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  • LA BUENA MUERTE

    Prof. Aurelio Arteta Aisa

  • Habitamos una cultura de masas, y ha tenido que ser cierta pel-cula reciente la que nos llame a reflexionar sobre el derecho a dar-nos muerte o el deber de mantenernos con vida. Ya entienden queme refiero al caso de aquel tetrapljico, Ramn Sampedro, quedurante aos solicit la ayuda legal necesaria para morir y al finalobtuvo slo una ayuda privada y annima. Tal vez me digan que, pordesgracia, bastantes pesares trae por s sola la existencia, como paraque con esta reflexin vayamos buscando la tristeza. Es un rasgo denuestra poca prohibir la menor alusin a la muerte, no sea que nosamargue el tiempo que nos resta de vida. Pero, si queremos ejercerde hombres, no tenemos ms remedio que meditar tambin en esetrance definitivo.

    SOBRE LA EUTHANASIA

    Semejante expresin, buena muerte, traduce con exactitud eltrmino griego euthanasia y designa adems el ideal del morir huma-no correspondiente al ideal del vivir. Igual que, segn nuestros fil-sofos clsicos, al ser humano no le basta con la mera vida sino queha de cultivar una vida buena, tampoco debe simplemente dejarsemorir, sino que ha de esforzarse en lograr una buena muerte.

    Digamos que vida buena, como plasmacin de una existenciaexcelente o cuajada de virtud, significa la vida en que se desplieganlas capacidades humanas al mximo, esto es, sa en la que se alcan-za el desarrollo de nuestras mejores posibilidades tericas y prcti-cas. Por buena muerte habr de entenderse entonces la culminacinde esa vida buena, el broche que la perfecciona. En ella el sujeto nirenuncia al entendimiento ni se entrega a la fatal necesidad, sino quemientras est en su poder asume su final con toda la lucidez ylibertad a su alcance. No habr aquella vida mientras no incluya laposibilidad de esta muerte.

    LA MUERTE PROPIA

    Lo que el poeta Rilke solicitaba (Dnos, Seor, nuestra muertepropia) valdra tal vez como compendio de los rasgos de esa buena

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  • Aurelio Arteta Aisa

    muerte. Muerte propia quiere decir la vivida con libertad y auton-ciencia. Sera propia, es decir, del hombre como tal y expresin lti-ma y fiel de una vida singular que no es cosa ahora de traicionar.Pero ser propia tambin porque le tiene a uno mismo como sudueo y seor, una muerte de la que al fin nos hemos apropiado yde la que somos en verdad su sujeto y no su mero objeto paciente.

    Se dir que es ste un ideal paradjico o contradictorio a secas.La muerte trae consigo precisamente la desposesin no slo de loque nos pertenece, sino del yo propietario; no es algo que me expre-se a m, sino a brutales fuerzas impersonales. De ah el carcter ilu-sorio, como de puro juego verbal, de hacer propio lo que consiste enmi implacable despojo. Y es cierto, pero en lugar de concentrarse enel instante del morir no habremos de subrayar el proceso que le pre-cede y que debe afrontarse para as dominarlo? Alguien replicartodava que semejante empeo sigue siendo imposible. Este proceso,al acercarse a su fase terminal, se caracteriza justamente por la cre-ciente impotencia del individuo y la potencia creciente de lo que leaniquila. Dejemos, pues, a otros (familiares, mdicos, sacerdotes,funcionarios) que se apoderen de ella y nos la administren, dado queen definitiva la muerte siempre ser impropia

    Pues bien, y pese a todo, pocas tareas ms altas habra para noso-tros que la de recuperar o siquiera ensanchar cuanto sea posible lapropiedad sobre nuestra muerte y vencer el miedo que la acompaa.Es, por supuesto, labor de toda una vida.

    LA MUERTE VOLUNTARIA

    Por mucho que nos choque, habr que referirse al suicidio comoprototipo de esa muerte propia. Hagamos frente al previsible escn-dalo que, a diferencia del altruista (exponer o dar la vida poralguien), suscita todava este otro suicidio. Tal vez por ser un caso fre-cuente, el prejuicio psiquitrico tender a calificarlo como un desa-rreglo patolgico, fruto de una enajenacin ms o menos transitoriao irresoluble. El prejuicio moral lo considera por lo comn como unproducto de la cobarda a la hora de enfrentarse a la tragedia huma-na, una reaccin extrema del individuo dbil. Influido por ambos, elprejuicio social mira al suicidio como un baldn, algo cuyo proyec-

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  • to o ejecucin ha de ser ocultado por vergenza y temor a las mur-muraciones.

    No es difcil detectar las races de tales prejuicios. De un lado, unreduccionismo cientfico incapaz de concebir al sujeto humano sintrocearlo. Del otro, la pervivencia de creencias religiosas que con-denan la libre disposicin de uno mismo bajo el cargo de fraude alCreador, que sera nuestro nico soberano. El escndalo social, porltimo, enmascara hipocresas varias. Ah est el cierto cinismo decondenar el suicidio sin parar mientes ni en las circunstancias pro-bables que lo volvieron apetecible para su protagonista ni en elgrado de nuestra responsabilidad a la hora de crear o consentir talescircunstancias. Pero, sobre todo, quien se da muerte amenaza nues-tras falsas seguridades y respuestas convencionales. Su suicidio escomo un toque de atencin, el recordatorio de una opcin que algu-nos se han atrevido a pulsar y que nos desafa.

    Por eso hay que tomarse en serio la posibilidad de que la muer-te voluntaria sea en verdad propia y desde luego ms humana(humanizada) que la muerte llamada natural. Es decir, que el suici-dio sea fruto de la lucidez de quien sabe que en adelante la suma desu dolores superar la de placeres y prefiere anticipar su fin. Podraocurrir que la conciencia del sinsentido de la vida se le imponga auno con tal fuerza que opte por su despedida prematura. Este levan-tar la mano contra uno mismo (Jean Amry) sera entonces un actode valenta del que considera cumplido su proyecto vital, o intuyeque un final con horror vale ms que un horror sin final o pretendeabreviar las penalidades de los suyos. Quiero decir que, con las debi-das condiciones, esa muerte voluntaria representa un acto impecablede autodeterminacin del sujeto, que ejerce el derecho indisputablea disponer de s mismo.

    Nadie pretende con ello que no haya otra muerte libre que stadeliberadamente anticipada, ni tampoco hacerla objeto de una reco-mendacin universal. Nos falta, claro est, el criterio seguro quedetermine para todos cundo y cmo seguir viviendo resulta mejor opeor que traspasar el umbral. As que cabe sin lugar a dudas que laespera de la muerte, aun desesperada, sea tanto o ms valiosa que suadelanto. Uno puede aguardar su muerte con vistas a evitar daos aterceros, o quiz para procurarles todava algn bien con su presen-cia o incluso porque les reconoce el relativo derecho que tienen

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    sobre su propia vida. Tambin esa espera podra revelar autodominioy coraje. Sera una manera de convertir la necesidad en virtud, pues-to que el sujeto libre acepta la llegada de la muerte en un plazoimpreciso a fin de apurar el ejercicio de su conciencia o exprimir almximo el disfrute de sus afectos...

    As las cosas, tan libre puede ser la serena aceptacin de la muer-te natural como su sereno y premeditado anticipo. S, pero mientraslo primero despierta el elogio de la mayora, lo segundo no deja delevantar controversias morales y legales. Sera el caso particular de laeutanasia, al que vendremos a continuacin.

    EL DEBATE SOBRE LA EUTANASIA

    Todo lo dicho sobre la muerte propia en tanto que voluntariaquera desembocar en la eutanasia que ahora pasamos a debatir.Pensemos en ese enfermo terminal que, incapaz de acortar por suspropios medios esa vida insoportable, requiere para ello la colabo-racin de otras personas, en especial de los mdicos que le atienden.A mi entender, y con todas las precauciones que se quiera, esosmdicos estn en el deber de prestrsela. A esas alturas de su enfer-medad quien cuida del enfermo ya no puede curarle, pero puede ydebe contribuir a mantener su dignidad de sujeto.

    Estemos o no de acuerdo con este planteamiento, acordemosal menos que se trata de un problema al que hay que acercarsecon temor y temblor, animados de un profundo respeto haciaquienes lo experimentan y, puestos a opinar, pertrechados de cui-dadosos argumentos. Reducir toda la reflexin pblica sobre laeutanasia a pura estrategia de reduccin del gasto, a simpleestrategia de marketing social, a campaa de una pequea oli-garqua de los intelectuales de moda... resulta una caricaturaofensiva. Sostener que, como estas tendencias pro-muerte sonmuy antiguas, tales tendencias no tienen nada de progresistas(?), produce bochorno. Condenar esa eutanasia por eventualesabusos en su aplicacin, o como si fuera terrorismo psicolgico(?) o porque distorsiona la finalidad curativa de la medicina, esescaparse de tan crucial cuestin biotica sin haber aportado unasola razn tica.

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  • Desde la conciencia moral de nuestro tiempo sera una simplezaperezosa aducir estricta fidelidad al juramento hipocrtico. La Medi-cina no ha de limitarse a protegernos frente a la muerte, sino tambinfrente a una vida insufrible; no puede contentarse con retrasar a todacosta el final, sino que en ciertas situaciones (y a peticin del pacien-te) deber adelantarlo. Precisamente porque ve en el enfermo a unser personal autnomo.

    POR PASIVA Y POR ACTIVA

    Con el llamado testamento vital, o declaracin de voluntad porparte del individuo disponiendo su deseo de ver suspendido el trata-miento en caso de enfermedad irreversible y dolorosa, se establece,junto al derecho y deber moral, tambin el derecho y deber legal dela eutanasia pasiva. Semejante frmula cuenta con vigencia ya endiversos pases europeos y en varias comunidades espaolas. Y ellolleva aderezado, claro est, el derecho del enfermo terminal a serinformado verazmente de su estado as como a los instrumentos ycalmantes necesarios para paliar o evitar el dolor aunque tuvierancomo efecto secundario el de adelantar su muerte

    Con todo, es la eutanasia activa la que an despierta problemasno slo legales, sino morales. En este nuevo supuesto, parece que delmero dejar morir se pasa directamente al matar, y esto comporta unagravedad desmesurada como para considerarla un derecho y undeber. Dando siempre por supuesto el consentimiento del pacientebien informado o de la persona subrogada, la intervencin pasiva(v.g., la retirada de un tratamiento o de un soporte mecnico quemantienen al enfermo en vida) es hoy legalmente aceptada y hastaaplaudida por la mayora. Por el contrario, la ayuda ms activa amorir (v.g., una inyeccin o un frmaco que provoquen la paradacardiaca) entraa un delito y tropieza con objeciones mdicas y reti-cencias sociales. Pues bien, ya que mi competencia no es bastantepara dilucidar cuestiones tan espinosas, que se me permitan siquieraestas pocas observaciones.

    A poco que se piense, no resulta tan sencillo discernir entre landole moral de aquel dejar morir y de este otro colaborar activa-mente a ello. Si lo ltimo se tiene por homicidio, tambin lo ser

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    aquello primero, puesto que consentir deliberadamente la muerteajena cuando hay capacidad cierta de impedirla equivale a causarla.Se dir que en el caso pasivo simplemente dejamos que el mal sigasu curso, mientras que en el activo contribuimos al desenlace aa-diendo algo mortfero. Pero en ambos casos se decide acelerar la lle-gada de una muerte anunciada como inmediata, dolorosa einevitable

    Es de temer entonces que estemos incurriendo a diario en unadiscriminacin injusta. O no sera arbitrario permitir al paciente conasistencia mecnica adelantar a peticin propia su muerte mediantesu desconexin y, en cambio, negar la ayuda a quien (libre de taldependencia mecnica) solicitara otro gnero de intervencin mdi-ca con idntico objetivo? Por qu prestar socorro para esa muertevoluntaria a quienes les basta la expresa omisin de su mdico, perono a los que requieren su accin expresa?

    El SUJETO MORAL SOBERANO

    Queda todava el argumento de mayor calado, a saber, el reco-nocimiento efectivo de la soberana del sujeto sobre su propia exis-tencia. Por cierto, del propio sujeto o de su voz autorizada, y no delos circunstantes. Pues hay que precaverse frente el cmodo juicioajeno que suele emitirse acerca de la inane calidad de vida del mori-bundo: esa vida, supuestamente, ya no es humana y no merece lapena vivirse un da ms. Semejante sentencia, a fuerza de no poner-se en el lugar del otro, tiende a desdear la alegra que pueden depa-rar al desahuciado ciertos buenos momentos o su mera expectativa,as como a desconocer la vida humana (v.g., por el reconocimientode s y de los otros) de que todava es capaz el paciente. Cuidado,pues, con quien so capa de compadecer al prjimo se permiteexpresar la conveniencia de que todo termine cuanto antes

    Aclarado lo cual, la solicitud del propio sujeto para acabar consu vida si es lo bastante razonable, repetida y contrastada reclamael deber moral de ayudarle a cumplir ese propsito. El que se atre-viera a disuadirle, se compromete acaso a rescatarle de su angustia,a acompaarle en ese trance hasta hacrselo gratificante? Atenderesa ltima voluntad no nace slo de la aleatoria compasin de aque-

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  • llos a quienes se dirige, sino del derecho de la persona al emitirla. Oacaso quien es sujeto durante su vida deja de serlo en la hora pos-trera? Nadie est condenado a ser prisionero de su existencia y seratramposo enfrentar este derecho a la muerte con el derecho a la vida.Pues es el mismo respeto a nuestra vida el que se invoca cuandopedimos respeto como la parte ms decisiva de esa vida a la deci-sin acerca de nuestra muerte.

    Uno sospecha que algunos detractores de la eutanasia no se hanatrevido a exponer su principal argumento. Hay bienes como la vidahumana parece que piensan que slo en apariencia pertenecen acada cual, pero que son radicalmente indisponibles. Nuestra exis-tencia es propiedad exclusiva del Creador y pretender privarnos deella equivaldra a arrogarnos un derecho divino. De manera que nohabra otra ltima voluntad que la voluntad de Dios, tal como semanifiesta en las leyes naturales, y a la voluntad de las criaturas letoca resignarse a la Suya... Har falta responder que se es un dis-curso religioso, fundado en un credo particular, y en modo algunotico, que quiere servirse de razones universales? Y no salta a lavista que proclamar el valor de la vida humana cae en el absurdo encuanto a esa vida se le expropie la autonoma que la vuelve valiosa?He ah, pues, una meta prxima para un Estado aconfesional: contodas las cautelas precisas, pero desde razones morales irrefutables,reconocer la libertad para morir de sus ciudadanos.

    NOTA

    El presente texto se basa en dos artculos de opinin sobre labuena muerte publicados en el Diario de Navarra (Pamplona, Espa-a) el 6 y 7 de octubre de 2004. En ellos se responda a otro (Rece-tario para una campaa pro-eutanasia) publicado en el mismoperidico el 22 de septiembre por los profesores Martnez y de Irala,de la Universidad de Navarra.

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