33 | sobre la muerte

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1 Número 33 | Noviembre de 2012

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La muerte fascina al hombre y el hombre a la muerte. Una edición sobre el deceso.

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Diez4 se incubó en:

Diez4 Realidades y casualidades de la urbe. www.diez4.com. [email protected]. Sirak Baloyán #1917, interior 210. Zona Centro, Tijuana, Baja California, México. Código postal 22000. Tel: (664) 378-2524

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Diez4, año 1, número 33, Noviembre de 2012. Revista mensual editada y publicada por Editorial Diez4. Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier sistema o método del contenido, incluyendo cualquier medio electrónico o magnético sin previa autorización por escrito del director. Derechos de autor reservados en forma y concepto. El contenido de las imágenes, la publicidad y los artículos incluidos en Diez4 reflejan solamente la opinión de sus autores o anunciantes y no representan el punto de vista de Editorial Diez4. Esta publicación se encuentra protegida y registrada ante el Instituto Nacional del Derecho de Autor, Secretaría de Educación Pública, según consta en la Reserva de Derechos No. 04-2011-090909291600-102. Esta revista es producida gracias al programa «Edmundo Valadés», de apoyo a la edición de revistas independientes, 2011, del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Diez4 se imprime en Cias. Periodísticas del Sol del Pacífico S.A. de C.V. Dirección: Rufino Tamayo #4 Zona Urbana Río Tijuana.

SOBRE LA MUERTE

DIRECTORIO Marco Tulio [email protected]

Luisa OrduñoJefa de diseñ[email protected]

Carlos [email protected]

Sergio [email protected]

Dalia ChávezEditor de [email protected]

Luis Mario [email protected]

Planeación y [email protected]

Lina ContrerasJefa de [email protected]

VENTASLina [email protected]

Abril [email protected]

PORTADAJosé Rodolfo LoaizaTítulo: The End. Técnica: ilustración digital.

COLABORADORESCesar Perez, Eduardo Rivera Scott, Ernesto Aroche Juan Pablo Proal, Roberto Macías, Zamara González.

CONSEJO EDITORIALJuan Pablo ProalQuitzé FernándezCarlos RosquillasCésar González GamaWilberth Chong

La muerte fascina al hombre y el hombre a la muerte. Con esta máxima presentamos la edición sobre el deceso. Nos hemos ocupa de presentar este binomio como una relación armónica donde ningún ángulo, empezando por la economía, debe ser obviado. Si pensamos, por cierto, la relación muerte-dinero, no será la frivolidad lo que caracterice a esta edición.Y aunque no hay que sorprendernos que la propia muerte sea un negocio y el negocio mismo sea —dicho esto sin tono globalifóbico—muerte, en el periodismo poco nos hemos ocupado sobre la muerte. Sucede que se cree lo contrario. Sucede, sin generalizar, que se cree hablar de muerte cuando se habla de narcotráfico o de pandillerismo: la ejecución y el homicidio, la cara, paradójicamente, más presentable de las historias. Por eso nos hemos ocupado de la muerte y la economía.

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EL DETECTIVE DE LOS CASOS SIN ROSTRO

LA TECNOLOGÍA MATÓ EL OFICIO DEL RETRATO HABLADO

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Por: Eduardo Rivera Scott Fotos: Marco Tulio Castro Si la muerte tuviera rostro y el rostro un par de ojos, Omar Orta podría dibujarlo. Podría, digamos, escuchar a quien hubiera visto el rostro de la muerte —el rostro de algún criminal, el de algún prófugo, el de algún violador— y comenzar a trazar las facciones, la cabeza y los ojos vivos de la muerte. Podría, como lo hace ahora, darle rostro a cualquier desconocido sin rostro. Sentado en la terraza de su casa, con la calma entre las manos, con los ojos serenados, con la sonrisa inocultable, el detective que dibuja, dibuja el rostro de un hombre joven con rastas y lentes. Y la emoción de sus familiares parece ser grande. —Es mi hijo más pequeño —dice el detective Orta acerca del joven espigado y nervioso que se ha acercado a la mesa de patio con una cámara para recordar el momento en que un par entrevista a su padre. No es el rostro de un criminal el que dibuja el detective jubilado de 77 años, sino el de un periodista que ha memorizado de un encuentro anterior y ahora lo pule en presencia del propio reportero, del fotógrafo y ante el orgullo de su familia. —Siéntate, hijo —le dice a otro que se incorpora a la escena: es un hombre robusto con zapatos deportivos que le ha tomado la palabra. Se ha sentado en la mesita de plástico con sombrilla cerrada a fumar un cigarro y ver cómo su padre detalla el retrato del periodista. El rostro de la muerte es la suma de muchos rostros y la resta de otros más: durante cuarenta años de violencia en las bárbaras tierras del norte de

México, Omar Orta se dedicó a retratar a delincuentes o desaparecidos con lápiz y oído pero se olvidó de los rostros de sus hijos. Por eso hoy, retirado de la policía ministerial del estado pasa el mayor tiempo posible con su familia. Porque hubo momentos en que no los veía por días. Entraba a trabajar temprano y salía de madrugada, o al día siguiente. Hubo momentos en que los momentos más importantes de su vida, era resolver casos de vida o muerte: hubo momentos que la vida de su familia dependía de la muerte. Cuando había carencia de fotografías, abundaba la prosperidad de la familia Orta: ¿Cómo dar con delincuentes de los que no se tienen fotografías? Con horas extras. En la era previa al Facebook la criminología era laboriosa: llamarle al retratista para entrevistar al testigo de los hechos y lograr un dibujo para publicarse en la prensa. —Un trabajo de horas. Había retratos que era de póngale, quítele. Así no. Los ojos así. El pelo así. Bórrele. Retratos que empezaban de mañana y terminaban de madrugada. ¿El primer retrato hablado que hice? Sí lo recuerdo. Fue en el invierno de 1970. Dibujé a la pareja que se robó a un niño. ¿La historia? También la recuerdo. Es más o menos así:

Los padres habían salido a trabajar de mañana y encargaron al niño de nueve meses con la persona más confiable que tenían a su alcance: una vecina de catorce años. Habían pasado unas dos horas y tocaron a la puerta de la adolescente. Era un hombre de ojos azules, de patillas largas, bigote estilo mongol y peinado disco. Todo en él llamaba la atención porque además vestía zapato con tacón y pantalón acampanado. Preguntó si podía pasar a hablar por teléfono. Era un conocido. También era vecino. Venía con una mujer que parecía cansada; parecía asustada y recuerdo que a la niñera le ganó la confianza cuando comenzó a hablarle sobre su cabello rizado. Pues la niñera los dejó entrar. El hombre habló por teléfono sin

Es que el retrato hablado está en coma y el retratista terminó asesinado: la tecnología lo mató porque lo convirtió en operador de software.

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ocultar el torpe acento en español. Aquel hombre de ojos azulados era un tijuanense de tantos que trabajaba en Estados Unidos. O un estadounidense que vivía en Tijuana. El caso es que usaba la jerga del espanglish: mezclaba el inglés con el español. La niñera, que para entonces traía al niño en los brazos, se lo soltó a la mujer cuando le dijo que era un bebito hermoso. En realidad, la mujer no sólo quería cargar al niño, sino llevárselo así que fíjate, le pidió a la niñera un vaso con agua. Y la niñera, que ya se sentía en confianza, fue a la cocina. Entonces el hombre dejó el teléfono y para cuando la vecinita regresó, no volvió a ver al nacido de nueve meses. Sin fotografía del niño, sin fotografìa de la pareja y con la niñera de 14 años como testigo,

los padres presentaron la denuncia. Orta recuerda que mientras leía el periódico en el departamento de criminología de la procuraduría, una voz a su espalda comentaba en murmuros: —Un retrato hablado serviría, pregúntenle a Orta. Él es artista. —Oye te he visto dibujar Orta. ¿Podrías hacer un retrato hablado? —No sé cómo se hace eso —respondió sin quitar su vista de la sección policiaca del periódico—. Además no tengo práctica. —Pues preguntas. Haces unas preguntas sobre el físico y lo vas haciendo. Tienes que llevar lápices y goma, porque esto es más que nada bórrele y bórrele y quítele y póngale. Orta recuerda que entonces

llevaron a la muchachita y comenzó a preguntarle sobre el aspecto de la pareja. Luego de varias horas, de varios papeles, de varios cafés, Orta consiguió dar con tres retratos que convencían a la niñera: el hombre de bigote mongol, la mujer de cabello rubio y el niño de nueve meses. Luego llegaron policías de Estados Unidos y se llevaron los dibujos. El retrato del niño lo publicaron en los cartones de leche de una compañía que se distribuía en California y entonces sólo quedó esperar. Esperar poco: ocho días después, un guardia de supermercado vio a la pareja cargando al niño en Chula Vista, California. Y aunque el hombre ya se había rasurado y pintado el cabello el guardia no dudó: —Estos son, fácil —pensó cuando caminaba para detenerlos. Orta 40 años después: —Este fue el primer retrato hablado que hice. Sirvió para dar detención a dos raptores de menores. Pero Orta, también 40 años después, dice que como la vida misma, las cosas cambiaron. Es que el retrato hablado está en coma y el retratista terminó asesinado: la tecnología lo mató porque lo convirtió en operador de software. El volumen de casos que comenzaron a aparecer cuando creció la frontera fue brutal y el dibujo a mano quedó tan obsoleto como el lápiz: nació Identikit, el programa que creaba los retratos hablados con pixeles. ¿Cómo vivió el cambio un hombre que comenzó a dibujar desde los seis años y que una vez convertido en detective, siguió haciéndolo? Se adaptó. Orta estudió en la antigua Academia de Artes de San

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Carlos en el Distrito Federal, su ciudad natal. La Academia de San Carlos fue la primer academia de artes en el continente americano, en la que estudiaron pintores como José Clemente Orozco, Rufino Tamayo, Diego Rivera, Gabriel Orozco y Luis Nishizawa. Y mientras los plásticos consagrados enfocaron su talento a murales y pinturas, Orta lo enfocó a la resolución de delitos. —Nunca dije: soy dibujante. Siempre fue más un pasatiempo. Nunca ví al arte como una forma de ganarme la vida. Eso es para los artistas. Para los que de verdad saben. Cuando la digitalización y la sobrecarga de trabajo llegó a la procuración de justicia, la

creatividad y el olfato de investigador de Orta lo convirtió en jefe del laboratorio de criminalística de la procuraduría de justicia de Baja California, el estado más lejano del Distrito Federal y más cercano a Estados Unidos. Orta dejó de ser un retratista para ser un investigador. En un día, Orta y su equipo llegaron a dibujar cincuenta retratos hablados. —Cuando llegaron a la judicial los Identikits, nunca los usé, pero el equipo sí: había mucha demanda. Pero no cualquier caso era manejado con la frialdad del pixel: «muchas personas les habían robado un tendero o una bicicleta y mejor los pasábamos al Identikit». Con la popularización de la tecnologías y la demanda de retratos hablados, se empezaron a utilizar software de identificación facial para agilizar los procesos de investigación. Los identikit vendrían a ser paqueterías de rasgos

morfológicos parciales que interrelacionados generarían un rostro. Rostros que, para Orta «viene sin expresiones en las caras, vienen como en un sólo plano, y en los retratos hablados, pues se ven como con vida». Por eso los asuntos delicados —si es que en el crimen hay delicadeza— eran atendidos con lápiz y papel. Cuando Orta encabezó el laboratorio de criminalística, los rostros lo siguieron: una cabeza sin cuerpo lo recibió en el encargo. Encontraron un cráneo femenino en el último barranco del Cañón del Sainz entre cadáveres de perros hinchados y carroñeros. —Tiene marcas de dientes. Parece que los perros le han comido la carne. Parece decapitado con un sólo corte. Llévate el cráneo Orta. A ver qué puedes hacer. Mientras estaremos buscando —dijo el agente que había encontrado aquel interesante hallazgo. En el laboratorio de periciales de la Procuraduría General de

En un día, Orta y su equipo llegaron a dibujar cincuenta retratos hablados.

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Justicia del Estado, Orta le tomó fotografías al cráneo. Por las marcas de dientes y los restos de carne, debía llevar de tres semanas a un mes de muerte. Murió a golpes y luego fue degollada a la manera en que se sacrifica a los puercos. Orta tomó la decisión de reconstruir el rostro. Hacer un retrato, sacarle fotocopia y buscar a los familiares. Horas después, un cuerpo femenino sin cabeza se encontró en un baldío del Cañón del Sáinz. Era un cuerpo femenino. Un cuerpo golpeado, sin cabeza, y con residuos de semen en el área genital. Cuerpo y cabeza embonaban. El corte era en la misma vértebra. Sólo hacía falta el trabajo de campo con la reconstrucción del rostro en retrato y Orta enfocó esa tarde en reconstruir el rostro. El trabajo de laboratorio concluyó esa misma madrugada. Al día siguiente, un grupo de agentes ministeriales buscó en colonias cercanas donde se encontraron los restos alguna pista con ayuda del retrato. Pasaron un día recorriendo talleres, papelerías, tiendas de abarrotes, taquerias y supermercados. Nadie les dijo nada, hasta que Orta y su pareja entraron a una cantina. Eran las 12 de la tarde y ya había hombres cayéndose de borrachos. —¿Que si la conozco? Sí. Esa vieja trabaja aquí. Trabajaba, porque el día que no volvió contrate a otra. Seguido pasa que se va con algún cliente que le da su dinerito y ya no regresan con uno, ya no vuelven por aquí. Para mi que se quedó con el tal Bonzo. Tampoco le he visto desde esa vez. Fíjese, ella nunca lo pelaba. El hombre es feo, pues, pero pues la última vez que los vi, la puso bien peda, bien loca, y andaban cariñosos.

—¿Sabe dónde podemos encontrarlo? —preguntó Orta al cantinero. —No, pues la verdad no sabría. La última vez supe, él trabajaba en los mataderos de puercos allá en el cañon del Sainz, así que si se peló con la Lupe, seguro todavía han de estar empiernados por ahí. y a todo esto ¿Por qué la busca? Después de explicarle lo sucedido, el cantinero se echó al llanto e invitó un trago. Orta y su pareja aceptaron. Después de obtener la pista, Orta pidió refuerzo policíaco para ir al rastro de puercos. Un tipo flaco los detuvo a la entrada: —Buscamos a un cabrón feo. Le dicen El Bonzo. —Anda trabajando. No sé si se quieren esperar. ¿Quién lo busca? Orta le muestra la placa y el desgarbado de mandil manchado de sangre se quita de la puerta. Dos patrullas esperan afuera. Su pareja murmura algo sobre cochinita pibil que ahora Orta no recuerda. —Si van con el patrón, yo creo es más fácil. Topen el pasillo y a la izquierda. Ahí está la oficina. Se ve luego, luego —explica el empleado. En el matadero hay unos quince hombres colocados estratégicamente para darle el tratamiento debido a cada chancho sacrificado. Los cerdos

están tranquilos. O al menos desde arriba, rumbo a la oficina, no se ven agitados. Orta cree mirar a El Bonzo que, desde abajo, es el único con cuchillo en mano que sigue con la mirada a los agentes que se dirigen a la oficina. —El cabrón es un cerdo en el cuerpo de un humano —dice el compañero de Orta y El Bonzo vuelve a lo suyo: clava el cuchillo en el corazón de un cerdo colgado de las patas traseras: puigsh. En la oficina atiende un tipo que apenas puede moverse. Es obeso y de piel rosada. Se ríe cuando ve a los agentes porque piensa que le van a clausurar el negocio. Orta le explica hasta que los ojos por fin se le abren entre tanta mejilla. Con el permiso de su probable hipertensión arterial, asoma la cara rosada a la puerta para gritar un ahogado: —¡Bonifacio! Bonifacio no respondió. Tiró el cuchillo y corrió. Orta no parece preocuparse por la posibilidad de fuga. El Bonzo corrió, digamos, directo al matadero: afuera del rastro lo recibieron los agentes. Lo demás es historia: Encuentran evidencias en casa de Bonifacio y consiguen su confesión. —Mientras tanto, ya sabíamos que ese cabrón, golpeó, violó y mató a una mujer y después la decapitó. Hijo de su pinche madre. Dibujar para resolver crímenes no es un asunto de líneas y sombras. Es, además de un asunto de estética, de sentido común y técnica. Orta dice que muchas veces invitó a dibujantes y retratistas a servir con él en la policía, pero siempre fue rechazado por la falta de práctica. Aunque reflexiona: «hay dibujantes muy

Hay dibujantes muy buenos, hacen unos trabajos preciosos de maravilla, a lápiz o al óleo, pero los retratos hablados, que te los estén dictando, difícil.

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buenos, hacen unos trabajos preciosos de maravilla, a lápiz o al óleo, pero los retratos hablados, que te los estén dictando, difícil. No muchos tienen la paciencia para realizarlos». No muchos, consideran la importancia del retrato hablado. Hacia finales del siglo XIX, Alphonse Bertillon, responsable de los servicios de identidad judicial en Francia, propuso el uso de una ficha personal que incluía fotografías de frente y perfil de los sujetos, sus datos básicos como la fecha de nacimiento y la edad, medidas antropométricas y descripciones de cuello, orejas, ojos, cabello, y particularidades como las cicatrices y lunares. Lo que planteaba Bertillon era que los asesinos y delincuentes compartían similitudes en formas de rostro, y medidas en el cuerpo. A partir del análisis de las fotografías, Bertillon realizó una clasificación de las formas faciales, una base de datos que permitiría a los retratistas generar el dibujo a lápiz del rostro de algún delincuente descrito por una víctima o testigo presencial: Le portrait parlé. Ahora que Omar Orta posa junto a uno de sus cuadros al oleo, refiere su cansancio ante el arte convertido en investigador. El cuadro habla sólo: es un paisaje de un árbol que da al mar con algunos pajarillos volando sobre un nido en la copa del árbol, el nido. El anuncio de un nacimiento y la muerte del retrato hablado para Orta. —Ahora sólo me dedico a pintar al óleo. El retrato ya lo dejé. Hay veces que a las tres, cuatro rayas de dibujar te duele la cabeza por estar concentrado. El óleo libera. Le portrait parlé que agotó a Orta, lo convirtió también en un

detective binacional en sus tiempos de gloria. En el invierno de 1977 la policía de San Diego encontró el cuerpo de un mexicano en aquella ciudad. Su vestimenta y cuerpo magullado parecía haber atraído el destino de la muerte de los que viajan solos por el mundo. Era California y para la policía no era un asunto delicado: era un

mexicano muerto. El caso llevaba más de tres meses pendiente. Habían mantenido el cuerpo en la nevera más por curiosidad que por preocupación que por justicia. ¿Qué hacía un hombre bajito, bien vestido y con dinero en sus bolsas en un impecable paraje californiano? Querían identificar el cuerpo y cerrar el caso. —Pues me llamaron —recuerda Orta vestido con pantalones de mezclilla y calzado deportivo mientras saca una cajetilla de

Benson & Hedges mentolados del bolsillo interior de su chamarra rompevientos—. Querían saber qué es lo que podía opinar. Así que mandaron a alguien por mí. Observó el cadáver un momento. —Por su ropa no parece un indigente. Tiene lesiones de caídas en todo el cuerpo. Era una nariz pegada a un

cuerpo: una nariz carnosa y aguileña. —Tiene una nariz con el tabique desviado. Posiblemente se la haya fracturado desde la infancia —sospechó Orta frente a los policías que le mostraron el cadáver. Ya se encontraba descarnado. Llevaba demasiado tiempo congelado. La expresión rígida de su rostro hizo sospechar a Orta que murió de un ataque epiléptico, pero cuando vio la posición agarrotada de las

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manos, Orta lo confirmó: —Por lo pronto lo único que puedo decirles es que murió de un ataque epiléptico. Tendría que observarlo a detalle para decirles más. —Bueno, tómate tu tiempo —dijo el policía sandieguino y salió de la nevera. Orta tomó las medidas del cuerpo. Omar Orta habla con uno de sus

cigarros mentolados en la boca y observa al horizonte desde el balcón convertido en patio de su casa. Es un hombre arrugado de 77 años que retrocede en el tiempo y se coloca frente a la nariz que yacía congelada en un cuerpo en la nevera: —El hombre medía 1.49 metros y sí: murió de un ataque epiléptico, eso explicaba la forma de su nariz. Debió golpearla mucho antes de su muerte. No tiene puños ni cuerpo de boxeador.

Probablemente había vivido con epilepsia toda su vida. Comencé a dibujarlo frontalmente. También de perfil. Le hice los ojos y lo observe. Y luego observé su ropa. Tomé una lupa y observé con atención el saco que llevaba el difunto: no tenía costuras de máquina. Eran a mano, en puntadas. Tampoco eran hilos comunes. Estaba

cocido con cerdas de caballo. Fui al laboratorio por información. —¿Y la marca de la ropa? —Pues no tenía marca, ni la camisa. Nada tenía marcas: ya revisamos todo. —Bueno, tengo una técnica especial para identificar cadáveres. Puedo decirles, con sólo colocar mis manos encima de la prenda, cómo se llamaba, donde vivía y hasta dar con su familia. —¿Pero cómo? ¿Qué clase de brujería utilizas?

—Préstenme el saco para llevarlo a mi laboratorio y allá lo revisaré. Después de una serie de burlas, los policías de San Diego aceptaron. ¿Qué más podían hacer? Orta sabía, —porque Orta siempre ha sabía mucho— que en La Piedad Michoacán, hacían unos trajes costosos como éste del mexicano muerto. Era un trajes artesanal con una técnica que pasada de generación en generación. Un traje de lujo para presidentes y empresarios. Y Orta sabía —porque Orta siempre ha sabido mucho— que los sastres de La Piedad, para no confundir un traje con otro, le metían todos los datos del cliente en la entretela. «Si el traje de este tipo es uno de esos, sus datos estarán ahí», pensó más. Así que llevó el saco al laboratorio y le metió navaja. No tardó en encontrar nombre, domicilio, medidas y teléfono. —Pues ahí mismo tomé el teléfono —dice Orta mientras se empuja los lentes con el índice izquierdo y con la mano derecha simula un teléfono puesto en la oreja. —Me comuniqué con la familia: era una familia con mucho dinero. Una de sus hijas vino después: —¿Su papá sufría alguna enfermedad? —Sí. Sufría ataques epilépticos. Muchas veces le dijimos que no se viniera solo a pasear, y luego tenía la costumbre de dejar en los hoteles sus identificaciones. Desde su jubilación, hace cuatro años, Omar Orta no había dibujado un retrato hasta hoy: un hombre con rastas y lentes dedicado al periodismo que ahora lo entrevista. Orta casó con la calma del óleo, su isla de paz en Baja California, un territorio azotado por el crimen donde la procuración de justicia ha despachado a los retratistas.

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LA MÉDICO QUE HABLABA CON LOS MUERTOS

EL OÍDO ES EL ÚLTIMO ÓRGANO QUE MUERE

Por: Ernesto Aroche Aguilar

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—Antes les hablaba al oído a los muertos, pues alguien me comentó, y cómo médico también lo sé, que es de los últimos órganos que mueren. Ya no lo hago, pues ya no me toca salir a los levantamientos, pero antes había veces en que todavía encontraba los cuerpos calientes.La frase de la doctora Sánchez Hernández llega casi una hora después de iniciada la charla en una oficina del Servicio Médico Forense de Puebla en el que trabaja hace más de cinco años. Un trabajo que la ha puesto día a día a convivir con la muerte.—Las muertes violentas son siempre inesperadas, es algo que llega así nomás, sin avisar. No sé si sea verdad o mentira, nosotros trabajamos con cadáveres y no hay nada comprobado con lo que pasa después de la muerte, en lo personal te digo: no está de más acercarse para hacerles ver su realidad, para decirles que ya se les acabo la vida y que ya todo va estar bien.Durante años las necropsias en Puebla se hacían en las

instalaciones de un panteón municipal de manera rudimentaria, explica la coordinadora de servicios de fin de semana del Semefo. «Se usaba el serrucho y prácticamente nada más. Ahora en las nuevas instalaciones, [en la colonia Agua Santa], tenemos material de primera, rayos X para buscar los proyectiles de arma de fuego, lámparas especiales de quirófano y un laboratorio».Hemos dejado ya las oficinas y caminamos por las salas asépticas del Semefo. La larga sala de necropsias parece, toda proporción guardada, un quirófano médico. Pero acá los pacientes ya no se mueven. Desde la alturas, en el mirador que contiene tres bancas de cemento, donde los estudiantes de medicina observan las necropsias, se ve a un hombre que lava uno de los contenedores eliminando los rastros de sangre. A sus costados dos cuerpos cubiertos por una sabana esperan su turno.Y si el trabajo en un día normal puede limitarse a dos o tres cadáveres, los fines de semana puede dispararse hasta 14 o 15.En promedio, ingresan entre 80 y 100 cuerpos al mes: las estadísticas señalan que ocho de cada 100 defunciones registradas durante un año correspondieron a muertes accidentales o violentas; el 40 por ciento tuvo lugar en la vía pública.—¿Cómo trabajar con cadáveres todos los días, se necesita algún carácter especial?—No. Necesitas, claro, una preparación cómo médico, estudiar anatomía y gusto por el estudio, ésta es una profesión que exige actualización constante. Es muy importante que no te asuste ver la sangre,

Kenia Sánchez mira el cuerpo sin vida, traga saliva y suspira antes de acercarse al cadáver para susurrarle al oído que todo ha terminado, que la vida se le ha escapado de las manos y que lo único que resta es descansar. Después comienza a trabajar.

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hemos tenido estudiantes que se nos desmayan cuando ven la sangre, pero de carácter no: creo que cualquiera puede hacer este trabajo. Hay que tener, eso sí, muy claros los valores humanos.—¿Y hay humor en la morgue?—No es mal sentido, sí en un giro sano, como en cualquier trabajo, la muerte es algo con lo que trabajamos todos los

días: es algo que no nos debe deprimir. No es siempre, sale espontáneo, son risas de dos o tres segundos, que a lo mejor hasta ayudan a aliviar la tensión, como en cualquier trabajo.—Que se les desaparezcan órganos, piezas del cuerpo, ¿les ha llegado a pasar?—No, no. Muchas veces hay levantamientos en vía pública por aplastamiento y acá ingresa

todo lo que se recoge, muchas veces llegan prácticamente como rompecabezas y así como entra todo se va. Cuando se recogen cadáveres en los hospitales con los que se realizaron donaciones se entrega un informe de los órganos extraídos, y el familiar tiene muy claro qué órganos no llevan. No, no sucede eso.Pero hay necropsias históricas.—Uno de los casos que más recuerdo es el del un cadáver dentro de un tambo. Sus asesinos lo secuestraron, luego lo metieron en un tambo y lo asfixiaron con bolsas de plástico, después sellaron el tambo con cemento. Eso sí fue algo como de película, fue un caso impactante, para poder sacar el cuerpo tuvimos que llamar a los bomberos y se tardaron casi siete horas en la necropsia.Otros casos que la doctora recuerda son los de «Romeo y Julieta poblanos», dos adolescentes que se suicidaron; también el de una mamá que apuñaló a su bebé, pero lo más común es que lleguen por hechos de tránsito.—A mí me impresionan las muertes por accidentes de tránsito, porque no es algo como el suicidio que se planea. Es tan inesperado que uno no se da cuenta de lo que pasó. Y alguien me lo comentó, pero como médico también sé que el oído es el último órgano que se pierde… en lo personal te digo, no está de más acercarse para hacerles ver es realidad. No sé si sea verdad o sea mentira, pero es algo que hacía al principio. Ahorita ya no porque estoy acá —a cargo de la dirección del lugar, al menos durante el fin de semana— y los cuerpos ingresan horas después, pero cuando lo hacía, les decía: ya estás muerto, descansa, ahora todo va a estar bien.

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EL CAMILLERO QUE REFLEXIONA LA VIOLENCIA

DESDE UNA SALA DE URGENCIAS, ROGELIO ÍÑIGUEZ PIENSA LA BARBARIE

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Por: Roberto Macías Ilustración: Luisa Orduño En un momento tan sensible para Tijuana, a cuatro años de una ola de crimen y muerte hay una aparente tranquilidad en el rostro de las personas. ¿Acaso se logró un nivel de seguridad tal que ya no se necesita mirar sobre los hombros? ¿La violencia y el crimen se han reducido a sucesos aislados o se perdió la capacidad de asombro? La muerte ya no tiene nada que contar, piensan algunos. La rutina de tantos años llevó a los habitantes de la frontera a este pensamiento, dicen otros. Tijuana siempre ha sido conocida por su historia negra: por el tráfico de drogas y la prostitución. Pero más allá de tratar de ocultar esta imagen debe recordarse. Y es esa historia la que ha puesto a los ciudadanos en la silla donde descansan, la cama donde duermen y la camilla donde son atendidos con urgencia. La violencia y la inseguridad son los problemas más comunes en México. El sistema de justicia parece estar hecho por criminales y para criminales,

porque es más difícil solucionar algo por la vía legal que a manos propias. Entonces, qué sentido tiene preguntarse ¿por qué se es tan violento? La respuesta parece obvia pero no sencilla. Al menos para Rogelio Iñiguez Cárdenas, que trabaja como camillero en la unidad de emergencias de una clínica pública en la ciudad, no es sencilla. Para él, es común ver cuerpos desmembrados, golpeados y cortados, pero mantener la mirada ante la desgracia es duro, el se pregunta si acaso el país se enfrenta a un progreso regresivo de la sociedad, tal vez es sólo eso, realmente la civilización va para atrás. Continuo testigo de la violencia, el camillero recuerda la sangre descendiendo por la pierna de aquella joven que asomaba la carne por una bala mientras pregunta sin obtener respuesta de los paramédicos por su padre, quien ha recibido tres disparos en la cabeza, de los que ella no tiene idea después de un choque nada accidental. Debe ser dificil ver como el rostro de una persona pierde su luz mientras escucha las palabras

más duras y ver como esa luz deja un cuerpo sin vida. La clínica se encuentra en el crucero de la 5 y 10, una de las zonas más conglomeradas, bulliciosas y peligrosas de la ciudad. Sitiada por calafias que circulan desprevenidamente a centímetros de las personas sofocando el aire en humo negro, vagabundos y criminales que observan el paso del tiempo sin ninguna preocupación, cientos de personas trotando, pretendiendo ocultar su prisa por tomar un taxi o llegar a su destino, vendedores ambulantes de comida bajo el suelo en el túnel que cruza el bulevar, trabaja el camillero. —Es un caos sobre todo en la noche, incluso en ocasiones regresan los mismos empleados a que los atiendan porque fueron asaltados saliendo del trabajo, los golpean o hasta les dan navajazos. Los accidentes están a la orden del día, en una ocasión llegó un carnicero con la mano destrozada por una moledora de carne y también un carpintero con una lámina atravesando de lado a lado su pierna izquierda. Muchos motociclistas, principalmente repartidores de pizza imprudentes e incluso una racha de accidentes en bicicleta que se está volviendo más frecuente. El camillero tiene que estar preparado para recibir desmembrados o cubiertos de sangre que bajan a toda prisa de las ambulancias, la violencia y la imprudencia de esta ciudad que no se detiene a respirar ni a contemplar aquello en lo que se ha convertido: un coro de sirenas de ambulancias, patrullas y bomberos. ¿Que motiva a trabajar en esa posición? a continuar cada día sumergido en esas escenas de sangre, llantos y gritos, de desesperación e impotencia y

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resignación. —Siempre está la solvencia económica, llevar el pan a la mesa es lo primero, pero para muchos está el morbo. La curiosidad de andar metido en el desmadre: la adrenalina de recibir a una persona que se está muriendo, pero hay muchos que realmente están aquí porque quieren ayudar, la mayoría de los doctores y las enfermeras son muy buenas personas y están aquí simplemente porque pueden y quieren. Ante eventos tan traumáticos se espera un impacto y una reacción repulsiva por la misma naturaleza antinatural de la violencia, la sociedad percibe estos eventos de manera distante y en el imaginario colectivo abunda la idea de que se es ajeno a ese mundo y se coloca una barrera imaginaria que proteja la mente de la fría y cruel realidad, sin embargo en situaciones como esta es inevitable un acercamiento directo, crudo y constante. —La misma cotidianidad te hace aguantar. Se te hace normal. Te vuelves insensible emocionalmente, frío; lo que no se puede es apagar los sentidos, el olfato y la vista continúan sufriendo a eso no te acostumbras, sólo algunos pueden volverlo algo natural. Creo que aunque la sociedad no lo quiera aceptar somos agresivos, violentos, realmente no somos civilizados: sólo necesitamos un empujón.

El tema es tan común que ya ni siquiera es negocio. La violencia ha dejado de ser el artificio de los periódicos y de los noticieros para llamar la atención. El medio que piensa vender con sangre es un periódico que piensa en el siglo pasado. Y mientras hoy se camina con aparente tranquilidad por las calles —a diferencia del pánico que se extendió en el 2008— la violencia siempre está, como los ladrones, a la vuelta de la esquina. —Hemos aprendido a vivir con la violencia, se ha vuelto parte de nosotros y además los medios tienen mucho que ver. Ya no se ve con tanta frecuencia la nota roja. Ya no se le da la misma importancia porque no nos conviene: los negocios no ganan dinero si la gente no sale a las calles. El turismo se viene abajo si las personas le tienen miedo a la ciudad. Es una cuestión económica por supuesto: por eso se dejó el tema de lado y por eso nos sentimos más tranquilos que hace unos años. Una noche helada, llegó Daniel Arce, hermano del futbolista estrella de los Xoloitzcuintles de Tijuana, Fernando Arce. Llegó apuñalado durante un asalto a la clínica. Llegó sólo, con el estómago abierto, manchado desde su camiseta hasta los pantalones. El rastro de sangre lo seguía mientras él, apretando sus manos contra la herida, casi a punto de desmayarse logró pedir ayuda. Falleció después

por complicaciones. Rogelio, el camillero es vocalista en una banda local de Ska llamada Barda de Juana. El Ska es un género que se conoce por su crítica social y política, pilar de la corriente contracultura en México, y la ciudad tiene bastantes exponentes: tiene, como dicen, muchas temáticas que se pueden tratar. Para Rogelio, el camillero, la necesidad de expresar la frustración el enojo e incluso de concientizar es útil en tiempos de guerra, de aparente calma. De sangre diaria. —Manejamos siempre temáticas locales, problemas sociales como la violencia, la prostitución y la inseguridad pero no siempre en forma de reclamo sino como parte de nosotros y también como una reflexión sobre quienes somos, que venimos del sur, que somos de Tijuana, que vivimos en Estados Unidos, todos conformamos una sociedad todos interactuamos y lo que somos sencillamente no se define por los problemas que enfrentamos o por la música que escuchamos, somos del norte, una zona en conflicto, pero llena de vida. —Somos violentos porque no tenemos educación para tratarnos de otra manera, somos violentos porque está en nuestra naturaleza, en nuestra cultura como mexicanos, agresivos y machistas, somos violentos porque no conocemos otro camino.

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NEGOCIOS FÚNEBRESEL LADO MÁS OSCURO DE LA MUERTE ESTÁ EN EL DINERO

Por: ladob.com.mx La única certeza que cargamos con nosotros al nacer es la muerte: una fatalidad intrínseca al ser vivo desde su origen que deviene en angustia, miedo y fascinación. Y en opinión del microbiólogo Metchnikoff, la angustia que genera la muerte se debe a que muy poca gente alcanza el fin normal de su existencia, tras «el cumplimiento de un ciclo completo y fisiológico de la vida con una vejez normal, que desemboca en la pérdida del instinto de vida y la aparición del instinto de muerte natural».Pero también es ella, a pesar de ser compañera inevitable del hombre, uno de los grandes misterios la humanidad.Y mientras los estudiosos ofrecen más luces sobre el tema, Lado B buscó hombres y mujeres que trabajan con la muerte en diferentes etapas: la ayuda a bien morir, la preparación del cadáver, el velatorio, el entierro y hasta la comunicación con los muertos y la vida.

POR EL DESCANSO

—Es muy común que la gente que está por morir vea llegar por ellos a familiares o amigos que fallecieron con anterioridad. No hay una base científica para eso, pero pasa. Incluso ellos te lo dicen: ya estoy por morir, ya vinieron por mí. Puede ser una necesidad emocional de sentirse seguro en el paso a la muerte, porque es el miedo del paso de un estado a otro, ahora científicamente está comprobando que hay sustancias que el cuerpo segregan y que pueden generar esas visiones. En la agonía el cuerpo segrega sustancias que actúan con endorfinas que permite eliminar la angustia de la muerte.Verónica Carrillo lo cuenta con la soltura de alguien que ha presenciado esa situación las veces suficientes como para que ya no la sorprenda. Es psicóloga y trabaja dando apoyo terapéutico a enfermos en fase terminal.

—Mi labor es ayudarlos a aceptar y cerrar ciclos y ayudarlos a que se vayan de una manera tranquila, espiritual y emocionalmente. Es un trabajo terapéutico para ayudar a que estén tranquilos emocionalmente y trabajen con su muerte.Un apoyo que, aclara, va más allá de cualquier religión específica. «Cada uno de nosotros como seres humanos tenemos creencias de lo que es el más allá, de lo físico o el mundo, tenemos ideas, en base a ese concepto de espiritualidad es con lo que se trabaja, no necesariamente con una creencia religiosa».Verónica está sentada frente a un escritorio grande de cristal en una funeraria donde se encarga, desde hace algún tiempo, de la atención a deudos que contratan los servicios funerarios. Es domingo y hay movimiento. El teléfono repicará varias veces durante la charla con Lado B; por su oficina

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desfilarán no menos de cuatro familias para arreglar contratos, ver pagos, pedir traslados y etcéteras.Su relación laboral con la muerte es por dos vías: la de los que están por cruzar el umbral de la vida y la de aquellos que ya la hicieron y están en manos de sus familiares para la despedida final. Aunque ello le ha acarreado un desgaste emocional que enfrenta practicando yoga.—El yoga es algo que a mí me ha liberado muchísimo, te ayuda a sacar las experiencias que no te sirven, a quitártelas de encima. Las que te sirven por supuesto te dejan con un gran sabor de

boca, que puedas ayudar con el duelo es muy gratificante.—¿Hay un costo emocional de trabajar con la muerte?—Sí. En un principio es difícil trabajar con las emociones de la gente. Hay que trabajar con el duelo y la toma de decisiones en esas situación. Emocionalmente es desgastante. Necesitas liberarlo de alguna otra forma, ejercicio o alguna otra actividad. Es estresante en gran medida.

LA ESTÉTICA DEL MUERTO

Eric está parado frente al cadáver de un suicida. Lo mira

con la incredulidad de quien a sus ventitantos años no termina de entender porque alguien querría acabar con su vida.—¿Porqué lo hiciste? ¿Qué te hizo llegar hasta acá? —le pregunta mientras lo viste para su última visita. Una que ya no recordará.Levanta el cuerpo y le coloca la camisa que la familia trajo. Pasa un brazo por la manga. Abrocha el botón del puño. Pasa el otro y repite la operación. Se detiene y vuelve a preguntarle:—¿No hubo otro camino? —para fortuna de Eric no habrá respuesta alguna. Después él comienza a contarle lo que le pasó de camino al trabajo

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mientras termina de preparar el cuerpo.Lo que Eric hace tienen un nombre, le llaman tanatoestética. Es decir la limpieza y preparación del cuerpo para la despedida final, taponar los orificios corporales, maquillar para tratar de extender la ilusión de vida unas horas más y perfumar para evitar cualquier mal olor. El embalsamado no está en sus manos, aclara, de eso se encarga una doctora que inyecta sustancias químicas para detener el proceso de putrefacción de órganos por 24, 36 y hasta 72 horas según sea necesario.Eric no sabe si llegará a dominar también esa parte pues tiene poco más de un año trabajando en la funeraria y su preparación académica fue para trabajar como informático pero el desempleo lo llevó por esa ruta. Dice que siempre le llamó la atención la criminología y aunque no llegó a estudiarla ahora trabaja con muertos.«Al principio sí recibes un impacto fuerte, no sé como describirlo, pero sí es duro

pensar que tienes enfrente a alguien con quien pudiste platicar o tal vez sólo ver pasar y luego lo tienes en la plancha, pero te vas a acostumbrando. Es raro, manipular cadáveres. Sientes como se va enfriando el cuerpo, como pierde su movilidad. Lo mejor es dejar de pensar en eso, hacer de cuenta que trabajas un muñeco de tal forma que no entres en pánico. El chiste es enfocarte en el trabajo para no entrar en pánico».En el poco tiempo que lleva preparando y trasladando cuerpos no ha enfrentado aún más rarezas, aunque sí fuertes impresiones cuando le ha tocado trabajar en algún accidente: «a esos sí te los puedes llevar a casa, estás tranquilo, como si nada, y de pronto te llegan los recuerdos de lo que viste, pero en los casos de muerte natural no».Y apunta: «Muchos, cuando me preguntan en dónde trabajo, y cuando les digo sí se paniquean. Yo era de esas gentes que decía cómo voy a trabajar en algo así, pero luego te acostumbras, se vuelve un trabajo más. Claro,

debes hacerlo con mucho cuidado y mucho respecto, pero es eso, tan sólo otro trabajo».

EL PRECIO DEL LLANTO

Ellas son las plañideras. Mujeres que se alquilan para llorar en funerales. Y aunque la costumbre ha caído en desuso todavía se practica en algunas poblaciones de México. Eso sí, que nadie se confunda: las plañideras se contratan en pompas fúnebres de altos vuelos, de gente pudiente. Aquí no aplica eso de que los ricos también lloran, pues contratan a gente que lo haga por ellos y no simples sollozos, por supuesto, sino efectivos lamentos con tremendos lagrimones que antes se recogían en unos vasos llamados lacrimatorios, que supuestamente se enterraban junto con el difunto.Se trata de un oficio antiguo: según el profeta Jeremías, el Dios de Israel mandó a su pueblo a hacer venir lloronas —que él llama lamentatrices— para expresar de un modo enérgico la desolación que debía causar

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al pueblo judío la devastación de Judea.Una de las más curiosas y originales profesiones desempeñadas por las mujeres del antiguo Egipto era la de plañideras. Eran ellas las encargadas de dejar constancia pública del duelo de los familiares, demostrando con su presencia el importante nivel de status que habría llegado a alcanzar en vida la persona objeto de su llanto. Aunque ocasionalmente llevaban la representación al extremo con lamentos, gritos estentóreos y descontrolados, dándose golpes en el pecho, echándose tierra

sobre la cara, cabeza y cuerpo o jalándose el cabello.Escenas significativas de plañideras ejerciendo su oficio se pueden encontrar por ejemplo en las paredes de diversas tumbas del Reino Nuevo; la más famosa de todas es la del visir de Amenhotep III, Ramose.La práctica de las plañideras también era común en Grecia y Roma; después se extendió a España.En el siglo XIII el caballero Sancho Sáiz de Carrillo ordenó decorar su sepulcro con seis tableros de mujeres y hombres que lloraban su muerte.

Las plañideras o lloronas fueron tradición en los ritos funerarios españoles, aunque no sólo lloraban, también entonaban cantos fúnebres, loaban y hacían panegíricos de los difuntos, y aunque la práctica se intentó prohibir en el siglo XV, ésta continúo hasta nuestros días. En México el oficio se popularizó en el siglo XVII.En San Juan del Río, Querétaro, hasta hace un par de años se hacía un concurso de plañideras. Mujeres vestidas de negros con velos de encaje del mismo color cubriendo sus rostros lloraban ante un féretro vacío para competir por diez mil pesos (por cierto, uno de ellos fue ganado por una mujer que lloró la muerte de Vicente Fox).Está, además, una práctica común: la mujer a la que se le paga para que rece el rosario en los funerales. Regularmente es alguien que tiene contacto con la funeraria o con el sacerdote, no hay tarifas fijas sino que se deja al criterio de los deudos.También ofrecen sus servicios en los panteones, durante los días de muertos, donde cobran de 30 a 50 pesos, dependiendo del tipo de letanía.

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ENTERRAR PARA VIVIR

El panteón es un lugar que nadie desea visitar quizá porque sabemos que tarde o temprano ahí iremos a parar. A algunas personas les provoca temor, a otras tristeza, hay a quien no le provoca nada pero evita pasar cerca. De cualquier forma es un lugar gris, y ahí, a diario, trabaja un grupo de personas para que el camposanto se conserve bien y todo lo de los muertos esté en orden.Algunos trabajan en la administración, otros se encargan de los asuntos legales relacionados con la muerte, o del archivo para saber dónde están las tumbas y están los que hacen el trabajo que podría parecer más pesado: enterrar los ataúdes y exhumar cadáveres.Suele decirse que uno a todo se acostumbra, y en el caso de Ascensión Bonilla la frase parece aplicarse: «al principio hasta lloraba con los familiares cuando estábamos haciendo

el entierro y me ponía triste, pero ahora ya no, ahora hasta llego a mi casa y le platico a mi esposa de un entierro o luego de las exhumaciones pero ya no me siento triste. Ya me acostumbré».Al principio don Ascensión no quería ser entrevistado porque, dice, «todos los años vienen de los programas para entrevistarnos”, pero después de un rato accede no sin advertir: «yo nunca he visto cosas raras ni nada de eso ¿eh?».Narra que lleva 15 años trabajando en el panteón haciendo lo mismo: inhumaciones y exhumaciones, es decir sacando y metiendo ataúdes y cadáveres.—¿Qué fue lo más difícil cuando comenzó a trabajar?—Pues la verdad ver un esqueleto, porque yo nunca había visto uno y tuve que hacer un exhumación y vi el esqueleto, yo nada más lo había visto en la tele, pero pues ya aquí ves el cráneo y ves todo.Después de 15 años de trabajar ahí, las exhumaciones siguen siendo la tarea difícil, pero

como uno de los hombres experimentados de un panteón municipal, asume ese trabajo que algunos de sus compañeros novatos rechazan.—¿Nunca se ha enfermado por la emanación de los gases?—No, nada más uso un cubre boca e intento no respirar cuando abro la caja porque sí salen muchos gases, unas personas fuman supuestamente para eso de los gases, otros, aunque sean los familiares, se retiran: no quieren estar cerca cuando abrimos la caja, pero a mí nunca me ha pasado nada.Cuando don Ascensión dice que está acostumbrado a trabajar al panteón no hay falsedad, dice que jamás lo han asustado y habla de su trabajo con mucha naturalidad y sin atribuirle dotes sobrenaturales o esotéricas. Cuando se le pregunta cómo ve su familia su trabajo responde rápido: «uy, a mi hijo le gusta mucho venir al panteón y aquí anda conmigo y a mi esposa dice que está bien y también ya está acostumbrada, al principio pues no le gustaba, pero todos ya nos hemos ido acostumbrando».

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LA VOZ DE LA MUERTE

«Vamos pasando de la ciencia hacia la magia», dice Leviatán, maestro en ciencias ocultas que desde los 13 años inició su recorrido por este oficio que para muchos es conocido como brujería. Su taller se encuentra abandonado y algunas piezas de arte se hallan en los alrededores manteniendo una estética lúgubre; sin embargo, al iniciar la charla señala que es importante entender que «las ciencias ocultas son hermanas de las ciencias que conocemos hoy en día, tanto de las ciencias sociales como de las ciencias exactas y a veces son madre de éstas últimas».Desde su experiencia en las ciencias ocultas, para entenderlas hay que dividir en tres planos la realidad que conocemos: «el plano terrenal,

que es en el que habitamos según Paracelso, ya que somos seres de aire porque cruzamos a través de éste (…), está el submundo, que desde ciertas culturas primitivas tiene que ver con lo negativo, con lo malo, que se le llama también el bajo astral o inframundo (…) y por último tenemos el alto astral, el cielo, el cenit, donde está todo lo bueno. Este nos protege con su manto, pero no se comunica con nosotros».Y es que el maestro en ciencias ocultas dice que el uso de la magia —como él la considera— sólo es en casos en los cuales las pruebas científicas no brindan una respuesta a los fenómenos que se presentan; por ello hace énfasis en no confundir los fenómenos psiquiátricos con lo paranormal, y que quienes se dedican a este oficio no se encuentran ofertando su conocimiento en la televisión o sección amarilla.—Primero vamos a acabar con

la ciencia, no en términos de destruirla, sino de poner todos los recursos científicos que estén en nuestra mano para la resolución de un caso, y una vez que se nos acaben éstos, ya le entramos con magia, con energías.—¿Existen estos fenómenos? Leviatán responde inmediatamente que sí. Que «la magia sí existe», pero que éstos llegan a ser muy contados:—Le podemos dar a los fenómenos el sentido científico, pero qué pasa cuando estos se acaban; ahí ya entramos con la magia.Como aquella vez que en Catemaco, Veracruz, fue a atender una persona en trance; al inicio creyó que estaba en una crisis psiquiátrica, y repente se me queda viendo y me empieza a decir cosas que tienen que ver con su vida. —Entonces supe que estaba ante algo más.

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