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AÑO IV Nº 39 - MARZO 2015

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Pinturas de Paraguay y Un relato sobre Chile después del Golpe de Estado, desde la perspectiva de un niño de 10 años.

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AÑO IV Nº 39 - MARZO 2015

JORGE VON HOROCHpintor paraguayo

RAÚL ESPINOZA MELLAescritor chileno

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Jorge es un pintor, que plasma en sus trabajos la na-

tural belleza de ese Paraguay que está allí, un poco

más allá de los centros turísticos que solemos ver en

fotos y reportajes. Su técnica es delicada y su estilo

naiv suele encantarnos, precisamente por la senci-

llez y lujo de detalles que nos hacen respirar el aroma

de los paisajes y caseríos que pinta. Como no todos

podemos acceder a comprar sus obras, él, generosa-

mente nos ha permitido mostrar algunas en nuestra

revista, esperamos disfruten su arte.

“Corazón Parchado” es una obra que desde la inge-

nua, pero no menos impactante visión de un niño

chileno, da testimonio de una etapa histórica impo-

sible de obviar u olvidar. Nos parece que Raúl Gui-

llermo Espinoza Mella, logra llevarnos como mudos

testigos a una realidad estremecedora, que todos

debiésemos conocer, para que nunca más se repita,

ni en Chile, ni en ningún país donde hayan niños.

Ariel Figueroa Ortega

Von Horoch y Espinoza Mella

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Von Horoch y Espinoza Mella

Jorge Von Horoch

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RAUL ESPINOZA MELLA

“Entre el ir y venir de una vida, transcurre una eternidad”

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1. Durante las tardes me siento y miro a través del vidrio de la ventana del departamento en el cual vivo junto a mi fa-milia. Mi papá decía que la gente es y se ve como ellos quieren ser o como quieren que las vean. Yo las miro desde el cuarto piso y se me antojan hormigas que transportan toda clase de cosas. Y, también, hay distintos tipos de hormigas, quiero decir… ¡En realidad es tan difícil de explicar!

Me gusta estar a solas con mis pensamientos. Mi papá decía que voy a ser filósofo. Sí, esas personas que dedican su vida a pensar. ¡Aún no entiendo por qué lo hacen! Y mucho me-nos sobre qué piensan. ¡No creo que yo vaya a ser filósofo! La verdad sea dicha… Ni siquiera sé si me gustaría crecer. Por lo que he visto, los adultos complican demasiado las cosas. Por las complicaciones no sabemos nada de papá. Mamá nos tranquiliza a todos, diciendo que se fue en viaje de negocios, pero yo he visto en el viejo ropero de mis padres que está toda la ropa de él. No creo que se haya ido desnudo y, mucho me-nos, en viaje de negocios.

Los adultos, una de las tantas razones que tengo para no lle-gar a ser uno de ellos, siempre están disfrazando la realidad. Son como esos payasos de circo pobre… ¡Cómo ése al que fui-mos el mes pasado! Sí, el que se instala en los terrenos pelados como a diez cuadras de nuestro departamento. Pensándolo bien, donde vivimos no hay muchos árboles, sólo tierra y pol-vo. Decía, los payasos de ese circo se empiezan a sacar la ropa, una tras otra… Lo mismo hacen los adultos, cuentan una his-toria y, a menudo, a esa misma historia le van agregando o

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sacando ropa… ¡Ustedes entienden lo que quiero decir!

Quizás sea mejor que les diga quién soy. Aunque no estoy seguro que sea lo correcto. Yo escribo lo que siento, pero no me interesa que lo lea nadie, ni siquiera una persona en es-pecial. Yo guardo estos escritos en un lugar secreto. Por ser secreto no lo anotaré aquí, pues si lo hiciera… ¡Dejaría de ser secreto! En fin, vivo en un departamento, de eso que las autoridades construyen pensando que los que van o vamos a vivir ahí, somos enanos traídos de algún lugar de África. Tiene dos dormitorios. En el más grande duermen mis papás. Al menos, ahora, duerme solita mi mamá, ya que papá, como les conté, anda en viaje de negocios. Me olvidé, ella duerme con Sofía que es mi hermana menor de cuatro años. Es muy bonita. Tiene sus ojos negritos como las aceitunas y en las mejillas, cuando ríe, se le forman unos hoyitos que se llaman “Margaritas”. En el otro dormitorio duermo yo, Javier, con mi hermano mayor. Este último casi nunca está en casa ni tampoco en el liceo. Eso hace que mamá siempre diga que Víctor, así se llama, le va a hacer que le salgan canas verdes. Yo siempre miro el pelo de mi mamá y todavía no le veo una cana verde. ¡Una cana verde! Creo que sería un hecho de in-terés científico mundial. Claro que a mi pobre y linda mamá le están saliendo canas, pero blancas y plateadas. Eso le da un aire de tristeza permanente, pero igual la hace verse más linda. Mi mamá se llama Patricia y la verdad es que no sé cuál es su edad, pero yo calculo que unos cuarenta, tomando en cuenta que Víctor tiene dieciséis años y yo tengo nueve; la verdad es que ya son casi diez.

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El resto del departamento tiene una cocina muy estrecha. Apenas puede transitar una persona. Mi mamá lo hace sin problemas ya que, afortunadamente, es delgadita. Mamá es bonita, pero la tristeza la ha ido marchitando… Se ha ido poniendo mustia como esas flores de los jardines de la pobla-ción que alguien planta y jamás se riegan. A mi mamá le fal-ta que la rieguen. Cuando estaba mi papá la regaba siempre y se veía muy dichosa. Yo recuerdo las risas de felicidad de mi mamá cuando estaba mi papá. Antes de que se convirtiera en vendedor o negociante. La verdad es que no me creo esa historia sobre mi papá. Hay en el departamento, ya que de eso estamos hablando, un living – comedor, que es tan peque-ño que sólo cabe el comedor y un televisor antiguo que papá recibió como herencia a la muerte de no sé quién.

A mí me gusta salir a caminar, pero me carga volver, antes del toque de queda, al departamento por las escaleras que hay que subir. Además, en invierno, es muy helado vivir ahí. ¡En fin! Mamá dice que ya todo se va arreglar, pero no le creo. No es que ella mienta, pero se nota en su cara y voz que lo dice sin convicción. ¡Convicción! Esa palabra me la enseñó mi papá. Decía que es creer con fuerza en sus propias ideas. Parece que por sus convicciones, el papá tuvo que irse en viaje de negocios. Recuerdo que él me decía que era muy importante conocer nuevas palabras, expresar bien las ideas. Por eso yo siempre estoy buscando nuevas palabras.

Ya son cerca de las siete de la tarde y las calles empiezan a quedar vacías…

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2. En las mañanas, como a las siete, mi mamá me levanta y, yo, semi- dormido, me lavo y me pongo la ropa para ir a la escuela. Me gusta ir a la escuela, ya que tengo varios amigos. Mamá me va a dejar hasta la puerta, donde siempre está el Director, un hombre alto, moreno y de ojos verdes… ¡Parece un perro guardián que está protegiendo la entrada! La ma-yoría de los niños y niñas le tienen miedo. Es tan malo que algunos alumnos, los más grandes, le dicen “Pete, el negro”. Este perro, quiero decir el Director, es muy bravo; si ve a una niña sin cintillo le tira sin piedad el pelo y es muy bueno para repartir cachetadas. Mi mamá dice que como vivimos asustados, pues la gente no reclama. Yo, como me enseñó mi papá, no me voy a dejar pasar a llevar por nadie y si me lle-ga a pegar… ¡Le voy a devolver el golpe! Mi papá me enseñó muchas cosas antes de salir de viaje de negocios y al Víctor también. Estoy en cuarto básico y, modestamente, soy uno de los mejo-res alumnos de mi curso. Mi profesora es una señora bastan-te mayor y se nota que está cansada y que anda como asus-tada. A mí se me figura como un pollo entumido. Pareciera que cada día se va achicando más y más. En todo caso, ella jamás levanta la voz y mucho menos la mano como lo hace el perro, quiero decir el Director. Una vez escuché a una señora decir que el Director era un sádico y que se aprovechaba de los tiempos que vivimos.

Cuando llegué la casa busqué en el viejo diccionario el sig-nificado de “Sádico”…”Persona que goza con el sufrimien-

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to de los demás o que hace sufrir a los demás seres” Se lo comenté a mi mamá y me dijo que en el país mandaban pu-ros sádicos, empezando por… Y se calló y se puso a llorar y partió corriendo al dormitorio y abrazó la almohada igual como abrazaba a papá. Sofía se acercó y ella la abrazó y más lloraba. Sus ojos parecen esas cataratas que botan miles de litros de agua. Yo me quedo en la puerta y la miro. No se me ocurre cómo poder consolarla; sé que la ausencia de papá es como una espina clavada en su corazón. Eso se lo escuché decir a mi papá que siempre, o por lo menos cuando tenía tiempo, se sentaba a escribir poesía (casi siempre dedicada a mamá). Él decía que no era como Neruda, pero que todo el mundo tenía derecho a escribir sus propios versos y que, a él, cuando escribía se le alivianaba el alma. La profesora de reli-gión dijo que el alma pesaba como veintiún gramos (¿o sería un poco más?). En fin, lo único que no sé es cómo le pesan el alma a una persona. ¿Tendrá la persona que estar muerta? ¿La pesarán cuando la persona está viva?

Tengo varios amigos en mi curso. Uno se llama Jorge y le de-cimos “Coke”. Siempre trae unas revistas bien antiguas que son de su abuelo. Una se llama “El Peneca”, otra es “Fausto”, pero la que más nos gusta es la revista “Estadio” con fotos de unos futbolistas bien antiguos; el otro amigo es el Francisco. El papá de Francisco, al igual que el mío, se fue de la casa como hace tres o cuatro años. El Francisco me contó que se fue porque unos hombres de mala mirada lo andaban bus-cando.

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La escuela tiene el nombre de un señor llamado “Lincoln”, que dicen que le dio la libertad a los negritos. Yo sólo he visto negritos en la tele y también he escuchado a una vecina que, de repente, le grita enojada a su marido: “Negro y la… “. No voy a repetir lo demás. Papá dijo que sólo los incapaces recurren a las groserías.

Yo no soy cobarde. No le tengo miedo ni siquiera a esos autos sin techo que andan con cuatro o cinco soldados vigilando por las calles. Paran a la gente y las hacen que se arrodillen y las registran. A veces se ponen violentos. Yo he pasado por el lado de ello y no me toman en cuenta o será porque se dan cuenta que yo no les tengo miedo. Yo, ya lo dije, no me dan miedo. Papá me enseñó que uno puede tener miedo, pero nunca dejar vencerse por ese miedo. ¡No sé si me entienden”!

3. Los adultos, pienso yo, creen que los niños no nos damos cuenta de lo que realmente sucede. Eso es una verdad a me-dias. Mamá justifica la ausencia de papá con la historia de que anda en viaje de negocios, pero yo creo o presiento – pre-sentir significa que uno presiente lo que sucede o va suceder –que mi papá se fue, pero no en viaje de negocios.

Yo quiero mucho a mi mamá, pero me cuesta demostrárselo. Papá siempre me decía que lo mejor que puede hacer uno cuando ama a una persona, es decirle que la ama… ¡En fin! Yo sé que la quiero y creo que ella sabe que la quiero y, al fi-nal de cuentas, eso es lo que importa.

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Mamá, como ya lo dije, es bonita y esto no lo digo porque es mi mamá. ¡Ella es bonita! Cuando vamos a la feria libre con la Sofía, yo me doy cuenta de cómo la miran los hombres. Por ejemplo, Don Ramiro, el que vende las frutas, se le ilu-mina la cara cuando ve a mi mamá e insiste en no cobrarle o darle yapa, cosas que mi mamá rechaza. Ella es una mujer sola, pero es bien señora. Don Ramiro tiene nombre de viejo, pero es muy joven y respetuoso. Mamá le conversa ya que le recuerda cuando ella era joven y conversaba con el papá. El vendedor de frutas debe tener un poco más de veinte años. A mí me acaricia la cabeza. Eso no me gusta y se lo dije: “¡No me agrada que me toquen el pelo!” Papá siempre me decía que uno tiene que ser franco y honesto; eso significa decir lo que uno piensa.

No me gusta mucho la televisión, más me gusta leer. Ante te-níamos hartos libros. Recuerdo que hace poco tiempo – papá no estaba – mi mamá quemó todos los libros en el patio tra-sero del block de departamentos. También recuerdo que no fue la única. La población se llenó de hogueras con libros ardiendo… Ahora que lo pienso, me pregunto cómo se habrá sentido Papelucho cuando lo quemaron y también me pre-guntó cuál sería la razón de esa decisión. Papá siempre me dijo que si quería ser más inteligente, tenía que leer mucho. Yo encuentro que él leía mucho y tenía muchos, pero muchos libros. Ésos que mi mamá condenó al infierno. ¿Qué será de mi papá? ¡Lo echo mucho de menos! En las noches, antes de dormirme, lo veo entrar a mi dormitorio y me arropa. Me da un beso en la frente. Aún logro recordar su aroma y su voz

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de hombre bueno. En la escuela nos reúnen bien seguido en el patio y un hom-bre de rostro agrio (no es profesor de la escuela) nos dice un montón de cosas, tales como: ¡Qué debemos amar a la Patria! ¡Qué debemos amar a la Bandera! Y dice con una voz extraña: “Esa Patria que estuvo a punto de caer en las garras del comunismo y que, gracias a la intervención de los militares, se salvó de las garras siniestras del comunismo y, también, nos habla de las cosas malas que hizo un hombre que se llamaba Allende” Yo sabía algo de ese señor Allende. Mi papá no es comunista porque jamás le vi las garras y de ese caballero de apellido Allende, parece que fue Presidente de Chile… Eso lo recuerdo bien porque papá hablaba de él y decía puras cosas buenas de él y yo sé que mi papá no es un mentiroso y nunca me mentiría. Claro que yo escuché algu-nas conversaciones que tenía con mamá y en las cuales, siem-pre, la pobre mamá terminaba llorando.

4. Yo sé, aunque no lo sé todo, que algo malo pasó en el país… País es el lugar donde uno nació y el mío es Chile… Lo sé porque yo veo y escucho cosas. Muchas personas hablan y no creen que las están escuchando, pero estoy yo y como los adultos no toman en cuenta a los niños, se largan a hablar sin medir, a veces, lo que dicen. Doña Rosalinda, nuestra vecina, su departamento está justo frente al nuestro, es bien buena para hablar; yo creo que por eso se le cayeron todos los dien-tes. Siempre se condena hablando del “maldito golpe de es-

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tado” y que los milicos se llevaron preso a Juan no sé cuánto y que andan allanando las casas de los pobres comunistas… ¡Otra vez los comunistas!

Le dije a mi profesora, la Señora Eulalia, que nos hable del Golpe de Estado, lo coloco con mayúscula porque parece que es un hecho de mucha importancia. Al escuchar mi pe-dido se puso pálida y parece que se le cayó el pelo y se enco-gió mucho más. ¡Estoy seguro de que mi pregunta le provocó mucho miedo! Me miró con su mirada típica, lo que quiero decir es que cada persona tiene su forma de mirar y mi pro-fesora siempre mira con miedo, aunque ahora parece que no era miedo sino terror. Nos dijo: Saquen el libro de castellano. ¡Vamos a leer! Jorge, el “Coke”, que se sienta detrás de mí me susurró: “Yo sé lo que es un Golpe de Estado” ¡Te lo digo en el recreo!

En el recreo nos juntamos con el Francisco y el “Coke” me dijo que lo que me iba a decir no tenía que decírselo a nadie y me hizo jurar, como también lo tuvo que hacer el Francisco. Golpe de Estado, dijo, mirando para todos los lados, es cuan-do cambian al Presidente por otro. ¿Por qué? -- le pregunté -- No estoy seguro – respondió – pero yo escuché a mi abuelo decir que en este país hay gente que tiene mucho poder y ha-cen lo que quieren. No le entendí mucho. Yo sé que mi mamá sabe, pero esperaré a mi papá para que me explique.

Lo que sí sé es Toque de Queda. Mamá me explicó y, espe-cialmente a Víctor que es muy porfiado. Quiere decir que a

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una hora como a las nueve (no estoy seguro) la gente no pue-de andar por las calles y tienen que irse para sus casas. Yo lo veo desde mi ventana, cuando la gente comienza a correr y las calles quedan vacías y aparecen los soldados con sus me-tralletas y con cara de vigilantes.

A veces me entra la pena al ver que mamá está sola y quizás dónde estará mi papá. Muchas veces he visto a mi mamá llo-rar en silencio en su dormitorio. Yo creo que cuando se llora en silencio es más grande el dolor o la pena que se tiene.

Mi papá me dijo que cuando uno sentía pena no era malo llorar. Que eso de que los hombres no lloran es una estupi-dez. Sé que mi papá tiene razón y yo quiero llorar, pero las lágrimas se me detienen en los ojos y no caen. ¡Papá, no sabes cuánto te extraño!

5. Los días pasan muy rápidos, al menos para mí. A veces me pongo a pensar, especialmente en las noches, en todo lo que pasa a nuestro alrededor y la verdad es que me gusta-ría saber muchas cosas que no comprendo y que me causan mucha pena; por ejemplo la ausencia de papá y la enorme tristeza que tiene mi mamá. También trato de comprender a Víctor, pero él me cierra la puerta, quiero decir que no me da entrada a lo que siente o piensa. Siempre está muy enojón y vive dándome coscachos. Yo creo que su actitud tiene que ver con el viaje de papá. Aunque él nunca hace mención al famo-so viaje de negocios .

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Víctor estudia en el Liceo Industrial. Estudia mecánica, de ésos que andan siempre lleno de aceite y grasa en la cara y manos de tanto arreglar autos. Víctor se queja de que su liceo es malo, ya que no tienen ni siquiera un motor donde practicar. Po eso mi hermano siempre hace la cimarra y tam-bién se junta con unos cabros de la población que no tienen muy buena fama. También tiene una polola. Es una chica alta y delgada y con espinillas en la cara. Yo no la encuentro muy bonita… Claro que mi papá me dijo que no existen las per-sonas feas. ¡Qué todas son lindas! Que hay que saber buscar la belleza de cada ser humano. Lo que es a Virginia, la polola del Víctor, por más que la miro no le encuentro la belleza que tiene escondida. ¡Debe estar muy escondida! Víctor la lleva de la mano por las calles de la población. ¡Algo que yo nunca haría!

Los días pasan de a uno y por delante de uno. Yo llevaba la cuenta de los días que llevaba viajando mi papá, pero perdí la cuenta. No importa que las personas no estén frente a uno; lo importante es que no se vayan nunca del corazón de uno. ¡Papá jamás abandonará el mío!

Yo hablo de todo esto porque siento que necesito contárselo a alguien, claro que lo que escribo no lo verá nadie. No diré dónde escondo estas líneas porque es un secreto. Parece que esto ya lo anoté. ¡En fin! No me importa la opinión de nadie. Me refiero a si está bien o mal escrito. Yo escribo según me vayan saliendo las palabras y también lo que vaya sintiendo. Por lo general me siento bien. Lo único que anhelo es volver a

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ver a mi papá y que se junté con mi mamá y, así, sentirlos en las noches como ríen y se hacen cariño. No sé muy bien lo que hacían cuando estaban juntos y se iban a su dormitorio, pero estoy seguro de que era algo bueno porque mi papá le gritaba que era la mujer más bella del universo. ¡Eso, a mí, me hacía feliz! Extraño esas noches en que mis papás estaban juntos y éramos tan felices todos.

6. A veces en las noches… Me gusta la noche porque uno puede pensar con más calma y, también, si uno lo hace con fuerza, pueden hacerse realidad los sueños de uno. Mi papá decía que los sueños siempre serán sueños si la persona no lucha para que esos sueños se conviertan en algo verdadero.

En la escuela nos hacen religión y yo asisto porque mi mamá me dijo que yo tenía que decidir sobre mi religión. La cues-tión es que no entiendo mucho La Biblia. Cuando comienzo a leerla… ¡Puf! ¡Qué me quedo dormido! En todo caso, la tía Melanys, que nos hace religión, es muy simpática y parecie-ra que no le tiene miedo a nada. De repente se pone a hablar sobre cosas que uno no entiende o entiende poco, como por ejemplo, que todos los hombres son libres y deben luchar des-de pequeños por su libertad. Ella dice que son las enseñanzas de Jesús. Nos mostró unos dibujos de Jesús. Era un tipo re pintoso y que andaba por el mundo haciendo buenas obras. Sí, hizo que un ciego dejara de ser ciego y que un muerto ya no fuera más muerto. La tía de religión sabe contar las his-torias y andanzas de Jesús y a mí me gusta Jesús. Mi papá decía que es bueno creer en algo o en alguien, siempre que

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esas creencias estuvieran al servicio de todos. Ahora que es-toy grande lo comprendo.

Una noche le dije a mi mamá que le rezáramos a Jesús para que papá vuelva. Ella me miró con una sonrisa entristecida y me dijo que no creía en Jesús ni en nada o nadie, pero que si yo lo quería hacer, ella no se iba a oponer. Al principio no me gustaron las razones que me dio, pero, de acuerdo a lo que decía papá, fue honesta. ¡Me dijo la verdad!

Víctor se ríe de mí cuando escucha mis murmullos… ¡Cuan-do estoy rezando! ¡Cabro leso! ¡No sacas nada! ¡Papá no va a volver nunca más!—me dice cruelmente. Me dio rabia lo que me dijo el Víctor, así que salté sobre su cama para pe-garle, pero él es mucho más grande y forzudo y me torció los brazos. Casi lloro de dolor, pero no me quejé. Papá decía que una persona no debe quejarse cuando alguien lo quiere lastimar o humillar, ya que así tiene más poder sobre uno. Después que el bruto de mi hermano me soltó, me fui a mi cama y recé con fuerza, con mucha fuerza para que vuelva mi papá y cuando lo haga, el Víctor va a tener que tragarse sus burlas…

7. Yo me dado cuenta de una cosa… Cuando mamá me va dejar o a buscar a la escuela, cuando vamos a la feria o cuan-do salimos a caminar… ¡Es la gente! Todos se ven tristes. Es como si tuvieran un peso enorme que los cansa. La gente no se ríe ni tampoco brinda una sonrisa. La amargura se apo-deró de las personas. Es cuestión de ver a la gente. ¡Parecen

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sonámbulos! Esas personas que caminan dormidas y no sa-ben donde están.

Quizás si viniera Jesús, todo se arreglaría. Sería bueno que viniera una persona tan buena como él. Se lo dije a la señori-ta Melanys: ¿Por qué no baja Jesús a arreglar los problemas y la tristeza de este mundo? Ella me miró y me sonrió. Me gusta su sonrisa, es brillantita y uno se da cuenta que ella es una persona buena. Después de unos segundos se acercó y me susurró: ¡Mejor que no, Javier! Si viene es seguro que lo fusilan. Y siguió con la clase y pareciera que la tristeza tam-bién entró en su cuerpo porque en el resto de la clase ya no sonrió más.

Me gusta ir a la escuela. Los profesores son buenos, claro que el Director es muy malo. Además le gusta que los alumnos anden marchando a cada rato. Tenemos que marchar todos los días. Vamos a la sala marchando y salimos de la escuela marchando. El que se encarga de todo el asunto de las mar-chas es el profesor de gimnasia de los alumnos más grandes, pero el Director con su cara de perro malo está vigilando y, de cuando en cuando, con su voz de trueno corrige lo que estamos haciendo.Me acordé de lo que me dijo una vez mi papá: “Nunca hagas lo que no te gusta hacer, especialmente cuando lastiman tu dignidad”. Yo sé lo que es la dignidad. Es el respeto que uno tiene que tener con uno mismo. Así que no aguanté más y me salí de la marcha. El Director me ordenó que volviera y yo le dije que no lo haría, pues yo no vengo a la escuela a marchar. El Director se puso de todos colores y

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me llevó a la oficina. ¡Estaba furioso! Me preguntó mi nom-bre y mi apellido, mi dirección y llamó a mi profesora para que explicara lo que yo había hecho. La señorita Eulalia es-taba, como siempre, muy asustada. El Director le ordenó que enviara una comunicación para que viniera mi mamá. Pero eso sería hasta el lunes, ya que era viernes. El Director me ordenó que saliera y le pegó un tremendo grito a mi profeso-ra. Cuando volví a la sala, el Jorge y el Francisco me mira-ban como si estuvieran pasmados. ¡Hice lo que me enseñó mi papá! Ya verá el Director cuando regrese mi papá.

8. Cuando salí de la escuela estaba mi mamá y la pequeña Sofía. Mi hermanita siempre da que hablar a la gente, ya que parece una muñeca de porcelana. Me vio y corrió a mis bra-zos. ¡Nito, Nito! Me dice, lo que quiere decir en verdad es hermanito. Le di un beso y me acerqué a mi mamá y le mos-tré la comunicación. Me preguntó el porqué de la citación. Yo le conté toda la verdad. Tal como sucedió. Se puso pen-sativa y me dijo: “Eres igual a tu padre”. ¿Eso es bueno? Le pregunté. Sí, es bueno, pero los tiempos que atravesamos son difíciles y peligrosos. Nunca pensé que respetar la dignidad de uno pudiera ser peligroso. Ya veremos qué pasa. Agregó un tanto triste.

Dos cuadras más allá apareció el Víctor. Se acercó y no dijo nada. A mi hermano no le gusta mucho hablar. Siempre anda amurrado, como si tuviera odio por todos los demás. Nos fui-mos a la casa del abuelo, quiero decir del papá de mi papá. Me gusta mi abuelo. Es re choro. Siempre tiene una historia

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misteriosa para contar. Él se siente orgulloso de ser chilo-te. Nació en un pueblito llamado Chomchi. A veces cuenta unas historias sobre el Trauco, que es una especie de duende feo que se aprovecha de las niñas. Les quita lo más preciado que ellas tienen. Quizá qué será lo más preciado que les qui-ta. Claro que ahora, mi abuelo está medio extraño y gruñón. Dice que el Trauco se vino de Chiloé y se apoderó de todo el país.

Mi abuelo le pasa todos los meses algo de plata a la mamá y más lo que ella gana cosiendo y vendiendo cosas viejas en la feria libre y también hay un caballero de bigotes gruesos y mirada como si estuviera arrancando, que le deja un sobre. Nunca entra al departamento. Le dice algo a mi mamá y se va. Viene todos los meses en la misma fecha. Con todo lo re-unido mi mamá logra parar la olla, como dice mi abuelo, y para lo demás.

9. Hoy es domingo… Nos levantamos temprano y nos fui-mos todos a la feria. Al final de la feria se coloca la gente que vende puros cachureos. Ahí nos instalamos con la mamá y la Sofía. Víctor se queda en la feria y hace “cortes”, es decir ayuda a las señoras a llevar sus bolsas o carritos.

Mamá lleva la ropa vieja que le dan las señoras a las cuales les hace costuras. Jamás ha llevado la ropa de papá para ven-derla. Yo la he visto muchas veces abrazando las camisas de papá, como aspirando su aroma y veo como, nuevamente, los ojos se le llenan de lágrimas. Yo también quisiera llorar, pero

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ya les conté que mis lágrimas se paran en mis ojos y no caen.

Mamá me dice que cada día aumenta más la gente que viene a vender cachureos. Yo le pregunto por qué lo hacen. Ella me mira y sonríe como siempre lo hace, con una sonrisa y mira-da entristecida. ¡Es la desigualdad, Javier! Yo sé lo que es eso. Mi papá me dijo que todo chileno bien nacido debía luchar para superarla. Le pedí que me explicara mejor y me dijo: En Chile hay pocos que tienen mucho y muchos que tienen poco o nada. Me acordé de una película re vieja que dieron en el cine de barrio, que se llama “Uruguay”. Era sobre un héroe que andaba vestido de verde y con arco y flecha y con sus amigos luchaban contra los ricos para así ayudar a los más pobres. Se llamaba Robin, pero me olvidé de su apellido.

Siempre que estamos en la venta de los cachureos, aparece don Ramiro, muy sonriente y con mucha amabilidad saluda a la mamá y le hace cariño a la Sofía. A la Sofía siempre le hacen cariño. Me mira y me dice: “Ya lo sé, no te gusta que te toquen el pelo” Y siempre le regala algo a mi mamá. No sé por qué, pero yo creo que don Ramiro está enamorado de mi mamá. ¡Hum! Ese enamoramiento se le va a pasar cuando regresé mi papá, además pierde el tiempo porque mi mamá ama mucho al papá.

Como a la una levantamos el puesto, es un decir, porque los cachureos los dejamos en el suelo. Y regresamos a casa. Pero primero mamá pasa comprar algunas frutas y verduras. Compra lechugas en el puesto de don Juan, un caballero for-

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nido y muy alto, de sonrisa alegre. Aunque pensándolo bien todas las sonrisas son alegres. A don Juan le dicen Yon Guai-ne porque dicen que se parece a un tal Yon Guaine ¡Vaya uno a saber quién será ese tal Yon Guaine!

En la tarde hago mis tareas y no necesito que me ayuden por-que yo siempre pongo atención en clases .Tengo una tarea de matemática y otra de historia. En historia nos pasan pu-ros cuestionarios. Cuando no está la señorita Eulalia, porque pasa enferma, llega un profesor reemplazante. Una vez llegó uno bien gordo. Los alumnos le pusieron de apodo “Señor Tonel”, pero a él no le importaba. Un día, no sé que le dio, que empezó a hablar de Chile y que estaba en la ruina y que habían traicionado a Allende y que los militares habían he-cho puras cosas malas… Estaba en eso cuando se abrió la puerta y asomó su cara el perro, quiero decir el Director que echaba, es un decir, espuma por la boca. El Señor Tonel nos miró y luego salió. Nunca más le vimos. ¡Una lástima! Era muy gracioso.

Este domingo es medio raro, como que hay calor y que hay frío. Yo pienso que cada cosa debe estar en su sitio. Me refiero al universo, las estrellas, la luna, el sol y más allá- Me imagino que algo debe haber salido de su posición en algún lugar del universo porque en Chile se nota que estamos, por decirlo de alguna manera, descolocados, quiero decir que no estamos en el lugar que nos corresponde. No sé si me entienden…

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