acompañamientos a testigos en juicios contra terrorismo de estado. primeras experiencias (1)

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Derechos humanos para todos

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  • Acompaamiento a testigos en los juicios contra el terrorismo de Estado.

    Primeras experiencias

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    Coleccin: Derechos Humanos para TodosSerie: Normas y Acciones en un Estado de Derecho Cuaderno: Acompaamiento a testigos en los juicios contra el terrorismo de Estado. Primeras Experiencias

    Esta publicacin fue realizada por la Direccin Nacional de Atencin a Grupos en Situacin de Vulnerabilidad de la Secretara de Derechos Humanos del Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos de la Nacin.

    Edicin, diseo y diagramacin: rea de Publicaciones de la Secretara de Derechos Humanos del Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos de la Nacin.

    Acompaamiento a testigos en los juicios contra el terrorismo de Estado. Primeras experiencias / Eduardo Luis Duhalde ... [et.al.]. - 1a ed. - Buenos Aires : Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos de la Nacin. Secretara de Derechos

    Humanos, 2009. 162 p. ; 27x19 cm.

    ISBN 978-987-1407-14-9

    1. Derechos Humanos. 2. Terrorismo de Estado. 3. Juicios. I. Duhalde, Eduardo Luis CDD 323

    1a edicin: agosto de 20095.000 ejemplares

    ISBN 978-987-1407-14-9

    Secretara de Derechos Humanos

    25 de mayo 544. PB. Ciudad de Buenos Aires. Argentina.www.derhuman.jus.gov.ar

    Hecho el depsito que establece la Ley N 11.723Impreso en la Argentina

  • Presidenta de la NacinDra. Cristina Fernndez de Kirchner

    Ministro de Justicia, Seguridad y Derechos HumanosDr. Julio Csar Alak

    Secretario de Derechos HumanosDr. Eduardo Luis Duhalde

    Subecretario de Proteccin de Derechos HumanosDr. Luis Hiplito Aln

    Directora Nacional de Atencin a Grupos en Situacin de VulnerabilidadLic. Victoria Julia Martnez

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    do7Presentacin

    Lic. Victoria Julia Martnez

    El ex-detenido desaparecido como testigo de los juicios

    por crmenes de lesa humanidad: una aproximacin al tema

    Dr. Eduardo Luis Duhalde

    Memoria y verdad. Los juicios como rito restitutivo

    Lic. Fabiana Rousseaux

    Sobre memoria traumtica

    Dr. Mario Bosch

    La importancia de un sistema federal de informacin

    para las investigaciones sobre el terrorismo de Estado

    Sra. Judith Said y Sr. Gonzalo Vsquez

    Tribunales Federales de la Capital Federal

    Experiencia de acompaamiento en los juicios de tribunales federales

    Resumen de las sentencias

    Mapa de centros clandestinos de detencin

    Provincias de Chaco y Corrientes

    Experiencia de acompaamiento

    Decreto N 3591/2008 de Creacin del Programa de Asistencia Integral a

    las Vctimas, Testigos, Querellantes y/o Familiares del Terrorismo de Estado

    Adhesin al Plan Nacional de Acompaamiento

    Resumen de la sentencia

    Alegato del Dr. Mario Bosch

    Alegato del Dr. Domnguez Henan

    Mapa de centros clandestinos de detencin

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    doProvincia de Crdoba

    Experiencia de acompaamiento

    Decreto N 351/2007 de Creacin de la

    Unidad de Proteccin de Personas

    Resumen de la sentencia

    Mapa de centros clandestinos de detencin

    Provincia de Entre Ros

    Experiencia de acompaamiento

    Proyecto de ley del Programa Provincial de Acompaamiento, Asistencia

    y Proteccin de Testigos-Vctimas, Querellantes y Operadores Intervinien-

    tes en los Procesos Penales contra el Terrorismo de Estado

    Mapa de centros clandestinos de detencin

    Provincia de Misiones

    Experiencia de acompaamiento

    Resumen de la sentencia

    Mapa de centros clandestinos de detencin

    Provincia de Tucumn

    Experiencia de acompaamiento

    Resumen de la sentencia

    Mapa de centros clandestinos de detencin

    Anexos

    Decreto N 2475/2006 de Aprobacin del Programa de Vigilancia

    y Atencin de Testigos en Grado de Exposicin, Provincia de Buenos Aires

    Decreto N 1927/2008 de Creacin del Programa de Acompaamiento

    y Proteccin de Testigos y Querellantes, Provincia de Santa Fe

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  • Presentacin

    Este cuaderno es el tercero publicado con el propsito de dejar testimonio, difundir y com-partir la ardua tarea de dar cuenta de los efectos actuales del terrorismo de Estado en nuestra so-ciedad. Al mismo tiempo ilustra la accin reparatoria que el Estado nacional implementa -desde la Secretara de Derechos Humanos, en articulacin con las otras instancias del Ministerio de Jus-ticia, Seguridad y Derechos Humanos de la Nacin, tribunales, fiscalas, gobiernos provinciales entre otros- a travs de sus programas de acompaamiento y fundamentalmente con los propios afectados por el terrorismo de Estado, ya sean testigos o abogados querellantes, vinculados a los juicios por delitos de lesa humanidad.

    Como se puede apreciar, desde la derogacin de las llamadas leyes de impunidad se ha puesto en marcha en el pas -y con repercusin internacional- una verdadera poltica de Estado de memoria, verdad, justicia y reparacin, con el respaldo y participacin insustituible de los organismos de derechos humanos.

    No obstante, son muchas las dificultades que cotidianamente hay que vencer, impuestas por quienes pretenden seguir sosteniendo la impunidad activamente o por aquellos que no com-prenden que es imposible construir una sociedad justa y democrtica sin las bases ticas de una verdadera justicia con todas las garantas.

    En una publicacin anterior plantebamos el inicio de nuestro trabajo con los testigos, con la gravedad y preocupacin que trajo aparejada la desaparicin de Julio Lpez, que an es una herida abierta, un peso imposible de eludir a la hora de llevar adelante nuestro trabajo.

    Como decamos entonces, no haba experiencia previa en una tarea de esta ndole. Tenamos que ir armando el propio camino, siempre guiados por un nico fin: acompaar a quienes iban a dar su testimonio, para que esa circunstancia largamente esperada tuviera el menor costo emo-cional posible para quienes ya haban sufrido demasiado bajo circunstancias del terrorismo de Estado. Al mismo tiempo debamos cuidar el testimonio como prueba fundamental que permitie-ra sostener el proceso de los juicios contra los genocidas.

    Luego de los momentos iniciales en los que recurrimos a la experiencia de quienes haban sealado el camino durante la dictadura y los inicios de la democracia por medio del trabajo en el mbito acadmico y en la clnica con los afectados directos por el terrorismo de Estado1, pa-samos a la etapa de construir una red nacional de profesionales de confianza en las provincias en las que se iban a desarrollar los juicios, con la ya mencionada dificultad que ocasionaba la falta de reconocimiento que tanto los funcionarios responsables de asignar recursos como los propios operadores de los mbitos judiciales le daban a la tarea psi. Contener o acompaar no eran vistas como funciones esenciales para la realizacin de la justicia. Recin a partir de los prime-ros juicios en los que tuvimos participacin, pudo apreciarse el trabajo de los distintos equipos existentes; o tambin cuando eran los propios testigos los que reclamaban la presencia de los referentes de confianza que el Estado aportaba para realizar el acompaamiento. Tambin se fue

    1 Ver cuadernillo Secretara de Derechos Humanos, Acompaamiento a testigos y querellantes en el marco de los juicios contra el terrorismo de Estado, Buenos Aires, 2008.

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    haciendo necesaria nuestra intervencin a la hora de citar a testigos y, ante sus miedos, informar sobre posibles dispositivos de proteccin por parte del Estado.

    En fin, a medida que se iban concretando las audiencias en los distintos tribunales del pas, ms reclamada se fue tornando nuestra tarea para complementar las instancias esenciales para el buen desarrollo de los juicios. Esto adems se iba articulando con la red de abogados que la Secretara de Derechos Humanos tiene en las causas en las que es querellante.

    Uno de los debates que surgi en los distintos encuentros realizados entre los equipos de trabajo del Plan Nacional de Acompaamiento a Testigos y Querellantes, vctimas del Terroris-mo de Estado dependiente de la Secretara de Derechos Humanos y en los intercambios con los que trabajan desde la clnica con afectados que tienen que testimoniar, era sobre el concepto de vctima. ste ha sido desde hace aos un tema discutido entre todos los que nos dedicamos a este campo. Como ya hemos mencionado en nuestras producciones anteriores, los equipos asistenciales de los organismos se resistieron siempre a utilizarlo, hablando de afectados y sus consecuencias psicosociales o efectos psicolgicos traumticos, justamente para no cristalizar-los en esa situacin pasiva de vctima y para no psicopatologizarlos. Por otra parte, tambin hay que tener en cuenta que hay distintos planos y distintos lugares de afectacin en algunos de ellos. Cuando en las capacitaciones, nos referimos a evitar la revictimizacin en nuestro tra-bajo, no lo estamos diciendo justamente por el hecho de ser testigos o de dar testimonio, ya que eso lo consideramos un acto plenamente reparatorio despus de tantos aos de impunidad, as como llegar a la condena es la obligacin reparatoria del Estado no slo para ellos sino para la sociedad toda. Lo que sealamos como posible causa de revictimizacin es la falta de cuidado de aquellos que intervienen en todo el conjunto de acciones ligadas a los juicios, que pueden llegar a desvirtuar esa funcin reparadora largamente esperada, para llegar a ser, incluso, un nuevo dao. A veces, a los propios abogados querellantes pareciera que les cuesta transmitir esta funcin reparadora y vital del testimonio. Muchas veces, ejercen presiones sin tener en cuenta que la prueba que se pretende depende del relato de sus padecimientos, de revivir atro-cidades sufridas, incluso negadas para poder sobrevivir a sus efectos, ms all de la conviccin del propio testigo y su decisin comprometida de dar testimonio. Otras veces, tampoco se tiene en cuenta el efecto de incertidumbre e inseguridad que ha provocado no slo la desaparicin de Lpez sino las mltiples amenazas que han sufrido muchos de los actores en relacin a los juicios; o el hecho de tener que someterse a dispositivos de seguridad o custodia de las fuerzas de seguridad o recibir citaciones llevadas por patrulleros, por ejemplo.

    Por otra parte, hay que tener en cuenta la diversidad de situaciones de los testimoniantes. A lo largo del trabajo de estos aos hemos visto situaciones muy distintas. Estn los que nunca reivindicaron un activo lugar de militancia -quienes despus de ser liberados no participaron ms- a veces condicionados por su medio familiar. El otro tema son los familiares directos, que en algunos casos asumieron y reivindicaron la lucha poltica del familiar desaparecido o preso y en otros casos los hicieron responsables de su padecimiento, perdiendo de vista a los verda-deros responsables. Tambin se da la revisin inevitable que los ex desaparecidos hacen de su militancia previa y de su conducta en el campo. Creo que hay que considerar las situaciones de muchos de ellos en el interior de las provincias y diferenciarlos de los que conocemos en las ciudades o que han tenido protagonismo en los organismos o mbitos pblicos o de aquellos que han podido organizarse con otros ex presos o ex desaparecidos. Nos hemos encontrado con muchos casos que han quedado aislados socialmente, sin poder retomar una vida plena, muy presionados por su medio familiar para que se quedaran en silencio por temor. Esto lo hemos visto especialmente en los pueblos chicos o ciudades como Corrientes, Formosa o Tucu-mn entre tantas otras, donde los represores y todo el conjunto social -no slo cmplice sino de activa colaboracin con la represin- por efecto de la impunidad, siguen conviviendo con ellos cotidianamente; siguen incluso teniendo poder econmico o prestigio social y ellos replegados

  • en su dolor haciendo esfuerzos para no recordar el horror o tratando de no poner en algn tipo de riesgo a sus seres queridos.

    Otra de las situaciones que encontramos tiene que ver con aquellos que dieron testimonio en el Juicio a las Juntas y se sintieron indagados acerca de su participacin poltica o militancia sos-teniendo sobre ellos la sospecha de ese momento con el discurso de los dos demonios. Algunos manifestaron temor de que vuelvan a interrogarlos acerca de cules eran sus actividades, razn por las que se los llevaron al infierno concentracionario, y sentirse en el lugar de imputados e in-vestigados y no de testigos de prueba contra aquellos que fueron sus verdugos, con la frustracin derivada de la impunidad de todos estos largos aos.

    Otros han manifestado que recin ahora, a partir de esta gestin de gobierno y del momento del pas, sienten que pueden animarse incluso a contarles a sus familias o compaeros de trabajo lo que les haba pasado y que haban guardado muy ntimamente, porque recin ahora se sienten revalorados y reconocidos socialmente, incluso con derecho a reivindicar su pertenencia poltica o la de sus compaeros que no sobrevivieron.

    Todas estas consideraciones sobre la dimensin subjetiva son las que hay que tener en cuenta en el trabajo uno a uno, respetando la manera particular en que cada quien ha podido procesar y sobrellevar las marcas traumticas y cmo esto se reactualiza ante esta posibilidad de testimoniar. Los ex detenidos-desaparecidos ms conocidos ya han reclamado muchas veces y cuestionado ese lugar de vctimas y reivindicado su activo protagonismo de testimoniantes. No todos pueden tener una respuesta tan clara, e incluso ante la situacin concreta muchos de los que han dado testimonio en muchas otras oportunidades, piden alguna contencin porque reconocen que esta situacin particular de estar ante el tribunal y con los represores delante, con su palabra ntima hecha pblica, los moviliza y llena de temores, incluso a defraudar las expectativas que ellos mismos tienen sobre el testimonio que pretenden dar.

    Es nuestra responsabilidad, en la tarea cotidiana de acompaamiento, especialmente si lo hacemos desde el Estado, poner tanto nfasis en cuidar que no sean sometidos a ningn tipo de maltrato ms que la inevitable situacin de reactualizar sus sufrimientos para que de una vez por todas dejen de soportar el peso de ser testimonio viviente y se haga justicia a partir de su palabra.

    Los artculos conceptuales del inicio de Duhalde, Rousseaux y Bosch dan cuenta de esas reflexiones.

    El artculo de la Red Federal de Sitios de Memoria es considerado por nosotros de vital impor-tancia para el relato de la tarea, sobre todo a efectos de destacar el aporte que significa para las investigaciones, la informacin sobre los circuitos represivos y el funcionamiento de los centros clandestinos de detencin, al dar cuenta del sistema represivo instalado por el Estado terrorista.

    Podemos apreciar en esta publicacin la reflexin y pensamiento de quienes tienen la respon-sabilidad de conducir esta tarea, ilustrando la extensin de la represin a lo largo del pas con el mapa de sitios de memoria.

    A continuacin se refleja el trabajo de algunos de los equipos de acompaamiento de la red nacional, a modo de ejemplo. Ellos han sido pioneros en nuestro trabajo conjunto, ya que se desempearon donde se han desarrollado los primeros juicios del pas, y tambin porque los tiempos de constitucin de los diferentes equipos han sido diferentes, por las diversas dificulta-des que plantebamos inicialmente. No obstante, cabe destacar que se viene desarrollando una valiosa labor en otras provincias que no estn publicadas en este material.

    Tambin hemos querido ilustrar el trabajo de nuestro equipo en los tribunales federales de la Ciudad de Buenos Aires.

    Se incluyen resmenes de algunas sentencias, alegatos y resoluciones de creacin de los dife-rentes programas de acompaamiento que resultaron del impulso de estas experiencias.

    As completamos esta publicacin a modo de muestra del desarrollo del Plan Nacional de Acompaamiento a Testigos y Querellantes vctimas del Terrorismo de Estado.

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    Es mucho ms lo que podramos debatir y compartir acerca de esta tarea. La riqueza de las discusiones en los mbitos de capacitacin, la diversidad de cada realidad local, el ingenio y el profesionalismo de cada acompaamiento, la resolucin de problemas de los afectados, son slo algunas de las mltiples situaciones que debemos abordar cotidianamente y que en muchos casos exceden nuestra funcin, pero que dan cuenta del compromiso de quienes asumimos esta poltica reparatoria del Estado.

    Lic. Victoria Julia MartnezDirectora Nacional de Atencin a Grupos

    en Situacin de VulnerabilidadSecretara de Derechos Humanos

    Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos

  • La responsabilidad asumida por el Estado de dar asistencia a los testigos y querellantes afectados por la accin del terrorismo de Esta-do, implic generar un mecanismo de respues-ta, carente de antecedentes y al mismo tiempo sometido a fuertes tensiones, las ms de las veces insoslayables. Una puesta en cuestin desde la prctica, de principios generales y de cuestiones especficas que es preciso revalidar y/o modificar, confrontados con los paradig-mas ticos y tambin con una lectura poltico - jurdica en el ms amplio sentido del trmi-no, en relacin a los principios de Memoria, Verdad y Justicia.

    La exigencia de un actuar independien-te del Poder Judicial en la realizacin de un juicio justo, con el cumplimiento de todas las reglas del debido proceso y del respeto del de-recho de defensa, no exoneran la responsabili-dad pblica de acompaamiento y proteccin de los que fueron vctimas del terror del Estado tras su asalto por quienes se instituyeron a s mismos como dueos de la vida y de la digni-dad de los ciudadanos, ofendiendo a la con-ciencia universal.

    En general, los magistrados han comprendi-do la necesidad de este mecanismo de acom-paamiento, en el marco de una asistencia

    * Dr. Eduardo Luis Duhalde, Secretario de Derechos Humanos del Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos de la Nacin.

    El ex detenido-desaparecido como testigo de los juicios por crmenes de lesa humanidad: una aproximacin al tema*

    Este compromiso, este riesgo asumido por el testigo, repercute sobre el testimonio mismo que, a

    su vez, significa algo diferente de una simple narracin de cosas vistas; el testimonio es

    tambin el compromiso de un corazn y un compromiso hasta la muerte. Pertenece al

    destino trgico de la verdad.

    Paul Ricoeur

    que desde su perspectiva es un auxiliar de la justicia. Pero existen algunos jueces que en la aplicacin mecanicista de la norma jurdica, obstaculizan la tarea de asistencia psicolgi-ca por parte de la Secretara de Derechos Hu-manos de la Nacin a los testigos-vctimas -ex detenidos-desaparecidos y familiares directos-, temerosos de que aquella asistencia pueda ser considerada por los defensores de los proce-sados como una forma de inducir en sus res-puestas a los testimoniantes. Aplican as los mismos criterios que utilizan con el testigo del hecho criminal reciente, que por primera vez va a deponer y que sus dichos pueden sufrir influencias externas al proceso, por los cuales se los asla y preserva.

    Aquellos magistrados que obstaculizan la asistencia psicolgica a las vctimas de la dic-tadura, parecen ignorar que los testigos de los juicios por crmenes de lesa humanidad llevan ms de treinta aos haciendo or su voz ante foros internacionales y nacionales, en libros y notas periodsticas, y en cuanto lugar les fue posible contar lo vivido y sufrido, frente a la ausencia de un marco judicial donde hacerlo por la complicidad de la justicia argentina que declar constitucionalmente vlidas las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Y es pre-

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    cisamente este largo calvario el que los lleva, a muchos de ellos, a una profunda crisis emo-cional que aflora toda vez que deben volver a narrar su historia, que se agrava por la circuns-tancia de encontrarse en los estrados de los tri-bunales con los genocidas directos y tener que soportar, adems, que los abogados defensores en el cumplimiento de su trabajo profesional y las ms de las veces sin ocultar su afinidad ideolgica con los acusados- pongan en cues-tin la veracidad de lo que es la tragedia de sus vidas y que los ha envuelto en ella desde los tiempos del terrorismo de Estado hasta el presente. A ello se suman por parte de aque-llos magistrados dos cuestiones que subyacen en sus decisiones referidas: una, su desprecio por la psicologa como ciencia (no obraran as si el testigo tuviera una descompensacin cardaca y debiera llamarse a un mdico car-dilogo a la sala de audiencia, como sucediera con Bussi) y en segundo lugar por su falta de compromiso con la historia de la impunidad en la Argentina, sin aceptar la responsabilidad de los tres poderes del Estado incluyendo el Poder Judicial -que ellos hoy integran- en ha-ber protegido a los autores de estos crmenes aberrantes, durante dcadas, prolongando la victimizacin de los que hoy cumplen con su deber de testimoniar.

    El Gobierno Nacional, consciente de esta responsabilidad como grave deuda del sistema democrtico, incluyendo la administracin de justicia, no se desentiende de la necesidad de prestar asistencia y proteger la salud fsica y mental de dichos testigos.

    Al dar cuenta de esta experiencia de cam-po que paralelamente obliga a ir elaborando el instrumental de abordaje frente a una situacin indita, conlleva una necesaria reflexin que obliga a adentrarse en su intertextualidad, que nos coloca en planos necesariamente simult-neos en tanto convergen en esta situacin, pero que corresponden a distintos rdenes tempora-les, a diferentes quehaceres y a hermenuticas diferenciadas.

    El testigo ex desaparecido

    Quiero en este trabajo, focalizar la mirada en el testigo ex detenido-desaparecido, que en la tipologa de los testigos, aparece como

    el testigo esencial, con su narracin especu-lar. Aqul que puede introducir un rayo de luz en la tiniebla del horror y verbalizarla con el alto costo que tiene para s y para su entor-no.

    Acto que implica un volver su cuerpo y su mente hacia atrs e interpelarse a s mismo en voz alta en un espacio pblico, haciendo par-tcipe a los dems, de lo que de por s forma parte de los recodos y pliegues ms personal-simos e ntimos de su padecimiento. La super-posicin del pasado y el presente: el mundo concentracionario y la condicin de testigo-vctima, el contexto del terrorismo de Estado y su representacin hoy -esencializada en Julio Lpez y las incesantes amenazas a todos ellos- en lo que va del horror vivido al miedo incierto de la represalia actual.

    Al mismo tiempo, la violencia del recuerdo de su experiencia lmite del horror y la deshu-manizacin, junto al peso del mandato adqui-rido con los que no sobrevivieron, tensiona la necesidad narrativa ese dar testimonio- desde la perspectiva del rol instrumental de la prueba en un proceso judicial, convertido en una in-eludible potenciacin de los efectos que aque-llos padecimientos producen en su salud men-tal y fsica. La obligacin de recordar, contra-puesta a la necesidad cotidiana de olvidar para no quedar atrapado de por vida en el campo de exterminio, como en un laberinto carente del hilo de Ariadna, aparecen as, dialctica-mente contradictorias.

    Lgicamente la compleja temtica del tes-tigo sobreviviente de los campos clandestinos nos introduce en otras perspectivas, que son algo ms que escorzos o miradas diferentes de una misma realidad. El papel del testimonio ha sido preocupacin filosfica al menos desde Platn y Aristteles, y la cultura judeo-cristia-na lo ha convertido en sustento proftico de la verdad religiosa.

    A su vez, el desarrollo del derecho, la limi-tacin del poder, las reglas del proceso judi-cial, la carga de la prueba y el razonamiento crtico como metodologa de elaboracin de las sentencias, atribuyen un sistematizado pa-pel al testigo en el juego de roles del proceso judicial, donde la citacin para ese fin es una carga pblica.

  • La genealoga del juicio a los represores

    El contexto histrico-social, la construccin colectiva de la memoria, y el combate de inte-reses representados por los actores judiciales -bsicamente entre acusados y acusadores- desmiente la pretensin judicial enunciada por el procesalista Francesco Carnelutti de que lo que no est en el expediente est fuera del mundo judicial, y desnuda el papel del pro-ceso criminal, como arbitraje-legitimador de un conflicto ms general, inmanente, que la sociedad mayoritariamente construye con el peso de su axiologa, previa, durante y poste-rior a su tratamiento en los estrados judiciales.

    Ello hace necesario formular algunas re-flexiones e hiptesis en primer lugar de lo que est fuera de estos procesos judiciales por cr-menes de lesa humanidad, pero que lo integra en tanto remite a situaciones y experiencias po-ltico sociales que en su contradanza antagni-ca se corporizan como un aparente conflicto intersubjetivo, entre el reo-represor y sus vcti-mas convertidas en testigos de cargo, quienes son los nicos que poseen la verdad esencial de lo vivido, aunque su posicin se ha tornado diferente: el otrora dueo de los cuerpos y la vida de sus vctimas, est sentado en el ban-quillo de los acusados y mientras que aquellas personas cosificadas con sus capuchas y grille-tes, y sometidas a su infinita deshumanizacin por aqul, reaparecen en un acto restituyente de su identidad y de su condicin humana que les negara tras un nmero sustitutivo del nom-bre y el tormento brutal.

    1. El testigo ex detenido-desaparecido y las caracterizaciones conceptuales

    No puedo ocultar mi resistencia a la ge-neralizacin conceptual del testigo ex deteni-do-desaparecido, simplemente como testigo-vctima y la de su proceso vivencial narrativo de lo vivido en el campo, como revictimiza-cin. Ambas categoras, han sido impuestas por la ciencia del derecho y por la psicologa, y si bien son correctamente descriptivas desde ambas miradas cientficas, sin embargo, como representacin significante, ofrecen reparos ideolgicos.

    El trmino genrico de vctima referido al

    ex detenido-desaparecido nivela sin gradacin a todas las vctimas, las que en el caso judicial denotan a todas aquellas personas que han su-frido un menoscabo a travs de la comisin de un delito. En este tipo de procesos, la condicin de testigo vctima va desde aqul familiar que quiso impedir el secuestro y fue golpeado con saa para apartarlo, hasta a quien lleg a estar cuatro aos secuestrado, por ejemplo, en el centro clandestino de detencin y extermi-nio (CCDE) de la ESMA. (Originariamente en el tiempo, las organizaciones de derechos hu-manos utilizaban el trmino de afectados en lugar de vctimas, tal vez ms apropiado, pero el participio del verbo afectar, tambin genera-lizaba los distintos tipos de afectados, llegando al mismo resultado insuficiente).

    La generalidad de la conceptualizacin, por la opacidad del concepto, cuando se trata de sobrevivientes de los centros clandestinos, termina siendo involuntariamente piadosa con el criminal juzgado, al licuar el registro de la historia. El lenguaje as, oscurece la realidad y rompe la relacin entre el significante y el sig-nificado. Impide ms all de los buenos pro-psitos- la correcta representacin simblica: decir simplemente testigo-vctima, carece de la contundencia de llamarlo por su verdadera condicin: testigo ex detenido-desaparecido. Esta ltima, adems, remite a otros anclajes de la memoria: al centro clandestino de deten-cin y exterminio y a los millares de detenidos desaparecidos, no aparecidos y asesinados y a las luchas sociales donde aquellos estaban insertos al momento de su secuestro.

    El mero sealamiento del ex detenido-des-aparecido como testigo-vctima, (aunque se corresponda con la relacin subjetiva con su o sus verdugos) sin explcita mencin a su condi-cin de ex prisionero de un centro clandestino, disfuma el sentido del mundo concetraciona-rio como actitud feroz y brutal- eminente-mente poltica que busca destruir a partir de la reproduccin del modelo del campo, el disci-plinamiento y dominacin del conjunto de la sociedad que saben mayoritariamente adversa. No debe producirnos escozor el uso del tr-mino poltico para caracterizar la motivacin del terrorismo de Estado, puesto que el intento de exculpacin de sus autores escudados en el supuesto bien pblico que perseguan,

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    cae ante la comisin de delitos de lesa huma-nidad masiva y sistemticamente ejecutados con ferocidad y alevosa, por parte de agentes del Estado, que convierten aquel abyecto plan poltico y econmico de dominacin, en gra-vsimos delitos imprescriptibles, que deben ser juzgados como tales.

    En pginas esclarecedoras, el filsofo Alain Badiou, ha criticado la categora aparente-mente objetiva de vctima, que convierte en natural dicha condicin en relacin al pade-cimiento, ya que al sustraerle su condicin po-ltica, no hay otro mvil visible que el sadismo del verdugo, el goce del sufrimiento infligido por el sufrimiento mismo.

    Sostiene Badiou:() el estado de vctima, de bestia su-

    friente, de moribundo descarnado, asimila al hombre a su subestructura animal, a su pura y simple identidad viviente () Ciertamente, la humanidad es una especie animal. Es mor-tal y predadora. Pero ninguno de estos roles pueden singularizarla en el mundo de lo vivo () es siempre por un esfuerzo inaudito, sa-ludado por quienes son testigos de ese esfuer-zo, que provoca un reconocimiento radiante, como una resistencia casi incomprensible, en ellos, de aquello que no coincide con la iden-tidad de vctima. Ah est el Hombre, si nos ponemos a pensar: en lo que hace, como dice Varlane Chalamov, una bestia resistente de otro modo que son resistentes los caballos, no por su cuerpo frgil, sino por su obstinacin a seguir siendo quien es, es decir, precisamente otra cosa que no una vctima, otra cosa que un ser-para-la-muerte, y por lo tanto: otra cosa que un mortal.

    La capacidad del detenido-desaparecido para no responder a los mandatos del terror, para no conformarse en ser vctima, no debe ser excluida del anlisis; ya que, en la exclu-sin de la nocin misma de la opresin y de la naturaleza poltica de los cuerpos resisten-tes, desaparece tambin la condicin poltica emancipadora de esa resistencia opuesta. As recupera el detenido-desaparecido su condi-cin de sujeto y no como simple expresin categorial.

    Los represores terroristas de Estado percibie-ron este carcter resistente, de cuerpos ofensi-vos, y trataron de destruirlos en una lucha que

    estaba ms all o ms ac de la muerte en palabras de Massera (2-ll-76). Enseanza del sistema de produccin del Holocausto aplica-da por los constructores del Estado terrorista argentino, el dominio producido sobre la so-ciedad en su conjunto con el mecanismo sis-temtico de la desaparicin, produjo el poder absoluto de la vida y la muerte, bajo la utiliza-cin del modo privilegiado del terror que im-plica el ocultamiento de los cuerpos vivos y de los cuerpos muertos. Ocultamiento que halla su eficacia a condicin de dar a ver ese poder. Se trata del especfico modo de procedimiento genocida, de ocultar a la vista de todos como con admirable precisin ha sealado en un an-terior trabajo Fabiana Rousseaux.

    Es que sera una simplificacin, pese a su poltica masiva y sistemtica de exterminio, reducir su caracterizacin a una mquina de matar. Fue eso sin lugar a dudas, pero tam-bin, en su fin ltimo, un sistema de domina-cin y control absoluto de la sociedad, donde la muerte el crimen horrendo, previa tortura, seguido de la desaparicin de los cuerpos- fue el instrumento eficiente y multiplicador para aniquilar en sus efectos expansivos toda re-sistencia o contestacin social (recordemos la imagen de Len Rozitchner: para destruir el cuerpo social, haba que destruir los cuerpos individuales). Y precisamente, su efecto disci-plinante, exiga que trascendiera lo que ocurra en el campo ms all de sus muros.

    De all tambin la necesidad de que hu-biera sobrevivientes entre las vctimas, cuya liberacin asegurara su trascendencia exterior, aunque tambin la existencia de aquellos res-ponda a otra lgica entrecruzada: la del me-sianismo envanecido; si su nica capacidad de decidir era la de matar, no podan sentirse ms que semi-dioses. Ser Dios como les gus-taba calificarse a los oficiales de los Grupos de Tareas- implicaba la posibilidad de decidir no slo la muerte, sino la vida. Tampoco se trataba simplemente de matar a los que no se doblegaban y dejar vivos a los colaboracio-nistas, puesto que esa prctica mecanicista les restaba condicin de omnipotencia, ya que en ese caso era la propia vctima quien elega su camino. Ser Deidad implicaba el ejercicio de la arbitrariedad: para ello, disponer la con-tinuacin de la vida de aquellos cuya rebelda

  • no haba sido quebrada, era tan indispensable como la muerte de prisioneros cuya integridad no haba resistido las torturas, y haba sucum-bido a las exigencias de colaboracin.

    Para que esa transmisin extramuros fuera eficaz en la construccin de los crculos am-pliados de la dominacin social, era adems indispensable, la liberacin de ex detenidos-desaparecidos que no hubieran producido una ruptura con su ideologa y su propia historia personal, lo que legitimaba la veracidad de la narracin de lo vivido y sufrido. Alguien pue-de preguntarse si aquello no era peligroso, tal como se est viendo en los juicios del presente, para la impunidad posterior de los represores que ordenaban su libertad. La respuesta es casi obvia, aquellos genocidas ensoberbecidos, ja-ms se imaginaron derrotados y dando cuenta de sus actos ante la justicia democrtica.

    Para los que disearon el modelo del Esta-do terrorista, cada cuerpo del detenido, de la detenida, les recordaba que no eran simples vctimas, sino, como seala Badiou, cuer-pos polticos, posicionados no al interior del campo clandestino sino en el espacio social. Por eso haba que destruirlos a todos, a la gran mayora mediante el asesinato seguido de la desaparicin de sus restos, y a los menos des-truyndolos psquicamente, y conservndolos vivos como memoria viviente de lo que les sucede a quienes osan desafiar el orden de do-minacin.

    Se equivocaron los terroristas de Estado, ni los desaparecidos asesinados simplemente dejaron de estar como afirmaba Videla, sino que adquirieron una inconmensurable fuerza identitaria, ni los desaparecidos sobrevivientes se dedicaron a recorrer el mundo, practican-do un victimismo tendiente a despertar la con-miseracin y el gesto piadoso, mediante una exposicin ritualizada de su sufrimiento, que en su envs ratificara el carcter victorioso y a modo aleccionador, la capacidad repetitiva del modelo concentracionario. Por el contra-rio, desde hace ms de treinta aos, vienen ha-ciendo un sealamiento de los represores bus-cando su condena por la justicia y ayudando a crear la memoria histrica de lo sucedido para que nunca ms vuelva a suceder.

    Entender esto, podra hacerle comprender a los genocidas, cmo, despus de conside-

    rarse los victoriosos triunfadores de la Tercera Guerra Mundial, hoy han quedado reducidos a luchar por no terminar sus das en el penal de Marcos Paz, sino en el arresto domiciliario, situacin exteriorizada por Bussi llorando en audiencia pblica por su poder perdido.

    En sntesis, s, los detenidos-desaparecidos son vctimas, pero como sobrevivientes de una experiencia lmite cargada de significados, que debe ser sealada toda vez que se haga alusin a los mismos.

    Igualmente debo explicar, como he adelan-tado, mi observacin al uso del trmino re-victimizacin, ampliamente generalizado por los operadores en derechos humanos, para ex-presar el estado de alteracin y desestabiliza-cin emocional que inexorablemente conlleva tener que reproducir en su testimonio judicial lo sufrido por s y por los restantes cautivos, en el proceso llevado a cabo por sus verdugos, tendiente a la destruccin de la identidad y dignidad humana en el campo clandestino.

    Mi objecin a calificar como re-victimiza-cin el efecto de comparecer al juicio de los testigos ex detenidos-desaparecidos, est en que decir volver a victimizar da, aunque ello no es el efecto buscado con tal conceptualiza-cin, dos ideas equivocadas: la primera y ms grave es que la originaria victimizacin propia de la condicin de detenido-desaparecido, ces con su aparicin y puesta en libertad. La segunda que el testimoniar tiene el mismo re-sultado que haber estado en el campo clan-destino.

    En cuanto a la primera idea equivocada que se transmite con tal conceptualizacin al receptor desprevenido, es que ha existido un corte temporal entre la victimizacin represiva del campo, y el hoy, donde aquella victimiza-cin retorna consecuencia del saber que de-ber testimoniar y por el acto en s de hacerlo, mediante la rememoracin de lo sufrido.

    Frente al concepto revictimizar, aunque lo usen por la amplia difusin del concepto, los profesionales de la salud mental conocen que contradice su propia verificacin clnica: en su funcin de analistas y terapeutas saben que los ex detenidos-desaparecidos llevan indelebles las marcas de lo vivido, como vctimas agudas de una situacin que nunca llega a ser pasado

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    y que los acompaa a lo largo de su existen-cia post-campo. Mucho ms que huellas que quedan como marcas de una historia. Aquello que expresivamente he escuchado decir a un sobreviviente de Auschwitz: Uno no termina nunca del salir de aquel infierno. Cualquier episodio, hasta el ms inocente acto cotidiano, puede tener en un instante el efecto regresivo del juego de la oca: hacerlo retroceder hasta el campo clandestino.

    Reparemos en los dichos de una ex desapa-recida del campo de La Perla: Ana Mohaded, docente de la Universidad Nacional de Crdo-ba, que en un trabajo, Relatos de no ficcin, incluye bajo el ttulo de Volver a los 17, su experiencia por tratar despus de los cincuen-ta de reconciliarse con aquella imagen juvenil que atraa las miradas masculinas, decidindo-se no sin vergenza, a concurrir por primera vez a un instituto de belleza:

    () Unas jovencitas fisioterapeutas () me condujeron a una sala blanca iluminada con camillas, sbanas blancas toallas, lustro-sos aparatos con teclado y pantallas de cdi-gos binarios. Acostada me pusieron unas fajas negras en los gemelos, otras en los cudriceps y unas terceras en las caderas. Dentro de ellas, cerradas con abrojos, agregaron unas almoha-dillas humedecidas con un lquido anticelul-tico y algo ms (son multifuncionales). En mi-nutos ms formara parte de ese mundo al que siempre haba mirado con sorna. ()

    La seorita me avis que sentira un cos-quilleo, cuando el aparato empezara a trabajar con un efecto de drenaje linftico, y no re-cuerdo que otra cosa () Ahora le subo para que empiece a actuar, dijo la chica. Y se me acabaron las especulaciones. Una sensacin terrible me sacudi desde el ncleo mismo del cuerpo, desde el fondo del alma, en el punto en que la carne est cruda y con sangre no entenda nada

    Qu era eso? Las lgrimas me desborda-ron.

    Todo se mezcl de golpe. Las fajas negras, las correas que me ataban en la tortura; la ca-milla con sbanas blancas, la cama de hierro a la que me amarraban desnuda. Por favor saca-me esto! Un sollozo incontrolable, irracional, que no lo vi venir, me atropell sin poder disi-mularlo. Par eso, por favor! La sala limpia e

    iluminada no era el campo de concentracin, no estaba en La Perla, lo saba, pero de pronto me haban llevado de los pelos, arrastrndome como haca treinta aos, a la picana elctrica. Las chicas de guardapolvo celeste me miraban sin entender, yo senta en alguna dimensin que ellas no vean- a Barreiro, Manzanelli, Ver-gara, al Chuvi, saltando una danza macabra con los cables pelados, gritando Casas! Citas! (qu te pasa, ests bien?) Danos casas! Citas! Dale, metele ms. A estos subversivos hijos de puta los matamos a todos (ya la apagu que-rs que te ayude a sentarte?). Me muero. Los cables pelados en el pecho lastimado, en la cadera agujereada, en las piernas quemadas. (Quers un vaso de agua?). El cimbrn viene del centro del cuerpo, la electricidad me atur-de, me rompe por dentro, como si un auto a gran velocidad me chocara internamente des-de los brazos a los tobillos, machucndome. Me muero. (Quers que llamemos a un m-dico?). Paren que se nos va. Par. Dejala aho-ra. Despus seguimos. (Las lgrimas tengo que esconderlas).

    Ests bien? S. Estoy aqu. Tres o cuatro jovencitas a la vuelta. S gracias. No es nada. Ya se me va a pasar. Perdn. Voy al bao. Qu boluda! Qu les digo? Con qu cara me mi-raban ()

    Sal despacito, pensando y queriendo en-tender lo que me haba pasado. Me acord de un tipo que daba un curso del PNI (Pro-gramacin Neuro-Lingstica) que me dijo el cuerpo tiene memoria, para explicar que si uno aprende a bailar, a nadar o a manejar sin ejercitarlas, esos datos quedan como hue-llas, marcas que estn all, y aunque pase mu-cho tiempo aparecen si se las llama por algo. Aunque no las pensemos, aunque no seamos conscientes de un orden racional, el cuerpo reacciona trayndolas.

    Atravesada por un viejo dolor osamental, otro memorial, y otros ms por las actualiza-ciones irreversibles de ellos, me fui caminando a la reunin del Consejo. Al final no llegu. Me qued sentada frente al Pabelln Residencial, en una lomadita que permite mirar lejos ()

    Imputar a la condicin de testimoniante el carcter revictimizador, soslaya operar sobre la concientizacin del acto con respecto al testi-go, en lo que tiene de reparador de su dignidad

  • humana avasallada y el restablecimiento de un orden moral: el reconocimiento de sus padeci-mientos por el rgano especfico del Estado (el Poder Judicial) y la condena de los criminales responsables de aquellos delitos de lesa huma-nidad.

    Es preciso rescatar ante el ex detenido-desaparecido la importancia de la reparacin simblica del acto judicial de la sentencia, sustentado en la credibilidad de su testimo-nio, sabiendo de todos modos, que ste no devuelve la vida a los asesinados ni borra los padecimientos sufridos por el testigo, pero que adquiere un carcter esencial de restablecer principios lgicos, ticos y jurdicos, referidos al mundo concentracionario, que restituyen su centralidad a la razn asaltada, suspendida por la impunidad de que han gozado hasta el presente aquellos genocidas. De lo contrario, si se lo visualiza como un acto revictimizan-te o como un simple ajuste de cuentas, la desproporcin entre la dimensin del crimen colectivo, con la sancin posible, neutraliza el efecto reparador de la sentencia y aumenta la desazn y la frustracin del testigo-vctima so-breviviente del campo de exterminio.

    2. Los protagonistas del proceso penal

    Ni uno, el ex represor, ni el otro, el ex se-cuestrado, ms all de su voluntad pueden torcer el papel histrico que les correspondi en el momento de los hechos (ex represor y ex secuestrado, considerados desde la temporali-dad que los conjug hace ms de tres dcadas en el lugar concreto represivo, no desde sus identidades sustantivas, que trascienden toda finitud).

    Tampoco pueden evitar las consecuencias histricas del destino prefijado voluntariamen-te por cada uno en el tiempo previo a que la realidad los pusiera vis a vis, aunque en una re-lacin opuesta y absolutamente desigual: la del verdugo, formando parte de las estructuras re-presivas estatales asumiendo una prctica ma-siva ilegal, y las de sus futuras presas inermes, con la asuncin de un compromiso poltico social. No fue la moira griega, un destino inelu-dible, que los llev por esos derroteros, sino un acto volitivo o si se quiere, un impulso vital e ideolgico, propio de su visin del mundo.

    El uno en ser un represor, el otro en ser un ciudadano comprometido con una realidad que cuestionaba como tal y que deseaba cam-biar con su prctica social.

    Ambas determinaciones tenan sus riesgos objetivos, aunque no fueran percibidos en aquel tiempo. La del represor, la de llevar en-cima y de por vida su condicin criminal, y la posibilidad de tener que dar en algn mo-mento cuenta de sus actos y recibir las sancio-nes penales del orden jurdico avasallado. Las de los hombres y mujeres que se convertiran en vctimas, precisamente los riesgos de ser-lo, y arrastrar de por vida sino la perdan- las marcas imborrables de su paso por el mundo concentracionario en su condicin de ex dete-nidos-desaparecidos aparecidos.

    As se prefiguraron las dos identidades esen-ciales que forman parte de su recorrido vital: la del represor y la del militante (en todas las va-riantes de su compromiso social), aunque en el presente slo expresen conductas del pasado. Su presencia conjunta hoy, en el proceso judi-cial especfico, dependi de una circunstancia fctica operada en un instante y que podra o no haber sucedido: la captura, vista desde los ojos del represor, la cada, desde la mirada de la vctima. Pero a partir de este acto contingen-te, ambas identidades esenciales devendrn en el centro clandestino de detencin y extermi-nio, en el comienzo del acto significante que los determinar por el resto de sus existencias: la condicin de verdugo concreto de aqul y la de vctima concreta del secuestrado. Las que en el presente se expresan, en el caso del represor en su calidad de acusado procesado judicialmente y la de su presa de entonces, en la de querellante o testigo de la acusacin. No son roles ficcionales puesto que la presencia del acusado y sus acusadores en el proceso judicial aparecen recprocamente necesarias, porque inicialmente hubo un acto contingente, la captura de las vctimas y a partir de all, ste y otros acusados fueron culpables de innume-rables iniquidades y hechos atroces cometidos contra ellas.

    Estas presencias constitutivas del campo, contingentes en su subjetividad, no lo son en la elaboracin de ambos prototipos. Hay un largo trabajo de formacin de los verdugos y de la tcnica concentracionaria, que conlleva tam-

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    bin una paciente construccin de la vctima: el detenido-desaparecido, a partir de la cons-truccin del otro negativo al que se elimina por la va concentracionaria (Feierstein). Si bien el terrorismo de Estado se escuda en la metfo-ra del subversivo, Videla, en dilogo con los periodistas, puso en su momento, las cosas en su lugar: Un terrorista no es slo alguien con un revlver o una bomba, sino tambin aqul que difunde ideas contrarias a la civilizacin occidental. Con esta definicin gran parte del cuerpo social caba por las puertas de los cen-tros clandestinos. Bastaba con descorporizarlos en su humanidad, previamente, apelando a la biologa microbitica, definindolos como el germen de una enfermedad, una infeccin contagiosa que era preciso extirpar, etc.

    Claro est que la situacin al interior del centro clandestino era muchsimo ms com-pleja que el discurso externo justificador. No hay campo sin verdugos, pero tampoco hay campo sin prisioneros. Ambas identidades fue-ron insustituibles, en la construccin del sujeto colectivo campo. La singularidad del ver-dugo queda expuesta ante el prisionero, pero tambin la singularidad de ste, lo hace frente a aqul, de distinta y opuesta manera de expo-nerse ante el otro, porque lo que los diferen-cia, precisamente es su singularidad sustancial irreductible. Ahora bien, la pretensin de au-tenticidad de ambos tiene escenarios diferen-tes. La del verdugo represor, se expresa en la exterioridad de su brutalidad asumida; la del militante prisionero, en su integridad interior que exige el disimulo con su pasividad exter-na, como condicin de supervivencia y que se comunica a los otros prisioneros en seales de resistencia, que por ser comunes a ellos, son inequvocas e indispensables para atestiguar el necesario juego de roles, donde deben pagarse las consecuencias que se asumen.

    La lucha contra las marcas indelebles del campo de exterminio: la memoria de los cuer-pos

    Cuando se habla de marcas en trminos psicolgicos, no se refiere a los rastros fsicos del paso por el campo; por otra parte, y tras ms de tres dcadas, no hay habitualmente he-ridas cicatrizadas y visibles de las muecas y

    tobillos otrora lacerados por las esposas y gri-lletes, tampoco hay nmeros grabados en la piel como en los campos nazis, tal vez slo una herida de bala que dej su huella al cap-turarlo.

    Son otras las marcas de referencia y estas s tienen el carcter indeleble. Si la persona humana es la sumatoria de su cuerpo y su psi-que como una entidad indivisible, las marcas psquicas son tambin parte del cuerpo maltra-tado, vejado, violado, del prisionero ex dete-nido-desaparecido. Aquellas marcas psquicas se traducen no slo como dao en su salud mental, sino tambin en el funcionamiento de los cuerpos desgastados por lo sufrido que da lugar a enfermedades crnicas, o algunas es-pecficas de aquellas somatizaciones. La cultu-ra occidental tiende a establecer una dualidad en la concepcin del cuerpo en relacin a la persona humana. Por eso es habitual decir mi cuerpo como si la identidad personal estuvie-ra ms all de l. Por el contrario, la valoriza-cin del cuerpo en las ltimas dcadas acen-ta esa unidad.

    Las marcas o huellas i nternalizadas, toda vez que alguna situacin opera como dispa-rador en el inconsciente del detenido-desapa-recido, afloran con el efecto reminiscente de una de las formas especficas del padecimiento sufrido, resultando incontrolables o exigiendo un enorme esfuerzo para su control.

    El cuerpo de los secuestrados es el primer dominio que los represores obtienen en el cam-po, con su captura y precisamente es a partir de l y de la utilizacin de la produccin de dolor como arma, que se busca el dominio de la vo-luntad del detenido-desaparecido, tratando de quebrarla, en un proceso sin lmite de tiempo. Concluida la premura primera por extraerle informacin, se iniciaba en plano ms pro-fundo el modelo desintegrador con cada uno de sus actos reglados, pautados, estudiados y practicados (a veces en distintos momentos y territorios: en Argel, Vietnam, Escuelas de las Amricas de Estados Unidos o en las propias estructuras represivas argentinas). La ESMA y La Perla son los modelos ms acabados que conocemos, por la existencia de un mayor n-mero de sobrevivientes, aunque ste es exiguo en relacin a la cantidad de seres humanos de-tenidos-desaparecidos que pasaron por ellos.

  • La gran angustia y desesperacin de cada detenido-desaparecido fue, dentro del campo, no poder comprender en su totalidad la lgi-ca concentracionaria, de modo de ajustar su conducta a una previsibilidad de los actos de los represores. Estos muchas veces eran deli-beradamente contradictorios: a una sesin de tortura feroz, poda seguir reunir a los prisio-neros para escuchar misa o asistir a la exhibi-cin de una pelcula comercial en el mismo lugar. El hecho de que cada prisionero tuviera un dueo de su vida, el oficial a cargo, que ora se mostraba inflexible, ora comprensivo, era un elemento permanente de desestabiliza-cin.

    Cada da, el detenido-desaparecido deba, consciente o inconcientemente, elegir objeti-vamente tres opciones de conducta: la heroi-ca, que ineluctablemente provocara su rpido asesinato; la resistente pasiva aceptando ser mano de obra esclava; y la del colaboracionis-mo activo. Dnde estaba el lmite difuso de cada una de ellas en esta triloga, entre la tica y la salvacin? Ni siquiera el colaboracionismo activo aseguraba la vida, como ya he seala-do.

    Por otra parte, el detenido-desaparecido no tena la cosmovisin del campo, slo una mirada acotada. Imposible saber qu pasaba ms all de s. Careca del dominio de los he-chos globales en el prisma de percepcin de lo que ocurra. Esa visin fragmentada le impeda posicionarse frente a la realidad concentracio-naria. La que adems tena condicionamientos que el prisionero no poda prever (por ejem-plo, un atentado externo contra un jefe militar, pona en peligro grave la vida de quienes es-taban cautivos, como sucediera en la Masacre de Ftima, con el asesinato masivo de prisione-ros como escarmiento).

    Entre la perversin del modelo, su angustia permanente, la vergenza de la propia degra-dacin fsica a que era sometido, y el sufri-miento psquico no slo propio sino el de sus compaeros de horror, no es de extraar que a poco la anomia fuera ganando a muchos de ellos.

    El aislamiento creaba el efecto del subma-rino, la realidad se haba acotado a ese hbitat del horror: era el dominio cerrado de los repre-sores, donde los valores del prisionero sufren

    tambin ese condicionamiento. Al ingreso, to-dos los represores son la encarnacin del mal. Luego, la contingencia cotidiana, lleva distin-guir entre los verdugos, a los malos y a los buenos. Un pequeo gesto de humanidad, capaz de devolver por un instante la condicin humana negada, hace que el prisionero genere una corriente de empata con ste o aqul de sus carceleros, por encima de las responsabili-dades colectivas de todos ellos.

    Ello tambin complejiza las relaciones en el campo, que superan la dicotoma hegeliana de la relacin amo-esclavo y que en algunos sobrevivientes es vivida tras el fin del cautive-rio con el peso de la culpa. Ella se potencia como elemento desestabilizador a la hora del testimonio judicial, como el fin del largo pro-ceso de devolver a todos los represores su in-soslayable condicin de asesinos.

    Esa culpa especfica, que no est referida a ninguna forma de colaboracionismo poltico-represivo en las relaciones interpersonales en el campo, ha atormentado el post cautiverio de algunos sobrevivientes y en la tarea pro-fesional de acompaamiento y contencin es preciso tenerlo en cuenta, para poder pasar del concepto generalizador de ex prisionero dete-nido-desaparecido, al particularizado de cada historia de vida en el campo de detencin ile-gal, incorporando las claves para comprender la produccin de la angustia.

    En estos treinta aos de dilogo personal con los sobrevivientes he escuchado narracio-nes que destruyen todo esquematismo.

    En todos los casos no se debe perder de vista, que la condicin de cautivo no fue que-rida por ningn prisionero, que todos ellos son vctimas, en el amplio arco que tiene en un extremo al hroe pico y en el otro al traidor a s mismo (aqul que pasara al ban-do represor, negando su propia historia), pero que se compone en la curvatura del arco, de millares de hombres y mujeres, puestos en las mayores y constantes lmites a que puede ser sometido un ser humano y que recorrieron ese camino bajo la sombra de Tnatos, como una patrulla perdida pero sin voluntad de ca-pitular sus pulsiones de vida, luchando contra una anomia ad nauseam, en el medio de la crueldad de un escenario inimaginable desde la razn.

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    El escenario judicial y la dinmica del pro-ceso judicial

    El juzgamiento de lo sucedido en una po-ca a travs de una situacin planificada de mltiples hechos sistemticos, fragmentadas en cientos de procesos, no busca alcanzar la verdad en tanto conocimiento absoluto, busca s la representacin convincente de la realidad de lo ocurrido, como verdad simbolizada que exige ser descifrada. En dichos procesos, el tes-timonio de las vctimas sobrevivientes cumple un rol central, que transmite la produccin de sentido, que trasciende el acontecimiento rela-tado. El eco del testimonio es el desplazamien-to de sentido, que mediante el mecanismo de la repeticin de situaciones, de secuencias de acontecimientos narrados, hace comprensible el conjunto. El tiempo del relato es el tiempo pblico del proceso, pero a su vez, tiene una intra-temporalidad que une el pasado, el pre-sente y el futuro.

    El testimonio comenz en el campo de ex-terminio expresado en la voluntad de sobrevi-vir para dar razn de lo sucedido, y no conclu-ye en el procedimiento judicial, se integra en la construccin de la memoria histrica, como producto colectivo con proyeccin de futuro.

    Adems, hoy es posible esta normaliza-cin de situaciones, yendo de la casustica a la generalizacin, porque la poca en que su-cedieron los hechos, ya ha sido globalmente condenada por el consenso mayoritario de la sociedad, precediendo al juicio legal.

    La hermenetica testimonial

    La prctica criminal sistemtica del Estado terrorista argentino, fue construida a la sombra de Auschwitz: instrucciones regladas, similares al contenido de los decretos nazis de Noche y Niebla legalizando el terror clandestino, los campos de concentracin, el proceso sistmi-co de destruccin de la condicin humana de las vctimas como una suerte de ritual expia-torio a que las sometieron y la produccin de la muerte con el asesinato final de millares de secuestrados, forman parte de nuestra historia an reciente y en carne viva. Donde lo oculto e ilegal es la regla perversa, la probanza se tor-na siempre limitada por cuanto la vctima-testi-

    go carece de la visin de conjunto totalizadora del mundo concentracionario. Muchas veces no hay otras pruebas que su propia palabra.

    Pero tambin el testigo ex detenido-de-saparecido tiene otras limitaciones narrativas de igual gnero que los sobrevivientes del Ho-locausto: no alcanzan todos y cada uno de los detalles materiales para transmitir lo vivido. No alcanza la suma de los dichos de todos los sobrevivientes. No hay forma de representar en nuestra mente la dimensin del genocidio per-petrado. No hay investigacin histrica ni judi-cial que pueda reflejar el dolor y el sufrimiento de millares de personas en el largo descenso a los infiernos, en su casi totalidad, camino a la solucin final, porque no es posible describirlo con palabras, an las ms precisas y exactas.

    Cmo reproducir los ayes y gritos desga-rradores en el silencio de la madrugada, pro-venientes de las salas de torturas, ni la intro-yeccin que ello produca en cada uno de los secuestrados? Cmo transmitir el efecto des-tructivo de ver retorcerse de dolor en sus con-vulsiones agnicas al prisionero del camastro contiguo, hasta fallecer sin atencin? Cmo socializar en el relato, el miedo y la angustia, escuchando los nmeros identificatorios de la lista de los que iban a ser traslados ese da, ca-mino de los vuelos de la muerte, y saber que a la semana siguiente, volvera a repetirse dicha escena? Cmo describir el dolor y la impoten-cia al escuchar las risotadas de los verdugos que violaban en conjunto a una prisionera? Cmo reproducir el llanto de una parturienta despidindose de su hijo recin nacido, apro-piado como botn de guerra, sabiendo adems, que all comenzaba su camino hacia la muer-te? Cmo explicar qu grado de negacin de la condicin humana implicaba para el prisio-nero verse obligado a hacer sus necesidades fisiolgicas en su propia ropa durante das, sin poder higienizarse? Cmo representar los olo-res nauseabundos del largo hacinamiento de los prisioneros? Cmo transmitir estas viven-cias lmites con palabras?

    Rara vez y no a travs de la oralidad judi-cial, sino en algn testimonio escrito a poco de salir del campo, sin la presin del deber ser narrativo, algn sobreviviente de los CCDE ha podido expresar con su lenguaje la situacin lmite del horror concentracionario.

  • Tambin hay otro tipo de limitaciones que se hacen palpables en el proceso: los lmites que le generan los interlocutores a la vctima, que sta ha verificado en estas tres dcadas de caminar acompaado por el carcter fantasmal de lo vivido. Estas vallas han ido empobre-ciendo su discurso narrativo, porque nadie o muy pocos, estn dispuestos a escuchar todo. Cmo hacer, para lograr el odo atento para receptar an en la insuficiencia de su relato de lo sufrido, aquello que se torna insoportable de escuchar y que no sea considerado con li-viandad como un golpe bajo que agrede las conciencias impolutas?

    Por ltimo, los ex detenidos-desaparecidos tambin se han autoimpuesto en sus relatos omitir los detalles de las torturas y padeci-mientos a otros prisioneros, que finalmente no conservaron sus vidas, por respeto al dolor de sus familiares, pero que integran su memoria imborrable.

    Creo necesario apuntar aqu, adems de lo dicho, una ajustada observacin de Ana Lon-goni en su trabajo Traiciones, aunque ello no implica compartir la generalidad de la perspec-tiva de esta autora: la palabra del sobreviviente, estorbaba y lo sigue haciendo, en la medida que su relato presentaba un panorama mucho ms complejo que el del mito heroico.

    En el interlocutor, hacerse cargo de esa complejidad, exige el esfuerzo intelectual y emocional de, al menos por un instante, trans-poner los umbrales del centro clandestino. La lgica perversa del mundo concentracionario es imposible de percibir desde una exteriori-dad.

    El juicio como disputa histrica

    Jacques M. Verges, el clebre abogado fran-cs, que a lo largo de los aos lamentablemen-te fue abandonando su compromiso tico en aras de una objetivacin del rol profesional del abogado defensor, en un brillante trabajo anterior, a fines de la dcada de los `60, ele-v a categoras tericas las distintas estrategias judiciales en los procesos originados en situa-ciones polticas.

    Segn Verges, hay dos grandes divisiones en las estrategias en juego en este tipo de pro-cesos: la de los juicios de connivencia, por un

    lado y por otro, la de los juicios de ruptura. Corresponde a la defensa del o los imputados, la determinacin de uno u otro carcter.

    Procesos de ruptura y procesos de conni-vencia no son sino esquemas. Nunca es fatal la ruptura, raras veces es perfecta la connivencia: jams hay resignacin sin mcula de rebelda.

    Todas las caractersticas de los procesos de connivencia estn dominadas por la necesidad fundamental de respetar el orden establecido, el acusado se declara no culpable y niega los hechos, o bien, acepta la autora, y alega en su favor circunstancias excepcionales exculpato-rias.

    La ruptura trastorna toda la estructura del proceso. Los hechos pasan a segundo plano as como las circunstancias de la accin; en primer plano aparece bruscamente la impug-nacin total al orden pblico. En la mayora de los procesos de ruptura, la defensa persigue, ms an que la absolucin del acusado, sacar a luz sus ideas. El proceso de ruptura es abier-tamente poltico.

    Dos ejemplos de procesos histricos de ruptura son el de Scrates y el de Fidel Castro por el asalto al Moncada. El primero inicia su alegato diciendo:Varones atenienses estoy en estos momentos, muy lejos de defenderme a m mismo, aunque alguno tal vez lo crea; a vosotros estoy defendiendo!. Scrates prefiri la pena de muerte antes que pedir clemencia a un tribunal que no reconoca como tal. Fi-del Castro a su vez, tras hacer en su alegato el proceso a la dictadura de Batista, se hizo cargo de haber comandado el asalto al Cuartel del Moncada, con una frase que ya es parte de la memoria del siglo XX: La historia me absolver!

    Entre estos dos grandes modelos procesales de connivencia y de ruptura, la combinacin de sus caractersticas da lugar a varias subca-racterizaciones.

    La dinmica del proceso oral, con la inme-diatez pblica de su desarrollo, se traduce en un juego de inteligencia y de astucia donde querella y defensa tratan de derrotar a la otra parte, llevando al convencimiento del tribunal que la razn est de su lado y ms all de los argumentos convictivos de ambos alegatos, los dichos de los testigos resultan esenciales a la hora de la sentencia.

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    A la parte actora, es decir, al Ministerio Pblico y la querella, le corresponde el onus probandi, la carga de la prueba de la responsa-bilidad criminal de los juzgados en la causa.

    Los juicios a los terroristas de Estado en nuestro pas, no escapan a estas premisas. Forma parte de la lgica de los procesos por crmenes de lesa humanidad en la Argentina, que el reo frente a sus vctimas de entonces intente deslegitimarlas, quebrarlas emocional-mente, llegando a querer complicarlas con su propia criminalidad, hacindolas aparecer que estn vivas porque fueron colaboradores. Reproduce la lgica del terror donde lo natu-ral es la muerte y lo excepcional es la vida, lo normal es la desaparicin de los cuerpos y lo irrelevante la angustia durante dcadas de los familiares por saber, produciendo la profana-cin sistemtica de los sentimientos considera-dos sagrados por nuestra sociedad.

    Los abogados defensores, adems apelan a este tipo de argumentos, frente a la incon-trastable contundencia del testimonio de los ex desaparecidos por un lado, y por otro, para ocultar con el efectismo de la imputacin al testigo, su torpeza profesional manifiesta en la mayora de los procesos ya realizados.

    Ello, como parte del esfuerzo desembozado de intentar un contra-juicio a las prcticas po-lticas y sociales de sus vctimas, justificatorio de una supuesta guerra a la subversin me-todolgicamente caracterizada como guerra no convencional legitimando el crimen sis-temtico y masivo, calificado por estos como bajas en combate. Intento de traslacin por deslizamiento argumental de la responsabi-lidad histrica al testigo-vctima como causa eficiente del resultado muerte. Estos ex repre-sores, incapaces de un gesto de grandeza por otra parte inimaginable en sus almas muertas- de reconocer y dar detalles de sus acciones cri-minales entre ellos el destino de los cuerpos, si como dicen fueron necesarias y justas. Por el contrario, porque su envilecimiento no tiene lmites, dicho con palabras de Verges, en estos procesos de falsa connivencia o de ruptura no confesada, fingiendo aceptar la ley y la moral, e incluso defenderlas, demasiado prudentes para obrar al descubierto, cubren su rostro de hierro con la mscara de la ley para ocultar su condicin de criminales.

    De all que resulta esencial la comprensin previa de ello por el testimoniante para que llegue armado poltica y emocionalmente, sin esperar la pacfica anuencia de sus ex verdu-gos y de sus letrados defensores. Ser el testi-go-vctima parte esencial de un combate por la verdad y la justicia que se libra en los estra-dos, en el que no se discute el pasado sino el presente, porque la presencia de los represores como seres vivos y portadores del discurso de la muerte, da contemporaneidad al debate y lo que est en cuestin es la legitimidad o ilegali-dad de su obrar y de su repeticin, en funcin del futuro colectivo.

    No se trata de una actividad arqueolgica ni de una tarea de historiadores buceando en un pasado extinto. La historia est en dispu-ta desde el presente, es ahora cuando debe decidirse definitivamente qu escritura le da-mos a aquellos hechos y a sus protagonistas individuales y colectivos. Se busca poner fin a la coexistencia en el escenario nacional de presentes antagnicos, cuya razn del lado de quienes defienden la dignidad humana y los derechos fundamentales se asienta en su fuer-za en desplegar el pasado e iluminarlo.

    El tribunal no ha de historizar la tragedia, apenas si regar el suelo con una sentencia jus-ta, pero esto no es poco. Es el fin perseguido en treinta y cinco aos de lucha contra la impuni-dad. Hay juicios histricos (el de las Juntas, el de Menndez en Crdoba, el de Bussi en Tucu-mn, etc.), pero la Justicia no escribe la histo-ria, en todo caso la integra con sus decisiones, cuando estas consagran certezas especficas. La Historia y la Memoria son grandes frisos co-lectivos apropiadores de todos los elementos, los esenciales y los contingentes.

    Los testigos tienen adems una enorme ventaja respecto a los acusados. Actan con la verdad a flor de piel. Alcanza y sobra con ella. A ninguno se le pasa por la cabeza que debe sobreactuar (Qu sera sobreactuar hablan-do del horror? Es que acaso es posible imagi-nar algo peor a lo padecido?)

    Tampoco cabe la posibilidad de falsear los hechos. La verdad est marcada en sus propios cuerpos. Es parte de la memoria y de lo repeti-do hasta el cansancio en todos estos aos.

    El testigo narra su verdad como parte de la verdad total. Pero que nadie pida objetividad

  • y neutralidad al testigo; no es un observador ajeno a los hechos ocurridos en el campo. Est all porque su persona es la prueba viviente del horror y su compromiso con lo sucedido a los detenidos-desaparecidos es absoluto.

    Ello da una infinita superioridad moral: por-que a pesar de esta inevitable situacin de de-sestabilizacin emocional, el juicio a los repre-sores ofrece al testigo ex detenido-desapareci-do una oportunidad nica y ejemplar que es preciso destacar. No slo le permite ser parte del mecanismo de justicia que razonablemen-te con su aporte debe concluir en la sancin penal de aquel genocida. Es la primera y tal vez, la nica oportunidad de pararse frente a l y sostener su mirada, no desde su cuerpo apropiado y su voluntad negada, sino desde la dignidad del ser humano que en su presencia moral, contrasta con la indignidad de aquella bestia asesina que en s misma es la negacin de la condicin humana. Su voz ya no le per-tenece, est poblada de mltiples resonancias: por l hablan, recuperando su voz, los que no han sobrevivido. Es su narracin, pero tambin el relato de los otros. Y detrs de todos ellos, la Humanidad agraviada.

    El testigo ex detenido-desaparecido a la hora de dar su testimonio, siente que su relato debe ser algo ms que el ser parte del mecanis-mo acusatorio de un sistema de justicia y casti-go respecto al acusado? En otras palabras, hay una interpelacin subyacente sobre su propia conducta, que lo hace sentirse en la necesidad de dar socialmente cuenta?

    Me atrevera a decir que en parte s, pero que esa interpelacin forma parte de la violen-cia tica que los mismos se autogeneran, ante las huellas de la desconfianza con que debie-ron transitar sobre todo en los primeros aos de su liberacin frente a quienes invertan la razn natural de vida por la lgica de la muerte asimilada equivocadamente a conducta tica en el campo (aquello de que si se salvaron por algo ser como expresin eufemstica de la imputacin de colaboracin). Pero a su vez, este dar cuenta implica tambin sim-blicamente pedir cuenta de ese sufrimiento agregado, de su segregacin y estigmatizacin ex post campo. Incluye en ello su respuesta a quienes buscaron trabar su integracin plena en la vida social con posterioridad a su libera-

    cin, desde la sospecha o una condena pseu-dotica, nunca expresada con claridad y fun-damento, donde el ex detenido-desaparecido constat que los verdugos tambin le haban robado los lazos de la solidaridad social.

    En este aspecto cada testigo ex detenido-desaparecido es insustituible en su propia cor-poreidad, que remite a su propia moral polti-ca, en el marco de la verdad. Pero esta auto-interpelacin choca con dos elementos que imposibilitan aquella suerte de conciliacin de cuentas, que no es otra cosa que narrar su propia conducta y reflexionar sobre s mismo, como parte de la construccin de la memoria, pero tambin como un acto reconstituyente del yo.

    En primer lugar, el interrogatorio al que es sometido, no suele ofrecer resquicios para que se explaye como l quisiera, ahogado en el ri-tualismo judicial. En segundo lugar, la capaci-dad narrativa es una precondicin que como hemos visto, tiene dificultades objetivas para transmitir una serie de acontecimientos secuen-ciales del horror en su dimensin inhumana, ocurridos como intrusin del modelo represivo ilegal en una poca histrica, dialcticamente irrecuperable en el proceso judicial. Todo lo que est ms all de la certeza jurdica, que es lo que debe aportar el ex detenido- desapare-cido, de alguna manera choca con los lmites de lo cognoscible a travs del lenguaje en la oralidad de su testimonio, por la distancia exis-tente en la audiencia que lo escucha con las escenas de los acontecimientos y situaciones narradas. El esfuerzo del ex detenido-desapa-recido est puesto en la intencin de iluminar en forma vvida el escenario del campo, ha-cindolo como una transferencia que conlleve una recepcin, que sin embargo sabe que es imposible, en tanto es ilegible y abrumadora. Oscila por ello, entre la insuficiencia del relato y la sobrecarga emocional.

    Hay otro tema en cuestin: hasta dnde el testigo debe admitir las preguntas sobre su propia historia militante previa, por parte del tribunal o de los abogados defensores? Ello exige algunas aclaraciones. En primer lugar, el testigo declara bajo juramento de decir verdad. En segundo lugar, no es el testigo, quien debe objetar la improcedencia de la pregunta cuan-do sta busca sentarlo en el banquillo de los

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    acusados. Son los representes del Ministerio Pblico Fiscal y los abogados de las querellas los que deben hacerlo. Pero deben tenerse en cuenta dos aspectos esenciales: uno, que el tri-bunal tiene legtimo derecho en indagar si el especfico acto represivo contra este testigo ex detenido-desaparecido se inscribi en el pro-psito del plan masivo de acallar criminalmen-te toda disidencia poltica o social. El otro, que el testigo tiene el indudable derecho de ser l quien decida el marco poltico que dar a su declaracin, sin ser presionado ni por el tribu-nal, ni tampoco por la defensa de los acusados que busca respuestas que le sean funcionales a sus propsitos de convertir el proceso en un contra-juicio a los detenidos-desaparecidos. No est en la materia del proceso juzgar las prcticas militantes de la poca, y tambin re-sulta improcedente que frente a la presin, los testimoniantes se sientan en la obligacin de convertir su relato sobre su paso en el centro clandestino o en su lugar de prisin ilegal, en exigencia de dar cuenta de su propia historia de vida. Ni es propio que el testimoniante bus-que la legitimacin judicial de la lucha polti-ca en que estuvo inserto, ni entra en la materia del proceso expedirse sobre la misma. En sn-tesis, es un dato s vlido en el proceso que el testigo, cuando sea as, asuma su condicin de militante por la que fue represaliado, sin que ello implique que el tribunal se expida sobre ella.

    Seguramente al terminar su testimonio, la vctima de ayer no mostrar alegra ni felici-dad, tras revisitar el tiempo concentracionario convocando a mltiples rostros de vctimas incorpreas, en un rito nico ante la solem-nidad judicial, aunque sus dichos hayan sido repetidos durante tres dcadas. Ha llegado al fin del mandato de no olvidar para narrar, que se impusiera a s mismo frente a los que murieron asesinados. Sus huellas mnemsicas, cultivadas con rigor y pasin de hortelano, ya no son un territorio amenazado por el olvido, ni siquiera en el detalle nimio, convertidas en relato pblico e indestructible. An cuando su exposicin judicial contestando las preguntas de las partes, no tenga la pormenorizada des-cripcin del testimonio originario que ha ve-nido expresando en mltiples ocasiones en la rida lucha contra la impunidad, es parte de su

    efecto darle validez a sus palabras pronuncia-das en todo tiempo.

    La sentencia condenatoria no producir en las vctimas y sus familiares ninguna suerte de ertica y goce de la victoria judicial. Traer solo la paz que nace de haber puesto las cosas en su lugar, cuando aquella se complemente con el envo a crceles comunes a los conde-nados, no por un afn de odio o revancha, sino porque cualquier privilegio que se les otorgue, es una ofensa a la Humanidad herida.

    A partir de all, aquella sentencia condena-toria que se logre, y los testimonios vertidos, son parte de otro registro: el de la memoria histrica. sta como toda elaboracin social y colectiva, no tiene los mismos componentes y las reglas del sistema mnemnico individual, en su detalle y en su cronologa.

    La memoria histrica, como bien ha sea-lado Pierre Nora ha ido independizndose de la narrativa histrica. La memoria es la vida, siempre llevada por grupos vivos y por eso, en evolucin permanente, abierta a la dialctica del recuerdo y de la amnesia () se alimenta de recuerdos indefinidos, globales o flotantes, particulares o simblicos, ella es sensible a to-dos los modos de transferencia, o proyeccin. La memoria instala el recuerdo en lo sagrado. La memoria nunca puede ser pensada en tr-minos individuales, porque la memoria es una construccin social.

    Tiene un sentido instrumental: es, en ltima instancia, ese relampagueo en nuestras con-ciencias que cada da nos alerta de una situa-cin de peligro, como sealara Walter Benja-min.

    Los que nunca testimoniaron

    Si bien hay muchos sobrevivientes que hace dcadas que vienen dando su testimo-nio esclarecedor, y que comenzaron a hacerlo en el pas (causa Vesubio y Olimpo) y el ex-terior an en tiempo de la dictadura (ante la Comisin Argentina de Derechos Humanos [CADHU], Amnista Internacional u otras or-ganizaciones no gubernamentales ratificadas ante la Comisin de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, el Parlamento Francs, la Comisin Interamericana de Derechos Huma-nos [CIDH], etc.) o que lo hicieron en 1984

  • en el pas ante la Comisin Nacional sobre la Desaparicin de Personas (CONADEP), hay un buen nmero de ex detenidos-desapareci-dos -en general de corta estada en los centros clandestinos, liberados por considerar los re-presores que su militancia poltica y social era nula o irrelevante, o en el ejercicio del poder tan omnmodo como arbitrario- que en los ac-tuales juicios testimonian por primera vez. Su decisin de hacerlo ahora, est motivada, pre-cisamente, por los avances en la lucha contra la impunidad y el reconocimiento institucional de lo sucedido en el pas y con ellos mismos, o porque necesitaron de un muy largo tiempo para superar el miedo internalizado, o porque en sus particulares situaciones no tenan un ac-ceso fcil a la justicia, sobre todo en el interior del pas. A ello deben sumarse algunos testigos de Tucumn, donde Bussi prolong su poder poltico durante el perodo constitucional, u otros de Crdoba, donde Menndez conserv un poder fctico hasta hace pocos aos, o en otras provincias donde los jueces evidencia-ban una notoria vinculacin con las guarnicio-nes militares.

    A todos ellos, son de aplicacin los prin-cipios expuestos en relacin a los testigos ex desaparecidos que han dado su testimonio en distintos mbitos, pero sin que ello signifique un tratamiento mecanicista, que los iguale con aquellos a los que su propia actividad como denunciantes los ha fortalecido en su rol de tes-tigos judiciales. Estos nuevos testigos, parad-jicamente, su distanciamiento del movimiento de derechos humanos en la lucha contra la im-punidad en estas dcadas, los ha hecho que-dar en general, ms primariamente cercanos a su experiencia hondamente traumtica, sin poseer, las ms de las veces, los suficientes elementos de anlisis para encuadrar su dra-ma personal dentro del proyecto destructor del cuerpo social del Estado terrorista.

    No debe perderse de vista la premisa, de que cada una de las vctimas es un mundo en s misma, donde lo particular, su propia expe-riencia de vida frente a la represin ilegal y su paisaje vital ulterior, exigen una comprensin especfica en su apoyo y acompaamiento, donde nada debe darse por supuesto.

    Especificidad que tambin debe ser muy resaltada, cuando se trata del crculo de fa-

    miliares directos de los detenidos-desapareci-dos, llamados a deponer como testigos, que muchas veces pese a su esfuerzo inconmen-surable por entender la insercin de su fami-liar en las prcticas polticas y sociales de los `70, tienden a minimizarla porque subyace en su pensamiento un equivocado principio de inocencia que remite en su filiacin a la in-admisible distincin entre vctimas inocentes y culpables, (aquello de que l slo estaba anotado en la libreta de telfono de un amigo, cuando en realidad, muchas veces, su compro-miso era absoluto).

    El nico principio aconsejable a cada uno de ellos es el ejercicio de la verdad, en los l-mites de su comprensin.

    La identidad en conflicto

    No sera honesto en este trabajo si omitiera por rspida, la situacin de aquellos testigos ex detenidos-desaparecidos que no tienen la ca-racterstica general de los que habitualmente declaran en estos juicios desde la fuerza mo-ral de su propio comportamiento en el centro clandestino, donde no cumplieron otro rol que el de ser mano de obra esclava, o supervivien-tes simplemente por circunstancias ajenas a su propia conducta pasivamente resistente.

    Ese primer amplio espacio comprende tan-to a quienes tuvieron, pese a los tormentos, simulacros de fusilamientos, etc., la entereza psquica necesaria para no dar datos com-prometedores para terceros, como tambin a aquellos prisioneros a los que sus interrogado-res quebraron su resistencia con la tortura y les extrajeron aquellos datos, pero que no forma-ron parte del grupo de prisioneros que colabo-raron con los represores, sino por el contrario, de quienes ejercieron su cotidiana resistencia pasiva. Su debilidad frente a la tortura brutal y salvaje, no devino en voluntad de sumarse como auxiliares de los verdugos. En todo caso, la accin del torturador en su ferocidad pudo ms que su voluntad de callar. (Nadie habla en el momento de ser picaneado, sometido al submarino seco o mojado, o a las cuerdas que se introducen en su carne con el cuerpo suspendido en el aire: slo grita de dolor, se asfixia, o se desmaya. Si lo hace, si habla y da datos que comprometen a otras personas, ello

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    ocurre en los lapsos en que la tortura mate-rial cesa, para dar paso a la violencia suma de los interrogatorios, poblada de la angustia y el terror de que los tormentos fsicos puedan re-petirse con su dolor infinito, o que su silencio motive su inmediata condena a morir. Por ello las sesiones de tortura fsica no se reducan a un solo acto, ni los interrogatorios tampoco).

    Todos ellos integran con justeza la imagen pblica de los ex detenidos-desaparecidos aparecidos, construida no sin esfuerzo y dolor en estas largas dcadas, a partir de sus identi-dades sustanciales intactas.

    Pero hay otros prisioneros, notoriamente di-ferenciados de los descriptos, que traicionan-do su propio compromiso y su prctica social anterior a su cada, pasaron a ser colaborado-res permanentes, asumiendo las acciones de los verdugos, negando los lmites morales de solidaridad humana, polticos e ideolgicos con su mundo previo. Aquellos que necesita-ban convencerse a s mismos, que su asuncin de la filosofa y prcticas represivas se deban a un cambio de mentalidad, para mantener algn grado de autoestima que les ocultara sus deseos de vivir a cualquier precio. En algunos casos, los verdugos perversamente le pusieron un precio muy alto a la vida de estos prisione-ros: su supervivencia, slo era canjeable por un determinado nmero de personas en liber-tad, que l o ella entregara para su secuestro. Pocas veces cumplieron con lo prometido al detenido-desaparecido colaborador, las ms de las veces tampoco estos sobrevivieron. Los que colaboraron y murieron, su trgico destino borr el registro de sus nombres y solo cabe el olvido sobre su comportamiento.

    Pero hay ex prisioneros de este tipo que es-tn vivos, que por cierto, son un nmero redu-cido en relacin al total de detenidos-desapa-recidos aparecidos provenientes de distintos centros clandestinos de detencin.

    El soterrado grupo de sobrevivientes que colaboraron con la represin, en general no se acercaron tras el fin de la dictadura a los orga-nismos de derechos humanos, ni suelen man-tener relacin con el resto de los ex detenidos-desaparecidos, ni es su propsito testimoniar voluntariamente. Pero algunos de ellos pueden estar dispuestos a declarar en los juicios y dar datos sobre la represin. Ellos, por su contacto

    e inmediatez con los represores poseen ms informacin sobre el mundo concentraciona-rio, sobre identidades de los verdugos y sobre los hechos ocurridos, que todos aquellos que sobrevivieron como resistentes pasivos, sopor-tando el riesgo cierto de muerte. Estos ltimos son los testigos frecuentes en este tipo de juicio e inspiradores del presente trabajo pero qu hacer con aquellos otros?

    Hay un debate abierto, que no puede elu-dirse. Sobre ellos no cabe propiciar su estig-matizacin pblica. Fueron igualmente prisio-neros, y sobre cada uno de sus actos deben responder ante s mismos frente a sus concien-cias. Pese a que han quedado afuera de la co-munidad imaginaria de los ex prisioneros de los centros clandestinos, la Secretara de Dere-chos Humanos de la Nacin, bajo la responsa-bilidad del suscripto, se opuso a la pretensin de un juez de procesar a uno de ellos junto a los represores. Desde el punto de vista jurdi-co, cuando colaboraron con los verdugos, la autonoma de su voluntad estaba viciada por su condicin de secuestrado, y por lo tanto no es punible ni asimilable a los represores en su responsabilidad.

    Aunque nadie sepa de ellos cmo en sus impenetrables psiquis, coagularon en el centro clandestino la propia muerte de su yo, y cmo procesaron despus su conciencia escindida o hecha aicos; su desvalorizacin tica slo pueden hacerla otros ex detenidos-desapare-cidos, que en iguales circunstancias tuvieron una conducta opuesta a la de aqul o aquella, sancionndolos tal como ha venido sucedien-do, con su marginacin del propio grupo de ex desaparecidos.

    De todos modos esos hombres y mujeres tienen el derecho a peticionar ser odos como testigos de cargo. En sentido contrario, existe tambin el derecho de los querellantes particu-lares a prescindir de ofrecer su testimonio, por los reparos que les produce la contaminacin de sus identidades con las de los represores. No as, los representantes de los poderes pbli-cos, en cuanto los mismos ofrezcan iluminar la escena del horror. Su posibilidad de testi-moniar, no debe negrsele, ni su solicitud de apoyo psicolgico tampoco: en esta materia el Estado democrtico no puede distinguir entre las vctimas del