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(4 |)llc$4)M.) «I:I!»"Í -; ¡M f i w 1 IIIS o BARAVftlOSA. Imprenta de Fernando íianCarcii.- l8©3

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  • (4 |)llc$4)M.)

    «I:I!»"Í-; ¡Mf i w

    1

    IIIS

    o

    BARAVftlOSA.

    Imprenta de Fernando íianCarcii.- l 8©3

  • m 1.1«

    CAPÍTULO PRIMERO.

    Ocupación de A ladino al lado de su madre. — Su amor á la ocio-sidad.—Encuentro que tuvo con el mago africano, y lo que le sucedió con' este. - ,

    •'J'.WÍJ

    f¡N la c.'ipiiii! dci graii iaiperio Je la China rxistia un sastre l!am¡iclo Mustafá, casado con ¡lina simple l-jedniii de algodón, á quien amaba l íemamente; de este inalrirnoíiio nació un bello niño á ([iiicn pusieron oí j i ombre de Aladino; como no Luvi-ran mas hijos criaron y eduearon á su único con l.ido el esmero y cuidado de que eran siiNceplibles sus escasas íaculudes, pues á pesar de que el sastre y su esposa eran laboriosos jamás pudieron salir de la pobreza á qm' les habia conducido el destino. Aiadiuo educado por el

  • - 4 -huérfano: el joven Aladino. confiado en el escesivo cariño ile sus pa-dres y en que no le habían de castigar, no hacia el menor caso de las reflexiones conlinuadas ni de los reiterados consejos; y cada vez mas embriagado en el juego y la holganza, apenas parecía en el hogar paterno á no ser á las horas de comer y acostarse: lodo lo demás del dia lo pasaba en juegos y diversiones, en unión de otros mu-chachos de su edad y de sus tendencias á la ociosidad y á la holganza, En cambio de estos punibles defectos, tenia Aladino un carácter amable, aunque, travieso; era sagaz, reservado, pertinaz y perseverante en todo cuanto intentaba; su fisonomía era noble y ma-gestuosa, y todo él formaba un conjunto gracioso, que le constituía en un ser apreciable, en cuyo rostro se miraba cierta espresion que indicaba que un dia llegaría á ser grande. Diez y seis años había cumplido nuestro héroe y aun no sabia ningún arte ni of icio, como si esperara algún gran mayorazgo con que poder soportar la regalada vida á que hasta entonces estaba acostumbrado: aun no había cumplido diez y siete años, cuando un triste contratiempo vino á turbar por algunos dias sus bulliciosas ocupaciones y con-tinuos juegos: su padre cayó enfermo de gravedad, y á los tres dias de padecimientos sucumbió, dando el adiós postrero á su esposa ó h i jo , que rodeaban el lecho mortuor io. Aladino l loró amargamente la muerte del padre que tanto le había amado: pero poco á poco fué olvidándosele, y á los dos meses se hallaba bastante consolado para volver á emprender la vida juguetona y apetecible que tanto le habia agradado hasta aquella época; en vano su madre reprendía su indolencia y ociosidad á cada instante; en vano le pintaba con los colores mas vivos el miserable estado á que habían quedado re-ducidos con la muerte de su padre; en vano, en fin, eran todas las reflexiones, lodos los consejos. Aladino perseverante en sumar -cha, no hacia otra cosa que pasearse y divert irse á sus anchas. Su pobre madre trabajaba incesantemente para sostenerle, y él la correspondía con caricias, pero nunca con intentar ganar un solo maravedí con que ayudar á sostener la casa.

    En uno de los dias en que Aladino se entretenía con sus a m i -gos en los juegos de costumbre, reparó que un estranjero le miraba con demasiada atención; pero el huérfano, como no lo conocía, continuó en su diversión sin hacer gran caso de las fijas y curiosas miradas del estranjero: este, parado á la puerta de un comercio con quien tenia relaciones, pidió informes al comerciante acerca de aquel joven que tanto le habia chocado desde que le viera y el dueño del establecimienio se los dió tan cumplidos como los deseaba, manifes-tándole de quién era h i jo , en qué se ocupaba, y el estado de horfandad en que se veio por haber muerto su padre hacia tres meses. Cercio-

  • — S — rado el oslranjero de lodo, siguió á Aiadino que se dirigía á su casai y lou luego como observó fjue tíslaha solo, apresuró el paso llamándole por su nombre, Aladino se deluvo al oir nombrarse; ¡pero cual fué su asombro cuando vio que el eslronjero le abrazaba cariñosamente, llamándole su querido sobrino! E l joven apenas sabia que contestar, pues jamás habia oido decir á sus padres que tuviese tío alguno; pero el estranjcro le sacó de aquella perplegidad diciéndcdc: No cstrañes ¡oh mi querido sobrino! el acceso cíe alegría que embarga todas mis poten-cias en esto instante: sabe, pues, que hace muchos meses que recorro el mundo en busca do tu pydrc, á quien hace mas de cuarenta años que no veo; y el viejo estranjcro llevó á sus ojos un riquísimo pañuelo Como para enjugar el llanto que parecia acompañar con algunos so-llozos. Aladino se entremeció con aquella escena que le hacia recordar á su cariñoso padre, y el anciano continuó: S i , hijo mió, tu padre, el honrado Muslafá, era mi querido hermano, de cuyo lado me separé para seguir el comercio en el que he podido hacer una regular for-tuna y cuando esperaba volverle á abrazar y part i r con él el f ruto de mis fatigas, me hallo con la desconsoladora nueva d e q u e ha muer to ; ¡pobre hermano raio! Y el viejo estranjero tornó á enju-gar, las lágrimas que pareeia brotaban de sus desencajados ojos, como un torrente que quería inundar la ciudad. Tan luego como te v i me sentí inspirado de la mas halagüeña esperanza; pui's tus faccio-nes, tu modo de mirar , todo tu con l inen le , al fin, te hace ser un vivo retrato de tu padre; y esta semejanza me obligó á pregun-tar quien eras á un comercuuite á quien vengo rtrconnmdado desde Af r ica , en cuyo país he cslado desde que me separe de tu padre: el comei i ' idn lc , emituiuó c! estranjero , me ha infortmido de lodo lo ocur r ido, y hé ¡iquí causa ¡nh mi querblu s i ibr i im! de este acceso de contrarios afectos que esperio/enUt el abrazarte;' tristeza y desesprnicion p>»r la mm- r l ! de mi querido he rnano ; júb i lo y regocija por haber hallado en t i á su hi jo, que eres un parecido retrato flM lo que (r;i el á til edad. Kfect ivamente, Aladino se asemejabíi mucho á su difunto padre respecto á fisonomía, aunque no le parecia en n^da respecto á ser trabíijador y ju ic ioso: el huér-fí-no devo vi» tai caricias al a f icano, sin el menor género de duda acere?, di 1 próximo pareolesco que con él le unia; pues que se ech iba Ií cui nUi de que, que inierés podia tener en llamarse su l io? qué podio esperar tfe una fiundiii oscura y pobre hasta lo i td int l ' ? | Uas leib xiones agolpadas préviamente á la imaginación de A lad i ra , ! convencieron que aquel estr.mjero no podia ni tenia el menor r rés en engafvarle, y esta con lianza., al parecer justa y ra-cional o) igó á Aladino á hacerse las iinsion ;s mas gratas respecto á un pariente que le proporcionaba la suerte, y que podia fa-

  • — 6 — vorecerle y auxi l iar le, pues demostraba ser r ico. El africano suplicó á Aladino le condujese adonde se hallaba su madre, á quien deseaba conocer y abrazar como á esposa de un hermano quer ido; el huérfano tomó del brazo al estranjero y le condujo basta su misma casa; así que entraron en ella, relacionó Aladino á su ma-dre cuanto le habia ocurrido con el pariente que la presentaba y aunque Rabeca, que así se llamaba la madre de A lad ino , ig-noraba que su difunto esposo tuviese mas hermanos que uno, que según le babia oido decir habia muerto hacía muchos años, no por eso dejó de abrazar al afr icano, creyendo de buena fé que seria el hermano de su consorte, cuya muerte habria sido falsa ó fingida por alguna carta ó noticias mal adquiridas: el estranjero por su parte renovó el l lanto y los sollozos, y esta estremada aflicción hizo persuadir mas y mas á la madre de Aladino, que tenia en, su casa nada menos que al único hermano de su difunto esposo. Sere-nados un tanto de las emociones que son consiguientes en tales casos, Rabeca quiso disculparse con su improvisado cuñado, de no poderle obsequiar cual merecía y deseaba, por carecer de facul-tades para poderlo veri f icar. Sé como os halláis, replicó el estranjero, y yo tengo la mas grande satisfacción en que desde hoy para siempre cesen vuestras necesidades y pr ivaciones; y sacando de su jaique un hermoso bolsillo de seda, repleto de monedas de o r o , dió unas cuantas á Rabeca para que preparase la cena y fuese haciendo el gasto algunos dias. La madre de Aladino salió pre-surosamente de su casa y se dir igió á la pr imera fonda de la c iudad , de donde se proveyó con abundancia de cuantos manjares juzgaba mas delicados para obsequiar á su generoso cuñado. Vuelta á su casa preparó la mesa con el mayor aseo que la fué posible, y sentados los tres en su torno cenaron opíparamente, conversando al mismo tiempo acerca de las virtudes de Muslafá, de los motivos que hubo para separarse los dos hermanos, de los largos viajes del africano y de lo parecido que era Aladino á su difunto padre. Rabeca contó á su cuñado lo poco aficionado que era Aladino al trabajo n i á d i r ig i r ni tomar ninguna clase de arte ú oficio, defecto que reprendió suavemente el estranjero manifestando á su presunto so-brino lo mucho que le agradaría el que abrazase cualquiera carrera, dándole á elegir la que mas le acomodara, y asegurándole que no omit ir ía gasto ni dil igencia alguna por complacerle.

    Aladino viendo tan dispuesto á su tío á hacerle feliz y compla-cerle en todo, le manifestó después de darle las mas espresivas gra-cias, que su mayor incl inación era el comercio; elección que agradó sobremanera al africano, prometiendo á Aladino que en breves días le establecería con un gran surt ido de toda clase de gé-

  • - 7 -neros; en estas amistosas y lisongeras pláticas llegó la hora de des-pedirse el improvisado pariente, y se dir igió á la posada , hasta cuya puerta le acompañó A lad ino , quedando muy satisfecho y esperanzado en las promesas de su lio j que lo prometió ir le á buscar á la hora del almuerzo. A l siguiente d i a , y después de haber almorzado opí-paramente, salieron lio y sobrino con dirección á los comercios y premlerías mas notables de la c iudad ; en ellas escogió Aladino el traje mas lindo que le parec ió , que se lo puso inmediatamente trocándole por el suyo , que á la verdad no era muy decente; y de este modo se volv ieron á ver á l labeca, que al mirar á su hi jo tras-formado en caballero, no pudo menos de lanzar un agudo grito cau-sado por la alegría y sorpresa. El africano no parecía estar sasisfecho con todos los obsequios que tr ibutaba á su cuñada y sobrino, y como si todo le pareciese poco, en cortos dias le hizo disfru-tar de cuantos goces y diversiones ofrece la gran capital del ce-leste imperio. Con esta esplendidez logró el airicano captarse la voluntad de Aladino y su madre , y desde luego uno y otro h i -cieron la mayor confianza de un hombre cuya generosidad les habia sacado de la miseria en que yacían.

    Como que hasta ahora ignora el lector quién fuese el africano que tanto protegía á la familia del sastre Mustafá, satisfaremos su curiosidad en esta parte. En los antiguos tiempos en que sucedie-ron los casos que se pintarán en esta historieta , la clase mas ins-truida de la región africana se aplicaba con asiduidad á la magia y nigromancia, llegando por sus cábalas, pactos con los génios diabó-licos y trato con los séros infernales á ser cada nigromántico un semi-dios, á quien adoraban y temion todas las demás clases de la sociedad. El estrangero de quien vamos habUndo era uno de los sábios magos que tenia el A f r ica , y por la v i r tud de un anillo que llevaba en el dedo corazón de su mano derecha, llegó á saber que en un monte contiguo á la capital de la China había un subter-ráneo en el que existía una lámpara tan maravillosa, que por su inf lujo podría llegar cualquiera mortal á ser el mas rico y pudnroso de toda la t ierra; pero el mismo génio, esclavo del ani l lo, manifestó ai mago africano que para lograr aquella lámpara, era preciso se valiera de una segunda persona que la sacase del subterráneo, pues que á él no le era permit ido sacarla sin el inevitable riesgo de morir al tocarla. Contento sobremanera el ambicioso mago con el mará-ravílloso descubrimiento que acababa de hacer , se embarcó inmediata-mente para la China á la que llegó después de algunos meses de navegación; tan luego como entró en la capital del grande imperio se dedicó á buscar un joven que pudiera estraer del subterráneo la maravillosa lámpara que debía hacerle el hombre mas poderoso del

  • — 8 — universo; y después de haber recorrido la ciudad por espacio de algunos dias, reparó en Aladino que se hallaba jugando con otros mozalveles de su edad: le observó largo rato y conociendo en su fisonomía que era de carácter apropósito para lo que deseaba, se in-formó de un comerciante de quién era, á qué familia pertenecia, con todo lo demás que creyó oportuno para lograr su objeto. Cer-ciorado por el mercader minuciosamente del origen y circunstancias de A lad ino , se l legóá él fingiéndose su t io , como va manifestado: y el halago, la generosidad y las exactas noticias que daba del sas-tre Mustafá, impelieron á la viuda é hijo á creer de la mejor bue-na fé, que el mago era verdaderamente hermano carnal del malha-dado sastre; esta confianza fué creciendo, hasta el punto de llegar el mago africano á ser aun mas respetado y obedecido que el mismo Mustafá cuando v iv ia . Uno de los dias en que salió á paseo con Ala-d ino, le condujo eslramuros de la ciudad, llevándole por entre bellísimos jardines y pintorescas praderas hasta un espeso bosque, Aladino se sintió fatigado de tan larga caminata y se lo hizo cono-cer á su señor t io: pero éste le replicó que era preciso que ca-minasen un poco mas para llegar al término de su viaje; el huér-fano siguió sin replicar hasta llegar á un espeso matorral de jaras y aliagas, rodeado de una t r ip le hilera de gigantescos cipreses, que impedian el ser vistos de ningún mortal aunque estuviese á la mas corta distancia: llegados á aquel punto solitario y sombrío se sentaron los dos personajes sobre la verde alfombra que les ofrecía aquel agreste lugar, y después de haber descansado algunos instantes sacó el mago algunas viandas que le repararon de las fatigas de su larga caminata. Durante la campestre merienda, hizo el mago que rodase la conversación sobre lo delicioso y grande que era el llegar á ser poderoso: pintó con los colores mas vivos y seductores los venturosos dias que se pasaban entre los festines, teat ros, cacerías, palacios, mujeres, etc. ; espresó con ardor las delicias que disfrutaba el hombre rodeado de esclavos que se es-meraban en complacerle; y patentizó por fin á su sobr ino, que el hombre r ico todo lo podía, al paso que el pobre era el lud i -br io y la burla de todos sus semejantes,

    A lad ino , al escuchar las seductoras pinturas que de la riqueza hacia su señor t i o , no pudo menos de exhalar un profundo suspiro y derramar una lágrima ard iente , que observó con cuidado el mago afr icano, y dirigiéndose á Aladino le di jo cariñosamente ; ¿qué t ienes, que parece te contristas y abates? Aladino contestó con el corazón compr imido ; ¡Oh mi querido t i o ! me habéis pintado la fe-l ic idad de una manera tan gra ta , que yo desearía ser fe l iz , pero

    m m imposib le; pues para serlo según decís , son necesarias in -

  • — 9 -mensas riquezas, y yo soy demasiado pob re ; y el huérfano se echó á llorar como si le sucediera la desgracia mas grande é irre« parable. El mago le cogió de la mano y con ademan magestuoso é imponente le d i jo : Aladino, bajo de nuestras plantas existe un tesoro inapreciable; él por sí solo es suficiente á hacernos mas ricos que todos los monarcas de la t ierra; ¿tendrás valor y sere-nidad para sacarlo de las entrañas de la t ierra? Aladino contestó afirmativamente. Pues b ien, h i jo mió: respecto que te hallas ani-mado de tan buenos deseos, te suplico no te asombres ni atemorices de cuanto vas á ver dentro de cortos momentos; levántate, pues, y recoge una cantidad regular de leña, que colocarás en este mis-mo sit io. Aladino obedeció tranqui lamente al mago Afr icano, y con la mayor brevedad fué hacinando porción de troncos y ramage has-ta que reunió la cantidad suficiente para satisfacer al mago: este encendió una porción de yesca, que envolvió en otra poca de musgo y yerba seca, que pr incipiaron á levantar débiles llamas; entonces aplicó aquel combustible á la leña, que á poco rato pr inc i -pió á incendiarse formando una inmensa hoguera; sacó un pequeño l ibro lleno de signos y geroglíficos, pronunció algunas palabras misteriosas, y arrojó á la hoguera una pequeña cantidad de mi r ra ó incienso, que produjo una rogiza llamarada y una densa nube de humo, que apenas podia disipar el aquilón que soplaba; aun no habia concluido aquella misteriosa ceremonia, cuando principió á temblar la t ie r ra ; los árboles se golpeaban unos con otros á im-pulso de un fuerte huracán que retumbaba en el espacio; las aves aterrorizadas remontaban su vuelo huyendo de aquel lugar pavo-roso, y el corzo, el león, el elefante y otras mi l fieras silvestres, aumentaban el pavor con sus rugidos, cuyo eco atronador resona-ba en todas aquellas solitarias y dilatadas selvas. Aladino, atóni to, horrorizado con cuanto miraba y oia, apenas podia atinar el fin de aquellos terribles misterios, apenas le dejaba el miedo discurr i r sobre su misma suerte. De repente se abre la tierra y mira á sus piés una horr ible sima que parecía quererlo tragar. Un agudo g r i -to fué la señal del terr ible espanto que inspiraba al huérfano la escena que estaba presenciando; el mago se acercó á e l , y lomán-dole de la mano le d i jo ; no hay que desmayar, hijo mió, lodo está ya t ranqui lo , nada se opone á nuestros proyectos. Aladino volvió en sí como si hubiera salido de un pesado sueño, y observó que efectivamente habia cesado el infernal estruendo que poco antes parecía querer concluir con todo el universo, y solo vió que la hoguera aun despedía algunas llamas, y que la sima estaba abier-ta ; viendo el ma^o que Aladino habia recobrado su serenidad, le d i jo , señalándole Ta boca de la sima: Aladino, voy á alarlo cott

  • —10— esta faja paía que bajes á ese sublerráneo, en el pr imer tránsito hallarás una losa de mármo l , que á pesar de sus muchos quintales de peso, levantarás con faci l idad; luego bajarás veinte escalones de jaspe, y le hallarás en tres magnificas galerías, quo atravesarás, sin pararte; en la ú l t ima encontrarás una lindísima verja de plata bruñi -da, que te dará paso á unos hermosísimos jardines, cuyas plantas, flores y frutas son lo mas admirable que puedes haber visto en todo el mundo. En las tres galerías hallarás magníficas arañas de oro macizo, grandes espejos guarnecidos de bri l lantes, elegantes colga-duras recamadas de oro, finísimas alfombras de seda y tapicería, y riquezas inmensas esparcidas por todas partes; guárdate ¡oh hi jo mío! de tocar nada de esto; solo te es pormit ido coger y guardar las frutas que mas te agradaren. En medio de los jardines hallarás una lámpara encendida; apágala y guárdatela cuii ladosamenle, pues á pesar de ser de bronce, tiene tal elasticidad, que puede meterse en cualquier bolsillo sim ensuciar ni abultar la menor cosa. Toma este anillo y colócalo en tu dedo de corazón, él te libertará de lodo peligro, pues es el mas apreciable talismán que se ha cono-cido en la t ierra. El mago sacó de su dedo un hermoso anillo y se lo dió á Aladino, continuando: luego que hayas recogido la lám-para, te alarás á esta faja, y me la entregarás con el anillo antes de salir del sublerráneo; pues salido de él , pierde toda su v i r tud . Aladino, á pesar de su gran miedo, se dejó atar por la cintura y bajó al sublerráneo. En el primer tránsito halló la enorme losa de mármol, que levantó con facil idad, según le habia asegurado su presunto l io: bajó los veinle escalones de jaspe y aira vesó las tres hermosas galerías sin pararse, según se le habia encargado; abrió la verja de plata, y se halló en un delicioso ja rd ín , cuyas frutas de diferentes colores y de una bril lantez asombrosa, convidaban á que se la recogiese. Aladino cogió porción de todas ellas, blancas, en-carnadas, verdes, amarillas azuladas, y las fué guardando cuidado-samente en todos sus bolsillos y entre la ropa. En seguida dist in-guió la lámpara encendida y se di r ig ió háeia ella, y apagándola de un soplo, la cogió y guardó en su seno, en el que apenas se co-nocía que tuviese la menor cosa: hechas todas estas operaciones, salió del ja rd ín , y volviendo á atravesar las tres elegantes galerías, se colocó en frente de la boca del subterráneo; en la que observó la faja que le habia servido para bajar. Volvió á alarse por la c in -tura y dió voces al mago para que le subiese: el mago principió á t i rar de la faja hasta que pudo conseguir que Aladino estuviese á la misma boca del misterioso sublerráneo; entonces le pidió la lámpara y el ani l lo ; pero Aladino por inst into, ó como si cono-ciera lo que debia sucederle, se negó á el lo, diciendo al mogo que

  • - l i -li e ninguna manera le entregaría la lámpara y an i l lo , en el ínterin no lo acabase de sacar de aquel encantado palacio subterráneo: en vano el mago apeló al ruego, al alhago, á las amenazas. Aladino so obstinó en no entregarle las dos alhajas que le pedia maniíestándole con entereza, que pr imero consentiría morir sepultado que hacerle enlrega de la lámpara y anillo antes de salir de aquella gru ta . Viendo el mago que era imposible recoger de Aladino las dos preciosas prendas que tanto ansiábanle dió una fuerte patada en la cabeza acompañándola con una maldición horr ible y dejándole caer en la s ima: al mismo tiempo un grande estruendo anunció un estraordínario movimiento en la t ierra que se unió instantáneamente, dejando cerrada la boca del subterráneo. Aladino había caído desmayado y el mago habia desaparecido en una nube de fuego conducido por los genibs del averno.

    CAPITULO I I .

    Sale Aladino del subterráneo y se dirige á su casa con el anillo y la lámpara y cargado de fruías del prodigioso j a r d í n . — Vuelve á los brazos de su madre, en cuya compañía le esperaban nuevas y grandes aventuras, que le hacen memorable en toda la China.

    Muchas horas pasó Aladino sin volver del desmayo que le habia oca-sionado la terr ib le patada que le dió el mago; pero el f r í o , la hu-medad y el mucho t iempo que hacia que se hallaba en aquel estada, le hicieron volver en sí y recordar á su pesar que se hallaba sepul-tado en v ida: efect ivamente, ninguna esperanza quedaba al infeliz huérfano para salir de aquel sepulcro, en el que estaba vedada la hermosa luz del dia con que el Omnipotente alumbra á todos los seres creados. En vano daba desaforadas voces implorando clemen-cia, en vano invocaba los augustos manes de su padre, en vano, en í in , clamaba por el auxil io de su madre y amigos; todo era en vano, sus amargas quejas se perdían entre las bóvedas del subter-ráneo y solo escuchaba y miraba á su rededor el pavoroso silen-cio de las tumbas y el tétr ico y tenebroso aspecto de ¡os sepulcros. Resignado á morir en lo mas florido de la juventud , se arrodi l ló sobre la misma losa que le había servido de lecho en su desmayo y en esta posieion oferente imploró la clemencia del Dios infi-n i t o , de eso DW>s que todo lo perdona y que á todos protege; de ese Dios que nadie ha invocado en vano; al cruzar sus manos

  • — 12— implorando la clemencia del Todopoderoso, froló con fuerza, aun-que casualmente, el anillo que le había dado el nigromántico y con este frote casual el anillo br i l ló de tal muñera que i luminó el .sub-terráneo ; al mismo tiempo se le presentó un genio jigantesco que inclinado ante él le d i jo : ¿qué me quieres? aqui estoy di-puesto á hacer cuanto me mandes como esclavo que soy de todos los que posean ese precioso anil lo. Aladino se hahia hecho anirm so desde el momento que se resignó á mor i r , y en este concept-i le con-testó al genio con dignidad y entereza: te mando que i; mediata-mente me saques de este subterráneo y rae conduzcas á mi casa; en el mismo instante se vio trasportado sin saber cómo, á una al-tura inmensa y como si acabara de sacudir el mas pesado sueño, se miró á la misma puerta de su casa sin atinar cómo ni pur . dóode habia ¡do: entró en ella y abrazó á su madre que le esperaba con impaciencia, pues hacia veinticuatro horas que no It» veia, sentado Aladino al lado de su cariñosa madre la con;ó cuanto le habia ocurrido con el mago africano; Fbibeca , que ignoraba total-mente lo que era la mági«, no dio crédito á su h i j o , figurándosela que era un cuento cuanto ao^a-ba de manifestarla; pero Aladino, deseando ser creuio de >su madre, ! • presentó las frutas que iiova-ba y la lámpara que habia un tivado su aventura. Las f ru tas , l^jos de puder ser comidas, se habían transformado en diamantes, rubíes, topacios y esmeraldas de un tamaño y hermosura que jamás se habia visto en el mundo ; pero como ni Rabeca ni Aladino conocían el gran valor de las piedras creyeron que eran cuentas de cristal bien pulimentado que no tenian gran precio; bajo este concepto las metieron en dos jarrones de porcelana y las guardaron en un viejo armario. Aladino pidió de comer á su madre; pero como fuese hora muy abanzada de la noche, le respondió esta que ie era imposible complacerle hasta el dia siguiente. Mientras el jóven huérfano se disponía á acostarse para acallar el hambre que le aíligia estraordinariamente, Rabeca tomó la lámpara para l im-p ia r l a , pues parecía hallarse demasiado sucia ; pero apenas pr in-cipió á frotarla con una porción de menuda arena, cuando se presentó un genio de figura atlélica espresando con ronca voz: ¿que me queréis? aquí estoy dispuesto á complaceros como esclavo que soy de todo el que posea esa rnarabillosa lámpara. Rabeca cayó desmayada con la aparición de aquella formidable v is ión ; pero Aladino que ya estaba acostumbrado á estas apariciones la di jo coa tranquil idad cogiendo la lámpara: te mando que inmediala-jnenle me prepares una mesa cubierta con los mas sabrosos man-jares que haya en la China y con los mas esquisitos vinos que puo.deu sorvirse en las mesas de los grandes y do los potentados;

  • —13— el genio desapareció súbi tamente, y á pnco rato volvió á reapare-cer con una granda y hermosísima bandeja de plata cincelada, en cuyo centro se miraban doce fuente» del mismo meta l , repletas de diferentes viandas y manjares, dos magníficas copas do oro esmal-tadas con piedras preciosas y dos bellísimos jarrones con vinos esquisitos: cubierta la mesa con este lujoso aparato, el genio vol-vió á desaparecer al mismo tiempo que Rabeca volvía de su des-mayo : confortada con el olor de los manjares y con una copa de vino que la alargó su h i j o , pudo reconocer con asombro aquel re-gio banquete que la convidaba á disfrutar lo qne jamás se la ha-bía pasado por la imaginación. Se sentó á la mesa y teniendo la ndiscreccion de no preguntar á su hi jo de dónde emanaba aquella

    abundancia, cenó en su compañía, no sin dejar de causarla el mayor asombro tanta opulencia y riquezas reunidas: acabada que fué l a c e n a , d é l a que sobraron provisiones para una semana, recogió y guardó el servic io, y Aladino su lámpara, con cuya úl t ima ope-ración se fueron á descansar hosla el siguiente dia. Profundamente durmieron madre é hijo sin que el recuerdo de sus pasmosas aven-turas vieniera á turbar el dulce reposo que trae consigo una noche feliz y de opulenta cena; y parecía ser que habían olvidado hasta el aspecto feroz do los genios que pocas horas antes les habían ame-drentado y aturdido. A hora bastante avanzada de la mañana del siguiente d ia , despertaron madre é hijo y se dispusieron á aban-donar el mull ido lecho que también les habia servido durante la no-che; y después de saludarse con el mayor contento se sentaron en un sofá de familia á concertar el plan de vida que debían obser-var en adelante, en atención á que su posición habia variado con-siderablemente. Aladino manifestó á su madre que no le parecía oportuno dar á conocer su repentina riqueza, porque la curiosidad no llegase á penetrar el secreto, ni que tampoco era conveniente abusar de la bondad de los dioses, haciendo un uso muy frecuente de la v i r tud de la lampara maravillosa. Rabeca convino con su hijo en cuanto proponía sobre el particular, y de común acuerdo concertaron ir cubriendo las atenciones de la casa, con el pro-ducto de la vagilla que les habia proporcionado el genio la anterior noche. Tan luego como se concluyeron las provisiones que les ha-bían sobrado de la cena del gen io , fue preciso vender una de las fuentes de plata que habían servido en el la, con cuyo objeto se dir igió Aladino á un j u d i o , que no le pagó masque la décima parte de su importe; como el tiempo corre siu cesar, é .incesantes son también las necesidades de la v ida, fué necesario que madre é h i jo se fueran desprendiendo poco á poco de las "doce fuentes de &jola (pie el genio habia Irnido; hasla seis vendieron al mismo ¡u>

  • —14— rlio al mismo ínfimo precio que la p r imera ; pero •habiendo averi-guado cierto platero el robo escandaloso que hacia el usurero, se avistó con Aladino y le hizo patente el engaño de que hubia sido v ict ima ofreciéndose él á comprar en lo sucesivo por su justo valor todos los objetos de o ro , plata y joyería que quisieran venderle. •

    Confiado en esta oferta el joven Aladino vendió al platero las otras seis fuentes que le reslabíni; pero quedó asombrado al con-templar que dicho platero le habia entregado en buenas monedas de oro una décima parle mas de la cantidad que el judío le ha-bla dado por las seis primeras fuentes. Confiado en la honradez del p la tero, le manifestó algunas de las piedras que habia cegido en el jard in del subterráneo juzgando eran fruías, pues que pen-dian de árboles; el platero al examinarlas escl-mó con asombro: ¡Oh noble caballero! bien podéis estar seguro que la calidad del grandor de BHÍOB diamantas, topacios, rubíes y esmeraldas, no se halla entre las mas ricas joyas que tiene el mismo emperador de la China: estas preciosas piedras bastan por sí solas á haceros uno de los caballeros mas aforlunados de todo el imper io : Aladino que aun le quedaban en casa cien veces mas de pudras que las que habia presentado ai p la tero , se conceptuó feliz y con caudal suficiente pora pasar la vida con comodidí.d por muy larga que fuera. Además de la pedrería aun tenia en su poder la gran ban-deja de plata cincelada, las dos magníficas copas de oro esmal-tadas y un riquísimo paño de tisú con que el genio habia traido cubierta la vagiila la noche de la cena; satisfecho el huérfano de su inmensa r iqueza, se volvió á su casa y dispuso que su madre comprase ajuares mas decentes de los que tenia; se vistiese con mas esmero y procurase en adelante ensanchar los diarios gastos, sin que fuesen tan escesivos que pudieran llamar la atención; así lo hizo la complaciente Rabeca y en el mismo dia quedó arre-glada la casa con decencia; pero sin lujo. Aladino por su parte principió á asistir á las concurrencias de algún tono y por con-secuencia á rozarse con muchas personas de la clase media* su amabi l idad, despejo y buen porte le captaron el aprecio de cuan-tos le conocian, y su filantropía le hizo alcanzar gran" reputación entre la clase menesterosa, á quién socorría con modestia y sin dar la menor importancia á sus actos de car idad. De este modo se deslizaban los dias de Aladino, sin que se notasen en él otras miras de ambición que las de sostenerse en la medianía; pero el amor , cuyos efectos aun no habla esperimenlado, lo obligó á re-montar su vuelo hasta una esfera que no habia soñado hasta enton-ces, como se esplicará en el siguiente capítulo.

  • • 1 5 -

    CAPITULO II|>

    Aladino tiene curiosidad por ver á la princesa Badrabuldur , h i ja del emperador.—rCuriosidad que satisface por la v i r tud de su anil lo.—Se enamora de ella, y obliga á su madre á que se la pida al Sallan por esposa, con todo lo demás que ocurrió en esta petición, casi imposible de lograr.

    EN uno de los dias en que Aladino se dir igía al parage que mas frecuentaba, notó que todas las calles se hallaban colgadas y que apenas eran recorridas por las gentes como acontecía otras veces; en vista de esto, se acercó á un comercio y preguntó la causa de aque-lla gran novedad; el comerciante á quien interpeló acerca del par-t icular le respondió en estos términos: Habéis de saber que den« tro de medía hora sale al baño la princesa Badrabuldur, y el em-perador ha mandado que todas las calles estén colgadas, y que ninguna persona pasee por ellas hasta que haya regresado á pala-c i o ; según afirman los palaciegos es de una incomparable hermo-sura; pero en la ciudad nadie la ha visto, pues siempre que sale se toman estas precauciones, y va cubierta con un denso velo que impide verla el rostro. Satisfecha la curiosidad i le Aladino en esta parte se ret i ró á su casa para dar cumpl imiento á las órdenes dé su soberano: llegado á ella, no pudo menos de encontrarse dis-gustado, pues deseaba con vehemencia ver á la hermosa princesa: y no hallando arbi t r io humano para satisfacer su deseo, se vió en la precisión de recurr i r á la v i r tud de su prodigioso ani l lo; le frotó fuertemente contra su ropa y en el momento apareció un génio de graciosa figura, que inclinándose ante él le dijo respetuosamente: ¿qué me mandas? aquí me tienes á tu disposición como esclavo que soy de todos los que posean ese prodigioso anillo que llevas en tu dedo. Aladino le dijo con tranqui l idad: condúceme, pues, sin ser visto de ninguna persona hasta el baño de la princesa Badra-buldur, y colócame en sitio donde pueda verla á placer sin ser no-tado de nadie: en el momento obedeció el génio, y trasportó á Aladino á un suntuoso salón adornado con la mayor elegancia y en cuyo centro se ostentaba una lindísima fuente, cuyos caños y salta-deros brotaban agua perfumada, que recojia un bellísimo baño do jas-pe del mayor mér i to ; colocado Aladino enfrente del baño desapareció el génio dejándole en aquella hermosa mansión, donde so respiraban lo» mas suaves y aromáticos perfumes. La armonía de cien instru-

  • - 1 6 -mentos músicos anunció la llegada de la princesa , que á poco ralo entró rodeada de sus doncellas y camaristas; estas la despojaron de sus vestiduras y la metieron en el baño.

    a

    Aladino, que todo lo observaba sin que nadie pudiera verle, quedó asombrado al contemplar la peregrina beíloza de la princesa que metida en el baño parecía una estatua de movimiento trazada y concluida por un celeste artista. Fijos los ojos en aquella belleza encantadora, no pudo menos de sentir su corazón los primeros des-tellos del amor mas profundo; amor que fué creciendo á propor-ción que la miraba hasta hacerse irresistible. Concluido el baño, abandonó la princesa la estancia, dejando á Aladino en el mayor desconsuelo con su ausencia; viéndose el huérfano solo en aquel suntuoso rec in to , l'roió su ani l lo, y tornó á aparecer el genio, que le trasportó á la habilapion que ocupaba en la casa de sus padres.. A lad ino, consumido por la tristeza; abatido por ei ardiente amor que le devoraba, y desesperado por el imposible que pretendia; perdió su natural alegría, y m salud fué decayendo hasta el punto que tuvo que notarlo su cariñosa madre: uno de los dias que Ala-dino s,e hallaba sentado á su lado le d i j o : hijo m ió : ¿qué causas ta obligan á mantenerte en un estado tan triste que va consumiendo: tu salud por instantes? ¿no merece mi cariño materna! la confian-za de que me reveles las penas que atormentan tu corazón? Ala-dino tomó la mano de su madre, y después de besársela con ter-n u r a , la manifestó su ardiente amor por la princesa Uadrabuldur, no omitiendo ninguna de. las circunstancias que 99 la hicieron co-nocer en el baño. Atónita Uabeca de eseuchar el loco amor \ x i h i j o , le reprendió cariñosamente patentizándolo lo imposible qüü

  • —17— era poder alcnnzar un tan elevado objeto; y le suplicó encarecida, mente procurara distraerse y olvidarse para siempre de la princesa. A lad ino , no solamente desdeñó los consejos de su madro, sino que la pidió de rodillas y anegado en l lanto, el que se presentara al emperador y se la pidiese por esposa: Uabeca no pudo njenos de pensar entonces el que su hijo habia perdido enteramente el j u i -c io , pues que tales desvarios la proponía; pero como Aladino per-sistiese en su in tento, y la hiciese ver las esperanzas que abrigaba fiado en el poderoso inf lujo de sus talismanes, se decidió su madre á complacerle, quedando aplazada para el siguiente dia la presen-tación y petieion al e-operador respecto á la princesa.

    A l dia siguiente cogió Aladino la gran bandeja de plata, colocó en ella las dos magoiTicas copas de oro , llenó estas de las precio-sas piedras que tenia en abundancia, lo cubrió todo con el r iquí-simo paño de t i sú , y se lo entregó á su madre para que hiciera un obsequio al emperador antes de solicitar la mano de su h i ja : R dtec;!, mas por complacer á su hijo' , que por alcanzar la loca pre-tensión que l levaba, se dir igió al ¡mperial alcázar donde el monarca tenia sus consejos y daba audiencia á sus vasallos ; colocada entre la muchedumbre, no pudo hablar aquel dia á S. M. y se volvió á su casa dando á su hijo la fatal noticia de su infructuosa pre-sentación en la audiencia. Aladino cada vez mas enamorado y per-tinaz obligó á su madre á ir por muchos días consecutivos á la audiencia del emperador; pero como esta no hacia mas diligencia para hablarle que presentarse entre la muchedumbre, jamás la llegaba el t u r n o , y nunca hubiera llegado el término de su comis ión, si el emperador no hubiera hecho reparo en ella. Efect ivamente, como todos los dias la veia en el rnismo lugar, no pudo menos de lla-mar su atención, y dirigiéndose al gran visir le di jo: aquella mu-jer viene todos los dias á la audiencia, y tengo curiosidad en saber qué pretende; acercarla, pues,:á mi t r ono , que quiero escu-char la; el gran visir obedeció las soberanas órdenes, y condujo hasta las primeras gradas del sólio á la madre de Aladino: esta se arro-di l ló humildemente sin atreverse á proferir la menor palabra; pero el emperadoi' observando su cortedad , la mandó levantarse de la alfombra donde estaba arrodillada , y la dijo manifestase sus pretensio-nes ó quejas. Rabeca le presentó entonces la bandeja y copas que l levaba, diciendo: poderoso señor: mi muy amado hijo Aladino me envía á vuestra magostad suplicándole se digne admit i r este peque-ño obsequio, como justo humenaje que se at reved t r ibu tar al so» berano mas grande que tiene la t ierra. 151 mismo emperador descubrió la gran bandeja, y quedó asombrado al contemplar tantos pr imo-res y tan esquisilas riquezas; y llamando á su rededor los grandes

  • —18— y dignatarios que tenia á su lado, les manifestó el regalo que aca-baban de hacerle: todos ellos no pudieron menos de admirar el delicado gusto y la riqueza inmensa que encerraban aquellos pre-ciosos objetos; y no cesaban de alabar al poderoso dueño que tal obsequio hacia; entonces S. M. se dir igió á Rabeca y la d i jo : ¿y que quiere vuestro hijo? ¿qué pretende de mi soberanía? es-pl icaos, buena mujer, no dudéis que quedareis complacida. Rabeca manifestó al emperador que la era vergonzoso hablar de-lante de tantas gentes; cuya manifestación impelió al soberano a mandar que despejasen el salón, quedando solo á su lado el gran visir y la madre de A lad inu : asi que se v ieron solos la di jo el monarca con alegre semblante: vaya, señora, ya os podéis espli-car con toda franqueza, decidme que es lo que exige de mí vues-tro h i jo . Rabeca volvió á h incar la rodi l la y d i jo : señor, antes de que principie mi narrac ión, suplico a V. M. se digne darme su imperial palabra de no irr i tarse conmigo ni con mi h i j o , aun cuan-do mis pretensiones puedan dar margen á ello. Levantaos, buena mujer , respondió el emperador, yo os empeño mi palabra de es-cucharos con gusto sea cual fuere vuestra pretensión. Fiada Ra-beca en la bondad del emperador se esplicó en estos términos: Poderoso soberano: mi hi jo Aladino ha tenido el loco at rev imiento de enamorarse de vuestra escelsa hij;i la princesa Badrabuldur; y no contento con este c r i m e n , me envia á V. M. á pedírsela por esposa. Asombrado quedó el emperador al escuchar tal preten-sión, pero corno el regalo era de tanto valor, mandó acercar al gran visir y le di jo al oído: ¿qué te pirece responda á la soli-c i tud de esta mujer? el visir le habló largamente sin que pudiera oir lo Rabeca; y después de habíT concluido se dir ig ió á ella el sultán dic iéndola; no rae desagrada la proposición que acabáis de hacerme, pero necesito para contestaros el término de tres meses en el que consultaré con mi hija lo que debo de hacer antes de disponer de su mano. Rabeca que no esperaba una contestación tan propicia se ret iró alborozada á su casa, en la que part icipó á su hi jo todo lo que la había pasado con el emperador y la favorable promesa que la habia hecho de darla una respuesta dei ini t íva á los tres meses.

  • —19—

    ,.rm .| ¡ ii!tsl>ií9it) Oh I m T '• 'i !(•;•»i»j oJ8li< líui 01 i M j ' ••"i

    La pr incesa B a d r a h u l d u r se casa con el h i jo del g ran v i s i r . — Recursos que emplea Á l a d i n o p a r a esíorhar la cons imac ion del m a t r i m o n i o . — E s p i r a el p lazo de los íres meses en que al sul-tán debía da r una respuesta á l a madre de A l a d i n o . — Sé la dá y se casa po r f in con la p r i n c e s a , sucediendo p a r a ello óU' r iosas aventuras.

    Conlento pobff.mrmera quedó Aladino con la respuesta quc lehab ia traído su madre y espi raba con áasia el que cumpliera el plazo de ¡os tres meses que h'ibia dado el emperador para dar una res-puesta de fu i i l i va ; y animado con la esperanza de que seria satis-factoria, recobró su antigua alegría y tornó á sus pasadas diver-siones, que á la verdad no dejaban de ser inocentes. Ya hablan trascurrido mas do dos meses, cuando una mañana se halló sor-prendido por un repique general de campanas, muchas orquestas y grande algazara en toda la c iudad: salió de su casa con el objeto de indagar las causas que habia para aquellos públicos re-gocijos; y á poco ralo de salir de ella supo con harto dolor de su corazón que la princesa Badrahuldur se casaba aquella misma no-che con el hijo del gran visir y que por este fausto acontecimien-to se mandaban hacer grandes festejos en todo el imperio. Aladi-no quedó mortal al escuchar tan tristes nuevas para é l , y justa-mente irr i tado contra el emperador porque no le hpbia cumplido la palabra que le habia dado, juró estorbar aquel mair imonio aunque para ello tuviera que sacrificar su v ida ; se retiró á su casa y en ella esperó que llegase la hora en que los novios fueran á disfrutar de la suprema dicha del himeneo; cuando conoció que era tiempo de que se recogiera la princesa y su esposo, tomó su lámpara y frotándola con arena apareció el genio que le hobia servido ante-r i o rmen te , y le d i jo : ¿qué mandas? aquí estoy dispuesto á ser-vir te en cuanto te plazca. Aladino le contestó1: vuela al palacio de S. M. v antes que e! hijo del gran visir pueda hacer las pr i -meras caricias á su esposa, que es la princesa Badrahuldur, traé-melos con el mismo lecho imperial á mi habitación, poniendo ante en lo mas alto de la azotea al novio, mí odioso r iva l . El genio GU apareció y á pocos instantes volvió con la br i l lante cama de bo-das en que venia acostada la princesa, pues el hijo del gran visir ya habia quedado en lo mas oncumbrado de la azoica pasmado dü

  • — s o -fr ío. La princesa se hallaba acongojada al verse trasportada por los aires hasta una habitación desconocida para e l la ; pero Aiadino la quitó parte del susto jurándola que no ofendería su honor y que su objeto era solo el estorbar la consumación del matrimonio con el hi jo del gran visir: se acostó con ella, pero puso entre los dos una bri l lante espada que aseguraba lo sagrado del juramento. Pol-la mañana volvió á llamar al genio y le mandó volviese al palacio de S. M. á los dos novios en el mismo lecho que les habia traí-do hasta al l í ; el genio obedeció prontamente y la princesa y su esposo fueron trasladados á la misma habitación preparada para su nupcial dormi tor io : asustados con lo que les había acaecido la anterior noche no tuvieron aliento para hablarse ni una sola palabra; el hijo del gran visir pr incipió á vestirse, temiendo volver á ser trasportado á la azotea adonde habia pasado el frío mas cruel c intenso. La princesa, aterrorizada con el estraordínario suceso, se hallaba sumergida en la mayor congoja, en cuyo estado (a hallaron su padre y madre, sin poder atinar el motivo de su palidez y el de su tristeza, idéntica duda se les ofreció con el novio, que tam-bién parecía un desenterrado, pero en aquel día nadie se atre-vió á pedirles espiícacíones acerca del motivo de sus amarguras y pesares, atribuyéndolo al rubor que es consiguiente á los recien casados ó á otras causas anejas al mismo asunto. La siguiente noche volvió Aiadino á frotar la lámpara y tornó á aparecérsele el genio , á quien mandó practicar la misma operación que la an-ter ior noche. E l hi jo del gran v is i r , que no quería pasar la plaza de cobarde, se acostó con la princesa; pero apenas habia dejado caer el cuerpo sobre los mullidos colchones cuando el lecho prin-cipió á moverse con violencia ; y al poco rato se encontró en la misma azotea que habia estado la noche anterior y la princesa al Indo de Aiadino, que la repit ió su promesa de no atentar contra su honor. Por la mañana volvieron los novios á ser trasportados á su habitación, pero decididos á revelar los estroordínarios sucesos que habían pasado en las dos noches. Efectivamente, uno y otro con-taron á los emperadores y al gran visir lo que les habia ocurr i-d o , suplicándoles deshiciesen el casamiento respecto á que era re-probado por el Profeta. Convencidos los padres de los ilustres no-vios de que no era posible que continuasen así los dos jóvenes dispusieron anular el enlace, y dieron órdenes para que en todo el imperio cesasen las fiestas y los regocijos que se habían man-dado hacer paralas regías bodas. Aiadino recibió con contento esta fausta noticia y no perdió la esperanza de que la hermosa pr in-cesa llegaría á ser suya. A los pocos días de anulado el matrí-pionío dé la princesa, cumplió el plazo de los fres meses quebahiri

  • — 21 — dado el emperador á la madre de Aladino para responder si le concedia ó negaba \Q mano de su hi ja. El huérfano suplicó

  • — ' 2 2 -marcha; seguían á estos cuarenta esclavos negros mezciaclos con otros cuarenta blancos: cada uno de ellos llevaba sobro la cabeza una grande bandeja de oro macizo que contenían objetos preciosos correspondientes a una gran vogüla; también llevaban hermosos vestidos, col lares, pendientes y sortijas para la emperatriz y su h i ja . Detrás de los ochenta esclavos seguía una magnílica orquesta com-puesta de cien instrumentos; á esta seguía Aladino en su brioso corcel y detrás de él cuarenta escuderos montados, siendo la retaguardia otros cuarenta esclavos que llevaban del diestro otros tantos caballos, cuyos bri l lantes jaeces deslumhraban con su esplendor; tan numerosa y bri l lante comit iva jamás la habían visto en el imperio de la China, y así es, que las gentes se atropellaban unas á otras por correr á ver una cosa tan rara y maravillosa. Cuatro de los escuderos iban tirañdo monedag de oro á ¡a gen te , que apenas se paraba á cogerlas por no perder de vista á !a br i l lante comit iva. El monarca á cuya noticia llegó aquel estraordinario suceso, no düdó seria algún soberano el que venia á honrar su ciudad con aparato tan br i l lante, y así mando vestir de gala á todos los sirvientes y guardias de su palacio. Aladino se dir ig ió á él y después de haber entrado con toda la comi t i va , pidió la venia para hablar al emperador: concedido el permiso entró en el salón imperial Con los ochenta esclavos que llevaban los regalos y postrado ante el trono del emperador le dir igió este discurso: poderosísimo señor, ayor se dignó V. M. decir á mi madre que el que os hic iera el mejor y mas costoso presente le daríais la mano de vuestra hermosa hija la princesa Badrabüldur. Yo soy Aladino y vengo á pretender la, si es que quedáis satisfecho con el presente que vais á ver ; en este acto principiaron á desfilar los esclavos y escuderos, dejando á la vista del monarca cuantos objetos l levaban. Atóni to el emperador de mirar tanta riqueza, y no disgustándole el lenguaje y finos modales de A lad ino, no pudo menos de concederle la mano de su h i ja , manifestándole que deseaba que aquella misma noche se verificase el matr imonio; pero Aladino le contestó que se dignara suspenderlo hasta tanto que él mandase fabricar un palacio digno de ser habitado por la princesa : largo le pareció el plazo al emperador, pero accedió á ello por complacer á Aladino, de quien estaba prendado. Retirado á su casa después de haber besado la mano á su futura esposa, tomó la lámpara y frotándola como otras veces, apareció el genio y le d i jo : ¿que me mandáis? en todo quedareis complacido. Necesito un palacio que ha de edificarse esta misma noche y quiero que sea mucho mejor que el del mismo emperador y en él edificarás una gran sala con ve in t i -ü-cs celosías iguales eíl p r i m o r , y la que haga veint icuatro harás

  • — 2 3 -que no pueda hacer otra igual ninguno de los mortales que ha-bi tan el mundo. El genio hizo una profunda reverencia y desapa-reció súbitamente. A l amanecer del siguiente dia se hallaba el palacio edificado con mucho mas gusto y esplendor que el que ocupaba el monarca. Gomo este prodigio se levantó delante y en-frente del mismo alcázar del emperador, se sorprendió e^te al ver edificado en horas un edificio tan suntuoso y be l lo ; pera Aladino vino á sacarle de su sorpresa, manifestándole que ya podia ver i -ficarse su enlace, respecto á que el palacio que debia ooupar la princesa se hallaba concluido. Verificado el matr imonio con gusto de lodos, Aladino y su esposa pasaron á habitar su palacio, el que reconoció el emperador muy minuciosamente; pero habiendo nota-do que el mejor de sus salones tenia una de las celosías por con-c lu i r , preguntó á Aladino que en que consistía aquella fa l l a . Ala-dino le respondió: esa fal la, señor, no ha sido descuido, es un capricho que tengo en que V. M. disponga que la pongan igual á las oirás veintitrés que tiene la sala, el emperador quiso complacer á su ye rno ; pero á los seis meses de trabajo por los mejores operarios de la córte, no pudieron adelantar mas que una mi tad , después de haber concluido para hacerla con toda la br i -llante pedrería que tenia el imper io; en este estado se presentó el director al emperador y le di jo: señor, para acabar la celosía se necesitan otras tantas piedras preciosas como las que van gastadas y otros seis meses de trabajo. Viendo el emperador que le era i m -posible soportar tanto gasto, se lo manifestó á Aladino, quien le contestó sonrióndose; mañana estará concluida sin fal la alguna ; efec-t ivamente, dió la órden á su genio y al siguiente dia se hallaban iguales las veinticuatro celosías.

    A lad ino, querido y respetado del pueblo y amado de su esposa nada parecía turbar su fel ic idad, y se dedicaba á hacer limosnas á los necesitados y cazar en los bosques muchos dias.

  • —24'—

    CAPITULO V.

    E l mago africano averigua por su cuadrante geomántico la f e l i i suerte de Aladino.—Deseoso de venganza marcha á la China, y apoderándose de la lámpara maravillosa, trasporta á Af r ica el palacio de Aladino.—Este lo vuelve á recobrar dando muerte al mago y á un hermano.

    EL mago africano tuvo un dia la curio-sidad de saber don-de se hallaba su lám-para, y si Aladino habia quedado se-pultado en el subter-

    ráneo; para alcanzar su deseo, sacó su cua-drante geomántico y su reloj mágic/ós; echó el horóscopo y consultado los astros, supo que Aladino habla casado con la hija del emperador de la China, y que habitaba un magnífico palacio frente al del monarca, todo por la v i r tud de la lámpara mara-

    * vil losa. Deseoso el mago de vengarse de Aladino y de apoderarse de la lámpara,

    Jx se puso en camino para la China, á la que | l l 11 ll

  • —£i5— diversión que por el interés que pudiera resultarla; y así dio facnl-lades á las doncellas para que hicieran el cambio: estas principia-ron á buscar por todos los rincones las lámparas viejas, y hallando sobre una cornisa del salón de las veinte y cuatro ventanas, la lám-para maravil losa, que Aladino habia tenido la indiscrcccion de te-nerla en aquel s i t i o , la mezclaron con las demás, y bajaron á ver i -ficar el cambio. El mago africano les dió igual número de lámparas nuevas por las viejas é inservibles que le entregaban, y se ret iró á su posada muy satisfecho del gran negocio que acababa de hacer. Las doncellas subieron á la habitación de la princesa, y la mani-festaron las lámparas que hablan cambiado, teniendo por un men-tecato al que tan mal uso hacia de sus mercancías.

    Luego que el mago llegó á la posada se encerró en su habita-c i ó n , y cogiendo la lámpara maravil losa, cuyas señas conocía per-fectamente, la restregó con arena, y el genio apareció inmediata-mente diciendo: ¿Qué me mandas? Áqui me tienes pronto á obe-decerte, como esclavo que soy de todo el que posea esa lámpara maravillosa. E l mago le contestó; te mando que esta misma noche rae introdazcas en el palacio de Aladino, y hecho esto, que nos trasportes en él á Af r ica : el genio desapareció, afirmando con un ademan que quedaría complacido. En la misma noche el palacio de Aladino con la princesa y todos sus sirvientes, fué trasladado á Af r ica. No es fácil de describir el senlimiento de la princesa cuando se la presentó el mago africano manifestándola la mutación que acababa de esperimentar; para cerciorarse mas de la verdad, salió á un balcón y observó con dolor y asombro que efectiva-mente el palacio se hallaba en una t ierra estraña y lejos de la corte del emperador de la China. El mago la informó de la v i r tud de la lámpara, y de todo cuanto le habia ocurrido con Aladino, á quien juzgaba muerto por su padre, tan luego como hubiera ob-servado la desaparición del palacio. Desesperada la princesa con verse separada de su querido esposo, y seducida por el mago que la ofrecía su amor, no hacía otra cosa que llorar y cubrir de in-sultos y denuestos al afr icano, que se la presentaba todos los días. E l emperador de la China tenia por costumbre, tan luego como se levantaba, el asomarse á un balcón, desde el que contemplaba con placer el hermoso palacio que habitaba su h i j a : el día de la des-aparición de aquel practicó la misma operación, y quedó atónito cuando en vez del palacio solo vió el ancho campo que ocupaba. No queriendo dar crédito a sus ojos, l lamó al grdn visir y otros sirvientes, por ver si ellos podían distinguir el palacio de AladK no ; pero á todos ellos les sucedió lo que á su señor, y convinieron que Aladino era un nigromántico encantador, digno del mayor cas*

  • —26— l igo. I r r i tado el emperador hasta el grado mas in f in i to , mandó que inmediatamente saliesen veinte hombres armados y condujesen á su presencia atado de pies y manos al nigromántico Aladino que se hallaba aun en caza; los guardias ejecutaron sus órdenes, y á las pocas horas entró Aladino en la ciudad como el mayor del incuenle; puesto á la presencia del emperador, mandó este que le cortasen la cabeza, en atención á que ningún descargo daba de su de l i to ; efec-t i vamen te , Aladino no atinaba el motivo de la desaparición de su palacio, y por consecuencia no podia dar otros descargos de que él estaba ignorante de todo.

    Entregado Aladino al brazo del verdugo, este le quitó una ca-dena que llevaba al CURIIO, y haciéndolo arrodi l lar, le vendó los ojos, desenvainó su alfange y se dispuso á descargar el terr ib le golpe en el instante que el sultán le diese la señal.

    Como el pueblo amaba tanto á Aladino por su carácter amable, generoso y l imosnero, se alborotó al saber su sentencia de muer-te , y asaltó el palacio del emperador pidiendo su indul to; este no pudo menos de concedérsele, mandando que le sacasen de la c iudad, de donde le desterraba para siempre. Arrojado Aladino de la cór te , se ret i ró de la presencia del emperador sumamente abatido. A l atravesar las antesalas y los palios no se atrevia á levantar los ojos del suelo, según lo avergonzado que se hallaba. Los pala-ciegos, a quienes habia servido en diferentes ocasiones, ahora le huian volv iéndole las espaldas, y desdeñaban aun d i r ig i r le una mirada de compasión. Guando estuvo fuera del palacio principió Aladino á recorrer las calles como loco, preguntando de puerta en puerta si alguien sabia qué había sido de su palacio, qué de la princesa Badrabuldur; pero nadie satisfacía sus deseos, y todos se burlaban de sus preguntas creyendo que Aladino habia perdi-do el ju ic io . Tres dias anduvo recorr iéndola c iudad, mantenién-dose de lo que las gentes sensatas, movidas á compasión, que-rían suminist rar le.

    La situación de Aladino podia durar muy poco, y asi hubo de abandonar la c iudad , saliendo al campo sin saber adonde d i -r ig i rse. Anduvo errante algunas horas, y al anochecer llegó á la or i l la de un r i o . Detuvo sus pasos y estuvo algunos instantes fluctuando entre el desesperado pensamiento de poner íin á su existencia y el deseo de volver á ver á su adorada esposa. Ven-ció al ñn su corazón el cr iminal in tento, y puso sus pies sobre la margen del r i o ; pero como fiel creyente quiso orar antes de acabar su vida. Se acercó á la orilla para lavarse las manos y el ros t ro , según la costumbre de su pais, y como el terreno estaba en declive y muy resbaladizo, rodó hacia el agua; pero afortuna-

  • —27— Jámente pudo agarrarse á un peñasco que sobresalía y l iherló su vida. Esto fué para él un aviso del cielo que conmovido su corazón le hizo arrepenl i r de l alentado que iba á cometer.

    Se sentó á orillas del peñasco llorando su desgracia y la pérdida de su amada esposa; pero acordándose que aun conservaba en su dedo el amillo que le habia dado el mago al entrar en el subterráneo, juzgó que le servirla en: aquella ocasión como lo habia hecho otras veces: confiado en esto le rozó contra la peña y en el momento apareció un genio de fea y gigantesca f igura , que le d i jo : ¿qué me mandas? Aquí estoy para obedecerle. Aladino le contestó: te mando que vuelvas á colocar mi palacio en el mismo sitio en donde se hallaba, á lo que le replicó el genio: eso no puedo hacerlo y o , pues corresponde á los esclavos de la lámpara maravi-l losa; pues entonces, replicó Aladino, condúceme á la presencia de mi amada esposa: el genio obedeció y á los pocos instantes se halló Aladino en el Africa en medio de una deliciosa pradera, teniendo ante su vista su magnífico palacio que reconoció muy bien. Como muy á deshora y en todo aquel recinto reinaba el mas profundo sosiego, Aladino se ret i ró al pie de un á r b o l , no queriendo en aquel momento l lamar á las puertas por no in ter rumpi r el sueño de su esposa. Cavilando en los acontecimientos porque habia pasado y halagado por el dulce pensamiento de hallarse tan cerca de su adorada, rendido al fin por el cansancio después de seis dias que no dormía, se entregó al sueño en el mismo sitio en que se hallaba. El gorgeo de los pájaros le despertó al despuntar la aurora. Fijó su vista lleno de regocijo en el portentoso palacio, se levantó y se acercó al aposento de la pr in-cesa. Principió á pasearse debajo de las ventanas y reflexio-nando en cual pudiera s e r l a causa del infor tunio que iba espe-r imen lando, creyó que no podia ser otra sino el haber perdido su lámpara maravil losa.

    Desde que habla sido trasladada al A f r i ca , la princesa Badrabuldur madrugaba mucho mas de lo que antes era su costumbre, viéndose precisada á recibir las visitas del mago afr icano, el cual aunque era dueño del palac io, no se habia atrevido á hospedarse de pronto en él ,por no desagradar á la princesa que siempre le trataba con la mayor aspereza.

    En aquel día una de las doncellas que la vistieron ocercan-dose a una celosía descubre á A lad ino, y llena de gozo se lo part icipa á su señora. Esta no pudiendo dar crédilo á tan in-esperada nueva, corre á la ventana y nada vé , porque ya las puertas de palacio se hablan abierto y Aladino subía impaciente las escaleras.

  • — 2 8 — Llegó Aladino al salón de su palacio de las veint icuatro

    ventanas: á poco rato entró en él la princesa Badrabuldur, y reconociendo á su esposo á quien jamás pensó vo l ve rá ve r , le abrazó cariñosamente dándose repetidas enhorabuenas. Pasados los primeros momentos de júb i lo , se contaron mutuamente los dos esposos lo que les habia ocurrido durante su separación, no omit iendo n in-guno de sus pormenores. Aladino preguntó á la princesa si sabia donde tenia la lámpara el a f r icano, á lo que le contestó que siem-pre la llevaba en el seno, pues todos los dias se la enseñaba para aumentar sus tormentos y patentizaría su t r iunfo . ¿Y cómo os trata ese hombre pérfido? prosiguió Aladino. La princesa le contestó: todos losadlos viene una vez á verme, y creo que no me im-portuna mas á causa del poco fruto que saca de sus visitas. En ellas no me habla mas que de vuestra separación, queriéndome persuadir á que os falte á mi fé y le tome á él por esposo: me dice que habéis muer to , habiéndoos mandado degollar el em-perador nú padre. Mi constante respuesta son quejas y amargo l l an to , con lo cual se ret i ra de mi lado mucho mas desconsolado que cuando vino. El sin duda espera que porfiando un dia y otro dia llegará por fin á lograr sus deseos y en úl t imo caso recurr irá á la violencia; pero este temor ya en mí se ha desvanecido con vuestra presencia.

    Princesa adorada, repuso A lad ino , en efecto podéis confiar tenién-dome á vuestro lado que todos sus diabólicos planes se habrán des-baratado: creo que pronto podremos vernos libres de vuestro enemigo y el mió. Ahora es preciso que yo vaya á la ciudad; cuando vuel-va os comunicaré mi proyecto.

    Sal ió , pues, Aladino y dirigiéndose á la casa de un droguero muy afamado, le pidió unos ciertos polvos que eb mercader se negó á vender le , diciéndule con aire sospechoso: eso queme pedís, quien quiera que seáis, yo no lo puedo vender sin la competente l icencia; y dad gracias á que hiibeis dado con uno de los mer-caderes mas honrados del barr io, porque sino vuestni demanda podría costares demasiado cara. Otras muchas contestaciones me-diaron entre el mercader y Aladino; pero al fin como el i.aerés vence las mayores di f icul tades, logró el príncipe su deseo dandó al mercader una crecida suma de dinero.

    Volvió Aladino á su palacio y dijo á la princesa: es p eciso que hoy mismo cuando venga el m.igo á v is i tar le, le mm stres el mayor agrado y aparentes acceder á sus dedeos respecto a que te ama con tanto de l i r i o : para híicérselo creer le convida ás á cenar, y le pondrás en la c^pa en que beb.i estos polvos que des-liarás en el vino que contenga: cuidado no cambies lus copas, pues

  • — 2 0 — moririas i r remisiblemente. Hechas toilas estas advertencias salió Ala-diño de la habitación de la princesa y se escondió en otra para ob-servar lo que sucedía con el mago africano: este llegó según te-nia costumbre y la princesa lo recib ió, no solo con agrado, sino aparentando amor ; le mandó sentar á su lado, y después de m i l cariñosas demostraciones, le suplicó se dignara acompañarla á ce-nar , el mago ardiendo en deseo de amor, accedió á lo que pedia la princesa, calculando que después de la cena coronaria el t r iun-fo de sus deseos. Sentados á la mesa principiaron á comer de los diferentes manjares que les presentaban las sirvientas. La princesa tomó su copa y br indó por el Dios de amor, á cuyo brindis corres-pondió el mago apurando el l icor que contenía la suya. No se ha-bían pasado cinco minutos desde el brindis cuando el mago prin-cipió á rechinar los dientes, hacer visages con los ojos ya desen-cajados, y á estar poseído ée las mas violentas convulsiones, cayendo por ú l t imo muerto sobre la a l fombra: entonces avisó una doncella á Aladino que entró precipitadamente en la habitación. Su pri-mer objeto fué registrar el seno del muer to , en el que halló sin dificultad la anhelada lámpara maravillosa. Mandó arrojar al mago á un foso , y el se puso á cenar con la princesa; concluida la cena y mientras la princesa se desnudaba, Aladino pasó á otro retrete, y frotando la lámpara, se le apareció el mismo genio que ya había visto otras veces. Aladino le mandó que inmediatamente trasladase el palacio á la capital de la Ch ina, colocándole en el mismo sit io en que habia sido edif icado; el genio desapareció ofreciendo con ademan respetuoso la obediencia.

    Satisfecho Aladino de la obediencia del genio se acostó tran-qui lamente con la princesa, seguro de que á los pocos instantes se hallarían trasportados al Af r ica. Los dos esposos se felicita-ban mutuamente de hallarse reunidos y daban gracias al Eterno Hacedor por haberles deparado aquella ventura. La princesa suplicó á Aladino la manifestase la causa de tantos prodigios; pues como ella estaba ignorante de todo no podía atinar de qcié emanaban los asombrosos encantos que habia presenciado. Aladino complació á su esposa relacionándola cuanto le habia ocurrido de^de la ni-ñez , no omit iendo el casual encuentro con el mago africano; lo que le sucedió en el subterráneo donde estaba la lámpara maravi l losa; sus ja rd ines, sus frutas, su riqueza, con todo lo demás que vió en aque-lla prodigiosa caverna de la que no hubiera salido jainá& sin la vir-tud del anillo que le había entregado el mago. En seguida la re-lacionó cómo se habia enamorado de ella en el baño y los medios de que se habia valido para frustrar el mair imonio con el hijo del gran visir, y por ú l t i m o , la contó todos sus pesares desde el momea-

  • — S O -lo en que habia sido preso por el emperador, hasta que habia alcanzado la dicha de volverla á ver. La princesa por su parte relacionó á Aladino los grandes disgustos que habia pasado desde que se habia separado de é l ; el sumo horror que le inspiraba el mago africano con sus fastidiosas y continuas gestiones para alcan-zar su amor,,y le aseguró, por ú l t imo , que no viviria tranquila en el ín ter in no volviese á la China al lado da su padre el empe-rador. Antes de que llegue el á'm quedará satisfecha tu deseo, con-testó Aladino á la princesa, y puedo asegurarte que en este mismo instante nos hallaremos ya con nuestro palacio en la gran capital de la China. La princesa alborozada con tan agradable nueva saltó de la cama y corrió á un balcón á cerciorarse si su esposo la de-cía verdad. ¡Cual fué su asombro cuando al abrir le lo primero que se ofreció á su vista fué el soberbio alcázar de su padre! Estasiada en contemplarle permaneció al balcón hasta el amanecer que se ret i ró á vestirse y esperar la impresión que haria la reaparición del palacio de Aladino. >

    El emperador consumido por la tristeza desde la desaparición de su hi ja y el palacio de A lad ino, tenia de costumbre levantarse muy temprano y ponerse á contemplar desde un balcón el sitio en que se hallaba el palacio de su h i j a ; una mañana que quiso practicar esta operación se halló sorprendido con la agradable vista del soberbio edificio que habia reaparecido; inmediatamente se dir igió á él y tuvo el placer de ver que era el mismo que habia edificado Aladino para hospedar á su esposa la princesa Badrabul-dur . La princesa y Aladino que ya calculaban la impresión qao causaría á su padre la reaparición del palacio, salieron á su encuen-tro y le abrazaron cariñosamente, contándole todo cuanto les habia ocurr ido. El emperador mandó hacer grandes rogativas y funciones por este fausto suceso que el pueblo entero celebró con alegría por lo mucho que amaba ó Al o (11 DO •

    Un hermano menor del mago africano, que tambiem poseía la ni-gromancia, averiguó por su cuadrante geoinántico, que Alodíno balita envenenado á su hermano,, y deseoso de vengar su muerte se d i -rigió á la China, en donde esperaba poder l levará cabo sus proyec-tos ; llegado á ella se informó que una eremita llamada Jalima pa-saba la plaza de santa por los milagros que hacía , se dirigió á la ermi ta ; y como Jalima no recelase de nadie, abrió la puerta y dió entrada al. estraoj^ro, juzgando vendría á pedirla algún consojo ó auxil io en sus aílicciones. El africano la cogió por el pescuezo y la ahogó inmedialameule; enseguida se puso sus hábitos y velo y asi disfrazado llegó hasta el palacio de Aladino. Las gentes cor-r ian entusiasmadas tras la fingida santa besándola el manto; y co-

  • - S i -no todo esto lo viese la pr in Qsa desde los balcones de su pala-c i o , mandó á uno de sus sirv -ntes que bajara, y que en su nom-bre suplicara á la santa se di ñara subir á su habitación. Tan lue-go como el mago escuchó la súplica, subió al salón de las veint i -cuatro ventanas, en que le esperaba la pr incesa, y postrado á sus pies la dió con aparente modestia las mas espresivas gracias por el favor que la dispensaba. La princesa la mandó levantar; pero la fin-gida santa continuaba de rod i l las , con los ojos fijos en el techo del gran salón, la pr incesa, observándola en aquel estasis, la pre-guntó que era lo que la llamaba la atención ; a lo que contestó la fingida eremita. Señora, estoy contemplando que á esta magnífica sala, para ser la mas bien acabada que tiene el mundo , la falta que en el centro de la techumbre tenga colgado un huevo de una ave grandiosa que se llama Roe. En este momento entró A la-dino y le manifestó la princesa lo que la santa decía, suplicán-dole mandase buscar aquel hermoso huevo para colocarle en donde la santa indicaba. Aladino se retiró á su aposento, y tomando la lámpara maravi l losa, la restregó fuer temente, apareciendo en se-guida el genio de siempre. ¿Qué me mandas? le dijo el genio con ademan fiero. Aladino le contestó con firmeza: Te mando que inmediatamente traigas el huevo del águila Roe, y le cuelgues en el centro del techo del salón de los veint icuatro ventanas. E l genio dió un rugido espantoso y se escuchó un estruendo que hizo retemblar el palacio. No puedo complacer te, ingra to , respondió el genio. ¿Quieres que yo mismo cuelgue á mi dueño y señor? Si asi lo h i c ie ra , dentro de breves instantes se desplomaría este edif i -cio y te quedarías sepultado en sus ruinas. Aladino dió contra-órden al gen io , y dirigiéndose á la habitación donde estaba la p r in -cesa dió muerte á la fingida santa, á quien el genio le había hecho conocer como hermano del mago afr icano.

    El hermano del mago africano había abandonado su país y venido á la China con el objeto de vengar su mue r te ; y por su cuadrante geomántíco había podido averiguar que el huevo del Roe era el nudo gordiano del encanto que tantos prodigios hacia surt i r á la lámpara maravillosa. Por relación de su herma-no y por sus cábalas nigrománticas, sabia, á no duda r , que col-gado dicho huevo en cualesquiera de los edificios fabricados por v i r t ud de la lámpara maravillosa, vendría abajo, quedando sepul-tados en sus ruinas á cuantos habitantes contuviese en su centro: esta averiguación le obligó á buscar un recurso por lodos le» medios posibles para introducirse en el palacio de Aladino ó ins-

    Íi irar á la princesa un ardiente deseo de poseer el huevo del Roe: legado á la Ch ina , y habiendo averiguado la gran nota de santa

  • qun tenia F í i l ima , corr ió en 01,1 a, y logrando sorprnnder la, la (lió rauerU!, corno llevamos i. .i-, lo : se vistió (;