monumental al pobre niño.
En medio del llanto, le eché a Socorrito la culpa de lo que me había pasado, pensando
ingenuamente que le remordería la conciencia. Lo único que conseguí sacarle fue una
frase fría que, además, encubría nuevas amenazas:
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–Nada de eso, dijo, con una cierta resolución adulta. Los niños no deben decir malas
palabras (Fragmento de la Eterna Parranda, 1997).
“Mucha gente pensaba que Alberto y Socorrito estaban enamorados, aunque la
verdad yo no lo creo porque Socorrito era una niña extraña, un poco como demasiado
ingenua e inocente. Yo creo que más bien era el vacile” concluye Mena.
5.8 Reinel Vega
Vega es el cuarto integrante del círculo cercano de amigos que conserva Alberto
desde la infancia. Si tiene fama de algo es la de ser soez y ordinario. Una vez en clase de
biología, le preguntaron cuál era el nombre de la articulación que pone erecto el pene y
contestó con toda seguridad “profesora, eso se llama ¡la vena mondal!”. Su historia
académica solo llegó hasta quinto de bachillerato; de ahí en adelante se puso a trabajar.
La casa de Reinel está ubicada a 2 minutos en mototaxi desde el parque central del
pueblo hasta un caserío pequeño de construcciones que han permanecido en obra negra por
más de dos años. Cuenta Chelo mientras Reinel se cucharea un sancocho y observa un partido
del Real Madrid: “Mira este es con el que más se ríe Alberto cuando viene, porque es con el
que más hacen chistes pesados y groseros”.
Vega no está en condición de hablar fluido. Un accidente en su moto le dejó hundida
la frente y sobrevivió de milagro. “Iba borracho, vale, me había tomado unas cervezas, me
puse a picar la moto y me fui de frente contra el piso. Me dijeron que sino me hubieran
sacado de ahí a tiempo me hubiera muerto”. A raíz del infortunio, dos cánulas le cuelgan del
cuerpo y lo persiguen a donde va.
El personaje decide de repente que la charla ha sido suficiente y se quiere ir a dormir:
“No joda, Alberto no tiene un Nobel porque no tiene 200 años. Chelo se va contento de la
casa porque el Madrid remontó el partido contra Al Jazira Club y se clasificó a la final del
Mundial de Clubes.
5.9 Roger Rodríguez Jiménez
Roger era uno de sus compañeros de colegio. Con que él compartía ciertas
complicidades. Cuenta que Alberto era muy malo para las matemáticas pero que era
excelente en las clases de letras. “Yo supe de la inteligencia de Alberto una vez que en clase
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de español estábamos leyendo Los Funerales de la Mamá Grande de Gabriel García
Márquez. La profesora nos pidió que miráramos un fragmento como de cinco páginas y al
final preguntó a todos cuántos personajes había en dicho fragmento de la narración. Todos
levantaban la mano y decíamos que dos o que tres, pero no le daba la razón a ninguno. De
repente, Albe levantó la mano y dijo: profesora, son cuatro personajes. Uno cree que son tres,
pero hay uno más que a pesar de que no aparece está evocado”.
En ese tiempo había una canción que se llamaba el Pávido Návido, de Valentín Elizalde
Recuerda Rodríguez que cuando se encontraban se saludaban cantando:
“Bienvenívido el pávido návido,
dónde está tu esposa návida,
componiéndose el vestivído,
arreglándose el peinávido,
las hijas del pávido návido,
¡Y el cordón de la mondá!
Entonces soltábamos unas risotadas tremendas de pelados, él era muy picarón”.
Muchos años después, por lo menos 15 o 20 en que se dejaron de hablar, Roger estaba
caminando cerca del periódico El Universal de Cartagena, en frente del legendario Castillo de
San Felipe. De repente cuando dobló una esquina se encontró con Alberto. “Yo pensé que él
no me iba a reconocer porque él ya era un señor muy importante como periodista. Yo me
intenté hacer el loco cuando de repente Salcedo pegó un alarido y me dijo: ¡quiubo pávido
návido! Me dio la mano y me cantó el coro completico como nosotros lo hacíamos de
pequeños”, finaliza Roger.
5.10 Rodolfo Enrique Ramos Jiménez
Uno de los mejores amigos de Alberto en el colegio fue Rodolfo Ramos Jiménez.
Actualmente atiende una peluquería que queda en el patio de su casa. El sitio cuenta con un
espejo en la pared que a duras penas alcanza a reflejar la cabeza de los clientes y una silla
antigua, de hierro, semejante a las que se utilizaron en las barberías colombianas hasta la
década de los ochenta. Ramos cuenta, mientras le corta el pelo a uno de sus clientes, que él
fue quien inculcó en Alberto el amor por las historias. “Mira, cuando éramos pelaos, él
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llegaba al salón del colegio y me pasaba todos los cuadernos para que yo le dibujara historias.
Obviamente él ya sabía qué historia contar, pero yo era el que se la dibujaba. A veces me
pedía que le pintara a Kalimán montado encima de un tigre, o que le hiciera alas y lo pusiera
matando gente. Era un fanático empedernido por las historietas, especialmente de ese
superhéroe”.
Fueron compañeros en la Escuela Urbana de Varones, la única del pueblo. Según él,
en esa época Alberto no tenía mucho acceso a las historietas ni a los libros. “No estoy seguro,
pero creo que su primer acercamiento a todo eso fueron las novelas venezolanas de los
setenta, el libro sagrado, las radionovelas y las tiras cómicas de Condorito”.
Además de dibujar historietas o contarlas, escenificaron en varias obras de teatro
piezas poéticas como El Brindis del Bohemio, del mexicano Guillermo Aguirre y Fierro.
Rodolfo pone a un lado las tijeras, pide que no se le tomen fotos porque no tiene la
vestimenta adecuada, yergue el tronco y separa sus piernas como dos columnas diagonales y
declama:
“¡Bravo! dijeron todos, inspirado
esta noche has estado
y hablaste bueno, breve y sustancioso.
El turno es de Raúl; alce su copa
Y brinde por... Europa”.
Finalmente, no recuerda más versos de El Brindis del bohemio ni detalles personales o
situaciones compartidas con el escritor, pero dice con toda seguridad que Salcedo estaba
destinado desde pequeño a ser la figura de hoy. Antes de despedirse se le ocurre preguntar:
“oye, y tú por qué vienes a preguntarnos sobre Alberto, ¿fue que se volvió a ganar otro
premio?”
5.11 Profesores del colegio
La maestra Josefina Gutiérrez acompañó a Alberto desde su primer año hasta el
último en la Escuela de Varones, cuando se graduó. Las clases que impartía eran español,
matemáticas, biología, teatro y música. En medio de las brumas de más de cuatro décadas
recuerda a Salcedo como un niño que en principio era bastante tímido pero que apenas
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tomaba confianza era muy jocoso y “un líder entre los de su patio”. “Alberto participaba en
todo –añade–. Yo me acuerdo que teníamos unas actividades extra que ellos podían escoger.
Él participaba en todas, en la de poesía, la de música y en la de teatro. También recuerdo que
era muy bueno improvisando”.
Josefina ha estado en el pueblo toda su vida; por eso hace parte de la memoria viva de
Arenal. La única pista que da sobre su edad es que está cerca de los 80 años. La mención a
Alberto Ramos, el abuelo, la hace cerrar los ojos y poner cara de miedo: “Ese señor era muy
bravo. En el pueblo le tenían mucho respeto porque esa familia gozaba de un estatus social un
poquito más alto que los demás. Un día el señor llegó en medio de la noche a mi casa con su
escopeta al hombro y sobre su caballo negro. Se bajó despacio, me llamó, sacó un cuaderno
de Alberto y me dijo: profesora, ¿estas son las planas que usted le pone a los estudiantes?
Entonces abrió el cuaderno del niño y eso estaba lleno de puro dibujitos, como de un matacho
ahí; de un superhéroe”. No recuerda lo que pasó después, pero está segura de que, a su
regreso, el abuelo de Alberto le dio una pela memorable.
Hoy en día, la profesora Josefina ya no enseña y atiende una miscelánea con sus hijas
cerca de la plaza central.
Luis Padilla Jiménez fue el profesor que impartía matemáticas. Contrario a Josefina,
tuvo bastantes problemas para enseñarle las lecciones a Alberto. “Yo me acuerdo que él era
muy bueno en todo, pero no en mis clases”. También guarda en la mente una imagen de
Salcedo como de alguien muy gracioso, extrovertido e inteligente. Y confirma que era uno de
los líderes en el patio de recreo a pesar de que su edad, comparada con la de los demás, era
muy corta.
5.12 La hora de emprender un camino
Se sabe que Alberto terminó sus estudios escolares a los 18, es decir en noviembre del
81. Lo único que estaba claro era que quería ser escritor. Sobre el resto, o sea el cómo, el
dónde, el cuándo, no había muchas pistas; además, el dinero no sobraba y apuntarle a una
carrera universitaria parecía una quimera.
Como las condiciones no eran fáciles, dedicó los primeros seis meses por fuera del
colegio a ayudar a su tía Jenny en una tienda de pollos sobre la avenida Santander. No le
pagaban, pero estar ahí le daba la ocasión de leer algún libro cuando el flujo de clientes era
bajo.
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“Yo le atendía el negocio a mi tía, despresaba el pollo, lo pesaba, atendía los clientes
que llegaban y a eso me dediqué. No me pagaban, pero era una ayuda y para tener algo que
hacer. El flujo de compradores tampoco es que fuera algo espectacular; estamos hablando de
un pueblo pequeño, y en las horas en que el sitio estaba vacío yo estaba sentado leyendo; a
veces hasta me parecía que era un trabajo ideal. Había ratos en que llegaba mucha gente y
entonces ya no podía leer más. Pero leí mucho durante esos seis meses”.
No había un plan B. Salcedo siempre quiso ser escritor; sin embargo, cuando se lo
comunicó a su madre, que en ese momento trabajaba en Barranquilla como jefa de archivo
del Ejército, ella solo respondió que se iba a morir de hambre si lo hacía. Intentó entonces
persuadirlo para que estudiara una carrera como Medicina o Derecho.
“No le hice mucho eco a su idea porque no me gustaban. Además, yo no siento que
tenga aptitud para ellas, sobre todo para el Derecho. No entiendo mi vida como dedicarme a
defender delincuentes. Respeto esa profesión, pero mis proyectos no pasan por ahí. En cuanto
a la Medicina, me parece una profesión muy bella y noble pero ya era un problema mío
porque yo sabía que no era capaz de lidiar con enfermedades ni sangre. Además, tampoco soy
capaz de mirar a los ojos y hacerle un diagnóstico triste a alguien”.
Pasado el primer semestre de ese año, su mamá le pidió que se fuera a vivir a
Barranquilla con ella y que también trajera a su hermana. Así podrían estar juntos y trabajar
para pagar su carrera universitaria. Cuando él y Chari llegaron a la ciudad se instalaron en la
casa de Blanca Ramos, hermana de Ledia, en el barrio Sevillar. “Allí la vida transcurría de
puertas para afuera”, dice Alberto hoy. Era un vecindario convencional, con una cancha, una
iglesia, ventas de pollo y droguerías. El recién llegado estaba impresionado con que los
habitantes fueran tan callejeros: “todos vivían sentados en sus mecedoras a la entrada de sus
casas y sólo se guardaban cuando se iban a dormir”.
La cantidad de ruidos en el barrio también era algo que lo alcanzaba a sorprender.
“Allá nunca nada es individual; por ejemplo, tú prendes un picó en tu casa a todo volumen y
las paredes del vecindario trepidan; nadie se queja, y al que se queje le dicen que es un
cachaco. Allá usan eso para desacreditar”.
En un principio, Alberto no pudo vivir junto a su madre porque ella residía en un
inquilinato de monjas y la entrada de los hombres estaba prohibida. Su relación se limitaba a
unas cuantas horas de almuerzo y salidas los fines de semana. Con el tiempo, Ledia ahorró lo
suficiente para rentar una casa en la 42 con 38 y, aunque por fin la familia estaba unida, la
felicidad solo llegó en otra casa, ubicada en el barrio El Paraíso.
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García Márquez decía que en Barranquilla no hay prestigio que dure tres días –afirma
el escritor–. Es una ciudad iconoclasta, maledicente, por sus chismes, los rumores corren más
rápido que la verdad. En Barranquilla la gente chismosea en tiempo futuro; te dicen lo que va
a suceder. Siempre van por delante. Esto es una costumbre no solo de Barranquilla sino de toda
la región Caribe. Allá todo se sabe; por ejemplo, cuando los enamorados se meten a los
callejones para tener sexo, ya todo el mundo sabe quiénes son. Se pierde toda intimidad”.
5.13 Universidad Autónoma del Caribe
Pocos meses después de la llegada a Barranquilla, Ledia aceptó que Alberto estudiara
Periodismo. Económicamente la situación no era muy cómoda y el sueldo que ganaba como
jefa de archivo del Ejército no era suficiente para asumir el nuevo gasto de un hijo universitario.
Menos, dos. Por eso, Chari, tuvo que echar mano de actividades extra y vender cosméticos de
Yanbal en sus tiempos libres.
Su abuelo siempre fue partidario de que se dedicara a las letras. Por eso, meses después
de haber empezado sus estudios, Alberto Ramos le envió una máquina de escribir portátil
(marca brother) para alivianar las cargas de la vida académica. “Él fue un punto de apoyo
importante, sobre todo psicológico porque cuando yo empecé a publicar cosas, él agarraba el
periódico bajo el brazo y salía a mostrarlo al parque de Arenal. Mi abuela me decía en broma
que, por cuenta mía, mi abuelo dañaba todas las camisas por las manchas de tinta mezcladas
con sudor que le quedaban en las axilas”.
La época en la Autónoma la recuerda como un tiempo de esfuerzo y de obstáculos.
“Mira, yo en el día caminaba distancias inimaginables para ir a la universidad. Para hacer un
estimado de cuánto era eso, más o menos estamos hablando como de ir de Chapinero hasta
Cedritos”. Para quienes no conocen Bogotá, esa distancia representa una caminata de dos horas,
según los cálculos de Google Maps.
El escritor recuerda que en los momentos libres solo se dedicaba a la lectura porque el
bolsillo no le daba para irse de juerga. “Para mí la universidad fue sacrificio, no por los deberes
académicos sino por el trabajo que pasé. Hice la carrera con mucho esfuerzo; si desayunaba,
no almorzaba; si almorzaba, no comía. Me tocó muy duro realmente, y encima caminando; por
eso era tan flaco. Con decirte que mis compañeros me decían media vida”.
De esos tiempos hay una anécdota que siempre recuerda, no por trascendental sino
simplemente por divertida y por su capacidad para resumir en pocas palabras esa alma
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socarrona y programada a sonreír que alberga la gente del Caribe. Un día, a punto de iniciar
una clase, llegó al salón un tipo a quien los otros rotulaban simplemente como “El
marihuanero”. Llevaba una bermuda café con bolsillos a los lados, el cabello largo, unos
zapatos apaches y lo acompañaba un perro pequinés que caminaba a su lado. Esto representó
casi un escándalo para la gente en el salón. “No digo que esté bien ni que esté mal, pero en esa
época asistir con esa vestimenta a clase era sumamente irreverente; todavía había un cuidado
en la forma y había que utilizar pantalón y medias, a pesar de semejante calor”. Caminó al lado
del pupitre de Salcedo con su mascota y este le preguntó:
- ¡Hey!, ¿es mansito?
A lo que respondió El marihuanero
- ¡No! ¡Es hembrita!
Acostumbrado a la simpleza de los diálogos en la cultura campesina, sin haber
incorporado aún el “man” como sinónimo de hombre, Alberto no entendió y no supo qué
decirle. Muchos meses después vino a comprender el juego de palabras de esa tarde y la gracia
en la respuesta.
5.14 Sigifredo Eusse, el gran “dictador”
Salcedo nunca olvida de esa época el haber tenido varios profesores muy determinantes
en su proyecto de convertirse en escritor. Del puñado que recuerda, dos nombres se le fijaron
para siempre en la cabeza: Sigifredo Eusse y Jesús Correa. Con el primero perdió todo contacto
porque el maestro abandonó su vida en los medios y se dedicó a hacer otros trabajos, sobre
todo en la cultura; con Correa sigue teniendo comunicación por medio de la red social
Facebook y, de modo esporádico, en persona pues Correa aún es profesor en la Universidad
Autónoma del Caribe.
Eusse vive en la memoria de Alberto como el gran profesor de los años universitarios.
“Sigifredo Eusse me enseñaba redacción. Lo que le debo a él es el contagio. Borges decía que
los grandes maestros son los que contagian una pasión o que contagian un entusiasmo. Eso se
cumple en el caso de Eusse porque era un tipo apasionado por las historias. Era un ser humano
bonito, generoso, de a pie, y que tenía el periodismo como un apostolado; no tenía ambiciones
personales. No era como esos que utilizan el oficio para ascender socialmente, sino que era un
reportero”.
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Aunque ya casi nadie lo recuerda, Eusse llegó a ser también uno de los más
prestigiosos periodistas del Caribe, con un Premio Nacional Simón Bolívar a mejor trabajo
cultural. Fue por la crónica Toda Italia en extratiempo, serie que se publicó en la revista
Jornada durante la Copa Mundial de Fútbol en ese país, en el 90. Siete años antes, en ese
mismo premio, obtuvo una mención de honor del jurado en la categoría de Mejores Crónicas,
con su trabajo A pie, Barrio Abajo, publicado en el Diario del Caribe.
De igual modo, hizo parte del grupo investigador que sustentó ante la Unesco por qué
el Carnaval de Barranquilla debía ser considerado Patrimonio Oral e Inmaterial de la
humanidad, en 2003. También participó en representación del país como relator del Primer
Taller Internacional sobre Cultura y Carnaval de la Fundación Nuevo Periodismo
Iberoamericano en 2004.
En la actualidad, Sigifredo está instalado casi de tiempo completo en la biblioteca del
edificio Combarranquilla, barrio Boston. En ese rincón del centro de eventos es el encargado
de asesorar a estudiantes de bachillerato y universitarios sobre textos de estudio que les
pueden ser útiles en sus tareas. Es un personaje de cara seria, amistoso a su modo, y estricto
como pocos. “Si usted quiere que yo le ayude –respondió ante la solicitud de una entrevista
sobre Alberto Salcedo– me va a tener que esperar a que termine la hora del almuerzo porque
estoy leyendo”. Cuarenta minutos después, en el último rincón de la librería, habló y su voz
era un susurro casi imperceptible por su avanzada edad. “Salcedo era un muchacho bastante
educado, recatado. Siempre bien presentado. Se le notaban los ánimos por aprender y a mí me
parecía simpático porque no se veía como un pelado adinerado sino más bien uno al que la
vida no se la había puesto fácil”.
Tal vez gracias a eso, el profesor lo hizo partícipe de un proyecto personal que había
emprendido con una revista que se llamaba Weekend. En esas páginas, entonces, se puede
encontrar el rastro más antiguo de todo lo escrito por Salcedo en tres décadas y media. “Ahí
lo empecé a publicar. Su mayor virtud para mí, además de su compromiso, era la disciplina
con que llevaba a cabo la reportería”, afirma con un dejo de cansancio para luego concluir
con un último detalle: “era un gran lector de la obra de Lucas Caballero Calderón, Klim”.
En pocas palabras, Eusse fue la primera persona que le editó y publicó un texto a
Salcedo, y eso el escritor todavía hoy lo valora: “Además de ser inspirador, también recuerdo
que un día me publicó en el Diario del Caribe, que era un periódico importante de la costa. Para
un muchacho que está estudiando la carrera es algo impagable; que él haya hecho eso fue algo
muy generoso que me hizo mucho bien y me motivó”.
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A pesar de que uno y otro personaje no hablan hace más de veinte años, cada uno
sobrevive en la memoria del otro con una evocación grata y plena de cariño.
5.15 Jesús Correa
Salcedo define a Jesús Correa como “mi profesor de gramática; un tipo supremamente
preparado y conocedor de lo que enseñaba. Además de una gran solvencia como profesional.
Con él aprendí semántica, reglas gramaticales y ortografía. En esa época yo no sentía que
estaba adquiriendo conocimientos; eso lo entendí mucho después”.
Correa vive hoy en una casa pequeña cerca del centro de Barranquilla. Lo único que
separa su sala de la calle es una reja negra oxidada que tiene como puerta y un candado marca
Egret. Al ingresar se puede ver un espacio ameno lleno de cuadros con afiches que recuerdan
obras de teatro y una época feliz. También hay unas máscaras de aborígenes talladas en
madera con diferentes significados para él. Dada su afición por el teatro, uno pensaría que las
máscaras hacen alusión a esa disciplina; para Correa, sin embargo, son los recuerdos de
alguien más. La más preciada es una que le trajeron desde África. No recuerda quién se la
obsequió, pero sabe que viene de un país subsahariano. En honor al idioma y a las letras,
tiene varias figuras puestas al azar de Don Quijote de la Mancha montado en su fiel caballo,
Rocinante.
Jesús Correa saluda con un estrechón de manos corto; da la idea de que es un hombre
apacible; sin embargo, cuando comienza a hablar uno se da cuenta de que lo único que le
hace falta es tiempo para contar la historia de su vida, los proyectos de ahora y detalles
puntuales de un futuro un poco incierto.
Fue profesor de teatro en la Facultad de Bellas Artes; dictó clases en la Universidad
del Atlántico; hizo un doctorado en Venezuela, en la Universidad de Zulia de Ciencias
Humanas. Además, tiene una maestría en la Universidad de Antioquia Udea, y un pregrado
en Ciencias Jurídicas de esa institución y una Licenciatura en Lenguas Modernas.
Mientras prepara un café en su molino italiano comenta que Alberto siempre fue “un
tipo muy esforzado, muy disciplinado”. No lo recuerda con certeza, pero cree que siempre le
ponía las calificaciones más altas en la clase.
Del otro lado, Salcedo no lo evoca como un profesor de periodismo sino como un
grande de las palabras y un mago en la filología y la semántica. “Correa también era un tipo
al que me gustaba mucho escuchar. Daba gusto oírle la clase. Eso sí, era rudo, decía las cosas
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con una ironía maldita. Él te caía con un chiste que te acababa, pero después de eso uno
nunca volvía a cometer el error. Aunque el tipo nunca fue alguien pasado ni irrespetuoso, era
irónico, pero nunca se pasaba. Yo me atrevería a decir que fue el mejor profesor que tuve en
la universidad”.
5.16 El oficio periodístico
A los 21, Alberto terminó su etapa de estudiante y se dedicó a escribir en algunos
pasquines barranquilleros, ad honorem o sea sin plata de por medio. También se casó con María
Bernarda, la madre de sus hijos. Como ni el amor ni el hambre esperan, se vio obligado a buscar
empleo. “Pero Barranquilla no abrió ninguna de las puertas que toqué. Los dueños del pequeño
periódico donde publicaba, que me habían tratado con mucha amabilidad mientras escribía
gratis, empezaron a mostrarse distantes cuando les dije que necesitaba remuneración”. Esto
último quedó contado en Crónica de una Humillación, incluida en Botellas de Náufrago, una
recopilación de sus columnas publicada en 2012.
Según refiere en ese texto, tuvo que partir de Barranquilla porque no había
oportunidades laborales. Entonces se fue a Cartagena para ver si lo enganchaban en un
periódico recién inaugurado que se llamaba Calamarí, que significa tierra de cangrejos en
lengua indígena. Tenía esperanzas de que lo contrataran, pues varios amigos le habían dicho
que necesitaban jóvenes redactores sin experiencia pues no contaban con el presupuesto
suficiente para contratar escritores curtidos.
El primer paso fue solicitar una cita con el gerente, José María Martínez Aparicio. El
día pactado Alberto llegó de cachaco a la entrevista (corbata incluida) y después de una espera
de tres horas, la secretaria encargada le dijo que la reunión iba a tener que ser aplazada para la
próxima semana. La segunda vez fue igual y Alberto comenzó a desesperarse pues se estaba
gastando un dinero del cual no disponía al tener que venir desde Barranquilla en bus y almorzar
cualquier “corrientazo” callejero en Cartagena. Entonces se arriesgó y le pidió a la secretaria
que comprendiera su situación y lo ayudara.
La ayudante, quizá compadecida, le hizo una seña de espera con su mano derecha y
entró a la oficina del jefe. “Minutos después salió con un señor regordete que vestía de blanco
desde los zapatos hasta la camisa, y olía a colonia Jean Marie Farina. El hombre miró de
modo altivo a quienes aguardaban, y preguntó quién era el insolente que lo seguía esperando
en contra de su voluntad”.
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Alberto hizo de tripas corazón y contestó: “lo que pasa es que yo vivo en Barranquilla,
doctor, y para venir acá me toca incurrir en unos gastos que ahora mismo no puedo cubrir…”
Ante estas palabras, Aparicio respondió con soberbia: “¿Y qué culpa tengo yo de que usted
sea un muerto de hambre? Yo tengo mi comida segura en la casa. Usted es el que necesita y
usted es el que tiene que volver cuantas veces sea necesario”.
En realidad, Salcedo no supo cómo responder a “semejante brutalidad innecesaria”.
Lo único que pudo pronunciar fue un “disculpe, usted, hasta luego”, pero se sintió tan
humillado que emprendió el largo camino desde Calamarí hasta la casa de su tío Gonzalo, en
el barrio Crespo; la rabia contenida se la ganó y terminó llorando a lo largo de todas esas
cuadras, bajo un sol que hacía todo más difícil.
A raíz de la publicación de la columna, terminó recibiendo un mensaje de un hijo de
Aparicio, en el que le ofreció disculpas por la actitud del viejo treinta años antes y le contó
que había muerto en un accidente de tránsito: se estrelló en la vía que comunica a
Barranquilla con Cartagena. También le refirió que estuvo a punto de ser alumno de Salcedo
ya que estudió Comunicación Social en la Javeriana, en Bogotá, donde el cronista era
catedrático, pero nunca pudo hacer que coincidieran los horarios. Ante estas revelaciones,
Salcedo se sintió muy conmovido. “Si yo hubiera recibido esa información tiempo antes,
jamás habría incluido la columna dentro de la recopilación. Tenlo por seguro”.
De esta experiencia, aprendió dos lecciones: “siempre hay alguien dispuesto a tirarle
la puerta en la cara al otro, así porque sí” y “el que quiere ser reportero, será reportero,
aunque lo saquen a patadas de todas las salas de redacción”.
Después de ese fracaso inicial, con desprecios y viajes perdidos, finalmente consiguió
un empleo en la radio, en Cartagena. Su primer trabajo fue para reemplazar a un periodista de
nombre Germán (no recuerda el apellido). Sin lugar a dudas, era una labor muy menor y no le
dejó ningún recuerdo, ni siquiera alguna evocación agradecida porque, en sus palabras,
simplemente le tocaba “escribir cosas para que otro man las leyera”. Lo que realmente le
interesaba era tener una relación con el oyente desde los micrófonos, pero eso casi nunca se
dio. Desde entonces comprendió que su umbral de tolerancia para hacer cosas sin pasión, solo
por dinero, es muy bajo. Por fortuna solo duró tres meses y lo que vino sí fue determinante
para su despegue como periodista y escritor: El Universal. El de Gabo, pero muchos años
después.
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5.17 El Universal
Su experiencia en el diario cartagenero fue feliz, pero no tanto por la escritura pues ni
siquiera se atreve a destacar algún texto de esos tiempos, sino porque aquello ya era una
tribuna importante desde donde comenzar a proyectarse y porque allí logró las claves para ser
un reportero y entender el modus operandi, los ritos, la cultura de los medios. Lo otro
fundamental que le dejó este periódico fue haber conocido a dos de sus amigos más
entrañables: Jorge García Usta y Alberto Martínez.
Al segundo, es decir a Martínez, lo recuerda en la columna Decir Amigos, publicada
en Botellas de Náufrago: “En 1986, cuando mi hija Oriana tenía un año, le compré unas
zapatillas blancas con los últimos pesos que me quedaban. Ese mismo día, María Bernarda,
su madre, se la llevó en brazos a una plaza de mercado. Cuando volvieron a la casa, María
Bernarda venía llorando porque una de las zapatillas de la niña se había extraviado. Me quedé
triste, y luego le conté el caso a Alberto Martínez, periodista que entonces era mi compañero
en el diario El Universal de Cartagena. Se lo conté de manera más bien casual, mientras
tomábamos café en el pasillo”. Rato después, Martínez entró a la sala de redacción con una
idea que no le reveló y organizó la rifa de un pollo asado. Escribió los números en los papeles
y vendió los tiquetes entre sus colegas. Salcedo no se enteró de lo que estaba sucediendo. Por
la noche, cuando llegó a su casa, se dio cuenta del propósito: la brillante idea se sintetizaba en
una colecta para volver a comprarle los zapatos a su hija Oriana. “Cuando vi los piececitos de
mi hija, supe que estaba ante un amigo al que amaré hasta la muerte”.
Gustavo Tatis, excompañero de esos tiempos y hoy editor de Cultura en ese diario,
afirma que Alberto era un tipo muy vivaz en esa época, y recuerda una anécdota que definía
al Salcedo novato y aprendiz: “Una vez estábamos todos sentados acá escuchando un partido
del Junior en la radio. Estábamos aburridos porque íbamos perdiendo. De repente vi que
Alberto descolgó el teléfono del escritorio, pero no me fijé en a quién estaba llamando, sino
que estaba concentrado en el partido. Los locutores tomaron una llamada del oyente en medio
de la transmisión y adivine qué, ¡era Alberto! Entonces nos sentamos todos en la sala de
redacción a ver qué era lo que iba a decir. Tienes que tener en cuenta que estos locutores (me
niego a decir sus nombres porque eran de los más influyentes en la costa y unos señores muy
famosos). Entonces, de la nada, Salcedo les suelta esta frase en vivo: ¡oye fulanito! ¡Tú si
hablas mierda!”.
Todos en la redacción se partieron de la risa; sin embargo, el episodio le salió caro al
joven periodista porque sus víctimas lo ubicaron y se quejaron ante las directivas.
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5.18 Jorge García Usta
Tal como recuerda Salcedo, en García Usta encontró, más que un amigo, un hermano.
Lo conoció en el diario a finales del 85, cuando fueron compañeros. Lo recuerda como un
hombre que escribía con las piernas abiertas de par en par y a horcajadas, como si estuviera
domando a un potro brioso. También dice que tenía vocación de pedagogo pues le reconstruía
los textos con un esfero de tinta azul cuya tapa mordisqueada en la otra punta era un adorno
para poder explicar que “la precisión en el lenguaje no es un lujo, sino una necesidad”.
“Yo creo que García Usta fue el gran compañero de Alberto –dice Gustavo Tatis–.
Creo que fue quien lo indujo formalmente al mundo de la literatura porque era el que le
prestaba los libros y le corregía los textos. Me acuerdo que Alberto repetía y repetía los
textos, como en una búsqueda de la perfección que su amigo le había enseñado”.
El propio Salcedo admite que fue Jorge quien le mostró por primera vez autores como
Norman Mailer, Truman Capote y Gay Talese. En agradecimiento, años después escribió una
columna en la que le reconocía la influencia: “…mi hermano me obsequió un disco de los
Gaiteros de San Jacinto, me presentó a la gaitera Totó la Momposina y me enseñó que con la
palabra se puede desarmar al verdugo, como hizo Sherezada”.
De esta amistad salió un libro a cuatro manos que fue el primero de Alberto en su
carrera como escritor. El título es Diez Juglares en su Patio. “En 1991, cuando yo tenía 28
años, él y yo teníamos unas crónicas guardadas de historias que nos encontrábamos en el
periódico pero que nunca publicamos, entonces pensamos en hacer un libro con ellas. Nadie
se animaba a publicarlo, pero un día fui a una rueda de prensa en la Lotería de Bolívar y el
gerente, que se llamaba Joaquín Berrío, que luego fue gobernador, de repente nos escuchó
hablar del tema y me dijo que nos podía publicar el libro. Nos dijo que nos cubría el gasto de
la edición y nos ofreció darnos una parte para que fuera el regalo de fin de año como un
trabajo social para los trabajadores y clientes, y así lo hicimos. El libro se desbarataba con
mirarlo, hermano. Tú lo leías y lo pasabas; cuando lo terminabas, se le caían las páginas. En
ese entonces valía tres mil pesos la unidad”.
Jorge García Usta murió en 2005 de un accidente cerebro vascular. Tenía apenas 45
años de edad. Para Alberto esa muerte prematura y dolorosa lo dejó marcado. “La muerte no
es un asunto relacionado con tumbas y gusanos, sino un suceso que nos hace perder a los
amigos”, afirma y es evidente que su cara cambia, la voz también, y que los ojos se le ponen
brillosos.
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Una pregunta queda agitándose en el aire: ¿Qué tanto le teme a la muerte un hombre
que sabe que ya será inmortal con los libros que escribió; que podrán leerse en cien, en
quinientos, en mil años?
“Pues hombre, yo le tengo miedo, sinceramente. Sé que cuando me toque enfrentarla,
ojalá en una edad avanzada, después de haber vivido mucho, me voy a asustar pero también
sé que voy a encontrar en mí la reserva de coraje para asumirla. Sencillamente, es inevitable.
Yo le tengo miedo porque soy muy apegado a la vida, a los goces, a los placeres, y si aparece
la muerte se acaba eso. Y como no creo en lo que pasa después, sino que quiero que me lo
den todo aquí, entonces no pienso en el más allá sino en el más acá. Pero también creo que
los seres humanos después de cierto tiempo reciben de buena gana la muerte porque les alivia
una carga. Para muchos la vida puede ser una carga; hay personas que se han gastado tanto
que ya no pueden vivir. Tienen pesares, dolores o están rotas. La muerte, nos enseña a valorar
más la vida. Si no existiera la muerte, la vida sería insoportable. También te ayuda a cumplir
las metas porque la conciencia de la fragilidad, saber que somos finitos, nos motiva a
culminar las tareas. Al hombre le gusta ver la muerte como algo poético, pero no le gusta
hablar al respecto porque sabe que cuando llegue se le acaba la poesía. Va a llegar,
sencillamente. La asumiré”.
5.19 Aterrizaje en Bogotá
Después de siete años en El Universal, desde el 85 hasta el 92, Salcedo comprendió
que su vida de empleado, de diarista, de “cargaladrillos” con horarios, jefes, noticias y rutinas
cada 24 horas no lo estaba haciendo feliz. Definitivamente, trabajando en una empresa
periodística nunca iba a tener el tiempo para escribir sus textos de largo aliento, grandes
crónicas extensas, libros. Su último año en La Heroica fue tortuoso pues lo hicieron jefe de
redacción y, a pesar de que constituía una pequeña ventaja económica, sintió que empezaba a
marchitarse en la rutina; en el tejemaneje administrativo, en el tedio de un escritorio. “Me
tocaba hacer órdenes para los fotógrafos para que fueran a tomar fotos a un bautizo o a un
cumpleaños. Me tocaba saber si el carro que había ido del periódico a Montería había llegado
bien o si se había varado; me tocaba saber si el reportero x ya había entregado las 5 notas que
le correspondía. Entonces me di cuenta de que todo lo que me tocaba hacer no tenía nada que
ver con periodismo, que me había convertido en un capataz de la información. Yo lo que
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quería era escribir, no eso. Salía de noche y cuando llegaba a la casa mis hijos ya estaban
dormidos. No, no me interesaba seguir así”.
Era tiempo de dar el gran salto y aterrizar en Bogotá, sin nada fijo, sin ahorros, sin
conocidos; con el alma pueblerina que apenas habían logrado matizar Barranquilla y
Cartagena, y con dos hijos.
Llegaba eso sí, con un premio Simón Bolívar bajo el brazo, conseguido con su libro
Los Golpes de la Esperanza, sobre las historias de varios boxeadores del Caribe. A pesar del
galardón, ese texto es talvez el que menos orgullo le produce de todo lo que ha escrito hasta
el momento, al punto de no hablar de él, no contarlo en el registro de sus libros e inclusive
esconderlo. “Nunca entendí por qué me dieron un Simón Bolívar por ese trabajo y no me lo
dieron por El Oro y la Oscuridad”.
El barrio donde aterrizó en la capital fue Los Andes, entre la avenida Suba y la 100,
pegado a La Floresta. Como el dinero escaseaba, vivía en una habitación compartida que
quedaba dentro de la casa. Así pasó de ser el jefe de redacción del diario más grande de
Cartagena a escribir obituarios en El Espectador, de Bogotá.
“Cuando murió Daniel Santos, en el 92, yo le hice el obituario. Si buscas en El
Espectador lo puedes encontrar, aunque me parece que no me respetaron el título en la
edición. Después, mataron a Rafael Orozco, y también me llamaron para escribirlo. Escribí
del tipo, de su vida. Me parece que no lo firmé. Después murió Obregón, el pintor, el mismo
año”.
Tiempo después, Juan Pablo Ferro, el jefe de redacción, lo volvió a llamar para
encomendarle una tarea similar y Alberto le contestó: “Oiga, ¿cuándo me va a poner a
escribir sobre gente que esté viva?”
Lo primero que le pegó duro fue el frío, para el cual no tenía ropa ni predisposición
por haber vivido la vida entera a mínimo 30 grados centígrados y 90 por ciento de humedad.
La ciudad no le producía el feeling esperado, pero devolverse nunca estuvo entre sus planes.
Ni siquiera cuando empezó a sospechar, por acumulación de días, semanas y meses sin que le
llegara el sueldo, que sus primeros jefes, en el noticiero Gran Prix del Deporte, no tenían
dinero para pagarle. “Ahí sí comencé a decirme ‘jueputa, me pegué el cagadón del siglo’”.
Mira su reloj; son las 6:40 p.m. y dice: “A esta ya estaríamos corriendo porque se
emitía a las 7, y ese noticiero era uno de verdad verdad; hablaba de todos los temas”. Ese
empleo lo consiguió gracias a que su padre era socio del programa, pero ni así le pagaban a
tiempo su salario. Estuvo un año en el Gran Prix y después pasó a otro que se llamaba
Mundo, que también se emitía por Señal Colombia.
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A pesar de las vicisitudes y de las prevenciones que traía sobre la discriminación y la
hosquedad de los bogotanos, él nunca se sintió menospreciado. Menos, segregado. “En
realidad no creo que aquí exista el segregacionismo entre regiones. Incluso veo que los
verdaderamente segregacionistas son las personas que llegan a la ciudad y se quejan de ella.
Yo nunca he sentido desprecio de nadie por ser costeño. Uno siempre ve lo que quiere ver, y
si uno va a avinagrarse la relación con la ciudad entonces uno siempre va a encontrar motivos
para sentirse a disgusto”.
Eso sí, nunca olvidará aquella vez que se montó en un taxi y el conductor, también
costeño del Caribe, le preguntó: “¿ajá y tú eres de los costeños que trabajan o que no
trabajan?”
Lo otro que ayudó a aclimatarlo a Bogotá es que desde siempre fue un tipo poco
callejero; un hombre feliz de quedarse en casa y salir para lo necesario. Aun hoy, cuando no
tiene que viajar se queda a gusto en su apartamento de Chapinero. No puede negar, de todos
modos, que los primeros ocho años de su vida en esta sabana tutelada por Monserrate fueron
más difíciles que fáciles. Sin embargo, cuando le encargaron hacer el programa Vida de
Barrio todo mejoró.
5.20 Vida de Barrio
El proyecto Vida de Barrio llegó en el 99 como oportunidad que le encomendaron por
su facilidad para contar historias. Las crónicas cortas de dos minutos que hacía para el
noticiero, más el premio Simón Bolívar que había ganado gracias al libro Los Golpes de la
Esperanza, le habían dado cierta fama en el mundo periodístico. “Vida de barrio salía en
Señal Colombia y el contrato era muy bueno; las cosas cambiaron porque dejé de ser
empleado a tener mi propio acuerdo. Hicimos casi 90 capítulos. Con eso compré casa,
compré carro y pude darles una vida más cómoda a mis hijos”.
De esa época, recuerda que perseguía al atleta Víctor Mora en una motocicleta mientras
lo grababa con una cámara Vetacam que utilizaba casetes de tres cuartos. Aunque Mora era
muy reconocido y se había ganado inclusive la famosa maratón de San Silvestre, nunca
consiguió vivir del deporte y trabajaba en una empresa de servicios públicos. De allí salía todas
las tarde y se iba trotando hasta su casa. Eso fue lo que consiguió mostrar Salcedo en un
programa.
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Otro de los más recordados fue el de las parteras bogotanas. Maryluz Vallejo, o Mariyú,
como la llama el escritor, es una académica muy reconocida de la Comunicación y tiene muy
presente ese programa de aquellas mujeres que vivían en condiciones precarias en los barrios
de la periferia y se dedicaban a recibir el parto de otras que no podían ir a un hospital. “Lo
mejor de Alberto desde siempre –dice ella– es lo fácil que hace ver la acción de narrar una
historia”.
Por las historias de Vida de barrio, Salcedo fue merecedor del Premio Internacional de
Periodismo Rey de España y empezó a figurar en la prensa, ya no como el redactor de las
noticias sino como el protagonista. Ojeando el diario El Tiempo del 12 de enero de 1999 se
puede leer en primera plana: “Los periodistas ganadores de los Premios Internacionales de
Periodismo Rey de España 1998 comenzaron a llegar a Madrid, donde recibirán mañana sus
galardones de manos del Rey Juan Carlos. El Premio de Televisión fue concedido al
colombiano Alberto Salcedo Ramos, por el programa titulado A pie por El Cartucho, un
reportaje emitido por Señal Colombia el 10 de mayo de 1998, que cuenta la vida de esta zona
de Bogotá”.
5.21 De un hombre obligado a levantarse con el pie derecho
En el mundo entero, todo aquel que escribe tiene uno, o varios, manuscritos que
duermen el sueño de los justos sobre el escritorio o en los cajones de algún editor.
Finalizando el siglo XX, a Alberto le pasaba eso con varias crónicas sueltas que él
consideraba buenas pero a las que ningún medio impreso les había dado una oportunidad.
Con el paso del tiempo comenzó a pensar que quizá la fórmula no era vender una por una
sino por docenas, esto es armar un libro completo y ofrecerlo así. Entonces recopiló textos y
armó un volumen llamado Por favor, ni siquiera orquídeas. Hoy, con humor y nostalgia, se
ríe y sentencia: “Lo que yo no pensé es que si no las querían leer por separado, menos iban a
querer leerlas juntas”.
Ese manuscrito comenzó un periplo de quietud y silencios por editoriales diversas
como Random House y Planeta, donde ni siquiera se tomaron el tiempo de revisar el
producto. “Yo tenía una alumna en el Inpahu, de nombre Soraya Peñuela, que estaba allá en
Planeta y le dije: ‘Sora yo pasé un libro allá’, y ella me preguntó que a quién para ayudarme.
Una mañana me dijo que fuera a visitarla a la oficina y que ella me decía cómo iba la cosa.
Entonces llegué y me recibió. Había tal grado de tartamudez en ella que no necesitaba
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decirme nada. Hubo algo que me pareció revelador: el libro estaba metido en el sobre manila
pegado con la misma cinta con que yo lo envié; estaba tal cual como lo entregué; jamás lo
abrieron y pasó un año ahí archivado”.
Pero entonces ocurrió algo afortunado. Una profesora de colegio que se llamaba Berta,
lo llamó para que visitara a sus estudiantes y hablara sobre el programa Vida de Barrio.
Después de la presentación, se quedaron charlando y de forma inocente le comentó que tenía
un libro inédito que nadie le quería leer, a lo que ella le contestó que conocía al contacto preciso
que se lo publicaría. Entonces lo conectó con Jesús Aníbal Suárez.
Suárez era el dueño de una editorial independiente que se llamaba Aurora la cual
manejaba desde el garaje de su casa. A pesar de que su negocio no era muy próspero, ya era
reconocido en la ciudad por haberse postulado sin éxito a la Cámara de Representantes por
Bogotá en 1994.
Era muy curioso que la editorial estuviera ubicada en la misma cuadra donde él residía,
en el barrio La Alhambra porque implicaba que el libro dio un “vueltón” por toda la ciudad
durante más de un año y vino a parar en el mismo sitio de donde salió. Una tarde, Suárez lo
llamó y le dijo: “hermano, yo el libro te lo quiero publicar, pero ese título es muy malo. Puede
funcionar como el título de una de las crónicas, pero no de todas”. Salcedo accedió y lo
cambiaron por Historia de un hombre obligado a despertarse con el pie derecho, pero eso
tampoco fue suficiente y le pidió que le quitara la palabra historia del principio.
Si conseguir su publicación había sido una epopeya, venderlo fue toda una hazaña que
implicó apelar a diversidad de estrategias, entre ellas irse a la salida del aeropuerto El Dorado,
con una canasta de mercado repleta de ejemplares, a vender libros como si fueran yuca, plátano
o papas. En esas lides contó con la ayuda de Juan Manuel Ruiz, importante escritor y periodista
colombiano, que desde RCN radio le hizo mucha promoción al texto. Posteriormente llamó al
famoso crítico literario de la revista Semana, Luis Fernando Afanador, y le dijo que le tenía un
éxito literario, pero que no se lo quería mandar nada más, sino presentárselo en persona y
explicarle sus virtudes.
El Tiempo registró la publicación de la obra el 17 de junio de 1999 con la siguiente
nota: “A Alberto Salcedo Ramos se le conoce por su oficio como periodista y por ser el
director actual del programa Vida de barrio, de Audovisuales. Se le conoce también por sus
premios internacionales y nacionales (Premio Rey de España, Premio Simón Bolívar, etc.) Y,
desde luego, por sus crónicas. En el libro que aquí se presenta quizás se descubra el corazón
mismo de Ramos mediante sus crónicas. Y hay de todo: crónicas del hombre que al marcar
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un gol desató una tragedia; crónicas del hombre que compartió el baño del presidente
Kennedy; crónicas de una sobreviviente de Armero. Prosa aguda, realista y libre”.
El compilado ganó el premio Libro del año por la Cámara del Libro en el 2000 en la
categoría de no Ficción. Los jurados fueron Germán Santamaría, Ramón Jimeno y alguien más
cuyo nombre se le borró a Salcedo.
La relación entre Salcedo y Jesús Aníbal no terminó bien. En 2005 este llamó a Alberto
para decirle que ya se habían vendido tres mil copias del libro y preguntarle si estaba dispuesto
a sacar una segunda edición. Salcedo, con sentido de gratitud, le dijo que sí.
El problema es que año tras año, el dueño de la editorial Aurora le daba pésimos reportes
de ventas. “Un día él me invita a Tunja y me dice que si lo acompaño porque le van a comprar
cien libros. Quería que fuera y los firmara. Le firmé cien. Cuando llegó el reporte de ventas en
diciembre del mismo año me salía con que solo se vendieron 22. Le dije ‘oye, pero de los cien
que te firmé no me digas que solo te compraron 22’ y me responde: ¡no! imagínate que nunca
los pagaron. Hasta ahí llegó la cosa con él; hace dos años me llamó para proponerme que si
hacíamos una tercera edición y le dijo que no”.
Lo rescatable de haber trabajado con Aurora no fueron las ventas sino la resonancia
que logró la obra. De ahí lo buscaron entonces de Random House Mondadori, la misma
editorial que le había cerrado las puertas unos años atrás. El libro volvió a la vida con ellos y
en un año y medio tuvo que reimprimirse tres veces. “Ese libro fue producto de una
terquedad mía porque yo tenía otros empleos que me ajustaban el sueldo. Para esa época era
profesor en el Inpahu y en la Jorge Tadeo Lozano”.
5.22 El Escritor
En el fondo, la publicación de De un hombre obligado a levantarse con el pie derecho
fue fundamental sobre todo porque hizo realidad, en el papel, pero sobre todo en el ánimo, el
sueño que alimentó desde niño, cuando vivía en Arenal. Ya podía sentirse escritor de verdad.
A partir del 2000 dejó de ser un empleado de nómina de los medios de comunicación, para
dedicarse a la docencia y así empezar a trabajar en proyectos independientes. El primer
encargo fue un libro que le pidió la empresa de motocicletas Auteco en conmemoración de
los 75 años de su fundación; el segundo, una crónica que le hizo a la Cámara de Comercio de
Cartagena, cuyo objetivo era hacer una producción en papel cebolla. “Cuando mis hijos
empezaron a caminar solos por la vida y a coger calle, perdí los miedos de eso. Obviamente
44
hay cosas que uno no puede hacer cuando ellos están pelados; pero ahora ya no me daba
miedo saltar al vacío. La paternidad me condicionó a estar tantos años en la televisión. Mejor
dicho, sí me gustaba hacerlo, pero realmente sí me condicionó durante un tiempo. Me gusta
más el cuento de escribir”.
Salcedo se detiene en este punto para explicar la importancia que tiene el cobrar por lo
que uno hace. Dice que no habría forma de ser un escritor si no se exige a los demás una
recompensa. “Hay un pelado que se llama Juan Abel Álvarez. Es un pelado del mundo de la
publicidad y tenía un contrato con Buchanan’s. Un día me llamó por teléfono y me dijo:
‘Alberto, creo que el mundo de la publicidad tal como lo conocimos ya desapareció; el futuro
no son esos pincelazos, sino que ahora serán micro relatos. Entonces me encantaría que nos
viéramos para que me des unas ideas. Le pregunté si yo iba a participar en la campaña y me
dijo que no, que era para hacerla él y concluyó ‘estoy seguro que me darías muy buenas
ideas’. Yo le dije que sí, que seguro que sí, pero que no se las iba a dar gratis.
5.23 Soho y El Malpensante
Ya estrenado como escritor, con dos hijos grandes y con un buen prestigio en los
medios, se vinieron los que él mismo denomina los mejores tiempos. Y en ellos fue clave la
presencia de dos personajes: Daniel Samper Ospina, director de la revista Soho, y Mario
Jursich, editor de El Malpensante. Era el año 2001.
Uno y otro le apostaron en grande y sin temor a equivocarse. A Samper lo conoció por
medio de Diego Carvajal, un alumno que tenía en la Universidad de la Sabana y que por ese
entonces trabajaba en Soho. Por quién sabe qué afortunadas razones de la vida, un día Diego
le dijo a Alberto: “Profe, Daniel le quiere encargar un tema”. Lo extraño es que, por el otro
lado, a Daniel le contó que Salcedo lo estaba buscando. Ni lo uno ni lo otro era cierto, pero
ambos terminaron conversando y así nació una férrea relación profesional. Por estas situaciones
y otras que vinieron después, es que Salcedo dice “A Daniel nunca en la vida le dije el precio
de una crónica y siempre lo que me pagaba era más de lo que yo le hubiera cobrado al principio.
Daniel tenía una tarifa alta para Leila Guerriero, Juan Villoro, Martín Caparrós y para mí.
Después supe que tenía una tabla y que yo estaba en ese grupo top. Estamos hablando de enero
de 2002. En la edición de mayo salió mi crónica El árbitro que expulsó a Pelé, sobre el Chato
Velásquez, y se terminó ganando el Simón Bolívar. Daniel me ponía a hacer seis crónicas al
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año. Es decir, una cada dos meses. Siempre me pagaba cosas justas. Ahí mi carrera empezó a
tomar todo el vuelo”.
Como Salcedo lo ve, el director de Soho era un editor de ideas; le decía cosas que le
aportaban a sus textos, pero no intentaba imponerlas. Alberto las seguía porque, en su criterio,
todas las cosas que se le ocurrían eran ganadoras para el texto.
Mario Jursich, de la revista El Malpensante, fue el otro editor clave para el definitivo
estrellato de Alberto. Jursich confiaba tanto en sus textos que decidió hacer algo hasta entonces
inédito en las revistas de este país y fue publicar en una sola edición la crónica La Eterna
Parranda, un perfil de Diomedes Díaz, cuya extensión era de 40 páginas. La química entre
estos dos periodistas siempre fue tan buena que tiempo después decidieron emprender el
programa del Canto al Cuento que aún hoy transmiten desde la Radio Nacional de Colombia
todos los sábados a las 10 a.m.
“Mario es el tipo que peor me ha pagado en la vida, en el sentido económico. Yo le publiqué
cosas que nunca me pagó, aunque tampoco se las cobré; entonces se acostumbró y jugaba con
ventaja. Aun así, tengo una deuda de gratitud inmensa con él”. Es tal el grado de confianza
entre ellos que Salcedo recuerda, entre risas, cómo en la crónica El testamento del viejo Mile,
sobre Emiliano Zuleta, Mario le pidió que dejara de repetir la palabra “maestro” porque sonaba
demasiado cursi.
En realidad, Alberto, un apasionado del género de no ficción, a veces siente una
discriminación sutil por parte de sus colegas al incurrir tanto en el género al que se dedica.
Sírvase de ejemplo la acotación que hace Salcedo “Juan Gossaím me preguntó en una entrevista
que cuándo iba a dar el salto a la literatura. La pregunta tiene un veneno y un desenfoque porque
es como decir que la literatura está arriba. Debo dejar constancia que él siempre ha sido
generoso conmigo. Hay un escritor muy importante que me regaló un libro con la siguiente
dedicatoria: querido Alberto, los poetas de este país se molestaron cuando decidí hacer un libro
de poesía, quizás tú, que eres un simple periodista, le dé a este libro una lectura diferente.
Wooow, heavy ¿no?”. Así narra Salcedo un episodio más de su enorme travesía por el mundo
de las letras.
5.24 El Profesor
Para asombro de muchos lectores, son varias las universidades en que Alberto se
destacó como profesor; no obstante, la institución donde más estuvo y que es la que más le
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gustó fue en la Pontificia Universidad Javeriana. Allí estuvo desde el año 2002 hasta el año
2011. Aquella institución le encantaba porque había libertad de cátedra, no había que firmar
planilla, los estudiantes podían tomarse de la mano sin problemas y tenían mucho poder sobre
las directivas. Esto es algo que, según él, no existía en otras instituciones como La Sabana,
por ejemplo.
Es en estos recuerdos donde recupera el deseo empalagoso de ser un dictador, ideal
que tuvo desde pequeño. Sobre esto comenta que “lo mejor que uno puede hacer sobre el
oficio es ser profesor porque tiene que preparar las clases, estar leyendo, estar buscando
referentes, pistas y así se aprende mucho. Ser profesor terminó volviéndome en alguien que
saber más del oficio. Cuando enseño, le digo a los alumnos que eso que les estoy enseñando
es solo una posibilidad. Les digo que hay gente que lo hace de otra manera. Por ejemplo,
Leila, hace el trabajo de campo sin documentarse antes, sin leer nada. En cambio, a mí me
gusta documentarme. La teoría de ella es que uno se previene un poco. Si lees a Severo
Cerdui o a Carolin Infante o a Villoro te das cuenta que la mejor forma de ser universal es
siendo uno mismo”.
Sin más, hoy su legado atraviesa todo un mundo colombiano a tal punto que de sus
clases han salido estudiantes que en la actualidad son figuras en el mundo periodístico.
Algunos de ellos son: Juan Diego Elvira, presentador en Caracol; Elber Gutiérrez, jefe de
redacción de El Espectador; y Diego Patiño, diseñador del New Yorker. A este último, tal
como la invisible presencia del aire pero grandiosa, nunca lo escuchó hablando de diseño,
pero sí de lo talentoso que era.
Como buen periodista, él no es ajeno a la realidad que atraviesa Barranquilla. Piensa
que hace más de treinta años se podía caminar tranquilamente sin temor a ser atracado pero
hoy la historia es diferente; si se quiere caminar por las calles en medio de la noche hay que
pensárselo muy bien. “Yo creo que lo que corrompió a la ciudad fue su crecimiento
desordenado, la desigualdad social tremenda que hay, que además es negada por los líderes.
Allá siempre ha habido un discurso de la bacanería, de que todos somos muy bacanos y ese
discurso ha servido para negar las realidades duras que tenemos y de ese modo hacerles un
favor a los líderes al disminuirles sus responsabilidades. Yo creo que en Barranquilla hay una
gran desigualdad social y por eso son los índices de violencia y delincuencia”.
En suma, comenta Salcedo que hay muchos fenómenos que asentaron en la región y
que no fueron reportados por los medios locales porque les daba miedo. La situación actual es
la consecuencia de una fuerte presencia del paramilitarismo de los 90’, hecho que esquilmó a
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la sociedad. En ese entonces, los diarios locales solo reportaban la violencia que ocurría en las
zonas rurales, pero nunca sobre lo que sucedía a la vuelta de la esquina.
Maryluz Vallejo, o Mariyú, como la llama el escritor, es una académica de la facultad
de Comunicación Social de la Pontificia Universidad Javeriana y hace parte del jurado de los
Premios Simón Bolívar. Recuerda episodios como el de las parteras bogotanas: mujeres que
vivían en condiciones precarias en los barrios de la periferia capitalina y se dedicaban a recibir
el parto de otras que no podían ir a un hospital. En su opinión lo más destacable de Alberto es
lo fácil que hace ver la acción de narrar una historia.
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6. Conclusiones
La crónica es sin duda un elemento independiente de los demás géneros periodísticos. A
pesar de que exige el rigor absoluto del oficio, sobre todo en lo referente a la verdad
verificable, incluye elementos literarios que la diferencian de cualquier otro género
informativo, y la llevan a fluctuar en un punto medio, conciliador aunque también a veces
problemático, entre el periodismo y la novela; entre el periodismo y el cuento.
Esto no quiere decir que sea incompatible con las otras formas periodísticas; más bien
significa que puede incorporar recursos de las demás mientras que estas no pueden incluir
muchas de sus características.
Es difícil conseguir la elaboración de una crónica de largo aliento mientras se está ligado
como reportero o editor a una empresa periodística. La velocidad, los tiempos y el espacio en
los medios son bastante reducida como para hacer la crónica deseada y mostrar todos los
elementos de una historia.
La singularidad de Alberto Salcedo estriba, antes que nada, en haber conseguido
demostrar que este género narrativo no está en decadencia, sino que se ha transformado como
una corriente independiente, con un horizonte cada vez más respetado en la literatura, pero
siempre con la exigencia de no transgredir los estatutos de la no ficción. La mejor prueba de
esta nueva consideración y estatus del periodismo narrativo es el premio Nobel concedido
hace dos años a la bielorrusa Svetlana Alexievich, primero en la historia a un periodista y por
una obra estrictamente periodística.
También las formas de publicación de la crónica han cambiado y las editoriales han
aumentado su atención en este tipo de productos, mientras que los medios de comunicación
los han ido desplazando.
El análisis de la historia de Alberto confirma el poderío de su voz para contar historias y la
relación intrínseca que tiene su estilo narrativo con la cultura Caribe. Como cuenta la crónica
Alberto Salcedo, las claves de un cronista además de ser un niño al que le gustaba buscar
historias, también era uno que las narraba.
La mayor lección que queda sobre la vida de Salcedo es que quizá su mayor talento no
radica en la estrategia de contar sino en la forma en que interpreta situaciones y el modo en
que destaca la condición humana en los momentos de derrota y alegría.
La historia de Salcedo también evidencia que el estilo de escribir no es algo inherente
a la persona, sino que es una conquista que se da después de muchas horas de vuelo en el
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ejercicio y después de mucha persistencia. La amenidad de sus textos está respaldada por
años y años de trabajo y de constancia.
Otro elemento a destacar, según lo investigado, es que la situación económica del
escritor durante su desarrollo no fue fácil. Su historia personal se caracteriza por su gran
sacrificio y su entrega al oficio periodístico.
La relevancia de Alberto en la escena internacional como escritor independiente es
innegable. Varios de sus colegas lo reconocen como “el líder de la manada” de los periodistas
colombianos y otras personalidades, como el argentino Roberto Herrscher, lo admiran por su
fluidez.
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7. Bibliografía
Wolfe, Tom. (2012) El nuevo periodismo. (Barcelona, España). Anagrama. Libro.
McPhee, Jhon. (2009). Los periodistas literarios o el arte del reportaje personal. (Madrid,
España). Editorial Aguilar. Libro.
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Guerriero, Leila. (2014). Zona de obras. (Barcelona, España). Anagrama. Libro.
De la Hoz, Amilkar Ernesto Caballero. La eterna parranda y el entierro de cortijo:
Desmitificación del conocimiento erudito y alejamiento de la representación. Estudios
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Salcedo, Alberto. (2013). Para escribir crónicas hay que tener algo de Kamikaze. Revista
Mexicana de Comunicación. Artículo.
Vega, Lina. (2016) El periodismo literario en el Caribe colombiano: Ernesto McCausland
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Grisales, Jorge. (2012). Enseñar periodismo para leer y narrar la sociedad del siglo XXI.
Cuadernos de información. Artículo.
Rosique, Gloria; Barranquero, Alejandro. (2015). Periodismo lento (slow journalism) en la
era de la inmediatez. Experiencias en Iberoamérica. El profesional de la información.
Artículo.
Citar Botellas de Náufrago
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La Eterna Parranda
El Oro y La Oscuridad
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8. Anexos
8.1 Anexo 1. Entrevistas
8.1.1 Primera entrevista Alberto Salcedo Ramos. Infancia.
*¿La mamá está viva?
*Cuándo regresa a Bogotá después de haber vivdo allá?
¿Qué pasó en 1963?
Mataron a Kennedy. Se publicó Rayuela. También se publicó opiniones de un payaso. Tengo
entendido que también se lanzó un satélite y fracasó. Ganaron los Dodgers de Los Ángeles la
serie mundial. El presidente de Colombia era Guillermo León Valencia.
¿Qué recuerda de los primeros 5 años de su infancia?
Mira para serte sincero, para hablarte de los 4 a 5 años tendría que apelar a la ficción. Tengo
imágenes sueltas de esa época. Recuerdo una lluvia, supongo que estaba en Barranquilla, y
muy era estruendosa. Mi mamá me decía que no pasaba nada y me tranquilizaba. (Anécdota
en que desempañaba los vidrios después de la lluvia).
Tengo otro recuerdo de cuando llegué a Arenal a los 4 años. A esa edad se separaron mis
padres. Nos llevaron supuestamente a unas vacaciones a mi hermana y a mí. El primer
recuerdo que tengo es cuando decía la palabra “gollofio”, una palabra sin ningún sentido,
inclusive mis tías me recuerdan por esa palabra y me preguntan que si me acuerdo. Debo
decir que realmente no sé si me acuerdo de cuando lo dije o es que de tanto oír el cuento de
boca de los adultos he llegado a creer que lo recuerdo y sin embargo no o recuerdo.
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¿Qué platos de comida evocan su infancia?
A mí en la infancia me tenía que obligar a comer. Si hay algo que recuerdo de la infancia es
un jugo de zanahoria que en principio me pareció impotable, me lo daban casi a la fuerza.
Luego me lo empecé a tomar gusto porque me lo daban con limón o con naranja. Hubo un
momento en que ya no supe si me gustaba o si me lo tomaba porque recordaba a mi mamá
que fue la que me enseñó a tomarlo. Eso está entronizado como un alimento de la infancia
que recuerdo mucho.
Otro es la primera ensalada que aprendí a hacer. Cogía una zanahoria y la rayaba en tiritas le
agregaba tomate picado, cebolla, aceite y sal. Nunca me lo comía como si hiciera parte de la
cena o del almuerzo sino para comérmela entre las dos de la tarde. Mi mamá me la enseñó a
hacer. En realidad no recuerdo que ella se hubiera sentado a decirme cómo se hace sino que
yo fisgoneaba en la cocina hasta que aprendí a hacerla.
¿Cuál es el plato que más le gusta de la Costa Caribe?
Es difícil, son tantos…me gustan todos los pescados, especialmente el pargo rojo, la arepa de
mote, el arroz de camarones. Lo que más como en la casa es el salmón y camarones al ajillo.
¿Alguna vez tomó Kola Román en el tetero?
No, pero sí tomé mucha Kola Román. Como vivíamos a una hora de Cartagena, esa era la
gaseosa que llegaba.¿ Sabes qué hacían allá con la Kola Román? La mezclaban con leche y
como mi en mi casa siempre había leche porque mi abuelo era ganadero, entonces la
tomábamos mucho. También se le echaba nuez moscada y era una bebida bastante
refrescante.
*Cuándo llega a Bogotá.
¿Qué eventos importantes recuerda durante su infancia?
Recuerdo el mundial del 74, cuando tenía 11 años. Recuerdo la muerte de Franco (en esa
época tenía 12; decían que se había muerto un dictador y yo no entendía. Yo pensaba que un
dictador era alguien que dictaba, como un profesor. Entonces pensaba: pobre tipo, por qué lo
habrán matado,¿ por qué le habrán celebrado la muerte si fue por causas naturales?.
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Yo siempre fui curioso con las palabras y yo de niño les tenía pavor. Me parecía que me
desbordaban, que había áreas donde no podía llegar. Empezando por los verbos irregulares,
por ejemplo el verbo “caber”, uno dice: él no cabe por esa puerta, pero cuando se trata de mí
entonces se dice: yo no quepo por esa puerta. El hecho de no poder decir “cabo” me
desesperaba. Nadie me lo podía explicar racionalmente y nunca entendía ese fenómeno.
Entonces en esa época las palabras me aterraban.
Tengo un tío en que era juez municipal en San Andrés. Trabajaba en el juzgado promiscuo
municipal y un día le hice una carta a mano para pedirle algo porque se aproximaba el mes de
diciembre. Le hice una carta para pedirle algo y marqué la carta como juzgado promisguo no
promiscuo, vi que adultos llegaron, leyeron eso y se echaron a reír y a burlar hasta que me
explicaron. Eso me dio mucha angustia porque los adultos siempre me estaban corrigiendo
algo y entonces siempre tuve la sensación de que nunca iba a aprender eso, de que iba a llegar
a los 80 años y no iba a saber el uso de las palabras. Cosa que no es mentira, todavía hoy veo
gente que lee algo en mis redes sociales y me corrige algo.
¿Recuerda la noticia de la llegada del primer hombre a la luna? 13:30
Recuerdo a mi mucha gente hablando. Entre otras cosas, recuerdo a unos adultos que
hablaban tanto que no dejaban oír el televisor. Eso es otra cosa que pasa mucho en la región,
la gente no oye los noticieros, sino que pelea contra ellos. La gente habla a la vez que el tipo
de las noticias lo hace. La gente tiene muy poca disposición de oír, lo que es algo muy del
Caribe, todo el mundo quiere hablar. Oyen la primera y la segunda frase y se largan a hacer
una interpretación de lo que escucharon. Yo recuerdo gente viendo la llegada del hombre a la
luna mientras mi abuelo los callaba con el “shhhhhhhh”. Ese es otro gesto que siempre
recuerdo de mi infancia, a mi abuelo callando a la gente para que dejaran escuchar. A él sí le
gustaba escuchar las cosas fíjate.
¿Cuáles fueron sus primeras imágenes de la cultura Caribe?
Hay una columna mía que se llama Si no eres el muerto ríete. Yo no tenía ni idea de lo que
era la muerte. Y ese día estaba todo, el juego del dominó, la gente haciendo burlas de
muerto…Si me dijeras a mí que vas a hacer un master en carabeñidad entonces te diría que la
introducción es esa escena.
¿Recuerda la primer carta que escribió?
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A mi mamá. Ella es de Arenal, de donde también son mis abuelos. Yo nací en Barranquilla de
donde es mi papá. Cuando ella y mi papá se separan nos fuimos a Arenal. Ella encontró
trabajo en Barranquilla y nos visitaba cada 8 días, no siempre, pero lo que más podía.
Entonces yo le mandaba muchas cartas con los buses que viajaban diariamente desde Arenal
a Barranquilla. Voy a conseguirte cartas de esas, mi hermano las tiene.
¿Primeras lecturas que recuerde?
Mentiría. En esa época 0 lectura. En esa primera infancia eran libros de texto para aprender a
hacerlo. Hubo un libro que se llamaba historia sagrada, era un libro de historias de la biblia
pero publicados en viñetas en forma de crónicas cortas. Estaba ahí, yo lo agarraba y pasaba
horas leyéndolo. Lo repetía y lo repetía. Me acuerdo de la historia de Josué y los hermanos.
Todos decían que iba a ser cura. A mí nunca me interesó la parte religiosa de ese libro sino la
narrativa. Puede ser ese el primer libro que leí pero no lo puedo asegurar. Uno vive la
infancia sin saber que está viviendo una época que se le escapará de la memoria. Me atrevería
a decir que uno escribe precisamente para recordar. Muchas cosas se me olvidaron y muchas
de las que he escrito ya se hubieran olvidado sino las hubiera escrito.
¿Arenal o San Estanislao?
Arenal porque era muy terroso. Las calles siempre levantaban polvo. El pueblo ya no se
parece nada al pueblo en que crecí. Cuando el suelo estaba seco, había una polvareda
permanente, y cuando llovía era un fango. Siempre estabas ensuciándote, la mamá lo
cambiaba a uno y al rato uno ya estaba vuelto miserio.
Descripción Arenal
Es un pueblo de calles torcidas y mal trazadas, de casas bajas hechas de palma, bahareque y
boñiga de vaca. Había muchos animales silvestres, perros, gallinas, vacas, cerdos que
caminaban libremente por las calles. Se jugaba al aire libre, había juegos según la hora del
día. Por ejemplo de día jugábamos mucho béisbol en la calle sin un diamante. La pelota eran
unas tapitas de gaseosa y con eso pichábamos al bateador con un palo de escoba o cualquier
vara. También jugábamos fútbol y los arcos eran piedras o camisas. De noche se jugaban
deportes menos deportivos y más lúdicos. Jugábamos la lleva, escondidas, tarro.
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También hacíamos unas bromas espantosas, tomábamos un cinturón y buscábamos una
culebra. Le poníamos un nailon al cinturón y lo ubicábamos en un extremo de la calle.
Cuando alguien venía lo halábamos y la gente pegaba alaridos tremendos pensando que era
una serpiente. Era la venganza de los niños contra los adultos que nos venían ninguneando.
Los adultos bailaban, tomaban y decían cuando hablar y cuando no. Esta era una pequeña
venganza por eso. La peor de todas las maldades, era una en la que nos íbamos a un barrio
distinto al de nosotros, entonces, dos niños fingíamos que íbamos a pelear y nos
empezábamos a insultar: “Hijueputa, tu maldita madre, te voy a pegar, hijueputa”. Los otros
niños que iban con nosotros hacían un círculo a nuestro alrededor fingiendo que nos estaban
azuzando para pelear. Entonces aparecía alguien de ese barrio. Uno de los dos niños tenía una
varita llena de excremento de animales. Cuando llegaba el intruso, se metía a azuzar y yo le
decía tenme aquí la vara que le voy a pegar a este man, él la agarraba y yo la halaba toda para
que le quedara toda la mano untada y salíamos todos a correr. Era vandalismo total.
Arenal olía ciénaga en época de sequía, y en época de lluvia olía a vegetación, de hecho
siempre olía a vegetación. Era un pueblo trazado por la necesidad de estar en un sitio. No es
un pueblo trazado con pretensiones estéticas sino uno que fue trazada por personas con la
necesidad de tener dónde dormir.
¿Cómo era la casa su abuelo en Arenal?
Queda en una calle que se llama Santander. Era estratégica, porque da a dos calles, la
Santander por donde llegan los buses de Cartagena y por el otro lado llegaban los de
Barranquilla. El bus de Cartagena tenía una búsqueda diferente al de Barranquiilla. Llevaba a
la gente que iba de trabajo a Cartagena (que quedaba a una sola hora de distancia) Mientras
que los que iban a Barranquilla eran personas que usualmente pernoctaban allá o vivían allá.
Tengo el recuerdo del bus que llegaba de Barranquila desde el que un ayudante tiraba la
contas de las películas mexicanas que llegaban al cinema del pueblo. Las tiraba durísimo al
piso y levantaba una polvareda impresionante, luego, los trabajadores del cine, que siempre la
estaban esperando, la recogían. A mí me maravillaba descubrir que la película que uno veía
después en el cine venía ese rollo que había tirado como un bulto de papa en la calle. Decía:
No puede ser que ahí en ese objeto que tratan con brusquedad venga un historia tan bonita
como La Ley del Monte de Vicente Fernández.
En la casa había un cuarto al que nunca le conocí vida porque fue muy usado antes de que yo
llegara. En una época fue una tienda que atendía mi abuelita y aún allí está la vitrina que
utilizaba. El mostrador es de antes del 42, imagínate la antigüedad.
También habían uno muebles elegantísimos en la sala que no se podían utilizar. Es curioso,
es algo muy caribe, nosotros nos damos golpes de pecho hablando de nuestra
despreocupación pero somos bastantes solemnes, osea, comprar unos muebles para que estén
ahí y los vean, es patético ¿ no?
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Había también un perro que se llamaba Chucho, y tenía una maña que nunca ladraba perso
siempre mordía. Lo recuerdo tanto que durante un tiempo la contraseña de mi correo
electrónico era Chucho.
También tuvimos una perra llamada Laica, por la perra que fue al espacio.
También había muchos guayabos y árboles de guanábana, era una casa bastante grande.
¿Qué relación tuvo con la religión durante su niñez?
Yo tuve dos etapas. Al principio yo creía y hasta me gustaba en una época. Leía mucho este
libro que te cuento pero muchos años después me di cuenta que lo que realmente me
interesaba de él era la parte narrativa. Después tuve una etapa de incredulidad. Había un cura
que se llamaba Mario y discutíamos porque yo le preguntaba que donde está Dios que por
qué yo no lo veo entonces él me decía que quién era yo para arrogarme el derecho de decir
que algo existe o que no existe. Pero la verdad nunca he sido religioso, de pronto lo soy y no
me doy cuenta. En mis textos de pronto se mezcla algo religioso por ahí pero no.
¿Cuántos sacramentos tiene?
No recuerdo. Bautizo sí me acuerdo pero de primera comunión ni idea. No tengo muy claro
eso.
¿Cómo eran las navidades en su casa?
Si. A mí siempre me encantaba que me pusieran a la tarea de armar el árbol de navidad. Pero
sobre todo el recuerdo que tengo era que se compraba cera para brillar pisos. Después que las
mujeres echaban la cera en el piso, venía la labor de los niños en que nos forrábamos los pies
con trapos e improvisábamos una pista de patinaje en la casa. El piso quedaba brillantico.
Siempre que entro a un sitio donde huele a cera de piso, me acuerdo de mi infancia.
También recuerdo que mi abuela hacía unos pasteles de cerdo y de gallina en el patio con un
fogón de leña enorme. Eso se comía en noche buena y año nuevo.
En una crónica hablo de una vez que le compré una empanada a mi madre. Ahí también
recuerdo algo.
¿Hiciste parte de la tradición, Ángeles somos?
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Si total. Íbamos a pedir en las casas al son de un canto y con lo que recogíamos hacíamos un
sancocho al final. Había un vecino que se llama Chelo y cocinaba muy bien. Es una tradición
que está bastante venida a menos por otras tradiciones como el Halloween.
-Esta casa es de uvita donde viven las bonitas. –Anda ligero, anda ligero, saca el bollo del
tinajero. – No te escondas, no te escondas, porque te pego con la honda. No te agaches, no te
agaches, saca el bollo del escaparate. Había montones. No tenían un orden establecido.
Personajes del pueblo
Había uno al que le decía “el cole” y era conocido porque era el marihuanero del pueblo, lo
que era una escándalo tremendo. Hubo otro que le decían Sasao, que masticaba vidiro, él iba
a las casas boracho y preguntaba cuánto le daban por masticar un vidrio. Los adultos siempre
lo espantaban y a mí eso me frustraba porque yo siempre quise ver al tipo hacerlo. Hubo otro
personaje del pueblo al que le decían el Chino Pino. Lo mataron en 1970 en una pelea con la
Policía, yo tenía 7 años. Yo no vi cuando pasó porque me escondieron pero oíamos la
balacera. Yo jamás lo conocí, nunca lo vi, pero en mí quedó el mito. Es primo de Socorrito de
Pino, la de mi crónica.
Otro que se llamaba Chibolo que era un tipo ordinario que le ayudaba en la finca a sacar
leche a mi abuelo.
¿Qué pasó con Ana Milena?
Ella estudió con la mujer que luego se casó conmigo. Tiene esposo e hijos. Era preciosa.
Nunca le confesé mi atracción. Ella tan bella pero mira, ya se le ven los años. Es una mujer
muy seria pero eso fue algo muy platónico de la adolescencia, no es algo trascendente en mi
vida.
¿Qué opina respecto a la muerte?
Pues hombre yo le tengo miedo sinceramente. Sé que cuando me toque enfrentarla ojalá en
una edad avanzada, después de haber vivido, me voy a asustar mucho pero también sé que
voy a encontrar en mí la reserva de coraje para asumirla. Sencillamente, es inevitable. Yo le
tengo miedo porque soy muy apegado a la vida, a los goces, a los placeres, y si aparece la
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muerte se acaba eso. Y como no creo con lo que pasa después sino que quiero que me lo den
todo aquí, entonces no pienso en el más allá sino en el más acá. Sin embargo creo que los
seres humanos después de cierto tiempo reciben de buena gana la muerte porque les alivia
una carga. Para muchos la vida puede ser una carga, hay personas que se han gastado tanto
que ya no pueden vivir. Tienen pesares, dolores o están rotas. La muerte, nos enseña a valorar
más la vida. Si no existiera la muerte, la vida sería insoportable. También te ayuda a cumplir
las metas porque la conciencia de la fragilidad, saber que somos finitos, nos motiva a
culminar las tareas. Al hombre le gusta ver la muerte como al poético pero no le gusta hablar
al respecto porque sabe que cuando llegue se le acaba la poesía. Va a llegar, sencillamente, la
asumiré.
¿Con qué ciudad tuvo más relación, Barranquilla o Cartagena?
Barranquilla, siempre se viajaba allá.
¿Qué más hacía cuando niño?
Trepaba la copa de los árboles. También disfrutaba comiendo, siempre hubo montones de
comida tapada en mi casa, como yo no sabía la de quién era la comida, entonces sacaba un
poquito de cada plato sin que la gente se diera cuenta que el plato había sido profanado.
Disfrutaba mucho aquella pequeña obra de ingeniería en que profanaba el plato y nadie se
daba cuenta.
¿Podría decirse que ha sido influenciado por cultura rural de Arenal?
Si, por supuesto. Cuando estaba niño consideraba que el mundo se limitaba a ese pueblo. Que
hasta ahí llegaba. Estuve ahí hasta los 17 años.
Sobre Elegía a Alberto Fernández “Tu voz enseñó en mí paisajes en los que aún me
reconozco”.
Él canta la canción de la Llorona loca y me reconozco allí porque oía ese mito cuando era
niño. También la de, te fuiste pa’ el molino y yo me vine para el valle, pero me dejaste herido
y ahora tienes que curarme. Todas esas canciones que cantó y que le gustaron al niño que era,
le gustan al niño que soy. Yo podría escoger una canción suya para cada etapa de mi vida. A
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eso me referís es un cantante que siempre estuvo presente en mis paisajes porque él también
procede de ellos.
¿Qué más le recuerda Alberto Fernández?
A mi abuelo. Él cantaba mucho La Molinera en su versión. Era un cantante elegante que no e
hacía concesiones a la melosería. No hacía falsetes ni arabescos con la voz. Era un cantante
que no era demagógico en la forma de expresar el sentimiento.
¿De dónde viene el cariño a los ancianos?
El hecho de haber sido criado por un par de ellos. En Arenal la gente se moría de vieja,
entonces había bastante de ellos. Había un viejito que se llamaba Roberto Herrera, y tenía
100 años aunque no sé si exageraban porque en mi memoria lo tengo como un hombre
bastante elástico. Pero la gente decía que tenía 100 y él decía que sí. Cuando mi abuelo estaba
tomando y lo veía pasar lo llamaba y le ponía un reto, meter un hilo en una aguja.
Por mi casa pasaba todo, porque vivíamos en la calle principal. Al único que nunca vi
haciendo sus gracias era a Sasao.
Dice también en una columna que le decían viejito precoz por su afinidad con los viejitos.
Mi bisabuela se llamaba Josefa Cabrera y nos contaba historias de Aladino, la de Alí Baba y
las mil y una noches. Mi otra abuela no era contadora de historias pero tenía una cara muy
plácida. Yo siempre me acercaba a los viejitos y yo siempre que hacía maldades, jamás se la
hacía a los viejitos.
¿Qué dichos recuerda de su abuelo?
Recuerdo que decía: El muerto se hace el pesado cuando tiene quien lo cargue. También: el
que quiere besar busca la boca.
Además de cartas, ¿qué más escribía?
61
Guiones de telenovelas, ponía a los muchachos a hacer obras de teatro. Tengo una obra en
que éramos 3. Se llamaba los 3 justicieros. Tengo esa foto, te la puedo mostrar. La escribí con
un compañero que llama Jorge Herrera Llamas, hoy en día es economista. En esa época
estaba en quinto de primaria y tenía diez años.
Sobre las cartas que se escribía de su “novia”
Todos los del barrio tenían novia menos yo. Entonces escribí una y dejarla por ahí para que
los adultos me calumniaran felizmente.
Detalle:
La mamá no trabajaba, se quedaba en la casa. ¿Qué trabajo consiguió en Barranquilla?
8.1.2 Segunda entrevista Alberto Salcedo Ramos.
Precisiones:
¿Tiene segundo nombre?
Sí, si tengo. Alberto Rafael. Por mis dos abuelos, Alberto el materno y Rafael el paterno. Del
paterno no tengo recuerdos porque murió cuando estaba niño. Me dicen que era muy cálido,
pero realmente no lo recuerdo.
Sobre la religión, ¿Tiene distancia respecto al tema?
No, simplemente no soy religioso para nada. A mí Dios me interesa más como una creación
literaria. Siempre me anoto en el bando de los que creen que Dios no creó a la humanidad, sino
que la humanidad creó a Dios. Me parece que quedó bien creado, es decir, me parece más justa
la segunda idea que la primera porque si Dios creó al hombre, entonces el hombre no le hace
justicia porque es corruptible, imperfecto, comete asesinatos, sería una creación bastante
dudosa. Mientras que, si el hombre creó a Dios, entonces es una bella porque hay un ser
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supremo que está por encima de todo. Millor Fernández, decía que Dios sí existe pero que no
trabaja Full Time.
Respecto a la perversidad de las ciudades, hablemos de la que hay en Barranquilla.
Gabo dice que en Barranquilla no hay prestigio que dure 3 días. Es una ciudad iconoclasta,
maledicente, por sus chismes, los rumores corren más rápido que la verdad. En Barranquilla la
gente chismosea en tiempo futuro, te dicen lo que va a suceder. Siempre van por delante. Esto
es una costumbre no solo de Barranquilla sino de toda la región Caribe. Allá todo se sabe, por
ejemplo, cuando los enamorados se meten a los callejones para tener sexo, ya todo el mundo
sabe quiénes son. Se pierde la intimidad totalmente.
¿Cree que Barranquilla es una ciudad dura en cuanto a la delincuencia?
Mira, cuando yo era muchacho, no lo era. Era una ciudad tranquila en que uno salía a caminar
por la noche y no pasaba nada. Ahora mismo sí es muy peligrosa. Yo creo que lo que la
corrompió fue su crecimiento desordenado de la ciudad, la desigualdad social tremenda que
hay, y que además es negada por los líderes. Allá siempre ha habido un discurso de la bacanería,
de que todos somos muy bacanos y ese discurso ha servido para negar las realidades duras que
tenemos y de ese modo hacerles un favor a esos líderes de todo el país. Yo creo que en
Barranquilla hay una gran desigualdad social y por eso son los índices de violencia y
delincuencia.
Hay muchos fenómenos de violencia que se asentaron en la región y que no fueron reportados
en los medios locales por el miedo a enfrentarlos. En Barranquilla se asentó un paramilitarismo
que esquilmaba a la sociedad y le hacía daño y entonces solo se reflejaba el paramilitarismo de
las zonas rurales pero no el de la ciudad.
Preguntas sobre su adolescencia y etapa como estudiante.
Antes de ser periodista, ¿tenía un plan B en caso de que no funcionara?
Realmente no lo tenía. En realidad, siempre había tenido un plan A que era ser escritor, no
periodista. Ese plan A fracasó un poco por el hecho de que mi mamá me dijo que si estudiaba
eso iba a morirme de hambre. Por otro lado, también ella era la que pagaba entonces ella intentó
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disuadirme y también meterme por los ojos ciertas carreras con prestigio como la Medicina y
Derecho. No le hice mucho eco a su idea porque no me gustaban. Además, que yo no siento
que tenga aptitud para ellas. No entiendo mi vida como dedicarme a defender delincuentes.
Respeto la carrera, pero mis proyectos no pasan por ahí. En cuanto a la medicina, me parece
una profesión muy bella y noble pero ya era un problema mío porque yo sabía que no era capaz
de lidiar con enfermedades ni sangre. Además, tampoco soy capaz de mirar a los ojos y hacer
un diagnóstico a alguien, de modo que cuando terminé mi bachillerato en el 80, estuve 6 meses
sin estudiar porque tampoco había plata.
¿Qué hizo durante esos 6 meses? *Preguntarle si esto lo ha contado.
Me dediqué a vender pollo con una tía en Arenal con una tía que se llama Jenny. Yo le atendía
el negocio, despresaba el pollo, lo pesaba, atendía los clientes que llegaban y a eso me dediqué.
No me pagaban, pero era una ayuda y para tener algo que hacer. El flujo de clientes tampoco
es que fuera algo espectacular, estamos hablando de un pueblo pequeño, y en las horas es que
el sitio estaba vacío, yo estaba sentado leyendo, me parecía que era un trabajo ideal. Había
momentos en que llegaban varios y entonces no podía leer, pero me permitía eso. Leí mucho
durante esos 6 meses. En ese entonces mi mamá trabajaba en el ejército, era la jefa de archivo
y allá se pensionó.
¿Cómo pagó sus estudios?
Los pagó mi mamá con su sueldo y con cosméticos que vendía de Yanbal.
¿Ya tenía la máquina de escribir que le regaló su abuelo?
No, mi abuelo me la regaló unos meses después de haber empezado a estudiar. Fue mi primera
máquina de escribir. Aunque yo aprendía escribir en una máquina Remington que él tenía en
la casa, la que él me regaló era marca Brother y era portátil.
¿Su abuelo también intentó disuadirlo para que estudiara otra cosa?
Noooo, a él le encantaba. Él fue un punto de apoyo importante porque cuando yo empecé a
publicar cosas, él agarraba el periódico en la axila y salía mostrarlo. Mi abuela me decía en
64
broma que por cuenta mía mi abuelo ha dañado todas las camisas por el sudor y las manchas
que le quedan con el periódico.
Ahora, tampoco es que mi mamá se haya opuesto de una manera feroz a que yo estudiara la
carrera, yo creo que ella no quería que la estudiara, pero nunca se opuso de una forma que me
impidiera ser lo que soy, al contrario, finalmente me pagó con mucha generosidad mi carrera.
¿Qué edad tenía cuando entró a la universidad?
18.
Hablemos de los profesores que más recuerda de la universidad.
Sigifredo Eusse me enseñaba redacción. Lo que le debo a él es un contagio. Borges decía que
los grandes maestros son los que contagian una pasión o que contagian un entusiasmo. Eso se
cumple en el caso de Eusse porque era un tipo apasionado por las historias. Era un ser humano
bonito, generoso, de a pie que tenía el periodismo como un apostolodao, no tenía ambiciones
personales. No era como esos periodistas que utilizan el oficio para ascender socialmente sino
que era un reportero. Para mí él fue inspirador. De Sigifredo también recuerdo que un día me
publicó en un diario del Caribe. Eso para un muchacho que está estudiando la carrera es algo
impagable, que él haya hecho eso para mí fue algo muy generoso que me hizo mucho bien y
me motivó.
Jesús Correa era mi profesor de gramática. Era un tipo supremamente preparado y conocedor
de lo que enseñaba. Además de una gran solvencia como profesional. Con él aprendí semántica,
reglas gramaticales y ortografía. En esa época yo no sentía que estaba adquiriendo
conocimientos, eso lo entendí mucho después. Corre también era un tipo que me gustaba
mucho escuchar. Daba gusto oírle la clase. Eso sí era rudo, decía las cosas con una ironía
maldita. Él te caía con un chiste que te acababa, pero después de eso uno nunca volvía a cometer
el error. Aunque el tipo nunca fue alguien pasado ni irrespetuoso, era irónico pero nunca se
pasaba. Yo me atrevería a decir que fue el mejor profesor que tuve en la universidad.
¿Sabe qué ha pasado con ellos?
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Con Sigifredo nunca volví a tener contacto. Le perdí la pista porque no está en medios, supe
que siguió en teatro porque esa era una de sus pasiones. Correa sigue siendo profesor en la
universidad y siempre será un buen profesor. De hecho, ellos dos son amigos y ambos hacen
teatro. Con Correa a veces hablamos y nos saludamos.
Amigos de esa época…
Hay un amigo que sin duda fue el que más me influyó, ya murió, se llamaba Jorge María Usta.
Me llevaba apenas 3 años de edad pero parecía llevarme 20 porque era un tipo precoz, que
parecía haberlo leído todo, y más en esos momentos en que era muy difícil hacerse a una buena
biblioteca en Cartagena que no tenía buenas librerías. Él había leído a grandes periodistas del
periodismo narrativo norteamericano, desde Bretling hasta Joseph Mitchell, pasando por Joan
Didion, Gay Talese, Capote, y Norman Mailler. Era muy generoso porque compartía su
conocimiento, sus libros y desde el primer momento tuvimos química. Te podría decir que lo
que no aprendí en la universidad lo aprendía con Jorge. Incluso, él pudo haber sido mi mejor
profesor. El poco tiempo que lo tuve como compañero del periódico y luego como amigo, fue
algo enorme.
¿Qué hacía en la universidad además de estudiar? 24: 12
No era rumbero. Andaba con unos recursos muy limitados. Tenía que caminar distancias muy
largas porque nisiquiera me alcanzaba para el bus. Caminaba el equivalente a irme de aquí
hasta Cedritos. Era Flaco y me decían media vida.
¿Cómo influenció su etapa estudiantil su forma de escribir?
Cero. De ninguna forma. Si tu lees un texto mío de la universidad no vas a poder determinar
un estilo. El estilo se encuentra, uno no parte de un estilo, sino que lo encuentra. Cuando yo
empecé a escribir en la Universidad me salían frases de cajón como: “cayó al piso cuan largo
es”. El estilo no es un regalo con el que se comience, es una conquista, es algo que uno se tiene
que ganar. Durante mi época de universidad lo que encuentras es un muchacho que tiene ganas
de escribir pero nada más.
¿Cómo se conquista el estilo?
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Con lecturas, con muchas horas de vuelo de escritura.
Cuénteme anécdotas de la cultura caribe en la universidad.
Tengo una historia sublime. Allá se le dice “man” al hombre. Está muy entronizado en el
lenguaje de los jóvenes. El pueblo donde yo estudié el bachillerato no se utilizaba, esa
expresión era urbana, no rural. Un día en la universidad llegó un marihuanero, es decir, un
estudiante que llegó a la clase en bermuda, hace 36 años ir al colegio en bermuda era una cosa
realmente irreverente. Todavía había un cuidado de la forma y había que utilizar pantalón y
medias (hoy en día nadie usa medias). No digo que esté bien ni que esté mal, solo digo que era
una característica de la época. El caso es que chico iba con unos zapatos que le llaman Apache
e iba con un perro pequinés en la mano, y yo le pregunté: ¡Hey, ¿es mansito?! Él me contestó:
no, nada, es hembrita. Yo cuando escuché eso yo no sabía qué responder, al rato comprendí
que él había entendido que yo le estaba preguntando por el género de la perrita. Eso es
típicamente caribe pero de la parte urbana.
Para mí la universidad fue sacrificio, no por los deberes académicos sino por el trsbajo que
pasé. Hice la carrera con mucho esfuerzo, si desayunaba no almorzaba, si almorzaba no comía.
Me tocó muy duro realmente, y encima caminando, por eso estab tan flaco.
¿Cómo es el sitio en que vivía?
Yo viví donde una tía mía que se llama Blanca Ramos. Es hermana de mi mamá, y vivía en un
barrio que se llama Sevillar. Es un sitio popular de la ciudad, donde la vida transcurre de puertas
hacia fuera. Había una cancha, una iglesia, droguerías, ventas de pollo, cosas así. La gente vive
afuera, son muy callejeros, de noche sacaban las mecedoras y se ponían a conversar. Uno nada
más se acostaba cuando ya se iba a acostar. Esto era al aire libre. Si hay algo verdaderamente
comunal y colectivo es el ruido en los barrios. Allá eso nunca es individual, por ejemplo, tu
prendes un picó en tu casa a todo volumen y las paredes del vecindario trepidan, nadie se queja,
y el que se queje, le dicen que es un cachaco. Allá usan eso para desacreditar. Ahora, te voy
explicar otra cosa, yo cuando vivía con mi tía, no vivía con mi mamá. Mi mamá vivía en un
inquilinato de monjas en el que yo no podía vivir porque era solo para mujeres. Por eso, vivía
con mi tía. A veces nos veíamos a la hora de almuerzo y después nos veíamos los fines de
semana. Después, me mudé con ella. Vivíamos en el centro, 42 con 38, vivíamos los 3 con mi
hermana. Luego nos mudamos a otro barrio que se llama El Paraíso. Mi hermana estudió
derecho, es abogada.
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Barranquilla fue la que más lo influenció en su niñez, además, fue donde estudió su carrera,
¿por qué su primer trabajo fue en Cartagena?
Porque no había en Barranquilla. Eso está contado en Botellas de Náufrago.
¿Es por eso que no le gusta trabajar en empresas periodísticas?
No es que no me guste, lo que pasa es que siento que es una etapa que recorrí y que no quisiera
hacerla de nuevo y menos en una situación desventajosa como ser un redactor.
¿Por qué no le gusta trabajar en empresas periodísticas?
Porque en una empresa periodística no me da el tiempo de hacer lo que me gusta. Me toca
convertirme en un capataz de la información, es decir, me toca mirar a ver si el fotógrafo está
cumpliendo una orden…El último año que estuve en El Universal de Cartagena, era jefe de
redacción y me tocaba hacer órdenes para los fotógrafos para que fueran a tomarle fotos a un
bautizo o a un cumpleaños. Me tocaba saber si el carro que había ido del periódico a Montería
había llegado bien o si se había varado, me tocaba saber si el reportero x ya había entregado
las 5 notas que le correspondía. Entonces me di cuenta que todo lo que me tocaba hacer no
tenía nada que ver con periodismo, que me había convertido en un capataz de la información.
Yo lo que quería era escribir, no eso. Salía de noche, cuando llegaba a la casa mis hijos ya
estaban dormidos, entonces no, no me interesa. Yo tengo un umbral muy bajo de tolerancia
frente a lo que no me interesa. Yo no soy capaz de hacer una cosa porque me toque.
Eso es lo del incidente con José M. Aparicio. ¿Alguna vez volvió a saber algo de él?
A raíz de la columna que está en Botellas de Náufrago, me escribió un hijo de él. Me pidió
disculpas y me contó cosas que me rompieron el alma. El tipo murió en un accidente de tránsito,
se estrelló en la vía entre Barranquilla y Cartagena. Entonces el hijo me escribió y me contó
que estudió en la Javeriana, incluso me dijo que yo había podido ser su profesor. La verdad,
me dolió un poco. Si me hubiera enterado antes de publicar el libro, no habría incluido esa
columna ahí.
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Aún hoy, si tuviera que elegir, ¿prefiere Barranquilla sobre Cartagena?
Sí.
¿Qué diferencias hay entre la Barranquilla de su juventud a la actual?
Un cambio absoluto. La ciudad de aquella época, era un pueblo grande. Ya tiene cara de ciudad
y problemas de ciudad. Se perdieron un montón de costumbres, la costumbre de caminar ciertas
distancias. La ciudad en que crecí uno todavía conocía a la gente, ahora ya hay mucha gente
que uno no conoce. Hay 3 millones de habitantes. Antes uno salía en Barranquilla al centro y
se veía con 5 conocidos, ahora uno sale y es muy difícil encontrarse a uno.
¿Qué película recuerda de Ettore Scola?
La familia. La familia me encanta, es una historia hermosa que se cuenta desde el punto de
vista de un hombre que primero es niño y muere a los 80 años. Además, la cámara nunca sale
de la casa, los protagonistas nunca salen de la casa, se van y a veces vuelven y a veces no
vuelven, pero, se va la gente la cámara no. Se necesita mucho talento para contar una historia
con una sola cámara que nunca sale de un espacio y hacer que se sienta que lo que está contando
no es solo la historia de la familia sino la de un país. La película atraviesa varias generaciones
y uno siente como espectador que al final de la película uno también ha envejecido. Uno siente
que algo cambió en uno irremediablemente como heridas del tiempo.
¿Cuánto tiempo trabajó en Cartagena?
Trabajé desde el 85 hasta el 92. 6 años y algo.
¿Por qué se decidió por venir a Bogotá?
Quería probar. Estaba aburrido de la cosa administrativa, estaba aburrido de seguir firmando
órdenes de fotografías, yo quería hacer periodismo. Entre a un noticiero que se llamaba Gran
Pris por Cadena 3. Era redactor.
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¿Le gustó el mundo de la televisión?
Me costó al principio. Yo estaba ahí porque estaban las oportunidades y eso me ayudó a tener
un mejor nivel de vida porque en los periódicos era más complicado.
Cuénteme sobre el programa “Ese mar es mío”
Si. Fue una serie que se hizo en el año 98. Fue una producción en que se contaba historias sobre
el Caribe inglés, francés y español. Para hacerlo, fuimos a 11 países. República Dominicana,
Cuba, Puerto Rico, Curasao, Aruba, Jamaica, Haití, Estados Unidos, Venezuela,
Colombia…etc. Queríamos demostrar estilos de vida, música, culinaria y ver los puntos de
encuentro entre los distintos caribes. Fue una serie muy bonita. En esos años hice también vida
de barrio. Una serie sobre barrios. Se llamaba vida de barrio. En youtube hay capítulos de esos,
que fue el que más disfruté hacer. Además, me dio mucho reconocimiento, con ese me gané el
Rey de España. Esto fue entre el 97 y el 2001.
Coincide con la publicación de “De un hombre obligado a levantarse con el pie izquierdo”
Si. El libro se publicó en el 1999. Yo empecé a hacer el libro pero no tenía ni idea que iba a
surgir el trabajo en Vida de Barrio. El libro lo empecé a escribir por allá en el 95.
¿Qué lo convirtió en escritor?
Yo creo que el bagaje y la experiencia. Son cosas que uno solo aprende haciéndolas. Yo digo
que hacer periodismo es como cagársele en el amor. Uno no aprende a cagársela uno
sencillamente necesita cagarla para aprender. Así mismo en la literatura. Te diría incluso que
yo sigo aprendiendo. Aunque suene a demagogia y a frase de cajón. La verdad es que no es
fácil.
¿Por qué deja la televisión?
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Quería consolidar mis proyectos con los libros.
¿Tuvo miedo a la parte económica?
Cuando mis hijos empezaron a caminar solos por la vida y a coger calle, perdí los miedos de
eso. Obviamente hay cosas que uno no puede hacer cuando ellos están pelados, entonces ya no
me daba miedo saltar al vacío. Eso me condicionó a estar tantos años en la televisión. Mejor
dicho, sí me gustaba hacerlo, pero realmente sí me condicionó durante un tiempo. Me gusta
más el cuento de escribir.
Su primer trabajo fue en la radio en Cartagena
Si fue una cosa de decir noticias, es más, fue mi primer trabajo porque antes de entrar en El
Universal estuve en Todelar. El periodista que reemplacé se llama Germán y duré ahí 15 días.
Ahí no descubrí nada respecto a la radio. Simplemente me tocaba escribir cosas para que otro
man las leyera ahí. A mí lo que me interesa es la relación directa con el oyente.
¿Cuándo se empieza a sentir atraído por la radio?
En el 2014 cuando empecé el programa Del Canto al Cuento.
¿Aceptaría un trabajo en la radio en el futuro?
No. Solo si este programa se llegara a acabar. Aunque yo le dije a Mario (Jursich) una vez que
lo ideal para mí sería nunca quedarme sin hacer radio. La gente te oye en la radio porque quiere
hacerlo. Puede haber alguien que prenda el radio y llegue a uno por aleatoriedad pero nosotros
tenemos un público que hemos ido construyendo a través de los años.
*Ha sentido discriminación entre ser un periodista escritor y no ser un literato escritor.
*Preguntarle por el nombre del colegio en que se graduó.
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8.1.3 Tercera entrevista Alberto Salcedo Ramos.
En la última llegamos al 92, cuando llegó a Bogotá a trabajar en el noticieorn Gran Pris.
Ese noticiero se llamaba Gran Pris del deporte, lo emitían en el canal 3, lo que hoy en día es
señal Colombia. A esta hora (6:40pm) estábamos corriendo porque el noticiero se emitía a las
7 de la noche y era un noticiero de verdad verdad, hablaba de todos los temas.
¿Qué hacías ahí?
Ahí era un reportero, hacía croniquitas de televisión, por ejemplo, me acuerdo que me iba con
Hector Mora, el atleta, él trabajaba en la empresa de servicios públicos. Él iba trotando y
nosotros lo perseguíamos en una motocicleta con unas cámaras de Vetacam de unos casetes ¾.
Yo tenía problemas económicos y de todo.
¿Viniste de El Universal ya contratado para lo otro o viniste a dar el salto?
No, yo vine contratado, en realidad la razón por la que vine es personal, porque yo allá me lie
estando casado con alguien más y entonces vine para defender el matrimonio. Primero llegué
yo y luego pasaron unos meses antes de que mis hijos y mi mujer vinieran.
¿Cómo fue el aterrizaje en Bogotá?
Pues mira yo llegué sin ropa para el frío ni nada, no tenía el “feeling” con la ciudad, aun así,
yo nunca pensé en devolverme. Los primeros 3 meses esta gente no conseguía plata para pagar,
y yo pensaba: jueputa, me pegué el cagadón del siglo, porque yo en El Universal recibía sueldo,
era uno muy malo. Además, tampoco tenía nadie a quien acudir en la ciudad y que me ayudara.
Mi papá hacía el Gran Pris del deporte, era uno de los socios, pero cuando me vine no me
pagaban. Yo supongo que eso lo hizo el buscando un acercamiento que finalmente no se dio.
Pero eso es un tema complicado. El caso es que mi vine para acá y estuve un año. Después pasé
a otro que se llamaba Mundo 3. Ese era internacional. También era de Señal Colombia.
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Pero bueno Alberto, y ese aterrizaje en Bogotá ¿cómo es?, ¿a dónde llegaste a vivir por
ejemplo?
Llegué a un barrio que se llama Los Andes, entre la Avenida Suba y la 100. Queda pegado a la
Floresta. Vivía en una habitación dentro de una casa. Yo nunca dudé, sabes, yo tenía claro que
había que salir de la zona de confort, si me hubiera quedado estaría como Gustavo Tatis. Al
principio la cosa de los noticieros me absorbió de tal manera que yo no hacía nada en presa.
Me acuerdo que de El Espectador me llamaron muchos para hacer obituarios, cuando murió
Daniel Santos en el 92, yo le hice el obituario. Si buscas en El Espectador se puede encontrar,
aunque me parece que no me respetaron el título en la edición. Después, mataron a Rafael
Orozco, y también me llamaron para escribirlo. Escribí del tipo, de su vida. Me parece que no
lo firmé. Después murió Obregón el pintor, el mismo año, el que me llamaba se llamaba Juan
Pablo Ferro. Un día le dije: Oiga, ¿cuándo me va a poner a escribir sobre alguien que esté vivo?
El de Obregón no recuerdo haberlo hecho.
¿Cómo es aterrizar en Bogotá para un costeño en el 92?
Hermano, fue difícil. Yo no sentí desprecio de la gente. Yo digo que uno siempre ve lo que
quiere ver, y si uno va a avinagrarse la relación con la ciudad entonces pienso que uno siempre
va a encontrar motivos. Una vez un costeño me dijo que si yo era de los costeños que trabajaban
o de los perezosos. Aunque también Barranquilla es una ciudad segregacionista. Es que yo
como tengo un sustrato tan provinciano, me armé una Bogotá provinciana. Yo salgo poco, solo
salgo para lo necesario. Cuando no tengo que viajar, soy feliz en la casa. La única interacción
que tenía era para lo necesario. Yo me le abrí a la ciudad, para surgir se demoraron las cosas,
pero mejoraron como a los 8 años de estar acá, a finales de los 90 cuando me encargaron a
hacer un programa que se llamó Vida de barrio, salía en Señal Colombia, y tenía un contrato
grandísimo, las cosas cambiaron porque dejé de ser empleado a tener mi propio contrato.
Hicimos casi 90 capítulos. Con eso compré casa, compré carro. Ahí no había hecho nada de
escritura.
Y el libro De un hombre obligado a levantarse con el pie derecho…
Ah bueno, pero es que eso yo lo estaba haciendo por mi cuenta. Con ese libro me pasó una cosa
simpática, osea, como no me paraban bolas, yo mandaba crónicas a las revistas y nadie me las
leía, entonces yo pensé en hacer un libro que las crónicas que nadie leía, lo que yo no sabía es
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que lo mismo que pasaba con las crónicas sueltas, pasaba con las crónicas reunidas. Fui a
Planeta, y no me pararon bolas, fui a Random y tampoco, las mismas que hoy me dicen que
publique con ellas no me pararon bolas. Entonces yo tenía una alumna en el Inpahu de nombre
Soraya Peñuela que estaba allá en Planeta y le dije: Sora yo pasé un libro allá, y ella me
preguntó que a quién hasta que una mañana me dijo que fuera a visitar y que ella me decía
cómo iba la cosa. Entonces llegué y me recibió, y había tal grado de tartamudez en ella que no
necesitaba decirme nada. Hubo un hecho que me pareció revelador, el libro estaba metido en
un sobre manila y pegado, así mismo estaba como lo entregué, jamás lo abrieron, pasó un año
ahí.
Hay una profesora que yo quisiera encontrar para darle un abrazo. Me llevó a un colegio, creo
que se llama Berta. Me llevó al colegio por el programa Vida de Barrio del que ella era fanática.
Entonces le hablé a los niños del colegio sobre el programa. Cando íbamos saliendo, le dije,
mira yo tengo un libro por ahí inédito, pero no me le han parado muchas bolas, entonces me
respondió que tenía un tipo que tenía una editorial en el garaje de su casa. Su nombre es Jesús
Aníbal Suárez. Entonces le di el libro. Es curioso porque Jesús Aníbal vivía en la misma cuadra
que yo vivía. Yo vivía en la Alambra para ese entonces. Es curioso porque el libro dio un
vuelton por todas las editoriales hasta llegar a dos edificios de mi casa. Un día me llama un
tipo y me dice: Oiga una profesora me dio un libro... el libro no tenía ese título sino el título de
otra crónica. El libro se llamaba “por favor ni siquiera orquídeas”, que eso además es algo que
no cuento en el prólogo. Próximamente sale una nueva edición con una de las editoriales que
lo rechazó (Random). Entonces el tipo me dice: Yo te lo quiero publicar, pero ese título es muy
malo. Me dijo: No es malo como título de una de las crónicas, pero para el título afuera no
vende nada. La crónica que le da el nombre entonces es la de “De un hombre obligado a
levantarse con el pie derecho”, porque era un hombre que había perdido la pierna izquierda. La
crónica se llamaba “Historia de un hombre…” y entonces me dijo que le quitara la palabra
historia. La primera portada era espantosa. Juan Manuel Ruiz fue un aliado, él me entrevistaba
y hacía escándalo cuando se publicó. Él metía 20 libros en el baúl del carro y se iba al
aeropuerto a venderlos. Yo sentí que él quería el libro. Lo de Jesún Aníbal es bonito porque él
iba a vender los libros en el aeropuerto. (Como si fueran yucas).
Luego le llevó el libro a Afanador (crítico literario en revista Semana) e hizo algo bonito. Le
dijo que le quería llevar un libro pero que le quería decir algo al respecto, que no se lo quería
mandar y ya.
El libro ganó premio como libro del año por la Cámara del Libro. En el 2000 me lo dieron.
Para esto nombraron un jurado que era Germán Santamaría, Ramón Jimeno y alguien más que
no recuerdo. El premio fue en la categoría de libro de no ficción.
En el 2005 me dijeron que se había agotado la edición, que en esa época era de 3000 libros,
porque en esa época aún se vendían bastante. Me ofreció hacer una segunda edición y por
gratitud yo le dije que sí. Para ese entonces a mí todavía no me paraban muchas bolas. Todos
los años, me daba un reporte de ventas horroroso diciendo que no se vendía, un día me invita
a Tunja y me dice que si lo acompaño porque le van a comprar 100 libros. Quieren que vaya y
los firmé. Le firmé 100. Cuando llegó el reporte de ventas en diciembre del mismo año me
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salía con que solo se vendieron 22. Y le dije oye, pero de los 100 que te firmé no me digas que
solo te compraron 22 y dice: no imagínate Alberto que nunca los pagaron. Entonces claro, el
tipo me dijo hace dos años que si hacíamos una tercera y le dijo que no. Me fui con Random,
y en año y medio llevan 3 ediciones en cambio él en todo ese tiempo solo dos. El tipo era muy
ventajoso. Al comienzo era bonito por la mística y lo demás, pero eso se perdió. En fin, ese
libro fue producto de una terquedad mía porque yo tenía otros empleos que me ajustaban el
sueldo. Para esa época era profesor en el Inpahu y en la Jorge Tadeo Lozano.
¿Tiene estudiantes famosos?
Juan Diego Elvira de la Tadeo, es presentador en Caracol. Elber Gutiérrez jefe de redacción de
El Espectador, un gran periodista. De la Sabana un pelada que se llama Adriana Restrepo. De
la Sabana un pelado Diego Patiño ques es diseñador del New Yorker, a él nunca lo vi hablando
de diseño pero es muy talentoso. Diego Senior que tiene un muy buen puesto en Caracol. Son
varios.
Para ese momento eras profesor, tenías lo de la crónica de barrio y sacaste este libro.
Y había sacado mi primer libro “10 juglares en su patio” con José Maria Usta. ÉL y yo teníamos
unas crónicas y pensamos en hace run libro de juglares. Tampoco nadie se animaba a
publicarlo, pero un día fui a una rueda de prensa en la Lotería de Bolívar, el gerente se llamaba
Joaquín Berrío, que luego fue gobernador. De repente nos escuchó hablar del tema y me dijo
que nos podía publicar el libro. Nos dijo que nos cubría el gasto de la edición y nos ofreció
darnos una parte para que fuera el regalo de fin de año como un trabajo social para los
trabajadores y clientes y así lo hicimos. El libro se desbarataba con mirarlo hermano. Tú lo
leías y lo pasabas cuando lo terminabas se le caían las páginas, en ese entonces valía 3 mil
pesos. Esto es en 1991, cuando tenía 28 años. Después vino uno de boxeadores que se llama
“los golpes de la esperanza” con el que me gané mi primer Simón Bolívar. Yo a ese libro no le
hago nada de fuerza, porque me parece que es un mal libro, es como esconder una vergüenza
y es curioso porque se ganó un premio. En cambio, el de Pambelé nunca se ganó el premio.
¿Cuántos Simón Bolívar tiene?
5. El último fue con la crónica de Diomedes Días.
75
¿Pensaste en regresar a Cartagena al llegar en Bogotá?
No nunca. Supe que la cosa estaba dura, pero no. Yo sentía que la ciudad se me abría con el
tiempo.
¿Siente que la ciudad es suya ahora?
Pues yo siento que Bogotá es una ciudad que tiene varios canales, uno puede interactuar con
ella como quiera. Uno incluso se puede aislar, cosa que no pasa en Barranquilla. Uno por
ejemplo allá no puede porque la gente se mete en todo, te visita…Hace como 3 años estaba en
Arenal y tenía que hacer una columna. Me levanté temprano y me puse a escribir en el portátil.
Antes, les había dicho a mis tías que si alguien venía a buscarme le dijeran que no estaba.
Entonces un amigo de la infancia fue a buscarme porque le habían dicho que yo estaba en la
casa. Tocó la puerta y le preguntó a mi tía si yo estaba, entonces ella le respondió que sí, que
yo estaba adentro. Entonces él le dijo: llámamelo, ¿qué está haciendo? Y ella le dijo: está
escribiendo ahí. Entonces él dijo aahhh osea que está ocupado, todavía defendiéndome. Para
mi tía no estaba ocupado, estaba escribiendo. Allá la gente convierte todo en rumor y lo demás.
Yo nunca pensé en devolverme de Bogotá. No porque me quisiera jefe sino porque uno tiene
que buscar un lugar en el que estar. Yo sabía que tenía que guerriar para llegar a algún sitio.
En ese sentido sabía que quería escribir y lo podía hacer en cualquier parte.
Su desarrollo en Bogotá…
En ese punto, hay dos personas a las que le debo mucho. El primero es Daniel Samper Ospina,
él me invitó a Soho en el 2001 cuando tenía 38. Él me invita a escribir ahí. Yo tenía un alumno
que se llama Diego Carvajal en la Universidad de la Sabana. Él trabajaba en Soho siendo
alumno en la Sabana, y entraba a mis clases como oyente porque le gustaban. Entonces, él me
engañó a mí y a Daniel. Nos dijo que nos queríamos ver. Me dijo: Daniel te quiere encargar un
tema. Hasta que terminamos hablando. Esto se descubrió muchos años después, Daniel no creo
si sabe. El segundo personaje es Mario Jursich en el Malpensante. Andrés Hoyos. Me
publicaron la eterna Parranda, que tenía 40m páginas, lo que marcó un hito porque eso nunca
se había visto una crónica de esa extensión publicada en 40 páginas y de un solo golpe. Es
curioso, fíjate, hay diferencias entre ellos dos. Daniel es un editor de ideas, te dice cosas y te
aporta. Daniel tiene la idea y jamás te hace sugerencias. Mientras que Mario te hace
sugerencias, fíjate, en la crónica del viejo Emiliano, me dijo marica bájale a la palabra
“maestro” que suena muy cursi. A Daniel se le ocurren muchas ideas y todas son ganadoras.
Mario es el tipo que peor me ha pagado en la vida en el sentido económico. Yo le publiqué
76
cosas que nunca me pagó, aunque tampoco se las cobré, entonces se acostumbró y jugaba con
ventaja. Aun así, tengo una deuda de gratitud con él. A Daniel nunca en la vida le dije el precio
de mi crónica y siempre lo que me pagaba era más de lo que yo le hubiera cobrado al principio.
Daniel tenía una tarifa alta para Leila, Juan Villoro, Martín y para mí. Después supe que tenía
una tabla y que estaba en ese grupo.
Estamos hablando de enero de 2002. En mayo sale la del Charo Velásquez que se ganó el
premio Simón Bolívar. Ese man me ponía hacer 6 crónicas al año. Es decir, dos por año. Daniel
siempre me pagaba cosas justas. Ahí empezó a cambiar la cosa.
Te voy a contar algo muy irónico. Antes, yo ganaba mucho dinero con la televisión y cero
reconocimientos por lo que hacía, después muuuucho reconocimiento y sin muuucho dinero.
Lo cual se ha prolongado hasta nuestros días. Yo creo que se puede lograr un balance (se ríe).
¿En qué momento dejaste de ser empleado de nómina?
Más o menos desde el 2000. Es duro, muy duro. A veces me queda un trabajo muy bueno, por
ejemplo, el año pasado me tocó hacer el libro de los 75 años de Auteco y me pagaron bien.
También hice una crónica para la Cámara de Comercio de Cartagena, que están haciendo un
libro papel cebolla y no sé qué. A mí nunca me hace falta trabajo, al contrario, tengo que
saber escogerlo porque entro en apuros. Es muy difícil decir que no. Hay que aprender a decir
que no, te lo dice alguien que no sabe.
Hay un pelado que se llama Juan Abel Álvarez. Es un pelado del mundo de la publicidad y
tenía un contrato con Buchanan’s y me llamó por teléfono. Entonces me llamó por teléfono y
me dice: Alberto creo que el mundo de la publicidad tal como lo conocimos ya desapareció, el
futuro no son esos pincelazos, sino que ahora serán micro relatos, entonces me encantaría que
nos viéramos para que me des una ideas. Yo le pregunté que si yo iba a participar en la campaña
y me dijo que no, que era para él hacerla. Me dijo: estoy seguro que me darías muy buenas
ideas, y yo le dije que sí que seguro que sí pero que no se las iba a dar gratis. A ver pero es que
a veces son así.
¿Has sentido discriminación por ser un escrito de no ficción?
Si. Sutilmente. Gossaím me preguntó en una entrevista que cuando iba a dar el salto a la
literatura. La pregunta tiene un veneno y un desenfoque porque es como decir que la literatura
está arriba. Debo dejar constancia que él siempre ha sido generoso conmigo. Hay un escritor
muy importante que me regaló un libro con la siguiente dedicatoria: querido Alberto, los poetas
de este país se molestaron cuando decidí hacer un libro de poesía, quizás tú, que eres un simple
periodista, le dé a este libro una lectura diferente. Wooow, heavy ¿no?
77
Para mí Juan Manuel Hoyos es el cronista más importante que yo no conozco, lo que pasa es
que bueno dejó de escribir, pero lo que hizo fue todo superlativo. Un día dijo, voy a hacer una
novela y le dijeron que no fuera tan bobo. El medio es duro, pero dicen que el de los escritores
es peor. Hector Abad dijo una vez que en la literatura existe la soberbia y el fracaso porque si
tú juegas fútbol y andas en un bajón te entrevista y pides disculpa, asumes la derrota, pero el
escritor siempre desmerita al que le va bien.
Pareja sentimental….
Llevo 7 años freelace en ese aspecto. La verdad es que yo me casé a los 21. Nunca antes había
tenido la oportunidad de estar freelance. María Bernarda era una muchacha de Soplaviento, nos
separaba el río. En esa época le mandaba papelitos con una amiga, yo tenía 16 años. Nosotros
estuvimos juntos realmente por la iniciativa de ella, yo era muy tímido. Si fuera por mí, ella
todavía me estaba esperando.
Respecto al periodismo.
Hermano el periodismo es un oficio que yo no sé para dónde coño va. Cada vez me siento más
contento con haber tomado la determinación de no estar un medio. La estabilidad económica y
lo mensual es bueno y si la cosa sale bien uno puede prescindir de eso.
¿Por qué salió de El Colombiano?
Porque cuando me ofrecieron ir a Carrusel le dije a Martha Ortiz (de El Colombiano) que me
iba. Ella me dijo que no le gustaba perder y que la gente iba a pensar que había cambiado uno
por el otro. Le subió el sueldo y le dijo que trabajar un tiempo pero que en el momento no.
Entonces seguí y me pagaron mejor. Después me salió lo de El Mundo en España. Entonces
me tocaba escribir 4 columnas para El Mundo en un mes, 4 para El Colombiano y una para
Carrusel. 9 columnas al mes.
Una columnista de El Espectador hace su columna gratis y hace otra para otro medio y otra
para un medio extranjero, y se vive quejando de que no le pagan y le dije que no lo hacen
porque no las cobra. Eso nos perjudica a los demás también.
*Está escribiendo en Carrusel una al mes.
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¿En qué años fue profesor de la universidad Javeriana?
Desde el 2002 hasta el 2011. Fueron 9 años como profesor. Es donde más estuve y donde más
me gustó estar. No había que firmar planilla de asistencia. En los salones los estudiantes se
tomaban de la mano, había mucha libertad de cátedra, cosa que no pasaba en la Sabana.
Además, allá el estudiante tiene poder, si se quejaba investigaban al tema y ponían atención.
En cambio, en la Sabana era vertical.
Respecto a ser profesor.
Lo mejor que uno puede hacer sobre el oficio es ser profesor porque tiene que preparar las
clases, estar leyendo, estar buscando referentes, pistas y así se aprende mucho. Ser profesor
terminó volviéndome en alguien que saber más del oficio. Cuando enseño, le digo a los
alumnos que eso que les estoy enseñando es solo una posibilidad. Les digo que hay gente que
lo hace de otra manera. Por ejemplo, Leila, hace el trabajo de campo sin documentarse antes,
sin leer nada. En cambio, a mí me gusta documentarme. La teoría de ella es que uno se previene
un poco.
Si lees a Severo Cerdui o a Carolin Infante o a Villoro te das cuenta que la mejor forma de ser
universal es siendo uno mismo.
8.1.4 Entrevista a Carlos Mario Correa
¿Cuándo fue la primera vez que conoció Alberto?
Eso fue hace diez años aquí en Medellín. En un evento en la Universidad EAFIT organizado
por el periódico Nesus. Nos encontramos y conversamos a la salida de la conferencia que él
dio. Le conté de mi interés sobre su trabajo, sobre la crónica latinoaméricana y hablamos de
las crónicas que había leído de él. Para entonces ya había leído el libro de crónicas De un
hombre obligado a levantarse con el pie derecho y otras crónicas y estuvimos hablando de mí
como lector, de cómo admiraba su trabajo y de cómo lo compartía con mis estudiantes en clase.
¿Cuál fue su primera impresión de Alberto?
79
Fue una impresión previsible, de que era un hombre muy amable, muy chistoso. Y claro, lo
comprobé fácilmente.
¿Tiene alguna anécdota con Alberto?
Él me remeda como paisa. Me dice quiubo pues hombre, ¿qué más hermano?, también el hecho
de que me llame hermanazo me gusta. Cuando hablamos por teléfono responde: quiubo pues
hombre, ¿qué más hermanazo?
¿Se adquiere un acento único basado en el lugar en que se nace a la hora de escribir?
Si claro. La crónica es una conjugación de mirada, voz, testimonio y acento regional
indudablemente, y en él se conjuga la voz caribe inobjetable, básica y contundente. Yo lo
considero un prosista de boca y pluma, un gigolo de auditorios, y así lo describo en un trabajo
que voy a publicar próximamente.
¿En qué grado está influenciado Alberto por la cultura caribe a la hora de escribir?
Está muy embebido, muy matizado y enriquecido en la cultura caribe. Se nota en el enfoque y
en los personajes de sus crónicas, boxeadores, cantautores y otros de la vida cotidiana. También
tiene paisajes del caribe muy apreciables en su trabajo cronístico.
¿Se puede determinar el origen de un cronista a partir de sus crónicas?
Claro, sí. Se puede apreciar el acento regional, la condición local, el lenguaje y por la manera
precisar asuntos de la vida cotidiano así como la forma en que califica personajes. Por los
epítetos, los comentarios, las interpretaciones que son producto de la cultura que el cronista
lleva inserta antes de escribirla porque la crónica también es un reflejo cultural de sus autores.
¿Cómo describiría el acento de Alberto en sus escritos?
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Es un autor muy ameno, de mucha gracia y espontaneidad.
¿Cree que Alberto es el líder de la manada respecto a los cronistas colombianos?
Pues en este momento por la cantidad de trabajos publicados, la periodicidad con que los
publica, las traducciones que tienen sus trabajos en el exterior y la obra que ha acumulado, él
está en la cabeza de cronistas colombianos.
¿Qué opina de Alberto como líder de opinión?
Él es un contador de historias que pesa en el ámbito de la crónica colombiana y su renovación
como reportaje, como crónica de reporteros inmersos en la realidad colombiana y bien
documentados y buenos escritores. No es uno de los opinadores más leídos en la prensa
colombiana como columnista. Ya como columnistas hay otros que tienen cosas de más cantidad
de lectores y de más liderazgo que él.
¿Cómo describiría la vocación de Salcedo para ser escritor?
Se nota a flor de labios y en sus actitudes, la vocación es un estilo de vida que se asume no solo
cuando se es cronista sino en la integridad humana. Tiene que ver mucho con la disciplina, la
constancia y la dedicación a un trabajo y Salcedo lo ha conseguido. Hasta el punto que yo
también lo defino como un reportero de saturación que agota cada tema que aborda, eso
también se llama vocación.
¿Hay afinidad en el trabajo de Salcedo y el suyo?
Si, en la rectificación de los asuntos de la cultura popular, en el aprecio que tenemos por la
gente humilde de nuestras ciudades5 colombiana y en el tono desenfado que nos dirigimos al
lector siempre. Hay un esfuerzo que se nota en nuestro trabajo por no aburrir al lector con
narrativas enriquecedoras y fuerza sensorial, también incluimos comportamientos, estilos,
formas de vida y sobre todo por el respeto que tenemos por los seres humanos en general.
81
¿Es necesario ser de la costa caribe para escribir de la forma en que él lo hace?
No lo considero que es un requisito. Pero pienso que es una marca de fuego en su estilo el
acento caribeño. Como por ejemplo en mí sería lo antioqueño, lo paisa, pero no lo paisa
tradicional, lo cliché, sino la ciudad, la comida, el modo de hacer amistad y la manera de hablar,
los dichos populares con los que nos comunicamos a la hora de hablar.
¿Ha sido influenciado por alguna crónica de Alberto?
Si. Las influencias que recibo de él son de antojo, él me antoja de ser periodista de hacer las
cosas mejor. El pone el listón muy alto y me invita a mirar con más detalle el entorno en el que
vivo y tiene muchas enseñanzas que me gustan mucho como la de tomar notas
permanentemene, insistir con el tema lo que más se pueda…etc. Él dice que hay dos tipos de
escritores, los que quieren escribir y los que escriben. También está manera persistente de
hablar frente a frente sin máscaras de una manera tan amable en que él lo logra. Él me
entusiasma a seguir escribiendo crónicas y llenarme de desafíos.
¿Qué otras cualidades de Alberto lo motivan a escribir?
Noo, que su condición de maestro afable, su relación permanente con estudiantes y jóvenes me
parece que es algo que hay que valorar. Pese al nivel en el que está hoy en día como autor
latinoamericano y que viaja al exterios, él sigue siendo un hombre muy cercano a la juventud,
a los jóvenes que quieren ser cronistas y le están pidiendo orientación. Es algo que él mantiene
con mucha naturalidad y lo engrandece como autor, lo cualifica en el concierto latinoamericano
porque no todos los cronistas de indias como los llamamos hoy tienen ese carácter, hay unos
bastante difíciles, inclusive pedantes, de los cuales Alberto se aleja de forma humilde y franca
que yo por lo menos le he podido apreciar siempre.
¿Qué crónicas recuerda de Alberto?
Me gusta mucho la crónica de la víctima del paseo, que siento autobiográfica me parece que
representa una forma de trabajar la crónica con universalidad. Me gusta la niña más odiosa del
mundo por su estilo literario y narrativo y con un fuerte poder de persuasión en el lector, nos
hace leerlo como si fuera nuestra propia historia de la infancia, me atrevería a decir que casi
todos hemos tenido a una Socorrito Pino en nuestras vidas. También me gusta mucho la crónica
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sobre Rocky Valdez porque es un enfoque muy experimentado en segunda persona y que él lo
logra bien con su acento ahí sí totalmente caribe, esa manera de tutear al lector es muy
encantadora. Me gusta la Eterna Parranda por las digresiones, por la manera en que va
imponiéndose como el diario de campo también en la crónica, en las pesquisas también de
Diomedes y en el hecho de no haberlo confrontado en una entrevista porque el personaje no lo
aceptó, logra superar eso que podría ser una falencia en otro cronista, no tener la voz directa
del reportaje con el personaje. Y también me gusta mucho ese guiño que le hace tan evidente
a Gay Talese en ese trabajo y en otros. Y eso me parece producto no solo de un cronista que
reportea muy bien, sino que lee a otros internacionales, en este caso de los fundadores o
creadores del nuevo periodismo latinoamericano. Y hay otras crónicas que también le hace a
la mamá desde sus recuerdos que muestra cómo los cronistas desde sus historias personales
universales nos juntan a todos en la sensibilidad que es algo que tienen también las crónicas.
Yo a él también lo llamo rescatistas de náufragos porque en sus textos ha hecho un rescate a
esos seres humanos arrojados a la orilla como Diomedes, el boxeador paraco, Lupe Pintor y lo
interroga por llevar el peso de tener un muerto encima. En esa última vemos cómo un hombre
con sus puños mató a otro cuando realmente es un ser delicado. En sus crónicas él no tiene
necesidad de mentir, sino que ubica a los personajes en una cronología específica en un
contexto muy definido.
¿Qué opina de la voz en primera persona de Alberto Salcedo?
Que es una voz muy discreta, No es su voz impactante porque lo siento todavía que no se
arriesga mucho con la primera persona, no solo lo ha comentado sino que la mayoría de sus
crónicas son en tercera persona, no se arriesga todavía con la primera persona y me parece que
para él está bien porque él con su verbosidad, con su elocuencia caribe le va muy bien en la
unicienca, en trabajar a partir de personajes, no desde él mismo, él insiste que si el relato en
primera persona no aporta es innecesario. Solo lo usa cuando es necesario decir que estuvo allá
y eso da exclusividad. No presume de la primera persona, en ningún trabajo lo he visto así.
¿Qué libro le recomendaría a Alberto?
Yo le recomendaría un trabajo de John Krakauer, uno de los nuevos estilos. Uno se llama Mal
de altura, a lo mejor ya lo leyó, y otro se llama Rutas salvajes. Son trabajos que he venido
últimamente que vienen de una reportería intensa, de una inmersión total, de una honestidad
apreciable a todo nivel. No son periodistas camuflados no indirectos. Krakauer también es un
periodista de reportería esencial, de satueración, no sólo un gran reportero sino un gra escritor.
En él se ven las dos facetas juntas e indisolubles.
83
¿Qué tema desafiaría escribir a Alberto?
El poder, es un tema que también es una materia pendiente en Salcedo, de los políticos, los
delicuentes, políticos en campaña, los poderosos de baja calaña. Alguna vez dijo que no le
interesan porque le interesan los náufragos humildes. Pero también es un tema muy difícil
porque ha sido un reto para los grandes cronistas latinoamericanos y muy poquitos se han
acercado a los poderosos, son muy contaditos los que han hecho trabajos con este tipo de
personajes. Sería bueno verlo escribiendo sobre un candidato para la presidencia de 2018 o ver
cómo abarcar el Cartel de las Togas o el asunto de los poderosos de la corrupción en la Fiscalía.
Hay un montón de temas que uno se pregunta cómo lo haría Salcedo.
¿Cree que el estilo de Alberto se notaría a la hora de escribir de esos temas?
Si claro, se notaría en su acento narrativo. ÉL en su escritura no puede disimular su gran
capacidad de oralidad, su cultura caribeña. Sus textos se sienten musicales, dicharacheros,
jocosos, desenfadados y eso no se disimula porque está en esa voz narrativa.
Si le encargaran a usted escribir una crónica sobre Arenal, ¿cómo la abordaría?
Yo quiero comprobar eso que él ha contado, el calor, de la arena, la brisa, del campo sabanero.
Buscaría el prototipo de su abuelo en Arenal, el ganadero que tiene peones en su parcela
ganadera, y buscaría ese abuelo que tanto recuerda. Buscaría ver si el pueblo todavía es tan
sonoro en la conversación, porque é habla de un espacio a campo abierto donde hay mucho
alboroto con cierta alegría y desaprehensión. Me gustaría ver la actitud de las gentes.
¿Qué opina de ser un escritor-periodista freelance?
Es un logro muy particular que tiene hoy. Eso es una hazaña para mí. En Colombia eso es muy
difícil, más escribiendo crónicas. Muy poquitos y quizás es el único dentro de este reconocido
grupo de cronistas colombianos que lo logra porque los otros se tienenque dedicar a todo tipo
de asuntos, son columnistas, profesores, comerciantes, etc. Alberto es único en ese aspecto.
Para escribir crónicas, ¿es mejor trabajar en una empresa periodística o ser freelance?
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Ser freelance pero apoyado con lo necesario sería lo ideal, es decir, con viáticos, con un sueldo
digno y lo esencial. Muy pocos periodistas en la dinámica del medio periodístico pueden
escribir crónicas de largo aliento porque están condenados a cubrir una fuente en específico y
a lo que pasa el día a día. En un mundo periodístico se aleja del mundo real. Los que lo hacen
como Alberto lo hacen en su tiempo libre, como un esfuerzo adicional, son muy poquitos los
que logran el nombre de Salcedo Ramos manteniéndose en un medio. Entonces mi opinión es
que es mejor ser freelance peo teniendo cubiertas las necesidades esenciales.
¿En qué se diferencia el producto de un cronista independiente al de uno que trabaja para un
medio?
En los temas. Cuando uno trabaja en un medio está muy castigado a escribir sobre una agenda
programada y eso no da el entusiasmo para hacer una crónica como las de Salcedo.
¿Cuáles son las ventajas y desventajas de trabajar para un medio sin ser freelance?
La ventaja es el sueldo quincenal y mensual que da estabilidad. El amparo del medio para cubrir
ciertos temas de actualidad, si uno no tiene ese amparo, los personajes no aparecen, los
testimonios o no hay la disposición de las fuentes para hablar del medio. También la del horario
porque está preestablecido. Un cronista freelance tiene la desventaja del sueldo fijo, aunque
tiene la ventaja del horario, porque escribir una crónica como las de Salcedo implica trabajar a
cierta hora del día o de la noche, varía. El reto en escritura también es mayor, porque el estilo
de un medio es más corto y más asimilable. Esa búsqueda de enfoques como la de Alberto es
extenuante. Él lo ha dicho, que muchos cronistas destestan escribir pero que aman haberlo
hecho porque es un proceso de mucho sufrimiento.
¿Tener un editor es positivo o negativo?
Es positivo en general porque es un respaldo y un par de ojos que se agregan al trabajo de uno.
Yo creo que las revistas de crónica los tienen. Un editor de cronistas ayuda a que ese castigo y
sufrimiento de escribir sea menor. Un editor de periódicos si frustra porque están hechos para
castrar, no para orientar.
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¿El gremio de cronistas es hostil o un club de apoyo?
Pues uno los ve en los eventos y parece que es una cofraternidad, por ejemplo los eventos del
FNPI o Fundación García Marquez uno los ve muy unidos. Pero yo creo que ese mundo en
general es de bastante hostilidad, bastante reservado y poco amistoso, muy envidioso,
susceptible a las conquistas de otros. Hay escenarios que propicia que esa reserva y ese
engreimiento bajen un poco pero yo creo que en el resto del año no es un gremio muy amistoso.
¿Qué aporta Salcedo a sus estudiantes?
Aporta una obra sugestiva tanto en la reportería como en la presentación estética. Él es un
seductor, los estudiantes de nuestras universidades sueñan con ser cronistas en general, no
sueñan otra cosa y Alberto es un espejo en el cuál mirarse. El reto es muy interesante pero todo
empieza por leerlo, leer la crítica y la reseña que hay de su trabajo y meterse en él. No hay otra
forma en que él pueda aportar más porque no todos son alumnos de él.
¿Cree que Alberto logra ser universal hablando de su territorio?
Lo ha logrado, en algunas crónicas, no en todas pero en una como la de la víctima del paseo,
las memoriad de su mamá, la de Diomedes, la Niña más odiosa del mundo, la del conflicto
colombiano, la de Wikdi. Muestra a una Colombia contemporánea con sus problemas actuales
y su contexto histórico bien retratados.
Basado en la personalidad de Alberto, ¿por qué cree que a él no le guste trabajar en medios
periodísticos?
Porque ya se hizo un nombre como freelance. Él ya tiene unas conquistas y sobre todo tiene
una determinación, un valor y un ojo que le permite seguir como freelance. Yo nocreo que él
esté para las ataduras de los medios y cubrir sus agendas reducidas. Yo creo que él hasta en un
medio ya tiene el nivel de trabajar en un cargo de editor con una dignidad de autor, ser
contratado como asesor o de columnista como la he hecho en El Colombiano o en El Mundo
de España. Ya tiene unas conquistas que le dan para vivir otras actividades.
¿Opina que el oficio de escribir relatos de no ficción es menor al de escribir literatura?
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No. Yo soy defensor de la crónica como literatura con una potencia que puede superar a la
literatura como tal. Yo creo que la academia occidental le ha negado a la crónica un canon que
se merece. Inclusive tengo un libro que se llama La Crónica reina sin corona donde justamente
desde el título reivindico su poder diciendo que es una reina aunque no sea reconocida. No pasa
igual en Europa, pero digamos que allá la crónica es más reducida, más ensayística.
En su opinión, la mayor fortaleza y la debilidad de Alberto.
La mayor fortaleza es el lenguaje. Es un hombre hecho de palabras y de una gran expresividad.
Yo no vería debilidades como tal definidas en él, pero digamos que uno mirando el panorama
total de su obra, de pronto en su producción total hacen falta más mujeres, pero no lo quiero
condenar como es un sentido inequitativo sino como que quisera verlo hablar más de mujeres,
así también como quisiera verlo planteando un enfretamiento cronístico con los poderosos,
osea con los malditos y los malos que han ensuciado estos países que justamente uno quisiera
la dimensión humana de estos tipos con intereses econímicos muy marcados, con giros hacia a
derecha o hacia la izquierda, algo así. Quisiera ver a Alberto en la dimensión de Jon Lee
Anderson, así como él ha desafiado a los poderosos del mundo.
8.1.5 Resumen entrevista José Navia.
Primer encuentro con Alberto S.
Eso fue a principios del 2000. Me llamó una vez al periódico El Tiempo. Me llamó por un libro
que había publicado llamado El Lado Oscuro de las Ciudades. Me pidió que fuera a La
Universidad para hablar de crónica urbana. Nos pusimos una cita y allá llegué. Lo que me
impresionó fue que cuando nos vimos tenía mi libro con muchísimas páginas subrayadas y por
lo que hablé con él se lo había leído muy bien. Alberto es muy juicioso para esas cosas.
¿Alguna otra impresión?
Desde el primer momento que nos conocimos hubo química. Él es un tipo bastante fresco. Hay
que defender algo y es la naturalidad del ejercicio a pesar de que se tenga cierta visibilidad y
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él es un tipo muy fresco, muy sencillo. Nos entendimos bastante fácil. Yo creo que en Colombia
con la gente que se entabla amistad más fácil es con los costeños porque son más abiertos de
mente.
¿Tiene anécdotas sobre o con Alberto?
Pues él y yo íbamos mucho a almorzar. Yo creo que debe conocerse todos los restaurantes
costeños que hay en Bogotá. Todos los sitios a los que me invitaba eran de comida costeña.
Ahora mismo no recuerdo una anécdota específica. Hemos estado en varios encuentros, pero
siempre han sido charlas normales. Alberto es un tipo que se hace querer hermano, si hablamos
de cronistas colombianos, yo creo que él es el jefe de la manada. Por ejemplo, cuando sube
algo en Facebook con aquella leyenda sobre lo que piensa de que a uno lo llamen para trabajar
gratis y está en contra, pues nos representa a todos. Él es una de las voces más fuertes para
poderlo expresar.
¿Qué más le llama la atención de Alberto como persona?
Que pregunta todo el tiempo. Yo también, pero en algún momento uno se cansa de preguntar
mientras que él sigue y sigue. Por ejemplo, en los tiempos libres de taller y seminarios
usualmente hay alguien encargado de atender a los cronistas, entonces Alberto siempre le
pregunta de todo.
¿Cree que es uno de los cronistas más mediáticos?
Pues… No podría decirlo. Pero hay que decir que lo es bastante. Él siempre está opinando,
subiendo materiales interesantes, también fotos de su familia o sitios en los que esté trabajando.
Entonces sí, yo creo que es bastante mediático. Dicen que uno reproduce en el mundo de las
redes lo que es en su mundo personal, y Alberto es un tipo que se comunica fácil con todo el
mundo. Yo creo que para Alberto las redes simplemente son una extensión de su personalidad.
Alberto tiene una carcajada bastante estruendosa, bastante costeña. Cuando se ríe se ríe con
muchísimas ganas. En estos días subió una foto con una carcajada impresionante.
Previamente mencionó que Alberto usa los medios en tono crítico. ¿Qué critica?
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Critica la corrupción, ciertas posturas del uribismo y todo tipo de temas coyunturales.
¿Qué demuestra Alberto de la región Caribe en sus relatos?
A ver, yo creo que Alberto nos lleva ventaja a muchos. Él proviene de una zona donde la
oralidad es más fuerte. A partir de ahí hay una base. Contar en la costa es una cosa bastante
natural, es espontáneo. No es como los cachacos o de la montaña que nos tenemos que esforzar
un poco para narrar. En la costa no.
Con Alberto fuimos jurados en varios concursos y muchos de los mejores trabajos eran de
Montería, generalmente de la costa. Ahí se nota el tono rico de contar algo, de contar una
historia.
¿Ser de la costa Caribe significa mayor fluidez para contar?
Puede ser algo muy arbitrario, puede ser solo una percepción, pero me da la impresión que
tienen mayor facilidad para contar. Muchos de los grandes contadores de historias son de la
costa. Creo que hay un desparpajo por contar la historia. Los de acá nos tenemos más, somos
más precavidos, mientras que en la costa, son más audaces, se despojan más de las cosas para
contar lo que sea sin rubores.
¿Se adquiere un estilo basado en el lugar que se nace?
No sé. Yo creo que tiene que ver un poquito de todo. Tiene que ver más donde uno se cría. Yo
nací en una vereda que era un resguardo indígena y noto que ese ancestro y las raíces están
presentes en mi trabajo, de hecho, el 90% de mi trabajo es respecto a ese territorio. La cabra
tira para el monte. Luego me crie en un barrio popular de Popayán en una época de bastante
rebeldía, yo tiraba piedras a cada rato. Entonces yo creo que todo eso está presente.
En el caso de Alberto, yo creo que Arenal está presente en todo lo que hace. Una vez le mandé
una foto del pueblo porque estuve de pasada. No alcancé a bajarme. Pero le mandé la foto y le
dije que pasé por su tierra.
¿Vio algo en Arenal que le hiciera pensar en qué se inspiró Alberto?
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No algo específico, pero si todo. Las calles de arena, la gente. Es un revuelto de todo. Es la
atmósfera que nutre a un cronista. Aunque Alberto también es urbano porque estudió en
Barranquilla. Pienso que él tiene una mezcla similar a la mía. La mezcla de lo rural de Arenal
y de Barranquilla.
¿Cree que, a partir de una crónica periodística, se puede percibir el origen de su autor?
Si. A veces se puede confundir, pero sí claro, cada persona va marcando su estilo. Alberto por
ejemplo tiene una voz muy poderosa en primera persona. Se nota quién narra y lo comenta. En
eso Alberto es un maestro.
¿Qué reconoce en las crónicas de Alberto?
Es un tipo bastante riguroso. Hace reportería como exige la crónica, que es gastando suela.
Acompaña a los personajes y mira los sitios. Entonces se nota mucho eso que viene del
periodismo, el rigor por el dato y la información. También se nota el bagaje literario. Combina
muy bien los diálogos, escenas, personajes, sensaciones. Por ejemplo la historia de Pambelé,
en este tipo de historias se nota el acercamiento que tiene con ellos. Es como Jack London
cuyos personajes siempre eran puestos en situaciones extremas. Me parece que a Alberto le
gustan ese tipo de personajes.
¿Qué libro le recomendaría a Alberto?
Yo creo que ese man se los ha leído todos. Uno que no conozca… hay un libro que se llama
las razas perdidas, lo escribió Matinez Delgado, un man de Popayán que en los años 50 se para
la selva en el Vaupés donde vendía mercancía a indígenas que iban en lanchas. El tipo resulta
casado con una de las indígenas que se llama Tayira mediante el rito y con el tiempo se vuelve
uno más de la tribu. Finalmente, él se tiene que ir porque su esposa muere y se convierte en
empleado del ferrocarril donde mi papá fue empleado. Allá el tipo le vendió el libro a mi papá
porque el protagonista lo vendía mano a mano y por eso sé que Alberto no lo va a conocer. (Se
ríe).
****Anécdota adicional*****
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Cuando salí de El Tiempo, poco después de que lo compraran los españoles, (llevaba 19 años)
salimos 23 personas. Alberto me llamó y me dijo: Hermano hablemos. Fue uno de los muy
pocos que me llamó a darme ánimo y a decirme que había otras posibilidades. Él fue el primero
en llamarme para darme ánimo porque uno después de 19 años en un medio sale es con
mentalidad de asalariado. Me dijo que uno es una marca y que se puede trabajar sobre ella. Ese
gesto demuestra la calidad de persona que es Alberto.
¿Qué ventajas ve de trabajar para una empresa periodística?
La estabilidad y el respaldo logístico. En el caso de El Tiempo el respaldo es muy poderoso.
Cuando el terremoto en El Cauca, El Tiempo alquiló un helicóptero durante 10 días y fuimos
los únicos periodistas que pudimos meternos hasta los sitios donde más afectó el fenómeno. Lo
mismo con el terremoto de Armenia.
¿Qué opina de trabajar con un editor?
Es fabuloso. Hay momentos en que uno sufre porque no tiene un editor. Es algo que mejora y
potencia el trabajo de uno porque ayuda a dar foco y línea. Le ayuda a ver cosas que uno no ve
porque ha mecanizado su trabajo o no tiene la capacidad de ver. Mario Jursich que estuvo en
El Malpensante es un editor excelente porque ayuda.
¿Entonces cree que no tenerlo es una desventaja?
Si. Aunque es relativo porque a veces tenerlo en un periódico es tenaz. A veces los editores
no han salido ni de la ciudad y no saben cómo son las cosas. Un editor a veces nisiquiera ha
hecho carrera de editor, y si la ha hecho la ha hecho de forma administrativa. No entienden de
géneros narrativos. Los mejores editores de géneros narrativos son los que han sido buenos
periodistas o bueno reporteros entonces ascienden a serlo.
Cuando uno sale a zonas difíciles es complicada la relación con un editor porque muchas veces
ni se han movido de la ciudad. Una vez parados en Bojayá el ejército bloqueó el río y no
pudimos entrar. Se lo dijimos al editor y nos contesta que si no hay una carretera entre Bojayá
y Quibdó. Eso solo lo dice alguien que no conoce el país.
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¿Se nota cuando una crónica es escrita por un cronista independiente y cuando es escrita por
uno que trabaja en un medio?
Por supuesto. El que trabaja independiente tiene mucha más libertad. Por ejemplo el libro de
estilo de El Tiempo no deja que uno diga un hijueputazo mientras que en SOHO uno lo puede
meter tranquilamente. Tampoco deja que se escriba la palabra mierda. También en los títulos.
Los títulos de un periódico son informativos y planos mientras que en las revistas es
independiente, pueden ser creativos y las estructuras narrativas pueden extenderse, mientras
que un periódico uno tenía que luchar por una página completa teniendo una historia muy muy
buena y aun así era difícil. Esas cosas hacen que las personas en revistas e independientes
adquieran un forma diferente a la hora de hacer las crónicas.
Si pudiera regresar en el tiempo, ¿Volvería a invertir tantos años en una empresa periodística?
Muy buena pregunta. No sabría qué decir. No sé si lo sería porque depende. Yo llegué a Bogotá
en condiciones muy difíciles, me tuve que pagar mi universidad trabajando en las noches. No
me quiero llenar la boca diciendo que no y que sería independiente, pero es que yo llegué en
condiciones bastante difíciles. Tendría que conseguir con qué pagar arriendo y comida.
¿Cómo es la relación entre cronistas?
Yo creo que no hay un grupo como tal. Todos nos conocemos más bien gracias a las redes pero
no es como que unos hablen con otros.
Unos describen la relación entre cronistas como algo hostil mientras que otros aseguran que
son como un grupo de apoyo. ¿Qué opina usted?
Yo creo que son de las dos cosas. Hay de todo. Es que es normal porque somos seres que
estamos trabajando. Hay gente de izquierda y de derecha. Hay gente recalcitrante
fundamentalista y otra que es abierta. En el gremio periodístico en sí hay gente antropófaga.
Yo diría que por lo menos en salas de redacción es un gremio bastante difícil.
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¿Podría ser caníbal?
Siiii claro. Yo la verdad soy más andino en esa vaina. Difícilmente voy a reuniones y cocteles.
Más bien soy solitario. Hay gente a la que le admiro el trabajo y no la conozco personalmente
pero que creo que son buenos cronistas. Pero sí, en esto hay de todo hermano, hay gente que
tira a matar y otra que felicita.
¿Qué hace diferente a Alberto Salcedo?
Él tiene una cosa y es que se ha dedicado a construir una voz y un estilo durante años. Él no
trabajó en medios de comunicación y tuvo esa libertad (bien ganada) de construir esa voz
propia. Hay generaciones ahora que son menos ligadas a lo salarial como lo fuimos nosotros.
Si uno no trabajaba para un medio pues no trabajaba. Yo creo que los cronistas los que
estábamos ligados a el salario y escribíamos en los medios tenemos que aprenderle eso a las
nuevas generaciones.
Eso hizo Alberto. No pensó en la inestabilidad económica y se lanzó. Creó lo que quería hacer
y se sacrificó mientras lo hacía. Yo por ejemplo entré a el periódico queriendo hacer crónicas
para visibilizar problemas sociales. Abrí el espacio y logré lo que quería pero dentro del
periódico mientras que Alberto lo hizo por fuera de los medios con horizontes más amplios con
su propia libertad y noción de lo que es la crónica. Por eso el poderío de su voz.
¿Qué se debe aprender de Alberto como escritor?
Hay que aprenderle el desparpajo y la forma en que hace sentir su voz. También esa aparente
facilidad en que se traslada en tiempo y espacio porque lo hace con una facilidad impresionante.
Y también que Alberto tiene unos temas muy ligados a la persona. Explora muchos al ser
humano a la persona. Es importante en esta época en que todos somos cifras. Por eso es muy
importante aprendérselo. Se interesa por el ser humano, no solo se acerca con la intención de
escribir la crónica.
¿Cree que Alberto es proclive a escribir sobre personajes derrotados?
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Narra la profundidad de los personajes. Así como yo trabajo los indígenas, él tiene la idea de
esos personajes que lo tuvieron todo y después no. Creo haberle escuchado que tenía la idea de
escribir crónicas sobre narcos que tuvieron mucho poder y que después se vinieron abajo. Le
interesa el tema de tener la gloria y de luego pasar al otro lado. No sé si se puede decir que son
personajes perdedores, sino que más bien tienen unos conflictos interiores por todo lo que les
ha pasado en la vida.
¿Qué crónicas de Salcedo recuerda que le hayan gustado?
Muchas. La de Pambelé me encanta. También la de Regino el boxeador y la de Wikdi. Me
gusta mucho la del equipo gay de fútbol porque utiliza el elemento llamativo para contar una
realidad que es bastante fuerte.
Si Alberto fuese a escribir sobre los resguardos indígenas y el Cauca, ¿Cómo cree que lo haría?
Cada cronista tiene sus propios temas. Es probable que Alberto vaya y resulte encontrando
personajes que yo no vi porque me acostumbré a lo rutinario y él los redescubra. Él como
extranjero la escribiría en un tono más alegre, mientras que yo soy andino y a pesar de que soy
salsero, también soy tristón y melancólico. ¿Qué hace un cronista costeño contando historias
en El Cauca? Seguro hallaría historias maravillosas porque eso es ser cronista, hallar lo
maravilloso en lo cotidiano. Muchas cosas serían innovadoras para él.
¿Cómo escribiría usted historias sobre El Arenal?
Sería una mezcla de muchas atmósferas. En el río uno supone que debe haber muchas historias
que tiene que ver con él y creencias que haya alrededor. Yo hablaría con los habitantes
rivereños porque son ricos en historias y son un solo elemento con el río. Entonces sería
maravilloso poder sentarse con una persona de esas y hablar horas y horas de eso.
¿Cuál es la mayor fortaleza de Alberto?
El rigor con que escribe y la paciencia que tiene para escoger sus temas. Su trabajo es
exhaustivo y detallado. Lo acumula durante mucho tiempo y hace su producto. También me
gusta su espontaneidad a la hora de escribir y la forma en que se da cuenta de los detalles.
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¿Cuál cree que sería la debilidad de Alberto?
Que si tuviera que trabajar en un periódico, y sé que él no tiene que hacerlo, le tocaría hacer
las cosas a toda carrera. Su estilo no se adapta al ritmo de producción de un diario. No sé si sea
un defecto, porque si lo contrataran en un diario realmente lo estarían malgastando. Es como
si pusieran a un fotógrafo documentalista a trabajar en un diario, no tendría sentido.
8.1.6 Entrevista Roberto Herrscher
¿Cómo fue su primer encuentro con Alberto?
Fue en octubre de 2012 en el Encuentro de los Nuevo Cronistas de Indias en México. Fueron
3 días organizados por la FNPI. Yo había leído ya algunas crónicas de él, pero realmente fue
allí donde lo conocí. La primera cosa que me llamó la atención de él fue que estaba rodeado de
estudiantes. Él los presentaba y hablaba de los trabajos que realizaron con él. Yo después
hablaba sobre reglas para enseñar. Me llamó mucho la atención su vocación y su talento para
enseñar. Le he escuchado a mucho que opinan lo mismo. Creo que eso es una de las cosas que
más nos unen, ambos nos admiramos como maestros y profesores. Hace dos años, yo di un
taller en la universidad de los Andes, y él dio uno en un aula contigua. Yo no sé si esto tiene
que ver con lo caribeño, pero me pareció una persona muy cálida y atenta a los puntos de vista
de los demás. Yo creo que tiene que ver con que se debe ser bueno profesor para ser buen
periodista. Como maestro y como escritor tiene una voz que se lee y uno parecer estarlo
escuchando. La calidad de la narración escrita es muy buena que es una construcción distinta
a que uno grabara y luego se transcribe. Yo creo que la forma en que él se comunica con los
demás es lo que hace que sea tan monstruoso.
¿Piensa que como escritor se adquiere un estilo basado en el sitio en que se nace o crece?
No, no necesariamente. De dónde viene la voz que tiene que ver con el acento, el ritmo, el
vocabulario con la fluidez de la prosa…No yo creo que para algunos el lugar de donde vienen
el lugar es determinante, para otros es más importante el lugar en el que quieren estar, este son
gente que se le nota que voz narrativa tiene más que ver con los libros que ha leído, ese tipo de
cosas. Yo creo que para los que nos somos del Caribe colombiano, obviamente existe una
relación entre el lugar de origen y su voz narrativa. Por ejemplo, desde los colombianos se
escribe desde Gabo, el caribeño describe Gabo. Los escritores y sobre todo los cronistas
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colombianos escriben desde Gabo, a favor, en contra, hermanándose con él, sacándole cosas,
pero digamos es como los argentinos que escribimos a partir de Borges. Me parece que su
forma de contar y el habla ha sido un invento universal de García Márquez.
¿Cree que en el estilo de Alberto se nota el acento caribe?
Si, por ejemplo, sus textos tienen sol, alegría y gracia. Es una gracia natural y se nota muy
especialmente porque muchos de sus temas son terriblemente trágicos y entonces en ese sentido
es otra forma. Lee las crónicas de la violencia, de la guerra de Juan Gabriel Vásquez y uno se
da cuenta que son muy tristes.
¿Cree que Alberto es proclive a escribir sobre personajes derrotados?
Si. Es interesante, se podría hacer la diferencia entre el derrotado y el perdedor. No es lo mismo.
El perdedor es alguien a quien le pasa algo, le ganan o fracasa, pero se levanta y aprende y
sueña de forma completamente delirante. Si, lo que le gusta es esa gente que son perdedores,
pero no derrotados. El tipo que se sube al ring para que le rompan la cara y alimentar a su
familia, la gente a la que le suceden tragedias a la que las circunstancias lo hunden, no el que
se hunde solo. Esa es la diferencia entre el perdedor y el derrotado.
¿Qué opina de la personalidad de apertura de Alberto?
Yo creo que no se puede decir de tanta gente que si no existiera habría que inventarlo. Porque
es alguien necesario, es un grande humilde, es alguien que tiene una enorme luz interior pero
que no la presenta con soberbia sino desde la modestia. Alguien que nunca se olvida de donde
viene. En ese sentido vienen de un mundo que es rico en música y en palabras pero que es
pobre en otros sentidos, viene del mundo de los de abajo y no lo olvida. Es un lector muy ávido,
la semana pasada duramos en Medellín 3 horas hablando de cosas y me di cuenta que hay unos
de los escritores sagrados que no le gustan y hay otros con menos fama que sí. Lo que busca
de los textos es algo más allá de la perfección es algo que tienen los caribeños. Digo que Alberto
es de los cronistas y periodistas actuales que más leen ávidamente pero no los presenta con
soberbia o erudición, sino que se nota en lo que va escribiendo. Está siempre apegado a lo
concreto. Sus personajes parecen de las tragedia griegas, como la novela del siglo de oro
español, como él ha leído mucha poesía, mucha novela entonces conoce mucho de historia, de
ciencias sociales y encuentra la forma de que eso no entre en sus textos, de manera que no
ahuyenta al lector común y lo enriquece sin soberbia. En ese sentido se cree su personaje es
víctima de sus pasiones, pero en realidad está siempre con todo bajo control. Es la creación de
un personaje que siente profundamente todo lo que pasa. A uno le emocionan sus crónicas
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porque se siente su emoción cuando las escribe. Busca como personajes a gente de verdad,
tiene muy pocos de los que aparecen demasiado en otras crónicas, de esa gente que habla
porque le pagan por hablar, que son todos los políticos, lo que trabajan para los políticos, lo
empresarios, y todos los que trabajan para los empresarios. Tal vez una de las cosas que unen
a los personajes narrativos es que son auténticos. A él le aburre el discurso construido y trabaja
sobre la gente que hace. Tanto que se nota en los escritores que lee, que no son lo más perfectos
sino más sentidos.
¿Cree que la voz de Alberto en primera persona es bastante fuerte?
Si y no porque en todos sus textos él está presente como testigo, no como protagonista.
Inclusive sus recuerdos en la infancia se caracterizan por tener sentido con los otros.
Probablemente en ese sentido, a pesar de que no se le reconoce como un periodista de viajes,
todos sus textos son de viajes, aunque sea muy cerca, para conocer a otras personas. Tal vez
comparado con Martín Caparrós, en los viajes de Caparrós, el protagonista es él mismo, y uno
viaja al lado de Caparrós mientras lo escucha, lo que es una delicia porque es culto e inteligente,
pero uno al leerlo hace el viaje de Caparrós, en cambio cuando uno habla con los textos de
Salcedo es el lector el que viaja en su lugar. Los ojos y los sentidos de uno mismo, te hace
sentir que tú viajaste a la selva con Wikdi. Te hace ver a los dos hermanos que están en las
FARC y con los Paramilitares que vuelven a la escuela juntos. No lo ves a él, sino que ves a
través de su mirada y en ese sentido él es la mirada y la voz que va hacia fuera. Si fuera un
documental, la cámara de Caparrós la tenés en la manilla de la bicicleta o de la moto y lo estás
viendo a él señalando los lugares, en cambio con Salcedo sentís que es como una go pro en la
cabeza y ve con su mirada. En ese sentido es un yo como punto de vista. Uno siente que cuando
viaja en sus textos uno siente que es culto, inteligente, divertido, que se fija mejor en las cosas,
uno sale no diciendo lo inteligente que es (como cuando se termina un libro de Caparrós) sino
que uno sente que es mejor uno mismo.
¿Se ha influenciado con las obras de Salcedo?
Sí y no. En cuanto al estilo siento que yo tengo uno muy distinto, yo estoy buscando uno propio
y siento que el mío no es tropical, no es caribeño, es austral, del sur, más pasional en otro
sentido. Mis textos no son vallenatos sino tangos. Pero sí, siento que hay un cuidado en los
verbos más que en los sustantivos adjetivos. Siempre en cada párrafo que se lee de él hay una
palabra que te hace saltar y te sorprende que normalmente son verbos.
¿En qué tono se aborda una crónica sobre el vallenato y en qué tono una sobre el tango?
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Salcedo además de escribir sobre personajes del conflicto y la violencia, tal vez, es el que hay
llevado el diálogo entre la cultura expresada por la música a contarse a sí misma. No es poco
lo ha hecho fuera de Colombia, en ese sentido, yo creo que su proyecto es contarle al país
quiénes son a partir de los músicos y su música. Tal vez eso es lo que más me gusta de él.
También tiene un programa de radio con Mario Jursich y el año pasado una de las cosas que
hizo en festival de Gabo eran estas entrevistas. Habló con Rubén Blades y Natalia Lafourcade.
Yo no tenía ni idea cómo sonaban las canciones de Diomedes Días y sin embargo me di cuenta.
Yo no me pasaría una hora de largo viendo una pelea de box, pero en sus libros sí. Él logra que
a una persona que no le interesan esos temas los acerca por la forma en que las presentan porque
él habla del ser humanos, de amor, del odio de la lucha para ser algo en la vida, y sobre todo
se ve en sus dos personajes (los hermanos de las FARC y Paramilitar). Él llega a su personaje
a partir de la literatura y describe quiénes son. Diomedes y Pambelé que son dos ídolos
extraños, cuestionables y agridulces permiten decir lo que es el país por tener ídolos como
estos. Nos pasa a los de afuera también con los políticos.
Otra de las voces de Alberto es la de Facebook que escribe mucho. Es curioso porque sería
muy difícil, pero sería maravilloso que él hiciera un perfil a su manera de otro personaje como
Alvaro Uribe que desde afuera nos parece deplorable y contarnos cuál es ese país. Yo creo que
esta relación de hablar de alguna gente y de cuál es su lugar en el colectivo de Colombia
(Pambelé y Diomedes) es una forma muy profunda de contar el país.
Yo he escrito principalmente de música clásica, opera, directores, de música sinfónica y he
escrito muy sobre la época dorada del tango, pero en mi libro la “La época de escuchar” tengo
un especial-perfil de Piazola.
¿Cómo crees que Alberto abarcaría una crónica sobre el tango?
No sé, mira él dio hace poco un taller en un barrio muy tanguero de Bueno Aires en el barrio
la Boca. Él tiene una enorme sensibilidad para la fomra en que la música nos cuenta quiénes
somos y qué nos pasa. Me parece que, si lo hiciera, sería algo que yo quisiera leer, él tiene una
actitud vitalista y alegre de la vida que tal vez hace que su forma de ver el tango sea desde el
extrañamiento y la incomprensión que es una buena forma, probablemente en música alguien
que cuenta penas llorando y riendo al mismo tiempo. Como Celia Cruz, que tiene una versión
de un tango terrible de Di Sepolo, y el tango dice: en la vida solo alcancé un amor y cuandó lo
alcancé me abandonó. Termina así, tuve un sueño, una ilusión que se fue a la mierda, y ese es
el tango. Por eso creo que es del mundo caribeño de Alberto eso de repetir estrofas y coros,
entonces en la versión de Celia repiten “me traicionó” y ella improvisa “cuando un amor te
deja me consigo otro mejor”, no me importa que me dejen o me traicionen yo sigo adelante, la
vida sigue, me esperan cosas mejores, si el tipo no me quiso que se vaya a la mierda, yo voy a
ser feliz. La pregunta me recuerda a esa versión porque Celia lo tergiversa y lo traiciona porque
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eso que dice no tiene nada que ver con lo que es el tango. Para el caribeño es inconcebible
quedarse en eso y me parece que así es el mundo de Alberto.
¿Qué libro le recomendarías para leer a Alberto?
Lo bueno es que ha leído mucho. No me atrevería a pensar en libros que…Mirá, hay en España
un mundo de lo que salta a América Latina con mayor facilidad que es el mundo de los autores
de Madrid y sobre todo de los que están alrededor de Alfaguara, El País…Yo viví 18 años en
Barcelona y conocí a un autor que si él no lo ha leído se lo recomiendo porque es alguien que
injustamente por estar en esa periferia (que ahora mismo está estallando en pedazos) no es leído
masivamente. Su nombre es Bru Robira quien ha sido un gran viajero en África y ahora mismo
está escribiendo crónicas sobre su ciudad, Barcelona, como un inmigrante a la ciudad macarra.
Su libro se llama “solo pido un poco de belleza” que en cierta forma es un tipo de escritura
muy atada a un lugar en el mundo. Me parece que es un texto que habla sobre lo que le pasa a
los personajes en el escenario y que está lleno de perdedores que luchan por darle significado
a sus vidas y darle un poco de belleza expresando una realidad política, económica y social
desde ellos. De hecho, me parece que es una especie de hermano catalán que tiene Alberto.
¿Qué crónicas específicas recuerda de Alberto?
Hay varias. Te menciono una que yo siempre uso en mis talleres y en mis discursos que tiene
que ver con algo que me parece una maravilla de estructura y de pensar dar vuelta como una
media a su investigación es opuesta a una crónica de viaje donde se cuenta lo que se hizo en el
viaje y esta cosa que se llama “enemigos de sangre” que está en La Eterna Parranda que es la
historia de los hermanos que te cuento, uno reclutado por paramilitares y otro en las FARC.
Entonces encuentra esto de que en los pueblos están obligados a aprender indirectamente a leer
y a escribir y los han matado por ser analfabetos. Entonces estos dos van juntos a la escuela,
los encontró en la casa de su madre, el primero él me cuenta que lo buscó por un informe
oficial, el lee mucho para encontrar historias representativas de lo que está pasando, pero
cuando lo cuenta empieza como si fuera una tragedia griega, es la noche en la que pudieron
haberse matado, de la forma en que pasa en Colombia. Allá, no hay Caín y Abel, sino que hay
dos Caínes. Y estos eran dos personas con el horror de que podrían enfrentarse en algún
momento y que no podían contárselo al comandante porque o sino se convertirían sospechosos
y por la duda los mataban. Él hace un camino para encontrar la información y desde allí lo mete
a uno en esa historia, es como una gran metáfora de Colombia porque en allá los hermanos del
mismo país se han matado. En cierta forma es la historia de su país. Hay muchas, pero esta me
parece deslumbrante.
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¿Cuál es la mayor fortaleza y cuál es la debilidad de Alberto Salcedo?
Me cuesta pensar en una debilidad. Pero como fortaleza me parece que es ese encuentro de la
alta cultura, la erudición que se desprende de sus textos y el estar firmemente en la cultura
popular. En la estela de García Márquez hace algo que ya decía Tolstoi, algo que todos recitan,
pero pocos hacen que es escribe tu pueblo de tal forma que cuentes el mundo. En ese sentido
él es totalmente caribeño y universal. También como habla en un idioma que compartimos
muchos países, lo leen mis alumnos en 10 países gente que está muy lejos. Yo enseño un taller
de lectura y escritura a chicos de 18 años que nunca salieron de Chile y que no tienen ni idea
de cómo es el Caribe colombiano, sin embargo, leen a Salcedo y lo encuentran más cercano a
muchos autores chilenos.
No sé si decir que esto es una debilidad porque creo que él habla de las cosas que sabe, así
como el cantante que no escribe notas que no puede gritar. No lo llamaría debilidad, pero a mí
me gustaría que de las cosas que el comenta en redes sociales que escriba algo, por ejemplo,
escribir sobre un personaje tan fascinante (no es un elogio) como Álvaro Uribe porque se
metería psicológicamente en ese personaje tan aterrador y fascinante.
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8.2 Anexo 2. Registro de información
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8.3 Anexo 3. Registro fotográfico
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