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LECTURAS

VIOLENCIA Y ESPERANZA

EN EL ÚLTIMO ESPECTÁCULO

GIORGIO AGAMBEN

MORFOLOGIAWAINHAUS1, 2 | DG | FADU | UBA

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Cuando en el mes de noviembre de 1967 GuyDebord publicó La sociedad del espectáculo, la trans-formación de la vida política y de toda la sociedaden una fantasmagoría espectacular todavía no habíaalcanzado los extremos de lo que hoy en día nos esperfectamente familiar. Por ello, la implacable luci-dez de su diagnóstico es, si cabe, aún más notable.

“El capitalismo, en su última forma —es asícomo él desarrolla su argumento, radicalizandoel análisis marxista del carácter fetichista de lamercancía, que durante aquellos años estabacompletamente desatendido— se presenta co-mo una inmensa acumulación de espectáculosen los que todo lo que se vivía directamente seha ido alejando y se ha convertido en una re-p r e s e n t a c i o n . ”

Sin embargo, el espectáculo no coincide sim-plemente con la esfera de las imágenes o con lo quehoy en día llamamos medios de comunicación, si-no que es “una relación social entre personas me-diatizada por las imagines”, la expropiación y laalienación de la propia sociedad humana. O, for-mulado a modo de frase lapidaria, “el espectáculoes el capital con un tan alto grado de acumulación,que se convierte en imagen.” Pero, precisamentepor ello, el espectáculo no es más que la forma máspura de separación: all donde el mundo real se hatransformado en una imagen y las imágenes se con-vierten en reales, la potencia práctica del hombre sedesprende de si misma y se presenta como un mun-do propio. Es precisamente en este mundo separa-do y organizado a través de los medios de comuni-cación, en los que las formas del Estado y la econo-mia se compenetran, donde la economia mercantiladquiere un status de soberanta absoluta e irrespon-sable respecto a la vida social. Después de haber fal-sificado el con junto de la producción, ahora pue-de manipular la percepción colectiva y adueñarse

de la memoria y de la comunicación social paratransformarlas en una única mercancia espectacu-lar, en la que todo puede ser puesto en tela de jui-cio excepto el propio espectáculo que, de por si,únicamente nos dice que “lo que aparece es buenoy lo que; es bueno aparece”.

En el mes de mayo de 1988, Debord publicó elComentario sobre la sociedad del espectáculo, queañade unos puntos importantes a su análisis prece-dente. Si anteriormente habla distinguido dos for-mas de sociedad del espectáculo: la concentrada,que tenta como modelo a la Rusia estalinista y a laAlemania nazi, y la difusa, que es la que correspon-dia a los Estados Unidos y a las democracias occi-dentales, a través de su reciente obra señala que, enlos veinte años siguientes, se ha ido imponiendo aescala mundial un tercer modelo, para el que Italiay Francia han servido de laboratorio; Debord lo de-nomina “espectáculo-integrado”.

“El espectáculo integrado se manifiesta tanto enel modelo concentrado como en el difuso y, apartir de esta fructífera unificación, ha logradoemplear ambas cualidades al máximo. Lo que seha transformado es la manera en la que se apli-ca. Si consideramos el aspecto concentrado, elcentro director se ha vuelto oculto, no se locali-za ya ni un jefe reconocido ni una ideología cla-ra. Si en cambio consideramos el aspecto difu-so, la influencia del espectáculo jamás habia de-terminado hasta tal punto la casi totalidad delos comportamientos y de los objetos de la pro-ducción social.”

De hecho, el sentido último del espectáculo in-tegrado es que se ha ido integrando a la propia rea-lidad a medida que hablaba de ella y que la recons-truye del mismo modo que habla de ella, de mane-ra que la realidad ya no se le aparece como algo ex-

V I O L E N C I A Y E S P E R A N Z AE N E L Ú L T I M O E S P E C T Á C U L O

GIORGIO AGAMBEN

MORFOLOGIA | LECTURAS

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MORFOLOGIA | LECTURAS | AGAMBEN / DEBORD | 3

lectuales, reducidos de buena gana al rango espec-tacular de expertos, han sido tan solícitos en su ta-rea de procurar consenso y de tranquilizar confun-diendo las ideas. Dado que, si el estado del espectá-culo es el último estadio en la evolución de la for-ma del Estado hacia el que parecen moverse hoy endía todos los estados del mundo, como si fueranmovidos por una fuerza fatal. El espectáculo, en elsentido limitado de circulación mediática de la in-formación, sirve para imposibilitar que los proble-mas decisivos sean planteados con claridad y quelos ciudadanos dispongan de los elementos necesa-rios para poder formarse una opinión no contradic-toria respecto a ellos.

En este sentido, los libros de Debord constitu-yen una de las pocas descripciones de nuestro tiem-po que están a la altura del problema. En otro or-den de cosas, también son el único análisis compa-rable —en rigor y novedad— al efectuado cuaren-ta años antes por Heidegger en los párrafos 25 a 38de Ser y tiempo. Sólo que la dimensión a la que Hei-degger llamaba “impropiedad”, Uneigentlichkeit, yano convive simplemente con el ser-propio, Eigen -flich, del hombre, sino que —al haberse hecho au-tónoma— se ha sustituido en su interior y lo ha he-cho imposible.

Así, el “espectáculo” de Debord puede empa-rentarse, sin demasiadas dificultades, a la fase extre-ma del desarrollo de la técnica al que Heidegger lla-ma Gestell y del que dice que es el peligro más gran-de y, a su vez, el presentimiento de la apropiaciónúltima del hombre.

Si ello es cierto, ¿de qué manera puede recogerel pensamiento actual la herencia de Debord? Por-que está claro que el espectáculo es el lenguaje, lacapacidad de comunicación o el ser lingüístico delhombre. Ello significa que el análisis marxista se in-tegra, en el sentido que el capitalismo —o como sequiera llamar al proceso que hoy en día domina lahistoria mundial— no sólo tendía a la expropiaciónde la actividad productiva, sino sobre todo a la alie-nación del propio lenguaje, de la propia naturalezalingüística o comunicativa del hombre, de aquelLogos que un fragmento de Heráclito identifica co-mo lo “común”.

La forma más extrema de esta expropiación de

traño. Cuando el espectáculo era concentrado, lamayor parte de la sociedad periférica se le escapabay, cuando era difuso, se le escapaba una pequeñaparte. Hoy ya no se le escapa nada. El espectáculose ha mezclado con toda la realidad y la ha permea-bilizado. Tal y como era predecible en teoría, la ex-periencia práctica del cumplimiento deserfrenadode la voluntad de la razón mercantil muestra, rápi-damente y sin excepción, que el convertirse-en-mundo de la falsificación era también un convertir -se-en-falsificación del mundo.

Si se acentúa una herencia que todavía es consis-tente, pero destinada a reducir cada vez más, de li-bros y edificios antiguos (que, por otra parte, cadavez están más seleccionados y situados en perspecti-va según lo que convenga al espectáculo), ya no exis-te nada —ni en la cultura, ni en el mundo— que nohaya sido transformado y contaminado según losmedios y los intereses de la industria moderna”.

Para nosotros, que hemos vivido los últimosveinte años de la historia italiana, es difícil no sus-cribir estos análisis, puesto que es cierto que, comoparece sugerir Debord, Italia ha sido un laboratorioen el que —mientras el terrorismo proporcionabael espectáculo de cobertura que monopolizaba todala atención—, se ha ido probando y llevando a ca-bo la transición de las democracias occidentales ha-cia la última fase de su desarrollo histórico. Jamás—ni siquiera en la década de los cincuenta, cuandolos estados europeos, una vez eliminados el fascis-mo y el nazismo, se esmeraron en proseguir su obrade otra manera— tan enorme masa de falsificaciónse ha concentrado en un tiempo tan breve sobre ca-da aspecto de la vida social.

En muy pocos años, ideologías, confesiones re-ligiosas, sindicatos, partidos politicos y periódicosentre los que existían diferencias sensibles y que re-presentaban tradiciones opuestas, se pusieron deacuerdo, como si estuvieran guiados por una luce-cita invisible, para repetir, con las mismas palabras,el mismo discurso respecto a los mismos temas. Yjamás, en ningún régimen totalitario, el discursopúblico ha sido tan homogéneo y (por lo que a loesencial se refiere) tan acorde como en la Italia deestos últimos años, período en el que se ha discuti-do de todo con la condición de que no se pensaseen nada. Y jamás, bajo ninguna dictadura, los inte-

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lo “común” es el espectáculo, es decir, la políticaque vivimos. Ello también significa que, en el es-pectáculo, nuestra propia naturaleza lingüística nosllega trastornada. Por ello —precisamente porquela expropiación es una promesa de un bien co-mún— la violencia del espectáculo puede ser tandevastadora; ahora bien, por la misma razón, el es-pectáculo —bajo cuya forma la humanidad parecetender a ciegas hacia su propia destrucción— tam-bién contiene una posibilidad extrema que es posi-tiva y que no debe dejarse escapar bajo ningún con-cepto. De hecho, el estado espectacular es, a pesarde todos los pesares, un estado que se fundamenta,como todos los estados —tal y como ha demostra-do Badiou— no en el lazo social (del que sería suexpresión), sino sobre su disolución, que prohíbe.En última instancia el estado puede reconocer cual-quier reivindicación de identidad, incluso (y la his-toria de las relaciones entre estado y terrorismo ennuestros días es una confirmación elocuente deello) una identidad estatal en su interior. Pero quedeterminadas singularidades formen comunidadsin reivindicar una identidad, que haya hombresque copertenezcan sin una condición representablede aparencia —el hecho de ser italianos, obreros,católicos, terroristas—, es lo que el estado no pue-de tolerar en ningún caso. Sin embargo, es el pro-pio estado espectacular —en cuanto que anula yvacía de contenido toda identidad real— el queproduce de forma masiva desde su interior determi-nadas singularidades que ya no están caracterizadasni por ninguna identidad social, ni por ningunacondición de pertenencia; son, verdaderamente,singularidades cualesquiera.

Porque es cierto que la sociedad en la que nosha tocado vivir es aquella en la que todas las iden-tidades sociales han sido disueltas y en la que todolo que durante siglos y siglos ha constituido la ver-dad y la mentira de las generaciones que se han su-cedido en la tierra ha perdido todo significado.

En la pequeña barguesfa planetaria, en cuya for-ma el espectáculo ha llevado a cabo a modo de pa-rodia el proyecto marxista de una sociedad sin cla-ses, las distintas identidades que han marcado la tra-gicomedia de la historia universal se hallan expues-tas y recogidas en una vacuidad fantasmagórica.

Por ello, si es lícito adelantar una profecía res-

pecto a la política que viene, ya no se tratará de unalucha por la conquista o el control del estado porparte de nuevos o de viejos sujetos sociales, sino quese tratará de una lucha entre el estado y el no-esta-do (la humanidad), la disyunción irrecuperable en-tre cualquier singularidad y la organización estatal.

Ello no tiene nada que ver con la simple reivin-dicación de lo social frente al estado, que ha sidodurante mucho tiempo motivo común de movi-mientos de protesta en nuestros dias. Las singulari-dades cualespuiera de una sociedad espectacular nopueden formar una societas porque no pueden ha-cer valer ninguna identidad ni pueden hacer que seles reconozca un lazo social.

Aún es más implacable el contraste con un es-tado que anula todos los contenidos reales, peropara el que un ser que estuviera privado de todaidentidad representable sería —a pesar de todas lasdeclaraciones vacías respecto a la sacralidad de lavida y a los derechos del hombre— simplementei n e x i s t e n t e .

Esta es la lección que una mirada menos desa-tenta habría podido extraer de los hechos de Tianan Men. De hecho, lo que más choca de las mani-festaciones del Mayo Chino es la relativa ausenciade contenidos concretos y de reivindicaciones. D e-mocracia y libertad son nociones demasiado gené-ricas como para construir un objeto real de con-flicto, y la única petición concreta —la rehabilita-ción de Hu Yao Bang— fue acogida sin demora.La violencia de la reacción estatal todavia es másinexplicable.

Sin embargo, es probable que la desproporciónsea sólo aparente y que los dirigentes chinos actua-sen, desde su punto de vista, con total lucidez. EnTian An Men, el estado se encontró frente a lo queni puede ni quiere ser representado y que, sin em-bargo, se presenta como una comunidad y una vi-da común, independientemente de que los que sehallaban en la plaza fueran efectivamente conscien-tes de ello o no.

Que lo irrepresentable exista y forme comuni-dad sin presupuestos y sin condiciones de perte-nencia (como una multiplicidad inconsistente, entérminos de Cantor) es la amenaza con la que el es-

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tado no está dispuesto a pactar. La singularidad quequiere apropiarse de la pertenencia, de su propioser en el lenguaje, y que por ello declina toda iden-tidad y toda condición de pertenencia, es el nuevoprotagonista —ni subjetivo ni socialmente consis-tente— de la politica que viene. Allá donde estassingularidades manifiestan pacificamente su ser co-mún, habrá un Tian An Men y, más tarde o mástemprano, aparecerán los tanques.

En cuanto a nosotros, pase lo que pase, no po-demos sino repetir con Debord las palabras de

Marx a Ruge: “No se puede decir que yo sienta de-masiada estima por la época presente, pero si no de-sespero de ella es precisamente por su situación de-sesperada, que me llena de esperanza”.

[De Situacionistas. Arte, política, urbanismo.Barcelona: Museu d’Art Contemporani, 1996.]

[SUPERVISÓ: H.W., 2007]