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95 Alain Basail Rodríguez, Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica. Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas. S E C C I Ó N A B I E R T A recurso a múltiples dispositivos y disímiles tácticas para someterlo, restringirlo o controlarlo a través, por ejem- plo, de las concesiones de reales privilegios, la instaura- ción de la censura regia y religiosa, las licencias de edi- ción, los depósitos previos y hasta el soborno. Este ensayo sobre el poder pone en perspectiva histórica cómo la prensa contribuyó a definir el carác- ter de “lo público” en la sociedad moderna. Tras reve- lar las relaciones entre política, comunicación y cultura, se propone un modelo analítico para el estudio socio- lógico de la prensa que parte del pensamiento clásico (Durkheim, Weber y Marx). En particular, se destaca la singularidad de dos lógicas de acción, a saber: la de la censura, como dispositivo de control y reproduc- ción cultural; la del disenso, como voluntad cultural clave en la trama de las narrativas de identidad. Final- mente, se subraya que la operación mediática busca dar cuenta de los principios constitutivos de la identi- dad social a partir, sobre todo, de las características de la oferta y la propia naturaleza del mundo mediático. Ello obliga a hacer otras consideraciones metodológicas sobre los medios y su papel en la constitución discursivo- simbólica de los espacios y de la realidad social. L a comunicación ha constituido siempre un pro- ceso social fundamental dentro del ámbito polí- tico porque toda actividad política implica una relación comunicativa (Benedicto, 1998:131). Las élites del poder han visto con celo la producción y circula- ción de informaciones y no han escatimado recursos en su empeño por controlarlas. Esas élites operaban patrimonializando las obras únicas y los medios hasta el eclipse que supuso el invento de la imprenta de tipos móviles por Gutemberg (1455). Aunque hoy se ba- rrunta el adiós a la innovación de Juan Gänsefleisch, no se niega que constituyó un triunfo del hombre y un hito fundamental en la historia de la comunicación hu- mana, de gran importancia en la mudanza de la socie- dad, al abrir enormes posibilidades para estampar las ideas sobre un soporte material que favoreció su vai- vén a través de espacios geográficos distantes y su per- durabilidad en el tiempo. En este sentido, posibilitó el periodismo impreso, regular, cultural, de opinión y, luego, diario, como instrumento “peligroso” de pro- paganda y de expresión del libre pensamiento que sus- citó el resentimiento del poder político y religioso, y su LA OPERACIÓN MEDIÁTICA DEL PODER ENSAYO SOBRE COMUNICACIÓN POLÍTICA Y SOCIOLOGÍA DE LA PRENSA Alain Basail Rodríguez

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Page 1: A OPERACIÓN MEDIÁTICA DEL PODER NSAYO SOBRE … · Este ensayo sobre el poder pone en perspectiva histórica cómo la prensa contribuyó a definir el carác-ter de “lo público”

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Alain Basail Rodríguez, Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica.

Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas.

S E C C I Ó N

A B I E R T A

recurso a múltiples dispositivos y disímiles tácticas parasometerlo, restringirlo o controlarlo a través, por ejem-plo, de las concesiones de reales privilegios, la instaura-ción de la censura regia y religiosa, las licencias de edi-ción, los depósitos previos y hasta el soborno.

Este ensayo sobre el poder pone en perspectivahistórica cómo la prensa contribuyó a definir el carác-ter de “lo público” en la sociedad moderna. Tras reve-lar las relaciones entre política, comunicación y cultura,se propone un modelo analítico para el estudio socio-lógico de la prensa que parte del pensamiento clásico(Durkheim, Weber y Marx). En particular, se destacala singularidad de dos lógicas de acción, a saber: la dela censura, como dispositivo de control y reproduc-ción cultural; la del disenso, como voluntad culturalclave en la trama de las narrativas de identidad. Final-mente, se subraya que la operación mediática buscadar cuenta de los principios constitutivos de la identi-dad social a partir, sobre todo, de las características dela oferta y la propia naturaleza del mundo mediático.Ello obliga a hacer otras consideraciones metodológicassobre los medios y su papel en la constitución discursivo-simbólica de los espacios y de la realidad social.

La comunicación ha constituido siempre un pro-ceso social fundamental dentro del ámbito polí-tico porque toda actividad política implica una

relación comunicativa (Benedicto, 1998:131). Las élitesdel poder han visto con celo la producción y circula-ción de informaciones y no han escatimado recursosen su empeño por controlarlas. Esas élites operabanpatrimonializando las obras únicas y los medios hastael eclipse que supuso el invento de la imprenta de tiposmóviles por Gutemberg (1455). Aunque hoy se ba-rrunta el adiós a la innovación de Juan Gänsefleisch,no se niega que constituyó un triunfo del hombre y unhito fundamental en la historia de la comunicación hu-mana, de gran importancia en la mudanza de la socie-dad, al abrir enormes posibilidades para estampar lasideas sobre un soporte material que favoreció su vai-vén a través de espacios geográficos distantes y su per-durabilidad en el tiempo. En este sentido, posibilitó elperiodismo impreso, regular, cultural, de opinión y,luego, diario, como instrumento “peligroso” de pro-paganda y de expresión del libre pensamiento que sus-citó el resentimiento del poder político y religioso, y su

LA OPERACIÓN MEDIÁTICA DEL PODER

ENSAYO SOBRE COMUNICACIÓN POLÍTICA Y SOCIOLOGÍA

DE LA PRENSA

Alain Basail Rodríguez

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Modernidad, comunicación yconocimiento

La historia particular de las relaciones entre la prensaperiódica y el poder político es una historia llena de sos-pechas, desconfianzas y conflictos más o menos mani-fiestos. Los gobiernos que vieron en ella una amenaza asu legitimidad, fueron desplazando su capacidad de ar-bitraje de la censura a otras formas más sutiles o menosvisibles como la cooptación política, el incremento delos impuestos sobre el precio del papel o el número deejemplares vendidos, excepto situaciones de guerra operiodos de agudos conflictos en los que su controlabsoluto era una cuestión de seguridad. Dicha transiciónse basó en el desarrollo tecnológico que, aplicado a losprocesos de impresión, permitió aumentar las tiradasde los periódicos y el abaratamiento de los ejemplares,así como el dominio de las leyes del mercado en el que-hacer periodístico, el uso de la publicidad comercial y laprogresiva mercantilización del periódico. Éste experi-mentó un cambio radical en la medida en que se integróy participó activamente de la dinámica económica, cul-tural y política de los tiempos modernos.

La modernidad generalmente se presenta como elresultado de los procesos de cambios sociales relaciona-dos con las revoluciones científica, industrial y política.También podría decirse, siguiendo a A.W. Gouldner(1978:247), que otra revolución permitió acompañar alas primeras, prepararlas o interpretarlas al propagarnuevos valores y posibilitar el desplazamiento de los focosde interés en relación con las transformaciones de la es-tructura social y los cambios de mentalidades, a saber: larevolución en las comunicaciones. Además del desarro-llo de las comunicaciones en sí mismas a partir de laconstrucción de canales fluviales, caminos, carreteras yvías férreas, el establecimiento de líneas regulares de trans-porte de viajeros y mercancías, y el empleo de la energíade vapor en el transporte terrestre y marítimo, la crea-ción de los servicios de correos y, después, los inventos

en el envío de noticias a distancia como el telégrafo has-ta llegar al teléfono; esta revolución, en curso aún, intro-dujo una nueva perspectiva para contemplar un mundoque dejaba de ser misterioso y desconocido para pare-cer más asequible y, por consiguiente, en las pautas defuncionamiento de la comunicación política. Por ejem-plo, la prensa fue el vehículo privilegiado para difundirlas ideas de la industriosa clase burguesa en su lucha con-tra la legitimidad de la monarquía, la alta nobleza y lajerarquía eclesiástica basada en la tradición, la religión yhasta la voluntad divina.

La libertad de imprenta y de expresión se convirtie-ron en temas de interés en las disputas sociopolíticassobre los derechos civiles y económicos que, principal-mente, fueron reivindicados por el credo liberal. En 1695,John Locke disertó sobre las pérdidas que la censurasuponía para las imprentas inglesas en beneficio de lasholandesas, imponiéndole un sentido práctico y mer-cantil a las discusiones que unos años atrás condujeron ala Declaración de Derechos que garantizó la libertad de im-prenta en Inglaterra (1688). Comunicar, opinar e impri-mir fueron parte de los derechos reclamados por elhombre moderno como se constata también en el artí-culo onceno de la declaración revolucionaria francesade los derechos del hombre y el ciudadano (1789). Laepisteme mediática moderna, en particular la prensa, naciócon la impronta ideológica de la transparencia o visibili-dad comunicacional como fuente de información e in-terpretación del mapa político en contraste con la socie-dad tradicional.

En su clásico ensayo, seminal para el liberalismo,Sobre la libertad, J. Stuart Mill planteó la relación entrepoder y opinión al revelar la necesidad de la comunica-ción política entre gobernados y gobernantes. El discur-so sobre el poder político al calor de las conmocionesque alumbraban al mundo moderno, pretendió colocarel debate sobre los asuntos del estado en manos de loshombres gobernados, es decir, dejaba de ser patrimo-nio de unos cuantos en las Cortes para ponerse al al-

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cance de un nuevo tipo de personas —ciudadanos—con capacidad de razonar e interés por seguir los asun-tos de gobierno que fueron, en lo sucesivo cada vezmás, asuntos de interés público. A ello también con-tribuyeron los ilustrados cuyo supuesto doctrinal rezaque la verdad no proviene de la autoridad, sino quesurge de la libre discusión entre seres racionales, de laconcurrencia libre y plural de opiniones a un mercadode ideas donde se valoraban y precisaba su pertinen-cia. De tal manera se desarrolló la noción de sujetoliberal autorreflexivo, racionalista y maximizador de lautilidad de los resultados (Soldevilla, 1995:67) y, al mis-mo tiempo, se comenzó a hablar de un ámbito decentral importancia para configurar la dinámica de lassociedades modernas, la esfera pública.

El nuevo y autónomo foro de la “sociedad civili-zada” se definió como disperso puesto que compren-dió las conversaciones, las discusiones en los salonesde las familias, las tertulias en los cafés o mercados, losintercambios de correspondencia o los debates por lalectura colectiva de periódicos en los establecimientossuscritos o los formados en torno a las bibliotecas cir-culantes. Tal basta red de pequeños y grandes espaciosse articuló, fundamentalmente, a través de la prensacomo vehículo ágil y permanente para hacer circularinformación por la sociedad civil, y entre ésta y el Es-tado. Dice Wright Mills:

El público, concebido de esta manera, constituye eltelar de la democracia clásica del siglo XVIII; la discusiónes, a un tiempo, el hilo y la lanzadera que unen en lamisma trama los distintos círculos polémicos. Su raízes el concepto de autoridad debatida, y se basa en laesperanza de que la verdad y la justicia surgirán dealgún modo de la sociedad constituida como un granorganismo de discusión libre (1978:279).

Al convertirse la política en la forma ideológica do-minante de la vida moderna, la lucha por ampliar los

derechos a grupos cada vez más amplios de la sociedadposibilitó el desarrollo de lo público hasta entonces re-ducido a un espacio masculino y burgués (Habermas,1981). El interés por la política, la instrucción y la cosapública, a través del interés por la información que laprensa brindaba sobre sus cursos, hizo posible la comu-nicación política. Empero, el ámbito de “notoriedadpública”, como lo define Habermas siguiendo a Marx,respondió a los intereses de la emergente clase burguesay no tuvo por sujeto al conjunto de los ciudadanos sinoa una parte de éstos, es decir, al público burgués e ilus-trado, y representó los intereses de su clase aunque pre-tendió representar —o imponer su representación delmundo— a todo el resto de grupos o clases sociales dela sociedad. De hecho se trató de la hechura de la socie-dad según unos particulares intereses que para llevar ade-lante proyectos económicos necesitaron modificar lasdemás relaciones sociales y, en tal sentido, difundir nue-vas imágenes del mundo que aseguraran consensos ycoacciones sociales para combatir las ideas y prácticastanto de las clases conservadoras como, más tarde, delas clases subalternas surgidas del propio impulsomodernizador. Todas las relaciones de comunicacióndevienen como relaciones de poder y dominación his-tórica y culturalmente construidas, social y simbólica-mente constituidas. El movimiento histórico implicacomplejos y conflictivos procesos culturales, es decir,pluralidad o secuencias variables de cambios que devienenen un sistema dado, interrelacionados causalmente, de-terminan rasgos dominantes y subalternos y conectan ladimensión simbólica de la realidad social con los cam-bios de la estructura social.

Cuestionado ese sistema de representación de la so-ciedad como totalidad hasta entonces eficaz que fue lareligión, las nuevas pautas de interpretación de su cre-ciente y cambiante complejidad se encontraron en lasideologías, la lucha de ideas por proponer esquemasconceptuales, teorías, perspectivas y cosmovisiones delmundo. Éstas como nuevos sistemas que hacían per-

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ceptibles y comprensibles la opacidad de lo social, en-contraron en la prensa el vehículo cotidiano, renovador,polémico, vivaz, módico y maleable para configurar elterreno de la política, imponer los componentes de esarepresentación y reactualizar las convenciones culturalesque producen efectos de verdad. La prensa se convirtióen un elemento capital del nuevo orden burgués, cum-plió una importante labor en la emergencia de la socie-dad civil, la conformación de opinión o de significadospúblicamente compartidos, los procesos de acceso ycustodia del poder y la legitimación del mismo. La rela-ción entre el ámbito periodístico y el ámbito de la polí-tica es mejor comprendida si partimos de cómo las re-voluciones inglesa, americana y francesa:

...fueron preparadas, promovidas y hechas famosaspor una prensa popular y un manojo de panfletos,alegatos y libros, cuyos contenidos eran leídos por laspartes de la población que sabían leer y oídos por losanalfabetos. (...) La prensa barata radical llegó a ser elmedio de comunicación indispensable para instruir,alzar y dirigir al movimiento popular (Novack,1977:114).

La prensa, como producto de tráfico de informa-ciones limitado a un público culto pero de consumoextendido, al tiempo que erosionó las representacionessimbólicas del antiguo régimen y cuestionó su hegemo-nía cultural, contribuyó a definir el programa político dela burguesía liberal, transformó la manera de compren-der la realidad política del “público” en opinión publi-cada —comunicada— y formó progresivamente la“opinión pública”. La prensa constituyó la acción políti-ca. Fue eficaz al promover la construcción de informa-ciones avaladas por propuestas culturales para imaginarel mundo posible e inducir los sentidos de los universosde referencias de la movilización social.

Como señala Gouldner, la universalización de la lu-cha contra el antiguo régimen partió de las alianzas entrelos sectores propietarios y cultos de la clase media, la

burguesía y los intelectuales en pugna por el acceso a losmedios de informar y con resistencias a la represiónlingüística, es decir, a la censura y las limitaciones im-puestas por las instituciones que controlaban o prote-gían el derecho a publicar y a hablar. Ya el propioRousseau apuntaba que el tema de la opinión públicaestaba unido al de la voluntad general y se constituía entanto un ámbito moral de la sociedad, que a través de lacensura purifica las costumbres, en cuanto la voluntadde la sociedad se formulaba con la elaboración de leyesa través del legislador; es decir, como instancia legitimantedel poder político y referente de la acción de gobernar.También liberales como Tocqueville y Stuart Mill, al tan-to de las escisiones de la opinión pública, hablaban decómo suponía un “yugo” y una coacción moral ejercidapor la opinión dominante. La opinión pública es enten-dida como un efecto de la comunicación colectiva cuyoorigen e identidad se encuentra en las élites, los líderes ominorías dominantes o, en un sentido un poco másamplio, como una forma de pensamiento colectivo ycotidiano, expresado públicamente y determinado pordiferentes factores de la sociedad. La opinión públicacomo fenómeno social considerado desde la sociolo-gía del conocimiento, es, además de una forma de pen-samiento, una forma de acción colectiva (conflictiva)que se desarrolla en el acontecer diario, y en cuyo tras-fondo se vislumbran determinaciones ideológicas degrupos o élites culturales que controlan los medios decomunicación y el peso de la historia como marco dereferencia. La crítica marxista a la clásica idea liberalinsiste en desreificarla como una expresión de la socie-dad civil a partir del reconocimiento de la existencia detantas opiniones como clases y grupos existan en lasociedad. En este sentido, se enfatiza en la opinión delpúblico o los públicos que se presentan, en correspon-dencia con sujetos particulares que pueden ser mino-rías intelectuales, políticas o económicas, como centra-les en el proceso transformativo de la información(Monzón, 1987:56-57, 136).

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Habermas distingue más explícitamente dos ámbi-tos de comunicación política relevantes: uno, confor-mado por el sistema de opiniones informales, persona-les, no públicas y, otro, de las opiniones formales,institucionalmente autorizadas y restringidas a la circula-ción entre instituciones tangibles de diversa índole queaun cuando pretenden ser de amplio dominio públicono obedecen a la discusión pública como reza el propiomodelo liberal (1981:269). Con la ruptura de esa “co-rrespondencia recíproca” y a pesar de su ensanchamien-to progresivo, el espacio público resultó cada vez másdesnaturalizado hasta quedar, en las sociedades actuales,reducido a un diálogo entre los representantes de losactores de la vida política —instituciones estatales, cor-poraciones, partidos y grupos de poder o interés—,puesto en marcha por los profesionales de la comunica-ción. Wright Mills diría: “La idea de comunidad de pú-blicos no es la descripción de un hecho, sino la afirma-ción de un ideal, de una justificación disfrazada —comosuele hacerse hoy con las legitimaciones— de hecho”(1978:279).

La prensa ha sido el correlato mediático de la mo-dernidad: en sus primeras fases, hegemónico y, en lasúltimas, coprotagonista. Por sus funciones y usos múlti-ples ha estado comprometida con la (re)producción deevidencias de la realidad social, y propiciado la homo-geneidad de la sociedad nacional, la inter ytransnacionalidad de conocimientos y formas de enten-der el mundo, de los afanes hegemónicos de clases ygobiernos. La prensa da cuenta, en su caráctertestimoniante, de cómo los gobernantes hacen uso delpoder. Cuando responde a intereses sociales respecto asus acciones o inacciones, cumple la función de legiti-marlo o denunciarlo. Precisamente por su capacidad devigilar y someter a crítica el funcionamiento de los po-deres del Estado —ejecutivo, legislativo y judicial—, conla transmisión del aviso políticamente relevante y su par-ticipación decisiva para construir e interpretar la reali-dad política, se habló de ella como el “cuarto poder”.

Tal presupuesto ha sido un punto de anclaje de la ideo-logía de muchos profesionales del periodismo.

En particular, la prensa alcanzó su siglo de oro enel ochocientos porque estuvo fuertemente imbricadaen el advenimiento y emergencia de la sociedad mo-derna capitalista, de nuevos actores sociales y sus expe-riencias políticas. La prensa experimentó una tendenciaa la concentración capitalista consistente en una ampliadifusión y una sólida base económica. Como conse-cuencia, los periódicos de reducida tirada, facturaartesanal y administración familiar, fueron condenadosa la ruina puesto que el desarrollo de la técnica, ya des-de el propio siglo XIX, encareció las inversiones y loscostes, y obligó a la empresa periodística a adoptar uncarácter marcadamente mercantil con el recurso, porejemplo, de la publicidad para la creación ampliada denecesidades y la fundación de identidades sociales. Alconvertir la información en mercancía, se definió eltránsito de la prensa de opinión a la prensa de noticias,de anuncios y del periodismo de escritores. La prensase sometió a una nueva censura regida por las leyes delmercado, la lógica de los negocios, el consumismo y lalibre empresa; y, traicionó su espíritu originariamentecrítico y favorecedor de la comunicación política enlos espacios públicos (Roca, 1999:89-134). La prensaha sido un agente activo para configurar la realidadsocial a través del trabajo y del simbolismo intrínseco atoda acción comunicativa, y con informaciones querepresentan actos y pensamientos que alcanzan conse-cuencias queridas o no.

La prensa periódica se configuró históricamentecomo un producto cultural cuya función más significati-va ha sido, tal vez, servir de vehículo de intercambioentre los grupos, las instituciones y los órganos del Esta-do que constituyen una sociedad. La opinión de dife-rentes grupos sociales y, sobre todo, de las fraccionespolíticas en lucha, encontraba en la prensa el mejor me-dio para expresarse y actualizarse. Ésta funcionaba, engeneral, como catalizadora de las opiniones sociales,

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mediadora en las controversias políticas, religiosaso económicas y articuladora de distintos ámbitos oespacios públicos donde se recepcionaban y resol-vían las mismas; en este sentido, como expresiónpública que es, siempre emplaza en —y con— cadatema de opinión al poder correspondiente quepresumiblemente tiene la clave del conflicto y, en mu-chas ocasiones, directamente al poder político.

La prensa contribuyó a formar un público que ne-cesitaba socializarse con los nuevos conocimientos paraorientarse en un mundo cada vez más dinámico, sentirsevinculado a su sociedad, perteneciente al territorio quehabitaba y validados sus esfuerzos en la temporalidadque se imponía. Ofreció respuestas a los problemas so-ciales de la representación, de dar sentido y de vincular adistintos actores sociales inmersos en procesoscomunicativos. Y todo ello, con la imposición de unsistema de significados seculares donde se incorpora laforma de percibir fragmentada, continua y cambianteque ofrece la información periodística, sobre un disgre-gado universo simbólico tradicional basado en la oralidad,la centralidad de la familia y de la religión como sistemasvalorativos totales e integradores de la sociedad, lo quese expresó, concretamente, en los cambios de mentali-dades, en la cultura moderna y en los principios consti-tutivos de la identidad del ser social. En este sentido, laprensa más que un fuerte mecanismo socializador dereferentes simbólicos de la acción colectiva, fue un agenteen la formación de la “conciencia calendárica” de unpúblico con afán de evidencias ficcionadas y convencio-nes culturales compartidas simultánea y anónimamente(Anderson, 1993:60-61). Por ello su análisis sociológicotratará de explicitar cómo intervino y ayudó a definir lasformas de pensar, imaginar y dar sentido al mundo quemedian en —y están mediadas por— condiciones his-tórico-sociales concretas de (re)producción, por la redde relaciones de clases, grupos o instituciones, cuyo or-denamiento jerárquico se expresa desigualmente segúnunas relaciones asimétricas de poder y sentido.

Prensa y poder: un objeto de estudio

Constituir un programa de investigación sociológico apartir de naturaleza ambigua y perpleja del objeto pren-sa, no debe limitarse a advertir que las relaciones de co-municación funcionan simultáneamente como relacio-nes de poder y dominación social y simbólica.1 Obvia-mente, la naturaleza y el carácter de esas relaciones esdiversa en el tiempo histórico por lo que se debe consi-derar en cada momento hasta qué punto se desarrollanlas luchas y conflictos en —y a través de— la prensa y enqué medida estas contiendas dependen de, expresan ocondicionan los conflictos situados en el espacio socialen general.

Por una parte, se argumenta cómo la comunica-ción es un fenómeno social, incorporado en lenguajesorales, escritos, impresos o virtuales que devienen rela-ciones sociales significativas, realidades relativamenteautónomas e independientes de los individuos. Si secomparte la visión durkheimiana del hecho social comorealidad objetiva (Durkheim, 1988:354-355), la prensaes entendida como cristalización de situaciones pasa-das, lo dado, soporte material que externaliza la vidasocial y, por tanto, que informa sobre el actor o lasituación mientras actúa como un control estructuralde la acción, dándole sentido.

Sobre la base de la brecha entre la prensa comoideal crítico y realidad mercantil e ideologizada, Weberconcibió una sociología de la prensa dirigida, primero, alos grandes problemas del presente, como el estudio delos efectos patógenos de la modernidad mediática en laconformación de la personalidad del potencial públicolector; dicho de otro modo, a comprender las cualida-des de la subjetividad del hombre moderno y de laopinión pública como un componente de las caracterís-ticas objetivas de la cultura moderna.2 Por tanto, Weberaportó al programa de estudio de la prensa un interéspor su impacto sobre la “reglamentación de la vida”, la“conformación de la personalidad” y el “estilo de vida”

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de la opinión pública para integrar y adaptar al indivi-duo a la sociedad moderna a través de los medios desugestión. La prensa es, entonces, “sustento base y nega-tivo” de la comunicación política de lo que existe unavez captado y recreado simbólicamente con accionesejecutadas dentro de un acervo simbólico-cultural ypuede medirse su significación por el número de tiradao el interés por controlarla. Como soporte material delproceso de racionalización de la cultura, permite cono-cer cualquier sociedad aunque se cometan errores por eldesvanecimiento del sentido subjetivo de la acción y lapropia vida que animaba a esos objetos.3

La prensa puede ser considerada epifenómeno re-sultante de procesos que se transforman por su propioempuje y ritmo, es decir, como expresión de cambiosprofundos en la sociedad; pero, también, la prensa, comodato complejo, resulta de un trabajo cultural que contri-buye al devenir social al trasmitir, difundir y modificarsu curso, fines o velocidad. Siguiendo a Marx, se en-cuentra inscrita en un conjunto de relaciones sociales cu-yas estructuras expresa y refuerza en la medida en queresponde a unos intereses de clase y de poder dadosque la asumen como un instrumento para autoperpetuarsey enmascarar la verdadera naturaleza de esas relaciones.La prensa (re)presenta imágenes de una realidad cuyaperspectiva debe ser restituida a partir de recuperar laposición original que guarda ésta, como producto delconocimiento, con el conjunto de unas relaciones socia-les concretas, un contexto de sentido y los fenómenossociohistóricos de la vida real. Interesa restaurar cómolos efectos de sentido de los “textos” en lasformas deorganizar mentalmente el espacio y el tiempo y las orien-taciones de valor que regulan la producción cultural y losdispositivos de la escritura y de coartar, procuran asegu-rar que determinadas ideas sean las dominantes en unaépoca y, además, fijar su reparto y consumo según lascompetencias de cada contexto (Marx, 1974:50-51).

Se concibe a la prensa —o los medios— como unobjeto de estudio de relevancia sociológica en cuanto

hecho, acción y relación social constituido y constituyen-te de la realidad histórica (Lamo de Espinosa, 1990:62).Por eso, este modelo analítico propone ver a la prensacomo síntesis descriptiva, expresiva y dialéctica del fe-nómeno comunicacional in media res, como media-dora en las relaciones causales de la praxis social. Laprensa es resultado y resultante de entramados derelaciones sociales y, en este sentido, un epifenómenotípico que analíticamente puede ser entendido como:a) un soporte material que sustenta como realidad objeti-va las relaciones —en otras palabras, un producto—,b) un medio para la interacción de múltiples actores yagencias sociales —microsistema de escritores, impre-sores, censores, público, distribuidores, vendedores, par-tidos y agentes policiales— y c) un vehículo simbólicamente

cargado que (co)produce códigos, símbolos y narrati-vas de identidad que controlan —limitan o potencian—la capacidad de comprender y pensar en la medida enque el lenguaje forma parte de las situaciones definidas—más o menos reales— que fijan pautas comunicativasy de pensamiento.

La prensa (re)construye las representaciones e imá-genes sociales del pasado, el presente y el futuro y, eneste rol, define con una fuerza paradigmática códigospara percebir e interpretar lo real. Según Niklas Luhmann(1996a: 217-232; 1996b:13-54), la comunicación tiene lafunción específica de construcción de la realidad ya quea través de ella operan los sistemas sociales coadyuvandoa inventar, racionalizar y legitimar el conocimiento so-cial. Los textos periodísticos están constituidos por có-digos, narrativas de identidad y símbolos que tejen tupi-das redes de significación con plena autonomía simbó-lica independientemente del estatus social de los sujetos,así como por valores, normas e ideologías que enmarcansus prácticas a partir del papel asumido en correspon-dencia con el dominio y el ordenamiento social.4

En este sentido, se trata el complejo asunto del pro-ceso ideológico que redimensiona la pluralidad culturalde las sociedades y muestra, también, la autonomía de

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los fenómenos culturales, vinculándolos con losentramados de significación que dan sentido a la historiay al encantamiento simbólico del mundo. Todos los sen-tidos de pertenencia al agregado social se basan en creen-cias o formas simbólicas que resultan de complejos pro-cesos comunicativos —cognitivos, evaluativos yemotivos (Tajfel, 1984:264)— y de intrincados proce-sos de (re)producción de repertorios materiales y sim-bólicos que sustentan y median entre lo que es posiblehacer y lo que los actores desean hacer —el problemadel estilo.5

Si se analiza cualquier epifenómeno mediático con-creto como narrativa de identidad de su tiempo, se pue-de considerar inserto en el modulado de los vínculossociales, a partir de unas dimensiones discernibles analí-ticamente, como: relaciones de sentido —universo sim-bólico—, relaciones de fuerza o poder —urdimbre so-cial— y relaciones estructurales —universo material—.Así se consideran tres niveles de análisis del discursomediático: la génesis (la sociedad), la función (la utilidado sentido social) y el contenido (la significación) (Lamode Espinosa, 1990:71). La virtud metodológica de estasdimensiones y niveles estaría a prueba de desarrollar lasmediaciones entre poder y cultura, política y comunica-ción, cultura, medios y sociedad, así como del sentidodel tiempo y de la naturaleza tanto recursiva comodiscursiva de la cultura.

La lógica de las relaciones entre cultura y comuni-cación, como semiosis sociocultural y proceso históri-co, se puede exponer con los conceptos cultura oral,cultura escrita, cultura impresa, la cultura eléctrica y cul-tura electrónica. Estos tipos circunscritos de cultura,operan como proyecciones y regresiones, continuida-des y contradicciones, que representan los momentosdel desarrollo de la comunicación humana en comuni-cación sociocultural en la medida en que coexisten connegaciones que tienden a reafirmar el coprotagonismocon el devenir del tiempo. En este sentido, los proce-sos de cambio cultural amantan los niveles de facticidad

y simbolismo de las invenciones instrumentales delconocimiento —lengua, escritura, imprenta, radio/te-levisión, ordenador— a través de las cuales se cohesionala experiencia social, se reconstruyen las narrativas delpresente estilístico, la estética de los tiempos, lasformulaciones prescriptivas, se establecen las defini-ciones del pasado y sueñan tiempos futuros.

Como se resume en el Cuadro 1, el modo de cons-titución y cambio del conjunto de las produccionesdiscursivas puede considerarse dentro del escenario y elmovimiento de la realidad humana según la episteme

mediática —y el medio hegemónico que es sucorrelato—, a saber: la oralidad —mito—, el manuscri-to —epístola6—, el impreso —periódico—, la elec-tricidad —cine, radio, televisión— y la electrónica—Internet—. Ello ha supuesto que las distintas formasdominantes del lenguaje —alegórico, semiótico, mecá-nico, físico-cinético y de códigos binarios— se repre-sentaran sobre diferentes soportes materiales —pensa-miento o memoria, tablas, papiros, pergaminos, papel,energético, cibernético e informático— contribuyen-do a forjar conocimientos de filiación a una época—mítico, teológico, humanístico, científico y tecnoló-gico— y las imágenes mentales del recuerdo y delmundo coherentes con los “programas culturales” másamplios en que se enmarcan y participan.

La naturaleza particular de los medios se ha defini-do con mayor notoriedad a partir de los aceleradosprocesos de mecanización y modernización tecnológi-ca del espacio acústico, los sentidos y la percepciónaudiovisual. Con el desarrollo histórico de la comuni-cación sociocultural puede constatarse la impronta delas invenciones en el apremio del tiempo histórico, porejemplo: la cultura oral y escrita predominó por alre-dedor de cinco milenios, la cultura impresa por cincosiglos, la eléctrica por un siglo y la cultura electrónicapor medio siglo.

No obstante, en la trama de desempeños culturalescorrelativa a cada operación mediática se fueron so-

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breponiendo las innovaciones tecnológicas, mientrasque los medios que le precedieron fueron conviviendocon menor o residual prioridad informativa, pero ac-tivos en la medida en que se transformó la estructurade sus contenidos, reconvirtió sus lógicas de produc-ción —por ejemplo, la densidad empresarial— y cam-bió las propias políticas de comunicación en todos susniveles. Por esa razón, Steimberg y Traversa (1997), aquienes he seguido en esta discusión, reconocen entreellas conflictos, un conjunto de tensiones estilísticas a partirde la puesta al día de los mismos de acuerdo con loscambios tecnológicos, con las luchas por la hegemoníadel campo mediático y con los propios productos con-siderados como constructos sociales de sentido de laexistencia y de la legitimación de la realidad en cuantoespesor discursivo de un proceso cualquiera. Las tensio-nes estilísticas se producen por la presencia de distintosregistros discursivos, maneras de hacer o momentos delmito, el arte, la ciencia, en las producciones a partir debúsquedas en los campos de producción cultural, fun-damentalmente artísticos, de nuevos recursos expresi-vos, referentes simbólicos o de maneras de hacer como,por ejemplo, las búsquedas pictóricas en la gráfica du-rante la segunda mitad del siglo XIX o la presencia de laprensa, la radio y la televisión en internet.7

En particular, el desarrollo de la cultura impresa es-tuvo ligado a las continuas innovaciones técnicas en elcampo de la composición e impresión8 y en las víaspara transmitir y difundir noticias a partir de las mejo-ras del transporte —ferrocarril y red viaria— y los cam-bios en el sistema postal. Otros pasos de trascendentalimportancia en la historia de las telecomunicaciones sedarían hacia finales de siglo diecinueve con el descubri-miento del telégrafo eléctrico (Morse, 1832), el teléfono(G. Bell, 1876) y la radio (Marconi, 1890-1899). Todosellos radicalizaron el imperativo de trasmitir noticias conmayor rapidez y seguridad, y tuvieron que ver con elestablecimiento y vitalidad de las agencias de prensainternacionales: Agencia Havas (Francia, 1832), Associated

Press (Estados Unidos, 1848) y Oficina de Correspon-dencia Telegráfica (Alemania, 1849) (Garitaonandia,1986:37-38). Así, la prensa escrita contribuyó, comomedio de comunicación, a difundir noticias al sustituir alos serenos, los toques de arrebato y los recaderos, altiempo que, como lenguaje socializado, definía los con-tenidos, valores y funciones de la realidad social. Sin em-bargo, la revolución en las telecomunicaciones advirtióel fin de la hegemonía del medio impreso que recibióprueba contundente de ello con el cinematógrafo de loshermanos Lumiere (1895) y la radiotelegrafía (1895-1896). Esto se constató en el siglo XX con la industriali-zación de la prensa y, fundamentalmente, con lainformatización de los medios en correspondencia conla mayor complejidad de la sociedad.

Como hemos visto, la prensa fue el vehículo fun-damental de la Ilustración, de la construcción del pensa-miento, del sentimiento nacional/patriótico y un signode lo moderno. La inteligibilidad de la prensa definemodelos de relación que apuntan a la recursividad quesupone la cultura impresa en tanto unidad de referencia,sobre todo, si se trata de organizar el pensamiento entorno a las coordenadas fundamentales de territorio ehistoria que se encuentran en el centro mismo de la cons-trucción del tropos nación. Por su parte, las más actualesepistemes de la televisión e internet se corresponden con eldevenir del capitalismo transnacionalizado. Sobre todo,la cultura electrónica, dado el impacto de los medios desoporte informático, genera modelos de relación queapuntan, en general, a la inestabilidad propia de un tiem-po veloz y de cambio epocal hacia la sincronización delcapitalismo y el establecimiento de un sistema culturalmundial hegemonizado por las transnacionales, de unaépoca extremada en su estética, en sus formas y, tam-bién, en sus dramas.

En la prensa el tránsito alcanzó su concreción en lasmodificaciones del estilo, la tipografía y los contenidos.Se constató, como hemos apuntado, un cambio de laprensa de opinión a la prensa de información, de un

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lenguaje retórico lleno de prosopopeyas a otro más in-cisivo, lacónico, urgente y sensacional, los contenidosmenos doctrinarios y más informativos, la impresiónmenos tipográfica y más iconográfica. La empresa pe-riodística quedó definitivamente sujeta a las leyes del mer-cado mientras que la información, a su realidad comoacontecimiento, noticia y, en resumen, mercancía de laque servilmente se alimenta. Hacia 1890 ya existía en losperiódicos un espacio para servicio telegráfico comoindicio del cambio hacia la noticia (información) en de-trimento de los artículos de opinión, comentarios, suel-tos y colaboraciones literarias del periódico del XIX conmarcado carácter anecdótico, concreto e individual. Sibien en ese siglo el periódico tenía una estructura lineal ounidimensional, ésta fue transitando hacia una estructurabidimensional o superficial a partir de la ruptura con laestructura de la columna, hasta sumergirse en el asiderodigital a fines del siglo XX. Todo ello ha estado asociadoa los cambios tecnológicos en materia de telecomunica-ciones, puesto que las innovaciones han sido utilizadasextensa e intensamente por la prensa para conquistar laprioridad informativa. Esta máxima constituyó unparámetro tradicional que aceleró la competitividad en-tre los medios de comunicación escrita. Por ello la pren-sa fue la primera en instrumentalizar las innovacionestécnicas en materia de telecomunicaciones a pesar de lastensiones estilísticas que estos cambios implicaban.

Ahora bien, dicho tránsito tuvo además de aspec-tos económicos y tecnológicos, otros de carácter jurí-dico, político, ideológico y, en general, sociales relati-vos, por ejemplo, el nivel educativo del público, laprofesionalización de los informadores y el declive delos políticos como periodistas, el reemplazo de los con-tenidos e intereses informativos reducidos a los realiza-dores del medio y a su ámbito de proximidad geográ-fica —local/regional— por aspectos y valores cosmo-politas relacionados con viajes, idiomas, estudios, moda,expresiones lingüísticas —como los anglicismos—, elprogreso y la política. Sutil y contradictoriamente, la

mensajería directa de un sistema muy lento de trasmisio-nes de novedades se modernizó con la aceleración deltiempo, la velocidad, la electricidad, la electrónica y to-das las manifestaciones concretas. Los productos im-presos capitalizaron tanto el tiempo de distraerse comoel tiempo de actividad política y la reflexividad militanteya que, de hecho, la temática política fue la que más ven-dió en los siglos XIX y XX en correspondencia con suemergencia y preponderancia.9

De la compleja relación entre la prensa y el poderque es la que interesa aquí, permítaseme destacar doslógicas de acción que hablan de aperturas y cierres en lasmediaciones, las interdependencias y determinacionesmutuas entre los campos de producción cultural, loshacedores de cultura y las experiencias cotidianas; y quecontribuyen a proporcionar un sentido cultural a la his-toria a partir del rescate de la comunicabilidad comocualidad esencial de los procesos sociohistóricos, y delcarácter poiético, no mimético, de los actores individua-les y colectivos en un espacio social común. Primero, ala censura como dispositivo cultural específico para con-trolar la comunicación y reprimir lo social. Luego, suantítesis, la voluntad de resistencia, de disenso, que puedellegar a manifestar la emergencia de una conciencia críti-ca, de identidades individuales y colectivas impuestas apartir de un discurso racionalizador y vertical o sedi-mentadas por la comunicación desabsolutizadora y hori-zontal, la creatividad cultural para imaginar una realidadalternativa a pesar de las imposiciones del poder otro.

Dispositivos de control: la censura

Los mecanismos dispuestos por el poder político paratratar de regular y coartar el pensamiento son siemprediversos y complementarios porque pretenden eficaciapara definir la realidad, su incuestionabilidad y su per-durabilidad en el tiempo. Esos mecanismos de las po-líticas de comunicación, y la censura en particular, reve-lan la lógica misma de unas relaciones de poder dadas,

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los temores, la vulnerabilidad y los límites de la toleran-cia que son los límites de la propia seguridad de cual-quier estado. El discurso del poder busca el ordena-miento de la sociedad, su disciplinamiento con la impo-sición de un arbitrio cultural, y para ello se vale del control,la vigilancia y la violencia de la fuerza bruta o simbólica.

Uno de los rasgos de la censura es la universalidad,es decir, su relevancia para delimitar unidades significati-vas en todas las culturas donde el saber se perfiló comopoder. Ahora bien, su historicidad como problema re-levante sociológicamente hablando, está dada por la pro-fundidad y la extensión con que se impongan las prohi-biciones y los grados de represión que su instrumenta-ción social ejerza en los distintos contextos culturales. Elejercicio mismo de la censura es una respuesta política-mente autorizada y más o menos consensuada social-mente —no por eso deja de ser contraproducente— alas preguntas cotidianas sobre qué se puede decir, qué sedebe callar, qué (no) se hace público, dónde y cuándo.Mas, si en un plano analítico se pregunta por qué ha decallarse, dejar de hablarse o publicarse algo según acuer-dos tácitos o expresos de un poder arbitrario, se traslucela naturaleza conflictiva de las relaciones de poder y laspropias retóricas —¿acaso falaces?— del reino ideoló-gico que las caracterizan o justifican. La institucionalizaciónde la censura como aduana de ideas o laberinto de silen-cios, revela más que el vigor y el ejercicio efectivo delmonopolio de la violencia legítima, las inconsistenciasdel equilibrio o la integridad de la “comunidad” que sepresentan, en el fondo, al trastocarse la ubicuidad delpoder en prácticas contingentes preventivas o punitivas(Ibáñez, 1990:116). El mecanismo o dispositivo de lacensura constituye una necesidad en tanto legitimadorde un régimen y asegurador con su funcionamiento delos intereses de la cultura dominante y la reproducciónde la estructura de relaciones de fuerza.

El acceso a los capitales socialmente reconocidos estáregulado por reglas y normas que expresan el valor quese les confiere y depende de los recursos de los que

dispongan los actores. Los discursos sociales suponenorientaciones de valor, o sea, proposiciones ideológicasque contribuyen a sustentar las estructuras fundamenta-les de un grupo o poder con el establecimiento de es-quemas de percepción de las cosas según tipologías depecados o delitos, un orden jerárquico de ideas, actitu-des, prácticas, objetos o clases que se consideran signifi-cativos por dignos o indignos, justos o injustos, buenoso malos, legítimos o ilegítimos, apropiados o incorrec-tos a través, en fin, del ejercicio de censuras sociales.10

Con ellas se constata la variable peligrosidad de lecturasdiferenciadas en relación con sus fines como ejercicioespiritual —entretenimiento ocioso— o como acto pu-ramente instrumental —o de utilidad práctica.

La legalidad es un campo aparentemente sustentadopor la ley cuya gramática condicional se refiere a losderechos concebidos según la racionalidad política deun gobierno, que traza trayectorias y fija normas paralos que están sujetos a él, mientras que su misma autori-dad se mantiene impredecible y no sigue ninguna tra-yectoria. La censura como razón de Estado es legítimapero siempre es más o menos simulada porque el con-junto de cualidades “positivas” para establecer la validezo falseamiento de los productos culturales pasa a uncampo de decisión o ámbito de la contingencia donde,como especie de accidentes, se discriminan los actoresinterrelacionados —censores, intelectuales, creadores,promotores, comerciantes—, mientras que el políticotoma distancia de la concreción referencial ydespersonalizada de su voluntad de dominación.

La censura es un instrumento de política cultural quecontribuye a la construcción de la realidad porque nosólo hace presente al poder cuando aplica sus patronesde aceptabilidad o verosimilitud, para acorralar el caos yla informalidad, y marginar toda valoración ética delmonopolio estatal de la coacción física sino, porque lospropios actores envestidos de cierta autosuficiencia comocensores —y autores— proponen temas, insinúan o in-ventan lo censurable con suspicacias y lecturas tenden-

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ciosas para (re)presentar su trabajo como eficaz y justifi-car su propia condición de posibilidad: el texto preñadode ruidosas máculas. La realidad, como la verdad, nosólo se descubre, sino que se construye; ambas, son pro-ductos de complicadas prácticas discursivas goberna-das por convenciones que definen condiciones históri-cas y sociales para la producción de pensamiento. No seolvide que el mundo social depende de prácticas socia-les donde está en juego la capacidad de percepción y delas competencias lingüísticas de los actores sociales paraimaginarlo y enunciarlo. La facticidad de las aseveracio-nes depende, siguiendo a Foucault, de las reglas bajo lascuales son formadas y transformadas. Los discursos sonsometidos a mecanismos o requisitos de control y deli-mitación extralingüísticos mucho más sutiles, complejose inconscientes —la censura abierta sería unos de ellos—pero, en consecuencia, los dotan de una existencia posi-tiva o irreductible que es una abstracción neutralizada ocatalogada de la realidad como representación y quesatisface el requisito de su comunicabilidad.11 La pro-ducción de artefactos, bienes o jeroglíficos comunicativoses un proceso de continuas mediaciones recíprocas en-tre el sistema social y el sistema comunicativo hasta que,como reza en la formula de la censura eclesiástica paraautorizarlos, nihil obstat o imprimi potest.

Si la prensa cumple el encargo de crear la agenda dediscusión social, selecciona entre muchos temas unos,entonces silencia o evita otros, determina la importan-cia, el orden o la jerarquía de prioridades.12 Un estudiode la censura de prensa ha de mostrar el interés de cier-tos grupos sociales por agotar informativamente la rea-lidad social con estereotipos, estigmas y conceptos queproponen una racionalización de la misma (Freud), unaeconomía perceptiva y comunicativa que reposa en de-terminaciones ideológicas (Marx) y una economía de lasinstituciones que intervienen en las prácticas lingüísticas(Bourdieu).

Con el desplazamiento metodológico del plano deanálisis a esas interacciones se evidencian tres contra-

sentidos funcionales de la censura, de tal modo que: a)los actores tienen autonomía relativa, censores y crea-dores dependen mutuamente y establecen unas rela-ciones basadas en el acoso y la sospecha tensada entrelo latente y lo manifiesto;13 b) los censores y el sistemade acoso que los apoya —espías, delatores, policía y,en conflictiva medida, el poder judicial— ejercen unacoacción rígida o flexible al implementar la políticadel gobierno como meros funcionarios o burócratas,nunca como políticos y, por tanto, actúan con la inse-guridad, el miedo y el temor de faltar al deber consig-nado: ven fantasmas donde hay y donde no los hay,los inventan;14 y c) la práctica impone límites que elpensamiento no conoce, es decir, que cotidianamenteen la vida social reproducimos con nuestros actos de-terminaciones inconscientes o enmascaradas por laopacidad de lo social. En este último sentido, laautocensura es la internalización de aquellos esquemaso representaciones del mundo prevalecientes como“verdaderos” e “incuestionables” en una colectividad,conforme a los cuales actúan y piensan por miedo alaislamiento, a disentir de los demás en disímiles con-textos sociales que definen marcos de referencia —lugar, tema y juicios pertinentes según las dimensionesespacio temporales— sea o no conciente de ello. Deeste modo, la censura interviene veladamente hasta enla privacidad del consumo aunque es el ámbito quemás alejado está de su control y con el que menos seobsesiona.

Estos contrasentidos de la censura ayudan a explicarel grado de eficacia diferencial de todo ejercicioinquisitorial pero aún hay que ir más lejos en cuanto alvínculo entre las normas políticas y las prácticas cultura-les. Freud reconoció que toda muestra artística, religio-sa, científica, política o de cualquier otra creación culturaldel espíritu humano entraña un grado de sublimación odesplazamiento de la energía instintual, es decir, una ex-presión por otros medios de instintos reprimidos porlas normas coercitivas que una cultura impone —el sue-

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ño en los procesos psíquicos (Freud, 1973c:2130;1973b:2965; 1973c:3038)—. También los estudiosantropológicos han demostrado, por una parte, que sindisciplina no hay cultura, aunque un exceso de disciplinaahogue la creatividad, y la acumulación de insatisfaccionesy frustraciones de expectativas, anhelos o proyectos ge-nere agresividad y escepticismo; y, por otra, que entre lasnormas y su práctica hay una brecha cristalizada en pau-tas más o menos consolidadas de evasión (Malinowski,1982). Siguiendo estas lecturas socioantropológicas so-bre la legalidad podemos reconocer que la acción decensurar o prohibir, además de inhibir la comunicación,suele, como consecuencia no esperada, estimular el in-genio en la búsqueda de estrategias culturales para bur-lar las instancias de censura y poder expresar odescodificar en las prácticas de imprimir y leer esas cues-tiones ‘indecentes’ o ‘sensibles’ para la norma política.La prensa, como cualquier producto cultural, resulta unaabstracción de las relaciones sociales que constituyen surazón de ser y que la clasifican, registran o neutralizan através de los dispositivos tanto de las censuras socialescomo del disenso social y el camuflaje cultural de losactores/creadores y, una vez reincorporados a la dimen-sión social, de los usos públicos. Como dice Hans-JörgNeuschäfer, “...el carácter dialéctico del discurso de lacensura, que viene determinado por la contradicción entreocultación/enmascaramiento por una parte y descubri-miento/revelación por la otra” (Neuschäfer, 1994:87).

Ese carácter dialéctico es el que le confiere un carác-ter paradójico a la censura: coarta la realidad y estimulael disenso social; opera en nombre de un código ético ytermina produciendo un contracódigo ético. Si la cen-sura es un mecanismo social que obstaculiza y orienta latransmisión y difusión de ideas y conocimientos para elmantenimiento de identificaciones sociales políticamen-te dimensionadas, también facilita, con el devenir de susmicrodinámicas, identificaciones apoyadas en el disensoa través de las transformaciones del lenguaje y otras for-mas de creatividad cultural que evidencian cómo el ima-

ginario colectivo y, en general, el orden social se mani-fiestan “desviadamente” a pesar de la exigencia de unsistema coercitivo y un orden moral que lo legitima. Estepunto puede ponerse en perspectiva con el análisis delcontrol de la comunicación a través, fundamentalmente,de las relaciones entre la censura y el trabajo periodísticoque en importante medida se traduce en control de pautassociales aceptables y, al mismo tiempo, estímulo parainnovar y para la reflexividad social. Algo que habla,por cierto, de las funciones conservadoras e innovadorasde la propia “opinión pública”, en tanto estados some-tidos a coacciones sociopolíticas que contribuyen a re-forzar los efectos de poder con pretensiones de cuestio-nar o acentuar la (in)estabilidad de la legalidad definidaporque, irónicamente, “...el discurso de la represión esinherente al discurso de la libertad” (Alexander,2000:160).

Disenso y narrativas de identidad

Frente a los marcos de la legalidad que todo poder en eltiempo define para cohesionar y controlar el accionarde una colectividad y sus representaciones, imaginarios eidentidades, se desarrollan correlativamente los de la ile-galidad. “Lo ilegal” se presenta tradicionalmente comouna adhesión social marginal o lateral a la racionalidadde las normas dominantes cuyas manifestaciones se tra-tan de ocultar y reducir negativamente con juicios devalor hasta subvalorar que son la expresión de otrasracionalidades desarrolladas como consecuencia de losdesequilibrios de socialidad y como denuncia de laconflictividad de las relaciones de fuerza, de domina-ción e incluso de propiedad, que se reproducen en unorden social. Foucault demostró cómo la vida en cual-quier sociedad está formada por “un juego recíprocode ilegalismos” entre sus actores y el poder, que descu-bre la existencia de un tejido de relaciones que constitu-yen el verdadero espacio de lo que preferimos llamar eldisentir social. El problema de la disidencia social es un

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problema de reconocimientos, intereses y diferencias quese tornan fallidos, desatendidos y negados por voluntadde un poder.

Las relaciones de continuidad entre los ilegales y loslegales que se amparan en las instituciones o aparatosestatales, siempre expresan conflictivas relaciones de com-petencia por las distintas formas de capital económico,político, simbólico o cultural en juego. El poder estádiseminado y se reproduce en esas relaciones de conti-nuidad pero es simétricamente variable —sometimien-to/consentimiento—, es decir, también puede plantearseen términos de relaciones de discontinuidad porque,como dice Habermas: “...el enfrentamiento mismo en-tre si validez y génesis de un saber [o unas acciones sociales]se desdobla entre si principios morales inertes y volun-tad disidente” (Habermas, 1993:9). Se trata, en cuestión,de un fenómeno sociocultural mucho más complejodel que el tratamiento normativo-estructural derivó losdualismos normal/desviado, legal/ilegal.

Si bien las divisiones del mundo social y los esque-mas de percepción y apropiación a partir de los cualeslos actores creen, juzgan y actúan son reproducidoscotidianamente a través de agencias culturales, como lasescuelas y los medios, que tienen la capacidad de impo-ner programas de identidad o universos simbólicos comoverdaderos en los que descansa su eficacia; los mensajescomunicativos no pueden dejar de generar, al pasar poruna red de influencias personales y de líderes de opi-nión, vacíos de significación y sentido. En importantemedida, los actores cuestionan y recrean socialmentedichas informaciones para expresar sus mecanismos dedefensa cultural, resistencia y, en resumen, de disensosocial a partir de su autonomía simbólica respecto alpoder en la construcción de identidades. Aunque se re-conozca que los medios refuerzan situaciones individua-les y sociales existentes, esta última dimensión de alteridadlleva a un interés por los comportamientos, las respues-tas y mecanismos de creatividad a través de los cualeslos actores sociales más inquietos, buscan y encuentran

estructuras de plausibilidad donde pueden reducir lasdisonancias, evadir la rutina y refrendar sus intereses odiferencias, hasta llegar a constituir espacios culturalesalternativos para perfilar nuevos valores y configurarsimbólicamente nuevas líneas interpretativas y cursos deacción social.

Generalmente el orden político privilegia una visiónsobredimensionada de los movimientos resistentes. És-tos pueden ser presentados, según designios coyuntura-les, como parciales, conspiratorios y clandestinos, paraocultar, en el fondo, la intensa comunicación e intercam-bio que se produce entre actores convivientes en redesde socialidad más o menos amplias. “Lo prohibido” esdeseado, añorado y progresivamente conquistado en ya través de un sistema alternativo de referencias y códi-gos culturales que se teje como expresión de unas rela-ciones sociales donde lo político tiene un lugar significa-tivo como espacio de conciencia crítica frente a las insti-tuciones y a las prácticas del poder. Las relaciones depoder establecidas, tanto en niveles macro comomicrosociales, generan discursos y formas de saber ofi-ciales y, quiérase o no, alternativas que construyen discur-sos y lenguajes con fuerza creativa, es decir, no sólo unacultura dominante legitimada sobre determinadas lectu-ras del pasado y normas de vigencia incuestionable sino,además, espacios donde la capacidad imaginativa y losrecursos culturales de los actores sociales les permitenjugar con otras lecturas del pasado y proyectar anhelos,sueños, ilusiones sobre el futuro o alternativas de pre-sente que producen, a corto plazo, una crisis de legitimi-dad del orden político y cultural, y hasta tienden, si sepermanece ajenas a ellas, a acentuar la inestabilidad polí-tica por su sentido subversivo del orden de cosas. Di-cho de otro modo, si la censura es entendida no sólocomo fuerza y coacción sino como conocimiento y pro-ducción de un saber y unas subjetividades “oportunos”,el disenso no sólo es elusión y resistencia sino conoci-miento y producción de una sabiduría y un imaginariosocial desafiante.

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El disenso en la prensa se produce, por ejemplo, nosólo a través de los sueltos y carteles que constituyencircuitos paralelos a la prensa oficial y revelan una estéti-ca de cómo se convoca y relaciona la gente sino, ade-más, a través de las formas retóricas y persuasivas almargen de ese orden gramatical de la lengua que la cen-sura legitima, del uso de tropos —metáforas,sinécdoques, metonimias, símiles— cuyas figuraciones,alegorías, signos, palabras, prácticas y desplazamientospermiten burlar los juicios morales y de comprobaciónde veracidad a los que se someten los discursos y, altiempo, son operativamente descifrados por los lecto-res que le dan los mismos u otros sentidos. Las contra-dictorias relaciones entre lenguaje, cultura política e ideo-logía son explícitas, por ejemplo, en la caricatura políti-ca15 y el chiste popular16 que recrean constantemente loscódigos de la comunicación social.

Los medios, en general, y la prensa, en particular,actúan si no como cronistas a través de la expresióndirecta, sí como potenciadores ambivalentes —negati-vos o positivos— de discusiones públicas donde a par-tir de las imágenes proyectadas y de sus categorizacionesde la realidad social algunos actores lentamente imagi-nan o luchan por inventar una realidad alternativa dondeplantear los problemas seculares de la modernidad aso-ciados a los valores colectivos —llámense democráti-cos, emancipadores, patrióticos, nacionales— surgidosde las relaciones establecidas en los diferentes ámbitospúblicos de sociabilidad por los que las ideas “camina-ban”, a saber: los cafés, mercados, clubes, teatros, losportales, los balcones. Es decir, redes del espaciocomunicacional donde se desarrolla una comunicaciónpolítica horizontal en la cual concurren visiones ideoló-gicas ciertamente plurales, frente al verticalismo políticoy cultural impuesto por normas culturales férreas y des-de, por ejemplo, la prensa oficial.

La opinión publicada contribuye al entrecruzamien-to de preocupaciones y formas de pensamiento coti-dianas de un número de individuos —públicos— que

se mantienen en actitud vigilante y crítica sobre los asun-tos de interés general.17 Por un lado, es de capital impor-tancia para articular el imaginario donde tiene cabida laopinión resistente/disidente, que manifiesta su impor-tancia y operatividad para un colectivo en los horizontesde significación o verosimilitud de sus fetiches culturales.Y, al mismo tiempo, contribuye a potenciar, más allá dela conciencia de formar parte de esos públicos, ciertaconciencia emergente en un entramado cultural que re-estructura simbólicamente lo negado por la realidadoficial y la prensa controlada. Esta convergencia a travésde comunicación y diálogo lleva a corrientes de opinióndonde se manifiesta una conciencia crítica emergente quepuede o no estar capitalizada por algún partido, gruposocial o líder individual de los que, de hecho, pugnanpor su representación política a través de los medios decomunicación. Todos operan por el poder mediático.18

Hablar de las relaciones entre la prensa y la opiniónpública significa poner el énfasis sobre el vínculo entrediscurso y poder en el plano del disentimiento, y el de-bate sobre las cosmovisiones o representaciones de larealidad y sobre las narrativas de identidad.19 La prensaen tanto constituye uno de los dispositivos para formarevidencias sociales, en cuanto propone relecturas de lasrepresentaciones simbólicas y los ordenamientos de larealidad histórica construidos socialmente sobre el pasa-do y el presente, las tradiciones y las políticas culturales,se impone como mediadora de los propios procesos dela realidad objetivada, es decir, creída por los actoresque, no obstante, pueden ponerla en tela de juicio en unmomento dado. Inicialmente se considera a los públi-cos cultos, informados y dialogantes como protagonis-tas de la opinión, como público lector y político, queprogresivamente preocupa a la colectividad que formaredes para transmitir mensajes y preocupaciones con laconciencia de que participan de una idea o sentimientocomún y que esta participación atañe a muchos. Las iden-tidades y diferencias colectivas como productos de lasacciones que para recrear las herencias de las generacio-

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nes precedentes llevan adelante esos actores sociales con-cretos, con posiciones sociales e ideológicas particula-res, constituyen procesos selectivos puesto que se busca—toma o deja— en la historia vivida, se trata de una“política” del olvido y la memoria ejecutada por losindividuos, los grupos e, incluso y en especial, por elEstado y sus agencias (Mato, 1994:17).20 La prensa hasido un vehículo de comunicación política, cultural y sociala través del cual distintos actores sociales promuevenimágenes de la realidad, sus propias representacionescolectivas de la historia y compiten por generalizar esasrealidades objetivadas socialmente con desigual efectosegún las distribuciones de poder y, por tanto, devieneun actor relevante que se presenta como uno de losmediadores del repertorio de identidades en el que par-ticipa un individuo o grupo, de la transversalidad delos vínculos y lazos sociales, al que otros tantos actoresconcurren, a saber: los gobiernos, movimientos políti-cos y sociales, líderes políticos y trabajadores de la cultu-ra en general.

Esos actores son competitivos entre sí porqueobjetivan grados variables de inclusión y exclusión—local, regional, estatal, (trans)nacional,— y, sobre todo,porque atribuyen significatividad social a los atributosde los respectivos colectivos y a la realidad social quepueden llegar a ser fuente de inevitables controversias oconflictos políticos y culturales.21 Los materiales im-presos ponen a circular sus ideas, representaciones ymaneras de ver, recordar, ocultar e interpretar la reali-dad —o parte de ella— cuya eficacia social se dirimesegún expresen intereses sociales, rasgos de la mentali-dad y la idiosincrasia y sean apropiados y reformuladospor los actores que establecen pertenencias, referencias,reconocimientos o extrañamientos. El poder decir, evi-denciar y nombrar va de la mano del poder para publi-car, difundir y hacer presentes evidencias sociales de unapotencia política que pretende incuestionabilidad y, a suvez, poder de producir sentido en relación con los pro-cesos sociales de construcción de representaciones sim-

bólicas, de sentido de la vida y de plausibilidad socialpara actores sociales en situaciones de comunicabilidaddonde comparten imágenes posibles y horizontes deprobabilidad.

Operación mediática y espacios(des)organizadores

El estudio de la prensa y, en general, de los medios pue-de contribuir a dar cuenta de los principios que constitu-yen la identidad social porque, como dice Barthes: “Serádifícil establecer una geografía social de los mitos hastatanto no se elabore una sociología analítica de la prensa...[para conocer] las formas retóricas del mundo, las formasdiferentes en que se ordena el significante mítico”(1997:91).

Las culturas, las prácticas y representaciones, son pen-sadas como productos de —y con— “estilo”, de rela-ciones sociales específicas, es decir, en tanto “textos” cuyoscontenidos —conocimientos, códigos y símbolos—quedan establecidos socialmente como “realidad”—objetivados—, formas, modelos y procesoscomunicativos que constituyen maneras diversas yprovisorias de apropiación de los discursos sociales através de los cuales se nombra, cuenta, valora y emplazala realidad social en los lugares del continuo público/privado —la prensa, los espacios públicos, la familia.

En general, la oferta mediática se caracteriza por labúsqueda de novedades aseguradoras de diferencias ysorpresas, lo que introduce su carácter innovador yposibilitador de fracturas en la sociedad. Procura efec-tos de verdad al ficcionar un conjunto de evidencias dela realidad, dando espesor narrativo a los hechos, con-vocando o ignorando los cambios de su época, quecondicionan las posibilidades perceptuales y de repre-sentación de su audiencia real. Todos los medios de co-municación identificados como oferta y correlato de untiempo histórico, se definen por esa naturalezainnovadora, efectista y grandilocuente para hablar de una

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época y de sí mismos. Éstos, a pesar de ocultar la con-tradictoria relación ocio-negocio, cultura-mercancía, des-atan un fanatismo en el mercado consumidor por ellossolamente posible con el afán de contemporaneidadcompartido simultánea y sucesivamente por las audien-cias potenciales. Ello se enmarca, en sentido general, enla peculiar naturaleza de los medios de realismo efectis-ta, en su reconocimiento, en tanto grandes articuladoressociales emergentes, en cuanto soportes artísticos quecontribuyen a borrar las fronteras estéticas entre los pro-ductos clasificados como artísticos y los industriales ycotidianos en su conjunto.22

La naturaleza de los medios de comunicación obli-ga a dos consideraciones metodológicas. La primera,que cada medio tiene sus límites: selecciona, dice algo,no todo, reduce o quita ambivalencia sustrayendo lorelevante; pero, todos, confunden porque aparentanque agotan la realidad. La segunda, que hay una dife-rencia sustancial cuando se habla de la situacióncomunicativa entre los medios y el público, y cuandose hace en relación con la comunicación interpersonal:todo efecto mediático resultante de la relación entretexto y público se caracteriza por su indecibilidad es-tructural; pero no por ello se desconocen o dejan deadvertir las discontinuidades entre lo oficial y lo extra-oficial, el orden y la subversión, lo latente y lo manifies-to, lo idealizado y lo realmente rumorado, la domina-ción y el disenso.

La prensa como vehículo de ideas y creencias sobrela realidad definida por intereses sociales específicos—de clase, estatales, grupales o comerciales/periodísti-cos—, la censura como un dispositivo para el controlde los discursos y las tensiones resultantes del disenso, lalectura resistente y el sentido poroso otorgado social-mente a los discursos oficiales, constituyen una infinidadde registros integrados en la discursividad social comoespacio cambiante de emplazamiento e inclusión. Así setiene en cuenta el carácter complejo del dispositivo oconstructo que aflora como movimiento y estado, es

decir, de las condiciones técnicas y sociales del funciona-miento discursivo que refractan las propiedadescontextuales y situacionales del encuentro entre los pro-ductores, los productos culturales y sus consumidoresde un modo colmado de significación aunque, como yase sabe, el conocimiento de su (in)eficacia simbólica seadifícil. Como dice Cristina Santamarina:

En un mundo mediático, en el que se ha aprendido apracticar la libertad sin limites de la forma, lo objetivono consiste en exhibir artificios desmistificadores, sinoen explorar la fuerza expresiva de sus lenguajes, entanto instrumentos de un poder sin rostro y sin másdestino que intentar perpetuarse (Santamarina,2001:57).

La fuerza de esos procesos de construcción sim-bólica es fundamental para la identidad e integridad deuna comunidad, y como despliega la creatividad deindividuos y grupos sociales, se presentan conflictosde intereses y se negocia o riñe, se domina o libera porla objetivación de cada identidad social en determina-das situaciones sociales que tienen una expresión políti-ca. Los símbolos constituidos, los significados atribui-dos y las señas de identidad de una colectividad cons-tituida como comunidad van sintetizando formasprecedentes de agrupación más localistas o vecinales,imaginariamente se construyen comunidades basadasen fuertes procesos de interacción y dimensiones sim-bólicas que, hay que señalar, tienen un rol crucial para lamovilización social, para dotar de sentido y fuerza laacción social y política. Lo cultural deviene como unproducto histórico de confrontaciones y negociacio-nes entre actores sociales que se disputan poderes,(des)legitiman poderes o ensayan nuevas distribucio-nes de competencias y recursos. El disenso social comoexpresión de la conflictividad de los vínculos sociales yel cambio social como resultado de luchas contra lasdeterminaciones de la realidad social, son catalogados

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en esta lectura como problemas de identidad social,de conciencia de identidad, es decir, de la unidad y laspermanencias de la reciprocidad de acciones en que seencuentran atrapados los actores sociales y de los cam-bios de lo accidental y, tras acumulación e irresoluciónde tensiones, lo fundamental.

En una época histórica y sociedad dadas los indivi-duos y los grupos mantienen tensiones de identidad,participan de identidades colectivas múltiples entre lasque fluctúan en el tiempo y en situaciones variables endependencia de la acentuación de sus alteridades yconflictividad. Las relaciones entre la política oficial, elperiodismo y la protesta social pertenecen a la vida dia-

ria, definen los problemas que preocupan a una colecti-vidad, su cultura política, las identidades y los disensossociales dimensionados políticamente. Se trata de unaoperación mediática del poder con o sin rostro que sus-tenta el papel de la cultura en el devenir de la vida sociala partir del profundo trabajo cultural que produce espa-cios limitadores de autonomías y liberadores de las na-turalizaciones de informaciones únicas y verdaderas. Elestudio sociológico de ese tejido de la realidad planteaun diálogo, entre conflicto y consenso, entropía yhomeostasis, poiésis y mimesis, cambio y orden, en unaagenda común cuyo valor y plausibilidad debe desarro-llarse in rerum natura.

Cuadro 1Cultura y Comunicación Mediática

Fuente: Elaboración propia a partir de Steimberg y Traversa (1997), Garitaonandia (1986).

Cultura circunscrita

Episteme mediática

Invención Soporte Medio Lenguaje Conocimiento Imagen Programa

Cultura oral

Oralidad lengua pensamiento o

memoria palabra hablada

alegórico mítico acústica aclaración u orientación

Cultura escrita

Manuscrito escritura analítica

tablas, papiro, pergamino, papel

epístola semiótico teológico holográfica actualización

Cultura impresa

Impreso imprenta

(tipos móviles) papel periódico

mecánico

humanístico

plana ilustración

Cultura eléctrica

Electricidad ondas

hertzianas energético

cine, radio, TV

físico cinético científico animada sintonización

Cultura

electrónica

Electrónica ordenador

cibernético informático

internet Códigos binarios

tecnológico digital virtual

sincronización (espectáculo)

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Notas

1 En lo que coinciden frente a Habermas, Bourdieu y Foucault(Vázquez, 1999:209).2 Según Weber la prensa es utilizada en crear condiciones parala aparición, mantenimiento, destrucción, transformación deelementos culturales, artísticos, científicos, éticos, religiosos,políticos, sociales y económicos (Weber, 1992:251-259).También, Gabriel Tarde destacó la importancia de la prensa enla formación de los públicos modernos en detrimento delpapel de los grupos primarios (Monzón, 1987:66, 87).3 Lo que en ninguna medida invalida el esfuerzo por llegar atener conocimientos y penetrar en la cultura y el contextopotencial del discurso de los actores sociales.4 Sólo así se completa el circuito de interacciones simbólicas yde constitución de simbolismos (Passeron y Grignon, 1991:25).5 Según el clásico análisis de G.Simmel, el estilo no es otra cosaque el intento estético de solucionar como una obra ocomportamiento únicos, que constituyen una totalidad,pertenece, al mismo tiempo, a una totalidad superior ocontexto unificador más amplio. Dicho intento por superar elproblema o los límites planteados a la originalidad o autonomíade un individuo o actor social, es también ético y práctico. Eseesfuerzo expresa un significado simbólico y práctico y conducea un atemperamiento (Simmel), una estilización (Simmel,Weber) o una eufemización (Bourdieu) de lo individual y losupraindividual que funda una sensación global armoniosa(Simmel, 1998:319-326). Similar dialéctica entre lo singular y louniversal que habla de cómo las convenciones se ajustan opliegan al sujeto —estilo—, puede constatarse en Th.W.Adorno(1983:270-273).6 El desarrollo de la correspondencia manuscrita alcanzóimportancia en el siglo XIII. Estas noticias que fueron redactadaspor profesionales —protoperiodistas— para comerciantes ybanqueros eran conocidas como: “avisi” (Italia), “zeitungen”(Alemania) o “nouvelles” (Francia) (Garitaonandia, 1986:36).7 Las tensiones estilísticas se refieren a la presencia en un mismoespacio, acción u objeto cultural de elementos o rasgosclaramente identificados, como pertenecientes a diferentesmomentos del pasado, o las innovaciones de la realidad propiao ajena con la que se mantiene un estrecho contacto (Steimbergy Traversa, 1997:138-139).8 Entre tales adelantos se destacaron: la prensa de imprimirplana de dos cilindros de Friedrich König (Inglaterra), las

rotativas de Hoe (EUA.), de Marinoni (Francia), la linotipia deOttmar Mergenthaler (Baltimore, 1884), la fabricación de papelde pasta de madera, el uso de rollos de papel continuo. Mientrastanto el nacimiento y desarrollo de la prensa ilustrada se debióa la evolución de las técnicas de litografiado en el siglo XVIII

(A.Senefelder, 1786), del cronografíado y del cincograbado hastael huecograbado (Garitaonandia, 1986:37).9 Incluso, la prensa fue utilizada como elemento de políticainternacional. Es de interés que, durante el ochocientos y hastael estallido de la primera guerra de independencia cubana en1868, se publicaron aproximadamente 32 periódicos cubanosen el exterior y durante ese periodo bélico (1868-1878), más de30 (Labraña, 1940:649-681; 689-736).10 Uno de los objetos más importantes de la sociología delconocimiento es precisamente la jerarquía que se establece delos objetos de investigación, es decir, las coacciones socialesimpensadas que intervienen en la producción del conocimiento(incluso sociológico) cuestionándose a través de quémecanismos se determina que unos objetos son máspertinentes en detrimento y con el consecuente olvido de otros.No olvidemos, por ejemplo, que la enciclopedia promovidapor Diderot y D´Alembert comenzó a componerse en 1751 ytardó casi 20 años en aparecer, en buena medida porresponsabilidad de la censura que hasta condujo a Diderot aprisión en varias ocasiones. Tampoco, la importancia que parael mantenimiento de estructuras sociales tiene la prohibicióndel incesto como la antropología ha dado cuenta (Bourdieu,1990:215; 2000:137-141).11 En términos foucaultianos, la descripción de “lo dicho”como realidad irreductible tiene un fuerte sesgo positivistapuesto que define un sentido histórico a partir de la imposiciónde perspectivas —arqueología—. Ello necesariamente exige ladevolución de la diversidad del tiempo histórico en cuestión através del acercamiento a “lo no dicho” en los discursos, esdecir, cuestionarse los límites de los discursos centrando laatención en la realidad positiva del discurso e intentandodescubrir su sistema de formación a través de reconfiguracionessutiles y a veces densas —genealogía—. La obra de Foucaultpuede ser entendida como el empeño por dilucidar lascoacciones discursivas que intervienen en la producción dediscursos con pretensión de verdad. Por ello, la lectura dependede una plétora de significados porque asume un significadomudo que debe darse al discurso y un significante sujeto a undesciframiento inagotable (Foucault, 1969:131-177). También

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Bourdieu contribuyó a reintroducir en el estudio de las prácticaslingüísticas su dimensión de acontecimiento social e histórico,como acto de poder y dominación en las relaciones entreinterlocutores en virtud de sus posiciones institucionales osociales, es decir, de aquello que el estructuralismo saussureanohabía excluido en su consideración de la lengua como purosistema formal (Bourdieu, 1985:11-38).12 Como en la teoría de la fijación de la agenda de M. E.McComb y D. L. Shaw (Monzón, 1987:373-374).13 Lo que Elías en su concepción relacional del poder llamó“doble vínculo” para referirse a las relaciones por ambigüedadde dominación/subordinación/reciprocidad como resultadode pactos o acuerdos entre actores interdependientes enconfiguraciones específicas, a saber la que en detalle estudió: lasociedad cortesana (Elías, 1982).14 “(...) Así, el error se renta, lo indecoroso se negocia y lasuspicacia actúa como virtud o recurso. (...) El censor comienzaa alimentarse de su subproducto, vive de su muerte y muerede su vida...” (Ichikawa, 1997:19).15 “...Por ello la contestación política ha recurrido siempre a lacaricatura, deformación de la imagen corporal destinada aromper el encanto y a hacer ridículo uno de los principios delefecto de imposición de autoridad” (Bourdieu, 1986:183-194).16 “...El chiste, tour de force de la oralidad, es un fino barómetroque registra cambios en el clima psicológico de la sociedad (lacivil y la otra), recoge mejor que muchas encuestas el latidoíntimo de la opinión pública, narra el pequeño relato de lahistoria política nacional, crea héroes y antihéroes mitológicos,y exorciza los discursos de toda índole” (Hernández, 1999:43).17 Los estados de “opinión pública” son posibles como frutosde la disensión activa de los actores en conflicto y delconsentimiento, criterio que tiene en cuenta la definición deHabermas: “Opinión pública significa cosas distintas según secontemple como una instancia crítica en relación a la notoriedadnormativamente licitada del ejercicio del poder político y social,o como una instancia receptiva en relación a la notoriedadpública, ‘representativa´ o manipulativamente divulgada, depersonas e instituciones, de bienes de consumo y de programa”(Habermas, 1981:261).18 El problema de la representación política manifiesta lasintrincadas relaciones entre política y sociedad en tanto seconstituye sobre la base de una homogeneidad social(integración) y una separación con lo exterior. A este problemade la conciencia emergente crítica, se refiere Goldmann (1980)

cuando habla de la relación entre comunicación y concienciaposible de una época para señalar la importancia de la primeraen la definición de esos horizontes de probabilidad queconstituyen límites de la acción práctica.19 Identidad es un término impreciso y problemático y su usofrecuente resulta confuso, polisémico y emotivamente cargadotanto en el lenguaje ordinario como en el político. En el lenguajeacadémico la identidad es conceptualizada de maneras muydiversas y es objeto de polémicas entre posicionescontrapuestas. Aquí subrayamos el carácter social y construidode las identidades y las diferencias colectivas, enfatizando enlos procesos sociales mediante los cuales ellas sonpermanentemente construidas y reconstruidas en los másdiversos tipos de agrupamientos humanos. En particularcentramos nuestra atención en el caso en el que una concienciade pertenencia a un grupo es colectivamente expresada enoposición a otras formas de objetivación que lo incluyen en ungrupo más amplio (Pérez-Agote, 1986).20 Los medios tienen un papel protagónico en la definición delo que la sociología norteamericana llama “comunidad derecuerdos institucionalizada” —R. N. Bellah, W. Sullivan, A.Swidler, S. M. Tipton.21 En el campo de las identificaciones colectivas, A. Pérez-Agote (1986:5) distingue dos tipos de conflictos que revelanformas de objetivación disímiles: los conflictos sobre laidentidad y las identidades en conflicto. Por los primerosentiende aquellos conflictos sociales que se originan y desarrollancon motivo de la existencia de dos formas de definir la identidadcolectiva, la pertenencia de una serie de individuos a un grupo.Mientras que por identidades en conflicto o conflictos entreidentidades entiende aquellos entablados entre colectivos queno implican una disputa sobre la identidad, sino que más bienla suponen porque el conflicto es precisamente unreconocimiento por parte de cada colectivo de su identidad.22 En tal sentido la prensa trató de superar el uso de cuentos ypoesías populares transmisoras de imágenes folclóricas quecontribuían a la reproducción del orden social, con la búsquedaen las “artes mayores” como la literatura, la historieta, lapublicidad y la pintura. Otro buen ejemplo del lugar ganadopor el discurso del arte es el folletín —especie de equivalente dela telenovela contemporánea—, por su contribución a laeducación de generaciones durante todo el XIX (Steimberg yTraversa, 1997:125-140).

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