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Año 22 - número 1 – 2020 enero – junio 2020
(en línea: junio de 2020)
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Ética, racionalidad y democracia.
Homenaje a Julio De Zan
Compilador: J. Raúl De Miguel
Prólogo
Julio De Zan
Espacios públicos y soberanía popular. Soberanía líquida sin sujeto
en la teoría de la democracia deliberativa de Jürgen Habermas
Comentario crítico al texto de Julio De Zan, por Jorge R. De Miguel
Artículos originales
Alberto Mario Damiani
Interpretación, racionalidad y crítica. Sobre una contribución
de Julio De Zan a la metodología de la hermenéutica filosófica
Santiago Prono
Democracia deliberativa y republicanismo. Un análisis crítico
de la concepción filosófico-política de la democracia de Julio De Zan
Adriana Arpini
Dialéctica y hermenéutica: su radical historización
en textos de Julio De Zan
Jesús Conill
Ética y religión
Leandro Paolicchi
El asedio a lo público político. Los procesos reificantes del capitalismo moderno
Cristina Reigadas
Visiones del futuro y encrucijada civilizatoria: China, Occidente y la pandemia
J. Raúl De Miguel
Estado de Derecho cosmopolita y comunidad ética universal kantiana
Reseñas
© erasmus. Revista para el diálogo intercultural. La revista científica semestral de la Fundación ICALA
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erasmus (versión online) Año XXII No 1 (enero – junio)- 2020 ISSN: Versión impresa - 1514-6049 / ISSN online: en trámite - (CC BY-NC-SA 4.0) http://www.icala.org.ar/erasmus/erasmus.html – Contacto: michelini.rio (at) gmail.com
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Índice
Prólogo ............................................................................................................................................... 5 - 6
Julio De Zan
Espacios públicos y soberanía popular. Soberanía líquida sin sujeto
en la teoría de la democracia deliberativa de Jürgen Habermas .................................... 7 - 19
Comentario crítico al texto de Julio De Zan, por Jorge R. De Miguel............................... 21 - 24
Artículos originales
Alberto Mario Damiani
Interpretación, racionalidad y crítica. Sobre una contribución
de Julio De Zan a la metodología de la hermenéutica filosófica ..................................... 25 - 43
Santiago Prono
Democracia deliberativa y republicanismo. Un análisis crítico de la concepción
filosófico-política de la democracia de Julio De Zan ......................................................... 45 - 66
Adriana Arpini
Dialéctica y hermenéutica: su radical historización en textos de Julio De Zan ............. 67 - 90
Jesús Conill
Ética y religión ............................................................................................................................. 91 - 108
Leandro Paolicchi
El asedio a lo público político. Los procesos reificantes del capitalismo moderno .. 109 - 125
Cristina Reigadas
Visiones del futuro y encrucijada civilizatoria: China, Occidente y la pandemia .... 127 - 155
J. Raúl De Miguel
Estado de Derecho cosmopolita y comunidad ética universal kantiana .................. 157 - 170
Reseñas
Julio De Zan (2013). La gramática profunda del Ethos. Una lectura de la ética de Kant.
Buenos Aires: Las Cuarenta. 215 págs., ISBN 9789871501588
(por Nicolás Alles)
Julio De Zan (2004). La ética, los derechos y la justicia. Montevideo:
Konrad-Adenauer-Stiftung E.V.. 310 págs., ISBN ISBN 9974786827
(por Santiago Polop)
Jürgen Habermas 2019). Auch eine Geschichte der Philosophie. Berlin: Suhrkamp.
2 tomos, 1740 págs., ISBN 9783518761441
(por Diego Fonti) ...................................................................................................... 171 - 204
Colaboradores ....................................................................................................... 205 - 210
Presentación de la revista ............................................................................................. 211
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erasmus Año XXII No 1- 2020
enero - junio 2020
p. 5 - 6
ISSN (impreso) 1514-6049
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(en línea: junio de 2020)
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PRÓLOGO
Filósofo de un mundo en transformación.
Homenaje a Julio De Zan (1940-2017)
La Fundación Intercambio Cultural Alemán-Latinoamericano (ICALA), a través
de su Revista Erasmus, desea dejar testimonio de reconocimiento al distinguido
colega y amigo, el profesor Julio De Zan, uno de los académicos con más
estrechos lazos con la institución desde sus inicios, a la que engrandeció con el
alto nivel científico de sus colaboraciones.
Aunque había nacido en Buenos Aires, en el seno de una familia residente en
Larroque (Provincia de Entre Ríos), su vida, por razones familiares y de
formación universitaria, quedó ligada a la ciudad de Santa Fe. Ha sido docente
y Secretario Académico de la Universidad Católica de Santa Fe, miembro
fundador y Director de Tópicos. Revista de Filosofía de Santa Fe, como así
también Secretario de Cultura y Comunicación Social del gobierno provincial,
entre 1988 y 1991. Por su labor académica y de investigación fue declarado
Ciudadano Ilustre de Santa Fe por el Concejo Municipal. Doctor en Filosofía,
Investigador del CONICET y Profesor en las Universidad Nacional de Entre Ríos
y la Universidad Nacional de San Martín, entre otras. De Zan profundizó su sólida
formación filosófica a través de estancias en Alemania como becario de la
Fundación Alexander von Humboldt, del Deutscher Akademischer
Austauschdienst (DAAD) y del Stipendienwerk-Lateinamerika-Deutschland.
Durante estas estadías desarrolló estudios junto a los prestigiosos Profesores
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Karl-Otto Apel y Otto Pöggeler. La obra de De Zan, que ha trascendido al ámbito
iberoamericano e internacional, transitó por variados tópicos filosóficos, desde
sus recordados aportes a la Filosofía latinoamericana y a la Filosofía política y
del Derecho hasta sus inspiradoras investigaciones sobre la Ética del discurso y
la teoría de la democracia deliberativa. Destacables, además, son sus
pormenorizados estudios interpretativos y la perspectiva alcanzada sobre las
filosofías prácticas de Kant y Hegel, ejemplo de lo cual son sus libros La Filosofía
Práctica de Hegel. El trabajo y la propiedad privada en la génesis de la teoría del
espíritu objetivo (Río Cuarto: Ediciones del ICALA, 2003) y La gramática
profunda del ethos. Una lectura de la ética de Kant (Buenos Aires: Las Cuarenta,
2013).
Julio De Zan fue un filósofo comprometido con los cambios sociales de su
tiempo. Dicho trazo se percibe en todas las épocas de su pensamiento, con
reflexiones que fueron madurando hacia una visión superadora de lo político
centrado en la acción estatal, que revaloriza las luchas de la sociedad civil y las
proyecta al dominio cosmopolita. Por tal razón, hemos creído oportuno incluir en
esta compilación el texto inédito de su exposición en el X Coloquio
Latinoamericano sobre Ética del Discurso (Río Cuarto,. Argentina, Fundación
ICALA, noviembre 2015). Constituido en su última presentación en tales eventos,
las reflexiones de dicho texto forman parte de sus postreras contribuciones a la
filosofía política y a la teoría democrática contemporáneas. Quien escribe estas
líneas fue el comentarista designado para la ocasión, en cuyo poder quedó una
versión del texto de De Zan que ahora se ofrece con leves correcciones y
adaptaciones.
Además de nuestro homenaje personal, esta compilación recoge valiosos
artículos y reseñas de importantes académicos, cuyas perspectivas fueron
enriquecidas al contacto con las ideas y la fuerza espiritual del filósofo argentino.
Jorge Raúl De Miguel
erasmus
Año XXII No 1- 2020
enero - junio 2020
p. 7 - 19
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Julio De Zan
Julio De Zan nació en Buenos Aires el 27 de noviembre de 1940. Doctor en
filosofía por la Universidad del Salvador. Ha realizado estudios posdoctorales
en Alemania como becario de la Humboldt-Stiftung (Hegel-Archiv-Bochum
1979/81) y de la Fundación Intercambio Cultural Alemán Latino-Americano
(Frankfurt 1987/88). Profesor titular ordinario de Filosofía Contemporánea en la
Universidad Nacional de Entre Ríos (Paraná), Titular de Ética y Filosofía
Política en la Universidad Nacional de San Martín, (Buenos Aires) e
Investigador Principal del CONICET. Ha dictado cursos de posgrado en
universidades nacionales y extranjeras. Premio Konex de Humanidades, 1996,
en la disciplina Ética.
Miembro de diversas Asociaciones académicas nacionales e internacionales de
su especialidad. Miembro fundador de Tópicos, Revista de Filosofía de Santa
Fe y Director hasta 2012. Miembro del Consejo Asesor de Cuadernos de Ética
(Buenos Aires), de Cuadernos del Sur (Universidad Nacional del Sur), de
Erasmus, Revista para el Intercambio Cultural (Fundación ICALA), de
Educación en Ciencias sociales (UNGM), de Perspectivas metodológicas
(UNLanús), y del Comité internacional del Jahrbuch für Hegelforschung,
Bochum, Alemania.
Sus trabajos se han concentrado en temas de ética y filosofía política, con
especial atención a la filosofía alemana moderna y contemporánea y a la
problemática del pensamiento latinoamericano y argentino.
Sus publicaciones suman unos 200 títulos entre libros, capítulos y artículos.
Entre sus principales libros se cuentan: Hacia una Filosofía de la Liberación
Latinoamericana, Buenos Aires, 1973; Ética comunicativa y democracia (en
colaboración), Barcelona, 1991; Libertad, Poder y Discurso, Buenos Aires,
Julio De Zan
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1993; Éticas del Siglo (en colaboración), Rosario, 1994; Panorama de la ética
continental contemporánea, Madrid, 2002; La filosofía práctica de Hegel,
Ediciones del ICALA, Río Cuarto, 2003; La ética, los derechos y la justicia,
Montevideo, 2004; La Ética del discurso. Recepción y crítica desde América
Latina (en colaboración), Río Cuarto, 2007; Los sujetos de lo político en la
Filosofía moderna y contemporánea, Buenos Aires, 2008; La Filosofía Social y
política de Hegel, Buenos Aires, 2009; La vieja y la nueva política, Buenos
Aires, 2013; La gramática profunda del ethos. Una lectura de la ética de Kant,
Buenos Aires, 2013; “Reconocimiento, intersubjetividad y lenguaje”, en M.
Rojas / K. Vieweg Reconocimiento, libertad y justicia. Actualidad de la Filosofía
práctica de Hegel, Itaca, México D.F. 2014; “La libertad y el concepto de lo
político en Hegel”, en M. Giusti: Dimensiones de la libertad. Sobre la actualidad
de la Filosofía del Derecho de Hegel, Anthropos/Siglo XXI Barcelona/Lima,
2015; La primera Filosofía del espíritu de Hegel, (traducción del alemán, notas
y estudios), Buenos Aires, 2017.
Fue declarado ciudadano ilustre de Santa Fe por el consejo Municipal (2009).
Fallece en dicha ciudad el 18 de agosto de 2017.
El texto del Dr. Julio De Zan que a continuación se ofrece fue leído por el
autor en el X Coloquio Latinoamericano sobre Ética del Discurso, organizado
por la Fundación ICALA y llevado a cabo en Río Cuarto, Argentina, en
noviembre de 2015. Fue su última presentación en tales eventos y, por tanto,
las reflexiones que ella contiene están entre sus postreras contribuciones,
hasta hoy inéditas, a la filosofía política y a la teoría democrática. Es de
suponer que el texto iba a ser sometido a revisión por el autor, práctica que es
común entre los conferencistas antes de la publicación definitiva. No obstante,
a partir de la versión en poder del comentarista de la ocasión, el profesor Jorge
R. De Miguel, presentamos, con correcciones y adaptaciones menores, la
exposición que desarrollara el prestigioso filósofo en el Coloquio mencionado.
Cita sugerida: J. De Zan (2020). Espacios públicos y soberanía popular.
Soberanía líquida sin sujeto en la teoría de la democracia deliberativa de
Habermas. Erasmus. Revista para el diálogo intercultural 22(1), 7-21.
Espacios públicos y soberanía popular
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ESPACIOS PÚBLICOS Y SOBERANÍA POPULAR.
Soberanía líquida sin sujeto en la teoría de la democracia
deliberativa de Habermas 1
Public spaces and popular sovereignty. Liquid sovereignty without subject in Habermas's theory of deliberative democracy
Öffentliche Räume und Volkssouveränität. Flüssige Souveränität ohne Subjekt in Habermas' Theorie der deliberativen Demokratie
Julio De Zan
Estructura autorreferencial del espacio público
Con la expresión “espacio público” traduzco lo que Habermas quiere
significar con la palabra alemana Öffentlichkeit. Una buena traducción, más
literal, sería “lo público”. Pero el plural de este sustantivo cambia de significado
en castellano.
En la democracia actual, el contenido y la dinámica de lo público es pluralista
y no puede haber un espacio público unificado, por eso es preferible usar la
expresión “espacios públicos” en plural, como “lugares” sociales, políticos y
culturales diferentes, abiertos, de libre acceso y circulación. En este sentido,
1 Mi exposición tiene algunas presuposiciones que se dan por sabidas en un coloquio de Ética del Discurso, como el procedimiento de la reconstrucción racional y el sentido de la normatividad reconstructiva, pero presupongo con Habermas que la teoría política no es moral aplicada, ni tiene fundamentos éticos, y rechazo por lo tanto la crítica empirista de toda teoría normativa como moralista (en el sentido de Bernard Williams). Considero además que la división de las teorías políticas en dos modelos, el moralismo y el realismo (que es común a Chantal Mouffe y a B. Williams), es equivocada y debe reemplazarse por la oposición de teoría normativa y teoría empirista. El moralismo no es ninguna teoría filosófica, en tanto que el realismo político es un requisito epistémico básico de toda teoría en este campo, que puede comprobarse no solo en Hobbes, sino también, tanto en Aristóteles como en Kant y Hegel, así como en la renovación de estos paradigmas clásicos, es decir, en Schmitt, Arendt, Rawls y Habermas, respectivamente. Por lo tanto, uso aquí el lenguaje del deber en el sentido reconstructivo de la teoría deliberativa como teoría normativa y crítica, que reconstruye los presupuestos normativos propios de las reglas pragmáticas que los hablantes y actores usan en sus discursos y ponen en juego en la interacción comunicativa de la democracia.
Julio De Zan
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dice Habermas, que Öffentlichkeit “opera como un concepto normativo”, porque
el acceso a los espacios públicos no debe tener restricción alguna.
“Lo público” se ha confundido indebidamente con lo estatal. Pero el Estado
puede estar también privatizado por la ocupación de una clase social, por el
partido de gobierno o por las corporaciones de intereses particulares
nacionales o transnacionales. No puede dejarse sin más en el olvido la crítica
marxista de la superestructura jurídico-política estatal como un medio de la
dominación de clase de la burguesía capitalista, de la aristocracia política o de
una camarilla que se ha apoderado de los aparatos de poder. Al hablar de los
espacios públicos en plural se evita la falacia de identificación o el monopolio
de lo público y lo político por el Estado y se rompe también la dicotomía clásica
de lo estatal y lo privado, porque los diferentes espacios públicos de la
sociedad civil no pertenecen al Estado, pero tampoco son privados, no tienen
dueño o propietario ni regulación o control estatal, sino que permanecen libres.
Son calumniados por los miembros de la nueva aristocracia de la clase política,
porque ven amenazada su hegemonía de lo público y el monopolio de lo
político. Este concepto de los espacios públicos rompe los esquemas de la
teoría del Estado y del derecho moderno que no preveían la categoría de un
espacio público no estatal. El funcionamiento de una democracia deliberativa
no se funda en los partidos políticos, que cumplen un rol especial, para-estatal,
como agencias electorales, sino en los espacios públicos donde se tematizan,
sobre todo, las cuestiones sociales y culturales.
Lo político está en el juego [de poder] entre el proceso
institucional y jurídicamente reglado de la formación de la
voluntad política y los flujos de la comunicación espontánea y
no distorsionada de unos espacios públicos no programados
para la toma de decisiones, y en este sentido no organizados…
Las asociaciones libres forman nudos de una red de
comunicaciones surgidas del entrecruzamiento de diferentes
espacios públicos autónomos. Las entidades así formadas
tienen que estar avocadas a la generación y a la difusión de
convicciones políticas independientes, especializadas en sacar
a luz los temas que tienen relevancia para toda la sociedad, en
Espacios públicos y soberanía popular
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aportar las propuestas de solución para los problemas
detectados, interpretar valores, formular buenos argumentos y
criticar otros puntos de vista. (Habermas, 1992/1998, p.
625/611)2
Análisis de problemas sociales y económicos, propuestas de soluciones,
interpretación de las exigencias derivadas de los valores de la cultura de la
sociedad, buenos argumentos, reflexiones críticas, etc. son insumos esenciales
para la legitimación de las leyes y las políticas gubernamentales. Pero los
ámbitos partidarios, las reparticiones estatales y los bloques y comisiones del
Congreso no son ámbitos democráticos y productivos para la investigación y la
generación de esos insumos necesarios de la política, y ésta los tiene que
tomar prestados de los espacios públicos de la sociedad civil, que es ante
quienes se tienen que legitimar las decisiones.
La Öffentlichkeit es como una trama de prácticas sociales y políticas de
interacción comunicativa que no obedecen a ninguna regulación externa, pero
no se desarrollan ni cobran vigor naturalmente en el contexto de la democracia
representativa o delegativa, porque en este modelo las vías de acceso para la
comunicación de los mencionados aportes de contenido y de la voluntad
popular a las posiciones de poder político-administrativo en las instituciones
estatales están bloqueadas, y los ocupantes de esas posiciones de poder
tienen más vocación autoritaria que actitud de escuchar. El Estado, entonces,
se auto programa a sí mismo, en cierto modo.
La propiedad más peculiar de las prácticas de la acción comunicativa y del
discurso público es su carácter realizativo o performativo.3 Es decir que, en
rigor, lo público no es un espacio preexistente, un espacio verde a donde
vamos a reunirnos, sino que es un “espacio” entre comillas, en sentido
simbólico, que se abre entre nosotros con nuestra presencia comunicativa, y se
cierra o desaparece tan pronto como nos separamos, o permanecemos pasivos
y no tomamos la palabra.
2 A continuación se cita a la edición original de 1992 y la traducción de 1998. La paginación citada en segundo lugar corresponde a la edición española.
3 “Performativo” es, en el lenguaje de John Austin, “lo que hacemos al decir algo”. El tratamiento de “lo público” en estos términos de la pragmática la toma el autor de su antiguo discípulo Albrecht Wellmer.
Julio De Zan
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La presencia en los espacios públicos, o el aparecer y el hacerse visible a la
luz pública mediante el uso de la palabra y la acción, es lo que hace que los
ciudadanos dejen de ser meras personas privadas y se constituyan como
ciudadanos. Con la formación de la ciudadanía aparece la realidad de lo
político. El discurso público y el actuar juntos de los ciudadanos producen
performativamente el espacio público y la luz pública, dando origen a lo político.
Esta era la manera como Hannah Arendt describía la formación y la disolución
del poder político, descripción que Habermas retoma y hace suya para explicar
el poder comunicativo. (Arendt, 1997, p. 46, 117-118)
El discurso público político de los ciudadanos se refiere por cierto de manera
directa a las cosas mismas de interés común o a problemas reales objetivos del
mundo de la vida social. Pero al mantener estos discursos los ciudadanos se
constituyen al mismo tiempo performativamente a sí mismos como ciudadanos,
afirman su presencia y abren o mantienen abiertos los espacios públicos. En la
sociedad actual, o posmoderna, el efecto performativo del discurso del espacio
público es intencional y reflexivo. Este discurso y la estructura del propio
espacio público son, por lo tanto, autorreferenciales y se ponen en juego a sí
mismo.
La idea arendtiana permite comprender la formación o la génesis del poder
comunicativo en la sociedad, pero no explica cómo se produce la
transformación del poder comunicativo en poder administrativo del Estado y las
instituciones, y cómo en la democracia deliberativa los espacios públicos del
poder comunicativo siguen siendo libres y exteriores al Estado. La democracia
real se reduce de hecho a ser un método para la renovación de los gobiernos.
La concepción deliberativa pretende mostrar, sin embargo, que la sociedad
actual concibe la democracia como forma de gobierno y procedimiento para
hacer política y tomar las decisiones, y le resta legitimidad a las decisiones que
no han pasado la prueba de la deliberación y el debate público.
Espacios públicos y soberanía popular
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Soberanía popular
El concepto de lo político esbozado conlleva la transformación del viejo
principio de la soberanía popular: “todo el poder del Estado proviene del
pueblo”. Habermas escribe: “todo el poder político deriva del poder
comunicativo de los ciudadanos en los espacios públicos autónomos de la
sociedad civil” (Habermas, 1992/1998, p. 209/238). Este principio requiere la
plena vigencia del Estado de Derecho que garantice las condiciones de
igualdad de los ciudadanos para el ejercicio de los derechos. La participación
de los ciudadanos en los procesos de toma de decisiones se ejerce de dos
maneras: de forma directa, pero informal, en los espacios públicos autónomos
de la sociedad civil, y de manera formal, pero indirecta, en el espacio del
debate parlamentario de los representantes populares.
El ejercicio del poder político se rige y se legitima mediante
las leyes que los ciudadanos se dan a sí mismos en un proceso
de formación de opinión y voluntad (que tiene dos modalidades
esenciales: informal y jurídicamente estructurada). Las
orientaciones políticas y la resolución de problemas que se
plantean en estas prácticas discursivas reciben su fuerza
legitimatoria del procedimiento democrático de la deliberación
pública en el que pueden hacerse oír todos los
cuestionamientos, temas y contribuciones relevantes, y en el
que han de tener un tratamiento racional mediante el discurso y
las negociaciones sobre la base de toda la información
disponible y de los mejores argumentos. (Habermas,
1992/1998, p. 209-210/238)
Se ha observado que aún en las democracias más consolidadas la
representación política está en crisis y las instituciones aparecen debilitadas.
Habermas habla de un malestar político en la democracia, que se explica
porque el tipo de legitimación legal racional en el sentido de Max Weber que
han adoptado las Constituciones modernas de Occidente se ha vaciado de
significado, es meramente formal y produce una cuota de legitimidad cada vez
más escasa y deficitaria.
Julio De Zan
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El modelo representativo tiene en cuenta fundamentalmente la legitimidad de
origen, pero en la sociedad actual los gobernantes tienen que revalidar de
manera continua su legitimidad mediante el ejercicio del buen gobierno “frente
a una ciudadanía dispuesta a hacer sentir el peso de su indignación tanto en
los medios como en las calles, desde el primer momento”.4 Por otro lado, la
democracia parlamentaria es para Schmitt un régimen paradójico, o mejor,
contradictorio. Fue un progreso frente al absolutismo monárquico. Pero la
democracia tiene como consecuencia lógica la crisis estructural del
parlamentarismo como una institución superflua y sin razón de ser. El gobierno
del pueblo ha heredado este cuerpo creado para sancionar las leyes que
debían restringir y acotar el poder del monarca, pero en la democracia ya nadie
puede tener el derecho legítimo de hacer esto, y si el Congreso se limita a
sancionar las leyes enviadas por el ejecutivo, entonces es redundante e inútil:
es tener un órgano para apoyarse y aprobarse a sí mismo.
El principio de la soberanía popular exige la transferencia de
la competencia legislativa a la totalidad de los ciudadanos que
solamente desde su propio ámbito de poder comunicativo
pueden generar convicciones comunes, reconocidas como
válidas (Habermas, 1992/1998, p. 210/238-239).
No se trata por cierto de prescindir de la mediación parlamentaria en la
estructura del Estado. Pero el Parlamento, enfatiza el autor, es solamente una
mediación, o un Ausweg, a través del cual se tiene que realizar la voluntad
popular. “La competencia legislativa pertenece fundamentalmente al soberano,
es decir a los ciudadanos en su conjunto” (Habermas, 1998, p. 211). El poder
comunicativo, que es la sede de la soberanía popular, no delega la iniciativa
legislativa. Habermas reconoce sobre todo a Kant, a John Stuart Mill y también,
especialmente, a John Dewey, el haber fundamentado el principio de la
voluntad del pueblo como el criterio de las decisiones legislativas y el papel que
ha de tener una opinión pública informada en el control del Parlamento.
4 Según J. Natanson (2015), las actuales experiencias de Chile y Brasil muestran que ya no hay siquiera “luna de miel” o un lapso de tolerancia entre pueblo y gobierno después de una elección. La crisis de gobernabilidad y las amenazas destituyentes de los malos gobiernos provienen ahora de la propia democracia, de la indignación social que se expresa en los medios y en los movimientos de la calle.
Espacios públicos y soberanía popular
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La apertura del proceso legislativo a las fuentes de la opinión y de la
voluntad política en la sociedad es la vía por la que puede adquirir el Congreso
un poder real en la democracia, y recuperar la perdida independencia frente al
poder ejecutivo que le otorgaba la Constitución; esto es posible en la medida
en que cumple la función de compatibilizar y formalizar las propuestas y
demandas que surgen y se debaten en los espacios públicos autónomos de las
iniciativas políticas ciudadanas.
Cuando corta u obstruye la comunicación con sus propias
fuentes… y se encapsula sin prestar atención al flujo de temas,
contribuciones, informaciones y razones que circulan en los
espacios públicos pre-estatales, la corporación parlamentaria
destruye las bases sociales de su propia legitimidad
(Habermas, 1992/1998, p. 225/252).
Soberanía líquida sin sujeto
El texto de Habermas (1998, p. 589-617) sobre “La soberanía popular como
procedimiento” presenta formulaciones sorprendentes sobre su idea de una
democracia radical y sobre la transformación discursiva de la idea de la
soberanía popular que para mí se aproxima al sentido de una lectura
intersubjetivista y no concretista del Volksgeist hegeliano (aunque la lectura
que tiene Habermas de Hegel le impediría aceptar esta aproximación).
La soberanía enteramente diseminada no se personifica
siquiera en cabeza de los propios ciudadanos… Una soberanía
popular sin sujeto, devenida anónima y librada a la
intersubjetividad, se repliega en el procedimiento democrático y
en las exigentes presuposiciones de su implementación
comunicativa (Habermas, 1992/1998, p. 626/612).
La soberanía no es algo sólido que puede pasar de mano en mano y
transferirse a los representantes del pueblo votados por la mayoría, sino que es
inmanente a la propia “racionalidad procedimental de la estructura
comunicativa del discurso público”. Habermas habla incluso de una Soberanía
comunicativa que se ha hecho líquida (kommunikativ verflüssigte Souveranität),
Julio De Zan
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que circula en los espacios públicos de la comunicación y del discurso político
no formal y es el poder comunicativo de los ciudadanos, a los cuales tienen que
responder y obedecer el poder administrativo formal del gobierno y las
decisiones de los cuerpos legislativos para ganar poder real y no perder
legitimidad. (Habermas, 1992/1998, p. 228-229/255)
La soberanía popular no reconoce ningún acuerdo como
libre de coacción [o democrático] y generador por lo tanto de
fuerza legitimadora, si no se ha puesto en juego bajo reservas
falibilistas y no se apoya como fundamento en libertades
comunicativas que juegan de modo anárquico, liberadas de
todo tipo de restricciones. En el torbellino de esa libertad
soberana no queda ningún punto fijo inconmovible fuera del
propio procedimiento democrático, un procedimiento cuyo
sentido está [por cierto] establecido ya en el sistema de los
derechos. (Habermas, 1992/1998, p. 228-229/254-255).
El torbellino del proceso de formación de la voluntad política es el momento,
o el trasfondo, de la democracia radical y tiene que pensarse como un
acontecimiento creativo y regenerador de las instituciones, pero no como un
estado de cosas permanente, que sería la institución paradójica del anarquismo
o de la revolución permanente. Es la doble faz de la tensión entre libertad e
institución, que sería un engaño querer hacer aparecer fusionados o en
completa armonía. El poder comunicativo soberano de la libertad no puede
apoyarse en las instituciones del Estado, porque terminaría en dependencia del
poder administrativo (protego ergo obligo). La democracia radical es el punto
de partida originario de la legitimación de todas las instituciones. Pero este
punto es exterior y no se puede ya institucionalizar. El sistema del Estado de
Derecho no se cierra y tiene que permanecer abierto.
La praxis pública de la que surge el poder comunicativo de la
democracia está sobrecargada con la tarea de sostenerse a sí
misma. Con el sentido central de cada contribución, el discurso
público tiene que hacer valer, al mismo tiempo, el significado y
el poder propio del espacio público autónomo y no
distorsionado y el fin en sí de la formación democrática de la
Espacios públicos y soberanía popular
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voluntad política que se actualiza con su intervención… Las
condiciones de la existencia y la continuidad de una práctica no
institucionalizable solamente pueden ser aseguradas por su
propia acción. Las instituciones de la libertad pública se
mantienen en pié apoyadas sobre el suelo vacilante de la
comunicación política de quienes, en tanto gozan de ellas, al
mismo tiempo las interpretan y las defienden. (Habermas,
1992/1998, p. 625/611)
En la normalidad de la democracia deliberativa, la soberanía no se concentra
en ningún lugar del Estado o de la sociedad, y permanece “enteramente
diseminada” en los espacios y en las redes de la acción comunicativa. No hay
un sujeto que sea reconocido como soberano, sino que la soberanía está
entretejida en una trama de acciones sin sujeto. La voluntad política soberana
se construye solamente de manera intersubjetiva. Lo altos funcionarios del
Estado se quejan de no tener ya el poder en sus manos porque está en todos
lados. Es el avance de la democratización del poder (Sin embargo, el demos
puede naturalmente establecer en la Constitución, con los debidos recaudos y
restricciones, los casos serios o la excepción en los que se delega la decisión).
La idea de la soberanía ha sido desustancializada, y en el trono vacante del
antiguo soberano, o del cuerpo del pueblo personificado del que nos hemos
despedido (des verabschiedeten Volkskörpers), en ese lugar vacío (del que se
apropiaron después los modernos dictadores o los líderes carismáticos
autoritarios), no tiene que sentarse nadie nunca más, porque ese vacío es la
condición de la apertura de los espacios de la libertad de los ciudadanos de
una república democrática y “la expectativa de una autoorganización soberana
de la sociedad. (Habermas, 1992/1998, p. 612/616)
¿El falibilismo de la democracia?
El falibilismo de la razón en sus diferentes usos se reencuentra también en
la opinión pública política que puede verse distorsionada, colonizada o
manipulada. Pero no hay un punto de vista crítico externo e independiente de
ella misma que pueda esclarecerla de manera confiable. La crítica posible y
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necesaria es inmanente y se ejerce mediante los procedimientos del discurso
político de la propia democracia. Habermas reitera en este punto además la
advertencia de que “una soberanía popular procedimentalizada no puede
operar por cierto sin el respaldo de una cultura política” que ha formado en la
población el sentido crítico, el valor de la libertad y la capacidad de ejercerla. La
no confiabilidad y la sospecha sobre lo que se encubre detrás de la pretensión
de racionalidad y rectitud son mayores con respecto a las corporaciones o
instituciones que protegen con la fuerza del Estado sus propias razones.
Los procedimientos democráticos establecidos en términos
de Estado de Derecho permiten esperar resultados racionales
en la medida en que la formación de la opinión dentro de las
instancias parlamentarias permanezca sensible a los resultados
de la formación informal de opinión que surgen de los espacios
públicos autónomos de la sociedad que rodea a estas
instituciones legislativas. (Habermas, 1992/1998, p. 628/614)
Las condiciones normativas de la democracia deliberativa y de los espacios
públicos autónomos no están ya dadas de hecho y parecen poco realistas, pero
son posibles mediante la acción de asociaciones democráticas independientes
que asumen y potencian las opiniones y reclamos que se generan en los
espacios públicos y ejercen un control horizontal. Al carecer de estructuras de
protección institucional, los espacios públicos del poder comunicativo tienen la
desventaja de estar expuestos, por cierto, a la penetración de factores
distorsivos externos de la comunicación, o a ser colonizados por los poderes
sociales, culturales, ideológicos, económicos o estatales, pero la misma
apertura que los hace más vulnerables los vuelve permeables a la crítica
democrática interna y a la crítica externa horizontal de otros espacios
democráticos.
Aún cuando las opiniones y demandas que recibe el Parlamento estén bien
fundadas, Habermas se plantea todavía esta pregunta: “por qué los
legisladores habrían de hacer depender realmente sus decisiones de estas
presiones informales”, que no tienen fuerza de mandatos, en lugar de decidir
conforme a sus propias opiniones o intereses. Es claro que este tipo de
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pregunta, o de hermenéutica de la sospecha, se puede y se tiene que plantear
siempre en todos los modelos de gobierno democrático, incluso con respecto a
los discursos de los propios candidatos en las campañas, que hacen después
cosas diferentes de las promesas electorales.
Habermas piensa que es plausible suponer que la distorsión de los procesos
de la democracia tendrá menos posibilidades de concretarse con el avance de
la cultura política y con la existencia de un pluralismo competitivo de medios de
comunicación independientes y de las redes sociales. La perspectiva de
transformación o mejoramiento gradual de las democracias existentes es
inmanente a los presupuestos de legitimación del Estado de Derecho
democrático.
El Estado de Derecho democrático se convierte también, de
esta manera, en proyecto, y opera a la vez como resultado y
como catalizador que acelera el avance de la racionalidad
comunicativa del mundo de la vida mucho más allá de lo
político. El contenido básico del proyecto es precisamente la
progresiva mejora institucional del procedimiento racional de
formación de la voluntad política colectiva. (Habermas,
1992/1998, p. 629/615)
Referencias
Arendt, H. (1997). ¿Qué es política? (Trad. R. Sala Carbó). Barcelona: Paidós.
Habermas, J. (1992). Faktizität und Geltung. Beiträge zur Diskurstheorie des Rechtes und des demokratischen Rechtsstaats. Frankfurt am Main: Suhrkamp.
Habermas, J. (1998). Facticidad y validez. Sobre el derecho y el Estado democrático de derecho en términos de teoría del discurso (Trad. M. Jiménez Redondo). Madrid: Trotta.
Natanson, J. (2015, 3 de octubre). La normalidad como excepción. Le Monde diplomatique, 196.
Julio De Zan
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Año XXII No 1- 2020
enero - junio 2020
p. 21 - 24
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(CC BY-NC-SA 4.0), https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/ 21
COMENTARIO CRÍTICO
Julio De Zan, “Espacios públicos y soberanía popular.
Soberanía líquida sin sujeto en la teoría de la democracia
deliberativa de Habermas”
Jorge R. De Miguel
e-mail: [email protected]
El siguiente texto recoge sin cambios mi comentario tal como fue leído en el
X Coloquio de Ética del Discurso, organizado por la Fundación ICALA, en Río
Cuarto (Córdoba, Argentina), en noviembre de 2015.
Las reflexiones de Julio De Zan lucen no sólo interesantes, sino también,
oportunas, al explayarse en torno a algunas condiciones sobre las que se
configura la democracia deliberativa a la luz de la teoría habermasiana.
Cuestiones referidas a que tanto los espacios públicos como lo estatal no
pueden ser “privatizados”, señalamientos acerca de que la democracia
deliberativa no se agota en el funcionamiento de los partidos políticos ni se
conforma meramente como un régimen delegativo, y advertencias sobre la
necesidad de que los procedimientos democráticos se asienten en una cultura
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política pública liberal apuntan a una saludable secularización y racionalización
de la esfera pública, que todavía en muchas sociedades políticas, como la
nuestra, está poblada de entidades metafísicas.
En el Prefacio de los Principios de la Filosofía del Derecho, Hegel sostenía
que la reflexión filosófica sobre el Derecho, el Estado y la eticidad consiste en
una reconciliación con lo que ya está reconocido públicamente en las
instituciones y el ordenamiento legal, a lo cual, sólo cabe darle una forma
racional adecuada. Reconciliación que no es resignación ante todo lo
meramente existente, cuya realidad, según sabemos, depende de que exprese,
al mismo tiempo, la idea de la libertad en tanto concepto y manifestación
exterior. Ello significa, como señala Rawls, que percibimos que el mundo social
reconoce nuestra condición de ciudadanos libres y nuestra dignidad como
personas, en un procedimiento de autoconciencia que hace que la libertad sea
real. De modo que la libertad es posible dentro de un esquema institucional
apropiado, respaldado en una eticidad social que sólo el mundo moderno
puede proveer. Hegel también advertía contra el uso de la religión como un
refugio del sentimiento desde el cual se desprecia la racionalidad de lo ético y
de la ley, cuya palabra es tachada de “letra muerta y fría” (Hegel, 1988, Pref., p.
41-46; Rawls, 2000, p. 331-332). Me permito comparar este desvío hacia lo
religioso con el que proponen las ideologías políticas exaltadoras del
sentimiento y las pasiones, que desde el atalaya de una interpretación
excluyente del pueblo o de la nación subordinan a ella toda racionalidad legal y
le imponen un contenido unilateral.
La doctrina hegeliana, a pesar de sus connotaciones metafísicas -que hacen
depender al Derecho y al Estado de una unidad ética sustancial, el “espíritu del
pueblo”- señala un derrotero parcialmente necesario para la razón moderna
cuando se trata de comprender conceptualmente la vida política. Vale decir: no
es menester ir más allá de lo que ha quedado racionalizado en las instituciones
jurídico-constitucionales y en los procedimientos de formación de la voluntad,
pero tampoco es preciso recurrir a la nación o al pueblo como entidades
sustanciales proveedoras de significados para la argumentación pública. Como
afirma Habermas -en el estudio citado por De Zan: “La soberanía popular como
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procedimiento”-, la idea de la soberanía del pueblo ha quedado
“desustancializada”, dispersa en las formas comunicativas que regulan la
formación discursiva de la voluntad y que no se asocian a ningún sujeto. De
ese modo, dicha soberanía se disuelve “en términos intersubjetivistas” y se
resume en los procedimientos democráticos y sus presupuestos comunicativos.
Sin embargo, parecería que el imposible recurso a una eticidad objetiva que se
realiza por medio de los ciudadanos es, en cierto modo, reemplazada por la
apelación a la cultura política de “una población habituada a la libertad”
(Habermas, 1998, p. 612-614).
Un interrogante que quiero trasladar a De Zan se refiere a este punto.
¿Cómo es posible interpretar que la soberanía popular pierda sustancialidad y
no se apoye en una conciencia subjetiva, y, a la vez, no pueda funcionar sin el
marco de una cultura política igualitaria y racional? Aunque Habermas rechaza
que ello exija ciudadanos virtuosos a la manera de la tradición republicana, sus
razones aluden a que, por ejemplo, los legisladores y los electores están
obligados a pensar más allá de sus intereses personales y a someterse a
presupuestos discursivos-racionales y no sólo estratégicos. Al parecer, se
requiere que los ciudadanos capaciten su razonamiento discursivo ingresando
a la red de asociaciones formadoras de opinión, a los “espacios públicos
autónomos”, y no queden limitados por los mensajes de los medios de
comunicación, los partidos y los líderes políticos.
¿Es compatible tal grado de autonomía del ciudadano democrático con una
soberanía popular totalmente procedimentalizada, en la que el sujeto queda
diluido? A mi entender, cabría retener de las ideas habermasianas la
desustancialización de la soberanía popular, en tanto referida a una unidad
colectiva llamada pueblo o su representación en un líder, pero no, su des-
subjetivación, pues tendrá que apoyarse en una ética ciudadana en estado
constante de resignificación, con sujetos capaces de valorar su libertad y los
procedimientos democráticos, aun cuando sus fines personales no queden
totalmente reflejados en el conjunto social. Que hayamos comprendido que la
razón no puede ser una facultad puramente individual, no implica, según mi
punto de vista, que el sujeto político racional haya desaparecido, sino antes
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bien, que se requiere de él una conciencia más elevada, capaz de dominar su
dimensión posesiva.
En conexión con ello, desearía plantear una última preocupación, que
también traslado al expositor. Tal vez pueda decirse que en regímenes
democráticos en los cuales la esfera pública está distorsionada y los poderes
representativos de los ciudadanos se autonomizan respecto de ellos la
construcción de espacios públicos a fin de consolidar un “poder comunicativo”
necesita del tipo de ciudadano fuerte que acabo de describir. En otras palabras:
para que el Estado democrático de Derecho sea un proyecto y, a la vez, un
resultado y un “catalizador acelerante” de una racionalización de la vida, como
sugiere Habermas (1998, p. 615), es decir, estimule una cultura política
igualitaria y liberal, y se nutra de ella, ¿no tendrá que mediar un proceso previo
de elaboración conciente y reflexiva en los ciudadanos que los lleve a valorar la
deliberación pública como fuente de las decisiones legislativas y no, por tanto,
a estimar la política sólo como un campo de fuerzas que compiten por el poder
y del cual pueden hacer solo un uso instrumental? ¿No conduce esto a una
educación ciudadana que el Estado de Derecho debe asumir como tarea propia
si quiere sobrevivir en el futuro, conformado a la altura de los tiempos, y no
quedar condenado a ser tan solo un régimen de elecciones periódicas, o, en
términos hegelianos, a una democracia meramente existente, pero no
conceptualmente real?
Referencias
Habermas, J. (1998). La soberanía popular como procedimiento. En J. Habermas. Facticidad y validez. Sobre el derecho y el Estado democrático de derecho en términos de teoría del discurso (Trad. M. Jiménez Redondo) (págs. 589-617). Madrid: Trotta.
Hegel, G. (1988). Principios de la filosofía del Derecho (Trad. J. Vermal). Barcelona: Edhasa.
Rawls, J. (2000). Lectures on the History of Moral Philosophy (Ed. por B. Herman). Cambridge, MA/London: Harvard University Press .
erasmus
Año XXII No 1- 2020
Artículos originales
enero - junio 2020
p. 25 - 43
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INTERPRETACIÓN, RACIONALIDAD Y CRÍTICA.
Sobre una contribución de Julio De Zan a la metodología
de la hermenéutica filosófica
Interpretation, Rationality and Criticism. On a contribution by Julio De Zan to the methodology of philosophical hermeneutics
Interpretation, Rationalität Und Kritik. Zu einem Beitrag von Julio De Zan zur Methodologie der philosophischen Hermeneutik
Alberto Mario Damiani
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas; Universidad de Buenos Aires; Universidad Nacional de Rosario, Argentina
e-mail: [email protected]
Recibido: 20-05-2020 Aceptado: 03-06-2020
Alberto Mario Damiani es Profesor Titular regular de Historia de la Filosofía Moderna
en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y en la Universidad Nacional de Rosario
(UNR), Profesor Adjunto regular de Filosofía Política en la UBA e Investigador Principal
del CONICET. Director del Centro de Estudios en Filosofía Moderna de la UNR, de la
Sección de Filosofía Política y Social del Instituto de Filosofía y de la Maestría en
Filosofía Política de la UBA. Miembro de la Red Internacional de Ética del Discurso.
Autor de cuatro libros y de numerosos artículos científicos, publicados en volúmenes
colectivos y revistas especializadas nacionales e internacionales con referato. Ha
participado como expositor en numerosos congresos y simposios nacionales e
internacionales.
Cita sugerida: A. M. Damiani (2020). Interpretación, racionalidad y crítica. Sobre una
contribución de Julio De Zan a la metodología de la hermenéutica filosófica. Erasmus.
Revista para el diálogo intercultural 22(1), 25-43.
Alberto Mario Damiani
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Resumen
El objetivo de este trabajo es explicar la conexión entre hermenéutica y reconstrucción racional.
El trabajo comienza con un análisis de tres modelos de procedimiento hermenéutico. Luego es
presentado el aporte de la reconstrucción racional a la hermenéutica. La conclusión es que cada
modelo hermenéutico tiene su propia conexión con la praxis humana.
Palabras clave: Hermenéutica; reconstrucción racional; teoría crítica; Habermas; De Zan.
Abstract
This paper aims to explain the connection between hermeneutics and rational reconstruction. The
article begins with an analysis of three models of hermeneutic procedure. Then it presents the
contribution of rational reconstruction to hermeneutics. The conclusion is that each hermeneutic
model has its particular connection with human praxis.
Key words: Hermeneutics; rational reconstruction; critical theory; Habermas; De Zan.
Zusammenfassung
Ziel dieses Artikels ist es, den Zusammenhang zwischen Hermeneutik und rationaler
Rekonstruktion zu erklären. Die Arbeit beginnt mit einer Analyse von drei Modellen der
hermeneutischen Vorgehensweise. Dann wird der Beitrag der rationalen Rekonstruktion zur
Hermeneutik vorgestellt. Die Schlussfolgerung ist, dass jedes hermeneutische Modell seine
eigene Verbindung zur menschlichen Praxis hat.
Schlüsselwörter: Hermeneutik; rationale Rekonstruktion; kritische Theorie; Habermas; De Zan.
Interpretación, racionalidad y crítica
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INTERPRETACIÓN, RACIONALIDAD Y CRÍTICA.
Sobre una contribución de Julio De Zan a la metodología de
la hermenéutica filosófica
Alberto Mario Damiani
Julio De Zan supo iluminar de manera magistral sus investigaciones históricas
sobre la filosofía práctica del idealismo alemán con la perspectiva ganada en su
fino conocimiento de las discusiones contemporáneas sobre temas de ética y
filosofía política. Sus intervenciones en estas discusiones, a su vez, se
encontraban sólidamente asentadas en el resultado de aquellas investigaciones.
Por eso, la interpretación de textos clásicos fue para él no sólo una labor
apasionada y fructífera, sino también un motivo de reflexión rigurosa, en el marco
de los debates actuales sobre la hermenéutica filosófica.
En el presente trabajo me propongo presentar lo que considero como una
importante contribución de De Zan al esclarecimiento filosófico del procedimiento
hermenéutico. Para cumplir este propósito, comienzo exponiendo las
características de tres modelos de dicho procedimiento (1). Luego, me ocupo de
examinar las nociones de hermenéutica racional y de hermenéutica profunda
como un resultado de la aplicación del método de la reconstrucción racional al
procedimiento hermenéutico (2). Por último, intento completar la contribución de
De Zan, atendiendo a la relación entre hermenéutica y praxis (3)
1. En uno de sus tantos trabajos dedicados a la problemática filosófica
contemporánea, Julio de Zan (1996) examina las características del
pensamiento reconstructivo y su relación con la hermenéutica filosófica. Para ello
distingue claramente tres modelos del procedimiento hermenéutico: el
aprendizaje de una práctica, la traducción de un texto y la interpretación basada
en una reconstrucción racional.
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El primer modelo es propuesto por Ludwig Wittgenstein (1958) en su
gramática de la comprensión de los juegos de lenguaje. El aprendizaje de la
lengua materna por parte de un niño, en su proceso de socialización originaria,
es presentado como un modelo de la comprensión del sentido lingüístico. En
este aprendizaje, el niño es adiestrado o entrenado en el uso de expresiones,
entretejidas con acciones extralingüísticas y expectativas de comportamiento.
Un intérprete comprende una expresión cuando domina la lengua en la que está
formulada. La conexión, propuesta por este modelo, entre el procedimiento
hermenéutico de interpretación de una expresión lingüística y el aprendizaje de
una práctica parece sostenerse en el parentesco de la gramática de los verbos
wissen, können y verstehen. (Wittgenstein, 1958, § 150)
Este primer modelo del procedimiento hermenéutico ha sido adoptado
también por otros filósofos. Richard Rorty (1979), por ejemplo, identifica ese
procedimiento con una destreza adquirida mediante el entrenamiento en la
imitación y la repetición de la jerga el hablante o del escritor. La interpretación se
encuentra consumada cuando el oyente o el lector que comprenden expresiones
lingüísticas no tienen necesidad de traducirlas a la propia jerga. La hermenéutica
se identifica, de esta manera, con la mera descripción de juegos de lenguaje y
formas de vida, inconmensurables y herméticos. Esta especie de contextualismo
extremo conduce a una suerte de fragmentación del universo simbólico.
Una dificultad de este primer modelo puede advertirse fácilmente si se atiende
a lo siguiente. En una conversación, los interlocutores comprenden
recíprocamente las expresiones lingüísticas que emiten porque ya comparten el
dominio de una lengua. La adquisición de este dominio no puede ser identificado
con el procedimiento hermenéutico de la comprensión del sentido de
expresiones lingüísticas, sino con una condición previa de esa comprensión.
Tanto el entendimiento como el malentendido sólo son posibles cuando los
interlocutores ya han adquirido el dominio de una lengua común. Cuando ese
dominio no está dado, todavía no puede presentarse ningún problema
hermenéutico. Por lo tanto, el déficit del primer modelo mencionado consiste en
que identifica incorrectamente al procedimiento hermenéutico con una condición
previa del mismo: la adquisición del dominio de un lenguaje común.
Interpretación, racionalidad y crítica
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El segundo modelo es propuesto por Hans-Georg Gadamer (1960) en su
hermenéutica filosófica. El proceso interpretativo se da cuando dos interlocutores
se entienden (Verständigung) y se ponen de acuerdo (Einverständnis) sobre un
asunto mediante el uso del lenguaje. La corrección o incorrección de ese acuerdo
debe distinguirse claramente de la corrección o incorrección en el uso de una
lengua, adquirida por los interlocutores durante el proceso de socialización. El
logro de ese acuerdo permite continuar la conversación o la lectura de un texto,
superando los posibles malentendidos y desentendimientos. Según esta
propuesta, el procedimiento hermenéutico puede aclararse mediante el modelo
de la traducción de un texto, de una lengua a otra. El traductor vierte, en su propia
lengua, el sentido de un texto, escrito en una lengua ajena. Contra los
mencionados errores del contextualismo extremo, el modelo de la traducción nos
permite advertir que en el proceso de interpretar un texto (o en el de comprender
el sentido de las expresiones lingüísticas de un interlocutor) no es necesario, ni
posible, olvidar las propias opiniones, ni los propios prejuicios. En ese proceso,
el intérprete (o el oyente) trata de poner en relación las opiniones ajenas (del
autor o del interlocutor) con el conjunto de las propias opiniones y prejuicios.
El modelo de la traducción permite destacar algunas características distintivas
del procedimiento hermenéutico. Por un lado, así como la traducción se hace a
la propia lengua, la comprensión se hace desde la propia tradición y los propios
prejuicios del intérprete. Así como la lengua materna del traductor es una
condición de su trabajo, los propios prejuicios y la pertenencia a una tradición
son condiciones del trabajo hermenéutico. Los resultados de estos trabajos
también son análogos. En una traducción, el sentido del texto originario resulta
volcado en el idioma del traductor. En una interpretación, el contenido mentado
por el autor del texto interpretado resulta conectado con el conjunto de opiniones
y prejuicios del intérprete. Por otro lado, tanto en el trabajo del traductor como en
el del intérprete está presupuesta necesariamente una apertura del sentido
lingüístico a la comunicación y al entendimiento universales. Contra la presunta
inconmensurabilidad de los juegos del lenguaje, afirmada de manera
inconsistente por el contextualismo extremo, la tarea de traducción muestra que
todo idioma contiene la posibilidad de traducir el sentido de los textos desde y
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hacia otros idiomas. Esta tarea, al igual que la del intérprete, consiste en decir
nuevamente el sentido de las expresiones del autor, para hacerlas
comprensibles en un medio simbólico distinto del originario. Estas tareas son
necesarias, justamente, porque las expresiones (a traducir e interpretar) no son
inmediatamente comprensibles. Las figuras del traductor y del intérprete no
pueden confundirse con la del interlocutor. Este último no necesita traducir ni
interpretar las expresiones de otros interlocutores en una conversación, sino que,
por lo general, comprende sin dificultad alguna el significado de esas
expresiones.
El modelo de la traducción evita el mencionado déficit del primer modelo,
porque no confunde el procedimiento hermenéutico con una condición del
mismo. Sin embargo, no carece de limitaciones. La primera consiste, justamente,
en generalizar unilateralmente el caso de la traducción de textos escritos para
examinar el proceso general de comprensión de sentido. Desde esta
perspectiva, todas las producciones del mundo cultural sólo pueden ser
asimiladas a un texto escrito, haciendo abstracción de las significativas
diferencias entre los textos y todos los demás productos y comportamientos
humanos. Una segunda limitación del modelo de la traducción radica en que
atiende exclusivamente al contenido semántico de la obra interpretada. Dado
que el traductor se limita a volcar ese contenido en la propia lengua, la
interpretación se limitaría a parafrasear ese contenido para hacerlo
comprensible. Sin embargo, de esta manera, el análisis hermenéutico hace
abstracción de los actos necesarios para que sea transmitido ese contenido y de
las reglas que rigen esos actos. La comprensión del sentido de las expresiones
lingüísticas supone actos y reglas que no pueden ser consideradas desde el
modelo de la traducción. En tercer lugar, este modelo sugiere que la
interpretación es un trabajo tan solitario como el del traductor, lo que no parece
del todo compatible con la estructura dialógica pregunta/respuesta, que el propio
Gadamer, siguiendo a Collingwood (1970), reconoce como esencial en el
procedimiento hermenéutico. Por último, la traducción se limita a transmitir el
sentido de un texto y hace abstracción del problema de la justificación. El objetivo
de un traductor consiste conservar, en su traducción, el contenido semántico del
Interpretación, racionalidad y crítica
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texto traducido. El significado de un texto escrito en lengua extranjera debe ser
vertido fielmente en la lenga propia. La pregunta por las razones que puedan
fundamentar ese contenido no es objeto del trabajo de un traductor. Esta
indiferencia del traductor por las razones del autor no parece poder atribuirse
también al intérprete de un texto. En todo caso, en el marco de una hermenéutica
propiamente filosófica, parece problemático atribuirle al intérprete una actitud
análoga a la del traductor. Esta actitud se define mediante un interés exclusivo
por el contenido semántico del texto y una indiferencia completa por las razones
que puedan justificar ese contenido
El tercer modelo aparece formulado en distintas obras de Jürgen Habermas
(1973, 1981, 1982) y se basa en el procedimiento de una reconstrucción racional.
Este procedimiento ha sido aplicado exitosamente en distintas ciencias sociales
y humanidades, como la lógica proposicional, la lingüística generativa, la
psicología genética y la historia de las ciencias naturales. El mismo consiste en
un trabajo de explicitación y formulación de los presupuestos y reglas implícitos
empleados en actividades teóricas y prácticas. Estos presupuestos y reglas
forman parte de un saber pre-teórico, no tematizado por los actores. Para aclarar
la diferencia y la relación entre este saber implícito y su reconstrucción racional,
Habermas recurre a la diferenciación entre know how y know that, propuesta por
Gilbert Ryle (1949). El primer saber consiste en la capacidad de un sujeto
competente para emplear las reglas que rigen determinada actividad. El
segundo, en el conocimiento explícito de esas reglas y del modo que rigen esa
actividad. El primero está orientado intentione recta a la realización de una
actividad, sin atender al medio simbólico que la permite. El segundo, en cambio,
se dirige intentione oblicua a ese medio simbólico para reconstruir las reglas de
su funcionamiento.
El procedimiento típico de las disciplinas reconstructivas consiste en la
transformación del know how en know that, es decir en la explicitación teórica de
la estructura y de los elementos (reglas, procedimientos, presupuestos, etc.) del
saber práctico, que le permiten al actor realizar una actividad. Habermas se ha
ocupado de ampliar dicho procedimiento hasta darle un alcance universal,
proponiendo dos disciplinas reconstructivas que explicitan las condiciones
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necesarias de posibilidad del sentido y de la racionalidad de las acciones
humanas y de las expresiones simbólicas: la pragmática formal y la teoría de la
acción comunicativa. La primera se ocupa de reconstruir las condiciones
necesarias del sentido y la validez de los actos de habla. Su resultado es el
descubrimiento de la doble estructura (performativa-proposicional) de esos actos
y del sistema de pretensiones de validez universales que los rige. La segunda
consiste en una teoría de la acción social, que permite distinguir diversos tipos
acciones, estructuras, procesos y sistemas, atendiendo a los distintos tipos de
racionalidad que las rigen. La teoría de la acción comunicativa es una disciplina
reconstructiva que se basa en otras, por ejemplo: la pragmática formal, la teoría
del discurso racional, la teoría consensual de la verdad y la ética del discurso.
Estas ampliaciones del procedimiento reconstructivo, propuestas por Habermas,
son posibles porque en el uso del lenguaje y en la acción social se encarnan las
estructuras de la racionalidad humana. El límite del procedimiento reconstructivo
es, por tanto, el campo de las acciones y las expresiones humanas y su objetivo
es la formulación de una teoría general de la racionalidad. (De Zan, 1990)
2. Llegados a este punto, es necesario advertir que el tercer modelo del
procedimiento hermenéutico no se identifica sin más con el mencionado
procedimiento de la reconstrucción racional, sino más bien con una
interpretación basada en una reconstrucción racional. La incorporación del
procedimiento reconstructivo a la hermenéutica permite, por un lado, superar las
limitaciones ya indicadas del modelo de la traducción y, por el otro, proponer
otras dos formas de examinar el proceso de interpretación: la hermenéutica
racional y la hermenéutica profunda. Para aclarar esta cuestión, De Zan (1996)
realiza dos tareas complementarias. En primer lugar, muestra las afinidades y
los contrastes entre hermenéutica y reconstrucción racional. En segundo lugar,
señala el modo en que la reconstrucción racional puede contribuir a las dos
formas mencionadas de hermenéutica.
La afinidad principal entre las disciplinas hermenéuticas y las reconstructivas
consiste en que comparten su objeto de estudio. Este objeto es el sentido interno
de una realidad simbólicamente preestructurada. Ese sentido es lo que Hegel y
Dilthey denominaron “espíritu objetivo”, el neokantismo lo llamó “cultura” o el
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ámbito de las “formas simbólicas” y la tradición fenomenológica “mundo social
de la vida”. El contraste principal entre hermenéutica y reconstrucción racional
consiste en el aspecto de ese objeto examinado por estas disciplinas.
Para comenzar a aclarar ese punto de contraste es conveniente retomar algo
que se indicó en el apartado anterior. La hermenéutica orientada por el modelo
de la traducción examina sólo el contenido semántico de una obra, que dice algo
sobre el mundo. El autor expresó en su obra ese contenido. El intérprete formula
una paráfrasis de esa expresión. Su pretensión es que la paráfrasis aclare el
sentido de la expresión originaria. Por ello puede decirse que el intérprete es una
suerte traductor dentro de un solo idioma, que propone una conexión entre dos
“estructuras de superficie”. Esta conexión consiste en sustituir el contenido
semántico oscuro de la obra por el contenido claro de la interpretación. La
reconstrucción racional, en cambio, se ocupa de explicitar las condiciones
formales necesarias para que las expresiones humanas digan algo sobre el
mundo en general. Esas condiciones son las reglas y estructuras presupuestas
implícitamente por el know how del autor. Esta explicitación revela entonces el
sistema de reglas imprescindibles para generar el sentido intersubjetivo de las
expresiones simbólicas, objeto de la interpretación. Por ello, el contraste principal
entre hermenéutica y reconstrucción racional consiste en que mientras la primera
se ocupa de comprender el sentido interno de una realidad simbólicamente
preestructurada particular, la segunda se ocupa de explicitar el sistema universal
de reglas y estructuras presupuestas, que permiten producir y comprender (tanto
al autor como al intérprete) el sentido de esa realidad particular. La hermenéutica
se ocupa de interpretar el sentido de una realidad histórica particular. La
reconstrucción racional, en cambio, de las reglas universales que permiten
producir y comprender sentido en general. Estas reglas son universales porque
rigen las competencias, no sólo del autor de una obra o de su grupo de
pertenencia, sino de la especie humana.
El contraste mencionado no es, sin embargo, un obstáculo para que la
hermenéutica incorpore el procedimiento de la reconstrucción racional como una
herramienta adicional, que contribuya en el trabajo de interpretación. Esta
incorporación, advierte De Zan, permite superar las limitaciones del modelo de
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la traducción, mencionadas más arriba. Esta superación puede advertirse en las
dos formas de hermenéutica que incorporan ese procedimiento, denominadas
por Habermas “hermenéutica racional” y “hermenéutica profunda”.
La hermenéutica racional se ocupa, al igual que toda forma de hermenéutica,
de la interpretación del sentido de una expresión simbólicamente
preestructurada, particular e históricamente situada. Sin embargo, a diferencia
de la hermenéutica orientada por el modelo de la traducción, la hermenéutica
racional reconoce que el sentido de las expresiones lingüísticas no se agota en
su contenido semántico. Este reconocimiento es posible gracias a la
incorporación de un importante resultado de las investigaciones realizadas en la
ciencia reconstructiva denominada pragmática universal. El resultado al que me
refiero consiste en la ya mencionada doble estructura de los actos de habla. Todo
acto de habla se compone de dos partes: una parte proposicional, consistente
en su contenido semántico o dimensión locucionaria, y una parte performativa,
que abarca una serie de elementos, tales como la fuerza ilocucionaria del acto,
el sistema de las pretensiones de validez elevadas por el hablante, la
determinación de una pretensión de validez prioritaria, los presupuestos
pragmáticos referentes a las relaciones del hablante con el signo, con el
referente y con los miembros de las comunidades (real e ideal) de comunicación,
es decir de los destinatarios reales y potenciales del acto en cuestión.
Para dar sólo un ejemplo de la importancia que tiene este resultado de una
teoría reconstructiva sobre la autocomprensión del procedimiento hermenéutico
basta advertir lo siguiente. Quien comprende el sentido de la expresión
lingüística “el gato está sobre el felpudo”, no sólo comprende un contenido
semántico, sino que también comprende varias cosas más: que esa expresión
es una afirmación (y no es una pregunta, ni un consejo, ni una confesión, etc.),
que el hablante pretende prioritariamente que sus posibles interlocutores
acepten esa expresión como verdadera (y no como moralmente correcta o como
sincera), que en caso de no aceptarla, el hablante se encuentra comprometido
con ellos a justificarla discursivamente, mediante razones aceptables para todo
interlocutor posible, etc. Por lo tanto el sentido comprensible de una expresión
no se agota en su contenido semántico, sino que se encuentra necesariamente
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entrelazado con otros factores, como por ejemplo, la pretensión de validez
elevada prioritariamente por el hablante y su posible resolución discursiva. (De
Zan, 2004)
La hermenéutica racional aprovecha, del siguiente modo, los resultados
reconstructivos de la pragmática formal y de la teoría del discurso. La relación
del intérprete con la obra interpretada ya no es concebida como la del traductor
con el original, sino como un diálogo crítico, un discurso. Este diálogo no se
reduce ahora, como en el caso del segundo modelo analizado más arriba, a la
pregunta planteada por el texto al intérprete y respondida por éste mediante la
interpretación, sino que el marco de la hermenéutica racional permite advertir lo
siguiente. El intérprete comprende el sentido de un texto porque comprende las
razones que fundamentan las pretensiones de validez elevadas por las
expresiones interpretadas. Desde este marco, puede decirse que un intérprete
ha comprendido a un autor, sólo si consigue revelar esas razones desde su
propia perspectiva.
Por lo tanto, el modelo de la hermenéutica racional no es ya la traducción del
contenido semántico de un texto, realizada por un escritor solitario, sino la
resolución discursiva de las pretensiones de validez, elevadas por un hablante
ante una comunidad ilimitada de comunicación. En el segundo modelo, el
intérprete es una especie de traductor del sentido de un texto dentro del mismo
idioma; en el tercero es una especie de interlocutor discursivo virtual del autor de
la obra que está interpretando. Es necesario reconocer que existe, sin embargo,
una diferencia evidente entre un discurso racional en el que participan o pueden
participar realmente interlocutores contemporáneos y la interpretación de un
texto cuyo autor ya ha muerto. En el primer caso, el interlocutor puede,
realmente, responder las objeciones de sus interlocutores y exigirles razones. En
el segundo caso, en cambio, esas respuestas y exigencias debe poder
reponerlas el intérprete de manera responsable. De esta manera, el
procedimiento hermenéutico puede ser asimilado a un proceso de aprendizaje,
en el que cada participante está dispuesto, el intérprete realmente y el autor
virtualmente, a determinar su juicio sólo por la fuerza del mejor argumento.
(Damiani, 2011)
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El procedimiento de la reconstrucción racional se encuentra incorporado no
sólo en la mencionada hermenéutica racional, sino también en lo que Habermas
denomina “hermenéutica profunda”. La misma consiste en la versión corregida
de la teoría crítica de la sociedad, que Habermas formula como integrante de la
segunda generación de la Escuela de Frankfurt. Como es sabido, Habermas
continúa y rectifica la teoría crítica de la sociedad, fundada por Theodor Adorno,
Max Horkheimer y Herbert Marcuse. La continuidad reside en una profundización
de la crítica de la racionalización social y la racionalidad funcional propia de la
sociedad capitalista avanzada. La rectificación procede de una incorporación del
giro lingüístico-pragmático y del procedimiento de la reconstrucción racional, en
el marco de la teoría crítica de la sociedad. Esta incorporación le permite a
Habermas superar, por un lado, el paradigma de la filosofía moderna de la
conciencia y, por el otro, la filosofía de la historia, todavía operantes en la primera
generación de filósofos frankfurtianos.
Mediante la incorporación del procedimiento de la reconstrucción racional, la
teoría crítica logra fundamentar racionalmente los criterios normativos aplicados
en el cuestionamiento a los procesos de cosificación, de racionalización social y
cultural y de racionalidad funcional. Antes de esta incorporación, la teoría crítica
parecía incapaz de dar cuenta de sí misma, es decir de los principios normativos
que justifican la posibilidad y la necesidad de una crítica racional de la sociedad.
A partir de los años cuarenta, la primera generación de la Escuela de Frankfurt
pretendía encontrar la justificación de sus criterios normativos en el arte de
vanguardia y en la estructura pulsional inconsciente, como un potencial
emancipación del ser humano respecto de la “jaula de hierro” de la razón
instrumental. Si esta es la única forma la racionalidad (después de haberse
vuelto obsoleta la “razón objetiva”), la teoría crítica, en cuanto teoría racional,
sólo podría comprenderse a sí misma, paradójicamente, como un resultado más
del sistema social y cultural cosificado, administrado objetivamente por esa
razón. Es cierto que la teoría crítica pretende implícitamente encarnar otro tipo
de racionalidad, basada en criterios normativos y no instrumentales. Sin
embargo, ni el recurso estético ni el psicoanalítico pueden, por sí mismos, brindar
razones suficientes para justificar dicha pretensión.
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El déficit de la teoría crítica formulada por la Primera Generación de la Escuela
de Frankfurt consiste, entonces, en haber reducido la razón a mero instrumento
de un sistema omniabarcativo, dominador de la vida y la conciencia de los seres
humanos, sin aclarar reflexivamente un concepto alternativo de racionalidad, es
decir el concepto de la misma racionalidad que ejerce la crítica. (Habermas,
1981, p. 453-489; 1985, p. 130-157) Este déficit exigió una transformación de la
teoría crítica, que Habermas realiza recurriendo al mencionado procedimiento de
la reconstrucción racional. El mismo cumple en la hermenéutica profunda la
función de fundamento teórico-normativo, análoga a la que cumplía la filosofía
objetivista de la historia en la primera teoría crítica.
De manera similar a lo que ocurre con la relación entre reconstrucción racional
y hermenéutica racional, examinada más arriba, tampoco la hermenéutica
profunda (es decir esta nueva versión de la teoría crítica) se identifica sin más
con una reconstrucción racional, sino más bien con una interpretación basada
en una reconstrucción racional. (Habermas, 1973, p. 367-417; Garz, 2000) Las
teorías críticas, como el psicoanálisis o la crítica social, examinan procesos
sociales de comunicación sistemáticamente distorsionada, procesos aberrantes
de formación de la identidad individual y otras patologías, a fin de poder
establecer el grado patológico de distorsión y de aberración en cada caso. Este
examen depende de reconstrucciones racionales de las competencias generales
de la especie humana.
Sin embargo, estas reconstrucciones no se identifican con la crítica misma,
porque las primeras consisten, como vimos más arriba, en la explicitación de
sistemas anónimos de las reglas que rigen competencias. La segunda, en
cambio, es un proceso de “autorreflexión históricamente situada”, que trae a la
conciencia elementos de un proceso de formación naturalizado que determinan
ideológicamente las acciones y la comprensión del mundo de un sujeto o de un
sector social. La hermenéutica profunda saca a la luz las relaciones de poder
fáctico que deforman, mediante condicionamientos sistémicos, las relaciones
intersubjetivas de entendimiento recíproco en la comunicación lingüística
cotidiana. Estos condicionamientos operan a espaldas de los agentes y muchas
veces los conducen a consensos fácticos denunciados por la hermenéutica
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profunda. Ésta se realiza, como cualquier investigación teórica, mediante
discursos reales y abiertos, en los que los participantes intentan resolver
mediante argumentos las pretensiones de validez de la crítica.
De todas maneras, De Zan (1996, p. 123-126) se encarga también de
distinguir, mediante tres buenos argumentos, entre el discurso, propio de las
reconstrucciones racionales, y la actividad crítica, ejercida por la hermenéutica
profunda. El primer argumento se refiere al sistema de las pretensiones de
validez, explicitado (como se indicó más arriba) por la disciplina reconstructiva
denominada “pragmática formal”. El discurso teórico se encarga de resolver las
pretensiones de verdad. El discurso práctico se encarga de resolver las
pretensiones de rectitud normativa. La actividad crítica, en cambio, cuestiona y
tematiza la pretensión de veracidad, es decir la autocomprensión manifestada
por el propio sujeto, por ejemplo por el agente social o el paciente psicoanalítico.
El ejercicio de la crítica consiste en mostrar que esa autocomprensión se
encuentra distorsionada por condicionamientos sistémicos, ignorados por el
sujeto, que la determinan ideológicamente.
El segundo argumento se refiere al tipo de relación que mantienen, por un
lado, los interlocutores discursivos entre sí y, por el otro, el crítico con el agente
social o el paciente analizado. Una condición constitutiva del discurso,
presupuesta necesariamente en la parte performativa de los actos de habla que
lo componen, consiste en que los interlocutores discursivos mantienen entre sí
una relación simétrica. Estos interlocutores realizan el trabajo colaborativo de
intentar resolver los problemas teóricos o prácticos. Con las propuestas de
solución que formulan, elevan pretensiones de validez, que pueden ser resueltas
mediante argumentos y contra argumentos. La simetría de los interlocutores
discursivos reside en que todos tienen los mismos derechos (a proponer
soluciones, a objetar soluciones propuestas por otros, etc.) y las mismas
obligaciones (a alegar razones en favor de sus propuestas y objeciones, a
responder las objeciones recibidas mediante razones, a determinar el juicio
solamente por la fuerza del mejor argumento, etc.). Quien no quiera aceptar esta
relación simétrica, no puede desempeñar el rol de interlocutor discursivo. En ese
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sentido, puede decirse que la mencionada simetría es una condición constitutiva
de ese rol.
En el caso de la crítica, en cambio, la relación comunicativa entre los
participantes es dinámica. Esta relación parte de una relación asimétrica entre el
psicoanalista y el paciente, o entre el crítico social y el agente social. El primero
orienta el diálogo con el fin de liberar a su interlocutor de una comprensión
distorsionada de su situación, derivada de condicionamientos sistémicos que
padece e ignora. Si se logra este fin del procedimiento crítico, el resultado es una
modificación en la relación entre los interlocutores, que pasa a ser simétrica. La
hermenéutica profunda es, por tanto, una interacción comunicativa que se
propone transformar la relación de los interlocutores.
El tercer argumento se refiere a la relación que mantienen la reconstrucción
racional y la hermenéutica profunda con la praxis. Este tipo de hermenéutica
tiene una relación directa con la praxis porque, como se indicó recién, se propone
transformar la autocomprensión distorsionada del sujeto y, con ello, contribuir a
que modifique la situación que padece. La relación de las reconstrucciones
racionales con la praxis es un poco más compleja. Para aclarar esta relación es
necesario reconocer, por un lado, que las reconstrucciones racionales son
estrictamente teóricas. Se ocupan de descubrir el sistema de las reglas
constitutivas de las competencias de la especie humana, es decir las condiciones
universales y necesarias del habla y de la acción humanas. Los especialistas
realizan esta tarea mediante discursos teóricos. El discurso es una forma de
comunicación libre de los compromisos de la acción o “descargada de acción
(handlungsentlastet)” (Habermas, 1973, p. 386), desligada del contexto histórico
social. El discurso sólo se ocupa de resolver argumentativamente pretensiones
de validez y no persigue directamente intereses técnicos, prácticos o
emancipatorios. Por otro lado, sin embargo, las reconstrucciones racionales no
se encuentran, por ello, absolutamente desconectas con la praxis. Para justificar
el reconocimiento de esta conexión indirecta entre teoría y praxis, De Zan alega
tres razones:
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“[…] los discursos, tanto como la crítica, se plantean
precisamente a partir de los desentendimientos y los conflictos
de la interacción comunicativa del mundo de la vida; y en
segundo lugar, aunque las reconstrucciones racionales no son
inmediatamente prácticas, tiene siempre una 'relación indirecta
con el interés cognoscitivo emancipatorio' (TP, 31), y también con
el interés práctico-moral, porque constituyen precisamente la
base teórico normativa para la crítica” (De Zan, 1996, p. 125;
Habermas, 1971, p. 31).
3. Hasta aquí he intentado presentar una contribución de Julio de Zan a la
metodología de la hermenéutica filosófica contemporánea. Esa contribución
permite distinguir tres modelos del procedimiento hermenéutico, ordenados en
una sucesión progresiva, y aclarar la relación del tercer modelo con el método
de la reconstrucción racional. Para terminar quisiera completar la contribución
mencionada llamando la atención sobre el último aspecto examinado en el
apartado anterior: la relación entre hermenéutica y praxis. A continuación,
intentaré mostrar que esta relación es muy distinta según se trate de la
hermenéutica profunda que guía a la teoría crítica o a la hermenéutica orientada
según el segundo modelo indicado más arriba.
Para ello, quisiera comenzar advirtiendo que Gadamer, si bien formula las
analogías mencionadas entre interpretación y traducción, afirma que
hermenéutica, tanto en filología como en las ciencias históricas del espíritu tienen
como “verdadero modelo (wahre Vorbild)” a la hermenéutica jurídica y teológica,
es decir a dos formas de interpretación, orientadas por la aplicación (applicatio)
de una doctrina en la praxis de una comunidad particular, históricamente situada.
(Gadamer, 1960, p. 295) En el caso de la hermenéutica jurídica, el juez interpreta
los textos que contienen el derecho positivo de su comunidad, para resolver una
controversia jurídica. En el segundo, el sacerdote interpreta las Sagradas
Escrituras, para orientar el comportamiento de los creyentes que pertenecen a
su iglesia. En ambos casos, el procedimiento hermenéutico se lleva a cabo
dentro de una comunidad particular y la validez de la doctrina, contenida en el
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texto, se da por supuesta, o dicho de otra manera, es admitida dogmáticamente.
La revisión de dicha validez atendiendo a razones es una tarea que está fuera
del campo de competencias profesionales tanto del juez como del sacerdote. La
función de estos intérpretes consiste en superar la diferencia entre la situación
de la producción del texto interpretado y la situación del intérprete. La superación
de esa diferencia permite justificar la resolución de un problema práctico,
mediante una sentencia o un consejo, apelando a la autoridad del autor del texto,
reconocida por la comunidad jurídica o religiosa. El juez debe suponer que el
texto jurídico aplicado en su sentencia ha sido dictado por un “legislador
racional”. El sacerdote debe creer que el autor que se revela en las Sagradas
Escrituras es infalible. Este deber es un componente de la profesión asignada a
estos intérpretes por la comunidad a la que pertenecen.
Más arriba se indicó que la relación entre los interlocutores es
constitutivamente simétrica en el discurso y que esa relación es dinámica entre
los participantes de la hermenéutica profunda. Esta última pretende transformar
una relación asimétrica, entre el intérprete y su sujeto/objeto interpretado, en una
relación simétrica; lograda cuando este último se libera de la autocomprensión
distorsionada que padece. En ello reside justamente el indicado rendimiento
práctico de la hermenéutica profunda. Ahora quisiera advertir que la
hermenéutica dogmática, presentada por Gadamer como el “verdadero modelo”
de la hermenéutica en general, supone que la relación entre el intérprete y el
autor sólo puede ser asimétrica. En términos del propio Gadamer, hay una
“inferioridad constitutiva (konstitutive Unterlegenheit)” del intérprete frente al
autor del texto. (Gadamer, 1971, p. 301) El afirmado carácter “constitutivo” de
esa inferioridad indica que la misma es presentada por Gadamer como una
condición necesaria de la comprensión y que, según este autor, no sería posible,
deseable, ni necesario superarla a favor de una relación simétrica.
La tesis según la cual la hermenéutica dogmática es el “verdadero modelo”
del procedimiento de interpretación en general parece motivada por el hecho
innegable de que toda interpretación de un texto incluye la apropiación
actualizante de su sentido, por parte del intérprete y en relación a las posibles
situaciones de su mundo. Sin embargo, hay varias razones para advertir que
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este hecho no resulta ser un fundamento suficiente de esa tesis. Entre esas
razones cabe indicar aquí que no todo intérprete de un texto pertenece a una
comunidad de acción institucionalizada y particular, cuyos miembros acepten
necesariamente las pretensiones de validez elevadas por el autor. La tesis
mencionada comete, entonces, un error categorial al confundir comprensión con
aceptación. (Böhler, 1978) El lector de estas páginas puede advertir claramente
este error si reflexiona sobre las condiciones necesarias de su actividad actual.
Evidentemente, un lector puede comprender perfectamente la pretensión de
validez de un autor, sin aceptarla como resuelta positivamente. Tanto el lector
que argumenta en contra de esa pretensión, como el que busca argumentos para
sostenerla, comprenden el sentido expresado por el autor, sin necesidad de
aceptar como válido lo que el autor afirma. Por ello, puede decirse que una
ventaja de la hermenéutica racional frente a la hermenéutica dogmática reside
en haber advertido que el sentido de un texto ha sido realmente comprendido
por un intérprete, cuando éste está en condiciones de poner en cuestión las
pretensiones de validez del autor.
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Alberto Mario Damiani
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erasmus
Año XXII No 1- 2020
Artículos originales
enero - junio 2020
p. 45 - 66
ISSN (impreso) 1514-6049
ISSN online: en trámite
(en línea: junio de 2020)
© erasmus. Revista para el diálogo intercultural. La revista científica semestral de la Fundación ICALA
ISSN: Versión impresa - 1514-6049 / ISSN online: en trámite http://www.icala.org.ar/erasmus/erasmus.html – Contacto: michelini.rio (at) gmail.com
Licencia de Creative Commons. Atribución-NoComercial-Compartir Igual 4.0 Internacional
(CC BY-NC-SA 4.0), https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/ 45
DEMOCRACIA DELIBERATIVA Y REPUBLICANISMO.
Un análisis crítico de la concepción filosófico-política
de la democracia de Julio De Zan
Deliberative democracy and republicanism. A critical analysis of the philosophical-political conception of democracy by Julio De Zan
Deliberative Demokratie und Republikanismus. Eine kritische Analyse der philosophisch-politischen Konzeption der Demokratie von Julio De Zan
Santiago Prono
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas;
Universidad Nacional del Litoral, Argentina
e-mail: [email protected]
Recibido: 02-05-2020 Aceptado: 24-05-2020
Santiago Prono, Dr. en Filosofía, Universidad de Buenos Aires, Investigador Adjunto
del Consejo de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (CONICET) con
lugar de trabajo en el Instituto de Humanidades y Ciencias Sociales del Litoral de la
Universidad Nacional del Litoral (UNL). Profesor y docente-investigador de la UNL.
Áreas de trabajo: Filosofía práctica en el marco de la Teoría del discurso (Apel,
Habermas). Director de proyectos de investigación del CONICET y de la UNL. Ha
publicado libros y artículos en revistas científicas especializadas nacionales y
extranjeras, y desarrollado estadías de investigación como Profesor Invitado en
universidades de Alemania (Berlín y Frankfurt) con becas del Servicio Alemán de
Intercambio Académico (DAAD).
Cita sugerida: S. Prono (2020). Democracia deliberativa y republicanismo. Un análisis
crítico de la concepción filosófico-política de la democracia de Julio De Zan. Erasmus.
Revista para el diálogo intercultural 22(1), 45-65.
Santiago Prono
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Resumen
La teoría de la democracia deliberativa constituye un planteamiento teórico de
lo político que, en la versión habermasiana, pretende ubicarse
conceptualmente entre el liberalismo y el republicanismo. Frente a posiciones
como la de J. De Zan, quien concibió a esta teoría política más cerca de la
primera que de la segunda corriente de pensamiento político, el presente
trabajo se propone explicitar la conexión de la teoría habermasiana con el
republicanismo, y a partir de allí identificar sus contribuciones para el
mejoramiento de la calidad democrática del Estado de derecho. El objetivo de
tal explicitación, es despejar los temores, muchas veces infundados, a los
supuestos irracionalismos de las decisiones democráticas mayoritarias.
Palabras clave: Democracia deliberativa; liberalismo; republicanismo;
Habermas; De Zan.
Abstract
The theory of deliberative democracy is a theoretical approach to the political,
which in Habermas' version attempts to locate itself from a conceptual point of
view between liberalism and republicanism. In view of positions such as that of
J. De Zan, who placed this political theory closer to the first than to the second
line of political thought, the present contribution seeks to make explicit the
connection between Habermasian theory and republicanism and from there to
identify its contributions to improving the democratic quality of the rule of law.
The aim of such an explanation is to reduce the often unfounded fears of the
supposed irrationality of majority democratic decisions.
Key words: Deliberative democracy; liberalism; republicanism; Habermas; De
Zan.
Zusammenfassung
Die Theorie der deliberativen Demokratie ist eine theoretische Annäherung an
das Politische, das in der Habermaschen Version versucht, sich von einem
begrifflichen Standpunkt aus zwischen Liberalismus und Republikanismus zu
lokalisieren. Angesichts von Positionen wie der von J. De Zan, der diese
politische Theorie näher an der ersten als an der zweiten Linie des politischen
Denkens ansiedelte, sucht der vorliegende Beitrag, die Verbindung zwischen
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der habermasianischen Theorie und dem Republikanismus explizit zu machen
und von dort aus ihre Beiträge zur Verbesserung der demokratischen Qualität
der Rechtsstaatlichkeit zu identifizieren. Ziel einer solchen Erklärung ist es, die
oft unbegründeten Ängste vor der vermeintlichen Irrationalität mehrheitlicher
demokratischer Entscheidungen zu abzubauen.
Schlüsselwörter: Deliberative Demokratie; Liberalismus; Republikanismus;
Habermas; De Zan.
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DEMOCRACIA DELIBERATIVA Y REPUBLICANISMO.
Un análisis crítico de la concepción filosófico-política
de la democracia de Julio De Zan1
Santiago Prono
Introducción
En su trabajo titulado “Filosofía de la democracia hoy”, y presentado en el
año 2012 en el Coloquio Internacional de Ética del discurso (Fundación ICALA,
Río Cuarto), De Zan expuso una lectura de la teoría habermasiana de la
democracia deliberativa excesivamente cercana al liberalismo, señalando los
riesgos que para la política democrática podrían generarse si, paradójicamente,
se concede un excesivo reconocimiento al punto de vista de la democracia. En
efecto, subrayó allí el autor la importancia de que el derecho pueda establecer
límites a esta última como una manera de controlar el poder. Ahora bien, esta
desconfianza de raigambre liberal sobre la voluntad general y las mayorías
democráticas, es precisamente lo que en realidad restringe a esta última, más
que protegerla. Llama la atención, entonces, este posicionamiento teórico
debido a que, correctamente interpretada, en la democracia deliberativa de
Habermas es posible no solamente identificar los recaudos conceptuales que
evitan los problemas señalados, sino además revalorizar también del punto de
vista esencialmente democrático de la soberanía popular.
A fin de justificar esta lectura crítica del posicionamiento del filósofo
santafesino en el citado trabajo, a continuación, y luego de exponer el trabajo
en cuestión (1.), se realiza una presentación general del planteamiento teórico
de la política deliberativa (2.). Seguidamente se procede a explicitar su
1 Agradezco las observaciones señaladas en el proceso de evaluación de doble ciego.
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posicionamiento entre las tradiciones liberal y republicana de la política (3.),
para luego mostrar en qué sentido se acerca, ciertamente de un modo no
exclusivo, al republicanismo (4.). Esto permitirá identificar, al menos en
términos generales, sus contribuciones para el mejoramiento de la calidad
democrática del Estado de derecho (5.)
1. La democracia deliberativa: su planteamiento teórico según De Zan
Acertadamente reconoció el filósofo que la democracia deliberativa comporta
un sentido procedimental pero al mismo tiempo también sustantivo.
Procedimental porque se explicitan las condiciones que legitiman el
establecimiento y remoción de las autoridades política, como así también la
generación de normas jurídicas y decisiones normativamente vinculantes de los
poderes democráticos (Ejecutivo y Legislativo). Por supuesto, también es
sustantiva porque además se reconoce que el principio fundamental de esta
teoría política no es el principio de la mayoría, sino del discurso, y sus
correspondientes pretensiones de validez cuyo reconocimiento comportan
principios no solamente político-democráticos, sino también morales: igualdad,
libertad, autonomía, y demás ideales entre los que se encuentra, por ejemplo,
el bien común. Se trata entonces de un principio del discurso el cual establece
que, siguiendo a Habermas, “solamente son legítimas aquellas normas de
acción a las que todos los posibles involucrados puedan dar su asentimiento
como participantes en discursos racionales” (Habermas, 1994, p. 138).
En este contexto teórico De Zan ha interpretado la política deliberativa,
fundamentalmente (aunque no exclusivamente) desde el punto de vista liberal,
subrayando la importancia de reconocer el valor del pluralismo pero de un
modo que, por momentos, parece restringir o menoscabar el punto de vista
democrático de la soberanía popular. Así, ha sostenido que “el poder
democrático tiene que limitarse”, ciertamente no por otros poderes políticos no
democráticos, sino que los límites de la democracia “son los límites de lo
político en cuanto tal, y que la democracia tiene que reconocer como
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restricciones internas que ella se impone a sí misma para preservarse de su
consumación como totalitarismo, o para mantenerse a salvo de la dictadura de
la mayoría” (De Zan, 2013, p. 90), y por esto a su entender hay “restricciones
formales” que se imponen a la democracia mediante el sistema del derecho:
“estos límites jurídicos de la democracia se construyen a partir de la
desconfianza de los ciudadanos frente al gobierno, o de la sociedad civil frente
al Estado, y se corporizan fundamentalmente en la Constitución”. Para De Zan
la Constitución debe tener por objeto limitar y controlar al poder, especialmente
al poder democrático, estableciendo así recaudos o protecciones defensivas de
los derechos individuales. (De Zan, 2013, p. 89-90)
Esta preocupación del filósofo estriba en escindir la democracia de toda
clase de valoraciones éticas, pues, señala explícitamente, “su determinación
específicamente política está constituida precisamente por esta sustracción”. Y
por esto entendía De Zan que la democracia, que (como bien señaló) se
caracteriza por la apertura, por el pluralismo político, así como por la protección
de la diversidad cultural y la defensa de la autonomía de la sociedad civil,
implica también, y al mismo tiempo, “las responsabilidades de gestión del
Estado [, entendido esto en el sentido de que ellas] requieren la delegación al
gobierno por parte del soberano de ciertas facultades de decisión no
comunicativas ni democráticas (…), lo cual obliga a marcar la distinción del
concepto de lo político [respecto del de] comunidad” (De Zan, 2013, p. 91,
subrayado agregado). Ahora bien, una tal concepción de lo democrático limita
entonces sus características constitutivas, que la identifican, precisamente, con
el demos y la correspondiente participación e involucramiento ciudadano,
históricamente orientado a la defensa del ideal de libertad frente a cualquier
tipo de dominación o forma tiránica o elitista de poder.
Frente a estas consideraciones respecto de lo político democrático se
requiere, entonces, una lectura de la teoría de la democracia deliberativa que
permita ubicarla conceptualmente en el lugar que el propio Habermas sugiere,
que es un ámbito teórico entre medio del liberalismo y del republicanismo, es
decir, ni tan cerca de aquel, ni tampoco tan alejado de este como se sugiere en
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el citado trabajo de De Zan, pero que sobre todo tampoco dé lugar a sospechas
respecto de un eventual temor por las decisiones mayoritarias.
2. La Democracia deliberativa de Jürgen Habermas: una presentación
general
Claramente, el concepto habermasiano de la democracia deliberativa
implica deliberación, intercambio de opiniones antitéticas que, al menos en
principio, tienen que confrontarse en términos de argumentos para intentar
llegar a la mejor decisión posible y lograr acuerdos racionalmente motivados.
Este modelo de la política deliberativa adopta un carácter normativo y
procedimental (pero también substantivo) cuyo principio básico es el principio
del discurso, que establece que las decisiones (en este caso) políticas
solamente son legítimas, y pueden ser reconocidas como tales, en la medida
en que ellas se adopten mediante un procedimiento democrático de
deliberación llevado a cabo en términos del intercambio (público) de
argumentos en busca de un consenso.2 Se trata, ante todo, de un modelo de
toma de decisiones y de su correspondiente justificación (legitimación)
intersubjetiva, que por principio se opone a toda pretensión de imponer
determinadas posturas que se nieguen a exponer los fundamentos en los que
se basa. De acuerdo con esto, y en relación con el punto de vista normativo, la
democracia deliberativa no se limita a describir cómo es la realidad, o cómo se
toman efectivamente las decisiones (aunque esto es algo que sin dudas tiene
en cuenta), sino que en base a su procedimiento reconstructivo que explicita
los presupuestos del discurso argumentativo mediante el análisis de la
dimensión pragmática del lenguaje, esta teoría política descubre y establece
2 Este principio del discurso, también llamado “principio D” en el marco de la ética del discurso que comparten Habermas y Apel, se ha convertido en un término técnico específico de la Filosofía contemporánea, en especial a partir de su empleo en las obras de Habermas, que lo entiende como un examen crítico-argumentativo de las pretensiones de validez presupuestas en una afirmación determinada. (Habermas, 1971, p. 23ss.) Tal examen, señala al respecto Maliandi, “es necesariamente dialógico y exige ante todo la simetría y la correspondiente igualdad de derechos entre quienes participan en él” (Maliandi, 2006, 231ss., esp. 234).
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las presuposiciones normativas que se constituyen en criterio de validez de
tales decisiones políticas adoptadas en contextos democráticos.3
Habermas se propone articular una concepción de la racionalidad mediante
el análisis de los actos de habla orientados al entendimiento intersubjetivo que
pretende articular el punto de vista universal y el socio-histórico. Así, el filósofo
habla de una razón “históricamente situada”, que si bien rechaza los meros
contextualismos que derivan en posturas relativistas, por otro lado también se
niega a adoptar posiciones puramente abstractas que pierdan de vista la
facticidad propia del mundo de la vida (Lebenswelt) (Habermas, 1994, p. 390
ss.). En este marco, la teoría de la democracia deliberativa se basa en las
reglas del discurso y formas de argumentación que toman su contenido
normativo de la base de validez de la acción orientada al entendimiento (y en
última instancia de la estructura de la comunicación lingüística) que son
reconstruidas por la pragmática universal del lenguaje:
“Es pues en nuestro contexto de intereses que con estas
consideraciones del proceso democrático se establecen
también los criterios o puntos de referencia (die Weichen) para
una conceptualización normativa del Estado y la sociedad (…)
que se basa, en última instancia, en la estructura de la
comunicación lingüística y en el orden no sustituible de la
socialización comunicativa” (Habermas, 1994, p. 359-360;
Habermas, 1999, p. 240).
En este carácter reconstructivo que comporta esta teoría política se expresa
parte del correspondiente trasfondo filosófico sobre el que Habermas basa el
3 En Habermas es necesario no confundir el uso del término “deber”, o “tener que” (müssen), con el “deber” en el sentido del verbo alemán sollen, que comporta un sentido moral, porque con el uso de aquellos términos el autor sólo pretende dar cuenta de una necesidad lógica o pragmática explicitada a partir de la reconstrucción de los presupuestos operantes en la formulación de argumentos mediante el uso comunicativo del lenguaje. Hay que tener en cuenta que para el filósofo la “fuerza” de la normatividad y la racionalidad (entendida esta en el sentido de la racionalidad comunicativa) “se cortan y solapan (überschneiden) sobre el campo de la fundamentación de las convicciones morales que pueden obtenerse en un marco hipotético, y solamente puede guiarse por la débil fuerza de la motivación racional que en todo caso no puede por sí misma asegurar la traducción de las convicciones en acciones motivadas” (Habermas, 1994, p. 19; la cita está en De Zan, 2004, p. 59).
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concepto de democracia deliberativa para abordar el problema de la
fundamentación normativa de las decisiones políticas y del ordenamiento del
estado de derecho.
Otro rasgo importante de la democracia deliberativa está dado por el
concepto de la racionalidad consenso-comunicativa4 y el carácter parasitario
de la racionalidad estratégica.5 Con su Teoría de la acción comunicativa
(Habermas, 1981), Habermas clarifica el mecanismo en base al cual los actos
de habla coordinan y regulan las interacciones sociales. Su tesis es que los
actos de habla sólo pueden servir al fin de ejercer una determinada influencia
sobre el oyente, por ejemplo para satisfacer intereses subjetivos, si ocultan su
verdadera intención y se muestran como orientados a lograr un entendimiento
racional, no estratégico, con el interlocutor: “si el oyente no entendiera lo que
el hablante dice [o creyera que quiere engañarlo], este no podría servirse de
actos comunicativos para inducirlo a que se comporte de la forma deseada”
(Habermas, 1987, p. 388). Por cierto que no toda acción comunicativa se
orienta al entendimiento. En el nivel del análisis empírico-descriptivo de la
sociología, el tipo de acción estratégica es el tipo de acción dominante en la
sociedad moderna; incluso toda acción social en cierta medida se puede
explicar conforme a este modelo. Sin embargo, un análisis filosófico
reconstructivo de las condiciones de posibilidad de la interacción humana,
demuestra que este modelo explicativo es deficiente, y que la acción
estratégica y el uso estratégico del lenguaje son derivados y presuponen el
4 Un uso “comunicativo” de la racionalidad tiene lugar cuando los planes de acción que ella representa no dependen de un cálculo egocéntrico de utilidades, sino de la coordinación de actos de entendimiento. Se trata de una relación comunicativa en el mundo social orientada al entendimiento intersubjetivo y a la formación de un consenso racionalmente motivado considerado como válido por los interlocutores involucrados, que hace posible la coordinación no forzada de sus respectivos planes de acción. (Habermas, 1987, p. 27, 367-369, 378)
5 Para el filósofo el uso “estratégico” de la racionalidad implica una acción orientada al éxito que supone la observancia de reglas de elección racional tendientes a disimular las propias intensiones e influir en las decisiones de un oponente, y por ello esta tiene lugar en el ámbito de las relaciones interhumanas del mundo social teniendo en cuenta los efectos previsibles de las decisiones propias sobre las decisiones de los otros. (Habermas, 1987, p. 366-367)
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uso comunicativo del lenguaje orientado al entendimiento (Habermas, 1987, p.
368-369).6
La teoría de la acción social de Habermas permite comprender el carácter
originario de la racionalidad comunicativa por sobre la meramente estratégica,
lo cual nos ubica ante uno de los fundamentos sobre los que se apoya el
planteo teórico de la democracia deliberativa antes señalado, que establece la
viabilidad de una concepción de la racionalidad consenso-comunicativa como
criterio de validez (conceptualmente prioritario) para justificar decisiones o
normas democráticamente adoptadas.
Esta consideración por la racionalidad implícita en las interacciones sociales
se manifiesta también en el hecho de que la teoría de la democracia
deliberativa pretende articular el desempeño de las instituciones formales del
Estado de derecho, que constituyen el contexto en el que se justifican y toman
decisiones, con los aportes de la opinión pública y las organizaciones de la
sociedad civil, que ocupan un lugar preponderante con pretensiones de influir
en el ámbito de la política democrática, en el sentido de que constituyen el
contexto de descubrimiento de los temas y problemas que afectan a la
sociedad global y que tienen que ser analizados por aquellas instituciones
formales de la democracia7. Así, y sobre la base del reconocimiento
institucionalizado de los presupuestos de la interacción discursiva, la
democracia deliberativa establece una conexión entre los espacios públicos
formales e informales del Estado de derecho, por lo cual se sitúa en una
posición equidistante entre las concepciones liberal y republicana de la
política, sirviéndose de algunos principios de cada una y diferenciándose de
otros para integrarlos de una forma nueva y original en base a sus propios
presupuestos filosóficos.
6 Esta distinción también la plantea Habermas en su obra de 1988, Pensamiento postmetafísico, en donde señala que “La utilización estratégica del lenguaje vive parasitariamente del uso normal de él, porque sólo puede funcionar si, al menos, una de las partes supone falsamente que el lenguaje está siendo empleado con vistas a entenderse” (Habermas, 1990, p. 75).
7 Para un análisis del concepto habermasiano de sociedad civil véase Habermas (1994, p. 443-444). La relación entre este concepto y el de opinión pública en el que el mismo se incluye, está en Habermas (1994, p. 431, 433; 2006, p. 138; 2012, p. 326-327.
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3. Democracia deliberativa: entre liberalismo y republicanismo
La articulación habermasiana entre la tradición liberal y republicana de la
política se evidencia en su tesis de la identidad de origen entre, y
respectivamente, Estado de derecho y soberanía popular. Esta tesis afirma
que si bien estas concepciones en un primer momento pueden entrar en
conflicto, en realidad se presuponen mutuamente y se relacionan en términos
de una implicación de tipo material8. En efecto, el principio del estado de
derecho y de la soberanía popular se presentan como igualmente originarios,
pues ninguno se deriva del otro, y por lo tanto tampoco hay necesidad de
suponer que alguno tenga prioridad conceptual; esto significa que la
autonomía privada y la autonomía pública se exigen la una de la otra siendo
igualmente originarias e interdependientes: “De hecho la razón práctica se
realiza a sí misma en la forma de la autonomía privada no menos que en la
forma de la autonomía pública. Ambas son medios y fines para la otra. (…)
Sólo el proceso democrático garantiza a los ciudadanos de la sociedad
alcanzar el disfrute de iguales libertades subjetivas. Inversamente, sólo una
asegurada autonomía privada de los ciudadanos de la sociedad pone a los
ciudadanos del Estado en posición de un uso adecuado de su autonomía
política. La interdependencia de Estado de derecho y democracia pone en
primer plano esta relación de complementación de la autonomía privada y
[autonomía] del ciudadano: cada una consume los recursos que la otra
representa” (Habermas, 2009a, p. 175).9
De este modo esta tesis habermasiana sobre los derechos y la democracia
sostiene, por un lado, que los ciudadanos del Estado sólo podrán hacer un uso
“apropiado” de la autonomía pública que les garantiza los derechos políticos, si
8 “Beide Begriffe sind interdependent, stehen in einer Beziehung der materialen Implikation” (Habermas, 2009a, p. 156). Habermas analiza, por ejemplo, el tema del control judicial siguiendo el abordaje de autores como F. Michelmann y C. Sunstein a fin de encontrar fundamentos para justificar la posibilidad de compatibilizar el principio de la soberanía popular y el del estado de derecho. (Habermas, 2009a, p. 157 ss.)
9 A este respecto se puede consultar además: Habermas (1994, p. 133-135; 1999, p. 253-255; 2001, p. 156; 2005, p. 275-314; 2009a, p. 156-159; 2009b, p. 87-139).
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privadamente son lo suficientemente independientes y están en condiciones
de organizar y garantizar su forma de vida privada con el mismo grado de
autonomía. Por el otro lado, y al mismo tiempo, los ciudadanos de la sociedad
disfrutan en la misma medida de su autonomía privada igualitaria -es decir,
que las libertades de acción subjetivas que están igualitariamente distribuidas
poseen para ellos el “mismo valor”- si como ciudadanos del Estado también
hacen un uso apropiado de su autonomía política, que por ejemplo puede
implicar una cierta orientación al bien común. Por esto es que para Habermas
el Estado de derecho constituido democráticamente, no sólo garantiza
libertades negativas para los ciudadanos preocupados por el propio bien, sino
que con el afianzamiento de las libertades comunicativas también se moviliza
la participación de los ciudadanos en el debate público acerca de temas
comunes que conciernen a todos: si bien los derechos humanos son
prioritarios con respecto al ejercicio ciudadano de sus libertades y “no pueden
ser impuestos como una limitación desde fuera a dicha práctica” (Habermas,
1999, p. 253-254), “los presupuestos comunicativos por los que [estos]
ciudadanos juzgan a la luz del principio discursivo si el derecho que ellos
establecen es derecho legítimo, tienen que ser (…) institucionalizados bajo la
forma de derechos civiles políticos” (Habermas, 1999, p. 255; 2009a, p. 156;
2005, p. 278).
En un lenguaje habermasiano ya antiguo, pero quizá aún no del todo
extinguido u obsoleto para dar cuenta de sus concepciones filosóficas de
fondo y relacionadas con la tradición hegeliano-marxista en la que el mismo se
inscribe, podría aludirse aquí a una relación dialéctica entre autonomía privada
y autonomía pública, porque si bien en una primera instancia las mismas se
muestran en una relación de “tensión de fondo”, en realidad esta desaparece
cuando se adopta un punto de vista que supone, no una preferencia por
alguna, sino la superación de tal relación en tanto que conflictiva a partir de
asumir una tercera posición teórica que encuentra su punto de apoyo en una
teoría del discurso como la que sostiene Habermas, que es la base conceptual
de su teoría de la democracia (y también del derecho). (Habermas (1999, p.
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231ss.; 1994, p. 324)10 De este modo se evidencia entonces que en el
contexto de la política deliberativa, con la que Habermas pretende situarse
entre medio, y de manera equidistante, de las tradiciones liberal y republicana
de la política, el Estado liberal y el Estado democrático son interdependientes
en dos formas: en la dirección que va desde el liberalismo hasta la
democracia, en el sentido de que se necesitan el reconocimiento de las
libertades y el respaldo de los derechos para el correcto ejercicio de la
democracia, y en la dirección opuesta, que va desde la democracia hasta el
liberalismo, porque se necesita del ejercicio de la democracia para garantizar
la existencia y persistencia de las libertades fundamentales. Por esto mismo
señalaba N. Bobbio que es poco probable que un Estado no liberal pueda
asegurar un correcto funcionamiento de la democracia, y también es poco
probable que un Estado no democrático limite su propio poder y garantice las
libertades fundamentales; la prueba histórica de esta interdependencia,
sostenía el filósofo italiano, “radica en el hecho de que el Estado liberal y el
Estado democrático, cuando caen, caen juntos” (Bobbio, 1985, p. 23-24).
La teoría de la democracia deliberativa pretende situarse, entonces, entre, y
a igual distancia, del liberalismo y del republicanismo, readaptando
discursivamente algunos de sus respectivos conceptos fundamentales, y
alejándose de otros. Ahora bien, no obstante este posicionamiento teórico, que
no pretende privilegiar ninguna perspectiva por sobre la otra, la concepción de
lo político adoptada por aquella teoría resulta compatible con presupuestos
republicanos que, en tanto que tales, reivindican la activa participación
democrática de la ciudadanía, lo cual contribuye a su vez al mejoramiento de la
calidad institucional del Estado de derecho.
10 Rummens (2006, p. 470) también señala que “la tesis de la co-originalidad (de autonomía privada y pública) es esencial para el entendimiento del modelo deliberativo de la democracia” de Habermas.
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4. Política deliberativa y soberanía popular
En la mencionada tesis de la identidad de origen entre derecho y
democracia, inherente a la teoría habermasiana de la democracia deliberativa,
el principio republicano de la soberanía popular adquiere un rol fundamental
como complemento, necesario, de los espacios decisorios constitucionalmente
reconocidos. Es en este contexto que se evidencian tanto las diferencias como
así también el reconocimiento por parte Habermas respecto de la concepción
rousseauniana de dicho principio.
En lo que respecta a las diferencias, que aquí no se analizan, pueden
señalarse el rechazo republicano al pluralismo y su tendencia a la unidad
política,11 y, por supuesto, el tema del contractualismo, que comporta una
concepción puramente instrumental de la racionalidad, un cálculo en términos
de costo-beneficio, y de cuyo resultado se obtiene (o no) la justificación para
suscribir el contrato en cuestión.12 Ahora bien, en relación al reconocimiento
por parte de Habermas respecto de la concepción rousseauniana del principio
de la soberanía popular, es necesario señalar que en base a la recepción y
“transformación discusiva” que aquel filósofo lleva a cabo de dicho principio, en
la política deliberativa, y en esto se acerca a Rousseau, el mismo influye sin
embargo de manera significativa sobre las instituciones formales del Estado.
En efecto, si para el ginebrino “el poder absoluto del cuerpo político, en la
medida en que esté dirigido por la voluntad popular, lleva el nombre de
11 Cabe recordar aquí si hay algo que Rousseau (aunque a su manera también Hobbes) quería eliminar radicalmente como fuente de degeneración y de corrupción, son las diversas opiniones y posturas políticas, porque en el Estado debía haber una sola fuerza y una sola autoridad. De hecho se lee en el libro I cap. 7 del Contrato social de Rousseau que “aquel que se niegue a obedecer la voluntad popular será obligado a ello, lo cual significa que será precisado a ser libre”.
12 Suscribir a tal concepción del contractualismo político implica un desconocimiento del carácter parasitario de este uso de la racionalidad, y de que el concepto de interacción estratégica depende de un concepto de acción, no estratégica, sino comunicativa, tal como Habermas ha señalado claramente en el marco de su teoría ya citada de la acción social. (Habermas, 1987, p. 366-369, 388, 393) Este distanciamiento conceptual de la política deliberativa respecto del contractualismo político se evidencia en que la misma “(…) se atiene al sentido demócrata-radical [pero entendido esto en el sentido] de una auto-organización de la sociedad mediante ciudadanos unidos de manera comunicativa, [y] en la que los fines colectivos no sólo se derivan de un deal entre intereses privados contrapuestos” (Habermas, 1999, p. 238).
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soberanía” (Rousseau, 1958, p. 45), para Habermas “la soberanía puede
considerarse bajo el aspecto del poder, exigiendo la transferencia de la
competencia legislativa a la totalidad de los ciudadanos (Habermas, 1994, p.
210). Por supuesto que no todos los ciudadanos pueden unirse o participar
directamente en las interacciones de la legislación política (por ello una salida
la ofrece el Parlamento como institución formal para la representación y toma
de decisiones colectivamente vinculantes), pero en la política deliberativa las
cuestiones operativas inherentes al ejercicio de este procedimiento decisorio
tienen que regularse a la luz del principio del discurso, a fin de que puedan
cumplirse suficientemente las condiciones comunicativas necesarias para los
discursos pragmáticos, éticos y morales, como así también para las
negociaciones justas, y ello de modo que queden suficientemente abiertas las
puertas de entrada a la participación popular, en el sentido que esta teoría
política admite: “la propia lógica del discurso práctico que regula tales
procedimientos, implica la necesidad (Notwendigkeit) de complementar la
formación de la opinión y la voluntad parlamentarias bajo la participación de
los partidos políticos a través de una amplia formación informal en [el espacio
de] la opinión pública política que quede abierta a toda la ciudadanía”
(Habermas, 1994, p. 211, subrayado agregado). A su vez, Habermas parece
tener en cuenta también aquí la concepción rousseauniana del gobierno
político, y ello si se considera que en El contrato social afirma este autor que
“la ley del orden público en las asambleas no tiene por objeto tanto sostener la
voluntad general como hacer que [esta] sea siempre consultada y que
responda siempre a sus fines” (Rousseau, 1958, p. 145).
En Habermas esta concepción de la voluntad general se expresa en los
espacios informales de la ciudadanía, representados por la opinión pública y la
sociedad civil que en ella se enmarca.13 Estos espacios políticos plantean
13 Tal como lo entiende Habermas, el concepto de sociedad civil es un concepto claramente liberal; sin embargo, aun así (y como se aprecia en la siguiente sección) no es imposible de relacionarlo con algunos de los caracteres distintivos del republicanismo, pues es allí, en estos espacios informales de la política, donde también se genera el poder político de la soberanía popular que otorga legitimidad y sustentabilidad democrática a los gobiernos. Esta concepción del poder político, que se evidencia ya en la Política de Aristóteles cuando diferencia la
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demandas a las instancias decisorias formales del Estado “poniendo sobre la
mesa” los problemas y las exigencias que requieren solución, y “elevando el
volumen” de sus reclamos de modo que, por ejemplo, estos ocupen espacios
suficientemente relevantes en la difusión pública a través de los medios de
comunicación. Para la democracia deliberativa, y en esto se expresa el
reconocimiento habermasiano del poder republicano de la soberanía popular,
los espacios informales de la política, si bien no pueden estructurarse como
organismos, influyen sobre las decisiones de estos últimos a partir de la
necesaria complementación que con ellos se establece: “Cuando los actores
de la sociedad civil se encuentran juntos […] sus iniciativas pueden tener éxito
porque con la movilización endógena del espacio público (Öffentlichkeit) ocurre
[o toma fuerza] una ley que de otro modo permanece latente y que está en la
propia estructura interna del espacio público (…): que los actores en la arena
deben su influencia al consentimiento (Zustimmung) de [el público que ocupa]
la galería” (Habermas, 1994, p. 461).14
En el planteo teórico de la democracia deliberativa, la organización del
Estado de derecho en última instancia tiene que servir a la auto-organización
políticamente autónoma de la sociedad. Esto significa que las instituciones de
dicho Estado de derecho tienen por fin asegurar el efectivo ejercicio de la
autonomía política de los ciudadanos, y ello de suerte que pueda surgir el
poder comunicativo resultante de la formación de una voluntad racional y
encontrar, dice Habermas, “expresión vinculante” (verbindlichen Ausdruck) en
dominación entre amo y esclavo, de la dominación o gobierno político, que se ejerce entre ciudadanos que aun así permanecen libres e iguales (Aristóteles, Política, I, 1255b, 16-20; De Zan, 1993, p. 135), comporta una idea ascendente del mismo que sin embargo no es posible de abordar aquí. Para un análisis de este tema en el marco de la teoría del discurso, véase Prono (2008, p. 31-58).
14 Acorde con esta lectura republicana del principio en cuestión, que lo considera como el lugar originario del poder político de un gobierno que se sostiene sobre el reconocimiento popular de los ciudadanos que le confieren autoridad, B. Peters ha señalado que si bien la política y el derecho pueden considerarse como campos o ámbitos institucionales compuestos por los órganos parlamentario, ejecutivo, y judicial, “la legitimidad de las decisiones es dependiente (ist abhängig) del proceso de formación de la opinión y la voluntad [generado] en la periferia”, pues a su entender “el centro es un sistema de esclusas por el que tienen que pasar los asuntos del sistema jurídico-político [pero que sin embargo] sólo en una limitada medida controla la dirección y la dinámica de ese proceso” (Peters, 2007, p. 44).
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programas legislativos, y que el mismo pueda circular a lo largo y ancho de
toda la sociedad. (Habermas, 1994, p. 217)
5. Soberanía popular y consolidación de la democracia
La recepción habermasiana del republicanismo a través del principio
rousseauniano de la soberanía popular, no debe por cierto interpretarse en el
sentido de un mayor acercamiento del mismo hacia aquella tradición de
pensamiento político. Sabemos que su teoría de la democracia deliberativa
pretende situarse entre medio y a igual distancia del liberalismo y del
republicanismo. Ahora bien, y teniendo en cuenta posiciones teóricas que
desconfían del punto de vista democrático, preocupadas siempre por limitar el
poder del soberano, llegados a este punto cabe explicitar de qué manera esto
contribuye al mejoramiento del desempeño de las instituciones democráticas, y
ello sin incurrir en posturas a menudo peyorativamente caracterizadas como
“populistas”.
Parte de la desconfianza liberal frente a la “tiranía de la mayoría” se funda
en la imposibilidad de homogeneizar la sociedad (como a su entender
pretende el republicanismo), y cuya pretensión da lugar al aumento de la
represión por parte del Estado afectando la autonomía y las libertades
prepolíticas del individuo; por esto, señalan los liberales, es necesario poner
límites a la democracia del pueblo y limitar la acción del Estado a sus
funciones estrictamente necesarias.15 Sin embargo, esto entra en
contradicción con la voluntad soberana de una ciudadanía regida por principios
democráticos que se da a sí misma sus propias leyes con toda libertad. Por
esta razón cabe tener en cuenta la intención de Rousseau, no criticando, sino
reinterpretando el principio de la soberanía popular, que en la democracia
deliberativa tiene que poder adaptarse a las presuposiciones normativas del
principio del discurso, y ello de modo que el mismo se exprese también en el
nivel de los procesos decisorios. A partir de aquí la afirmación según la cual “la
15 Una discusión sobre este tema está, por ejemplo, en Nozick (1988, p. 94ss.).
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democracia (deliberativamente fundamentada) favorece las decisiones más
justas, las leyes que aseguran la libertad ciudadana”, porque “constituye el
mejor procedimiento epistémico para decidir sobre la vida compartida y
asegurar el no sometimiento a intromisiones arbitrarias” (Ovejero, 2005, p.
101, 113, 117), es decir, y en otros términos, la afirmación de que la
democracia deliberativa contribuye al mejoramiento de la calidad institucional
del Estado democrático de derecho, se justifica teniendo en cuenta, entre
otros, la relación que en el marco de esta teoría se establece entre la
formación institucionalizada de la voluntad política y el entorno constituido por
los espacios público-políticos informales no institucionalizados de la soberanía
popular: “(…) los procedimientos democráticos jurídicamente estatutitos sólo
pueden conducir a una formación racional de la voluntad [, i.e., satisfaciendo la
expectativa normativa de obtener resultados racionales,] en la medida en que
la formación organizada de la opinión [, de la que forman parte los organismos
estatales programados para la toma de decisiones,] permanezca permeable a
los valores, temas y argumentos, […] de una comunicación política de tipo
envolvente […] que, como tal, no puede organizarse en conjunto” (Habermas,
1994, p. 624-625). Esta “des-substancialización” de la soberanía popular (ya
antes señalada) implica una “disolución” de la misma en términos
intersubjetivos, posibilitando la democratización de los procesos decisorios.16
“Los procedimientos democráticos estatuidos en términos de Estado de
derecho […] permiten esperar resultados racionales en la medida en que la
formación de la opinión dentro de las instancias parlamentarias permanezca
sensible a los resultados de una formación informal de la opinión, […]
16 En este sentido lo mismo podría plantearse respecto del derecho, y ello de modo que, por ejemplo, los jueces y miembros de tribunales superiores acepten “someterse” al asedio discursivo de una sociedad movilizada y cuyos aportes podrían contribuir a ampliar la óptica de los expertos al momento de dictar sentencias. Para un análisis de este tema de la motivación judicial en relación con la prueba de los hechos, es interesante la postura de M. Taruffo, quien sostiene que la constitucionalización de las exigencias de motivación judicial supone también “la garantía de control del ejercicio del poder judicial [ejercido desde] fuera del contexto procesal por parte del quivis de populo y de la opinión pública en general” (Taruffo, 2009, p. 38; Taruffo, 2009, p. 17ss.). Es interesante también el estudio del constitucionalismo que desde un punto de vista popular-democrático plantean R. Post y R. Siegel, quienes llaman la atención por la pérdida del involucramiento ciudadano en la política y en los asuntos del Estado. (Post y Siegel, 2013, p. 123, 124, 138).
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formación que no puede brotar sino de espacios públicos autónomos”
(Habermas, 1994, p. 628).
La teoría de la democracia deliberativa por supuesto reconoce la necesidad
de institucionalizar procesos decisorios colectivamente vinculantes; estos
procesos tienen que formar parte de la estructura formal del Estado de
derecho, en parte orientado al resguardo de los derechos fundamentales de
los individuos y tutelados por el Poder Judicial. Pero al mismo tiempo también
establece una conexión con los espacios público-político informales de una
ciudadanía democrática preocupada por el reconocimiento de su voluntad
soberana más allá de los actos eleccionarios, y a los que aquellos procesos
tienen que resultar permeables: en un ordenamiento democrático, si quienes
gobiernan no logran el reconocimiento de sus ciudadanos, no pueden
legitimarse ni mantenerse en el lugar que estos decidieron que ocupen durante
un determinado período de tiempo (siempre es el pueblo la fuente última de la
autoridad política). En efecto, la sustentabilidad democrática de los gobiernos
se genera a partir del correspondiente reconocimiento de los espacios
informales de la soberanía popular, de la cual depende, no sólo (y porque
otorga) el poder político que detentan los funcionarios de esos gobiernos, sino
también todo impulso renovador para el mejoramiento del desempeño de las
instituciones democráticas. Esto comporta una visión de la política democrática
comprometida con el ideal de igualdad política que expande horizontalmente
las oportunidades de participación soberana de los propios involucrados.17
Esto resulta especialmente relevante porque la consecuencia de situaciones
de desigualdad implica una degradación misma de la democracia, como
sucede en las sociedades capitalistas contemporáneas, y condena a cada vez
más amplios sectores de la población a permanecer en una situación de
vulnerabilidad y desigualdad estructural, negándoles la posibilidad de diseñar
17 Desde el punto de vista del valor epistémico de las decisiones políticas, D. Estlund señala que el mismo depende de “(…) poder inyectar en el proceso la valiosa perspectiva de algunos ciudadanos o individuos reales”, que en conjunto pueden contribuir a tomar mejores decisiones (Estlund, 2011, p. 299-300, 295-296). Esto implica un reconocimiento acerca de la necesidad de aceptar, y promover, la participación ciudadana en las decisiones políticas que las afectan, lo cual contribuye también al ejercicio efectivo de la soberanía popular.
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libre y autónomamente los planes de vida que desean desarrollar: se trata éste
de un problema que resulta imperioso intentar solucionar ya que, extendido en
el tiempo, puede hacer vacilar al mismo régimen democrático.18
Una vez tematizado en los términos procedimentales señalados, el principio
republicano de la soberanía popular propicia la participación de los propios
afectados en tales procedimientos vinculantes para todos, lo cual redunda en
un aumento de la probabilidad, no solo de bajar la conflictividad social y
aumentar la aceptación de tales decisiones, principal fuente de objeciones
externas a esta teoría política, sino también, y fundamentalmente, de que tales
decisiones promuevan, y no perjudiquen, el bien común dado que
precisamente son los propios involucrados quienes influyen en los
procedimientos decisorios,19 si se aceptan y promueven estos valores clásicos
del republicanismo (autogobierno y solidaridad ciudadana), naturalmente ya no
pueden justificarse razonablemente acciones que inflijan un daño a los
derechos necesarios para la existencia de un sistema democrático. (Dahl,
2008, p. 29-30)
Es a partir de estas consideraciones de la parte republicana de la
democracia deliberativa que es posible comprender, y justificar, los aportes de
tal tradición de pensamiento político. En efecto, el republicanismo comporta,
nuevamente, un ideal de igualdad política de todos los ciudadanos, y la
correspondiente confianza en que las personas libres puedan ser también
cívicamente virtuosas y defender así su propia libertad de una manera
democrática; de hecho, históricamente ha sido la excesiva desconfianza a la
democracia, y no su opuesto, lo que ha dado lugar a formas totalitarias y
dictatoriales de gobierno, que por supuesto la lesionan y restringen: son
18 Señala en este sentido P. Rosanvallon que “la desigualdad es estructuralmente prolífica y, consecuentemente, políticamente tiende a transformarse en desigualdad destructiva” (Rosanvallon, 2015, p. 354). Véase el planteamiento de R. Saba (2016) sobre este tema de la desigualdad, quien lo analiza desde un punto de vista jurídico.
19 En este sentido hay que tener presente a Rousseau cuando afirma que “el soberano, no
estando formado más que de particulares que lo componen, no tiene ni puede tener interés contrario al de ellos; por consiguiente es imposible que quiera perjudicar a todos sus miembros” (Rousseau, 1958, p. 30-31).
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siempre dictaduras de la minoría, más que de la mayoría, las que incurren en
tales ordenamientos políticos.
En el marco teórico de la democracia deliberativa constituye siempre una
contradicción conceptual, o una autocontradicción performativa (en términos
de Apel), pretender negar discursivamente el autogobierno democrático: como
bien señalara Rawls en este sentido, la participación democrática de la
ciudadanía constituye siempre el mejor modo de defender las propias
libertades y evitar que las instituciones caigan en manos de quienes se
proponen dominar e imponer la propia voluntad a través del aparato del
Estado. (citado según Ovejero, 2005, p. 100-101) Precisamente esta fue
también la preocupación de De Zan aunque, y paradójicamente, filosófico-
políticamente expresada de una manera que, como el liberalismo, se orientó a
subrayar una y otra vez la necesidad de establecer las señaladas restricciones
formales de la soberanía popular. Sin embargo, no es posible analizar la
posibilidad de lograr un sistema político más democrático a través de
mecanismos que restrinjan la democracia.
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erasmus
Año XXII No 1- 2020
Artículos originales
enero - junio 2020
p. 67 - 90
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ISSN online: en trámite
(en línea: junio de 2020)
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(CC BY-NC-SA 4.0), https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/ 67
DIALÉCTICA Y HERMENÉUTICA:
SU RADICAL HISTORIZACIÓN EN TEXTOS DE JULIO DE ZAN
Dialectics and hermeneutics: its radical historicization in texts by Julio De Zan
Dialektik und Hermeneutik: seine radikale Historisierung in Texten von Julio De Zan
Adriana María Arpini
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas; Universidad Nacional de Cuyo (UNCUYO), Argentina
e-mail: [email protected]
Recibido: 31-03-2020 Aceptado:10-06-2020
Adriana María Arpini es Profesora, Licenciada y Doctora en Filosofía por la
Universidad Nacional de Cuyo (UNCUYO), Argentina, donde actualmente se
desempeña como Profesora de grado y posgrado. Es Investigadora Principal de
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) en las áreas
temáticas de la Filosofía Práctica y la Historia de las Ideas Latinoamericanas. Fue
directora de la Maestría en Estudios Latinoamericanos de la Facultad de Ciencias
Políticas y Sociales. Actualmente coordina la Especialización en Filosofía con niños y
jóvenes de la Facultad de Filosofía y Letras (UNCUYO), e integra el Comité académico
del Doctorado en Filosofía. Autora y compiladora de libros, capítulos de libros y artículos
en revista de circulación internacional. Dirige proyectos de investigación, tesis y becas.
Realiza actividades de extensión y vinculación. Sus libros publicados más
recientemente son: Filosofía, crítica y compromiso en Augusto Salazar Bondy, Lima,
Fondo Editorial del Congreso de Perú; Fragmentos y episodios. Expresiones del
pensamiento crítico de América Latina y el Caribe en el siglo XX, Mendoza, Qellqasqa
– Ediciones de la MEL, Secretaría de publicaciones FCPyS, UNCuyo, 2017. URL:
https://qell.files.wordpress.com/2018/04/fragmentos-y-episodios-arpini.pdf
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68
Cita sugerida: A. M. Arpini (2020). Dialéctica y hermenéutica: su radical historización
en textos de Julio De Zan. Erasmus. Revista para el diálogo intercultural 22(1), 67-90.
Resumen
Recorremos algunos trabajos publicados por Julio De Zan durante la primera mitad de los años ‘70, en el contexto de la emergencia de la Filosofía Latinoamericana de la Liberación, a fin de explorar su reelaboración e implementación de la dialéctica y de la hermenéutica para la comprensión y transformación de la situación histórica concreta del sujeto colectivo argentino y/o latinoamericano. Completamos el recorrido con el balance que el propio autor realiza en 2003, en un trabajo especialmente preparado para las Jornadas organizadas por la Fundación ICALA, donde tuvieron ocasión de reencontrarse muchos de quienes participaron de los debates iniciales de la Filosofía de la liberación. Sostenemos que De Zan radicaliza la historización de los procedimientos de la dialéctica y la hermenéutica con el fin de habilitar la comprensión de la diversidad y de las contradicciones de la experiencia histórica latinoamericana y argentina, de aquel momento y del presente, en vistas de la elaboración de alternativas situadas Palabras clave: Dialéctica; hermenéutica; filosofía de la cultura; filosofía política; liberación.
Abstract
We review some of the works published by Julio De Zan during the first half of the 1970s, in the context of the emergence of Latin American Liberation Philosophy, in order to explore its reworking and implementation of dialectics and hermeneutics for understanding and transformation of the concrete historical situation of the Argentine and / or Latin American collective subject. We complete the review with the balance that the author himself carried out in 2003, in the work specially prepared for the ICALA Foundation Conference, where many of those who participated in the initial debates of the Philosophy of Liberation had the opportunity to meet again. We affirm that De Zan historizes the procedures of dialectics and hermeneutics in order to enable understanding of the diversity and contradictions of the Latin American and Argentine historical experience, of that time and the present, in view of the elaboration of situated alternatives. Key words: Dialectics; hermeneutics; philosophy of culture; political philosophy; liberation.
Zusammenfassung
Wir gehen einigen der Werke nach, die Julio De Zan in der ersten Hälfte der 1970er Jahre im Zusammenhang mit der Entstehung der lateinamerikanischen Befreiungsphilosophie veröffentlichte; das Ziel ist die Untersuchung ihrer Aufarbeitung und Umsetzung der Dialektik und Hermeneutik zum Verständnis und zur Transformation der konkreten historischen Situation des argentinischen und/oder lateinamerikanischen kollektiven Subjekts. Wir schließen den Rückblick mit der Bilanz ab, die der Autor selbst im Jahr 2003 in der speziell für die Jahrestagung der Stiftung ICALA vorbereiteten Arbeit gezogen hat, an der viele der Teilnehmer an den ersten Debatten der Befreiungsphilosophie die Gelegenheit hatten, sich wieder zu treffen. Wir bekräftigen, dass De Zan die Verfahren der Dialektik und Hermeneutik historisiert, um die Vielfalt und die Widersprüche der lateinamerikanischen und argentinischen historischen Erfahrung von damals und heute im Hinblick auf die Ausarbeitung von situierten Alternativen verstehen zu können.
Schlüsselwörter: Dialektik; Hermeneutik; Kulturphilosophie; politische Philosophie; Befreiung.
Dialéctica y hermenéutica
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DIALÉCTICA Y HERMENÉUTICA:
SU RADICAL HISTORIZACIÓN EN TEXTOS DE JULIO DE ZAN
Adriana María Arpini
En América Latina, y particularmente en Argentina, la práctica filosófica
académica se consolidó durante la primera mitad del siglo XX en el marco de lo
que Francisco Romero (1952) dio en llamar “normalización filosófica”. Sin
embargo no tardaron en surgir voces disidentes que cuestionaron esa forma de
ejercicio filosófico. Se preguntaban por la función social de la filosofía, por el
modo en que se vinculan filosofía y política, filosofía y cultura; si acaso la filosofía
contribuye al esclarecimiento del presente, de las contradicciones de la vida y la
producción de los diferentes sectores sociales; si provee herramientas para
intervenir creadoramente sobre las condiciones de desigualdad, marginación y
opresión; si tal filosofar se elabora a partir de la situación histórica concreta de
los pueblos de nuestra América o si se satisface hilvanando conceptualizaciones
abstractas. En resumidas cuentas, los interrogantes apuntaban a elucidar ¿cómo
ha sido, cómo es, cómo debe ser el filosofar entre nosotros? ¿Cuáles son los
instrumentos de ese filosofar y cuál su finalidad? ¿Cuáles son sus fuentes, el
suelo nutricio donde abrevan sus expresiones? Todo ello en el contexto de los
procesos sociales y políticos, mundiales y regionales, de las décadas de los ’50,
’60 y ’70.
Un ámbito propicio para tales debates comenzó a gestarse desde fines de los
años ’60 y se profundizó durante la primera mitad de los ’70 a propósito de las
Jornadas Académicas de San Miguel, convocadas por la Universidad del
Salvador entre 1970 y 1975. En dichos debates, así como en los que continuaron
en las reuniones de Santa Rosa de Calamuchita, tomó cuerpo el movimiento de
la Filosofía Latinoamericana de la Liberación, que tuvo en el Segundo Congreso
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Nacional de Filosofía, realizado en 1971 en Alta Gracia, Córdoba, su primera
expresión pública en Argentina.
Participaron de dichas reuniones y debates jóvenes filósofos procedentes de
diversos puntos del país. A ellos se fueron sumando quienes compartían las
mismas preocupaciones en otros espacios de América Latina, contribuyendo a
la difusión del movimiento. Este pronto cobró fuerza en el continente a la par de
otras expresiones que le precedieron y/o acompañaron, como la Teología de la
Liberación, la Sociología de la dependencia, la Pedagogía del oprimido, la
narrativa latinoamericana, entre otras.1
Los desarrollos y posicionamientos adoptados por quienes intervinieron en los
debates iniciales de la Filosofía de la liberación quedaron plasmados en
publicaciones colectivas e individuales. Entre las primeras se destacan las
revistas Nuevo Mundo y Stromata, así como el volumen Hacia una filosofía de la
liberación latinoamericana (Buenos Aires, Bonum, 1973). En 1975 aparecieron
los dos primeros volúmenes de la Revista de Filosofía Latinoamericana. En ese
mismo año se publicó otro libro colectivo con el título Cultura popular y filosofía
de la liberación. Una perspectiva latinoamericana (Buenos Aires, García
Cambeiro, 1975). Algunas obras individuales de esta época son las de Arturo
Roig, Los krausistas argentinos (Puebla, Cajica, 1969), El espiritualismo
argentino entre 1850 y 1900 (Puebla, Cajica, 1972), de Enrique Dussel, Para una
ética de la liberación latinoamericana, volúmenes I y II (Buenos Aires, Siglo XXI,
1973), Método para una filosofía de la liberación (Salamanca, Sígueme, 1974),
de Rodolfo Kusch, El pensamiento indígena y popular en América Latina (Buenos
Aires, ICA, 1973), de Juan Carlos Scannone, Teología de la liberación y praxis
popular (Salamanca, Sígueme, 1976), de Carlos Cullen, Fenomenología de la
crisis moral. Sabiduría de la experiencia de los pueblos (Buenos Aires,
Castañeda, 1978), entre otras.
El análisis de estas producciones colectivas e individuales ofrece la
oportunidad de apreciar la diversidad de posiciones adoptadas por quienes
1 Para profundizar acerca del surgimiento y los desarrollos de la Filosofía de la liberación véase: Arpini (2010, p. 125-150; 2017, p. 157-196; 2019); Cerutti Guldberg (1983); Maddonni, González (2018a, 2018b).
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participaron de los debates durante los primeros años de los ’70. Si bien
compartían preocupaciones comunes, a diferencia de lo que a primera vista
pudiera parecer homogéneo, los desarrollos y propuestas surgidos del
intercambio cobraron matices muy diversos y hasta contrapuestos.2
Nos detendremos en esta oportunidad en el análisis de algunos trabajos
publicados por Julio De Zan en los volúmenes colectivos antes mencionados:
Hacia una filosofía de la liberación latinoamericana (1973) y Cultura popular y
filosofía de la liberación (1975), a fin de explorar su reelaboración e
implementación de la dialéctica y de la hermenéutica para la comprensión y
transformación de la situación histórica concreta del sujeto colectivo argentino
y/o latinoamericano. Así mismo contrastaremos esos posicionamientos iniciales
con el balance que el propio De Zan realiza en ocasión de las Jornadas
organizadas por la Fundación ICALA (Intercambio Cultural Alemán
Latinoamericano) en noviembre de 2003, bajo el lema “Libertad, solidaridad,
liberación”. Dichas jornadas se realizaron con el objetivo de reunir a quienes
participaron de los debates iniciales de la Filosofía de la liberación a fin de hacer
un balance y una actualización de sus contenidos fundamentales en la situación
histórica del momento, al cumplirse 30 años de la publicación del volumen Hacia
una filosofía de la liberación.
Cuando Julio De Zan comenzó a participar activa y entusiastamente en
aquellos debates era un joven profesor de filosofía, graduado de la Universidad
Católica de Santa Fe en 1964. Posteriormente obtuvo el título de Doctor por la
Universidad del Salvador. Se especializó en temas de ética y filosofía política.
Realizó estudios posdoctorales en Alemania bajo la dirección de Otto Pöggeler
en Bochum, y con Karl-Otto Apel y Jürgen Habermas en Frankfurt. Fue Profesor
en la Universidad Nacional de Entre Ríos y llegó a ser Investigador Principal de
2 Su examen detenido se ha iniciado recientemente, aunque se cuenta ya con valiosos estudios de conjunto: Beorlegui, (2004); Cerutti Guldberg (1997); Demenchonok (1990); Samour (2014); Solís Bello Ortiz et al. (2009); Ramaglia (2009); Fornet Betancourt (2004). Véase especialmente los trabajos publicados en la sección “Papeles de trabajo”, de los Cuadernos del CEL (Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de General San Martín) sobre “Filosofía de la liberación en su ‘Polo Argentino’. Aportes para una interpretación histórica y filosófica del período 1969-1975”, presentados por Marcelo González y Luciano Maddoni, a partir de 2017.
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CONICET. Se interesó por la renovación de los estudios filosóficos en América
Latina participando activamente en los debates sobre ese asunto en el marco de
la Filosofía de la liberación y comprometiéndose en cargos de gestión tanto en
la Universidad como en la Provincia de Santa Fe. Entre sus publicaciones,
además de importantes colaboraciones en publicaciones colectivas,
destacamos: Bases para la modernización de la estructura académica de la
Universidad (1971), Federalismo y filosofía política (1986), Libertad, poder y
discurso (1993), La filosofía práctica de Hegel. El trabajo y la propiedad en la
génesis de la Teoría del espíritu objetivo (2003b), La ética, los derechos, la
justicia (2004), La filosofía social y política de Hegel (2009), La gramática
profunda del ethos. Estudios sobre la filosofía moral de Kant (2013).
Gran conocedor de la filosofía moderna, especialmente de Hegel y de Kant,
pero al mismo tiempo interesado en los planteos de la hermenéutica ricoeuriana,
los desarrollos de De Zan en el marco de la liberación giran principalmente en
torno de proveer procedimientos de análisis para la comprensión de la cultura y
la política, apelando para ello tanto a la dialéctica como a la hermenéutica, pero
operando sobre ellas ajustes acordes con las necesidades de la situación cultural
nacional y latinoamericana en vistas de favorecer procesos de autoafirmación y
liberación. En lo que sigue nos ocuparemos de recorrer sus planteos y señalar
las torsiones que opera a fin de transformar a la dialéctica y a la hermenéutica
en procedimientos operativos en la situación cultural histórica concreta de la
Argentina y Latinoamérica de aquellos años y del presente.
Los usos de la dialéctica
En un trabajo titulado “La dialéctica en el centro y en la periferia”, Julio De Zan
se propone mostrar que la forma dialéctica tal como se encuentra en la
experiencia de la cultura dominante –cuya fenomenología ha sido desarrollada
magistralmente por Hegel– no se puede utilizar en nuestra situación periférica
de dependencia porque produce un efecto contrario. La crítica descubre una
radical inversión del sentido de la dialéctica. Tal inversión se aparta de la
debatida inversión de Marx; antes bien, ella exige un replanteo del método mismo
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en función de las diferencias de objeto y de las condiciones de marginalidad y
dependencia de la totalidad latinoamericana. “A nosotros –dice– la dialéctica nos
plantea un problema mucho más serio y profundo: cómo el arma del dominador,
creada para dinamizar su propio mundo y suprimir sus contradicciones
inmanentes manteniendo (Aufhebung) su potencia imperial, puede ser utilizada
creativamente en el ámbito periférico” (De Zan, 1973, p. 107).
La fenomenología es, según Hegel, la experiencia que la conciencia del
individuo va haciendo a partir de la conciencia común y de la certeza sensible
hasta elevarse a sí misma a la ciencia. Esta misma experiencia se presenta en
el proceso histórico de autoelevación de los pueblos desde la esclavitud hacia la
libertad. La verdad se encuentra en el todo, no sólo en el resultado del proceso.
El todo es inmanente a cada uno de sus momentos y está ya al comienzo, ya
que la totalidad del proceso está dominada por una teleología inmanente.
Resulta, entonces, que la dialéctica, en la versión hegeliana, sólo puede
funcionar sobre la base inmanente de la metafísica de la identidad, característica
del idealismo alemán. “La dialéctica hegeliana y su concepto de mediación salva
a la metafísica inmanentista de la pura tautología, del absoluto indiferenciado,
pero esta concepción de la dialéctica solamente puede tener sentido en el
contexto de dicha metafísica” (De Zan, 1973, p. 111).
En América Latina, en cambio, esa filosofía contribuye a que se despierte la
misma ‘forma’ de autoconciencia histórica, pero el contenido y el dominio de la
historia no nos pertenecen. Sucede, entonces, que en lugar de favorecer la
autoproducción del sujeto (el sujeto de la historia que es el espíritu de un pueblo),
dicha conciencia está bajo la dominación exterior, con lo cual, bajo la forma de
autoconciencia, se cae en la enajenación más radical. (De Zan, 1973, p. 112)
La crítica marxista a la dialéctica hegeliana echa las bases de una concepción
materialista de la historia, que al superar el carácter especulativo de la dialéctica,
deviene un método eficaz para la transformación de la existencia social. Sin
embargo, al mantener la creencia en una teleología inmanente a la totalidad del
proceso histórico corre el riesgo de producir una mistificación de la dialéctica.
Estos supuestos teóricos pueden llegar a tener las más funestas consecuencias,
pues la confianza en “La Historia” puede ser una forma de enajenación por la
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cual los hombres políticos transfieren su iniciativa, su capacidad creadora, su
responsabilidad y lucidez intelectual a una totalidad impersonal. Así, bajo
abstracciones ideologizadas –“el pueblo, la clase, la historia”– se termina por
reforzar a los agentes reales de la dominación. (De Zan, 1973, p. 115) Para De
Zan cabe sospechar del principio de inmanencia, de la totalidad cerrada, de la
circularidad del concepto. En su lugar emerge una multiplicidad irreductible, que
articulada en una estructura de complejas y profundas relaciones, no puede ser
disuelta por el método dialéctico. Se trata de una sospecha radical de
dominación: “Nosotros –dice– que reflexionamos desde un mundo situado en la
periferia, en una provincia marginal de la historia y la cultura universal, (…) no
podemos confiar que la emersión de nuestro propio ser acontezca a nuestras
espaldas, por una espontánea virtud dialéctica. A nosotros nos queda la
sospecha de que detrás nuestro, lo que se esconde todavía es algún nuevo
rostro del dominador, y el nuevo mundo que habrá de nacer por la pura y simple
fecundidad de la negación determinada será también todavía una nueva forma
de la misma dominación que nos mantiene en dependencia” (De Zan, 1973, p.
117).
En resumen, la sospecha de De Zan se dirige contra la pretendida
universalidad de la ‘forma’ dialéctica considerada en abstracto. Señala la
imposibilidad de escindir la forma de su contenido histórico y de trasplantarla sin
más, como mero método, para el análisis de contenidos y procesos ajenos. Si
es posible mantener la fecundidad de la dialéctica, han de tomarse recaudos que
atiendan a razones históricas y prescindan del supuesto de la inmanencia. Ello
implica una transformación de la dialéctica en relación con la historicidad y
diversidad de los procesos que busca comprender. Otro tanto sucede con la
hermenéutica. Ambas alternativas son desarrolladas, como veremos, a propósito
de una “filosofía de la cultura”.
Dialéctica y hermenéutica a propósito de una Filosofía de la cultura
En su extenso artículo de 1975, “Para una filosofía de la cultura y una filosofía
política nacional”, Julio De Zan se propone estudiar problemas propios de los
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pueblos dependientes en la empresa política de superar estructuras coloniales y
asumir la construcción de su futuro histórico. Para ello comienza analizando el
concepto de cultura tal como es tratado por la antropología y la filosofía de la
cultura. De acuerdo con las caracterizaciones más frecuentes de la época señala
como componentes de la cultura: el sistema de símbolos, el de los útiles y las
estructuras sociales que normalizan las relaciones entre individuos y grupos. El
conjunto de estos elementos presenta una estructura que tiene carácter de
“totalidad dialéctica”. Pero se trata de una totalidad abierta en un doble sentido:
por una parte, abierta hacia adentro, es decir hacia los seres humanos que por
su mediación se objetivan y realizan históricamente y, a su vez, la trascienden
en acciones de innovación, transformación y autosuperación; por otra parte,
abierta hacia la exterioridad de otras culturas, pasadas o presentes, por la
comprensión y el diálogo, pero también, muchas veces, por la alienación –o falsa
identificación con modos de ser ajenos– y la dominación cultural.
En un análisis de mayor profundidad advierte que junto a la dialéctica
inmanente, por la cual la vida y las formas culturales se alteran desde adentro
gracias a procesos de innovación, creatividad y comprensión que transforman su
propia estructura, se desarrollan procesos de otro tipo, por los cuales las formas
culturales parecen adquirir vida propia, a la manera en que la mercancía, según
Marx, adquiere el carácter de fetiche. Se entabla así una dialéctica entre lo nuevo
y lo viejo, entre el espíritu y sus propias objetivaciones que lo enfrentan como si
fueran cosas independientes. De Zan repara en la doble posibilidad que surge
de la divergencia entre la actitud fundamental del sujeto y el significado objetivo
de la forma cultural. En dicha tensión, o bien se impone la forma objetiva, o bien,
en virtud de la actividad comprensiva del sujeto, se deshace el poder de
convicción del significado objetivo, dando lugar al triunfo de la vida sobre la forma
imperante. Ahora bien, esta descripción, señala De Zan, permanece encerrada
en el circuito de una dialéctica según la cual las contradicciones se resuelven, a
la manera hegeliana, en la inmanencia de la totalidad cerrada. Tal esquema
conceptual es insuficiente para elaborar el problema de la destrucción de las
formas, es decir, el problema de la revolución en sentido filosófico cultural. Para
ello es preciso recurrir a una dialéctica de la praxis. No obstante, entre los polos
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de inmanencia y revolución, es conveniente y necesario disponer de una “teoría
del cambio de sentido”, porque las revoluciones no se producen todos los días,
mientras que los desplazamientos de sentido, encubiertos bajo las mismas
formas, a veces operan, de forma cotidiana e inadvertida, una transmutación total
de la existencia: “Aparentemente nada cambia porque las mismas
configuraciones anteriores se mantienen, pero de pronto el hombre se siente
transportado a ‘otro mundo’ (…) Por un proceso de ‘vaciamiento de sentido’ las
formas han sido ‘reinterpretadas’, ya no vive en ellas el espíritu que las había
cristalizado, no remiten a su significación originaria más profunda, sino que esa
línea de sentido ha sido seccionada en cierto estrato, más allá del cual queda
clausurada, pues su comprensión ya no se actualiza en esa, sino en otra
dirección” (De Zan, 1975, p. 92).
Por otra parte, las culturas están abiertas a la exterioridad de otras culturas,
con las que se encuentran en constante interacción. Sin embargo, según razona
Ricoeur (1955), el descubrimiento de la pluralidad de culturas no es jamás un
ejercicio inofensivo. Desde el momento que descubrimos que hay múltiples
culturas y no una –la nuestra–, nos hallamos amenazados de destrucción. Pero
este es el razonamiento de un europeo. “A nosotros –dice De Zan– el problema
se nos plantea de forma mucho más compleja, aunque quizá menos dramática”
(De Zan, 1975, p. 93). Por una parte, nuestras élites intelectuales europeizadas
suelen tomar más en serio que los propios europeos la presunta universalidad
de la cultura y tienden a permanecer cerrados en un dogmatismo intemperante.
Por otra parte, quienes se insertan en corrientes de pensamiento crítico, sin
establecer vínculos con la riqueza cultural de su propio pueblo, corren el riesgo
de caer en el escepticismo y el nihilismo radical. Ambos riesgos pueden, no
obstante, ser superados si se parte de la situación real del auténtico ser ante el
diálogo de culturas, mediante relaciones fecundas y enriquecedoras. Sin
embargo tales relaciones no siempre se resuelven en sentido positivo,
especialmente si son resultado de sucesivos procesos de colonización y
dominación.
Pero no basta con describir tales procesos, es menester explicarlos. Para ello
De Zan distingue dos niveles en la cultura: 1) La praxis y la experiencia histórica
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constituyen la base que va configurando en los integrantes de un pueblo una
forma de valorarse y comprenderse a sí mismos, a los otros y a la naturaleza. A
ese núcleo de sentido se alude con el término ethos de un pueblo. 2) Los diversos
sistemas que constituyen las formas de la cultura. Dado que la cultura es una
totalidad estructurada, a la manera de un universal concreto y dialéctico, pero
histórico, con cada retorno a la unidad se produce una novedad. Ella constituye
la realización que el ethos alcanza en cada momento de la historia del pueblo, y
es la mediación por la que se objetiva y adviene a la comprensión para sí mismo
y para los otros pueblos.
Nuestro autor considera que mediante la apelación al método dialéctico y al
concepto de estructura dialéctica de la realidad, Hegel aportó un desarrollo
clarificador de lo que ha dado en llamarse “espíritu de un pueblo”. Sin embargo,
desde una peculiar interpretación de la dialéctica, radicalizando su historicidad,
señala que dicho espíritu no es una abstracción sintética construida por el
historiador o el filósofo en su afán de interpretar el perfil de una época, sino que
es un principio ontológico. Es decir, una realidad supraindividual, universal y
concreta, existente en y por los individuos de un pueblo, que hace de la multitud
un sujeto histórico, “una comunidad nacional que se organiza en un Estado y se
despliega en el tiempo como sujeto de una historia” (De Zan, 1975, p. 101). La
filosofía de la cultura nacional –afirma– ha de rescatar lo valedero de la intuición
hegeliana a fin de estudiar dicha cultura como objeto de una ontología especial,
sin olvidar que se trata de un ser histórico social. La dialéctica es entendida aquí
no sólo como una estructura lógica que permite comprender el devenir, sino que
se reconoce también la historicidad del propio proceso dialéctico. Reconocemos
en esta caracterización el esfuerzo de construcción de una ontología histórica y
dialéctica.
Otro aporte teórico metodológico para el estudio de la cultura nacional es
apropiado por De Zan a partir de la filosofía trascendental kantiana. En efecto,
una cultura puede ser considerada como “un a priori de visión del mundo”,
“estructuras válidas y esenciales del mundo objetual que hacen posible la
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realidad en el sentido de una constitución”.3 Aunque aclara que no se trata de un
a priori de la razón pura, sino de la razón histórica, que resulta de una
“transposición analógica” del método kantiano. Max Scheler es quien desarrolla
sistemáticamente la formación de este a priori y su función en la constitución de
la cultura como pieza fundamental de su gnoseología y de su concepción
axiológica. Según este filósofo, las esencias objetivas son dadas a priori
mediante la intuición eidética o esencial –que se diferencia de la intuición
empírica–. Una vez adquirido el contenido objetivo por el sujeto, este a priori
pasa a desempeñar “una función en cierto modo formal en cuanto regula el
posterior desempeño del conocimiento, (…) lo que comenzó siendo una cosa
pensada se convierte en ‘forma’ de pensar” (De Zan, 1975, p. 104). La
fecundidad del planteo scheleriano permite a De Zan ir más allá, mediante una
torsión que coloca el planteo en el terreno de la historia, haciendo posible afirmar
que: “Las intuiciones esenciales se obtienen a partir de la experiencia en el
mundo concreto de los hechos, o mejor, para usar la expresión de Husserl, en el
‘mundo de la vida’; pero como ese mundo no es el mismo para todos los
hombres, como varía especialmente para distintos pueblos cuyas experiencias
históricas son diferentes, el cuerpo de comprensiones esenciales que ellos se
forman deberá ser también diferente” (De Zan, 1975, p. 104).
La experiencia del mundo de la vida es un factor de diversificación, al que hay
que agregar el que procede de la inabarcable naturaleza de las realidades
esenciales mismas, que habilitan diferentes perspectivas de comprensión. Ello
implica la negación de la estabilidad de la razón y del principio lógico de
identidad. Más no se trata –aclara De Zan– de caer en el extremo de la
equivocidad que hace de las culturas mundos herméticos e inconmensurables.
Una adecuada comprensión del ‘a priori funcional’ permite advertir que se trata
de la vida del espíritu, en la dimensión lógica, tanto como en la dimensión ética
y la afectivo-emocional, que favorecen su crecimiento, no por herencia, sino por
tradición. Esto es que mediante el desarrollo de nuevas funciones y aptitudes,
se enriquece la estructura básica del espíritu. Al contrario, sostener la univocidad
3 De Zan se vale de la propuesta de Hans Freyer (1973) y de Max Scheler (1949).
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de la razón y la invariancia de sus formas, constituye una ingenuidad sostenida
por ciertos filósofos de la historia –v. gr. Hegel– que permanecen encerrados en
cierto provincialismo cultural llamado ‘europeísmo’. (De Zan, 1975, p. 107)
De Zan atiende a la radical historicidad y diversidad de los procesos y
productos de una cultura, así como a las condiciones históricas en que se
constituyen las categorías que luego son puestas como a priori funcionales para
su comprensión. Opera de este modo una historización de la dialéctica y una
diversificación de las estructuras formales de la interpretación, las cuales
habilitan ejercicios de la dialéctica y la hermenéutica que exceden los marcos de
la lógica de la identidad y del principio de tercero excluido.
Los desarrollos precedentes permiten a nuestro autor afirmar que la razón
crece o involuciona tanto en sus formas y principios funcionales como en su ser
mismo. Tales enriquecimientos o empobrecimientos se realizan a partir de las
experiencias históricas concretas de los pueblos. La funcionalización de tales
procesos diversifica, amplía y especializa las estructuras apriorísticas de la
razón. Esta historización de las formas del conocer y del obrar provoca que las
culturas se diferencien no solamente por la variedad de estilo de sus formas, sino
por la diversidad de formas de racionalidad y de funciones estimativas que están
a su base, los cuales hacen posible otros tantos horizontes de comprensión, y
constituyen formas o tipos diversos de humanidad. El razonamiento conduce a
los siguientes corolarios:
1) “Cuando una determinada humanidad es destruida por la
violencia de la dominación que le impone patrones culturales extraños,
la integralidad de lo humano queda irreparablemente empobrecida
porque se ha cegado la fuente de sentido, se ha perdido la clave
hermenéutica viviente de lo que sólo ella podía practicar creativamente,
descifrar y comunicar en toda su profunda originalidad” (De Zan, 1975,
p. 107-108).
2) “Las ‘formas de ver y de pensar’ son propias y diferentes de
cada pueblo y de cada cultura, ellas también ‘se forman’ a partir de
situaciones objetivas en las que se halla inmerso el sujeto, como
resultado de la sedimentación de muchas experiencias anteriores que
van abriendo (…) la comprensión de ciertas dimensiones de la
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existencia y de ciertos valores que forman el horizonte o mundo de
sentido que es propio de cada pueblo, el sistema de sus ‘intuiciones
esenciales’ (…) las que una vez adquiridas se transmiten como
categorías a priori, funcionan como pautas o criterios de interpretación
de los hechos y de los procesos ulteriores. (…) Son formas a priori de
la razón histórica que configuran en cada pueblo la estructura básica
de su «conciencia nacional»” (De Zan, 1975, 108).
La radicalización de la dialéctica mediante la historización de los procesos de
apertura al mundo, se completa con un esfuerzo de interpretación. Ahora bien,
el análisis hermenéutico requiere de otro planteo. Para ello De Zan retoma
categorías elaboradas por Paul Ricoeur. Para que el análisis no permanezca en
el nivel de una descripción superficial es necesario contar con un método capaz
de descifrar las imágenes y los símbolos que constituyen el fondo cultural de un
pueblo, es decir su ‘núcleo ético-mítico’. Mas, dado que el punto de partida de
toda interpretación es la ambigüedad del símbolo, no es posible eludir el ‘conflicto
de las interpretaciones’. En efecto, el sentido de un símbolo no remite en forma
inmediata a la cosa, sino que remite a una arquitectura del sentido que implica
relaciones entre diferentes planos del mismo, es decir, relaciones de sentido a
sentido. De Zan elabora el problema de la siguiente manera: si se parte de la
hipótesis de que hay continuidad de sentido entre ambos planos, y en el segundo
nivel el sentido se despliega en multiplicidad de imágenes y símbolos, entonces
la tarea hermenéutica consiste en la ‘restauración del sentido’ como
manifestación del núcleo ético-mítico. Si en cambio se produce una ruptura entre
niveles de sentido, la ambigüedad se torna radical equivocidad. En este caso
cabe apelar a una hermenéutica de la sospecha o de la denuncia, que tiende a
reducir las ilusiones, a desmitificar la cultura y a desenmascarar la falsa
conciencia, siendo indispensable atravesar este proceso como momento crítico
negativo, que permite apartar los obstáculos y retomar las fuentes de la cultura.
“De acuerdo con el enfoque hermenéutico –dice De Zan–, el sentido inmediato
y obvio de todas las manifestaciones históricas de la vida de un pueblo, encubre
siempre, en las formas y en las determinaciones concretas de sus objetivaciones
culturales, una segunda significación más profunda; convenientemente
interpretadas estas manifestaciones aparecen como los diversos síntomas que
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remiten a un mismo trasfondo de sentido subyacente; más allá de su sentido
propio los signos adquieren entonces un valor simbólico (…). El método
hermenéutico permitirá de esta manera el develamiento del ‘sentido nacional’
subyacente en ese sistema de símbolos que son todas las manifestaciones
socio-culturales del pueblo” (De Zan, 1975, p. 111). Semejante trabajo
hermenéutico, riguroso y paciente, es necesario para avanzar hacia la
autoidentificación y arraigo nacional, especialmente en los países coloniales. Sin
embargo no es esperable que el resultado de dicho trabajo pueda fijarse en
fórmulas o definiciones del lenguaje racional, porque el ethos de un pueblo vivo
y actuante en la historia es una actitud pre-racional, más vivida que sabida, que
se manifiesta fragmentariamente en sus realizaciones.
En síntesis, a partir del reconocimiento de la dimensión ontológica de la
cultura, y mediante una reformulación de la dialéctica y de la hermenéutica –en
orden al reconocimiento de la radical historicidad y diversidad de la razón y de
las formas simbólicas–, ambas como métodos para la comprensión de la realidad
nacional, la filosofía de la cultura tiene un papel fundamental en vistas de “poder
actuar intencional y lúcidamente” sobre esa realidad, a fin de redescubrirla y
reconstruirla en su autenticidad; y en este sentido aportar a la liberación de las
potencias socio-históricas que la oprimen.
De acuerdo con los desarrollos precedentes, cabe afirmar que el ethos se
configura a través de las experiencias socio-históricas de un sujeto colectivo, a
lo largo de su existencia en el tiempo, en una determinada geografía, en
conexión con el sistema de instrumentos disponibles, que condicionan las formas
de organizar la vida y el trabajo, las formas de producción, la estructura social y
los procesos de su historia política, así como su relación con otros pueblos,
amigos o enemigos, frente a los cuales se afirma como distinto. Todas estas
variables, puesto que son diferentes para cada pueblo, se van configurando
como una “individualidad histórica diferenciada”, no susceptible de extrapolación
metafísica, ni de reducción biológicista.
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Así constituido, el ethos es transmitido de generación en generación, porque
la cultura es ‘tradición’.4 Pero no como pieza de museo, sino como algo vivo y
dinámico, porque no es sólo memoria del pasado, sino posibilidad abierta al
futuro, es decir ‘proyecto histórico fundamental’, que se juega en la tensión entre
libertad y necesidad. Tensión que es también “la fuente de toda innovación y de
toda revolución”, porque una revolución auténticamente popular “emerge desde
el fondo de la historia y de la tradición y tiene siempre un profundo sentido de
‘restauración’ o de ‘reconstrucción’” (De Zan, 1975, p. 116). Ambos términos
están presentes en las interpretaciones del sentido nacional, y ambos son
necesarios en un proceso revolucionario que sea radicalmente liberador. El
primero en cuanto dicho proceso ha de partir de una afirmación del sentido
nacional y el segundo en cuanto es necesario el momento crítico capaz de
discernir entre la tradición y los pseudovalores sostenidos por el tradicionalismo
de la dominación colonial y clasista.
En cuanto sentido de la vida de un pueblo, el ethos mantiene una relación de
exterioridad respecto del sistema, puesto que desborda las objetivaciones
cristalizadas que tienden a fijar el dinamismo mediante sutiles procedimientos de
vaciamiento de sentido. Desde la resistencia a tales objetivaciones emergen
fuerzas impulsoras del cambio que hacen surgir lo nuevo en la historia. La
“realidad que aquí aparece (…) no es otra cosa que la presencia de la masa del
pueblo mismo” (De Zan, 1975, p. 119). Sin embargo, no se trata de una ingenua
sobrevaloración de la clarividencia de las masas, ni menos aún de caer en un
reduccionismo clasista. De Zan se vale del pensamiento de Hernández Arregui,
quien lo explica de la siguiente manera: “Mientras la clase obrera no escale la
conciencia de su poder político quedará reducida a mera posibilidad
revolucionaria. Las bajas condiciones de vida sumen, por un lado, a las clases
trabajadoras de los países coloniales en la cultura profunda y emocional
4 Es necesario diferenciar entre tradición y tradicionalismo. Mientras que este último es una ideología conservadora de las formas, practicada por las clases dominantes que han sacralizado un sistema de producción y objetivado relaciones de explotación de masas, la primera es la memoria de los padecimientos y luchas de un pueblo, de la experiencia acumulada en las prácticas de resistencia, de sus valores y su sabiduría, que surgen con renovada vitalidad en cada coyuntura. (De Zan, 1975, p. 117)
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colectiva, pero al mismo tiempo estrechan su horizonte mental de clase. Sólo la
integración de la tradición con los conocimientos científicos da por resultado la
conciencia nacional revolucionaria, que es afirmación del país tanto como
progreso de la humanidad (…) Los potentes restos irracionales de la cultura (…)
deben organizarse en ideología política sobre los fundamentos de las tradiciones
colectivas” (Hernández Arregui, 1973, p. 214).
Así pues, en un intento de eludir tanto la ingenua visión romántica de la
sabiduría popular como los conceptos de clase estereotipados por el catecismo
marxista, De Zan apela a los conceptos de «conciencia nacional» e «ideología
nacional». La primera consiste en “la identificación con los verdaderos intereses
nacionales del pueblo y con su proyecto histórico de liberación”. La segunda es
“la interpretación y valoración de las cosas, así como la iluminación y proyección
estratégica de la práctica política del pueblo, desde esa conciencia nacional, en
función con los intereses nacionales” (De Zan, 1975, p. 120). Se trata de una
conciencia situada de la ‘verdad’ y el ‘bien’, no abstractos ni absolutos, sino en
el sentido humano concreto de un espacio y un momento históricos
determinados. De modo que la ideología nacional tiene su fuente en el ethos y
en la conciencia nacional, pero no se desarrolla espontáneamente, sino como
resultado de un trabajo intencional, metódico y crítico-reflexivo, que habrá de
contrastarse y corregirse permanentemente, a partir del reconocimiento de su
finitud y de su existencia diferenciada respecto de otros pueblos, con los que se
encuentra en relación no excluyente. Dicho trabajo reflexivo es la tarea de una
filosofía situada que aspira a la liberación.
¿Cómo encarar, a partir de estas conceptualizaciones, el problema de la
dominación neocolonial? Según el razonamiento de nuestro filósofo, del mismo
modo que cabe diferenciar entre dos niveles de la cultura, cabe también distinguir
dos niveles de la penetración colonial. El primero se produce cuando un pueblo
es despojado de sus formas culturales mediante la destrucción de sus
instituciones tradicionales, es reducido, así, al ‘silencio’: “una cultura muda, que
ya no habla, ni para sí, ni para los otros” (De Zan, 1975, p. 122). El segundo
acontece cuando el pueblo ve deformado su modo de ser, debilitado su ethos,
por deculturación, esclavización o avasallamiento hasta ‘perder su identidad’:
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“Como decía Hegel, la sustancia ético-política de esa humanidad queda
suplantada por el frío esqueleto de las relaciones meramente jurídicas” (De Zan,
1975, p. 123). La destrucción del ethos de un pueblo es la condición para
imponerle la forma de una factoría o colonia. Acontece la pérdida de los lazos de
solidaridad, la desintegración social y la prevalencia de los intereses egoístas.
En ambos casos se pone en evidencia la sólida relación entre los conceptos de
pueblo y cultura.
Ahora bien, “pueblo” es una categoría esencialmente política. Así lo entiende
también Carlos Astrada cuando afirma que “El pueblo, cuando existe
políticamente de verdad, es siempre una natura naturans que cohesiona una
comunidad y un Estado, que es lo naturato. El pueblo, cuando lo es, protagoniza
siempre la evolución o la revolución económica, social y política y así crea sus
propias estructuras dentro de las que ha de encauzar su vida y sus
realizaciones”. La ambigüedad del concepto se despeja –afirma Da Zan– cuando
se lo define como categoría política, es decir “como unidad histórica (entendida
como totalidad dialéctica) solidaria y dinámica en pos del objetivo político
fundamental de realizar la existencia en común” (De Zan, 1975, p. 125). Tal
objetivo adquiere en cada situación histórica la forma de un proyecto político, y
al mismo tiempo antropológico, por cuanto el pueblo es el sujeto histórico del
mismo, que lo transmite y enriquece de generación en generación, en sucesivas
interpretaciones y reformulaciones; aunque siempre al filo del riesgo de su
deformación o traducción incorrecta, y aún de las opciones que responden a
intereses que lo contradicen.
En el caso de los argentinos, es evidente –según De Zan– que se trata de
“algo más que una muchedumbre coexistente bajo estructuras político-jurídicas
formales”. Cabe diferenciar entre “el país legal (formal) y el país real, entre la
cultura ilustrada de las élites y la cultura popular, la colonia próspera y la nación
marginada” (De Zan, 1975, p. 129). Sin embargo, no se trataría de dos
Argentinas, sino de segmentos de cultura heterogéneos, superpuestos y en
pugna en el contexto de una modernización refleja y de una pseudocultura
cosmopolita. Si no es posible una síntesis integradora, ni tampoco una reacción
espontánea y destructiva, al menos es posible pensar un cambio de sentido que
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conserve los materiales e instrumentos teóricos para repensar y reconstruir la
cultura nacional.
La historia hispanoamericana muestra que las culturas sumergidas atraviesan
diferentes estadios: el ‘estadio ético’ de resistencia frente al reordenamiento
neocolonial de la modernización refleja; el ‘estadio estético’ en que se juega la
capacidad adivinatoria de poetas y artistas para interpretar el sentido profundo
de la humanidad sumergida y objetivar el contenido axiológico del proyecto
fundamental de su existencia; finalmente el ‘estadio crítico’ en que por mediación
de la reflexión se logra la autovaloración y autoafirmación del pueblo como sujeto
histórico que formula y concreta su propio proyecto. En este sentido De Zan
recupera el concepto de “cultura popular como práctica política del pueblo” (De
Zan, 1975, p. 136) y de filosofía de la liberación en cuanto reflexión crítica sobre
su propia constitución ontológica y axiológica.
Treinta años después
En el texto de 2003 (De Zan, 2003a), preparado especialmente para el
encuentro de Río Cuarto, De Zan recuerda las conversaciones filosóficas de
Santa Rosa de Calamuchita, que se prolongaban durante todo el día, desde el
desayuno hasta varias horas después de la cena. Hegel, Marx, Heidegger,
Marcuse, Althusser, Levinas, Ricoeur, entre otros estaban presentes en esas
conversaciones, junto a pensadores latinoamericanos, especialmente Leopoldo
Zea y Augusto Salazar Bondy, cuyas posiciones acerca de la existencia o no de
una filosofía auténtica y original de/en América Latina fueron larga y
apasionadamente discutidas. Para quienes participaban de los debates, no era
la filosofía sólo un medio de trabajo, a la motivación teórica se sumaba el
convencimiento de que “la filosofía debía jugar un rol significativo en el proceso
histórico de las luchas de liberación de los pueblos” (De Zan, 2003a, p. 29). Para
ello era preciso reconstruir un nuevo concepto de filosofía, recuperar su sentido
originario, liberándose del sesgo europeísta, descontextualizado y academicista.
Frente al universalismo abstracto que se transmitía desde la cátedra
universitaria, no oponían un particularismo, sino otro universalismo concreto, el
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de la justicia y la liberación. Pero esas aspiraciones fueron abruptamente
canceladas a partir del giro político producido tras la muerte de Perón. Sobrevino
el exilio exterior e interior, el amordazamiento de la filosofía. (Arpini, 2018)
El retorno a la democracia, en 1983, no significó sin embargo –según afirma
De Zan– una recuperación inmediata del movimiento de la Filosofía de la
liberación. El mundo había cambiado, y también la política. La sensibilidad
posmoderna de las últimas décadas el siglo acentuaba la percepción de la
diferencia y de la alteridad, pero trasladando su afirmación desde el plano de los
sujetos colectivos y la cultura, hacia el ámbito de lo privado y de la vida de los
individuos. Ello se traducía en el ámbito de la política en la consolidación de las
elites y la adopción de formas corporativas y feudales. “La comprobación de
estas deformaciones antidemocráticas –dice– me ha llevado a tomar distancia
de la política en la segunda mitad de los ’90 y a desarrollar en diversas
publicaciones (…) una crítica cada vez más severa y radical del actual régimen
de partidos y del funcionamiento de las instituciones de la República” (De Zan,
2003a, p. 36). La recuperación de la democracia, de los derechos y las libertades
negativas fue valorada positivamente frente a los horrores de la década anterior,
pero al mismo tiempo significaban la marginación del discurso de la liberación,
de la transformación social y política y de la democracia radical. La ‘democracia
real’ distaba de comparecer con la idea normativa de una democracia donde el
poder político deriva del generado comunicativamente en la base social. En tales
condiciones, frente a una clase política que transforma la democracia en una
“aristocracia electiva y vitalicia”, afirma la necesidad de defender los derechos
inviolables del ciudadano y la autonomía de la sociedad civil. Estos
posicionamientos son ampliamente desarrollados y fundamentados en sus
escritos de los años ’90 y primeros del 2000. (De Zan, 1993, 2002)
Sin embargo, con el comienzo del nuevo siglo nuestro autor vislumbra que
algo diferente se está poniendo en marcha en la historia nacional, que reaviva la
memoria de lo que había quedado suspendido en los ’70. Pero las condiciones
no son las mismas, ni lo son el discurso ni las estrategias disponibles. Se hace
necesario, dice De Zan “la identificación correcta de cuáles son los actuales
enemigos políticos de los intereses generales de la sociedad, de descubrir cuáles
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son los nuevos caminos de liberación en el contexto actual de la obsolescencia
de las viejas formas de la estatalidad y de la emergencia de la trama cada vez
más densa de la globalización, y de encontrar cuáles son los posibles aliados en
la construcción de un nuevo poder democrático para la liberación y la inclusión
social y política” (De Zan, 2003a, p. 38). Esta son las tareas de las que ha de
hacerse cargo también la filosofía, incluso aquella que se practica en los ámbitos
académicos y que ha alcanzado altos niveles de especialización profesional y
sutileza argumentativa.
La reflexión sobre la consigna “¡que se vayan todos!” de las movilizaciones de
diciembre de 2001 y del no-voto o voto negativo en las elecciones generales, es
según nuestro autor un arma poderosa del pueblo, es su contra-poder o la fuente
de otro poder. Frente a la oquedad del discurso hegemónico esa expresión
popular exige de los intelectuales “reanudar con nuevas categorías el viejo
discurso de la liberación”, pues “la idea y las luchas de liberación del hombre y
de la sociedad no han caducado (…) cobran formas nuevas y diferentes en cada
coyuntura y en cada época (…) seguirán teniendo significación mientras existan
formas de dominación y de exclusión, es decir mientras estemos en la historia”
(De Zan, 2003a, p. 40). Consecuentemente De Zan recupera algunas ideas que
fueron convocantes en los ’70, que vuelven a plantearse en la crisis del 2001 y
que no han perdido vigencia en el 2020. Esas ideas son:
1) La idea de revolución, que debe ser recuperada por el
pensamiento democrático, en el sentido de “nuevo comienzo o
regeneración de lo político” a fin de conectar el poder con sus fuentes
de legitimidad en la voluntad popular, con la posibilidad de los
ciudadanos y de los pueblos de decir que no, de pensar instituciones
más democrática, justas y libres.
2) La construcción de un poder político participativo, que conlleve el
objetivo de la lucha contra la pobreza y la marginación, y se oponga a
la violencia sistémica que anula al otro, lo excluye. Siendo tal exclusión
“el concepto mismo de la muerte”.
3) La aparición en el espacio público de nuevas subjetividades
sociales y políticas que, a pesar de sus ambigüedades, ejercen de
manera directa un poder que cuestiona, desde la exterioridad, como
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pueblo o sociedad civil, al régimen de dominación y exclusión,
“haciendo valer el principio de ciudadanía como lugar originario del
poder político democrático”.
“Hoy sabemos –dice nuestro autor– que la liberación no es un ‘acontecimiento’
que podamos esperar o producir nosotros mismos en un momento dado, sino un
sentido y una meta de toda la historia humana” (De Zan, 2003a, p. 45).
En síntesis
A través del recorrido por los textos seleccionados hemos podido apreciar que
De Zan construye sus categorías de la filosofía política y de la cultura, tanto las
analíticas como las proyectivas, a partir de considerar la radical historicidad de
los procesos sociales y culturales.
Al mismo tiempo denuncia el trasplante sin crítica de metodología y conceptos
de la filosofía del centro a la periferia. Así lo hemos visto a propósito del ejercicio
de la dialéctica y de la hermenéutica. Porque, por un lado, se refuerza la lógica
de la identidad inmanente al sistema produciendo situaciones de mayor
dependencia; y por otro lado, la apelación a un concepto abstracto de cultura
promueve valores cristalizados y vacíos de sentido, incapaces de traducir el
ethos vivo del pueblo.
Su esfuerzo reflexivo y crítico apunta a reconocer, en la base de todo intento
de comprensión política y cultural, la historicidad y diversidad de los procesos,
aún si estos desbordan los marcos conceptuales de la filosofía académica.
Desde este temple filosófico es posible retomar y redefinir para los tiempos que
corren las tareas de una filosofía de la liberación.
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Licencia de Creative Commons. Atribución-NoComercial-Compartir Igual 4.0 Internacional
(CC BY-NC-SA 4.0), https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/ 91
ÉTICA Y RELIGIÓN
Ethics and Religion
Ethik und Religion
Jesús Conill
Universidad de Valencia, España
e-mail: [email protected]
Recibido: 01-05-2020 Aceptado: 30-06-2020
Jesús Conill es Catedrático de Filosofía Moral de la Universidad de Valencia
(España). Investigación en las Universidades de München, Bonn, Frankfurt, St.
Gallen y Notre Dame. Miembro de la Fundación ÉTNOR, del Seminario de
Investigación Xavier Zubiri y de la Red Internacional de Ética del Discurso. Entre
sus publicaciones cabe destacar los libros: El crepúsculo de la metafísica
(Anthropos, 1988), El enigma del animal fantástico (Tecnos, Madrid, 1991), El
poder de la mentira. Nietzsche y la política de la transvaloración (Tecnos, 1997),
Horizontes de economía ética (Tecnos, 2004), Ética hermenéutica. Crítica desde
la facticidad (Tecnos, 2006), Intimidad corporal y persona humana. De Nietzsche
a Ortega y Zubiri (Tecnos, 2019).
Cita sugerida: J. Conill (2020). Ética y religión. Erasmus. Revista para el diálogo
intercultural 22(1), 91-108.
Jesús Conill
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Resumen
El artículo trata de tres contextos u horizontes en que se ha vivido o pensado la
relación entre religión y ética: 1) el contexto histórico -social y cultural- antiguo
(en especial, el griego y el hebreo); 2) el moderno, que a su vez se divide en dos
modalidades, la modernidad desde la "autonomía" (Kant) y la modernidad desde
la "muerte de Dios" (Hegel y Nietzsche); y 3) para finalizar, se muestran algunos
caminos posibles en el contexto contemporáneo por los que cabe comprender la
nueva simbiosis entre ética y religión (Habermas y Cortina).
Palabras clave: Ética; religión; cosmos; autonomía moral; muerte de Dios.
Abstract
The article looks at three contexts or horizons in which the relationship between
religion and ethics has been lived or thought about: 1) the ancient (especially
Greek and Hebrew) historical –social and cultural- context; 2) the modern one,
which in turn is divided into two modalities can be distinguished, modernity based
on "autonomy" (Kant) and modernity based on "the death of God" (Hegel and
Nietzsche); and 3) finally, some possible ways in the contemporary context
through which the new symbiosis between ethics and religion can be understood
(Habermas and Cortina).
Keywords: Ethics; religion; cosmos; moral autonomy; death of God.
Zusammenfassung
Der Artikel befasst sich mit drei Kontexten oder Horizonten, in denen die
Beziehung zwischen Religion und Ethik gelebt oder über sie nachgedacht wurde:
1) den historischen - sozialen und kulturellen - Kontext der Antike (insbesondere
die griechische und hebräische); 2) den modernen, der wiederum in zwei
Modalitäten unterteilt ist, Modernität ausgehend von der "Autonomie" (Kant) und
Modernität ausgehend von "dem Tod Gottes" (Hegel und Nietzsche); und 3) zum
Schluss werden einige mögliche Wege im zeitgenössischen Kontext aufgezeigt,
anhand derer die neue Symbiose zwischen Ethik und Religion verstanden
werden kann (Habermas und Cortina).
Schlüsselwörter: Ethik; Religion; Kosmos; moralische Autonomie; Tod Gottes.
Ética y religión
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ÉTICA Y RELIGIÓN
Jesús Conill
Tanto en la etapa de los años setenta en que Julio De Zan estuvo enrolado
en la Filosofía de la liberación latinoamericana y de la Cultura popular, como en
su dedicación a la Ética Discursiva o Comunicativa y a un profundo estudio de la
filosofía práctica de Kant y Hegel, estuvo bordeando el tema de la religión, al que
también dedicó algunos trabajos ya en los años setenta y a comienzos del siglo
XXI. Mi contribución a este sentido homenaje versará precisamente sobre los
principales contextos históricos por los que ha pasado la vivencia de la religión
desde el mundo antiguo a la actualidad, en que vemos resurgir estudios tan
significativos sobre el trasfondo religioso del pensamiento filosófico como la
última obra de Habermas (2019).
1. Contexto histórico en el mundo antiguo
No podemos remontarnos hasta los "senderos de la evolución" (Cela y Ayala,
2001), ni indagar el papel de las posibles relaciones entre ética y religión como
base de posibles orientaciones para la vida humana a través de los procesos de
hominización (Eliade, 1978). Pero sí recordar brevemente el conjunto de
caracteres que desde los comienzos parecen poderse atribuir a los
"paleantrópidos": "El homo faber era también homo ludens, sapiens y religiosus",
puesto que, según Eliade, "los primeros descubrimientos tecnológicos (...) no
sirvieron únicamente para asegurar la supervivencia y la evolución de la especie
humana; también dieron origen a un universo de valores mítico-religiosos,
incitaron y nutrieron la imaginación creadora" (Eliade, 1978, p. 22, 25).
Por nuestra parte, comenzaremos ya por el contexto histórico antiguo, donde
vamos a distinguir entre el mundo griego, en el que la relación entre ética y
religión se vive dentro de un orden cósmico divinizado, y el hebreo (extensivo a
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los otros monoteísmos), en el que tal relación se inscribe en el orden de la
voluntad de un Dios que adquiere carácter personal y se revela en la historia.
En principio, la idea de uno o varios dioses ordenadores del universo es algo
congénere a toda religión. El budismo, el taoísmo, las religiones panteístas en
las que no hay propiamente dioses, son religiones donde la única unidad del
mundo es su intrínseca Ley cosmo-moral, una ley que a su vez confiere carácter
divino al universo entero. El poder de la deidad rige la unidad del cosmos, unidad
no sólo física sino también moral. Unidad físico-moral, llamada por los griegos
"díke" y los Vedas Rta, donde lo fundamental (característico de la peculiar
relación ético-religiosa, en nuestra terminología) es que unido a su carácter
"divino" se encuentra el ajustamiento cósmico, físico y moral. (Zubiri, 1993, p.
49-50, 350)
1.1 El orden cósmico divinizado Como muy bien indica Werner Jaeger, "la ley de los Profetas de los israelitas,
el sistema confuciano de los chinos, el "dharma" de los indios, son, en su esencia
y en su estructura espiritual, algo fundamentalmente distinto del ideal griego de
la formación humana" (Jaeger, 1971, p. 6-7).
La unidad entre ética y religión contribuye en el contexto griego a la
conformación del "humanismo" y de la "paideia" (Cubells, 1965a, 1965b). Lo que
constituye lo más relevante es un "ideal de cultura como principio formativo". El
conocimiento teórico de la filosofía griega está conectado con su arte y su
poesía. Al lógos, que se abre a lo común, a los principios naturales, se le atribuye
una fuerza formadora, capaz de contribuir a la formación de los hombres, es
decir, a su educación. No resulta raro entonces la forma humana con que se
representan sus dioses, ni la literatura que trata de las relaciones entre el hombre
y su destino, porque en definitiva son expresiones de un sentido vital que Jaeger
califica de "antropoplástico" (Jaeger, 1971, p. 11). Es la base del llamado
"humanismo" griego (Conill, 1991), aquél que se preocupa de la educación del
hombre de acuerdo con la verdadera forma humana, con su auténtico ser, el
propio de una "paideia" orientada por prototipos éticos conectados con las
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situaciones concretas, pero no ajenos a un cierto ideal común y normativo del
hombre (aunque sea propio de una comunidad de vida concreta en una "pólis").
Esta ordenación de la vida no está ligada de un modo tan intrínseco e íntimo
con una forma religiosa de vida, como en los monoteísmos, dado que las grandes
personalidades griegas no son comparables, por ejemplo, con los profetas de
Israel, sino que tienen más bien un carácter conformador de los ideales de la
comunidad correspondiente e incluso, cuando parecen estar ligados de algún
modo con alguna forma de inspiración religiosa, en ellos lo que resalta es la
función educadora. En Grecia esto vale para el "poeta" (poietés), el político
(politikós) y el "sabio" (sophós). Y esta expresión de la forma de vida propia de
la correspondiente comunidad puede apreciarse en la literatura griega, en el arte,
en el ideal "agonal", en las estatuas de los dioses como encarnación de los
ideales griegos y en los monumentos, como por ejemplo los templos.
La vivencia de esta religión griega "parece haberse formado bajo el signo del
pesimismo: la existencia humana aparece (...) como algo efímero y
sobrecargado de miserias" (pobreza, enfermedades, vejez, etc.), sometida al
"destino" (Eliade, 1978, p. 275-276). De ahí que Teognis, Píndaro, Sófocles
proclamen que la mayor suerte que podría caber a los humanos sería no haber
nacido. Es el destino el dueño del tiempo de la vida de los hombres. La díke
(traducido habitualmente por "justicia", aunque, según Zubiri, significa más
propiamente "justeza") (Zubiri, 1993, p. 49-50) sería la manifestación del orden
universal, de la ley divina. Y en este contexto el ideal del hombre es la
"excelencia" (areté). De ahí que aspire a inmortalizarse tanto como sea posible,
a participar de lo divino, pero siempre en la medida de lo posible, porque el
hombre está sometido al destino y al azar, y debe actuar con "prudencia"
(phrónesis) (Aristóteles, 1970).
La sabiduría moral, pues, comienza con la conciencia de la finitud y la
precariedad de la vida humana. Hay que sacar el máximo provecho de todo
cuanto ofrezca la vida presente: juventud, salud, goces y recursos de la propia
valía. Así lo enseña Homero: vivir la vida presente en plenitud y, a la vez, con
dignidad. Según Eliade, este ideal, que nació de la desesperanza, fue modificado
posteriormente. Pero, en principio, surge una vivencia trágica de la vida humana,
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que sin embargo no resta fuerza a la búsqueda de la "perfección" y a su sentido
sacral. (Eliade, 1978, p. 278-279) Sin embargo, Zubiri criticará esta tendencia a
reducir los fenómenos religiosos a lo sagrado en Grecia, como por ejemplo por
parte de M. Eliade, en favor de un peculiar sentido de lo divino. (Zubiri, 1993, p.
26)
Además de esta vertiente religiosa y moral del orden cósmico divinizado
vivido, que aboca a un cierto "misticismo cósmico", capaz de sustentar la
formación comunitaria del ciudadano griego, encontramos en Grecia también un
orden cósmico (kósmos) pensado en la versión de la "teología astral" (Jaeger,
1946; Aubenque, 1974, 1999). Esta también denominada "religión cósmica",
"nomos divino", "religión astral" y "cósmica", ha sido considerada como una
"nueva religión" (Festugière) en la que el kósmos de carácter divino nos ofrece
un orden del ser y del bien, por el que puede y debe orientarse la vida individual
y comunitaria de los hombres. Porque la contemplación de lo divino puede
inspirar el pensamiento y la acción humana. Hay un orden cósmico divino que
es vivido y pensado como un bien humano. En esta vinculación entre el hombre
y lo divino se encuentra asimismo la relación primordial entre lo que cabe
considerar ética y religión. La vivencia mística del orden cósmico y la teología
astral respaldarían el orden moral.
1.2 El orden de la voluntad de Dios
Es el orden religioso y moral propio de los monoteísmos. Aquí lo primordial es
la obediencia a un mandato de Dios, lo que hay que hacer es obedecer la ley de
Dios, hacer la voluntad del Señor, ahí está la norma. La auténtica ley es la
voluntad de Dios, lo que Dios quiera. Queda representado por las religiones de
Israel, de Zaratustra y del Islam, y luego el Cristianismo (Martín, 1980, p. 1459-
1468). La gran novedad es el cambio de un orden cósmico a un orden personal,
profético, y en cierto modo histórico.
La ética tiene su fundamento en la voluntad de Dios, expresada en sus
mandamientos. Estos mandamientos son expresión de una nueva forma de vida,
derivada de la vida divina y posibilitada por su espíritu en el mundo. No obstante,
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al menos en el cristianismo, este tipo de mandamientos no se sustentan en una
mera obediencia, sino en una relación de amor.
Lo que hay en el fondo de estas formas religiosas es una "alianza" entre Dios
y el hombre, que se expresa a través de la mediación de Moisés, de los Profetas
de Israel y, en el Cristianismo, en Jesús de Nazaret, el Cristo. Las derivaciones
de esta tradición de la alianza para la ética son de una gran trascendencia como
fuente de inspiración e innovación social hasta la actualidad. (Cortina, 2001)
2. Contexto moderno
2.1 Desde la autonomía moral La "autonomía moral" no equivale a una total independencia y separación
entre ética y religión en la época moderna. En principio, en la época moderna
hay una pluralidad de posiciones al respecto.
Si nos atenemos a una de ellas, la kantiana, en la medida en que pueda ser
significativa (aunque no la única), descubrimos que hay que distinguir entre el
orden de la fundamentación racional del imperativo moral en la Fundamentación
de la metafísica de las costumbres y el del lugar de la religión en relación con la
moral, tal como aparece en La religión dentro de los límites de la mera razón
(Cortina, 1981, 1986).
Al igual que en la política (Maquiavelo) y en la economía (Smith) se producen
dinamismos autonomizadores (Conill, 2004), también en la vida moral se
inaugura una nueva relación. Lo cual no quiere decir necesariamente que la
moral se separe e independice totalmente de la religión, sino que se abre de
modo innovador la posibilidad de una nueva vinculación, que resulta peculiar por
ser típica de la emergente modernidad. Hay una metamorfosis múltiple de lo
religioso en el mundo moderno (buenos ejemplos son los casos de Kant, Hegel
y Nietzsche).
Por su parte, la presunta fundamentación racional kantiana del imperativo
categórico no incluye la referencia explícita a Dios ni a la religión. De ahí que
Kant aclare desde el comienzo del Prólogo a su obra La religión dentro de los
límites de la mera razón lo siguiente: "La Moral, en cuanto que está fundada
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sobre el concepto del hombre como ser libre que por el hecho mismo de ser libre
se liga él mismo por su Razón a leyes incondicionadas, no necesita ni de la idea
de otro ser por encima del hombre para conocer el deber propio, ni de otro motivo
impulsor que la ley misma para observarlo. (...) Así pues, la Moral por causa de
ella misma (tanto objetivamente, por lo que toca al querer, como subjetivamente,
por lo que toca al poder) no necesita en modo alguno de la Religión, sino que se
basta a sí misma en virtud de la Razón pura práctica. (...) En efecto, puesto que
sus leyes obligan por la mera forma de la legalidad universal de las máximas que
han de tomarse según ella -como condición suprema (incondicionada ella
misma) de todos los fines-, la Moral no necesita de ningún fundamento material
de determinación del libre albedrío, esto es, de ningún fin, ni para reconocer qué
es debido, ni para empujar a que ese deber se cumpla; sino que puede y debe,
cuando se trata del deber, hacer abstracción de todos los fines" (Kant, 1969, p.
19-20).
Ahora bien, eso no quiere decir que en nada importe la contribución de la
religión a la moral, como sigue aclarando Kant a continuación en el mismo
Prólogo a La religión: "Pero, aunque la Moral por causa de ella misma no
necesita de ninguna representación de fin que hubiese de preceder a la
determinación de la voluntad, aun así puede ser que tenga una relación
necesaria a un fin semejante, a saber: no como al fundamento, sino como a las
consecuencias necesarias de las máximas que son adoptadas con arreglo a
leyes (...) [es decir], como consecuencia de la determinación del albedrío por la
ley en orden a un fin (...), [porque] un albedrío que sabe cómo pero no hacia
dónde tiene que obrar, no puede bastarse. Así, para la Moral, en orden a obrar
bien, no es necesario ningún fin; la ley, que contiene a condición formal del uso
de la libertad en general, le es bastante. De la Moral, sin embargo, resulta un fin;
pues a la Razón no puede serle indiferente de qué modo cabe responder a la
cuestión de qué saldrá de este nuestro obrar bien, y hacia qué -incluso si es algo
que no está plenamente en nuestro poder- podríamos dirigir nuestro hacer o
dejar (...)" (Kant, 1969, p. 20-21).
En definitiva, Kant resume su posición con respecto a las relaciones entre
Moral y Religión del modo siguiente: "la Moral conduce ineludiblemente a la
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Religión, por la cual se amplía, fuera del hombre, a la idea de un legislador moral
poderoso en cuya voluntad es fin último [Endzweck] (de la creación del mundo)
aquello que al mismo tiempo puede y debe ser el fin último del hombre" (Kant,
1969, p. 22). Es decir, hay una convergencia, según el propio término de Kant,
una "ligazón", entre la "finalidad por libertad" y la "finalidad de la naturaleza",
"ligazón de la que no podemos prescindir" (Kant, 1969, p. 21).
En definitiva, la autonomía moral no implica en Kant separación total, ni
independencia, de la moral con respecto a la religión, sino que ésta ocupa un
lugar nuevo en la configuración de la conciencia moral. La religión no aporta la
fundamentación racional de la normatividad en la razón pura, pero sí tal vez,
seguramente, su sentido. Es esta una vertiente que ha podido indagar mejor una
ampliación y/o transformación hermenéutica de la razón pura (Conill, 1991,
2002).
2.2 Desde la "muerte de Dios" La experiencia histórica de la "muerte de Dios" tiene principalmente dos
variantes: la hegeliana y la nietzscheana. La hegeliana acaba en una resolución
final (Guinzo, 1981; Jüngel, 1984); no así la nietzscheana, que desemboca en el
más radical abismo de la vida humana. (Conill, 2005)
La "muerte de Dios" caracteriza los "tiempos modernos". Lo que muere, según
Hegel, es "la abstracción de la esencia divina". Es la muerte de la "separación",
que ha caracterizado -y perturbado- el enfoque de la Ilustración. El Dios de la
representación (Vorstellung) ha muerto y es éste un saber doloroso que produce
infelicidad y que nos sumerge en un "abismo". Lo que ocurre es que esta
experiencia limitánea de la vida, que viene expresada en la "muerte de Dios" es
una negatividad que no se cierra en sí misma. A esta negación determinada
sigue la negación de la negación, de donde surge nueva vida, el "Reino del
Espíritu", en el despliegue del Absoluto. Al final, tras la "muerte de Dios", todavía
pueden arreglarse los asuntos -la pasión, la finitud, el abismo- de la vida y de la
historia.
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En cambio, en su sentido nietzscheano, la "muerte de Dios" es el
acontecimiento fundamental de la historia contemporánea y como tal no tiene
remedio: "Gott ist tot! Gott bleibt tot!" (Nietzsche, 1986, § 125). Con él, según
Nietzsche, queda refutado el Dios moral cristiano y judío, el Dios del
monoteísmo. Al desaparecer del "horizonte" este Dios que servía de fundamento
a la moral occidental, dicha moral queda desfundamentada, sin base ni sustento.
De ahí que la crítica nietzscheana de la religión prosiga en la crítica de los
sustitutos de Dios (¡sus "sombras"!). (Conill, 1997) Lo cual conduce al famoso
aserto: "Si Dios no existe, todo está permitido". Lo único que queda es el imperio
del poder fáctico. No obstante, Nietzsche (2000, 2001) desde muy temprano vio
en la religiosidad oriental una alternativa al cristianismo y al monoteísmo, en
general; por ejemplo, rescatando la idea de "redención" en una religión ateísta
como el budismo.
La importancia cultural de esta perspectiva nietzscheana consiste, primero, en
que la "muerte de Dios" nos sitúa en un tiempo "post-cristiano" y "post-teísta";
pero, en segundo lugar, nos abre nuevos horizontes: a) otra forma de divinización
del ser humano, por ejemplo, en virtud de la figura del "superhombre"; b) la
experiencia mística; c) otra forma de interpretar el ser más allá de la
"ontoteología" (p. e., en el "eterno retorno").
De entre las diversas posibilidades quisiera destacar en este contexto
especialmente dos interpretaciones contemporáneas del impulso nietzscheano,
que constituyen dos alternativas para la relación entre moral y religión en el
mundo actual.
En primer lugar, la influencia nietzscheana en el regreso a un pensamiento
neo-pagano, que quiere desvincularse de la permanencia de la religión cristiana
y judía en la vida moderna; se trata de una forma determinada de pensamiento
"postmetafísico" en forma de "nuevo paganismo", una vuelta a los "orígenes"
anteriores al monoteísmo y, por tanto, un rechazo del sentido universalista de las
pretensiones de validez incondicionada. (Habermas, 2001, p. 197)
En una versión heideggeriana de esta línea se insiste en el carácter "pre-
moral" y "pre-religioso" de la Gewissen y del Schuldigsein originarios. En este
enfoque se regresa más acá de lo que une la moral a la religión, es decir, al
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cristianismo. Lo cual, según Derrida, permite repetir la genealogía nietzscheana
de la moral pero descristianizándola aún más.
Y, en segundo lugar, otra interpretación del proyecto nietzscheano [del
superhombre] como respuesta no metafísica a la pérdida de sentido provocada
por la "muerte de Dios" es la que ofrece G. Vattimo (1996, p. 107ss.). En vez de
buscar nostálgicamente un fundamento último e inconcuso, el retorno a la
religión en el mundo contemporáneo puede entenderse en los términos del
proyecto de superación de la metafísica como rememoración y escucha de la
historia del ser. La filosofía debe pensarse entonces como escucha crítica,
rememorante del Ge-Schick del ser, de la experiencia religiosa.
Hacemos la experiencia del retorno de lo religioso en un mundo donde
también se ha vuelto imprescindible la conciencia de la Wirkungsgeschichte,
ante todo, del texto bíblico. La filosofía que responde a la invitación de superar
la metafísica proviene de la tradición judeocristiana. (Vattimo, 1996, p. 123-124)
El retorno a lo religioso no invita a buscar un fundamento en sentido
metafísico, sino a leer los signos de los tiempos. "Dios se encarna, esto es, se
revela primero en el anuncio bíblico que "da lugar", al final, al pensamiento
posmetafísico de la contingencia del ser" (Vattimo, 1996, p. 127). Y este
pensamiento posmetafísico sólo puede no quedar reducido a la mera aceptación
de lo existente, al puro relativismo, "en la medida en que recobre su proveniencia
testamentaria", por consiguiente, "que la historia tenga un sentido redentor (...)
sólo resulta pensable a la luz de la doctrina de la encarnación", aunque a través
de un "indefinido proceso de reducción" [hermenéutica] (Vattimo, 1996, p. 127-
128).
3. En los tiempos modernos: tras la "muerte de Dios"
3.1 La "lingüistización de lo sagrado"
La teoría habermasiana de la lingüistización de lo sagrado, tal como ha sido
expuesta en su obra capital, Theorie des kommunikativen Handelns, se ha
entendido como una Aufhebung de la religión, lo cual puede significar: 1) la
supresión de las representaciones religiosas a través de la secularización de la
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religión en la sociedad moderna; 2) un "ateísmo metodológico", que se apropia
filosóficamente de contenidos religiosos esenciales, a través del desarrollo
cognitivo-moral de la conciencia y de la razón comunicativa.
Pero, a mi juicio, la "Teoría de la acción comunicativa" también puede
entenderse como una filosofía de la religión, en el sentido de que para explicar y
aclarar los asuntos de que dice tratar en primera instancia (racionalidad,
sociedad y modernidad), necesita recurrir al estudio de lo religioso (Conill, 1996,
2007; Habermas, 2006, 2019). De manera que el estudio de la religión no es una
extensión o ampliación de una teoría ya constituida, sino que es imposible
desarrollar la teoría de la acción comunicativa sin pasar por una determinada
consideración de lo religioso.
Efectivamente, en momentos cruciales de su propuesta teórica Habermas
recurre al ámbito de lo religioso: 1) para entender el proceso de racionalización,
ya que éste ha pasado por la "racionalización religiosa"; y 2) para entender la
racionalización del mundo de la vida, que se efectúa e interpreta desde el punto
de vista de la "lingüistización de lo sagrado".
En el proceso de racionalización, según Habermas, la evolución de las
estructuras de la conciencia lleva a la disolución (Auflösung) de las figuras de
pensamiento religiosas, que habrían perdido su anterior fuerza de convicción.
Ahora bien, Habermas recurre a la "autoridad de la religión" para explicar el
trasfondo normativo de la acción comunicativa mediante una especie de
"filogénesis del consenso normativo" (Habermas, 1981, p. 72): a) el simbolismo
religioso constituye el núcleo arcaico de la conciencia normativa y b) la "evolución
sociocultural" está caracterizada por la tendencia a la lingüistización de lo
sagrado. (Habermas, 1981, p. 74, 118ss.)
Habermas recurre a la sociología de Durkheim para mostrar que la moral tiene
su base en lo religioso, llegando a la conclusión de que "las reglas morales
reciben en última instancia su fuerza vinculante de la esfera de lo santo"
(Habermas, 1981, p. 80). Precisamente a partir de la autoridad de lo santo es
como Habermas ha intentado explicar el trasfondo normativo de la acción
comunicativa. Y es del "hontanar religioso del que mana la solidaridad social", ya
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que el consenso religioso se transforma en energías de solidaridad social, que
se encauzan por las instituciones sociales prestándoles autoridad moral.
Se supera así una "etapa" en la evolución social (de la interacción mediada
por símbolos a la interacción regida por normas). El simbolismo religioso es una
de las raíces de la acción comunicativa. He aquí la base de la genealogía
religiosa de las pretensiones de validez en la teoría de la acción comunicativa de
Habermas. Las determinaciones contrafácticas de las pretensiones de validez
dimanan de la fuerza idealizadora que posee el concepto de lo sacro.
(Habermas, 1981, p. 110)
Habermas interpreta el proceso evolutivo expuesto afirmando que la autoridad
de lo santo va quedando sustituida por la autoridad del consenso a través de un
proceso de "lingüistización de lo sagrado". Este proceso, según Habermas,
desata un potencial de racionalidad y de este modo “la fuerza fascinante de lo
santo se cotidianiza y se convierte en la fuerza vinculante de las pretensiones de
validez criticables”.
Según Habermas, sólo una moral universalista puede heredar el poder de la
religión, es decir, apropiarse el contenido normativo y la fuerza vinculante de la
religión. La herencia de la religión no la recogen ni la ciencia ni el arte, sino "sólo
una moral convertida en 'ética del discurso', fluidificada comunicativamente,
puede en este aspecto sustituir a la autoridad de lo santo. En ella queda disuelto
el núcleo arcaico de lo normativo, con ella se despliega el sentido racional de la
validez normativa" (Habermas, 1981, p. 140).
Habermas ha presentado una fundamentación genética de la ética del
discurso a partir de sus bases sacras (religiosas) y una reconstrucción del
proceso de lingüistización de lo sacro como proceso de racionalización, que da
como resultado la sustitución de la religión en la tarea de fundamentar la validez
normativa y la integración social. Aquí Habermas está dando por supuesto que
el pensamiento religioso pertenece a una etapa ya superada de la historia y
aceptando que el potencial de la religión lo hereda la moral universalista
moderna.
No obstante, Habermas ha reconocido cada vez más que en el discurso
religioso se mantiene un "contenido semántico" que resulta "imprescindible",
Jesús Conill
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"irrenunciable", "insustituible". De ahí que proponga una especie de "programa
de traducción" del "contenido de experiencia conservado en la religión", a fin de
salvar el sentido profano de las experiencias hasta ahora articuladas en el
lenguaje religioso.
Habermas mantiene una actitud abierta hacia la religión, en la medida en que
ésta aporta un potencial conceptual y un mundo de experiencias "irrenunciable"
(Conill, 1988, p. 321, 330-331). Y ha tenido que aceptar las críticas a su primer
enfoque unilateral, que disolvía la religión en el proceso moderno de
socialización y racionalización, y cuya única salida sería la de traducir su
contenido a una moral de la justicia y la solidaridad en la ética discursiva. La
razón comunicativa no puede mantener todo el potencial de la religión, por
ejemplo, no puede responder a la necesidad de consuelo y salvación (Habermas,
1985. p. 52); ni puede afirmarse tan apresuradamente la superación (Aufhebung)
y la disolución (Auflösung) de lo religioso en el universalismo moral moderno.
Esta cuestión "debe permanecer abierta", tanto por el lado del desarrollo de la
evolución social (la mediación socializadora) como por el lado de la filosofía que
se apropia de las intuiciones morales de las tradiciones religiosas (la traducción
y transformación filosófica), porque los contenidos religiosos que fundamentan
la moral no se pueden rechazar, ni eliminar, ni tampoco se dejan sustituir ni
absorber sin más en términos de argumentación racional. (Habermas, 2001, p.
103)
3.2 La articulación entre mínimos y máximos morales
Otro modo de articular moral y religión en la vida moderna es el que ofrece
Adela Cortina mediante la conjunción de las dos dimensiones del ámbito moral
que expresan los términos "mínimos" y "máximos" éticos. (Cortina, 1986, 1993,
1994, 1995, 1998) "Éticas de máximos" son las propuestas que intentan mostrar
cómo ser feliz, cuál es el sentido de la vida y de la muerte (la mayor parte son
religiosas), mientras que la "ética de mínimos" se pronuncia sobre cuestiones de
justicia, exigibles moralmente a todos los ciudadanos (ética cívica).
Ética y religión
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La "fórmula mágica del pluralismo" consiste en compartir unos mínimos de
justicia y respetar activamente unos máximos de felicidad y sentido vital. Para
llevar adelante una sociedad pluralista de modo que aumente el tono moral, las
relaciones entre mínimos y máximos han de ser las propias de juegos de no
suma cero, en los que todos los jugadores pueden ganar, pues lo que importa
es crear, conjugando esfuerzos, un mundo más humano.
En este sentido Adela Cortina propone una articulación dinámica entre
mínimos y máximos éticos con algunos rasgos como los siguientes:
1. Una relación de no absorción. En una sociedad moralmente pluralista las
éticas de máximos, y concretamente las religiosas, presentan libremente su
ofertas de vida feliz y los ciudadanos aceptan su invitación si se sienten
convencidos.
De ahí que la relación entre la ética cívica y las éticas religiosas tenga que ser
al menos una relación mutua de no absorción. Ningún poder público -ni político
ni cívico- está legitimado para prohibir expresa o veladamente aquellas
propuestas religiosas que respeten los mínimos de justicia contenidos en la ética
cívica. Pero precisamente porque la ética civil presenta sus exigencias de justicia
y las éticas religiosas han de respetarlas, ninguna ética religiosa debe intentar
expresa o veladamente absorber a la ética civil, anulándola, porque entonces
instaura un monismo moral intolerante.
Por consiguiente, ni la ética civil está legitimada para intentar anular alguna
de las éticas religiosas que respetan los mínimos de justicia, ni las éticas
religiosas están autorizadas para anular a la ética civil. Los monismos
intolerantes -sean laicistas o religiosos- son siempre inmorales.
2. Los mínimos se alimentan de los máximos. Con la relación de no absorción
logramos únicamente una coexistencia tranquila, no una auténtica convivencia
pacífica de colaboración. Y en este punto conviene recordar que los mínimos se
alimentan de los máximos, es decir, que quien plantea unas exigencias de
justicia lo hace desde un proyecto de felicidad en el que cree, por eso sus
fundamentos, sus premisas, pertenecen al ámbito de los máximos.
Ciertamente, existen fundamentaciones filosóficas para la ética de mínimos,
pero las personas en la vida cotidiana se mueven habitualmente por proyectos
Jesús Conill
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de felicidad y vida buena. Por eso es preciso buscar las motivaciones últimas en
el ámbito de los máximos, con la conciencia clara de que también desde esos
proyectos de máximos es posible ir descubriendo nuevas exigencias de justicia
que aumenten el acervo mínimo.
Potenciar los máximos, fortalecer esos grandes proyectos, que no se
defienden de forma dogmática, sino que están dispuestos a dejarse revisar
críticamente, es una de las tareas urgentes en las sociedades pluralistas, porque
los máximos alimentan los mínimos y mantienen el pluralismo. A mayor
abundamiento, los poderes políticos deberían aprovechar, en el buen sentido de
la palabra, el potencial dinamizador de los máximos. Porque las religiones
aportan un potencial de vida que, no sólo es injusto, sino irresponsable, intentar
anular. (Cortina, 2001)
3. Los máximos han de purificarse desde los mínimos. Si los mínimos cívicos
se alimentan de los máximos y pueden encontrar desde ellos nuevas
sugerencias de justicia, no es menos cierto que con frecuencia las éticas de
máximos deben autointerpretarse y purificarse desde los mínimos.
En el caso de la religión cristiana, por ejemplo, el mandato del amor ha de
encarnarse en la justicia. Sin embargo, algunas instituciones y personas, con la
coartada de la caridad, han olvidado la justicia. Es inaceptable atentar contra
exigencias de justicia por causas presuntamente de más elevado rango, como el
amor.
En resumen, además de las propias salidas nietzscheanas (como, la del
"superhombre") y de la vía radicalmente experiencial, ya sea fenomenológica (en
la Offenbarkeit de Heidegger y/o Vattimo), o bien noológica (por la religación de
Xavier Zubiri, que ofrecería el fundamento de la estructura moral de la persona
humana) (Conill, 2019), hemos visto que hay varios modos de responder al reto
nietzscheano de la "muerte de Dios" en el pensamiento actual: 1) la Aufhebung
(de origen hegeliano) en la versión habermasiana de un pensamiento
postmetafísico, que a pesar de su "ateísmo metodológico" pretende apropiarse
de los contenidos religiosos a través de la racionalización moderna, de modo
especial en la razón comunicativa y en la ética discursiva; y 2) la propuesta de
hermenéutica crítica de Adela Cortina, capaz de articular el pluralismo moral de
Ética y religión
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las sociedades que quieran vivir a fondo -convivir- en libertad sus distintas y
enriquecedoras opciones vitales.
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erasmus
Año XXII No 1- 2020
Artículos originales
enero - junio 2020
p. 109 - 125
ISSN (impreso) 1514-6049
ISSN online: en trámite
(en línea: junio de 2020)
© erasmus. Revista para el diálogo intercultural. La revista científica semestral de la Fundación ICALA
ISSN: Versión impresa - 1514-6049 / ISSN online: en trámite http://www.icala.org.ar/erasmus/erasmus.html – Contacto: michelini.rio (at) gmail.com
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(CC BY-NC-SA 4.0), https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/ 109
EL ASEDIO A LO PÚBLICO POLÍTICO.
Los procesos reificantes del capitalismo moderno
The siege of the political public. The reifying processes of modern capitalism
Die Belagerung der politischen Öffentlichkeit. Die Verdinglichungsprozesse des modernen Kapitalismus
Leandro Paolicchi
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas; Universidad Nacional de Mar del Plata, Argentina
e-mail: [email protected]
Recibido: 20-04-2020 Aceptado: 21-06-2020
Leandro Paolicchi es Doctor en Filosofía por la Universidad Nacional de
Lanús (UNLa), Argentina. Se desempeña como docente dentro de la Facultad
de Humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata (Argentina). En la
actualidad es Investigador Asistente del Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas (CONICET). Como becario del Deutscher Akademischer
Austauschdienst (DAAD) ha realizado estudios doctorales (2012) y
postdoctorales (2014) en la Goethe Universität de Frankfurt am Main bajo la
dirección de Axel Honneth. Es autor de los libros “Discurso y Facticidad” (Mar del
Plata, Suárez, 2009) y “Praxis, sentido y normatividad. Hacia una reconstrucción
pragmática de las acciones humanas” (Buenos Aires, Prometeo, 2014). Sus
principales líneas de investigación son las teorías del discurso y la filosofía social
y política contemporánea.
Leandro Paolicchi
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110
Cita sugerida: L. Paolicchi (2020). El asedio a lo público político. Los procesos
reificantes del capitalismo moderno. Erasmus. Revista para el diálogo
intercultural 22(1), 109-125.
Resumen
El siguiente trabajo aborda los efectos que puede llegar a tener un fenómeno
todavía contemporáneo del capitalismo como es la reificación sobre el potencial
político de ese sector de la sociedad denominado sociedad civil. Para ello, se
reconstruyen primero los intentos actuales de revitalizar la idea de reificación
dentro de la Escuela de Frankfurt, luego se caracteriza brevemente la
importancia política que tiene la sociedad civil para ciertas tradiciones políticas y
finalmente se describen de manera esquemática algunos efectos posibles de la
reificación sobre ese espacio.
Palabras clave: Capitalismo; reificación; política; sociedad civil.
Abstract
The following article addresses the effects that a still contemporary phenomenon
of capitalism can have, such as reification, on the political potential of that sector
of society called civil society. In order to do this, we first reconstruct the current
attempts to revitalize the idea of reification within the Frankfurt School then we
briefly characterize the political importance of civil society for certain political
traditions and finally some possible effects of reification on that space are
described schematically.
Keywords: Capitalism; reification; politics; civil society.
Zusammenfassung
Der folgende Artikel befasst sich mit den Auswirkungen, die ein noch immer
aktuelles Phänomen des Kapitalismus wie die Verdinglichung auf das politische
Potenzial der Zivilgesellschaft haben kann. Dazu rekonstruieren wir zunächst die
aktuellen Versuche, die Idee der Verdinglichung innerhalb der Frankfurter Schule
wiederzubeleben; dann charakterisieren wir kurz die politische Bedeutung der
Zivilgesellschaft für bestimmte politische Traditionen und schließlich werden
einige mögliche Auswirkungen der Verdinglichung auf diesen Raum schematisch
beschrieben.
Schlüsselwörter: Kapitalismus; Verdinglichung; Politik; Zivilgesellschaft.
El asedio a lo público político
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EL ASEDIO A LO PÚBLICO POLÍTICO.
Los procesos reificantes del capitalismo moderno
Leandro Paolicchi
I. Introducción
En un libro denominado Reificación (2007), Axel Honneth da cuenta de cómo
ese viejo concepto de la tradición marxista alemana, que tuvo su apogeo en las
décadas del 20 y del 30, parece experimentar en la actualidad un renovado
interés. Dicho concepto aparenta haber resurgido de las cenizas en las que había
quedado sepultado luego de su exhaustivo desarrollo en la obra de Lukács y su
extensa utilización en los debates previos a la segunda guerra mundial.
(Honneth, 2007, p. 12)
Honneth cree encontrar cuatro tipos de indicios en los cuales se manifestaría
este revivido atractivo por el fenómeno de la reificación. El primero de ellos es
un conjunto de autores literarios tales como Raymond Carver, Joseph Brodsky o
Elfriede Jelinek, en los cuales los efectos de la absorción de una racionalidad
típica del ámbito económico decanta en un comportamiento de los individuos que
tienden a tratarse a sí mismos y al resto de las personas de su entorno de una
manera fría, distanciada e instrumental. El segundo tipo de indicio lo encuentra
en los recientes estudios de sociología cultural y psicología social que detectan
un comportamiento que consiste esencialmente en simular algún tipo de
conducta con un fin exclusivamente oportunista, conducta que termina
transformándose en parte de la propia personalidad de los individuos. El tercero
de los signos resulta de particular importancia, pues se encuentra en el ámbito
de las discusiones filosóficas, especialmente las referidas a cuestiones ético-
políticas. En concreto, en autores como Martha Nussbaum el concepto de
reificación estaría comenzando a ser usado para describir un tipo de práctica
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erosionante de ciertos principios morales al manifestarse como un
comportamiento que no tiene en cuenta a las personas como tales sino que
tiende a verlas como “cosas” o “mercancías”. Finalmente, un cuarto vestigio se
encontraría en las investigaciones referidas al cerebro, especialmente allí donde
determinados componentes de la personalidad buscarían explicarse (o
reducirse, mejor dicho) a través de determinadas conexiones neuronales. En
todos ellos se revela un tipo de conducta – que no habría dejado de ser
practicada, pero sí de ser advertida por la teoría – referida en última instancia a
un empobrecimiento de las relaciones interpersonales, a un trato frío e
instrumentalizador de los seres humanos de nuestro entorno y, finalmente, a una
consideración cosificante de nuestra propia personalidad y nuestro cuerpo.
El objetivo de este trabajo consiste en dar cuenta de la actualidad de este
concepto, rastreando los efectos de este proceso de cosificación o reificación
sobre el espacio público y su lugar como manifestación, reproducción y
legitimación de lo político. En concreto, procuraré aquí mostrar cómo alguno de
los comportamientos que se vislumbran en la forma de ciertos sectores de la
población de reaccionar frente a la politización de la esfera pública pueden ser
explicados a partir de una mirada cosificada sobre la función del espacio público
y su lugar como abrigo o “caja de resonancia” de la vida política de una
comunidad. Finalmente, mencionaré algunas de las posibles consecuencias que
este proceso de cosificación tiene sobre la sociedad civil y su potencialidad
inherentemente política.
II. La reificación en sus comienzos
Como se sabe, el concepto de reificación fue desarrollado exhaustivamente
por el filósofo húngaro György Lukács en 1923 en un libro decisivo en su forma
de interpretar el marxismo para toda una generación de pensadores. Por poner
un ejemplo, la primera Escuela de Frankfurt vio en él un paradigma de cómo
debía ser releído y reconcebido el marxismo a la luz de las experiencias
históricas de su tiempo y del desarrollo de la historia de la filosofía. Historia y
Conciencia de Clase contiene, como se sabe, un largo ensayo titulado “La
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cosificación y la conciencia del proletariado” en el cual se aborda en toda su
extensión el concepto que aquí nos proponemos analizar.
La tesis central de ese trabajo es que el desarrollo de la personalidad bajo las
sociedades capitalistas termina decantando en una forma de comportamiento
que tiende a percibir al entorno y a su propia individualidad a través del prisma
de la objetualidad, es decir, termina percibiendo a sus semejantes y a sí mismo
como una cosa. Tras de esta afirmación se encuentra la otra, no menos
relevante, de que este comportamiento se convierte en una segunda naturaleza.
En ese artículo clave, Lukács rastrea los orígenes de la reificación en el marco
del capitalismo y determina su causa en la dinámica de intercambio de bienes
que caracteriza esencialmente a las economías de mercado. Las relaciones
intersubjetivas comienzan a estar estructuradas, a partir del desarrollo
exponencial de una economía capitalista, fundamentalmente bajo la lógica de la
comercialización de mercancías. (Lukács, 1985, p. 14) En la medida en que los
individuos comienzan a estructurar sus vínculos en base al negocio de bienes
transables resulta inevitable que el conjunto de relaciones estructurantes de su
entorno pasen a ser consideradas como una objetividad osificada y desde el
punto de vista del beneficio que pueden reportarles (Lukács, 1985, p. 9).
A la consecuencia de la cosificación en la percepción de las relaciones
intersubjetivas, e intrasubjetivas, acompaña también, como un efecto necesario,
cierta particular pasividad por parte del sujeto que tiende a retraerlo frente a la
dinámica propia de los procesos sociales. Aquí Lukács habla claramente de una
actitud contemplativa que surge en el trabajador frente a la creciente
racionalización y mecanización del trabajo. El trabajador se enfrenta a su labor
como parte de un sistema que posee sus propias leyes y que tiene completa
independencia de su voluntad. Sin embargo, este proceso no se agota en la
relación del trabajador con su trabajo sino que afecta la totalidad de su
existencia: “La actitud contemplativa ante un proceso de leyes mecánicas y que
se desarrolla independientemente de la conciencia, sin influencia posible de una
actividad humana, proceso, pues, que se manifiesta como sistema cerrado y
concluso, transforma también las categorías básicas del comportamiento
inmediato del hombre respecto del mundo: reduce espacio y tiempo a un común
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denominador, nivela también el tiempo según el plano del espacio” (Lukács,
1985, p. 12).
Los individuos que han decantado casi como en una segunda naturaleza en
el comportamiento reificado tienden a considerar los acontecimientos sociales
con una frialdad, una indiferencia que solo puede ser explicada a partir del
desplazamiento de la sensibilidad por el cálculo egoísta que la sociedad
capitalista exige para poder sobrevivir. Los individuos desarrollan una conducta
de no implicación en la dinámica de los procesos sociales y adoptan simplemente
la postura de un observador impávido buscando en todo momento el beneficio
posible a todo aquello que observan.
Claramente, todo el desarrollo del concepto de reificación en Lukács está
esquematizado sobre un concepto normativo de praxis que en el propio autor no
está del todo explicitado. Él es consciente que su denuncia de una praxis
malograda en el proceso de reificación sólo puede tener asiento a su vez sobre
un concepto no malogrado de praxis que puede funcionar por ende como un
parámetro normativo con el cual evaluar el grado de realización de una praxis
“verdadera”. Las referencias de Lukács a una actividad de este tipo parecen estar
reconstruidas a partir de los desarrollos teóricos del idealismo alemán, en
concreto a partir de menciones a Fichte y a Hegel. (Honneth, 2007, p. 33-34)
Más allá de la viabilidad de este proceder de Lukács y de las formas en que
se ha buscado reinterpretarlo y continuarlo (Honneth, 2007; Habermas, 1981, I,
p. 453-460) es claro que sus disquisiciones teóricas no tenían solo el sentido de
llamar la atención sobre la forma en que los intercambios de bienes en la
economía capitalista transforman las relaciones intersubjetivas y las
intrasubjetivas. Aunque ese haya sido su principal objetivo también ha procurado
señalar cuestiones teóricas referidas al carácter de la filosofía moderna.
(Honneth, 2007, p. 39) Para Lukács, como para tantos otros autores posteriores
a la modernidad, muchos de los inconvenientes y de las aporías con los que el
pensamiento moderno se encontró y fue incapaz de solucionar fue producto de
su aceptación aproblemática de una dualidad fundante para toda su estructura.
En la senda de Fichte, Hegel y muchos otros después de ellos (por ejemplo,
Heidegger) el filósofo apuntará contra la distinción sujeto – objeto como la
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culpable de la mayoría de las cuestiones irresolubles que la filosofía moderna
dejó tras de sí. Ello se debe precisamente a que la extensión y generalización de
la lógica del intercambio de bienes determina también el marco categorial y las
herramientas con que la filosofía moderna abordó sus problemas.
Apuntar de alguna manera contra una forma de comprender el presente bajo
las categorías de la filosofía moderna se hace teniendo en cuenta aquel
horizonte de una praxis emancipada de las relaciones reificadas del mercado.
Aquí, siguiendo la interpretación de Honneth, la praxis que Lukács entiende
como la que se ha malogrado en las condiciones capitalistas de reproducción de
la vida es una práctica originaria o primigenia que se encuentra siempre latente
debajo de la estructura reificada, devenida segunda naturaleza. De aquí también
que Lukács entienda su empresa teórica como un “develamiento” de esa
estructura primigenia que se esconde debajo de la naturaleza reificada de los
comportamientos. La empresa lukacsiana puede ser entendida como una
reconstrucción crítica de una actividad emancipada de las relaciones reificadas
del mercado con el objetivo de traer a conciencia a los mismos implicados en
esta última y volverlos a aquella forma elemental de relacionarse con el mundo,
con los otros y con uno mismo. De alguna manera, Lukács, como Hegel, busca
correr un velo teórico para dejar al descubierto un estado de lo real que debe ser
recuperado.
III. El potencial político de la sociedad civil
El espacio público ha sido en numerosas ocasiones depositario de las
esperanzas emancipadoras de muchas tradiciones políticas y también, en el
plano de la práctica, de muchos movimientos sociales. En el caso de las
primeras, generalmente cercanas al pensamiento republicano, han visto al
espacio público como una instancia dentro de la sociedad civil capaz de ejercer
un control sobre el poder gubernamental a través de sectores organizados de la
población, así como lugar de expresión de otras fracciones que se ven
perjudicadas por diferentes políticas y se manifiestan haciendo saber al resto de
la población y al gobierno cuáles son sus necesidades. En este sentido entonces,
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se ha considerado al espacio público como instancia de expresión y
manifestación de necesidades pero también de legitimación normativa y de
control de una esfera política que tiende siempre a autonomizarse bajo los
imperativos del poder que regulan su propio funcionamiento. (Habermas, 1992,
p. 435-467) La esfera pública tendría aquí una conexión con un plexo de
intersubjetividad primigenio (un “mundo de la vida” intersubjetivamente
estructurado) que sirve de tejido para la cohesión y la reproducción de la vida
social y que, según este punto de vista, contiene en sí mismo un potencial
expresivo, pero sobre todo normativo, capaz de expresar la universalidad de
intereses que una sociedad justa requiere.
En el caso de los movimientos sociales, el espacio público y la sociedad civil
en general han sido los lugares para hacer conocer sus reclamos y exigir una
atención que de otra manera y por otros canales habría sido ignorada. Como se
ha remarcado: “La expresión sociedad civil no designa por lo tanto ninguna
organización unitaria y tiene que entenderse como un nombre colectivo para una
gran pluralidad de agrupamientos que no forman totalidad. El objetivo común que
los une en su diferencia es el valor de la autonomía social y del pluralismo que
todos ellos reivindican y ponen en acción y por lo cual tienen que luchar frente a
los sistemas del Estado y del mercado. En los espacios propios de la sociedad
civil se construyen los sujetos sociales, en la medida en que las prácticas se
tejen mediante el entendimiento intersubjetivo que define el tipo de interacción
comunicativa que ha sido reconstruido por Habermas en su teoría de la acción
social” (De Zan, 2013, p. 99. Cursivas en el original).
La diversidad de movimientos sociales y agrupaciones que pueblan la esfera
pública abarca desde aquellos en los que sus reclamos pasan por
reivindicaciones de tipo económico-social, aquellos en los que sus expresiones
funcionan principalmente en el ámbito jurídico político así como aquellos en los
cuales las reivindicaciones de tipo cultural son predominantes, aunque debe
decirse que en la mayoría de las ocasiones estos tres tipos de reivindicaciones
a menudo se solapan.
Tal como queda expuesto en el fragmento citado anteriormente, una nueva
función debe agregarse a las mencionadas hasta aquí. Una de las asignaciones
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que desempeña el espacio público es oficiar de lugar de constitución de las
demandas y de los intereses de los sujetos de lo social a la vez que también de
conformación de los sujetos mismos como actores de protesta y de lo político en
general. Este papel es muy importante, pues es a menudo pasado por alto en
algunas tradiciones políticas (por ejemplo, en el neoliberalismo) los cuales
presuponen que los sujetos siempre conocen sus preferencias e intereses antes
de su manifestación en un ámbito público. La sociedad civil y los procesos
deliberativos y asociativos juegan un rol fundamental en la conformación y
determinación de los intereses de los individuos y su papel como sujetos
políticos. No obstante, todas las tradiciones políticas han tendido a acentuar el
rol clave en tanto proveedora de legitimidad de las políticas del gobierno y de las
estructuras del estado. En palabras de De Zan: “La sociedad civil en cuanto tal
no pretende la toma del poder administrativo del Estado sino que ejerce
directamente el poder comunicativo que le es propio, que es la fuente de todo el
poder político-administrativo y es capaz de legitimar o deslegitimar a los poderes
del Estado. La sociedad civil movilizada puede imponer la orientación deseable
de las políticas públicas, pero la construcción del poder comunicativo en la
sociedad civil no tiene ni la capacidad ni la legitimidad para reemplazar al poder
administrativo de las instituciones, al know-how de los expertos y de la burocracia
política, a la representación general del Parlamento y a los procedimientos
jurídicos del Poder Judicial, sino que les aporta o les sustrae a estas instancias
formales el recurso de la legitimación, el cual no es, por cierto, un concepto
meramente moral, sino que representa el fundamento real que sostiene al poder
instituido en el sistema republicano y es la condición de la gobernabilidad
democrática” (De Zan, 2013, p. 102. Las cursivas en el original).
Es decir, a la vez que el espacio público tiene una función central, tiene
también fuertes limitaciones cuando se piensa en la totalidad del sistema político
y su funcionamiento. La sociedad civil no puede ejercer por si misma los cargos
ejecutivos del Estado para transformar en políticas públicas sus intereses y sólo
puede ejercer influencia sobre el aparato administrativo del Estado. La sociedad
civil puede ejercer presión sobre los funcionarios, puede tratar de imponer
agendas pero debe confiar a la mediación política la realización de los intereses
Leandro Paolicchi
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sectoriales que en ella se manifiestan. Esta limitación, de todas maneras, no
debe llevar a menospreciar el lugar clave que debe tener dentro del sistema
político y de la sociedad en su conjunto. En última instancia, no sólo la
supervivencia general de la totalidad del sistema político, sino también de la
democracia, depende de la retroalimentación con esta dimensión de la sociedad:
“A modo de conclusión de este capítulo quiero dejar planteada mi opinión de que
el futuro de las democracias occidentales depende más de la vitalidad y de la
autonomía de la sociedad civil que de los procedimientos formales de la
representación política y de las instituciones estatales o de las organizaciones
paraestatales. […] creo que el empuje para el mejoramiento de la calidad
institucional tendrá que venir desde afuera del sistema, de la sociedad civil. Esta
es, además, una tarea permanente y no meramente coyuntural, que pueda
resolverse de una vez para siempre mediante la reforma política o institucional
del Estado. Estas reformas son por cierto más que necesarias en nuestro país,
pero después de efectuadas seguirá siendo necesario igualmente el control
externo al sistema, el input democratizador incesante de una sociedad civil
independiente y fuerte, que se haga respetar por sus representantes políticos y
que abra las instituciones a la crítica y a la renovación permanente de su calidad
democrática. (De Zan, 2013, p. 105. Las cursivas en el original)
El grado de desarrollo, de permeabilidad y fluidez de una esfera pública que
da cobijo a una multiplicidad de expresiones depende del estado avanzado de
una modernidad que no se manifiesta en ninguna parte de modo homogéneo,
sino que depende asimismo del desarrollo económico y social de la región. El
caso latinoamericano manifiesta particularidades que lo hacen único con
respecto a otras regiones del planeta y determinan las singularidades de las
expresiones que tienen lugar en el seno de su propio espacio como pueden ser,
por ejemplo, la preponderancia de reclamos de tipo económico en detrimento de
manifestaciones de tipo cultural, etc. Asimismo, al grado de desarrollo de una
esfera pública corresponde siempre, por un lado, un determinado caudal de
intervención por parte de una ciudadanía reflexiva y, por otro, la cooptación de
dicho espacio por determinados grupos de interés que operan en función de
imperativos de maximización de utilidades. Así, cuanta menor intervención del
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espacio público exista por parte de una ciudadanía desarrollada y consciente,
mayor propensión a la cooptación de dicho espacio por parte de los mencionados
grupos, así como a la autonomización del sistema político que se deja conducir,
debido a esta circunstancia, de acuerdo a los intereses de los grupos con llegada
al poder.
IV. Los procesos de reificación sobre lo público político
A partir de estas últimas consideraciones es posible empezar a pensar en qué
puede consistir un proceso reificador del espacio público y del rol que puede
tener en términos de algunas de las variables mencionadas, por ejemplo:
construcción de la ciudadanía, manifestación de las necesidades de los sectores
más desprotegidos y perjudicados de la sociedad o legitimidad y control del
sistema político. Estos procesos reificantes del espacio público puede decirse
que están en estricta consonancia con lo ya pensado en los escritos de Lukács
y permite a su vez una reconstrucción posible del potencial normativo de una
praxis que en el caso de Lukács no estaba, como se dijo, del todo desarrollada.
(Honneth, 2007, p. 34)
El uso por parte de Lukács de términos como “cooperativo” o “presenciante”
para explicar o describir una praxis de ese tipo dan una pauta de cuáles son
algunos de los fenómenos que pueden identificarse como reificantes de los
acontecimientos que se producen en el seno del espacio público. Más allá de los
procesos estructurales que pueden describirse y que tienen su efecto
“colonizador”, como pueden ser el avance del sistema del derecho y su efecto
burocratizador o el avance del sistema científico y su efecto tecnocrático voy a
mencionar aquí algunos ejemplos al nivel de la micro agencia individual. Por lo
pronto, puede rápidamente reconocerse como una conducta cosificada frente al
espacio público la de aquel sujeto que se posiciona meramente como espectador
de aquello que se manifiesta en ese espacio, que se ubica como un observador
pasivo frente a los fenómenos que tienen parte en ese ámbito comunitario. Como
si pensara que la estructuración de ese espacio tiene una lógica propia que
escapa a los términos de su propia intervención. A esta actitud meramente
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contemplativa acompaña generalmente un pathos determinado: una indolencia
y desapasionamiento frente a aquello que aqueja a un ciudadano de su misma
comunidad. O, incluso peor, la contemplación de este tipo de irrupciones en el
espacio público de grupos de protesta es recibida con ira por parte de aquellos
que se ven perjudicados tangencialmente por dichas manifestaciones.
Una forma de descubrir la cosificación en esta actitud de ciertos sectores de
la población frente a la protesta sería interpretarlas en el sentido de que el
modelo de intercambio de mercancías y una racionalidad – cuyo objetivo es la
maximización de los propios intereses – rompe deliberadamente los lazos que
unen y refuerzan el tejido social en el sentido de una solidaridad entre los
habitantes de una comunidad. Los ciudadanos tienden a perder, según esta
interpretación, la capacidad de ser afectados por aquello que perturba a otros
sectores de su misma sociedad. Los sujetos tienden a ver como cosas que se
interponen en la consecución de sus propios fines a los otros sectores de la
población que se ven llevados a presentar sus problemas en el espacio público.
La racionalidad mercantil desbanca la empatía por los problemas de los otros y
los convierte en los obstáculos del propio éxito.
En clara relación con esto último es posible interpretar también como un efecto
de la cosificación el “retiro” del espacio público del ciudadano. La perspectiva del
participante es abandonada definitivamente en favor de una conducta privatista
exclusivamente orientada al desarrollo personal. Si el espacio público es
definitivamente el encuentro con el otro, el ser con el otro, la indolencia política
genera un retiro del habitante de la urbe al ámbito de la interioridad donde puede
evaluar de un modo más seguro los pasos de su propio derrotero. Como los
acontecimientos que afectan a los otros sectores de la población no lo
conmueven y como los lazos de reciprocidad están rotos por el efecto de una
racionalidad estructurada en base al dinero y el cálculo, el individuo no toma
parte en acontecimientos colectivos que no signifiquen un inmediato beneficio
personal. De alguna manera, la cosificación prepara el vaciamiento del espacio
público y allana el terreno para su “colonización” por parte de una esfera del
mercado u otras esferas sociales siempre en expansión. Este retiro del espacio
público no es sino un epifenómeno del retiro más amplio que significa la conducta
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reificante de una subjetividad conformada de acuerdo a una racionalidad
capitalista. En este sentido, es posible hablar aquí de una racionalidad de
intercambio de mercancías que desplaza una intersubjetividad originaria, a la
que corresponde una reciprocidad y una empatía determinada, y por lo tanto,
desplaza a las subjetividades de la política preparando el terreno para una
administración del encuentro con los otros por parte del capital.
En ningún caso puede verse mejor este fenómeno que en la mirada que se
estructura a través de los medios masivos de comunicación. En ningún caso los
medios masivos de comunicación son independientes de determinados grupos
de interés asociados a determinados sectores de la economía. Esto no
significaría ningún problema si no sucedería lo que casi por esencia caracteriza
la dinámica de los medios: la sistemática distorsión de aquello que acontece
realmente en el espacio público político. En este sentido, la dinámica de los
medios representa un doble aspecto interesante, pues no solo puede llegar a
representar una distorsión empírica de aquello que acontece en la esfera pública
en función de determinados intereses, concretos e identificables. Más importante
para el enfoque que desde aquí se ensaya es la sistemática y estructural
depotenciación del carácter intrínsecamente político del espacio público que
significa la elaboración de la información por parte de los medios masivos de
comunicación. En concreto, esto significa que la fragmentación, la presentación
episódica, la intercalación de momentos dramáticos y humorísticos, la
teatralización de fenómenos políticos conduce inevitablemente a una
“despolitización de la comunicación pública” (Habermas, 1992, p. 456). Es decir,
la mirada que ponen en juego los medios masivos de comunicación representa
de por sí un avance “colonizador” y “reificante” de lo que acontece en el espacio
público.
Aquí debe decirse que, en ciertos casos, los medios masivos no producen
este tipo de fenómenos, sino que se asientan sobre aquello que la racionalidad
del mercado ha producido ya en el ciudadano. Pero en este último caso, los
medios masivos representan la consagración de una mirada cosificadora sobre
el espacio público y, por lo tanto, una de las instancias paradigmáticas de
avance, desplazamiento o, lisa y llanamente, una “colonización”, como la llama
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Habermas, de un espacio para el ejercicio de una intersubjetividad, por parte de
una racionalidad cosificadora que se expande a través de los vasos capilares del
mercado. En ningún caso los medios masivos ofrecen los “incentivos que
empujen a los ciudadanos a aprender, a escoger, a implicarse y no a limitarse
simplemente a seguir y a mironear el proceso político” (Habermas, 1992, p. 456).
V. Algunas conclusiones
En este trabajo he intentado simplemente ilustrar una de las formas que puede
adoptar aquello que Lukács se propuso desarrollar con el concepto de
reificación. En concreto, intenté mostrar cómo puede hablarse de una mirada
reificada del espacio público, primero, a través de cómo puede verse ésta en
algunas actitudes de la ciudadanía hacia aquello que se manifiesta en el espacio
público y, después, en cómo se cristaliza de una manera paradigmática en los
medios masivos de comunicación. A lo largo de este trabajo pudo verse que la
mirada reificada del espacio público político por parte de la ciudadanía se
manifestaba primero en una indiferencia y una indolencia frente a aquello que
acontecía en ese espacio y, en otras muchas circunstancias, en una condena
frente a aquello que se interpone en la consecución de los intereses individuales
de los afectados. De alguna manera, se observó que este último fenómeno
operaba sobre la base de un auto interés exacerbado producto de la expansión
de una racionalidad mercantilista hacia otros ámbitos que no son el mercado.
Esta expansión se hace a costa de un empobrecimiento de una intersubjetividad
primigenia u originaria que funciona a modo de cohesión y reproducción del tejido
social.
Otra consecuencia no mencionada pero que se encuentra estrechamente
ligada a la anterior es que la actitud objetivante, de no implicación, que adoptan
los individuos frente al conjunto de los fenómenos sociales impide de una manera
determinante la comprensión de aquello que acontece como fenómeno social.
No puedo desarrollar esto aquí con la extensión que requiere esta problemática,
pero para comprender un fenómeno social como tal debo adoptar no una actitud
objetivante sino que debo implicarme, al menos virtualmente, en la forma de vida
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en la cual aquel se desarrolla, debo entablar necesariamente un diálogo, recrear
un entendimiento con la praxis de aquellos sujetos que busco comprender.
(Habermas, 1981, I, p. 164-166) Pues bien, la expansión de la racionalidad del
mercado coarta esta posibilidad de manera tajante, pues hace que los individuos
se muestren abstraídos de la praxis que observan con el objetivo único de
ponderar las posibilidades de un beneficio personal.
Una consecuencia más importante que se señaló concierne a las
potencialidades inherentemente políticas del espacio público. La generalización
de esta actitud de indiferencia y de condena de cualquier interferencia en el
funcionamiento “normal” del espacio público representa en general una
despolitización y una depotenciación de las fuerzas críticas de dicho espacio. La
expansión de la racionalidad del mercado hacia otras esferas de la sociedad se
encuentra directamente enfrentada con el uso que del espacio público político
realizan ciertos movimientos sociales, por lo que puede identificarse a ambos
movimientos como contrarios: por un lado, despolitización y colonización de la
esfera pública y, por otro, politización y protección de las capacidades
inherentemente críticas de dicho espacio. Por otro lado, como también pudo
verse, los medios masivos de comunicación representan casi
paradigmáticamente esta avanzada de una racionalidad del mercado sobre la
esfera pública.
Una última consecuencia con la que me gustaría terminar este trabajo está
relacionada íntimamente con la anterior. A la depotenciación y vaciamiento
crítico del espacio público político sigue como su consecuencia necesaria el
reemplazo de la acción práctico-política por imperativos técnicos de especialistas
que se pretenden neutrales valorativamente. Es decir, la política deja de estar
sujeta a la determinación de la acción de sujetos consientes políticamente y pasa
a estar comprendida como un problema de administración a cargo de saberes
de tipo técnico que son manejados por especialistas que reclaman para sí una
operatividad desideologizada. En el fondo, como la posibilidad de un saber
práctico político desideologizado es imposible, lo que realmente termina
sucediendo es, primero, un poder que se escinde de la esfera pública y se
muestra por esto carente de legitimación y, segundo, un poder que, desligado de
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todo control de la esfera pública, se reproduce a sí mismo simplemente como
lucha por el poder mismo.
Hasta aquí entonces la descripción de en qué medida es posible hablar de
una reificación o cosificación del espacio público y cuáles son las consecuencias
de dicha cosificación. Despolitización de la esfera pública, retiro de la ciudadanía
a orientaciones privatistas y de éxito personal, comprensión de la política
exclusivamente en términos científico-técnicos, deslegitimación del poder y
finalmente reproducción del poder como lucha por el poder mismo. En qué
medida es posible revertir esta reificación del espacio público depende también
de en qué medida y de qué manera revertir las causas que dan origen a la
reificación. Se toca aquí una cuestión altamente compleja, pues si creemos como
Lukács que la reificación tiene origen en la generalización de las relaciones
capitalistas del mercado, la solución pasará por transformar radicalmente ese
sistema o poner límites a la expansión de la lógica propia de este sistema de
producción ya en un contexto post socialista. El punto a solucionar es quiénes y
cómo pueden efectuar esta limitación. Un conjunto de especialistas iluminados y
guiados por una visión de justicia o una ciudadanía movilizada que se encuentra
por fuera de la acción reificante del mercado. El abordaje de esta cuestión, sin
duda de importancia capital, excede los límites de este trabajo.
Referencias
Benhabib, S. (2006). Modelos de espacio público. Hannah Arendt, la tradición liberal y Jürgen Habermas. En S. Benhabib. El Ser y el Otro en la ética contemporánea. Feminismo, comunitarismo y posmodernismo (págs. 105-138). Barcelona: Gedisa.
Cohen, J. L. y A. Arato (1992). Civil Society and Political Theory. Cambridge, MA: MIT Press.
De Zan, J. (2013). La vieja y la nueva política. Libertad, poder y discurso. Buenos Aires: UNSAM.
Habermas, J. (1981). Theorie des kommunikativen Handelns (2 Ts.). Frankfurt am Main: Suhrkamp.
Habermas, J. (1992). Faktizität und Geltung. Frankfurt am Main: Suhrkamp.
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Habermas, J. (1999). La lucha por el reconocimiento en el Estado democrático de derecho. En J. Habermas. La Inclusión del Otro (págs. 189-227). Barcelona: Paidós.
Honneth, A. (2007). Reificación. Buenos Aires: Katz.
Lukács, G. (1985). La cosificación y la conciencia del proletariado. En G. Lukács. Historia y Conciencia de Clase. Buenos Aires: Orbis.
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erasmus
Año XXII No 1- 2020
Artículos originales,
enero - junio 2020
p. 127 - 155
ISSN (impreso) 1514-6049
ISSN online: en trámite
(en línea: junio de 2020)
© erasmus. Revista para el diálogo intercultural. La revista científica semestral de la Fundación ICALA
ISSN: Versión impresa - 1514-6049 / ISSN online: en trámite http://www.icala.org.ar/erasmus/erasmus.html – Contacto: michelini.rio (at) gmail.com
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(CC BY-NC-SA 4.0), https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/ 127
VISIONES DEL FUTURO Y ENCRUCIJADA CIVILIZATORIA:
CHINA, OCCIDENTE Y LA PANDEMIA
Visions of the future and civilizational crossroads: China, the West and the Pandemic
Zukunftsvisionen und zivilisatorische Scheidewege: China, der Westen und die Pandemie
Cristina Reigadas
Instituto “Gino Germani”, Fac. de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, Argentina Especialización en Estudios Chinos Contemporáneos de la Universidad de Lanús, Argentina
Centro de Estudios Latinoamericanos, Universidad de Cambridge, Reino Unido
e-mail: [email protected]
Recibido: 07-06-2020 Aceptado: 22-06-2020
Cristina Reigadas es Profesora y Doctora en Filosofía y Letras por la Universidad de Buenos Aires (UBA); Profesora Consulta Titular Fulltime e Investigadora del Instituto “Gino Germani”, área “Globalización y Nuevas Ciudadanías”, Facultad de Ciencias Sociales (UBA); Profesora de la Especialización en Estudios Chinos Contemporáneos de la Universidad de Lanús e Investigadora Asociada del Centro de Estudios Latinoamericanos, Universidad de Cambridge, Reino Unido. Su trabajo se desarrolla desde una perspectiva transdisciplinaria y comparada que enlaza la Filosofía Política, la Ética del Discurso, la Sociología Histórica y la Teoría Política. Su eje conceptual es el cambio sociopolítico contemporáneo: globalización, modernidad, modernización, posmodernidad; ética del discurso y democracia deliberativa; sociedad civil y asociaciones voluntarias en América Latina; debates sobre modernidad y democracia en Latinoamérica, China e India. Ha sido profesora Titular en la Universidad Nacional de La Plata y en la Universidad del Salvador, y profesora invitada en la Universidad de Harvard, en la Universidad de Northwestern, en la Universidad de Cambridge, de la cual es Life Member Fellow, en la Universidad de París X (Nanterre), en la Universidad de Beijing, en la Universidad de La Serena y en la Universidad de Pernambuco, entre otras. Es coautora de más de 30 libros; ha editado y compilado Entre la norma y la forma. Cultura y Política hoy, EUDEBA, Buenos Aires, 1996 y Globalización y Nuevas Ciudadanías (con Carlos Cullen), Instituto Gino Germani-Editorial Suárez, Mar del Plata, 2003. Actualmente está escribiendo el libro Debates chinos contemporáneos sobre democracia y nuevo orden mundial. Algunos de sus artículos recientes son: “La reforma constitucional en China; ¿nueva era, tercera revolución?. Continuidades y discontinuidades del Sueño Chino”; “La cuestión de la democracia hoy en China. Transición democrática, gradualismo, deliberación; “Los Desafíos Políticos de China Hoy”; “Democracia y legitimación política en China contemporánea. Deliberación y virtud”; “Images and perspectives of China in Argentina”; “Why should Argentina be interested in China?”; “Habermas y Wang Hui. Modernidad y sociedad global. Un diálogo intercultural”.
Cristina Reigadas
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Cita sugerida: C. Reigadas (2020). Visiones del futuro y encrucijada civilizatoria: China,
Occidente y la pandemia. Erasmus. Revista de filosofía práctica y ciencias sociales
22(1), 127-155.
Resumen
La difusión del Covid19 a nivel global y la declaración de su carácter pandémico ha sacudido el
precario equilibrio económico, político y social del sistema mundial, haciendo estallar lo ya
sabido: que el actual orden mundial requiere urgente reconstrucción, que el modelo de desarrollo
vigente es insustentable y que los sistemas sociales son cada vez más regresivos. Lo que podría
haber sido una oportunidad, se convirtió sin embargo en una gran decepción: a la carencia de
liderazgo político y de capacidad cooperativa del sistema internacional se sumó la escasez de
recursos intelectuales para mostrar visiones alternativas del futuro. En este contexto
recrudecieron, además, las tensiones entre Occidente y China quien, a pesar de los errores
cometidos, persiste decidida en su voluntad de liderazgo político mundial. Analizo en este trabajo
la base intelectual que sustenta dicho liderazgo a través de la reciente producción de
intelectuales chinos que, desde distintos espacios ideológicos, articulan cuestiones de la
postpandemia con las ideas fuerza de la visión china del futuro civilizatorio. Entre ellas: el
“socialismo específicamente chino”, “el sueño chino como sueño de la humanidad” y
´Tianxia´(todo bajo el cielo) como Imperio; la Iniciativa de la Franja y de la Ruta y la Diplomacia
de la Gente (en oposición a la Diplomacia del “Guerrero Lobo”) como herramientas de realización
de aquellas ideas y, finalmente, la posibilidad de una nueva guerra fría, China como amenaza y
China como oportunidad.
Palabras clave: Futuro; encrucijada civilizatoria: postpandemia; Sueño Chino.
Abstract
Coronavirus pandemic has shaken the fragile economic, political and social balance of the world
system, making visible that the global order requires urgent rebuilding, that the current
development model is unsustainable and that social systems are increasingly regressive.
However, what could have been an opportunity turned out to be a great deception: lack of political
leadership and capacity for cooperation at the international level and poverty of intellectual
resources to provide alternative visions of the future. In this context tensions increased between
Western countries and China who, in spite of its many errors, persists in its will to lead world
politics.
I deal in this article with the intellectual foundations of this leadership through the recent
production of Chinese intellectuals who, from different ideological perspectives, articulate
pandemic issues with the core ideas of the chinese vision of the future. Among them: “Socialism
with Chinese characteristics”, “the Chinese Dream as the Dream of Mankind”, ´Tianxia´ (All-
under- Heaven) as Empire; the Road and Belt Initiative and the Diplomacy of the People (in
opposition to the Diplomacy of the “Wolf Warrior” as tools for the achievement of those ideas
and finally, the possibility of a New Cold War, China as a threat and China as an opportunity.
Key words: Futur; civilizational crossroad; postpandemic; China Dream.
Visiones del futuro y encrucijada civilizatoria: China, Occidente y la pandemia
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Zusammenfassung
Die Ausbreitung von Covid19 auf globaler Ebene und die Erklärung der Pandemie haben das
prekäre wirtschaftliche, politische und soziale Gleichgewicht des Weltsystems erschüttert und
deutlich gemacht, dass die globale Ordnung dringend wieder aufgebaut werden muss, dass das
derzeitige Entwicklungsmodell nicht nachhaltig ist und dass die Sozialsysteme zunehmend
regressiv sind. Was jedoch eine Gelegenheit hätte sein können, entpuppte sich als große
Täuschung: Mangel an politischer Führung und Fähigkeit zur Zusammenarbeit auf internationaler
Ebene und Armut an intellektuellen Ressourcen zur Entwicklung alternativer Zukunftsvisionen. In
diesem Zusammenhang nahmen die Spannungen zwischen den westlichen Ländern und China
zu, das trotz seiner zahreichen auf seinem Willen zur Führung der Weltpolitik verharrt.
In diesem Artikel analysiere ich die intellektuelle Basis und die jüngste Produktion chinesischer
Intellektueller, auf die sich diese Führung stützt und wo ausgehend von verschiedenen
ideologischen Räumen postpandemische Probleme mit den starken Ideen der chinesischen
Vision der zivilisatorischen Zukunft artikuliert werden. Darunter: der "spezifisch chinesische
Sozialismus", "der chinesische Traum als Menschheitstraum" und "Tianxia" (alles unter dem
Himmel) als Imperium; die One Belt-One Road-Initiative und die Volksdiplomatie (im Gegensatz
zur " Wolf Warrior"-Diplomatie) als Instrumente zur Verwirklichung dieser Ideen; und schließlich
die Möglichkeit eines neuen Kalten Krieges, China als Bedrohung und China als Chance.
Schlüsselwörter: Zukunft; zivilisatorischer Scheideweg; Postpandemie; China Dream.
Cristina Reigadas
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VISIONES DEL FUTURO Y ENCRUCIJADA CIVILIZATORIA:
CHINA, OCCIDENTE Y LA PANDEMIA
Cristina Reigadas
La difusión del Covid19 a nivel global y la declaración de su carácter
pandémico han sacudido el precario equilibrio económico, político y social del
sistema mundial. Las visiones apocalípticas se intensificaron y multiplicaron.
Apareció la realidad desnuda en toda su inestabilidad.
Nada que no supiéramos: cómo ignorar la crisis de la economía neoliberal, los
déficits de la democracia y de sus mecanismos de representación (¿ o acaso no
ya su prescindibilidad?), los problemas de endeudamiento de los Estados, el
aumento del autoritarismo gubernamental (pero también social), el fracaso de los
populismos derecha y de izquierda y de las izquierdas, las tensiones y conflictos
entre un sistema internacional casi anárquico basado en Estados Nacionales y
una economía globalizada y transnacional. En las últimas décadas observamos
el creciente deterioro del medio ambiente, una significativa desigualdad entre
países y entre ciudadanos, un aumento de la exclusión, la marginalidad y la
pobreza, de los prejuicios étnicos, religiosos y raciales, por nombrar sólo a
algunos de ellos.
A esto hay que agregar pestes recurrentes, algunas largamente anunciadas.
En 2008 la Central de Inteligencia Americana (CIA) informó en un estudio en el
que participaron 2500 expertos independientes de universidades de 35 países
de EEUU, la Unión Europea, China, India, África, América Latina y el mundo
árabe musulmán la probable aparición antes de 2025 de una enfermedad
respiratoria nueva que podría convertirse en pandemia. Más aún, el estudio
pronosticaba que probablemente surgiría de la estrecha asociación entre
humanos y animales y en áreas densamente pobladas, tales como el sur de
China y el sudeste asiático, en donde no están reguladas las prácticas de cría
de animales silvestres. Las denuncias se sucedieron: Barack Obama en 2014,
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Bill Gates en 2015, el Pentágono en 2017, la Organización Mundial de la Salud
en setiembre de 2019 (Ramonet, 2020).
A pesar de todo, la situación tomó al mundo de sorpresa. Es sabida la historia
de las primeras negaciones, ocultamientos, minimizaciones y mentiras, los
distintos métodos para afrontarla, las marchas y contramarchas de gobernantes,
asesores científicos y organismos internacionales como la OMS, la ausencia de
los organismos internacionales, y la falta de coordinación internacional, inclusive
entre países pertenecientes a los mismos bloques político-regionales y hasta en
el interior de los mismos países debido a grietas y conflictos político-partidarios.
Todo esto hizo estallar lo que ya sabíamos: que el actual orden mundial
requiere urgente reconstrucción, que el modelo de desarrollo vigente es
insustentable y que los sistemas sociales son cada vez más regresivos.
La crisis -¿o catástrofe?- inmediatamente generó múltiples, diversas y
conflictivas interpretaciones, explicaciones y pronósticos que acentuaron el
riesgo, la incertidumbre y la vulnerabilidad ante un virus desconocido y
extremadamente contagioso. Rápidamente creció el miedo. A la enfermedad, a
la muerte, al exceso de control estatal, a la falta de control estatal. La
sobreinformación periodística y científica, las fake news y los delirios
conspirativos contribuyeron a la confusión y a un creciente alarmismo que más
que hacernos detener en lo que estaba pasando nos catapultó al momento
postpandemia, donde nada volvería a ser igual.
En Occidente los intelectuales aportaron su cuota y el campo se dividió en
optimistas y pesimistas. Para los primeros, la pandemia bien podría constituir
una oportunidad para no volver a la indeseable “normalidad”, abriendo la
posibilidad de una sociedad alternativa, una sociedad cooperativa y más justa,
quizás la reinvención del comunismo (Zizek, 2020) y la aparición de cambios
civilizatorios. (Garretón, 2020)
Cambios que promoverían nuevas formas de sociabilidad (en parte debido a
la distancia corporal en gran escala y por un tiempo aún incierto), de disfrutar del
tiempo y de organizar el espacio, vidas menos orientadas al rendimiento y al
consumo. La persistencia del virus contribuiría -contribuirá- sin dudas a acelerar
las sociabilidades virtuales, el trabajo y la educación online, a mejorar las
condiciones del hábitat urbano y ambientales.
Cristina Reigadas
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Pero el optimismo comienza a desinflarse, porque nada garantiza que cuando
se levante esta “anormalidad” no volvamos a la anterior “normalidad”. De
Agamben a Houllebeck, pasando por Byung-Chul Han (2020), muchos creen que
nos espera más de lo mismo. Sobre todo, el Estado de Excepción. Quizás la
crisis no sea una oportunidad, como sostiene el sociólogo José Mauricio
Domínguez y el Estado de Supervigilancia sea el instrumento para reforzar la
economía postneoliberal (Ríos-Jara, 2020, p. 43-44) para socavar el Estado de
Derecho y para erigir una vez más a los expertos y a la ciencia en la voz de la
verdad y de la salvación.
El Estado de Excepción, de vigilancia y control, especialmente bajo sus
formas digitalizadas, es uno de los temas que preocupan por igual a optimistas
y pesimistas. En especial porque los países que más apelan a mecanismos de
control fueron, en principio y en apariencia, los más exitosos para combatir la
pandemia, mientras que las democracias lo fueron menos. Dando lugar a
dudosas y odiosas comparaciones ideológicas entre quienes son o serán los
ganadores del campeonato Covid 19: las democracias o las autocracias.
Dudosas dado que cuando empieza a mirarse caso por caso, la ideología se
rinde ante la diversidad de la evidencia.
De todos modos, que el Estado regrese e intervenga en tiempos de pandemia
es bienvenido, dado que quizás pueda enderezar, aunque sea modestamente,
al capitalismo desbocado.
Ligadas al Estado de Excepción resurgen las utopías redentoristas, los
gobernantes providenciales y los mitos refundacionalistas de resurrección y
unidad nacional, cuyas apelaciones patrióticas no alcanzan a disimular las
injusticias de las sociedades nacionales y del sistema mundial, la escandalosa
ausencia de cooperación internacional y hasta de solidaridad con los vecinos y
socios, ni la notoria ausencia de liderazgos políticos, sociales y religiosos, y las
vacilaciones y silencios de los organismos internacionales.
En cuanto a los intelectuales, desde ya hace tiempo que son figuras
devaluadas en el escenario público mundial. En la mayoría de los países el
monopolio informativo y de su interpretación estuvo en manos de periodistas,
encuestadores y mediáticos, de médicos y representantes de las ciencias duras.
Por cierto que, no sin importantes desacuerdos, enfrentamientos de escuelas,
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modelos y teorías, mientras se construía un relato oficial acerca de la pandemia
y de su tramitación (cuarentenas cerradas, vigilancia digital, contagio de la
manada, etc.) se incrementó la circulación de noticias falsas y/o infundadas,
resurgieron las creencias mágicas y diversas fantasías paranoicas infectaron los
medios y las redes sociales tanto como el virus.
De todos modos, nuevos gurús intelectuales como Juval Noah Harari y otros
no tan nuevos como Francis Fukuyama y Jared Diamond salieron nuevamente
a la palestra para hacerse cargo de lo que la gente quiere escuchar y que
difícilmente se produzca en los institutos de investigación: frescos interpretativos
de la historia que digan cómo estamos en el mundo y hacia dónde vamos.
En cualquier caso, las interpretaciones de la pandemia se desplegaron entre
la banalidad y sobresaturación informativa de los medios y la escasez de nuevas
ideas, conceptos y visiones movilizadoras del futuro que fueran más allá de
visiones apocalípticas o de los ingenuos retornos al comunismo, de los anuncios
del fin del capitalismo o de trasnochadas épicas de renacimiento nacional. El
virus también tomó de sorpresa a los intelectuales.
Ciertamente es difícil echar luz en las neblinas del presente, pero no menos
cierto es que las neblinas no son nuevas. Y que el fantasma de la falta de ideas
fuerza hace tiempo atraviesa a Occidente. ¿Y a Oriente?
Salgamos del campo intelectual y vayamos a buscar visiones imaginativas del
futuro en el campo de la política. Difícilmente puedan provenir de EEUU, cuyo
slogan trumpista de “America first” es una rémora del pasado y cuando su
retracción proteccionista ha debilitado su liderazgo internacional. Del mismo
modo que poco puede ofrecer Europa, a la que la pandemia encuentra
amputada, fragmentada y debilitada en su unidad política, sostenida en una
burocracia internacional que no satisface a nadie y amenazada por rebrotes de
nacionalismo xenófono y en algunos casos fascistoides. Una Europa que ni
siquiera pudo cooperar y ser solidaria con sus miembros más débiles y en
apuros.
Los países desarrollados de Occidente mostraron su incapacidad de liderazgo
y optaron por encerrarse en sus fronteras. Que el virus hubiera aparecido en
Wuhan, que China negara y ocultara la situación en las dos primeras semanas
de la pandemia, evitando transparentar la situación, constituyeron motivos
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suficientes para que intentaran convertirla en el chivo expiatorio de aquélla,
situación que al día de hoy lejos está de haber desaparecido. La comunidad
internacional declaró la guerra a la pandemia y el lenguaje bélico contaminó la
voluntad política de los afectados. Se desataron acusaciones cruzadas y las
críticas, muchas de ellas legítimas, dejaron sin embargo al descubierto los
prejuicios étnicos de siempre. No sólo se habló del virus “chino” y se acusó a
China de fabricarlo, hasta se llegó a exigirle reparación económica por el mal
manejo de la enfermedad. China no se quedó atrás en sus respuestas y
contraatacó con rapidez y decisión, y con un estilo altisonante y agresivo, poco
habitual en su tradición diplomática, y más propio de lo que algunos autores
llaman la diplomacia del “Guerrero Lobo”.1
Ciertamente China no podía dejar que sus errores dañaran una imagen
internacional que venía siendo pacientemente trabajada en las últimas décadas
y que pusiera en peligro su proyecto político. El control rápido y exitoso de la
pandemia fue el inicio de la reversión del daño tanto como sus activas acciones
de ayuda internacional. Aun cuando pueda cuestionarse el verdadero alcance de
la magnanimidad, eficiencia y gratuidad de la misma, estos gestos estuvieron
destinados a neutralizar la creciente e histórica desconfianza, a salvar la “cara”
y a estar a la altura de sus ambiciones políticas. Y aun cuando China no dejó de
azuzar la creciente irracionalidad e imprudencia diplomática.
Erigir a China en chivo expiatorio no es algo nuevo. En la historia de Occidente
la desconfianza y los prejuicios hacia China no son anecdóticos, sino
constitutivos: basta recordar la construcción del orientalismo, las imágenes del
mandarín sonámbulo, de una civilización decadente e inepta para el cambio, el
peligro amarillo y el miedo al comunismo, y finalmente, el momento tan temido
de su ascenso económico y político: China superpotencia, China primera
potencia, China primus inter pares, China hegemón. Mientras que la pandemia
1 Esta denominación refiere a la película Wolf Warrior 2 (2017) y a su antecesora Wolf Warrior 1 (2015), muy populares en China, y que ofrecen claves sobre el tipo de China que los patriotas modernos quieren ver en la pantalla. Su héroe, Leng Feng, un comando chino retirado, hace a China formidable, invencible, autosuficiente, temida y respetada por todos y en todo el mundo, respetuosa de la ley internacional para destruir a sus enemigos, generosa con el mundo y protectora de sus ciudadanos en el extranjero. A tanto llega la exaltación patriótica que suele cantarse el himno nacional en el cine.
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acentúa la debilidad política de Occidente y su carencia de ideas para enderezar
el rumbo de la historia, pareciera que el peligro amarillo no sólo tiene una visión
del futuro para sí y para el mundo sino que está dispuesto a ejecutarla con
decisión y hasta con cierta arrogancia. Porque, además, ha salido victoriosa de
la pandemia.
Ciertamente las hegemonías se han sucedido a lo largo de la historia tanto
como los imperios, y los errores y las respuestas altisonantes no son ajenos al
escenario internacional. ¿Por qué, entonces, tanta alharaca?
Quizás porque desde hace siglos los imperios se han desarrollado en el
terreno geocultural de lo que llamamos Occidente, y hoy la posta pasa
(contrariamente a la profecía hegeliana) nuevamente a Oriente. Occidente corre
el riesgo no sólo de perder el liderazgo mundial sino de tornarse insignificante,
por cansancio y hartazgo cultural, impotente frente un sistema económico que
ha producido más desigualdad y a un sistema político, la democracia y los
Estados Nacionales, jaqueados por sus escasos rendimientos.
Corre el peligro, sobretodo, de ser conducido por una potencia que no termina
de comprender porque nunca la ha escuchado suficientemente. China ha estado
fuera de la conversación mundial y congelada en su incomprensible -para
nosotros- otredad. Incomprensibilidad quizás conveniente en épocas de imperios
propios, pero sumamente inconveniente cuando la organización del mundo
comienza a ser marcada por los otros.
Sin embargo, la idea de China como modelo para Occidente no es nueva y ya
estaba presente en los misioneros jesuitas y en el mismo Mateo Ricci, para
quienes la política imperial encarnaba la idea de coexistencia y entendimiento
que admiraban. Pero esa suerte de “superioridad” que abrazó buena parte del
mundo ilustrado y que sirvió como modelo de paz y contención a las pretensiones
revolucionarias europeas, se transformó en inferioridad. En el siglo XIX China
sufrió la humillación del colonialismo europeo, en el siglo XX la dominación
japonesa.
Luego instauró la Republica, se hizo socialista con Mao, con quien proclamó
su liderazgo tercermundista, abrazó reformas y aperturas con Deng, se liberalizó
con Yiang Zemin y Hu Hintao y ahora se erige en modelo de la humanidad con
Xi.
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A lo largo de su historia como Estado, Imperio y República China siempre forjó
su identidad por fuera y por dentro de Occidente. Y su reciente ́ ascenso pacífico´
siempre se produjo dentro de las normas y parámetros de las relaciones
internacionales establecidas, aun cuando cuestiones como la democracia y los
derechos humanos sean motivo de controversia.
Que China exhiba hoy con orgullo una idea civilizatoria, una visión del futuro
para sí y para la humanidad no es, ciertamente, una novedad histórica. Otras
propuestas y visiones la antecedieron. Si esa idea y esa visión constituyen un
modelo alternativo y un rumbo diferente al actual, está por verse. Este es el
núcleo de los debates y conversaciones de políticos, académicos e intelectuales
chinos, y lo que está en juego en las prácticas políticas y diplomáticas del Estado
chino. Veamos ahora qué ofrece China a un Occidente agotado, caótico y
confuso.
El socialismo específicamente chino
“En los últimos años se han hecho públicas dudas dentro y
fuera de China acerca de si lo que China está actualmente
practicando es aun socialismo. Algunos lo llaman ´socialismo
capitalista´, otros sencillamente ´capitalismo de estado´ o ´nuevo
capitalismo burocrático´. Todo esto es completamente
equivocado. Decimos que el socialismo con características
chinas es socialismo, lo cual significa que independientemente
de qué reforma o apertura practiquemos, nosotros siempre
defenderemos el camino del socialismo con características
chinas, el sistema teórico del socialismo con características
chinas, las instituciones del socialismo con características
chinas, y defenderemos la demanda básica del 18 Congreso del
Partido para lograr la victoria del socialismo con características
chinas”2
La Reforma Política Constitucional efectuada por el XIX Congreso del Partido
Comunista Chino (PCC) en 2017 es un momento trascendente en la explicitación
2 Xi Jinping, 18 Congreso del PCP. Mi traducción del inglés.
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de esta visión. En él se anuncia una “nueva era”, “el sueño chino como sueño de
la humanidad”, una comunidad armónica, pacífica y próspera enlazada en un
destino común, guiada por el principio rector del “socialismo específicamente
chino”. Especificidad que conjuga hoy en un experimento político extraordinario,
distintas tradiciones culturales y políticas, tanto del pasado como del presente y
las proyecta al futuro con carácter global.
Lo “específicamente chino” aúna la idea de igualdad y justicia del socialismo,
la economía de mercado capitalista estatalmente orientada, la apuesta por la
innovación tecnológica, especialmente digital y en el campo de la inteligencia
artificial y el neoconfucianismo que aporta le legitimación por la virtud, todo esto
anudado en un fuerte nacionalismo que constituye el consenso ideológico-
político básico.3
En 2013, China intensifica su política del “bringing in” al “going global” (Wang4,
2018, p. 3) mediante la Iniciativa de la Franja y de la Ruta que hace a China salir
del bajo perfil internacional de otras épocas (Deng), exhibir sus pretensiones,
afirmar sus derechos, y ofrecerse como modelo de desarrollo para el mundo.
Lo “específicamente chino” se ideologiza, se aleja de las influencias liberales
existentes en los anteriores gobiernos a Xi, y en éste camino construye una línea
histórica que va de Mao (reivindicado) a Xi, pasando por Deng. Con esta
Reforma, Xi concentra el poder en su persona, aprueba la posibilidad de la
reelección indefinida, se erige en el núcleo de la nación y su pensamiento en
fuente de la doctrina política china. Sólo Sun-Yat-sen y Mao Zedong habían
ostentado estos privilegios. Los nuevos alineamientos intelectuales producidos
en esta nueva era de “rejuvenecimiento” son importantes para entender el
camino seguido por China.
Comienzan a redefinirse las fronteras entre liberales, Nueva Izquierda y
Neoconfucianos, de modo tal que algunas se endurecen y otras se aflojan
mediante el intercambio de temas, tópicos y posicionamientos ideológicos. Las
voces liberales comienzan a disminuir su presencia y peso en el debate
3 He desarrollado el tema de la nueva reforma constitucional china en Reigadas (2018). 4 Wang Yiwei es Profesor en la Escuela de Estudios Internacionales de la Universidad de
Renmin, China, Director del Instituto de Asuntos Internacionales para los Estudios Europeos y Director de la Red Académica Chino-europea.
Cristina Reigadas
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intelectual y se muestran más conciliadoras con el régimen, la Nueva Izquierda
acentúa su nacionalismo antes que su anticapitalismo y profundiza su
neoestatalismo, en algunos casos neoautoritario, y el neoconfucianismo, cuyo
universalismo convivió con el del comunismo, y que hasta ahora se mostraba
cercano al Partido, comienza a distanciarse de él a raíz de los errores cometidos
durante la pandemia
El” sueño chino” como “sueño de la humanidad”
El “Sueño Chino” tiene como objetivos básicos eliminar la corrupción,
asegurar un moderado bienestar para todos, recuperar el lugar que le
corresponde a China en el mundo, promover la innovación (especialmente
tecnológica), y llevar la sabiduría y logros chinos a otros pueblos. Así la “nueva
era” y el “rejuvenecimiento” chino consisten en un desarrollo basado en la
inclusión, la innovación, la regresión del nacionalismo (siendo esta cuestión
paradojal) y de los populismos, y la concreción de “todos bajo el cielo”, una
humanidad unida mediante la regla de la virtud.
Esta visión no constituye un plan más de gobierno, ni para el Estado ni para
los intelectuales que la sustentan: es un proyecto político, una épica y una utopía,
que busca saldar la deuda que China tiene consigo misma y que finalmente tiene
su kairós. Tan lejos llega este sentimiento que algunos consideran que se trata
de un acontecimiento histórico-epocal extraordinario y único en los últimos 50,
500 (o quizás 5000 años), una ruptura análoga a la ocurrida en los siglos XVI y
XVII, cuando Europa se hizo moderna. (Wang, 2018, p. 5) En fin, el
“excepcionalismo” chino en su mejor momento, la oportunidad de legitimar
antiguos pergaminos de grandeza y de liderar la construcción de una nueva
modernidad global, aun cuando sin apetencias de aventura neocolonial. (Imperio
no es imperialismo). Toda la historia pasada y presente de China confluyendo en
este gran momento histórico y proyectando una nueva era civilizatoria para toda
la humanidad. Ciertamente el pasaje del sueño chino al sueño mundial llevará
tiempo y no se transitará sin riesgos ni dificultades, dado que pasar de una
globalización desigual y conflictiva a una pacífica, armoniosa y con equidad
requerirá complejas negociaciones entre distintos pueblos, naciones y regiones,
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entre muy diversas organizaciones económicas, políticas y sociales, entre
distintos valores, estilos de vida y culturas. En la realización del sueño, ‘Tianxia’,
el ‘imperio’ y ‘la Iniciativa de la Franja y de la Ruta’ son cuestiones clave.
¿Qué es ‘Tianxia’?
¨Tianxia´ (´todo bajo el cielo´) es un concepto antiguo de más de 3000 años.
Un concepto omniabarcador y universalista de orden descriptivo tanto como
moral. Aunque nunca se trató de un concepto exclusivamente geográfico o que
connotara algún tipo de superioridad, trazaba sin embargo un límite entra la
civilización y la barbarie, que era tolerada como su frontera, y por ello fue
rechazado en las sucesivas revoluciones, sospechado de sinocentrismo. En los
tiempos antiguos ´Tianxia´ estaba íntimamente ligado al orden familiar y en los
modernos, cuando el Estado Nacional se fortaleció, comenzó a perder presencia
y vigor en el pensamiento chino, aunque nunca desapareció del todo. (Liang,
2020, p. 2-3)
Dadas sus muchas, diversas y esquivas conceptualizaciones, su aplicación al
campo de las relaciones internacionales es objeto de controversias. Voy a
mencionar dos ejemplos contrapuestos, el de Zhao Tingyang5 y el de Chen Yu6,
que, entre otros, analiza Liang Zhiping7 en “Imagining ́ Tianxia´: Building Ideology
in Contemporary China”.
Zhao, profesor de Filosofía del Instituto de Filosofía de la Academia China de
Ciencias Sociales y autor de un famoso libro que recoge distintas versiones e
interpretaciones de ´Tianxia´, es un decidido defensor de la utilidad de ´Tianxia´
como modelo de relaciones internacionales. A diferencia del orden mundial
actual, que es un espacio de mera supervivencia, competencia y pérdida,
dominado por los nacionalismos y estatismos, según una globalización que
divide y enfrenta, “Tianxia” tiene un sentido geográfico, psicológico y
5 Zhao Tingyang es profesor de Filosofía del Instituto de Filosofía de la Academia China de Ciencias Sociales y autor del best seller The tianxia system: A philosophical intrioduction to the world system (2005).
6 Chen Yu es Profesor de Filosofía de la East China Normal University en Shangai. 7 Liang Zhiping. es un académico especialista en leyes, miembro del Centro de Investigación
de la Cultura China, de la Academia Nacional de Arte de Beijing.
Cristina Reigadas
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teorético/político fuera del cual no hay nada. Tianxia es el mundo. Y en cuanto
utopía del mundo y del gobierno mundial es un orden moral universal que integra
los valores e intereses del mundo, siendo superior a las naciones y a los pueblos.
´Tianxia´ incluye aspectos habitualmente descuidados en las relaciones
internacionales, lideradas por la diplomacia formal: afectividad y empatía,
principios familiares y muy especialmente rituales orientados a la perfección del
individuo antes que al dominio sobre los demás , todos éstos, valores aptos para
ir más allá de las divisiones y unir todo lo existente. (Zhao, citado en Liang, 2020,
p. 6-7)
Contrariamente, para Chen Yu, ´tianxia´ es un concepto político-cultural y no
un modelo de relaciones internacionales. Más que de instituciones se trató
siempre del “camino” de realización del individuo, mediante el cual la gente y los
gobernantes convergen en un espacio público armónico.
El antiguo modo de vida, aun cuando sin estar constreñido en términos de
geografía, cultura y política, estaba ligado a un espacio y a la vez abierto para
realizar su potencial “en el cielo y en la tierra”. Pero la transición al mundo
moderno y la división en Estados Nacionales obturaron la posibilidad de ́ tianxia´.
Chen advierte que se trata de una verdadera paradoja: sostener la esperanza de
la realización de la ´chinesidad´ clásica (´tianxia´) finalmente conduce a un
rechazo de esa misma ´chinesidad´. (Chen Yu, citado en Liang, 2020, p. 12)
´Tianxia´, nombre indeterminado de una utopía universalista aún no realizada
en los tiempos modernos, retoma en clave no occidental las difíciles y
contradictorias relaciones entre lo particular y lo universal, en este caso, entre lo
“específicamente chino” y el mundo, porque ´Tianxia´ es a la vez China y el
mundo o, como aclara Zhao, China es el mundo.
Parecería haber un dilema irresoluble entre las pretensiones realizativas y
utópico-normativas de ´Tianxia´: si pretendiera transformarse en un principio de
ordenamiento mundial, el sueño chino abandonaría su ́ chinesidad´ para ser algo
distinto. La ´chinesidad´, realizada como ´Tianxia´, se convertiría en algo distinto
de ella misma. Por aquello de que ninguna experiencia histórica es indemne al
cambio. Si ´Tianxia´ es el mundo, China no es ya China sino el mundo, y desde
allí puede entenderse que “repensar a China es repensar al mundo” (Zhao, citado
en Liang, 2020, p. 6).
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Por cierto que el concepto de ´Tianxia´ es más sugerente y alegórico que
asertivo, pero aunque en general sus defensores rara vez dicen cómo se va a
poner en práctica, constituye un ejercicio mental para imaginar realidades
alternativas. (David Ownby, citado en Liang, 2020, p. 1)
En este sentido, y dado que ´Tianxia´ no es sólo un tema filosófico sino
también una cuestión macroestratégica (Zhao, citado en Liang, 2020, p. 6), hay
que preguntarse cómo se expresa y materializa en el mundo político cotidiano y
en la política internacional.
El mismo Liang relata algunas representaciones populares de ´Tianxia´. Una
de ellas, la transmisión de la “Ceremonia de la Investidura de los Dioses”8 que
se efectuó en la CCTV de Gala en las vísperas del Año Nuevo de 2018, en el
´Heavenly Candle Peak´ en Taishan y donde se pidió paz y prosperidad para el
país y para el extranjero. Tres días después hubo otra celebración del
Estado/Familia y de ´Tianxia´, al cual asistieron cientos de millones de personas.
En ambos eventos casos se agradeció el apoyo celestial al gobernante elegido,
Xi, profundamente comprometido con el Estado/ familia y con ´Tianxia´. Liang
interpreta estas dos ceremonias como una renovación de la legitimación del
soberano: el principio celestial da vida a la gente, el emperador recibe el mandato
del cielo, el respeto a la virtud sostiene al pueblo y las enseñanzas morales se
propagan cerca y lejos, al país y al extranjero. (Liang, 2020, p. 2)
Imperio
En la política internacional, ´Tianxia´ da sustento a una nueva concepción
imperial. En “Empire and World Order: the internal logic of supersized political
entities”, Jiang Shigong (2019)9 explica por qué el socialismo con características
8 La “investidura de los dioses” refiere a la transición entre la dinastía Zhang y la Zhou, cuyo triunfo representa el poder de la virtud para superar la depravación, un mito fundacional de la civilización china confuciana. El acontecimiento fue celebrado en la novela del s. XVI Fengshan yanyi y los caracteres asociados con el mito y la novela permanecieron populares, entre otros en los videojuegos chinos y japoneses. (Nota 4 del traductor David Ownby al texto de Liang).
9 Jiang Shigong es Profesor de Derecho en la Universidad de Beijing y destacado defensor del poder del Estado en China. Uno de sus más importantes ensayos es “Filosofía e Historia: Interpretando la “era de Xi Jinping” a través del Informe de XI al 19 Congreso Nacional del PCC. (David Ownby, Introducción a (Jiang, 2020, “Empire and World Order”.)
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chinas no es un slogan vacío sino una descripción de la economía política china
que, dado el fracaso de la democracia liberal y del mundo soviético, marca un
camino al dominio mundial. Jiang avizora un (nuevo) imperio en el horizonte
mundial.
Como él mismo aclara, Imperios ha habido siempre, y en varios miles de años
de historia de la humanidad sólo ha habido tres cambios en la forma imperial, y
dichos cambios siempre han sido acompañados de conflictos y caos.
No hay que suponer que los Estados Nacionales son las formas más
perfeccionadas de organización política, sino que son formas especiales que han
surgido de un sistema mundial imperial cristiano occidental finalmente conducido
por América (EEUU), que descansa en el dinero, el comercio y los tratados
internacionales.
La civilización que pueda resolver los tres problemas básicos que esta versión
1.0 del Imperio no pudo resolver: la desigualdad económica, el fracaso de los
Estados, la declinación política, la ineficiencia de la gobernanza, la decadencia
nihilista de la cultura, debidos al liberalismo económico, político y cultural, pondrá
las bases para el imperio mundial 2.0. Estamos en los albores de este Imperio y
ahora es el turno de China. El nacionalismo y el fortalecimiento del Estado, y la
sinificación conducirán sin embargo hacia un universalismo enriquecido por la
capacidad universalista del confucianismo para absorber diferentes culturas.
(Jiang, 2020, p. 9)
El (nuevo) imperio será una superentidad política, un orden complejo,
heterogéneo y estable, desde el cual se reestructurarán las soberanías
nacionales. No estará ya centrado en los Estados, sino que acogerá
interregionalismos y variadas formas de gobernanza, más allá de la perspectiva
europea sobre la soberanía, y guiará a la humanidad hacia formas más
comunitarias de civilización global. (Jiang, 2020, p. 3)
Hoy estamos en la gran crisis de la versión imperio mundial 1.0 y EEUU
debería retirarse estratégicamente del mundo (¡algo que, por otra parte, está
sucediendo!). Hay y habrá protestas y oposición y revoluciones internas de
derecha y de izquierda, populistas y pro globalización, y tendencia al colapso,
aunque no caos todavía, que será inevitable con el traspaso imperial. Este es el
contexto desde el cual China debe pensar su futuro: su tarea no es sólo
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revitalizar su civilización tradicional sino absorber las capacidades y
realizaciones de otras civilizaciones, especialmente la occidental. Sólo así se
reconstruirá la civilización china y el orden mundial. (Jiang, 2020, p. 9)
Wang Hui, profesor de Literatura de la Universidad de Tsinghua y reconocido
intelectual público de la Nueva Izquierda, primero disidente del régimen y
últimamente más cercano a él y a Xi, sostiene también que el nuevo orden
mundial no deberá estar centrado en el sistema de Estados Nacionales cuya
construcción es claramente eurocéntrica. (Wang, 2011) Pero tampoco bastará el
regionalismo, sino que habrá que recoger otras experiencias políticas de las
cuales hay en Asia numerosos ejemplos: complejas etnicidades,
comunicaciones regionales y formas de agrupación tradicionalmente
consideradas imperio: redes transestatales tributarias, diversos patrones
migratorios, etc. Estas experiencias heterogéneas podrían promover
integraciones transnacionales que otorgarían densidad y riqueza a las redes
legales del sistema constitucionalizado del derecho internacional ya que, a su
juicio, las instituciones jurídico-legales globales no son suficientes para limitar la
colonización capitalista. En suma, otra mirada de construcción del orden
mundial, pero igualmente crítica del sistema de Estados Nacionales y más
cercana a la idea de imperio. Al respecto se pregunta Wang Hui: ¿China es un
Imperio o un Estado Nacional o un Imperio que pretende ser un Estado Nacional?
¿Un concepto político o una civilización o un concepto cultural?
Como vemos, el creciente estatalismo de la Nueva Izquierda no es
contradictorio con la realización de ´Tianxia´, imperio o de un nuevo orden global
integrado, ya que para realizar cualquier forma de universalismo, el inicio del
camino (y el consenso) es la ´chinesidad´. Tampoco hay que presuponer que las
alineaciones ideológico-políticas de los intelectuales chinos son permanentes.
Los matices y las fronteras borrosas son la norma y de poco sirve identificar
automáticamente conservadurismo con neoconfucianismo y progresismo con
Nueva Izquierda, ni tampoco suponer que el liberalismo siempre es igual a sí
mismo y mucho menos que mantiene intacto su peso en el debate intelectual,
desde las épocas de Jiang Zemin y Hu Hintao a Xi. Consideraciones
estrictamente intelectuales y otras vinculadas al pragmatismo chino y a las
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circunstancias políticas contribuyen a que estos desplazamientos y
realineamientos sean frecuentes.
La Iniciativa de la Franja y de la Ruta
La Iniciativa de la Franja y de la Ruta es desde 2013 el instrumento concreto
de realización de “el sueño chino”, mediante la cual busca intensificar su rol
protagónico en el escenario internacional y constituirse en la locomotora del
crecimiento económico global. Mediante este impulso de apertura integral China
busca transferir al mundo sus ventajas en productividad, tecnología, inversiones,
experiencia y desarrollo en oportunidades de cooperación y ventajas de
mercado. (Wang, 2018, p. 26) Básicamente se trata de la construcción de
importantes y espectaculares obras de infraestructura, transporte, desarrollo
energético, etc., en distintos corredores que unen zonas de desigual desarrollo,
y distintos sistemas políticos y culturales de Asia, Europa, África, sin excluir su
proyección en América Latina y Oceanía, en y entre los cuales se realizarán
intercambios económicos, comerciales, políticos, militares, religiosos y
culturales.
Se trata de un nuevo modelo de desarrollo basado en la conectividad y la
inclusión, que reequilibrará el planeta, mejorará la situación de los países menos
desarrollados, superará la brecha de riqueza y el desequilibrio regional producido
por la globalización iniciada por Europa y contribuirá a construir un mundo
armonioso, con una paz duradera, seguridad universal y prosperidad común.
(Wang, 2018, p. 27) Y respecto del cual hay todavía más incertidumbres que
certezas.
Surgen preguntas inevitables: ¿Será una continuidad del actual modelo? ¿Se
reformatearán los vínculos entre capitalismo y globalización, ahora que Xi
defiende a ésta última y EEUU se proclama proteccionista? ¿Es China un país
capitalista o no lo es? ¿No será que, como sostuvo ya Giovanni Arrigui (2007),
China cumple los sueños (liberales) de Adam Smith de una economía mundial
abierta? ¿O será ésta ya una discusión fuera de lugar, dado que China rechaza
toda imputación de capitalismo (como sostiene Xi en el 18 Congreso del Partido)
y, por otra parte (es una obviedad), China ha desarrollado su economía dentro
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del sistema mundo capitalista? Que, por cierto, tiene la característica de producir
diversos regímenes económicos y políticos en su interior.
¿Cómo se resolverán las tensiones entre sistemas económicos y políticos
desiguales, entre distintas tradiciones y modernidades? ¿Y mediante qué
procedimientos, por quiénes y con qué criterios? ¿Cómo pretender reducir la
Iniciativa a cuestiones de una infraestructura “neutra” e independiente de las
diferencias linguísticas y socioculturales, cuando ya, ambas, infraestructuras y
culturas locales están constituidas desde y atravesadas por lo “global”? ¿No
implica, acaso, la infraestructura propuesta por la iniciativa un determinado
modelo de desarrollo? Y éste, ¿en qué se diferencia o diferenciaría del
cuestionado modelo nordatlántico? ¿Cómo separar las cuestiones económico-
infraestructurales de las políticas, sociales y culturales? Y, sobre todo, cuáles
serán los términos, costos y ventajas de estas transacciones, algunas de las
cuales hoy, ya antes de la pandemia, venían siendo denunciadas por las
contrapartes como de difícil cumplimiento.
En esta nueva Ruta de la Seda, ¿será China un interlocutor privilegiado, un
´primus inter pares´ o un nuevo hegemón? ¿Será “el fin del monólogo occidental
y el inicio de un auténtico diálogo”, o simplemente se reemplazará un monólogo
por otro?
¿Cuál será el estatuto de las comunidades participantes, quiénes y cómo
participarán, en función de qué intereses?, ¿Cómo se legitimarán las decisiones?
¿Los involucrados participarán en las cuestiones técnicas y/o también en la
determinación de objetivos, métodos y procedimientos? Aquí es dónde Wang
Yiwei parece no tener demasiadas respuestas, excepto sostener que se trata de
la construcción de otro tipo de poder, de un poder que requiere de otros enlaces
entre ética y política y de otra diplomacia: la diplomacia pública, la diplomacia de
la gente.
Para ello propone “llevar la Iniciativa a los pueblos”, reforzar los intercambios
para guiarlos y obtener su comprensión y apoyo para la realización de las
políticas propuestas. En esta construcción es clave el entendimiento mutuo y,
para ello, China tiene que superar la falta de conocimiento que hay de ella y sus
propias dificultades de comunicación, que redundan, finalmente, en la
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reactivación de los prejuicios en su contra. En esta ingeniería económica y
política no puede estar ausente la ética de la comunicación y de la virtud.
Pero la regla de la virtud no constituye una característica del ethos de
Occidente y de otros espacios geoculturales. El mundo moderno occidental está
constituido por una pluralidad de valores que requiere cada vez más
procedimientos formales para dirimir los conflictos éticos y está muy lejos de
comprender la política bajo el modelo de la familia y de suponer que la moralidad
interna se expresa sin más en poder exterior. Con este tipo de problemas se
enfrentará recurrentemente la Iniciativa, a los que hay que agregar la cuestión
de los derechos humanos y de los valores asiáticos, no todos ellos atravesados
por la ética confuciana.
El modelo propuesto pareciera ser también demasiado paternalista, y no sólo
para los parámetros occidentales, ya que hay que preguntarse cuál será el grado
de aceptación de los actores incluidos (Estados, regiones, empresas,
organizaciones de la sociedad civil, intelectuales y académicos, medios, etc.) en
este modelo de participación. De hecho ya varias de las propuestas de la
Iniciativa han concitado el repudio de grupos locales, organizaciones de la
sociedad civil, partidos políticos, grupos terroristas, etc. Más allá de la aceptación
de los Estados, ¿“obedecerán” las respectivas sociedades civiles? Y, otra vez,
la comunicación y los entendimientos: ¿tendrá China el ́ know how´ comunicativo
como para poder entenderse y cooperar en acciones conjuntas? Difícilmente,
reconoce Wang.
Cuesta pensar que la Iniciativa pueda ser llevada adelante si China persiste
en que su política exterior es la extensión de su política doméstica y que la
diplomacia debe servir a ésta. En cualquier caso, no queda claro cómo se
resolverán los casos de choques de intereses, las tensiones entre control,
restricciones y apertura en los diversos ámbitos involucrados: geográficos,
políticos, económicos, sociales y culturales.
¿Cómo entender, entonces, las afirmaciones de Xi sobre los “aprendizajes
mutuos” en el camino de la realización del sueño chino como sueño mundial?
Difícilmente haya aprendizajes mutuos si no hay voluntad de renuncias y
sufrimientos, como sostiene Metzger (2012) en relación a todo tipo de
intercambio cultural. No hay intercambios técnicos y prácticos neutros: todos
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ellos requieren disposición para el cambio, estar dispuestos a ganar y también a
perder. En algún sentido, construir un nuevo orden mundial requiere dejar de ser
lo que somos: ¿estarán todos los protagonistas de la Iniciativa dispuestos a ello?
¿Y qué pasará con la Iniciativa en la postpandemia?
Las opiniones están divididas: para el People´s Daily, portavoz oficial del PCC,
la Iniciativa será un catalizador de la recuperación de la economía global en la
postpandemia. Seguramente habrá dificultades (nadie saldrá indemne de la
crisis del coronavirus) y el ritmo de realización de los proyectos decrecerá, pero
el carácter estratégico de la Iniciativa a la que pertenecen más de 130 países,
en su mayoría no occidentales, asegura su continuación, especialmente porque
China puede sostener el nivel actual de préstamos. Por otra parte, el
pragmatismo chino y el carácter flexible de la Iniciativa está produciendo cambios
en su realización y en los focos de su actividad: ya se ha propuesto la creación
de una “Ruta de la Seda de la Paz”, una Ruta de la Seda de la Salud y una Ruta
de la Seda Digital que proveería apps para rastrear el coronavirus. 10
10 En relación a algunas dificultades: en febrero Egipto pospuso indefinidamente la construcción de la que sería la segunda planta mundial productora de energía de carbón en Hamrawein, en marzo Bangladesh canceló los planes para una planta de carbón en Gazaria, en abril Pakistán solicitó refinanciamiento sobre 30 billones de dólares de proyectos en energía. En abril, Tanzania canceló 10 billones de dólares por un proyecto portuario por haber sido firmado por su antecesor en condiciones inaceptables: China tendría el control del puerto por una concesión de 99 años. Aunque esta política no es nueva, se teme que en la actual circunstancia China acentúe esta tendencia contraria a las grandes ligas mundiales de prestadores, como el Club de Paris, y reclame daños colaterales ante la suspensión de pagos por servicios de deuda. Esta situación constituye un riesgo diplomático que dañará la imagen de la Iniciativa en países dónde la Iniciativa estaba destinada a ayudar. (The Economist, June 4th, 2020)
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4. La diplomacia “de la gente” y la diplomacia del Guerrero Lobo
(“Wolf Warrior”)
Dados los desafíos extraordinarios que conlleva la realización de la Iniciativa
a través de la Ruta y de la Franja terrestre y marítima que conectaría Eurasia,
África, las Américas y Oceanía, Wang propone un nuevo modelo de relaciones
internacionales basado en el diálogo y en la “diplomacia de la gente”. En
coincidencia con Zhiang, Wang Yiwei piensa que ´Tianxia´ es la idea más
adecuada para refundar la teoría internacional, dado que su propio sistema
ontológico, epistemológico, metodológico y ético permitirá superar el regreso de
los nacionalismos, las ficticias perspectivas igualitarias de la soberanía y
construir una sociedad verdaderamente global, más allá de la división del mundo
en bloques antagónicos (Occidente/Oriente). La inevitabilidad de Tianxia no sólo
corrobora lo que Metzger (2012) denomina “el optimismo intramundano” chino
sino que está avalada por el materialismo dialéctico, ya que “cuando China
represente la tendencia de desarrollo de las fuerzas productivas avanzadas del
mundo, la orientación de la cultura avanzada y los intereses fundamentales de
la abrumadora mayoría del mundo”, la escuela china reemplazará a la teoría de
las relaciones internacionales” (Wang, 2007, p. 204).
Básicamente, la nueva escuela china de Relaciones Internacionales propone
pasar de un modelo de política internacional basado en los Estados, en la
diplomacia y en las élites a una diplomacia pública descentrada en la que
participen distintos actores sociales, políticos y culturales. Se trata del fin del
monopolio occidental de las relaciones internacionales y de sus teorías, y el inicio
del diálogo mundial sobre la base de las nuevas relaciones internacionales de la
“gente”.
Un desafío enorme e interesante, aunque de difícil realización, dada la poca
experiencia que tiene China en liderar movimientos de democratización (aunque
no ninguna, ya que hay en China numerosas prácticas de democracia
deliberativa). (En cualquier caso, Wang Yiwei no deja de recurrir a las garantías
del materialismo dialéctico).
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La otra cara
Sin embargo, en los últimos tiempos, antes y muy especialmente durante el
desarrollo de la actual pandemia del Covid 19, la diplomacia china se acercó
(¿inesperadamente?) más al modelo de “Wolf Warrior” que al de la “diplomacia
de la gente”. Si bien esta diplomacia es también objeto de controversias en
China, muchos justifican su desarrollo en la necesidad de mostrar el poder chino
sin tapujos y en el derecho a contestar sin subterfugios diplomáticos a la
renovada oleada de prejuicios y a las acusaciones acerca de su irresponsabilidad
en el manejo internacional de la pandemia. Imperio bien vale utilizar las almas
del “Guerrero Lobo”.
Sin embargo, esta diplomacia actúa como un boomerang y refuerza los
prejuicios, miedos y desconfianzas respecto de China: ¿por qué creer que China
aceptará los principios jurídicos y políticos que rigen el actual orden internacional,
teniendo en cuenta la orientación de su reforma política interna, de su creciente
control y vigilancia ciudadana, de la cooptación que intenta ejercer y ejerce de
organismos y agencias internacionales, de los incumplimientos con sus ´socios´
de la Iniciativa y de sus imprudentes y agresivos cambios diplomáticos? ¿Por
qué creer que se trata de un nuevo modelo de desarrollo más humano?
Pronósticos postpandemia
Frente a las dudas, amenazas y desconfianzas occidentales, hoy algunos
intelectuales chinos reclaman que China retome la iniciativa en este terreno y
que se escriba un Papel Blanco de la pandemia que coloque la discusión en
términos chinos y no occidentales. China no puede someterse al brete
conceptual democracia/autoritarismo que le es cómodo a Occidente, sino que
tiene que discutir sobre lo que funciona y sobre lo que no funciona, y no sobre lo
correcto o incorrecto. (Yao, 2020)11
11 Yao Yang es Profesor del Centro Chino de Investigación Económica y Decano de la Escuela Nacional de Desarrollo de la Universidad de Beijing.
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La pandemia muestra que la hora del enfrentamiento ha llegado. Trump ha
volcado la opinión de los EEUU en contra de China (un 70 u 80% acuerdan en
sus opiniones negativas sobre ella) y es probable que comience una nueva
guerra fría que pueda a la vez desacoplar economía (cooperación) y política
(discrepancia). (Yao, 2020)
En este probable escenario de nueva guerra fría, como señala David Ownby,
Xi y la diplomacia del Lobo Guerrero han hecho una importante contribución a la
profundización del enfrentamiento. Nada de esto será bueno para el mundo y
tampoco para China, ya que de persistir en este enfrentamiento, podría destruir
el mismo orden mundial que le permitió realizar su sueño. Y, siguiendo a
Confucio, a sí misma, por exceso de alabanza. (Xiang, 2020)12
Pero esta prudencia diplomática no significa que China abandone su política
de cambio hacia la realización de otro orden mundial. Y en este camino, advierte
Xiang, los países grandes no pueden contar con que haya siempre soluciones
diplomáticas para todo conflicto internacional. Tal vez a esto se refería Xi, cuando
en la presentación de la Reforma Política de 2017 dijo que se avecinaban
guerras sangrientas.
Neoconfucianos y postpandemia
Tianxia, Imperio, Iniciativa y Diplomacia de la Gente deben estar legitimadas
por la ética de la virtud, un ideal ético central de la tradición confuciana, que ha
sido revivida o reinventada en las últimas décadas y asumida por Xi en cuanto
parte esencial de la cultura tradicional china.
Sin embargo, voces confucianas se han manifestado en la segunda semana
de la pandemia acerca de la ausencia de valores tradicionalmente asociados con
la ética de la virtud durante la pandemia. Se trata de un documento público que
12 Xiang Lanxin es Profesor de Relaciones Internacionales del Instituto de Graduados de Relaciones Internacionales, Geneve, y de la Universidad de Fudan. Formado en Occidente, pero muy conocido en China, sostiene que las relaciones internacionales en China no tienen bases teóricas, que se han desarrollado entre el periodismo y las humanidades que suelen reciclar los trabajos académicos occidentales; y que la información que suelen tener los especialistas es mucho menor que la de los diplomáticos. No menor es el confuso conocimiento que China tiene del mundo. (Xiang, 2020)
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contiene recomendaciones efectuadas por 25 intelectuales que, aunque no
expresan un disenso radical, manifiestan cierto alejamiento de la causa común
que establecieron con el Partido Comunista. (Various Authors, 2020)
En términos generales los textos expresan la frustración ante el fracaso y los
errores cometidos por el gobierno (las cosas se podrían haber hecho mucho
mejor), y las quejas se centran en la falta de coordinación entre la sociedad
(pequeña) y el gobierno (grande), en la rigidez del sistema administrativo, en la
poca utilidad de los medios y de los canales de comunicación, e inclusive en la
inexistencia de protestas (que sí hubiera habido en la sociedad tradicional).
Algunos autores lamentan los casos de Li Weinlang y de Ai Fen, otros reclaman
castigo para los responsables de los errores y hasta se interpela a las
autoridades para que comprendan que están ante un punto de inflexión histórico
que requiere asumir “las responsabilidades del mandato celestial”.
El acento está puesto en la apertura de los canales de comunicación, en que
la gente diga su palabra y en el derecho a la protesta, dado que la gente y la
democracia están siempre por encima del orden. En este sentido, la consulta a
la opinión pública, la reflexión y el autoexamen gubernamental son esenciales a
fin de repensar las instituciones. También están presentes las críticas a un
modelo de desarrollo basado en la avidez y arrogancia por conquistar la
naturaleza, y a la adoración de la ciencia y la tecnología, en vez de promover su
desarrollo “moderado”.
China como amenaza
La pandemia replantea la cuestión de China como amenaza. Hoy esta
cuestión es objeto de especial atención por parte del gobierno y de los
intelectuales chinos. Como sostiene Wang Yiwei, uno de los objetivos de la
Iniciativa es revertir las imágenes negativas de China y la idea misma de China
como amenaza. La Iniciativa es, a la vez, herramienta y objetivo, porque los
prejuicios solamente se disiparán mediante el diálogo, el conocimiento mutuo y
las acciones mancomunadas.
Por cierto hay causas endógenas y exógenas de estas distorsiones. Por un
lado, China tiene dificultades para comunicar lo que ella es y sus logros, y según
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Wang esto obedece a cierta pasividad china en el mundo doméstico que debería
revertirse en compromisos activos en las cuestiones internacionales. Por el otro,
los chinos creen que su cultura es de difícil comprensión para los extranjeros y
esto es en parte causa de su mala imagen. Otra vez el excepcionalismo. Y la
necesidad de autoexplicación y autopromoción que tiene China, para quien
desplegar su visión del futuro y de la gobernanza mundial, requiere proveer una
explicación positiva de su modo básico de pensar. Desde una perspectiva de
largo plazo, el tema central de las relaciones internacionales de China es el
entendimiento cultural y la comunicación civilizacional.
Tenemos entonces tres cuestiones: China no conoce el mundo, tiene
dificultades para comunicar sus ideas y los extranjeros tienen dificultades para
entender a China. Ahora bien, estas dificultades y/o prejuicios no son patrimonio
de algunos pueblos sino un rasgo universal, que en este caso compartimos
“occidentales” y “orientales” y que debemos revertir por igual.
China como oportunidad
Hemos señalado algunos cambios que la pandemia ha acelerado, por un lado
la debilidad del liderazgo occidental y, por el otro, la voluntad de China de
remontar con rapidez los errores cometidos y mostrar su vocación de liderazgo
mundial. Por un lado, China mantuvo el orden interno, se mostró como una
potencia preocupada por los demás miembros de la comunidad internacional
mediante ayudas, préstamos y refinanciamiento de deudas de sus socios de la
Iniciativa, continuó activa en los organismos internacionales ampliando su
participación en ellos y su economía está en franca recuperación.
Por el otro, asumió la Diplomacia del Guerrero, acentuó el patriotismo popular,
al que las medidas excepcionales de control de la pandemia no hicieron mella ni
tampoco los nuevos métodos de adoctrinamiento digitalizados, tales como
“Estudie la Gran Nación”, una app que promueve el pensamiento y las acciones
de Xi, que se propaga en escuelas, fábricas, empresas, oficinas
gubernamentales, recompensando a los que más las usan, y el controvertido
sistema de control a través de los créditos sociales.
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La pandemia ha producido realineamientos en el campo académico-
intelectual, que indican cierto debilitamiento de la franja liberal y su acercamiento
al régimen, el fortalecimiento de la Nueva Izquierda, afianzada en su estatalismo
neoautoritario y cierto distanciamiento del confucianismo en relación al Partido.
Por cierto que el futuro no se puede predecir, y muy poco pronosticar. Pero sí
es posible y necesario analizar tanto los actos del presente como las visiones y
sueños del futuro existentes.
Esas visiones no suelen ser obra de un individuo sino que son productos
colectivos que se van gestando lentamente y se nutren de la historia, de las
experiencias y de teorías propias y ajenas. Muchas veces son imprecisas, vagas
e incompletas y en algunos casos no les prestamos suficiente atención por
considerarlas ajenas y lejanas, y difícilmente comprensibles para y desde
nuestros marcos conceptuales y valorativos. Muchas veces estas visiones
contienen imágenes, alegorías, conceptos e ideas fuerza originados en distintas
épocas y lugares, a las que resulta difícil expresar, sintetizar y traducir, hasta que
empiezan a tomar consistencia y a producir un relato y una utopía, y propuestas
prácticas de realización.
El “sueño chino como sueño mundial”, ´tianxia´, imperio y la diplomacia de la
gente forman parte de una visión que empieza a ocupar el vacío de visiones que
Occidente no ha podido aportar. Aun cuando esa visión no pueda comprenderse
sin Occidente y por fuera de él.
Si China será el nuevo imperio mundial nadie puede responderlo. Pero sí
podemos ahondar en las orientaciones y sentidos de su visión del mundo. En
China hay un rico debate intelectual del que no podemos permanecer al margen.
China ha tomado la iniciativa. El monólogo occidental (incluyo a nuestra
América Latina) ha terminado y comienza el diálogo intercultural. Y aun cuando
en ese diálogo no se pueda prescindir del dolor y del sufrimiento, esperemos
evitar las guerras sangrientas.
Cristina Reigadas
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Cristina Reigadas
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erasmus
Año XXII No 1- 2020
Artículos originales
enero - junio 2020
p. 157 - 170
ISSN (impreso) 1514-6049
ISSN online: en trámite
(en línea: junio de 2020)
© erasmus. Revista para el diálogo intercultural. La revista científica semestral de la Fundación ICALA
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(CC BY-NC-SA 4.0), https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/ 157
ESTADO DE DERECHO COSMOPOLITA
Y COMUNIDAD ÉTICA UNIVERSAL KANTIANA
Cosmopolitan rule of law and Kantian ethical universal community
Kosmopolitische Rechtsstaatlichkeit und ethisch-universelle Gemeinschaft im Sinne von Kant
Jorge Raúl De Miguel
Universidad Nacional de Rosario, Universidad Nacional del Litoral, Argentina
e-mail: [email protected]
Recibido: 20-05-2020
Aceptado: 09-06-2020
Jorge Raúl De Miguel es Doctor en Filosofía por la Universidad Católica de Santa Fe,
2009; Diploma Superior en Ciencias Sociales, con Mención en Ciencia Política
(FLACSO, 1991); Lic. en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional de
Rosario (UNR), 1982; Lic. en Ciencia Política (UNR, 1976). Profesor Titular (UNR y de
la Universidad Nacional del Litoral). Investigador Independiente del Consejo de
Investigaciones de la UNR. Autor de Visiones filosóficas de la democracia (Rosario,
AADIE, 2000) y de numerosos artículos y capítulos de libros sobre filosofía política
contemporánea, teoría democrática, ética de las relaciones internacionales, cultura
política y pensamiento político argentino. Miembro de la Fundación ICALA y del Comité
de Ética de la Investigación de la UNR.
Cita sugerida: J. R. De Miguel (2020). Estado de derecho cosmopolita y comunidad
ética universal kantiana. Erasmus. Revista para el diálogo intercultural 22(1), 157-170.
Jorge Raúl De Miguel
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Resumen
El trabajo recupera los aportes a la comprensión de una comunidad ética universal de raíz
kantiana que realizara Julio De Zan en su pensamiento último. Desde un análisis de algunos
pasajes del pensamiento kantiano, valora el intento de De Zan de entender tal propuesta en los
marcos de las sociedades actuales, en particular de la sociedad civil global. Dicha contribución
teórica es analizada también con miras a la legitimidad democrática del Estado de Derecho
cosmopolita, aludiendo al sostén moral con el que debe contar para estimular la solidaridad cívica
global.
Palabras clave: Kant, comunidad ética universal, Estado de derecho cosmopolita, De Zan
Abstract
The work recovers the contributions to the understanding of a Kantian universal ethical community
that Julio De Zan made in his last thought. From an analysis of some passages of Kantian thought,
the author evaluates De Zan's attempt to understand such a proposal within the frameworks of
current societies, in particular of global civil society. This theoretical contribution is also analyzed
with a view to the democratic legitimacy of the cosmopolitan rule of law, alluding to the moral
support it should have in order to stimulate global civic solidarity.
Keywords: Kant, universal ethical community, cosmopolitan rule of law, De Zan
Zusammenfassung
Der Artikel stellt die Beiträge zum Verständnis einer universellen ethischen Gemeinschaft
kantischer Wurzeln her, die Julio De Zan in seinen letzten Arbeiten geleistet hat. Ausgehend von
einer Analyse einiger Passagen des kantischen Denkens bewertet der Autor De Zans Versuch,
einen solchen Vorschlag im Rahmen der gegenwärtigen Gesellschaften, insbesondere der
globalen Zivilgesellschaft, zu verstehen. Dieser theoretische Beitrag wird auch im Hinblick auf die
demokratische Legitimität des kosmopolitischen Rechtsstaates analysiert und geht dabei auf die
moralische Stütze ein, die dieser haben sollte, um die globale bürgerliche Solidarität zu
stimulieren.
Schlüsselwörter: Kant, universelle ethische Gemeinschaft, kosmopolitischer Rechtsstaat, De Zan
Estado de derecho cosmopolita y comunidad ética universal kantiana
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ESTADO DE DERECHO COSMOPOLITA
Y COMUNIDAD ÉTICA UNIVERSAL KANTIANA
Jorge Raúl De Miguel
¿Son posibles y necesarios algunos vínculos éticos capaces de estimular
entre los distintos agentes globales comportamientos que vayan más allá de la
defensa de los intereses particulares? Este problema que, para muchos autores,
invalida por sí solo los esfuerzos por alcanzar un Estado de Derecho cosmopolita
democrático, no obstante, nos obliga a pensar la dimensión ético-política bajo
parámetros diferentes, adecuados a la complejidad de una sociedad global
inclusiva. A continuación, valorando las postreras reflexiones de Julio De Zan
sobre la utopía de una comunidad ética universal, se examinará en detalle la
doctrina kantiana, que supone una domesticación de las religiones tradicionales
en su competencia política y moral, a fin de resaltar sus logros y debilidades en
el marco del cosmopolitismo contemporáneo.
Vigencia de una utopía
En su libro póstumo, Julio De Zan dedica un capítulo a la “utopía de la
comunidad ética universal” kantiana, en el que evalúa, entre otros aspectos, su
proyección a la reflexión actual sobre la moralidad y la juridicidad de la sociedad
global:
“La significación de este concepto de una comunidad
ética sostenida solamente por la voluntad autónoma de
mantener las promesas recíprocas de fidelidad a los
principios de la moralidad (sin garantías institucionales o
jurídicas), apoyada en la identidad moral de sus miembros,
e independiente del sistema jurídico-político del Estado, se
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redescubre y se puede valorar más adecuadamente recién
ahora, en el contexto de los debates actuales de la filosofía
política, a partir de la declinación del modelo del Estado
moderno, del progresivo descentramiento de la
institucionalidad política en la sociedad actual y del retorno
de la sociedad civil, o de la recuperación de su autonomía
frente al sistema político” (De Zan, 2013, p. 120).
La posible dimensión operativa de esta clase de utopías reside, entre otros
aspectos sintomáticos del mundo de hoy, en la conciencia de que los contextos
valorativos particulares tienen que poder ser sometidos a una crítica racional, en
el desarrollo de una visión más universalista de la justicia y de los principios
éticos, en el entramado de relaciones globales que condicionan la realidad socio-
económica y política en cada rincón del planeta, y su contestación por
organizaciones y foros trasnacionales que cuestionan las políticas públicas. La
recuperación de estas reflexiones kantianas apunta a configurar un ámbito
humano que va más allá del campo de fuerzas de la política, en particular,
cuando ellas confrontan sólo por adquirir una capacidad de poder superior a la
de potenciales adversarios. El sustento moral de la política queda de relieve, más
bien, cuando la misma tiende a juridizarse. Se oculta, en cambio, si predomina
la “razón de Estado” o los intereses particulares de los actores. La incipiente
sociedad civil cosmopolita y la pérdida de centralidad de la esfera estatal a
manos de diferentes conglomerados de ciudadanos globales, representa una
tendencia positiva hacia el predominio de la universalidad, que estimula a pensar
un Estado de derecho cosmopolita, en el cual puedan tener vigencia, como
ideales regulativos, tanto un orden pacífico sostenido en el tiempo como la
comunidad ética del género humano.
Debemos percatarnos, sin embargo, de algo que el propio Kant advertía en la
Dialéctica trascendental de la primera Crítica y en otras obras, al analizar la
función de las ideas en general y su contraste con la experiencia. Es conocido
que le atribuía un papel diferente a esta última con referencia, por un lado, al
conocimiento de la naturaleza, y, por otro, respecto de la ley moral. En la ciencia
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natural, “la experiencia nos proporciona la regla y es la fuente de la verdad”,
mientras que, para determinar la moralidad de un acto, “la experiencia
(¡desgraciadamente!) es la madre de la apariencia ilusoria”, por lo que “es
sumamente reprensible tomar las leyes acerca de lo que yo debo hacer, de
aquello que es hecho, o pretender limitarlas con ello” (Kant, 2007, p. 398; A319,
B375). Las ideas que son adecuadas al deber surgido de la razón práctica exigen
su realización aproximativa, aunque ésta nunca pueda concretarse en plenitud.
“Pues no se puede encontrar nada más dañoso ni menos digno de un filósofo,
agregaba Kant, que la apelación plebeya a una experiencia presuntamente
contraria”, la que no existiría si, a su debido tiempo, se hubieran dictado las
disposiciones legales de acuerdo con las ideas, y no, a partir de “conceptos
groseros” extraídos de la experiencia. (Kant, 2007, p. 396; A317, B373-374) No
obstante, esta defensa de los ideales regulativos tiene que despojarse de la
postulación metafísica de un mundo inteligible, y permanecer en los términos
kantianos y hegelianos de la comprensión de lo que ya está presente como una
tendencia en el pensamiento y las instituciones vigentes, convirtiéndose así en
una perspectiva orientadora. (Kant, 2007, p. 395, n. 764; De Zan, 2013, p. 110)
Quien toma un punto de partida así de ningún modo desconoce los riesgos de
todo proceso fáctico, ni los conflictos de intereses políticos y económicos en la
esfera global, ni la legitimidad de los reclamos de progreso material de vastas
regiones del planeta, para mencionar sólo algunos aspectos que un realismo
exigente podría plantear. A pesar de ello, la experiencia histórica de la última
centuria presenta un innegable progreso legal y constitucional hacia el Estado
de Derecho cosmopolita. De lo que se trata ahora es de pensar las condiciones
de una conexión solidaria y ética de la humanidad que obraría como soporte de
ese Derecho global.
La religión y la comunidad ética universal
Kant, en el final de la Fundamentación, hacía ver que la razón práctica está
obligada a “pensarse en un mundo inteligible”, más allá de lo fenoménico, por la
conciencia del hombre de ser un yo capaz de auto-determinarse moralmente.
Jorge Raúl De Miguel
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Ese mundo inteligible debemos admitirlo formalmente, por la universalidad de la
máxima de la voluntad en la acción moral, y, en consecuencia, no es más que
“el conjunto de los seres racionales como cosas en sí mismas”. Aun cuando la
razón se encuentra limitada para conocerlo, la idea de un mundo así es utilizable
“para el fin de una fe racional”. Su función es estimular en nosotros “un vivo
interés por la ley moral”, al sentirnos partícipes del “magnífico ideal de un reino
universal de los fines en sí”, vale decir, de los seres racionales, cuando se
conducen según las máximas de la libertad como si fueran leyes de la naturaleza.
(Kant, 1998a, p. 113-114, 120; IV 458, 462-463)
Ya en la Fundamentación, entonces, Kant mostraba que el comportamiento
moral debe contar con una motivación diferente una vez que es impugnado y
sustituido el bien último sustantivo inculcado por la religión. Un similar propósito,
aunque con un desarrollo más extenso y sofisticado, quedó reflejado años
después en su filosofía de la religión, en el marco de la cual introdujo la figura de
la comunidad ética universal, dando otra forma a su idea del reino de los fines
en sí. Como había dejado establecido en la segunda Crítica, Kant reafirma en la
obra de 1793 que la religión no es fundante de la moralidad, ya que a ésta le
basta con que los seres humanos sean libres y, por eso mismo, capaces de
sujetar su razón a leyes incondicionales, sin otro incentivo que el respeto de tales
leyes. Sin embargo, el sumo bien, como la unión de la virtud y la felicidad, aunque
no sea el fundamento, es un fin necesario que surge de la razón práctica, con lo
cual, la moralidad nos conduce a la religión, vale decir, a la idea de un supremo
legislador moral. (Kant, 1998b, Pref., 1ª. ed., p. 33ss.) En estas reflexiones, Kant
afirmaba que, aunque la lucha moral sea por la realización de la virtud, el nivel
máximo al que podemos aspirar es a ser libres de la dominación del mal. Pero,
las acechanzas del mal, a su juicio, no provienen de la naturaleza humana si se
toma al hombre aisladamente, sino que se originan en el mero hecho de
encontrarse entre otros seres humanos. Por eso mismo, el principio del bien
entre los hombres sólo puede imponerse por medio de una sociedad entre ellos
que busque realizar las leyes de la virtud. A esto es lo que llamaba “comunidad
ética” o “ético-civil”, diferenciada de la comunidad “jurídico-civil” que se
constituye bajo las leyes públicas coercitivas del Derecho. En cambio, la primera
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sólo puede formarse a partir de las leyes de la virtud, y, por tanto, se caracteriza
por la ausencia de coerción. (Kant, 1998b, 3ª parte, p. 105-106)
Al igual que la sociedad jurídico-civil, la comunidad ético-civil está precedida
de un “estado de naturaleza ético”, regido por la ley que cada uno se prescribe
a sí mismo ante la falta de normas externas a la cual someterse. Al parecer, a
diferencia del “estado de naturaleza jurídico”, el estado de naturaleza ético se
halla presente en el mundo, integrado por los ciudadanos de las sociedades
políticas, o Estados, ya existentes. En consecuencia, se plantea el problema de
las relaciones entre ambas comunidades. Al respecto, decía Kant que, por ser
dicho estado de naturaleza ético esencialmente no coercitivo, los ciudadanos no
pueden ser obligados por la autoridad política a entrar en una comunidad ética.
De hacerlo, se pondrían en riesgo no sólo los fines éticos, sino también los
políticos de una comunidad. (Kant, 1998b, 3ª parte, p. 106-107)
De manera que Kant pensaba a los ciudadanos organizados bajo un Estado
no sólo como conciencias morales individuales, sino, al mismo tiempo, como
partícipes de un conglomerado ético natural y potenciales miembros de una
comunidad ética destinada a sobrepasar los límites de la sociedad política a la
cual pertenecen. Dicha doble pertenencia no está exenta de posibles conflictos:
si bien los ciudadanos, aclaraba Kant, no están obligados a constituirse como
comunidad ética bajo los términos que le imponga el legislador público, deben
permitir, en cambio, ciertas “limitaciones”, o concesiones, como que “nada sea
incluido en tal constitución que contradiga la obligación de sus miembros como
ciudadanos del Estado” (Kant, 1998b, 3ª parte, p. 107). Por otra parte, desde el
punto de vista conceptual, aunque el alcance de la comunidad ética es
necesariamente universal, ya que los deberes de la virtud conciernen a la
totalidad de los seres humanos, su constitución no puede ser más que progresiva
a partir de las sociedades particulares al interior de las comunidades políticas
que luchan por obtener el consenso de todos los demás seres racionales. Todas
esas sociedades, al igual que los Estados que todavía no se han sometido a un
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Derecho internacional público, permanecen entre sí en estado de naturaleza
ético. (Kant, 1998b, 3ª parte, p. 107)1
La lucha del bien y el mal, ambos presentes en nosotros, es el sucedáneo en
el estado de naturaleza ético de la guerra de todos contra todos hobbesiana, que
Kant suscribía. Pero ahora salir de tal estado implica una obligación de la raza
humana consigo misma, ya que la lucha por la perfección moral no puede ser
individual, ni grupal, sino que requiere de la unión de todos los seres humanos,
una “república universal basada en las leyes de la virtud” (Kant, 1998b, 3ª parte,
p. 108). La comunidad ética resultante no podrá basarse en las mismas
condiciones de la sociedad jurídico-política, en la cual, el pueblo es el autor de
las leyes públicas a las cuales se somete. En la comunidad ética, el pueblo no
se constituye como legislador, pues no se trata de establecer normas que
restrinjan la libertad en las acciones exteriores, sino de promover la moralidad
de las acciones, que obedece a la motivación interna, y, por ello, no puede ser
reglada públicamente. De modo que la comunidad ética sólo puede tener un
supremo legislador divino, capaz de ordenar la interioridad de la conciencia y
sancionar según el valor de las acciones. La comunidad ética deviene, entonces,
un “pueblo de Dios” (Kant, 1998b, 3ª parte, p. 109-110).
Ahora bien, de acuerdo a sus propósitos de que la religión quede acotada en
los límites de la razón, el filósofo de Königsberg designaba a la comunidad ética
como una “iglesia invisible”, puesto que no puede ser objeto de experiencia
alguna. Alude, tal vez, a la comunión de conciencias y a la sociedad interior que
invocan las religiones. Pero es particularmente preciso en que aquella
comunidad no puede estar representada por ninguna “iglesia visible”, que, por el
contrario, es una institución histórica, una congregación jerárquica, con
autoridades que gobiernan las almas a partir de los mandamientos divinos. La
comunidad ética, en cambio, asume caracteres de universalidad, sus motivos
1 Como bien señala De Zan (2013, p. 118-119), “el reino de los fines ha sido interpretado a veces como un mundo inteligible, o nouménico, o meramente pensado. En la Filosofía de la Religión, en cambio, es claro que se trata de algo realmente posible, y siempre ya realizado, aunque solamente en cierta medida de intensidad y de amplitud siempre todavía limitada” (Énfasis del autor).
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son puramente morales y sus relaciones internas y externas están basadas en
la libertad, así como en la inmutabilidad de su constitución, que prescinde de
todo objetivo contingente. Esto mismo, la distingue respecto de las sociedades
basadas en una constitución política, principalmente, porque no requiere de un
gobierno en ninguna de sus modalidades. La llamada iglesia invisible sólo puede
sostenerse en una “fe religiosa pura”, que busca la realización de los
mandamientos morales divinos, a diferencia de la “fe religiosa histórica”, que
necesita de verdades reveladas y libros sagrados. (Kant, 1998b, 3ª parte, p. 111-
114) Más aún, lo interesante del planteo kantiano es que la fe moral racional que
lleva adelante a la comunidad ética está destinada a suplantar gradualmente a
las iglesias históricas, pues la religión, desde el punto de vista subjetivo, no es
más que el reconocimiento de nuestras obligaciones como mandamientos
divinos. Si en el análisis del progreso de la historia Kant había concebido a la
providencia de la Naturaleza como la fuerza que nos conduce a una mejoría
permanente del género humano, en la filosofía de la religión la superación de las
divisiones religiosas está determinada por el trabajo silencioso y constante del
principio del bien en orden a constituir una unión moral de la humanidad, que
asegure al mundo una “paz eterna” (Kant, 1998b, 3ª parte, p. 128-129, 152-153;
subrrayado mío).
Es notorio que Kant intuía en el escrito de 1793 un enlace entre el progreso
moral, representado por el avance de la comunidad ética universal, y el
perfeccionamiento del Derecho y la política en el ámbito cosmopolita, que
analizará en textos posteriores. En lo que sería un anticipo de su proyecto de la
paz perpetua, dejaba asentado en la Primera Parte del texto, concerniente a la
interrelación entre el bien y el mal en la naturaleza humana, que entre los vicios
más reprochables había que considerar la situación en la que se encuentran
pueblos civilizados, los cuales en sus relaciones externas permanecen en un
estado de naturaleza, expuestos a una guerra constante, al tiempo que se
resisten a salir de tal estado. (Kant, 1998b, 1ª parte, p. 57)2 Es evidente también
2 Las esperanzas de un estado de paz perpetua sobre la base de una “federación de naciones unidas en una república mundial”, según Kant, eran asimiladas en su tiempo
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que Kant creía que la evolución moral de las relaciones internacionales no podía
quedar en manos de los príncipes y sus apetencias políticas, pero tampoco de
las Iglesias históricas, por lo que se hacía necesario someter las aspiraciones
religiosas a apropiarse de la universalidad a los “límites de la mera razón”.
La distinción que presenta Kant entre el Estado y la comunidad ética, esta
última aún en su estado de naturaleza, puede ser asociada, como lo hace De
Zan, a la separación de la Iglesia y el Estado, fórmula eficaz de la modernidad
para dejar atrás tanto el fundamento divino del poder como la propuesta
hobbesiana de un Leviatán unificador de toda institución soberana. (De Zan,
2013, p. 105-106, 120) La visión kantiana, antes bien, entraña una cierta
limitación de la soberanía estatal por medio de la comunidad ética, ya que ésta,
si bien no asume la forma de una Iglesia tradicional, no puede ser incluida ni
obstruida en su desarrollo por el poder público. De modo que, por un lado, la
fortaleza de la institución eclesiástica al interior de los Estados, y, por otro, los
conflictos que una visión religiosa omnicomprensiva es capaz de generar cuando
se pretende imponerla a toda la humanidad, son los motores que impulsan a
Kant a repensar el lugar de la religión y a domesticarla en términos de una razón
universalista. La comunidad ética cumple, en ambos sentidos, una función
moderadora: no se enfrenta como un poder institucional al Estado nacional, ni
se erige en una doctrina dominante e impositiva que busca incluir a todos los
pueblos. En otras palabras, aspira a ser inclusiva por las razones correctas, y no,
por la mera experiencia de acumulación de poder ni por la invocación de una
universalidad dada previamente, a la cual toda conciencia subjetiva debe quedar
sometida.
Que a pesar de estas críticas kantianas, sumadas a la ofensiva iluminista, la
religión institucionalizada continuaba siendo un obstáculo para la consolidación
del Estado moderno, se aprecia también en los severos términos que Hegel le
dedica en su Filosofía del Derecho, acusando a las doctrinas de fe de adueñarse
de la espiritualidad y de oponerse a toda manifestación de lo universal y racional
a un “quiliasmo filosófico” y rechazadas por fantasiosas, al igual que el “quiliasmo teológico” (Kant, 1998b, 1ª parte, p. 57), que pretendía una renovación moral completa de la raza humana.
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en el mundo humano. Su marca distintiva, afirmaba el filósofo de Stuttgart, es el
“odio a la ley”, a partir de lo cual rebaja al Derecho al nivel de las convicciones
subjetivas y arbitrarias, al tiempo que se presenta como el verdadero fundamento
del Estado. (Hegel, 1988, Pref., p. 46; #270, Obs., p. 334ss.)
Reflexiones finales
La comunidad ética universal kantiana es, sin duda, la búsqueda de un sostén
espiritual intersubjetivo de la conciencia moral moderna, que, de otro modo, se
debatiría acaso en una lucha solitaria de resultado incierto. No puede ser
asociada, sin embargo, a instituciones vigentes y, en lo que tiene de reino final
moral, aparece como un postulado metafísico. Pero, como hace ver De Zan
(2013, p. 121), su idea puede parangonarse con la “República de las Letras” de
la Ilustración o, a mi entender, también, con la comunidad científica a la que
alude Peirce, una unión presupuesta, pero efectiva, que reúne a individuos más
allá de las fronteras y de la contingencia en la que viven.3 Estas comunidades
pueden considerarse un anticipo de los más abarcadores actores colectivos
actuales de la sociedad civil doméstica y global, que al margen de los Estados y
los organismos trasnacionales pugnan por el cuestionamiento y la superación
del orden vigente en virtud de violaciones de derechos, daños ambientales,
desigualdad económica, pobreza estructural, etc. Cabe aclarar, sin embargo,
que tal vez esto último, la proliferación de agrupaciones autónomas de alcance
global –como tal, un fenómeno saludable para la política mundial-, no
corresponda adscribirlo a los propósitos kantianos, enmarcados en un contexto
histórico-social diferente. Más bien, la meta buscada, al parecer, era fortalecer la
autonomía del juicio moral individual, que debía sortear la influencia de las
inclinaciones y la probable acechanza de las conveniencias y los intereses en
juego, todo ello en desmedro de la necesaria universalización de la ley moral.
3 Sobre la “República de las Letras”: Bahr (2008). Sobre la comunidad de científicos: Peirce (1988).
Jorge Raúl De Miguel
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Pero en el plano de la consolidación efectiva del estado jurídico-político de la
sociedad de su tiempo, temática posterior al escrito sobre la religión, Kant
demuestra en este texto avizorar ya la necesidad de un derrotero cosmopolita
sostenido en una “Iglesia invisible” que la alianza republicana de los pueblos para
la paz perpetua debe presuponer. En el nivel cosmopolita, como bien señala De
Zan, la relación entre ética y derecho de las sociedades políticas nacionales se
invierte, puesto que en él el Estado de derecho “presupone la existencia de cierta
comunidad ética entre los pueblos”. Por las críticas a las pretensiones
universalistas de las Iglesias “estatutarias”, cabe deducir que la idea kantiana es
que la comunidad ética global logre superar el dogmatismo religioso, haciendo
que las doctrinas de fe contribuyan a la apertura de su pensamiento y al
reconocimiento de la diversidad de creencias históricas. (De Zan, 2013, p. 126)
Habría que agregar que también otros dogmatismos contemporáneos deberían
quedar incluidos en este reproche, como los que surgen de doctrinas políticas,
económicas o morales, cuando practican un fundamentalismo excluyente y
promueven el encierro de las culturas y de las comunidades nacionales o
regionales.
El valor de la propuesta kantiana confrontada con los esbozos
contemporáneos de una sociedad global de ciudadanos, siguiendo las
intuiciones del último De Zan, finca, en gran medida, en mostrar que los
particularismos ético-religiosos, y por extensión, los políticos, por sí solos y en
un aislamiento relativo, no pueden conducir a un progreso moral efectivo de la
humanidad, sin el cual ninguno de ellos puede estar seguro de sus logros.
Aunque, como había reconocido ya en la primera Crítica, por tratarse de la
cuestión de la libertad, no es posible determinar el grado máximo alcanzable por
el género humano ni la distancia entre la idea y su realización, sólo queda la
comprensión de lo que es necesario presuponer y realizar aproximativamente.
(Kant, 2007, p. 397; A317, B374) El Estado de derecho cosmopolita, dotado de
legitimidad democrática, no puede eludir, pues, la dimensión ética universalista
de sus presupuestos, adecuada a las condiciones intersubjetivas de la
racionalidad contemporánea, vale decir, como un enlace moral basado en una
comunidad de principios ya reconocidos en el proceso de juridización de las
Estado de derecho cosmopolita y comunidad ética universal kantiana
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relaciones globales. Siguiendo a Habermas, si la moral ya no puede presentarse
como una superestructura normativa respecto del derecho positivo, aquel
derecho cosmopolita tendrá que incluir en su interior una moralidad de naturaleza
procedimental, no sustantiva, de modo que ambos dominios, moral y derecho,
puedan controlarse mutuamente y quede garantizada la renovación y crítica de
las normas. (Habermas, 1998, p. 559-560)
En sus postreras contribuciones, De Zan pensaba que se requiere de una
revitalización de la noción aristotélica de “amistad cívica”, buscando recuperar el
sentido de lo político como un bien en sí para ciudadanos libres e iguales,
extraviado en los imperativos de la racionalidad instrumental contemporánea.
Traducida a un “sentimiento moral de reconocimiento recíproco” entre los
ciudadanos, debe suplantar el interés individual o grupal o el miedo a los otros
como la raíz fundacional de la unión política. (De Zan, 2014, p. 124-126) En ello
radica, a su juicio, que la racionalidad comunicativa logre imponerse
progresivamente sobre la asimilación de la política a la guerra, y no, a la libertad.
(De Zan, 2014, p. 126)4 Llevando su postura al nivel cosmopolita, a mi entender,
la realización aproximativa de la comunidad ética universal kantiana, despojada
de sus connotaciones metafísicas, podría ser pensada como un sucedáneo de
la imposibilidad de invocar principios sustantivos en los que basar la solidaridad
moral global de los ciudadanos del mundo.
4 Fiel a su estilo, señala De Zan (2014, p. 126), su distancia con ciertas líneas de interpretación de la política como necesariamente confrontativa: “Cuando la racionalidad comunicativa del discurso es reemplazada por la lógica de la relación amigo-enemigo, se abandona el terreno de lo político y se ha ingresado, a veces sin saberlo, en otro juego, sin reglas, en el que todo vale. Este modelo conceptual de la guerra como definitorio de lo político, que proviene de Maquiavelo y de Hobbes, ha llegado a ser de nuevo hegemónico en la teoría política contemporánea, ya sea en la versión más económica de la política como lucha competitiva, o en la más antagonista de la relación amigo-enemigo que es el eje de la concepción del populismo de E. Laclau. Estas dos concepciones se creen opuestas, pero su lógica es la misma: la racionalidad estratégica” (Énfasis del autor).
Jorge Raúl De Miguel
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Referencias
Bahr, F. (2008). El poder intelectual en la Europa moderna. Esbozo de una historia de la República de las Letras. En J. De Zan y F. Bahr. Los sujetos de lo político en la Filosofía moderna y contemporánea. Buenos Aires: UNSAM
De Zan, J. (2013). La gramática profunda del ethos. Una lectura de la ética de Kant. Buenos Aires: Las Cuarenta
De Zan, J. (2014). Para la reconstrucción del sentido de lo político. Tópicos. Revista de Filosofía de Santa Fe, 25-26, 113-132
Habermas, J. (1998). Derecho y moral (Tanner Lectures 1986). En J. Habermas. Facticidad y validez. Sobre el derecho y el Estado democrático de derecho en términos de teoría del discurso. (Trad. M. Jiménez Redondo) (págs. 535-587). Madrid: Trotta
Hegel, G. (1988). Principios de la Filosofía del Derecho. (Primera ed. 1821) (Trad. J. L. Vermal). Buenos Aires: EDHASA
Kant, I. (1998a). Fundamentación de la metafísica de las costumbres. (Primera ed. 1785) (Trad. M. García Morente, S. Schwarzböck). Buenos Aires: Eudeba
Kant, I. (1998b). Religion within the Boundaries of Mere Reason and Other Writings. (Primera ed. 1793) (Trad. A. Wood). Cambridge: Cambridge Univ. Press
Kant, I, (2007). Crítica de la Razón Pura. (Primera ed. 1781-1787) (Trad. M. Caimi). Buenos Aires: Colihue.
Peirce, Ch. S. (1988). Algunas consecuencias de cuatro incapacidades. En Ch. S. Peirce. El hombre, un signo (El pragmatismo de Peirce). (Trad. J. Vericat) (págs. 88-122). Barcelona: Crítica
erasmus
Año XXII No 1- 2020
Reseñas
enero - junio 2020
p. 171 - 204
ISSN (impreso) 1514-6049
ISSN online: en trámite
(en línea: junio de 2020)
© erasmus. Revista para el diálogo intercultural. La revista científica semestral de la Fundación ICALA
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Licencia de Creative Commons. Atribución-NoComercial-Compartir Igual 4.0
Internacional (CC BY-NC-SA 4.0), https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/ 171
RESEÑAS
De Zan, Julio (2013). La gramática profunda del ethos. Una lectura de la
ética de Kant. Buenos Aires: Las Cuarenta. 215 págs.
ISBN 9789871501588
(por Nicolás Alles, Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, Argentina)
Existen pensadores clásicos de la tradición filosófica que, a pesar del
tiempo, no dejan de ser objeto de acalorados debates y de nuevas
interpretaciones. De alguna manera, estos autores continúan presentes en
nuestras discusiones filosóficas y siguen siendo nuestros contemporáneos.
Esto sucede con Platón, con Aristóteles, con Descartes y, sin lugar a dudas,
con Kant. El libro de Julio De Zan, La gramática profunda del ethos. Una lectura
de la ética de Kant constituye uno de esos trabajos que muestran todo aquello
que Kant tiene todavía para ofrecer a la mirada contemporánea.
Afirmar que el libro en cuestión se centra exclusivamente en la teoría ética
kantiana es no ser fiel al pormenorizado tratamiento que De Zan hace de la
obra de Kant. Cabría mejor decir que se trata de una obra que analiza, en
primer lugar, la ética kantiana, pero que no deja de lado los demás aspectos
que hacen a la filosofía práctica del filósofo alemán. A lo largo de los seis
capítulos que constituyen el libro (los cuales fueron publicados previamente en
revistas o presentados en congresos), De Zan brinda una interpretación del
Kant de la filosofía práctica en la que discute no sólo con sus contemporáneos,
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sino en la que se lo confronta con algunos problemas prácticos actuales. Por
último, se analizan las repercusiones que el pensamiento kantiano tuvo en
autores contemporáneos como Hannah Arendt, Jürgen Habermas y los
representantes de la ética del discurso, entre otros.
La lectura de De Zan a lo largo de los diferentes capítulos muestra la
fertilidad del pensamiento kantiano, rescatándolo de algunas críticas no del
todo justas que precisamente obturan la apreciación de los aportes que todavía
Kant puede realizar a las discusiones éticas actuales. El primer capítulo
“Moralidad y eticidad, o Kant y Hegel” propone una relectura de las críticas de
Hegel a la ética kantiana y de las posiciones asociadas con la moralidad y la
eticidad, respectivamente. Aquí, De Zan muestra que la solución a esa tensión
no es sino entender la complementariedad entre estas dos instancias, entre la
crítica y la fundamentación, entre la Ilustración y la tradición. Pero el interés de
este capítulo no es meramente crítico o doxográfico, sino que hay –como
queda claro a lo largo de todo el libro– una intención de pensar, a partir de
estas categorías propias del pensamiento kantiano, los debates filosóficos y
políticos de la época. Aquí se ve cómo las diferentes perspectivas éticas
contemporáneas (neoaristotelismo, neopragmatismo, hermeneuticismo,
neoconservadurismo, postmodernismo, postmarxismo) pueden entenderse a
partir de esta tensión entre moralidad y eticidad, y, en lo que resulta todavía
más interesante en términos prácticos, cómo es posible aún pensar en la
noción de universalismo para debates como la fundamentación de los derechos
humanos.
La confrontación entre la ética de Kant y las diferentes perspectivas éticas
de la actualidad continúa en el segundo capítulo, “La ética de Kant y la filosofía
moral contemporánea”. En éste, De Zan lleva a cabo un detallado análisis
crítico de las teorías éticas contemporáneas más relevantes, como el
comunitarismo, el contractualismo y algunas formas actuales del intuicionismo
y del emotivismo. La contraposición de estas posturas con la filosofía de Kant
se realiza a partir de una categoría a la que De Zan le dedica una
pormenorizada reflexión a lo largo del libro, la comunidad ética; categoría que
reconstruye a partir del análisis de textos kantianos como La paz perpetua o La
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religión dentro de los límites de la mera razón. La comunidad ética es un
elemento de la filosofía kantiana que permite pensar la armonía entre la virtud y
las leyes jurídicas y del Estado a partir de una serie de principios como la
universalidad, la unión de los ciudadanos sobre bases éticas, la libertad y la
inmutabilidad de la ley moral. Es precisamente en este capítulo donde De Zan
presenta su interpretación de la ética de Kant como una “gramática profunda
del ethos”. Según nuestro autor, esta expresión expresa justamente los
objetivos que el propio Kant perseguía con su ética: “buscar una formulación
reflexiva, o la reconstrucción racional de los principios de la razón pura
práctica, los cuales se encuentran ya siempre operantes en la razón práctica
común humana, o en el ethos de las diferentes culturas, como nos gustaría
decir hoy” (De Zan, 2013, p. 80-81).
El tratamiento de la comunidad ética continúa en el capítulo tercero, titulado
“La utopía kantiana de la comunidad ética”. En él, De Zan indaga la idea de si
la comunidad ética entendida como esta instancia de armonización entre las
normas de la virtud y las leyes de la sociedad civil debe verse como una utopía.
Esto es la ocasión para indagar en la consideración del significado de la utopía
para Kant. La utopía kantiana, tal como la describe De Zan, no aparece bajo la
forma de una transformación revolucionaria de lo existente, sino como proceso
evolutivo gradual. De ese modo, la utopía moral de Kant opera a partir de una
separación de la institucionalidad, no a través de ella. En otras palabras, para
Kant, la utopía moral no requiere de la coacción jurídica del Estado, sino que
opera por otros medios, dando cuenta de un realismo político que pretende
mantener separado lo ético de lo político en una manera similar a como lo
había sugerido ya Hobbes. El punto más interesante de este capítulo reside en
la propuesta de De Zan de leer la comunidad ética a partir de la categoría de lo
impolítico de Roberto Esposito. Lo impolítico mienta aquello que no entra en el
juego de la lucha política, sino que se mantiene en los márgenes de ésta, como
una mirada exterior que no es completamente pasiva. El recurso de apelar a
esta interpretación para describir a la comunidad ética resulta iluminador para
pensar la relación entre la ética y la política. Además de ello, lo impolítico abre
una serie de posibilidades para incorporar aquello otro de lo político que opera
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desde los márgenes mismos y que ocupa un lugar importante en la filosofía de
Kant, como la estética, el arte o la religión.
Los capítulos cuatro y cinco, “Ética, política y estética. La Crítica del juicio y
la interpretación de H. Arendt” y “La herencia kantiana en la ética discursiva de
Habermas”, constituyen dos ejercicios críticos de análisis de autores
contemporáneos que se reconocen abiertamente deudores del planteo ético de
Kant. En estos casos concretos, el gesto interesante de De Zan consiste en
mostrar cómo esta deuda no fue asumida tan cabalmente como estos autores
creyeron reconocer. Tanto Arendt como Habermas, sostiene De Zan, no
terminan de seguir hasta las últimas consecuencias su compromiso kantiano.
La idea que queda al lector de estos capítulos es que un kantismo más
consecuente hubiera beneficiado en varios puntos la obra de estos autores. En
el caso de Arendt, no logra extraer toda la potencialidad que el juicio
reflexionante puede aportar a la reflexión ético-política para pensar una
dimensión intersubjetiva que le permita pasar de la comunicabilidad a la
comunicación efectiva. El caso de Habermas no es menos notable debido a
que, si bien este autor pretendió brindar una interpretación comunicativa del
imperativo categórico (en este capítulo se presentan también los lineamientos
fundamentales de la ética del discurso), falló, al decir de De Zan, al pensar que
los conceptos de racionalidad y acción comunicativa pueden valer como
racionalidad moral.
El sexto y último capítulo del libro, “Ética posmetafísica. Autonomía y
apertura” puede considerarse como un ensayo metafilosófico, en el cual De
Zan presenta un panorama de la condición contemporánea de la filosofía,
argumentando en contra de entenderla bajo la forma de fundacionismo y la
imagen metafísica adherida a ella. Propone, en cambio, dar lugar a la
deconstrucción entendida ésta en un sentido más próximo al que le da Jean-
Luc Nancy en su texto, La deconstrucción del cristianismo. Esta forma de
deconstrucción implica una determinada relación con la tradición en la que ésta
se abre para ser puesta en juego. La deconstrucción así entendida implica un
diálogo con la tradición, repensando sus elementos.
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En algún sentido, el libro de De Zan constituye un verdadero ejemplo de este
tipo de deconstrucción. Propone un diálogo permanente con la tradición de la
ética kantiana, pero no sólo con un interés crítico o histórico, sino que acude a
Kant como interlocutor válido para la reflexión de los asuntos éticos y políticos
más urgentes de nuestro tiempo. Como señalé al principio de esta reseña, La
gramática profunda del ethos hace de Kant uno de nuestros contemporáneos
en la difícil tarea de pensar nuestro tiempo.
Julio De Zan (2004). La ética, los derechos y la justicia.
Montevideo: Konrad-Adenauer-Stiftung E.V.. 310 págs.,
ISBN 9974786827
(por Santiago Polop, Universidad Nacional de Río Cuarto, Argentina)
El libro de Julio De Zan, encargado por la Fundación Konrad Adenauer, tiene
un objeto y un destinatario específico: la formación de las profesiones y los
profesionales jurídicos y del ámbito judicial. Aunque, a decir verdad, la amplitud
de los tópicos abordados exceden el interés de éstos y se orienta a uno de los
campos vitales de la filosofía del derecho, a saber, la ética en las teorías del
derecho. ¿Por qué la preocupación de De Zan por un ámbito como el judicial,
esquivo a la discusión filosófica y más proclive a la rigurosidad positivista?
Precisamente por eso, y por la evidencia histórica (repasada en sucesos
recientes al momento de la escritura de la investigación) de que ese camino
encierra inequidades flagrantes de los sistemas de justicia, a la vez que habilita
una desconexión de las decisiones y prácticas jurídicas con los dilemas
morales que las atraviesan. De Zan va a procurar religar aquello que la
institucionalidad -o, mejor, el institucionalismo abstracto- de la ley se ocuparon
(a conciencia, tal vez) de desconectar.
Los objetivos de reflexionar sobre la institucionalidad republicana y la justicia
como fuente de legitimidad aparecen como una constante no sólo por el
descreimiento que el autor hace suyo sobre el poder judicial y la politización de
la justicia. La dimensión ética de la función judicial, sostiene, ha sido dejada de
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lado por su connivencia con los poderes de turno, olvidando que la figura del
juez (figura que el autor hace el centro de la reforma de la justicia) es “el último
guardián de las promesas que los hombres y las sociedades se hacen a sí
mismos”. Con una estructura de silogismo, y con la metáfora de la “cebolla”,
que servirá al autor para ir desgajando de afuera hacia adentro la problemática
reflexiva desde la ética hasta lo que considera el núcleo, el ethos de los jueces,
el texto se divide en tres partes: una primera parte (capítulos 1, 2 y 3) está
dedicada a reflexionar sobre los conceptos centrales y el alcance de la ética, la
moral y el derecho, así como en sus separaciones, co-implicación y
complementación necesaria. La segunda parte (capítulos 4 y 5), orientada a
pensar la relación de la ética con las teorías del derecho, toma como criterio
rector a la universalidad como fuente y horizonte. Allí se comprenderá que las
teorías del derecho no son moralmente neutras, sino que comprenden una
dimensión ética irrenunciable. Finalmente, la tercera parte se orienta a pensar
en términos de ética práctica o aplicada cómo los profesionales jurídicos
pueden adoptar estos criterios en su práctica concreta.
El primer punto a considerar, dice De Zan, son las diferencias entre ética y
moral, problemática que se aborda de modo preferente en base a la discusión
sobre la universalidad del acto moral. No obstante, evitando caer en el
diagrama formalista que Hegel le imputa a Kant en su Fenomenología del
Espíritu, De Zan lee esa universalidad considerando hermenéuticamente el
ethos vivido: “Este sentido de la identidad moral tiene su anclaje más profundo,
según mi manera de ver, en la fidelidad a la verdad, no como algo ya dado,
sino como el horizonte o la meta de una búsqueda del sentido, que implica
apertura a la crítica y disponibilidad para la autocorrección y el cambio” (p. 25).
La importancia de la discusión en el ámbito público y a través de la razón
pública (como Kant la definiera) será estructurante para el resto de trabajo.
En un recorrido por los discursos prácticos de la ética, el capítulo dos invita a
la reflexión sobre los elementos que se consideran en la decisión, la clave del
acto moral. En el momento en que se establecen sus rasgos, la ética asume
(veladamente) un carácter prescriptivo, lo cual debe ser siempre re-tematizado.
De Zan analiza allí la mediación entre ética, moral y derecho, la cual requiere
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un conocimiento del ethos, luego un “distanciamiento frente al mundo de la
eticidad histórica objetiva” (p. 61) para provocar una nueva inscripción
superadora de la moralidad en la eticidad. La dialéctica hegeliana habita en el
autor. La dificultad de un enfoque estrictamente formal o de una aplicación al
modo rawlsiano del overlaping consensus es vista por el autor como riesgo que
no debe dejar de tematizarse: “el consenso entrecruzado se funda también, sin
embargo, en una doble exclusión: 1) se excluyen del discurso público las
razones derivadas de las propias doctrinas comprensivas, 2) se excluyen del
espacio mismo del discurso las doctrinas comprensivas no razonables. Lo que
no encuentro aclarado en este autor es quien toma la decisión de estas
exclusiones y cuál es el procedimiento para decidirlas. Este es un blanco de
fuertes críticas al liberalismo político como un decisionismo encubierto” (en
nota al pié nº 14, p. 69).
De Zan parece apostar, en su libro, a que la plenitud de la exposición de lo
no-dicho en términos de la razón pública ofrezca la información suficiente para
transparentar las decisiones y sus alcances universales. De hecho, el capítulo
tres aborda las éticas contemporáneas que ofrecerían una solución a este
dilema, y lo hace sobre aquellas que en siglo XX provocaron un renacimiento
de la teoría “relativamente independiente de los fenómenos sociales”. En
concreto, se va a referir a la ética definidamente orientada a la moralidad
universalista de inspiración kantiana, en voces de Apel, Habermas, Hare y
Rawls. Para justificar tamaña exclusión de los fenómenos sociales, el autor
repasa los abordajes de un nutrido número de conceptualizaciones al respecto:
la ética positiva (o moral de los sentimientos), la metaética, el contractualismo,
el universalismo instrumental y, finalmente, las éticas procedimentales de Apel
y Habermas. Como se ha dicho, es en estas en donde lo no-transparente en la
información requerida por los participantes para tomar decisiones prácticas
aparecería mejor tematizado por la centralidad de las condiciones del discurso
y del diálogo, fuentes de la validez y de la búsqueda cooperativa de la verdad.
Es con éstas que el autor cree hallar un “principio de la no violencia” como
condición moral del discurso (p. 103). Queda aquí la sensación, no obstante la
profundidad del abordaje, que las éticas discursivas no son sometidas a la
rigurosidad crítica de las anteriores.
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Es a partir del capítulo cuatro que De Zan aborda la relación entre el juez y
el derecho. Su indagación es la de un buscador de conexiones con una
profesión que, entiende, se ha distanciado de su función originaria: la pregunta
por el sentido de la justicia (p. 107). Si los jueces, como profesionales del
derecho, no son plenamente conscientes ni rigurosos con el pensamiento ético,
De Zan deduce que difícilmente puedan hacer la crítica de los propios
prejuicios. Este será el objetivo del capítulo, una indagación muy seria respecto
de la capacidad de discernimiento (Urteilskraft). Las teorías del derecho que
habitan en las prácticas de las decisiones judiciales, el autor las ordena en tres:
el realismo jurídico, que entiende que la decisión es inmanente al campo
jurídico profesional; el positivismo, que se reduce a la aplicación de una
estructura formal; y la comprensión hermenéutica, la que supone que en el
ámbito humano hay -siempre- un punto de indecidibilidad desde el punto de
vista lógico. Las preguntas que atraviesan a la ética judicial, De Zan las pone
en discusión con una de las teorías filosóficas del derecho más profusas, como
es la de Ronald Dworkin. Este autor, analiza De Zan, es una clara superación
de las tres anteriores, en tanto vincula directamente el derecho con el problema
de la moral. No obstante, su solución a través de la interpretación constructiva
en manos del juez, entiende De Zan, es restrictiva y limitada a su carácter
hercúleo, lo que debería ser sustituido por la comunidad real de los juristas (p.
137). El problema sigue siendo cómo incluir a todos los involucrados.
La participación del universo y la integración de la diferencia son los
horizontes problemáticos de las éticas de orientación kantiana. En el capítulo
cinco, De Zan pone justamente en tensión el problema del derecho positivo
soberano de los Estados con el valor moral, en tanto en el primero el valor
moral es derivado, mientras que en términos filosóficos es fundante. En la
misma estela que Kant promoviera La Paz Perpetua, De Zan opone la
posibilidad de desarrollar un derecho cosmopolita frente al riesgo creciente de
enfrentar la vida a un Estado gendarme global. Las tensiones entre la política y
la moral no son evitables, pero De Zan argumenta a favor de una demanda
moral de no pasividad ante la violación de derechos humanos, lo cual debería
tener absoluta prioridad frente a la soberanía política (p. 163). Este
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pensamiento será también, y por supuesto, ajeno a los objetivos de la
globalización económica del capitalismo, lo que tiene un tratamiento algo
acotado, dada la dimensión de su gravitación sobre la ética. Al plantear a la
democracia como un régimen de gobierno (p.169), el autor hace gravitar la
complejidad de este concepto en el kratos, desatendiendo la potencialidad de
discutir con la noción de demos, restringiendo su expansión indefinida a lo que
se establece como limitante por el poder generado por la relación entre ética y
derecho. El capítulo cierra con un análisis de la tensión entre el reconocimiento
(como concepto ético) con el derecho penal internacional, expuesto de un
modo contundente y esclarecedor en relación al caso del ex dictador chileno
Augusto Pinochet.
La ética de las profesiones y de la función pública es el capítulo en donde De
Zan analiza reflexivamente la distancia necesaria que hay que establecer entre
la ética profesional y la burocratización a la que tiende una práctica
reduccionista del derecho. Cuando esta tensión es expuesta, se evidencian los
conflictos notorios con las prácticas y las excepciones que ésta plantea. La
diferencia entre una ética de la responsabilidad y la renuncia de principios
como una cuestión de estrategia (p. 201) son el corazón de este capítulo seis,
en donde se expone, en definitiva, la vieja pregunta respecto a si puede
tenerse una moralidad para la esfera pública y otra para la privada. Al respecto,
el autor toma la misma vara de Kant en relación a los problemas éticos, aunque
admitiendo que lo real es mucho más complejo que un diagrama formal (p.
208), lo que pareciera habilitar una fisura en el rigorismo. No obstante,
sostendrá que la validez moral no depende de los consensos fácticos
históricos, lo que expondrá en una discusión -que tal vez podría haber tenido
mayor profundidad, dada la importancia- entre el discurso racional de
Habermas como marco procedimental ético-jurídico y la incompatibilidad que
supone del pensamiento schmittiano con la democracia. La honestidad,
competencia y responsabilidad de la ética judicial, dice De Zan, debería asumir
estos preceptos como fundacionales de sus decisiones.
En el capítulo siete, el único escrito por Alejandro Turjanski, colaborador de
De Zan en la investigación presentada en el libro, se expone un estudio
comparado de códigos provinciales y nacionales sobre el abordaje y trato de la
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ética judicial, a través del dictado de códigos de conducta. La comparativa
pretende evidenciar lugares comunes y disidencias en relación a las normas
que rigen los comportamientos requeridos y deseados de aquellos que ocupan
la función judicial. Un aspecto que habría enriquecido mucho la comparativa, tal
vez, habría sido pensar en los modos de su selección más allá de sus
cualidades morales, refiriendo a la presencia misma de la democracia en el
proceso de su selección y continuidad.
Finalmente, el capítulo ocho, “Observaciones para una ética de los jueces”
(el libro siempre refiere así, a su uso masculino), De Zan aborda muy
concienzudamente los nuevos escenarios históricos que tensan tanto la
moralización de la política como la juridización de la moral y de la política,
siempre pensando en los usos instrumentales y meramente estratégicos al
poder de estas relaciones. Las referencias a una clase política, así como a una
clase judicial, tiene la virtud de identificar prácticas asociadas, pero tiene el
defecto de reducir su concepción a cierta inmanencia que, en realidad,
entiendo que no tienen ni debería expresarse con un criterio de separación de
la totalidad histórica. Es interesante aquí la demanda del autor de que el
discurso judicial no neutralice la dimensión colectiva de lo político al tratar a las
partes como individuos (p. 255), lo que se hace más expreso en el control de
constitucionalidad, situación que es tratada con la tensión entre los poderes de
gobierno ejecutivo y judicial. No deja de ser llamativa la consideración de
política sólo referida al primero, a la vez que algún exceso del autor al plantear
que su pensamiento se deriva como consecuencia lógica al tener en cuenta la
experiencia de toda la historia humana (p. 258), cuando es claro que falta
bastante de la misma, sobre todo las versiones no hegemónicas. La reflexión
sobre los riesgos actuales que comporta la relación entre la justicia y los
medios de comunicación no deja de tener una actualidad extraordinaria, y cada
vez más acuciante de su tratamiento, sobrevolando hoy el riesgo de que la
totalidad de los poderes de una república queden sometidos a los imperativos
de las empresas privadas de comunicación. Los jueces, dice el autor, no
pueden estar al margen del conocimiento de los riesgos de la mediatización de
la realidad social, así como la necesidad para la sociedad civil de que estos
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mismos actores del derecho aboguen por la transparencia de sus fundamentos,
por una Verstehen (publicidad y comunicación), antes que el secreto y la no
publicidad que el poder de las élites prefiere. Esa publicidad y comunicación de
los jueces con su medio supondría la necesidad de confrontar argumentos,
algo a lo que este sector no es muy propenso y que la propia ley deja a su
criterio.
El último apartado del libro, el anexo, se dedica justamente a exponer las
reticencias, temores y debilidades en la propia palabra de los jueces, ya que se
trata de la exposición de los resultados de una encuesta realizada a
magistrados respecto a estas temáticas. La poca presencia de una ética de
orientación universalista de inspiración kantiana, como De Zan viene
sosteniendo que debe ser el horizonte formativo, queda expuesta como lo
radicalmente otro del pensamiento de los jueces, en tanto se desprende de allí
el carácter corporativo y no consultivo con el que abordan las problemáticas de
tipo moral al interior de su profesión.
El libro de De Zan es testimonio de una preocupación honesta y vigente,
atravesada de una ocupación extraordinaria por trasladarla al ámbito formativo
de los jueces y que, para complementar y ampliar, debería ser pensada para
los espacios de la formación de grado. La accesibilidad del libro es otro punto a
destacar, lo que sólo es posible cuando alguien adquiere una claridad
conceptual que puede ordenar lo que de otro modo muchas veces parece
inaccesible al público general. De Zan logra su cometido: ofrecer una obra a las
profesiones jurídicas sobre un tema que los atraviesa, pero que no están
habituados a indagar en estas profundidades. Sería deseable que desde los
ámbitos de formación de grado y posgrado en estas profesiones accedieran a
este material, puesto que elevaría el nivel de la discusión respecto de un
campo como el derecho, el cual, por cierto, es demasiado importante para
dejarlo sólo en manos de sus profesionales.
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Jürgen Habermas (2019). Auch eine Geschichte der Philosophie. Berlin:
Suhrkamp. (2 tomos), 1740 págs., ISBN 9783518761441
(por Diego Fonti, CONICET, Universidad Católica de Córdoba, Argentina)
En noviembre de 2019, y a sus 90 años, Habermas publicó un nuevo opus
magnum, Auch eine Geschichte der Philosophie. Un pensador sistemático se
ocupa también de la historia de la filosofía. En realidad tenemos en este texto
continuos “hipervínculos” con el resto de su obra sistemática, pero su intención
aquí es claramente la de ofrecer eso: también una historia de la filosofía. No es
que Habermas no se hubiese ocupado antes de aspectos históricos de la
filosofía. Las lecciones publicadas como El discurso filosófico de la modernidad
ya contienen una propuesta de interpretación histórica del pensamiento
filosófico moderno. Pero a lo largo de su obra ha primado la intención
sistemática por encima de la histórica. En cambio, También una historia de la
filosofía aborda explícitamente la historia, no como secuencia temporal de
nombres e ideas, sino que nombres e ideas están para poner en escena una
trama notable. A la luz de la relación de conocimiento y creencia se comprende
cómo se operó una transformación de la racionalidad, cuyo resultado puede
verse hoy en el pensamiento postmetafísico, en el derecho y la moral racional,
en la autonomía de las pretensiones de verdad del conocimiento inmanente al
mundo, e incluso en la propia práctica y creencia religiosa. La historia de la
relación de conocimiento y fe inició una serie de procesos de aprendizaje que
son también la historia de la filosofía. Pero además, como él mismo dice en el
prefacio, esta reconstrucción le hizo dedicarse a estudiar muchos de los
autores de la tradición metafísica involucrados en una particular reconstrucción:
los vasos conductores que desembocan, finalmente, en las sociedades
modernas y seculares, y en el pensamiento postmetafísico que las sostiene.
Aunque Habermas se declara “religiosamente poco musical” (unmusikalisch)
y considera su filosofía como “religiosamente desembriagante” (ernüchternd),
se ha dedicado desde la década de 1990 a atender cuestiones sobre el vínculo
entre conocimiento y fe, que de alguna manera anticipaba en su obra anterior,
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pero que a partir de las nuevas irrupciones de lo religioso le llevaron a ir más
allá de la tesis de la secularización. Este kantiano también se inscribe en la
herencia de los jóvenes hegelianos. Así asume que superar es siempre de
alguna manera retener algo por sus objetivaciones históricas, y en este caso se
lo permite no sólo su objetivo técnicamente filosófico -la reconstrucción de las
raíces del pensamiento postmetafísico-, sino también su disposición
comunicativa. Esto le hace un pensador “secular” pero no “secularista”, o sea
que no demanda asumir compromisos religiosos o metafísicos pero tampoco su
rechazo irreductible. Más aún, su aproximación histórica, que expresamente
denomina “genealogía”, reconstruye herencias e influencias notables, que son
des-embriagantes... y no sólo para los compromisos metafísicos.
Esta reseña pretende reconstruir algunos de esos vasos conductores. Es un
exceso, ciertamente, pretender reseñar una obra así, que en realidad puede
verse como una secuencia de libros estrecha y lógicamente vinculados, con un
argumento común pero con episodios claramente distinguibles, como se verá
en la primera sección de este comentario. Pero lo que ordena de algún modo el
exceso y le da plausibilidad, es la reconstrucción de los vectores semánticos
propuestos por Habermas, para comprender no sólo las conexiones sino y
sobre todo los “procesos de aprendizaje” que se dan a la luz de ese vínculo de
fe y razón para la filosofía y las instituciones modernas. Es en ese sentido que
hay que tomar el título de Herder a partir del cual Habermas parafrasea el suyo:
Auch eine Philosophie der Geschichte zur Bildung der Menschheit, También
una filosofía de la historia para la formación de la humanidad. Porque
Habermas no sólo ofrece desde una perspectiva original una reconstrucción de
la genealogía y despliegue de las ideas que derivaron en instituciones y
filosofía postmetafísicas, sino que además pretende proveernos de una
interpretación no-derrotista, capaz de suplir las carencias surgidas por la caída
de los sistemas metafísicos – con sus fundamentaciones, motivaciones y
teleologías – para mostrar cómo la racionalidad logró lo que logró. Porque
aunque requiera correcciones y la desviación siempre aceche, no sería justo ni
con la historia del pensamiento ni con nosotros mismos pensar que nada se ha
logrado, o que hubiera dado todo lo mismo. Si la historia de la filosofía es una
historia de los procesos de aprendizaje de discursos e institucionalizaciones
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con diversas pretensiones de validez pero fundamentalmente falibles y
corregibles, entonces el interés no es sólo cognitivo o cultural sino también
emancipatorio-liberador: es una historia de cómo la libertad racional universal
de sujetos socializados pero reconocidos en su individualidad ha logrado
proveerse a sí misma no sólo de su conciencia de sí sino también de
condiciones (históricas y contrafácticas) de posibilidad y de sus objetivaciones.
De allí la segunda parte de esta reseña donde, luego de reconstruir los
principales hilos conductores, se presentarán los principales hitos evolutivos en
los que el “espíritu objetivo” se encarnó históricamente. Por supuesto que se
trata de una separación a nivel de comprensión, en tanto el despliegue de esos
hilos se dio precisamente en la concreción de los hitos, pero conviene su
presentación por separado, ya que la configuración de los hitos e instituciones
no significó el acabamiento de esas ideas conductoras, sino modos
fragmentarios y siempre insuficientes de realización, y, además, porque es la
separación misma la que permite la distancia necesaria para volver a operar
con esas ideas sobre las instituciones para proseguir esos procesos de
aprendizaje.
Sinopsis
Antes de comenzar el rastreo de los hilos conductores que atraviesan la
trama de la obra, conviene hacer una exposición de su estructura general. El
primer tomo lleva por título “La constelación occidental de creer y saber”.
Consiste en seis capítulos y un excurso. I) El primero expone el origen del
texto: la cuestión de la genealogía del pensamiento postmetafísico. Aquí es un
elemento fundamental la noción de crisis y su relación con la modernidad como
crisis, y algunas de las respuestas más influyentes y en sentido reverso a la
misma (Schmitt, Strauss, Löwith, Heidegger). Pero sobre todo es fundamental
en este capítulo la cuestión doble de, primero, la religión como modo del
espíritu objetivo y, segundo, del movimiento hacia el pensamiento
postmetafísico y su posible universalidad. A partir de estas cuestiones, en los
capítulos II) y III) comienza un movimiento de reconstrucción desde las
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tradiciones de la era axial, que muestra el impulso cognitivo en la
transformación de la conciencia religiosa y permite comparar entre ellas. Este
tercer capítulo muestra cómo la era axial (ca. 800-200 AC) genera, en diversas
locaciones geográficas y por diversos actores, una serie de rasgos comunes
con grandes consecuencias posteriores en cuanto a la transformación del mito
y la moralización de lo sagrado, lo que Habermas sintetiza en el primer
excurso: las bases conceptuales de la era axial. Los caps. IV) y V) consisten en
mostrar cómo se da conceptualmente la simbiosis de fe y saber en el
platonismo y la evolución del cristianismo europeo y sus transformaciones, y,
finalmente, cómo la diferenciación medieval entre sacerdocio y reino, y la
separación progresiva entre fe y saber, es significativa no sólo a nivel político
sino también en el surgimiento de nuevos campos dentro de la propia filosofía,
como la filosofía del derecho. El capítulo VI) sirve como conclusión del tomo y
engarce con el siguiente: las posiciones ontológicas de Duns Escoto y Ockham
muestran cómo el nominalismo favorece tanto la independencia del paradigma
científico ante las disonancias cognitivas entre el discurso religioso y los
nuevos datos científicos, como la diferenciación funcional de tareas que son
asumidas por el poder estatal. Así aborda las disonancias sociales, como el
problema de la legitimación del poder político, en un contexto de progresiva
pérdida de fuerza de integración y de legitimación por parte de la religión, la
cual, a su vez, pierde progresivamente terreno frente a la política.
El segundo tomo parte del período inicial de la modernidad, y se denomina
“Libertad racional. Huellas del discurso sobre creer y saber”. El cap. VII)
expone la separación radical entre saber y creer en el protestantismo y cómo
surge el paradigma de la filosofía del sujeto. A continuación, Habermas
presenta el segundo excurso: la cesura operada por la separación entre creer y
saber. Gracias a esta síntesis provisoria se prepara también la reconstrucción
del cap. VIII). Este aborda las dos corrientes que a partir de esa separación
surgen con Hume y Kant. Ellos son fundamentales para el pensamiento
postmetafísico, aunque originan dos tradiciones distintas al interior del
paradigma del espíritu subjetivo. Este paradigma es mostrado en sus límites a
partir del cap. IX), con la reconstrucción del “espíritu objetivo” en su
encarnación cultural, social y lingüística, particularmente con Herder,
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Schleiermacher, Humboldt y Hegel. Antes del último capítulo, Habermas ofrece
un tercer excurso: después de mostrar el paso del paradigma de la conciencia
al espíritu objetivo, sintetiza cómo éste opera en la socialización comunicativa
de los sujetos de conocimiento y acción. Este último paso conduce al cap. X),
donde las posiciones de los “jóvenes hegelianos” originan los últimos
eslabones de la genealogía del pensamiento postmetafísico, incluidos
pensadores tan diversos como Kierkegaard y Peirce.
Hilos conductores
Como en la trama de un tejido, esta obra contiene diversos hilos que se
muestran, luego se hunden, y reaparecen después formando finalmente una
imagen, la del pensamiento secular postmetafísico. A continuación se sigue la
traza de cuatro de ellos.
a) Motivos religiosos en la evolución filosófica de los procesos de aprendizaje
en conocimiento y socialización
La fuerza explicativa del mundo y la fuerza organizacional de las sociedades
son elementos claves en el antiguo paso de las sociedades holistas arcaicas a
la “era axial”. Las imágenes míticas del mundo – como una primera integración
de prácticas y explicaciones por una narración – y de la diferenciación social
mediante el surgimiento de un poder “estatal” que obtiene su justificación a
partir de ellas, genera una relación con consecuencias futuras notables. La
configuración progresiva de la escritura y de un sistema formalizado de
explicaciones y normas, separa progresivamente – nunca totalmente – los
fundamentos para la justificación de las afirmaciones sobre el mundo y sobre la
vida social del arbitrio directo de los detentores de la legitimidad explicativa o
política. Esto genera al mismo tiempo las bases para identificar disonancias
cognitivas y sociales, para fundamentar los reclamos de transformación, y para
limitar posteriormente ese mismo poder explicativo en las configuraciones
religiosas. El agotamiento del antiguo mundo holista, el paso a las narraciones
míticas y el surgimiento del rito como elementos separados, la incorporación de
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herramientas filosóficas a las narraciones religiosas, las sucesivas
contradicciones entre las creencias y los resultados de la razón y de las
ciencias, y finalmente los propios límites de la filosofía moderna de la
conciencia ante los aportes del conocimiento de la historia, el lenguaje y la
sociedad, muestran un largo recorrido de la interacción entre narraciones
religiosas y racionalidad filosófica. Esta interacción les permitió elaborar
aparatos conceptuales propios, reconocer sus límites, aprender de sus
resultados y configurar modelos de aprendizaje para superar esas disonancias.
En los momentos de crisis se ve más claramente esos límites en las tramas
históricas de los discursos y las instituciones, así como en la aparición de
respuestas reaccionarias. Este es el punto de partida de Habermas, cuando
muestra los diversos modos en que Schmitt, Strauss, Löwith y Heidegger
reaccionan ante las crisis del s. XX. Más allá de sus diferencias, les atraviesa la
idea de declive y la búsqueda de una respuesta en vistas de un momento
“anterior”, una norma trascendente o inmanente pero externa a las decisiones
subjetivas, que garantice los desarrollos cognitivos e institucionales. Incluso en
estas posiciones reaccionarias ante la modernidad, Habermas ve eslabones de
la genealogía postmetafísica, que comparte con la religión la meta de la
autocomprensión respecto de lo que sabemos sobre el mundo y la justificación
de las decisiones. Es un primer dato elemental: la normatividad y la
fundamentación obtuvieron en el discurso religioso su primera configuración, y
aunque esas actividades se secularizaron progresivamente, ese proceso se dio
no sin una interacción previa y continua de ámbitos.
Las características de racionalización, individualización y pluralización que
emergen fuertemente en la modernidad parecen atentar contra las
comprensiones religiosas homogéneas. Sin embargo caben dos afirmaciones:
en primer lugar, ya históricamente las religiones desplegaron un potencial
cognitivo y práctico para responder a esos desafíos, y en segundo lugar – y
sobre todo – en el mundo “occidental” estas características surgieron en gran
medida influidas por procesos impulsados en los mismos ámbitos religiosos: la
explicación del mundo, y la búsqueda de salvación y justicia. Todas estas
acciones tomaron herramientas del discurso filosófico y revirtieron sobre él sus
resultados en un proceso de enriquecimiento y tensiones.
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Debido a las tensiones entre explicaciones religiosas y métodos científicos
validados intramundanamente, se muestran los límites de las narraciones
religiosas y se consigue la independencia de los métodos científicos modernos,
estableciendo progresivamente campos diversos de pretensiones de validez.
En un movimiento paralelo, dentro del ámbito de la filosofía práctica se opera
una separación paralela entre salvación y justicia. Las tradiciones que de modo
unificado proponían, mediante el vínculo estrecho de religión, ética y política,
una redención que cumpliera tanto las expectativas de salvación frente al mal y
de justicia frente a las injusticias sociales, se separan en ámbitos diversos y
atribuyen a instituciones y discursos diversos su satisfacción.
Las preocupaciones de los apologetas cristianos, la vinculación establecida
por el platonismo cristiano entre filosofía y teología (al punto que Agustín
formula al cristianismo mismo como filosofía superior), la diferenciación entre
ciencia filosófica y doctrina de fe en el escolasticismo, y la ruptura de las
pretensiones de justificación filosófica de la fe con Lutero, muestran un
recorrido teórico que responde a los desafíos presentados por las
incoherencias y disonancias cognitivas entre las doctrinas. Estos procesos de
aprendizaje incluyen también a nivel práctico la incorporación de elementos no
presentes en la tradición religiosa (por ej. la ética de bienes aristotélica en el
sistema cristiano de Santo Tomás), y el establecimiento progresivo de órdenes
ajenos a la cosmovisión religiosa pero insoslayables para el conocimiento
humano y para la filosofía como campo de definición y regulación de estas
relaciones. En reversa también, los elementos de las tradiciones religiosas
tienen un impacto conceptual en los modelos argumentativos y conceptuales
de la filosofía. Incluso la negación de la condición racional de la fe en Lutero
significa una transformación valiosa tanto para la filosofía como para la
autocomprensión de la propia fe religiosa, un elemento que se constatará
también en la filosofía de la religión kantiana y en las posiciones filosóficas
posthegelianas, creyentes o no. En todo caso, el reconocimiento de que las
afirmaciones son falibles y que son pasibles de corrección (incluso al interior de
una creencia), permite establecer históricamente los criterios por los que las
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pretensiones de validez de un campo pueden o no ser justificados y sus
sucesivas afirmaciones corregidas.
b) Paradigmas y personas gramaticales
Un segundo hilo conductor es la secuencia de paradigmas, que también
debido a las interacciones entre los discursos filosófico y teológico son
operados o preparados en la historia de la filosofía. En primer lugar, y sin
configurar aún un paradigma filosófico pero con gran influencia posterior,
aparecen las “imágenes del mundo” de la era axial, que son el modo cómo una
narración mitológica coordina las disonancias surgidas de la autocomprensión,
de la diferenciación de campos de conocimiento y de la sensibilidad moral.
Como una vía derivada de la era axial surge el discurso filosófico griego. Este
discurso es importante porque genera de modo explícito algo que en otras
tradiciones se halla implícitamente: una comprensión ontológica del mundo y la
extrapolación de la fuente del conocimiento a un fundamento accesible por vía
de contemplación y descripción. Si en general la era axial provee de una
perspectiva trascendente para analizar los conocimientos, justificar las normas
y juzgar las acciones humanas, en el caso de la metafísica griega nace una
visión ontológica del mundo caracterizada por la perspectiva de la tercera
persona. Es decir, una contemplación abarcativa, universal, capaz de conocerlo
todo de modo neutro y no perspectivista. Con su continuidad en la simbiosis
medieval de filosofía y teología, ese paradigma de tercera persona asume otra
estructura metafísica, que proyecta una teleología voluntaria al mundo y la
certifica por su origen divino. Este modelo se rompe con la modernidad, pero la
perspectiva del “ojo de Dios” tiene una influencia que se mantiene todavía en
los inicios de la ciencia moderna.
Ya los temas religiosos cristianos de libre albedrío, temporalidad y salvación
habían conducido en la edad media a la idea de la perspectiva de segunda
persona y de interiorización en la primera persona. La comunicación con Dios y
la vuelta reflexiva sobre sí, con experiencias como la oración y la culpa
respectivamente, son poderosas influencias para las evoluciones posteriores.
Ambas posiciones, de alto impacto en el futuro de la filosofía, asumían ya una
característica de performatividad, diversa a la contemplación antigua.
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La idea de interioridad de la primera persona, junto con las disonancias
cognitivas que caracterizan el inicio de la modernidad, llevan a otro paradigma
desde una posición diversa: la primera persona. La vía moderna de los últimos
siglos de la edad media permite el paso del paradigma metafísico o teórico al
de la filosofía de la conciencia. Es el inicio de la filosofía del sujeto en el marco
regulativo de las ciencias modernas de la naturaleza. Las características de
certeza subjetiva de las afirmaciones a partir de un modelo constructivista del
conocimiento, y de autonomía en las afirmaciones morales a partir de
mecanismos de universalización racional de las máximas propias, inician un
período en el que el sujeto y su conciencia indican el punto donde se dirimen
las inconsistencias cognitivas, los conflictos morales y los problemas de
integración social.
Por su parte, con antecedentes que se remontan al nominalismo
tardomedieval y sus preocupaciones teológicas, e impulsado de modo
significativo por los estudios de la historia, las sociedades y el lenguaje del s.
XIX, avanza un nuevo paradigma lingüístico-pragmático cuyos efectos llegan
hasta nuestros días. Se trata del paradigma del lenguaje y el uso de la
perspectiva de segunda persona, en tanto el sujeto puede asumir
comunicativamente las posiciones ajenas, y así también la primera persona del
plural. Este paradigma des-trascendentaliza la perspectiva de primera persona
de la filosofía moderna del sujeto, en tanto toma la performatividad de la
interacción como estructura fundamental. La segunda persona incluye el
requisito de reciprocidad y la posición de partícipes que actúan
comunicativamente entre sí y pueden establecer sus “objetos” (lenguaje,
sociedad, historia) de un modo no-objetivante sino reconstructivo. Finalmente, y
con el aporte imprescindible de la división hegeliana de individual, particular y
universal, se puede operar un paso adelante en este paradigma, al retomar la
pregunta de si se pueden hacer afirmaciones universalistas de modo diverso al
descriptivo (de las ciencias naturales) en el uso práctico de la razón, moral y
político. La primera persona plural delimita la pertenencia a un colectivo, y
muestra que el tipo de “imparcialidad” de la “objetivación” contemplativa y de
las ciencias naturales no puede sostenerse en cuestiones prácticas. Habermas
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ve la posición del “nosotros”, con sus características de interacción
comunicativa, una y otra vez en la historia del pensamiento (un caso notable es
el reino de los fines kantiano), y su consolidación como paradigma en la
posición discursiva. Esta posición en el campo práctico tiene también su
correlato en el campo científico, como en Peirce con los consensos de la
comunidad científica.
c) Libertad, socialización y anticipación contrafáctica de la autonomía
El anterior apartado sobre paradigmas concluía mostrando el vínculo,
subrayado por Habermas, entre la filosofía práctica discursiva y la idea
peirceana de la comunidad de investigadores científicos. En ésta, la orientación
a la verdad como contrafáctico de todas las afirmaciones comprobables sobre
el mundo opera de un modo análogo a la razón práctica, en tanto los partícipes
se orientan por una idea de justicia que supera los límites individuales y
comunitarios por la perspectiva abarcativa del nosotros. Lo importante es que
se trata de un nosotros donde todo sujeto ejerce su autonomía. Esto le permite
a Habermas reconstruir una perspectiva no derrotista de los procesos de
aprendizaje, en este caso vinculados al ejercicio de la libertad y en un contexto
de socialización. Las anomalías sociales históricamente constatables habían
sido abordadas con propuestas con diversas pretensiones de validez, pero en
cada caso daban también por resultado ulteriores disonancias, con las que se
lidiaba incorporándolas en una visión teleológica de la historia. Los diversos
modos de proponer orientaciones futuras, como la orientación salvífica del
reino de los cielos cristiano y la orientación de la justicia universalista del reino
de los fines kantiano, todavía exigían una fuerte carga de creencia - expectativa
metafísica o voluntarismo subjetivo - que afirmaban una finalidad en la historia,
a menudo en contradicción con los acontecimientos históricos. El interés
emancipatorio moderno y la proyección idealista implicaban una creencia en la
razón del ser humano remitido a sus propias fuerzas. Después de Kierkegaard
y Adorno, y sobre todo después del Holocausto, Habermas ve en retrospectiva
que los ilustrados no podían pensar la desesperación. No significa una posición
derrotista, sino reformular el interés emancipatorio en otra clave.
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Así se retoma la consideración habermasiana del vínculo histórico de
libertad socializada y socialización individualizante. La idea universalista e
igualitaria proveniente de las tradiciones religiosas y el tipo de libertad que
proponen, particularmente las monoteístas, y su reelaboración en clave
filosófica con la autonomía kantiana, muestra que nadie es libre mientras no lo
sean todos. Esta es la idea de “libertad racional”, con sus condiciones y su
fuerza motivacional. La perspectiva moral del “progreso” implica que se ha
incorporado un tipo de cooperación estructural insoslayable en las soluciones
cognitivas y morales. En esa perspectiva, Habermas muestra la evolución de la
noción de individualización. Por un lado está la larga tradición cristiana de la
comunicación con Dios y las elaboraciones de la noción de responsabilidad
moral. Por otro lado tenemos que el recorrido apasionante que va desde
Plotino a Hegel, con el paso inevitable por el monoteísmo y la idea de salida del
Uno, del Espíritu o de Dios y su individualización en la historia por medio de
sus objetivaciones, no es un recorrido “ilustrativo” sino una reconstrucción del
recorrido hacia la “exteriorización”, imprescindible para el paradigma
pragmático-lingüístico (que permite superar el paradigma de la conciencia
subjetiva y sus epígonos mentalistas). Ambos vectores muestran cómo surge
un paradigma en el cual los sujetos entienden su propia constitución, su
libertad y su socialización, no como mera expansión interna sino como una
interrelación con otros sujetos y con factores “externos”. La superación de los
vínculos alienantes de la religión en los jóvenes hegelianos no significa la
eliminación de esos factores exteriores, sino asumir que la externalización de la
conciencia en instituciones capaces de aportar una socialización emancipada
es imprescindible para la individuación autónoma de los sujetos. Los análisis
del pragmatismo sobre las formas de vida y los análisis de Marx sobre los
intereses en las formas socialmente encarnadas que configuran esos sujetos,
permiten a Habermas abordar las posibilidades emancipatorias que pueden
aprenderse con el pensamiento postmetafísico. Este podría evitar tanto el
reductivismo del determinismo de las ciencias naturales como la inflación de las
doctrinas salvíficas, porque hay un interés emancipatorio en el uso de la razón,
que reconoce cómo surge históricamente un ser autónomo, capaz de
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responsabilidad y consciente de que sólo con la libertad de todos los demás
seres podrá alcanzar la suya propia.
d) Legitimación del poder
Una preocupación continua a lo largo del texto es mostrar cómo funcionaron
los procesos de aprendizaje en relación al ejercicio del poder público, y el rol de
las interacciones entre filosofía y creencia en función de esos procesos. Si las
sociedades arcaicas personificaban de modo unificado el orden político, el
orden salvífico y el orden de justicia, la ruptura impulsada por la era axial
permitió desarmar parcialmente esa constelación unificada. A partir de
entonces, el orden político debió someterse progresivamente a otro orden que
lo justificase, cuya existencia fue proyectada ante todo en un registro exterior a
la inmediatez de quien detentaba el poder político y salvífico-religioso. Pero ese
otro orden de constitución religiosa todavía no separaba claramente justicia y
salvación, una operación que progresivamente se configura y se constituye de
modo (casi) definitivo en las instituciones modernas. Pero para llegar a esa
separación entre justicia y salvación, y entre las instituciones respectivas, es
fundamental la progresiva configuración de lo que se denominó jurisdictio, y su
aplicación práctica a la separación entre regnum y sacerdotium.
A diferencia de los arcaicos vínculos comunitarios por vía de parentesco,
comienzan a forjarse instrumentos que involucran medios normativos que
determinan de modo distinto la inclusión a la comunidad, y en la constitución de
esos medios se muestra la correlación continua de poder político y constitución
jurídica. Ésta asume el rol de determinar y asegurar las condiciones del
gobierno, el lazo social, y la justificación de esa estructura política. Los mitos
(con sus correspondientes ritos), la abstracción operada en la postulación de
un principio exterior del cual procede la norma, el postulado de una ley natural,
y la configuración moderna de una ley racional, son todos modelos de
progresión en la legitimación, progresivamente cada vez más autónoma, del
poder. Esta abstracción de la ley no sólo actúa en el vínculo con el poder de
gobierno, sino también en la configuración de un universalismo moral
abarcativo, que va más allá de la aplicación local de las leyes al encontrar la
base de una jurisdicción con normas aplicables a todo ser humano.
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Finalmente, las sucesivas configuraciones de la legislación – en el caso de
occidente, a partir de la antigua doble fuente del principio del cosmos y el
mandamiento divino –, la noción de una ley natural independiente del y previa
al legislador (y al gobernante constituido), expresan que el gobernante debe ser
autorizado al mismo tiempo por un sistema legal dogmático y por las bases del
derecho natural. Serán dos factores notables en la argumentación filosófica
posterior, cuando se deba argumentar frente a las insatisfacciones producidas
por los modelos gubernamentales. También será importante, como se mostrará
en el siguiente apartado, en la autoconciencia que el derecho asume de sí.
La progresiva separación entre estructura social y aparato de poder, y entre
poder de dominio y legitimidad del poder, establece diferencias y relaciones
conceptuales imprescindibles para comprender el devenir y las disputas de los
estamentos sociales, del establecimiento de instituciones y de los criterios de
justificación establecidos. Las separaciones de las esferas, más allá de su
vínculo y de los diversos modelos de legitimación del poder, dan lugar a un
modelo particular de secularización, que hoy se manifiesta en una auto-
legitimación por parte de los miembros de una sociedad en su configuración
organizada del poder. Pero históricamente la secularización del poder estatal
moderno se deriva de su legitimación divina. Más allá de las diversas
formulaciones, Habermas reconoce la debilidad que algunos pensadores
encuentran en el derecho racional moderno a la hora de reemplazar la
justificación cristiana del Estado con una simple fundamentación normativa.
Hitos en los procesos de aprendizaje
A partir de estas ideas y recorridos, vale la pena exponer algunos hitos, las
“objetivaciones” que encarnaron esos procesos de aprendizaje. Si la metáfora
de los hilos conductores del tejido fue válida para seguir el recorrido de algunas
ideas fundamentales, aquí se trata de identificar, dentro de la imagen general,
algunas de las configuraciones que el entramado asumió y con las que se fue
objetivando en su secuencia.
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a) Moralización de lo divino
El vínculo entre creencia y moral no es connatural. Habermas reconstruye
cómo los acuerdos morales arcaicos nacen a partir de leyes prudenciales para
sobrepasar conflictos interpersonales ordinarios, mientras que lo sagrado
estaba originalmente vinculado a la búsqueda de salvación en cuestiones
extraordinarias. Pero lo sagrado se moraliza a medida que las tradiciones
sapienciales – registro de antiguos acuerdos morales – ingresan en sus
discursos. Habermas analiza cómo los procesos de escritura de las normas, a
menudo surgidas de acuerdos históricos concretos, a posteriori se configuran
en una relación estrecha con lo religioso. Esto implica que la creencia
expresada en la religión debe, a su vez, ser evaluada por las concreciones
morales previas, y al mismo tiempo que el juicio sobre los comportamientos
tiene también un componente religioso. En todo caso, ambas literaturas,
sapiencial y mítica, inician una correlación fecunda. Pero al mismo tiempo
sucede otra cosa cuando ingresa en las expectativas de comportamiento moral
una secuencia de reflexiones abstractas sobre la justicia. Con la era axial
aparece lo sagrado como institución religiosa que promete justicia salvadora y
salvación ética. De ese modo, la familiaridad entre religión y moral ya no alude
sólo a instaurar una sociedad pacificada y un ethos unido, sino que además
establece una secuencia de razonamientos abstractos desde los cuales se
juzgan las decisiones al interior de esa sociedad.
Habermas muestra el proceso y los vínculos que se inician con la
moralización de lo divino en el antiguo Israel y el vínculo con la idea del Dios
legislador trascendente. Esa moralización opera una separación entre el orden
ritual y el orden moral, que en la era axial todavía estaban estrechamente
ligados. Lo religioso deja progresivamente de ser el vínculo mágico que opera
cambios en el mundo y se muestra como interiorización motivacional y
regulación legal de los comportamientos. La imagen de Dios como legislador
moral significa para Habermas un paso en el proceso cognitivo de separación
de potestades y el establecimiento de la idea del deber y de la universalización
de la norma. Pero en las instituciones judías y cristianas la moralización de la
salvación mantiene demasiado ligadas todavía las cuestiones de justicia a la
religión, algo muy claro, por ejemplo, en instituciones públicas configuradas en
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el ámbito calvinista. Sin embargo, lo central para Habermas es que con la
moralización de lo sagrado, las normas comienzan a adquirir su figura
institucional trascendente, más allá del rol cotidiano de las normas prudenciales
formuladas para superar disonancias concretas. Con esa figura asumen el
puesto de medida de evaluación trascendente a y rectora de las instituciones y
decisiones particulares. En clave personal, esa desarticulación opera la
escisión, visible en Kant, entre las expectativas particulares de salvación y las
exigencias generales del deber moral.
Algunas tradiciones religiosas, particularmente la judía, inician la
extrapolación de la fuente de legislación jurídica y moral en Dios, pero ligan la
interpretación y regulación de su aplicación a instituciones sociales. Al mismo
tiempo, las explicaciones sobre el funcionamiento intramundano desencantan
progresivamente el mundo, y se subliman así las relaciones con Dios.
Habermas encuentra también allí un potencial cognitivo, que efectivamente
rompe con el pensamiento mítico. El rol moral crítico de los profetas, por
ejemplo, así como más adelante las discusiones al interior del cristianismo
sobre la potestad de los representantes de Dios, la limitación de sus poderes y
prerrogativas - como las disputas medievales sobre las investiduras -, o durante
el período escolástico tardío con las discusiones sobre la legitimidad de los
bienes privados, y finalmente los modos de relacionar las tensiones entre las
nociones de bien y las normas de justicia en las instituciones de la modernidad,
son elementos que incluyen un criterio evaluativo fundado en una instancia que
excede las meras normas prudenciales o de interés. Otro impulso de estas
concreciones es la progresiva espiritualización de lo sagrado, algo que al
mismo tiempo conlleva el esfuerzo intelectual respecto de las pretensiones de
validez de las afirmaciones – teológicas y prácticas – provenientes de ese
ámbito. Este impulso, a su vez, genera escuelas interpretativas diversas, lo que
permite impulsar el desarrollo lógico y argumentativo. En el proceso de
abstracción y universalización progresiva de las leyes morales se opera una
pérdida del elemento arbitrario o decisionista de Dios, y al extrapolar la base de
su validez en las ideas de ley natural o en el incipiente derecho racional (con la
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imprescindible mediación del derecho de gentes por la conquista europea de
América) se logra una universalización institucional cada vez más efectiva.
Las tensiones que surgen con las narraciones míticas primero, y las
relaciones entre las creencias y la elaboración filosófica después, se reflejan en
la tarea crítica de los intelectuales ante los discursos y las prácticas sociales y
políticas. En el caso concreto de la moral y su relación con lo divino, estas
elaboraciones permiten que avance una relación individualizada de los sujetos
con Dios a partir de un tipo de comunicación personal y una promesa de
salvación portadora de un ethos universalista (un apartado que no es posible
exponer aquí es cómo esa moralización instituyó en los modelos misioneros a
nivel público del cristianismo y el islam). Ese ethos se configura al modo de
dispositivos textuales o interpretativos, que cada vez requieren de una
interpretación más detallada. Esto también configura la institución de un cuerpo
de “expertos” (y de las instituciones donde se asientan), que funcionan no sólo
como “mediadores” sino como estructuras sociales con las que el poder debe
vincularse en su ejercicio. Es importante porque esos expertos influyen no sólo
en las instituciones del poder político sino también del religioso. Simplemente
para mostrar estos aspectos en uno de los temas que Habermas elabora
detalladamente, recordemos el rol de los nominalistas franciscanos previo al
inicio de la modernidad. Sus críticas querían al mismo tiempo defender la
potestad del arbitrio divino en la esfera pública y sostener una comprensión
deflacionaria de la metafísica en el campo epistemológico. Junto a esto,
aparece progresivamente – por ej. con la haecceitas de Duns Escoto – un
reconocimiento de aquello que particulariza a los individuos. Finalmente, la
inspiración evangélica les lleva a abordar polémicamente la cuestión de las
propiedades materiales de la institución eclesiástica. Así puede verse cómo
estas discusiones, y los subsecuentes choques entre la jurisdicción eclesiástica
y la política, fueron un acicate para las discusiones teológico-económicas que
iniciaron la configuración de las instituciones políticas y legales modernas.
La moralización de lo divino hace que la relación de creencia individual y
colectiva también deba dar cuenta de su moralidad. Al mismo tiempo convierte
a las instituciones de la creencia en un poderoso instrumento tanto de cohesión
social como de represión de la disidencia, lo que explica la importancia de los
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jóvenes hegelianos en su crítica a esa constelación y su incidencia en la
justificación secular de las normas modernas.
b) Transformaciones del derecho
La historia de las configuraciones jurídicas y la propia reflexión sobre las
mismas también es una clara muestra de cómo fueron configurándose, a partir
de procesos de conocimiento práctico, diversas instituciones. Como todo
proceso de aprendizaje, los resultados no son unívocos. La moralización de lo
sagrado operó una ontologización de la moral, que significó posteriormente
grandes esfuerzos intelectuales para su separación. Si la moralización permitió
desintegrar las prácticas mágicas y sacrificiales, también asumió un vínculo
metafísico entre salvación y justicia, que costó mucho superar con una
separación secular. Si bien la moralización de lo religioso también tuvo sus
paralelos en otras tradiciones, la configuración moderna más influyente está
claramente marcada por la tradición judeocristiana. En el plano institucional, la
moralización – con influencia religiosa – de la crítica al poder político fue
significativa. Las protestas de los intelectuales tanto a algunos resultados de la
moralización de lo sagrado como de los excesos en el vínculo de lo religioso y
lo político fueron también impulsos cognitivos, que en diversas configuraciones
históricas llevaron a institucionalizaciones como las separaciones de
potestades, jurisdicciones y legislaciones (no sólo en casos seculares extremos
como Hobbes, sino también en las discusiones al interior de la teología
política).
El camino hacia la juridización (Verrechtlichung) del Estado moderno, en
cuanto a su legitimación por vía de leyes fundadas en una constitución, ha sido
largo. Del mismo modo ha sido largo el camino hasta la configuración de la
comprensión moderna del derecho racional. Este camino no significó sólo una
serie de acuerdos prácticos sino una transformación progresiva del derecho. La
pregunta clásica por el orden justo del gobierno y por la vida buena subsumía
las discusiones sobre los sistemas legales. La progresiva separación de
esferas, la incorporación de códigos “civiles” romanos, las sucesivas
reglamentaciones religiosas instituidas en el código canónico (y su rol
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unificador en el desmembramiento del Imperio en la primera parte de la edad
media), las progresivas discusiones y configuraciones legales hasta la
coronación de Carlomagno por parte de León III, las tensas relaciones y las
rupturas por la reforma protestante y la paz de Westfalia, son todos procesos
instituyentes que configuran las bases legales para el surgimiento del Estado
moderno y el tipo de derecho que le es característico.
Basta reparar en dos configuraciones relevantes para Habermas. Si la biblia
permite que la filosofía se abra a la comprensión de una voluntad conductora
más allá del orden natural, de una voluntad que es un agente decisivo entre
razón y naturaleza, las configuraciones institucionales son el modo de encarnar
históricamente ese agente. Un primer caso es la reforma de Gregorio Magno. A
diferencia de las limitaciones del papado de los primeros siglos de la edad
media, como un poder entre otros, Gregorio asume el modelo monástico –
igualitario, extrapola la cura sui a cura cristiana por la salvación, interiorización
de la conciencia, vinculación de las tradiciones de orgullo germánico y anhelo
cristiano por el perdón – para transformar la imagen germánica del derecho por
el código canónico, e imponer un modelo institucional que fue capaz de
atravesar todo el medioevo. El otro caso es Santo Tomás, que concibe a la
filosofía del derecho como un conocimiento con entidad propia, como “doctrina
sobre la ley”, que vincula ética y política a otro nivel, pero no subsumido a ellas.
Su base para el derecho natural (buscar hacer el bien y evitar el mal), todavía
demanda un compromiso metafísico, pero ya significa una base natural –
atenta a las inclinaciones – a la hora de definir leyes positivas, lo que le hace
separarse de la doctrina ética de las virtudes y ajustarse a la pretensión de
validez del deber. Para Habermas esa innovación es el primer concepto jurídico
de ley (y la base para futuros reclamos de derechos concretos basados en la
subsistencia natural).
El sentido igualitario de la pertenencia a la iglesia y el parangón con la
ciudadanía romana tiene efectos notables. Ambos conllevan la idea de una
capacidad y atribución legal, que en el ámbito romano estaba encarnada en el
derecho civil y limitado a las personas con capacidad de contrato. La
introducción igualitaria y universalista del cristianismo conlleva -
progresivamente y no sin tensiones y retrocesos - la extensión del régimen
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legal de derecho a todas las personas más allá de sus condiciones
individuales. Este proceso incorpora también conceptos surgidos de tensas
discusiones al interior de la iglesia católica, como por ejemplo la potestas y el
dominium que cada hombre porta según Ockham. Esto es parte del inicio de
los derechos subjetivos y se vincula con la autonomía de la persona de
derecho a partir del código canónico, algo que también es influyente en la
separación de poderes espirituales y mundanos incluso antes de la reforma.
Esa comprensión de derechos subjetivos es un elemento en la genealogía de
la autonomía moderna, pero también a nivel legal de los derechos de toda
persona. El “derecho natural” moderno, en este contexto, es una juridización
del estado de naturaleza bajo premisas igualitarias A su vez pueden rastrearse
en el impulso por el cual Vitoria y otros transforman el ius gentium romano en
derecho internacional durante el expansionismo europeo. Habermas
reconstruye cómo, por el impacto de la reforma protestante, se desarrollan
otras características que conducen al derecho racional y se plasman en las
revoluciones constitucionales y toda constitución posterior: 1. el concepto de
una ley general como derecho positivo, con pretensión de validez moralmente
obligatoria; 2. la diferenciación de los derechos subjetivos a partir del corpus de
los principios del derecho natural; 3. la determinación de estos sujetos como
poseedores de derechos naturales; 4. la socializazión de las decisiones sobre
la configuración política en forma de un contrato entre sujetos libres.
La moralización de lo sagrado, el orden natural del derecho como campo
independiente de moral y de política por la noción de “derecho natural” y la
evolución hacia el “derecho racional” con fundamento discursivo autónomo, son
momentos claros en la secuencia de interacciones entre reflexión teórica y
configuración institucional. Sin embargo, ya antes pueden verse en las diversas
positivaciones del derecho cambios sustanciales en clave de su legitimación.
En tanto las normas pertenecían en el mundo arcaico al trasfondo de
relaciones sociales propio del mundo de la vida, como presupuestos
normativos pero tácitos, todavía no adquirían una tematización particular. Sí
eran capaces de exponer la perspectiva de primera persona (expresión de un
daño) y la dimensión del deber respecto de una segunda persona, pero todavía
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necesitaban la dimensión de la primera persona plural como instancia de
comprobación de las normas para juzgar normativamente los conflictos.
c) Imágenes del mundo, lingüistificación de lo sagrado
La necesidad de dar cuenta moralmente de las interpretaciones de las
tradiciones, las sucesivas normativizaciones de códigos morales, religiosos y
legales, y sobre todo la necesidad de las religiones de actualizar sus creencias
ante las disonancias cognitivas y los datos aportados por los avances
científicos llevaron a un proceso de racionalización que va desde las antiguas
imágenes del mundo hasta la lingüistificación de lo sagrado desde la
modernidad. Estas sucesivas objetivaciones incluyeron múltiples dispositivos
que afectaron tanto la comprensión de lo sagrado como la autocomprensión de
la tarea filosófica misma.
Antes de enfocarse en la tradición judía y cristiana, Habermas parte de la
“era axial” como ese momento en que diversas civilizaciones asumen criterios
parangonables a partir del desarrollo de “imágenes del mundo”. Esta noción es
fundamental, en tanto indica cómo pudieron surgir esas imágenes frente a
desafíos cognitivos y de integración social, y cómo también caen luego, dando
paso a la modernidad. Esas imágenes ya son un paso relevante en los
procesos de aprendizaje social, porque amplían las expectativas cognitivas y
comportamentales, validándolas con discursos institucionalizados que las
legitiman. Las narraciones mitológicas operan como integración cognitiva y
social, que explica y justifica relaciones prácticas y políticas. Si en las culturas
arcaicas se fusionaba origen social, estratos de poder y actividades propias de
la divinidad, con la era axial se dislocan esos ámbitos. Surge una noción de
contingencia mundana de los individuos, y al mismo tiempo la exigencia de una
perspectiva universalista de la vinculación de las reglas. Se organiza de modo
teórico el saber del mundo y el saber de salvación (aún sin separar lo bueno de
lo justo). Progresivamente se elaboran mitos que permiten separar la narración
explicativa de lo mágico.
Con la irrupción de la filosofía y el monoteísmo, y su interacción, se opera un
nuevo paso hacia la comunicación de lo sagrado por el lenguaje – su
“lingüistificación” - y hacia la conciencia de las disonancias cognitivas y
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prácticas que demandan otros modelos de explicación. Un primer impulso de
lingüistificación de lo sagrado en relación con la filosofía se da en la patrística y
toda la filosofía de los creyentes hasta el inicio de la escolástica. En este
período se conforma la doctrina cristiana y la vinculación con el platonismo.
Hay una afinidad electiva en el vínculo de ambas, porque la idea platónica de
ascenso y vía de salvación funciona en una metafísica paralela a una episteme
y a un orden modélico para la vida individual y social. Esa afinidad entre
episteme y salvación ya había tenido un notorio objetor en Aristóteles, y no es
casual que sea por influencia del estagirita que se inicie, según Habermas, con
Santo Tomás un nuevo ciclo de lingüistificación de lo sagrado. Es significativo
el marco mismo de estas discusiones, la institución universitaria. A diferencia
del nous griego, Tomás encuentra por la razón natural un límite a la razón
misma (ligado al rol de la intervención divina). Claro que todavía vincula la
doctrina de la fe con una metafísica, y dentro de la moralización de lo sagrado
vincula una ética profana de bienes a la imagen ontoteológica del mundo y su
ética del deber. Pero esa apropiación de la filosofía aristotélica avanza al
interior del sistema de las ciencias, y Habermas afirma que es un impulso no
sólo para transformar la filosofía misma sino también el sistema de las ciencias
en su totalidad.
El nominalismo, la reforma protestante, y la tradición hermenéutica, y
finalmente la atención al lenguaje como praxis, conllevan una nueva, larga y
tensa etapa en la lingüistificación de lo sagrado. El rol del lenguaje (y las
ciencias necesarias para abordarlo) en Schleiermacher, Herder y Humboldt,
está atravesado por la necesidad de responder a la crítica luterana a la
filosofía. Efectivamente, la filosofía como ciencia que fundamenta la fe queda
fuera de juego, pero no su rol en explicar los dispositivos hermenéuticos,
sociales e históricos que le dan su carnadura en el tiempo. La asimilación
hegeliana entre religión y filosofía, y toda la crítica posterior, son modos de
lograr la autoconciencia filosófica y de la propia reflexión teológica. Algunas
características centrales de nuestra época son las características
antropológicas de una creciente individualización, el pluralismo religioso (y las
no creencias), el avance de las ciencias, la separación de las creencias de los
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contextos institucionales, la “naturalización” de las religiones en el sentido de
ser pasibles de explicación por diversas ciencias. Pero en este contexto, una
vez más Habermas ve un déficit reductivista del funcionalismo, que pretende
explicar las creencias sólo por su rol o satisfacción de necesidades individuales
o sociales. Las tareas correspondientes a la primera persona del plural, donde
la razón des-trascendentalizada, pragmática y lingüistificada asume la tarea de
traducir antiguas creencias en un lenguaje comprensible a quienes no las
comparten, es la figura presente de ese recorrido.
Para concluir: También los problemas
El racionalismo y el optimismo habermasiano han sido objeto de crítica; sin
embargo, la noción de filosofía como procesos de aprendizaje – en este caso,
por la interacción de fe y conocimiento – está lejos de ser naif. No sólo porque
Habermas muestra en su propia obra algunos retrocesos históricos, sino
porque también en la obra se manifiesta una incertidumbre, como rápidamente
reconoció un alumno de Habermas, Josef Früctl. Algo que hemos podido
constatar en los reportajes que el propio Habermas ha dado en referencia a la
actual pandemia. Y en este sentido aparece una afinidad distinta entre los
discursos filosófico y religioso, sobre la que Habermas reflexiona recordando su
discurso en el servicio fúnebre de Max Frisch: una conciencia de lo que falta.
Lo religioso porta para Habermas algunos recursos todavía valiosos,
siempre que se avenga a su propia superación de la metafísica. Esta posición
es también “des-inflacionaria” respecto de la trascendencia y de la alteridad, en
el sentido que el requisito de lingüistificar las afirmaciones pone como un
criterio insoslayable su presentación en un lenguaje comprensible, su
traducción en términos de quienes provengan de otro horizonte de
significación, y la limitación de sus pretensiones al campo de lo mutuamente
compartido (admitiendo la posibilidad de sentidos no constatables a nivel
intramundano, pero poniéndoles fuera de lo cognitivamente exigible).
Aun cuando Habermas admite que su posición es pasible de ser criticada
por eurocéntrica, no deja de argumentar el valor de las posiciones igualitarias y
la idea de libertad racional, que provienen de la larga interacción de filosofía y
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creencia religiosa que se dio en Europa. Este es el momento de la lectura
cuidadosa, separando los aspectos claramente liberadores de los prejuicios
contextuales de toda escritura. Por eso, las perspectivas siempre permiten
reenfocar las posiciones, sobre todo cuando éstas se ven desde sus efectos de
verdad. El rol de las tradiciones religiosas y la reflexión filosófica en el caso
latinoamericano es notable en este sentido. Por ejemplo, el rol que en
Habermas asume la democracia liberal, o el tipo de transformación social
requerida para un proceso deliberativo no coercitivo, o el tipo de “traducción”
que se exige de algunos contenidos religiosos, demandan necesariamente una
reformulación en nuestro contexto. Subsiste la pregunta de si las discusiones
con esa narración formulada desde los países centrales, con su innegable
valor, concluyen formulando un pensamiento propio, o si son parte también de
la misma historia de la misma filosofía.
erasmus
Año XXII No 1- 2020
Reseñas
enero - junio 2020
p. 205 - 210
ISSN (impreso) 1514-6049
ISSN online: en trámite
(en línea: junio de 2020)
© erasmus. Revista para el diálogo intercultural. La revista científica semestral de la Fundación ICALA
ISSN: Versión impresa - 1514-6049 / ISSN online: en trámite http://www.icala.org.ar/erasmus/erasmus.html –
Contacto: michelini.rio (at) gmail.com
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Internacional (CC BY-NC-SA 4.0), https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/ 205
COLABORADORES
Julio De Zan nació en Buenos Aires el 27 de noviembre de 1940. Doctor en
filosofía por la Universidad del Salvador. Ha realizado estudios posdoctorales en
Alemania como becario de la Humboldt-Stiftung (Hegel-Archiv-Bochum 1979/81)
y de la Fundación Intercambio Cultural Alemán Latino-Americano (Frankfurt
1987/88). Profesor titular ordinario de Filosofía Contemporánea en la
Universidad Nacional de Entre Ríos (Paraná), Titular de Ética y Filosofía Política
en la Universidad Nacional de San Martín, (Buenos Aires) e Investigador
Principal del CONICET. Ha dictado cursos de posgrado en universidades
nacionales y extranjeras. Premio Konex de Humanidades, 1996, en la disciplina
Ética.
Miembro de diversas Asociaciones académicas nacionales e internacionales de
su especialidad. Miembro fundador de Tópicos, Revista de Filosofía de Santa Fe
y Director hasta 2012. Miembro del Consejo Asesor de Cuadernos de Ética
(Buenos Aires), de Cuadernos del Sur (Universidad Nacional del Sur), de
Erasmus, Revista para el Intercambio Cultural (Fundación ICALA), de Educación
en Ciencias sociales (UNGM), de Perspectivas metodológicas (UNLanús), y del
Comité internacional del Jahrbuch für Hegelforschung, Bochum, Alemania.
Sus trabajos se han concentrado en temas de ética y filosofía política, con
especial atención a la filosofía alemana moderna y contemporánea y a la
problemática del pensamiento latinoamericano y argentino.
Sus publicaciones suman unos 200 títulos entre libros, capítulos y artículos.
Entre sus principales libros se cuentan: Hacia una Filosofía de la Liberación
Latinoamericana, Buenos Aires, 1973; Ética comunicativa y democracia (en
Colaboradores
erasmus (versión online) Año XXII No 1 (enero – junio)- 2020 ISSN: Versión impresa - 1514-6049 / ISSN online: en trámite - (CC BY-NC-SA 4.0)
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206
colaboración), Barcelona, 1991; Libertad, Poder y Discurso, Buenos Aires, 1993;
Éticas del Siglo (en colaboración), Rosario, 1994; Panorama de la ética
continental contemporánea, Madrid, 2002; La filosofía práctica de Hegel,
Ediciones del ICALA, Río Cuarto, 2003; La ética, los derechos y la justicia,
Montevideo, 2004; La Ética del discurso. Recepción y crítica desde América
Latina (en colaboración), Río Cuarto, 2007; Los sujetos de lo político en la
Filosofía moderna y contemporánea, Buenos Aires, 2008; La Filosofía Social y
política de Hegel, Buenos Aires, 2009; La vieja y la nueva política, Buenos Aires,
2013; La gramática profunda del ethos. Una lectura de la ética de Kant, Buenos
Aires, 2013; “Reconocimiento, intersubjetividad y lenguaje”, en M. Rojas / K.
Vieweg Reconocimiento, libertad y justicia. Actualidad de la Filosofía práctica de
Hegel, Itaca, México D.F. 2014; “La libertad y el concepto de lo político en Hegel”,
en M. Giusti: Dimensiones de la libertad. Sobre la actualidad de la Filosofía del
Derecho de Hegel, Anthropos/Siglo XXI Barcelona/Lima, 2015; La primera
Filosofía del espíritu de Hegel, (traducción del alemán, notas y estudios), Buenos
Aires, 2017.
Fue declarado ciudadano ilustre de Santa Fe por el consejo Municipal (2009).
Fallece en dicha ciudad el 18 de agosto de 2017.
Adriana María Arpini es Profesora, Licenciada y Doctora en Filosofía por la
Universidad Nacional de Cuyo (UNCUYO), Argentina, donde actualmente se
desempeña como Profesora de grado y posgrado. Es Investigadora Principal de
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) en las
áreas temáticas de la Filosofía Práctica y la Historia de las Ideas
Latinoamericanas. Fue directora de la Maestría en Estudios Latinoamericanos
de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Actualmente coordina la
Especialización en Filosofía con niños y jóvenes de la Facultad de Filosofía y
Letras (UNCUYO), e integra el Comité académico del Doctorado en Filosofía.
Autora y compiladora de libros, capítulos de libros y artículos en revista de
circulación internacional. Dirige proyectos de investigación, tesis y becas.
Realiza actividades de extensión y vinculación. Sus libros publicados más
Colaboradores
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recientemente son: Filosofía, crítica y compromiso en Augusto Salazar Bondy,
Lima, Fondo Editorial del Congreso de Perú; Fragmentos y episodios.
Expresiones del pensamiento crítico de América Latina y el Caribe en el siglo
XX, Mendoza, Qellqasqa – Ediciones de la MEL, Secretaría de publicaciones
FCPyS, UNCuyo, 2017. URL:
https://qell.files.wordpress.com/2018/04/fragmentos-y-episodios-arpini.pdf
Jesús Conill es Catedrático de Filosofía Moral de la Universidad de Valencia
Investigación en las Universidades de München, Bonn, Frankfurt, St. Gallen y
Notre Dame. Miembro de la Fundación ÉTNOR, del Seminario de Investigación
Xavier Zubiri y de la Red Internacional de Ética del Discurso. Entre sus
publicaciones cabe destacar los libros: El crepúsculo de la metafísica
(Anthropos, 1988), El enigma del animal fantástico (Tecnos, Madrid, 1991), El
poder de la mentira. Nietzsche y la política de la transvaloración (Tecnos, 1997),
Horizontes de economía ética (Tecnos, 2004), Ética hermenéutica. Crítica desde
la facticidad (Tecnos, 2006), Intimidad corporal y persona humana. De Nietzsche
a Ortega y Zubiri (Tecnos, 2019).
Alberto Mario Damiani es Profesor Titular regular de Historia de la Filosofía
Moderna en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y en la Universidad Nacional
de Rosario (UNR), Profesor Adjunto regular de Filosofía Política en la UBA e
Investigador Principal del CONICET. Director del Centro de Estudios en Filosofía
Moderna de la UNR, de la Sección de Filosofía Política y Social del Instituto de
Filosofía y de la Maestría en Filosofía Política de la UBA. Miembro de la Red
Internacional de Ética del Discurso. Autor de cuatro libros y de numerosos
artículos científicos, publicados en volúmenes colectivos y revistas
especializadas nacionales e internacionales con referato. Ha participado como
expositor en numerosos congresos y simposios nacionales e internacionales.
Colaboradores
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Jorge R. De Miguel es Doctor en Filosofía por la Universidad Católica de Santa
Fe, 2009; Diploma Superior en Ciencias Sociales, con Mención en Ciencia
Política (FLACSO, 1991); Lic. en Relaciones Internacionales por la Universidad
Nacional de Rosario (UNR), 1982; Lic. en Ciencia Política (UNR, 1976). Profesor
Titular (UNR y de la Universidad Nacional del Litoral). Investigador Independiente
del Consejo de Investigaciones de la UNR. Autor de Visiones filosóficas de la
democracia (Rosario, AADIE, 2000) y de numerosos artículos y capítulos de
libros sobre filosofía política contemporánea, teoría democrática, ética de las
relaciones internacionales, cultura política y pensamiento político argentino.
Miembro de la Fundación ICALA y del Comité de Ética de la Investigación de la
UNR.
Leandro Paolicchi es Doctor en Filosofía por la Universidad Nacional de Lanús
(UNLa), Argentina. Se desempeña como docente dentro de la Facultad de
Humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata (Argentina). En la
actualidad es Investigador Asistente del Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas (CONICET). Como becario del Deutscher Akademischer
Austauschdienst (DAAD) ha realizado estudios doctorales (2012) y
postdoctorales (2014) en la Goethe Universität de Frankfurt am Main bajo la
dirección de Axel Honneth. Es autor de los libros “Discurso y Facticidad” (Mar del
Plata, Suárez, 2009) y “Praxis, sentido y normatividad. Hacia una reconstrucción
pragmática de las acciones humanas” (Buenos Aires, Prometeo, 2014). Sus
principales líneas de investigación son las teorías del discurso y la filosofía social
y política contemporánea.
Santiago Prono es Dr. en Filosofía, Universidad de Buenos Aires, Investigador
Adjunto del Consejo de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina
(CONICET) con lugar de trabajo en el Instituto de Humanidades y Ciencias
Sociales del Litoral de la Universidad Nacional del Litoral (UNL). Profesor y
Colaboradores
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docente-investigador de la UNL. Áreas de trabajo: Filosofía práctica en el marco
de la Teoría del discurso (Apel, Habermas). Director de proyectos de
investigación del CONICET y de la UNL. Ha publicado libros y artículos en
revistas científicas especializadas nacionales y extranjeras, y desarrollado
estadías de investigación como Profesor Invitado en universidades de Alemania
(Berlín y Frankfurt) con becas del Servicio Alemán de Intercambio Académico
(DAAD).
Cristina Reigadas es Profesora y Doctora en Filosofía y Letras por la
Universidad de Buenos Aires (UBA); Profesora Consulta Titular Fulltime e
Investigadora del Instituto “Gino Germani”, área “Globalización y Nuevas
Ciudadanías”, Facultad de Ciencias Sociales (UBA); Profesora de la
Especialización en Estudios Chinos Contemporáneos de la Universidad de
Lanús e Investigadora Asociada del Centro de Estudios Latinoamericanos,
Universidad de Cambridge, Reino Unido. Su trabajo se desarrolla desde una
perspectiva transdisciplinaria y comparada que enlaza la Filosofía Política, la
Ética del Discurso, la Sociología Histórica y la Teoría Política. Su eje conceptual
es el cambio sociopolítico contemporáneo: globalización, modernidad,
modernización, posmodernidad; ética del discurso y democracia deliberativa;
sociedad civil y asociaciones voluntarias en América Latina; debates sobre
modernidad y democracia en Latinoamérica, China e India. Ha sido profesora
Titular en la Universidad Nacional de La Plata y en la Universidad del Salvador,
y profesora invitada en la Universidad de Harvard, en la Universidad de
Northwestern, en la Universidad de Cambridge, de la cual es Life Member Fellow,
en la Universidad de París X (Nanterre), en la Universidad de Beijing, en la
Universidad de La Serena y en la Universidad de Pernambuco, entre otras. Es
coautora de más de 30 libros; ha editado y compilado Entre la norma y la forma.
Cultura y Política hoy, EUDEBA, Buenos Aires, 1996 y Globalización y Nuevas
Ciudadanías (con Carlos Cullen), Instituto Gino Germani-Editorial Suárez, Mar
del Plata, 2003. Actualmente está escribiendo el libro Debates chinos
contemporáneos sobre democracia y nuevo orden mundial. Algunos de sus
artículos recientes son: “La reforma constitucional en China; ¿nueva era, tercera
Colaboradores
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revolución?. Continuidades y discontinuidades del Sueño Chino”; “La cuestión
de la democracia hoy en China. Transición democrática, gradualismo,
deliberación; “Los Desafíos Políticos de China Hoy”; “Democracia y legitimación
política en China contemporánea. Deliberación y virtud”; “Images and
perspectives of China in Argentina”; “Why should Argentina be interested in
China?”; “Habermas y Wang Hui. Modernidad y sociedad global. Un diálogo
intercultural”.
erasmus
Año XXII No 1- 2020
Reseñas
enero - junio 2020
ISSN (impreso) 1514-6049
ISSN online: en trámite
(en línea: junio de 2020)
© erasmus. Revista para el diálogo intercultural. La revista científica semestral de la Fundación ICALA
ISSN: Versión impresa - 1514-6049 / ISSN online: en trámite http://www.icala.org.ar/erasmus/erasmus.html –
Contacto: michelini.rio (at) gmail.com
Licencia de Creative Commons. Atribución-NoComercial-Compartir Igual 4.0
Internacional (CC BY-NC-SA 4.0), https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/ 211
PRESENTACIÓN
ERASMUS. Revista para el diálogo intercultural
"ERASMUS - Revista para el diálogo intercultural" es la publicación científica
internacional de la Fundación ICALA (Intercambio Cultural Alemán-
Latinoamericano), cuyo objetivo es hacer aportes para el estudio de
problemáticas de los ámbitos de Filosofía práctica y las Ciencias Sociales.
El nombre de la revista hace referencia a Erasmo de Rotterdam (1467-1536),
quien fue un pionero del humanismo en el primer tercio del siglo XVI y un
incansable defensor de la paz, la tolerancia y la libertad de espíritu. Fue un
propulsor del pensamiento claro, de la buena dicción y del obrar correcto. Luchó
para que este mundo fuera la patria de todos. El ICALA asume como propias las
ideas centrales de este gran humanista.
ERASMUS se edita en forma impresa desde el año 1999. A partir del año
2016 aparece en formato digital, en forma semestral. La revista invita
especialmente a los investigadores de Filosofía práctica y de las Ciencias
sociales a apoyar esta publicación mediante el envío de artículos, reseñas y
comentarios críticos.
Se aceptarán para su publicación artículos originales, ensayos, comentarios
críticos, traducciones y reseñas en los siguientes idiomas: alemán, español,
francés, inglés, italiano y portugués. Los trabajos no deben haber sido enviados
a otras revistas para su publicación. Una vez que los trabajos han sido enviados
para su publicación en la Revista ERASMUS, no se aceptarán nuevas versiones.
Cada contribución será revisada en una primera instancia por el Comité Editor
en vistas a dictaminar si es adecuada para su publicación en la revista. En caso
de aprobar esta primera instancia, los artículos originales serán sometidos a dos
revisiones externas (sistema doble ciego). El resultado de la revisión se ajustará
a las siguientes categorías: 1) Aceptar el trabajo sin modificaciones, 2) Puede
Presentación
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publicarse con las modificaciones sugeridas, 3) Rechazar la publicación. En el
caso de que se sugiera realizar cambios, los autores podrán acceder o no a
realizar los cambios, siendo decisión final del Comité Editorial la publicación o no
del trabajo. La Revista ERASMUS adhiere a las normas éticas y la detección de
plagio sugeridas por el Comité de Ética en publicación COPE
(http://publicationethics.org)
Los datos personales (nombres, direcciones etc.) suministrados a la Revista
ERASMUS será utilizados exclusivamente para los fines de la revista y no se los
facilitará a terceros.
Las contribuciones deberán ajustarse a las normas de publicación que figuran
en: https://www.icala.org.ar/erasmus/edicion/erasmus-Condiciones%20para%
20la%20publicacion.pdf. Con el envío de un trabajo, el autor expresa su
conformidad con las normas editoriales y su compromiso con los principios
básicos de la ética de la publicación científica.
La revista ERASMUS sostiene su compromiso con las políticas de Acceso
Abierto a la información científica, al considerar que tanto las publicaciones
científicas como las investigaciones financiadas con fondos públicos deben
circular en Internet en forma libre, gratuita y sin restricciones. Esta obra está bajo
la licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-Compartir Igual
4.0 Internacional (https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/)
Dirección postal: Mendoza 850, 5800 Río Cuarto, Argentina
Página web: https://www.icala.org.ar/erasmus/erasmus.html
Contacto: michelini.rio (at) gmail.com
Editor Responsable
Dorando J. Michelini
(Fundación Intercambio Cultural Alemán-Latinoamericano, Argentina)
(michelini.rio (at) gmail.com)
Reseñas
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Comité Editor
Celia Basconzuelo Universidad Nacional de Río Cuarto – CONICET, Argentina, mail: cbasconzuelo2003 (at) yahoo.com.ar
Marcelo Bonyuan Fundación Intercambio Cultural Alemán-Latinoamericano, mail: marcelo_bon (at) hotmail.com
Diego Fonti Universidad Católica de Córdoba – CONICET, Argentina mail: diegofonti (at) gmail.com
Maria Noelia Galetto Universidad Nacional de Río Cuarto, Argentina mail: mnoeliagaletto (at) gmail.com
Santiago Peppino Universidad Nacional de Río Cuarto, Argentina mail: sepeppino (at) gmail.com
Graciana Pérez Zavala Universidad Nacional de Villa María, Argentina mail: gracianapz (at) gmail.com
Carlos Reynoso Universidad Nacional de Río Cuarto, Argentina mail: [email protected]
Jutta Wester Fundación Intercambio Cultural Alemán-Latinoamericano, Argentina mail: juttawester (at) gmail.com
Diagramación: Daniela B. Michelini
Comité Académico
Adriana Arpini (Universidad Nacional de Cuyo, CONICET, Argentina)
Julieta M. Bareiro (Universidad de Buenos Aires, CONICET, Argentina)
Adrián Bertorello (Universidad de Buenos Aires, CONICET, Argentina)
Horacio Cerutti Guldberg (Universidad Autónoma de México, México)
Adela Cortina (Universidad de Valencia, Fundación ETNOR, España)
Jorge Raúl De Miguel (Universidad Nacional de Rosario, Argentina)
Margit Eckholt (Universidad de Osnabrück, Alemania)
Javier Flax (Universidad de General San Martin, Argentina)
Diego Fonti (Universidad Católica de Córdoba, CONICET, Argentina)
Ángel Garrido Maturano (Universidad del Nordeste, CONICET, Argentina)
Matthias Kettner (Universidad de Herdecke, Alemania)
Enrique Muñoz (Universidad Católica de Chile, Chile)
Alejandro Pelfini (Universidad del Salvador, FLACSO, Argentina)
Santiago Polop (Universidad Nacional de Río Cuarto, Argentina)
Pablo Salvat Bologna (Universidad Alberto Hurtado, Chile)