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TOPOREPRESENTACIONES: ESPACIOS SIMBÓLICOS Y EXPERIENCIA ESPACIAL, UNA MIRADA URBANA DE LA INSEGURIDAD Y LA POBREZA AVENDAÑO ARIAS Johan Andrés Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de Francia EHESS [email protected] , [email protected] Resumen Las toporepresentaciones, o representaciones espaciales, corresponden a aquel sistema que nos permite construir valoraciones, imaginarios y significados de los lugares, espacios y territorios. Hacen parte de nuestra cotidianidad, de nuestra experiencia espacial, en tanto son unos de los elementos que tamizan la forma en que nos relacionamos con los espacios; tal es el caso de las toporepresentaciones de inseguridad o las de pobreza urbana, acepciones que nos llevan a construir juicios y valoraciones simbólicas de los elementos espaciales, pero también de los habitantes de las zonas de la ciudades. En esta ponencia se presentan algunas de las perspectivas dadas al respecto, su multiescalaridad, así como la forma en que ha sido interiorizado la relación ciudadano-espacio, pobreza-riqueza, seguridad-inseguridad, esteticidad-caos, para el caso de estudio de Bogotá. Palabras claves Toporepresentaciones, espacios simbólicos, experiencia espacial, Bogotá, pobreza, inseguridad Introducción Ciertamente, la comunidad geográfica reconoce en consenso la relación ineludible, compleja e inseparable que existe entre el individuo, el espacio y la sociedad 1 , es decir, del territorio como una entidad socialmente construida (Santos: 1 Abundantes son las reflexiones que se encuentran en la geografía para diferenciar las nociones de espacio (porción de área), territorio (espacio de mediación de nuestras relaciones sociales y espaciales), territorialidad (expresión global de lo espacial, lo social y las ‘vivencias personales’), lugar (espacio circunscrito al individuo) y paisaje (como una proyección interior del hombre sobre el mundo) Di Meo & Buléon, (2005).

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TOPOREPRESENTACIONES: ESPACIOS SIMBÓLICOS Y EXPERIENCIA ESPACIAL, UNA MIRADA URBANA DE LA INSEGURIDAD Y LA POBREZA

AVENDAÑO ARIAS Johan AndrésEscuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de Francia [email protected], [email protected]

ResumenLas toporepresentaciones, o representaciones espaciales, corresponden a aquel sistema que nos permite construir valoraciones, imaginarios y significados de los lugares, espacios y territorios. Hacen parte de nuestra cotidianidad, de nuestra experiencia espacial, en tanto son unos de los elementos que tamizan la forma en que nos relacionamos con los espacios; tal es el caso de las toporepresentaciones de inseguridad o las de pobreza urbana, acepciones que nos llevan a construir juicios y valoraciones simbólicas de los elementos espaciales, pero también de los habitantes de las zonas de la ciudades. En esta ponencia se presentan algunas de las perspectivas dadas al respecto, su multiescalaridad, así como la forma en que ha sido interiorizado la relación ciudadano-espacio, pobreza-riqueza, seguridad-inseguridad, esteticidad-caos, para el caso de estudio de Bogotá.

Palabras clavesToporepresentaciones, espacios simbólicos, experiencia espacial, Bogotá, pobreza, inseguridad

IntroducciónCiertamente, la comunidad geográfica reconoce en consenso la relación ineludible, compleja e inseparable que existe entre el individuo, el espacio y la sociedad1, es decir, del territorio como una entidad socialmente construida (Santos: 2000). Entender el territorio como una construcción producto de la interacción social entre los agentes (individuales, grupales, privados, políticos, estatales, etc), implica renovar las interpretaciones ya elaboradas sobre los espacios. Desde ésta perspectiva, emerge en el escenario de la investigación geográfica otro tipo de aspectos, quizá mucho más confusos de interpretar: los imaginarios y las representaciones, tanto individuales como sociales que se construyen sobre los espacios. Este es el marco en el que se concibe la siguiente reflexión, la cual analiza la manera como algunos grupos sociales han configurado los imaginarios y las representaciones espaciales -toporepresentaciones- de la inseguridad y en algunos casos de la pobreza en Bogotá D.C.2

Esta reflexión toma relevancia en el sentido que la experiencia espacial, como alimentador de las toporepresentaciones, trasciende la mera materialidad, es decir, va más allá del 1 Abundantes son las reflexiones que se encuentran en la geografía para diferenciar las nociones de espacio (porción de área), territorio (espacio de mediación de nuestras relaciones sociales y espaciales), territorialidad (expresión global de lo espacial, lo social y las ‘vivencias personales’), lugar (espacio circunscrito al individuo) y paisaje (como una proyección interior del hombre sobre el mundo) Di Meo & Buléon, (2005).2 Esta ponencia se soporta en algunos de los resultados de la tesis doctoral desarrollada en la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales de Francia, para obtener el título de doctor en Geografía, bajo la dirección de Alain Musset

hecho fáctico de transitar un espacio; en realidad en palabras de Alain Musset, Antoine Bailly, Alicia Lindón, Armand Frémont y de Guy Di Meo, la experiencia espacial incluye además los imaginarios, las narraciones, los prejuicios, y porque no, todo el conjunto de elementos que constituyen las formas de identidad territorial y la suma de toporepresentaciones. Este tipo de asignaciones o significados, como se ha mencionado, no solo es dado a los lugares, sino que a partir de los casos de estudios, de pudo verificar que son transmutados a los habitantes de dichos espacios, configurando un complejo sistema de representación espacio-sociedad.

Imaginarios, toporepresentaciones y experiencia espacialCiertamente las reflexiones sobre las percepciones, los imaginarios y las representaciones no han sido un foco ajeno en los análisis geográficos; de hecho en el camino de la denominada Geografía de las Representaciones, Musset (2009: XXII) cita otros aportes de Antoine Bailly (1995: 372) para ratificar que “el estudio de las representaciones espaciales nos interroga sobre las modalidades de aprehensión del mundo y el estatuto de la realidad, es decir, el problema de la adecuación entre la realidad, lo que percibimos y nuestros discursos sobre la realidad”. Así, la noción de imaginario es entendida como ese proceso del pensamiento humano a través del cual se interpretan, perciben, codifican y ofrecen juicios de valor y acción, de una realidad o situación inexistente, para posibilitar los relacionamientos entre el individuo y su contexto (Niño (1998) citando a Durand (1981: 11)). De la misma forma, en el contexto del imaginario social Daniel Hiernaux (2012a: 89) lo complementa retomando a Manuel Antonio Baeza, para plantear “que estos son múltiples y variadas construcciones mentales (ideaciones) socialmente compartidas de significancia práctica del mundo, en sentido amplio, destinadas al otorgamiento de sentido existencial…”.

Las representaciones sociales de acuerdo con Denise Jodelet (1986: 472), en sí “son una forma de conocimiento y pensamiento social, elaborado y compartido, a través de la actividad mental desplegada por individuos y grupos, a fin de fijar su posición en relación con situaciones, acontecimientos, objetos y comunicaciones… es decir, ese sistema de referencia para interpretar y relacionarse”. En complemento, Stuart Hall (1997) hace hincapié en que las representaciones son posibles gracias a las diversas formas del lenguaje, las mismas que posibilitan las acciones del describir, comunicar y simbolizar, asumir y comprender un hecho o un objeto, real o imaginado, en un contexto dado.

Para Lindón (2009b: 388), la experiencia espacial integra ininteligiblemente tanto las prácticas (recorridos,...), como la información (clasificaciones) y la subjetividad (valoración), en una totalidad aún no del todo comprendida, haciéndose meritorio todavía ampliar sus reflexiones. Por esto, una de las aristas en la que he decidido apoyarme, es la de las perspectivas cualitativas y simbólicas, para comprender los vínculos del individuo con la inseguridad y la pobreza en otros casos, y con ello cimentar las bases de sus representaciones, a partir de la caracterización de algunas de sus experiencias espaciales.En suma de ello y a partir de mis reflexiones doctorales, es que propuse la noción de toporepresentaciones, para contar desde la geografía misma, con una forma de entender

todo ese grupo de acepciones relacionadas con los significados del espacio, es decir, ese sistema que nos permite construir valoraciones, imaginarios y significados de los lugares, espacios y territorios, a partir la cotidianidad, de nuestra experiencia espacial y de la influencia del contexto, en tanto son unos de los elementos que tamizan la forma en que nos relacionamos con los espacios (Avendaño 2016).

Toporepresentaciones de In/seguridad urbana: la mirada hegemónicaSi bien el horizonte de mi investigación no pretende anclarse en la discusión epistemológica sobre lo que incluye o no la noción de seguridad, parto de la afirmación que ésta es una condición de bienestar fundamental, individual y social, constituida por expresiones objetivas y subjetivas (CCB, s.f), materiales y simbólicas, que como condicionante de ciertas dinámicas y circunstancias sociales, influyen en las prácticas, los referentes y las valoraciones multi-escalares de los espacios, los mismos que a su vez, de forma ausente o antagónica sería la “inseguridad”. Asumiendo que una u otra, seguridad-inseguridad, son más que seguimiento a la criminalización, su complemento objetivo-subjetivo es el que me permite hacer la unión hacia los sistemas de representaciones espaciales.

Así, la seguridad “objetiva”, es tomada como la relación de hechos verificables y localizables, que generan en los ciudadanos un cierto tipo de tranquilidad para el disfrute de sus libertades, derechos y formas de vida, la cual está mucho más vinculada a las condiciones de crimen, cifras y victimización. Sin embargo, Vargas (2009) considera que pese el apellido de objetividad, esto no la excluye de controversias y pluralidad de perspectivas, máxime si se tiene en cuenta los propios contextos geohistórico-culturales, pues la misma es instrumentalizada, por ejemplo a favor de los intereses de las élites políticas y económicas, a través de valoraciones y discursividades, tal como está planteado en la primera parte de la investigación. Claramente en el sistema de los Estados-Nación-Territorial y sus instituciones contemporáneas, ha sido apropiada como un tipo de representación exclusivamente político-policiva con eficiente aplicación en el control de los delitos urbanos. Por ello, desde tal perspectiva, al reflexionar las toporepresentaciones han de incluir el discurso hegemónico de la inseguridad, la objetiva, aquel como el marco que se instauro en torno de la ocurrencia concreta de hechos delictivos y expresiones de violencia (hurtos, homicidios, secuestros, violencia intrafamiliar, explosiones etc), susceptibles de ser medidos a través de los mecanismos estatales y del conteo sistemático de las denuncias presentadas por las poblaciones luego de la victimización. Es pues, en sí, un primer sistema hegemónico de inseguridad: representación dominante.

Su instrumentalización estadística a través datos y mediciones, número de hechos violentos o delitos, ha posibilitado que dicho sistema particular de representación estime, por ejemplo, cuales son los niveles “altos” o “bajos” de inseguridad, las tendencias a lo largo del tiempo, así como las comparaciones entre unidades espaciales, para homologar o transmitir la noción de seguridad territorial con la medición de delitos y crímenes, y la inseguridad de sus entidades con la persistencia de hurtos, homicidios, etc. En este sentido, por ejemplo, es recurrente la idealización y supremacía de parámetros

mundializados como el del cálculo de la tasa de homicidios por cada cien mil habitantes (pccmh), en un momento dado, cuya utilidad permite comparar la inseguridad entre entidades político-administrativas. Así, Bogotá a 2014 con una tasa de 17 homicidios pccmh, se podría calificar como una ciudad más segura respecto a Caracas, puesto que la capital venezolana poseía 30 homicidios por cada 100.000 habitantes (CEACSC, 2013); tendencia que se podría expandir a otro tipo de hechos y fenómenos (hurtos, violencias), para lograr comparar las tendencias entre ciudades, o cualquier unidad territorial.

Grafico 1 Histórico Tasa de Homicidios Colombia – Bogotá. 1994-2014

Fuente: Instituto Nacional de Medicina Legal. Proyección de población: DANE Censo 2005. Elaboración propia

A través del crucé espacial para 2014 de la concentración de homicidios, la estratificación socio-económica y el Coeficiente de Gini3, se evidencia la existencia de unos puntos de mayor densidad de homicidios, “zonas críticas o calientes” (identificadas con manchas de color azul oscuro), en sectores de la semi-luna que se puede esquematizar en el sur de Bogotá. Dichos focos coinciden con espacios de consumo y/o expendio de licor y sustancias psicoactivas, zonas de encuentro de diferentes grupos poblacionales (entre los que se encuentran los jóvenes que tienen procesos en curso con la ley) y presencia de sitios de ocio (bares, discotecas, clubes nocturnos y similares), entre otros (CEACSC s.f.).

Los focos coinciden con las localidades de Ciudad Bolívar, Bosa y en menor medida Kennedy, así como también es significativa en algunos lugares más centrales y del sur de Bogotá, como las localidades de La Candelaria, Rafael Uribe Uribe y Antonio Nariño. De la misma manera en las UPZ de Tibabuyes y el Rincón, consideradas como las zonas más críticas de la localidad de Suba, dado los elevados índices delincuenciales combinados que

3 El Coeficiente de Gini se mide en una escala de 0 a 1 (cero a uno), siendo el valor de 0 (cero) la situación ideal en la que todos los individuos o familias de una sociedad adquieren el mismo ingreso; y 1 (uno) el valor al que tiende cuando los ingresos se concentran en unos pocos hogares o individuos, es decir, que mide el nivel de concentración de la riqueza.

reportan. Si bien la concentración de homicidios posee correlación espacial con aquellas zonas de bajos estratos socio-económicos, 1 y 2 principalmente (en verde en el mapa) con las localidades donde el Coeficiente de Gini o concentración de la riqueza es muy alta (entre 0 y 0,4, en gris claro en el mapa), lo que evidencia mi trabajo campo, así como las indagaciones con otros investigadores, es que más allá del tema de pobreza como posible explicación causal, la correlación realmente se debe a la persistencia de conflictos por el control territorial de parte de la delincuencia organizada y expendedores de drogas, más allá que por estar en áreas urbanas “pobres”.

Mapa 1. Homicidios en 2014 vs Estratificación y Coeficiente de Gini

Fuente: SPD-ICMLCF-CEACSC, 2015. Elaboración propiaLa segunda dimensión, la “subjetiva” o de percepción de seguridad o inseguridad, ciertamente es mucho más difícil de ser medida o cuantificada, en el sentido que es una construcción dinámica y cambiante que no implica necesariamente la preexistencia o

vivencia de un hecho concreto verificable, ni la posibilidad de ser censada sistemáticamente (Hall, 2004). Así mismo, sin dejar de estar desvinculada a un marco contextual, ha de ser entendida como un producto donde el sujeto o el grupo de individuos de un espacio social determinado, no la asume como una única imagen o postura estacional general y uniforme, dado que es confrontada permanentemente a tamizajes en sus prácticas, referentes y subjetividades (Buttimer, A. & Seamon, D.: 1980), muchas de ellas con un peso significativo en el tipo de “lentes” propios utilizados para representarla.

Para el caso específico de la seguridad, los análisis de percepción han venido siendo asumidos con una carga intensamente sensible, en tanto son considerados dispositivos para matizar la forma en que se evalúa, por ejemplo, la efectividad de las políticas públicas, las intervenciones de las élites que gobiernan, la confianza hacia la policía (Musset, 2009: 178), pero además en la forma en que los ciudadanos hacen uso del los espacios de vida urbanos (experiencia), incluso en la valoración de los precios del suelo y las propiedades (Lulle, 1998), así como en la legitimación de privaciones de libertades o en la introspección de un modelo de vida “deseado”.

Por esto, la percepción de inseguridad, como parte de la instrumentalización de una narrativa dominante, más que una idea, es un mecanismo que claramente trasciende del lenguaje hacia las prácticas espaciales y la valoración de los espacios sociales, siendo maleable en la determinación de patrones intencionalmente cambiantes, pero también rígidos y constantes en el tiempo, según sea necesario. Con tal horizonte, no cabe duda que son diversos los factores que influyen en la construcción de los imaginarios y las representaciones de inseguridad en relación con las condiciones sociales –pobreza por ejemplo- (Augoyard y Martine, 1992: 26), por lo que habría una gran pluralidad de caminos, perspectiva que llevó al énfasis de mi investigación, más que proponer un listado estandarizado de configuraciones morfológicas o psicológicas de causas, a que se orientara a la comprensión e identificación espacio-territorial de las relaciones, asociaciones, imágenes y discursos de las representaciones en Bogotá.

No en vano, la última encuesta de la Cámara de Comercio de Bogotá (CCB), que evalúa la percepción de seguridad, para el segundo semestre de 2014 evidenció que el 93% de los bogotanos se sienten en general inseguros en la ciudad (para el 49% ha incrementado y para el 44% sigue igual de peligrosa), siendo como ha sido tradición, los estratos de bajos ingresos los que menos seguros se sienten (estrato uno 30% y dos 32%), mientras que los habitantes de estratos y altos ingresos (4 (58%), 5 (64%) y 6 (72%)) se sienten más seguros en sus barrios. Dentro de las razones que los encuestados para esta investigación aportaron, figuran afirmaciones que se ha incrementado la sensación de miedo y la percepción de inseguridad por razones socio-económicas (36%), por la presencia de grupos (33%), por la influencia de los medios de comunicación (11%), y en un bajísimo porcentaje porque fueron víctimas 4%. Así mismo, la mayoría de los entrevistados manifestaron que son las calles y el transporte público los espacios que causan el incremento de la percepción de inseguridad, dada la ocurrencia de robos y la presencia de

delincuentes. Sorpresivamente los espacios de recreación y deporte también se asociaron con la inseguridad debido a que se relacionan con el consumo de drogas. De allí, que el incremento de la percepción no necesariamente coincide o ha de relacionarse como se ha pretendido, con la ocurrencia real de delitos, pues hay un conjunto de factores que alimental esta representación.

Los factores que inciden en la configuración de la sensación de inseguridad pueden estar asociados a diferentes motivos, siendo significativo el hecho que las personas no necesariamente experimentan temor o miedo por haber sido víctimas directas de violencia. En efecto, en ciertas ocasiones, la percepción llega a ser mucho mayor en relación a la probabilidad real de ser víctima de un delito (Bello, 2007), configurándose en esta divergencia una de las acepciones de las representaciones de inseguridad.

Así mismo, hay quienes pueden sentirse muy seguros en los entornos donde residen o son de uso frecuente, a pesar de persistir en estos altos niveles de concentración de delitos. En este orden de ideas, adquiere importancia la noción de representación expresada como aquella que implica restituir de modo simbólico algo ausente, algo que ya no existe o algo que se desearía (Jodelet, 1986), en otras palabras, no se trata de una simple reproducción sino de una construcción individual y en referencia colectiva, que le asigna una forma o figura, un sentido y quizás una serie de roles para habitar y experimentar la ciudad. De ahí que el componente subjetivo de la inseguridad, aunque pueda estudiarse empíricamente, presente más dificultades de interpretación que problemas de medición (Murria y González, 2010).

Toporepresentaciones de In/seguridad urbana: la mirada territorial

Las miradas de inseguridad urbana a partir de la medición de delitos reconocidos por el Estado o de las percepciones calculadas por instituciones con intereses económicos concretos, son solamente una perspectiva de los componentes de las representaciones, siendo necesario entonces volver al ciudadano, en el reconocimiento de sus múltiples diversidades posibles, para que sea él mismo el que narre la relación entre territorio e inseguridad, mediando en ellas la comprensión de las formas de representar una realidad social. Así, El enfoque de indagación que se presenta a continuación es el territorial, cualitativo, descriptivo y analítico, utilizando como herramientas de búsqueda el contacto directo con los sujetos/autores, a través de recorridos de observación, entrevistas semi-estructuradas, mapas mentales4 y cartografías sociales. La perspectiva de Hall (1997) de comprender la imagen como una tipología de representación, es la que permite hilar las intensiones de esta investigación al utilizar mapas mentales, las cartografías sociales y las narraciones de tipo territorial, como imagen de Bogotá, sin olvidar claramente como lo ha mencionado Musset (Ibíd.), que las herramientas cartográficas, sean las que sean, no

4 Hacen referencia a ese dispositivo cognitivo que da cuenta de la espacialidad del individuo, de la manera como este resuelve su vínculo con el espacio, el cual se puede materializar en grafías, en narraciones o en formas de movilizarse. Por ello, son unas formas interpretativas de visibilizar las prácticas y los discursos.

pueden ser asumidas como la realidad misma o el territorio en sí, puesto que son maneras de representar bajo un interés estimado.

Los mapas mentales soportaron y configuraron la denominada escala meso en Bogotá, la cual se caracteriza principalmente por representar el espacio urbano interno como dos grandes conjuntos: una ciudad segura hacia el “norte” y una ciudad insegura hacia el “sur”. Si bien el trabajo de campo se realizó durante temporadas a lo largo de 2 años seguidos, este horizonte temporal no influyó en la representación de una Bogotá dual en función de lo que los ciudadanos consideran espacios seguros en inseguros. Los ejemplos que se pudiesen traer a mención, realmente desbordarían el espacio mismo de la caracterización. Sin embargo, hay expresiones memorables como los de las siguientes imágenes.

Imágenes Mapas mentales: (Izq.) Mujer estudiante, clase alta. (Derecha) Mujer policía, clase media. Foto del autor, 2015

La de la izquierda corresponde al simple mapa que elaboró una joven estudiante de clase alta de 16 años, que estaba culminando sus estudios de bachillerato. Allí claramente representa espacialmente a Bogotá como una partición entre norte y sur, mencionando en su texto justificativo: Bogotá se parte en dos a partir del centro, hacia el norte yo vivo una ciudad bonita, tranquila, segura y moderna, hacia el sur, que la verdad es muy poco lo que conozco, sé es que muy peligrosa, la gente es muy pobre y sus barrios están inundados de males y problemas. A la derecha, el mapa mental fue elaborado por una mujer, de 22 años de edad, que es policía en el nivel de cadete, quien lleva viviendo en Bogotá más de 6 años. Pese a que su profesión podría darle una mayor cantidad de juicios de valor sobre la espacialidad de la inseguridad, su representación realmente no es muy distante de la que elaboró la joven adolescente. Si bien su grafía fue relativamente más nutrida, en el sentido que ubica referencias como la troncal de Transmilenio, en el fondo conserva la misma información que su antecesora, pues en el texto explicativo del mapa afirma: el sur (con

carita triste, es inseguro) por el alto índice de pobreza, se ve mayor problemática social…..el norte (carita feliz) mayor seguridad por el personal que lo habita, sus costumbres, su educación.

Los ejemplos de cómo los ciudadanos reafirmaron una y otro vez esta dualidad son enormes: Cómo no preguntarse entonces: por qué si los participantes provienen de diferentes contextos socio-económicos, historias de vida, grupos etarios, roles y experiencias, coinciden casi que dominantemente en particionar la ciudad en dos, en función de la seguridad/(inseguridad)? Es inquietante que pese a ser representaciones propias de cada individuo, estas interpretaciones espaciales sobre Bogotá a nivel meso, posee muchas más coincidencias y similitudes que las esperadas. Según, Stuart Hall (2004, 1997) esto tiene sentido en el hecho que pertenecemos a la misma cultura, que hacemos parte del mismo mundo social que habitamos y construimos conjunta y simultáneamente, y por ende poseemos referentes compartidos “el hacer parte de una misma cultura, con sistemas de referencia similares, permite construir lenguajes comunes, signos a través de las palabras, los comportamientos, en sí, es el sistema de sentidos de nuestra cultura” (Ibid, 1997: 15).

Se tiene así, una fiel evidencia de estereotipos5 e idealizaciones de un modelo con vínculos al territorio. Los mapas mentales y las narrativas, traducen la confrontación entre la “ciudad planificada en la lógica racional, y la ciudad informal popular, auto-gestionada y vital. Es decir, que son representaciones de dos formas de habitar, pero también de asignar expresión espacial a los ideales y los referentes de inequidad social, conllevado con ello a la “implantación” de atributos espaciales a los habitantes de un lado y el otro: “gente de bien” y “población pobre”. Es un discurso que expresa una representación de las formas de socialización: El norte como una ciudad material planificada, ordenada y predecible, monótona, “lujosa” y segura, pues todo está tan bien ubicado, que no se espera encontrar alteración del orden; por su parte, el sur y la ciudad densa, popular, heterogénea, con tensiones y conflictos, en permanente cambio y reconstrucción, receptora por excelencia de población migrante. Es la imposición de los ideales confrontados de ciudades funcionales y ciudades caóticas, que se ajustan a las representaciones de certezas en el primer caso y de incertidumbres en la segunda, por lo que en consecuencia, les son relacionadas condiciones de seguridad estables en una, de esas perspectiva hegemónica, pero impredecibles, inciertas y hasta anárquica en la otra.

Ello también posee impacto y relación con los discursos públicos acerca de la estratificación socio-económica, pues de ser una herramienta estatal se ha venido asumiendo e instaurando como una forma de identificación social y profundamente territorial que lleva a reforzar la estigmatización de unos y otros grupos. Mientras que las representaciones a la ciudad norte le son asignados los estratos altos (5 y 6), con todas sus

5 Se entiende por estereotipo aquella imagen simplificada de un grupo poblacional o conjunto espacial, que en un contexto cultural comparte cualidades características. Algunos exponentes de la psicología social, consideran que este suele utilizarse en sentido negativo y peyorativo con mayor incidencia (Asignación estatal, 2010)

valoraciones, a la sur le son los bajos (1 y 2), como si hubiese un determinismo en torno con los ingresos económicos, las configuraciones físicas de las viviendas, las necesidades de los ciudadanos, las prácticas y formas de socialización, y la generación o no de condiciones de inseguridad.

De una forma más profunda, esta representación macro deja leer la existencia de expectativas, patrones, referentes y modelos, que dan cuenta de las estructuras sociales que son asignadas a un lado y otro: La ciudad norte es solitaria, individualizada, configurada a través de islas gracias a los conjuntos cerrados, con débiles lazos de convivencia, con una confianza en el otro totalmente rora y desquebrajada, dominada por la densidad no de habitantes sino de edificios y construcciones en altura (propiedad horizontal), una urbe estándar, muy parecida en cada lugar, en su arquitectura, profundamente artificial, con espacios regulados y sin la posibilidad mínima de asombro, sorpresa e incertidumbre. La ciudad sur es vital, incierta, con lazos sociales que trascienden de lo familiar a lo barrial, con vínculos de solidaridad, acompañamiento en las etapas de crianza, en momentos de calamidad, de camarería, de festejos y celebraciones: es una ciudad constituida por territorios vitales a partir de las redes de apoyo, en palabras de Jane Jacobs (1993) con evidencia de prácticas reales de la vida social, la cual se confronta con una urbanización encaminada a regular las conductas y los usos del espacios a través de la “arquitectorización” y homogenización de las prácticas.

Imágenes: (Izquierda) Vista norte de Bogotá desde la calle 76, (Derecha) Vista sur de Bogotá desde la Avenida Calle 26. Foto del autor, 2014

Guardando las proporciones, la dualidad podría incluso compararse con la noción de lo sagrado y lo profano de Mircea Eliade (1985), pero en este caso no desde la perspectiva

religiosa, sino de las particiones del espacio, de un norte y un sur. Las dos fotografías, dan cuenta del paisaje macro de una y otra ciudad, según la diferenciación ya descrita; a esa ciudad racional le son asignados valores de seguridad, pues el orden y la planificación imponen y prometen una forma de vida “tranquila” y sin alteraciones; por esto su contrario, la ciudad informal, es la que constituye potencialmente el nicho de inseguridades dadas aquellas condiciones sociales de desigualdad, incertidumbre y pobreza.

Para cerrar, es deseable poco a poco ir profundizando en otras escalas, que permitan caracterizar los lugares en tanto corresponden a los “escenarios” de la experiencia vivida. Un hombre mayor de 50 años narraba:

Que me da miedo, ummm, en Bogotá me da inseguridad que me vallan a atracar, que me roben, que me quiten el talego que lleva en la mano, al pasar la calle y cuando los carros arrancan y no respetan al peatón, que le saquen las cosas del bolso, las billeteras y los celulares. Me da miedo que se dé una pelea al interior del Transmilenio o en los buses, pues uno no tiene para donde correr. Siento miedo en la calle de las personas de que andan en bicicleta, que no llevan cascos ni chalecos reflectores. Antes tenía mucho miedo de los habitantes de la calle, de los recicladores y de los indigentes, pero hoy en día siento miedo de todo el mundo, sospecho de todos pues los que van hasta bien vestidos son los que se acercan a manipularlo a uno y a robarlo. De quien menos uno espera son los que más roban, ancianos, mujeres, jóvenes, ejecutivos. Entorno de ríos, por la soledad y el mal estado de conservación, facilita que allí estén delincuentes y consumidores de drogas muy camuflados, sin que nadie los vea, pues a nadie se le va a ocurrir que allí pueda vivir una persona dignamente, pero si lo hace un joven habitante de calle (Entrevista).

En opinión de Milton Santos (2000: 274), “el lugar entendido como un ámbito de vida cotidiano, de cooperación y conflicto, como base de la vida en común, …es también el escenario insustituible de las pasiones humanas, sus tensiones y significados”, por lo que, según los aportes de esta investigación, la identificación de estas expresiones diversas de miedo e inseguridad, son la manera de comprender el origen de dichos imaginarios, más allá de una victimización directa, pues las subjetividades poseen un peso mayor en la valoración de estas formas de relaciones cotidianas. De acuerdo con lo planteado hasta el momento, es propicio reconstruir la experiencia vivida por los actores que han configurado los lugares de miedo al delito, para comprender los imaginarios que provocan sensaciones incomodas y que se relacionan con espacios, sujetos, momentos o actividades, que pueden ser asociadas de alguna manera con situaciones generadoras del pánico (Niño, 1998).

Es cierto que no solo la ocurrencia en sí misma de algún hecho alimenta este tipo de representaciones, puesto que de manera casi que repetitiva, uno y otros ciudadanos, dejaban entrever que el uso dado a los lugares, las condiciones de soledad/aglomeración, iluminación oscuridad, horas del día de mayor y menor tránsito, cotidianidad de su uso,

incluso la condición individual misma de poder reaccionar potencialmente a algún tipo de violencia o vulneración, influyen significativamente en la valoración de topofobías. Es decir que la funcionalidad, el uso, la dinámica y la estructura misma, aportan un valor significativo en esa representación de inseguridad, de la relación espacio-lugar-individuo, quizá sin necesidad de penetrar en los mundos interiores y particulares de cada persona, pues la colectividad permite caracterizar estas condiciones y al mismo tiempo las formas físicas mismas (olores, luces) dan cuenta, como si interiorizan con vida propia estas narrativas (Pred, 1997: 209). Esta arquitectorización y estetización analizada por Soja (2008), rige fuertemente como parámetro de valoración “positiva”, estando casi que compenetrados ya en los criterios de significación que reproducen representaciones sobre los lugares y los espacios; sin embargo lo llamativo es que esta misma también es una construcción, es decir que los parámetros estéticos de “elegancia y sutileza urbana”, también hacen parte de una ideología culturalmente situada en un periodo histórico concreto, por lo tanto puede cambiar en un horizonte, y con ello en consecuencia modificaran los criterios de valoración estética de la ciudad.

La estetización en sí misma no se constituye en un problema en la valoración espacial, la dificultad está en el significado asignado: iluminado, vanguardista, elegante, suntuoso, costoso y exclusivo; en oposición lo vetusto, en mal estado y oscuro es indeseado, valores que de manera muy impactante son asignado no solo a los espacios y lugares, sino a los habitantes que practican su cotidianidad en unos y otros: Elegante-gente de “bien”-seguro vs descuidado-“pobre”-inseguro, un determinismo altamente reduccionista, excluyente y peligroso en sí mismo. Ciertamente es una manera de evidenciar cómo se imponen los espacios sobre el individuo, como se condiciona las prácticas reales y las maneras de relacionamiento, y no el individuo haciéndolo puesto que hay un “empoderamiento” de la función y la forma urbana, y de sus mobiliarios y equipamientos, para regular y condicionar las formas de vida, y dado que estas estructuras son regulares y racionales, la cotidianidad puede tender a ser ordenada, racionalizada, homogenizada y controlada (Jacobs, 1993).

A. Callejón angosto B. Efecto Túnel por encerramiento de obra C.“Túnel por vía

D. Edificación en mal estado E. Equipamiento cultural desocupadoImágenes Estructuras urbanas inseguras. Foto del autor, 2014-2015

A manera de conclusión

Este panorama motivó la cualificación de mi reto investigativo hacia el esfuerzo de integrar las tres categorías, con el fin de alimentar lo que sería una geografía de las representaciones, tomando como eje de estudio su espacio urbano, a través del foco en los imaginarios, las formas simbólicas, los significados y sentidos del lugar, las cotidianidades, las geopolíticas configuradas, las lógicas de poder emanadas, la operacionalización de los roles e intereses, los lenguajes, y la intervención de los actores y autores sociales, entre los ejes mayoritariamente estructurantes, para desarrollar la premisa que las diversas maneras de construir las representaciones territoriales, se deben en gran medida al juego de intencionalidades horizontales y verticales (Santos, 2000) para consolidar las valoraciones figuradas y materiales de los lugares y los espacios, en este caso tamizado por un tipo particular de miedo e inseguridad. Si bien aún estoy convencido que nisiquiera ha de pretenderse una última palabra en estas discusiones, pues ello sería negarse en sí mismo el enfoque dinámico y de permanente construcción y deconstrucción, ciertas condiciones estáticas de los espacios urbanos y sus territorio, dan cuenta de una geohistoria más o menos recurrente.

La apuesta es entonces la de ampliar las documentaciones en torno de las evidencias de las toporepresentaciones, o representaciones espaciales, a través de la comprensión de las valoraciones, los imaginarios y los significados de los lugares, espacios y territorios. Si bien con amplitud se ha podido comprender que la victimización y la experiencia de vida no son los únicos factores que alimentan las construcciones y de-construcción de representaciones sobre inseguridad en la ciudad, en sus espacios y de muchos de sus lugares y mobiliarios, entonces ¿Qué elementos complementan la creación de estos tipos de sistemas de referencia?. La respuesta no es tan espontánea como pareciese, ello en el entendido que no se pretende construir un modelo probabilístico para ratificar la incidencia de factores, como si fuese posible calcular econométricamente cuales variables son significativas y en qué valor explican el comportamiento; lo que he perseguido es documentar y comprender los procesos sociales y colectivos, para identificar tensiones,

tendencias y relaciones entre la inseguridad, el miedo, los lugares y los autores de las representaciones e imaginarios espaciales, más allá de la simple relación entre pobreza y delito.

Así, toman relavancia dos orientaciones investigativas: por un lado de la cuestionarse acerca del origen reciente de esa equicomparación entre crimen, delito e inseguridad urbana, y por ende de la manera como los ciudadanos habíamos construido tal representación sobre Bogotá; y por el otro, las formas en que vinculamos ese tipo de discursividades hegemónicas, ampliamente generalizadas y masificadas, a segmentos de la ciudad (centro, sur), grupos sociales (jóvenes, habitantes de calle, etc), y/o actividades económicas (expendio de SPA), como una manera de satisfacer nuestros esfuerzos explicativos, y con esto limitar el cuestionamiento crítico tanto del concepto mismo de seguridad operante, como de los dispositivos utilizados para su reforzamiento.

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