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    NIKOS KAZANTZAKIS

    Del monte de SinaDel monte de Sinaa la Isla de Venus,a la Isla de Venus,

    Apuntes de viajesApuntes de viajesTraduccin: Andrs Lupo Canaleta.

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    PrlogoMi compaera pantera .......................................................................................................3Captulo IEl monte Sina ..................................................................................................................5Captulo II

    Panat Istratiencuentra a Gorki .............................................................................................................28Captulo IIIEl Japn .......................................................................................................................... 34

    Sakura y Kokoro .......................................................................................................... 35Los Mandamientos ...................................................................................................... 37La japonesa ..................................................................................................................38Las geishas ..................................................................................................................40

    Captulo IVChina ................................................................................................................................44

    Teatro chino ................................................................................................................. 44

    En una aldea china .......................................................................................................46Captulo VEspaa ..............................................................................................................................51

    vila ............................................................................................................................ 51Toledo .......................................................................................................................... 55Crdoba ....................................................................................................................... 59Granada ........................................................................................................................65Salamanca ....................................................................................................................68

    Captulo VIShakespeare ..................................................................................................................... 71Captulo VIIGrecia ...............................................................................................................................77

    El golfo de Corinto ...................................................................................................... 77Los castillos francos .................................................................................................... 81Klemutzi...................................................................................................................... 84Panigiry en Glarentza .................................................................................................. 87Bassae- Hacia Esparta ................................................................................................. 90Helena .......................................................................................................................... 95Esparta ......................................................................................................................... 97Chipre, la Isla de Venus ............................................................................................. 100Homo hellenicus ........................................................................................................ 102

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    PRLOGO

    MICOMPAERAPANTERAEl creador lucha contra una materia invisible, una materia superior a l. Y de esta

    lucha, tambin un gran vencedor sale vencido ya que nuestro ms profundo secreto-elnico que merecera ser dicho -permanece siempre inexpresado. El creador rechaza eldejarse limitar por los contornos materiales del arte. Cada palabra le exige unconsiderable esfuerzo. Mira un rbol, una flor, un hroe, una mujer, la estrella de lamaana, y no puede lanzar ms que un Oh! de admiracin. Su corazn no puede darcabida a otra cosa. Y cuando, al analizar este K.O.!, lo quiere transformar en

    pensamiento, en obra de arte, para transmitirlo a los hombres, la evasin de su propiamuerte no hace ms que envilecerle al expresar palabras desvergonzadas, llenas de aire

    y de imaginacin.Una noche tuve un sueo. Inclinado sobre un montn de papeles escriba, jadeante,como si estuviera dispuesta a subir una abrupta cuesta. Haca esfuerzos desesperados

    para obtener el resultado apetecido, pelendome con las palabras, intentandodomesticarlasPero las palabras se encabritaban como caballos salvajes. De repente,mientras estaba inclinado, not que sobre mi cabeza se posaba una densa mirada.Levant los ojos. Vi ante m un enano de barba negra y larga hasta el suelo y que memiraba con desprecio al tiempo que meneaba lentamente su gorda cabeza. Asustado,volv de nuevo al trabajo, pero aquella mirada inexorable me traspasaba el crneo.Cuando levant de nuevo la cabeza, el enano segua all, triste y desdeoso. Sbitamente-lo cual jams me haba ocurrido-un sentimiento de repugnancia por los papeles, los

    libros y los lpices, por el esfuerzo sacrlego que yo desplegaba con la finalidad deencerrar mi alma dentro de moldes de belleza.

    Aquella repugnancia persista cuando me despert. Entonces, una severa voz seelev en m. Era una voz familiar, pero esta maana por primera vez, la oa con todaclaridad:

    -No te da vergenza? No tienes piedad de ella?-De quin?-De tu alma. Deja, pues, todos esos papeles y levntate.-No hables tan alto. Lo s, pero no puedo evitarlo. Por lo tanto, estoy seguro de que

    un da lo conseguir.-Efectivamente, los dbiles lo saben, pero no pueden. Por eso son dbiles. Sensibles

    y timoratos, se pasan la vida pesando el si y el no en una balanza de precisin ymueren sosteniendo esta balanza. Y Dios, no sabiendo en dnde ponerlos-en el Infiernolo embelleceran-, en el Paraso lo mancillaran-, los hace colgar por los pies entre lavida y la eternidad. T no eres ms que un ser despreciable y me da vergenzaarrastrarte por todas partes detrs de m.

    Me encoleric.-No!-me grit a mi mismo-. Yo no soy despreciable! He probado ya varios

    caminos, pero en el extremo de cada uno, en lugar de la victoria, encontrinfaliblemente un abismo. Entonces volv sobre mis pasos.

    -Con toda seguridad era tu incapacidad lo que encontraste. Llamamos abismo a lo

    que no podemos abarcar. El abismo no existe. Solamente existe el alma humana y es

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    ella la que da un nombre a cada cosa, segn su valor o su cobarda. No eres ms que uncobarde!

    Bajo el doloroso efecto de estas palabras, me sobresalt.-Quin eres, pues? Tu detestable voz la oigo cada vez que llego a una encrucijada,

    cada vez que dudo en la eleccin de un camino.

    -Y la oirs siempre en cada una de tus huidas.-Yo no huyoVoy siempre hacia delante abandonando todo lo que amo,desgarrando mi corazn

    -Hasta cuando actuars de esa manera?-Hasta el momento en que alcance la cumbre. All, descansar--Sin embargo, no existe cumbre; existe solamente altitud. No existe descanso, existe

    solamente lucha. Tu cuerpo, tu alma, tu espritu me causa horror. Rehso ser tucompaero de viaje.

    Not entonces un agudo dolor en el corazn, como si mi pecho fuera desgarrado porlas zarpas de una fiera.

    Call. La voz que cantaba el aire salvaje de las batallas, era la de una de las sirenas

    que yo haba capturado -o que me haba capturado-durante uno de mis viajes?Efectivamente, recordaba que aquella voz inexorable me haba acompaado durantetodos mis peregrinajes. Qu palabra-cepo tena que componer para poder atraparla y

    poder contemplar su rostro? No tena, pues, todava ni forma ni consistencia, erasimplemente una voz, como si fuera un corazn nuevo, un corazn sin angustia, sindeseo, un corazn terreno y en llamas, traspasando, es decir, aplastando al hombre.

    En espera de conocer su verdadero nombre, la llam mi compaera Pantera.Despus, viajamos siempre juntos. Junto lo vimos y lo gustamos todo. Partimos el

    pan y el vino en todas las mesas del extranjero. Sufrimos juntos y juntos disfrutamos lasmontaas, las mujeres y las ideas.

    Cuando, cargados de botn, y cubiertos de heridas, regresamos a nuestra celdadesierta, la Pantera, silenciosa, se instala en mi cabeza. Este es su hito. Se instala en micabeza y ambos mudos-mientras ella hinca sus garras en mi carne-, pensamos en lo queya hemos visto y en la que todava tenemos que ver. Con un placer comncomprobamos lo siguiente: el mundo visible e invisible es un misterio inexplicable,

    profundo, inaccesible, ms all del espritu, del deseo y de la certidumbre. De este modocharlamos mi pantera y yo y esto nos divierte por ser tan duros, tan tiernos y taninsaciables. Remos, jugamos y nos araamos igual que dos amantes, y nos separamoscubiertos de sangre.

    Alegra vivir, caminar sobre la tierra, jugar sin miedo con la Gran Pantera ydespertarse una hermosa maana gritando:

    Las palabras! Las palabras! Yo no tengo a mis rdenes ms que veintisissoldados de plomo y, sin embargo, decreto la movilizacin y alzo a un ejrcito paraderribar la Muerte. Yo pondr en pi a mis veintisis piezas para capturar al Invisible.

    Y la Pantera, encima de m, se re, pues sabe que no se puede capturar al Invisible.Yo tambin lo s y ro con ella, pero el valor del hombre reside precisamente en elhecho de buscar y de ser consciente del Imposible.

    Veo ya brillar en mi imaginacin costas azules, montaas quemadas por el sol, islas,mujeres con la cabeza cubierta con una paoleta blanca

    -An otra nueva salida? Esta vez hacia dnde?-dice la voz zumbona de micompaera-. No voy contigo.

    Pero yo s que me seguir, ya que ella no me abandona y yo no la abandono. No

    tengo ms que levantar la mano y darle la consigna:-Vamos en marcha!

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    CAPTULO I

    ELMONTE SINAEl Monte Sina, la montaa sobre la cual Dios camin, brillaba en mi espritu

    desde haca varios aos. El mar Rojo, la Arabia Ptrea, el pequeo puerto de Raitho, ellargo viaje a lomo de camello por el desierto, las peregrinaciones por las montaasterribles e inhumanas que los hebreos atravesaron gimiendo y, finalmente, el monasteriosagrado levantado en el sitio en donde apareci el monte ardiendo eran lugares yhazaas que, desde haca mucho tiempo perdido en las grandes ciudades, yo deseabaardientemente ver y poder realizar.

    Galilea, con su gracia idlica, sus armoniosas montaas, el mar azul y el encantadorpequeo lago, se extiende detrs de las espaldas de Jess; risuea, se parece a l como

    una madre se parece a su hijo.Galilea es un comentario sencillo y luminoso puesto al pie del texto del NuevoTestamento. Dios se revela all pacfico, sobrio y alegre como un hombre bueno.

    Sin embargo, el Antiguo Testamento siempre me ha impresionado msprofundamente y ha tenido mucha resonancia en mi alma. Al leer este libro crudo, llenode venganzas y de rayos que humea cuando se le toca, igual que la montaa en que Diosdescendi, temblaba de deseo de ir a tocar y ver con mis propios ojos los lugaresabominables en donde naci.

    No olvidar jams la conversacin corta y fogosa que un da tuve con una mujer enun jardn. Yo deca:

    - Tengo horror a los cantos, al arte y a los libros. Todo esto me parece inspido y

    vano. Es como si, para saciar su apetito, le dieran, en lugar de pan y de carne, un ligerodesayuno y que usted lo masticara como lo hace una cabra.

    Yo hablaba irritado. La mujer, ante m, estaba plida, con los pmulos salientes y laboca ancha que le daban el aspecto de una campesina rusa. Continu:

    - He aqu como nuestras almas consumidas sacian hoy en da su apetito. Como lascabras!

    Ella me contest riendo:- Usted me habla con clera, pero yo pienso como usted. Existe un solo libro que no

    es vano; chorrea sangre y est hecho de carne y hueso: es el Antiguo Testamento. ElEvangelio no es ms que una manzanilla para los inocentes y los enfermos. En verdad,Jess fue una oveja que se dej degollar para Pascua, encima de la hierba verde, sinresistencia y balando. Jehov es mi Dios. Rudo como un brbaro procedente de unterrible desierto y con un hacha en la cintura. Con el hacha abre mi corazn y penetra enl.

    Poco despus aadi en voz ms baja:-Recuerda cmo habla a los hombres? Ha visto cmo las montaas y los hombres

    se hunden en sus palmas? Cmo se conmueven los reinos bajo su pie? El hombre grita,llora, se resiste, se arroja detrs de las piedras, baja a los agujeros, haciendo esfuerzos

    para escapar, pero Jehov est hundido en su corazn, igual que un pual.Desde ese momento naci en m el deseo de conocer la cuna de este Dios bravo y

    de entrar en ella como se entra en el cubil de un len.

    Aquella maana, al divisar la Arabia Ptrea y en la lejana las montaas que selevantaban humeantes con el sol, me estremec de alegra y de miedo.

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    Raitho, el puerto del Sina. Un puerto abierto, mar azul, algunas casas a lo largo dela orilla, algunos caiques pintados de amarillo, de rojo y negro.

    Serenidad. Las montaas, de un azul plido, el mar, con olor de sanda fresca. Micompaero, el pintor Kalmuk se volvi hacia m y me dijo:

    -Nos hemos equivocado. Estamos llegando a una isla griega. A Signos.

    Pero atrs, se divisan palmeras, dos camellos estn en el muelle, vuelven la cabezapor un momento hacia el mar, balancendose ligeramente, estiran sus piernas dos o tresveces y desaparecen detrs de las casas.

    Esta es la Arabia Ptrea, spera y sedienta.Contemplo el desierto que se inicia junto a las casas y me doy prisa. Una barca con

    una sola vela viene a recogernos. Pisamos la arena fina. Caminamos, y nuestro coraznbaila. Es un sueo? La arena est llena de conchas, las clebres conchas del mar Rojo.Las casas estn hechas de corales, de esponjas petrificadas, de estrellas de mar y deenormes conchas. La piel morena de los hombres brilla debajo de sus albornoces

    blancos. Una nia de color de chocolate juega en la playa y lleva un vestido de colorchilln. Algunas casas europeas construidas en madera, con galeras y jardines de

    mueca cercados por cajas viejas de conservas. En este clido paisaje rabe, una falsanota: dos inglesas rubias asomadas a un balcn verde.

    Una gran plaza desierta y a su alrededor hileras de casuchas de madera. En Raithotiene efecto, anualmente, la Gran Cuarentena de los musulmanes que regresan de LaMeca, y en esta poca varios millares de hombres se presentan en esta inmensa plaza.

    El enviado del Monte Sina, Tassos, que ha venido a buscarme al barco, nos explicacmo viven los hadjis (monjes musulmanes) y cmo el pueblo bulle a su llegada. Tassoses cristiano y de sangre griega; su abuelo se traslad de Corf a Raitho.Habla todavaalgo el griego y su agradable rostro juvenil resplandece de alegra al recibirnos, ya quenosotros somos compatriotas. Pero est asimilado a la tierra de su nueva patria. Sucuerpo, su espritu y su alma pertenecen a Arabia.

    Llegamos a la dependencia del monasterio de Sina. All tenemos que coger loscamellos y ponernos en marcha a travs de la montaa. Un gran patio, celdas a todo sualrededor, el hospicio, las dos escuelas griegas, una para los nios y la otra para lasnias, los almacenes, las cocinas y, en el centro, la iglesia.

    El mayor milagro de este desierto es el higmeno del monasterio, elarchimandrita Teodosio. Un corazn clido lleno de amor.

    Escasos son losa griegos que vienen a este lugar, y el archimandrita Teodosio, alto yde aspecto noble, griego, ardiente, nacido en Tschesm, en Asia Menor, nos acoge delmismo modo que acogera a Grecia.

    Todo el ceremonial de la sagrada hospitalidad que me es tan familiar: la confitura,

    el agua fresca, el caf, la mesa puesta, el mantel blanco y oloroso, la alegra, brillandoen los rostros de los que sirven al extranjeroPor la ventana se ve brillar el mar Rojo. Enfrente, a lo lejos, se perfilan, apagadas

    por la claridad, las montaas de Tebaida. El higmeno y yo hablamos de las setentapalmeras mencionadas en las Escrituras y que los hebreos encontraron en este pueblodespus de haber atravesado el mar Rojo. En seguida le pregunto por las doce fuentesde agua, como si le pidiera noticias de familiares expatriados. Todas estas cuestiones

    bblicas concuerdan armoniosamente con el desierto que nos rodea y con las montaasde los grandes ascetas.

    Y cuando se me contesta que el palmeral todava existe y que las fuentes siguenmanando, me siento feliz.

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    En mi vida he conocido con frecuencia dichas semejantes. Despus de una largacaminata, un vaso de agua fresca, un buen techo, un corazn humano que vivedesconocido en un rincn de la tierra, clido, inagotado, en espera del extranjero.

    Y cuando el extranjero aparece por el camino, el corazn palpita, se estremece, seregocija; ha encontrado un hombre. En hospitalidad, como en el amor, es cierto que el

    que da es ms feliz que el que recibe.Tahema, Manssur y Ahua, los tres camelleros que tienen que guiarnos, han llegadocon sus albornoces de color, la cabeza ceida por una corona de pelos de camello y ungran yatagn en el cinto. Son obedientes beduinos de finas piernas, con pequeos ojosde guila. Nos saludan poniendo sus manos sobre el pecho, su boca y despus sobre sufrente. Cada uno de ellos tira de su camello, cargado de vveres, de una tienda, camas decampaa y mantas para el viaje, todo lo cual forma una especie de torre sobre el lomodel animal. Tenemos que pasar tres das y tres noches en el desierto.

    Aprendemos algunas palabras rabes, las ms indispensables para esta vida encomn durante tres das con los beduinos: fuego, agua, pan, Dios y sal.

    Los camellos se arrodillan gritando. Sus ojos brillan, hermosos, sin bondad,

    vengativos. Sus arneses estn guarnecidos por penachos de pelos anaranjados y negros.-Dad algunos dtiles a los camellos para suavizarles la boca- ordena el higmeno.El dicono Polycarpos, un rubio chipriota, trae los dtiles y los distribuye entre los

    beduinos y sus animales.Nos ponemos en marcha. En seguida penetramos en el desierto.Se inicia gris, interminable y rido tan pronto como abandonamos el dominio del

    convento de Raitho.El ritmo ondulante y paciente del camello gana al cuerpo, la sangre se concierta con

    la cadencia del animal, y con la sangre del alma del hombre. El tiempo confinado yenvilecido por la concepcin occidental, se libra de todas sus subdivisiones geomtricas.Con la mecedura del barco del silencio, el tiempo deroga sus fronteras matemticas yse convierte en una sustancia fluida e indivisible, un vrtigo ligero y secreto quetransforma el pensamiento en ilusin y en msica.

    Abandonada as a este ritmo durante largas horas, comprendo por qu los orientalesleen el Corn balancendose hacia delante y hacia atrs. De esta forma comunican a sualma el movimiento montono y continuo que los conduce a este gran desierto mstico:el xtasis.

    Durante cinco horas avanzamos a travs del desierto. El sol se pone. Por finllegamos al pie de la montaa. Tahema, que marcha a la cabeza, se detiene y da la seal.Acamparemos aqu.

    - Krr! Krr!- exclaman los guas desde el fondo de su garganta y los camellos,

    jadeando, doblan con dificultad sus patas delanteras, y despus con estrpito, se dejancaer sobre las traseras, como si fueran casas que se derrumban.Todos nosotros procedemos a descargarlos y a levantar la tienda. Ahua va a recoger

    algunos pequeos trozos de madera y encendemos fuego. Manzur saca la cazuela, lamantequilla, el arroz y se pone a preparar la cena.

    El fro del desierto se hace spero. Nos sentamos alrededor del fuego. Kalmuk sepone a dibujar diferentes animales sobre un trozo de papel y pregunta:

    - Phi kaplan? (hay leones?).Los beduinos, consternados igual que nios a la vista de la fiera dibujada,

    exclaman:-Phi! Phi!

    -Phi taabin? (hay serpientes?)- Phi! Phi!

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    Mientras tanto, Tahema mezclaba con agua una harina de maz espumosa.Aplastaba la pasta en la sartn con sus manos negruzcas de dedos afilados y la hacacocer como una torta.

    El olor del pilaf se extendi por el aire. Nos sentamos y nos pusimos a comer.Preparamos el t, fumamos, charlamos todava un rato y despus, cuando el fuego ya

    haba bajado bastante, nos callamos.Una misteriosa alegra invada mi alma. Me esfuerzo en disciplinar en m todo esteromanticismo: el desierto, la Arabia, las tiendas, los beduinos, y me burlo de micorazn, que est excitado y late demasiado fuerte.

    Me tumbo debajo de la tienda y cierro los ojos; el dbil e indescifrable ruido deldesierto se desploma en mi espritu. Tumbados afuera, los camellos ruman y oigo cmotrituran sus mandbulas Todo el desierto ruma como si fuera un camello.

    Al da siguiente, al alba, comienza la marcha por entre las montaas. Montaasdesrticas y ridas que odian al hombre y lo rechazan. De vez en cuando, una perdizsalvaje golpea sus alas contra los peascos negros con un ruido metlico. De vez encuando, un cuervo da vueltas por encima de nosotros como si quisiera escucharnos

    antes de tomar una decisin.A lo largo del da, el ritmo del camello, la cancin montona y acunadora de

    Tahema, el sol que se abate sobre nosotros como si fuera de fuego, haciendo vibrar elaire encima de las piedras y de nuestras cabezas.

    Seguimos el camino que tomaron los hebreos al huir de Egipto hace ms de tres milaos

    Este desierto que estamos atravesando fue el terrible laboratorio en donde la raza deIsrael conoci el hambre y la sed, en donde gimi y muri.

    Con un ojo vido, miro estas rocas, una por una, sigo el camino sinuoso por laestrecha torrentera y grabo en mi espritu todas estas cadenas de montaas inflamadas.

    Un da, en una playa griega, me acuerdo de ello, penetr durante largas horas en unagruta llena de pesadas estalactitas y de enormes falos de piedras que brillaban a la luz dela antorcha. Esta gruta era el antiguo cauce de un ro que haba cambiado su curso. Latorrentera que hoy atravieso bajo el sol, brilla igualmente en mi espritu: Jehov el Diosinexorable ha excavado estas cadenas de montaas para pasar.

    Antes de atravesar este desierto, el rostro de Jehov estaba falto de consistencia,pues su pueblo todava no se haba afirmado. Los Elohims estaban extendidos por elaire. No era un solo ser, sino innumerables espritus, annimos e invisibles. LosElohims dieron al mundo un soplo de vida; conceban, fecundaban a las mujeres,mataban, descendan sobre la tierra como relmpagos o rayos. No tenan patria, no

    pertenecan a ningn pas, a ninguna raza.

    Pero, con el tiempo, se encarnaban y mostraban su preferencia por ciertos lugareselevados como los grandes peascos. Los hombres untaban de aceite estos peascos, lesofrecan sacrificios, los regaban de sangre. Lo que tenan ms querido, haban deofrecerlo a Dios para aplacarlo. Le sacrificaban, pues, a su hijo primognito o a su hijanica.

    Lentamente, con los siglos y una vida ms fcil, la vida se endulz y se civiliz.Tambin Dios se endulz y se civiliz; ya no le ofrecan hombres en sacrificio, sinoanimales. Poco a poco se le daba aspectos abordables: ternero de oro, esfinge alada,serpiente o halcn.

    As, en el limoso y pacfico Egipto, el Dios de los hebreos empez a ablandarse.Pero de pronto llegaron los Faraones hostiles que, arrancando a los hebreos de sus

    campos prsperos, los arrojaron lejos en este desierto de Arabia. Entonces empezaron el

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    Sol, una verde pradera, camellos jvenes, ovejas pastando, tiendas cuya tela esttejida con pelo de camello teida, mujeres que llevan anillos de plata en los tobillos, conafeites de henn y kohol, con dos falsos lunares en las mejillas para embellecerse, endisposicin de charlar en el umbral de las tiendas. Los platos humean: arroz, leche, pan

    blanco, un puado de dtiles. Muy cerca, un cntaro de agua fresca. Y las tres tiendas

    mayores, los tres camellos ms rpidos, las tres mujeres ms hermosas, son las tiendas,los camellos y las mujeres de Mansur, de Tahema y de AhuaCuando, al final de la oracin, el Paraso se cerr, cuando se encontraron

    nuevamente en la meseta de Madian y nos vieron sentados alrededor del fuego, los tresbeduinos, reemprendieron pacientemente su modesto trabajo terrenal y se instalaron ensilencio a nuestro lado. Kalmuk se haba levantado y jugaba con la nieve; yo extend lamano hacia Tahema, que se encontraba a mi derecha, y pronunci en rabe la clebrefrase del Corn: No hay ms Dios que Al y Mahoma es su profeta! Tahema sesobresalt como si yo hubiese descubierto su secreto. Me mir, radiante de satisfaccin,y me estrech la mano.

    Reemprendimos la marcha, Kalmuk y yo bamos a pie, pues haca fro y estbamos

    entumecidos. No podamos soportar ya el ritmo lento y paciente de los camellos.Las abruptas montaas de granito verde y rojo se levantaban maravillosas delante

    de nosotros. A veces pasaba un pjaro, pequeo y negro, con una cabeza redonda yblanca. Kalmuk le dio el nombre de Jockey.

    Una fila de camellos apareci en el extremo del camino y brill un momento comoun bajorrelieve sobre el pecho rojo de la montaa.

    Nos detuvimos. Los beduinos que llegaron nos dieron la bienvenida con este saludocordial:

    -Selam alekum! (La paz sea con vosotros).En seguida, conforme llegaban hasta nuestros guas, vimos cmo les cogan las

    manos, se inclinaban sobre sus hombros, mejilla contra mejilla y los saludaban duranteun rato en voz baja.

    Durante nuestra marcha de tres das asistimos con frecuencia a estos encuentroscordiales: los beduinos que se encuentran en el desierto se inclinan uno sobre el hombrodel otro y se estrechan las manos al tiempo que se inicia este dilogo sencillo, tan viejocomo el mundo:

    -Cmo ests? Cmo est tu mujer? Cmo est tu camello?De dnde vienes? Adnde vas?Y cuando uno de ellos ha terminado de contestar, inicia a su vez el interrogatorio.

    Entonces, empiezan las contestaciones del otro. A cada momento se oyen las palabrasselam y Al, y este encuentro reviste el sentido profundo y sagrado que tendra siempre

    que revestir un encuentro entre hombres.Con emocin contemplo a los nios del desierto de costumbres milenarias y almassencillas. De qu viven? Algunos dtiles, un puado de maz y una taza de caf les sonsuficientes. Su cuerpo es enjuto, sin fuerzas; sus piernas son delgadas y nerviosas comola de las cabras; sus ojos y sus odos son muy agudos.

    Despus de miles de aos, su vida no ha cambiado. El jefe de la tribu, el Jeque conel albornoz rojo, los juzga, los condena o los absuelve segn la ley de los beduinos. Surespeto a la propiedad es un sentimiento religioso. Se puede dejar lo que se quiera en eldesierto, con la condicin de trazar un crculo alrededor. El espacio delimitado resultainviolable.

    Habitan siempre debajo de las tiendas. En cambio, construyen pequeas

    edificaciones provisionales que les sirven de almacenes. En ellas guardan todas sus

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    modestas riquezas: harina, arroz, caf, azcar, tabaco. Cuando marchan de viaje, lapuerta de las cabaas queda abierta durante meses, pero permanecen invioladas.

    Si comen dtiles de una palmera ajena, deben dejar los huesos amontonados debajodel rbol. De esta forma, el propietario de los dtiles est satisfecho, pues considera queha prestado un favor a un caminante hambriento. Pero si encuentra los huesos

    desparramados, lejos del rbol, el ladrn, una vez descubierto, es castigado muyseveramente. Se vengan sobre sus camellos y sus cabras.Son los hombres ms pobres y al propio tiempo los ms hospitalarios del mundo.

    Tienen hambre, pero prefieren no comer con tal de tener siempre, en su tienda, algo queofrecer al visitante. Tienen hambre pero jams mendigan. A este respecto, me contaronque una joven beduina contemplaba un da a unos turistas, en Raitho, mientras coman.Estos le ofrecieron algunos trozos de su comida; pero ella, por orgullo, los rechaz. De

    pronto, se desplom desvanecida.El gran amor del beduino es su camello. Yo vea las delicadas orejas de Tahema, de

    Ahua y de Mansur estremecerse al menor suspiro de sus animales. Se paran, arreglanlos arneses, palpan el vientre, arrancan toda la hierba seca que pueden encontrar y

    alimentan al camello. Por la noche, los desensillan, extienden una manta en el suelo ylimpian amorosamente su pesebre.

    Una vieja cancin rabe alaba con imgenes de un expresionismo audaz a esteamado compaero del beduino:

    El camello avanza pisando la arena. Es slido como las planchas de un lecho demuerte. Sus muslos son firmes y se parecen a la alta muerte de una ciudadela. En susflancos las huellas de las cuerdas son semejantes a lagos sin agua llenos de guijarros. Sucrneo es duro como un yunque. Se le toca y parece que se toca una lima. Es semejantea un arca de agua que un arquitecto griego hubiese recubierto de tejas en la cima.

    Hemos dejado los camellos atrs y escalamos la montaa con prisa, pues estamosimpacientes por alcanzar el monasterio. Un poco de agua en una depresin, algunas

    palmeras, una choza de piedra. Ms lejos, una cruz de hierro que se levanta en la cimade un peasco. Nos aproximamos.

    Y de repente, encaramado sobre una altura, Kalmuk grita con los brazos en el aire ytriunfalmente:

    -Nter! (El monasterio!)Abajo, sobre una extensin llana, se divisa, rodeado de murallas, como una

    fortaleza, el clebre monasterio del Sina. La meta de nuestra larga marcha. He deseadomucho este momento y ahora que tengo en mis manos el fruto de este gran esfuerzo, mealegro con calma. No me apresuro.

    Durante algunos segundos, una fuerza misteriosa me empuja a volver atrs. El

    spero gozo de no recoger, de no gustar del fruto de mi deseo, me atraviesa como unrelmpago. Pero de pronto empieza a soplar un viento ligero, impregnado del perfumede los rboles y de las flores. Puede ser de almendros. El hombre prevalece en m yavanzo. Kalmuk corre delante cantando.

    Ahora ya distinguimos claramente el monasterio, sus murallas, sus torres, su iglesia,su ciprs. Llegamos a los jardines. Mi corazn se estremece sorprendido y contento. Mesubo al seto y veo brillar con el sol, en pleno desierto, olivos, naranjos, nogales,higueras y gigantescos y divinos almendros cubiertos de flores. Hace un calor dulce, elaire es perfumado y se oye el zumbido de los pequeos insectos laboriosos.

    Gozo largamente de este rostro de Dios, rostro risueo que el hombre ama, rostrohecho de tierra, de agua y de sudor humano.

    Durante tres das he visto Su otro rostro, terrible ste, sin flores, de granito. Yodeca: He aqu el verdadero Dios, el fuego devorador, la piedra que los deseos

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    humanos no pueden quebrantar. Inclinado sobre el seto, mirando el jardn florido,comprendo mejor estas palabras del asceta:

    Dios es estremecimiento y dulce lgrima.Los milagros son de dos clases - dice Buda-, los del cuerpo y los del alma. Yo no

    creo en los primeros, pero s en los segundos.

    El monasterio de Sinal es un milagro del alma.Despus de catorce siglos, alrededor de un pozo, en medio de un desierto pobladode tribus rapaces, de lenguas y religiones diferentes, este monasterio resiste, igual queuna ciudadana, a las fuerzas naturales y humanas que lo asaltan.

    Despus de nuestra marcha de tres das por el desierto, la vista de los almendros enflor hace palpitar mi corazn.

    Aqu- me digo- existe una conciencia humana superior, aqu, la virtud humanadomina al desierto.

    Ahora camino por las murallas del monasterio y me oriento. Me encuentro en mediode las montaas bblicas, en medio de los elevados paisajes del Antiguo Testamento. Aleste, frente a m, se levanta el monte de la Ciencia, en donde Moiss clav la serpiente

    de cobre. Detrs de la montaa, el pas de los amalecitas y las cadenas rocosas deAmurru. Hacia el norte, se extiende el desierto de Kedar, el Edom y las montaasTheman hasta el desierto de Moab. Al sur, el promontorio de Faram y el mar Rojo.Finalmente, hacia el oeste, se levanta la cadena de montaas de Sinal, la cima sagradaen donde Dios habl a Moiss y ms lejos, Santa Catalina.

    En medio de estas montaas, a una altitud del quinientos metros, el monasterio delSinal est edificado como una fortaleza, cuadrado, con altas murallas, torres y troneras.Contemplo abajo el gran patio. La iglesia se encuentra en el centro y a su lado se ve una

    pequea mezquita. La media luna se mezcla fraternalmente con la cruz. Alrededor,cubiertas de nieve, reverberan las celdas, los almacenes y el hospicio.

    Tres monjes se calientan al sol. En el gran silencio de la montaa, sus palabrasresuenan claramente. Uno de ellos explica las maravillas que ha visto en Amrica:

    barcos, puentes, mquinas, mujeres. Otro explica cmo se hacen cocer los corderosasados en su pas y el tercero habla de los milagros de Santa Catalina y de cmo losngeles la levantaron y la transportaron desde Alejandra hasta la cima que lleva sunombre y cmo todava se puede ver la huella de su cuerpo sobre las piedras.

    El jardn del monasterio brilla con la nieve y el sol. Los olivos murmurandulcemente, los naranjos brillan con su follaje verde oscuro, los cipreses negros selevantan semejantes a ascetas. A todo esto se le aade un contacto que hace a unoestremecerse: lentamente, por soplos rtmicos, como una respiracin, el perfume de lasflores de los almendros pone las ventanas de la nariz en tensin; las ventanas de la nariz

    y el espritu.Me pregunto cmo esta fortaleza monacal ha podido resistir durante tantos siglos aestos funestos soplos de viento primaveral y cmo no se ha derrumbado durante unahermosa primavera. La frase del rudo asceta que fue San Antonio alborota desde haceaos mi corazn, por expresar tan profundamente el dolor humano: Si, sentado en eldesierto, descansando tu corazn, oyes de pronto la voz de un gorrin, entonces tucorazn pierde su primera tranquilidad.

    Un pequeo monje de dieciocho aos, con la tez plida, sube a la cima de la torre enque me encuentro. Charlamos. Es natural de Creta. Unos azules ojeras rodean sus ojos yel sol hace brillar un espeso vello en sus mejillas.

    Despus, un anciano de unos ochenta aos, jadeando, dulce, sale de una trampa que

    se abre en la torre. Ya no tiene la fuerza de desear ni el bien ni el mal. Sus entraas sonlas que Buda vio: vacas.

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    Nos sentamos los tres al sol, en un largo banco. El frailecito saca algunos dtiles ynos los distribuye.

    El anciano, con la mano puesta encima de la rodilla, me explica cmo fueconstruido el monasterio y todos los combates que tuvo que librar durante largos siglos.Como estoy sentado en medio de estas montaas irreales, su historia me parece tan

    sencilla y verdadera como un cuento:- Alrededor del pozo es donde las hijas de Jethro venan a abrevar sus carneros yjustamente en el lugar en donde se encontraba la zarza ardiente fue donde Justinianohizo construir el monasterio.

    Por otra parte, el emperador envo doscientas familias cristianas del Ponto y deEgipto para instalarse en sus alrededores, servirlo y defenderlo.

    Un siglo ms tarde, Mahoma vino al mundo. Pas por el monte Sina. La huella dela pezua de su camello es todava visible encima de una piedra roja. Entr tambin enel monasterio, Los monjes le dispensaron grandes honores. Mahoma estuvo contento yles leg el clebre Testamento, el Aktinamet, el cual todava existe, escrito en caracterescficos sobre una piel de corzo, llevando a modo de sello la huella de la palma de la

    mano del profeta.En este testamento, Mahoma concede grandes privilegios a los monjes del Sinal:

    Si un monje del Sinal se refugia en la montaa o en el llano, en una caverna o en unvalle, en un desierto de arena o en una mezquita, yo estar cerca de l y lo preservar detodo mal. Yo lo defender en donde quiera que se encuentre, en la tierra o en el mar, aleste o al oeste, al norte o al sur. Los hombres que, en estas montaas y en estos lugares

    benditos, se han consagrado a la adoracin, no tendrn la obligacin de pagar impuestoso el diezmo de la cosecha. No sern reclutados y no pagarn la capitacin.Que nadie losmoleste, porque el ala de la misericordia proviene de ellos.

    No obstante, durante siglos, el monasterio sufri bastante. Los esclavos, que sehicieron musulmanes, hostigaron a los monjes para conseguir vveres y dinero. Lastribus salvajes de beduinos los atacaron para saquearlos. El gran portal permanecicerrado y los monjes llegaban al jardn por un camino subterrneo. Las puertas de hierro

    bajas y los pasillos oscuros existen todava. La entrada y la salida se encontraban a unaaltura de siete anas. Por estas aberturas izaban o hacan descender hombres y objetoscon la ayuda de una polea.

    Ahora los tiempos heroicos ya han pasado. Los esclavos se han dulcificado algo ylos beduinos han abandonado sus ataques. El gran portal est siempre abierto.

    El anciano sigue hablando. Emocionado, escucho esta dbil luz de ultratumba queanima las murallas bizantinas y puebla el aire de santos y mrtires. A mi lado el efebocretense escucha la admirable leyenda dorada, en xtasis y plido. Abajo, en el patio, los

    monjes charlan tranquilamente. Otros vigilan y pesan el maz que han trado los rabes.Por la puerta abierta de la cocina se ve una mesa llena de grandes y brillantes langostascoloradas. Fueron pescadas la vigilia en el golfo de Akaba. El padre Pahomios, sentadoen el umbral de su celda y envuelto en una manta, est ocupado dibujando una granconcha.

    Vuelvo a encontrar el ritmo familiar de la vida monstica, y esto agita mi corazn.Me levanto y bajo a la gran terraza. Los padres recogen la nieve, hacen bolas y se

    divierten como nios. Estn contentos porque ha nevado y as la hierba brotar en eldesierto. Los carneros y las cabras comern y los hombres tendrn su subsistencia.

    Algunos esclavos vienen a sentarse al pie del monasterio. Fuman y hablanruidosamente y se acompaan con grandes ademanes. Llegan mujeres con los pies

    desnudos, envueltas en grandes milayas negras y sucias. A partir de la nariz, la parteinferior de su rostro est cubierta de pequeas cadenas adornadas con monedas de plata

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    y conchas. Sus cabellos, atados en un moo puntiagudo sobre la frente, sobresalen comoel pomo de una silla de montar. Cada una de ellas abre rpidamente su milaya y sacauna criatura que deposita sobre las piedras.

    Los nios se renen debajo de la muralla del monasterio, con las manos extendidas.Esperan todos a que se abra el ventanillo desde donde se les arrojar la diaria racin de

    vveres: tres pequeos panes para los hombres, dos para las mujeres y los nios. Tienenque ir a buscarlos personalmente. Al abandonar sus cabaas, caminan durante horasbajo el sol ardiente o por la nieve. De esta manera viven. Recogen tambin saltamontesque dejan secar y luego trituran para elaborar el pan.

    El arzobispo, el Seor del Desierto, se inclina sonriente por encima de la murallay tira a los nios gorros de colores. Los pequeos rabes chillan de alegra, cogiendo eldon inesperado que les cae del cielo y, poco despus, las duras cabezas negras brillan,amarillas, rojas y verdes adornadas con un pompn en lo alto.

    Yo contemplo con emocin a mis lejanos hermanos. Hace siglos que vaganalrededor de estas murallas bizantinas desde donde les echan, como si fueran piedras,estos pequeos panes de salvado. Viven y mueren sirviendo y amenazando el

    monasterio.Los monjes me explican las costumbres primitivas y patriarcales de estos rabes. Al

    cabo de miles de aos, nada ha cambiado. Viven, se casan y mueren como en lostiempos de Jethro, el suegro de Moiss. Al igual que en aquellos tiempos, hoy todava,solamente las muchachas se cuidan de vigilar a los carneros. Nadie las molesta. Cuandodos jvenes se aman, se marchan secretamente durante la noche y van a la montaa. Elmuchacho hace sonar la flauta y la chica canta, pero no se tocan.

    Cuando el joven la quiere pedir en matrimonio, va a sentarse delante de la tienda delsuegro y espera a que la chica regrese del pastoreo. Cuando llega, se quita su albornoz ylo arroja sobre ella.

    Cuando hay que concretar el matrimonio, el novio tiene que comprar a la novia, ylos dos consuegros cogen una hoja de palmera y cada uno la tira por su lado pararepartrsela.

    El padre de la novia dice:-Quiero mil libras por mi hija.Con frecuencia el pretendiente ni una sola.Pero los beduinos son orgullosos y tienen

    que cumplir todo el ceremonial que rodea al matrimonio.Despus que el suegro dice mil libras, el Jeque se levanta y dice:-Tu hija vale tambin dos mil libras. Y el novio quiere darlas. Pero, para

    complacerme, reglale quinientas libras.Entonces, el suegro contesta:

    -Para complacerte, Jeque, le hago donacin de quinientas libras.Entonces, los dems parientes se levantan:-Para complacerme reglale otras cien libras. Y cien ms, y cien ms an,

    cincuenta, veinteHasta que el precio baja a una libra. En este momento, las mujeres que muelen el

    maz dejan escapar una especie de graznido:Lu-lu-lu!Entonces el suegro se levanta y dice: para complacer a las mujeres que muelen el

    maz, yo entrego a mi hija por media libra.Y durante la noche de bodas comen, beben y despilfarran todos sus bienes.De esta forma sobreviven despus de millares de aos las costumbres inmutables

    del desierto.

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    ** *

    Es medioda. Bajamos al refectorio. Una sala medieval abovedada, con letrasgticas grabadas en las paredes de piedra. Debi de ser construida por los latinos que,

    durante varios siglos, convivieron con nuestros monjes en el monte Sina.El padre Pahomios ha pintado las paredes con exquisito amor. En el fondo de lasala, existe todava un admirable fresco antiguo que representa el Juicio Final y debajo,la Santsima Trinidad: tres ngeles cuyas alas protegen a la pareja teogenia: el hombre yla mujer.

    Tomamos asiento a la gran mesa oblonga. A un extremo se sienta el arzobispo; a suderecha y a su izquierda, una veintena de padres. El hermano hospitalario Theoklitos,un cretense alegre, vivo y de mejillas sonrosadas; el sacristn Joaqun, un quiotatranquilo y dulce; el archimandrita Mateo, un chipriota silencioso y noble; el ecnomo,natural de Macedonia; Pahomios el pintor, y todos los dems.

    Son alrededor de cuarenta padres de los cuales la mitad reside en el monasterio. Los

    dems estn lejos, en Creta, en Chipre, en Egipto y en las dependencias del conventodel Sina. Todos son griegos: seis de Creta, seis de Chipre, seis de Zante, tres delPeloponeso, dos del Epiro y de Quos y los dems de Eubea, Simi, Lemnos, Cefalonia,Tchesm, Alatsata, Tenedos, Kydonia, Psara, Karpenissi y Macedonia. Toda Grecia!

    Sirven langosta, legumbres, pan y un poco de vino. Los padres empiezan a comer.Nadie habla. El lector sube al plpito e inicia la lectura del evangelio del da:Elregreso del hijo prdigo.

    He conocido este ritmo de vida durante largos meses en varios monasterios. Lacomida regulada de esta forma adquiere su grande y misterioso valor. Un rabino hadicho:

    El hombre virtuoso que come, libera a Dios, que se encuentra en el pan.

    El lector, con su gangosa diccin de eclesistico, lee la historia del hijo prdigo:expone cmo sufri y llor, y cmo se vio obligado a comer algarrobas y cmo un da,no teniendo nada, regres a casa de su padre y desde entonces no abandon ms su casa.

    Y yo, en medio de este recogimiento cristiano, pienso.Si se tratara de otro monasterio, perfectamente adaptado a las aspiraciones del alma

    moderna, yo habra propuesto que se leyera el clebre complemento a la parbola delhijo prdigo que ha escrito uno de nuestros contemporneos:

    El hijo prdigo regres a la casa, cansado, vencido, desesperado. Por la noche fuea ver a su hermano segundo en la habitacin en donde descansaba y el joven le dijo:

    Escucha, Sabes por qu te esperaba? Antes de que termine la noche me marcho.Y el prdigo estrech a su hermano entre sus brazos, le aconsej, le persuadi de

    que se marchara y que se mostrase ms valeroso que l.Vamos, abrzame. T te llevas todas mis esperanzas. S fuerte. Olvdanos;

    olvdate de m; no vuelvas ms.As, mientras como tranquilamente con los padres escuchando la parbola, el hijo

    prdigo del Evangelio se transforma en m y noto conmoverse los cimientos del clebremonasterio que me da hospitalidad.

    ** *

    La comida termina. Los padres se sientan al sol. Nosotros, con el arzobispo, el

    sacristn y el hermano hospitalario, entramos en la iglesia.

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    Sorprende ver tantas riquezas. Los padres se sientan al sol. Nosotros, con elarzobispo, el sacristn y el hermano hospitalario entramos en la iglesia.

    Sorprende ver tantas riquezas. Hay lmparas de plata por todas partes y eliconostasio es todo de oro. Sobre las paredes y las columnas, brillan innumerables y

    preciosos conos.

    El sacristn abre la gran sacrista y amontona ante nosotros los tesoros delmonasterio: santas reliquias, vestiduras sacerdotales bordadas en oro, bordados deperlas exponentes de un maravilloso arte bizantino, mitras brillantes de la pedrera,esculturas de marfil, cruces pectorales, bculos de obispos

    Todo este oro, toda esta pedrera duermen despus de tantos siglos en el desierto.Y cosa ms admirable todava: la iglesia est llena de los ms bellos conos

    bizantinos que jams he visto. Se trata de un museo hagiogrfico nico en el mundo. Enla parte oriental del santuario existe un inmenso mosaico que representa laTransfiguracin de Cristo. A la derecha y a la izquierda, Moiss hablando a Dios yrecibiendo las Tablas de la Ley. Debajo, los doce apstoles y los diecisiete profetas y,en cada esquina, Justiniano y Teodora.

    Se encienden los cirios y el sacristn se arrodilla y abre con terror religioso la cajaen donde reposa el cuerpo de Santa Catalina. La mano de la santa est cargada desortijas y una corona real adorna su cabeza. Emocionado, Kalmuk se saca la sortija quelleva en el dedo y con piedad la ofrece a la santa.

    Llegamos a la capilla de la zarza ardiente. Penetramos en ella con los pies desnudosigual que Moiss: Qutate los zapatos de tus pies, ya que el lugar en que te encuentrases tierra santa.

    Las losas estn cubiertas de preciosos tapices. En la parte oriental se encuentra unmaravilloso mosaico que representa la Anunciacin. Esta capilla est dedicada a laAnunciacin, ya que la zarza ardiente que no se consume simboliza a la Virgenrecibiendo a Dios en sus entraas.

    Debajo del altar se puede ver la losa de mrmol que indica el sitio exacto en dondebrill la zarza ardiente ante los ojos de Moiss.

    Aqu, Moiss apacentaba el rebao de Jethro su suegro y el ngel del Seor se leapareci con una llama de fuego en medio de una zarza. Y he aqu que la zarza estabaardiendo, pero no se consuma.

    Entramos en la biblioteca. Es clebre por sus manuscritos griegos, rabes, cficos ysiracos. Durante rato me deleito contemplando los libros antiguos, los grabados, losinexplorados manuscritos llenos de misterio. Quin sabe si en una de estas traduccionesrabes no se encuentra alguna obra griega de Sfocles o de Esquilo cuyo original se ha

    perdido!

    ** *

    Este da rico en impresiones me haba llenado de emocin. Las vestidurassacerdotales, las piedras preciosas, los conos multicolores, la parbola del hijo prdigo,fundidos y mezclados en el crisol del sueo, se reconstituyen tomando formasmonstruosas.

    Esta noche, poco antes de la aurora, a la hora en que tocaba la simandre , tuve estesueo impo:

    El monasterio haba sido invadido por gitanos que haban acudido con sustamboriles, sus perros y sus tamices. Instalan sus tiendas en la iglesia. Desde el

    iconostasio hasta la puerta de entrada haban tendido una cuerda y colgado de ella

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    mantas coloradas y amarillas, y ropa mojada. Los rostros de los ascetas estaban irritadosy de sus bocas salan largos pergaminos ondulantes cubiertos de letras rojas:

    El que ha vencido a la naturaleza se ha elevado por encima de la naturaleza, decauno de ellos. A su lado, San Atanasio predicaba; Rebelarse contra todo: he aqu elcamino de Dios!. Y San Martiniano: S bueno, hermano, en el desierto, y salva tu

    alma. Santa Dorotea, subida a una columna, gritaba;Doma tu carne.Los gitanos haban colgado un tamboril adornado con cintas coloradas delante delicono de la Virgen y arrojado unas enaguas amarillas festoneadas de negro sobre elSanto Sudario. Sentada en el plpito del obispo, una vieja con los ojos bizcos enseabael arte de leer el porvenir a tres chiquillas. Los jvenes tocaban el tambor y bailaban; unviejo tocaba con frenes el violn. De pronto, todo se apag y llenando las tinieblas noqued ms que un mono. Acurrucado, con un gorro colorado en la cabeza, mondabatranquilamente una granada podrida

    ** *

    Subimos hacia la Cima Sagrada, erguida como una torre, en donde Moiss vio aDios cara a cara y le habl. A lo lejos se divisa la lnea spera de las cimas como sifuera crin de jabal.

    El profeta dijo: Porqu os fijis en las otras montaas cubiertas de verdor, derebaos y productoras de queso? Sina es la sola y verdadera montaa, aquella en la cualdescendi y aquella en que mora.

    Jehov, el terrible Jeque de Israel, habita este Olimpo de los hebreos. Quema sucima como un fuego y la montaa humea.Tened cuidado al subir a la montaa y notoquis ninguna extremidad. Cualquiera que toque el Sina , hombre o animal, sercastigado con la muerte. Cualquiera que vea el rostro de Dios ser castigado con la

    muerte. Dios es, como dijo San Atanasasio: Fuego divino consumidor, y Moiss:Tenaza que lleva el carbn ardiente de Dios.Jehov se identifica con el fuego. Los Elohims, estos innumerables espritus que

    vigilan y gobiernan al mundo, se concentran en un Dios nico, bravo, celoso y racial,protector de una sola tribu, la de los hebreos. Se identifica con el fuego; todo lo que sele arroja al fuego, Jehov lo devora. Los hombres ofrecen a Jehov, es decir, sus hijos ehijas primognitos.

    Trepamos por los tres mil cien peldaos que conducen desde el pie de la montaahasta la cima sagrada. Detrs de m sigue el Padre Pahomios acompaado de Kalmuk.Los dos pintores hablan. Sencillo y cordial, el ermitao se inclina para escuchar alartista, que, por venir del mundo, le trae grandes noticias: como se mezclan los colores

    actuales, cmo la pintura al leo se seca ms rpidamente, cules son los mejoreslapicesPasamos por debajo de una pequea puerta abovedada excavada en la roca. En los

    tiempos en que los hombres, temblando de miedo, no osaban tocar la cima sagrada, unsacerdote estaba all y les confesaba: El que toque la Montaa de Dios, recomiendaDavid, tiene que tener las manos inocentes y el corazn puro. Si no, morir. Hoy, laentrada est desierta, el confesor ha muerto, la montaa ya no mata

    Ms arriba, pasamos por delante de la gruta en donde Elas tuvo la gran visin. Nohaba hecho ms que entrar cuando la voz de Dios se dej or: Maana tu saldrs deaqu y te detendrs delante del Seor. Entonces un fuerte viento pasar por encima de tiy pulverizar las piedras. Pero el Seor no estar en el viento. Despus del viento se

    producir un temblor de tierra. Pero el Seor no estar en el temblor de tierra. Despus

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    se producir fuego Pero el Seor no estar en el fuego. Y despus del fuego soplar unadulce brisa.Es all en donde se encontrar el Seor!

    El Espritu siempre viene as: despus del viento, del temblor de tierra y del fuego,viene la dulce brisa. Hoy todava viene as. Atravesamos el perodo del temblor detierra.

    Ms arriba, Pahomios se detiene y nos seala un peasco:- Aqu es- dice- donde estaba Moiss el da en que los hebreos lucharon contra losamalecitas. Y aconteci que cuando Moiss levantaba sus manos, Israel era el msfuerte, pero cuando bajaba las manos, los hebreos huan. Entonces, dos sacerdotes,Aarn y Hur, le sujetaron las manos, cada uno por un lado, y as lo hicieron hasta la

    puesta del sol. De esta manera Josu diezm a Amalek y a su pueblo, pasndolo acuchillo.

    Toda la montaa tena las huellas sobrehumanas del gigante.En el alma sencilla de Pahomios estas leyendas tomaban un aspecto apacible e

    histrico, como si hablara de seres gigantes, antediluvianos; dinosaurios o mamuts.Ninguna turbacin, ninguna duda.

    Cuando alcanzamos la cima, mi corazn se estremeci. Jams mis ojos haban vistoun espectculo semejante. Ante m toda la Arabia Ptrea con sus montaas de color azuloscuro; ms lejos, las cadenas rocosas azuladas de la Arabia Feliz y el mar que brillabacomo una turquesa; al oeste, el desierto blanco humeante por el sol y atrs, muy lejos,las montaas de frica.

    Un paisaje extico, sin agua, sin rboles, sin nubes, desrtico como un paisaje lunar.Aqu el alma de un desesperado o de un hombre noble encuentra la mxima dicha.Entramos en la pequea iglesia de la Cima. El padre Pahomios escarba la tierra con

    sus uas, buscando algn vestigio de las viejas paredes de la iglesia bizantina. Nosensea triunfalmente piedras talladas en arco, columnitas de ventanas, cruces,inscripciones, antiguos pilones. Est bastante agitado. De repente deja escapar un grangrito. Acaba de descubrir, en un trozo de mrmol, la representacin de dos palomas

    bizantinas con los picos juntos, smbolo del Espritu Santo.Experimento cierto malestar al contemplar esta alma sencilla dominada por la

    sombra mana de descubrir, de restaurar, de inmovilizar la vida y de impedir a todacosta la desaparicin del pasado. En esta cima en donde Dios es llama que no se puedeasir, ondulante y devoradora, este espritu de excavacin y de conservacin me repugna.Me vuelvo hacia el y le digo:

    -Cmo te imaginas a Dios, padre Pahomios?Me mira sorprendido, reflexiona durante unos momentos y contesta:-Como un padre que ama a sus hijos.

    -No te da vergenza?-le digo. Te atreves a hablar as de Dios en la cima delMonte Sina? Dios es fuego consumidor.-Por qu me dices esto?-Para que dejes todas estas ruinas y El las queme. Pahomios, no levantes la mano

    contra Dios!Asustado y avergonzado toma asiento. Abrimos la cesta que contiene la comida,

    bebemos vino y comemos pan, carne y naranjas. Yo llevo conmigo una pequea edicinde Homero. Comienzo a leer en voz alta los largos versos paganos, como si quisieradespechar al Seor.

    Las costas griegas desfilan ante mis ojos, los dioses del Olimpo resplandecen, lasdiosas descienden, sonrientes y carnales, y se unen con los mortales, y de su unin

    nacen hroes y no monstruos.

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    Mi corazn se fortalece. Aqu, sobre los tizones calcinados del Dios semita, elcorazn areo se rebela y fortifica.

    Los pecados, las desobediencias, los desfallecimientos del hombre son detallesinsignificantes en comparacin con la lucha terrible que tiene que sostener. Si el Diosquisquilloso de los hebreos acusa al hombre en la otra vida, por sus pequeos errores,

    ste, podr sostener con valenta su defensa.-Si, he pecado, robado la mujer y el buey de mi vecino, pues me gustaban; matado ami enemigo porque l me quera matar; construido con mis manos dolos que headorado, mentido porque tena miedo; odiado a mi padre que se levantaba ante m paraimpedirme que pasase.

    Si, he desobedecido todos los mandamientos.Pero he subyugado a la tierra, al fuego, al agua y al aire. Si no hubiese estado all,

    los animales salvajes y los gusanos te habran devorado. Te habras podrido en el barrode la pereza y del miedo. Soy yo quien, en la sangre y el lodo, ha gritado y ha pedidolibertad. Soy yo el que, llorando, riendo, dando traspis, te he sostenido para que T note cayeras.

    Pahomios est inquieto porque el da se est acabando y comienza a hacer fro. Seacerca a m, me obliga a levantarme e iniciamos el descenso.

    Tomamos otro camino a travs de una torrentera cubierta de nieve. De pronto, elrabe que nos precede, portador de la cesta de las provisiones, se inclina sobre la nieve ygrita alegremente:

    - Kaplan!Nos acercamos para ver qu pasa. Y efectivamente, se pueden distinguir las amplias

    huellas dejadas por las patas de una fiera.- Un len!- dice Pahomios con la boca torcida.Kalmuk salta de alegra, pero el rabe nos explica que los leones se alejan cuando

    oyen al hombre, porque le tienen miedo. Pahomios se repone, pues, de su emocinmientras que Kalmuk est desolado por haber perdido esta ocasin.

    Yo camino delante, siguiendo las huellas del animal, y estoy contento. Me pareceque Jehov ha pasado por encima de la nieve y que, asustado, ha huido hacia el desierto.

    ** *

    Estamos sentados en la ms alta cima de la cadena de montaas del Sina, delantede la pequea iglesia de Santa Catalina ( 2.646 metros). El padre Moiss se ha unido anosotros.

    Abajo, bajo el sol resplandeciente, y hasta donde se pierde la vista, toda la Arabia

    Ptrea humea.El padre Moiss, natural de Karpenissi, delgado, pequeo, deferente, es aqu el amo.Es l quien ha construido el camino que conduce a la cima y restaurado esta pequeaiglesia sobre cuyas gradas nos encontramos sentados. Es l quien se cuida del pequeohospicio y nos ha trado edredones, carbn, vveres, conos y raki.

    La olla hierve. Dos perdices que hemos matado por el camino estn asndose en lasbrasas. Ferragui, nuestro simptico beduino, se inclina y atiza el fuego, despus, sujoven cuerpo, delgado y musculoso, se endereza. Kalmuk dibuja las montaas en untrozo de papel y encima de l, envuelto con una manta, Pahomios lo contemplavidamente.

    Las perdices comienzan a oler bien. Nos apretamos unos contra otros en un banco

    de piedra y aguardamos. Hace fro, tenemos hambre y nos invade una gran alegra. Elpadre Moiss trae confitura, te y raki de dtiles, despus nueces, almendras, miel y

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    martirio de una manera sencilla y dulce como si estuviera hablando de la tierra, de lalluvia que la roca, del crecimiento de la fruta y de las mieses

    Entramos en la celda y encendemos el brasero. En la lejana se oye tronar como sifuera un gemido.

    Repentinamente, y enternecido por tanta felicidad, Kalmuk dice:

    -Padre Moiss, voy a dibujar una Santa Catalina y te la regalar.Moiss tose maliciosamente.-Porqu toses?-No s nada! He odo decir que el quiere pintar un iconoPor de pronto tiene que lavarse cuidadosamente las manos, despus privarse de

    carne (ya me entiendes) y de tabaco. Solamente con esta condicin el cono serhermoso y har milagros.

    La discusin se hace viva. Pahomios escucha con las orejas tiesas.Kalmuk, joven y vigoroso, principiante en su carrera escucha atentamente los

    consejos que le prodiga el pintor de la barba blanca:-El pintor debe siempre tener en la cabeza la vida del santo que quiere representar.

    Tiene que pensar en l de da y de noche. En qu momento puede coger sus pincelespara empezar a pintar? Solamente despus de haber visto al santo en un sueo.

    Moiss se estremece de emocin.- Le dir algo que jams he confiado a nadie. Mi oficio, como se ha dicho, es el de

    construir caminos. Todo el da me rompo la cabeza. Hacia qu lado dirigir el camino?Hacia la derecha? En dnde construir el puente? En dnde excavar la zanja para darsalida a las aguas? Todo esto me atormenta. Y por la noche, durante mis sueos, veo loque tengo que hacer. He aqu porqu mis caminos son slidos.

    A medianoche lleg Ferragui, cargado con pesadas mantas. Prepara nuestras camasy nos acostamos. Al alba nos despierta una violenta granizada. Nos asomamos por la

    pequea puerta. La niebla es espesa e impenetrable. La nieve recubre la montaa y haceun fro intenso.

    -Pon a hervir el t en el caldero- ordena Moiss volviendo a cerrar la puerta.Se enciende de nuevo el brasero, el t est preparado y la salmodia comienza.Volvemos a encontrar nuestro buen humor, la sangre se enciende y tomamos la

    decisin de intentar el regreso.-Santgense, hijos mos! - grita Pahomios tiritando de fro y de miedo.- No es del fro de lo que hay que tener miedo- dice Kalmuk para asustarlo- sino

    ms bien de las fieras errantes y hambrientas a causa de este tiempo. Sobre todo de lososos!

    Pahomios se santigua varias veces, entra en la iglesia y se arrodilla ante Santa

    Catalina. Despus coge una manta, se envuelve en ella y sigue a la caravana.Nieve hasta las rodillas; el granizo choca contra nuestros cascos y nosotros remos ysaltamos mientras Moiss, calzado con botas altas, va delante y nos abre camino.

    Regresamos al monasterio, alegres e impacientes, como si volviramos a la casapaterna.

    ** *

    Durante la noche, solo en mi celda, con el espritu profundamente impregnado porla visin del desierto, recorro el Antiguo Testamento. Pienso en el hombre que resiste,lucha y se debate en la mano de Dios, y mi corazn se oprime. La Biblia se me aparece

    como una cadena de montaas con numerosas cumbres de donde los profetas, atadoscon cuerdas, descienden chillando.

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    Bruscamente, cojo una hoja de papel y me pongo a escribir para consolarme.

    ** *

    - Samuel!

    El anciano profeta del cinturn de cuero y de los abigarrados harapos miraba a laciudad que estaba a sus pies y no oa la voz del Padre Eterno. El sol estaba a la altura deuna lanza en el cielo; de abajo ascenda el ruido de Galgala, ciudad pescadora incrustadaentre las piedras rojas del Carmelo, con sus palmeras rectas como espadas y sushigueras silvestres en hilera.

    - Samuel!- dijo de nuevo la voz del Padre Eterno-. Samuel, mi fiel servidor, hasenvejecido, ya no me oyes!

    Samuel se levant. Sus espesas cejas se juntaron en una expresin de clera, sularga barba de doble punta se agit semejante a un ocano bajo la tempestad, sus odoszumbaron al igual que los caracoles marinos. La maldicin relinch en l igual que unayegua sin brida.

    -Malditos!-grit, extendiendo su esqueltico brazo por encima de la ciudadbulliciosa y alegre-. Malditos sean los hombres que ren, los inicuos sacrificios queempaan el cielo; maldita sea la mujer cuyos zuecos golpean las piedras de los caminos.

    Seor, Seor, se han apagado los rayos en tu mano de bronce? T has enviadosobre el santo cuerpo de nuestro rey la enfermedad sagrada y l cae a tierra, babea comoun caracol, sopla como una tortuga. Por qu? Qu te ha hecho? Contesta! O biendesata la peste sobre la tierra y si eres justo, arranca la esperma de los riones de loshombres y derrmala sobre las piedras.

    -Samuel!- grit el Padre Eterno por tercera vez-. Samuel, cllate y escucha mivoz!

    El cuerpo del profeta se puso a temblar y como se apoyaba contra la puerta deltemplo, percibi de una sola vez los tres gritos del Padre Eterno.-Seor, me has llamado. Heme aqu!-Samuel, llena tu cuerno de aceite y ve a Beln. No abras la boca, no aceptes por el

    camino la compaa de nadie y ve a llamar a la puerta de Isaas.-Yo no he estado nunca en Beln. Cmo reconocer la puerta de Isaas?-La he sealado con un dedo de sangre. Llama a la puerta de Isaas y de entre sus

    siete hijos, elige uno.-Cul, Seor? Mis ojos se han empaado y ya no veo bien.-Cuando lo veas, tu corazn gemir igual que un ternero. A ese hijo tienes que

    elegir. Palpa la coronilla de su crneo debajo de sus cabellos y ngelo rey de los

    hebreos. He dicho!-Pero Sal se enterar. Me tender una emboscada durante mi camino de regreso yme matar.

    -Qu puede importarme eso? Yo jams me he preocupado de la vida de misservidores. Ve!

    - No! No ir.-Seca el sudor de tu rostro y afirma tus mandbulas que tiemblan cuando le hablas a

    tu Seor. Tartamudeas, Samuel! Habla con claridad!-No tartamudeo. He dicho: no ir.- Habla ms bajo! Gritas como si tuvieras miedo. Por qu no irs? Que Samuel se

    digne contestar. Tienes miedo?

    - No tengo miedo. Es el amor lo que me retiene. Soy yo el que ungi a Sal comorey de los hebreos, lo he amado ms que a mis hijos, he insuflado mi alma entre sus

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    plidos labios y le he dado el espritu de profeca. Mi espritu lo ha dominado, l es micarne y mi alma y no lo puedo traicionar.

    -Por qu te paras? El corazn de Samuel est ya vaco?- T eres todopoderoso, Seor. No te burles de m. Mtame!Los ojos de Samuel centellearon, abri los brazos, agarr los dos montantes de la

    puerta y aguard.- Mtame!-repiti su corazn-. Mtame!-Samuel- continu la voz del Padre Eterno, dulce y casi suplicante.Pero el anciano profeta se enfad:Mtame! No puedes hacer otra cosa. Mtame!

    Nadie contest. El sol declinaba; un muchacho moreno y con los pies desnudosapareci, pisando la arena del sendero, y se acerc a Samuel con terror, igual que si seaproximara al borde de un precipicio. Dej en el umbral del templo la comida del

    profeta: algunos dtiles, miel, pan, un cntaro de agua, y se march en seguidaconteniendo la respiracin. Baj por el sendero en direccin a las casas y desapareci enla choza paterna. Su madre se inclin, lo cogi entre sus brazos y le pregunt:

    -Todava?-Todava- contest el nio-. Todava lucha con el Padre Eterno.El sol desapareci tras la montaa y la estrella de la noche se meci encima de la

    ciudad como el germen de un incendio. Una mujer plida la divis desde detrs de lascelosas y se asust:

    -Caer e incendiar la casa.Las estrellas se extendieron sobre los cabellos del profeta. Centelleaban,

    resplandecan y se agitaban al ascender por el cielo. En medio de ellas, el profetatemblaba. Las estrellas penetraron en su corazn, se hilvanaban en sus dedos, golpeabansus sienes; todo el firmamento estrellado jugaba y rea como juegan y ren los guijarrosen la playa.

    -SeorSeor-murmur hacia el alba, y no pudo decir nada ms.Abri con su pesada mano la puerta bajo el templo y entr. Sus pies estaban ligeros

    como si hubiese posedo alas; en su barba brillaba el roco. Cogi del altar el cuerno, lollen de aceite sagrado, cogi su bastn nudoso y franque el umbral. Unos nios que

    jugaban delante de la primera casa, al ver los abigarrados harapos y el turbante verde delprofeta, volvieron a entrar asustados en su casa y cerraron la puerta gritando:

    - Ya llega!Los perros se escondieron en los rincones con el rabo entre las piernas y un buey

    joven mugi, estirando el cuello hacia el suelo. Un ruido semejante al violento vientoque azota los pltanos en otoo, atraves el pueblo de extremo a extremo. Oyse que las

    puertas se cerraban, que gritaban los nios y la voz ronca de las mujeres tras las espesascelosas.Samuel arrug las cejas. Caminaba a grandes zancadas, golpeando su bastn contra

    las piedras de las calles desiertas.-Como si yo fuese la Guerra o la Peste- murmur-. Como si yo fuese el Padre

    Eterno.Dos pastores, provistos de sus cayados, aparecieron en el sendero y, al divisar al

    profeta, se tumbaron boca abajo en el suelo.-Seor, ordname que les machaque el crneo. Seor, habla a mi corazn. Estoy

    preparado.Pero ninguna voz reson en su cabeza y pas, maldiciendo profundamente al gnero

    humano.El sol le quemaba, se levantaba polvo y sus pies sangraban. Tuvo sed.

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    - No es l! No es l! No es l!-grit rechazando a los hijos de Isaas uno a uno,despus de haber sumergido su mirada detrs de sus frentes, en sus ojos, examinandosus hombros, sus rodillas y su cintura al igual como si se tratara de moruecos.

    Despus cay extenuado al suelo:- Seor- grit en su interior con clera-, me has engaado! Eres maligno y no

    tienes piedad para los hombres. Djate ver. Por qu no hablas?Isaas, turbado, dijo:-Falta todava David, el ms joven. Est apacentando los carneros.- Hazlo llamar!-Eliab-dijo el padre-, ve a llamar a tu hermano.Pero Eliab frunci las cejas y el anciano, asustado, le dijo a Aminadab:-Aminabab, ve a llamar a tu hermano.Pero ste tambin se neg. Todos se negaron.Entonces Samuel se levant:- Abrid las puertas! Ir solo.-Quieres que te describa el aspecto de su cuerpo para que lo puedas reconocer?

    -No, lo he engendrado antes que su padre y que su madre.Tom el camino de la montaa renegando, tropezando con las piedras y gritando:- No quiero! No quiero!Y segua su camino.Y cuando encontr a un joven que estaba de pie en medio de sus carneros y cuya

    cabeza resplandeca, semejante a un sol naciente, Samuel se detuvo. Entonces, sucorazn gimi como un buey.

    - David -grit con clera-, acrcate!-Acrcate t- respondi David-. Yo no abandono a mis carneros.Es l! Es l! -gema Samuel mientras avanzaba encolerizado.Se acerc, lo cogi por el hombro, le model la espalda, le toc las corvas y

    despus subi hacia la cabeza. Temblaba.-Yo soy Samuel, el siervo de Dios. El me dice ve y yo voy. El me grita, y yo grito.

    Yo soy su pie, su boca, su mano y su sombra sobre la tierra. Inclnate!Descubri la coronilla de la cabeza de David, derram el aceite sagrado sobre la

    coronilla.David es consagrado rey de los hebreos!David es consagrado rey de los hebreos!David es consagrado rey de los hebreos!Arroj el cuerno vaco sobre las piedras, lo aplast con el pie y dijo:-Seor, es as como t has aplastado mi corazn. No quiero continuar viviendo.

    Siete cuervos acudieron de las profundidades del cielo; descendieron y empezaron adar vueltas por encima de Samuel, mientras esperaban. El profeta desenroll el turbanteverde y lo extendi sobre el suelo a modo de sudario. Los cuervos cobraron nimo y seacercaron. Cubri su rostro con sus abigarrados harapos y ya no se movi.

    ** *

    En un pueblo de Creta vive un hombre excepcional: Barba -Andreas. Fue esteBarba-Andreas el que un da me dio la definicin de la palabra lord:

    -Un lord- dijo- es el que da la vuelta al mundo y luego recoge un revlver y se mata.En mi vida he experimentado con frecuencia el horror de estar dominado por la sed

    de conocer pases y pueblos y al propio tiempo tener que marcharme y abandonarlos. Se

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    requiere una gran fuerza y una disciplina sobrehumana para aceptar esto. Conquistadopor los detalles, el corazn se aferra a las personas y a los objetos y rehsa marchar.

    Esta maana, mientras me despido del monasterio, mi corazn grita:Nunca ms.El cuervo de Edgar Allan Poe clava graznando sus garras en mi hombro izquierdo. Medespido de los maravillosos conos, del ciprs que se levanta solitario sobre una roca,

    del huerto florido, de patio, del pozo Me despido de los hombres-Corazn mo -digo, murmurando el verso de Homero-, s bueno. Has conocidopenas ms duras!

    Bajo la escalera y atravieso los patios, acompaado por elObispo, por el hermano hospitalario y por el sacristn.Aparece Pahomios envuelto en su manta.-Tienes fro, Pahomios?-le pregunta el obispo.-Si, tengo fro, muy reverendo padre.Se aproxima para despedirse de m, abre su manta y me entrega dos pequeos panes

    calientes con la imagen de Santa Catalina.-Te los enva Aarn para que los comas durante el camino.

    Tahema me esperaba con el camello a las puertas del monasterio. Me desped de losadmirables monjes. Jams olvidar su noble y cordial hospitalidad. Estrech la mano deKalmuk que deba permanecer trabajando durante bastante tiempo en el Sina. Estelugar elevado del Antiguo Testamento haba conquistado su corazn.

    Nos separamos.-Que Dios sea contigo.Comienza el regreso. Resplandecen los divinos colores del desierto, las montaas se

    entreabren y penetramos en l. Tahema canta dulcemente, con un tono de cancin decuna al ritmo lento del camello, y yo saboreo silenciosamente, sin prisa, la dulzura deldesierto.

    Acampamos debajo de una palmera. Recogemos lea, encendemos fuego,preparamos el t, hacemos hervir el arroz y comemos. Despus encendemos las pipas. Acada chupada, el delgado y moreno rostro de Tatema se ilumina y sus pequeos ojos de

    beduino brillan, encantadores, como los de una serpiente.Nos miramos mutuamente y sonremos. Pero estamos demasiado cansados y nos

    acostamos uno al lado del otro para dormir.Al alba reemprendemos el camino. Los das y las noches se suceden al mismo ritmo

    divino. Las montaas se hacen salvajes, largas cintas verdes se incrustan en el granitorojo, y el desfiladero se hace ms estrecho. De pronto vemos brillar un poco de agua enel fondo de una torrentera. Alrededor, palmeras, caas y mimosas. Un rebao de cabrasse sostiene en equilibrio sobre las piedras. Mientras pasamos, la pequea pastora se tapa

    el rostro con sus delgadas manos; pero entre sus dedos brillan dos grandes ojos deanimal.El ltimo da, hacia medioda, abandonamos la montaa. Ante nosotros se despliega

    una extensin de color rosa. Si dira que es el mar. Avanzamos y me doy cuenta de queeste hermoso color es debido a las nubes de arena ardiente que un tumultuoso vientolevanta en el desierto.

    Al entrar en la tempestad de arena se nos corta la respiracin. Tatema deja decantar, se ajusta el albornoz blanco y contina la marcha.

    La arena revolotea, golpea nuestros rostros y nuestras manos y las hiere. El camellopierde el equilibrio y gira sobre si mismo. Esta penosa marcha dura seis horas, pero yome alegro secretamente de poder vivir este abominable fenmeno del desierto.

    De pronto, a un solo paso de nosotros, aparece el mar. Las casas de Raitho, losnios en los umbrales y el humo que sale de los tejados. En seguida, delante de la gran

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    puerta del convento, el archimandrita Teodosio. Ah! Esta fuerza alqumica del coraznhumano, que transforma el desierto en amor!

    Los cinco das vividos en el pequeo puerto de Raitho esperando el barco, secuentan entre los ms hermosos de mi vida. Me baaba, me tumbaba en la playa, me

    paseaba por debajo de los rboles del viejo palmeral bblico; al crepsculo contemplaba

    los colores de las montaas cmo brillaban y cmo se transforman con tal rapidez enrosa, violeta y azul que el ojo no los puede captar.Una confusin profunda y oscura me domina mientras paseo a lo largo de estas

    costas rabes del desierto. Antiguos recuerdos anteriores a mi nacimiento vagan mudosen el umbral de mi espritu como las sombras de Hades.

    A veces, forzando la memoria atvica que se halla en m para que con el recuerdoilumine mi existencia presente, creo adivinar. Todos mis antepasados nacieron en un

    pueblo de Creta:Los brbaros. Cuando Nicforo Focs se adue de la isla ocupadapor los rabes, confin a los infieles sarracenos en ciertos pueblos que se llamaron Losbrbaros.

    Me complazco en pensar que mi sangre no es enteramente griega y que desciendo

    un poco de los beduinos. Probablemente, algn viejo antepasado, siguiendo a la medialuna y a la bandera verde del Profeta se embarc en una de las galeras rabes que

    partieron de Espaa a la conquista de la isla donde mana la leche y la miel: Creta. Alponer pie en tierra firme, arrastr su barco y lo instal encima de la arena y luego loquem para suprimir toda esperanza de retirada. De esta suerte, luchando bajo laaugusta proteccin de la Desesperacin, oblig a que las fuerzas de la desesperacinvencieran.

    Durante mis paseos a lo largo de esta costa rabe, me esfuerzo en distinguir losgritos inarticulados que estallan en m y en discernir el sombro rostro del antepasado.

    Y el tiempo transcurre, las estrellas comienzan a colgarse enormes all arriba; elarchimandrita Teodosio, intranquilo, enva a unos beduinos en mi busca y stos siguenla huella de mis pasos por la arena.

    Sentados ante una pequea y rica mesa, el archimandrita Teodosio y yo comemos yconversamos. Un nmero infinito de problemas se le han planteado en este desierto ylos formula con mucha claridad y buen juicio. Yo le hablo de las grandes ciudades, delas inquietudes del hombre actual

    De repente me siento dominado por el diablo. A lo largo del rbol de la Sabidura,la serpiente se arrastra y silba. Teodosio me escucha con atencin:

    -Si tu sales de la tranquilidad de tu celda para prestar atencin al mundo, padreTeodosio-le digo-, tu corazn que es ardiente y ama a los hombres, se llenar deangustia. Una nueva emocin que no exista antes de la guerra, un nuevo miedo,

    sombro, religioso, se apoderar de ti. La guerra ha trastornado a todos los pueblos. Unviento de desastre sopla sobre la tierra.La tormenta ha estallado. Se aproxima. Arrastrar a muchas figuras queridas,

    amuchas ideas antiguas. No hay esperanza.-No hay esperanza?-dice el higmeno dulcemente y me mira con angustia.-Una sola: saber que no hay esperanza y estar preparado.De esta forma, turbando el corazn del admirable ermitao, transformando su

    serenidad en profunda inquietud, le he dado las gracias de la manera ms educada

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    CAPTULO II

    PANAT ISTRATIENCUENTRAA GORKI

    Encontr a Panat Istrati en Mosc. Una atmsfera de campo militar reinaba ese daen la ciudad empavesada. Al igual que yo, haba sido invitado por la Unin Sovitica alas grandes manifestaciones del dcimo aniversario de la Revolucin. Jams lo habavisto con anterioridad., pero conoca sus cuentos, llenos de pasin, de sangre y de gritosde congoja y su vida heroica y aventurera.

    Jorge Valsamis, contrabandista de la isla griega de Cefalonia, hombre inquieto,amante del peligro, dominado por ese incansable placer de la holgazanera que tienenlos habitantes de su isla, haba conocido en Braila a Zoitsa Istrati, una bella y robustarumana, que le dio un hijo al que naturalmente le puso por nombre de pila el deGerassimos, caracterstico de los varones de su isla natal. Ms tarde lo llamaronPanayotakis o Panat.

    Valsamis muri cuando Panat estaba todava en la cuna, y su madre, una santamujer, tierna y trabajadora, se puso a trabajar como asistenta y lavandera para podereducar a su hijo. Soaba con darle una instruccin y despus ms tarde, casarlo con una

    buena mujer a fin de que algn da se convirtiera- si Dios lo quera- en un buen cabezade familia rumano.

    Pero dentro de las venas del nio corra la sangre hirviente de un cefaloniense. Tanpronto como cumpli los doce aos, el muchacho abandon a su madre y comenz su

    vida errante.Pas hambre, cay enfermo y durmi en las calles. Escondido algunas veces en lasbodegas de buques, otras en los vagones o detrs de los camiones, recorriclandestinamente Egipto, Palestina, Siria, Grecia, Suiza e Italia. Le quemaba unainsaciable sed de vivir, de ver y de gustar todas las alegras y todas las penas que elhombre puede experimentar en esta tierra.

    En el curso de sus vagabundeos lee literatura rusa, escucha historias orientales y loscuentos de las Mil y una noches. Trabaja a fin de ganar lo necesario para no morir dehambre y sucesivamente hace de mozo de taberna, dependiente de un confitero, albail,yesero y, finalmente en la Costa Azul, fotgrafo ambulante en Niza.

    Un da de Enero de 1921, cansado de pasar hambre y de sufrir, decide matarse. Dos

    aos antes, haba escrito una carta de veinte pginas a Romain Rolland, en la queexplicaba su vida dura y su necesidad de escuchar una voz amiga y de estrechar la manode un verdadero hombre.

    Encontrar un amigo fue siempre el ardiente deseo de Istrati. Ms que el amor, msque las riquezas y la gloria, es la amistad la que ha ocupado en su vida y en su obra elsitio primordial: entregarse a un amigo, que este amigo se entregara a l y juntos,inseparables, emprender la gran aventura de la vida. Con frecuencia haba cado en estadulce trampa, pero los amigos le haban traicionado e Istrati se haba encontrado solo enel desierto humano. Desesperado, escribi entonces a su padre espiritual que se erguade pie, solitario, puro, en medio de las pasiones que desgarraban Europa. Pero RomainRolland no contest. ( Nota: Este escritor francs 1868-1944 es autor de

    biografas:Beethoven, Miguel ngel Tolstoi y de algunos relatos, entre las que se

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    destaca su obra maestra, la novela cclica Juan Cristbal. Premio Nbel 1915).Entonces, desesperado, Istrati tom la resolucin de suicidarse.

    Se corta la garganta en el parque pblico de Niza, la muchedumbre se apia a sualrededor. Lo trasladan al hospital. Despus de una larga lucha con la muerte, recobralas fuerzas. Quince das ms tarde, sin esperar su completa curacin, la direccin lo

    arroja del hospital. En su bolsillo haban encontrado una carta dirigida al rganocomunista LHumanit, en la cual, algunas horas antes de su frustrado suicidio,saludaba a la revolucin rusa y al mundo nuevo que nacera de los actuales sufrimientosde Rusia. Cuando la polica francesa tuvo conocimiento de esta carta, dio orden deexpulsar del hospital a este peligroso revolucionario.

    Panat se encuentra de nuevo en la calle, pero esta vez feliz, ya que finalmente harecibido la contestacin de Roman Rolland. No porque sea usted desgraciado meinteresa-deca este idelogo puro y bien alimentado-, sino porque veo brillar en usted lallama divina de un alma. E invitaba a Istrati a no escribir ms cartas, sino libros.

    Animado, Panat se fue a Pars. Un compatriota zapatero, Ionescu, lo recoge, loinstala en el stano de su almacn y le procura lo necesario para escribir al tiempo que

    asegura su alimentacin.Algunos meses ms tarde nace Kyra Kyralina. Libro lleno de pasin, de indiferencia

    y de un amor desenfrenado de la vida, libro alegre y dulce como un cuerpo humano. Enmedio de tantas novelas francesas artificiales, Kyra Kyralina brota como un grito de lagarganta que quema. Roman Rolland saluda a Istrati como el Gorki de los Balcanes.

    ** *

    Al llamar a la puerta de la habitacin que ocupaba en el Hotel Passage de Mosc,me alegraba ante la idea de que iba a ver a un hombre. Haba vencido a la

    desconfianza que se apodera de m cada vez que tengo que conocer a alguien.Istrati, enfermo, estaba en cama. Cuando entr, se incorpor, contento, y grit engriego:

    -Vaya, ests ah!El primer contacto, el ms crtico, fue cordial. Nos observamos mutuamente,

    intentando sondearnos como dos hormigas que entrecruzan sus antenas. La cara deIstrati era enjuta, envejecida y surcada de profundas arrugas. Sus grises cabellos, endesorden, caan sobre su frente como los de un nio. Sus ojos brillaban, apasionados,sagaces, y no obstante dulces; sus labios de buco caan sensuales. Un verdadero rostrode comitadji macednico.

    He ledo el discurso que pronunciaste anteayer en el Congreso- dijo. Me ha gustado.

    No te perdiste en divagaciones. Estos pobres franceses se imaginan que con su literaturapacifista impedirn la guerra, y en el caso de que estalle, los obreros llamadosperspicaces por su propaganda, se rebelarn y arrojarn las armas. Tonteras! Yoconozco a los obreros. Se precipitarn de nuevo en el tumulto y la matanza comenzarotra vez. Dijiste bien: la queramos o no, estallar una nueva guerra mundial. Estemos,

    pues, preparados!Me mira a los ojos riendo y pone su esqueltica mano encima de mi rodilla.-Me haban dicho que eras un mstico. Pero veo que tienes bien puestos los ojos en

    la cara y los pies en el suelo. Las gentes dicen cualquier cosa. Dame, pues, la mano.Nos estrechamos las manos riendo. De repente salta de su cama. Este hombre tiene

    algo de gato salvaje en sus movimientos flexibles y bruscos, en su mirada viva y en su

    gracia brava. Enciende la estufilla de alcohol para preparar caf.

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    -No demasiado azucarado y bien hervido- exclama con la cantinela de loscamareros de los cafs griegos.

    Piensa en Grecia, su sangre de cefaloniense se ilumina y se pone a recitar viejosrefranes aprendidos en el barrio griego de Braila, en la taberna del seor Leonidas.

    Que no sea una mariposa para poder volar hacia ti!

    Grecia asciende desde el fondo de su ser, la sangre de su padre se despierta y estehijo prdigo arde en deseos de regresar al pas de sus antepasados. Bruscamente, tomauna decisin:

    -Regreso a Grecia contigo- dice con voz de mando.Despus, fatigado, empieza a toser y tiene que tumbarse nuevamente para saborear

    las ltimas gotas de su caf.Hablamos acerca de su obra. El hroe principal de todos sus libros, Adrin

    Zographi, es el propio Istrati. Narra las historias de amor y de libertad recogidas en elcurso de su vida errante o explica los recuerdos de su infancia. Y sus aventuras deadolescente. Se entrega totalmente a la amistad que le decepciona o a la mujer queengaar; se regocija cuando encuentra un alma que, en medio de la cobarda y la

    vulgaridad de la vida contempornea, no transige, rehsa someterse y pone fuego atodas sus esperanzas, incendiando el crculo de su destino. Pero, al final, Adrin esvencido, ya que sus pasiones son violentas y no las consigue dominar. Sus deseos sondesordenados, indisciplinados, su corazn vagabundo, y su espritu incapaz de coordinartodo este caos.

    -T eres Adrin expectorante- le digo riendo-. No eres un revolucionario como tucrees, sino un rebelde. El revolucionario tiene mtodo, orden, continuidad en la accin yuna brida en el corazn. T eres un rebelde. Es muy difcil permanecer fiel a una idea.Pero ahora que ests en Rusia, es necesario poner orden en ti. Es necesario tomar unadecisin, pues tienes cierta responsabilidad.

    -Djame! -grita Istrati como si yo le estuviera apretando la garganta.Al cabo de un rato:-Ests seguro?-pregunta con angustia.-He ledo tu artculo publicado en LHumanit en donde expresas tu indignacin

    y tu disgusto por la civilizacin occidental. Juras que la abandonas definitivamente,porque se halla en trance de podrirse en la deshonestidad y la injusticia, y que terefugias en la Nueva Tierra para vivir y trabajar en ella. Eso me gusta.

    -Por qu? Tambin eres marxista?-No temo nada- digo riendo-. Tu decisin me gusta porque es valerosa. En el

    momento en que empiezas a recoger y gustar de los frutos con que suea cada escritor-gloria, riqueza, mujeres-, escupes encima de ellos con disgusto y partes. Abandonas

    todas las pequeas y cmodas certidumbres para lanzarte a una nueva aventura: lacmoda certidumbre de Rusia. He aqu porque me gustas,Istrati, que mientras tanto se ha incorporado de la cama, fuma cigarrillo tras

    cigarrillo, visiblemente agitado. En cuanto a m, me alegro de haber sembrado lainquietud en l, pensando que esto le ser beneficioso.

    -Adrin Zographi el rumano ha muerto- digo con pronta alegra abrazando a Istraticom