24 domingo v de pascua (ciclo c) – 2016...

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Texto Litúrgico Exégesis Comentario Teológico Santos Padres Aplicación Directorio Homilético Información 24 abril Domingo V de Pascua (Ciclo C) – 2016

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Texto Litúrgico

Exégesis

Comentario

Teológico

Santos Padres

Aplicación

Directorio

Homilético

Información

24abril

Domingo V de Pascua(Ciclo C) – 2016

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Textos Litúrgicos· Lecturas de la Santa Misa· Guión para la Santa Misa

Domingo V de Pascua

(Domingo 24 de Abril de 2016)

LECTURAS

Contaron a la Iglesia todo lo que Dios había hecho con ellos

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 14, 21b-27

Pablo y Bernabé volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía de Pisidia. Confortaron a

sus discípulos y los exhortaron a perseverar en la fe, recordándoles que es necesario

pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios.

En cada comunidad establecieron presbíteros, y con oración y ayuno, los

encomendaron al Señor en el que habían creído.

Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Luego anunciaron la Palabra en Perge y

descendieron a Atalía. Allí se embarcaron para Antioquía, donde habían sido

encomendados a la gracia de Dios para realizar la misión que acababan de cumplir.

A su llegada, convocaron a los miembros de la Iglesia y les contaron todo lo que Dios

había hecho con ellos y cómo había abierto la puerta de la fe a los paganos.

Palabra de Dios.

Salmo Responsorial 144, 8-13a

R. Bendeciré tu Nombre eternamente, Dios mío, el único Rey.

O bien:

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Aleluia.

El Señor es bondadoso y compasivo,

lento para enojarse y de gran misericordia;

el Señor es bueno con todos

y tiene compasión de todas sus criaturas. R.

Que todas tus obras te den gracias, Señor,

y tus fieles te bendigan;

que anuncien la gloria de tu reino

y proclamen tu poder. R.

Así manifestarán a los hombres tu fuerza

y el glorioso esplendor de tu reino:

tu reino es un reino eterno,

y tu dominio permanece para siempre. R.

Dios secará todas sus lágrimas

Lectura del libro del Apocalipsis 21, 1-5a

Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera

tierra desaparecieron, y el mar ya no existe más.

Vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios,

embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo.

Y oí una voz potente que decía desde el trono: «Ésta es la morada de Dios entre los

hombres: Él habitará con ellos, ellos serán su pueblo, y el mismo Dios será con ellos

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su propio Dios. Él secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni

queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó».

Y el que estaba sentado en el trono dijo: «Yo hago nuevas todas las cosas».

Palabra de Dios.

Aleluia Jn 13, 34

Aleluia.

«Les doy un mandamiento nuevo:

ámense los unos a los otros, como Yo los he amado»,

dice el Señor.

Aleluia.

Evangelio

Les doy un mandamiento nuevo:

ámense unos a otros

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Juan 13, 31-33a.33-35

Durante la Última Cena, después que Judas salió, Jesús dijo:

Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado

y Dios ha sido glorificado en Él.

Si Dios ha sido glorificado en Él,

también lo glorificará en sí mismo,

y lo hará muy pronto.

Hijos míos,

ya no estaré mucho tiempo con ustedes.

Les doy un mandamiento nuevo:

ámense los unos a los otros.

Así como Yo los he amado,

ámense también ustedes los unos a los otros.

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En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos:

en el amor que se tengan los unos a los otros.

Palabra del Señor

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GUION PARA LA MISA

Domingo V de Pascua

Ciclo C

Entrada: Al unir en la Eucaristía nuestra oblación a la de Cristo, somos total y

permanentemente colmados de Dios, a quien sea la gloria en la Iglesia y en Cristo

Jesús.

1º Lectura Hech 14, 21b-27

Pablo y Bernabé son los instrumentos elegidos por Dios para abrir la puerta de

la fe a los paganos, fe que nos dice que por la cruz se llega a la vida eterna.

2° Lectura Apoc 21, 1-5a

La vida eterna es la Jerusalén celeste, en la cual Dios mismo secará las

lágrimas de sus hijos y embellecerá a la Iglesia, su Esposa, entre cantos de alegría.

Evangelio Jn 13, 31-33ª. 34-35

La glorificación de Cristo será nuestra propia glorificación si vivimos Su amor

en plenitud.

Preces

Al Señor que hace nuevas todas las cosas presentémosle nuestra oración.

A cada intención respondemos…

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* Por la Iglesia en todo el mundo, para que asistida por el Espíritu Santo, se consolide

en la unidad y en el temor del Señor. Oremos.

* Por las intenciones del Santo Padre, especialmente por el cese de los conflictos

bélicos y para que todos los cristianos sepan dar testimonio de su amor y fe en

Jesucristo. Oremos.

* Por todos los sacerdotes, para que su vida y sus enseñanzas reflejen los Misterios

que celebran, y sean fuente de abundantes vocaciones consagradas. Oremos.

* Por todos los que se dedican a la catequesis, para que con fortaleza y constancia

anuncien la verdad completa contenida en las Escrituras e interpretada por el

Magisterio de la Iglesia. Oremos.

* Por todos nosotros, para que reconociendo en el rostro de toda persona, sin

distinción de razas y culturas, el rostro luminoso de Cristo, testimoniemos

concretamente el amor de Dios por cada ser humano. Oremos.

Ayúdanos, Señor a crecer en el amor mutuo y concédenos lo que con fe te

hemos pedido. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Ofertorio

La celebración de la Eucaristía nos impulsa a presentar nuestros dones con un

espíritu humilde y agradecido:

- Llevamos ante el altar incienso, junto con la oración de toda la Iglesia por el don de

la paz y la libertad religiosa.

- Ofrecemos el Pan y el Vino, y con ellos a nosotros mismos, para que por la unción

del Espíritu Santo seamos hechos una víctima viva y perfecta para alabanza de Dios.

Comunión: Esto os mando: que como Yo os amé, así os améis unos a otros.

Salida: Que la Virgen, Madre de Jesús Eucaristía, nos enseñe a vivir las exigencias

del amor perfecto.

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(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _

Argentina)

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Inicio

Exégesis · Manuel De Tuya

Comienzo de los discursos de despedida

(Jn.13,31-35)

31 Así que salió, dijo Jesús: Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre, y Dios ha

sido glorificado en El. 32 Si Dios ha sido glorificado en El, Dios también le glorifícala a

El, y le glorificará en seguida.33 Hijitos míos, un poco estaré todavía con vosotros: me

buscaréis, y como dije a los judíos: A donde Yo voy vosotros no podéis venir, también

os lo digo a vosotros ahora. 34 Un precepto nuevo os doy: que os améis los unos a

los otros como Yo os he amado, que os améis mutuamente. 35 En esto conocerán

todos que sois mis discípulos, si tenéis caridad unos para con otros.

Con estas palabras, sólo interrumpidas por la situación en que Jn pone la predicción

de Pedro, comienza el gran discurso de despedida. (Como Jn no relata la institución

de la Eucaristía, no se puede saber el momento histórico a que corresponden estas

palabras.)

La salida de Judas significa la “glorificación” de Cristo y del Padre.

Glorificación del Hijo, porque va a dar comienzo en seguida su prisión y

muerte, lo que es paso para su resurrección triunfal. Así decía a los de Emaús: “¿No

era necesario que el Mesías padeciese tales cosas y así entrase en su gloria?”

(Luc_24:26). Frente a “glorificaciones” parciales que tuvo en vida con sus milagros

(Jua_2:11; Jua_1:14, etc.), con esta obra entra en su glorificación definitiva (Flp_2:8-

11). El ponerse la glorificación como un hecho pasado en aoristo (edoxásthe) es que,

al estilo de usarse un presente por un futuro inminente, se considera tan inminente

esta glorificación — “en seguida” (v.33) — que se da ya por hecha: “escatología

realizada.” (Si no es debido a la redacción de Jn, que lo ve a la hora de los sucesos

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ya pasados.)

Esta “glorificación” del Hijo aquí va a ser “en seguida,” por lo que es el gran

milagro de su resurrección. Va a ser obra que el Padre hace “en El.” ¿Cómo? La

gloria de su resurrección descorrerá el velo de lo que El es, oculto en la humanidad;

con lo que aparecerá “glorificado” ante todos. Así San Cirilo de Alejandría. Sería,

pues, la glorificación del Hijo por su exaltación a la diestra del Padre, la que se

acusaría en los milagros. Es lo que El pide en la “oración sacerdotal” (Jua_17:5.24).

Pero, si el Padre glorifica al Hijo, el Padre, a su vez, es glorificado en el Hijo.

Pues El enseñó a los hombres el “mensaje” del Padre (Jua_17:4-6), y le dio la

suprema gloria con el homenaje de su muerte; que era también el mérito para que

todos los hombres conociesen y amasen al Padre.

Y con ello les anuncia, algún tanto veladamente, tan del gusto oriental, su

muerte. Les vuelca el cariño con la forma con que se dirige a ellos: “Hijitos” (τεκνíα ).

En arameo no existe este diminutivo en una sola palabra. Pero Cristo debió de poner

tal afecto en ella, que se lo vierte por esta forma griega diminutiva.

El va a la muerte. Por eso estará un “poco” aún con ellos. Pero ellos no

pueden “ir” ahora. Las apariciones de Cristo resucitado a los apóstoles fueron

transitorias y excepcionales. Si la forma literaria en que El se refiere a lo mismo que

dijo a los judíos es literariamente igual, conceptualmente es distinta, ya que aquéllos

lo buscaban para matarle, por lo que morirán en sus pecados (Jua_8:21), mientras

que a los apóstoles va a “prepararles” un lugar en la casa de su Padre (Jua_14:2).

Y Cristo les deja, no un consejo, sino un “mandamiento” y “nuevo”: el amor al

prójimo.

Acaso surge aquí, evocado por las ambiciones de los apóstoles por los

primeros puestos en el reino, lo que hizo que, con la “parábola en acción” del lavatorio

de los pies, les enseñase la caridad.

Y este mandato de Cristo es “nuevo,” porque no es el amor al simple y

exclusivo prójimo judío, cómo era el amor en Israel (cf. Lev_19:18), sino que es amor

universal y basado en Dios: amor a los hombres “como Yo (Cristo) os he amado.” Y

será al mismo tiempo una señal para que todos conozcan que “sois mis discípulos.”

¡Los discípulos del Hijo de Dios! Pues, siendo tan arraigado el egoísmo humano, la

caridad al prójimo hace ver que viene del cielo: que es don de Cristo. Y así la caridad

cobra, en este intento de Cristo, un valor apologético. Tal sucedía entre los primeros

cristianos jerosolimitanos, que “tenían un solo corazón y una sola alma” (Hec_4:32).

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Tertuliano refiere que los paganos, maravillados ante esta caridad, decían: “¡Ved

cómo se aman entre sí y cómo están dispuestos a morir unos por otros!” Y Minucia

Félix dice en su Octavius, reflejando este ambiente que la caridad causaba en los

gentiles: “Se aman aun antes de conocerse”.

(DE TUYA, M., Evangelio de San Juan, en PROFESORES DE SALAMANCA, Biblia

Comentada, Tomo Vb, BAC, Madrid, 1977)

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Inicio

Comentario Teológico· P. Antonio Royo Marín O.P.

Amor a Dios, amor al prójimo

Conclusión: La perfección de la vida cristiana se identifica con la perfección del doble

acto de caridad; pero primariamente con relación a Dios, y secundariamente con

relación al prójimo.

151. Es elemental en teología que no hay más que una sola virtud, un solo hábito

infuso de caridad, con el cual amamos a Dios por sí mismo y al prójimo y a nosotros

mismos por Dios. Todos los actos procedentes de la caridad, cualquiera que sea el

término donde recaigan, se especifican por un mismo objeto o motivo formal, a saber:

la bondad infinita de Dios en sí misma considerada. Ya sea que amemos

directamente a Dios en sí mismo, ya que amemos directamente al prójimo o a

nosotros mismos, si se trata de verdadero amor de caridad, siempre el motivo formal

es el mismo: la infinita bondad de Dios. No se puede dar verdadera caridad hacia el

prójimo o hacia nosotros mismos si no procede del motivo sobrenatural del amor a

Dios; y es preciso distinguir bien este acto formal de caridad de cualquier inclinación

hacia el servicio del prójimo nacida de una compasión puramente humana o de

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cualquier otra forma de amor producida por algún motivo puramente natural.

Siendo esto así, es evidente que el crecimiento del hábito infuso de la caridad

determinará una mayor capacidad con relación a su doble acto. No se puede

aumentar en el alma la capacidad de amar a Dios sin que se aumente

correlativamente, y en el mismo grado, la capacidad de amar al prójimo. Esta verdad

constituye el argumento central de la sublime epístola primera del apóstol San Juan,

donde se pone de manifiesto la íntima conexión e inseparabilidad de ambos amores.

Sin embargo, en el ejercicio del amor hay un orden y jerarquía exigidos por la

naturaleza misma de las cosas. En virtud de ese orden, la perfección de la caridad

consiste primariamente en el amor de Dios, infinitamente amable por sí mismo, y

secundariamente en el amor del prójimo y de nosotros mismos por Dios. Y aun entre

nosotros mismos y el prójimo hay que establecer un orden, que se toma de la mayor

o menor relación con Dios de los bienes de que se participa. Y así hay que amar

antes el bien espiritual propio que el bien espiritual del prójimo, pero hay que amar

más el bien espiritual del prójimo que nuestro propio bien corporal.

La razón de esta jerarquía o escala de valores es porque—como explica Santo Tomás

—a Dios se le ama como principio del bien sobre el que se funda el amor de caridad;

el hombre se ama a sí mismo con amor de caridad en cuanto que participa

directamente de ese mismo bien, y al prójimo se le ama con ese mismo amor en

cuanto socio y copartícipe de ese bien. Luego es evidente que hay que amar en

primer lugar a Dios, que es el manantial y la fuente de ese bien; en segundo lugar, a

nosotros mismos, que participamos directamente de él; y, por último, al prójimo, que

es nuestro socio y compañero en la participación de ese bien. Pero como el cuerpo

participa de la bienaventuranza únicamente por cierta redundancia del alma, síguese

que, en cuanto a la participación de esa bienaventuranza, está más próximo a

nuestra alma el alma del prójimo que nuestro mismo cuerpo; de donde hay que

anteponer el bien espiritual del prójimo a nuestro propio bien corporal.

Caridad afectiva, caridad efectiva

Conclusión: La perfección cristiana consiste en la perfección de la caridad afectiva y

efectiva; primariamente de la afectiva, y secundariamente de la efectiva.

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152. Es preciso, ante todo, distinguir cuidadosamente ambas maneras de ejercitar la

caridad. He aquí cómo lo explica San Francisco de Sales:

«Dos son los principales ejercicios de nuestro amor a Dios: uno afectivo y otro

efectivo o activo, como dice San Bernardo. Por el primero nos aficionamos a Dios y a

todo lo que a El place; por el segundo servimos a Dios y hacemos lo que El ordena.

Aquél nos une a la bondad de Dios, éste nos hace cumplir su voluntad. El uno nos

llena de complacencia, de benevolencia, de aspiraciones, de deseos, de suspiros, de

ardores espirituales, de tal modo que nuestro espíritu se infunde en Dios y se mezcla

con El; el otro pone en nosotros el firme propósito, el ánimo decidido y la

inquebrantable obediencia para cumplir los mandatos de su voluntad divina y para

sufrir, aceptar, aprobar y abrazar todo cuanto proviene de su beneplácito. El uno hace

que nos complazcamos en Dios; el otro, que le agrademos».

Ahora bien: presupuesto lo que hemos sentado más arriba de que la perfección

cristiana será tanto mayor a medida que la caridad produzca más intensamente su

propio acto elícito e impere el de las demás virtudes de una manera más intensa,

actual y universal, es evidente que la perfección depende primariamente de la caridad

afectiva, y sólo secundariamente de la efectiva. Porque:

Sin la influencia de la caridad informando de algún modo e1 alma, los actos internos o

externos de cualquier virtud adquirida, por muy perfectos que sean en su género, no

tienen ningún valor sobrenatural, no sirven para nada en orden a la vida eterna.

Los actos sobrenaturales procedentes de cualquier virtud infusa realizados con un

afecto de caridad débil y remiso tienen un valor meritorio igualmente débil y remiso

por muy duros y penosos que puedan ser en sí mismos. No olvidemos que, como

enseña Santo Tomás, la mayor o menor dificultad de un acto no añade per se ningún

valor al mérito esencial del mismo—que depende exclusivamente del grado de

caridad con que se hace—, aunque puede añadirle per accidens por el mayor ímpetu

de caridad que ordinariamente llevará consigo.

En cambio, los actos de cualquier virtud infusa, por muy fáciles y sencillos que sean

en sí mismos, realizados con un afecto de caridad intensísima, tienen un gran valor

meritorio y son de altísima perfección. De este modo, la más pequeña acción de

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Cristo, el simple cocinar y barrer la casita de Nazaret realizado por María, tenía un

valor incomparablemente superior al martirio de cualquier santo.

Esto mismo se desprende del hecho de que la perfección cristiana consista

especialmente en el acto propio o elícito de la misma caridad (caridad afectiva) y sólo

integralmente en los actos de las demás virtudes imperados por la caridad (caridad

efectiva).

Todo esto de suyo o en el orden objetivo.

Sin embargo, subjetivamente, la perfección del amor divino se manifiesta mejor en el

ejercicio de la caridad efectiva, o sea, en la práctica por amor de Dios de las virtudes

cristianas, sobre todo si hay que superar para ello grandes dificultades, tentaciones o

trabajos. El amor afectivo, aunque más excelente de suyo, se presta a grandes

ilusiones y falsificaciones. Es muy fácil decirle a Dios que le amamos con todas

nuestras fuerzas, que desearíamos ser mártires, etc., etc., sin perjuicio de faltar

inmediatamente al silencio—que cuesta bastante menos que el martirio--o de

mantener, con una terquedad ribeteada de amor propio, un punto de vista

incompatible con aquella plenitud del amor tan rotundamente formulada. En cambio,

la legitimidad de nuestro amor a Dios se hace mucho menos sospechosa cuando nos

impulsa a practicar callada y perseverantemente, a pesar de todos los obstáculos y

dificultades, el penoso y monótono deber de cada día. El mismo Cristo nos enseña

que por sus frutos se conoce el árbol (Mt 7, 15-20) y que no entrarán en el cielo los

que se limiten a decir: “¡Señor, Señor!”, sino los que cumplan la voluntad de su Padre

celestial (Mt 7,21). Y esto mismo se pone de manifiesto en la parábola de los dos

hijos (Mt 21, 28-32).

(ROYO MARÍN, Teología de la perfección cristiana, BAC Madrid 2008)

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Santos Padres· San Juan Crisóstomo

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La caridad, madre de todos los bienes

Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en El. ¿Qué significa:

Dios lo glorificó en Sí mismo? Es decir por Sí mismo y no mediante otro. Y muy

presto lo glorificará, o sea, juntamente con la cruz. Como si dijera: No después de

mucho tiempo ni mucho después de la resurrección, lo tornará brillante; sino que al

punto y en la cruz misma aparecerán cosas notables. En efecto, el sol se oscureció,

las rocas se rompieron, el velo del templo se rasgó y resucitaron muchos que ya

habían muerto. El sepulcro de Jesús estaba sellado. Junto a él estaban los guardias.

Y estando así cerrado con la piedra, sin embargo el cuerpo resucitó; y cuarenta días

después se les dio el Espíritu Santo a los discípulos, y desde luego todos lo

predicaron. Esto significa: Lo glorificará en Sí mismo y al punto lo glorificará. No por

medio de ángeles ni por otra Potestad alguna, sino por Sí mismo. ¿Cómo lo glorificó

por Sí mismo? Haciendo todo a gloria de su Hijo. Pero ¿es el caso que todo lo hizo el

Hijo? ¿Adviertes cómo todas las obras del Hijo son referidas al Padre?

Hijitos míos: poco tiempo estaré ya con vosotros. Me buscaréis y no me encontraréis.

Y como dije a los judíos: a donde Yo voy vosotros no podéis venir; lo mismo os digo a

vosotros. Tras de la cena, comienza ahora la tristeza. Cuando Judas salió no era por

la tarde, sino ya de noche. Convenía, pues, ahora hacerles todas las

recomendaciones, para que las guardaran en la memoria, pues muy luego vendrían

los que lo iban a prender. O por mejor decir, el Espíritu Santo les sugeriría entonces

todo. Y es verosímil que muchas cosas las hayan olvidado, puesto que por primera

vez las oían, y hubieron de sufrir luego pruebas tan numerosas.

En efecto, ¿cómo habrían podido retener exactamente todo en la memoria hombres

que, como dice otro evangelista, cayeron en somnolencia a causa de la tristeza; y de

quienes el mismo Cristo dice: Más porque os he dicho estas cosas la tristeza ha

llenado vuestro corazón? Pero entonces, ¿por qué se les decían? Porque de todos

modos obtenían no pequeña ganancia espiritual, para gloria de Cristo, puesto que

más tarde entenderían todo claramente, recordando que ya lo habían oído de Cristo.

¿Por qué comenzó por quitarles ánimos diciendo: Poco tiempo estaré ya con

vosotros? A los judíos bien estaba decirles eso por ingratos; pero a nosotros ¿por

qué nos mezclas con ellos? Respóndeles: De ninguna manera os mezclo. Entonces

¿por qué dice: Como dije a los judíos? Se lo trae a la memoria porque no lo decía a

causa de los males presentes, sino que de mucho antes lo tenía previsto y ellos

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mismos eran testigos, pues lo habían oído cuando lo dijo a los judíos. De modo que

no lo dice ahora para abatirlos, sino para consolarlos y para que los inesperados

trabajos no los conturben.

A donde Yo voy no podéis venir vosotros. Les declara con esto que su muerte es un

paso y tránsito a cosas mejores y a sitios que no admiten cuerpos corruptibles.

También lo dice para excitarles el amor a su persona y hacerlos más ardorosos.

Sabéis vosotros por experiencia que cuando vemos que algunos que nos son

amadísimos se apartan, entonces nos sentimos más encendidos en su cariño; sobre

todo si vemos que van a una región a donde nosotros no podemos ir. De modo que

dijo eso Cristo tanto para ponerles temor a los judíos, como para inflamar en su amor

a los discípulos. Como si les dijera: el sitio a donde voy es tal por su naturaleza que

no sólo no pueden ir ellos, pero tampoco vosotros, aun siendo amicísimos míos. Por

otra parte, con esto les declara su dignidad.

Y ahora os lo digo a vosotros. ¿Por qué ahora? Es decir, en un sentido lo dije a los

judíos y en otro os lo digo ahora a vosotros; o sea, que no os mezclo con ellos.

¿Cuándo lo buscaron los judíos y cuándo los discípulos? Los discípulos cuando

huyeron; los judíos cuando cayeron en tremendas desgracias nunca oídas, capturada

ya su ciudad y rodeándolos por todas partes la ira de Dios. De modo que a los judíos

lo decía entonces a causa de su incredulidad; pero ahora os lo digo a vosotros para

que no deis en una desdicha inesperada.

Un mandato nuevo os doy. Siendo verosímil que ellos, tras de oír esas cosas, se

perturbaran, como si fueran a quedar del todo abandonados, los consuela y los

fortifica para su seguridad con lo que es la raíz de todos los bienes, o sea la caridad.

Como si les dijera: ¿Os doléis de que yo me vaya? Pues si os amáis los unos a los

otros, seréis más fuertes aún. Pero ¿por qué no se lo dijo con esas palabras? Porque

lo hizo diciéndoles otra cosa, que era con mucho más útil. En esto conocerán que

sois mis discípulos. Les significa que su grupo jamás se disolvería, una vez que les

había dado la contraseña para conocerse. Y lo dijo cuando ya el traidor se había

apartado de ellos. ¿Por qué llama nuevo este mandamiento? Pues ya estaba en el

Antiguo Testamento. Lo hizo nuevo por el modo como lo ordenó. Puesto que lo

propuso diciendo: Tal como Yo os he amado. Yo no he pagado vuestra deuda por

méritos anteriores que vosotros tuvierais, les dice; sino que Yo fui el que comenzó.

Pues bien, del mismo modo conviene que vosotros hagáis beneficios a vuestros

amigos, sin que ellos tengan deuda alguna con vosotros. Haciendo a un lado los

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milagros que obrarían, les pone como distintivo la caridad.

¿Por qué motivo? Porque ella es ante todo indicio y argumento de los santos, ya que

ella constituye la señal de toda santidad. Por ella, sobre todo, alcanzamos la

salvación. Como si les dijera: en ella consiste ser mi discípulo. Por ella os alabarán

todos, cuando vean que imitáis mi caridad. Pero ¿acaso no son los milagros los que

sobre todo distinguen al discípulo? De ningún modo: Muchos me dirán: ¡Señor!

¿Acaso no en tu nombre echamos los demonios? Y cuando los discípulos se

alegraban de que hasta los demonios los obedecían, les dijo: No os gocéis de que los

demonios se os sujetan, sino de que vuestros nombres están escritos en el cielo . Fue

la caridad la que atrajo al orbe, pues los milagros ya antes se daban. Aunque sin

éstos tampoco aquélla hubiera podido subsistir.

La caridad los hizo desde luego buenos y virtuosos y que tuvieran un solo corazón y

una sola alma. Si hubiera habido disensiones entre ellos mismos, todo se habría

arruinado. Y no dijo esto Jesús únicamente para ellos sino para todos los que

después habían de creer. Y aun ahora nada escandaliza tanto a los infieles como la

falta de caridad. Dirás que también nos, arguyen porque ya no hay milagros. Pero no

ponen en eso tanta fuerza. ¿En qué manifestaron su caridad los apóstoles? ¿No ves

a Pedro y Juan que nunca se separan y cómo suben al templo? ¿No ves qué actitud

observa Pablo para con ellos? ¿Y todavía dudas? Dotados estuvieron de otras

virtudes, pero mucho más lo estuvieron de la que es madre de todos los bienes. Ella

germina en toda alma virtuosa enseguida; pero en donde hay perversidad, al punto se

marchita: Cuando abunde la maldad, se resfriará la caridad de muchos .

Ciertamente a los gentiles no los mueven tanto los milagros --como la vida virtuosa. Y

nada hace tan virtuosa la vida como la caridad. A los que hacen milagros con

frecuencia se les tiene como engañadores; en cambio, nunca pueden reprender una

vida virtuosa. Allá cuando la predicación aún no se había extendido tanto, con todo

derecho los gentiles admiraban los milagros; pero ahora conviene que seamos

admirables por nuestro modo de vivir. No hay cosa que más atraiga a los gentiles que

la virtud; y nada los retrae tanto como la perversidad; y nada los escandaliza tanto, y

con razón. Cuando vean a un avaro, a un ladrón que ordena lo contrario de la

avaricia; y al que tiene por ley amar a sus enemigos, encarnizado como una fiera

contra sus semejantes, llamarán vaciedades a tales preceptos. Cuando vean a uno

lleno de terror por la muerte ¿cómo van a creer en la inmortalidad? Cuando vean a los

ambiciosos y a los cautivos de otras enfermedades espirituales, más bien se aferrarán

en sus propios pareceres y nos tendrán a nosotros en nada.

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Nosotros, ¡sí, nosotros! tenemos la culpa de que ellos permanezcan en sus errores.

Han repudiado ya sus dogmas; admiran ya los nuestros; pero los repele nuestro modo

de vivir. Ser virtuoso de palabra es cosa fácil, pues muchos de ellos así lo

practicaban; pero exigen además las obras buenas, como una demostración. Dirás:

¡que piensen en los que nos precedieron! No les darán fe, si observan a los que

ahora vivimos. Nos dicen: muéstrame tu fe en las obras. Tales buenas obras por

ninguna parte aparecen. Cuando nos ven destrozar a nuestros prójimos peor que si

fuéramos bestias salvajes, nos llaman ruina del universo. Esto es lo que detiene a los

gentiles para no pasarse a nosotros.

En consecuencia nosotros sufriremos el castigo no solamente porque obramos mal,

sino además porque por ahí el nombre de Dios es blasfemado. ¿Hasta cuándo

viviremos entregados al anhelo de dineros, de placeres y de otros vicios? Por fin

abstengámonos de ellos. Oye lo que dice el profeta acerca de algunos insensatos:

Comamos y bebamos; mañana moriremos . Por lo que mira a los presentes, ni

siquiera eso podemos asegurar: en tal forma muchos absorben los bienes de todos.

Reprendiéndolos decía el profeta: ¿Acaso habitaréis vosotros solos la tierra?

Por todo eso, temo que nos acontezca alguna desgracia y que atraigamos sobre

nosotros alguna gran venganza de parte de Dios. Para que esto no suceda,

ejercitemos toda clase de virtudes, de modo que así consigamos los bienes futuros,

por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, por el cual y con el cual sea la

gloria al Padre juntamente con el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de

los siglos.—Amén.

SAN JUAN CRISÓSTOMO, Explicación del Evangelio de San Juan (2), Homilía LXXII

(LXXI), Tradición México 1981, p. 241-5

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Aplicación· P. Alfredo Sáenz, S.J.· S.S. Francisco p.p.· San Juan Pablo II· P. Gustavo Pascual, I.V.E.

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P. Alfredo Sáenz, SJ..

EL MANDAMIENTO NUEVO

Siempre que escuchamos el presente texto evangélico, viene a nuestro recuerdo

aquella anécdota que cuentan del apóstol San Juan. Siendo éste anciano, se le

acercaban sus discípulos para pedirle algún consejo, y el Apóstol reiteradamente

respondía: "Amaos los unos a los otros". Un día le preguntaron por qué siempre

respondía lo mismo, a lo que contestó: "Porque ese es el mandato del Señor y su solo

cumplimiento basta". Al parecer, había quedado muy grabado en su mente aquel

mandamiento nuevo que Cristo promulgó en la Última Cena.

No deja de llamar la atención que el Señor diga que se trata de un mandamiento

"nuevo". El mandamiento del amor al prójimo ya existía en el Antiguo Testamento, ya

tenía vigencia en el pueblo de Israel. ¿En qué consistía, pues, la novedad de este

mandamiento? En el modo o la manera con que se debe amar. Por eso Jesús aclara:

"Así como Yo os he amado, amaos también vosotros los unos a los otros". Eso es lo

nuevo: amar al prójimo hasta el punto de estar dispuesto a dar la vida por él, si así

fuera preciso.

El mandato de la caridad quedó tan grabado en el corazón no sólo de los discípulos

sino también de los primeros cristianos, que su ejercicio constituyó el factor decisivo

que hizo crecer la Iglesia naciente, según lo atestigua el libro de los Hechos de los

Apóstoles, hasta terminar por convertir al Imperio Romano al cristianismo. De allí la

famosa expresión que los paganos empleaban refiriéndose a los cristianos: "Mirad

cómo se aman".

Y es que la caridad, esa virtud sobrenatural que infunde Dios en nuestras almas, por

la que amamos a Dios sobre todas las cosas, y a nosotros y al prójimo por Dios, es, a

la vez, una fuerza de cohesión, ya que tiende a unificar el cuerpo de la Iglesia, y una

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fuerza de expansión o irradiación, ya que a lo largo de los siglos no deja de atraer a

los hombres al seno de la Iglesia. Por eso la caridad fue una originalidad del

cristianismo, dado que el mundo disperso por el pecado original y sus consecuencias

no era capaz de establecer una sólida cohesión entre sus miembros.

Si la caridad es una fuerza, nada más opuesto a ella que la debilidad malsana. Bien

decía San Agustín que "hay que amar al prójimo porque Dios está en él o para que

Dios esté en él". Si se lo quiere amar para tratar de que Dios esté en él, se requiere

que en el que ama haya esa fortaleza divina que busca el bien en el otro y que es la

caridad. Muchas veces la debilidad de los buenos es por falta de caridad. La caridad

no es complaciente ni permisivista a ultranza. Si así lo fuera, no sería verdadera

caridad. Si un padre no corrige a su hijo que va por mal camino, en realidad no estaría

buscando su bien. Es cierto que la corrección deberá brotar de la caridad y no del

encono, y deberá hacerse buscando el modo y el momento, pero deberá hacerse.

Tampoco debe confundirse el amor sobrenatural con el amor puramente pasional,

que fácilmente se desorbita y desordena. La caridad no es solamente afectiva sino,

por sobre todo, efectiva, buscando el bien natural del amado pero considerándolo

desde la óptica del bien sobrenatural.

Asimismo la caridad ha de evitar el error del ilusionismo, es decir, del amor puramente

abstracto, amando a los que están lejos sin tener en cuenta a aquellos que nos

rodean. Sería una evasión engañosa del verdadero concepto de la caridad, ya que si

bien la caridad es universal y debe extenderse a todos, necesariamente habrá de

concretarse en los que están más cerca, aquel con el cual comparto el tiempo y el

lugar.

De este modo la caridad tendrá las características que señalara San Pablo: "es

paciente, es servicial, no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe, es decorosa,

no busca su interés..." Podríase decir que el amor de caridad concretado en el

prójimo es algo así como el termómetro o el pulso de nuestro amor a Dios. Bien ha

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escrito San Juan: "El que dice que ama a Dios a quien no ve, pero odia a su hermano

a quien ve, es un mentiroso". La caridad es efectiva, operante. Debemos amar "no de

palabra y con la lengua, sino con obras y de verdad", como afirma el mismo San

Juan. Si nuestra caridad con el prójimo se acrecienta, señal es de que ha aumentado

en nosotros el amor a Dios.

Será preciso que tengamos especial cuidado por evitar todo lo que se oponga a la

verdadera caridad, como el odio, el rencor, la calumnia, la difamación, el juicio

temerario, la murmuración, el desear el mal a los demás...

Dentro de todas las posibles formas de caridad, el apostolado es la más eminente, ya

que no se limita a atender las necesidades materiales del prójimo, sino que se dirige

a subvenir su necesidad más apremiante que es la sobrenatural, busca darle a Dios,

llevarlo a la gracia, conducirlo a Jesucristo. Precisamente en la primera lectura de

este domingo hemos escuchado cómo el apóstol San Pablo y su compañero Bernabé,

encendidos por el celo apostólico, recorrían pueblo tras pueblo, y retornaban una y

otra vez a las ciudades donde ya habían predicado, para confesar y exhortar a sus

discípulos a perseverar en la fe. Todo ello es una expresión de la caridad apostólica

que los caracterizaba.

El apostolado es una exigencia para el cristiano, exigencia derivada del carácter

bautismal. No se trata, por cierto, de un mero impulso proselitista o propagandístico,

sino que debe constituir una verdadera expresión de la caridad, debe ser una especie

de desborde de la caridad, de la contemplación, que vuelca en el prójimo aquello de lo

que se ha tenido experiencia. Así lo entendía San Juan cuando escribía al comienzo

de su primera epístola: "Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo

que tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida... eso es lo que os

anunciarnos". El celo apostólico es como un fuego interior. San Pablo, el apóstol por

antonomasia, se lanzaba a la labor apostólica sin importarle las dificultades, amena-

zas, torturas, peligros de muerte, con tal de predicar a Cristo.

Para terminar, aludamos a lo que nos refiere San Juan, en la segunda lectura de hoy,

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tomada del Apocalipsis. Allí nos muestra cuál es el desemboque de la caridad: el

cielo. "Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo y venía de

Dios, embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo". El discípulo

amado nos muestra ese término para animarnos a practicar aquí la caridad, para que

las dificultades del camino no nos desalienten o enfríen nuestra caridad. Al término de

la carrera está el cielo. Al fin y al cabo, ¿qué es la caridad sino el cielo que comienza

aquí en la tierra? Allí, nos sigue diciendo el Apocalipsis, "Dios secará toda lágrima, y

no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó". Lo de

"antes" es lo de la tierra, cuando todavía vivimos en las penumbras de la fe, y en las

ansiedades de la esperanza. Lo de allí sería el triunfo de la caridad. Como lo ha

enseñado San Pablo: "Ahora permanecen estas tres cosas: la fe, la esperanza y la

caridad, pero la más excelente de ellas es la caridad". La fe será reemplazada por la

visión, la esperanza por la posesión, pero la caridad permanecerá en el cielo, jamás

perecerá.

Dentro de algunos instantes recibiremos el Amor de los Amores, a aquel que

"habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin". Pidámosle que nos dé la gracia

para nos vayamos ejercitando en el amor al prójimo, para que hagamos nuestro su

mandamiento y logremos amar a los demás como El nos ha amado.

(SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo C, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1994, p. 159-

162)

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S.S. Francisco p.p.

Queridos hermanos y hermanas:

Quisiera proponeros tres simples y breves pensamientos sobre los que reflexionar.

1. En la segunda lectura hemos escuchado la hermosa visión de san Juan: un cielo

nuevo y una tierra nueva y después la Ciudad Santa que desciende de Dios. Todo es

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nuevo, transformado en bien, en belleza, en verdad; no hay ya lamento, luto… Ésta

es la acción del Espíritu Santo: nos trae la novedad de Dios; viene a nosotros y hace

nuevas todas las cosas, nos cambia. ¡El Espíritu nos cambia! Y la visión de san Juan

nos recuerda que estamos todos en camino hacia la Jerusalén del cielo, la novedad

definitiva para nosotros, y para toda la realidad, el día feliz en el que podremos ver el

rostro del Señor, ese rostro maravilloso, tan bello del Señor Jesús. Podremos estar

con Él para siempre, en su amor.

Veis, la novedad de Dios no se asemeja a las novedades mundanas, que son todas

provisionales, pasan y siempre se busca algo más. La novedad que Dios ofrece a

nuestra vida es definitiva, y no sólo en el futuro, cuando estaremos con Él, sino

también ahora: Dios está haciendo todo nuevo, el Espíritu Santo nos transforma

verdaderamente y quiere transformar, contando con nosotros, el mundo en que

vivimos. Abramos la puerta al Espíritu, dejemos que Él nos guíe, dejemos que la

acción continua de Dios nos haga hombres y mujeres nuevos, animados por el amor

de Dios, que el Espíritu Santo nos concede. Qué hermoso si cada noche, pudiésemos

decir: hoy en la escuela, en casa, en el trabajo, guiado por Dios, he realizado un gesto

de amor hacia un compañero, mis padres, un anciano. ¡Qué hermoso!

2. Un segundo pensamiento: en la primera lectura Pablo y Bernabé afirman que «hay

que pasar mucho para entrar en el reino de Dios» (Hch 14,22). El camino de la

Iglesia, también nuestro camino cristiano personal, no es siempre fácil, encontramos

dificultades, tribulación. Seguir al Señor, dejar que su Espíritu transforme nuestras

zonas de sombra, nuestros comportamientos que no son según Dios, y lave nuestros

pecados, es un camino que encuentra muchos obstáculos, fuera de nosotros, en el

mundo, y también dentro de nosotros, en el corazón. Pero las dificultades, las

tribulaciones, forman parte del camino para llegar a la gloria de Dios, como para

Jesús, que ha sido glorificado en la Cruz; las encontraremos siempre en la vida. No

desanimarse. Tenemos la fuerza del Espíritu Santo para vencer estas tribulaciones.

3. Y así llego al último punto. Es una invitación que dirijo a los que se van a confirmar

y a todos: permaneced estables en el camino de la fe con una firme esperanza en el

Señor. Aquí está el secreto de nuestro camino. Él nos da el valor para caminar contra

corriente. Lo estáis oyendo, jóvenes: caminar contra corriente. Esto hace bien al

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corazón, pero hay que ser valientes para ir contra corriente y Él nos da esta fuerza.

No habrá dificultades, tribulaciones, incomprensiones que nos hagan temer si

permanecemos unidos a Dios como los sarmientos están unidos a la vid, si no

perdemos la amistad con Él, si le abrimos cada vez más nuestra vida. Esto también y

sobre todo si nos sentimos pobres, débiles, pecadores, porque Dios fortalece nuestra

debilidad, enriquece nuestra pobreza, convierte y perdona nuestro pecado.

¡Es tan misericordioso el Señor! Si acudimos a Él, siempre nos perdona. Confiemos

en la acción de Dios. Con Él podemos hacer cosas grandes y sentiremos el gozo de

ser sus discípulos, sus testigos. Apostad por los grandes ideales, por las cosas

grandes. Los cristianos no hemos sido elegidos por el Señor para pequeñeces.

Hemos de ir siempre más allá, hacia las cosas grandes. Jóvenes, poned en juego

vuestra vida por grandes ideales.

Novedad de Dios, tribulaciones en la vida, firmes en el Señor. Queridos amigos,

abramos de par en par la puerta de nuestra vida a la novedad de Dios que nos

concede el Espíritu Santo, para que nos transforme, nos fortalezca en la tribulación,

refuerce nuestra unión con el Señor, nuestro permanecer firmes en Él: ésta es una

alegría auténtica. Que así sea.

(Plaza San Pedro, V Domingo de Pascua, 28 de abril de 2013)

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San Juan Pablo II

Meditemos juntos sobre lo que nos dice la Iglesia en este domingo V de Pascua. Nos

habla de la resurrección de Cristo, y al mismo tiempo nos hace ver nuestra vida a la

luz de la resurrección. La resurrección de Cristo es su glorificación en Dios. Jesús

habla a sus Apóstoles de esta glorificación la víspera de la pasión. La glorificación se

cumplirá en la cruz y será confirmada por la resurrección. Mediante la cruz, Dios será

glorificado en Cristo: “Si Dios es glorificado en Él, también Dios lo glorificará en Sí

mismo: pronto lo glorificará” (Jn 13,32). Esto se realiza mediante la resurrección.

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En el momento en que Cristo dice estas palabras a los Apóstoles -y es la tarde del

Jueves Santo- éstos todavía están con el Maestro. Pero son ya los últimos momentos

en que están todos juntos. Cristo se lo anuncia claramente: “A donde yo voy, vosotros

no podéis venir” (Jn 13,33). El camino de la cruz y de la resurrección será la senda

por la que Cristo irá completamente solo.

La resurrección tuvo lugar en Jerusalén, en la antigua ciudad israelita. Mediante la

resurrección de Cristo comenzó a realizarse lo que el autor del Apocalipsis, Juan

Apóstol, ve en su primera visión: “Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que

descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para

su esposo” (21,2). La antigua Jerusalén se ha renovado. Juntamente con la

resurrección de Cristo se ha hecho nueva, con una total novedad de vida. Se ha

convertido en el comienzo del nuevo cielo y de la nueva tierra. En ella -en Jerusalén-

se ha revelado el comienzo de los últimos tiempos. Todo esto sucedió mediante la

gloriosa resurrección de Cristo.

A la luz de la resurrección nuestra vida cristiana se construye sobre el fundamento de

la esperanza que se abre en la historia de la humanidad con la nueva Jerusalén del

Apocalipsis de Juan: “Esta es la morada de Dios con los hombres:/ acampará entre

ellos./ Ellos serán su pueblo/ y Dios estará con ellos”(21,3). La esperanza que la

resurrección de Cristo lleva consigo es esperanza de la morada de Dios con los

hombres. La esperanza del eterno Emmanuel. Los hombres serán abrazados por

Dios. Dios será todo en todos (cfr. Col 3,11).

La esperanza que se abre ante la humanidad con la resurrección de Cristo es

esperanza de la resurrección definitiva y perfecta, que se manifestará mediante la

victoria sobre la muerte: "Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni

habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado.» Entonces dijo el

que está sentado en el trono: “Mira que hago un mundo nuevo”. Y añadió: “Escribe:

Estas son palabras ciertas y verdaderas”. A la luz de la resurrección de Cristo nuestra

vida cristiana se construye sobre el fundamento de la esperanza de la vida nueva,

que se abre ante el hombre por encima de los límites de la muerte y de la

temporalidad. Sin embargo, la luz de la resurrección del Señor no sólo llega a la

esperanza del mundo futuro. Penetra simultáneamente nuestra vida y nuestra

peregrinación terrena. La penetra ante todo con el mandamiento del amor. En el

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Cenáculo del Jueves Santo Cristo recuerda a los Apóstoles este mandamiento y lo

pone ante ellos como un compromiso principal: “Os doy un mandamiento nuevo: que

os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también

vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os

tenéis amor los unos a los otros” (Jn 13:34-35). La separación de Cristo, mediante la

cruz y la resurrección debe, de una manera nueva, acercar recíprocamente a sus

Apóstoles entre sí. El testimonio del amor supremo, dado en la cruz, debe hacer

brotar en ellos un amor parecido. La resurrección proyecta sobre la vida cristiana la

luz del amor. Si se dejan guiar por esta luz, los cristianos dan un auténtico testimonio

de Cristo crucificado y resucitado.

Al dar este testimonio, entran en el camino de la misión cristiana, o sea, del

apostolado. De este camino nos habla la primera lectura del domingo actual, tomada

de los Hechos de los Apóstoles, haciendo referencia a los trabajos apostólicos de

Pablo y Bernabé en diversos lugares de Oriente Medio. Entre estos trabajos nacía la

Iglesia y surgían las primeras comunidades cristianas. Efectivamente, Dios actuaba

por medio de sus Apóstoles y abría “a los gentiles la puerta de la fe” (14,27). Cuando

la luz de la resurrección del Señor cae sobre nuestra vida, logra ciertamente que

también ella se haga “apostólica”. “Pues la vocación cristiana es, por su misma

naturaleza, vocación también al apostolado”, como enseña el Concilio Vaticano II en

el Decreto sobre el apostolado de los laicos (n.2). El apostolado es fruto de este amor

que nace en nosotros mediante la intimidad con la cruz de Cristo resucitado. Ayuda

también a la esperanza del mundo futuro en el reino de Dios. Nosotros mantenemos

esta esperanza incluso en medio de los sufrimientos, porque “hay que pasar mucho

para entrar en el reino de Dios”, como leemos en la liturgia de hoy (Hch 14,22). “Que

todas tus criaturas te den gracias, Señor,/ que te bendigan tus fieles;/ que proclamen

la gloria de tu reinado,/ que hablen de tus hazañas” (Sal 144/145,10-11).

La potencia del reino de Dios en la tierra se ha manifestado en la resurrección de

Cristo crucificado. Nosotros, como confesores de Cristo, queremos vivir y obrar en

esa luz, que nos viene de la resurrección del Señor.

Roguemos a María, Madre del Resucitado, Madre de la Misericordia, a fin de que nos

acompañe en todas las partes por los caminos de la fe, la esperanza y la caridad.

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(Roma, parroquia Santa María de la Misericordia)

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P. Gustavo Pascual, I.V.E.

El mandamiento nuevo

Jn 13, 34

Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros como Yo os

he amado.

¿Mandamiento nuevo? Pero si ya existía en el Antiguo Testamento en el libro

del Levítico.

Es nuevo porque Cristo le dio notas nuevas: lo hizo universal y lo extendió

hasta el extremo. Universal porque se extiende a todos los hombres, hasta el extremo

porque implica dar la vida si es necesario, como lo hizo el Señor.

La novedad se manifiesta en el amor de Cristo hacia nosotros. Cristo nos amó a todos

y dio su vida por todos, aun siendo nosotros enemigos suyos por el pecado.

El amor cristiano es una novedad absoluta. Sobrepasa al amor del pueblo

elegido y al amor que enseñaron Buda, Confucio y todas las otras religiones

orientales.

Este amor al prójimo es el que distingue al cristiano. “En esto conocerán que

sois discípulos míos”. En éste mandamiento se sintetizan todos los mandamientos,

toda la dogmática y la moral cristiana. San Pablo formula esta enseñanza diciendo:

“todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como

a ti mismo”.

¿Cómo cumplimos este mandamiento? Jesús nos ha dado ejemplo del

cumplimiento de este precepto durante toda su vida y por eso nos dice “como Yo os

he amado”. Si leemos los Evangelios encontramos en todos ellos que nuestro Señor

ejercitó este amor en toda su vida y en especial muriendo en la cruz. San Pedro

resume la vida de Jesús diciendo: “pasó haciendo el bien”. Jesús paso haciendo el

bien a todos sin excepción. Por eso cuando los judíos le preguntaron quién era el

prójimo, les enseñó quién era con la parábola del buen samaritano. El prójimo es

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nuestro hermano necesitado, el que encontramos en el camino de nuestra vida.

Miremos a Cristo y aprenderemos a amar a nuestro prójimo. A todos los

hombres debemos amar porque todos son nuestros prójimos y en ellos se incluyen los

que nos tratan mal, los que nos hacen mal, nuestros enemigos. Todos los hombres…

pero en especial los más próximos.

Entre todos los hombres, hay algunos a quienes me ligan vínculos más particulares;

son mis más próximos, prójimos, aquellos a quienes por voluntad divina he de

consagrar más especialmente mi vida. Mi primera misión, conocerlos exactamente,

saber quiénes son. Me debo a todos, sí; pero hay quienes lo esperan todo, o mucho,

de mí: el hijo para su madre, el discípulo para su maestro, el amigo para el amigo, el

obrero para su patrón, el compañero para el compañero. ¿Cuál es el campo de

trabajo que Dios me ha confiado? Delimitarlo en forma bien precisa; no para excluir a

los demás, pero sí para saber la misión concreta que Dios me ha confiado, para

ayudarlos a pensar su vida humana.

Él envío que hace Jesús a sus discípulos después de su ascensión a los cielos

consiste en hacer de este mundo la civilización del amor y es la misión de cada uno

de los cristianos. Debemos comenzar a crear esta civilización alrededor nuestro, en el

ambiente en que Dios nos ha puesto.

¿Cuántos hombres a mi alrededor sufren y yo estoy indiferente? El sufrimiento puede

ser espiritual o material. Los dos son importantes. Hay personas que carecen de lo

necesario en el alma y en el cuerpo. Otros sólo en el alma. Otros únicamente en el

cuerpo. Hay mucho sufrimiento alrededor mío y lo desconozco. Lo desconozco

porque vivo muy ensimismado. El egoísmo se opone al amor y es la causa de mi

despreocupación por el prójimo. El mundo necesita mucho amor y debo preguntarme

cada día cuánto amor pongo en el mundo.

Y Jesús quiere amor pero amor concreto. Porque lo que hacemos por nuestro prójimo

lo hacemos a Jesús mismo. Es Jesús que se nos presenta en nuestro prójimo

mendigando especialmente amor. Y el amor vence al egoísmo porque el amor es

entrega, olvido de sí mismo para darse.

San Juan en su primera carta dice claramente que es un mentiroso el que dice amar a

Dios a quien no ve sino ama al prójimo a quién ve. Nuestra verdadera religiosidad se

manifiesta en el amor que tenemos al prójimo. Nuestro distintivo de cristianos no es la

medallita, la crucecita, el rosario, la peregrinación, todas cosas buenas si son hechas

por amor, sino que el distintivo del cristiano es la caridad. El amor al prójimo.

Amarlos para que adquieran conciencia de su destino, para que se estimen en su

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valor de hombres llamados por Dios al más alto conocimiento, para que estimen a

Dios en su valor divino, para que estimen cada cosa según su valor frente al plan de

Dios.

Amarlos apasionadamente en Cristo, para que el parecido divino progrese en ellos,

para que se rectifiquen en su interior, para que tengan horror de destruirse o de

disminuirse, para que tengan respeto de su propia grandeza y de la grandeza de toda

creatura humana, para que respeten el derecho y la verdad, para que todo su ser

espiritual se expansione en Dios, para que encuentren a Cristo como la coronación de

su actividad y de su amor, para que su sufrimiento complete el sufrimiento de Cristo

(Cf. Col 1, 24)

Pensemos en nuestra propia familia. ¿Cuánto amor pongo en ella? ¿Cuánto reclamo

el amor de los demás y cuánto amor pongo? Es más feliz el que da que el que

recibe. Por eso busquemos poner amor a nuestro alrededor. Olvidándonos de

nosotros mismos amemos a los demás pero no tanto con las palabras cuanto con las

obras.

Hay mucha gente que necesita de nuestro amor y no hace falta que la busquemos

muy lejos nuestro. Cuántos pobres y necesitados de todo tipo que podemos socorrer.

El amor es nuestro distintivo de cristianos. Y si bien debemos amar principalmente a

los cristianos nuestro amor debe extenderse a todos los hombres.

_________________________________________

19, 18

Rm 13, 9

San Alberto Hurtado, La búsqueda de Dios, Ediciones de la Universidad Católica de

Chile Santiago 2005, 59

1 Jn 4, 20

San Alberto Hurtado, La búsqueda de Dios…, 63

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Directorio Homilético

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Quinto domingo de Pascua

CEC 2746-2751: la oración de Cristo en la Última Cena

CEC 459, 1823, 2074, 2196, 2822, 2842: “como yo os he amado”

CEC 756, 865, 1042-1050, 2016, 2817: los cielos nuevos y la tierra nueva (segunda

lectura, lectura del Apocalipsis)

LA ORACION DE LA HORA DE JESUS

2746 Cuando ha llegado su hora, Jesús ora al Padre (cf Jn 17). Su oración, la más

larga transmitida por el Evangelio, abarca toda la Economía de la creación y de la

salvación, así como su Muerte y su Resurrección. Al igual que la Pascua de Jesús,

sucedida "una vez por todas", permanece siempre actual, de la misma manera la

oración de la "hora de Jesús" sigue presente en la Liturgia de la Iglesia.

2747 La tradición cristiana acertadamente la denomina la oración "sacerdotal" de

Jesús. Es la oración de nuestro Sumo Sacerdote, inseparable de su sacrificio, de su

"paso" hacia el Padre donde él es "consagrado" enteramente al Padre (cf Jn 17, 11.

13. 19).

2748 En esta oración pascual, sacrificial, todo está "recapitulado" en El (cf Ef 1, 10):

Dios y el mundo, el Verbo y la carne, la vida eterna y el tiempo, el amor que se

entrega y el pecado que lo traiciona, los discípulos presentes y los que creerán en El

por su palabra, la humillación y la Gloria. Es la oración de la unidad.

2749 Jesús ha cumplido toda la obra del Padre, y su oración, al igual que su

sacrificio, se extiende hasta la consumación de los siglos. La oración de la "hora de

Jesús" llena los últimos tiempos y los lleva hacia su consumación. Jesús, el Hijo a

quien el Padre ha dado todo, se entrega enteramente al Padre y, al mismo tiempo, se

expresa con una libertad soberana (cf Jn 17, 11. 13. 19. 24) debido al poder que el

Padre le ha dado sobre toda carne. El Hijo que se ha hecho Siervo, es el Señor, el

Pantocrator. Nuestro Sumo Sacerdote que ruega por nosotros es también el que ora

en nosotros y el Dios que nos escucha.

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2750 Si en el Santo Nombre de Jesús, nos ponemos a orar, podemos recibir en toda

su hondura la oración que él nos enseña: "Padre Nuestro". La oración sacerdotal de

Jesús inspira, desde dentro, las grandes peticiones del Padrenuestro: la preocupación

por el Nombre del Padre (cf Jn 17, 6. 11. 12. 26), el deseo de su Reino (la Gloria; cf

Jn 17, 1. 5. 10. 24. 23-26), el cumplimiento de la voluntad del Padre, de su Designio

de salvación (cf Jn 17, 2. 4 .6. 9. 11. 12. 24) y la liberación del mal (cf Jn 17, 15).

2751 Por último, en esta oración Jesús nos revela y nos da el "conocimiento"

indisociable del Padre y del Hijo (cf Jn 17, 3. 6-10. 25) que es el misterio mismo de la

vida de oración.

459 El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: "Tomad sobre

vosotros mi yugo, y aprended de mí ... "(Mt 11, 29). "Yo soy el Camino, la Verdad y la

Vida. Nadie va al Padre sino por mí" (Jn 14, 6). Y el Padre, en el monte de la

transfiguración, ordena: "Escuchadle" (Mc 9, 7;cf. Dt 6, 4-5). El es, en efecto, el

modelo de las bienaventuranzas y la norma de la ley nueva: "Amaos los unos a los

otros como yo os he amado" (Jn 15, 12). Este amor tiene como consecuencia la

ofrenda efectiva de sí mismo (cf. Mc 8, 34).

1823 Jesús hace de la caridad el mandamiento nuevo (cf Jn 13,34). Amando a los

suyos "hasta el fin" (Jn 13,1), manifiesta el amor del Padre que ha recibido.

Amándose unos a otros, los discípulos imitan el amor de Jesús que reciben también

en ellos. Por eso Jesús dice: "Como el Padre me amó, yo también os he amado a

vosotros; permaneced en mi amor" (Jn 15,9). Y también: "Este es el mandamiento

mío: que os améis unos a otros como yo os he amado" (Jn 15,12).

"Sin mí no podéis hacer nada"

2074 Jesús dice: "Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí

como yo en él, ése da mucho fruto; porque sin mí no podéis hacer nada" (Jn 15,5). El

fruto evocado en estas palabras es la santidad de una vida fecundada por la unión

con Cristo. Cuando creemos en Jesucristo, participamos en sus misterios y

guardamos sus mandamientos, el Salvador mismo ama en nosotros a su Padre y a

sus hermanos, nuestro Padre y nuestros hermanos. Su persona viene a ser, por obra

del Espíritu, la norma viva e interior de nuestro obrar. "Este es el mandamiento mío:

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que os améis los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15,12).

2196 En respuesta a la pregunta que le hacen sobre cuál es el primero de los

mandamientos, Jesús responde: "El primero es: `Escucha Israel, el Señor, nuestro

Dios, es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu

alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas'. El segundo es: `Amarás a tu

prójimo como a ti mismo'. No existe otro mandamiento mayor que estos" (Mc 12,29-

31).

2822 La voluntad de nuestro Padre es "que todos los hombres se salven y lleguen al

conocimiento pleno de la verdad" (1 Tm 2, 3-4). El "usa de paciencia, no queriendo

que algunos perezcan" (2 P 3, 9; cf Mt 18, 14). Su mandamiento que resume todos

los demás y que nos dice toda su voluntad es que "nos amemos los unos a los otros

como él nos ha amado" (Jn 13, 34; cf 1 Jn 3; 4; Lc 10, 25-37).

2842 Este "como" no es el único en la enseñanza de Jesús: "Sed perfectos 'como' es

perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5, 48); "Sed misericordiosos, 'como' vuestro

Padre es misericordioso" (Lc 6, 36); "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis

los unos a los otros. Que 'como' yo os he amado, así os améis también vosotros los

unos a los otros" (Jn 13, 34). Observar el mandamiento del Señor es imposible si se

trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una participación, vital y

nacida "del fondo del corazón", en la santidad, en la misericordia, y en el amor de

nuestro Dios. Sólo el Espíritu que es "nuestra Vida" (Ga 5, 25) puede hacer nuestros

los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús (cf Flp 2, 1. 5). Así, la unidad del

perdón se hace posible, "perdonándonos mutuamente 'como' nos perdonó Dios en

Cristo" (Ef 4, 32).

VI LA ESPERANZA DE LOS CIELOS NUEVOS

Y DE LA TIERRA NUEVA

1042 Al fin de los tiempos el Reino de Dios llegará a su plenitud. Después del juicio

final, los justos reinarán para siempre con Cristo, glorificados en cuerpo y alma, y el

mismo universo será renovado:

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La Iglesia ... sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo...cuando llegue el

tiempo de la restauración universal y cuando, con la humanidad, también el universo

entero, que está íntimamente unido al hombre y que alcanza su meta a través del

hombre, quede perfectamente renovado en Cristo (LG 48)

1043 La Sagrada Escritura llama "cielos nuevos y tierra nueva" a esta renovación

misteriosa que trasformará la humanidad y el mundo (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1). Esta

será la realización definitiva del designio de Dios de "hacer que todo tenga a Cristo

por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra" (Ef 1, 10).

1044 En este "universo nuevo" (Ap 21, 5), la Jerusalén celestial, Dios tendrá su

morada entre los hombres. "Y enjugará toda lágrima de su ojos, y no habrá ya muerte

ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado" (Ap 21, 4;cf. 21,

27).

1045 Para el hombre esta consumación será la realización final de la unidad del

género humano, querida por Dios desde la creación y de la que la Iglesia peregrina

era "como el sacramento" (LG 1). Los que estén unidos a Cristo formarán la

comunidad de los rescatados, la Ciudad Santa de Dios (Ap 21, 2), "la Esposa del

Cordero" (Ap 21, 9). Ya no será herida por el pecado, las manchas (cf. Ap 21, 27), el

amor propio, que destruyen o hieren la comunidad terrena de los hombres. La visión

beatífica, en la que Dios se manifestará de modo inagotable a los elegidos, será la

fuente inmensa de felicidad, de paz y de comunión mutua.

1046 En cuanto al cosmos, la Revelación afirma la profunda comunidad de destino

del mundo material y del hombre:

Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los

hijos de Dios ... en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción ...

Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto.

Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros

mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo (Rm 8,

19-23).

1047 Así pues, el universo visible también está destinado a ser transformado, "a fin de

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que el mundo mismo restaurado a su primitivo estado, ya sin ningún obstáculo esté al

servicio de los justos", participando en su glorificación en Jesucristo resucitado (San

Ireneo, haer. 5, 32, 1).

1048 "Ignoramos el momento de la consumación de la tierra y de la humanidad, y no

sabemos cómo se transformará el universo. Ciertamente, la figura de este mundo,

deformada por el pecado, pasa, pero se nos enseña que Dios ha preparado una

nueva morada y una nueva tierra en la que habita la justicia y cuya bienaventuranza

llenará y superará todos los deseos de paz que se levantan en los corazones de los

hombres"(GS 39, 1).

1049 "No obstante, la espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien

avivar la preocupación de cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo de la nueva

familia humana, que puede ofrecer ya un cierto esbozo del siglo nuevo. Por ello,

aunque hay que distinguir cuidadosamente el progreso terreno del crecimiento del

Reino de Cristo, sin embargo, el primero, en la medida en que puede contribuir a

ordenar mejor la sociedad humana, interesa mucho al Reino de Dios" (GS 39, 2).

1050 "Todos estos frutos buenos de nuestra naturaleza y de nuestra diligencia, tras

haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y según su mandato, los

encontramos después de nuevo, limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados

cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal" (GS 39, 3; cf. LG 2). Dios

será entonces "todo en todos" (1 Co 15, 22), en la vida eterna:

La vida subsistente y verdadera es el Padre que, por el Hijo y en el Espíritu

Santo, derrama sobre todos sin excepción los dones celestiales. Gracias a su

misericordia, nosotros también, hombres, hemos recibido la promesa indefectible de la

vida eterna (San Cirilo de Jerusalén, catech. ill. 18, 29).

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Función de cada sección del Boletín¿Qué es el IVE, el porqué de este servicio de Homilética?

Función de cada sección del Boletín

Homilética se compone de 7 Secciones principales:

Textos Litúrgicos: aquí encontrará Las Lecturas del Domingo y los salmos, así

como el Guion para la celebración de la Santa Misa.

Exégesis: presenta un análisis exegético del evangelio del domingo, tomado deespecialistas, licenciados, doctores en exégesis, así como en ocasiones de Papaso sacerdotes que se destacan por su análisis exegético del texto.

Santos Padres: esta sección busca proporcionar la interpretación de los Santos

Padres de la Iglesia, así como los sermones u escritos referentes al texto del

domingo propio del boletín de aquellos santos doctores de la Iglesia.

Aplicación: costa de sermones del domingo ya preparados para la predica, los

cuales pueden facilitar la ilación o alguna idea para que los sacerdotes puedan

aplicar en la predicación.

Ejemplos Predicables: es un recurso que permite al predicador introducir

alguna reflexión u ejemplo que le permite desarrollar algún aspecto del tema

propio de las lecturas del domingo analizado.

Directorio Homilético: es un resumen que busca dar los elementos que

ayudarían a realizar un enfoque adecuado del el evangelio y las lecturas del

domingo para poder brindar una predicación más uniforme, conforme al

DIRECTORIO HOMILÉTICO promulgado por la Congregación para el Culto

Divino y la Disciplina de los Sacramentos de la Santa Sede en el 2014.

¿Qué es el IVE, el porqué de este servicio de Homilética? El Instituto del Verbo Encarnado fue fundado el 25 de Marzo de 1984, en SanRafael, Mendoza, Argentina. El 8 de Mayo de 2004 fue aprobado como instituto devida religiosa de derecho Diocesano en Segni, Italia. Siendo su Fundador el SacerdoteCatólico Carlos Miguel Buela. Nuestra familia religiosa tiene como carismala prolongación de la Encarnación del Verbo en todas las manifestaciones delhombre, y como fin específico la evangelización de la cultura; para mejor hacerloproporciona a los misioneros de la familia y a toda la Iglesia este servicio como unaherramienta eficaz enraizada y nutrida en las sagradas escrituras y en la perenne

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tradición y magisterio de la única Iglesia fundada por Jesucristo, la Iglesia CatólicaApostólica Romana.

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