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Suplemento Nº 1 • desde abajo Nº 153 Enero 20 - Febrero 20 de 2010 2 H istoria viva. El llegar del bicentenario es una bella oportuni- dad para que todos aquellos que cargan con la respon- sabilidad de llevar luces a las nue- vas generaciones propicien una reflexión permanente entre ellas, motivándolas para que asuman el reto de concretar una gesta por la Independencia, que, a pesar de haber recorrido buena parte del continente dos siglos atrás, aún está por llevarse a buen término. Es a los docentes, con sus estu- diantes, a quienes corresponde en primerísimo lugar asumir y liderar este proceso. Pasado y presente. Ayer que extien- de sus raíces hasta nuestros días. Así es la vida: nada se destruye, sólo se transforma. El bicentenario nos abre el balcón para otear con ojos vivos una libertad que supues- tamente fue, y el ideal y sueño de la Gran Colombia frustrado por una parte de la oligarquía o man- tuanos, liderados entonces en Co- lombia, Venezuela y Ecuador, res- pectivamente por Santander, Páez y Flórez. ¿Cómo surgió Colombia? Es una respuesta que durante este año gana noticia y lugar. El bicentena- rio de la Independencia es tema de actualidad. Han transcurrido 200 años desde cuando las ascendentes élites criollas o mantuanas recla- maron a la Corona española ma- yor espacio político y económico para sus intereses. Pero es en unos cuantos años menos el momento en el cual una parte del pueblo se sumó a la gesta que en sus inicios no fue más que una pugna entre poderes: el tradicional –monárqui- co– y el ascendente –criollo–, lu- cha que en sus primeros soplos no pretendió cambios sociales. Bicentenario, tiempo de me- moria. Y no es un propósito me- nor. Más aún en un país como el nuestro, determinado por una cruenta guerra que trata de borrar su origen y sus causas reales, y de este modo la memoria de la trágica confrontación en curso, de sus ac- tores económicos, políticos, milita- res, sociales e internacionales que impulsan, sostienen y determinan esta larga beligerancia que expulsa millones de humildes del agro a la ciudad, llena el campo –y ahora, a no pocos barrios– de fosas co- munes, concentra la tierra en cada vez menos manos; dispone el Es- tado, al servicio de una capa cada vez menor de la sociedad; militari- za y extrema el control social por doquier y hace que la sociedad re- nuncie a un proyecto de desarrollo nacional. Llega al extremo de ena- jenar la soberanía misma, precisa- mente bandera heredada de varios de los levantamientos nacionales (así se les puede catalogar pasados estos dos siglos) que antecedieron y estimularon los “gritos de inde- pendencia” que llamamos hoy. Bicentenario, tiempo para reencontrarnos con nuestro propio ser. Tiempo para la relec- tura de nuestra historia nacional y para precisar la conformación de nuestro ser igualmente nacional. ¿Qué y quiénes somos? ¿Cómo se constituyeron la Nación y el Esta- do entre nosotros? ¿A qué se deben las particularidades que nos hacen diferentes de los estadounidenses o los europeos? ¿Por qué, después de 200 años, aún no podemos crear el necesario clima económico, social, político e internacional para conso- lidarnos como nación viable? Bicentenario, tiempo de opor- tunidad para el movimiento social. Ese protagonista histórico es negado y excluido siempre como A 200 años de la primera independencia ¿Cuál es la historia real que acontece y aconteció en nuestras tierras durante estas dos centurias? ¿Por qué en la historia ofi- cial no aparecen con la fuerza merecida los hombres y mujeres, miles, millones, que forjaron la nación? Suplemento especial Periódico desde abajo Responsable de su preparación y edición: Consejo de Redaccción periódico desde abajo: Héctor-León Moncayo, Julia Pacheco, Edwin Gúzman, Carlos Valbuena, Ómar Roberto Rodríguez, Alfonso Daza, Rafael Enciso, Libardo Sarmiento Anzola, Álvaro Sanabria Duque, Carlos Gutiérrez. Bogotá Oficina principal periódico: Cra. 16 Nº57-57 - Telf: 2127397 www.desdeabajo.info [email protected] Medellín Cra. 48 Nº59-52, of. 105, 2910969 Documentación consultada para este suplemento Cazadero, Manuel, Las revoluciones industriales, Fondo de Cultura Económica, 1995. Politzer, Ignacio y otros, “La Patria es América”, Ediciones Madres de Plaza de Mayo, 2009. Duby, Georges, Atlas histórico mundial, Editorial Debate, España 1987. Gómez, Atlas de Historia de América, Limusa Noriega Editores, 2003. Grau, María Isabel, La revolución negra, La rebelión de los esclavos en Haití, 1791- 1804, Ocean Sur, 2009. Hobsbawn, Eric, La Era de la Revolución 1789 – 1848, Crítica Barcelona, 2005. Molins, Mario, La República y la Revolución en Simón Bolívar y Simón Rodríguez y su proyección actual, Universidad Central de Venezuela, 1998. Simon and Schuster, The Time Tables of History, Bernard Grun, 1982. The Pepin Press, The Agile Rabbit Book of Historical and curios maps, 2005. El conocimiento es un bien de la humanidad. Todos los seres humanos deben acceder al saber. Cultivarlo es responsabilidad de todos.

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Page 1: A 200 años de la primera independencia H · Grito de Independencia, y obliga-do por los afanes de su menguado fisco, el Imperio afligió aún más a los habitantes de estas sus

Suplemento Nº 1 • desde abajo Nº 153 Enero 20 - Febrero 20 de 2010

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Historia viva. El llegar del bicentenario es una bella oportuni-dad para que todos

aquellos que cargan con la respon-sabilidad de llevar luces a las nue-vas generaciones propicien una reflexión permanente entre ellas, motivándolas para que asuman el reto de concretar una gesta por la Independencia, que, a pesar de haber recorrido buena parte del continente dos siglos atrás, aún está por llevarse a buen término. Es a los docentes, con sus estu-diantes, a quienes corresponde en primerísimo lugar asumir y liderar este proceso.

Pasado y presente. Ayer que extien-de sus raíces hasta nuestros días. Así es la vida: nada se destruye, sólo se transforma. El bicentenario nos abre el balcón para otear con ojos vivos una libertad que supues-tamente fue, y el ideal y sueño de la Gran Colombia frustrado por una parte de la oligarquía o man-tuanos, liderados entonces en Co-lombia, Venezuela y Ecuador, res-pectivamente por Santander, Páez y Flórez.

¿Cómo surgió Colombia? Es una respuesta que durante este año gana noticia y lugar. El bicentena-rio de la Independencia es tema de actualidad. Han transcurrido 200 años desde cuando las ascendentes élites criollas o mantuanas recla-

maron a la Corona española ma-yor espacio político y económico para sus intereses. Pero es en unos cuantos años menos el momento en el cual una parte del pueblo se sumó a la gesta que en sus inicios no fue más que una pugna entre poderes: el tradicional –monárqui-co– y el ascendente –criollo–, lu-cha que en sus primeros soplos no pretendió cambios sociales.

Bicentenario, tiempo de me-moria. Y no es un propósito me-nor. Más aún en un país como el nuestro, determinado por una cruenta guerra que trata de borrar su origen y sus causas reales, y de este modo la memoria de la trágica confrontación en curso, de sus ac-tores económicos, políticos, milita-

res, sociales e internacionales que impulsan, sostienen y determinan esta larga beligerancia que expulsa millones de humildes del agro a la ciudad, llena el campo –y ahora, a no pocos barrios– de fosas co-munes, concentra la tierra en cada vez menos manos; dispone el Es-tado, al servicio de una capa cada vez menor de la sociedad; militari-za y extrema el control social por doquier y hace que la sociedad re-nuncie a un proyecto de desarrollo nacional. Llega al extremo de ena-jenar la soberanía misma, precisa-mente bandera heredada de varios de los levantamientos nacionales (así se les puede catalogar pasados estos dos siglos) que antecedieron y estimularon los “gritos de inde-pendencia” que llamamos hoy.

Bicentenario, tiempo para reencontrarnos con nuestro propio ser. Tiempo para la relec-tura de nuestra historia nacional y para precisar la conformación de nuestro ser igualmente nacional. ¿Qué y quiénes somos? ¿Cómo se constituyeron la Nación y el Esta-do entre nosotros? ¿A qué se deben las particularidades que nos hacen diferentes de los estadounidenses o los europeos? ¿Por qué, después de 200 años, aún no podemos crear el necesario clima económico, social, político e internacional para conso-lidarnos como nación viable?

Bicentenario, tiempo de opor-tunidad para el movimiento social. Ese protagonista histórico es negado y excluido siempre como

A 200 años de la primera independencia

¿Cuál es la historia real que acontece y aconteció en nuestras tierras durante estas dos centurias? ¿Por qué en la historia ofi-cial no aparecen con la fuerza merecida los hombres y mujeres, miles, millones, que forjaron la nación?

Suplemento especial Periódico desde abajo

Responsable de su preparación y edición: Consejo de Redaccción periódico desde abajo: Héctor-León Moncayo, Julia Pacheco, Edwin Gúzman, Carlos Valbuena, Ómar Roberto Rodríguez, Alfonso Daza, Rafael Enciso, Libardo Sarmiento Anzola, Álvaro Sanabria Duque, Carlos Gutiérrez.

Bogotá

Oficina principal periódico:Cra. 16 Nº57-57 - Telf: 2127397

www.desdeabajo.info

[email protected]

Medellín

Cra. 48 Nº59-52, of. 105, 2910969

Documentación consultada para este suplemento

Cazadero, Manuel, Las revoluciones industriales, Fondo de Cultura Económica, 1995.Politzer, Ignacio y otros, “La Patria es América”, Ediciones Madres de Plaza de

Mayo, 2009.Duby, Georges, Atlas histórico mundial, Editorial Debate, España 1987.Gómez, Atlas de Historia de América, Limusa Noriega Editores, 2003.Grau, María Isabel, La revolución negra, La rebelión de los esclavos en Haití, 1791-

1804, Ocean Sur, 2009.Hobsbawn, Eric, La Era de la Revolución 1789 – 1848, Crítica Barcelona,

2005.Molins, Mario, La República y la Revolución en Simón Bolívar y Simón Rodríguez y su

proyección actual, Universidad Central de Venezuela, 1998.Simon and Schuster, The Time Tables of History, Bernard Grun, 1982.The Pepin Press, The Agile Rabbit Book of Historical and curios maps, 2005.

El conocimiento es un bien de la humanidad.

Todos los seres humanos deben acceder al saber.

Cultivarlo es responsabilidad de todos.

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factor fundamental de la nación. ¿Cuál es la historia real que acon-tece y aconteció en nuestras tierras durante estas dos centurias? ¿Por qué en la historia oficial no apa-recen con la fuerza merecida los hombres y mujeres, miles, millones, que forjaron la nación? ¿Dónde es-tán los pueblos indios y su agricul-tura intensiva que, como hijos de la tierra y sus culturas y civilizaciones urbanas en México y el altiplano andino, con su cosmovisión, su dig-nidad y sus flecheros resistieron a todo tipo de negación y violencia, hasta llegar al presente con recla-mo de todas sus reivindicaciones negadas insistentemente por los po-deres de turno, pero también con

aporte a la humanidad de su visión sobre la vida en toda su implica-ción? ¿Dónde los negros esclavos, arrancados de su África, humilla-dos y considerados “sin alma” –ya mambíes o con sus palenques, cumbes, patucos y rochelas–, tratados como mercancía por un poder fundado y sostenido en una sola visión del mundo: los valores oligárquicos del blanco, y el poder religioso en Roma y sus diezmos? ¿Dónde es-tán los campesinos y arrieros, que con su tesón abrieron y contribu-yeron a sembrar el país cordilleras abajo y de cumbre en cumbre? En fin, donde están esas manos, esos vientres, esos ojos, esos cuerpos, que por miles, por millones, han

hecho posible –a pesar de todos los designios predeterminados allá, en la aristocracia y el poder– que haya Patria, así sea adolorida, riqueza en la Nación, y que la vida en este país sea un tanto más llevadera.

Ayer, dos centurias atrás, éramos colonia de la metrópoli españo-la –que con invasión, despiadada conquista y comercio de esclavos imponía el saqueo del oro, los mi-nerales y las riquezas, la mita y las encomiendas, y se daba ínfulas de cristianización; con su Armada y su ejército que llegó a nombrar-se ‘pacificador’–, estancada entre reinos de poderes vitalicios. Una potencia arrollada por los ritmos

de la economía y el tiempo con las características que le impregnaban otros vecinos o imperios en declive o en gestación: Inglaterra, Portu-gal, Francia, Austria, sus competi-dores, sus enemigos y patronos de piratas, corsarios y filibusteros que a sangre y fuego asaltaron puertos y ciudades. Reino que ante los de-safíos comerciales, de deudas con banqueros alemanes y del control de sus nuevas rutas, para sostener la supremacía marítima, sin aco-modarse a las demandas y retos de su tiempo, cayó arrollado por las nuevas prácticas sociales e históri-cas que supuso la doble Revolución (la Industrial y la Francesa) con triunfo y ascenso de la burguesía

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con sus banderas de Libertad, Igual-dad y Fraternidad sobre la nobleza terrateniente, y la independen-cia y la Constitución de Estados Unidos y sus primeros 13 estados frente al reino de la Gran Breta-ña, la disputa y ampliación de los mercados, los contrabandos, el an-quilosamiento feudal barrido por las nuevas comprensiones de una ciencia cambiante, por la econo-mía emergente y por las novísimas clases que emergían por doquier.

Tiempos y ritmos emergentes. Para entones, 40 años antes del Grito de Independencia, y obliga-do por los afanes de su menguado fisco, el Imperio afligió aún más a los habitantes de estas sus colonias. La respuesta no se dejó esperar y, en contra de su cálculo, en apren-dizaje y continuidad de las suble-vaciones indígenas de motilones y guajiros, y negras que en nuestro país recuerdan a Biohó y al negro Miguel y “su república de mulatos y zambos de Nirgua” en Venezue-la, en la tercera década de 1600, la muchedumbre comunera se alzó en las tierras de Santander y del Táchira y Mérida. Tiró abajo los nuevos impuestos y reclamó buen gobierno. Sin embargo, la trai-ción impidió que sus objetivos se concretaran, y Zipaquirá y otros pueblos del oriente colombiano vieron cómo el poder destrozó y puso en picota la cabeza y las ex-tremidades de los voceros de una causa de justicia, sin impedir por esto su repercusión con levanta-mientos en Pasto, Neiva, Guarne, Tumaco, Casanare y Mérida, en San Antonio del Táchira y La Gri-ta, Lobatera y Bailadores andinos en el occidente de Venezuela, sin alcanzar un avance hasta Trujillo; embrionaria manifestación de los novísimos movimientos sociales que tomarían cuerpo con el ca-pitalismo. Poder. Violencia. Ven-ganza. Ésta, que en sus más viles métodos tomó posición en nuestro país y aún mancha con su marca a centenares de comunidades, infini-

dad de pueblos, dejando tirados y destrozados por caminos y comar-cas los restos de infinidad de líde-res que, como José Antonio Galán y sus compañeros de lucha, no han pretendido más que justicia y buen gobierno.

Esa causa, igual que la liderada por Túpac Amaru en Perú, Tiradentes en Brasil y Eugenio Espejo Chu-sig en Ecuador, por los comuneros del oriente o del sur en Colombia, marca el comienzo de una lucha que sólo se vería parcialmente realizada pasadas cuatro décadas. Sin este antecedente, como los ya enunciados y sin la inmensa gesta de negros libertos que en 1804 le hicieron morder el barro al ejérci-to francés en Haití, la libertad no habría esparcido su fresco halo de fuerza y decisión entre nosotros, ni logrado posicionarse –así haya sido sin todos sus atributos– entre cor-dilleras y valles orinocos, andinos, caribes, pacíficos, amazónicos, y en las pampas y el río de la Plata.

Bajando por uno de los valles que bañan las aguas del río Magdale-na, para luego vadear otras aguas y surcar otros cerros –con sorpre-sa para el enemigo–, caserío tras caserío, hasta Caracas llegaron Simón Bolívar y su improvisado primer ejército. Llegaba cargado de las nuevas técnicas apropiadas de los ejércitos napoleónicos, hijos de una nueva era. La rigidez de las formaciones, a imagen de los siste-mas sociales donde habían surgi-do, daban paso a la flexibilidad, la rapidez, el envolvimiento, la sor-presa, la iniciativa individual, a se-mejanza del nuevo sistema político que ya arrollaba con sus vapores y sus nuevas tecnologías todo lo que encontraba a su paso. La I, y luego la II República venezolana, y sus respectivas derrotas tras las atro-cidades de los militares españoles Juan Domingo Monteverde, nom-brado Capitán General, y Boves, el asesinato de casi toda la inteligen-cia neogranadina, la ocupación de Cartagena tras su heroica defensa,

fueron el precio que se debió pa-gar para poder comprender que vencer al Imperio español reque-ría una revolución social.

Alejandro Petión en Haití dio la clave. Su desprendimiento y su ayuda económica, con embarca-ciones, armas y una imprenta, así como conocer por parte de Bolí-var aquella revolución, y entender y rectificar frente a la necesidad de la libertad de los negros, así como presenciar los logros de un pueblo de esclavos que no condicionaba la libertad y los derechos al poder económico de cada uno de sus in-tegrantes, fue condición sine qua non para cumplir su juramento del Monte Aventino y trastocar el cur-so de los sucesos en la Venezuela que lo vio nacer y en todas las de-más patrias que lo adoptaron.

Era un tiempo de contradicción en el cual el blanco criollo y el mantua-no luchaban por más poder y más fortuna, el indio y los mestizos por la igualdad y su identidad, y el esclavo por su libertad. Sólo el genio de Bo-lívar pudo comprender esa condi-ción fundamental para vencer en la guerra. Renunciar a la esclavitud, avanzar hacia la hermandad de to-dos y todas, brindaron a la guerra de independencia la masa, la fuer-za y el carácter y la marca social, necesarias para sobreponerse a los Boves y Morillos que, a nombre del rey, el orden y la tradición asolaban el virreinato de la Nueva Granada,

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su Capitanía en Caracas y la Real Audiencia de Quito en el territorio que es hoy de Colombia y Panamá, Venezuela, Ecuador, Perú, y Alto Perú o Bolivia.

Entonces, ya se hacía evidente que no sólo la fuerza es necesaria para derrotar al contrario. Ya en aquellos años se hacía axioma que la legiti-midad procede de la justeza de la causa defendida, pero también de la manera como ésta se irradia en-tre todos aquellos a quienes preten-de reivindicar. El sujeto se hace lla-ma y con su energía transforma el entorno que lo rodea. Fue así como un pueblo se levantó, no sólo para dejar atrás al Rey –representación de Dios en la Tierra– sino asimismo para abrazar la igualdad, la libertad y la fraternidad, propósito sobre el cual sembraron las bases de la na-ción que aún pretendemos ser.

Son ellos, campesinos, indios y negros, zambos, mulatos y mesti-zos, y una porción de criollos con vergüenza ante el poder injusto, hombres y mujeres, quienes hacen posible el sueño bolivariano. Son sus brazos los que acopian abastos y cabildos, portan las lanzas o dis-paran los arcabuces y cañones que rompen la tradición y la sumisión. Es su energía, insuflada por el pro-yecto bolivariano, y el brío que de-rrotó unos ejércitos mejor dotados y formados.

Debemos preguntarnos hoy, trans-currido este doble centenar de años: ¿Qué impidió que finalmente se concretara ese anhelo de igual-dad, de fraternidad, de justicia? ¿Por qué, a pesar de la derrota de las tropas monárquicas, la libertad no cubre a los negros, la mita no se elimina, y la tierra no se entrega a manos llenas a quienes con su de-dicación propician que la misma brinde sus frutos?

Todos conocemos las respuestas. Y precisamente son esos intereses económicos y políticos dominan-

tes, conservados, enconchados, enquistados desde entonces, lo que no permite que, 200 años después, el proyecto bolivariano se haga realidad, pero además, y muy por el contrario, la “República seño-rial” que emanó de esa lucha li-bertaria se extienda con graves consecuencias para las mayorías sociales, hasta nuestros días.

Son esos intereses lo que ha propi-ciado y permitido que se prolon-gue hasta nuestros días y se ahon-de la concentración de la tierra, la desigualdad social, el clientelismo, la violencia como factor de control social; que sobreviva la desinte-gración de la región andina, y se abandone y renuncie, incluso, el ‘santo’ y obligado derecho de la soberanía nacional.

Razones, causas, sucesos, intereses, realidad, que deben ser examina-das, conocidas, reinterpretadas, para poder comprender a cabali-dad el porqué de nuestro ser social, el porqué de la incapacidad para poner en marcha un proyecto de desarrollo propio pero también el porqué de nuestro signo trágico en la región que integramos.

La descolonización del continen-te americano, y con él de nuestro país, encontró soporte en la muerte de un sistema político a manos de la revolución industrial. La novísi-ma revolución de la electrónica y las comunicaciones –con todas las transformaciones en la producción y las relaciones sociales que propi-cia– crea hoy los factores para la muerte del sistema político que ha impedido, a pesar de la abundancia creada, la realización plena del ser humano.

Bolívar no alcanzó, quiso llevar su bandera contra el español a Cuba y Puerto Rico que aún espera su derecho de nación. En la mayor de las Antillas tras la caída de José Martí, su independencia condi-cionada, intervenida, por una

Enmienda Platt del senado de los Estados Unidos junto con la intro-misión militar, tardó hasta 1902, o mejor hasta 1932, cuando la en-mienda con excepción de la Base de Guantánamo se derogó. Hoy todavía, la deuda colonial y de sometimientos del reino español tiene ancestrales y actuales saldos: en el Sahara Oriental –donde con una resolución de la Onu, bregan el Frente Polisario y la República Árabe Saharahui–, en Canarias; y en el País Vasco, Galicia y Catalu-ña con sus lenguas que no mueren y su lucha por la Independencia uno y la Autonomía verdadera, nacional, las otras.

El Bicentenario es oportu-nidad para reencauzar la práctica de la juventud y los

actores sociales, que, abruma-dos por la institucionalización de muchas de las expresiones comu-nitarias y los efectos de las trans-formaciones sociales, propiciadas por la revolución técnico-científica en marcha, pierden el faro de su potencial.

A todos ellos, hombres y muje-res, les extendemos la invitación para que a través de una amena y participativa labor en el centro de estudio, en su sitio de vivien-da, en los lugares de trabajo o en los espacios para el parche y la di-versión, comparta con sus iguales estas reflexiones acercándose con dedicación a lo que es su país, su continente y el mundo, imaginan-do lo que cada uno de estos terri-torios deberían ser. n