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1 RESOLUCIÓN DE CONFLICTOS Y REGULACIÓN DE SENTIMIENTOS ALBERTO ACOSTA MESAS Dpto. de Psicología Experimental y Fisiología del Comportamiento. Universidad de Granada. Mi objetivo fundamental va a ser convencerles, aunque posiblemente ya lo estén, de que debemos incorporar actividades que favorezcan la convivencia y la resolución amigable de conflictos en el ámbito escolar, y que estas actividades necesariamente tienen que relacionarse con la educación en sentimientos y la educación en valores. Voy a intentar ilustrarles que cuando intentamos dar salida a un conflicto ponemos en juego los mecanismos de regulación emocional y que, por tanto, es fundamental incorporar actividades de educación en sentimientos para afianzar las estrategias de solución de conflictos negociada y cooperativa. Primeramente describiré de manera sencilla cómo entiendo la convivencia, los conflictos, y las emociones y sentimientos. Seguidamente reflexionaré sobre la estrecha vinculación existente entre resolución de conflictos y regulación emocional. Por último, intentaré sugerirles algunos contenidos sobre educación en sentimientos que serían fundamentales y deberían incorporarse en los programas de intervención que se aplican en el ámbito escolar. Al abordar estos aspectos me situaré en una perspectiva psicológica. Convivencia. Los humanos, desde el momento de nacer, pertenecemos a varios grupos (familia, vecindario, pandilla, empresa, sindicato, club deportico, etc.) y la opinión que los demás tienen de nosotros es fundamental para nuestro afianzamiento y realización personal. Las relaciones interpersonales son consustanciales a nuestra existencia y a nuestro modo de vivir. Nuestras actitudes, valores, objetivos, metas, compromisos, etc. generalmente son compartidas con nuestros compañeros de grupo. Además, en cada colectivo, nos damos a nosotros mismos unas normas de actuación, explícita o implícitamente, que ayudan a reglar nuestras interacciones personales y favorecen el logro y afianzamiento de los compromisos y valores del grupo. Todas esas normas y valores favorecen la consistencia del grupo y de los objetivos que le son distintivos. Cuando hablamos de convivencia nos referimos al seguimiento de esas normas y al empeño que ponemos en el logro se esos objetivos de grupo. Conflictos. No obstante, a pesar de esta comunalidad de valores y reglas de actuación, unas veces de manera coyuntural y otras con más persistencia, en un momento dado, dos individuos de un grupo pueden tener intereses diferentes y, entonces, puede surgir el conflicto interpersonal. El conflicto indica que en ese momento los deseos de dos indivuos (o dos grupos) chocan, entran en colisión, que sus intereses particulares pueden más que los objetivos colectivos. Adicionalmente, dependiendo de que se trate de un conflicto coyuntural o pesistente, o de que polarice las relaciones del grupo, puede informarnos que las metas colectivas requieren un reajuste. El conflicto no es algo ajeno a la convivencia, sino una parte fundamental de ella. Una

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RESOLUCIÓN DE CONFLICTOS Y REGULACIÓN DE SENTIMIENTOS

ALBERTO ACOSTA MESAS

Dpto. de Psicología Experimental y Fisiología del Comportamiento.

Universidad de Granada.

Mi objetivo fundamental va a ser convencerles, aunque posiblemente ya lo estén, de que

debemos incorporar actividades que favorezcan la convivencia y la resolución amigable de conflictos en el ámbito escolar, y que estas actividades necesariamente tienen que relacionarse con la educación en sentimientos y la educación en valores. Voy a intentar ilustrarles que cuando intentamos dar salida a un conflicto ponemos en juego los mecanismos de regulación emocional y que, por tanto, es fundamental incorporar actividades de educación en sentimientos para afianzar las estrategias de solución de conflictos negociada y cooperativa.

Primeramente describiré de manera sencilla cómo entiendo la convivencia, los conflictos, y las emociones y sentimientos. Seguidamente reflexionaré sobre la estrecha vinculación existente entre resolución de conflictos y regulación emocional. Por último, intentaré sugerirles algunos contenidos sobre educación en sentimientos que serían fundamentales y deberían incorporarse en los programas de intervención que se aplican en el ámbito escolar. Al abordar estos aspectos me situaré en una perspectiva psicológica. Convivencia.

Los humanos, desde el momento de nacer, pertenecemos a varios grupos (familia, vecindario, pandilla, empresa, sindicato, club deportico, etc.) y la opinión que los demás tienen de nosotros es fundamental para nuestro afianzamiento y realización personal. Las relaciones interpersonales son consustanciales a nuestra existencia y a nuestro modo de vivir. Nuestras actitudes, valores, objetivos, metas, compromisos, etc. generalmente son compartidas con nuestros compañeros de grupo. Además, en cada colectivo, nos damos a nosotros mismos unas normas de actuación, explícita o implícitamente, que ayudan a reglar nuestras interacciones personales y favorecen el logro y afianzamiento de los compromisos y valores del grupo. Todas esas normas y valores favorecen la consistencia del grupo y de los objetivos que le son distintivos. Cuando hablamos de convivencia nos referimos al seguimiento de esas normas y al empeño que ponemos en el logro se esos objetivos de grupo. Conflictos.

No obstante, a pesar de esta comunalidad de valores y reglas de actuación, unas veces de manera coyuntural y otras con más persistencia, en un momento dado, dos individuos de un grupo pueden tener intereses diferentes y, entonces, puede surgir el conflicto interpersonal. El conflicto indica que en ese momento los deseos de dos indivuos (o dos grupos) chocan, entran en colisión, que sus intereses particulares pueden más que los objetivos colectivos. Adicionalmente, dependiendo de que se trate de un conflicto coyuntural o pesistente, o de que polarice las relaciones del grupo, puede informarnos que las metas colectivas requieren un reajuste.

El conflicto no es algo ajeno a la convivencia, sino una parte fundamental de ella. Una

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convivencia no conflictiva en términos absolutos es imposible. Además, no sería conveniente, pues nos negaríamos a nosotros mismos muchas libertades y las posibilidades de cambio y desarrollo social. El reto de cualquier grupo es encarar los conflictos de manera constructiva para el afianzamiento del propio grupo y de sus miembros (Puig Rovira, 1997). Sentimientos.

La convivencia va acompañada de numerosos núcleos sentimentales. Nuestras relaciones interpersonales siempre van acompañadas de afecto, nos llevan a sentirnos alegres o desdichados, orgullosos o avergonzados, temerosos o esperanzados. Nuestros sentimientos inundan nuestras relaciones sociales, están determinados por lo que acontece en ellas y, al mismo tiempo, determinan la manera de relacionarnos con los demás.

Cuando nos damos cuenta que otra persona no respeta las normas o los valores del grupo, o cuando entendemos que alguien no coopera o colabora para el logro de los objetivos colectivos nos sentimos enfadados o indignados. Cuando el grupo no alcanza sus metas podemos sentirnos ansiosos o abatidos. Cuando se logran éxitos nos congratulamos y alegramos. En el grupo se crean héroes y estigmatizados desencadenándose, por tanto, sentimientos de orgullo y de vergüenza o culpa. Las emociones y sentimientos, siguiendo la metáfora de Marina (1996), surgen como un balance sentimental que nos informa del logro de nuestros objetivos más existenciales. Pero, no debemos olvidar que muchos de esos objetivos están claramente configurados por nuestro entorno social y cultural, por los grupos a los que pertenecemos.

Pero la importancia de las emociones en las relaciones interpersonales hay que situarla también en la manera en que las influencia. Una vez que surgen, las emociones van acompañadas de importantes cambios corporales, de tendencias de acción vigorosas, y de modos de interpretar la realidad. Todos estos elementos determinan nuestras acciones y comportamientos en la situación interpersonal. La alegría favorece nuestra efusividad y afán por comunicar a los demás nuestros éxitos, la tristeza nos lleva a la falta de acción y al aislamiento, el miedo nos lleva a la huida, la ira favorece el ataque, etc. Es decir, las emociones surgen en numerosas circunstancias interpersonales e influencian de manera estrecha nuestro modo de conducirnos en ellas.

Las emociones y sentimientos, por supuesto, también afloran en situaciones conflictivas. En cualquier circunstancia en que nuestros intereses estén en juego, se vean comprometidos, surgen las emociones. No es extraño, entonces, que los conflictos vayan acompañados de numerosos núcleos sentimentales como la ira, la ansiedad, la tristeza, etc. Todas esas emociones activan tendencias de acción y modos de interpretar el mundo, de lo que está ocurriendo, con lo cual están determinando de manera fundamental las posibles estrategias de solución del conflicto. Como ilustraremos después, la salida a los conflictos y la regulación emocional están estrechamente relacionadas. REGULACIÓN DE OBJETIVOS Y CONFLICTOS.

En cualquier relación interpersonal siempre están implicados los intereses, metas, compromisos, ideales, etc. de dos o más personas, las cuales, además, pertenecen a un grupo de referencia más amplio en el que existen unas normas de actuación más o menos precisas y estrictas, y en el que están presentes y se potencian una serie de valores, actitudes y objetivos que suelen ser compartidos por sus miembros. En esas interacciones, en unas ocasiones los intereses u objetivos de los individuos de un grupo pueden coincidir y en otras no. En el primer caso la convivencia está garantizada, si tienen lugar discrepancias puede surgir el conflicto,

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especialmente cuando los intereses, metas o compromisos de alguna de las partes no sea respetado.

En los casos de desencuentro, dar una salida constructiva a la situación conflictiva no es fácil, pues requiere que los protagonistas se esfuercen para cambiar y alterar sus objetivos momentáneos hasta que su nivel de coincidencia sea suficientemente elevado como para poder convivir, es decir, mantener actitudes, valores, metas y reglas compartidas. En esas circunstancias, continuar conviviendo requiere el repaso y la revisión de nuestros objetivos, metas, compromisos, etc. con el fin de situarnos en los que sean compartidos y sintonicen con los de la otra parte. Si falla ese esfuerzo, o no se hace, en ese momento persistirán los intereses divergentes y el conflicto. La realidad nos indica que nuestros mecanismos de control nunca son absolutos y que con relativa frecuencia fallan. No es extraño, entonces, que el conflicto esté presente en nuestras relaciones interpersonales.

Los conflictos debemos situarlos en los posibles cambios de metas, objetivos, compromisos, etc. que una persona tiene a lo largo del tiempo (conflictos intra-individuales), o en las metas, objetivos y compromisos distintos que dos personas (conflictos interindividuales) o dos colectivos (conflictos de grupo) consideran prioritarios en un determinado momento. Su solución está relacionada con la regulación, involuntaria o reflexiva, de nuestros objetivos. Pero, debemos aceptar que nunca se pueden ajustar de modo absoluto las convicciones y compromisos de todos los individuos de un grupo, de distintos grupos sociales, o, incluso, de una persona en etapas o facetas distintas de su vida. Entonces, desde esta perspectiva, no tiene sentido intentar luchar para que no afloren conflictos.En cualquier grupo social siempre, antes o después, van a surgir conflcitos. Más bien, nuestra tarea fundamental debe ser la adquisición de destrezas de regulación que puedan ponerse en práctica en las situaciones conflictivas, intentar afianzar las habilidades que hacen posible dar salida a los conflictos de manera negociada y cooperativa, aprender, entre otras cosas, a regular las emociones que afloran en las situaciones conflictivas. LA RESPUESTA A LOS CONFLICTOS.

Revisemos brevemente la categorización que suele ofrecerse (ver, por ejemplo, Puig Rovira, 1997) respecto a las diversas soluciones a los conflictos y reflexionemos sobre las peculiaridades que tienen en términos de regulación de objetivos y sobre las vivencias sentimentales que pueden estar presentes en ellas.

En una aproximación pasiva a un conflicto fundamentalmente lo que hacemos es evitarlo, protegernos de la situación mediante la huida. En términos de control de objetivos, lo distintivo sería que los aparcamos, de manera que dejamos prevalecer los de otra persona o grupo, o nos acomodamos a ellos. Aceptamos sus exigencias. Puesto que no encaramos el conflicto y nos conducimos de manera dócil, probablemente no surjan comportamientos especialmente agresivos o violentos, pero en términos sentimentales sí es muy probable que experimentemos ansiedad, miedo, abatimiento, tristeza, etc. Aparcar, posponer o eliminar un objetivo puede interpretarse como una pérdida, y éstas suelen construirse emocionalmente en forma de pena, ansiedad o tristeza dependiendo de que se mantengan ciertas expectativas futuras respecto a su logro o ya se considere inalcanzable.

Cuando se trata de objetivos o intereses que están relacionados con nuestra valía personal y dignidad, nuestra autoestima se puede resentir. Si las situaciones conflictivas son muy recurrentes y nuestras respuestas pasivas se van haciendo habituales, podemos sufrir un riesgo real de llegar a ser víctimas. Por otro lado, un grupo social en que algunos individuos adopten esta manera pasiva de enfrentarse a los conflictos corre el peligro de dar cabida a en su seno a

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ciertas dinámicas de abuso de poder y maltrato. Quien alcanza sistemáticamente sus objetivos va afianzando cierta sensación de impunidad, y quien siempre los hipoteca se convence cada vez más de que el grupo no le ofrece posibilidades de realización personal y comienza a rechazarlo. Pero, si no puede dejar de pertenecer a él o salir de su influencia, se sentirá maltratado por él.

En una aproximación agresiva, en la situación conflictiva, prevalecen por encima de todo nuestros intereses y objetivos. No los alteramos o modulamos. Los consideramos prioritarios y además, para hacerlos prevalecer, buscamos el enfrentamiento y la competición con los demás. Queremos vencerles, lograr el máximo beneficio. Somos intransigentes, pudiendo llegar incluso a interpretar que, si la otra persona lograse sus objetivos, eso nos humillaría. Frecuentemente, cuando dos individuos o grupos ponen en juego simultáneamente este modo de resolver los conflictos, se puede observar una espiral de violencia, la cual suele escalar el conflicto. Si este modo de resolver los conflictos se hace crónico en una institución, se observan en ella innumerables episodios de agresión. En términos sentimentales la ira, el enfado, el odio, el rencor, la venganza acompañan estas situaciones. Todos estos núcleos sentimentales surgen cuando interpretamos que alguien nos agravia, ofende o humilla.

Si de manera crónica los conflictos se resuelven de manera agresiva, los protagonistas ganarán en unas ocasiones y perderán en otras, pero es muy probable que no olviden. Cuando no se olvida, surge el rencor, el afán de venganza y el odio. Todos estos núcleos sentimentales llevan a un clima social enormemente deteriorado en el que las actitudes hostiles de unos hacia otros impiden incluso la existencia de objetivos de grupo comunes.

La negociación requiere la regulación de nuestros objetivos y metas. Nos damos cuenta que hay intereses o compromisos diferentes a los nuestros, asumimos que son tan legítimos como éstos, y hacemos el esfuerzo de modular nuestras pretensiones y de que también las intente ajustar la otra parte. La negociación lleva a concesiones mutuas. En términos de habilidades, recursos y destrezas, es más costosa que las aproximaciones pasivas y agresiva, pero comportamental y sentimentalmente es mucho más rentable. Requiere saber comunicarse bien, conocer o intuir los objetivos, pensamientos y sentimientos de la otra persona, ser imaginativo en los ofrecimientos de acuerdo, etc. Suele ir acompañada de bienestar subjetivo y de sentimientos de afianzamiento personal, pues al menos, parcialmente, hemos alcanzado nuestras metas o compromisos sin que los objetivos colectivos se resientan.

Desde una perspectiva institucional, la negociación y el establecimiento de acuerdos, al no deteriorar el logro de objetivos comunes, favorece un buen clima social. Se reconocen mutuamente los éxitos ajenos y se respeta la diversidad de criterios, objetivos o creencias presentes en el grupo. Es más, se consideran enriquecedoras. Los conflictos se encaran de manera optimista y esperanzada.

La cooperación es aún más exigente que la negociación. En términos de control de objetivos, supone que se hacen prevalecer tanto los objetivos o intereses de otra persona o grupo como los nuestros o los de nuestro grupo. Esto se logra incorporando los objetivos o compromisos de los demás con los nuestros, lo cual supone un reajuste mental adicional. Además, en términos comportamentales requiere coordinación de las partes para el logro de los objetivos comunes. Sentimentalmente, la cooperación es muy reconfortante, pues no sólo se alcanzan objetivos personales sino los colectivos y son éstos los que nos acercan a la felicidad. Nuestro afianzamiento personal consolida el grupo y los éxitos del grupo los consideramos nuestros. Las actividades que nos acercan a los objetivos colectivos y a los individuales prácticamente no se disocian. Institucionalmente, lleva a un clima social magnífico en que los individuos se comprenden, se animan, se ayudan, etc., pues las metas de uno son las de todos.

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REGULACIÓN DE CONFLICTOS Y REGULACIÓN DE SENTIMIENTOS. Revisemos de manera más detenida la vinculación que se establece entre conflictos y sentimientos. Hemos afirmado que los conflictos surgen cuando nuestros intereses, objetivos o compromisos chocan con los de otra persona. También hemos comentado que la solución a los conflictos requiere regulación de objetivos. La Psicología, de manera reiterada, nos informa que las emociones surgen cuando acontece algo importante, cuando nuestros intereses, metas u objetivos están comprometidos en una situación (ver, por ejemplo, Oatley y Jenkins, 1992). Ante una amenaza surge el miedo, ante una humillación la ira, cuando los demás nos censuran nos sentimos avergonzados, cuando alcanzamos un objetivo experimentamos alegría. Sin duda las situaciones conflictivas son importantes para cualquiera de nosotros, pues nuestros intereses o planes resultan impedidos o bloqueados temporal o definitivamente. Son, por tanto, ocasiones en que afloran vivencias emocionales. El tipo de emoción que experimentemos va a depender de la interpretación que hagamos de la situación y, como nos indican los teóricos del appraisal (ver, por ejemplo, Lazarus, 1991), frecuentemente cambiaremos de manera fluida esa interpretación, lo cual hará que en la misma situación vivamos sentimientos diferentes. Además, la activación de cualquier emoción va asociada con cambios en el sistema nervioso central y en el periférico, en nuestro funcionamiento cognitivo y en predisposiciones de acción. La instrucción en la resolución de conflictos requiere que consideremos todos estos procesos.

Las investigaciones neurofisiológicas indican que las reacciones afectivas están mediadas por la activación de algunos núcleos subcorticales como la amígdala (ver, por ejemplo, LeDoux, 1996) y el córtex prefrontal (ver, por ejemplo, Damasio, 1994). Son núcleos cerebrales que están implicados diferencialmente en los automatismos y en la regulación de las emociones. Además, es habitual que se produzcan cambios fisiológicos periféricos importantes: los músculos se tensan, el corazón se acelera, la respiración puede ser entrecortada, se segrega más sudor en algunas zonas, etc. Estos cambios corporales están relacionados con la intensidad de nuestros sentimientos (ver, por ejemplo, Cacioppo, Berntson, Larsen, Poehlmann e Ito, 2000). En términos comportamentales surgen tendencias de acción (ver, por ejemplo, Frijda, 1986) que se corresponden con la emoción activada. Se favorecen, por tanto, comportamientos de huida, evitación, escape, aproximación, ataque, acciones de vómito, etc. Por último, en términos cognitivos, también se producen cambios, sesgos y distorsiones importantes dependiendo de la emoción de que se trate. Por ejemplo, la literatura (ver, por ejemplo, Mathews y MacLeod, 1994) sugiere que la ansiedad y el miedo están asociados a una hipervigilancia y a sesgos de atención hacia la amenaza, la ira va vinculada a sesgos de atribución hostil, la depresión se relaciona con el recuerdo favorecido de experiencias de fracaso y dolor.

Junto a todo lo anterior, también entran en juego procesos de regulación emocional (ver, por ejemplo, Gross, 1999). Un objetivo fundamental de cualquiera de nosotros es sentirnos bien. Cuando surge algún estado emocional negativo, intentamos aliviarlo. Valoramos si se puede cambiar o no lo que está aconteciendo, si tenemos recursos para ello, si podemos interpretar lo que acontece de otra manera, etc. y procedemos intentando afianzarnos personalmente. Estos procesos de regulación pueden acontecer sin que nos lo propongamos intencionalmente o de manera intencional (ver, por ejemplo, Parckinson y Totterdell, 1999).

Nuestro comportamiento en una situación conflictiva está determinado por todos estos procesos emocionales. Habrá individuos especialmente sensibles a su activación corporal y con pocas destrezas de control que, en situaciones de tensión, necesitarán aliviarla dando voces, levantándose de la silla, amenazando con los brazos, etc. Otras, por el contrario, pueden disponer de recursos para controlar su corazón, su respiración, sus músculos, etc. y los utilizan para

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rebajar la intensidad de sus sentimientos. Algunas personas interpretarán la situación de conflicto como humillante y ofensiva y entenderán que alguien quiere agraviarles. Es probable, entonces, que dirijan su ira contra ella. Pueden, incluso, comportarse agresivamente, si no controlan bien su cuerpo. Otras, sin embargo, en esa situación puede que se asusten. Se dan cuenta que la otra parte protagonista del conflicto puede ocasionarles daño en grado tan extremo como para no arriesgarse y, entonces, pueden rehuir el enfrentamiento. Aparcan sus derechos o sus creencias o sus metas y se retiran de la situación. Son maneras distintas de regulación afectiva que están relacionadas con las salidas a los conflictos. La solución de los conflictos y la regulación emocional necesariamente van unidas.

Reflexionemos y traslademos todo lo anterior a una situación escolar. Pensemos en una situación en que un profesor está impartiendo una clase y es interrumpido reiteradamente por un alumno porque no entiende lo que está explicando. Las interrupciones son reiteradas. El profesor se da cuenta de que su objetivo de finalizar el tema se ve amenazado. El alumno, por otro lado, está convencido de que cuando no entiende algo debe preguntarle. ¡Para eso están los profesores!. El conflicto surge porque el profesor no quiere que el alumno siga preguntando y el alumno continúa su demanda de aclaraciones. En ese momento, los objetivos o intereses de ambos chocan, son contrarios. Cada uno de ellos entiende que son legítimos, pero claramente son incompatibles. Las soluciones pueden ser diversas. El profesor puede hacer callar al alumno de manera autoritaria y no permitirle hablar el resto de la clase. El alumno puede responder agresivamente ante esta provocación o puede actuar de manera sumisa. También, pueden llegar al acuerdo de que el alumno haga un par de preguntas y, si requiere explicaciones adicionales, utilice las horas de consulta en su despacho. Todas estas soluciones están acompañadas de importantes procesos afectivos. Si el profesor interpreta que el comportamiento del alumno tiene como único objetivo fastidiarle e impedir que finalice el tema, es más probable la emoción de ira y su tendencia de acción habitual, el ataque. Además, no es extraño que se acalore, se agite corporalmente, se acuerde de otras situaciones en que el modo de proceder de ese alumno o de otros le ha fastidiado, etc. Entonces, es más probable que el conflicto tenga una solución agresiva. Si, por el contrario, el profesor interpreta que el comportamiento del alumno no es malintencionado, sino que más bien es consecuencia de la poca lucidez mental que tiene en ese momento, es posible que se plantee como objetivo adicional del momento, lograr no sólo finalizar el tema, sino que el alumno entienda su explicación. Entonces, interpretará la situación en modo de reto, como una posibilidad de realización profesional. Desde este estado afectivo es más probable una solución cooperativa. Desde la perspectiva del alumno pueden hacerse comentarios parecidos. Si interpreta que el profesor con su actitud quiere humillarle, se sentirá enfadado y cabe la posibilidad de que se genere una posible espirar de agresión. Si interpreta que su objetivo de comprender lo que el profesor está explicando es inalcanzable, se sentirá abatido y triste, y será más probable una solución pasiva.

CONTENIDOS DE EDUCACIÓN SENTIMENTAL QUE DEBERÍAN INCORPORARSE PARA FAVORECER LA RESOLUCIÓN DE CONFLICTOS. Desde nuestra perspectiva, como hemos intentado mostrar, instruir para resolver conflictos de manera amigable requiere incorporar contenidos de educación en sentimientos. Pero dichos contenidos no deben ser un mero recetario de actividades, sino que deberían

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sistematizarse siguiendo las sugerencias de algunos teóricos e investigadores de la denominada inteligencia emocional (ver, por ejemplo, Mayer, 2001). Debería incluir el reconocimiento de emociones y sentimientos en uno mismo y en los demás, el significado de los núcleos emocionales más distintivos, la dinámica que se establece entre ellos, y su regulación. Por supuesto, siempre deben adaptarse a la edad del alumnado y a su problemática. Reconocimiento de emociones y sentimientos en uno mismo y en los demás. Como hemos visto, las emociones van acompañadas de importantes cambios corporales, fisiológicos, expresivos, musculares, en tendencias de acción, etc. Debemos enseñar a los niños a prestar atención a todas esas señales para reconocer nuestros sentimientos y los de otra persona. Cuando nos damos cuenta que en una situación nos late rápido el corazón, nuestra respiración es agetreada, sentimos tensos nuestros músculos, etc. es muy probable que se esté activando alguna emoción. Cuando otra persona nos habla con un tono especialmente elevado, muestra rigidez en sus músculos, su cara está rojiza, su ceño fruncido, etc. es posible que esté experimentando alguna emoción. Además de estos aspectos expresivos no verbales, por supuesto, necesitamos prestar atención a los mensajes verbales que acontecen en la situación. Lamentablemente, algunos niños (también, ocurre en edades más tardías) no han aprendido a detectarse los cambios que acompañan sus emociones o los estados internos que pueden estar presentes en su interlocutor. Eso les impide relacionar emociones y sentimientos con comportamientos y tendencias de acción, y su explicación de lo que acontece queda muy empobrecida. Por otro lado, sin haber adquirido estas destrezas básicas es prácticamente imposible desarrollar la empatía, que para muchos autores es un requisito fundamental para poder afianzar la negociación y la cooperación en situaciones conflictivas. Significado de los núcleos emocionales más distintivos.

También hemos comentado que las emociones y sentimientos nos informan respecto al logro de nuestros objetivos, compromisos, valores, etc. o sobre si otra persona los está alcanzando o no. Cuando una persona siente ira, está interpretando que lo que acontece le humilla, le ofende, le agravia. La ira, por tanto, le informa que un objetivo y meta importante, como es el afianzamiento y la valía personal, está vulnerándose. Cuando alguien siente miedo o ansiedad, interpreta lo que ocurren como una amenaza o peligro. Por consiguiente, el miedo y la ansiedad informan que la amenaza y el peligro nos acechan, que la situación es incierta, que nos pueden asesinar, o podemos tener un accidente, o podemos suspender un examen. Todo núcleo emocional tiene su significado distintivo. Además, incorpora importantes matices. Por ejemplo, en el caso de la ira, la indignación, el rencor, la rabia, la venganza, etc. proporcionan ricos refinamientos semánticos. En el caso de la tristeza, el desánimo, el abatimientos, la desesperación, la depresión, etc. también aportan finas distinciones (ver Marina y López Penas, 1999). Además, es importante que nos demos cuenta de las tendencias de acción, los deseos, que acompañan cada núcleo sentimental. ¿Por qué me gustaría pegarle o insultar a esta persona? ¿Por qué no tengo ganas de hacer nada? ¿Por qué me gustaría irme de clase y no hacer el examen? Es importante que relacionemos estos deseos con nuestros sentimientos.

Captar esos matices nos ayuda a interpretar de manera más completa la realidad. Conociendo el origen de esos sentimientos podemos reconsiderar la realidad y alterar el modo en que la intepretamos o la manera en que la encaramos. Conocer esos significados es una ayuda fundamental para comprender las relaciones interpersonales y las dinámicas de los grupos.

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Dinámicas emocionales. No es extraño que después de sentir ira y atacar física o verbalmente a otra persona, nos arrepintamos y nos pese ese modo de proceder. Tampoco es raro que algunas personas cuando hacen algo socialmente incorrecto y reprendible, en vez de sentirse culpables o avergonzados, dirijan su ira contra quien quiere corregirles. No son capaces de soportar la culpa y la vergüenza porque les debilitan en extremo y prefieren sentir la energía proporcionada por la ira. A veces, nuestros sentimientos amorosos o amigables especialmente intensos y estrechos hacia una persona se ven alterados por otros de odio o de envidia. Conocer el significado de nuestros sentimientos, también requiere considerar algunas dinámicas frecuentes entre ellos o en algunas personas en particular. Familiarizarnos con ellas nos ayudará a no sorprendernos o extrañarnos de la fugacidad o perversidad de nuestros sentimientos, lo cual es de gran relevancia para convencernos de la necesidad de su regulación. Regulación de los sentimientos. Muchos de nosotros tenemos la impresión de que los sentimientos se apoderan de nosotros y no podemos hacer nada para cambiarlos. No es verdad. Podemos regular nuestras emociones. Quizás, no de manera absoluta. Pero, sí en un grado suficiente como para que no nos perturben y nos afiancen personalmente. De hecho, la mayoría de nosotros, incluso sin proponérnoslo, las controlamos. Las dinámicas emocionales a que nos referíamos en el apartado anterior son importantes modos de regulación emocional. Se apoyan en lo que denominamos procesos de appraisal. Cuando cambiamos el modo de interpretar lo que está sucediento, nuestros sentimientos también cambian. Si interpreto que el comentario que me ha hecho otra persona no pretendía ofenderme, mi ira se disipa. Si creo que la situación de examen es una oportunidad para lucirme, para poder demostrar mis destrezas personales, no sentiré ansiedad o miedo. El dominio del pensamiento garantiza la regulación emocional. Por otro lado, también es fundamental el control del propio cuerpo. La intensidad de nuestros sentimientos está estrechamente relacionada con la activación fisiológica. ¿Alguna vez ha sentido miedo o se ha sentido enfadado encontrándose relajado y manteniendo una respiración apacible?. Si somos capaces de ejercitarnos en la relajación muscular y en el control de la respiración, tenemos grandes posibilidades de regular la intensidad de nuestras emociones. Si además, adquirimos hábitos para tonificar nuestro cuerpo, paseamos, hacemos ejercicio físico, nos tonificamos con un baño o una ducha, etc. estaremos en mejores condiciones de controlar nuestras reacciones afectivas (ver, por ejemplo, Thayer, 1996). Aprender estas estrategias de regulación requiere esfuerzo y constancia, pero que pueden practicarse desde una edad temprana. EL RETO DE EDUCAR ABORDANDO LOS CONFLICTOS DE MANERA CONSTRUCTIVA.

Educar para la convivencia no es fácil. Instruir para resolver conflictos de manera constructiva y para regular los sentimientos es una tarea exigente. Como en cualquier organización y grupo amplio de individuos, en el ámbito escolar se producen numerosas situaciones en que las opiniones sobre un asunto determinado no son coincidentes o los intereses son contrapuestos. Algunas de ellas tienen lugar entre el alumnado, otras entre el profesorado, y otras entre ambos colectivos. En todos estos casos, los objetivos del momento de los

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protagonistas del conflicto son diferentes y están encontrados. Intervenir en conflictos supone prestar atención y canalizar de modo positivo toda esa inmensa cantidad de situaciones. Una tarea agotadora que, además, sin duda no es fácil de compatibilizar con la transmisión de los conocimientos académicos.

La tarea está entorpecida adicionalmente porque en muchos casos hacemos una valoración negativa de las situaciones conflictivas. La mayoría de nosotros hemos tenido experiencias de situaciones conflictivas en las que nos hemos sentido mal y en las que su solución ha sido lamentable. Esas experiencias negativas nos llevan a huir de los conflictos, a no encararlos, a protegernos y a no querer intervenir sobre ellos. Desde luego, esa experiencia no coincide con la valoración positiva sobre ellos, como oportunidad de madurar, que pretende transmitirnos la pedagogía actual. No todos somos capaces de regularnos emocionalmente bien en circunstancias conflictivas.

No obstante, no debemos olvidar que también todos hemos tenido experiencias en las que la resolución a un conflicto ha estado asociada a sentimientos de bienestar y satisfacción personal. Hemos llegado a acuerdos y compromisos satisfactorios para todas las partes, interpretamos sinceramente que no ha habido vencedores ni vencidos, incluso que hemos sido generosos con la otra parte, y todo ello hace que nos sintamos bien, pues ese compromiso, quizás, desde una perspectiva mercantilista individual no haya sido muy beneficioso, pero desde una visión global y colectiva ha sido un éxito. Tampoco son extrañas las situaciones en que, tras cierto enfrentamiento de posiciones o actitudes, se deshacen malentendidos y se cultiva una estrecha amistad. Una situación de conflicto no debe ir acompañada irremediablemente de sentimientos desagradables y molestos.

El reto del sistema educativo es canalizar los conflictos hacia esta perspectiva positiva. Utilizar las situaciones de conflicto para madurar y afianzarnos personal y socialmente. Uno de los compromisos de la educación para la paz, sin duda, debe ser cambiar nuestra opinión cotidiana negativa de los conflictos por una visión más constructiva y esperanzadora de ellos. Las situaciones de conflicto hay que asumirlas como algo habitual e inevitable en nuestra experiencia cotidiana. En ese sentido, no constituye un problema en sí mismo su existencia. Más bien el problema es cómo los resolvemos. El sistema educativo debe incluir entre sus objetivos el aprendizaje de estrategias de resolución de conflictos que favorezcan la convivencia y faciliten las relaciones amigables entre los miembros de la comunidad educativa. Los protagonistas de esta tarea deben ser las familias, el alumnado y el profesorado, y en ella debemos apoyarnos en la regulación de nuestros sentimientos. BIBLIOGRAFIA. Cacioppo, J.T.; Berntson, G.G.; Larsen, J.T.; Poehlmann, K.M. e Ito, T.A. (2000). The pshychophysiology of emotion. En M. Lewis y J.M. Haviland-Jones (Eds.) Handbook of Emotions. Second Edition. New York: The Guilford Press. Damasio, A. (1994). Descartes’ error. New York: Putnam. Traducido al castellano en la Editorial Grijalbo. Frijda, N. H. (1986). The emotions. Cambridge: Cambridge University Press. Gross, J.J. (1999). Emotion Regulation: Past, Present, Future. Cognition and Emotion , 13 (5), 551-573.

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Lazarus, R. (1991). Emotions and adaptation. New York: Oxford University Press. LeDoux, J. (1996). The emotional brain. New York: Simon and Schuster. Traducido al castellano en la Editorial Ariel. Marina, J.A. (1996). El laberinto sentimental. Barcelona: Anagrama. Marina, J.A. y López Penas, M. (1999). Diccionario de los sentimientos. Barcelona: Anagrama. Mathews, A. Y MacLeod (1994). Cognitive approaches to emotion and emotional disorders. Annual Review of Psychology, 45, 25-50. Mayer, J. (2001). Emotion, intelligence, and emotional intelligence. En J.P. Forgas (Ed.) Handbook of affect and social cognition. New Jersey: Lawrence Erlbaum Associates. Oatley, K. Y Jenkins, J.M. (1992). Human emotions: function and dysfunction. Annual Review of Psychology, 43, 55-85. Parkinson, B. y Totterdell, P. (1999). Classifying affect-regulation strategies. Cognition and Emotion, 13, 277-303. Puig Rovira, J.M. (1997). Conflictos escolares: una oportunidad. Cuadernos de Pedagogía, 257, 58-65. Thayer, R.E. (1996). The origin od everyday moods. Managing energy, tension, and stress. New York: Oxford University Press. Traducido al castellano en la editorial Paidós.