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DIRECCIÓN DE EDUCACIÓN 9 de julio 200 años de la declaración de la independencia A continuación compartimos la conferencia del Mil. Dr. Silvano A. Penna “La patria como misión personal” la cual dictó en el Congreso de la SITA llevado a cabo en el mes de mayo del 2016 en la ciudad de Villa Allende – Córdoba. El lema del lema del congreso fue “El sentido cristiano de la patria”. La patria como misión personal 1. AGRADECIMIENTOS. Dice Cicerón: “…si no hay virtud que no me agrade poseer, prefiero a todas la de ser y parecer agradecido. El agradecimiento, no sólo es la más bella de todas las virtudes, sino que, en cierto modo, nacen de ella todas las demás”. Al igual que el genial filósofo, orador, político y jurista romano, no puedo menos que empezar esta disertación agradeciendo a quienes me honraron con su invitación: las autoridades de la SITA Argentina, en especial en la persona del amigo Juan Gabriel Ravasi; y a través de ellos, a todos Uds., que con su presencia aquí colaboran para que esta obra, y el pensamiento de nuestro Maestro común, el Aquinate, siga vivo y presente. En este sentido, lo segundo que quisiera expresarles es mi más profundo reconocimiento: en efecto, es evidente que en nuestros días se privilegia el éxito, entendido como la consecución del bien deleitable o útil, antes que el honesto. En consecuencia, los cursos o seminarios que más convocan son aquéllos en los que se delibera y enseña el cómo (alcanzar dicho éxito) antes que el qué (el valor sustantivo de tal éxito). En este contexto, que haya argentinos que se dediquen a estudiar y profundizar en temas sustantivos, como una especial contribución al bien común de la Patria, ya de suyo es una actitud sapiencial digna de reconocimiento.

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DIRECCIÓN DE EDUCACIÓN

9 de julio

200 años de la declaración de la independencia

A continuación compartimos la conferencia del Mil. Dr. Silvano A. Penna “La patria como misión

personal” la cual dictó en el Congreso de la SITA llevado a cabo en el mes de mayo del 2016 en la

ciudad de Villa Allende – Córdoba. El lema del lema del congreso fue “El sentido cristiano de la

patria”.

La patria como misión personal

1. AGRADECIMIENTOS.

Dice Cicerón: “…si no hay virtud que no me agrade poseer, prefiero a todas la de ser y parecer

agradecido. El agradecimiento, no sólo es la más bella de todas las virtudes, sino que, en cierto

modo, nacen de ella todas las demás”.

Al igual que el genial filósofo, orador, político y jurista romano, no puedo menos que empezar esta

disertación agradeciendo a quienes me honraron con su invitación: las autoridades de la SITA

Argentina, en especial en la persona del amigo Juan Gabriel Ravasi; y a través de ellos, a todos

Uds., que con su presencia aquí colaboran para que esta obra, y el pensamiento de nuestro

Maestro común, el Aquinate, siga vivo y presente.

En este sentido, lo segundo que quisiera expresarles es mi más profundo reconocimiento: en

efecto, es evidente que en nuestros días se privilegia el éxito, entendido como la consecución del

bien deleitable o útil, antes que el honesto. En consecuencia, los cursos o seminarios que más

convocan son aquéllos en los que se delibera y enseña el cómo (alcanzar dicho éxito) antes que el

qué (el valor sustantivo de tal éxito). En este contexto, que haya argentinos que se dediquen a

estudiar y profundizar en temas sustantivos, como una especial contribución al bien común de la

Patria, ya de suyo es una actitud sapiencial digna de reconocimiento.

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2. ABSTRACT.

En esta presentación, la Patria como misión personal, el título, será el punto de llegada, pues

pareció conveniente y necesario precisar primero una serie de nociones que dotarían de mayor

sentido a la misión que se debe asumir.

En primer lugar, el concepto y el contenido de la Patria. Ello le dará también contenido concreto a

la misión personal, pues asumir una misión requiere saber y reconocer el bien a conquistar o a

defender.

En segundo lugar, pretendemos afirmar la noción de Patria como don recibido gratuitamente y

cómo, a partir del reconocimiento del don, surge el recíproco deber de la donación, como un paso

necesario para asumir los desafíos de la patria con gratitud, trabajo y esperanza.

Por otro lado, resulta preciso, para evitar caer en fanatismos ideológicos, precisar que el amor a la

patria se presenta en Santo Tomás de Aquino como una virtud moral, aneja a la virtud de la justicia

y al cuarto mandamiento. Con y por ello, el amor a la patria trasciende lo meramente afectivo o

ideológico, y nos plantea la exigencia de un obrar virtuoso.

Finalmente, con todo ello, somos capaces de identificar algunos contenidos concretos de la patria

que forman parte integrante de la misión personal que los argentinos podemos y debemos asumir,

con conciencia de don y de donación, asumiendo virtuosamente los deberes del patriotismo y, en

especial, con cabal conciencia histórica del Bicentenario que nos toca generacionalmente

protagonizar.

Y así, el pueblo, el territorio, la historia, la cultura y la religión serán desde esta perspectiva,

espacios de misión, en los que el amor a la patria se deberá ejercer.

3. EL CONTENIDO DE LA PATRIA.

En su obra “Las vertientes de la Argentinidad”, publicada en ocasión del Bicentenario de la

Revolución de Mayo y del Primer Gobierno Patrio, Fr. Aníbal Ernesto Fosbery escribía:

“La patria es la realidad primera, anterior a la Nación y, consecuentemente, al Estado.

Es, ante todo, objeto de fidelidad y amor, mediante una simple extensión del instinto,

ligado al sentimiento familiar. El afecto hacia ella impele a preocuparnos por conservar

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su patrimonio, transmitir su herencia y, eventualmente, defenderla. Este sentimiento

genera el patriotismo”. 1

Pero además, Fosbery ensaya una suerte de caracterización del contenido de la patria, al referirla

como

“… ese conjunto de creencias, usos, costumbres, ideas, estimaciones y pretensiones

sociales que conforman el patrimonio nacional (y que) la comunidad debe recibirlo,

cultivarlo, protegerlo y transmitirlo””.2

Y cómo no recordar entonces aquella vieja consigna que los jóvenes de la obra por él mismo

fundada, entonces llamada Milicia Juvenil Santo Tomás y hoy ya reconocida sencillamente como

FASTA, recitaban en los campamentos:

“La patria es un recóndito llamado de la sangre que nos impulsa a amarla como

destino y realidad”.

La expresión “patria”, como bien Uds. lo saben, reconoce su origen en la voz latina “patris”; de allí

vienen también las palabras castellanas “padre” y “patrimonio”, entre otras. En una primera

aproximación, entonces, patria pareciera referirse a un cierto patrimonio que proviene de los

padres. De allí la expresión latina más conocida: “terra patrum” o “tierra de los padres”.

Es claro que no hace falta ser universitario para saber qué es la patria y sentir una patria. Y está

bien que así sea: la patria es, en primer lugar, una realidad vivencial.

Alberto Boixadós, en “La Argentina como misterio”, hace referencia a la intervención del misterio

de Dios en el nacimiento y en la identidad de la Patria. Víctor Massuh, en “La Argentina como

sentimiento”, se centra en la dimensión afectiva: las cosas que amamos de ser argentinos.

Mariano Grondona, en “La Argentina como vocación”, se refiere a los desafíos que los argentinos

debemos asumir. José Isaacson, en “La Argentina como pensamiento”, estudia las ideas que dieron

forma a la Argentina. Para Eduardo Mallea, la Argentina es “una pasión”, y estudia los

fundamentos y los valores de la nacionalidad. Pero como suele suceder, el poeta “asalta” la

verdad. Y así nos dijo en su inmortal “Patriótica” Leopoldo Marechal:

1 FOSBERY, Aníbal E. Las vertientes de la argentinidad. Ed. Aquinas. Bs. As., 2010. Págs. 18

2 FOSBERY, Aníbal E. Op. Cit. Pág. 30.

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Dije yo en la Ciudad de la Yegua Tordilla:

La Patria es un dolor que aún no tiene bautismo.

La Patria es un dolor que aún no sabe su nombre.

La Patria era una niña de voz y pie desnudos.

La Patria es un temor que ha despertado,

la Patria debe ser una provincia

de la tierra y del cielo.

(Los hombres de mi estirpe no la vieron:

sus ojos de aritmética buscaban

el tamaño y el peso de la fruta.)

Cualquier niño, cualquier hombre sencillo, cualquier persona de bien experimenta la patria como

lo propio, o, sencillamente, como el lugar donde uno ha nacido. Pero la patria, el lugar donde uno

ha nacido, la tierra de nuestros padres, es una realidad que, más allá de lo vivencial, requiere y

justifica un cierto esfuerzo de comprehensión. No es solamente un afecto, aunque entrañe un

componente afectivo. No es sólo una intelección, aunque sea susceptible de ser inteligida.

La patria es un todo complejo y completo, como la unidad de un patrimonio. La tarea nuestra

deberá ser indagar sobre la composición o el contenido y el valor intrínseco de ese patrimonio que

se hereda; aunque, cabe aclararlo desde ya, a semejanza del más genuino derecho romano, la

aceptación de la herencia no admite beneficio de inventario, porque la herencia paterna se asume

toda íntegra, aún con las deudas, y es de buen hijo obligarse también a honrar las deudas del

padre.

Para conceptualizar a la patria nos resulta sumamente esclarecedora la excelente definición del

maestro Alberto Caturelli, en su obra “La patria y el orden temporal”. Dice el filósofo cordobés:

“La patria es un todo de orden que se compone de una comunidad concorde de

personas vinculada a un territorio, que expresa su naturaleza en una lengua

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determinada, constitutivamente transmisora de una tradición histórica y cultural,

orientada hacia el fin último absoluto que es Dios”3

Tenemos entonces que la patria comporta un todo complejo y completo, integrado por una

geografía, un pueblo, una historia, una cultura y una lengua, y una religión. Por eso dice también el

Dr. Héctor Hernández:

“Patria, entonces, de tierra de los padres, de la mera tierra física, de lugar donde están

enterrados los antepasados, por extensión pasa a significar un ámbito cultural y físico

formador o hacedor del hombre y en el cual debe ser, obrar y realizar su destino. Pasa

a ser entonces un conjunto de personas, que incluye a los muertos, que dice una

relación constitutiva de pertenencia a la tierra, que tiene una tradición cultural, y que

se proyecta al futuro”.4

La patria es don y es amor, y, por ello, es misión. Por lo tanto, considero que el tema que me fue

propuesto en esta disertación “la Patria como misión” exige, por un lado, reconocer el contenido

del patrimonio recibido en herencia de nuestros padres; y sólo a partir de allí, asumir la misión,

que se expresará en una triple dimensión de amor patriótico: hacia el pasado, gratitud; hacia el

presente, trabajo; y hacia el futuro, donación.

4. LA PATRIA ES UN DON.

Permítaseme partir de una premisa, a modo de paréntesis que quisiera hacer al introducir este

punto, sin que intente demostrar nada con ella, pero que se me antoja absolutamente necesaria:

como principio, creo que es preciso recuperar y hacer recuperar el sentido del don en nuestra

vida.

Don es aquello que hemos recibido gratuitamente. Aquello que nos ha sido dado. Reconocer el

sentido del don en nuestra vida significa un profundo acto de humildad, por la cual el hombre des

– cubre en la realidad y en su realidad todo aquello que le fue dado, todo lo que recibió. Y este 3 CATURELLI, Alberto: La patria y el orden temporal – el simbolismo de las Malvinas -. Ed. Gladius. Buenos

Aires, 1993. Pág. 136. 4 HERNÁNDEZ, Héctor, El amor a la patria, en Cuadernos de Espiritualidad, Año VI (1996), Nº 15, Santa Fe de

la Veracruz. Pág. 119.

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primer ejercicio virtuoso de la humildad es el punto de partida de todo lo que el hombre puede

conseguir luego con su esfuerzo y su trabajo. Este profundo significado, a su vez, funda, y

consecuentemente, es a la vez fundacional y fundamento de la patria y de los deberes y derechos

que en ella se deberán ejercer.

Ahora bien, ¿cuál es el contenido de lo dado?; ¿en qué consiste el don recibido? A poco que

indaguemos en nuestras conciencias advertiremos la enorme cantidad de realidades que integran

nuestras vidas que hemos recibido, muchas de ellas sin mérito alguno de nuestra parte. Por

empezar, la vida misma. También nos fue la vida social sin la cual sería imposible pensar en

cualquier perfección posterior que podamos alcanzar. Imaginemos al niño que mirando los tiernos

labios de su madre, ese primer “otro” con el que se relaciona, imitando los movimientos de su

boca, pronuncia por primera vez la palabra “mamá”. Ese primer y casi insignificante gesto ya es de

suyo una enorme prueba de la necesidad natural del “otro”, porque reconocer lo dado implica

reconocer un dador, un otro que me da lo que yo recibo. Y allí aparecen “nuestros padres”; y allí

aparece la Patria, como condición para mi propia perfección, camino ineludible en la búsqueda de

la felicidad.

Pero toda esto sería incompleto si no concluyéramos que recibir un don conlleva también la

necesidad de reconocer un conjunto de obligaciones o deberes inherentes a la condición del

beneficiario.

En primer lugar, reclama un profundo deber de gratitud. Así le enseñaba con tiernas palabras el

Ingenioso e “Hidalgo”, el Don Quijote de la Mancha, a su fiel amigo Sancho:

“Escribe a tus señores y muéstrateles agradecido; que la ingratitud es hija de la

soberbia, y uno de los mayores pecados que se sabe, y la persona que es agradecida a

los que bien le han hecho, da indicio que también lo será a Dios, que tantos bienes le

hizo y de continuo le hace”5.

La gratitud al dador constituye, sin lugar a dudas, un deber propio del reconocimiento del sentido

del don de la Patria. La misma experiencia personal nos puede servir de testimonio de la

5 CERVANTES, Miguel de. Don Quijote de la Mancha. 2da. Parte. Pág. 364. Biblioteca de la Literatura Universal. Clarín.

Barcelona, 2000.-

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importancia de la gratitud para la vida social, o, en sentido contrario, del tremendo dolor que

significa padecer la ingratitud. Por eso Cicerón, con inigualado fervor en su Discurso en defensa de

Plancio, una de sus más celebradas defensas en juicio, pudo decir:

“Sí, jueces, porque si no hay virtud que no me agrade poseer, prefiero a todas las de

ser y parecer agradecido. El agradecimiento, no sólo es la más bella de todas las

virtudes, sino que, en cierto modo, nacen de ella todas las demás. En efecto, ¿qué es el

patriotismo de los buenos ciudadanos, de los ciudadanos que la patria encuentra

siempre dispuestos a sacrificarse por ella, lo mismo en la guerra que en la paz, sino un

testimonio de reconocimiento? Y esos hombres piadosos, fieles al culto de la religión,

¿qué son más que espíritus agradecidos a los dioses inmortales? (...) No, nada me

parece más natural en el hombre que agradecer los servicios y aún los simples

testimonios de benevolencia...”6

En segundo lugar, el recibir un don, entraña el deber recíproco de la donación. Nadie da lo que no

tiene, pero el que tiene, de otro lo ha recibido y a otro debe dar. Ésta es la “economía” fundante

de la Patria, base de la solidaridad, sin la cual la misma sociedad peligra en su existir. Hay

generosidad y solidaridad en el padre que dona vida en su hijo; en el que da de comer al

hambriento o de beber al sediento; en el maestro y en el discípulo. Y hay generosidad en tantos

hombres y mujeres de la Patria que dieron sus vidas y sus mejores esfuerzos no pensando en el

éxito aquí y ahora, sino en el futuro de la Patria.

El reclamo de la patria nos exige testimonios personales y comunitarios de gratitud y de

solidaridad, que nos permitan doblegar las tentaciones neo liberales y posmodernas de soberbia e

individualismo.

Ello nos permite recordar, es decir, traer de nuevo al corazón, los hermosos versos del Martín

Fierro:

Dios formó lindas las flores,

delicadas como son;

les dio toda perfección

6 CICERÓN, M.T. Discurso en defensa de Plancio, en Obras Escogidas; Tomo III, pág. 184/5

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y cuánto él era capaz;

pero al hombre le dio más

cuando le dio el corazón.

Le dio claridá a la luz,

juerza en su carrera al viento,

le dio vida y movimiento

dende el águila al gusano;

pero más le dio al cristiano

al darle el entendimiento.

Y aunque a las aves les dio,

con otras cosas que inoro,

esos piquitos como oro

y un plumaje como tabla,

le dio al hombre más tesoro

al darle una lengua que habla.

Y dende que dio a las fieras

esa juria tan inmensa,

que no hay poder que las vensa

ni nada que las asombre,

¿qué menos le daría al hombre

que el valor para su defensa?7

5. EL PATRIOTISMO ES UNA VIRTUD.

Nos decía San Juan Pablo II a los argentinos, en aquella inolvidable alocución, en Tucumán, en abril

de 1987:

7 HERNÁNDEZ, José. Martín Fierro Versos 2155 a 2175. Biblioteca de Literatura Universal. Clarín. Barcelona, 2000

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“Los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de

manifestar en nosotros” (Rm 8, 18). Con estas palabras, invitaba San Pablo a los

cristianos de Roma a que levantaran su mirada por encima de las difíciles

circunstancias que entonces estaban atravesando, y percibieran la insondable

grandeza de nuestra filiación divina, que está presente en nosotros, aunque no se haya

manifestado todavía en su plenitud (cf. 1Jn 3, 2). Es un bien de tal inmensidad, que la

creación entera ‘gime y sufre’, anhelando participar en ‘la gloriosa libertad de los hijos

de Dios’, aquella ‘que se ha de manifestar en nosotros’ (Rm 8, 18. 21-22). En pos de

esos derroteros inspirados por el Apóstol, el Sucesor de Pedro ha venido a la tierra

tucumana, para alabar con vosotros la misericordia de Dios Padre que ha querido

‘llamarnos hijos de Dios, y que lo seamos’ (1Jn 3, 1). Lo hacemos aquí, en esta ciudad

de San Miguel de Tucumán, a la que llamáis Cuna de la Independencia, por haber

iniciado aquí vuestro camino en la historia como nación independiente. Desde

entonces, los habitantes del Norte argentino os sentís especialmente vinculados a este

lugar; y habéis cultivado un marcado amor a vuestra patria, sintiendo además la

responsabilidad de custodiar la libertad y la tradición cultural de la Argentina. En el

cristiano esos nobles sentimientos se enraízan en el don de la filiación divina, y allí

encuentran también su fundamento, su sentido y su medida. (y más adelante nos

dijo…) Entre las muchas consideraciones que aquí se podrían hacer, el Papa quiere

referirse a una concreta: la piedad en la vida civil, conocida en nuestro tiempo como

amor a la propia patria o patriotismo. Para un cristiano se trata de una manifestación,

con hechos, del amor cristiano; es también el cumplimiento del cuarto mandamiento,

pues la piedad, en el sentido que venimos diciendo incluye –como nos enseña Santo

Tomás de Aquino– (Summa Theologiae, IIª-IIæ, q. 101, a. 3, ad 1) honrar a los padres,

a los antepasados, a la patria”.8

Aún perdura en mis recuerdos esa grave y a la vez cálida voz del gran Papa polaco, que calaba

hondo en nuestra alma juvenil.

8 S.S. JUAN PABLO II. Celebración de la Palabra. Discurso en el Aeropuerto Benjamín Matienzo. San Miguel

de Tucumán, Argentina, miércoles 8 de abril de 1987.

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La virtud es, al decir de Pieper,

“… la elevación del ser en la persona humana. La virtud es, como dice Santo Tomás,

‘ultimum potentiae’, lo máximo a que puede aspirar el hombre, o sea, la realización de

las posibilidades humanas en el aspecto natural y sobrenatural.

El hombre virtuoso es tal que realiza el bien obedeciendo a sus inclinaciones más

íntimas”9.

A su vez, suele distinguirse entre las virtudes: a) aquellas que son infusas, es decir, infundidas por

Dios en el alma humana. De entre ellas, las principales son las teologales: fe, esperanza y caridad;

b) aquellas que son adquiridas por el esfuerzo del hombre, que son las virtudes morales. De entre

ellas, las principales son las cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza10.

Con hermosas palabras y piadoso amor paternal Cicerón enseña a su hijo Marco:

“Ya tienes delante, hijo mío Marco, la imagen y, por decirlo así, el semblante de la

virtud, que si pudiera verse con los ojos enamoraría a todos maravillosamente de sí

misma, como dice Platón. Mas todo lo que es honesto ha de proceder de alguna de

estas cuatro partes. Porque, o consiste en la investigación y conocimiento de la verdad,

o en la conservación de la sociedad humana, en dar a cada uno lo que es suyo, y en la

fidelidad de los contratos, o en la grandeza y firmeza de un ánimo excelso e invencible,

o en el orden y medida de todo cuanto se dice y hace, en que se comprende la

moderación y templanza”11.

Para una primera aproximación al contenido de la virtud de la justicia puede ser importante

diferenciarla de las restantes virtudes cardinales: la justicia consiste en dar a cada uno lo suyo, lo

que por derecho le corresponde. Al consistir en un dar la justicia mide y se mide, primariamente, a

través de una conducta exterior siempre juzgada, en primer lugar, desde una razón de

exterioridad.

9 PIEPER, J. Las Virtudes Fundamentales, Madrid, 1980 (3ª); Rialp, pág. 15.

10 También en Platón (La República), en Aristóteles (Ética Nicomáquea) y en Santo Tomás (Suma Teológica),

por citar a los principales autores, aparecen con algunas diferencias de nombre, éstas como las cuatro virtudes principales. 11

CICERÓN, M. T. De Officis. Libro I, Buenos Aires - México, 19462.; Espasa – Calpe Argentina, pág. 31.

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“Pero la materia de la justicia es la operación exterior, en tanto que esta misma, o la

cosa de que se hace uso, tiene respecto de otra persona la debida proporción”12

Por otro lado, ya el sólo hecho de decir que la justicia consiste en dar algo nos sugiere que hay un

otro que tiene que recibir ese algo. Aparece así la razón de alteridad también como nota distintiva:

el imperativo de la justicia nos constriñe a dar algo a otro. Santo Tomás así lo enseña:

“...como el nombre de ‘justicia’ entraña igualdad, es de esencia de la justicia el

referirse a otro, porque nada es igual a sí, sino a otro”13

Pero hace falta un paso más: es necesario que eso que se da a otro, sea algo debido, es decir que

para que haya una relación de estricta justicia, debe haber además una razón de debitoriedad, es

decir, un debitum que supone la existencia de un debitor y un creditor, un deudor y un acreedor;

un tradens y un accipiens, uno que da y otro que recibe. Con razón dice Pieper:

“El individuo emplazado por la justicia es siempre un hombre que pasa por el trance de

deberle algo a alguien”14

Esta triple razón de exterioridad, alteridad y debitoriedad, a la vez, define al acto justo y, por otro

lado, permite distinguirlo del acto prudente, del acto fuerte o del acto moderado.

La prudencia, la fortaleza y la templanza miden y son medidas primariamente desde la intimidad,

desde la interioridad del sujeto. No se puede afirmar, por ejemplo, que una persona fue cobarde

(vicio opuesto a la virtud de la fortaleza) sólo desde la exterioridad de la conducta sin conocer el

combate interior que libró el sujeto al obrar. En cambio, el acto justo se perfecciona con ese dar a

otro lo debido y prescinde, en cierta medida, de las motivaciones o intenciones interiores.

Claro que cuando nos referimos no ya al acto justo sino al hombre justo, no sólo estamos

considerando la adecuación o la igualdad exterior entre lo debido y lo dado, sino la disposición

interior (y constante) de la voluntad que le permite pronta y fácilmente realizar actos justos. En

este sentido, entonces, un hombre injusto (por ejemplo, un homicida serial) puede eventualmente

realizar actos justos (por ejemplo, pagar su deuda de locación) y, a la inversa, puede darse

12

TOMÁS DE AQUINO, S., Suma Teológica; II-II q.58 a.10, pág. 291. 13

Ibidem, pág. 273. 14

PIEPER, Josef; Op. Cit., Pág. 102.

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también eventualmente que un hombre justo realice algún acto injusto, objetivamente

considerado (por ejemplo, olvidar pagar sus impuestos).

Dicho esto, referido a la materia de la justicia, nos faltaría agregar alguna consideración sobre el

sujeto de la justicia, sobre su objeto y sobre su naturaleza esencial.

Si bien, como toda elección del bien presupone un acto intelectivo previo que discurre sobre la

verdad y presenta el bien, la justicia tiene como sujeto propio a la voluntad, por ser ésta la

facultad inmediata que ordena la acción. Asimismo, en cuanto virtud, la disposición estable de la

voluntad requiere también el juicio previo de la virtud de la prudencia que conoce la realidad para

dirigir el obrar. Por eso, con razón, se llama a la voluntad apetito racional. Pero queda claro que la

justicia radica en la voluntad como su sujeto propio.

Santo Tomás así lo dice:

“Más la justicia no se ordena a dirigir algún acto congnoscitivo, pues no se nos llama

justos porque conozcamos algo rectamente (...) Llámesenos justos por el hecho de que

obremos rectamente; y pues el principio próximo del acto es la fuerza apetitiva, es

necesario que la justicia se halle en una facultad apetitiva, como en su sujeto”.15

Por otro lado, como la justicia supone un débito, es necesario preguntarse por lo debido, es decir,

lo que realizado será el término o el objeto del acto justo: lo justo. Por eso el derecho (o lo justo o

lo debido) es el objeto de la virtud de la justicia. Por eso Santo Tomás comienza el tratado de la

justicia hablando de su objeto, el derecho y, citando a San Isidoro, afirma:

“El derecho se ha llamado así porque es justo”16

Ahora estamos en condiciones de discernir y discurrir para dar un paso más, necesario para

completar la noción de justicia. Si la justicia se funda en una relación de alteridad, presupone un

débito que debe ser satisfecho en una acción juzgada desde su exterioridad; para preguntarnos,

entonces, por la justicia de ese dar, debemos preguntar cuándo se realiza o se perfecciona, en esas

condiciones. Es evidente que estamos preguntando por la satisfacción de lo debido a otro,

entonces, la pregunta se precisa aún más: ¿cuándo satisfacemos lo debido a otro?. La respuesta

15

TOMÁS DE AQUINO, S., Suma Teológica; II-II q.58 a.10., pág. 277. 16

Ibidem, pág. 232.

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cae de madura: cuando se verifica una igualdad entre lo debido y lo dado; cuando lo pagado se

ajusta a lo adeudado.

Por eso dice Santo Tomás:

“Y, en consecuencia, el medio de la justicia consiste en cierta igualdad de la proporción

de la cosa exterior a la persona exterior”17

Porque la justicia plena, la justicia verdaderamente virtuosa, es mucho más: es la rectitud en las

relaciones con los demás, es ser bueno con el otro. Porque es lo propio de una virtud hacer buena

la obra y hacer bueno al que obra, mediante una disposición, intelectual y volitiva, subjetivamente

firme en el ánimo y objetivamente estable en el tiempo, hacia el bien.

Así concebida, la virtud de la justicia supera la propia perfección del acto justo, y así, aún si falla la

razón de igualdad por cuanto no se puede satisfacer lo debido en estricta igualdad, el hombre

justo practicará la religión, la piedad filial, la piedad patriótica y la observancia o veneración; o si,

por el contrario, lo que no existe es un débito exigible con la misma fuerza que los deberes de

justicia, el hombre justo practicará de todos modos la veracidad, la gratitud, la venganza, la

liberalidad y la afabilidad.

Es lo que la doctrina escolástica ha dado en llamar partes potenciales de la justicia, también

llamadas virtudes anejas a la justicia, por cuanto si bien falla en ellas la razón de débito o de

igualdad, según el caso, y por tanto no son de estricta justicia, paradójicamente contribuyen a su

perfección y a su plenitud. Incluso, como se podrá advertir, a través del ejercicio de estas virtudes,

junto con la justicia, la persona contribuye a realizar más plenamente el bien común y la caridad.

Qué mejor que sea el mismo Cicerón el que lo diga:

“El temor de los dioses y el culto que se les rinde constituye la religión. La piedad es el

sentimiento que nos advierte los deberes que tenemos con la patria, con los padres,

con todos los que están unidos a nosotros por vínculos de sangre. La gratitud

comprende el recuerdo de los beneficios recibidos y el deseo de corresponder a ellos. La

venganza es el sentimiento que nos impulsa a rechazar o a castigar la violencia o la

injuria que se nos haga, o a nosotros personalmente o a las personas que deben sernos

queridas; comprende también el castigo de los crímenes. Se entiende por respeto, las

17

Ibidem, pág. 292.

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muestras de consideración y deferencia que debemos dar a los que por su edad, por su

saber, por sus dignidades o por sus méritos se hallan por encima de nosotros. La

veracidad consiste en hacer de modo que nada, ni en lo presente ni en lo pasado ni en

lo porvenir, desmienta lo que afirmamos.”18

Y será Santo Tomás el que completará y sistematizará de un modo inigualado el tema, siguiendo

básicamente a Cicerón, pero ordenando, precisando, definiendo y aun completando las virtudes

anejas a la justicia. Siguiendo al Aquinate, vamos a estudiar cómo se ordenan estas virtudes y en

qué consiste cada una de ellas. Dice el Doctor Angélico:

“En las virtudes anejas a una virtud principal hay que considerar dos extremos:

primero, que dichas virtudes tengan algo de común con la virtud principal; segundo,

que falte en ellas en algún punto la perfecta razón de la misma. Ahora bien, puesto

que la justicia se refiere a otro, todas las virtudes referentes al prójimo pueden por

razón de esta coincidencia anexionarse a la justicia. Pero es de esencia de la justicia

dar a otro lo que le es debido conforme a igualdad (...) Luego una virtud de las que

entrañan relación a otro puede separarse de la esencia de la justicia por dos

conceptos: primero, por defecto de igualdad, y segundo, por defecto del débito”.19

Parte el Aquinate de la consideración de las notas esenciales de la justicia: la debitoriedad, la

alteridad y la igualdad. Es decir, que allí donde hay otro al que le debo algo en igualdad, hay una

relación de estricta justicia. Sin embargo, puede haber otro al que le debo algo, pero que, por la

misma naturaleza de creditor, no estoy en condiciones de satisfacer en igualdad lo debido. Sigo

debiendo, sé que debo, pero también reconozco que dicha deuda jamás podrá ser saldada en

estricta justicia. Cuando el creditor es Dios, o son los padres, o es la patria, o son las personas de

mayor virtud o dignidad, el debitor se encuentra en el paradójico trance de dar lo debido, pero con

la convicción íntima de no poder satisfacer la deuda: así, el hombre justo deberá cultivar las

virtudes de la religión, respecto de Dios; de la piedad, respecto de los padres (piedad filial) y de la

18

CICERÓN, M. T. De Inventione, en Obras Escogidas, Tomo I. Tr. Nicolás Estevanez, París, Casa Editorial Garnier Hermanos, pág. 300/1. 19

TOMÁS DE AQUINO, S., Suma Teológica; II-II q.80 a.1., pág. 8.

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patria (piedad patriótica o patriotismo); y de la observancia (otras veces llamada respeto o

veneración, respecto de las personas superiores en dignidad o virtud.

Veamos qué dice Santo Tomás:

“Hay, efectivamente, ciertas virtudes que nos hacen dar a otro lo debido, pero sin que

podamos entregar la exacta equivalencia. En primer término, todo lo que el hombre da

a Dios se lo debe, y, sin embargo, no puede devolver la igualdad, es decir, devolverle

tanto como le debe (...) En ese sentido, se adjunta a la justicia la religión, que, como

dice Cicerón, ‘ofrenda respeto, homenaje y culto a cierta naturaleza de orden superior,

que llaman divina’20. En segundo lugar, no es posible devolver a los padres en estricta

igualdad lo que se les debe, como Aristóteles pone de manifiesto; por ello se agrega a

la justicia la piedad, por la cual, en frase de Cicerón, ‘tribútanse benévolos servicios y

diligente respeto a los consanguíneos y a los bienhechores de la patria’21. Y en tercer

término, el hombre no puede dar a la virtud una recompensa que sea equivalente,

como Aristóteles consigna; por lo tanto, a la justicia se anexiona la veneración, por la

que, en sentencia de Cicerón, ‘los hombres superiores en dignidad son reverenciados

con cierto culto y respeto’22.” 23.

Bien, fue necesario el -tal vez- extenso desarrollo de este punto, para ubicar al patriotismo mucho

más allá de una mera dimensión afectiva, o de la carga ideológica con la que a veces se tiñe. El

patriotismo es una virtud, que hace buena a la obra (la patria) y al que obra (el patriota) y que

consiste en darle a la patria lo debido, pero reconociendo, con humildad y gratitud, que el don

recibido de la Patria será siempre mayor que lo que el patriota pueda darle en retribución. Esa

tensión de deuda permanente, trasciende mi yo y mi tiempo, y se extiende en las coordenadas

temporales:

20

“... ‘Religio quae’, ut Tullium dicit, ‘Superioris cuiusdam naturae, quam divinam vocant, curam caeremoniamque vel cultum affert’ ”. 21

“... ‘pietas, per quam’, ut Tullium dicit ‘sanguine iunctis patriaeque benevolis officium et diligens tribuitur cultus’ ”. 22

“... ‘observantia, per quam’, ut Tullius dicit, ‘homines aliqua dignitate antecedentes quodam cultu et honore dignantur’ ”. 23

TOMÁS DE AQUINO, S., Suma Teológica; II-II q.80 a.1. Pág. 9.

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1. Hacia el pasado, gratitud en el humilde reconocimiento del don; perdón y

reconciliación;

2. Hacia el presente, amor generoso y solidario al prójimo, mi prójimo, mi compatriota y

el esfuerzo del trabajo cotidiano;

3. Hacia el futuro, el sacrificio en la misión, por las futuras generaciones y el bien de la

patria toda.

6. LA PATRIA COMO MISIÓN PERSONAL.

Ahora estamos en condiciones de identificar algunos aspectos que me atrevo a proponer a todos

Uds. como integrantes del contenido de Patria, como misión, no sólo personal, sino común: el

desafío de los tiempos futuros de la Patria.

Dijeron los Obispos argentinos en ocasión de este Bicentenario:

En nuestra cultura prevalecen valores fundamentales como la fe, la amistad, el amor

por la vida, la búsqueda del respeto a la dignidad del varón y la mujer, el espíritu de

libertad, la solidaridad, el interés por los pertinentes reclamos ante la justicia, la

educación de los hijos, el aprecio por la familia, el amor a la tierra, la sensibilidad hacia

el medio ambiente, y ese ingenio popular que no baja los brazos para resolver

solidariamente las situaciones duras de la vida cotidiana. Estos valores tienen su origen

en Dios y son fundamentos sólidos y verdaderos sobre los cuales podemos avanzar

hacia un nuevo proyecto de Nación, que haga posible un justo y solidario desarrollo de

la Argentina.

Nos toca ahora proponer como ejes y espacios de misión, el pueblo, la geografía, la historia, la

cultura y la lengua y la religión de la patria.

EL PUEBLO DE LA PATRIA

La patria supone la existencia de una comunidad, de un conjunto de personas que se configura

como un pueblo.

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“… pero pueblo no es todo conjunto de hombres reunido de cualquier manera, sino el

conjunto de una multitud asociada por un mismo derecho que sirve a todos por

igual”24

Un pueblo de hermanos. Por eso, lesionan a la comunidad política la discordia, el resentimiento, el

odio… si una patria no se sostiene en un entramado de amistad y de concordia, no hay bien común

posible. Por eso resuenan en nuestra memoria los inmortales consejos de Martín Fierro a sus

hijos:

“Los hermanos sean unidos

Porque esa es la Ley primera

Tengan unión verdadera

En cualquier tiempo que sea

Porque si entre ellos pelean

Los devoran los de ajuera”25

Es que la Patria, como tampoco una familia, no puede afirmarse solamente en la justicia. Las

dimensiones de la paz y de la concordia política, exceden con mucho, aunque la suponen, a la de la

justicia. Y allí se abren horizontes de la vida social en los cuales se puede fundar sólidamente una

comunidad.

Allí radica la importancia del cultivo de las restantes virtudes sociales que antes hemos

mencionado, vinculadas aunque no iguales a la justicia: un pueblo que cultiva la religión; que

aprecia la piedad filial y la familia; que cultiva en sus miembros el patriotismo; que venera a sus

próceres y héroes y premia a sus mejores: pero también personas capaces de crecer en la verdad,

de ser agradecidos, de practicar la justa vindicta a quienes causan un mal, pero también el perdón

del ofendido, de ser moderados en el uso de los bienes materiales, de privilegiar en el caso

concreto la solución equitativa, adecuada a las circunstancias de la persona más necesitada, etc.

Allí radican también los nobles objetivos del Preámbulo de nuestra Constitución: ”… constituir la

unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior…”

24

Cfr. CICERÓN, M. T., Sobre la República. I, 25, 39. En “Cicerón. Obras Políticas”. Introducción, traducción y notas de Álvaro D’Ors y Carmen Teresa Pabón de Acuña. Biblioteca Gredos. Madrid, 1982. Pág 47. 25

HERNÁNDEZ, José. Martín Fierro.

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Y también me parece que hay una misión patriótica que reviste en nuestro tiempo especial

importancia: la protección de la integridad del pueblo de la patria, es decir, la protección de las

personas, de su vida, y del derecho a nacer y morir con dignidad.

LA GEOGRAFÍA DE LA PATRIA

Con razón se le llama heredad a la tierra que es mía. Porque es el territorio de la patria, entendida

como herencia. La conciencia territorial conlleva la exigencia moral y jurídica de la defensa del

territorio heredado.

Por eso enseña Caturelli:

“De ahí que la autoconciencia (…) supone también un vínculo originario con

el lugar y el espacio concretos, éste lugar y éste espacio míos. Este es el

fundamento de mi vínculo con una determinada geografía, con un territorio,

con una naturaleza que, en cierto modo, llevo conmigo”26

Es claro que hay, en nuestro tiempo y en nuestra patria, una porción de nuestra heredad, de

nuestro territorio, que clama por que se realice lo justo, el derecho, para devolverle a la patria su

contenido heredado. Estamos hablando – lo intuyen Uds. ya - de la usurpación de nuestras Islas

Malvinas.

Decía aquel 2 de Abril de 1982 el Fundador y Presidente de FASTA, Fr. Aníbal Fosbery, al referirse a

la histórica gesta que acababa de ocurrir, con palabras que aún nos resuenan por vigor y

actualidad:

“Rescatamos el decoro y la dignidad de nuestra Nación. Descubrimos, una

vez más, lo que supo estar en los orígenes, es decir, que hay valores de

utilidad, de economía y de gozo que deben resignarse a costa de salvar el

decoro de la Nación”27

26

CATURELLI, A. Op. Cit. Pág. 131. 27

FOSBERY, Aníbal. Discurso Rectoral de Celebración de la Recuperación de las Islas Malvinas; Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino; Tucumán, 2 de Abril de 1982.

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Como bien enseña también Caturelli28, desde el 14 de Junio de 1982, día de la rendición de las

tropas argentinas en la última batalla de Puerto Argentino, se ha consumado y se sigue

consumando, en cada minuto, la sexta invasión inglesa. Veamos.

En 1765 se consumó la verdadera primera invasión inglesa, precisamente en las Islas Malvinas, a

través de una expedición al mando de Lord Byron. Le cabe al Capitán Juan Ignacio de Madariaga,

en 1770, el principal mérito militar de la expulsión del invasor.

En 1806, los invasores al mando de Beresford, que se apoderaron de Buenos Aires y Montevideo

en la segunda invasión inglesa (la primera en territorio continental), fueron derrotados por la

heroica acción y resistencia del pueblo, bajo la figura de Santiago de Liniers y la protección de

Nuestra Señora del Rosario.

En 1807, 11.000 hombres al mando de John Whitelocke, consumaron la tercera invasión inglesa,

derrotada en histórica lucha que aún hoy se atesora en las paredes de la Basílica de Santo

Domingo, en Buenos Aires, y que nuevamente bañó de gloria a Liniers.

En 1833 se desarrolla la cuarta invasión inglesa (la segunda en territorio malvinero), cuando la

corbeta Clío, un 2 de enero, consuma la usurpación que perduraría hasta el 2 de Abril de 1982.

En 1845 Gran Bretaña, esta vez con Francia, intenta la quinta invasión inglesa que se encuentra

con la férrea resistencia de Rosas y de los bravíos hombres del General Mansilla, en la Vuelta de

Obligado. El invasor tuvo que firmar un honroso tratado de paz en noviembre de 1849, no sin

antes desagraviar al pabellón argentino con 21 cañonazos.

La sexta invasión inglesa se consuma el mencionado 14 de junio de 1982, después de la gloriosa

gesta del 2 de abril.

No viene aquí al caso examinar todos y cada uno de los legítimos derechos que asisten a nuestro

país sobre el territorio de las Malvinas. Son por demás conocidos y fundados. Pero sí es menester

insistir en que ellos existen y siguen vigentes. Desde entonces anhelamos escuchar la salva de

cañonazos que restaure el honor de nuestro emblema.

HISTORIA

28

CATURELLI, Alberto. Op. Cit., págs. 260 – 267.

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Es necesario recuperar y hacer recuperar el sentido del don en nuestra vida y en la vida de la

patria. Don es aquello que hemos recibido gratuitamente. Aquello que nos ha sido dado. Aquello

que no hemos merecido. Aquello que nos ha sido transmitido por “traditio” y que, a su vez,

estamos obligados a transmitir. Así lo explica Caturelli:

“ … no hay hombre ni existe comunidad social sin historia y como ésta sólo

tiene sentido en la acción cotidiana de entregar, en cada presente, todo el

pasado que abre el futuro, la patria no se concibe sin su tradición histórica

(…) que indica el acto por el cual yo pongo algo (en el presente) en manos de

otro, abriendo así el momento del futuro”29

Podríamos en este punto referirnos a la conciencia histórica con el pasado y a los deberes de

justicia con nuestros padres y para con los padres de la patria y fundar ahí el derecho (o lo justo)

en el sostenimiento de la traditio de la patria. Pero me parece que está básicamente contenido en

el concepto mismo de patria ya desarrollado. Por eso prefiero abordar más bien ahora la tensión

de la traditio hacia el futuro: es decir, de la patria que les legaremos a nuestros hijos. En este

punto se inscribe, despojada de toda ideología, el respeto por el orden natural y el cuidado del

ambiente.

Pareciera que la problemática del ambiente y de su gestión reclama también una reflexión sobre la

justicia articulada sobre las coordenadas temporales de pasado, presente y futuro.

En efecto, desde esta perspectiva, las relaciones de justicia referidas al ambiente asumen una

triple dimensión: hay, como dijimos, un deber de justicia hacia nuestros padres y abuelos, que nos

legaron un ambiente más sano y equilibrado que el actual; también existe un deber hacia nuestro

coetáneos, que sufren aquí y ahora por nuestra irresponsabilidad en el cuidado del ambiente

común; y, finalmente, hay un deber de justicia hacia nuestros hijos y nietos, las “generaciones

venideras” , que heredarán el ambiente que nosotros les dejemos y habitarán (o padecerán) en él.

Con singular claridad lo vio Juan Llambías de Azevedo y así lo dijo:

“Cuando una generación decide para otra, es claro que este ‘decidir para’

puede ser tanto un decidir a favor como un decidir en contra (...) las

29

CATURELLI, Alberto. Op. Cit., págs. 134/135.

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generaciones en sus relaciones tienen también, como los individuos, un

derecho”30

Asimismo, en la Reforma Constitucional de nuestro país de 1994 se incorporó el Art. 41º, que reza

así:

“Todos los habitantes gozan del derecho a un ambiente sano, equilibrado,

apto para el desarrollo humano y para que las actividades productivas

satisfagan las necesidades presentes, sin comprometer las de las

generaciones futuras”.

Existe ese “ordo naturae” que tan magníficamente describió Santo Tomás de Aquino y al que

maravillosamente contempló y cantó San Francisco de Asís. El hombre es parte de ese orden, pero

con una responsabilidad superior, que le deviene de su carácter racional y libre y que por tanto, lo

hace moral, política y jurídicamente responsable de su cuidado.

En este sentido, y para finalizar el punto, resulta sumamente esclarecedor y comprometedor el

Catecismo de la Iglesia Católica, en su punto 2415, cuando al referirse al mandamiento que

prohibe robar (adviertan lo interesante de la ubicación del punto) prescribe:

“El séptimo mandamiento exige el respeto de la integridad de la creación.

Los animales, como las plantas y los seres inanimados, están naturalmente

destinados al bien común de la humanidad pasada, presente y futura. El uso

de los recursos minerales, vegetales y animales del universo no puede ser

separado del respeto a las exigencias morales. El dominio concedido por el

Creador al hombre sobre los seres inanimados y los seres vivos no es

absoluto; está regulado por el cuidado de la calidad de la vida del prójimo

incluyendo la de las generaciones venideras; exige un respeto religioso de la

integridad de la creación”

30

LLAMBÍAS DE AZEVEDO, Juan. Eidética y aporética del derecho. Abeledo Perrot, 2ª Ed., Bs. As., 1958. Pág. 179.

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CULTURA

Una patria comporta una cultura, es decir, una historia de la actuación del hombre sobre la

naturaleza imprimiéndole a ésta una nueva forma, transfigurándola con el sello espiritual de la

criatura racional, en general, y con el sello espiritual de un pueblo, en un territorio, con una

tradición histórica de valores, ideales y creencias que lo configuran como una cultura

determinada.

En este sentido dice Caturelli:

“… no hay patria no sólo sin tradición sino también sin determinada cultura

cuyo dinamismo se confunde con el de la misma tradición histórica”31

Así, el arte, la ciencia y la técnica integran la cultura de una patria. Pero muy especialmente el arte

pone de manifiesto más inmediatamente el valor y el contenido culturales del pueblo de una

patria.

Tomemos, por caso, el arte y un ejemplo. El arte, como cualquier conducta humana libre, no es

ajeno a la moralidad. Si un artista pinta pornografía, no es arte, es pornografía; por más que su

pincel se haya deslizado con calidad sobre el lienzo. Si un artista esculpe odio en su obra, no es

arte, es odio; aunque su cincel haya tallado maravillosamente bien el mármol. Es como calificar de

científica a la fabricación de una perfecta bomba atómica que mata a miles y miles de personas;

eso no es ciencia, es terror.

Recuerdo hace unos años, la buena mano del escultor León Ferrari había sido un instrumento

privilegiado de su naturaleza para expresar un odio visceral a la Iglesia Católica y a todo lo que ella

representa, en especial, ofensiva a la Virgen María. Ahora bien, el ¿odio es justificación del arte?

Hasta ahora creí, como cualquier mortal, que el arte era una pretendida representación de la

belleza. Pero si el odio, todos coincidirán, es un sentimiento feo, ¿cómo puede expresar belleza?

Según todos coinciden, Ferrari es (o era, no sé si vive aun) un gran artista, pero no todo lo que

hace es arte: así como seguramente nadie pensará que cuando come está haciendo arte, así

tampoco cuando odia está haciendo arte. Si un escultor genial mata a su mujer con su cincel y su

martillo... ¿también es un homicidio “artístico”?

31

CATURELLI, Alberto. Op. Cit., pág. 135.

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¿El arte es ajeno a la realidad cultural, jurídica y política de un país y a sus tradiciones e

idiosincracia? ¿Debería ser permitida por artística una obra que ofenda a nuestra bandera o una

canción que haga grotesco nuestro himno nacional o que, sencillamente, pinte nuestras Islas

Malvinas con los colores de Inglaterra?

Lo que ocurre, en realidad, es que se están socavando los cimientos más profundos de la misma

patria, la desintegración de la cultura de la Patria que soñaron Belgrano y San Martín, al ofrendar a

la misma Virgen mancillada por Ferrari, las gestas heroicas que nos dieron el ser y el destino.

LENGUA

La lengua expresa la tradición y la cultura de la patria. Por eso históricamente es tan difícil la

unidad de una patria cuando no existe una lengua común. Una lengua reconoce un trasfondo que

es parte integrante del legado de la patria. Y de ahí también el deber de protegerla y cultivarla.

Así lo explica Caturelli:

“La lengua (…) supone un trasfondo inconmensurable propio de esta

determinada comunidad social … que confiere y a la vez expresa un peculiar

modo de ser, no universal sino característico de determinada patria” 32

Nuestra Patria recibió una lengua como tradición; la Nación la adoptó como lengua común y el

Estado la estableció como lengua oficial: es de todos el deber de promoverla, cultivarla y

protegerla.

Particularmente problemática me parece en estos tiempos la relación de los jóvenes con la lengua.

En efecto, el vaciamiento cultural comienza con el vaciamiento de la lengua y de su significado. Me

entristece percibir, y como docente universitario lo digo, el achicamiento del vocabulario que los

jóvenes argentinos padecen y la progresiva extranjerización de palabras que van invadiendo

nuestra riquísima lengua… así, ya no hablamos de “experiencia”… decimos “know how”; ya no

decimos “gerenciamieto”, hablamos de “management”; ya no nos referimos a la “computadora”

sino a la “PC”.

32

CATURELLI, Alberto. Op. Cit., pág. 134.

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Tengamos cuidado: la pérdida de la identidad cultural suele comenzar por el vaciamiento de la

lengua y su reemplazo por la lengua del conquistador. Pero además, preocupa el achicamiento del

idioma, en cantidad de palabras y en cada palabra en sí, llena de apócopes, producto de la

globalización del chat y de la celeridad de las comunicaciones. Apocopar no es otra cosa que

apocar; en definitiva, empobrecer una lengua y debilitar la cultura.

RELIGIÓN

Finalmente, no hay patria sin trascendencia: sin un algo que le dé sentido y destino al pueblo y al

derrotero de su tradición histórica y cultural. No hay patria sin Dios. Y así se constata desde la

antigüedad.

En efecto, Roma, Grecia, Israel y los grandes pueblos de la antigüedad intentaron explicar siempre,

con mayor o menor éxito, su origen y su destino, a partir de una respuesta en cierto sentido

teologal.

Por eso dice Caturelli:

“Allende la contingencia del hombre y de la comunidad concorde, más allá

de la contingencia de la patria, el todo se ordena a Dios como último fin

absoluto que confiere sentido tanto al fundamento terreno de la patria,

cuanto a la comunidad concorde y a su tradición histórica”33

Guste a quien le guste, disguste a quien le disguste, lo católico en nuestra patria no es solamente

expresión de un culto sino más: es parte constitutiva de una cultura. En efecto, éste es el sentido

por el que el preámbulo de la Constitución Nacional invoca “la protección de Dios, fuente de toda

razón y justicia” o por el que el art. 2° indique que el Gobierno Federal (en cualquiera de sus

poderes) “sostiene el culto católico apostólico romano”.

En este sentido, dijo Fosbery en la obra ya mencionada:

”La Constitución Nacional al amparar en Dios tanto el orden social como la vida

individual de los ciudadanos, está incorporando a la norma institucional de la

33

CATURELLI, Alberto. Op. Cit., pág. 135/136.

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Nación, o sea al “ius soli”, el estilo de vida, o sea el “ius sanguinis” que brotó de la

cultura fundacional de la argentinidad. De este modo la Constitución integra la

Patria con la Nación y salva, de este modo, la identidad nacional y, al mismo tiempo,

lejos de constituirse como la ley suprema de la Nación, se subordina a Dios “fuente

de toda razón y justicia”.34

No hay verdadera neutralidad religiosa: una patria es su religión, que le da origen y destino. La

neutralidad, entonces, es defección de la identidad cultural de la Patria.

Por todo eso, y para terminar, deseo que en mi boca resuene el poema de Marechal:

Y has de saber que un pueblo se realiza tan sólo

cuando traza la Cruz en su esfera durable.

La Cruz tiene dos líneas: ¿cómo las traza un pueblo?

Con la marcha fogosa de sus héroes abajo

(tal es la horizontal)

y la levitación de sus santos arriba

(tal es la vertical de una cruz bien lograda).

Josef, si como pueblo no trazamos la Cruz,

porque la Patria es joven y su edad no madura,

la debemos trazar como individuos,

fieles a una celosa geometría.

¡La vertical del santo, la horizontal del héroe!”35

34

FOSBERY, Aníbal E. Op. Cit. Pág. 30. 35

MARECHAL, Leopoldo. Heptamerón, 1966, Segundo Día, La Patriótica, II Didáctica de la Patria, fragmento, Obras Completas, Libros Perfil, 1998, Tomo I.