40-teócrito y la poesía bucólica griega
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TEÓCRITO Y LA POESÍA BUCÓLICA GRIEGA
ISBN: 84-9822-024-6
MÓNICA DURÁN MAÑAS
THESAURUS: Teócrito, Mosco, Bión, poesía bucólica, idilios, epigramas, poemas-figura, Antología
Palatina, Alejandría, mimo.
OTROS ARTÍCULOS RELACIONADOS CON EL TEMA EN LICEUS: La literatura helenística e imperial: características generales (44), Calímaco (45),
Apolonio de Rodas y la épica helenística (47), El epigrama helenístico. La poesía
dramática, lírica, elegíaca y yámbica en época helenística (48).
ESQUEMA DEL ARTÍCULO: 1. Origen de la poesía bucólica: poema bucólico e idilio
2. Teócrito y su tiempo: trayectoria vital
3. Obra: poemas perdidos y problemas de autenticidad
3.1. Transmisión, poemas perdidos y problemas de autenticidad
3.2. Poemas bucólicos: Idd. I y III-XI
3.3. Mimos: Idd. II, XIV y XV
3.4. Poemas encomiásticos: Idd. XVI, XVII, XXVIII y Berenice
3.5. Poemas mitológicos: Idd. XIII, XVIII, XXII, XXIV, XXV y XXVI
3.6. Poemas amorosos: Idd. XII, XXIX y XXX
3.7. Epigramas
4. Cronología de los poemas
5. Técnica compositiva y concepción del arte
6. Mosco
7. Bión
8. Poemas-figura
9. Pervivencia
10. Bibliografía
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1. Origen de la poesía bucólica: poema bucólico e idilio
Los filólogos alejandrinos, inspirados probablemente por la tradición
peripatética, trataron de hallar los antecedentes de la poesía bucólica en una festividad
de agradecimiento a la diosa Ártemis por haber terminado con una peste. En ella, los
campesinos salían en procesión del campo a la ciudad entre cantos y premios. Esta
explicación posee evidentes paralelismos con la teoría aristotélica del nacimiento del
drama frente a otras teorías, como la de Richard Reitzenstein, que buscan el origen en
las manifestaciones rituales de un colegio de sacerdotes disfrazados de pastores.
El término “idilio”, que aparece en griego en los escolios a Teócrito, fue
empleado por primera vez en latín por Plinio el Joven para referirse a poemas de corta
extensión, en principio sin relación alguna con la poesía pastoril. Posteriormente, se
produjo una confusión entre el término “idilio” y el concepto de poema bucólico, pero
hemos de tener en cuenta que no todos los Idilios son poemas bucólicos ni viceversa.
En sentido estricto, bucólicos son los Idd. I y III-XI, los llamados merae rusticae por
Servio, comentarista a Virgilio del s. V d. C. No por casualidad, con ellos se
corresponden numéricamente las églogas del autor latino. La obra de Teócrito, así
como la de sus seguidores, recibió, por tanto, el nombre genérico de poesía pastoril,
pese a que las composiciones propiamente bucólicas no constituían sino una parte de
los Idilios.
Tradicionalmente llamamos poetas bucólicos griegos a Teócrito, Mosco y Bión,
cuyas obras conocemos a través del Corpus bucolicum recogido en los manuscritos,
papiros y citas de transmisión indirecta. Con todo, debemos considerar anónimos
algunos poemas de diversa índole que nos han llegado con su nombre.
2. Teócrito y su tiempo: trayectoria vital
La desaparición de fronteras que siguió a las grandes conquistas de Alejandro
y la desintegración de la polis como marco socio-político donde el ciudadano tenía
capacidad de actuación provocó una crisis en la mentalidad del hombre helenístico
que tuvo su reflejo indefectible en la literatura. Los poetas tienden a encerrarse en
círculos literarios bajo la protección de un poderoso monarca mientras el lector busca
ahora evadirse de la realidad que le abruma en los fantásticos mundos de la novela o
la dulce tranquilidad de los paisajes campestres. Comienza al mismo tiempo el gusto
por lo pequeño (el hombre es ahora diminuto en una gigantesca geografía) y la poesía
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se llena de finos detalles y sutiles alusiones eruditas. En este mundo, Teócrito,
imbuido de fuerza renovadora, crea un nuevo género: la poesía bucólica.
Pocas son las fuentes que nos informan de la vida de Teócrito: nace en
Siracusa, tal vez de origen humilde, hijo de Praxágoras y Filina en torno al 310 a. C.
Trata de hallar un protector en la figura de Hierón (Id. XVI 68 y ss.) pero su solicitud
resulta vana. Allí permanece hasta el año 275 a. C., fecha en que se traslada a
Alejandría en busca de la protección de Ptolomeo II Filadelfo, no sin antes pasar por
Cos donde entra en contacto con el círculo poético de Filitas (Id. VII). Hay quien piensa
que estudió medicina y botánica en esta isla antes de escribir el Id. XVI. Esto
explicaría su estrecha amistad con el médico Nicias y el amplísimo conocimiento que
muestra de las plantas -por otra parte más propias de Grecia que de Italia y Sicilia-. En
Alejandría conoce a Calímaco con quien traba una estrecha amistad y se ve influido
por su programa. Tras su estancia en la ciudad de la cultura, regresa a Cos, donde tal
vez muere alrededor del año 260 a. C. No debemos tomar en serio la anécdota
transmitida por un escoliasta al Ibis de Ovidio que lo hacía morir estrangulado por
orden de Hierón de Siracusa.
3. Obra
3.1. Transmisión, poemas perdidos y problemas de autenticidad
Teócrito no elaboró una edición propia de sus poemas, contrariamente a otros
poetas helenísticos como Calímaco o Apolonio, por lo que el corpus ofrece no pocos
interrogantes acerca de su autoría. Tampoco poseemos manuscritos de los Idilios
anteriores al s. XII y la mayoría pertenecen a los s. XIII y XIV, algunos posteriores,
muchos con glosas y escolios. A menudo hallamos interferencias entre ellos, pues el
posesor de uno copiaba de otros para completar y corregir su texto. Por ello hablamos
de una transmisión abierta. En cualquier caso, parece que todos se remontan a un
único manuscrito con muchas variantes y comentario de una parte de los poemas,
escrito en mayúsculas de entre los siglos VI-IX d. C.
Gracias a los numerosos códices, nos han llegado treinta composiciones en el
corpus y veinticuatro epigramas de entre cuarenta y trescientos versos en la Antología
Palatina de los cuales cuatro son espurios. Conocemos el final del Id. XXIV y restos de
un Id. XXXI gracias a un códice de papiro, del 500 d. C. aproximadamente, llamado
Papiro de Antínoe. Este papiro, con sus dieciséis hojas o fragmentos de hojas, nos da
una idea aproximada de lo que fue el códice madre con variantes y comentario. La
comunidad de errores entre éste y la tradición medieval hace suponer un arquetipo
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común que hemos de situar en época romana. Los numerosos papiros de entre los s. I
y IV d. C. demuestran el interés por Teócrito en este periodo. Sin embargo, poco
podemos decir de la transmisión del texto desde su composición hasta el s. I a. C.,
momento en que, según la hipótesis de Wilamowitz, Artemidoro de Tarso habría
elaborado una recopilación de los poetas bucólicos y su hijo Teón una edición con
comentario de los poemas de Teócrito de la que excluyó los que consideraba espurios.
Esta edición sería la que manejó Virgilio.
Según el Léxico Suda, algunos le atribuyen, además, Las hijas de Preto,
Esperanzas, Himnos, Heroínas, Epicedios, Poemas, Elegías, Yambos y Epigramas,
todos perdidos a excepción de algunos incluidos en el corpus como el Id. XXII que es
un himno a los Dioscuros o los Idd. XXIX y XXX que pertenecen a los Poemas. En la
recopilación de los Technopaígnia del libro XV de la Antología Palatina así como en el
Corpus bucolicum de algunos manuscritos nos ha llegado una composición atribuida a
Teócrito con el título de Siringa cuyos versos reproducen en su disposición el
instrumento que da nombre al poema. Ateneo, VII 284A, siguiendo una fuente
desconocida, cita cinco versos pertenecientes a Teócrito de un poema titulado
Berenice, madre de Ptolomeo II Filadelfo, en un pasaje donde trata de identificar cuál
es el llamado “pez sagrado”.
En términos generales, pueden considerarse como espurios los siguientes
poemas del corpus: Idd. XIX, El ladrón de miel; XX, El pastorcito; XXI, Los pescadores;
XXIII, El enamorado y XXVII, Coloquio amoroso.
Muchos manuscritos omiten el Id. XIX, que parece haber sido incluido en el
Corpus Theocriteum por su parecido con el Eros de Mosco. Los intentos de atribuirlo a
este último o a Bión no han sido satisfactorios, pues se basan casi exclusivamente en
la semejanza de la temática. Gow apunta que este poema es inferior en calidad a los
de los otros poetas. Wilamowitz lo fecha en la misma época en que se compuso la
Anacreóntica XXXIII sobre el mismo tema: Eros sufre una picadura de abeja, siente el
dolor y corre a mostrárselo a su madre Afrodita. Este tierno poemita debe
considerarse, por tanto, anónimo.
Gow considera el Id. XX obra de un imitador, a pesar de contener muchos
puntos en común con los poemas teocríteos. En él, un pastor se enfurece a causa de
las burlas de una señorita de ciudad, a la que él, oriundo del campo, pretendía. En su
dolor recurre a ejemplos de amores entre dioses y pastores como los de Afrodita y
Adonis para justificar que nada innoble hay en pertenecer a esta condición.
Evidencias métricas y léxicas invitan a pensar en la falta de autenticidad del Id.
XXI. Con todo, algunos estudiosos como Birt han creído hallarse ante el poema
Elpides que el Léxico Suda atribuye a Teócrito. En él, el poeta se dirige a Diofanto,
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posiblemente un amigo suyo, y, para ejemplificar que la pobreza mueve al hombre al
trabajo y al esfuerzo, recurre a un suceso entre dos pescadores pobres que convivían
en una cabaña. En mitad de la noche, Asfalión soñó que pescaba un pez de oro con
mucho esfuerzo y cuando lo sacó del agua se asustó “no fuera un pez querido a
Posidón o tal vez un tesoro de la glauca Anfitrite” (vv. 53-55). En su sueño se quedó
con el pez y juró que nunca más volvería a pescar. Al despertar, le pregunta a su
compañero si debe mantener la promesa pero éste le tranquiliza diciéndole que el
juramento es tan irreal como el pez.
Gow considera sin duda espurio el Id. XXIII y Wilamowitz lo sitúa después de
Bión. En él, un hombre enamorado de un efebo cruel que lo desdeña se ahorca ante
su puerta, no sin antes pedirle que tenga con él alguna atención ante su cuerpo inerte.
Pero cuando el efebo sale, se dirige sin inmutarse a su acostumbrado baño en el
gimnasio. Como castigo, al saltar desde un pedestal en forma de estatua de Eros, ésta
cae sobre él y lo mata. Se trata aquí el tema del Amor vengativo: quien no acepta sus
reglas habrá de someterse al castigo divino, al igual que Hipólito pagó el suyo por no
venerar a la diosa Afrodita. Eros y Afrodita, como es habitual en los poemas teocríteos,
aparecen aquí como aliados del hombre enamorado, pero la moraleja final es ajena al
estilo de nuestro autor y delata una elaboración tardía.
El Id. XXVII, casi con certeza, no es de Teócrito. Pertenece probablemente a la
época cristiana aunque algunos como Heinsius lo atribuyen a Bión. Carecemos del
comienzo del poema. Se trata de un diálogo de carácter amoroso entre un pastor que
pretende conquistar a una pastora y consigue finalmente su propósito bajo promesa de
matrimonio. Termina el poema con una descripción de los gozosos amantes que
regresan a su vida cotidiana tras la unión.
Continúa abierta la discusión acerca de la autenticidad de los Idd. VIII, Los
cantores bucólicos; IX, Los cantores bucólicos; XXV, Heracles matador del león y
XXVI, Las bacantes. El Id. XXVI está atestiguado en dos papiros y el VIII en uno, lo
cual aboga a favor de su pertenencia a Teócrito.
Valckenaer, en su Epistula ad Roverum, fue el primero en dudar de la
autenticidad del Id. VIII y filólogos posteriores como Legrand admiten que no todo el
poema procede de la mano de Teócrito. Cuestiona también la autenticidad del Id. IX
donde los versos 1-6 y 22 presentan notables diferencias léxicas respecto al resto de
composiciones teocríteas.
El Id. XXV, atribuido a Teócrito por el bizantino Triclinio, es considerado
auténtico por algunos como Serrao aunque rechazado por otros que, como Ziegler, lo
creen obra de un imitador. El motivo principal de este poema es la limpieza de los
establos del rey Augias, uno de los trabajos de Heracles, pero en realidad hallamos
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tres núcleos más breves dentro de él. En los vv. 1-84 un anciano labrador se ofrece a
contestar las preguntas de Heracles sobre las propiedades del rey, le informa del lugar
en el que puede hallar a Augias y le acompaña. Los vv. 85-152 nos muestran al rey
junto a su hijo Fileo y Heracles inspeccionando los animales. A continuación, un toro
trata de atacar a Heracles pero éste lo detiene con absoluta facilidad. En los vv. 153-
281, Heracles, a petición de Fileo, narra la aventura del león de Nemea.
3.2. Poemas bucólicos: Idd. I y III-XI
La naturaleza luminosa de Teócrito, rodeada de montañas y de árboles, invita a
la relajación, al esparcimiento y al disfrute de la vida con el dulce canto que hace
olvidar las penas. Sus personajes ya no son los campesinos que han de labrar con
fatiga las tierras sino pastores, de vida más ociosa, susceptibles de convertirse en
modelo ideal. Entre ellos se establece una sutil jerarquía según el animal que
apacientan: el cabrero es el de más baja condición, mientras que el ovejero se
encuentra entre éste y el vaquero, que goza de los mayores honores. El porquerizo, el
más innoble de todos, no aparece nunca en los Idilios. Los animales cobran también
especial relevancia, del mismo modo que el mundo vegetal. Las Musas, Eros, Afrodita,
Pan y las ninfas serán las divinidades que sintonicen con la temática predominante.
Teócrito mantiene una actitud estética ante la naturaleza pero se trata de una
contemplación externa que no funde sus sentimientos con los elementos naturales.
Sólo en ocasiones la naturaleza cobra vida propia y acompaña el sentimiento de dolor
causado por la desaparición de algún personaje, pero se trata más bien de una
personificación al modo en que sucede en el Id. I a la muerte de Dafnis.
La acción del Id. I, Tirsis o la canción, se desarrolla en Sicilia donde surge una
competición de canto entre dos pastores, Tirsis y el Cabrero: el uno famoso como
cantor; el otro por los dulces sones de su siringa. El premio habrá de ser repartido
entre el intérprete y la divinidad que lo inspira: si vence Tirsis ha de compartirlo con las
Musas; si vence el cabrero, con Pan (v. 9 y ss). Pero al final sólo Tirsis canta porque el
cabrero teme despertar a Pan: relata bellamente la muerte de Dafnis y recibe como
recompensa una copa adornada con escenas campestres minuciosamente descritas.
Teócrito establece tres partes diferenciadas en el canto de Tirsis donde la temática
varía a la par que el estribillo, sirviendo éste de transición en una técnica que será muy
imitada por poetas posteriores. El canto de Tirsis se cierra con una despedida al estilo
de la de los himnos homéricos.
En el Id. III, El cortejo, un cabrero desea ir a cortejar a la desdeñosa Amarilis
ante su cueva y confía sus cabras a un amigo. El enamorado canta solo ante la gruta
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de la muchacha que lo rechaza en una forma de composición que recuerda al llamado
paraklausíthyron por Plutarco (Tratado sobre el amor, 753B). La única diferencia
radica en que se sustituye la infranqueable puerta de la arquitectura urbana por la
hiedra y el helecho de la entrada que esconden a la amada.
En el Id. IV, Los pastores, el diálogo se establece entre Bato y Coridón. Coridón
está encargado de apacentar las vacas de Egón mientras éste se ausenta para
participar en los Juegos Olímpicos. Bato comenta la tristeza del ganado, que se irá al
otro mundo pues no quiere ni siquiera comer, mientras la siringa se llena de moho. A
propósito del instrumento, Coridón comienza un diálogo que versa sobre diferentes
temas: canto en honor de Egón, recuerdo de la difunta Amarilis y comentario erótico-
jocoso sobre un viejo.
En el Id. V, El cabrero y el pastor de ovejas, Comatas y Lacón, ambos esclavos
en el sur de Italia, compiten en el canto y se dirigen una serie de insultos y
acusaciones de hurto. El árbitro Morsón le otorga la victoria al primero sin más
explicaciones, mientras Comatas se burla de su adversario vencido.
En el Id. VI, Los cantores bucólicos, compiten en el canto dos pastores
adolescentes, Dafnis y Dametas, que se encuentran con sus rebaños, junto a una
fuente. El poema está dedicado a Arato, probablemente el mismo personaje de quien
Simíquidas canta las cuitas amorosas en Id. VII. Dafnis, en un humorístico mundo al
revés, canta cómo Galatea persigue a Polifemo pero éste no le hace caso, a diferencia
del Id. XI que trata el mismo tema siguiendo el relato tradicional. Dametas describe
con tierna comicidad a Polifemo mirando su propio reflejo en el mar mientras confiesa
no hallarse demasiado feo. Finalmente el certamen termina en empate.
En el Id. VII, Las Talisias, Teócrito interviene como un personaje más bajo la
figura de Simíquidas. Se ambienta en las fiestas celebradas en Cos en honor de
Deméter en las que se ofrendaban las primicias. Éucrito, Amintas y Simíquidas se
dirigen a la ciudad a casa de Frasidamo y Antígenes y, en el camino, encuentran a
Lícidas, cabrero de gran renombre como cantor bucólico. Hay quien cree hallar en la
figura de Lícidas a Dosíades de Creta o a Leonidas de Tarento. Sea como fuere,
Simíquidas lo invita a un certamen. Lícidas, tras una breve declaración sobre su
concepto de la poesía, comienza una canción de despedida dirigida a su amigo
Ageanacte que embarca hacia Mitilene. Simíquidas canta sus penas de amor y las de
su amigo Arato. Finalmente, Lícidas le regala a Simíquidas su cayado como símbolo
de hospitalidad. Cuando llegan a la ciudad, Lícidas se despide y el poema se cierra
con la descripción del paisaje.
Los Idd. VIII y IX llevan el mismo título que el Id. VI, Los cantores bucólicos, y
en ambos compiten Dafnis y Menalcas. En el primero, Menalcas desafía a Dafnis e
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inician un canto en responsión de forma alterna. Después Menalcas emprende ocho
hexámetros de tema pastoril y Dafnis habla en otros ocho de una muchacha. El árbitro
concede la victoria a este último. En Id. IX un personaje anónimo invita a Dafnis y a
Menalcas al canto. El primero recrea un ambiente veraniego mientras que el segundo
se dedica a la estación invernal, en justa correspondencia métrica. Cuando terminan
les otorga dos regalos: un cayado y una caracola respectivamente.
El Id. X, Los segadores, es el único poema bucólico cuyos protagonistas no
son pastores y su escena se desarrolla probablemente en la isla de Cos. Buceo no
rinde en su trabajo porque lleva once días enamorado de Bombica, que no le ama.
Mientras tanto, Milón se burla de él y le invita a cantar sus cuitas amorosas.
El Id. XI, El Cíclope, narra cómo el canto es la única panacea que encuentra el
enamorado Polifemo para sus penas. Teócrito se dirige a su amigo médico Nicias para
decirle que no hay ninguna otro remedio contra el amor más que las Piérides.
3.3. Mimos: Idd. II, XIV y XV
Al mimo, género literario cultivado en la Magna Grecia desde Sofrón (s. V a.
C.), pertenecen los Idd. II, XIV y XV, aunque también otros poemas como el XXI
reciben influencias de este género. Toman el nombre de mimos porque en ellos se
evocan detalles de la vida cotidiana, al modo de pequeños cuadros de costumbres
donde personajes sencillos hablan de sus preocupaciones y actividades con gran
realismo. Se hallan, por lo general, adecuadamente caracterizados por su habla según
el estrato social al que pertenecen y emplean metáforas propias de su mundo.
El Id. II, La hechicera, es el monólogo de Simeta quien, poseída hasta la
médula de su amor por Delfis, trata de recuperarlo mediante filtros y encantamientos.
Dos versos a modo de estribillo, al igual que en el Id. I, sirven para marcar tres partes
bien diferenciadas en su discurso: en la primera, realiza el filtro (vv. 1-63); en la
segunda, evoca su enamoramiento y la antigua felicidad (vv. 64-143), mientras que
dedica la parte final a relatar el abandono (144-166). Según un escolio, Teócrito se
inspira para esta composición en un mimo de Sofrón titulado Las mujeres que quieren
hacer bajar la Luna del que Ateneo cita una frase (XI 480B).
En el Id. XIV, Esquinas y Tiónico, conversan dos amigos después de algún
tiempo y Esquinas confiesa un desengaño amoroso: en un convite descubrió que su
amante no le era fiel. Tiónico, algo burlón, le aconseja que se aliste como mercenario
en el ejército de Ptolomeo II, momento que aprovecha Teócrito para introducir un
pequeño elogio al monarca.
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El Id. XV, Las siracusanas, parece un fragmento extraído de la Comedia Nueva
donde dos amigas, Gorgo y Praxínoa, se encaminan a la fiesta de Adonis en el palacio
de Ptolomeo, en Alejandría. Se impone un carácter realista donde la descripción
encuentra sus más altas cotas: desde los pequeños detalles de la vida doméstica en
casa de Praxínoa, pasando por la vida de las calles de Alejandría de camino al
palacio, el canto ritual en honor de Adonis y la descripción de los tapices de la reina
que decoran la fiesta. Es también interesante porque refleja el sentimiento de unas
extranjeras, naturales de Siracusa, en la gran ciudad de la cultura, con su habla
particular y su marcado tono familiar. Al final de la composición, una profesional
entona el canto en honor de Adonis en un lenguaje elevado que contrasta con las
extranjeras y, por último, Gorgo se despide al recordar que tiene que preparar la
comida a su marido.
3.4. Poemas encomiásticos: Idd. XVI, XVII, XXVIII y Berenice De claro tono encomiástico son los Idd. XVI, Las Gracias o Hierón, y XVII,
Encomio a Ptolomeo. El Id. XVI deja constancia de dos características fundamentales
de la poesía de esta época: el mecenazgo y la idea de que el poeta es útil para
inmortalizar las gestas de los monarcas al elevarlas a categoría literaria. Los
manuscritos tienen un doble título para este poema: Las Gracias o Hierón. El primero
se refiere a los versos iniciales del Idilio (vv. 1-75) donde Teócrito busca un patrono
que sepa apreciar su poesía (“sus Gracias” según él mismo afirma). El otro título,
“Hierón”, se refiere al contenido de la segunda parte (vv. 76-109), donde el poeta se
dirige a Hierón de Siracusa que estaba preparando una campaña contra los
cartagineses. El poema combina elementos del encomio con otros del canto
mendicante popular en una mezcla de géneros tan del gusto helenístico. Las Musas
son las únicas capaces de conceder la inmortalidad pero, si Hierón no le protege, sus
hazañas caerán en el olvido.
En el Id. XVII, Elogio a Ptolomeo, se dedica nuestro autor, no sin ciertos ecos
de los Himnos calimaqueos, a alabar a Ptolomeo II Filadelfo de quien sí recibió
protección. Se compara en primer lugar al monarca con Zeus y el poeta se dispone a
cantar sus numerosas gestas al modo en que lo hicieron los antiguos. Alaba su origen:
sus padres divinizados, su nacimiento en Cos, su poder, su generosidad, el amor a
sus progenitores y a su hermana y esposa Arsínoe. El matrimonio de los monarcas es
comparado con el de Zeus y Hera, a su vez hermanos y esposos, en un sutil intento de
justificar la incestuosa unión. Concluye el poema con una despedida del poeta al modo
del Id. I que imita los himnos homéricos.
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El Id. XXVIII, La rueca, es una dedicatoria en dialecto eólico, con la que
Teócrito acompañaba una rueca de regalo para Téugenis, esposa de su amigo médico
Nicias, el mismo que en los Idd. XI y XIII padecía de mal de amores. En ella exalta las
virtudes domésticas de la mujer en un encomio ambientado esta vez en la vida
cotidiana.
Es probable que el poema dedicado a la madre de Ptolomeo II Filadelfo y
Arsínoe, Berenice, del que Ateneo nos ha conservado algunos versos, fuera también
de carácter encomiástico aunque nada podemos asegurar con certeza.
3.5. Poemas mitológicos: Idd. XIII, XVIII, XXII, XXIV, XXV y XXVI
Los poemas de contenido mitológico son, por lo general, algo más fríos y
eruditos en el sentido calimaqueo y carecen de pathos salvo excepciones como, por
ejemplo, la descripción del rapto de Hilas por las enamoradas ninfas de la fuente en Id.
XIII. Todos ellos son epilios -Idd. XIII, Hilas; XXII, Los dioscuros; XXIV, Heracles niño;
XXV, Heracles matador del león, y XXVI, Las bacantes- excepto el Id. XVIII, Epitalamio
de Helena, una canción de bodas al modo tradicional cuyo tema no es, de hecho,
estrictamente mitológico.
En Id. XIII, Hilas, el poeta se dirige a su amigo Nicias, al igual que en el XI, para
tratar, de nuevo, un asunto amoroso: allí sobre Polifemo y Galatea; aquí, sobre los
amores de Heracles e Hilas, tema favorito entre los poetas de época alejandrina.
Cuando la expedición de los Argonautas llega al país de Cío, en la Propóntide, y
desembarca, el rubio Hilas se dirige con una vasija de bronce a buscar agua para la
cena de Heracles y del intrépido Telamón. En esto, encuentra una fuente en una
hondonada donde habitaban las ninfas y es raptado por ellas. Heracles lo busca
desesperadamente y sus compañeros zarpan sin él, de modo que tiene que llegar a
pie hasta la Cólquide. Finalmente Hilas es divinizado.
El Id. XXII, Los Dioscuros, comienza expresando la intención de cantar a
Cástor y Polideuces (vv. 1-26). A continuación cuenta la victoria de Cástor en una
lucha contra Ámico, rey de los brébices (vv. 27-134), episodio relatado también por
Apolonio en el libro II de sus Argonáuticas. Pasa el poeta a narrar la lucha de Cástor
con Linceo para decidir el destino de las dos hijas de Leucipo, pretendidas no sólo por
los hermanos Linceo e Idas, sino también por Cástor y Polideuces (137-211). El
poema termina con una despedida, lo mismo que los Idd. I y XVII.
El Id. XXIV narra la primera hazaña de Heracles que fue la de estrangular,
estando aún en la cuna, a dos serpientes enviadas por Hera. Teócrito recrea este mito,
tratado también por Píndaro en su primera Nemea, ofreciendo un punto de vista más
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familiar que heroico. Se detiene en los detalles de la vida cotidiana: Alcmena baña a
los niños, Heracles e Ificles, de diez meses, los amamanta, los deja en un escudo a
modo de cuna, les canta y se duermen. Cuando llegan las serpientes enviadas por
Hera, Zeus despierta a los niños y, mientras Ificles huye, Heracles se enfrenta a los
monstruos y los estrangula. Alcmena envía a su esposo Anfitrión a inspeccionar qué
ha sucedido. Al ver la escena, Alcmena coge en brazos a Ificles y su marido vuelve a
acostar a Heracles (vv. 1-63). Al día siguiente Alcmena manda llamar a Tiresias para
que dé su interpretación de lo sucedido y éste predice la apoteosis de Heracles una
vez que haya cumplido los doce trabajos. A continuación apremia a Alcmena para
purificar la casa y las sierpes. Sigue el poeta con una enumeración de los maestros de
Heracles y hace algunas consideraciones sobre su modo de vida (sueño, alimentación
y vestido).
El Id. XXVI retoma el asunto de las Bacantes de Eurípides donde Ágave acaba
con la vida de su propio hijo Penteo. Éste es descubierto mientras se hallaba espiando
los ritos báquicos celebrados por su madre junto a sus tías. El poema se cierra con la
despedida característica que hemos visto en los Idd. I, XVII y XXII.
De carácter algo distinto es el Id. XVIII, Epitalamio de Helena, en forma de
canción de las que tradicionalmente cantaban las amigas de la novia en la noche de
bodas, precedida de una introducción en la cual el narrador nos pone en situación: en
Esparta doce doncellas forman un coro ante una cámara nupcial. Los recién casados
son Menelao y Helena, cuyas virtudes las muchachas exaltan. Aparecen los motivos
tradicionales: pullas al novio, suerte del novio, nostalgia de las amigas de la novia,
deseos de fecundidad e invocación a Himeneo. Al final de la composición, las jóvenes
expresan su deseo de que los dioses Leto, Cipris y Zeus concedan a la pareja buena
descendencia, amor y dicha (vv. 50-54).
3.6. Poemas amorosos: Idd. XII, XXIX y XXX
Tres composiciones están dedicadas al Eros paidikós, los Idd. XII, XXIX y XXX,
y, tal vez, el Id. XXXI del que conservamos un mutilado fragmento. El Id. XII, El amado,
canta, en dialecto predominantemente jónico, la alegría por la llegada del amado. El
amante se limita a alabar al amado, pues sólo la voluntad de los dioses puede
determinar el futuro de su amor. En el Id. XXIX, A un doncel, inspirado en Alceo, un
amante reprocha a su amado el no corresponderle con la misma devoción, ya que
anda siempre de una rama en otra, y le aconseja cambiar de actitud. No obstante, si
no lo hace, él mismo le ignorará aunque le llame, libre ya de esa nostalgia que le
agobia. El Id. XXX, A un doncel, muestra cómo un hombre maduro se debate entre los
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síntomas del amor y los dictados de su sensatez que le aconsejan apartarse de tales
pensamientos. Reconoce finalmente el poder de Eros y Afrodita y se entrega a la
voluntad divina.
3.7. Epigramas
Los epigramas son de diversa índole y hallamos en ellos motivos bucólicos,
funerarios, de ofrenda, amorosos o literarios. Los epigramas A.P. IX 338, 437, 432 y
433 están teñidos de paisaje bucólico y sus personajes (Dafnis, Tirsis, Pan) inspirados
en los Idilios, pese a las reticencias de los críticos a considerarlos auténticos. De
tradicional tema funerario son los epigramas A.P. VII 658, 659, 661-663, 376 y 262,
aunque este último, probablemente, no es de Teócrito. De ofrenda son los epigramas
A.P. VI 336-340 y tal vez el VI 177. Los nueve dísticos del epigrama A.P. IX 437 son
de tema amoroso: un pastor manda a un cabrero a pedir de Príapo el cese de su
pasión por Dafnis y contienen la descripción de un templo del dios. Los epigramas A.P.
IX 599, 600, VII 664 y XIII 3 son de carácter literario y laudatorio, e imitan el estilo de
los poetas a quienes están dedicados: Anacreonte, Epicarmo, Arquíloco o Hiponacte.
4. Cronología de los poemas
La cronología de los poemas es dudosa y poco ayuda el hecho de que los
poetas helenísticos prefieran eludir los acontecimientos de su realidad histórica. Tan
sólo el elogio, más o menos sutil, que hacían de sus protectores nos permite
establecer, al menos para algunos poemas, una cronología aproximativa. La
composición más antigua es, probablemente, el Id. XVI, escrito en Siracusa, en el que
solicita la protección de Hierón. Como no dice en ningún momento que éste sea rey,
lo cual no sucede efectivamente hasta el año 269 a. C., podemos suponer que fue
elaborado poco después de haber sido éste elegido general en jefe el año 275-4 a. C.
A este periodo que pasó en Siracusa pertenecerían también el Id. XI y el epigrama
XVIII con alusiones a la isla. Los Idd. IV y V se ambientan en el sur de Italia pero la
mención de una compositora y un músico orientales famosos en Alejandría sugiere
cierta relación con la gran ciudad. El Id. XVII 128 hace referencia a Arsínoe como reina
(aunque no dice su nombre), hermana y esposa de Ptolomeo II entre los años 276 y
270 a. C. (vv. 128 y ss.), por lo que fue compuesto necesariamente en ese intervalo
temporal. El Id. XV debió de ser elaborado también en Alejandría, pues otra mención a
la reina Arsínoe (v. 24 y 110), esta vez del todo explícita, sitúa el poema sin duda entre
los mismos años que el Id. XVII, esto es, antes de la muerte de la reina en el 270 a. C.
13
El pequeño elogio del soberano Ptolomeo II Filadelfo al final del Id. XIV parece indicar
que fue escrito también en Alejandría. La propuesta de Tiónico a su amigo de alistarse
en el ejército responde, probablemente, a la necesidad de mercenarios para la guerra
siria de los años 274-1 a. C. En Alejandría compuso, por tanto, los Idd. XV, XVII, la
perdida Berenice y quizás también los Idd. XIII, XXII y XXIV, Heracles niño, pues los
Ptolomeos se hacían descender de Heracles. Durante su primera estancia en Cos tal
vez escribiera el Id. XI, dedicado a su amigo médico Nicias, el Id. VI, dirigido a Arato,
personaje que aparece también en el Id. VII, ambientado explícitamente en Cos, y el
Id. X. Durante su segunda estancia en Cos habría escrito el Id. II y quizás el I y el III. El
VII puede situarse en los primeros años de Alejandría o bien durante su segunda
estancia en Cos. A sus últimos años pertenece el Id. XXVIII y los llamados “eólicos”,
esto es, los Idd. XXIX, XXX, en el que dice que sus sienes blanquean (v. 13) y el
perdido Id. XXXI.
5. Técnica compositiva y concepción del arte
La poesía de Teócrito es fruto de la imitación y la refundición de materiales que
prepararon el camino para la creación del género bucólico. Ya Estesícoro había
cantado en Sicilia a Dafnis y tampoco era original de Teócrito la figura del pastor-
poeta, pero aún no existía la poesía bucólica como tal llena de paisaje, música y amor.
El tema del amor, heterosexual o no, se viste de tonalidades diferentes todavía carente
de fórmulas estereotipadas. El poeta helenístico no canta su propia pasión sino la de
otros, generalmente desdichada: Simeta por Delfis en Id. II; un cabrero por Amarilis en
Id. III; Polifemo por Galatea en Idd. VI y XI; Buceo por Bombica en Id. X; etc. Si otros
poetas dibujan un amor que puede soportar con resignación la falta de
correspondencia, Simeta en Id. II muestra la otra cara del amor que antepone su
pasión a todo. Tan sólo hace doce días que Delfis no la visita y se halla delirante,
preparando filtros mágicos para recuperarlo. En verdad, el tiempo pasa despacio y
desespera en ausencia del amado. Este sentimiento es el que hallamos también en la
poesía epigramática de época helenística junto a los tópicos de la vida retirada, la
tranquilidad, el reposo, etc.
Teócrito cultiva fundamentalmente tres géneros distintos: el mimo, la poesía
pastoril y el poema palaciego o encomiástico. Pero aún dentro de un mismo poema se
mezclan los géneros, de acuerdo con el gusto helenístico, y así, hallamos elementos
propios del mimo en la descripción de la primera hazaña de Heracles en el Id. XXIV,
de tema mitológico, o en el diálogo de los pescadores del Id. XXI. Incluso hay quien ha
considerado los poemas bucólicos como mimos “rústicos” por el realismo de sus
14
diálogos distinguiéndolos con esta denominación de los urbanos. El paisaje “idílico”
enmarca asimismo poemas no propiamente bucólicos como el lugar donde las ninfas
raptan a Hilas en Id. XIII 39 y ss. De la misma manera, se mezclan elementos de la
tradición como la despedida al modo de los himnos homéricos que hemos visto en los
Idd. I, XVII, XXII y XXVI, con el gusto por el detalle intrascendente (podemos
considerar, por ejemplo, la despedida de Gorgo del Id. XV 149, teñida de sencillez,
como una imitación de los himnos bajo el traje de lo cotidiano).
Por otra parte, si la tradición tenía reservada una forma para cada tipo de
contenido, Teócrito, helenístico en todo, rompe esta costumbre y emplea el hexámetro
como base para sus composiciones, independientemente de la temática. Prescinde,
además, del dialecto épico que acompañaba al hexámetro y emplea el dórico para los
poemas bucólicos y los Idd. XIV, XV, XVIII y XXVI, lo cual es indicativo de su
composición en Siracusa o Cos; una mezcla de jonio y dórico para los Idd. XIII, XVI,
XVII y XXIV y el eólico para los metros de la lírica monódica, siguiendo en ello a sus
modelos. Ciertamente, uno de los motivos que impulsan a los poetas a emplear uno u
otro dialecto es la sonoridad. El dialecto dórico producía una sonoridad dulce con su
predominio de alfas largas y omegas aunque se debe sin duda al origen siracusano
del autor el colorido siciliano de la mayoría de sus poemas.
Los Idd. I-XXVII están compuestos en hexámetros excepto el Id. VIII 33 y ss. en
dísticos elegíacos, lo mismo que la Siringa, formada por diez dísticos dactílicos que
van decreciendo desde el hexámetro hasta el dímetro cataléctico. En época
helenística, el hexámetro ve mucho más limitados sus esquemas que en periodos
anteriores. Parece ser que Teócrito se ajusta más a las restricciones de Calímaco en
los poemas de carácter épico, mientras que en los bucólicos se permite más
libertades. Introduce, en ocasiones, un refrán en la segunda parte del hexámetro (Idd.
IV 41: “tal vez mañana sea mejor”; V 38: “cría lobatos, cría perros para que te coman”;
XI 75: “al que huye, ¿por qué lo persigues?”) y emplea técnicas inspiradas en el teatro
como la stichomythía, especialmente en los diálogos, donde cada personaje profiere
alternativamente un verso (Idd. IV 1 y ss.; XXII 54 y ss.). La técnica del estribillo de los
Idd. I y II, de factura popular, así como la estructura de estrofas alternantes, serán
modelo para los bucólicos posteriores.
Los Idd. XXVIII-XXXI de metro y dialecto eólico, donde no se admite la
resolución, están compuestos en asclepiadeos mayores de dieciséis sílabas (Idd.
XXVIII, XXX y quizás el Id. XXXI) y pentámetros eólicos de catorce sílabas (XXIX) al
estilo de Safo y Alceo, sólo que Teócrito los emplea katá stíchon y no en estrofas
como aquéllos. También aquí vemos a Teócrito mezclar elementos modernos con
15
antiguos: mientras el asclepiadeo estaba en boga entre los helenísticos, el pentámetro
eólico había pasado de moda.
Coincide Teócrito con Calímaco en muchos de sus postulados artísticos:
brevedad (ningún poema supera los trescientos versos), gusto por el detalle, tono
sencillo, etc. Los estudiosos han tratado de ver en el Id. VII afirmaciones acerca de su
concepción del arte, pues los personajes son, además, literatos coetáneos al autor
entre los que se hallaría el propio Teócrito con el sobrenombre de Simíquidas. En él
critica, por ejemplo, a aquéllos que quieren rivalizar con Homero (v. 45 y ss.) y
coincide con Calímaco en el gusto por la obra de corta extensión. Sin embargo, una
diferencia significativa es el papel que Teócrito le otorga a la erudición. Los poemas
más cargados de elementos rebuscados y eruditos son, sin duda, los encomiásticos y,
en parte, las Talisias, de tema puramente literario. Pero hemos visto ya cómo los
poemas mitológicos, de importante carga erudita, son también algo más fríos y están,
literariamente, menos logrados. La personalidad y los intereses del poeta se refleja,
por ejemplo, en el predominio de los rasgos realistas cuyas descripciones rayan en lo
plástico: los magníficos tapices del Id. XV, la copa del Id. I, etc. El gusto por el detalle,
lo pequeño, lo cotidiano enaltecido por la voz poética se aprecia por doquier en todos
los rincones de su poesía.
6. Mosco
Continuadores de la tradición poética iniciada por Teócrito fueron Mosco y
Bión. De Mosco sabemos, gracias al Léxico Suda, que procedía de Siracusa y que fue
discípulo de Aristarco, el director de la Biblioteca de Alejandría. Desarrolló su actividad
como gramático en torno al 150 a. C. Ateneo, XI 485E menciona un tratado gramatical,
Sobre las palabras rodias, de un tal Mosco pero no tenemos la certeza de que se trate
del mismo. El Anthologium de Juan Estobeo nos ha conservado tres poemas bucólicos
en hexámetros de entre trece y ocho versos y la Antología Palatina (A P. XVI, 200) un
epigrama sobre Eros en el arado. En el Corpus bucolicum nos han llegado los epilios
Europa, Mégara, de atribución dudosa, y Eros fugitivo, conservado también en la
Antología Palatina IX. Europa es independiente del corpus hasta la Edad Media. El
Canto fúnebre por Bión ha llegado en dos grupos de manuscritos bucólicos y su
inclusión entre las obras de Mosco, al igual que Mégara, procede del s. XVI.
Se aprecia en los fragmentos recogidos por Estobeo en su Anthologium el
gusto por los contrastes: la tranquilidad del mar sereno y el temor que causa agitado
(1); la cadena amorosa (2) donde cada eslabón es amante infortunado y amado
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desdeñoso; y un tercero sobre el poder de Eros que impulsa al río Alfeo a unirse con
Aretusa en Sicilia (3).
Europa, la composición más larga que conservamos de Mosco, trata el tema
del rapto de la hija de Fénix por Zeus transformado en toro. Comienza con el sueño
premonitorio que Cipris le envía a Europa quien, al despertar, se reúne con sus
amigas. No se aparta Mosco de la versión tradicional del mito pero se detiene, según
la moda helenística, en pequeños detalles como la descripción del cesto de oro que
lleva Europa cuando está recogiendo flores junto a sus compañeras. Sirve, así, a
modo de prolepsis de la acción que se va desarrollar a continuación: Zeus se enamora
de la muchacha y, bajo la apariencia de un toro que no despierte las sospechas de
Hera, la rapta y huye cabalgando sobre las olas hasta la isla de Creta donde reinará la
descendencia nacida de esta unión.
En el Eros fugitivo, Cipris promete un beso como recompensa a quien le traiga
de vuelta a su fugitivo hijo. La detallada descripción de Eros ofrece no pocos toques de
ternura que contrastan con su crueldad.
Se piensa que no es de Mosco el poema Canto fúnebre por Bión atribuido a
Teócrito en los códices, pues Bión es posterior a Mosco. Es obra probablemente de un
discípulo siciliano de Bión inspirado en su maestro. Imita también el estribillo de
factura teocrítea que repite hasta trece veces invocando a las Musas sicilianas. Sin
embargo, el poema está cargado de una fatalidad catastrófica donde todos los dioses
(Apolo, los sátiros, Príapos, Panes, etc) y ciudades que conocieron a grandes poetas
lloran al unísono junto con la naturaleza. Es una pieza de carácter retórico repleta de
recursos tradicionales. Comienza el poema con una exhortación a la naturaleza que
debe llorar la muerte de Bión. A colación se introduce una reflexión sobre la condición
efímera del hombre frente a la de las plantas que se regeneran cada año.
Probablemente anterior a Mosco es la Mégara, donde la esposa de Heracles y
Alcmena se hacen confidencias acerca de sus temores relativos al destino del héroe.
Alcmena apenas puede disfrutar de su marido porque siempre anda realizando alguna
ingente empresa. Se relata al final un sueño de Alcmena que presagia la muerte del
héroe y su cremación en la pira del monte Eta. El poema está lleno de lugares
comunes y, según algunos críticos, carece de valor poético.
En términos generales, Mosco no es excesivamente complejo en sus alusiones
eruditas ni rebuscado en la expresión. Predomina en él el tema del amor, aunque
carece del sentimiento apasionado que arrebata a algunos de los personajes
teocríteos. Trata de innovar dentro de la tradición marcada por Teócrito y, quizás por
ello, no nos resulta novedoso a no ser en los claroscuros que hallarán su máxima
expresión en el Barroco.
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7. Bión
Bión nació en Flosa, en la costa de Asia Menor cerca de Esmirna, en torno al
100 a. C. Fue pastor y murió joven, envenenado en Sicilia, si hemos de creer los datos
que nos ofrece el Canto fúnebre por Bión. El Corpus bucolicum nos ha transmitido un
Epitalamio de Aquiles y Deidamía así como un Canto fúnebre por Adonis en dos
manuscritos en gran medida coincidentes, por lo que podemos suponer un códice
anterior común a ambos. Gracias al Anthologium de Estobeo conservamos diecisiete
fragmentos de sus Bucólicas. Las citas de Estobeo y Orión debieron de partir de una
edición conjunta de Mosco y Bión.
El Canto fúnebre por Adonis aparece como obra anónima en los manuscritos
pero hemos de atribuírselo a Bión por ciertas alusiones que así lo sugieren en el Canto
fúnebre por Bión. Trata, en hexámetros, el mismo tema del amor de Afrodita por
Adonis -asimilación griega del mito fenicio relacionado con Astarté que sufre la
temprana muerte de su amado- que entona la cantante del Id. XV de Teócrito. Se
aprecian tres partes separadas por un estribillo al modo teocríteo, pronunciado esta
vez por Afrodita y los Erotes, donde el dolor se plasma voluptuosamente bello. En la
primera parte (vv. 1-39) se anuncia a la diosa la muerte del joven herido en el muslo
por un jabalí y ésta acude rauda mientras toda la naturaleza la acompaña en su dolor.
Tenemos aquí un Bión apasionado que hace correr a su diosa enloquecida al tiempo
que Adonis se desangra por la herida del jabalí. En la segunda (vv. 40-78) se
encuentran los amantes y Adonis expira en los labios de su amada. Finalmente (vv.
79-98) Adonis, tendido en el lecho de Afrodita, es llorado por las divinidades en un rito
que nuevamente habrá de celebrarse al año siguiente.
Bión se dedica a los tres grandes temas de la poesía bucólica: paisaje, música
y amor. El paisaje aparece en el fragmento III 2 en forma de elogio de la primavera. La
música es asimismo imprescindible: el canto como remedio a la pena de amores (III 3);
la conveniencia de hacerse uno su propia siringa (III 5); el canto proporciona
recompensa (III 6) y es muy adecuado para el amor (III 9). Pero de temática amorosa
son la mayoría de los fragmentos: Polifemo enamorado de Galatea (III 16), Jacinto
muerto accidentalmente por su amante Apolo (III 1), un pajarero trata de atrapar a un
ave que resulta ser Eros (III 13); invocación al lucero de la tarde para que alumbre al
enamorado que va a dar una serenata a su pastor (III11); el poeta pretende dar
lecciones a Eros sobre el canto pastoril y termina aprendiendo de su discípulo (III 10).
Con todo, el amor no es doloroso y pasional sino teñido de una suavidad que invita al
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canto. Así, quienes son correspondidos en el amor pueden llamarse felices (III 12)
pese a que, otras veces, el amor duele (III 14).
El Epitalamio de Aquiles y Deidamía, aunque anónimo, posee semejanzas con
la obra de Bión. En él, Lícidas canta cómo Aquiles trata de seducir a una compañera
mientras se halla disfrazado de mujer para no ir a la guerra de Troya. Se interrumpe el
poema en el v. 32.
8. Poemas-figura
Junto a las composiciones bucólicas algunos manuscritos contienen unos
juegos literarios en los que la disposición de los versos reproduce la forma de un
objeto, el que da título al poema. Son los llamados Technopaígnia, si empleamos el
término griego, o Carmina Figurata si preferimos el latino. Una de ellas, la Siringa, ya
hemos visto cómo se atribuye a Teócrito si hemos de dar crédito al v. 12 que parece
sugerirlo así. Otros cuatro se sitúan en la misma época que Teócrito, el Huevo, el
Hacha, las Alas y el Altar dórico y fueron compuestos probablemente por personas del
mismo círculo literario o, al menos, con un ambiente cercano. El Altar jónico, por otra
parte, pertenece probablemente ya al s. II d. C. Pretenden ser inscripciones sobre el
objeto que representan de modo que, en este sentido, se hallan muy próximos al
género epigramático –recordemos que también se incluyeron epigramas en el Corpus
bucolicum-. Así, los versos de las Alas debían de estar grabados en las alas de una
estatua de un Eros barbudo; el Hacha en el que empleó Epeo para construir el caballo
de Troya en honor de Atenea; el Huevo, sobre un huevo de ruiseñor que crece; etc.
Hefestión atribuye el Huevo, el Hacha y las Alas a Simias de Rodas, poeta y gramático
algo mayor que Teócrito, y quizás debe atribuírsele la invención de los Technopaígnia.
La Siringa se declara ella misma de Teócrito y nada hace sospechar lo contrario. El
Altar dórico es obra de Dosíadas, que suponemos coetáneo de Teócrito por su
semejanza con la Siringa. Los manuscritos atribuyen el Altar jónico a Besantino y es el
más reciente de los poemas-figura, probablemente de época de Adriano.
Poseen una estructura métrica especial: el Hacha, el Huevo y las Alas están
compuestos en metros líricos, más propios de la poesía cantada. La Siringa está en
ritmo dactílico, más adecuado a la recitación; el Altar dórico en ritmo yámbico y el Altar
jónico mezcla los ritmos. El lenguaje es especialmente rebuscado y de difícil
interpretación, sobre todo en la Siringa y el Altar dórico según el gusto helenístico por
la críptica erudición.
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9. Pervivencia
Si el género bucólico tuvo gran aceptación, también es verdad que los
personajes (Eros, Afrodita, Polifemo, Galatea, pastores) y los temas (canto como
panacea al mal de amores, certamen entre pastores) se estereotiparon y el terreno
para la originalidad se redujo al plano formal. El máximo exponente de la poesía
bucólica, Teócrito, fue modelo para las Bucólicas de Virgilio. Hasta el neoclasicismo
del s. XVIII no se tradujeron los bucólicos al castellano, por lo que debemos suponer
que fue la obra de Virgilio la que influyó en el Renacimiento español, sobre todo en la
concepción del paisaje donde los elementos de la naturaleza cobraban una fuerza
inusitada. Los versos se pueblan de animales, niños, gente llana y colorido botánico, a
la par que se produce un notable desarrollo en la investigación de las ciencias
naturales. Los nombres de los pastores seguirán siendo los mismos: Dafnis, Tirsis,
Bato, Coridón, Lícidas, etc. Especial relevancia cobrará la fábula de Polifemo y
Galatea y sus variantes -piénsese en La Bella y la Bestia-, así como los pastores en su
locus amoenus. También Horacio se inspiró en los versos teocríteos, por ejemplo, en
su Epodo V, de tema parecido al del Id. II, La hechicera, y gracias a él llegó el tópico
del beatus ille a nuestro Siglo de Oro. La ékphrasis o descripción que se detiene en los
detalles al estilo de los Idd. I y XV tendrá gran repercusión en los neoteroi (cf. Las
bodas de Tetis y Peleo de Catulo). También Longo, Luciano, Nonno, Catulo, Petrarca,
Ronsard, etc, se inspirarán en nuestro poeta.
La influencia del Eros fugitivo de Mosco en la literatura posterior ha sido
enorme desde la Antigüedad. Hallamos ecos de este poemita en Meleagro, Bocaccio,
Poliziano, Sannazaro, Tasso, Marino, Leopardi, Gil Vicente, Francisco de Encinas,
Antonio Ferreira, Vicente Mariner, Ben Jonson, Longepierre, Baïf y Herder, entre otros
muchos que lo tradujeron o reelaboraron.
El tema de la naturaleza que llora la muerte del protagonista, de inspiración
oriental, del Canto fúnebre por Adonis de Bión tendrá su influencia en muchos autores
romanos. En este poema se basó el Adonais de Shelley y An Elegy on the Death de
John Keats (1821). También Shakespeare halló en la poesía bucólica una fuente para
su Venus and Adonis (1593), tema frecuentemente representado en las pinturas de
Pompeya que al mismo tiempo se llena de Erotes helenísticos.
Los Technopaígnia atrajeron la atención como juego literario en los siglos
posteriores. Ya en el s. I a. C. Levio, importante precursor del alejandrinismo en Roma,
compone el Erotopaígnia y en el s. IV d. C. Publilio Porfirio Optaciano, siguiendo el
modelo helenístico, adaptó el número de letras de los versos para componer figuras de
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altares, órganos hidráulicos, etc. La Antigüedad Tardía y la Edad Media siguieron
componiendo poemas-figura, junto a centones y acrósticos. En el s. VI d. C.
destacaron los poemas-figura de Venancio Fortunato y en la época carolingia los de
Rábano Mauro. Siguió el interés en el Renacimiento y Barroco hasta que Boileau en
su L’Art poétique y los teóricos del s. XVIII los condenaron. Un nuevo resurgimiento
tendrá lugar en el s. XX con los caligramas de Apollinaire.
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