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Curzio Malaparte Técnicas de golpe de Estado Traducción de Vítora Guevara PL55038-001-264 20/1/09 11:44 Página 3

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Curzio MalaparteTécnicas de golpe de Estado

Traducción de Vítora Guevara

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Editado por Editorial Planeta, S. A.

Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permisoescrito del editor. Todos los derechos reservados.

Título original: Tecnica del colpo di Stato

© Comunione Eredi Curzio Malaparte, Italia© por la traducción, Vítora Guevara, 2009© Editorial Planeta, S. A., 2009

BackList, Barcelona, 2009Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España)

Primera edición: marzo de 2009

Depósito Legal: M. 5.201-2009ISBN 978-84-08-08518-8Preimpresión: Foinsa Edifilm, S. L.Impresión y encuadernación: Artes Gráficas Huertas, S. A.Printed in Spain - Impreso en España

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Prefacio

Siempre tenemos que defender la libertad

Odio este libro mío. Lo odio con toda el alma. Me hadado la gloria, esa pobre cosa que es la gloria, pero tam-bién muchos disgustos. A causa de este libro he conoci-do la cárcel y el destierro, la traición de los amigos, lamala fe de los adversarios, el egoísmo y la maldad de loshombres. Con este libro nació la estúpida leyenda queme convirtió en un ser cínico y cruel, una especie de Ma-quiavelo disfrazado de cardenal de Retz cuando no soymás que un escritor, un artista, un hombre libre que pa-dece más los males ajenos que los propios.

Mi Técnicas de golpe de Estado, publicado en París en1931 (editado por Bernard Grasset en la colección «Lesécrits» dirigida por Jean Guéhenno), se imprime ahorapor primera vez en Italia y se reedita en Francia con mo-tivo del centenario del Manifiesto comunista de 1848. Es ya un libro famoso, «un clásico», como afirmaban loscríticos franceses y, por otro lado, es tan vigente y válidohoy en día como lo era ayer. Y quien me reprochase nohaber añadido, ni en esta primera edición italiana ni enla nueva edición aparecida estos días en Francia, algúncapítulo nuevo sobre la revolución republicana españo-la, sobre la franquista, sobre las recientes «defenestra-

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ciones» de Praga (ni sobre los golpes de Estado que aquíy allí se preparan en Europa), demostraría no haber en-tendido que estos sucesos, posteriores a la primera apa-rición de este libro, no aportan nada nuevo a la técnicamoderna del golpe de Estado. La técnica revolucionariaen Europa es, de hecho, todavía, la que yo estudié y des-cribí en estas páginas. Sin embargo, se ha dado algúnprogreso en la técnica moderna de la defensa del Esta-do. Podría decirse que los gobernantes (si es que leen li-bros) se han leído estas páginas mías y han sabido sacarprovecho de las enseñanzas que contienen. ¿Habrá queatribuir, pues, a mi libro el mérito de ese progreso? ¿Otal vez mejor a las lecciones que se derivan de los acon-tecimientos de estos últimos años?

El famoso Jean Chiappe, creador de la complejamaquinaria estatal francesa para la defensa de la Repú-blica y de las libertades republicanas, al que enviécomo muestra de respeto, en 1931, un ejemplar de Téc-nicas de golpe de Estado con esta dedicatoria: «A Mon-sieur Jean Chiappe, técnico del contragolpe»,* tuvo abien contestarme que mi libro era tan peligroso en ma-nos de los enemigos de la libertad, tanto de derechascomo de izquierdas, como valioso en manos de loshombres de Estado, a quienes incumbía la responsabi-lidad de defender las libertades democráticas. «Ustedenseña a los hombres de Estado —añadía— a preverlos fenómenos revolucionarios de nuestro tiempo, a

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* Las frases marcadas con un asterisco aparecen en francés en el original. (N. de la t.)

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comprenderlos, a impedir que los sediciosos se hagancon el poder mediante la violencia.»*

Es posible que los defensores del Estado hayanaprendido más de los acontecimientos que de la lecturade mi libro. Pero no debería ignorarse el mérito de estaspáginas si sólo hubieran enseñado a los defensores dela libertad el modo de interpretar los acontecimientos yla lección que debe extraerse.

Prohibido en Italia por Mussolini, Técnicas de golpede Estado constituye una novedad para el lector italianoactual, para el que la situación internacional y la inter-na de nuestro país añaden, por desgracia, un interés derabiosa actualidad. No es inútil, en este momento, ad-vertir al lector italiano que este libro no sólo ha sido pro-hibido en Italia, sino también en Alemania, Austria, Es-paña, Portugal, Polonia, Hungría, Rumanía, Yugoslavia,Bulgaria, Grecia y en todos aquellos Estados donde, obien a causa de un dictador o bien por la corrupción delas instituciones democráticas, las libertades públicas yprivadas fueron recortadas o suprimidas.

¡Un destino extraño y azaroso el de mi libro! Prohi-bido por los gobiernos totalitarios que veían en Técnicasde golpe de Estado una especie de «Manual del perfectorevolucionario»; puesto en el punto de mira por los go-biernos liberales y democráticos para los que no eraotra cosa que un «Manual del arte de hacerse con el po-der por medio de la violencia» cuando no, al mismotiempo, un «Manual del arte de defender el Estado»;acusado de fascismo por los trotskistas, y por el propio

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Trotsky, y de trotskismo por ciertos comunistas, que nosoportan ver mezclado el nombre de Trotsky con el deLenin y, lo que es más importante, con el de Stalin. Asi-mismo, no es menos cierto que raramente un libro hayaprovocado tantas discusiones, tantas pasiones enfren-tadas. Raramente un libro ha servido tanto, y de modotan gratuito, tanto al Bien como al Mal.

Me conformo con recordar, a propósito de esto, uncaso bastante único del que los periódicos de la épocase hicieron bastante eco. Cuando, por orden del canci-ller austriaco Dollfuss, arrestaron en su castillo del Tirolal príncipe Stahrenberg, acusado de conspirar contra elEstado, encontraron en su casa, horresco referens, unejemplar de mi libro. El canciller Dollfuss aprovechóeste pretexto para prohibir Técnicas de golpe de Estadoen Austria. Pero el día que Dollfuss fue asesinado porlos nazis, los periódicos de Viena anunciaron que habíaaparecido un ejemplar de mi libro en su escritorio. Unejemplar obviamente nuevo, dado que si Dollfuss hu-biese leído mi libro, y hubiese sabido sacarle provecho,es probable que no hubiese acabado así.

Escribí Técnicas de golpe de Estado durante los últi-mos meses de 1930 en Turín, cuando todavía era direc-tor de La Stampa. El manuscrito llegó a París, al editorBernard Grasset de Daniel Halévy, que había venido a re-cogerlo a Turín porque yo no me fiaba de cruzar la fron-tera con aquellas páginas encima. En marzo de 1931,

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cuando el libro estaba a punto de salir, fui a Francia si-guiendo el consejo de Bernard Grasset y Halévy para po-nerme a salvo de la posible reacción de Mussolini.

¿Cómo acogió Mussolini mis Técnicas de golpe de Es-tado? El libro le gustó pero no le acabó de gustar. Y poruna de esas contradicciones propias de su carácter, pro-hibió la edición italiana pero permitió que los periódi-cos hablasen ampliamente de él. Un buen día, de repen-te, la prensa italiana recibió orden de no volver a hablarde mi libro, ni bien ni mal. ¿Qué había pasado?

Publicado en Alemania en 1932, es decir, mucho an-tes de la llegada de Hitler al poder (Des Staatssreichs, TalVerlag, Leipzig y Viena, 1932), Técnicas de golpe de Esta-do, que fue el primer libro contra Hitler aparecido enEuropa, constituyó un apoyo importante a la propagan-da antinazi. Durante las elecciones alemanas de otoñode 1932, las paredes de todas las ciudades y suburbiosde Alemania aparecieron empapeladas con enormesmanifiestos del Frente Democrático Antinazi, en losque, bajo el título: «Cómo juzga el escritor italiano Cur-zio Malaparte a Hitler y el nazismo», se habían escritoen letras de imprenta las frases más insolentes del capí-tulo sobre Hitler. Como prueba de mi delito, se envia-ron copias de aquel manifiesto al director de la oficinade prensa del jefe del gobierno, Lando Ferreti, acompa-ñadas de estas simples palabras: «¡Mira lo que has he-cho!» Yo me di cuenta de lo que había hecho tiempodespués, en la celda número 471 de la cuarta galería dela prisión de Regina Coeli.

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No conocí a Hitler, no me acerqué nunca a él. Perolo intuí, o mejor, lo «adiviné». El retrato de Hitler que di-bujé con mente maligna y con mano más bien firme,mostró a Hitler como era a los propios alemanes, comoescribieron el Frankfurter Zeitung y el Berliner Tageblatt.Mi profecía de que Hitler no se haría con el poder me-diante un golpe de Estado sino gracias a un compromi-so parlamentario, provocó apasionantes discusiones yse hizo realidad en 1933. Mi otra profecía se cumplió unaño después, en junio de 1934, y decía que Hitler, conviolencia despiadada, exterminaría el ala extrema de supropio partido.

Por eso no hay que maravillarse de que, nada másllegar al poder, Hitler se apresurara a condenar mi li-bro, mediante un decreto del Gauleiter de Sajonia, a serquemado en la plaza pública de Leipzig, a manos delverdugo, según el ritual nazi. Mi Técnicas de golpe de Es-tado fue arrojado a las llamas en la misma pira dondetantos libros condenados por motivos políticos o racia-les fueron reducidos a cenizas. No satisfecho con que-mar mi libro, Hitler demandó a Mussolini mi cabeza, yla obtuvo.

El estupor, en Italia y fuera de ella, fue enorme. Erala primera vez que un escritor italiano era encarceladono por «conspiración» sino a causa de su obra literaria.El Times y el Manchester Guardian, que se posicionarona mi favor al juzgar mi caso personal como un ejemplomuy grave de las condiciones reales de la literatura enItalia, obtuvieron como respuesta de Mussolini me-

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diante el Popolo d’Italia y el Tevere del 6 de octubre de1933 que mi arresto «era sólo un procedimiento admi-nistrativo ordinario».

De modo que fui arrestado, encerrado en una celdade la prisión de Regina Coeli y condenado a «cinco añosde reclusión en Lipari por “manifestaciones antifascis-tas en el extranjero”». (Comunicado oficial de la Agen-cia Stefani del 11 de octubre de 1933). Las pruebas con-tra mí eran: un ejemplar de Técnicas de golpe de Estado,en el que el propio Mussolini había subrayado en rojolas frases incriminatorias; los manifiestos del FrenteDemocrático Antinazi; una carta que le había escritomuchos meses antes a un amigo, ya muerto, en la cual,en nombre de todos los escritores italianos, defendía lalibertad del arte y de la literatura, y expresaba un juiciosevero sobre el comportamiento de Balbo (carta que mehabía visto obligado a escribir después de la solicitudque me envió a París Elio Vittorini de que volviese a Ita-lia para asumir públicamente la defensa de la libertadliteraria y de la dignidad de los escritores italianos, con-vertidos en objetivo de insultos y amenazas por parte dela prensa fascista); y finalmente un artículo, abierta-mente hostil a Mussolini y Hitler, aparecido en Nouve-lles Littéraires en marzo de 1933 bajo el título: «Immora-lité de Guichardin».

Frente a las calumnias y a la mala fe de algunos,convertidos ahora sin pagar aranceles en purísimoshéroes de la libertad, es justo que se sepan algunas co-sas, y yo las digo. Y, dado que algunos hombres de bien

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han hecho correr el rumor de que, después de mi en-carcelamiento, volví a gozar de las simpatías de Mus-solini, es oportuno que se hagan finalmente públicos,de una vez por todas, algunos hechos que sólo cono-cen mis amigos y que hasta ahora había desdeñadoutilizar no por soberbia sino por verdadera indiferen-cia ante la calumnia.

Después de tres años de destierro se me conmutó lapena a dos años de vigilancia especial. Me pusieron enlibertad en 1938. Desde entonces tuve que sufrir aque-llas mezquinas y demasiado fáciles persecuciones poli-ciales tan bien conocidas por todos los que éramos «ex-carcelados». Por su complejo de inferioridad ante todosaquellos que, de un modo u otro, había ofendido, Mus-solini no me perdonó nunca el haberme encarcelado.(Por mi parte, ahora que ha muerto, lo he perdonado.Tengo muchas y buenas razones para ser cristiano.)

Empezó, pues, prohibiéndome no sólo vivir en Pra-to, donde estaba mi familia, ni en el Forte dei Marmi, esdecir, en mi casa, sino incluso que pasara allí unas ho-ras. Tenía que pedir, cada vez que quería ir, un permisoespecial a la policía. Cuando mi pobre y querida Euge-nia Baldi, que me había hecho de madre, murió, no lle-gué a tiempo de verla morir. Cuando finalmente conse-guí obtener el permiso de la Questura y llegué a Prato, yallevaba muerta dos días. Además, no sólo me retiró elpasaporte para impedirme volver a París (donde meaconsejaban mis amigos franceses que me refugiase),sino que también me prohibió acercarme a las regiones

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fronterizas; no podía sobrepasar Génova, ni Turín, niMilán, ni Verona.

En 1936, es decir, dos años antes de las leyes racia-les, ordenó una investigación para determinar si yo erajudío, con la esperanza de procurarse un motivo másque justificase, en su conciencia, su mezquino y pocogeneroso comportamiento para conmigo; hasta talpunto lo humillaba su complejo de inferioridad. Aque-llas investigaciones, que con tanto apremio exigía ensus conversaciones personales con el jefe de la policía(tengo los documentos, entre los cuales hay un fax deljefe de la policía con esta conclusión escrita de su puñoy letra: «Entonces, ¿es judío o no?»), estableció de modoindiscutible que ni mi padre, ni mi madre, ni mis abue-los, ni mis bisabuelos eran para nada responsables demi Técnicas de golpe de Estado. A pesar de esto, ordenóuna nueva investigación en 1938, coincidiendo con lasleyes raciales, para gran sorpresa de Dino Alfieri, en-tonces ministro de Cultura Popular, que se encargó deaquella vana y ridícula inquisición. ¡Lástima, ni siquie-ra es judío!

No contento con que, por orden suya, me vigilasenestrechamente cada vez que un jefe nazi venía a Roma,Mussolini me hacía detener «como medida de seguri-dad pública». ¡Yo era peligroso y no lo sabía! Así acabépasando largos días en el calabozo, donde me reencon-traba con mis antiguos compañeros de la prisión de Re-gina Coeli, casi todos viejos republicanos o jóvenes co-munistas del Testaccio y del Trastevere, ya fuese por la

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visita de Hitler de mayo de 1938 o por la de Goebbels,Himmler o Goering. Ésta fue la razón por la cual, acon-sejado por Galeazzo Ciano, me instalé en Capri, lejos deRoma, y lejos de las regiones que el tren de Brenneroatraviesa para ascender el Tíber. Pero ni siquiera en Ca-pri me dejaban tranquilo. El comisario de la Polizia diSicurezza Morini y después su sucesor, Fortunato, te-nían orden de vigilarme y de llevar a cabo frecuentes re-gistros en mi casa.

La afectuosa amistad de Galeazzo Ciano (que defen-día contra el mismísimo Mussolini a tantos escritores,artistas, judíos y adversarios políticos) no llegó nunca aimpedir que yo fuese perseguido mezquinamente. Aun-que su amistad me era igualmente de gran ayuda, mu-chos que al principio fingían no verme o no reconocer-me (todos, hoy en día, héroes de la libertad) al enterarsede que Galeazzo Ciano era amigo mío, me saludaban yme sonreían. Y era de gran ayuda a mis propios amigos—muchos judíos y otros no—, que hoy en día me echanen cara aquella amistad, como si hubiese algo deshon-roso en tal sentimiento, del todo personal, y que enton-ces recurrían a mí para que empujase a Galeazzo Cianoa defenderlos, a protegerlos, a salvarlos.

En 1939, Aldo Borelli me propuso irme a Etiopíacomo enviado especial del Corriere della sera. Despuésde largas negociaciones entre el Ministerio de la CulturaPopular, el Ministerio del Interior y Aldo Borelli, directordel Corriere della sera, que, respaldado por Galeazzo Cia-no, no sólo no me abandonaba sino que hacía cuanto le

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era posible para intentar atenuar las persecuciones a lasque estaba expuesto, me fue concedido finalmente elpermiso para instalarme en Etiopía. Mussolini, de todosmodos, dio orden de que me acompañase un funciona-rio de policía, el señor Conte, persona, para suerte mía,seria, honesta y, añado, de buen corazón, que se mepegó a los talones y no se alejó de mí ni un metro duran-te aquel largo y agotador viaje de más de tres mil kilóme-tros a través de ese país africano.

Sin duda, Mussolini temía que yo desembarcase aescondidas en Puerto Said o en Suez o que llegase aFrancia vía Yibuti. Al avistar Porto Said a la ida, y al avis-tar Suez a la vuelta, fui encerrado en una cabina y vi-gilado hasta que, una vez atravesado el canal de Suez,estuvimos en alta mar. Tengo los informes que el señorConte enviaba regularmente a Mussolini para detallarlemis frases más inocentes, y para ponerlo al corriente delas precauciones que creía oportuno tomar para impe-dir mi huida.

Durante aquel viaje me ocurrió algo bastante curio-so. Se me había metido en la cabeza, en Gondar, llegar aAddis Abeba atravesando el Goham (un trayecto de casimil kilómetros a lomos de mulas), pero, aunque la gue-rra en Etiopía había acabado hacía ya cuatro años, la re-vuelta en Goham era feroz, y mi viaje, que parecía fácil,fue prohibido por el gobernador militar de Gondar. Alsaber que el 9.o batallón de Eritrea, al mando del capi-tán Renzulli, valiente soldado apuliense, iba a avanzarpor el Goham desde orillas del lago Tana para suminis-

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trar víveres, armas y municiones a nuestras tropas —ais-ladas y asediadas desde hacía meses— y llegar hasta Ad-dis Abeba por Debra Marcos, obtuve el permiso paraunirme a aquel batallón. Fui pues al lago Tana y mepuse en marcha con el 9.o batallón de Eritrea, siemprecon el señor Conte pegado a los talones.

El primer día fue todo bien, pero hacia el anochecernuestra columna fue asaltada por una horda de millaresde rebeldes etíopes. Yo estaba desarmado y no podía de-fenderme. A causa de ello pedí al funcionario de policía,del cual era virtualmente prisionero, permiso para re-coger el fusil de un soldado indígena muerto a pocos pasos de mí. El señor Conte, después de no pocas obje-ciones, me dio el permiso y así, con el fusil del muerto,pude defenderme contra los asaltantes al lado de mi án-gel custodio, que disparaba contra los rebeldes sin tansiquiera mirar, tan preocupado estaba por no quitarmeojo ni un solo momento. Por nuestro comportamientoen tan sanguinario episodio, el señor Conte y yo fuimoscondecorados con la Cruz de Guerra sobre el terreno.

Durante aquella «vuelta a Etiopía en 80 días» yo via-jé, pues, como Phileas Fogg, acompañado por un poli-cía, al cual, probablemente, debo la vida. Porque si el se-ñor Conte, en vez de permitirme recoger el fusil de unmuerto, me hubiese puesto las esposas en aquel peli-groso momento, yo hubiese pagado muy cara la impru-dencia de haber escrito Técnicas de golpe de Estado.

La fama de aquel enviado especial del Corriere dellaSera que recorría Etiopía casi detenido, cogido del bra-

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zo de un funcionario de policía, precedido por telegra-mas cifrados que recomendaban a las autoridades ha-cer lo necesario para que no intentase huir y estrecha-mente vigilado día y noche por la policía colonial, sedifundió por todo el Imperio, creando una situación in-tolerable y suscitando la indignación de todas las gen-tes de bien, entre las que me alegra recordar con afec-tuosa gratitud al gobernador Daodiace. No hay quedecir que, después de mi confinamiento, a diferenciade tantos héroes de la libertad, volví a recuperar el favorde Mussolini.

Puedo probar, naturalmente, la veracidad de todo loque he dicho hasta ahora. Poseo la documentación ofi-cial de todas las mezquinas persecuciones de que fuiobjeto entre 1933 y 1943 por orden personal de Musso-lini. Me fue entregada una copia fotográfica por el Co-mandante Supremo Aliado en Italia, con el fin de per-mitirme, llegado el caso, probar de modo indiscutible laexactitud de mis afirmaciones.

En 1940, pocos días antes de la declaración de gue-rra, me volvieron a llamar a las armas y me enviaron alfrente como capitán del 5.o Regimiento Alpino. Protestéenseguida al Ministerio de la Guerra. En mi condiciónde condenado político yo estaba, en virtud de los estatu-tos del Partido Nacional Fascista, que tenía categoría deley, «puesto al margen de la vida civil». En mi protestapedía que, al estar al margen de la vida civil, se me pu-siese también al margen de la vida militar.

En lugar de licenciarme, como yo esperaba, o de vol-

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ver a enviarme a Lipari, como muchos esperaban, Mus-solini, tal vez en un intento de obligarme a comprome-terme, me mandó al «núcleo» de los corresponsales deguerra, que estaba en las dependencias de la oficina P.del Estado Mayor, compuesto por escritores y periodis-tas que vestían uniforme del ejército, cada uno con sugraduación, y supeditados a la misma disciplina militarque se aplicaba a los oficiales de las unidades comba-tientes.

Fui, por lo tanto, enviado al frente como capitán co-rresponsal de guerra del Corriere della sera, junto conlos numerosos corresponsales de los otros periódicos,muchos de los cuales militan hoy en día en diferentespartidos políticos sin que ninguno sueñe, y es justo queasí sea, con que nadie les reproche haber sido corres-ponsales de guerra. Para no comprometerse, algunos, ylos hay que hoy en día son comunistas purísimos, nohacían más que parafrasear, en sus artículos, los comu-nicados de las oficinas de propaganda alemanas e ita-lianas, cuando no celebraban las victorias de Hitler. Enlo que a mí respecta, yo me comprometí tan bien que enotoño de 1941 las autoridades alemanas (que querían li-brarse de mí, y puedo probarlo) me expulsaron del fren-te ruso, a pesar de las protestas del mariscal Messe, co-mandante del Cuerpo Expedicionario Italiano en Rusia,por mis crónicas claramente desfavorables a Alemania,que tanto estupor y tanto clamor despertaron, comosabe todo el mundo, en Italia.

Acompañado a la frontera italiana, fui, por orden de

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Mussolini, que dejaba publicar mis artículos, condena-do a cuatro meses de residencia forzosa. Es inútil decirque poseo las pruebas de cuanto afirmo. Pasados loscuatro meses, volvieron a enviarme al frente, a Finlan-dia, con el ejército de ese país. Después de la caída deMussolini, en julio de 1943, volví a Italia como muchosotros corresponsales de guerra del frente norte.

Mis largos años de molestias y tribulaciones no ha-bían acabado. Como es sabido, a partir del desembarcoaliado en Salerno, en 1943, y hasta 1945, formé partecomo voluntario del Cuerpo Italiano de Liberación. Des-pués fui nombrado oficial de enlace con el ComandanteSupremo Aliado, participé en las batallas de Cassino, enla liberación de Roma y en las batallas en la Línea Góticatrazada en los Apeninos. En agosto de 1944, fui oficialde enlace entre las tropas norteamericanas y canadien-ses y la división partisana Possente durante los san-grientos combates para la liberación de Florencia (el co-mandante comunista de la división Possente murió enOltrano a pocos pasos de mí) y fui citado, por mi com-portamiento, por el Comandante Supremo Aliado.

En Inglaterra, en Estados Unidos, en Polonia, en Es-paña, en la España republicana de 1931, mi Técnicas degolpe de Estado recibió el favor unánime. Incluso laprensa liberal y democrática anglosajona, desde el NewYork Times al New York Herald, desde el Times al Man-chester Guardian y el New Statesman and Nation, no hubo

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más que elogios por los «moral purposes» de mi libro(traducido al inglés por Sylvia Sprigge), aunque acogie-sen con reserva mi tesis de que «del mismo modo quetodos los medios son válidos para suprimir la libertad,también todos los medios son válidos para defender-la». Cuando en 1933 pasé por Londres, fui acogido conaquella simpatía que los ingleses conceden a los hom-bres libres.

En Francia, desde Charles Maurras y Léon Daudet aJacques Bainville, pasando por Pierre Descarves y ÉmileBuré, desde la Action Française al Humanité, la Républi-que, el Populaire, Léon Blum, la católica Croix y Figaro, elÉcho de Paris y La gauche, etcétera, etcétera, el coro dealabanzas no tuvo ninguna voz disonante.

Mientras la extrema derecha tomaba como pretextomi libro para denunciar los peligros de la situación enAlemania y en España (Jacques Bainville, Action Françai-se del 31 de julio de 1931), para atraer la atención de losdefensores de la libertad sobre la debilidad del Estadoliberal y democrático (Henri de Kerillis, Écho de Parisdel 5 de agosto de 1931) o incluso para indignarse demanera extraña con Paul Valéry, «bobo de despacho deaspecto profundo, hidrocéfalo de cementerio marino»*(Léon Daudet, Action Française del 12 de agosto de1931), la extrema izquierda usó mi libro para atacar aTrotsky.

El embajador de la URSS en París me hizo llegar,mediante mi editor Bernard Grasset, la invitación delgobierno de Rusia para ir a Moscú, como su invitado,

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para una estancia de seis meses con la finalidad de estu-diar de cerca la vida soviética. Invitación que rechacécortésmente por razones obvias. Los exiliados políticosalemanes (eran los primeros) entre ellos, Simon, direc-tor del Frankfurter Zeitung, y Teodoro Wolff, me hicieronllegar a París el saludo de los alemanes antinazis. Apare-cieron ensayos sobre las Técnicas de golpe de Estado enEuropa y Estados Unidos. Me complace en particular re-cordar el libro que el escritor alemán Hermann Raus-chning, autor del famoso Hitler me dijo, dedicó, con el tí-tulo La revolución del nihilismo, a la discusión de la tesisfundamental de mi libro.

En este coro de alabanzas, sólo hubo una voz discor-dante: la voz de Leon Trotsky, que me agredió con vio-lencia en el discurso que pronunció en octubre de 1931en una radio de Copenhague. Después de su exilio en elCáucaso, Trotsky había sido alejado de Rusia y se habíarefugiado en la isla de Prinkipo, en el mar de Mármara,delante de Constantinopla. En otoño de 1931 decidióestablecerse en París. Pero, al serle rechazado el permi-so de residencia en Francia, eligió México como lugarde exilio y, antes de dejar Europa, aceptó la invitaciónde esa radio de Copenhague que le ofrecía la posibili-dad de responder públicamente a las acusaciones deStalin.

Era la primera vez, después de la revolución de oc-tubre de 1917, que Trotsky hablaba, en Europa, para Eu-ropa. La expectación ante su anunciado discurso eraenorme. Pero, por desgracia, sólo habló de Stalin y de mí.

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Me decepcionó profundamente, igual que a Stalin. Unagran parte de su discurso (cuyo texto fue publicado porel periódico trotskista de París La cloche) estaba dedica-da a mi Técnicas de golpe de Estado. Trotsky escupió so-bre Stalin y vomitó sobre mí. Esa misma tarde le telegra-fié lo siguiente: «¿Por qué mezcla usted mi nombre y milibro con sus historias personales con Stalin? Stop. Yono tengo nada que compartir ni con usted ni con Stalin.Stop. Curzio Malaparte.»* Trotsky me respondió inme-diatamente con este telegrama: «Eso espero por su bien.Stop. Leon Trotsky.»*

Pero entre todas las voces que celebraron la apari-ción de mi libro, hay una a la que tengo gran cariño, lade Jean-Richard Bloch. El lector italiano, quizá, no sabequién es Jean-Richard Bloch. Es uno de los héroes delcomunismo francés. Huyó a Moscú durante la guerra ydirigió desde su radio la propaganda en francés. Volvióa París después de la liberación y fundó el periódico Cesoir. Cuando murió, recibió los honores del triunfo.

Aunque comunista, Jean-Richard Bloch no era ni unsectario ni un fanático. Había entendido el sentido demi libro y la importancia del problema no sólo político,sino moral, que presentaba a los defensores de la liber-tad. Desde nuestro primer encuentro en París, en 1931,siempre me dio muestras de su fiel simpatía. Algunoscomunistas le reprochaban tal vez su simpatía por mí.¿Cómo podían admitir que un comunista, cuyos restos

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mortales tuvieron el honor de la gloria, que un héroe de la libertad del que el partido comunista francés sehabía asegurado la exclusividad «en todos los países, incluidos Suecia y Noruega» pudiera dar muestras dehonestidad con un hombre libre? (Y digo hombre libreporque así me consideraba el propio Jean-RichardBloch.)

Jean-Richard Bloch, el 20 de noviembre de 1931,desde su casa La Mérigote, cerca de Poitiers, me escri-bió: «He leído con interés apasionado el libro que ha te-nido usted la amabilidad de enviarme. Si es cierto,como creo, que la necesidad preliminar que incumbe alos intelectuales en este inicio de la época contemporá-nea —agonía de los tiempos modernos— es el de “darnombre a las cosas”, de hacer limpieza del espíritu, dequitar las palabras muertas, los conceptos usados, lasformas de pensar caducas, de dar voz a los conceptoscon representaciones exactas en un mundo totalmenterenovado, usted ha cumplido con su parte de la tarea co-mún con una maestría excepcional.

»Al disociar dos ideas tan diferentes como la técnicarevolucionaria y la táctica insurreccional —la ideologíay la técnica— ha allanado el terreno. Usted nos hace po-sible la comprensión y la adquisición entusiasta de cier-tos hechos. Usted contribuye a nuestra mejor visión delos nuevos tiempos. Sólo podía haberlo hecho un mar-xista. Sólo un marxista, dice usted, puede llevar a cabocon éxito un golpe de Estado hoy en día. Ampliando suidea, yo añado que sólo un marxista podría escribir una

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novela o un drama que ataca al mundo actual y no cae asu alrededor como un vestido mal ajustado.

»Las reflexiones que nos propone son infinitas. Y to-das de lo más sustanciales. Disfruto también del tono li-bre y alegre con el que habla de ciertas cosas, donde eldesprecio del hombre es el arma del amor del hombre.Si hay que decirlo, reconozco en su voz lo que más megusta y más admiro de la extrema inteligencia italiana.Hay pocos pueblos por los que yo sienta un aprecio másprofundo que por el suyo. Su defecto es el verbalismohueco, como el punto flaco de los franceses es el senti-mentalismo insulso y el de los alemanes la sistemáticafalaz. Pero cuando un italiano es además visionario, loes más que cualquier otro hombre. En ningún otro sitiohe encontrado inteligencias más veraces y más auténti-cas que en su país, tan poco conocido aún y tan mal juz-gado. Quiero decir que se respira en su libro una atmós-fera que me es familiar y saludable: una atmósfera dehombre libre. Y por eso es curioso que haya escrito unaobra donde el único tema son las formas de estrangularla libertad. Nadie jamás ha tenido tanta independenciapara mostrarnos el asesinato de la independencia.

»Yo debo evitar entrar en los detalles de las reflexio-nes a las que me ha llevado la lectura. Esto sería, másque una carta, un libro. Me basta confesarle que, entreotras mil cosas, comparto su severa opinión sobre Hit-ler. Puede ser que los acontecimientos nos desmientan,a usted y a mí, y llegue un día en que sepamos que eseaustríaco carismático, astuto y cobarde, tiene guardada

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una táctica nueva y eficaz. En la Historia, los ciclos novuelven nunca al principio. Goethe tuvo razón al decirque los hechos históricos son a veces homólogos, peronunca análogos. Yo me equivoqué mucho no con el va-lor propiamente dicho, sino con el valor relativo deMussolini, a quien conocí un poco en 1914. Sin embar-go, me inclino hacia su opinión.

»No obstante, me sorprende cuando le veo repro-charle a Hitler, como muestra de su debilidad, la perse-cución de la libertad de conciencia, del sentido de ladignidad personal, de la cultura y sus métodos policia-les y su práctica de la delación. ¿No ha hecho lo mismoMussolini?»*

Mussolini hizo lo mismo, querido Jean-RichardBloch, conmigo y con tantos otros como yo, mejoresque yo. A lo mejor tenía razón, a lo mejor tienen razóntodos los que, todavía hoy, en esta Europa libre de Hitlery de Mussolini, desprecian y persiguen a los hombres libres intentando ahogar el sentimiento de dignidadpersonal, la libertad de conciencia, la independencia deespíritu, la libertad del arte y de la literatura. ¿Qué sa-bemos nosotros si los intelectuales, los escritores, losartistas, los hombres libres son una raza peligrosa, a lo mejor inútil, una raza maldita? «Que sais-je?», decíaMontaigne.

Pero, ¿por qué mirar con rencor al pasado cuando elpresente no es para nada mejor y el futuro nos amena-za? Todas las molestias y las persecuciones que me hanvalido este libro, las recordaría quizá con gratitud si su-

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piese que estas páginas han contribuido, por poco quesea, a la defensa de la libertad en Europa, no menosamenazada hoy de lo que lo estuvo ayer o de cuanto loestará mañana.

No es cierto, como se lamentaba Jonathan Swift,que no se gana nada con defender la libertad. Siemprese gana algo, aunque sólo sea la conciencia de la propiaesclavitud, por la que el hombre libre reconoce a los de-más. Porque «lo que es propio del hombre —como es-cribía en 1936— no es vivir libre en libertad, sino libreen una prisión».

Curzio Malaparte

París, mayo de 1948

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