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XIV CONGRESO DE HISTORIA AGRARIA
SOCIEDAD ESPAÑOLA DE HISTORIA AGRARIA
Área de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad de Extremadura
Sesión Simultánea A.1. Jornaleras, Campesinas y Agricultoras. La Historia
Agraria desde una perspectiva de género.
¿Todas las mujeres de los cañeros son cañeras?
Género y trabajo en los surcos tucumanos (Argentina, 1930-1960)
Alejandra de Arce (CONICET/CEAR-UNQ)
Argentina [email protected]
[email protected] Resumen
La consolidación del modelo agroexportador en Argentina definiría los perfiles
desiguales del desarrollo nacional. La provincia de Tucumán, en el Noroeste del país, se
integrará a este esquema económico especializándose en la producción de caña de
azúcar, al amparo del proteccionismo estatal y con una singular estructura social agraria
preexistente al despegue azucarero. Entonces, minifundio, monoproducción e identidad
cañera son aspectos fundamentales de la construcción histórica de la región a mediados
del siglo XX.
El estudio las familias productoras de caña es fundamental para comprender el
crecimiento económico tucumano, ligado a las políticas económicas, a las pujas internas
en el heterogéneo sector cañero y su confrontación con los industriales, así como a
cuestiones culturales, vinculadas a las costumbres y al mantenimiento de la tradición
familiar que se construye en relación a este particular cultivo y sus características. Atender a
esta última dimensión contribuye a visualizar la importancia del trabajo femenino en los
fundos cañeros.
2
A partir de la confrontación de diversas fuentes (entrevistas, el análisis de fotografías,
publicaciones de divulgación, documentos oficiales) se intentará reconstruir e
interpretar la complejidad de la producción de caña dulce tucumana desde una
perspectiva que contemple las condiciones de vida y de labor de las familias
productoras, las representaciones culturales de género que configuran la división del
trabajo en las fincas y las propias experiencias de aquellas mujeres responsables del
sostén de estos hogares rurales a mediados del siglo XX.
Abstract
The consolidation of the agro-exporting model in Argentina defines uneven profiles in
national development. Tucumán, in the northwest of the country, will join this economic
scheme by specializing in the production of sugarcane under state protection. Its unique
and pre-existing agrarian social structure contributed to the sugarcane takeoff. Then,
smallholding, sugarcane monoculture and identity are fundamental aspects of the
historical construction of the region in mid-twentieth century.
Studying cane farming families is fundamental to understand Tucumán’s economic
growth. Its development is linked to economic policies, internal struggles in the
heterogeneous sugar sector as well as cultural issues related to customs and maintaining
the family tradition that is constructed in relation to this particular crop. This last
dimension helps to visualize the importance of women's work in the sugar cane farms.
By comparing various sources (interviews, photo analysis, periodical publications,
official documents) the aim of this historical research is to reconstruct and interpret the
complexity of Tucumán´s sugarcane production from a perspective which covers the
life conditions of farming families, cultural representations of gender that shape the
division of labor on farms and their own experiences of the women responsible for the
support of these rural households in the mid-twentieth century.
3
1- Introducción
Hacia 1880 la inserción de la Argentina en el mercado internacional, mediante la
consolidación del modelo agroexportador, signaría los perfiles desiguales del desarrollo
nacional. La intensa expansión económica de la región pampeana definiría para “el
interior” un rol subordinado y diverso, de acuerdo a los recursos productivos
provinciales o regionales. La provincia de Tucumán, situada al Noroeste del país, se
integrará a la economía nacional especializándose en la producción de caña de azúcar,
apoyada por el tendido de las vías férreas, el proteccionismo arancelario y la oferta de
crédito oficial barato; recursos que los miembros de la élite local supieron capitalizar
para “modernizarla”.
La estructura social agraria preexistente al despegue azucarero imprimirá
particularidades a la organización de la producción e industrialización de la caña en
Tucumán. Si los grandes empresarios controlan la fase fabril de la producción, los
cañeros independientes –usualmente pero no exclusivamente, propietarios de sus
tierras- son los principales proveedores de la materia prima que procesan los ingenios
azucareros, con más del 70% de la producción. Estos actores, comparten la producción
con otros trabajadores del surco: los colonos de ingenio, que labran las tierras de estos
establecimientos y, en épocas de cosecha, también con los zafreros, peones migrantes
en su mayoría. Para los cañeros, colonos y zafreros la mano de obra familiar es esencial.
En los años ‘30, la crisis evidenciará los desajustes del modelo agroexportador y
el fin del paradigma del “crecimiento hacia afuera”. El Estado argentino asumirá,
entonces, un rol intervencionista en la economía. La industria azucarera se desarrolla
bajo el proteccionismo estatal y los distintos sectores al interior de esta agroindustria
invocarán la atención y regulación de los poderes públicos revelando la heterogeneidad
de intereses que representan. A los conflictos entre industriales y cañeros se sumarán
4
reiteradas crisis de sobreproducción desde fines del siglo XIX y su nexo con un acotado
mercado interno. Minifundio, monoproducción e identidad cañera son aspectos
fundamentales de la construcción histórica de la región que hacia mediados de los ‘60
enfrentará la desarticulación del complejo azucarero a manos del gobierno de la
“Revolución Libertadora”.
El trabajo de las familias en la producción de caña de azúcar es fundamental
para comprender el crecimiento económico tucumano, ligado a las políticas económicas
(provinciales, nacionales), las pujas internas en el heterogéneo sector cañero y su
confrontación con los industriales, así como a cuestiones culturales, vinculadas a las
costumbres y al mantenimiento de la tradición familiar que se construye en relación a este
particular cultivo. Atender a esta última dimensión contribuye a visualizar la importancia
del trabajo femenino en los fundos cañeros.
Incorporar una perspectiva de género en la historia agraria regional implica
considerar que las asignaciones de tareas en la organización jerárquica de las familias –
construida sobre las variables sexo y edad- están relacionadas con el ciclo de vida
familiar y con el ciclo agrícola (que establece pautas de distribución de trabajo y
recursos, de cooperación y solidaridad), tanto como con los estereotipos de género
(Torrado, 2003: 31; Schiavoni, 1995).
A partir de la confrontación de diversas fuentes (que comprenderán técnicas de
la historia oral, análisis de fotografías, publicaciones de divulgación, almanaques y
guías sociales, además del cotejo de documentos oficiales) se intentará reconstruir e
interpretar la complejidad de la producción de caña dulce tucumana –epicentro de este
cultivo- desde una perspectiva que contemple las condiciones de vida y de labor de las
familias productoras, las representaciones culturales de género que configuran la
división del trabajo en las fincas y las propias experiencias de aquellas mujeres
5
responsables del sostén –económico y moral- de estos hogares rurales hasta mediados
del siglo XX.
2- El complejo agroindustrial azucarero en el Noroeste Argentino
El Noroeste Argentino (NOA) incluye las provincias de Catamarca, Jujuy, La Rioja,
Salta, Santiago del Estero, Jujuy y Tucumán. En su conjunto, representan el 14% de la
población total del país en 1920 y su participación disminuye al 10% en 1970. Se ha
señalado que una de sus características distintivas es el marcado contraste de su paisaje
natural, en el cual sobresalen los espacios denominados como “desfavorables” para el
desarrollo agropecuario. Las comunidades rurales residentes en el NOA utilizan y
articulan recursos naturales y culturales en el marco de la dificultosa integración al
mercado nacional liderado por las áreas agroexportadoras. Al mismo tiempo,
aristocráticas y tradicionales, las elites regionales definirían los usos y el reparto de
estos recursos (Bolsi, 1997a: 181; Reboratti, 1978, Girbal-Blacha, 1991).
El paisaje agrario regional se configura desde fines del siglo XIX a partir de la
articulación de las propuestas y el “espíritu pionero” de las élites con la creciente
demanda nacional. El resultado es la irrupción de los cultivos industriales,
especialmente de la caña de azúcar, que hasta 1960 ocupan el 50% de la superficie
agraria regional (500.000 ha) (Bolsi, 1997a: 182).1 Se ha afirmado que la caña de
azúcar se fusiona y se confunde con el territorio y la sociedad en el Noroeste (Bolsi y
Pucci, 1997; Teruel, 2007; Campi, 1991). En este sentido, la emergencia de la economía
azucarera modifica radicalmente la organización espacial: las áreas centrales y
1 Bolsi y Pucci señalan que “La caña de azúcar, por razones principalmente climáticas, es un producto del norte argentino. En esta amplia región, las provincias del litoral fluvial (Chaco, Corrientes, Santa Fe y Misiones) no lograron afianzar más que una muy débil estructura con una reducida participación histórica en el total de la producción nacional de azúcar” (Bolsi y Pucci, 1997: 113).
6
periféricas se definen a partir de condiciones ecológicas y los ingenios y plantaciones se
radican en “oasis”.
El pedemonte tucumano y el Valle de Río San Francisco, en Salta y Jujuy
evidenciarán el dinamismo que conlleva esta actividad agroindustrial mientras el resto
de las provincias de la región (donde este cultivo no resulta viable, a pesar de los
intentos) aportan contingentes de zafreros, cuya inestable ocupación estaría asociada a
los ciclos estacionales de la caña dulce. Las migraciones interregionales son un aspecto
constitutivo de la agroindustria azucarera (Campi, 2000).2 Las áreas cañeras (tucumanas
y del ramal salto-jujeño) protagonizan el mayor incremento demográfico regional en el
intervalo 1895-1914 y, junto a una población eminentemente rural (que durante el todo
el siglo XX representará aproximadamente el 20% sobre el total del país), crecen los
centros urbanos relacionados con la instalación de los ingenios (Véase Cuadro 1).
Cuadro 1. Evolución de la población total, urbana y rural del NOA
1914 1947 1960 1970
Total 985.455 1.729.234 2.196.818 2.384.180
Urbana 332.775 668.497 1.059.573 1.388.180
Rural 652.680 1.060.737 1.137.245 996.000
Fuente: Bolsi (1997b: 126)
Se conforma en el NOA una “región azucarera” con rasgos distintivos: en Salta y
Jujuy la producción cañera se concentra e incentiva los latifundios existentes, los cinco
ingenios de estas provincias son ejemplos de integración vertical. Las fábricas cuentan
con grandes propiedades que aseguran la provisión de materia prima y permiten el
2 Sobre los flujos migratorios inter y extrarregionales en el NOA, véanse: Reboratti (1978), Ortiz de D’Arterio y Jurao (1997). Sobre la conformación del mercado laboral –zafrero- jujeño, Lagos (1992).
7
aprovechamiento de economías de escala con costos de producción bajos en relación al
resto de las áreas, buenos rendimientos agrícolas y fabriles y una amplia diversificación
impulsada para reducir la vulnerabilidad ante las crisis azucareras. Sin embargo, esta
actividad agroindustrial no decide la suerte de todas las economías provinciales ni su
estructura ocupacional (Bolsi y Pucci, 1997; Teruel 2007; Campi, 2000; Lagos, 1992).
En Tucumán los pequeños y medianos productores otorgan un carácter singular a la
conformación del complejo agroindustrial azucarero. A diferencia de la “economía de
plantación de los ingenios del Norte”3 -que integra desde el punto de vista empresarial,
la fase industrial y la agrícola- el caso tucumano articula la participación de los grandes
empresarios –industriales- que controlan la fase fabril de la producción (con 29
ingenios funcionando en 1914 y 27 en 1964), los cañeros independientes, principales
proveedores de la materia prima que procesan los ingenios azucareros; los colonos de
ingenio, labradores residentes en estos establecimientos con instrumentos de trabajo y
alojamiento provisto por los contratantes, cuyo pago se realiza de acuerdo a la riqueza
sacarina, a diferencia de la modalidad que rige el pago de los cañeros, por peso de la
caña (Véase Imagen 2). Por último, los zafreros, migrantes criollos, en su mayoría, que
acuden desde otros distritos tucumanos y provincias vecinas. Entre estos actores
involucrados en el ciclo agrario de la producción azucarera, la presencia del plantador
independiente confiere al caso tucumano un desempeño particular en el contexto
regional y latinoamericano (Véanse Gráfico 1 y Cuadro 2) (Bravo, 2008; Gaignard,
2011; Santamaría, 1986).
3 Reboratti afirma que “la instalación de los ingenios azucareros en la región [salteño-jujeña]…responde a iniciativas de capitales locales, que se basaron en el mayor rendimiento potencial de la caña en relación a Tucumán. En general, el tipo de estructura basada en la caña de azúcar responde a la forma de “plantación”, grandes extensiones de tierra, monocultivo de tipo tropical preferencia por mano de obra migrante, capital inicial, subutilización de parte de la tierra, producción exclusiva de exportación. La única salvedad… en este caso se trata en realidad de una producción para…consumo del mercado interno” (Reboratti, 1978: 239).
8
Gráfico 1. NOA, Régimen de tenencia de la tierra (en cantidad de explotaciones), 1937
50%
28%
22%
Propietarios
Arrendatarios
Otras formas
Fuente: Elaboración propia en base a CNA 1937.
La industria azucarera surge y se desarrolla bajo el proteccionismo estatal y los
distintos sectores al interior de esta agroindustria invocarán la atención y regulación de
los poderes públicos revelando la heterogeneidad de intereses que representan. Si las
vinculaciones de los políticos norteños y tucumanos aseguran (con variables resultados
en el período en análisis) un corpus legal que funciona como barrera a la competencia,
no modifican la dependencia que subyace a la relación establecida entre esta economía
regional con epicentro en Tucumán y el área pampeana (Girbal-Blacha, 1991). El
crecimiento de la economía agroexportadora determina el incremento demográfico y un
aumento del consumo, tanto como las posibilidades de expansión del mercado
azucarero. La protección arancelaria que beneficia esta agroindustria “no podía
sobrepasar un límite de hierro, el de los intereses generales del modelo
agroexportador…” (Campi, 2000: 79). Por esta razón, la ciudad de Buenos Aires se
constituye tempranamente en el lugar donde se resuelven cuestiones de vital
9
importancia como tarifas aduaneras, fletes, líneas crediticias, normativas reguladoras así
como un escenario de la acción de políticos e industriales del Norte (Campi, 2000).4
Mapa 1. Distribución relativa por provincias y territorios nacionales de los surcos cultivados de caña de azúcar, 1945
Fuente: Elaboración propia en base a Censo de las plantaciones de caña de azúcar, 1945, p.25.
A los conflictos entre industriales y cañeros5 se sumarán reiteradas crisis de
sobreproducción -desde fines del siglo XIX- y una coyuntura de acotado mercado
interno. Un sistema de variadas y complejas formas de tenencia de la tierra, junto a una
marcada polarización de la distribución de las explotaciones entre los estratos extremos
4 Situación que seguirá vigente –y con más fuerza- durante la década peronista. Véase: Girbal (2011 [2003]: 141-167). 5 Que en 1945 controlan el 52,3% de las hectáreas cultivadas totales, correspondiendo a los cañeros tucumanos el 46,6% de ese dominio (Véase Cuadro 2).
10
(subdvisión parcelaria de explotaciones minifundistas e intermedias; concentración del
estrato 1000-2500 ha.), evidencia en los años estudiados un predominio de la propiedad
(62,3% y 68,1% a nivel regional en 1960 y 1969, respectivamente) (Rivas, 1997: 15).6
En Tucumán –provincia que sostiene en el período analizado el liderazgo productivo de
la región azucarera- minifundio, especialización e identidad cañera son aspectos
fundamentales de la construcción histórica del territorio y la sociedad que en los años
sesenta enfrentará la desestructuración del complejo azucarero realizada desde el Estado
nacional (Osatinsky, 2012). Consecuencias de este proceso serán las migraciones hacia
las metrópolis litoraleñas y una creciente desocupación (Ortiz de D’Arterio y Jurao,
1997).
Cuadro 2. Cantidad de hectáreas cultivadas con caña de azúcar, por cañeros independientes e ingenios, según régimen de propiedad de la tierra
Cantidad de hectáreas
Tierra propia Tierra arrendada
Provincias
y
territorios
Cañeros Ingenios Total Cañeros Ingenios Total
Total
Tucumán 100.146,9 74.416,9 174.563,8 14.900,2 8.939, 2 23.839,4 198.403,2
Jujuy 454,7 17.888,0 18.342,7 545,0 469,0 1014 19.356,7
Salta 438,7 9.100,0 9538,7 1,5 200,0 201,5 9.740,2
Resto 5064,2 6657,6 11.721,8 7665,6 - 7665,6 19.387,4
Totales 106.104,5 108.062,5 214.167 23.112,3 9.608,2 32.720,5 246.887,5
Fuente: Elaboración propia en base a Censo de las plantaciones de caña de azúcar, 1945. (Resto: Santa Fe, Chaco, Corrientes, Formosa, Misiones y Catamarca)
6 Acerca de la polarización de las explotaciones en relación del tamaño, en 1969, las explotaciones de hasta 100 ha. representan el 78,1% del total y controlan el 4,06% de la superficie total. Mientras tanto, aquellas explotaciones que tienen de 1000 a más de 2500 ha. representan el 5,1% del total que registra el CNA y manejan el 78,2% de la superficie total agropecuaria (Estimaciones propias en base a “Tabla 1. distribución de las explotaciones, superficie y tamaño medio por estrato de extensión en el Noroeste argentino. 1969” en Rivas (1997: 12-13).
11
3- Tucumán: minifundio, monoproducción azucarera e identidad cañera
La provincia de Tucumán, se integrará al esquema económico nacional
especializándose en la producción de caña de azúcar, apoyada por el tendido de las vías
férreas, el proteccionismo arancelario y la oferta de crédito oficial barato; recursos que
los miembros de la élite local supieron capitalizar.7 La modernización azucarera es
acompañada con un diseño espacial particular de los ingenios, centros de los
asentamientos funcionales a esta producción. Las urbanizaciones –que se establecen
sobre un eje de vías de comunicación provincial- responden a una concepción jerárquica
del territorio y distinguen líneas netas de división entre el centro administrador y el
campo circundante, mientras expresan la estructura socioeconómica del poblado. En el
paisaje tucumano, se funden las características fabriles y rurales, articulando
sociabilidad, provisión de servicios y educación de sus áreas de influencia (Paterlini de
Koch, 1987, Girbal-Blacha 2001).
Imagen 1. Ingenio Santa Ana, Río Chico, Tucumán.
Fuente: AGN. Caja 3035, sobre 14, n° de inventario 138.157.
7 Para ampliar véanse los art. compilados en Campi (1991, 1992), Girbal-Blacha (2004).
12
La estructura social agraria preexistente al despegue azucarero imprimirá rasgos
particulares a la organización de la producción e industrialización de la caña tucumana.8
El estímulo provincial de la agricultura (abastecimiento de alimentos de origen vegetal
con exportación de excedentes) marcha paralelo a la especialización del distrito Capital
en torno a la producción de azúcar, aguardientes y curtiembres. Estas labores se
realizaban en pequeñas parcelas sobre la base del trabajo familiar y con decidida
orientación mercantil (sin descuidar los patrones de autoconsumo). A fines del siglo
XIX, múltiples fuentes señalan tanto que “no hay familia campesina que nos sea
propietaria de un pedazo de terreno y unas cuantas cabezas de ganado…” situación que
los convierte en “…aficionados de sus hogares… y que ocasiona perjuicios a nuestros
industriales, quienes se ven a menudo privados de brazos para la atención de sus
establecimientos, porque la gente ama tanto su independencia y se contrae a cuidar su
hacienda con tanto esmero…”9. Las ambigüedades en la definición de los derechos de
propiedad (pérdidas de títulos, sucesiones indivisas, posesión ininterrumpida, entre otras
formas) favorecen la fragmentación de la tierra y defensa de los pequeños fundos
tucumanos, mientras que la resistencia a la proletarización y refuncionalización de las
pequeñas explotaciones hacia el cultivo de caña consolidará un heterogéneo sector de
productores autónomos (Bravo 2008: 42-62).
En el mediano plazo, el crecimiento de una franja media de propietarios que
“proporciona a la estructura agraria tucumana un matiz más igualitario si se la compara
con la estructura agraria cañera de Salta y Jujuy” (Bravo, 2008: 173) tendrá un rol
protagónico en la representación del sector. Expresión de la vigencia de esta estructura 8 La provincia de Tucumán, principal productora de caña y azúcar del país, continúa liderando la actividad. Durante la campaña 2012 – 2013, de los quince departamentos en los cuales se desarrolla la actividad, continúan destacándose Cruz Alta, Leales, Simoca y Monteros, los que en conjunto reúnen alrededor del 64% de la superficie destinada, estimada en 251.810 hectáreas. Tucumán produjo el 66,3 % del total de azúcar blanco, mientras Salta y Jujuy en forma conjunta representaron el 33,4%. En cuanto al azúcar crudo, Salta y Jujuy produjeron el 56%, mientras que Tucumán alcanzó el 44% de ese total. (EEA, INTA-Famaillá, 2012) 9 Bousquet (1882:441) citado en Bravo (2008: 39-40).
13
agraria es, a fines de los años treinta, el registro la propiedad como forma predominante
de tenencia de la tierra (Gráfico 2) y, en los años cuarenta, el control del 58,4% de los
surcos en plantaciones propias.10
Las agremiaciones cañeras integran a productores cuya disparidad, en términos
de extensión de la propiedad, empleo de mano de obra y capacidad de acumulación es
evidente. A través del conflicto social y la acción colectiva organizada, este sector
consigue formar una visión cambiante y, en apariencia homogénea, de sí mismo,
mostrándose muchas veces como una clase media agraria o como un campesinado
despojado (Bravo, 2008: 14). Las confrontaciones entre cañeros e industriales paralizan,
en varias oportunidades, la economía azucarera provincial y el Estado –nacional o
provincial- es llamado a intervenir para solucionar los antagonismos.11
Gráfico 2. Tucumán. Régimen de tenencia de la tierra (cantidad de explotaciones), 1937
75%
19%6%
Propietarios
Arrendatarios
Otras formas
Fuente: Elaboración propia en base a CNA, 1937.
10 Ministerio del Interior, Consejo Nacional de Estadística y Censos (1945): Censo de las plantaciones de caña de azúcar, Buenos Aires, p. 31. 11 Las más trascendentes de estas intervenciones son quizá, los Laudos arbitrales del Presidente de la Nación, Marcelo T. de Alvear, en 1926 y 1927. Véase (Girbal-Blacha, 1994).
14
Entre 1930 y 1969, los distritos cañeros – Chigligasta, Río Chico, Simoca, Cruz
Alta, Famaillá, Lules, Leales, Monteros y J.B. Alberdi- albergan mayor proporción de
población que el resto de la provincia (Véase Mapa 2) (Bolsi y Ortiz de D’Arterio,
2001: 32).
Mapa 2. Tucumán. Distritos cañeros
Fuente: Elaboración propia.
15
Imagen 2. Colonia de ingenio, Tucumán, 1923
Fuente: AGN. Caja 3035, sobre 14, n° de inventario 138.162.
En 1964, Tucumán reúne cerca del 80% de las plantaciones de caña de la Argentina
y provee dos tercios de la producción nacional de azúcar; cultiva 180.000 hectáreas de
caña sobre las 220.000 que se registran para todo el país. Toda la economía regional
descansa sobre este cultivo que sustenta a más de cien mil cañeros y demás
trabajadores del surco, nativos y migrantes (Gaignard, 2011: 166). Aún cuando
prevalece una estructura agraria que se sostiene en la propiedad de la tierra-con un alto
grado de polarización-12 (Véase Gráfico 3), la crisis comienza a revelarse en los
indicadores de sobreproducción y los efectos de las heladas que amenazan
constantemente las inversiones de los cañeros. Hasta mediados de la década de 1960 se
multiplicarán las protecciones por medio de leyes y decretos de salvaguarda, mientras
se advierte que “[los azucareros] se ven atrapados en la trampa de su propio dinamismo
y una reconversión aparece como necesaria. [Ésta] exigiría profundas convulsiones.
12 La polarización puede observarse a través de los datos del CNA de 1960. El total de explotaciones agropecuarias en Tucumán asciende a 20.978, de las cuáles 13.829 (66%) son registradas como dedicadas al cultivo de caña. El 92, 2% de las explotaciones tiene entre 5 y 100 ha. y controlan el 30,2% de la superficie, mientras el 1,1% de las explotaciones (de 1000 a más de 2500 ha.) domina el 65% de la superficie agropecuaria (Estimaciones propias en base al CNA 1960, p. 990-991 y 994).
16
Pero, [en estos momentos] la sociedad y la economía regional no están sin duda en
condición de soportarlas” (Gaignard, 2011: 167).
Gráfico 3. Tucumán, Régimen de tenencia de la tierra (en hectáreas), 1960.
3%1%
4%2%
9%
81%
propiedad del productor
Arrendadas a particulares
Mediero o tantero
Usadas gratuitamente
Tierras fiscales
En otras formas
Fuente: Elaboración propia en base a CNA 1960.
La cosecha récord de 1965 produce 1.200.000 toneladas de azúcar para un mercado
interno que sólo puede absorber 800.000 toneladas. Mientras el precio internacional cae
por el recupero de la producción mundial, la sobreproducción, combinada con bajos
precios y excedentes inmovilizados generan una grave crisis provincial. El Estado
Nacional, a cargo del Gral. Juan Carlos Onganía, impone una solución que privilegiará a
los sectores más eficientes y concentrados: limita la producción al 70% respecto de la
última zafra, establece cupos (que eliminan del mercado legal a las explotaciones de
menos de 3 ha. de extensión) y cierra, entre 1966 y 1968, 11 ingenios azucareros
17
tucumanos. Al mismo tiempo, prohíbe la instalación de nuevas fábricas, la ampliación
de las existentes y elimina los créditos para el sector.
El importante descenso de hectáreas sembradas y del número de explotaciones
cañeras es el corolario de estas medidas, que afectan directamente a 9.435 unidades
familiares y subfamiliares. Las consecuencias en el mercado laboral –agrario y fabril-
ligado a la caña de azúcar se evidencian en la expulsión alrededor de 50.000 personas de
la producción y en la desestructuración de las actividades económicas directa o
indirectamente relacionadas. Si el desempleo y éxodo rural-urbano se intensifican, la
fuerte identidad cañera tucumana no admite una pronta diversificación productiva
(Osatinsky, 2012).13
4- Familia y zafra en los campos tucumanos
El trabajo de las familias en la producción cañera es fundamental para
comprender el crecimiento económico tucumano y la configuración de una resistente
identidad. Entre los conocimientos indispensables, los productores dominan múltiples
métodos de plantación y cultivo de la caña dulce, que varían según el clima y la
naturaleza del suelo (Lavenir, 1901). Cada región tiene su sistema de cultivo con
rendimientos que difieren y la variedad tiene una influencia capital. A fines de la década
de 1920, los cañaverales tucumanos son casi integralmente replantados con distintos
tipos de caña de Java, más resistentes a las plagas y las heladas.
El diseño del cañaveral también es importante. Los surcos se orientan de norte a
sur, para evitar la acción de los vientos y son formados a distancias que varían de 1,70 y
2 metros entre sí, para que puedan operarse con maquinarias modernas; medidas ideales
que se adecuan a los diversos presupuestos de los cañeros. Se siembran en cada surco,
13 La superficie implantada con caña, que había aumentado de 192.400 ha. en 1960 a 210.000 en 1965, se reduce a 135.600 en 1968 y se mantiene alrededor de las 141.000 ha, hasta 1970.
18
dos líneas de trozos de caña, utilizando el “despunte o cola” de la planta o también las
cañas enteras, en la tierra previamente arada y rastrada. La medida estandarizada de los
surcos es de 100 metros y se efectúan con arados de doble vertedera. La plantación y la
cosecha coinciden entre junio y septiembre.
Las labores culturales abarcan varios cuidados: la aplicación de uno o dos riegos
cuando asoman los primeros brotes, la limpieza permanente de los surcos con azada y
espacios intermedios con arados livianos, dos o tres aporques (arrimar tierra al pie de las
plantas), controlar el riego de faltar las lluvias y la remoción constante de malezas, parte
más costosa del cultivo y que se realiza durante los calurosos meses estivales. La caña
comienza a tener buen rendimiento al año de plantada, cuando se la denomina “caña
soca”. Los cañaverales se replantan aproximadamente cada seis años (Schleh, 1936: 25).
La zafra comprende tres operaciones: corte, pelada y acarreo. En el corte y la
pelada intervienen hombres, mujeres y niños, mientras el acarreo se realiza en carros y
carretas tirados por bueyes y mulas. También en trenes decauville que tienen algunos
ingenios. Después de la cosecha, se quema la maloja que queda en los surcos. Los
zafreros voltean la caña con una “macheta”, luego la pelan y la despuntan con grandes
cuchillos.
El pago se realiza al tanto la tonelada, debiendo entregar la caña pelada, despuntada y
en brazadas “a la rueda”, es decir, al carrero, quien la recibe y la acondiciona. En cada
carro se transportan –hasta el ingenio o al desvío adecuado del ferrocarril- entre 2.500 y
3.000 kilos. En 1936, los costos del cultivo por hectárea con 50 surcos –si el trabajo se
realiza en forma familiar- ascienden a $65 m/n y los de cosecha, por hectárea y con
rendimiento promedio de 35.000 kg. de caña, $161 m/n. El total incluye otros gastos –
19
impuestos, replantación, etc.- y significa un desembolso de 323,72 m/n por 35 tn. de
caña (Schleh, 1936: 27, 30).14
En base a estos costos, se observa la crítica situación de los cañeros “chicos” –
que cultivan 1 a 5 hectáreas- entre los que se encuentran 4.374 agricultores (o 7.874 de
acuerdo a la Cámara Gremial de Productores de Azúcar en 1935) que deben sostener a
sus familias con entre $150 a $750 todo el año, de acuerdo a la extensión de sus
cañaverales. Peor será la situación de aquellos que tienen menos de una hectárea de
caña y necesiten combinar su labor familiar con un contrato de colonato en los ingenios
o como peones de surco (Schleh, 1936: 48).
En 1937, de las 16.943 explotaciones agropecuarias registradas, el 86,27% se
dedicaban al cultivo de caña de azúcar. Trabajan allí 88.921 agricultores. De ellos, el
38,84% corresponde a los productores y sus familias. En sólo 1.755 explotaciones se
contrata a trabajadores permanentes, que representan al 22,26% del total de los
asalariados. Mientras 4.429 fincas declaran contratar peones transitoriamente cuyo total
asciende a 45. 728 personas, el 77,73% de quienes reciben remuneración por sus
labores. Es evidente el peso, en un extremo, de la utilización exclusiva de mano de obra
familiar y, en el otro, la importancia de contrato de temporarios para las tareas más
esforzadas durante la zafra.
Cuando los gobernadores responden este mismo año a la Encuesta dirigida por la
Junta Nacional para Combatir la Desocupación, el Director del Departamento Provincial
del Trabajo, Martín Manso, indica que el arribo de 10.000 individuos procedentes de
otras provincias en tiempos de cosecha, mientras apunta que la desocupación asciende
entre enero y mayo, meses en que los cañaverales no requieren tantas atenciones. Las
respuestas de los gobernadores de Catamarca y Santiago del Estero refieren a las
14 El valor de la hectárea de tierra bajo cultivo con mejoras y riego, oscila entre $400 y $500 m/n, al que hay que sumar el precio de la caña plantada. El costo de los arrendamientos por hectárea varía entre $20 y $40 m/n. (Schleh,1936: 36).
20
consecuencias de estos éxodos temporarios de obreros (y sus familias) para las erráticas
economías provinciales y para los mismos trabajadores, que sufren el desarraigo, la
explotación de las faenas cañeras y las enfermedades que acarrea esta forma de vida
ambulante.15
Los zafreros concurren a las fincas e ingenios tucumanos desde estas provincias
vecinas –o desde departamentos no cañeros tucumanos- y su traslado no es individual,
sino familiar (su pago, por el contrario, se acuerda al jefe de familia). Son contratados
por los plantadores llamados fleteros, cañeros medianos que requieren mayor mano de
obra para levantar la cosecha en el menor tiempo posible. Las condiciones de vivienda e
higiene de estos migrantes son insuficientes y los salarios muy bajos; la concurrencia de
la familia completa a la zafra eleva el rendimiento individual de los cortadores pero
aleja a los niños de la escuela (Gaignard, 2011: 186-187).
15 Junta Nacional para Combatir la Desocupación (Ley 11896), Memoria 1937, Buenos Aires, 1938, p. 73-76; 121-125. Véase Girbal-Blacha (2003).
21
Imagen 3 .Una familia de peladores bajando de Montebello al Ingenio Bella Vista, 1924
Fuente: AGN. Caja 3035, Sobre 10, N° de inventario 169.363.
Los productores entrevistados para el CNA declaran en mayor proporción estar
casados (61,5%) y alfabetizados (63,63%).16 Se ha afirmado asimismo que el índice de
legalidad de las uniones es mucho menor, es decir que las alianzas de hecho tienen alta
representatividad en la provincia (Bolsi y Ortiz de D’Arterio, 2001: 34). Sus viviendas
tienen –en un 44,56%- entre una y dos habitaciones, mientras es llamativo un 40,43%
resulta indeterminado. Los ranchos, hechos de paja y barro, son el tipo de vivienda más
frecuente y representan el 20,24% del total. Siguen en importancia, las construcciones
de ladrillo y barro (17,48%), las de madera (6,22%) y las de adobe (5,89%). Estos datos
advierten el precario ambiente en que pasan sus días las familias cañeras en las que se
registran altas tasas de natalidad hasta fines de los años ’50 (entre 6,3 y 6,8 hijos por
16 Analfabetos y no determinados alcanzan el 36% del total de 21.265 productores (CNA, 1937, p. 114).
22
mujer) (CNA, 1937: 755-761; Bolsi y Ortiz de D’Arterio, 2001: 34). Las condiciones de
salubridad e higiene siguen siendo desatendidas aún en 1966, según expresa el médico
sanitario, Augusto M. Bravo, cuando extensas áreas densamente pobladas por
comunidades rurales “que trabajan y producen, teniendo derecho al bienestar y al
progreso” carecen de obras básicas como: agua potable, regadío, electrificación,
caminos afirmados, comunicaciones, escuelas y unidades sanitarias (Imagen 4) (Bravo,
1966:74).17
Sin embargo, las mejores condiciones de vida asociadas a la gestión del
peronismo provincial no pueden desestimarse: campañas de vacunación antivariólica
(1947/48), creación y construcción de nuevos hospitales, puestos sanitarios y
dispensarios, en materia de salud. Respecto a otros servicios básicos, la ampliación de la
electrificación rural, el agua potable y gas domiciliario y pavimentación de caminos del
interior uniendo Concepción, Monteros, Simoca, Aguilares, Bella Vista y Villa Alberdi
con la Capital contribuyen, como la construcción de nuevos establecimientos
educativos, a la elevación de la calidad de vida de la sociedad cañera. En su conjunto,
estas medidas influyen en el descenso de las tasas de mortalidad en el campo tucumano
(Bolsi y Ortiz de D’Arterio, 2001: 52).18
17 Augusto M. Bravo. Fue médico de la Protección a la Infancia y del Instituto de Puericultura “Alfredo Guzmán”. También se desempeñó como Secretario Técnico de la Dirección Provincial de Sanidad, Jefe del Servicio Médico de los Talleres de Tafí Viejo (Ferrocarril Belgrano). Ex Director General de Medicina Sanitaria de la Provincia. 18 Como Augusto Bravo, Juan Taire (1969) desestima que los cambios sociales promovidos por el peronismo hayan modificado estructuralmente la situación de los pequeños cañeros minifundistas (Taire, 1969: 144). Gutiérrez y Rubinstein (2012).
23
Imagen 4. Tucumán. Casa de un pelador de caña. Ingenio Trinidad.
Fuente: AGN. Caja 3035, Sobre 14. N° de inventario 137.564.
El reclamo de atención sobre los aspectos sociales del desarrollo económico
azucarero tucumano insiste sobre el desamparo de los pequeños plantadores frente a
quienes tienen miles de surcos, cañeros independientes o industriales.19 Al mismo
tiempo, los agrónomos plantean, sin éxito, la diversificación de la producción como
forma de evitar los riesgos del monocultivo. La mayor objeción a esta prédica surge de
la inexistencia de un cultivo alternativo que otorgue el mismo nivel de ingresos por
hectárea, especialmente a todos los propietarios del elevado número de pequeñas y
medianas explotaciones (Vessuri, 1975: 224).20
19 La Gaceta, 11 de Junio de 1942, p. 6; 12 de junio de 1942, p.6; 14 de junio de 1942, p. 6. 20 En la provincia de Tucumán la colonización agrícola no es un fenómeno típico ni extendido. En un análisis de la relación entre experiencias de colonización y propuestas de diversificación, Vessuri (1973: Cuadro I, s/p) reseña 23 proyectos de colonias impulsadas por el Consejo Agrario Nacional y financiadas por el Banco Nación. En todos los casos, la escala de los lotes entregados es muy amplia y va desde parcelas de menos de 1 ha. a 39 has. Al mismo tiempo, observa el escaso o nulo éxito de los programas encarados entre 1946 y1967 (Vessuri, 1973: 18-23). Taire (1969) reflexiona críticamente acerca de la injusta polarización de tierra y beneficios entre latifundistas y minifundistas cañeros, tanto como apunta la compleja posibilidad de diversificación, más allá de las posibilidades productivas de la provincia.
24
Cuadro 3. Explotaciones cañeras por extensión, cantidad de productores y surcos, 1940
Extensión de la
explotación
Cantidad de
cañeros
% sobre el total
de plantadores
Surcos censados
totales
% sobre total
de surcos
0 a 500 surcos 9.303 89,48% 1.424.610 38,63%
Más de 500
surcos
1.094 10,52% 2.262.947 61,37%
Totales 10.397 100 3.687.557 100
Fuente: La Gaceta, 14 junio de 1940 (Se considera como mínimo económico el fundo de 500 surcos, o sea, 10 hectáreas)
La cosecha de la caña de azúcar utiliza mucha de mano de obra transitoria.
Durante la zafra, estos los asalariados aventajan a las familias propietarias, aunque sólo
son contratados en aquellas que superan la capacidad de sus brazos de reserva (hijos y
mujeres del cañero). “El ritmo de las labores culturales implica el hecho de que la fuerza
de trabajo del grupo permanezca sin uso durante la mayor parte del año”; circunstancia
que favorecería a los pequeños cañeros que con sus extensas familias pueden cumplir
con las obligaciones del cultivo (Gaignard, 2011: 184).
En 1960, los productores y sus familiares representan el 36,9% de quienes
trabajan en esta producción; quienes viven en las explotaciones son el 45% de la
población rural.21 Los trabajadores fijos comprenden un 26,35% y los temporarios un
significativo 73,64%.22 Existen en Tucumán 20.978 explotaciones agropecuarias, entre
las cuales el 65,92% se ocupan de la producción cañera como destino principal.23 El
carácter crítico del minifundio se extiende en el tiempo como la escasa o nula
21 Lo que sugiere el asentamiento del otro 54% en pueblos rurales, ubicados alrededor de los ingenios. 22 Los migrantes que llegan a la zafra se calculan en 15 o 20 mil familias en 1964 (Gaignard, 2011: 187). 23 La persistencia del “mundo cañero” puede inferirse -en 1947 y 1959- a partir la distribución centro-sud de las explotaciones de menor extensión y también comparando la cantidad de explotaciones dedicadas al cultivo de caña de azúcar en el Norte: Jujuy cuenta en 1960 con 49 (1.108.976 surcos) y Salta 59 explotaciones (750.663 surcos).
25
rentabilidad de las explotaciones chicas, que califican como subfamiliares, al no cubrir
las necesidades de la familia cañera. En estos casos, la solución –de relativo éxito-
consiste en que el jefe de familia se emplee con sus carros en una plantación más
grande. El 20% del ingreso medio en las pequeñas explotaciones tiene este origen
(Gaignard, 2011; Santamaría, 1986).
La “forma de vivir del campesino tucumano” ligada a las exigencias del
cañaveral – utilizando al máximo de las tierras- se manifiesta en la proliferación de
“ranchos y taperas” que, por su construcción –y los escasos recursos familiares-
impiden la división de ambientes entre ambos sexos y contribuyen al hacinamiento.
También se reduce el cultivo de un huerto o pequeña granja, prácticas incentivadas por
organismos estatales pero desatendida por las familias cañeras (Bravo, 1966: 83).
En estos años, ni el uso de fertilizantes, ni la mecanización alcanzan difusión
significativa, más allá de los estudios que indican la conveniencia de otros abonos –
subsisten los tradicionales como el estiércol de animales- y el ahorro de jornadas de
trabajo a partir de la inclusión de tractores. Aún cuando la ganancia se calcula en el
40%, su utilización no resulta rentable en explotaciones menores de 55 hectáreas. Mulas
y bueyes continúan laborando con los arados de mancera o rastras de dientes en los
fundos cañeros de mediados de los sesenta (Gaignard 2011; CNA, 1960:1018-1021).
5- ¿Todas las mujeres de los cañeros son cañeras?
La división del trabajo en los fundos cañeros se basa tanto en el sistema de
género como en la composición del grupo familiar y el calendario agrícola. También
importa la extensión de la finca, para calcular los brazos necesarios para siembra y
cosecha, que coinciden en los mismos meses.
26
Observar la participación de las mujeres en los trabajos rurales relacionados con
la producción de caña de azúcar implica comprender costumbres arraigadas en los
tucumanos y tucumanas, que hacen de la familia un universo moral donde las relaciones
entre los géneros distan de ser igualitarias, en el plano ideal (y muchas veces, en la
práctica) (Vessuri, 1972). Esta aclaración vale pues, al momento de responder a los
censistas. Estas normas se juegan en la interacción y la presencia de padres, hermanos o
esposos, definen, en reiteradas ocasiones, las respuestas de las mujeres.
Los datos que recoge el CNA de 1937 consignan para Tucumán, la existencia de
14.618 fincas cañeras (86,27% de las explotaciones totales). La heterogeneidad interna
de este sector es significativa y se suma al carácter “endémico” del minifundio. Cuando
se consideran los datos de las familias agricultoras hay que atender a estas distinciones
(Véase Cuadro 3). Del total de los miembros de la familia del productor que trabajan en
las fincas, las mujeres representan un 23,26% (Gráfico 4).24 Entre las explotaciones que
contratan personal fijo (10,35%), las trabajadoras son sólo 575 y representan el 4,38%
de los asalariados, mientras el total de los varones contratados asciende a 11.978
trabajadores. Las explotaciones que declaran emplear mano de obra transitoria son
4.429. Allí, la proporción entre los géneros permanece casi sin modificaciones: las
asalariadas comprenden el 6,12% y los varones el 84,28% (40.228 hombres). El resto de
los brazos los aportan los niños, en porcentaje similar a las mujeres. El trabajo femenino
registrado aporta el 11,8% del total. Las usanzas del contrato de personal (acordado con
el jefe de familia) para la zafra explicaría el gran número de varones registrados y la
escasa visibilidad de las mujeres que migran con el grupo familiar completo para
contribuir al trabajo masculino en la cosecha de caña.
24 Su participación disminuye al 17% si se incluyen a los productores entre los trabajadores familiares.
27
Gráfico 4. Productores y familiares del productor que trabajan en las explotaciones. Tucumán. 1937
25%
45%
17%
13%
Productores
Varones
Mujeres
Niños
Fuente: Elaboración propia en base a CNA 1937.
En 1947, la población de Tucumán continúa siendo eminentemente rural. El
promedio de personas por familia es de 5,2, aumentando levemente en los
departamentos especializados en la producción cañera. Los guarismos que se registran
acerca de las características económicas de la población de 14 años y más contabilizan
un total de 1.845 mujeres ocupadas en actividades agropecuarias (con 30 a más de 50
años de edad), mientras el total de varones asciende a 52.476 trabajadores.
De la población rural económicamente activa, las mujeres representan el
45,81%. De estas 78.194 mujeres, sólo un 13,08% son registradas como ocupadas,
mientras 67.778, es decir, el 85,88% –especialmente comprendidas en la franja etaria de
18 a 49 años- se declaran como “sin ocupación económicamente retribuida”. Asimismo,
las consignadas como realizando “quehaceres domésticos” representan el 93,56% y
28
pertenecen mayormente a los grupos de edad indicados.25 Los datos –aún
contradictorios en sus mediciones respecto de la ocupación (1.845 agricultoras, 10.324
mujeres con actividad retribuida) son claros al indicar la “profesión doméstica”
(atribuida, desempeñada) de las mujeres rurales: los indicadores y guarismos que
refieren a “quehaceres domésticos” y ocupaciones sin retribución económica se
superponen.
En 1960, se contabilizan en Tucumán 20.978 explotaciones, de las cuales el
65,92% se dedican exclusiva o principalmente a la producción de caña de azúcar.
Residen en los predios tucumanos, un total de 161.503 personas, de las cuáles un 44,7%
son mujeres. Sin embargo, las denominadas como productoras representan un escaso
8,54% de esta categoría y las que se desempeñan como trabajadoras familiares (mayores
y menores de 14 años) un 12,33% del total remunerado. Las que realizan labores sin
retribución constituyen el 14,72% de los integrantes de la familia. Es destacable la
intensa masculinización de las tareas rurales en las fincas tucumanas.
Entre los asalariados, del total de los que trabajan en forma permanente, las
mujeres representan el 4,64%, en tanto, las que realizan labores transitorias comprenden
el 7,85% de los trabajadores menores y mayores de 14 años contratados. Las mujeres
calificadas como trabajadoras, incluidas las productoras, se calculan en un 8,85% del
total de los que laboran en los predios tucumanos.
Si las mujeres registradas como productoras y trabajadoras, a través de los años
en estudio, muestran una imagen “distorsionada” de su participación económica en esta
producción regional, es necesario indagar qué labores desempeñan o deberían
25 La población rural económicamente activa asciende a 172.231 personas: 93.317 varones y 78.914 mujeres. Los varones representan el 60,19% de la población rural total y las mujeres, el 56,78%. INDEC, Cuadros inéditos. IV Censo General de la Nación, año 1947. Características económicas de la población, Nº2. pp. 152-153. Ministerio de Asuntos Técnicos, IV Censo General de la Nación 1947, Tomo I, Dirección Nacional del Servicio Estadístico, Buenos Aires, p. 434,439.
29
desempeñar en los hogares rurales, es decir, qué se espera de ellas a través de la
recuperación de sus propias voces.
6- Testimonios desde el surco
Frente al subregistro de las fuentes escritas -estadísticas y no cualitativas- para el
análisis de las experiencias de vida de las mujeres en el campo -conocer y comprender
la complejidad de sus realidades cotidianas, individuales y familiares- se recurre a la
historia oral. Sus técnicas permiten una aproximación a los acontecimientos antes
inaccesibles, por medio de los recuerdos de las personas y, de esta manera, hacen
posible rescatar las experiencias de grupos que no dejan rastros históricos escritos
(Thompson, 2004: 221; Santoro, 2004: 63).26 Los testimonios, que articulan una trama
familiar y están atravesados por las vivencias posteriores, contribuyen a entrever los
desajustes entre las prescripciones del sistema de género y de la organización familiar y
las circunstancias que obligan a las personas a actuar en desacuerdo con estas normas
establecidas y socialmente legitimadas.
Si se acepta que las experiencias de los individuos en el mundo social muestran
las maneras en que las representaciones son arriesgadas en la práctica, la recuperación
de las experiencias de las mujeres en las fincas cañeras tucumanas remite a la
consideración de la complejidad de la producción agraria desde el lugar que ocupan
comos sujetos activos en la historia del campo argentino.27 Reconocer divergencias y
26 Mediante el empleo de entrevistas con el formato de historia de vida (ligado a un abordaje de historia oral temática) y a través del muestreo por redes (“bola de nieve”), se realizaron 8 entrevistas que incluyeron a mujeres y varones nacieron/vivieron en el campo entre 1930 y 1960, en el Norte argentino y que trabajaron (con su familia o como peones, jornaleros) en la producción azucarera. La selección de las personas entrevistadas no pretende constituir un muestreo representativo (propio de los estudios cuantitativos), sino ampliar el sentido de comprensión del problema de investigación. 27 Véanse Thompson (1981); Sahlins (1993). En este sentido, se comprende que las características de lo rural y lo urbano operan como “realidades percibidas”; se traducen en discursos que orientan las prácticas sociales y se fundamentan en valores culturalmente construidos. La naturaleza misma de lo rural condiciona los procesos económicos, políticos y sociales que suceden en un mismo territorio (Paniagua y Hoggart, 2002).
30
coincidencias entre las expectativas que el sistema de género propone a las mujeres y
varones en esta producción regional y sus propias experiencias requiere interpretar sus
propias miradas sobre el trabajo rural y la vida cotidiana en las explotaciones
agropecuarias a mediados del siglo XX.
El ciclo agrícola incompleto de la caña conocerá su fase intensiva en el tiempo
de la zafra, entre junio y septiembre, período que ha variado con los años, de acuerdo a
los cambios tecnológicos y las hectáreas sembradas. Entonces ¿Cómo se organizan las
familias productoras dedicadas a este cultivo industrial? ¿Quiénes pueden ir al cerco y
quiénes no? La estructuración de las labores culturales de la caña de azúcar depende
tanto de la extensión de la finca -que es un elemento esencial en la definición de su
productividad potencial- como del arraigo de los estereotipos de género transmitidos por
las instituciones sociales (escuela, iglesia) y especialmente, por las mismas familias.
Las mujeres y varones entrevistados ofrecen sus relatos de la fase agraria del
complejo azucarero, dando voz a muchos de los sectores implicados: Amalia es hija de
un pequeño productor propietario del sur de Tucumán (La Cocha, Graneros) que migra
con su familia en los meses de la zafra, para emplearse como obrero del surco en los
ingenios cercanos, pues su zona de residencia no es cañera; Isabel, es esposa de un
cañero mediano, que vivía en su casa del campo (Aráoz, Leales) y en calidad de
“patrona”, sus hijas –Irma y María- acompañan su relato con los recuerdos de su
infancia relacionados con la caña; Chabela, por su parte, se cría, vive y trabaja hasta los
20 años en la Colonia 5 del Ingenio La Providencia (Río Seco), allí conoce a Miguel,
obrero del mismo ingenio; y Nilda, quien fuera trabajadora del surco “por cuenta
propia” y luego cañera minifundista, al casarse con Julio (Macio Sud, Monteros).
31
Amalia nació en el Ingenio Santa Ana (Departamento de Río Chico) en 1933,
cuando la familia se encontraba viviendo en las casas de los obreros temporarios del
ingenio, pues sus padres habían migrado para la zafra. El más chico de sus hermanos
(eran ocho en total) también nació en ese lugar. El ciclo de la zafra ordenaba la vida
familiar desde antes de su nacimiento hasta 1942, según refiere, cuando su padre, a su
regreso, decidió no volver a Santa Ana el año siguiente.
En La Cocha eran propietarios de un campo de 12 hectáreas, que habían
heredado por vía paterna. Sembraba allí trigo, como cultivo principal y maíz para el
consumo familiar (en el distrito de Graneros predominaban las actividades agrícolas no-
cañeras y ganaderas), también frutales, tenían huerta, con sandía, zapallos y batatas y
hacienda (bueyes, caballos) que utilizaba para llevar su carreta, con la que transportaba
la caña en el ingenio. El cuidado de todos los sembradíos y animales lo realizaba sólo el
padre, que, según su relato “era medio orgulloso (no quería que) la mujer fuera a
trabajar en el campo” pues “la mujer era para la cocina, para cuidar a los hijos y para
hacer las cosas de la casa”. Había una vaca en el predio y también gallinas, que sí
integraban el límite de lo considerado “actividad femenina” para el padre de Amalia.
Mientras permanecían en La Cocha, su madre –además de los quehaceres
mencionados- preparaba quesos para consumo familiar, pero también sabía coser “para
afuera” y era lavandera. Preparaba empanadas y pan casero por encargue, todo en su
casa, pues el esposo era muy orgulloso como para admitir que su mujer trabajara,
cuidando su imagen al interior de la familia, concentrando la autoridad de las decisiones
económicas. Aún así, Amalia afirma que su madre tenía “un carácter fuerte”, dando la
idea de un equilibrio negociable en el día a día.
Cuando viajaban a la zafra, el padre trabajaba solo en el cerco. Amalia, junto a
su madre le alcanzaba a su padre una gran pava, pero de café- para superar el frío de las
32
heladas invernales en las que se cortaba, pelaba, descolaba y apilaba la caña, antes de
subirla a los carros. En su recuerdo, los detalles de estos procedimientos son
minuciosos. Pero nunca su padre dejó que trabajaran con él. Sin embargo, Amalia
afirma que en la cosecha de la caña, no se discrimina por sexo: “todo era igual, para el
hombre y la mujer lo mismo”. Tenía primas hermanas que sí iban al surco: “Teníamos
un tío, él si las llevaba a las chicas, pero lamentablemente el tuvo todas hijas mujeres, y
él, entonces, él si las llevaba a trabajar. Entonces, mi viejo lo criticaba… ¿cómo va a
llevar a esas chicas a trabajar a esos campos en esas durezas de frío, en esas madrugadas
heladas, eran 4 o 5 de la mañana cuando la gente iba a los cercos, en esos días las cañas
eran altas, y te mojás todo. Ahí hacían el mismo trabajo que los hombres”, pues también
cargaban la caña en los carros (Este tío no era propietario y cosechaba con sus hijas en
campos de cañeros, y llevaba las carradas al ingenio o canchón). El cumplimiento de los
deberes del jefe de familia, es decir, conseguir por sí mismo el sustento familiar (a lo
sumo ayudado por hijos varones), sin que las mujeres de la familia trabajasen, pesa
fuertemente sobre las estrategias de subsistencia en el campo tucumano.28
Pudo ir a la escuela, cambiando de establecimiento durante la cosecha, hasta 5°
grado, pues la madre de Amalia aspiraba a un futuro para sus hijas fuera del campo.
Igualmente, ella conoce en detalle los cuidados culturales de la caña, en coincidencia
con los ya descritos.
Isabel, nació en Tucumán c. de 1922, primogénita de 14 hermanos de padres
sirio-libaneses radicados en Santiago del Estero. Allí su familia se dedicaba a la
agricultura y al comercio. Su madre no quería que se casara con “esa gente del monte”,
28 Similar situación señala Vessuri (1972) para los jefes de familia santiagueños: “un buen padre, un hombre cabal, mantiene a su esposa e hijos, no le teme al trabajo duro y enfrenta la vida con coraje e integridad. Un hombre cuya esposa no trabaja, a menudo hace alarde, y de esa manera publicita su reputación como proveedor de la familia. Si es honorable, encontrará doloroso el no poder brindar una vida decente a su familia. Siente vergüenza, que es una medida del honor herido y de su impotencia debido a su posición económica” (Vessuri, 1972: 6).
33
entonces contrajo matrimonio con un primo-hermano (hijo de una hermana de la madre)
a los 18 años. Su marido tenía una mediana explotación cañera (ella no recuerda
exactamente la cantidad de surcos) en el Departamento de Leales (Aráoz) que
trabajaban en sociedad con sus cuatro hermanos, pues la habían recibido por herencia.
Vivían allí cuatro familias (una hermana era soltera, en total, los niños eran dieciséis) y
uno de los hermanos era el Administrador designado. Esta situación es señalada por
Isabel como conflictiva al interior de la familia. Entregaban la caña al Ingenio
Concepción o Cruz Alta y ella dice no recordar que hubiera problemas para negociar los
precios, aunque apunta que esa tarea la cumplía el cuñado.
Ella y su marido tuvieron siete hijos. Pero ni ella, ni los niños o niñas se
ocuparon de trabajar con la caña de azúcar: “¡No! Ellos iban al cerco y volvían (el
marido, sus cuñados)! ¡(Yo) jamás! Hacía mis quehaceres domésticos, atendía a mis
hijos”. Como el padre de Amalia, el esposo de Isabel (y ella misma) pensaba que las
labores de la caña no eran adecuadas para las mujeres. Como él era “patrón”, tampoco
realizaba las múltiples tareas del surco que describe Isabel con gran detalle, sólo se
aseguraba que fueran bien hechas por los obreros temporarios que mantenían sus
cañaverales. Controlaba con una libreta el trabajo de cada uno, y llevaba rigurosamente
las cuentas de los kg. pelados y cargados por cada carrero. Isabel y sus hijas (Irma y
María) afirman que hubo en su campo hasta cuarenta carros con mulas y doscientos
obreros del surco.
Además del cuidado de sus hijos y la limpieza de la vivienda –en la que no había
comodidades, comparándolas con la actualidad, asevera- el cuidado de la huerta para el
consumo propio (que se encargaba de sembrar el marido), es decir, las tareas femeninas
de la finca –configuración que trasciende las realidades regionales pues acompaña a las
mujeres como mandato, naturalizado en las prácticas- Isabel era la “planillera”. Su
34
trabajo consistía en volcar, día a día, los datos que recababa su marido en la libreta y
tener siempre las cuentas exactas de lo debido a los trabajadores, pues tenían que
entregarle esos datos al cuñado-administrador, quien pagaba a los obreros. Con escasa –
e irregular- escolarización, esta patrona cañera afirma que “trabajaba más que una
contadora” anotando lo cosechado por cada carro, que debido a las exigencias del ritmo
productivo de la industria, debían partir prontamente al canchón de pesado o al ingenio
para recibir un mejor pago.
Sus hijos e hijas recibieron una mejor educación que los padres. Como en el caso
de los sectores medios pampeanos, aún si se desea que alguno de los hijos (varones)
continúe con la explotación (hoy, la fracción del campo cañero es administrada por un
nieto) se les brindan otras herramientas para un destino no agrario. Así los varones
asistieron al internado de los Padres Salesianos y las hijas al Colegio María Auxiliadora,
con la misma modalidad pupila, en la Capital provincial. Irma y María recuerdan ser
visitadas por sus padres y volver a la finca familiar para las vacaciones. Apuntan
también la organización de las fiestas de fin de año que reunían grandes grupos de
personas, parientes y amigos, con bailes y comida, en tiempos en que la zafra ya había
concluido y la atención al crecimiento del cañaveral podía distenderse
momentáneamente.
Esta familia cañera contrataba trabajadores temporarios para la zafra, desde
mayo-junio hasta diciembre. Estas personas podían residir en zonas aledañas (entonces
no necesitaban alojamiento) como migrar con sus familias desde Santiago del Estero o
desde Salta. Ellos, dice Isabel, como patrones tenían la obligación de darles vivienda.
La mayoría de los cañeros, señala, tenía ya construidas casas para sus obreros (pero no
cuenta de qué materiales las construían). Afirma, asimismo, que los que “peor trataban a
los obreros eran los ingenios, hacían chozitas con paredes de lona y tenían que estar ahí
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(los zafreros) por la cosecha”. Legalmente, dice, estaban obligados a pagarles un salario
determinado y leche para los niños de hasta ocho años, medida especialmente
controlada por los gobiernos peronistas.29
Irma recuerda jugar a pelar caña con los hijos de los obreros y también señala
que “había mujeres peladoras…llevaban a los chiquitos y los ponían ahí, al lado del
surco… cargaban también las mujeres. El que cortaba la caña era el hombre, la mujer
pelaba… había mujeres que tenían más habilidad que el hombre para cortar la caña.”
Las familias cosecheras vivían en el predio los seis meses que duraba la zafra. Debían
comprarse la comida y cocinarse por sí mismos, salvo día en que se daba cierre al
último atado, se izaba una bandera argentina y el patrón invitaba un asado a toda la
gente, rememora Irma. Mujeres e hijas de los medianos cañeros marcan su distancia
social con las mujeres de la zafra atendiendo aquello que se encuentra dentro de las
expectativas culturales de la feminidad, en el Tucumán de mediados del siglo XX.
En el extremo opuesto de la “escala cañera”, Nilda relata su trayectoria de
zafrera, trabajadora doméstica y cañera minifundista en Macio Sud (Monteros), donde
nació en 1946. Como su padre falleció tempranamente, su madre debe convertirse en
jefa de hogar, y contando con los brazos de hijos varones mayores, sustentar una familia
de diez integrantes. Entre las múltiples estrategias que articula, una era ir a hachar caña
con los hijos en temporada de zafra, para un vecino. En su pequeño terreno no tenían
caña (su hermano tiene actualmente 15 surcos, cuya producción vende al contado).
29 Véase Bolsi y Ortiz de D’Arterio (1991: 83-92). Mercado (1997) relata, entre la biografía y la descripción antropológica, su vida familiar en el Ingenio Santa Lucía (Departamento Monteros). Allí señala que: “en la pelada de caña, intervenían todos los integrantes de la familia (de los temporarios o golondrinas): padres, hijos, algún arrimado. Mientras unos macheteaban, para el corte, otros deshojaban; los chicos y mujeres acomodaban y cargaban el carro o traían agua o alcanzaban la comida que las tomaban a las diez u once ya que empezaban a trabajar a las cuatro de la mañana para aprovechar la fresca y eludir en lo posible el fuerte calor de la tarde. Trabajaban por tanto; cuánto más cañas enviaban al canchón, más ganaban lo que les era liquidado al final de la zafra, menos lo adelantado para su mantenimiento mientras vivían (en el ingenio). (Mercado, 1997: 87).
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Cuando vivía su padre, no trabajaban las mujeres en la caña, pues él no quería
que fueran al cerco. A su muerte, Nilda tomó el lugar de su madre en la estructura
hogareña, se encargaba de las labores del hogar y de alcanzarles el mate cocido a la
mañana en los surcos. Allí pelaban caña desde las tres de la madrugada hasta que
“entraba el sol”, todo el día. A los 14 o 15 años, y hasta los 19 en que se emplea como
doméstica en San Miguel de Tucumán, trabaja temporariamente en los cercos, junto a
sus hermanos. Dice que “hacía de todo lo que hace el hombre, hachaba, descolaba,
cargaba, y cuando era la época en que se pelaba la caña, pelaba, apilaba…”. Ya casada –
ella aclara que su unión es de hecho- cosechaba con “macheta” y pelaba con cuchillos,
cargaba al hombro las cañas, para subirlas al carro. En las épocas en que se pelaba,
refiere que ella y sus cuñados (un varón y una mujer) se ocupaban de esta labor mientras
Julio (su esposo), llevaba la caña al ingenio (Santa Rosa, en León Rougés).
Acerca del tratamiento del cultivo –cuyos procedimientos meticulosamente-
señala que mientras otros quemaban la maloja, ellos la incorporaban a la tierra,
cuidando toda la familia del proceso de crecimiento de la plantación. Inclusive, explica,
ha ido al cerco estando embarazada de 8 meses y que su cuñada la “corría” fuera de los
surcos. Cuando cada uno de sus tres hijos eran bebés, les daba de mamar y seguía
cargando caña junto a su marido y cuñada. Julio, nacido en 1948, cerca del Ingenio
Santa Lucía, en Potrero Negro. Su padre pelaba caña, y él con sus hermanos, desde
niños participaban en la zafra apilando junto al carro. Insiste en la necesidad de enseñar
a los chicos “el amor a la tierra”, a trabajar con sus propias manos. Aún si sus propios
hijos, estudiaron fuera de su finca y se recibieron en el nivel terciario en Monteros. Sólo
uno está “entusiasmado con el campo” y estudia Gestión agropecuaria.
Ambos coinciden en que el minifundio es complejo: “uno no vive solamente de
la caña” afirma Nilda, hay que sembrar batatas, maíz para choclo para sostener la
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familia a la espera de la zafra. Mientras tanto, deben conservar –como hicieron siempre-
una huerta y animales pequeños, para autoconsumo y venta o trueque de los excedentes
en la feria de Simoca.
Julio afirma con convicción que “todas las mujeres de los cañeros, son cañeras”,
su expresión contradice tanto al padre de Nilda como al resto de los varones citados
(salvando al tío de Amalia, quien tuvo “la desgracia” de tener cuatro hijas), pues en la
denominación “cañeras” refiere a una categoría defensora de un modo de vida, que
eligieron y construyeron con su esposa en forma conjunta. Explica esta opinión de Julio,
tal vez, en parte, el haber nacido en una generación posterior, como la personalidad de
Nilda, quien era ya una mujer “madura” (tenía 32 años cuando se casaron) que había
tenido una compleja experiencia de vida.
Las memorias de Chabela y Miguel acercan el mundo interno de los ingenios. Si
las mujeres en las historias anteriores, rescatan por momentos la vida en el campo como
“sana, más feliz, más simple” al tiempo que matizan sus afirmaciones con el sacrificio
que les había significado (a cada una en su medida), Chabela asevera que “ni al peor
enemigo… (le desea su vida en el cerco)… gracias a dios que se ha terminado eso. Era
un trabajo muy feo”. Miguel agrega que: “ese alivio… (no es tal) todos los que venían a
la cosecha… ya no están”. Refiriéndose a los migrantes que llegaban de Santiago del
Estero e incluso desde Bolivia, quienes construían precarias viviendas de maloja en las
tierras del ingenio.
Los padres de Chabela eran colonos del ingenio La Providencia (Río Seco).
Habían venido de Catamarca a instalarse en estas tierras donde la empresa (propiedad
de Eusebio Agüero) les aseguraba salario y vivienda, más allá del calendario agrícola
cañero. Nacida en 1940, desde los ocho años trabajaba junto a su padre, pues “no había
otra cosa que hacer para comer”. En el ingenio, les daban una “libreta” para la
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proveeduría allí podían adelantarles mercadería para consumir, que se descontaba de sus
ingresos mensuales. Allí también se asentaban los kg. de caña cortada y cargada durante
la zafra. Las casas eran de material, todas iguales y había también de madera en las
colonias.
A los obreros del surco, temporarios, los alojaban en “conventillos o galpones”
que siempre fueron iguales, dicen. Mientras los cañeros tenían bueyes y caballos, el
ingenio –señalan- ya tenía (entre los años cuarenta y cincuenta, por razones de
importación) tractores para movilizar los carros cargados con caña hasta la balanza.
También el tendido interno de vías férreas facilitaba el tránsito durante la cosecha y
hasta era utilizado por los colonos para llegar al centro del ingenio, y al pueblo
constituido a su alrededor.
Chabela tenía cinco hermanos, cuatro mujeres y un varón, pero este último era
más pequeño. Ellas tenían que ayudar a su padre, aún si él no quisiera haber tenido que
usar sus brazos para estas faenas; como en el caso del tío, en el relato de Amalia.
Recuerda que muchas veces llegaban a trabajar al cerco a la una de la mañana y
permanecían allí hasta el atardecer (alrededor de las 19 horas). Coincide en este punto
con los testimonios de otros entrevistados sobre la extensión del trabajo de la zafra, que
ninguno como Chabela rememora con tanta amargura. Sobre su trabajo en el cañaveral,
que implicaba todas las tareas antes descritas y que realizó hasta los veinte años, señala
que “lo peor, es que no lo hacían aparecer como que nosotros trabajáramos, mi padre no
más, él figuraba y el cobraba y nosotros nada”. Su evaluación negativa de este hecho, se
compensa con la valoración moral de su padre y su madre, como excelentes personas,
afectadas por las circunstancias.
Aunque su madre “no iba a trabajar, su carga era muy pesada” por todo lo que
implicaban sus labores domésticas, dice. Mientras tanto, su educación escolar (hasta
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sexto grado completa) y la de sus hermanos, se intercalaba entre la escuela de la colonia
con los tiempos de la zafra. A los 22 años, Chabela se casó con Miguel, quien trabajaba
en el ingenio como obrero de fábrica. Él había nacido en Río Seco, en 1941 y junto a
sus padres también pelaban caña en una finca grande conocida como “Colonia La
Granja” (de explotación mixta) en el mismo distrito. Al contraer matrimonio, ella no
trabajó más instalándose en el pueblo de Río Seco.
7- Reflexiones finales
En este estudio histórico se reconstruyen las dinámicas macroestructurales que
sustentan la configuración de la región azucarera en el Noroeste Argentino, cuyo
destino principal es el abastecimiento del mercado interno, de acuerdo a los
lineamientos del modelo agroexportador. Entre la gran crisis estructural y orgánica de
1930 y las transformaciones sociales y productivas de la década del sesenta, este espacio
atravesará distintos procesos de adaptación y regulación estatal; aspectos que demandan
una disminución de la escala de observación, el rescate de las experiencias individuales
y las vivencias de las familias frente a estos cambios estructurales.
Cuando se analiza la distribución de las tierras en el NOA, territorio de antigua
ocupación, el régimen de propiedad desvía la mirada de la polarización de las
explotaciones en los segmentos extremos, que se intensifica a fines de los sesenta. La
complejidad del jerarquizado mundo cañero se revela en las frecuentes protestas y
enfrentamientos entre productores e industriales, tanto como en su asociación frente a
los poderes estatales para reclamar por la protección del sector. El liderazgo productivo
de Tucumán en los años analizados se basa en la articulación de intereses de los cañeros
independientes (corporativizados hacia 1918), los ingenios y el resto de los actores
implicados en la fase agraria del cultivo de la caña dulce, donde la mano de obra
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familiar es fundamental. Bajo la “identidad cañera” se diluyen importantes diferencias
al interior de esta área monoproductora y minifundista que resistirá las prédicas
diversificadoras propuestas por los agrónomos provinciales desde los años ‘20.
La composición de las familias, obliga a los padres a incorporar a las hijas
mayores (o a todas, en el caso de tener sólo mujeres) a la producción. Entonces, la
maternidad se combina con los quehaceres domésticos y la esposa procurará ser
ayudada por una de sus hijas menores, mientras las demás trabajan junto al padre,
“como si fueran varones”. Esta circunstancia será observada como un desvío de las
costumbres y de los mandatos del sistema de género; muchos padres cargarán con más
trabajo –excediendo los límites de sus fuerzas físicas- para no transgredir las
prescripciones culturales. El trabajo de las mujeres tucumanas – especialmente en la
zafra- es visto como una amenaza al honor de los varones, sustento del hogar cañero.
Las características que asume el trabajo rural femenino se ligan tanto al cultivo
de la caña (su calendario agrícola y tareas culturales) ante la escasa o nula mecanización
y a la extensión de la familia para el cumplimiento de estas tareas. Al interior de la
economía regional azucarera, las desigualdades entre los sujetos productivos se hacen
palmarias y las condiciones de vida evidencian los desequilibrios del desarrollo agrario
nacional. Al mismo tiempo, la dificultad de visualizar a las mujeres en las tareas
productivas aumenta con la incongruencia en el tiempo de las categorías censales en la
Argentina.
Los relatos, en conjunto, expresan la complejidad del mundo cañero, los sujetos
implicados, las relaciones de poder que se establecen, hacia fuera de las fincas y dentro
de las familias, de acuerdo al ciclo familiar y a la composición del hogar. Las
trayectorias vitales de los entrevistados muestran diversos perfiles de la producción
cañera y su influencia en la configuración de los hogares rurales. Sus testimonios
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revelan las rígidas estructuras de género que guían las prácticas de los sujetos hasta los
años cincuenta. El lugar de las mujeres, parece no ser el cerco y sí el hogar cañero,
siguiendo el dictado de los discursos de la época.
Al mismo tiempo, se observan las situaciones en las que esas expectativas no
pueden ser cumplidas, y las formas en que las familias re-organizan la división del
trabajo para subsistir. Las migraciones estacionales son un medio para tal fin, en el caso
de los cosecheros. Aún cuando no puede generalizarse, algunos testimonios evidencian
rasgos de modificación de las relaciones de género y posibles cambios en las
prescripciones que rigen la delimitación del trabajo en las fincas cañeras.
8- Bibliografía
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