aguilar natural · 2020-03-03 · autoridades varias.) su puerta siempre está abierta; su coche...
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CONTENIDOS
José Fernández Corcó: un profesor, un pueblo
El delantal de la abuela
La geología de nuestro entorno
El alumbrado a través del fuego
Crónica de la VII Jornada Cultural
El rocín o alondra de Dupont
Chopos cabeceros sumideros de dióxido de carbono
Nº 12 - Verano 2018
AGUILAR NATURAL Publicación cultural de Aguilar del Alfambra (Teruel)
Aguilar Natural
Publicación cultural de Aguilar del Alfambra Página 2
EDITORIAL
En los últimos meses se ha puesto en marcha el Parque Cultural del Chopo Cabecero del Alto
Alfambra. Han pasado nueve años desde que la Plataforma lanzara la idea y empezara a trabajar.
Sin nosotros, tan pocos, tan decididos, no hubiera sido posible. Pero tampoco sin el ayuntamiento
de Aguilar, sin los otros nueve consistorios del Parque, el Centro de Estudios del Jiloca, el
Colectivo Sollavientos, la Comarca Comunidad de Teruel, la Diputación Provincial y la Dirección
General de Patrimonio del Gobierno de Aragón. Un Parque tan querido como trabajado, como
trabajo hay por delante. El Técnico en Parques Culturales ya despliega una labor poco menos que
febril. Está en ejecución el proyecto de "Señalización turística del Chopo Cabecero" (una inversión
de 50.000 €), el convenio con la Comarca Comunidad de Teruel para explicar a escolares y
visitantes el Parque (2.000 €), una intensa difusión a través de televisión, radio, prensa y redes
sociales, y el desarrollo de proyectos de investigación sobre sus valores ambientales y culturales.
Lo bueno es que se notará más si todos nos involucramos. Este proyecto crecerá lo que quieran
los pueblos: vecinos, veraneantes, asociaciones, alcaldes... Por expresarlo con claridad. Nueve
años de trabajo han servido para reconocer nuestro patrimonio… y con ello hemos abierto la
puerta a las oportunidades de negocio. ¿Cuántas conversaciones dedicamos a preocuparnos por
el futuro de estos pueblos? Aquí tenemos un cabo del que tirar. No es la panacea, pero nos
hemos dado una oportunidad en una tierra donde no las regalan. Es nuestra responsabilidad y
depende de nuestra iniciativa. Colaborando, con generosidad, mirando por todos los que
estamos, ¿o acaso hay otra elección?
ÍNDICE
Literatura
José Fernández Corcó: un profesor, un pueblo. Daniel Izquierdo Clavero 3
El delantal de la abuela. Pilar Martín Guillén 6
Artículos
La geología de nuestro entorno. Laura Najes Pérez 7
El alumbrado a través del fuego. Manuel Najes Guillén 11
Crónica de la VII Jornada Cultural. María-Jesús Ortiz Rambla 18
El rocín o alondra de Dupont. Un ave de los montes de Aguilar. Chuse-Lois Paricio Hernando 19
Los chopos cabeceros como sumideros de dióxido de carbono. Manuel Najes Guillén 20
Fotografía de portada, tomarro o hierba de las siete sangrías (Lithodora fruticosa), de Chusé-Lois Paricio Hernando.
Aguilar Natural. Publicación cultural de Aguilar del Alfambra (Teruel). N.º 12 – Verano 2018 ISSN – ------ Dep. Legal - -------- Edita: Plataforma Aguilar Natural Pza. Ayuntamiento, s/n. 44156 Aguilar del Alfambra (Teruel) E-mail: [email protected] Página web: www.aguilarnatural.com
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JOSÉ FERNÁNDEZ CORCÓ: UN PROFESOR, UN PUEBLO
Cuatrocientos setenta y dos kilómetros separan Camprodón de Teruel (según Pío Baroja): un
bajel de amor en miniatura dentro de una botella sobre el mar mudéjar del olvido. En 1966, el
maestro José Fernández Corcó (Sant Feliu de Pallerols, Gerona, 1940) quizá no ha leído,
todavía, al noventayochista donostiarra. Sin embargo, una carta ministerial enhebrará sus
pasos en el alfiler de esa provincia y durante un curso (1967-1968) será el titular de la escuela
masculina de uno de sus doscientos treinta y seis pueblos: Aguilar del Alfambra.
Recién casado con Montserrat Suriñac acaba de regresar de su viaje nupcial cuando la brújula
estalla. Envalentonado por la cercanía de su destino provisional, Olot, se dan el sí quiero y en
su grupa (ya funcionarial) viajan. Atrás quedan cinco años inciertos como docente interino. El
pan diario del profesor sin plaza.
La sorpresa llega tan pronto ponen los pies en el suelo. Olot se desvanece en la nada. El sobre
blanco que lo lleva a Teruel (con 26 años recién cumplidos) moverá (momentáneamente) el
suelo bajo sus alas.
En el ínterin del vuelo, pondrá Aguilar en su GPS psíquico; en su memoria, la contracción “del”
y el nombre del río Alfambra. Lo primero que hace al conocer el nombre del que a partir de
ahora será su destino, su pueblo es buscar su ubicación concreta en la celtibérica inmensidad
del mapa. Tiene, para mentalizarse, la línea curva que separa junio de septiembre. Nada.
Llega a Aguilar el primer día del mes otoñal. Sin sacar la maleta del Seat 600 ya saborea el
‘agridulzor’ de su primera experiencia humana. La del alojamiento. Necesita dar con uno para
los próximos nueve meses. Su añada.
—¿Alojamiento? —le espeta un parroquiano— ¡Pero si el maestro tiene su propia casa! Claro
que… si quiere… también hay posada.
Alumnos de Aguilar
del curso 1967-1968.
Fuente:
José Fernández Corcó.
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Trabajo escolar y alumnos en Villallano (1967-1968). Fuente: José Fernández Corcó.
No lo piensa dos veces. Al viajar sin su esposa prefiere un establecimiento público. Un lugar
donde las gentes mitiguen la soledad, la saudade, la rutina diaria. Para su sorpresa, no lo
reciben de la forma que él, pobre de sí, esperaba. El anterior propietario de la escuela del
pueblo había dejado (se conoce) mal recuerdo en aquellas mismas estancias: sustracción de
ropas domésticas, facturas impagadas, conductas broncas, incómodas, extrañas… No es bien
recibido. Si se parece a su anterior colega su mera evocación, escalda.
Pronto demostrará Fernández Corcó (de entrada, sorprendido) que él y su predecesor no se
parecen en nada. Si el otro era seco, él es adorable; si mal pagador, él, puntual en todas las
demandas. Y educado, afable, cumplidor, un huésped digno de atención, afecto y confianza.
Por eso echa raíces (desde el primer momento) en la comunidad (alumnos, padres, paisanos,
autoridades varias.) Su puerta siempre está abierta; su coche disponible para atender súplicas,
hacer favores, expandir su savoir-faire por donde pasa. Una noche, una de las madres lo saca
de la cama. Su hijo (alumno suyo) ha sufrido un accidente, se ha quemado con un pozal de
agua hirviendo, requiere que el médico examine el drama. Ni corto ni perezoso José arranca el
auto y los baja a Teruel: al hospital que cauteriza el espanto cuando asoma la calva. Afor-
tunadamente el púber se recupera; la madre no olvidará jamás esa hazaña. Gestos como ese
labrarán los bancales del afecto y pronto darán su trigo, su luz amarilla. También llamará la
atención (gratamente) su voz educativa. Ese enseñar no enseñando que lo caracteriza.
Recordando a Franklin (padre del pararrayos) en sus clases no dice. Si uno dice las cosas, los
niños las olvidan. Tampoco las enseña, sabe que la enseñanza conduce al recuerdo, no al
aprendizaje. José, involucra. Solo involucrando al alumno éste podrá aprender lo que sin duda
explica. Y eso hace: llevar al aula (diversa en intereses, sueños rotos y edades) la magia
inapelable de la vida. Como los buenos enseñantes cose las palabras a los actos en el telar
crítico de la pedagogía. En la libertad que la oficialidad le da, injerta la que se toma. Aferrado a
ese broto, asoma a sus alumnos a un realismo utópico que ensanche sus rutinas y los haga
pensar. Y vaya si lo logra. Todos guardan de él el haz de un faro alejandrino en la memoria.
Basta con mover la moviola hasta el final.
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Junio de 1968. Ha logrado destino en Molló, una pequeña pedanía próxima a Francia, a medio
camino entre su Garrocha y el Ripollés: su ‘geobiografía’. La mañana estival que abandona
Aguilar definitivamente, veinticinco docenas de huevos colapsan el interior de su seiscientos y
un cordero vivo el maletero. Con él cruza Cataluña y antes los Monegros. Toda una odisea
‘estesopajariana’. Un sorbo de arte povera en la sed blanquinegra de aquella España. Berlanga
interviene: el cordero toma la libertad (en una gasolinera) e instala sus balidos en la distancia.
Desorientado por el viaje, los otros conductores, el propio José y el gasolinero, pronto le darán
caza. Al llegar a Camprodón, lo llevarán (sin pensar) a la carnicería. Ni él ni su esposa
Montserrat tienen agallas para matarlo. No es un animal. Es ya una metáfora.
Cincuenta años hace que el profesor Fernández Corcó dio clases en Aguilar. Diez lustros que
ese ovino rebelde ha incinerado su balido de agua. El tiempo no existe y, además, incendia.
Debajo del fuego, la quemazón habla. En ella brotó un maestro cuya huella aún avanza. Con
treinta años, solo treinta años, el azar ‘neuro(i)lógico’ inundó el caudal de su logos maestro; un
derrame en su torre de control. El cerebro. Fruto de esa desventura, algún desajuste entre lo
que vive e interioriza, lo que recuerda. Todo lo que vivió en Aguilar del Alfambra sigue en su
sitio. No ha podido (el olvido) borrar la vida que pasó en nuestro pueblo.
La hemorragia despoblacional que vacía las calles tampoco ha sabido erradicar su figura, su
magisterio. José Fernández Corcó no se irá nunca de Aguilar del Alfambra.
Aguilar del Alfambra tampoco dejará en blanco la memoria lírica de José Fernández Corcó.
Ambos son lianas para salvar la jungla de la vida. Deshielos del tiempo en la mejilla de la nieve
que José nostalgiaba: la blanca nieve de Camprodón.
Daniel Izquierdo Clavero
José Fernández Corcó y Daniel Izquierdo Clavero.
Fotografía de José-Antonio Izquierdo Fuertes.
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EL DELANTAL DE LA ABUELA1
Dedicado a los abuelos y las abuelas.
Con el mayor respeto y cariño.
¿Te acuerdas del delantal de la abuela? La principal función del delantal de la abuela era
proteger el vestido que estaba debajo. Pero, además, servía de agarradera para retirar la
sartén más que caliente del fuego. Era una maravilla secando las lágrimas de los niños y, en
ciertas ocasiones, limpiando sus caras sucias.
El delantal servía para transportar desde el gallinero los huevos, los pollitos que necesitaban
terapia intensiva y a veces los huevos golpeados que terminaban en el horno. Con él se
recogían los frutos que caían de los árboles al terminar el verano. Cuando llegaban visitas, el
delantal de la abuela servía de refugio a los niños tímidos y, cuando hacía frío, la abuela se
envolvía los brazos en él. Servía también de canasto para llevar las verduras desde la huerta.
Cuando se acercaba la hora de comer, la abuela salía a la puerta y agitaba el delantal. Entonces
los hombres que estaban en los campos comprendían de inmediato que el almuerzo estaba
listo. Después de usarse en la cosecha de la cebada, le tocaba el turno con los repollos. Cuando
alguien llegaba inesperadamente era sorprendente la rapidez con la que el viejo delantal podía
sacar el polvo de los muebles.
Pasarán largos años antes de que alguien invente un objeto que pueda reemplazar aquel viejo
delantal que tantas funciones cumplía… Ya no tienen que proteger el vestido, dado que hoy
hay muchos y tenemos máquinas que los laven. Las agarraderas de las sartenes ya no queman.
Las caras de los niños las lavamos con toallitas húmedas. El fuego lo avivamos con un botón. Y
el polvo lo quitamos con bayetas ecológicas que repelen el polvo…
En recuerdo de mi abuela tengo colgado en mi cocina un delantal que me recuerda a ella, tan
querida y que tantas cosas fue capaz de hacer con él y, sobre todo, con mucho cariño.
Pilar Martín Guillén
1 Escrito a partir de un original anónimo.
Hogar aguilarano.
Fotografía de
Chusé-Lois Paricio Hernando.
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LA GEOLOGÍA DE NUESTRO ENTORNO
La provincia de Teruel y su riqueza geológica
La provincia de Teruel cuenta con una amplia riqueza geológica y paleontológica. Esto se debe,
en parte, a la existencia de materiales geológicos que ocupan un amplio intervalo en la escala
de tiempo desde el Cámbrico inferior (Paleozoico, hace unos 542 millones de años) hasta el
presente. Además, existe una buena exposición de afloramientos, es decir, son fácilmente
visibles y la distribución de litologías es muy diversa en todo Teruel (CALVO et al., 2010).
El reflejo de esta gran riqueza queda patente en los diferentes centros de divulgación científica
que se han desarrollado en la provincia. Cerca de Aguilar existen dos localidades que son
referentes para la geología. El primero de ellos está en Aliaga, pionera en la disciplina, lo que le
ha llevado a alcanzar el grado de Parque Geológico, incluido dentro del Geoparque del
Maestrazgo. El otro ejemplo lo constituye la localidad de Galve, donde su gran riqueza
paleontológica se refleja en los diferentes centros expositivos con los que cuenta el municipio
(el Museo Municipal Paleontológico de Galve, un centro satélite de Dinópolis y unas réplicas
de dinosaurios ampliamente conocidas junto a las orillas del río Alfambra).
Geológicamente hablando, estas dos localidades, al igual que Aguilar del Alfambra, se
encuentran dentro de la subcuenca de Galve. Esta Subcuenca ha sido objeto de estudio desde
diferentes disciplinas geológicas: paleontología, tectónica, sedimentología, mineralogía, etc.
Estudios geológicos en Aguilar del Alfambra
Fruto de la gran riqueza con la que cuenta Teruel, se han realizado numerosos estudios
geológico en la provincia. A continuación, se hace un breve recorrido de los mismos en Aguilar.
El primero en el que aparece refleja-
da la geología del municipio se co-
rresponde con la memoria del Mapa
Geológico de España del Instituto
Geológico y Minero (MAGNA). Estas
memorias acompañan a los mapas a
escala 1:50.000 realizados para todo
el territorio de España. Aguilar se
encuentra dentro de la hoja número
543, denominada “Villarluengo”.
En dicha memoria se elabora una
columna estratigráfica (una represen-
tación gráfica que refleja la distri-
bución de los estratos de mayor a
menor antigüedad) al oeste del muni-
cipio de Aguilar debido a que el
afloramiento (Figura 1) es más com-
pleto y representativo que otros de la
misma edad dentro de la hoja de
Villarluengo (GAUTIER, 1979).
Figura 1. Columna estratigráfica de la subcuenca de Galve.
Tomada de MELÉNDEZ et al., (2009).
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Posteriormente, se abordan trabajos de paleontología en los que se describen yacimientos de
icnitas de dinosaurios. Entre estos cabe destacar el situado en el término municipal de Ababuj,
pero cercano al límite con Aguilar, y el localizado en las inmediaciones de la fuente del
Hontanar, cuya réplica puede verse en el entorno de la Palanca. Además, en el año 2010 la
Fundación Conjunto Paleontológico de Teruel-Dinópolis realizó una prospección paleontoló-
gica en el término municipal de Aguilar del Alfambra que puso de manifiesto la existencia de
restos óseos aislados, pero sin llegar a describirlos (ALCALÁ et al., 2010).
En el curso 2014-2015 hice mi Trabajo Fin de Grado entre los municipios de Ababuj y Aguilar,
para lo cual realicé trabajo de campo. Derivado del mismo, por un lado, se encontraron restos
fósiles y, por otra parte, se observó que los afloramientos de la ladera sur del Cerro (junto al
Cementerio) estaban bien expuestos y presentaban peculiaridades de gran interés (Figura 2).
A raíz de estas jornadas de campo llevadas a cabo en Aguilar del Alfambra, profesores de
geología de la Universidad de Zaragoza plantearon la necesidad de elaborar un trabajo que
abarcara la subcuenca de Galve en su conjunto y permitiera comprender mejor su estratigrafía
y evolución. Finalmente, en el año 2016 se publicó un nuevo artículo fruto de dichas inves-
tigaciones (AURELL et al., 2016). En este artículo Aguilar jugó un papel importante, ya que se
definió una nueva formación geológica, la Formación Aguilar del Alfambra.
El nacimiento de una nueva Formación
El término formación geológica (Fm.) es
una denominación utilizada en el ámbito
de la geología para definir a un conjunto
de rocas que comparten unas caracte-
rísticas litológicas propias que las dife-
rencian de las contiguas. Existen otras
categorizaciones que pueden englobar a
varias formaciones (grupo) o unidades
de menor rango dentro de una forma-
ción (miembros).
Las formaciones geológicas se nombran
con la litología predominante y el nom-
bre de la localidad donde se describe por
primera vez.
Por ejemplo, en nuestro entorno se han definido diferentes formaciones: Fm. Calizas de Villa-
rroya de los Pinares, Fm. Arenas de Utrillas, Fm. Areniscas de Camarillas...
La Fm. Camarillas se definió en el pueblo vecino, como su propio nombre indica, pero su distri-
bución es mucho más amplia en el territorio, por lo que es habitual encontrarla en el conjunto
de la Subcuenca de Galve. Esta formación es fácilmente reconocible por las arcillas rojas y por
los niveles de areniscas blancas, los cuales son muy reconocibles en Aguilar. Precisamente,
estas arcillas son las que tienen un gran interés para la industria cerámica debido a las propie-
dades que presentan.
Figura 2. Aspecto de la Formación Aguilar en la ladera
sur del Cerro. Fotografía de Laura Najes Pérez.
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La definición de la nueva Formación Aguilar del Alfambra representa una reorganización de la
estratigrafía de la zona (Figura 3). Aunque sus materiales también están presentes en una
amplia área de la Subcuenca, su gran visibilidad en Aguilar llevó a su definición en nuestra
localidad. Esta buena exposición se debe a las condiciones topográficas y de escasa vegetación
del afloramiento, lo que permite una buena observación de los materiales.
La Fm. Aguilar del Alfambra constituye un afloramiento de referencia (estratotipo) para otros
lugares donde se hallen los mismos materiales. Además, se perfecciona el conocimiento geo-
lógico de nuestro entorno más inmediato al sumarse esta formación a otras que han visto la
luz recientemente, como la Fm. Galve (definida junto a la Fm. Aguilar en AURELL et al., 2016).
Ambas formaciones complementan la ya conocida estratigrafía de la zona, como es el caso de
la Fm. Camarillas, descrita por el profesor Joseph Canérot hace décadas.
Figura 3. Columnas estratigráficas de la Subcuenca de Galve con las distintas formaciones geológicas presentes
antes y después de la definición de las nuevas formaciones (Fm. Aguilar del Alfambra y Fm. Galve).
Tomadas de MELÉNDEZ et al. (2009) y AURELL et al. (2016).
Hallazgos fósiles en el municipio de Aguilar
La vecina localidad de Galve tiene una gran riqueza fósil, de hecho, en la misma se han
definido distintas especies, entre ellas, algunas de dinosaurios. Pero ¿puede Aguilar presentar
fósiles como los hallados en Galve? Las formaciones geológicas que afloran tanto en Galve
como en Aguilar pertenecen a una edad (Jurásico-Cretácico) y a un ambiente sedimentario de
transición entre el continente y el mar, en el que vivían dinosaurios, así como otras especies
como cocodrilos y tortugas. Aunque hasta el momento no ha habido hallazgos de gran
repercusión como los de Galve, sí que se han encontrado fósiles.
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En mi Trabajo Fin de Grado se localizaron distintos restos fósiles. Se hallaron fragmentos
pertenecientes al caparazón de una tortuga y parte de una mandíbula con algún diente que
podría ser de un cocodrilo primitivo. Aparte, se encontró un fragmento de hueso largo que,
por las dimensiones, parece adecuado atribuirlo a un resto de dinosaurio. También se identi-
ficó una huella de saurópodo (un tipo de dinosaurio) en el paraje de la Fortea (Figura 4), muy
próximo al ya mencionado yacimiento de Ababuj.
Pero no solo los vertebrados dejaron su impronta en estas tierras. A este respecto destaca el
descubrimiento de fragmentos de un tronco fósil (Figura 5), de cuyo estudio se pueden inferir
conclusiones relativas al medio y al clima del momento. El estudio de las muestras evidenció la
inexistencia de anillos de crecimiento, lo que indica que el árbol se desarrolló en un clima
tropical. Eso significa que hace unos 150 millones de años el actual término de Aguilar tenía
una latitud tropical.
Conclusiones
Los descubrimientos que se hacen en geología van cambiando las teorías e hipótesis de lo
conocido hasta el momento. El último artículo publicado sobre esta zona en el año 2016 reco-
ge los más recientes descubrimientos e interpretaciones. No obstante, nuevos hallazgos de
cualquier índole pueden modificar y cambiar el conocimiento de nuestra historia geológica. El
debate continuo al que se somete la ciencia y las controversias científicas la hacen avanzar y
estar en continuo cambio. A este respecto, podemos afirmar que nuestro pueblo ha contri-
buido al conocimiento científico con la definición de la Fm. Aguilar del Alfambra.
Laura Najes Pérez
Referencias
ALCALÁ, L., ESPÍLEZ, E. y MAMPEL, L. (2010): Informe paleontológico de los yacimientos del TM de Aguilar del Alfambra
(Teruel), exp. 202/2010. Informe inédito. Dirección General de Patrimonio Cultural del Gobierno de Aragón, 35 p.
AURELL, M., BÁDENAS, B., GASCA, J.M., CANUDO, J.I., LIESA, C.L., SORIA, A.R., MORENO-AZANZA, M. y NAJES, L. (2016): Strati-
graphy and evolution of the Galve sub-basin (Spain) in the middle Tithonianeearly Barremian: Implications for the
setting and age of some dinosaur fossil sites. Cretaceous Research, 65: 138-162.
CALVO, J.P., ALCALÁ, L. y SIMÓN, J.L. (2010): Geología de la provincia de Teruel. Enseñanza de las Ciencias de la Tierra,
18.2: 134-140.
GAUTIER, F. (1979): Mapa Geológico de España 1:50000, hoja nº 543 (Villarluengo) y memoria. IGME, Madrid. 45 p.
MELÉNDEZ, N., LIESA, C.L., SORIA, A.R., MELÉNDEZ, A. (2009): Lacustrine system evolution during early rifting: El Castellar
Formation (Galve sub-basin, Central Iberian Chain). Sedimentary Geology, 222: 64-77.
Figuras 4 y 5.
Huella de
dinosaurio saurópodo
en el paraje de la Fortea.
Fragmento de tronco fósil
(escala: 1 cm).
Fotografías de
Laura Najes Pérez.
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EL ALUMBRADO A TRAVÉS DEL FUEGO2
La Asamblea General de Naciones Unidas proclamó el año 2015 como Año Internacional de la
Luz y de las Nuevas Tecnologías Basadas en la Luz, por este motivo, en el presente artículo voy
a hacer un recorrido histórico del alumbrado obtenido por incandescencia del fuego y que fue
cotidiano en Aguilar en el pasado.
Generalidades
La luz es una forma de energía. Todas las fuentes de luz artificial implican la conversión de
alguna forma de energía en radiación electromagnética. Considerada esta conversión como un
proceso físico a nivel atómico, la excitación y subsiguiente desexcitación de átomos o
moléculas es el proceso más empleado para la generación de luz. Una fuente luminosa es
cualquier cuerpo que emite luz natural o artificial. Existen fuentes de luz naturales, como el
Sol, las estrellas, los rayos y ciertos animales como las luciérnagas o los pececillos neón.
Ya desde los tiempos prehistó-
ricos del Paleolítico Superior el
ser humano utilizó el alum-
brado artificial. La hoguera y la
antorcha sirvieron para espan-
tar a los animales y para la
iluminación de sus hábitats, lo
que, por ejemplo, les permitía
pintar en las superficies de las
rocas en las cuevas. Desde
entonces se han inventado
numerosas fuentes de luz
artificiales: velas, candiles, fa-
roles, linternas, etc.
Existen dos formas básicas de obtener luz, por incandescencia y mediante luminiscencia. La luz
incandescente se produce cuando un cuerpo adquiere una temperatura determinada. Enton-
ces, sus átomos sufren choques que los llevan a estar excitados, con la siguiente desexcitación
y producción de radiación de un espectro continuo. Una manera de llevar a un átomo a niveles
energéticos superiores es calentarlo con fuego, que se obtiene mediante combustión. La com-
bustión consiste en una reacción química en la que una sustancia llamada combustible reac-
ciona con otra llamada comburente, oxígeno, desprendiendo energía en forma de luz y calor.
La mayoría de las veces el combustible que se emplea para generar fuego es un cuerpo
orgánico como madera, aceite, petróleo, metano, propano, butano o acetileno. Por ejemplo,
cuando la madera se encuentra a alta temperatura durante la combustión, algunas de sus
moléculas se rompen y se convierten en sustancias volátiles (gases) antes de quemarse. Por
ese motivo, vemos las llamas. Las llamas o el fuego, por tanto, se podría decir que es gas
incandescente, gas que emite luz. En la madera, concretamente, las moléculas que más
abundan son la celulosa y la lignina.
2 Este artículo fue publicado, con ligeras variaciones, en la revista del IES Santa Emerenciana (Teruel) en el año 2015.
Figura 1. Hogar aguilarano en el que se observan distintos candiles
y lámparas de aceite. Fotografía de Ivo-Aragón Inigo Fernández.
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Para prender el fuego suministramos una energía, llamada de activación, por ejemplo,
arrimando una llama, con una chispa eléctrica, concentrando la luz solar o por rozamiento,
como hacían nuestros ancestros.
Los tederos
En las ciudades, pueblos y villas el primer alum-
brado público pudieron ser los tederos, consis-
tentes en un emparrillado de hierro en el que
se quemaban teas. La tea, el combustible,
estaba compuesto por astillas de madera de
pino impregnadas con resina. Ardía con mucha
facilidad y daba una llama de gran duración y
luminosidad. Los tederos solían situarse en las
esquinas y elevados del suelo para alumbrar el
máximo de la calle.
En nuestra geografía turolense también se utili-
zaron los tederos para el alumbrado de las
viviendas (Figura 2). Hasta la década de los
años cincuenta del siglo pasado todavía se
empleaban para coger caracoles en zonas de
regadío por la gran intensidad luminosa que
emitían. Hoy día los tederos se utilizan para
celebrar ritos del fuego en algunos pueblos de
la provincia de Teruel, como en la Santonada
de La Iglesuela del Cid, en la cual desfilan
personas con tederos portátiles y prenden
fuego a la hoguera de San Antonio, y en el
fuego de los tederos en la Encamisada de
Estercuel.
Candiles y faroles
Las lámparas de aceite o candiles (Figura 3) son recipientes donde se pone aceite, que hace de
combustible, y una mecha, normalmente de algodón, que se empapa con el aceite. Una vez
mojada, se deja una parte de la mecha fuera del recipiente, se enciende con una llama
(ignición) y, con el oxígeno del aire, se produce la combustión con el consiguiente despren-
dimiento de luz y calor.
La eficacia luminosa de las lámparas de aceite es muy baja:
0,1 lm/W (lumen/vatio)
Los candiles más primitivos eran de piedra o cerámicos, aunque las más conocidos son de
chapa de hierro y latón. El recipiente del aceite tiene un saliente en forma de pico para acoger
la mecha y, al lado contrario, un gancho para poder colgar el candil. El aceite que se usaba en
España era de oliva.
Figura 2. Tedero.
Fotografía de Manuel Najes Guillén.
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Más modernos y muy usados han sido
los faroles. Se empleaban en interiores
(viviendas, majadas, pajares y graneros)
aunque también se llevaban en la mano
o en carruajes por la noche. El farol
ofrecía la ventaja de no apagarse con el
viento y más seguridad al evitar en
mayor medida los incendios.
La fabricación de los candiles y faroles la
realizaban los lampareros (hojalateros),
oficios que salen de la rama de los
herreros. Este tipo de lámparas fueron
formas de iluminación muy populares
antes de la llegada de la electricidad.
Posteriormente se utilizaron como alum-
brado de emergencia cuando había un
corte de suministro eléctrico.
Las velas
Durante muchos siglos las velas fueron el principal medio para alumbrar los hogares cuando la
noche llegaba. El principal material para la fabricación de velas (combustible) ha sido la cera de
abeja, ya que hacía poco humo y no desprendía mal olor, aunque su uso resultaba caro.
Cuando a finales del siglo XIX hicieron su aparición algunas sustancias químicas como la para-
fina, la cera natural obtenida de los panales de miel se fue desterrando.
En el funcionamiento de una vela (Figura 4) la presencia del pabilo es crucial. El pabilo general-
mente está hecho de fibras de algodón o de nailon. Para que el pabilo no se queme debe ser
tratado con un retardante de llama. Además, se le agregan una variedad de sustancias para
asegurar que el pabilo se mantenga rígido mientras está encendido.
El pabilo sirve para proporcionar el combustible. Al entrar en contacto con una llama
(ignición), transmite calor hasta la superficie de la parafina. Con el aumento de temperatura la
parafina se funde, es decir, se hace líquida. El pequeño charco de cera fundida que se forma es
lo que mantiene la vela encendida.
La cera tiene que estar en estado líquido para ascender a través del pabilo y, entonces, sufrir la
combustión. El líquido asciende, por capilaridad, a través del pabilo. Al llegar a la parte de
arriba del pabilo y entrar en contacto con la llama, la cera líquida se evapora. La combustión
ocurre cuando las moléculas de parafina en fase gaseosa reaccionan con las moléculas de
oxígeno produciendo dióxido de carbono (CO2) y agua (H2O), liberando luz y calor.
El color amarillo brillante de la llama es debido a la incandescencia de las partículas de carbón.
La incandescencia ocurre cuando un material es calentado hasta tal punto que empieza a
emitir luz. A diferencia de la combustión, en la incandescencia no hay un cambio químico, es
decir, no se forma ninguna otra sustancia.
Figura 3. Candil de aceite.
Fuente: https://cordobabuenasnoticias.com.
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La forma típica de las llamas es debido al
fenómeno de convección. Al calentase, el aire
que está cerca de la llama se expande y, por
consiguiente, se hace menos denso. Entonces,
el aire más frío y más denso de los alrededores
empuja hacia arriba al aire caliente, dándole a
la llama esa forma de pera o de gota.
La intensidad luminosa de una fuente de luz en
el Sistema Internacional de Unidades se mide
en candelas (cd). Una candela, simplificándolo
al extremo, es aproximadamente igual al brillo
que genera una vela.
Una unidad derivada y empleada en el alum-
brado para medir el flujo luminoso es el lum
(lm), una medida de la potencia luminosa
emitida por la fuente.
Otra unidad derivada es el lux (lux). Se utiliza
para medir la iluminancia o nivel de ilumi-
nación. La relación entre las tres unidades es:
1 lux = 1 lm/m2 = 1 cd × sr/m2 (sr: estereorradián)
Para medir la iluminancia en los lugares de trabajo se emplea el instrumento de medida
llamado luxómetro. Los fotómetros son aparatos con los que se mide la intensidad de los focos
luminosos. La eficacia luminosa de una vela es de:
0,3 lum/W
Hoy en día el uso de las velas ha quedado relegado para casos de emergencias, decorativo,
procesiones, romerías y ceremonias religiosas.
Quinqué de petróleo
El quinqué (Figura 5) es un artilugio de mechero circular inventado por el suizo Argand en el
año 1780. Se le llamó quinquet porque Antonie Quinquet (un farmacéutico de París) introdujo
algunas mejoras como el tubo de vidrio. Era mucho mejor en la iluminación que la lámpara de
aceite ya que producía una luz equivalente a 6 o 10 velas. En sus inicios, para hacerlo
funcionar, se empleaba aceite de ballena, hasta que a mediados del siglo XIX fue sustituido por
el queroseno, más limpio, barato y seguro que el anterior.
El queroseno es un líquido inflamable compuesto por hidrocarburos que se obtienen por
destilación del petróleo después de la fracción de la gasolina y antes de la del gasóleo. Por sus
características funcionales se conocen dos tipos de lámparas de queroseno, cuyo
funcionamiento difiere de forma significativa. La más común se denomina lámpara de lienzo o
de mecha, mientras que la otra funciona mediante gas queroseno producido bajo alta presión.
Figura 4. Vela.
Fotografía de Manuel Najes Guillén.
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Publicación cultural de Aguilar del Alfambra Página 15
La lámpara de lienzo o mecha, la más común,
lleva un depósito de queroseno de aproxima-
damente medio litro, aunque puede ser más.
En dicho depósito se sumerge el extremo de
una mecha que se empapa con combustible,
mientras que el otro extremo sale al exterior a
través de una ranura situada en la tapa. Esta
pieza, generalmente de rosca, cierra el
depósito de combustible por su parte superior.
La ranura se halla provista de una cremallera
que se acciona mediante un pequeño volante
que permite subir o bajar el lienzo y, así,
regular la parte expuesta al exterior. Es decir,
sobresale el segmento de la mecha en la cual
se realiza la combustión del queroseno. Esta
exposición regulable permite adecuar el tama-
ño de la llama y, consecuentemente, la mayor
o menor cantidad de luz.
Lógicamente, al cabo de un tiempo de uso la
mecha se termina quemando totalmente,
siendo necesario reemplazarla. Por último, el
quinqué cuenta con una cubierta de vidrio que
protege la llama del viento a la vez que la man-
tiene firme y brillante. Para encenderla, se reti-
ra momentáneamente dicha cubierta.
Hoy en día los quinqués se utilizan en casos de emergencia por falta de la corriente eléctrica
o en lugares donde esta no llega, como zonas rurales de difícil acceso.
Lámpara de carburo
La lámpara de carburo, también conocida como lámpara de gas acetileno, carburera, carbu-
rero o candil, es un dispositivo de iluminación a gas.
Para fabricar el carburo (reactivo) es necesario partir de la cal viva (CaO), que se obtiene por
calcinación de la caliza con un alto contenido de carbonato de calcio (CaCO3) a una tem-
peratura de unos 900 °C, dando lugar también a dióxido de carbono (CO2).
La calcinación, de manera industrial, tiene lugar en hornos verticales u horizontales. De mane-
ra artesanal se puede obtener en hornos tradicionales de origen romano o árabe.
El carburo de calcio (CaC2) se fabrica mediante un arco eléctrico a una temperatura superior a
los 2.500 °C, a partir de la cal viva (CaO) y coque (C), dando como producto, también, dióxido
de carbono. El carburo de calcio es una sustancia cristalina, incolora o clara debido a la
presencia de impurezas, de olor característico.
Figura 5. Lámpara de queroseno o quinqué.
Fuente: https://www.todocoleccion.net.
Aguilar Natural
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La lámpara de carburo (Figura 6) consta de dos
depósitos que se cargan con los dos reactivos
(agua en el superior y carburo en el inferior).
Un elemento de regulación (generalmente un
pequeño grifo) permite aportar, controlada-
mente, reducidas cantidades de agua al carbu-
ro, produciendo gas acetileno (C2H2) e hidróxi-
do de calcio (Ca(OH)2).
El acetileno pasa del depósito inferior por un
conducto hasta la boquilla, iniciando con una
llama la combustión que, en presencia del oxí-
geno (O2), da lugar a una reacción exotérmica.
Se obtienen como productos dióxido de carbo-
no (CO2) y agua (H2O), desprendiéndose una
llama muy luminosa y calor.
Resumiendo, en el carburero se producen dos
reacciones químicas, en el depósito inferior se
genera acetileno y en la boquilla su combus-
tión. El acetileno fue descubierto por Davy en
1862. Es un gas de olor picante característico.
El primer carburero fue desarrollado en los Estados Unidos, en Nueva York, en 1900 por
Frederic Baldwin. Primeramente, fue empleado en la minería y su uso se difundió a otras acti-
vidades como la espeleología, la pesca, el senderismo y la iluminación de estancias sin corrien-
te eléctrica. En nuestro entorno se empleaba para coger caracoles de noche en los regadíos.
En la Ciudad de Teruel, en el año 1905, se constituyó la Sociedad Electroquímica de Teruel para
explotar una central hidroeléctrica que actualmente se denomina “Central del Carburo”,
situada en el camino de San Blas hacia el barrio de la Guea. En el 1908 esta sociedad empezó a
dedicarse a la obtención de carburo de calcio en las instalaciones anejas al salto de agua.
Lámpara de gas butano
La lámpara de gas butano (Figura 7) es la última versión de lámparas no eléctricas que se
utilizaron en Aguilar para lugares interiores sin instalación eléctrica, como majadas, cocheras,
etc., o cuando se producía un apagón al fallar el suministro de la corriente eléctrica. Otras
veces se utilizaba para alumbrarse en el exterior, como en los desplazamientos por las calles y
para coger caracoles.
Esta lámpara se enrosca en una llave reguladora de gas para seleccionar la luminosidad, y tiene
en el vástago un aro selector de aire que se abre completamente cuando se desea lograr
máxima luminosidad. Para el encendido se bascula el sombrerete a un lado, se acerca una
llama (fósforo, encendedor, etc.) a la camisa o capuchón que actúa como candil, y se abre
lentamente la llave de gas hasta que el capuchón se inflame. Los capuchones tienen una vida
limitada y no deben manipularse mucho, pues es posible que se resquebrajen por desgaste del
material que los conforman, lo cual es totalmente normal.
Figura 6. Carburero.
Fuente: desconocida.
Aguilar Natural
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A principios del siglo XIX comenzó a usarse el gas de carbón mineral (hulla) para obtener una
llama de alumbrado. En un principio se obtenía la luz de gas de su llama directa, pero era poco
luminosa. Se logró una luz blanca brillante añadiendo una camisa de torio, también llamada
camisa de Auer, calentada mediante la propia combustión del gas butano.
El uso del torio resulta problemático debido a su radiactividad. Sin embargo, las camisas de
incandescencia de este elemento, o “toriadas”, se vendían sin ninguna información relativa al
respecto, requisito esencial para que los consumidores pudieran decidir sobre su compra.
Posteriormente, dado el riesgo del torio, su uso en las camisas ha sido suprimido por la
mayoría de los fabricantes y en Europa actualmente no se fabrican camisas de incandescencia
para lámparas de gas que contengan torio. Se ha sustituido por itrio y las camisas producen
una luz tan brillante e intensa como las de torio.
Conclusiones
Hasta aquí el repaso del alumbrado artificial, obtenido por medio de la incandescencia del
fuego (obtención de llama).
Con la invención de las pilas y de las bombillas de incandescencia, se utilizaron las linternas
como fuentes de luz. Con la llegada de la corriente eléctrica a las casas, fábricas, escuelas,
comercios, etc., se utilizaron lámparas de arco, bombillas, tubos fluorescentes, luces de neón,
lámparas halógenas, lámparas de bajo consumo y, en la actualidad, las lámparas LED y de
inducción.
He aquí el gran salto cuantitativo y cualitativo para alumbrarnos en la oscuridad que se ha
producido desde el último cuarto de siglo XIX, hasta nuestros días, con el que se ha ganado en
intensidad, eficacia y eficiencia luminosa, y confort. Todo esto nos puede servir para valorar,
tanto en el año 2015, Año Internacional de la Luz y de sus aplicaciones Tecnológicas, como en
el presente 2018, los avances científicos y tecnológicos para el bienestar de la humanidad.
Manuel Najes Guillén
Figura 7.
Lámpara de butano.
Fotografía de
Manuel Najes Guillén.
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CRÓNICA DE LA VII JORNADA CULTURAL
El sábado 10 de junio del 2017 realizamos la VII Jornada Cultural celebrada en Aguilar del
Alfambra. En esta ocasión organizamos un taller de ornitología en el paisaje del chopo
cabecero y lo completamos con el I Maratón Fotográfico de Naturaleza.
A las nueve de la mañana, en la Plaza del Ayuntamiento y junto a la escultura del águila, se
iniciaba el maratón con la foto de grupo. Hacía buena mañana, el ambiente era muy agradable
y la compañía inmejorable. ¿Qué más se podía pedir? Junto al río nos esperaban, con todo
preparado, miembros del Centro de Recuperación y Observación Ambiental (CROA) del Cañizar
para realizar el taller de anillamiento científico.
Cuando llegamos a la riera no podíamos ver, aunque sí escuchar, a numerosos pajarillos entre
las ramas de los chopos. Pero pronto, poco a poco, fuimos descubriendo y observando gran
cantidad de especies: herrerillos, petirrojos, mirlos, chochín…
Estábamos asombrados. Los niños miraban curiosos, todos escuchábamos con atención la
cantidad de detalles y datos que Demetrio, del CROA, nos contaba. Y no faltaban voluntarios
para participar en el anillamiento. Entre tanto intentábamos hacer la mejor foto posible para
concursar en el maratón.
Finalizamos la jornada con un buen almuerzo, como es de costumbre. Bocata de jamón, queso
El Hontanar, café y pasticas.
Tres miembros de la Sociedad Fotográfica de Teruel componían el jurado para la selección de
las 25 fotografías que formarían parte de una colección que ahora está expuesta en el salón de
los Granericos. Y de estas, se eligieron premiadas una para cada categoría, infantil y adulto.
Fotografía ganadora categoría adulto, Isabel Ahijado. Fotografía ganadora categoría infantil, Alberto Bayo.
Fue un día estupendo y muy agradable para disfrutar del paisaje de la riera y sus aves.
Desde Aguilar Natural os damos las gracias a todos los que habéis hecho posible que se hiciera
realidad: a todos los asistentes, al CROA del Cañizar, Demetrio Vidal, Ecologistas en Acción,
Jamones Airesano, Quesos Hontanar, Sociedad Fotográfica de Teruel, Yolanda Gómez y el
ayuntamiento de Aguilar del Alfambra.
María-Jesús Ortiz Rambla
Aguilar Natural
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EL ROCÍN O ALONDRA DE DUPONT. UN AVE DE LOS MONTES DE AGUILAR
A última hora de la tarde de un frío día de enero descendemos de la sierra en vehículo
pasando por las Capurutas, en dirección a Cañaseca. El sol se pone a nuestras espaldas y la luz
escasea. Ante nosotros y sin levantar el vuelo aparece una de las aves más amenazadas del
planeta. Corretea por delante del coche mientras que el ocaso a nuestra espalda nos oculta a
su vista. La emoción de poder verla en nuestra sierra nos invade. Ornitólogos extranjeros
pagarían por ver un ave que solo por su presencia justifica la catalogación de la ZEPA
Parameras del Alfambra.
Ejemplar de Rocín detectado en enero de 2018 en Aguilar del Alfambra.
Fotografías de Chuse-Lois Paricio Hernando.
El rocín, alondra de Dupont o alondra Ricoti (Chersophilus duponti) es una paseriforme de la
familia de los aláudidos, del género chersophilus. Es de pequeño tamaño, con un plumaje de
color marrón con tonos grises y parecida a otros tipos de alondras, diferenciándose en un
cuello más pequeño y un pico largo y con una curvatura hacia abajo muy característico. Mide
unos 19 cm y tiene un peso de unos 40 gr.
Su distribución se circunscribe a la península Ibérica y al norte de África. Es un ave puramente
insectívora. Su periodo de reproducción se extiende entre finales de invierno y principios de
verano, pudiendo realizar dos puestas al año. Es un ave catalogada como especie en peligro de
extinción y la tenemos en nuestro pueblo, muy cerca, casi rozándonos las cabezas. Su canto es
único, pudiendo escucharse por la noche en época de celo.
Panorámica de la ZEPA
Parameras del Alfambra
en Aguilar.
Fotografía de
Chuse-Lois
Paricio Hernando
Chuse-Lois Paricio Hernando
Aguilar Natural
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LOS CHOPOS CABECEROS COMO SUMIDEROS DE DIÓXIDO DE CARBONO
El Gobierno de Aragón catalogó en 2016 la cultura del chopo cabecero Bien de Interés Cultural
Inmaterial y aprobó en el mes de abril de este año el Parque Cultural del Chopo Cabecero del
Alto Alfambra. Unos meses antes, en enero, procedía a declarar como Arboleda Singular de
Aragón la ribera del Alfambra comprendida entre Allepuz y Aguilar. En un apartado se especi-
ficaba que era necesario desarrollar un plan de gestión que garantizara el mantenimiento de
los chopos cabeceros para evitar su desaparición, como ya ha ocurrido en diversos puntos de
la Cordillera Ibérica.
Los chopos siempre han formado parte de nuestro paisaje. Las choperas y su flora
acompañante han dibujado la trayectoria de nuestro río y sus barrancos con gran relieve visual
dando lugar un riquísimo ecosistema. Además, al ser una especie de crecimiento rápido, favo-
rece la captación de carbono y su posterior almacenamiento en la madera. Por eso, voy a
tratar en este artículo del papel de los chopos cabeceros como sumideros de dióxido de
carbono (CO2).
La fotosíntesis
Las plantas, como seres vivos, nacen, crecen, se alimentan, se reproducen y mueren. La
producción de alimento se realiza mediante la fotosíntesis, que consiste en una reacción
química consumidora de energía. Esta energía procede exclusivamente del espectro visible de
la luz solar.
En la fotosíntesis pueden distinguirse dos fases, la luminosa, durante el día, y la oscura, que es
una reacción que sigue a la anterior y que tiene lugar de noche, en ausencia de luz.
Las hojas, en la fase luminosa de la fotosíntesis, utilizan el agua que absorben las raíces para
transformar la energía del Sol en energía química. En este proceso diurno se desprende
oxígeno. En la fase oscura, el dióxido de carbono que las plantas absorben del aire se
transforma en glucosa, que se disuelve en agua y forma la savia elaborada, que es
transportada por toda la planta.
Figura 1.
Arboleda de cabeceros
del Alfambra. Fotografía de
Ivo-Aragón Inigo Fernández.
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El CO2 atmosférico
Se denomina efecto invernadero al fenómeno por el que parte de la energía emitida por la
corteza terrestre, es retenida y reflejada por determinados gases que forman parte de la
atmósfera, impidiendo que se produzca un enfriamiento progresivo de la Tierra. Sin su
actuación la vida tal y como la conocemos no sería posible, ya que el calor emitido por el
planeta se disiparía en el espacio produciendo unas temperaturas extremadamente bajas.
Entre estos gases se encuentran el dióxido de carbono (CO2), el óxido nitroso y el metano.
De todos ellos, el CO2 cobra especial relevancia debido a que es un gas de larga permanencia:
permanece activo en la atmósfera mucho tiempo. Las plantas, a través de la fotosíntesis,
extraen el carbono de la atmósfera (en forma de CO2) y lo convierten en biomasa. La biomasa
al descomponerse se convierte en parte del suelo (en forma de humus) o en CO2 (a través de la
respiración de los microorganismos que procesan la biomasa). Existen diversos factores que
influyen en la cantidad de carbono acumulado en la biomasa de las plantas y en el suelo. Por
ejemplo, los incendios forestales liberan el carbono almacenado en las plantas y en el suelo,
regresando a la atmósfera en forma de CO2.
En la actualidad, el exceso de CO2 modifica el balance final del ciclo de carbono, influyendo en
el proceso de cambio climático. Por una parte, se produce una captación de CO2 por parte de
las plantas a través de la fotosíntesis. Por otra, la respiración de las plantas, las quemas, las
talas, una tasa de deforestación alta y escasas medidas de reforestación incrementan la
concentración de CO2. A ello hay que añadir el desarrollo industrial, que ha supuesto un
extraordinario aumento de la concentración de gases debido a la quema de combustibles
fósiles. El resultado es el aumento de la concentración de CO2 en la atmósfera.
Sumideros
Se conoce como sumidero todo proceso por el que se extrae de la atmósfera un gas y se
almacena. Mediante la fotosíntesis, los vegetales absorben CO2, lo que compensa tanto las
pérdidas de este gas por la respiración, como las emisiones producidas por otros procesos
naturales (descomposición de materia orgánica). A este valor se denomina Producción Neta de
la Biosfera (PNB), y es la cantidad que a largo plazo queda almacenada en el sumidero.
El CO2 secuestrado por las plantas es el resultado de las diferencias entre el CO2 atmosférico
absorbido durante el proceso de la fotosíntesis y el CO2 emitido a la atmósfera durante la
respiración. Esta diferencia es convertida en biomasa, entre el 45 y el 50% del peso seco de la
planta. Por tanto, mientras el crecimiento sea alto, la vegetación natural y los cultivos agrícolas
se convierten en sumideros de carbono.
Figura 2. Chopos y cultivos.
La agricultura puede ser un
mecanismo efectivo para mitigar
el incremento del CO2 atmosférico.
Fotografía de Manuel Najes Guillén.
Aguilar Natural
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Las arboledas de chopo cabecero como sumidero de carbono
Cuanto mayor sea la actividad fotosintética mayor será el crecimiento del árbol y, por tanto,
más carbono se almacenará en la madera. La ratio de la fotosíntesis del chopo está entre las
más altas de entre todas las especies arbóreas (NELSON, 1984). Su gran capacidad de creci-
miento, y, por consiguiente, su capacidad para fijar el CO2 de la atmósfera, hacen del chopo
una potente herramienta en la lucha contra el cambio climático.
Teniendo en cuenta la velocidad de crecimiento de una chopera, algunos autores estiman que
pueden reciclar anualmente 10 toneladas (t) de CO2 por hectárea (ha). Si a los 20 años se pro-
duce la escamonda, se habrán depurado 200 t/ha.
10 t/ha año × 20 años = 200 t/ha
Aplicando el cálculo a la Arboleda Singular de la ribera del Alfambra comprendida entre
Allepuz y Aguilar, con una superficie de 51,54 hectáreas, el almacenaje de CO2 alcanzaría un
total de 10.308 toneladas en 20 años. Esta cantidad no volvería de forma inmediata a la
atmósfera porque podría emplearse en la fabricación de tableros contrachapados para
muebles u otros productos con un uso de vida relativamente largo.
En este sentido, es de destacar que, si los aprovechamientos de la madera se organizan
mediante un plan de gestión forestal sostenible, además de mejorar la eficiencia de las arbo-
ledas como sumideros de CO2, se crean masas de árboles sanas y perdurables.
Importancia de agregar los residuos vegetales al suelo
La capacidad del suelo para almacenar CO2 es importante debido a la materia vegetal acumu-
lada en descomposición, pasando a denominarse “C del humus”. La escamonda de los chopos
cabeceros y las hojas caducas pueden contar como pérdida de carbono del cultivo si se retira
de la plantación o se quema. En cambio, si la escamonda se descompone naturalmente en el
suelo, se convierte en un medio eficaz de inmovilización de CO2 a largo plazo (LAL, 1997).
De hecho, un año después de agregar los residuos vegetales a la tierra, la mayor parte del
carbono vuelve a la atmósfera en forma de CO2, sin embargo, entre una quinta y una tercera
parte permanecerá en el suelo como viva o como humus del suelo (BRADY y WEILL, 2004).
Figura 3. Chopo escamondado en
2018 con sus vigas en el suelo y
trozos cortados para
la combustión en estufas.
Fotografía de Manuel Najes Guillén.
Aguilar Natural
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La arboleda y el microclima
Arboledas como las choperas generan un ambiente particular comprendido entre las copas de
los árboles y el piso forestal, denominado microclima o microambiente forestal. Uno de sus
factores es la radiación solar, máxima en las copas y mínima cerca del suelo o sotobosque,
donde la intensidad lumínica es inferior al 1% de la luz incidente. (BAZZAZ y PICKETT)
El segundo factor influyente en el microclima de una chopera es la temperatura, que a su vez
depende de la radiación incidente. Durante el día puede haber una diferencia de 2 a 3 °C entre
el sotobosque y las copas de los árboles. Esto implica que el aire en la parte inferior de la
chopera es más fresco. Durante la noche, el aire de la parte superior llega a enfriarse más que
en el suelo.
Otro factor propio de este microclima es la humedad relativa, mayor bajo ambiente forestal
que a campo abierto independientemente de la estación del año. Primero, porque varía en
razón inversa a la temperatura. Y, segundo, porque el vapor de agua se propaga por difusión
turbulenta, y el bosque dificulta los fenómenos de difusión de la acción del viento.
El último factor que interviene en el microclima de las choperas es la transpiración vegetal,
consistente en la pérdida de agua en forma de vapor que se produce en las plantas. A las hojas
de las plantas llega gran cantidad de agua desde las raíces, pero solo una pequeña parte se
utiliza en la fotosíntesis. Su principal función es eliminar en forma de vapor de agua la que
utiliza. Así, el agua transpirada permite el enfriamiento del aire del entorno.
Conclusión
Una estrategia, entre otras, para luchar contra el cambio climático agudizado por el aumento
de los gases de efecto invernadero consistiría en conservar y regenerar la productividad natu-
ral de la biosfera basándose en la fotosíntesis de las plantas. El objetivo sería secuestrar el CO2
con plantaciones nuevas y con bosques. A medida que aumenta el almacenamiento de CO2, su
presencia se reduce en la atmósfera, por lo que contribuye a contrarrestar la subida de la
temperatura del planeta. Una especie como el chopo tiene la virtud, además, de ser muy
eficiente en la captación y almacenamiento de carbono por su gran actividad fotosintética.
Manuel Najes Guillén
Figura 4. Dos chopos
podados en 2017.
El de en medio,
debido al diámetro
de sus vigas,
candidato para
la escamonda.
Fotografía de
Manuel Najes Guillén.
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