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44 * AL VIVO TODO LE FALTA Y AL MUERTO TODO LE SOBRA. Aunque sea jade: también se quiebra, aunque sea oro, también se hiende, y aun el plumaje de quetzal se desgarra: ¡No por siempre en la tierra: sólo breve tiempo aquí! Como una pintura nos iremos borrando, como una flor hemos de secarnos sobre la tierra, cual ropaje de plumas del quetzal, del zacuán, del azulejo, iremos pereciendo. Nezahualcóyotl * Francisco Rodrìguez Cruz, colaborador de la Revista Claridades Agropecuarias de Apoyos y Servicios a la Comercializaciòn Agropecuaria (ASERCA/SAGARPA). DE BUENA SEMILLA, BUENA COSECHA Los Aztecas El 1 y 2 de noviembre, México celebra los días dedicados a los muertos. Por esta ra- zón, quisiera abordar este tema desde di- versos puntos de vista, para que sepamos un poco de la razón por la que los mexica- nos celebramos estos días, y así recordemos esta tradición milenaria de profundo signifi- cado en nuestro país. Comencemos con los aztecas. Tanto en ésta, como en el resto de las culturas prehispáni- cas, la muerte era abrazada con respeto y sin temor. Estaba presente en su cosmo- gonía, en su filosofía, en sus mitos y en sus festividades. Todo giraba alrededor de la dualidad vida-muerte, todo tenía su contra- parte, como un principio fundamental entre los aztecas. Al parecer, esta dualidad partió del hecho de los pe- ríodos de lluvias y sequías. En el primero todo flore- cía, mientras que en el segundo todo se secaba. Sin embargo, los ciclos naturales les enseñaron que tras el período de sequías, nuevamente regresaba un perío- do de florecimiento y este movimiento continuo expli- caba a su vez la existencia de las noches y los días, y de la vida y la muerte. Y los aztecas entendieron que para que existiera esta dualidad que indiscutiblemente generaba vida, ellos tenían la responsabilidad de mantener un equilibro entre los hombres con el universo y por ello, se expli- ca que realizaran sacrificios humanos, ya que de la muerte, surge la vida.

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Page 1: AL VIVO TODO LE FALTA Y AL MUERTO TODO LE SOBRA.banzas. Se quita el altar. Janitzio, Michoacán En la ceremonia de la ofrenda a los difuntos, en el ce-menterio de la isla de Janitzio

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* AL VIVO TODO LE FALTAY AL MUERTO TODO LE SOBRA.

Aunque sea jade: también se quiebra,aunque sea oro, también se hiende,y aun el plumaje de quetzal se desgarra:¡No por siempre en la tierra:sólo breve tiempo aquí!Como una pinturanos iremos borrando,como una florhemos de secarnossobre la tierra,cual ropaje de plumasdel quetzal, del zacuán,del azulejo, iremos pereciendo.

Nezahualcóyotl

* Francisco Rodrìguez Cruz, colaborador de la Revista Claridades Agropecuarias de Apoyos y Servicios a la Comercializaciòn Agropecuaria (ASERCA/SAGARPA).

D E B U E N A S E M I L L A , B U E N A C O S E C H A

Los Aztecas

El 1 y 2 de noviembre, México celebra los días dedicados a los muertos. Por esta ra-zón, quisiera abordar este tema desde di-versos puntos de vista, para que sepamos un poco de la razón por la que los mexica-nos celebramos estos días, y así recordemos esta tradición milenaria de profundo signifi-cado en nuestro país.

Comencemos con los aztecas. Tanto en ésta, como en el resto de las culturas prehispáni-cas, la muerte era abrazada con respeto y sin temor. Estaba presente en su cosmo-gonía, en su filosofía, en sus mitos y en sus festividades. Todo giraba alrededor de la dualidad vida-muerte, todo tenía su contra-parte, como un principio fundamental entre los aztecas.

Al parecer, esta dualidad partió del hecho de los pe-ríodos de lluvias y sequías. En el primero todo flore-cía, mientras que en el segundo todo se secaba. Sin embargo, los ciclos naturales les enseñaron que tras el período de sequías, nuevamente regresaba un perío-do de florecimiento y este movimiento continuo expli-caba a su vez la existencia de las noches y los días, y de la vida y la muerte.

Y los aztecas entendieron que para que existiera esta dualidad que indiscutiblemente generaba vida, ellos tenían la responsabilidad de mantener un equilibro entre los hombres con el universo y por ello, se expli-ca que realizaran sacrificios humanos, ya que de la muerte, surge la vida.

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¿A dónde van los muertos?

Los hombres y mujeres tenían destinados un lugar específico al momento de su fallecimiento. Por ejem-plo, se tenía la creencia que los guerreros muertos en combate o en sacrificio eran elegidos para acompa-ñar al sol desde su nacimiento por el oriente, hasta el mediodía, y las mujeres muertas en parto -quienes eran consideradas como guerreras por la lucha que tuvieron que sostener al dar a luz- eran elegidas para acompañar al Sol desde el mediodía hasta el atar-decer. Pero sólo los hombres, al cabo de cuatro años de acompañar al astro rey en sus viajes diarios, se convertían en aves de rico plumaje para regresar así a la vida terrena.

El tlalocan, era otro lugar donde iban los muertos, pero aquí iban los que partieron de esta vida por diversas enfermedades como la gota, la sarna, la lepra, por ahogamiento o por un rayo. Se tenía la creencia de que este era el lugar de las delicias, de veraneo, de verdor absoluto, en donde no hacía falta nada. En él residía el Dios del agua y sus ayudantes, los tlaloques.

Y el tercer lugar a donde se dirigían los muertos era el Mictlán, al que iban todas las personas que morían de muerte natural o de enfermedades no relaciona-das con el agua. Se creía que para llegar a este si-tio, se tenía que atravesar un largo camino lleno de peligros entre los que estaban: el lugar de la culebra

que guarda el camino y el lugar del viento frío de navajas.

Los aztecas creían que todos los muertos iban al Mictlán, lugar neutral que se encontraba muy al nor-te. Era conocido también como el lugar de las flo-res blancas, siempre estaba oscuro y en ellos vivían los dioses de la muerte, en especial Mictlantecuhtli y su esposa Mictlantecihuatl, que literalmente signi-fica ‘señor y señora del mictlan’. Se tardaba cuatro años en llegar al mictlan y debían superar difíciles pruebas, como pasar una sierra donde las montañas chocaban entre sí, un campo donde el viento tiene cuchillas que rasgan la piel, un río de sangre con fieros jaguares.

“Y luego fue Quetzalocoatl al Mictlan, se acercó a Mictlantecuhtli y Mictlancíhuatl y en seguida les dijo:

-“vengo en busca de los huesos preciosos que tú guar-das, vengo a tomarlos” y le dijo Mictlantecuhtli:

-“Qué harás con ellos, Quetzalcoatl?” y una vez más dijo (Quetzalcoatl)

-“Los dioses se preocupan porque alguien viva en la tierra”.

Y respondió Mictlantecuhtli:

-“Está bien, haz sonar mi caracol y da vuelta cuatro veces alrededor de mi círculo precioso”.

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Pero cuando Quetzalcoatl recogió los huesos y se ale-jó, tropezó cayendo al suelo, donde se esparcieron los huesos. Cuando finalmente logró salir, los bañó con su sangre, a la vez que los dioses hicieron penitencia, logrando así el nacimiento del género humano. Con este relato, nos damos cuenta nuevamente cómo se repite el concepto dual de los aztecas, ya que de los huesos de los muertos, nació la vida.

La muerte, una fiesta

Con todo lo anterior, nos damos cuenta de la impor-tancia que la muerte tenía entre los aztecas quienes también la celebraban de diversas formas. Por ejem-plo: se sabe que el noveno mes del año de su calen-dario, era dedicado a la fiesta de los niños muertos. Para ellos, se realizaban ritos y festividades con los que se les recordaban y a la vez se prevenía su muer-te mediante hechizos que realizaban los ancianos.

También en el décimo mes del año, hacían grandes ceremonias sacrificando hombres, colocándoles ofren-das a su alrededor mientras un grupo de jóvenes bai-laban en torno suyo adornados con plumas y joyas, lo cual era una forma de celebrar la muerte y darle la bienvenida a la vida.

Hoy en día los mexicanos seguimos celebrando la muerte y lo hacemos porque es una tradición que nos acerca con nuestro pasado, reafirma nuestra cultura y nos permite relacionarnos con ella para conocerla más de cerca, así como lo hacían nuestros antiguos mexicanos.

Es extraña y muy característica, la idea, todavía arraigada entre una gran mayoría de mexicanos, de

que en el más allá se le permite a los difuntos visitar a sus parientes, que se han quedado en la tierra, es un huésped conocido, a quien se ha de festejar y agasa-jar de la mejor forma.

Dentro de las costumbres aztecas, al fallecer una persona, le doblaban las piernas de tal forma que quedaba sentada, afirmaban brazos y piernas atándolos con firmeza, en un lienzo acabado de te-jer colocaban el cuerpo al cual le ponían en la boca una bella pieza de jade que era el símbolo de su co-razón, y tendría que darlo a los dioses en su camino a Mictlán -la residencia de los muertos- enseguida cosían el lienzo con el cadáver dentro y ataban en-cima un petate.

En una gran plaza alejada a propósito, preparaban una fogata funeraria y situaban encima el cadáver rodeado de las cosas que poseyera en vida: su escu-do, espada, entre otras cosas.

La viuda, la hermana o la madre preparaban torti-llas, frijoles y bebidas.

Las cenizas eran puestas en una urna junto con el jade.

Los aztecas creían ser inmortales y la muerte no era más que una forma nueva de vida.

La cultura Azteca se componía de 13 cielos y 9 infier-nos, cada uno con sus propios Dioses. Si se suman estos con los dioses de los días, los meses y los períodos de la Cuenta Larga, suman más de doscientas deidades. A cada una de ellas le dedicaban un día de celebra-ciones en su honor, lo cual mantenía a la población bastante ocupada.Pu

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Morir sacrificado era un honor para ellos, ya que de esa forma su espíritu podía ir al paraíso de Yax Ché (el primer árbol del mundo bajo cuya sombra se en-contraba en descanso eterno), al igual que el de los guerreros muertos en batalla, sacerdotes y mujeres que perecían durante el parto.

La gente común (campesinos y esclavos) estaba con-denada a ir al reino subterráneo de Yum Kimil, el se-ñor de la muerte.

El altar de muertos

En la época precolombina, se conocía el altar de muertos con el nombre de TZOMPAMTLI celebraban este día a la diosa COATLICUE (la madre de los dio-ses) la diosa que todo lo hace y lo deshace.

Los aztecas colocaban un altar en forma de pirámide el cual era cubierto con papel teñido de diferentes colores, en la primera parte de este, colocaban una imagen de ella y en el segundo nivel; comida, flores y velas acompañadas con un incensario (copal).

En el tercer nivel; velas y flores en el piso, sé hacia un camino de follaje, el cual se adornaba con flores y velas en las orillas.

Con la llegada de los españoles, llega el cristianismo, esta doctrina señala al individuo como un ser integra-do de cuerpo y alma, por lo que los altares u ofren-das sufren una alteración tanto en sus alimentos como

en imágenes de esta nueva religión cómo: santos, Cris-to, cruces y algunas frutas que no existían en América. Ahora el altar es una combinación de la cultura mexi-cana con la española.

Actualmente, los tres niveles del altar representan la santísima trinidad (Padre, Hijo, y Espíritu Santo). La fotografía o nombre que preside el altar es del di-funto venerado, las velas significan los siete pecados capitales y las veladoras son para guiar al difunto a su destino.

La flor de cempasúchil es la tradicional flor de muer-tos, su color es amarillo, denota la fuerza de la luz del sol.

Las naranjas o las frutas con banderas significan la libertad que la muerte da.

En el último nivel es colocado un aguamanil con agua, un pedazo de jabón y toalla, los cuales servirán para que el difunto se lave las manos antes de comer así como un espejo para que se refleje.

También se reflejan platillos y objetos personales que fueron los favoritos del difunto, los cuales, se cree que se llevará en su viaje de regreso, todo esto es dedi-cado a él, por último se coloca una cruz de ceniza en el último nivel.

El color morado se usa en señal de duelo; el camino de flores es para que el alma del difunto pase por

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ahí; las velas para que iluminen el lugar; y el copal para alejar a los malos espíritus.

El primero de noviembre se identifica como el (día de todos los santos) regresan a las casas donde vivieron las almas de los niños muertos y al día siguiente re-gresan las almas de los adultos, el tres de noviembre, los familiares se comen toda la comida y cantan ala-banzas. Se quita el altar.

Janitzio, Michoacán

En la ceremonia de la ofrenda a los difuntos, en el ce-menterio de la isla de Janitzio en el lago de Pátzcua-ro, del estado de Michoacán, México, la tradición del “Día de Muertos” se ha conservado en todo su vigor.

A las 6 de la tarde del día 1° de noviembre, de cada año, comienza a oírse el toque de muertos, y con in-tervalos de medio minuto la campana sigue doblando hasta la madrugada.

Poco antes de la media noche las familias de la isla salen de sus casas rumbo al cementerio de la cercana ciudad de Pátzcuaro, las personas se dirigen a la isla en sus canoas que semejan mariposas y que a la luz de miles de velas se antoja como un cuento. Los hom-bres embozados en sus sarapes, las mujeres atavia-das con sus mejores ropas y joyas más vistosas.

Para iluminar el camino cada grupo prende velas, la isla adquiere un aspecto fantástico, como millares de

lucecitas, masas de sombras caminantes y el lento e interminable doblar de las campanas.

Los grupos se dirigen a las tumbas de sus familiares, las adornan con guirnaldas de flores, colocan ahí las bateas (charolas de madera) y los platones cargados de comida y frutas y prenden todas las velas que les sean posibles.

A la media noche las mujeres se arrodillan ante las tumbas, los hombre entonan fúnebres alabanzas a los muertos, de vez en vez las mujeres desfloran el cempasúchil llevados especialmente para ese objeto, regando los pétalos sobre las tumbas. Así transcurren las horas hasta el amanecer.

Junto al cementerio, en el atrio de la parroquia se celebra una ceremonia, en ese lugar se reúnen las fa-milias que no tienen muertos o cuyos deudos tienen más de tres años de enterrados.

No llevan ramos ni flores, solamente velas y sus ba-teas con ofrendas, así permanecen mudos a lo largo de toda la noche.

Esta costumbre tiene su concepción desde la época prehispánica según la cual el muerto tenía que hacer un largo viaje que duraría tres años para llegar a Mictlán, lugar donde se establecería para siempre, por ese motivo consideran que al llegar el difunto al final de su viaje, ya no necesita que lo velen en el camposanto y solamente rezan por ellos en la iglesia. Pu

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En Mixquic

La fiesta de Difuntos de San Andrés Mixquic tiene sa-bor a calavera de azúcar perfumada con flores de cempasúchil y alumbrada con miles de velas que ilu-minan las tumbas del campo santo.

Uno de los más grandes hallazgos arqueológicos rea-lizados en Mixquic es el dios Mauxtli, que se encuentra en la iglesia del poblado, esta deidad era represen-tada con cráneos humanos y simbolizaba la muerte.

Varios días antes de la fiesta de muertos, los lugare-ños comienzan a preparar la ofrenda familiar que consiste en fruta, pan de muerto y diversos platillos como el mole, que son colocados en una mesa decora-da con flores de cempasúchil.

El día 1 de noviembre cuando llegan a Mixaquic, los muertos de visita, se encienden miles de cirios y vela-doras.

Cuentan que las ánimas llegan al pueblo, formados en fila y conforme pasa por las casas, se separan del grupo para entrar a saludar a sus deudos, por eso todas las puertas de las moradas se abren desde el mediodía hasta bien entrada la noche.

En esa ocasión los visitantes pueden entrar y salir de las casas en donde se exhiben hermosas ofrendas.

A la mañana siguiente hombre, mujeres y niños llegan al atrio de la iglesia de San Andrés con cubetas y atados de flores, barren y riegan las tumbas de sus familiares y al terminar esperan la llegada del pá-rroco para que imparta la bendición a los presentes y las tumbas.

A las 4 de la tarde del día 2 de noviembre tañen las campanas y los lugareños se dirigen al camposanto llevando ofrendas nuevamente y los rezos se repiten como en un murmullo seguido de cantos.

Reflexión

Nos damos cuenta que aun cuando nuestra socie-dad se ve cada vez más influenciada tanto por la cultura americana como por otras. Los valores, las costumbres, las tradiciones y el folklore, no se han perdido del todo y aunque la juventud mexicana se ve cada vez más desinteresada, hasta la fecha no hay hogar, escuela, oficina o lugar público donde no se ponga un altar para nuestros muertos, sin impor-tar que el Halloween y los disfraces tomen cada día más fuerza. Es por eso que debemos continuar con la tradición de la celebración del Día de Muertos, es muy hermoso tener una tradición tan única y original. Muy pocos países en el mundo tienen tradiciones tan antiguas como las nuestras.

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