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Qued.m rigurosarnente prohibidas, sin la autorizacion escrira de los titulares del copyrigb),bajo las sunciones establecidas en las leyes, la reproduccion total 0 parcial de esra obra

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Disefio de la colecci6n: joan BatalleIlustracion de la cubierta: P. FJonow, Konrposuion

(1920)Forocomposicion: punt groc & associars, s.a,

© 2002: Josep Fontana© 2002 de la prcscnte edici6n:

Editorial Critic" S.L., Provenca, 260, 08008 Barcelonae-mail: edirorial@ed·critica.es

htrp.Z/www.ed -critica.esISBN: 84·8432·329·3

Deposito legal: B. 13.980·2002lmpreso en Espafia

2002. - ROMANyA/\'ALLS, SA, Capellades (Barcelona)

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PR6LOGO

La historia de los hombres:el siglo xx

Cuando acabe de escribir La historia de los hombres, hace algomas de un aiio, me di cuenta de que se trataba en realidad dedos libros distintos: un ensayo de bistoria de la historiogra/iadesde los origenes hasta el siglo xx y un andlisis critico de lascorrientes bistoriogrdficas actuales, con algunas propuestas parala reconstruccion de una nueva historia economica y social ade­cuada a las exigencias y a las necesidades de nuestro tiempo.

Me propuse entonces desgajar esta segunda parte del libro,para poderla ofrecer a un tipo de lectores a quienes tal uez nointeresara la primera. Lo he hecho tomando la parte que estu­dia la evoluci6n de las corrientes bistoriogrdficas desde elfin dela primera guerra mundial, en 1918, basta la actualidad y la healigerado eliminando el aparato de notas del original, tal uezdemasiado extensas, y limitando las re/erencias bibliogrdficas auna lista final en que se seiialan, capitulo por capitulo, los li­bros mas importantes que se han utilizado para escribirlo.

He procurado, ademds, revisal' y actualizar el texto (lo queexplica que en la bibliografia figuren algunos libros no utiliza­dos anteriormente) y hacerlo mas legible.

]osep FontanaEnero de 2002

Primers edicion: abril de 2002

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EL AGOTAMIENTO DEL MODELO ACADEMICOTRADICIONAL (1918-1939)

A comienzos del siglo xx empezaba a resultar visible el ago­tamiento de los viejos metodos de la erudici6n hist6rica aca­dernica del siglo XIX, con sus pretensiones de objetividadcientifica, que enmascaraban el hecho de que su funci6n realera la de servir, por un lado, para la educaci6n de las clasesdominantes y, por otro, para la producci6n de una visi6n dela historia nacional que se pudiera difundir al conjunto de Iapoblaci6n a traves de la escuela. Dos ejemplos nos perrnitiranilustrar esta doble funci6n. En las universidades britanicas laensefianza estaba pensada para reforzar e1 consenso en tornoa los valores morales y sociales dominantes. La gran mayoriade los profesores cornpartian «un esquema interpretativo uni­co, que se transmitia a los estudiantes como verdadero, ade­cuado y razonable», destin ado a exaltar los valores de «la ciu­dadania responsable». Por otra parte en Francia, en palabrasde Paul Nizan, el maestro de escuela cumplia, para la socie­dad burguesa, la misma funci6n que el cura para la feudal:«EI prestigio local del maestro laico servia para propagar enlas mas pequefias poblaciones una especie de ensefianza deestado de la moral oficial»,

Esta crisis se agravaria despues de la primera guerra mun­dial, en el periodo de 1918 a 1939, cuando el mundo sufri6una transformaci6n que dej6 desplazados a los profesionalesde la historia que se habian formado con e1 convencimientode estar siguiendo los mismos caminos que el resto de loscientificos en busca de una verdad objetiva, ~ servicio de unasociedad de fundamentos casi universalmente aceptados .Todo estaba cambiando. Cambiaba la ciencia, que seguia loscaminos de Planck, Einstein y Heisenberg y dejaba de ser una

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loLa historia de los hombres: el siglo xx

fuente de certezas inmutables. Y 10 hacia tambien, y eso erapeor, la sociedad, donde aparecfan nuevos problemas paralos cuales los historiadores academicos parecian tener menosrespuestas que los cultivadores de otras ramas de las cienciassociales que regatearian ahora a la historia su utilidad comoherramienta para analizar eficazmente la sociedad.

El problema no era ya el de la naturaleza de la historiacomo ciencia, que era 10 que habfan discutido hasta entonceslos filosofos, sino el de su utilidad. Uno de los factores quehabra min ado la relevancia del viejo saber academico, y quehabria de obligar a su reforma, era la aparicion de las masasen la vida colectiva. No se trataba solamente del gran miedolejano de la revolucion rusa, sino del cambio de actitud de loshombres que, al volver de una guerra insensata y sangrienta,exigian su derecho a una sociedad rnejor y mas justa, como seles habra prometido en los afios de la lucha en las trincheras.Un observador tan agudo como Keynes decla, a poco de aca­bar la guerra, que el crecimiento capitalista se habia basadohasta entonces en el engafio, pero que, una vez descubiertoeste, «las clases trabajadoras puede que no quieran seguirmas tiempo en esta amplia renuncia». Sin este trasfondo nose entenderia la repercusion en el terreno de las ciencias so­ciales de la inquietud que se extendio por Europa en estosafios: huelgas en Francia, huelga general inglesa, ocupacionesde fabricas en Italia, crecimiento del partido comunista enAlemania ...

Ortega y Gasset -que en 1922 habia dado muestras dehasta que punto el panico puede producir la suspension delsentido cornun, al sostener que el comunismo ruso solo se en­tendia en relacion con la religiosidad oriental y que para com­prenderlo no se debia leer a Marx, sino los viejos libros sa­grados de China, los Upanishads y las ensefianzas de Buda­expres aria en 1929 la inquietud del conservadurismo euro­peo en La rebelion de las masas. El gran problema en ese rno­mento en Europa era el advenimiento de las masas al plenodominio social: como «las masas, por definicion, no deben nipueden dirigir su propia existencia, y menos regentar la so-

EI agotam/ento del modelo academ/co trad/donal 0918-1939) I I

ciedad», Europa estaba sufriendo la mas grave de las crisisimaginables.

La historiografia tradicional, que se ocupaba de los reyesy los dirigentes, y que solo consideraba a las masas como unfactor de perturbacion que irrumpia subitamente, y fugaz­mente, en la evolucion «normal» de las sociedades, no tenianada que decir sobre estas cuestiones. Buena parte de los re­presentantes del orden establecido acadernico se encerraronen su torre de marfil, predicando la vieja moral, incapaces deencontrar respuestas adecuadas a los cambios que se estabanproduciendo a su alrededor.

En esta situacion se entienden mejor las crfticas que la his­toria academica comenzaba a recibir desde otras disciplinas,como la sociologfa y la antropologia, que habian iniciado a fi­nes del siglo XIX su renovacion: una reaccion contra los «exce­sos» del evolucionismo -contra la idea de que los hechossociales pudieran estudiarse a traves de su genesis y su evolu­cion-s-, con una propuesta para analizar globalmente la socie­dad, considerada como un sistema dentro del cual era necesa­rio examinar la fun cion que ejercia cada uno de los fenornenosestudiados. Con ello se querfa llegar a una imagen de la socie­dad como un sistema en equilibrio estatico, cuyas reglas de­bian estudiarse con el fin de saber como habra que actuar pararestablecerlo en los casos en que fuera perturbado.

En el campo de la sociologfa los grandes cambios proce­derfan sobre todo de Durkheim (1858-1917), Tonnies (1855­1936) Y Max Weber (1864-1920). Durkheim seiialaba que laprimera regIa del metodo sociologico era la de «considerarlos hechos sociales como cosas» que debfan estudiarse almargen «de sus manifestaciones individuales», examinandola funcion que cada uno de ellos cumple en su propio medio.Tonnies, por su lado, se baso en la dicotomia entre «comuni­dad» y «asociacion» 0 «sociedad» -Gemeinscha/t y Gesells­cbaft-« que servirfa de modelo a todo un juego de otras di­cotomfas que se utilizarian para la interpretacion de losfenomenos sociales -«tradicional» y «rncderno», etc.

Mayor seria, a la Iarga, la influencia de Max Weber, pro-

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I 2 La historia de los hombres: el siglo xx

fesor de econornia, liberal preocupado por encontrar en lapclitica alemana una tercera via entre el conservadurismoprusiano y el marxismo -asustado, como tantos otros, porlos movimientos revolucionarios que se habian producido enAlemania en 1918-, quien, para enfrentarse ala critica neo­kantiana que queria reducir las ciencias sociales al estudio de10 individual y 10 concreto, defini6 el metodo de los «tiposideales», conceptos que se construyen sintetizando rasgosque extraemos de la realidad con la finalidad de poderlos es­tudiar, y que presentaba no como un nuevo sistema de traba­jo, sino como la practica habitual e inconsciente de los cien­tfficos sociales, que el se habia limitado a desvelar. Weberquiso resolver tambien el problema de la objetividad con elpostulado de la «neutralidad etica» (Wertfreiheit) que debiallevar al cientffico social a separar su trabajo de investigaci6n,que habia de limitarse a los hechos establecidos cientifica­mente, de los juicios de valor, que pertenecen a otro dominio.Pero si esta separaci6n es relativamente factible en el nivelque corresponde a la formulaci6n de afirmaciones concretas-al estudio de hechos puntuales-, no 10 es cuando se tratade las perspectivas globales adoptadas por el historiador,donde la elecci6n del punto de vista se ve claramente afecta­da por sus intereses y por su visi6n del mundo, con 10 cuallapretendida «neutralidad» se convierte en una trampa. En 10que respecta a su contribuci6n personal a la historia, en laobra de Weber encontramos, por un lado, unos trabajos so­bre la antigiiedad romana, fuertemente influidos por Momrn­sen, que no han recibido demasiada atenci6n, y su estudio so­bre el papel de la religion en el desarrollo econ6mico en Laetica protestante y el espfritu del capitalismo, un libro de 1904­1905 al cual afiadiria en 1920 una introducci6n en que defi­nia el problema de que se ocupaba como el de dilucidar lascircunstancias que explican «la aparici6n en Occidente, ys610 en Occidente, de unos fen6menos culturales situados enuna linea de desarrollo (... ) de significaci6n y validez univer­sal». Ninguna de estas obras, sin embargo -por mas que Laetica protestante haya dado lugar a una abundante bibliogra-

EI agotamiento del modelo academico trad/clonal (1918-1939) 13

fia de cornentarios, mayoritariamente crfticos->, ha tenidouna influencia real en la historiografia. donde el papel de We­ber ha sido mucho menos el de guia para la investigaci6n queel de proveedor de referencias metodo16gicas de cobertura,utilizadas de forma muy diversa. Porque si bien sirvi6 inicial­mente de fundamento para planteamientos que se presenta­ban como opuestos al marxismo, en los afios sesenta apare­ci6, en contraste con la sociologia funcionalista de TalcottParsons, una «izquierda weberiana» que reivindicaba al pen­sador aleman como fundamento de una sociologia historicade izquierdas, mientras que Ernst Nolte ha utilizado el con­cepto de neutralidad etica como pretexto en su intento dedesculpabilizar a Alemania de su pasado nazi.

En el terreno de la antropologia la ruptura con el evolu­cionismo data de 1896, cuando Franz Boas (1858-1942) ata­c6 los metodos comparativos e inici6 los caminos de un neo­positivismo sin generalizaciones, fuertemente influido porDilthey y por los neokantianos, que recibiria el nombre de«particularismo historico» y que estaba cercano al funciona­lismo. Pero las influencias renovadoras parten tarnbien eneste caso de Durkheim y de Marcel Mauss (1872-1950), ins­piradores de los antropologos britanicos que sostenian la ne­cesidad de considerar globalmente los sistemas sociales, con­cebidos como un conjunto de elementos funcionalmenteinterdependientes. Asi, E. R. Radcliffe-Brown (1881-1955), quededa que el presente no habia de ser interpretado en terrni­nos de su genesis sino por su estructura y funciones, y Bro­nislaw Malinowski (1884-1942), que combatia explicitamen­te las influencias del evolucionismo, del difusionismo y de «lallamada concepci6n materialista de la historia», y pretendiacentrarse en la visi6n del mundo de los indigenas, «el alien tode vida y realidad que respiran y por el que viven». En el te­rreno de la arqueologia estos planteamientos favorecieron elpaso del difusionismo, dedicado a1 estudio de elementos cul­turales aislados de cualquier contexto, a un funcionalismoclaramente inspirado por la antropologfa, al menos hasta elsalto hacia delante que represent6 Gordon ChiJde. La in-

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fluencia de la antropologia se manifest6 tambien en la econo­rnia, en la obra de Karl Polanyi y de sus disdpulos, de la cualhablaremos mas adelante.

Pero el atague final a la ortodoxia academics de los histo­riadores procedi6 de los fil6sofos, gue continuaban asi la ta­rea iniciada a finales del siglo XIX por los neokantianos y porla «filosofia de la vida». La actitud mas extrema en este te­rreno seria la del austro-britanico Karl Popper gue, confun­diendo abusivamente la condici6n de ciencia con la capaci­dad de predecir, negaria a la historia todo valor cientffico, enun esfuerzo gue tenia menos gue ver con la epistemologiague con sus preocupaciones polfticas anticomunistas (que leayudaron a realizar una brillante carrera en la Inglaterra de laguerra fria). En posiciones parecidas, pero mas matizadas, es­taban Carl Hempel y Patrick Gardiner que, si bien sosteniangue la historia no curnplia la exigencia cientifica gue indicague «la explicaci6n de un fen6meno consiste en subsumirlobajo leyes 0 bajo una teoria», admitian gue las explicacionesde los historiadores usaban esguemas «con una indicaci6nmas 0 menos vaga de las leyes y condiciones iniciales gue seconsideran pertinentes», Frente a esta visi6n de unas «cove­ring laws» 0 «leyes inclusivas» se situaba William Dray, guiendecia gue no habia gue hacer ni siguiera este tipo de conce­si6n a una disciplina gue no explica, sino gue solamente des­cribe. Mientras Arthur C. Danto afirmaba gue este debate erapuramente verbal y gue la tarea de la historia, en ultima ins­tancia, serfa siempre la de explicar 10 gue pas6 en su maravi­liosa variedad de detalies, sin tener gue recurrir a ninguna leygeneral, 10 gue hacia evidentemente inutiles las «filosoffassubstantivas» de la historia.

La influencia de estos planteamientos filos6ficos se dejariasentir en algunos historiadores del periodo, si bien los masimportantes de ellos, Croce y Collingwood, eran en realidadhistoriadores y fil6sofos a medias, aungue mas relevantes eneste terreno hibrido de su teorizaci6n, es decir, como «filoso­fos de la historia», gue en los de la filosofia 0 de la historia enconcreto.

El agotamiento del modclo academico tradicional (1918·1939) 15

Benedetto Croce (1866-1952) habia comenzado dentrodel campo de influencia del marxismo, como discfpulo de La­briola, pero 10 abandon6 muy pronto, ya que, como dijo Mo­rnigliano, «no tenia ninguna intenci6n de subvertir un ordensocial al que debia su fortuna y, en consecuencia, la libertadpara estuc.Iiar 10 que le gustaba». En el momenta crucial delascenso de Mussolini vot6 en el senado a favor de darle ple­nos poderes, y mantuvo este apoyo incluso despues del asesi­nato de Mateotti. Solo se apart6 de esta postura en 1925, parapermanecer como cabeza visible de una especie de oposici6nliberal, no demasiado militante y toler ada por los fascistas.Partiendo de postulados neokantianos, y con alguna influen­cia del idealismo hegeliano, Croce elabor6 su doctrina de unhistoricismo absoluto que identificaba filosoffa e historia. Detodas las modalidades posibles de la historia consideraba quela mas elevada era la que design6 como «historia etico-poliri­ca»: la historia de la raz6n humana y de sus ideales, «resol­viendo y unificando en ella tanto la historia de la civilizaci6ncomo la del estado», La base del juicio hist6rico era la exi­gencia practice: por muy alejados que estuvieran los hechosgue se estudian, su historia siempre sera contemporanea, yaque la construimos en funci6n de nuestras necesidades y denuestros problemas actuales. «Los requisitos practices quelaten bajo cada juicio historico dan a toda la historia el carac­ter de "historia conternporanea", por remotos en el tiempoque puedan parecer los hechos que refiere: la historia, en rea­lidad, esta en relaci6n con las necesidades actuales y con la si­tuaci6n presente en gue vibran estos hechos.» Con Croce noshallamos en un terreno de experiencias vivenciales, sin cau­salidad y sin leyes. No hay ni siquiera tiempo, sino fluir. Nitarnpoco hay historia, sino tantas historias como puntos devista.

Con Robin G. Collingwood (1889-1943), fil6sofo y ar­queologo «a tiempo parcial», especializado en el estudio de laBritannia romana, nos encontramos pr6ximos a Croce, dequien era seguidor y amigo personal, pero con matices origi­nales. En La idea de fa historia, que en la parte que lleg6 a es-

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16 La historia de los hombres: el siglo xx

cribir se presenta como una historia de la historiografiaacompafiada de reflexiones sobre temas como «La irnagina­cion hist6rica» 0 «La historia como "reactualizaci6n" (" re­enactment") de experiencia pasada», ataca el concepto deuna historia positivista segun el modelo de las ciencias natu­rales, ya que la tarea propia del historiador es la de «penetraren el pensamiento de los agentes cuyos actos esta estudian­do». La historia se parece a la ciencia pOl' el hecho de quebusca un conocimiento razonado, pero no se ocupa «de 10abstracto, sino de 10 concreto; no de 10 universal, sino de 10individual», y usa para hacerlo la «imaginaci6n hist6rica»,con la eual construye explicaciones a partir de los datos ais­lados. EI pasado no es directamente observable, sino que «elhistoriador ha de revivir el pasado en su propia mente».Cuando lee unas palabras escritas -un documento 0 unacr6nica- «ha de descubrir 10 que queria decir con aquellaspalabras qui en las escribio». S610 puede haber conocimientohist6rico de 10 que «puede ser revivido en la mente del histo­riador». No basta, sin embargo, con la ernpatia que nos hacecomparar experiencias del pasado con las nuestras, sino quenecesitamos revivir el pensamiento en nosotros: «No puedehaber historia de cualquier otra cosa que no sea pensamiento ­(. .. ). EI conocimiento hist6rico tiene como su objeto propioel pensamiento: no las cosas pensadas, sino el acto misrno depensar», Es precisamente en esta cuesti6n del «re-enact­ment» donde Collingwood va mas alla de Dilthey 0 de Cro­ce, y habria podido suscitar reflexiones interesantes por par-te de los historiadores, pero la verdad es que su libro,constantemente reeditado y frecuentemente citado en Ingla­terra, suele ser menospreciado POl' los fil6sofos -su primeraedici6n, aparecida p6stumamente, fue de hecho mutilada porel filosofo a quien Collingwood habia confiado la publica­ci6n- y pese a haber sido ampliamente leido por los histo­riadores, ha influido muy poco en su practica.

Hijas tambien del neokantismo y de la filosofia de la vidason las rnorfologias, que se basan en la idea de que 10 que nopuede alcanzarse en historia mediante la formulaci6n de le-

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yes, se puede obtener mediante la contemplaci6n y la com­paraci6n, deduciendo a partir de ellas unas regularidades quesirven para fabricar pautas ciclicas que permiten entender elpasado e incluso predecir el futuro.

Oswald Spengler (1880-1936) public6 al final de la prime­ra guerra mundial un libro espectacular que se hizo rapida­mente famoso: La decadencia de Occidente (Der Untergangdes Abendlandesi. Era una obra que se nutria de las influen­cias ideologicas de unas corrientes irracionalistas aut6ctonas,como el Nietzsche del «eterno retorno» 0 el vitalismo de Dil­they, pero tarnbien de las de Wagner, de Haeckel 0 del Ibsencritico de los valores burgueses. Spengler, que habia fracasa­do en su intento por presentar una tesis doctoral y hacer ca­rrera universitaria y se tuvo que contentar con dedicarse a laensefianza secundaria, acab6 dejando este trabajo y march6 aMunich en 1911 para dedicarse a escribir. EI primer resulta­do fue este libro en que ofreda una visi6n global de las ochograndes civilizaciones mundiales de la historia para llegar aestablecer las reglas que anunciaban la decadencia de la uni­ca cultura existente en su tiempo. Spengler distingue entreciencia e historia, de acuerdo con la forma de aproximarse asu objeto. La ciencia usa leyes; la historia, la intuicion, A lamorfologia de las ciencias de la naturaleza, que establece re­laciones causales y descubre leyes, opone la morfologia de lahistoria, que usa como metodos de trabajo «la conternpla­cion, la comparaci6n, la certeza interior inmediata, la justaimaginaci6n de los sentidos». A fin de sobreponerse a loserrores que engendra el espiritu de partido, la contemplaci6ndel historiador se dirige a un horizonte de milenios, desde unpunto de vista estelar. Desde alli contempla la coexistencia yla continuidad de las culturas, cada una de las cuales es un fe­n6meno cerrado sobre sf mismo, peculiar e irrepetible, peroque muestra una evoluci6n que nos es posible comparar mor­fol6gicamente con la de otras y nos da, con ello, la clave paracomprender el presente. Este juego de cornparaciones le per­mitia predecir el futuro y anunciar la inmediata crisis de «Oc­cidente», que los nazis entendieron como un presagio del

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18 La bistoria de los hombres el siglo xx

triunfo de su «nuevo orden» -de hecho su libro acababaanunciando «las ultimas victorias del dinero» y la proximallegada del cesarismo-, si bien mas adelante se cansaron deeste profeta de desastres, demasiado conservador para sinto­nizar plenamente con el nazismo, que en 1933 decia que la ci­vilizacion blanca estaba amenazada por dos grandes revolu­ciones hostiles, la lucha de clases y la lucha de razas, yanunciaba desastres inminentes para la raza blanca, si no sereavivaba «el espiritu guerrero, "prusiano", que sera la po­tencia generadora de las nuevas fuerzas». No importa que,como diria Troeltsch, La decadencia de Occidente estuvierabasada en bibliograffa secundaria, y llena «de datos falsos, deafirmaciones fantasticas y de analogias equivocadas». Uno delos espectaculos mas repetidos durante el siglo xx en el terre­no de las ciencias sociales y de la cultura ha sido justamenteel del exito obtenido por recetas simplistas, faciles de utilizar,que responden a las inquietudes del momento, pero que nodeberian haber resistido un analisis critico racional. Spengler,que escribia su libro en los tiempos de la crisis final del po­der imperial aleman -los tiempos de la derrota, la revolu­cion y el nacimiento de la respuesta nazi-, ofrecia una visionculturalista de la historia que cualquiera podria manejar conel objeto de buscar respuestas a sus angustias. Arrebataba lahistoria a los profesionales -como diria Ortega y Gasset enel prologo de la edicion espanola: «No basta, pues, con la his­toria de los historiadores»-- y la entregaba al hombre com unpara que pudiera hacer sus propias especulaciones y descu­brimientos.

Si Spengler fue el morfologo de moda en el periodo entrelas dos guerras mundiales, Arnold J. Toynbee (1889-1975),pese a haber comenzado a publicar anteriormente, 10 fue des­pues de la segunda, cuando se Ie llego a considerar el histo­riador mas grande del mundo y vio como su inmenso Estudiode la bistoria, que se lela sobre todo en compendios, era cele­brado como «la obra mas grande de historia que jamas sehaya escrito». Hoy, en cambio, esta justamente olvidado y seha convertido el mismo en un objeto de estudio, que nos in~

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vita a averiguar como pudo producirse un engafio intelectualde tal magnitud.

Toynbee pertenecia a una familia que tuvo que hacer fren­te a una situacion economica diflcil, al volverse loco el padredel historiador, que permaneceria treinta afios encerrado enun manicomio. Se caso en 1913 con una mujer de una fami­lia rica e influyente, de quien tuvo que recibir a menudo ayu­da econornica, y consiguio librarse de luchar en la primeraguerra mundial. Su carrera universitaria como especialista enel estudio de la historia antigua no fue muy duradera y tuvoque ganarse la vida como director de estudios del Institute ofInternational Affairs, donde publicaba anualmente un volu­men de Sumario de los asuntos internacionales, en un trabajoque Ie dejaba los meses de verano libres para escribir, inspi­randose en alguna medida en Spengler, el mastodontico Es­tudio de la bistoria, que aparecio en doce vohimenes entre1934 y 1961 (mientras tanto su mujer, cansada de el y de su«insensata obra», se fugaba con un fraile dominico veinteafios mas joven que ella).

En su magnum opus -que ha sido descrito como «un in­mensa poema teologico en prosa»- Toynbee mostraba todoel curso de la historia humana en una sucesion de veintinue­ve «sociedades» 0 «civilizaciones», que nacen como conse­cuencia de un os estimulos, de la necesidad de superar unosfacto res adversos que suscitan una respuesta por parte de loshombres que los experimentan, a menos que sean de tal du­reza que frenen la respuesta 0 la aborten. Hay veintiuna ci­vilizaciones plenamente realizadas, tres abortadas y cincofrenadas. Los protagonistas reales de estos procesos, sin em­bargo, no son las colectividades que estan incluidas en estascivilizaciones, sino algunos individuos excepcionales y pe­quefias minorias creadoras que hallan unos caminos que losotros seguiran por mimesis 0 imitacion. El individuo creadorse retira del mundo para recibir su iluminacion personal yvuelve para ensefiar a los otros (san Pablo, Buda, Mahoma,Dante, Maquiavelo, etc.). Cuando las sociedades se estancan,las minorias dejan de ser creadoras para convertirse en domi-

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nantes, y pierden la adhesion colectiva. Necesitan entoncesreemplazar la persuasi6n por la coercion y los antiguos disci­pulos se convierren en un proletariado refractario. Contra elimperio universal consolidado por la minoria dominante, elproletariado interno crea una iglesia universal. Los pueblosvecinos, que mientras subsistia el impulso creador sentian suinfluencia, se vuelven hostiles. Asi se prepara, desde dentro ydesde fuera, el hundimiento del imperio y se crean las condi­ciones que haran nacer una nueva sociedad.

Este esquema simplista no solo ha podido reducirse a uncompendio, sino ineluso a unas tablas esquematicas donde serepresentan las veintinueve civilizaciones y se identifican losmomentos que corresponden a cada fase y a cada elementode su ciclo -imperio universal, Iglesia universal, proletaria­do interno, etc. Con este mecanismo la investigacion histori­ca se hace practicamente innecesaria, mas alia del esfuerzo deidentificaci6n que se necesita para situar cada rnornento delpasado, 0 del presente, en el cajoncillo correspondiente.

Su construccinn misma llevaria a Toynbee a buscar la solu­cion de los problemas del mundo actual en el establecimientode un nuevo imperio universal que durante unos anos pensoque podia tener a Hitler como nuevo Augusto. Despues de lasegunda guerra mundial, con los norteamericanos asumiendoelliderazgo del «mundo libre», Toynbee conseguiria un granexito en Norteamerica (un hecho harto paradojico, ya que per­sonalmente menospreciaba a los «barbaros» norteamerica­nos). En los Estados Unidos su obra, difundida en un com­pendio de un solo volumen -una sintesis hecha por DavidSomervell de la que se vendieron 130.000 ejemplares en el pri­mer an0--, se convertiria en el evangelio que anunciaba lanueva era y que Ie proporciono una fama que sirvio para ali­mentar su progresiva megalomania. Hasta que los propiosnorteamericanos se cansaron de escuchar la misma canci6n,que no habia sabido transformar para adaptarla a los tiernposde la guerra fria. •

Por mas que Spengler y Toynbee sean autores que ningunhistoriador toma hoy en serio, su influencia no ha desapare-

El agotamiento del modelo academico tradidonal (1918-1939) 21

cido en algunos circulos de la sociologia historica, como en elgrupo de sociologos y politologos «civilizacionistas» que se li­mitan a recuperar el modelo de las viejas morfologias y no pa­recen tener otra preocupacion que la de construir grandes es­quemas para interpretar el pasado y hacer previsiones defuturo, sin molestarse en investigar la realidad del presente.

Sin embargo, la visi6n de la ciencia historica del periodode entreguerras que podemos obtener desde la perspectivade la filosofia de la historia, que nos muestra una disciplinadesconcertada y en decadencia, no corresponde a la realidad.Los filosofos podian negar la validez cientifica de la historia,pero no influian con ello mas que en una pequefia minoria dehistoriadores. Los politicos necesitaban que se escribiese, porun lado, un tipo de «historia nacional» que justificase susplanteamientos y reivindicaciones: algo que resultaba de es­pecial importancia en una Europa que, despues de la prime­ra guerra mundial, habia visto grandes cambios de fronterasque habrian de ir acompafiados por el reforzamiento de lasconciencias de las nuevas naciones. Tarnbien necesitaban, porotro lado, que se redactaran libros de texto que ayudasen aensefiar en la escuela los valores sociales preconizados por lasclases dirigentes. Este segundo problema era de orden gene­ral, pero resultaria especialmente urgente en los paises dorni­nados por el fascismo.

En Alemania la derrota en la primera guerra mundial sus­cito por parte de las autoridades de Weimar un intento de re­novar la ensefianza de la historia, superando el ultranaciona­lismo conservador de la etapa imperial. Muy pocos histo­riadores acadernicos, y pocos docentes, dieron apoyo a estapostura, de manera que la ensefianza de la historia se rnantu­vo en 10 esencial sin modificaciones, salvo el afiadido que in­troducia en los manuales escolares la versi6n de los militaresque sostenian que el ejercito aleman no habia sido derrotadoen el campo de batalla, sino como consecuencia de «la puna­lada par la espalda» de la subversion interior. '«De la guerralos estudiantes alemanes han de retener que se ha perdido, nopar causa de los generales, erigidos bien al contrario en he-

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roes, sino par los politicos, los dernocratas y los socialistas.»Al mismo tiempo comenzaba a aparecer un nuevo grupo dehistoriadores, sociologos y folkloristas que proponian una«Volksgechichte» que reconstruia la vida cotidiana del pue­blo comun, pero de un «pueblo» entendido en terrninos de«raza», que estaba destinado a sustituir el concepto de «na­cion».

EI mundo acadernico aleman fue incapaz de asociarse a lastransformaciones culturales de la epoca de Weimar, que hi­cieron de Berlin la capital de las vanguardias mundiales, por­que escogio reflejar el pesimismo de la derrota del viejo or­den prusiano, del cual saldria una obra como la de Spengler,pero que inspiraba tambien la brillante evocacion de la cul­tura del final de la Edad Media que escribio un holandes edu­cado en Alemania, Johan Huizinga (1872-1945). El otoiio dela EdadMedia enlazaba arte, literatura, religiosidad y formasde vida, a la manera de Burckhardt, en un cuadro bien es­tructurado, que correspondia a su vision de la complejidadde unos hechos historicos que dependian «de una multitudcasi siempre desconocida de condiciones biologicas y psico­logicas», perturbadas adernas par otras circunstancias inde­pendientes de elias, que llevaban al historiador a resumirtodo este complejo en «una interpretacion que trabaja conti­nuamente con cien mil incognitas, grandes complejos sin so­lucien, no en virtud del experimento y del calculo, sino porsu experiencia de la vida y su conocimiento personal de loshombres».

En contraste con las reticencias que estos hombres mani­festaron ante la cultura y la politica de Weimar hay que situarla buena acogida que dieron al regimen nazi. De los historia­do res se ha podido decir que «se mostraron especialmentedispuestos a ofrecer su apoyo» al Fuhrer, al Tercer Reich, alarevoluci6n nacionalsocialista y a los planes de conquista deEuropa, no tanto por oportunismo como por conviccion,Fueron muchos los que se sumaron a una vision racista y«volkisch» de la historia y no dudaron en implicarse en el es­tudio de la «cuestion judia». Un medievalista de prestigio in-

El agotamiento del modelo academico tradicional (1918·1939) 23

ternacional como Percy Ernst Schramm (1894-1970) se man­tuvo hasta el fin allado de Hitler y en 1963 public6 una vi­si6n elogiosa y humana del Fuhrer, olvidando por compIetola vertiente criminal del nazismo. Se salvaron de la ignominiageneral buena parte de los judios, obligados a dejar el paiscomo consecuencia de las leyes raciales, como Hajo Holl­born, Felix Gilbert 0 Hans Baron, que prosiguieron su carre­ra en Norteamerica. Y hay casos aun mas cornplejos, como elde Ernst Hartwig Kantorowicz, que acabo dejando Alemaniapor el hecho de ser de origen judie, pese a que se sentia muycercano ideologicamente al regimen nazi.

En Italia el fascismo conto al principio con la actitud to­lerante de dos historiadores de tanto prestigio como eran Be­nedetto Croce y Gioacchino Volpe. Y si bien Croce, comohemos dicho, se aparto de el tempranamente, Volpe, que du­rante unos afios se limit6 a la actividad acadernica, y que pa­trocin6 a disdpulos de tanta categoria como Cantimori 0

Chabod, escribio en 1932 para la Enciclopedia Italiana un lar­go articulo de historia del fascismo que en 1934 se reeditocomo libro y se convirti6 en la historia oficial del partido.

En las universidades britanicas predominaria en los afiosde entreguerras un academicismo ensimismado cuya Figuramas representativa era sir Lewis Namier (1888-1960), unjudie polaco nacionalizado (se llamaba realmente LudwikBernsztajn vel Niernirowski), historiador de la politica quesolo llego a completar obras menores. Era de un escepticismoconservador, desconfiado ante las ideas e inclinado a escudri­fiar los motivos personales de los individuos, 10 que se vioagudizado a consecuencia de su interes por el psicoanalisis, Asu lado otras figuras menores como John H. Clapham (1873­1946), un historiador de la econornia que menospreciaba lateoria y se interesaba por la pura y simple cuantificacion.Pero el inmovilismo de las universidades tradicionales seriacontrarrestado en este caso por el dinamisrno innovador delos creadores de las nuevas tendencias de historia economicay social, de las que hablaremos mas adelante.

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24 La historia de los hombres: el siglo xx

inicio de las nuevas tendencias reformadoras se dada enFrancia en los afios entre las dos guerras mundiales: la epocaen que Henri Berr llevo adelante el gran proyecto innovadorde «L'evolution de I'humanite», de la fundaci6n de Annales,de la que hablaremos tambien despues, y de la influencia ejer­cida por el gran historiador belga Henri Pirenne. Pese a suimponancia polltica, los grupos de extrema derecha no halla­rian aqui, a diferencia de 10 que habia sucedido en Italia yAIemania, interpretes de sus programas en el mundo acade­mico y habrian de recurrir a aficionados de dudosa compe-tencia como Jacques Bainville 0 Pierre Gaxotte. .

No sucederia 10 mismo con otro movimiento -0 mejor i

dicho, con otra serie de movimientos- de reforma y de cam­bio: los de los historiadores que, pensando que su trabajo ha­bia de servir para entender ese mundo nuevo en el que vivian,se percataban de que no les servia el tipo de historia que seocupaba s610 de los reyes, los ministros y los generales: solode las clases dirigentes. De ahi la preocupacion por escribiruna nueva «historia econ6mica y social» que se ocupase deaquello que afectaba a las vidas de todos (y de ahf tam bienque entonces se empiece a descubrir a las rnujeres como su­jeto activo de la historia), Merece la pena, por ello, estudiar­los por separado, porque si bien coincidieron en el tiempo desu trabajo con los historiadores de los que hemos estado ha­blando, sus objetivos y sus perspectivas de futuro eran muydistintas.

2

LA HISTORIA ECON6MICA Y SOCIAL

AI hablar de historia econ6mica y social, en terrninos genera­les, nos referimos al conjunto de respuestas que se die ron a [ainsatisfacci6n por el viejo modelo de historia limitado a la ac­tividad politica, y de manera tangencial a la «alta cultura»,que se ocupaba sobre todo de la actuaci6n de las minorias di­rigentes. Estas respuestas tenian en comun la voluntad deintegrar en el relato los datos referidos a la actividad econo­mica -al trabajo, la subsistencia, la produccion y los inter­cambios- y el prop6sito de ocuparse del conjunto de la so­ciedad. Sin embargo, mas alia de los elementos comunes quecompartian, estas corrientes siguieron cursos distintos segunlos paises y las escue1as.

En Gran Bretafia existia una tradicion progresista ligadaal movimiento fabiano, que inspire la obra histories de auto­res como Sidney y Beatrice Webb, que escribieron una his to­ria del sindicalismo britanico y un gran trabajo sobre El go­bierno local ingles, como los Hammond, que estudiaron lahistoria de los trabajadores en tres volurnenes dedicados, res­pectivamente, al trabajador rural, al urbano y al especializa­do,o como G. D. H. Cole, que publico una historia de la gen­te corriente, The common people. Incluso desde una tradici6nliberal un hombre como G. M. Trevelyan (1876-1962) escri­bi6 una Historia social de Inglaterra, en cuya introducci6ndice que es necesario hacer una historia de la vida cotidianade los hombres del pasado, 10que para el incluia las relacioneshumanas y econ6micas de las diversas clases entre si, el ca­racter de la familia y de la vida en el hogar, las condiciones deltrabajo y del ocio, la actitud del hombre ante fa naturaleza y«la cultura de cada edad tal como nacio de estas condicionesgenerales de vida y tom6 formas constantemente cambiantes

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26 La bistoria de los hombres: el siglo xx

en la religion, la literatura y la musica, la arquitectura, el sa- I

ber y el pensamiento».La linea de transforrnacion mas irnportante seria la que se

concreto en los aiios veinte como resultado del impulso re­novador dado desde la London School of Economics, dondeEileen Power (1889-1940) ensefiaba historia economica y tra­bajaba en asociacion con R. H. Tawney (1880-1962), que seocupaba tambien de los cursos para los trabajadores de laWorkers Educational Association y que escribio una visionanti-weberiana de La religion y el ascenso del capitalismo(1926).

El tipo de estudio de la historia que propugnaba Tawney,un «socialists cristiano», estaba inspirado por las incertidurn­bres de un os tiempos de crisis y por una voluntad de reformasocial: «Si la sociedad ha de controlar su destino, la razon hade dominar al azar y una direccion consciente ha de liberar lavida humana de la tirania de la naturaleza y de las locuras delhombre, la primera condicion es una percepcion adecuada delos materiales que hay que manejar y de las fuerzas que hande domarse. El historiador sirve, en su humilde nivel, paraesta finalidad nada despreciable. Su objeto es entender elmundo a su alrededor, un mundo cuyos componentes cultu­rales y cuyos movimientos dinarnicos han recibido su irn­pronta y direccion de condiciones que la experiencia de unasola vida humana no alcanza a interpretar». Para esta tarea deentender el presente y controlar las fuerzas que dan forma alfuturo se precisaba el tipo de ciencia de la sociedad que sequeria alcanzar a traves de la historia economica y social.

Otros, sin embargo, recurririan a este tipo de historia rno­vidos por la misma inquietud, pero con una finalidad muydistinta, como M. 1. Rostovtzeff (1870-1952), que habia emi­grade de Rusia en 1918 y que en 1926 publico una valiosaHistoria social y economica del Imperio romano, marcada porunas dudas que tienen su origen en el miedo a la revolucion,Rostovtzeff analizaba el ascenso y la ruina del imperio en ter­minos de las alianzas y los enfrentamientos de clase: «influi­do por el choque de la revolucion rusa -ha dicho Momi-

La bistoria economica y social 27

gliano-, creyo haber descubierto el secreto de la decadenciade Rorna en el conflicto entre burguesia y campesinos», y aca­baba su obra diciendo que «la evolucion del mundo antiguoes para nosotros una leccion y un aviso». «Nuestra civiliza­cion -aiiadia- no perdurara sino a condicion de no ser lacivilizacion de una sola clase, sino la civilizacion de las rna­sas.» Una afirmacion que parecia lIevarle al terreno en que sesituaban, en estos rnismos aiios, Eileen Power 0 Tawney, peroque tenia un sentido muy distinto, como demuestran las pa­labras finales de su libro: «Pero la ultima interrogacion se alzacomo un fantasma siempre presente y contra el cual no sirveningun exorcismo: ~Es posible extender a las clases inferioresuna civilizacion superior sin degradar su contenido y diluir sucalidad hasta hacerla desaparecer por completo? ~No estacondenada toda civilizacion a decaer justo cuando empiece apenetrar entre las masas?». En 1941 publico una segundaobra de arnbicion parecida, su Historia social y economica delmundo helenistico, donde muestra los factores internos quedebilitaron las soeiedades helenisncas y facilitaron la domi­nacion romana, y recapitula todo el proceso como «otro me­Iancolico ejemplo en la historia de la humanidad de la anti­nomia de fuerzas creativas y destructivas en un mismo granpueblo».

Es tambien este el memento de la fundacion de la Econo-mic history society (1926), que cornenzaria a publicar de in­mediato la Economic history review. De todos estos estimulosnaceria una profunda renovacion de la historia que est aria enel origen de la eclosion, despues de la segunda guerra mun­dial, del grupo de los lIamados historiadores marxistas brita­nicos, que, en su preocupacion por hacer un analisis criticodel capitalismo, trataron de convertir esta historia social enuna historia de la sociedad, para formularlo en los terminosque emplea Eric Hobsbawm. La importancia de sus aporta­ciones justifica, sin embargo, que hablemos de elias por se-

parado.En el caso de Francia existia tarnbien en el origen una tra-

dicion avanzada, la de la «historia socialista» inspirada por

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T.f1 historia economica y socia! 29

positivista -«l'histoire historisame»- de Seignobos. Suconferencia de 1903, «Metodo historico y ciencia social», fueun autenttco manifiesto contra la historia «evenementielle».preocupada tan solo por los acontecimientos puntuales, a lacual contraponfa un estudio que tuviera en cuenta las causas«sociales» de estos acontecimientos.

En esta misma linea seguiria Ernest Labrousse (1895­1988), disdpulo de Aulard y de Aftalion. De una familia deartesanos de tradicion republicana, Labrousse fue un hombrecomprometido politicamente: trabajo en la redaccion deI;Humanite, fue primero socialista y despues miembro del par­tido comunista, que abandono en 1925; reingreso en el parti­do socialista en 1938 y rnilito en el durante la resistencia.Leyo primero una tesis de historia econornica en la facultadde Derecho, Esquisse du mouvement des prix et des reoenus enFrance au XVIIIe siecle (1933), seguida, en 1944, por su obramas importante, presentada como tesis en la facultad de Le­tras, La crise de l' economic francaise II la fin de l'Ancien Regi­me et au debut de la Revolution. Con ella Labrousse no sola­mente iluminaba la genesis de la Revolucion, sino queproponia un metodo para pasar de los datos econ6micos deque teniamos evidencia cuantitativa serial-sobre todo los delos preeios y de la produccion- al analisis de las repercusio­nes que tenian las fluctuaciones econornicas, a traves de lasrentas y de los salarios, sobre las diversas clases de la socie-

dad.Una preocupacion parecida por establecer unos funda-

mentos que permitieran escribir una historia que ayudase aentender los problemas de los hombres de su tiempo inspirea los promotores de una nueva revista de historia. EI 15 deenero de 1929 comenzaba a publicarse en Paris Annalesd'bistoire economique et sociale, dirigida por Lucien Febvre(1878-1956) y Marc Bloch (1886-1944), dos profesores de laUniversidad de Estrasburgo, donde los dos se sentian comoexiliados, de modo que lucharon incansablemente para tras­ladarse a Paris. Los principios que exponian los dos directo­res de la revista iban en la linea de potenciar el campo de la

28 La hi,'o,;, ddo' homb",,,I'i,lo xx t -'- _Jean jaures (1859-1914), profesor de filosofia y buen conoce- ,dor del pensamiento aleman, que habfa llegado al socialismodesde el republicanismo burgues: un luchador por la paz,asesinado en 1914 por un fanatico de extrema derecha (queseria absuelto por los jueces franceses y que encontraria lamuerte en Ibiza durante la guerra civil espanola). J aures seenfrento a los presuntos herederos de Marx y combatio su 'economicismo primario. En 1894 pronunciaba en Parfs unaconferencia sobre «Idealismo y materialismo en la concep­cion de la historia» donde sostenfa que, si bien las fuerzaseconornicas son el motor del cambio historico, la direccion enque este se mueve viene determinada por la aspiracion per­durable del hombre a la justicia, que es 10 que explica que I

exista progreso en terminos que no pueden reducirse sola­mente al crecimiento economico. La respuesta «ortodoxa» aestas ideas la daria Paul Lafargue en una replica pronunciadaalrededor de enero del 1895, en la linea de un economicismoelemental: «Somos comunistas porque estamos convencidosde que las fuerzas economicas de la produccion capitalistallevan fatalmente a la sociedad hacia el comunismo», 10 que,paradojicamente, acababa conduciendole a posieiones tran­quilizadoramente reformistas, acordes con las que adoptariala socialdemocracia alemana a principios del siglo XX (si lasfuerzas de la historia iban a resolver fatalmente el problema,~para que preocuparse de hacer la revolucionr).

En el terreno de la practica historiografica el pensamien­to de J aures se manifiesta en su Historia socialista de la re- I

uolucion francesa (1901-1904), una obra excepcional, queanaliza el trasfondo economico de la revoluci6n y 10 rela­cion a con los enfrentamientos de dase con una finura queno se encontrara en muchos afios en la historiografia «mar­xista» ortodoxa. Como diria Labrousse: «]aures ha sido elprimer historiador social de la revolucion francesa a la rna- i

nera de nuestra epoca»,Socialista, como jaures, era Francois Simiand (1873­

1935), economista y sociologo que dedico una especial aten­cion a los problemas rnetodologicos, combatiendo la historia

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)0 La hi"o,i, d, 10' homb,.", ,I'iglo xx Ihistoria econ6mica y social, de abrirse a las otras ciencias so- ,ciales y.de romper los compartimentos especializados de los'historiadores que trabajaban en periodos 0 tematicas conere- ,tos. ,

De hecho Annales recogia ellegado de todo un conjunto,'de tendencias de las ciencias sociales francesas, como la geo-Igratia humana de Vidal de la Blache, la sociologia de Durk-(heim y, en el terreno especifico de la historia, el de Henri Ben r

(1863-1954), de su Revue de syntbese y de la colecci6n L:evo-[lution de l'bumanite, sin olvidar el del historiador belga Hen- fri Pirenne (1862-1935), de quien Febvre reseiiaba entusias-:mado Les villes du moyen a"ge, essai d'histoire economique et fsoaale (1927), que anticipaba las ideas que el propio Pirenne rformul6 en su ultima obra, publicada p6stumamente, Maho-,met et Charlemagne (1937). I

La influencia de la geografia sera muy importante en fFebvre, como 10 muestra el hecho de que dos de sus libros es- Iten dedicados a temas relacionados con ella -La terre et i'e- lvolution humaine y Le Rhin. Histoire, mytbes et realites-:-, y ,tambien en Bloch, pero de otra forma, ya que su estudio de ~

la historia rural francesa se ocupa mas de las relaciones entre tlos hombres que de las que se establecen entre estes y el me- rdio. La otra influencia decisiva en ambos historiadores seria tla de un Henri Berr a quien Febvre atribuia el merito de ha­ber sido quien «a partir de 1900 introduce en la ciudad deClio el caballo de Troya del cual todos hemos salido, his to­riadores innovadores de Francia e incluso de otros lados». ~

Tambien seria importante la sintonia de estos dos hombres rcon la evoluci6n mundial de las corrientes historiograficas, y ,muy en especial con el tipo de historia que se hada en Ale- rmania. i

Conviene combatir, en cambio, los mitos, alimentados 'por el propio Febvre, que pretenden presentarlos como per- ~sonas al margen del sistema establecido, que tuvieron que li- rbrar un combate heroico contra la ortodoxia dominante. rLejos de ello, los fundadores de la revista eran dos j6venes ~.profesores que habian heche, y seguirian haciendo, carrera f

La his/aria econ6mica y social 3 I

bajo la protecci6n de los grandes patrones que dominabanla enseiianza.

Los criterios metodo16gicos de Annates eran inicialmentebastante imprecisos. Los propios directores tenian discrepan­cias entre S1. Febvre se quejaba a Albert Thomas de que noera la clase de revista «viva» que el hubiera querido, y atri­billa, al menos en parte, la culpa a Bloch: «rni codirector esmuy historiador y muy erudite». A el le interesaba mas la his­toria cultural y religiosa que la de la econornia, que era el te­rreno que Bloch exploraba con mas seriedad. Inicialmente larevista no tuvo mucho exito, Habian conseguido de 300 a350 subscriptores, cuando necesitaban 800 para sobrevivir, 10que explica que su tirada, que habia comenzado siendo de2500 ejemplares en 1929, bajase hasta 1.000 en 1933.

Los dos directores triunfarian personalmente al conseguirsu traslado a Paris -Febvre al College de France y Bloch,como profesor de historia econ6mica, a la Sorbona- en unosafios en que publicaron sus grandes libros y establecieron sureputaci6n; perc la revista no tenia el empuje que habian es­perado. Febvre se quejaba a Bloch en 1938 de que era abu­rrida, que habra perdido influencia y que era de un «confer­mismo acadernico de centro-izquierda», mientras que Blochreivindicaba su seriedad. Durante dos afios, de 1939 a 1941,modificaria su nombre -Annates d'bistoire sociale-«, mien­tras las discrepancias entre los intereses intelectuales de susdos fundadores se hadan cada vez mas evidentes, hastaculminar en la reseiia de La societe feodale que Febvre publi­caria en 1941, que ha sido calificada como «de una perfidiadisimulada», donde reprochaba a Bloch su sociologismo abs­tracto -su preocupaci6n por analizar los grupos sociales- yel hecho que «el individuo haya estado ausente casi deltodo».

La crisis se produciria, sin embargo, por causas externas yde manera harto drarnatica, despues de la «extrafia derrota»de Francia por los alemanes, en 1940, cuando los dos direc­tores se hallaban separados -Bloch, victim a de la persecu­ci6n de los judios, sobrevivia dificilmente en la Francia no

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ocupada, donde escribi6 L'etrange dejaite-, mien"., FebVYelipermanecfa en Paris. Que en estas condiciones Febvre opta-]se por continuar publicando la revista bajo la ocupacion ale.~,mana, primero con el mismo nombre que lievaba desde 1939"pero figurando el como iinico director -el judio Bloch no~.habria sido aceptado por la censura-, y despues con el nomJbre de Melanges d'histoire sociale (1942-1944) y sin menci6nfde director, se comprende que provocara el rechazo y el ma-

ilestar de Bloch, al cual su cornpafiero criticaba esta actitud ~negativa como «una desercion» que daria una victoria mas allenemigo. Bloch acabo aceptandolo, e incluso publico en ellatcon el pseud6nimo de Fougeres, mientras, despues de haber!fracasado en sus intentos por trasladarse con su familia a lostEstados Unidos, escribia 10 que habria de convertirse en su1Apologie pour l'bistoire, a la vez que se unia a la resistencia. fComo consecuencia de esta actividad seria detenido, tortura-

ldo y asesinado por los alemanes en Lyon el 16 de junio del i1944. r

Lo que hemos explicado hasta ahora es, sin embargo, la I,«prehistoria» de Annales, su mito fundacional. Si Annales ~hubiera acabado su trayectoria en 1944 su lugar en este libra,no habria pasado de una breve y modesta referencia. La his- rtoria real de la escuela comienza en la posguerra con el as-lcenso personal de Febvre, convertido en un personaje clavede la cultura oficial, que interviene «en todos los comites y lasItcomisiones de la vida cientifica francesa», en la UNESCO,etc. En 1946 se reemprende la publicacion de la revista, conFebvre como unico director y rebautizada Annales. Eeono- I

mies, Societes, Civilisations, una denominacion que se man- ;tendra hasta 1993. El hecho mas irnportante para el futuro de rla escuela se produce en 1947, cuando Febvre y el cornite de idireccion al completo de Annales,se instalan en la VI seccion fde la Ecole Pratique des Hautes Etudes, creada con la ayuda !de la Fundacio1} Rockefeller (y transformada en 1975 en Eco- IIe des Hautes Etudes en Sciences Sociales), con la colabora­cion de Charles Moraze y de Fernand Braudel, que sirven depuente hacia las fundaciones norteamericanas que les pro-

La historia econ6mica y socia! 33

porcionan financiaci6n. Los hombres de Annales hallaranaqui su territorio natural de ensefianza y de proyeccion, En elcurso de 1948 dan clase en la Ecole Febvre, Moraze, La­brousse, Braudel, Leroi-Gourhan, Lefebvre, Levi-Strauss,etc. Con los afios se sumaran a elios Raymond Aron, Barthes,Bourdieu, Derrida, Le Goff, Le Roy Ladurie, Taton, PierreVilar, etc.

En estos afios la escuela de Annales define sus principiosa traves de la publicaci6n de los dos textos can6nicos que sonApologie pour l'bistoire ou metier d'bistorien, un manuscritoincompleto que Marc Bloch habia elaborado en los afios dela guerra y que aparecera en 1949 en una «edicion» prepara­da por Lucien Febvre -un texto mal comprendido entonces,ya que se 10 confunde con un manual de metodo-i-, y la com­pilacion de ensayos de Febvre que se publica en 1953 con eltitulo de Combats pour l'histoire. Dos textos que han cautiva­do a los lectores de mas de una generacion por sus meritos li­terarios -por frases como aquelia en que Bloch afirma que«el buen historiador se parece al ogro de la leyenda; alli don­de huele la carne humana sabe que es donde se encuentra supresa»-, 0 por la exaltacion lirica de algunos de los ensayosde los Combats de Febvre, como «Vivir la historia», una con­ferencia de 1941 en que hace la definicion mas cornpleta desus propuestas.

Unas propuestas que comienzan por la condena de la eru­dici6n esteril y de una historia estrictamente politica que es­tablece los «hechos historicos» valiendose de textos. Y quehacen, en contraposici6n a esta negacion, tres afirmaciones.La primera, una definicion de la historia como «el estudiocientificamente elaborado de las diversas actividades y las di­versas creaciones de los hombres de otros tiempos»: una vi­si6n t6pica que reserva la calificacion de «cientificos» paralos metodos de investigacion y la niega a sus resultados.

En segundo lugar, la descripcion del tipo de historia conel que se pretende reemplazar a la dedicada exclusivamente ala politica, que no es una historia economics y social -pesea que era en estos terrninos que se definia inicialmente la re-

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vista-, porque la economia no merece una posicion de pri­vilegio y «social» no quiere decir nada, sino que debia ser untipo de historia que relacionase todos los diversos aspectos dela vida del hombre, sin ninguna jerarquizacion, basandose enuna imagen del caracter total del hombre que tiene bastanteque ver con la «filosofia de la vida» alemana, y que Febvrequiere justificar con una explicacion nebulosa que habla de lahistoria como de «la armenia que, perpetua y espontanea­mente, se establece en todas las epocas entre las divers as ysincronicas condiciones de existencia de los hombres: condi­ciones morales, condiciones tecnicas, condiciones espiritua­les». Es decir, una licencia para mezclarlo todo alegremente,sin reglas ni prioridades.

Finalmente, y en el nivel mas bajo, la afirrnacion de la ne­cesidad de relacionar la historia con las ciencias sociales cer­canas y de modernizar sus metodos de trabajo, rompiendo lalimitacion que implicaba la dedicacion exclusiva al documen­to escrito. Un planteamiento en que no habia nada nuevo,pero que en el caso de Febvre servia para proponer la substi­tucion de la teoria por los metodos concretos y puntuales, to­mando los elementos de interpretacion teorica que fuerannecesarios de las disciplinas sociales cercanas. Todo ello ex­presado con una retorica sugestiva, pero con unas caracteris­ticas globales de anti-metodo que no habrian llevado ala es­cuela muy lejos, tal vez a su disolucion en literatura esti­mulante, si no hubiera sido por las aportaciones de Labroussey de Braudel, que le devolvieron el contenido de «historiaeconornica y social» que habia querido darle Marc Bloch.

La canonizacion de la persona y de la retorica de Braudelha llevado a que se olvide 10 que ha significado la aportacionde Ernest Labrousse, que afiadio al bagaje de Annales la he­rencia de Simiand, el rigor del trabajo en el terreno de la his­toria economics (que Bloch no habia acabado de dominar yque a Febvre ni siquiera le interesaba) a la vez que algunoselementos de la tradicion marxista. Esta aportacion seconcretaria en una de las obras mas serias que la escuela haproducido en estos afios, la Histoire economique et sociale de

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la France, con un texto introductorio en que Labrousse dice,contradiciendo especificamente al Febvre de 1941, «est a his­toria economica y social situa con pleno derecho el acento enla economia, que es la que 10 pone todo en movimiento».

La toma del poder universitario despues de 1945 por par­te de Febvre y de su equipo fue una condicion necesaria paraexplicar el ascenso de Annales en Francia; pero si la escuelahubiera permanecido en el marco de indefinicion en que lahabia dejado Febvre, su expansion universal habria sido im­posible. Es evidente que esta debe asociarse sobre todo a lapersona y la obra de Fernand Braude! (1902-1985).

Braudel, que ensefio en Argelia durante unos anos y mar­cho despues al Brasil, en 1935, con Levy-Strauss y Monbeig,para ayudar a poner en funcionamiento la facultad de Letrasde la Universidad de Sao Paulo, fue, segun su esposa, un hom­bre sin maestros, que trabajo aisladamente hasta que conocioa Febvre, en un momenta en que su tesis ya estaba muy avan­zada. Su estudio sobre el Mediterraneo en la epoca de FelipeII 10 habia comenzado en 1923 como un trabajo de historiapolitica tradicional, elaborado esencialmente con los fondosdocumentales de Simancas y de los archivos italianos, pero sefue transformando a medida que el propio Braudel se abria alas preocupaciones de la historia economica. Fue de vueltadel Brasil, hacia noviembre de 1937, cuando conocio a Febvreen el barco que 10 llevaba a Europa y establecio con el unafirme amistad. Hacia 1939, nos dice el mismo, la tesis «esta­ba fijada en sus lineas generales». La redacto de hecho en loscinco afios (1940-1945) que paso en un campo de prisionerosaleman, valiendose de su extraordinaria memoria, y fue en­tonces, hacia abril del 1944, cuando planteo por vez primerala formula que articularia su libro: «una historia inrnovil delmarco geografico; una historia profunda de los movimientosde conjunto; una historia de los acontecimientos».

La Mediterranee et le monde mediterraneen a l'epoque dePhilippe II se leyo como tesis en 1947 y se publico, en unaprimera version, en 1949 (en una segunda, corregida y au­mentada, en 1966). Braudel explicaba en el prologo los prin-

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1944 en una carta a su esposa: «La pnmera [parte] trata de ~' _una historia casi inm6vil, la historia del hombre en sus rela- ~'ciones con el medio que le rodea (... ). Por encima de esta his- itoria inm6vil se alza una historia de ritmo lento C..) que no- tsotros llamariamos de buena gana, si esta expresi6n no thubiese sido desviada de su verdadero sentido, una historia rsocial, la historia de los grupos y las agrupaciones C..). Final- .mente, la tercera parte, la de la historia tradicional 0, si que­remos, la de la historia cortada, no a la medida del hombre, I

sino a la medida del individuo, la historia de los aconteci. 'mientos C..). Hemos llegado asi a una descomposici6n de lahistoria por pisos. 0, si se quiere, a la distinci6n, dentro deltiernpo de la historia, de un tiempo geografico, de un tiemposocial y de un tiempo individual». He aqui, por fin, la formu-la magica que unia a Vidal de la Blache con Durkheim e in­cluso con Seignobos: la formula que permitia poner orden enlas propuestas de Febvre.

Las tres piezas que integraban el edificio estaban bien tra­bajadas en La Mediterranee. La primera nos daba una visi6nde conjunto del Mediterraneo llena de sugerencias atractivas.La segunda, «Destinos colectivos y movimientos de conjun.to», estudiaba la economia -primando tal vez en exceso losintercambios en un mundo que era esencialmente agrario-,los estados, las sociedades (un as extrafias sociedades dondesolo hay nobles, burgueses y bandidos), las «civilizaciones» ylas formas de la guerra, con una recepirulacio» final que in­tentaba ligar todos esos componentes en terrninos de ritmosy coyunturas. La tercera, «Los acontecimientos, la politica ylos hombres», respondia a 10 que habria sido una tesis de his­toria politics tradicional. Era esta una formula atractiva, quele permitia a Braudel depositar los diversos materiales en unesquema ordenado, pero 10 que siempre se ha discutido esque La Mediterranee haya conseguido fundir estos elementosen una explicaci6n global. Sus criticos sostienen que no hayningiin hilo conductor que vaya desde el espacio y el clima a

Ls acontecimientos politicos «cotidianos», y acusan a Brau-

La his/aria economica y social 37

del de haberse limitado a amontonar ordenadamente sus ma­teriales.

Braudel desarrollara posteriormente su f6rmula metodo­Iogica.To que Alain Guerreau ha llamado su «motor de trestiempos», en algunos de los Ecrits sur l'histoire. Los viejoshistoriadores, nos dice, solo sabian ver el tiempo corto, el rit­mo breve de la historia de los acontecimientos. Es necesario,en cambio, analizar las realidades sociales, «todas las formasamplias de la vida colectiva, las economias, las instituciones,las arquitecturas sociales, las propias civilizaciones, en espe­cial estas». El problema es que todas estas realidades tienenritmos diversos: hay un os ciclos econ6micos, una coyunturasocial y «una historia particularmente lenta de las civilizacio­nes». Por debajo, «mas lenta todavia que la historia de las ci­vilizaciones, casi inmovil, una historia de los hombres en re­lacion con la tierra que los sostiene y nutre».

La muerte de Lucien Febvre en 195611evo a Braude! a di­rigir, no solamente la revista --«Les Annales continuent»,dira al comienzo del primer numero de 1957, asumiendopersonalmente la responsabilidad-, sino el ambicioso pro­grama de expansion academica que se habia creado en tornoa esta, Habra nombres nuevos que dominen sus paginas enestos afios -Franc;ois Crouzet, Pierre Chaunu, Ruggiero Ro­mano, Georges Duby, etc. Son tarnbien estos los momentosen que Annales comienza a ser leida fuera del ambito francesy en que los postulados de la escuela se reciben en los Esta­dos Unidos como una refrescante alternativa a los riesgos delmarxismo: Annales es radical en el estilo, pero acadernica enla forma y conservadora desde un punto de vista politico;toea las cuestiones de historia economica y social sin riesgosde contagio marxista, y cuenta como garantia con un equipode ex comunistas reconvertidos como Emmanuel Le Roy La­durie -hijo de un ministro de Petain que paso personal­mente por una etapa de ferviente estalinismo antes de ver laluz de la verdad- 0 Francois Furet. .

Son los afios de un apogeo que en 1968 se vera potencia­do por la crisis de la universidad, perc que sera al mismo

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tiempo, paradojicamente, el final de la etapa de Braudel, ytambien de la vida de Annales como representante de la his­toria economics y social. En el numero de mayo-junio de1969 Braudel anuncia que «Annales cambia de piel» y queahora sera revitalizada por j6venes directores. Lo que ha pa­sado en realidad ha sido un golpe de estado, el «de los anti­guos comunistas convertidos en anticomunistas», dira MarcFerro, que han procedido a defenestrar al viejo maestro. Algoque es facil de comprobar, ya que, aunque su nombre se man­tenga como miembro de un te6rico «comite de redacci6n»,Braudel no volvera a publicar en la revista. Los hombres queahora redactan los articulos doctrinales, que aparecen a me­nudo como presentaciones de mimeros rnonograficos -algoa 10 que se oponian tanto Fevbre como Braudel, que jamaslos toleraron en su revista-, son Andre Burguiere, FrancoisFuret, Le Roy Ladurie, Jacques Revel, etc.

La defenestracion de Braudel no se produjo a conse­euencia de diferencias' politicas, sino del rechazo a sus me­todos. Braudel queria mantener el rigor de su programa glo­balizador y esto le habia lievado a criticar duramente lostrabajos de investigaci6n de Le Roy Ladurie 0 de Furet.Mas adelante, fuera ya de la revista, criticaria con mas du­reza aun la frivolidad y el culto de la moda de sus suceso­res, que Ie corresponderian olvidandose de el en los muchosafios que Ie quedaban de vida. En ocasion de la muerte deBraudel, Annales se limite a una necrologfa -en que se re­conocian las discrepancias y se afirmaba que sus crfticaseran injustas- y a un supuesto numero de homenaje dondepracticamente no se hablaba del viejo maestro. Serfa nece­sario que pasasen unos afios para que hubiese una recupe­racion post mortem de Braudel por sus mismos defenestra­dores, que harian ahora su hagiograffa, euando ya no hablande temer su respuesta.

sera en estos afios «post annalisticos» euando Braudel rea­lice su segunda obra magna, donde adopta tam bien una es­tructura trinitaria, como en la Miditerranee, perc que esta vezno tiene nada que ver con los ritmos del tiernpo, 10 cual

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muestra que se trata ante to do de un artificio constructivo deestilo, teorizado a posteriori.

Civilizaci6n material economic y capitalismo, siglos XV­XVIII, aparecido en 1979, no es propiamente una obra deinvestigacion, sino una suma de lecturas con las cuales seconstruye un edificio de elucubraci6n te6rica, que repite elesquema trinitario, pero donde los pisos corresponden aho­ra a formas distintas de actividad economics. En el escal6ninferior esta la «civilizaci6n material» 0 «vida material», queescapa al mercado: una «infraeconomla (... ) de la autosu­ficiencia, del intercambio de los productos y los servicios enun radio muy corto». En el segundo plano, el de la econo­rnia propiamente dicha, esta toda la actividad ligada al in­tercambio mercantil que respeta las reglas de la competen­cia perfecta, de la transparencia y la regularidad. Por encimahay un tercer piso, una zona oscura donde actua el juego delas «jerarquias socialmente activas», del monopolio y delprivilegio, que falsean el intercambio igual y operan «en cir­cuitos y calculos que ignoran los hombres comunes». Estees, para Braudel, el capitalismo verdadero, que se puederastrear en la historia desde la antigiiedad, que pasa por loscomerciantes de Genova del siglo XVI y los de Amsterdamdel siglo XVIII y conduce en linea directa hasta las multina­cionales del siglo xx.

La naturaleza artificiosa de este esquema la revela el he­cho de que en una primera version de esta misma obra, Civi­lisation materielle et capitalisme, XVe-XVIIIe siecle, de la cualsolo se public6 el primer volumen, apareciera el mismo textoque formada el primer volumen de la edicion definitiva de1979, pero con un titulo binario que respondia a una teoriza­cion diferente y con una introduccion «teorica» donde el ni­vel mas bajo se describia como «una "vida material" hecha derutin as, de herencias, de conquistas muy antiguas. La vidaagricola, por ejemplo, ampliamente prioritaria a traves delmundo entero antes del siglo XVIII, e incluso mas alia». En1979 Braudel se limitada a cambiar el titulo y las paginas ini­dales de teorizaci6n de este primer volumen, que ahora to-

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investigar la historia del capitalismo, 0 para entenderlo comosistema, 10 revela la escasa influencia ejercida por este libro.

Todo esto, sin embargo, forma parte de la historia perso­nal de Braude! y no ya de la de Annales. La revista de Febvrey Bloch, de Braudel y Labrousse, se habia acabado en 1968 y,a partir de esta fecha, habia comenzado una segunda etapaque duraria hasta los afios ochenta: la del crecimiento, apo­geo y decadencia de la llamada «nouvelle histoire», que ha­bria de contraponerse, Iogicamente, a la vieja que se en terra­ba con Brandel. De ella hablaremos mas adelante.

En los Estados Unidos, donde, como en otros lados, el vie­jo consenso establecido antes de la guerra se vino abajo des­pues de 1918, apareci6 en estos momentos la que seria una desus aportaciones historiograficas mas originales, con la obra delos llamados «new historians» 0 «historiadores progresistas»,que no tenian mas antecedente valido que la obra de Turner.La ruptura con el mito del objetivismo la protagonizarian CarlBecker (1873-1945) y Charles A. Beard (1874-1948), influidospor el economicismo elemental de Edwin R. A. Seligman, quesostenia que «el factor econ6mico ha sido de la mayor impor­tancia en la historia» y, mas adelante, por la «sociologia del co­nocimiento» de Karl Mannheim con su tesis de la «deterrnina­ci6n social del conocimiento». Beard, miembro de una rica einfluyente familia de Indiana -10 que le permiti6 conocer eltrasfondo de la politica en su propia casa-, public6 en 1913una obra provocadora, Una interpretacion economica de laconstitucion de los Estados Unidos, donde, leyendo los escritosde los «padres fundadores», ponia al descubierto la importan­cia que estos daban a los problemas de intereses y mostrabaque pensaban en la constituci6n como en un documento eco­n6mico que garantizase, como habia escrito Madison, la pro­tecci6n de «la diversidad en las facuItades de los hombres dela cual proceden los derechos de propiedad». EI movimientoen favor de la constituci6n habria sido promovido por miem­bros de las clases elevadas que habian visto sus intereses afec­tados desfavorablemente por la forma en que se habia llegadoala independeneia y que veian este texto, que no habia sido ni

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rmaria una estructura mas decididamente ternaria. Pero aun- [que mantenia el texto dedicado a estudiar la vida material If­--en la nueva edici6n lleva el titulo de Las estructuras de 10 .cotidiano---, habia cambiado el concepto de 10 que queria re­presernar con este terrnino, definido ahora como «la activi- I,dad elemental de base que se halla por doquier y que es de 'un volumen sencillamente fantastico ... Esta infraeconomia, f­esta otra mitad informal de la actividad econornica: la de la .autosuficiencia, del intercambio de productos y servicios enun radio muy corto». Sucede que Braudel ha descubierto la«econornfa sumergida» -en Prato, donde hacian reunionesde estudio los «braudelianos», era inevitable tal descubri­miento, ya que era uno de los centros de la economia sumer­gida en Italia- y ahora aplica el concepto, modernizado, al«intercambio apenas disimuIado, a los servicios cambiadosdirectamente, al llamado «trabajo negro», adernas de a las nu­merosas formas de! trabajo dornestico y del "bricolage"».

En las conversaciones de Chateauvallon, celebradas pocoantes de morir (el28 de noviembre de 1985), Braude! -queen estos ultimos afios trabajaba en el proyecto inacabado deuna historia de Francia diferente, vista en la larga duracion,de Ia que s610 escribi6 10 que se ha publicado p6stumamentecomo L:identite de fa France (1986)- retomara el tema de «ladivisi6n de la vida material en tres pisos», de una manera quemostraba claramente su caracter impreciso, al decir: «Para rniel mercado es el ecuador; al sur del ecuador esta el hemisfe­rio sur, es decir, el intercambio y el trueque; y es por encimadel ecuador, en el hemisferio norte, donde se halla el capita­lismo. EI hemisferio sur, es decir, el piso del trueque, es 10quese denomina en Italia l' economia sommersa; si esta realidadno es exacta, la construcci6n que he presentado se hunde porsi sola». Mostrara, de paso, su menosprecio por la teoria eco­n6mica: «No digo que no haya lefdo a los grandes econornis­tas, pero no siempre los tomo muy en serio (. .. ) Un historia­dor (... ) no se deja llevar por las teorias de los economistas,ni tan s610 por las viejas historias sobre la oferta y la deman­da». Que el esquema braudeliano fuera de poea utiIidad para

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elaborado ni votado por la mayo ria, como una garantia de de­fensa de la propiedad privada contra el posible asalto de lasmayorias populares. Becker, autor de un estudio sobre lasideas de los ilustrados -The heavenly city of the eighteenthcentury philosophers (1932)-, influyo sobre todo con su dis­curso presidencial de 1931 en la American Historical Associa­tion «Cada uno su propio historiador» (<<Everyman his ownhistorian»), donde sostenia los principios de un relativismoque abandono en los ultimos afios de su vida. El discurso deBecker vendria seguido por el no menos influyente de Beard,«Actos de fe», donde se atacaba directamente «el noble suefiode la objetividad». La guerra fria acabo, sin embargo, con laaventura de los historiadores progresistas.

En los Estados Unidos, adernas, a diferencia de 10 que pa­saba en Francia 0 Gran Bretafia, la historia economica estabaen manos de profesionales salidos de las facultades de econo­rnia, con menos preocupaciones de caracter «social» que suscolegas del otro lado del Atlantico, que se habian formado es­pedficamente como historiadores.

La obra de Simon Kuznets, por un lado, con el analisis delos «long swings» u ondas largas y la conciencia de que losfactores extraeconomicos son necesarios para entender elproceso de crecimiento, y los estudios sobre el ciclo, por otro,mantuvieron vivo el interes por la dimension temporal entrelos economistas durante los afios treinta, Este interes se verfareforzado, y enriquecido, despues de la segunda guerra rnun­dial, con la preocupacion creciente por los problemas del de­sarrollo, que dieron lugar a la aparicion de todo un campo deteo ria del desarrollo econornico, dentro del cual se podianencontrar trabajos donde economia e historia resultabanefectivarnente asociados, como los del sueco Gunnar Myrdal,que en el prefacio de Asian drama dedaraba que su trayecto­ria personal 10 habia llevado de una preocupacion exdusivapor la teoria economica a la conviccion de que los problemaseconornicos han de estudiarse «en su contexto demografico,social y politico».

AI margen de esta corriente, y con una influencia que se

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limitaria de hecho al campo de la antropologia, encontramosla obra de Karl Polanyi (1886-1964), un hungaro que ensefioen Gran Bretafia y en los Estados Unidos, donde en 1957 pu­blicaba el volumen colectivo Comercio y mercado en los im­perios antiguos, en que sostenia que las reglas del mercadosolo eran validas para el capitalismo y que en las sociedadesanteriores la econornia estaba inmersa en otras relaciones so­ciales y funcionaba con los mecanismos de la reciprocidad yla redistribucion. Polanyi partia de esta vision para sosteneren el presente la posibilidad de asociar la planificacion eco­nomica socialista con la libertad individual, pero el clima dela guerra fria no era favorable a esta suerte de planteamien­tos. Barrington Moore jr.lo acuso de utopismo libertario, ob­jetando que «hasta hoy en la historia humana unas formas deautoridad han sucedido simplemente a otras», y esto oblige aMarshall Sahlins, uno de los discipulos de Polanyi, a refer­mular sus ideas en terminos aptos para la epoca y asequiblesal gran publico con expresiones como «la sociedad opulentaprimitiva», ademas de afiadirle elementos extraidos del anali­sis de las econornias campesinas de Chaianov, para construirun «modo de produccion domestico», 0 proponer el estudiode la «sociologia del intercambio primitivo», recuperando to­dos los topicos del formalismo, mientras que Marvin Harriscombinaba Polanyi con Wittfogel para sostener que la luchade dases «es un lujo de las sociedades abiertas»,

En los medios acadernicos norteamericanos dominabanentonces visiones simplistas del crecimiento economico queotorgaban un papel fundamental a la tecnologia. Unas visionessocialmente inocuas, politicamente neutras y que resultabanadem as esperanzadoras: si el progreso economico dependfa dela tccnologia, se podia pensar que seria permanente, ya que lacapacidad del hombre para el progreso tecnico parece ilimita­da. El auge de este optimismo se produjo al final de la segun­da guerra mundial, cuando todos los profetas anunciaban quecon la energia barata que proporcionaria el atomo y con la au­tomatizacion industrial tendriarnos un mundo en que la pros­peridad general se conseguiria con jornadas mas cortas, que

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y John R. Meyer, «Teoria econ6mica, inferencia estadistica ehistoria economica», donde atacaban la separaci6n de la teo­ria y de la historia economica, sefialando que tambien el histo­riador se ocupa de buscar nexos causales usando reglas cienti­ficas similares a las de otras disciplinas. Entre los extremos deuna explicacion determinista, inalcanzable en el campo de lahistoria, y de la renuncia a toda explicaci6n se podia hallar lavia media de una explicacion estocastica, expresada en unaecuacion lineal que, ademas de las variables y parametrosusuales, llevase una variable aleatoria que representaria el pa­pel de las causas fortuitas y unicas que los observadores su­perficiales pensaban que eran la esencia del [enomeno histori­co, cuando no eran mas que el residuo.

La primera investigacion hecha de acuerdo con este me­todo fue la de estos mismos autores sobre la econornia de laesc1avitud en el sur de los Estados Unidos. Querfan poner aprueba el topico que sostenia que la agricultura esclavista noera rentable, que se mantenia tan solo por razones ideologi­cas, y que habria desaparecido espontaneamente con el tiern­po, sin necesidad de llegar a la guerra civil. Para verificarloestablecieron unas funciones de produccion que, utilizandocon ingenio y prudencia el material cuantitativo disponible,les permitieron mostrar que la plantacion esdavista era ren­table, pero que el mantenimiento de sus beneficios exigia suexpansion hacia el suroeste, 10 cual explica el enfrentamientoque hizo inevitables la secesi6n y la guerra civil.

No tardaria en aparecer un segundo y mas espectacularestudio historico-econometrico, debido a quien habria deconvertirse en uno de los maximos teorizadores de Ia escue­la, Robert W. Fogel. En Los [errocarriles y el crecimiento eco­nomico norteamericano Fogel quiso poner a prueba la hipote­sis de que el ferrocarril habra sido un elemento indispensableen el desarrollo de la economia norteamericana, recurriendoa una prueba contrafactual. Construyo un modelo hipoteticode 10 que habrfa sido la economia nortearnericana a finalesdel siglo XIX sin ferrocarriles, usando otras formas de trans­porte altemativas, y calcul6 la diferencia entre el coste que la

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harlan que el unico problema del hombre en el afio 2000 fue- \se el de hallar ocupacion para su ocio. La tecnologia se podia, Iadernas, aplicar al conjunto del mundo a fin de sacar los paises fatrasados de su pobreza y llevarlos a la plenitud del «desarro- ,llo», como se afirmaba en el «punto cuarto» del discurso de launion del presidente Truman de 20 de enero de 1949, cuandoasumio su «segunda» presidencia. .

Esto estimulo una serie de visiones del proceso de creci­miento econornico organizadas sobre la base del estudio de larevolucion industrial britanica, el primer ejemplo de creei­miento economico rnoderno, que trataban de establecer cua­les eran los factores que habian hecho posible su desarrollo,y que no se habian dado, en cambio, en otros paises. La pri­mera forrnulacion global de este tipo la planted en 1960 WaltW. Rostow en Las etapas del crecimiento economico, un librodestinado a convertirse en el fundamento teorico de la politi­ca de «Alianza para el progreso» del presidente Kennedy, queconvertia una vision esquernatica de la industrializacion bri­tanica en un programa de politica econornica para los paisessubdesarrollados. El proceso de crecimiento pasaba, segunRostow, por cinco etapas, la principal de las cuales era el«take-off» 0 despegue, el impulso inicial que permitia pasaral «crecimiento autosostenido», y las condiciones esencialespara conseguirlo eran poca cosa mas que el aumento de la in­version y la existencia de un marco politico «liberal».

La imbricacion de teoria econornica y de historia se darlatambien en la obra del economista norteamericano de origenruso Alexander Gerschenkron, que presento una teoria «gra­duada» del desarrollo industrial, mas matizada que la de Ros­tow, aunque situada dentro del mismo contexte ideologico,Gerschenkron escribio, ademas, textos harto interesantes so­bre problemas metodologicos y filosoficos de la historia, que,a traves del «Workshop of history» de su catedra de econo­mia en Harvard, influyeron muy directarnente en el naci­miento de la «new economic history».

La primera exposicion de los metodos de la «nueva his to­ria economics» es de 1957, en el trabajo de Alfred H. Conrad

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sociedad pag6 por el transporte de mercancias en un afiodado, contando con el ferrocarril, y 10 que habrfa habido depagar usando los medios alternativos. La diferencia seria el«ahorro social» atribuible al ferrocarril, que Fogel estim6 queen el afio 1890 habria representado un 4,7 por 100 del PNB,cosa que habrfa venido a significar el retraso de un afio en elcrecimiento econ6mico norteamericano; nada que pudieraconsiderarse decisivo. La busqueda de Fogel, que habia exi­gido calculos muy complejos y una considerable irnaginaci6npara construir el modelo contrafactual -tuvo que establecerhipoteticamente los canales que deberfan haberse construidode no haber existido el ferrocarril, calcular las perdidas porlas tierras que no se habrian cultivado en estas circunstancias,sumar los costos adicionales de almacenaje necesarios, ya quemuchos canales se hielan en invierno, etc.-, daba resultadosmuy discutibles, pero habrfa de ejercer una explicable fasci­naci6n por su mismo atrevimiento innovador.

Fogel enunciaba, al mismo tiempo, los principios metodo­logicos que habian de caracterizar a la nueva escuela, cuyosrasgos esenciales eran «su enfasis en la medici6n, y el recono­cimiento de la intima relaci6n que existe entre medici6n y teo­ria». La medici6n exige el uso de metodos matematicos y laasociaci6n de esta con la teorfa lieva al empleo de modelos eco­nometricos, de manera que una de las definiciones que dabade su metodologfa se fundamentaba en el uso de «modelos ex­plicitos hipotetico-deductivos», 10 que quiere decir: de unconjunto de hip6tesis que se exponen previamente con clari­dad y que se traducen en unas ecuaciones a las cuales se asig­nan valores numericos, de forma que se pueda liegar a hacerdeducciones a partir de elias. Los cli6metras sostenian que loshistoriadores siempre habfan usado modelos -porque siem­pre hay una teorfa escondida tras un intento de explicaci6n-,pero que sus modelos eran implicitos y estaban mal especifi­cades, 10 que hacia irnposible verificarlos. En la historia eco­nometrica, por el contrario, los modelos no son simples recur­sos expositivos, sino que estan formulados con rigor a fin deque se pueda hacer deducciones a partir de elios.

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Desde 1966 los trabajos de historia econometrica -0

«cliometria», como se la llamarfa muy pronto-- comenzarona proliferar, sobre todo en los Estados Unidos, donde elJour­nal of Economic History se convirti6 en una especie de 6rga­no oficioso de la escuela, mientras los cultivadores de unahistoria ccon6mica menos formalizada, pero mas capaz deplantearse los grandes problemas del crecimiento econ6mico,seguian dominando en las paginas de otras revistas, como labritanica Economic History Review. La progresiva especiali­zaci6n de los cli6metras, y la naturaleza limitada de los pro­blemas que se planteaban, los fueron alejando del resto de loshistoriadores, y aun mas de un publico que encontraba difi­ciles y poco estimulantes sus trabajos.

La necesidad de pasar de los problemas concretos que po­dian resolverse con el material numerico disponible a lasgrandes cuestiones hist6ricas para las que faltaba una eviden­cia cuantitativa suficiente estimulo la aparici6n de una llama­da «novfsirna historia econ6mica» -ligada a la «economiainstitucional»-- que no se preocupaba tanto de la econome­tria como de establecer razonamientos deductivos a partir delestudio de las instituciones, los costes de transacci6n (los cos­tes de especificar y de hacer cumplir los contratos) y los de­rechos de propiedad, y que tendria su maximo exponente enDouglas C. North y en libros como El nacimiento del mundooccidental, de North y Thomas. North considera que un ele­mento esencial de los sistemas politico-economicos son las«creencias» que sus miembros sostienen. «Las creencias do­minantes, esto es, las de los emprendedores politicos y eco­n6micos que estan en situaci6n de hacer politicas, conducena 10 largo del tiempo a la formaci6n de una estructura elabo­rada de instituciones, tanto con reglas formales como cannormas informales, que determinan conjuntamente los resul­tados politicos y econ6micos.»

Los cliometras, que definian su disciplina como «una for­ma de teorfa neoclasica aplicada», adoptaron el cuerpo te6ri­co de esta como base esencial de su trabajo y generalizaron eluso de metodos econometricos, 10 que les permiti6 perrnane-

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cer en los departamemos de Economia, de donde ya habiansido expulsados los cultivadores de la historia del pensa­miento econornico. EI resultado serfa que los economistasaceptasen la historia econorniea como «una parte integral dela disciplina». A cambio, esta claro, de que esta renunciase asu identidad y de que sus cultivadores se convirtieran en sim­ples ilustradores de una reoria que otros elaboraban, 10 queha acabado rcduciendolos a miembros marginales y prescin­dibles de estos departamemos.

La escasa entidad de la aportacion que han realizado alcampo de la teoria econornica se advierte en la limitacion te­matica de su terreno de trabajo -que da vueltas una y otravez a los mismos temas: el ahorro social producido por unainnovacion tecnologica, los problemas de la plantacior, escla­vista, etc.-, y en 10 poco que han ayudado a resolver el pro­blema de integrar en el analisis econornico la consideracionde la politica, que es demasiado compleja para reducirla a loscostes de transaccion y a los derechos de propiedad, que es a10 que acostumbra a limitarse una historia econornica institu­cional neoclasica, incapaz de entender que «toda actividadeconomics esta inmersa en una red de instituciones sociales,costumbres, creencias y actitudes», que de aqui se derivandiferencias entre situaciones diversas en un momento dado-ya que los hombres viven en sociedades diferentes y ac­tuan en cada una de elias de acuerdo con escalas de valores,habitos y codigos que resultan tan reales para ellos como lascondiciones ffsicas- y que la influencia de estos facto respuede ser decisiva a largo plazo.

Los propios economistas han denunciado la insuficienciade la aportacion de los cliometras. Si Snooks les reprocha quehayan «cedido a la tentacion de explicar a los economistas 10que querfan oir -una historia sobre la simplicidad causal delproceso de cambio-, en lugar de explicarles 10 que necesita­ban oir, que es la que habla de la complejidad y sutileza delmundo real», Solow, que habia escrito en 1986 que los histo­riadores de la economia no le estaban ofreciendo al teoricomas que el mismo rnejunje rutinario que este ya produda

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(<«por que habria de creer, aplicado a datos insuficientes delsiglo xvm-deda-, 10 que no me mueve a conviccion cuan­do se elabora con los datos mas ricos del siglo xx?»), repetia

. en 1997 sus quejas por la falta de creatividad de estos: «ten­go la decepcionante impresion de que se limitan demasiado aaceptar los modelos disefiados por los economistas de finalesdel siglo xx para aplicarlos sin ninguna critica a los datos deotros lug ares y otros tiempos».

La situacion actual de esta version de la historia economi­ca no es demasiado optirnista. Esta desapareciendo de las ins­tituciones universitarias en varios paises y el panorama inte­lectual que ofrecen sus reuniones es poco estimulante: a eliasse presentan habitualmente comunicaciones que no planteanningun problema de rnetodo, sino que responden uniforme­mente al modelo de «razonamiento hipotetico-deductivo, uti­lizando teoria neoclasica ortodoxa (. .. ) para llegar a conclu­siones sobre la validez estadistica de con juntos de datos».

AI cabo de mas de veinticinco afios de «new economichistory» -que comienza ya, por 10 tanto, a no ser tan nue­va- las promesas iniciales de los estudios de Conrad y Me­yer, 0 de Fogel, no se han cumplido. Muchos de los trabajosposteriores no han sido otra cosa que elaboraciones cuantita­tivas sobre viejos datos, «una historia de despacho» que uti­liza datos de segunda mana sin plantearse demasiados pro­blemas sobre su significado real. Si a esto Ie afiadimos elriesgo de operar con elIos a medio y largo plazo, sin tomaradecuadamente en cuenta los cambios que se producen -01­vidando que «la validez de un modelo economico puede de­pender del contexto socials-s-, se encuentran en la situaciondescrita por Solow en que «un poco de habilidad y de per­sistencia pueden lIevarlo a uno al resultado que desee».

Prisioneros de estasabstracciones, el refinamiento de losinstrumentos econornetricos los lleva, paradojicamente, a unasimplificacion cada vez mayor, 10 que no solamente perpetuasu exilio de la vida real, sino que les impide seguir a los eco­nomistas cuando estes se apartan de la vieja teoria para ex­plorar nuevos caminos. Lo que los cliometras han creado es

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un juego de herramientas muy util y una conciencia de la ne­cesidad de especificar las presuposiciones en que se basa lainvestigaci6n. Seria insensato prescindir de estos logros, perces necesario entender que no bastan para integrar un sistemaglobal de trabajo.

Este, sin embargo, no ha sido el unico camino de desarro­llo que ha seguido la historia econ6mica. Los aDOS sesentavieron en Gran Bretafia una linea de evoluci6n que mantenfabuena parte de los valores de la vieja historia econ6mica y so­cial, rechazando las simplificaciones de la cliometria, Los in­vestigadores que se habian implicado en el estudio de la apa­rici6n del crecimiento econ6mico rnoderno, por ejernplo,hacian un uso consciente de la teoria econ6mica, perc no selimitaban a las respuestas de alcance limitado que podia pro­porcionarles este instrumental analitico, porque, por una par­te, los problemas que tenian que resolver eran demasiadocomplejos para plantearlos en un juego de contrafactuales enel que hubiera sido necesario poder medir todas las variables,perc tambien, par otra, porque era imposible entenderlos sise prescindia del contexto politico, social y cultural.

El escepticismo sobre la validez universal del modelo deRostow, que ya habia llevado a las rnatizaciones de Gers­chenkron, se reforz6 cuando se comprob6 que el desarrolloecon6mico no se estaba produciendo de la manera lineal quese habia supuesto. El error que implicaba la idea misma de un«crecirniento autosostenido» se puso en evidencia cuando secomprob6 que la Gran Bretafia de posguerra estaba deca­yendo (su participaci6n en el comercio mundial de manufac­turas habia pasado de ser de un 43 por 100 del total hacia1880 a s610 un 9,1 por 100 en 1973) y comenzaba un proce­so de desindustrializaci6n, 10 que queria decir que la recetade su crecimiento no era de duraci6n indefinida.

Se comenz6, en consecuencia, a revisar el modelo tradi­cional que explicaba la «revoluci6n industrial» britanica y losdatos cuantitativos en que se basaba, y se descubri6 que enlos afios en que se suponia que se habia producido el salto ha­cia adelante, el «take-off», no se habian experimentado las ta-

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sas espectaculares de crecimiento que pensaba Rostow. Craftsy Harley afirmaban que el crecimiento britanico en los aDOSque iban de 1780 a 1831 habia sido mucho mas lento de 10que se pensaba, que los adelantos tecnologicos en e1 algodony la siderurgia no influyeron decisivamente en el conjunto dela industria y que las exportaciones no significaron una apor­tacion decisiva en el aumento del producto nacional.

El abandono de la vieja ortodoxia en 10 que se refiere a losritrnos y a las etapas resultaba evidente ya en 1984, cuandoWilliamson publicaba un articulo titulado provocativamente«~Por que fue tan lento e1 crecimiento britanico durante larevoluci6n industrial?», donde sostenia que esta lentitud sehabia debido a una baja formaci6n de capital en terminos delingreso nacional como consecuencia de las grandes emisionesde deuda publica para financiar la guerra con Francia, quehabrian absorbido la acumulaci6n civil, inhibiendo el creci­miento. Pero e1 desguace no habia hecho sino empezar, yaque diez aDOS mas tarde Graeme Donald Snook publicaba unlibro colectivo con un titulo aun mas heterodoxo, ~Fue nece­saria la revoluci6n industrial>, donde venia a sostener que larevoluci6n era un mito, ya que, para Inglaterra al menos, elcrecimiento databa de hacia mil aDOS: no hubo nada excep­cional en los tiempos de la revoluci6n industrial en terrninosde tasas de crecimiento, que habrian sido mucho mas e1eva­das, por ejernplo, en la primera mitad del siglo XVI, cuandollegaron a triplicar las que se registrarian en el periodo del su­puesto «take-off». Lo que habia que hacer era considerar elcrecimiento a largo plazo no solamente como una funci6n dela industrializaci6n, ya que des de el aDO 1000 al 1300, porejernplo, la mayor parte del crecimiento surgi6 de mejoras enla agricultura y el transporte, que crearon mereados para elcapital y el trabajo, y ampliaron los de las mercancias, redu­ciendo de esta manera los costes de transacci6n.

Mientras tanto, otros investigadores cambiaban el acentode la maquina a la energia, como 10 harlan Rondo Camerony, sobre todo, Wrigley: las econornias anteriores a la «indus­trializaci6n» eran «organicas» y dependian fundamentalmen-

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te de la tierra, tanto en 10 referente a los alimentos como a las rmaterias primas utilizadas, y a la obtencion de energia, que tera esencialmente animal (de hombres y caballos) 0 procedia ~de la lena como combustible. En estas condiciones el progre- f.so econornico, sobre todo en terrninos de producto por per- Isona, tenia un os limites fijados por la disponibilidad de tie- ,rras de cultivo y por ellento aumento de los rendimientos y r

de la productividad agrfeolas. Los bosques no habrian basta- .do para la expansion de la siderurgia y no habria habido su­ficientes tierras para producir alimentos para un rnimero mu­cho mayor de caballos -es decir, para mas energia-, sinponer en peligro la alimentacion humana. EI salto hacia ade­lante de la produccion fue posible gracias a la substitucion deproductos organicos por otros minerales -ceramica, ladri­llos, vidrios, hierro y acero-- y de la fuerza animal, 0 la de lacombustion de lena, por la obtenida del carbon mineral, queproporcionaba energia mecanica a traves de la maquina devapor. Se pasaria asf de una economia organica avanzada auna economia de energia de base mineral.

Otras revisiones analizaron el crecimiento del comercioexterior britanico y restaron protagonisrno en el a los indus­triales para darlo a la colaboracion de un grupo de terrate­nientes --«que combinaba, ala manera de los samurais japo­neses, el prestigio de una posicion social heredada conambiciones progresivas, orientadas hacia el mercado>>--, con«los "hombres nuevos" del sector en ascenso de los servicios,cuyas innovaciones en las finanzas, la distribucion y las acti­vidades profesionales engendraban riqueza y les ganaron re­conocimiento social». En cambio «el sector manufacturero(industrial) era menos dinamico de 10 que se acostumbra asuponer y a sus representantes les faltaba el prestigio y el ac­ceso a los drculos selectos en los que se formulaba la poll­tica». Este seria, segun Cain y Hopkins, el «gentlemanlycapitalism», un «capitalismo de caballeros» que habria prota­gonizado la expansion de la economia britanica.

La aristocracia terrateniente, que se beneficiaba directa­mente del viejo colonialismo, tuvo una posicion dominante

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tanto en 10 que se refiere a la fortuna como ala influencia po­litica hasta alrededor de 1850, cuando ellibrecambio comen­zo a minar el viejo colonialismo y, con ello, su fortuna. Peroen estos momentos habia crecido el sector de los servicios ylas finanzas, asociado a los terratenientes, que ahora ganaria,aliado con ellos, la batalla de la influencia politica. Cuando afinales del siglo XIX la politica librecambista puso en peligrola industria, que no podia competir en los mercados mundia­les y estaba perdiendo su propio mercado interior, los intere­ses de la City de Londres (del librecarnbio y del nuevo impe­rialismo econornico ligado a las grandes exportaciones decapital dentro del sistema del patron oro) se impondrian a losde la industria del norte de Inglaterra. La balanza comercialera muy desfavorable, perc se vela compensada por la de ca­pitales.

Hubo quienes 10 vieron a tiernpo: un grupo de economis­tas neornercantilistas que abogaban por salvar la industria sa­crificando ellibrecambio. Pero no era esto 10 que convenia alos grupos financieros de la City, que estaban mas cercanos alpoder, de manera que un hombre como Thorold Rogers per­dio su catedra en Oxford por mostrarse critico con la politi­ca economics seguida.

De mas alcance, tal vez, han sido las revisiones que hanbuscado los mecanismos explicativos del crecimiento en lastransformaciones del mercado interior: en la llamada «revo­lucien del con sumo» 0 en la «industrious revolution». Ya he­mos visto que la fuerza del topico habia inducido a valorar enexceso el peso de las exportaciones industriales que se supo­nia que habian hecho de Gran Bretafia «la fabrica del mun­do». Este espejismo habia dado lugar a que se pasasen poralto fenornenos tan reveladores como las grandes inversionesque en las ultimas decadas del siglo XVIII se hicieron en In­glaterra en carreteras de peaje (turnpikes) y canales, que se­dan inexplicables si no hubiera habido con anterioridad unamultiplicacion de los traficos e intercambios interiores quelas hicieran rentables.

La idea de una revolucion previa del consumo la expuso

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en 1983 McKendrick, que sostenia que el desarrollo del mer­cado interior habia llegado a tener proporciones revoluciona- trias en el tercer cuarto de siglo XVIII, antes de la fecha tradi- rcional de arranque del «take-off» y mucho antes de la era de t',

la fabrics. El proceso se habria iniciado de manera poco es- 'pectacular, en ramas industriales de las que se habla poco 0

nada en las historias tradicionales de la industrializaci6n,productoras de elementos de consumo dornestico de masa. Ysu objetivo, su motor, habria sido poner al alcance de unagran parte de la sociedad objetos que durante siglos solo es­tuvieron al alcance de los ricos. La cosa habria comenzadocon la entrada en los hogares populares de objetos de consu­mo modestos y muy diversos: llaves, botones, cuchillos, can­delabros, cerarnica, muebles, vajilla. Pero el gran motor ha­bria sido la moda, la imitaci6n de los vestidos de las clases ~,'altas que impulse un elevado consumo de tejidos nuevos, ~como los estampados de algod6n, y que se vio favorecida porla gran difusi6n de las revistas femeninas de moda. Ha habi-do, desde McKendrick, un autentico florecimiento de losestudios sobre el crecimiento del consumo, que estan reno­vando por completo, no s6lo nuestra percepci6n de la pro­ducci6n y de los mercados interiores, sino la de las formas devida del conjunto de la sociedad.

Tambien el estudio de los niveles de vida ha visto produ­cirse gran des cambios, que van desde una serie de revisionescriticas de las viejas cifras de Phelps Brown y Hopkins, hastaun replanteamiento a fondo de los metodos para estimar suevoluci6n, la consideraci6n del irnpacto que tuvieron unosmedios urbanos degradados 0 el intento de evaluar la mejorao empeoramiento de las condiciones de vida a traves de laevoluci6n de las estaturas medias de la poblaci6n. Que las ob­servaciones antropometricas muestren evoluciones negativasentre 1500 y 1800 tanto para Inglaterra como para Holanday para los Estados Unidos parece coincidir con las estimacio­nes igualmente negativas que se hacen ultimamenre de la evo­luci6n de los salarios reales en esta epoca, que llevan a Van­Zanden a concluir que desde principios del siglo XVI hasta

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finales del XVIII hubo «una relaci6n inversa entre desarrollo ynivel de vida», 10 que obliga a pensar que «amplios sectoresde la poblaci6n de Europa no obtuvieron demasiado prove­cho del progreso econornico».

Los cambios de perspectiva que nos muestran que la de­manda ha crecido mucho antes de las fechas del «take-off» sehan producido paralelamente a una nueva visi6n de la indus­tria que no acepta el protagonismo que se daba ala mecani­zaci6n y al vapor. Un articulo innovador de Franklin Mendelsdio un nuevo interes al estudio del «putting out» y, en gene­ral, de todo 10 que se refiere a la industria «antes de la indus­trializaci6n», planteando el modelo de 10 que el llamaria la«protoindustrializaci6n»: un sistema de producci6n de baserural en que los trabajadores eran artesanos-campesinos quecombinaban el hilado 0 el tejido con el cultivo de la tierra,pero vendfan sus productos en un mercado lejano por me­diaci6n de empresarios que los comercializaban. £1 desarro­llo de estas actividades industriales habrfa estimulado en laszonas cercanas el de una producci6n agricola para vender ali­mentos a estos campesinos-artesanos que no cosechaban 10suficiente para su consumo, y habria favorecido de esta ma­nera el desarrollo del mercado local. La protoindustrializa­ci6n se habria dado sobre todo en lugares donde habfa po­breza, una demografia elevada 0 unas reglas de reparto de laherencia que fragmentaban la propiedad y hadan que las fa­milias campesinas tuvieran explotaciones insuficientes paramantenerse. Ligando todos estos elementos De Vries propu­so en 1994 el concepto de la «industrious revolution» que ha­bria dado lugar a que las familias, deseosas de adquirir losnuevos productos de consumo, intensificasen el trabajo dedi­cado a producir para el mercado, 10 que servirfa, de paso,para explicar la paradoja de que los salarios reales hubierandisminuido en Europa entre 1500 y 1800, mientras los inven­tarios de los bienes dornesticos mostraban un aumento de lariqueza de las familias.

El resultado de esta linea de investigaci6n ha sido el dehacernos percatar de que la vieja tipologia de formas diversas

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-rural y urbana, gremial y domestica- de la industria antes ~de la industrializaci6n era engaiiosa. No se trataba de formas bde actividad que se desarrollasen por separado, sino que eran f.en muchos sentidos complementarias. El elemento unificador f.•..·.. ··fundamental eran justamente los comerciantes 0 los pelaires, .que no solamente encargaban trabajo en el campo, sino tam­bien en la ciudad, y que eran los que organizaban la produc- •ci6n. Lo que habria ocurrido en la Inglaterra del siglo XVIII [

habria sido que la demanda creciente del mercado interior, yrla posibilidad de hacer grandes beneficios con productos in- :dustriales en el comercio triangular del Atlantico, habrian es- ,timulado a los hombres de negocios, no solamente a seguir ~.actuando como empresarios externos a la producci6n, sino a rinve~tir directamente en esta a traves .de Ja fa?:ica. . ~.

SIdney Pollard (1925-1998) -un JUdlO exiliado de Viena, :con puntos de vista cercanos al marxismo- parti6 de los rno- ~.delos de la protoindustrializaci6n para proponer una vision r«regional» del desarrollo industrial. Cuando en una zona " .aparecen unas industrias exponadoras que irnplican dena es-!pecializaci6n, acostumbra a producirse en ella una demandamayor de alimentos que favorece a menudo la especializaci6n i

agricola de las zonas vecinas y puede contribuir a desindus- /trializarlas. La industrializaci6n no es un fen6meno que avan- rce globalmente en un pais, sino que tiene unas dimensiones lde polarizacion y regionalizacion, Esto implica, diran Maxine 1.Berg y Pat Hudson, que sea necesario entender el fen6meno ~en su conjunto, como una suma de progresos y menguas, de Fcrecirniento y desindustrializaci6n, 10 que implica que las ci- ~fras globales de producci6n a escala nacional resulten insufi- ,cientes para entender la complejidad real del proceso.

Maxine Berg reivindic6 el tiernpo inicial de la industriali­zacion inglesa como «la era de las manufacturas», desmitifi­cando la imponancia que se daba habitualmente a los «sec­tores de punta», algodon y hierro, y a la etapa de lamecanizaci6n y de la fabrica. Las primeras rnaquinas revolu­cionarias fueron artefactos creados para potenciar la produc­cion domestica, como la «spinning Jenny» de Hargreaves, I!

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que lleva el nombre de la esposa del inventor. Uno de los fac­tores que definirian esta etapa seria el de haber mantenido elimportante papel del trabajo familiar -yen especial de nifiosy mujeres, subestimado habitualmente-, que pudo conser­varse gracias a que la maquina simplificaba las operaciones.

Utilizando ingeniosamente los datos sobre la vida cotidia­na que proporcionan los procesos, Hans-joachim Voth hapodido mostrar que la revoluci6n industrial implico un au­mento considerable de la carga de trabajo de los obreros bri­tanicos, que tuvieron que emplear muchas mas horas en sustareas, restandolas de sus dias de fiesta y de descanso. La re­voluci6n industrial habria sido asi un ejemplo mas de 10 quePaul Krugman ha llamado, refiriendose al crecimiento de losnuevos paises industriales asiaticos en la segunda mitad delsiglo xx, un «crecimiento estalinista», 0 si se prefiere, muchomas una «revoluci6n industriosa», determinada por el au­mento del esfuerzo humano, que «industrial», en el viejo sen­tido tradicional que atribuia un papel central a la tecnologia.

~Y la fabrica, que antes habra sido protagonista y ahoraparecfa desaparecer de esta historia? Un economista radi­cal norteamericano, Stephen Marglin, revise su funcion en«What do bosses do?». Marglin sostenia que la fabrica no sedesarrollo por razones de eficacia tecnologica, sino para ase­gurar al patron el control sobre la fuerza de trabajo y facili­tarle la obtenci6n de un excedente mayor. No naci6 de la rna­quina, porque, en la forma de manufactura centralizada, lafabrica era anterior a la maquina y porque su modelo de con­trol del trabajo se parecfa sobre todo al de la plantacion es­clavista 0 al de la <<workhouse» coercitiva para los pobres.Una vez asociadas la maquina y la fabrics, los empresarios es­timularon un tipo de desarrollo tecnologico que fuese s6locompatible con la organizaci6n fabril, al exigir fuertes inver­siones de capital, para asegurarse la superioridad sobre la pe­queiia producci6n. La fabrica no seria un instrumento deprogreso econ6mico sino de control social. La rnaquina, idea­da inicialmente como una ayuda para aumentar la producti­vidad del trabajo humano a fin de mejorar los ingresos del

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trabajador domestico y disminuir los precios de productos in­dustriales, potenciando la capaeidad de consumo de la po­blaci6n, s610 realiz6 el segundo de estos objetivos una vez in­troducida en la fabrica y sujeta al empresario, que pudo ~.

desviar en su provecho la parte que habria servido para me- l....jorar los ingresos del trabajador. ~

Siguiendo en esta linea, Sabel y Zeitlin mostraron en 1985 \_que habia diversas vias de progreso industrial que no pasaban Inecesariamente por la fabrica. Estas ideas las completaron y ft•.

desarrollaron en un libro de 1997 en que pretendian reern- .plazar el viejo relato que contraponia un antiguo regimen de ~

control gremial y producci6n manual domestica a una mo-.dernidad marcada por la libertad del mercado, la mecaniza-·cion y la fabrica, Proponian para ello un relato alternativoque define la etapa final del antiguo regimen como una fasede «modernidad de la tradiei6n», que estaba haciendo posi­ble la mecanizaci6n y el progreso tecnol6gico dentro del mar­co institucional vigente. Esta va a ser remplazada, desde me­diados del siglo XIX hasta la primera guerra mundial, por unade «batalla de los sistemas», que veda la coexisteneia de unaindustrializaci6n de fabrica con empresas integradas vertical­mente que utilizaban sus costosos equipamientos para pro­ducir objetos estandarizados y otra de unidades menores, ca­paces de cooperar entre si en un marco de instituciones yreglas que aseguraban la colaboraci6n, orientada hacia unaespecializaci6n flexible (como la seda de Lyon, los cuchillosde Solingen, los relojes suizos ... ). La tercera etapa de esteproceso, que iria desde 1920 hasta 1970, habria sido la deltriunfo de la producci6n en masa, pero la crisis de los afiossetenta, concluyen, ha abierto una «nueva batalla de los siste­mas», como consecuencia del estancamiento de los centrosclasicos de producci6n en masa, bloqueados por su tradicio­nalismo.

EI planteamiento de Sabel y Zeitlin -que rechazan comoantihist6rica la separaci6n de 10 tradicional y 10 moderno,igual que rechazan, en terminos de metodo, la de 10 politicoy 10 econ6mico- tiene la virtud de reemplazar la vieja visi6n

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simplista que 10 interpretaba todo en funci6n del progresotecnol6gico, por otra completamente abierta, en que loshombres tienen la opci6n de seguir caminos diferentes y to­man decisiones, optando por uno u otro de los diversos «fu­turosposibles». Por 10 general, nos dicen, la opci6n de la pro­ducei6n fabril estandarizada se toma cuando una economiaes estable, mientras que cuando el entorno es «volatil» resul­ta mucho mejor organizar cada etapa de la producci6n comouna empresa independiente, colaborando en un marco en elqueunos acuerdos institucionales adecuados garantizan la se­guridad de los tratos, con el fin de realizar una produccionflexible que hara posible sobrevivir a los cambios desfavora-bles del entorno.

Abandonadas las viejas certidumbres, los caminos para laexploraci6n parecen abiertos. Lars Magnusson, por ejemplo,reclama que los problemas que plantea el tema de las vias deorganizaci6n y de la aparici6n de la fabrica se estudien tenien­do en cuenta c6mo opera la empresa en el tiempo hist6rico,quese analice c6mo el empresario -propietario, maestro gre­mial, «putter-out» 0 comerciante- tom a sus decisiones en uncontexto econ6mico, social e institucional dado. Por esta via lallamada historia empresarial 0 «bussiness history», entendidacomo historia econ6mica de la empresa, enriqueceria nues­tra comprensi6n de un fen6meno que no se puede considerarcomo un simple reflejo de la evoluci6n tecnol6gica.

Este retorno a la realidad concreta, este volver a integrarlos datos estrictamente econ6micos con los del contexto po­litico y cultural, deja abiertos los caminos por los cuales lahistoria econ6mica y social vuelve a convertirse en una herra­mienta de analisis y comprensi6n de la realidad, valida para

el presente.

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~o Lo que se ha denominado la «invenci6n del marxismo», que, se produjo en el transito del siglo XIX al xx, consisti6 en la

transformaci6n de 10 que en el prop6sito de sus creadores eraun metodo de investigaci6n en un corpus de doctrina, con se­rios riesgos de simplificaci6n y de dogmatismo, que se agra­varian con el triunfo de la revoluci6n bolchevique de 1917,cuando la necesidad de difundir al conjunto de los ciudada-

1 nos los principios que fundamentaban el nuevo modelo der sociedad oblig6 a preparar exposiciones pedag6gicas comorEl ABC del comunismo, de Bukharin (1888-1937) y Preo­l brazhenski (1886-1937) 0 La teoria del materialismo hist6rico:! Manual popular de sociologia marxista tambien de Bukharin,t un libro que Gramsci denunciarfa energicamente diciendo:r «La reducci6n de la filosoffa de la praxis a una sociologia har representado la cristalizaci6n de la nefasta tendencia a (... )f reducir una concepci6n del mundo a un formulario rnecani­r co, que da la impresi6n de tener toda la historia en el bolsi­i 110».r Los dos rasgos caracteristicos de esta literatura -simpli­t ficaci6n catequistica y «defensa de la revoluci6n», 0 sea del~ nuevo orden establecido- se reflejaran tam bien en el traba­: jo de los historiadores rusos, muy especialmente despues de! la crisis de 1927 a 1929, cuando surge 10 que acostumbramost a llamar el estalinismo. En este contexte el «marxismo-leni­~. nismo» serfa usado como ideologia de legitimaci6n que habiaf de ayudar a subordinarlo todo a las necesidades politicas co-

yunturales, es decir, a las directrices del partido.Esta obligacion de adaptarse a una politica c~mbiante se­

ria la causa de la condena del unico historiador academico deo prestigio con que contaban los bolcheviques. Mikhail Po-

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62 La hi"a,i, d, 1mhamb"" ,I " glaxxIkrovski (1868-1932), que se habla afiliado a los bolcheviquesen 1905 J' habia tornado parte en la revoluci6n de octubre de1917, escribi6 una Historia de Rusia en cinco vohimenes,donde daba una visi6n «marxista», en el sentido mas ortodo­xo de la palabra, y sostenia que la evoluci6n de Rusia era si- Lmilar a la de otros paises europeos y que habia liegado al ca­pitalismo como consecuencia natural de este proceso, en la i

linea de 10 que Lenin habia sostenido cuando polemizaba conlos populistas en El desarrollo del capitalismo en Rusia. Estatesis estuvo de acuerdo con las «necesidades» del partidohasta la caida de Trotski, ya que servia para dar respaldo a1programa de socialismo en un solo pais. Pero alliegar las di­ficultades del primer plan quinquenal, wando 10 que conve- [:nia era poner de relieve el atraso de la Rusia prerrevolucio- ."naria en contraste con los avances que habia aportado la ],planificacion, la interpretaci6n de Pokrovski resultaba ina­portuna. Por suerte para el, muri6 a tiempo de no tener que r,

ver c6mo su obra era condenada en 1936 por Stalin, que 10acusaria de pequefio burgues,

De hecho, Stalin habia decidido desde octubre de 1931,.con motivo de los debates en torno a la actitud de los bolche­viques respecto de la Segunda Internacional, que el trabajo ]de los historiadores se habfa de acomodar en todo momentaa las directrices del partido. En una carta titulada «Algunascuestiones de historia del bolchevismo» condenaba a las «ra- .tas de biblioteca» que pretendian argumentar sobre la base L:

de la inexistencia de documentos que demostrasen una tesisy atacaba, sobre todo, la idea misma de pretender «seguir es­tudiando» temas que el partido habia decidido y que habiaque considerar como «axiomas», La reelaboraci6n de la his­toria a fin de legitimar en cada momenta la linea politica del t'

partido seria un elemento clave del estalinismo.Mas grave resultaria, 'por su alcance general, el tema del

«modo de producci6n asiatico». En el texto can6nico de laContribuci6n a la critica de la economia politica, Marx habiahablado de «los modos de producci6n asiatico, antiguo, feu­dal y burgues moderno como de epocas progresivas de la for-

Los marxismos 63

maci6n social economica». Afiadiendole el comunismo pri­mitivo al principio, y el socialismo al final, se obtenia un con­junto de seis etapas; perc mientras cinco de elias se podianenlazar en una secuencia y convertirse en una pauta explica­tiva universal de la historia, el modo de producci6n asiaticono solamente quedaba descolgado, sino que resultaba dificilintroducir en un esquema esencialmente eurocentrico unafase que habia sido elaborada sobre el modelo de las socie­dades hidraulicas de Asia. El tema tom6 una dimensi6n poli­tica inmediata con motivo de las discusiones respecto de lapolitica que se debia seguir en China. Los que pensaban quela sociedad china estaba en una fase feudal propugnaban laalianza de los comunistas con la burguesia nacional para ha­cer la revoluci6n burguesa como etapa previa a la socialista;los que suponian, como Trotski, que ya estaba en pleno capi­talismo, no velan otra salida que la hegemonla del proletaria­do. Pensar, en cambio, que China se pudiera hallar en el tran­sito del modo de producci6n asiatico al capitalismo dejaba alos te6ricos sin recetas para formular una linea de actuaci6n.El resultado practice de est a confusi6n fue el caos de la poli­tica china, que acab6 en un desastre a costa de muchas vidashumanas.

Se entendera, por 10 tanto, que en las reuniones que tu­vieron lugar en Tiflis y Leningrado en 1930 y 1931 los histo­riadores rusos decidiesen desembarazarse del modo de pro­ducci6n «asiatico» -renegando de un elemento que estaba ene1 texto mismo del «simbolo de la fe» del marxismo ortodo­XG-, con el argumento de que no era mas que una variantepeculiar, oriental, del feudalismo. De esta manera se pudo re­configurar el esquema cerrado de cinco etapas -con el modode producci6n antiguo de Marx convertido en «esclavismo»,par influencia de Struve-, que Stalin consagr6 en 1938, di­ciendo: «La historia conoce cinco tipos fundamentales de re­laciones de producci6n: la comunidad primitiva, la esclavi­tud, el regimen feudal, el regimen capitalista y el regimensocialista». Con esto teniamos un «esquema unico y necesa­rio por el cual han de pasar todas las sociedades», que el his-

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toriador habia de limitarse a rellenar e ilustrar con hechos. EImaterialisrno historico habia acabado convirtiendose en 10'que Marx combatia: una filosofia de la historia.

Se ha podido decir, por esta razon, que los historiadoresfrusos habian dejado el marxismo por el «rnarxiismo», es de..cir, por la irnitacion del lenguaje marxista sin demasiada rela..

cion co~ los ,n:etodo~, de M.~rx: <~~ien~o un lenguaj~ ~on poc~l.sustancia teonca, el marxnsrno tenra una maleabilidad caslj'ilimitada que podia adaptarse a las demandas politicas eD,','cualquier momento dado. La investigaci6n marxista seria po..

dia,de hecho re~ultar peligrosa. La proclamacion ,de lealtad a!I.,•...~.la [inea del partido se convrrtio en la orden del dia». Esto fa.;cilito que en 1934, cuando estaba consolidando su poder per]"sonal autocratico, Stalin decidiese «dejar su huella en cl

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modo de escribir la historia en la Union Sovietica, con el pro.(posito de legitimar su regimen». ;

En la Union Sovietica, y en los paises que seguian su mo.!deIo, s: c~nsolid.o la s:par.a,cion entre una teoria, escleroti~a Y"una practica de investrgacron que, pese a revestirse con eHaslde Marx, era puramente positivista. Un escolasticismo que,produda catecismos con los que se intentaba convencer a los,'fieles de que «los filosofos marxistas un en las palabras a losl' .heehos, la teorfa con la practica, la filosofia con la politica dell,." .Partido Comunista y del "Estado Sovietico?». Y donde la vi,;:sion de la historia se reduda a simplificaciones elementales,~'Salvo por 10 que se refiere a los trabajos politicarnente mas

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comprometidos, como las historias oficiales de la revolucion'bolchevique, que si bien eran productos positivistas, simplesl·relatos de hechos, podian tener que modificarse en cualquier]momenta para ponerlos de acuerdo con las consignas vigen'tes. Esta dependencia de la coyuntura politica podia llevar ataberraciones como la de ver ados miembros de la Academiade Ciencias proclamando, en 1964, que «en los iiltimos anosihan aparecido en la esfera de la ciencia historica de la Repu­blica Popular de China algunas tendencias equivocadas queestan estrechamente vinculadas al curso politico, general.mente incorrecto, de la direccion del Partido Comunista de

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Los marxismos 65

China», 10 que mostraba, simplemente, que las tendencias«teoricas» de la pretendida «ciencia histories» se acomoda­ban en cada momenta al «curso politico» que sefialaban losdirigentes del partido.

Uno de los ejemplos mas claros de esta dualidad entrepractica historiografica y legitirnacion «teorica» es el de Po­Ionia, donde muchos historiadores se acomodaron ala situa­cion, dedicandose a practicar el mas tradicional de los eclec­ticismos adornado con terrninologia marxista. Este seria elcaso de Witold Kula (1916-1988) y de sus Problemas y nzeto­dos de la bistoria economica, que decoraba un texto eclectico,totalmente ajeno a cualquier manera de concebir el marxis­mo, con jaculatorias sin ningun sentido como la de decir que«la ciencia historica polaca de la posguerra tiene cada vez masen cuenta la opinion de las masas populares»: unas masas po­pulares que obviamente no figuraban entre los lectorespotenciales de su libro. Una cosa parecida se podria decir dela escuela de Poznan, y mas en concreto de la Metodologfa defa inuestigacion bistorica de Jerzy Topolski, un producto es­colastico donde la Furia cIasificatoria, la retorica empalagosay la pretension de establecer leyes historicas se situan muy le­josde la herencia de Marx.

En algunos casos, adernas, se podia mezcIar la exigenciade acornodacion al catecismo con la de mitos nacionalistas lo­cales. En el caso de Rumania, por ejemplo, la imposicion depautas interpretativas desde arriba condujo, primero, al esta-

. blecimiento de list as de libros prohibidos y a una segregaciontotal respecto de 10 que hacia «la historiograHa burguesa»;despues, con Ceaucescu, a la fabricacion de mitos como el«protocronismo» -la idea de que Rumania se habia adelan­tado en diversos aspectos a la civilizacion europea- y la «tra­cornania», que exaltaba a los tracios.

Por mas que este academicismo oportunista haya sido do­minante, cabe decir que, pasados los momentos agudos delestalinismo, se dio en la Union Sovietica y en 10s paises de suarea una investigacion historica de calidad, demasiado igno­rada fuera de sus fronteras, realizada por investigadores que

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no dudaban en enfrentarse a los representantes del escolasti­cismo oficial. Este, por ejernplo, es el caso de los arque6logos,o el de los historiadores de la antigiiedad de formaci6n orien­talista que, en torno a Igor M. Diakonoff (nacido en 1915),defenderian que «es necesaria una revisi6n radical de la vi­si6n sobre las antiguas sociedades orientales para superar elpeligro de la esquematizaci6n y del dogmatismo». La necesi­dad de revisi6n surgia en el orientalismo como consecuenciadel hecho de que, al haber de incluir el mundo extraeuropeoen sus analisis, el caracter eurocentrico del esquema de losmodos de producci6n estalinista, con la secuencia esclavis­mo-feudalismo-capitalismo, resultaba dificilmente aplicable.Mientras los estudiosos de la antiguedad romana, como Shtaer­man, discutian si el trabajo esclavo habia sido fundamental,los orientalistas retomaban la discusi6n del «modo de pro­ducci6n asiatico» en los anos sesenta, conscientes de que niesclavismo ni feudalismo eran para elios conceptos validos,Seria tarnbien el contacto con la historia de los pueblos delAsia Central 10 que llevaria a Lev N. Gumilev a planteamien­tos globales innovadores.

Este mismo afan de renovaci6n se puede encontrar en al­gunos campos de la historia moderna, mas delicados desdeun punto de vista politico. Esto es 10 que significa la obra deinvestigadores como Boris P6rshnev, Alexandra Lublinskaya,Victor Dalin 0 Anatoli Ado en la Uni6n Sovietica; de Franti­sek Graus, Robert Kalivoda 0 Josef Macek en Checoslova­quia; el del grupo de Leipzig, dirigido por Walter Markov yManfred Kossok, en la Republica Dernocratica Alemana, 0 elde Manuel Moreno Fraginals en Cuba. Estos historiadoresreplantearon de manera original y nada dogmatica -habien­dose de enfrentar a menudo a los vigilantes de la ortodoxiaacademics de sus paises- temas como los de la transicion delfeudalisrno al capitalismo (poniendo el acento en las dosgrandes crisis: la de la baja edad media y la del siglo XVII), lanaturaleza de los enfrentamientos sociales durante la Revolu­ci6n francesa, las liamadas «revoluciones burguesas», etc.

Lo mas lamentable fue que los vicios del escolasticismo

Los marxismos 67

estaliniano liegaran tambien a paises del oeste de Europa y aAmerica Latina, donde el estructuralismo marxista ala fran­cesa, amparado por una cobertura filos6fica de aparienciarespetable, se convirti6 en la forma dominante de difusi6ndel marxismo. La cobertura filos6fica la dada sobre todo Al­thusser, quien, criticando «la confusi6n que reina en el con­cepto de historia», se decidi6 a reestructurar la disciplina des­de la pura reflexi6n filosofica, en un ejercicio de metateoria.El modo de producci6n se dividi6 en estructuras regionales yse estableci6 todo un juego de relaciones entre estas, con elque se queria resolver verbalmente todas las contradicciones.La euforia verbalista estimul6 la creaci6n de toda suerte denuevos «modos de producci6n especializados» -domestico,tributario, parcelario, etc.-, cayendo en la vieja trampa de«resolver» los problemas reforrnulandolos verbalmente. Eneste tipo de planteamientos la teorizaci6n se mantiene en unterreno de maxima abstracci6n y s6lo se acude a la realidad,a posteriori, para buscar en elia ejemplos que ilustren los re­sultados previstos (es bien sabido que, encajada de maneraadecuada en esquemas prefabricados, la realidad nunca des­miente la teoria).

Hoy no queda ya nada en pie de la maquina verbal del al­thusserismo, que lieg6 a concretarse en un cateeismo como elde Marta Harnecker 0 que llev6 ados soci6logos britanicos aescribir que, estando la historia «condenada por la naturale­za de su objeto al empirismo», era necesario construir un ma­terialismo hist6rico reducido a «una teoria general de los mo­dos de producci6n». Al triste final de Althusser, con suconfesi6n de que en realidad tenia un conocimiento muy su­perficial de los textos de Marx, cabe afiadir la evidencia de unlegado tan ambiguo que puede explicar que un miembro dela «nueva derecha» como Bernard-Henri Levy reivindiqueAlthusser como su maestro. .

Contra la transformaci6n del «marxismo» en una inter­pretaci6n del mundo establecida y cerrada, en una «sociolo­gia» 0 en una teoria de la historia que daba ya todas las res­puestas, fueron muchos los que quisieron seguir una linea de

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Siegfried Kracauer (1885-1966), que escribi6 interesantesanalisis del cine y de las formas mas diversas de la cultura demasas -afirmaba que era sobre todo a traves de elIas que po­dia determinarse «la posicion» que una epoca ocupa en elproceso hist6rico-, y que dej6 inacabada una ambiciosa, ydemasiado ignorada, contribucion a la filosofia de la historia,Historia. Lo ultimo antes de 10 ultimo (1969), que arranca delas «tesis» de Benjamin para plantear su rechazo del «histori­cismo y de las visiones lineales de la historia», La llegada delnazismo al poder oblige a los miembros de la escuela deFrankfurt a proseguir su obra en los Estados Unidos. En losanos sesenta, cuando Adorno volvi6 a Alemania para ensefiar«una mezcla eclectica de marxismo, psicoanalisis y sociolo­gia», que correspondia a aquello en que se habia convertidola «teoria critica» en su etapa californiana, choco con los es­tudiantes de la Universidad de Frankfurt que, decepcionadospor el caracter abstracto y mandarinesco de sus ensefianzas,ocuparon su instituto en abril de 1969, hasta que Adorno lla­m6 a la policia para desalojarlos.

Los intentos mas importantes de renovaci6n durante elperiodo de entreguerras sedan obra de cuatro grandes teori­cos marxianos: Lukacs, Karl Korsch, Antonio Gramsci yWalter Benjamin. Los planteamientos de los dos primerosfueron conocidos, y condenados, muy tempranamente porlos marxistas ortodoxos, a consecuencia de la publicaci6n deHistoria y conciencia de clase, de Lukacs, y de Marxismo y fi­loso/ia, de Korsch, dos libros aparecidos el mismo afio, en1923. Los planteamientos de Gramsci, desarrollados en laprisi6n en la que 10 encerr6 el fascismo, no se difundieronhasta despues de la segunda guerra mundial, en momentos enque encontraron un clima politico e intelectual favorable a surecepci6n, y aiin mucho mas tardia, y con frecuencia equivo­ca, ha sido la difusi6n de Benjamin.

Geyorgy Lukacs (1885-1971), que habia sido comisario deCultura y Educacion durante la fugaz Republica sovieticahungara de 1919, pas6 un largo y dificil exilio en Berlin y enel Moscu del terror estalinista, volvio a Hungria en 1945,

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inspiraci6n marxiana -no «marxista», en el sentido de adhe-si6n a un canon doctrinal- usando las ideas de Marx como 1:'_

instrumento de analisis con el fin de «consumir teoricamentela realidad», como este proponfa en 1879.

Esta lucha contra la desnaturalizaci6n «econornicista» y«cientifista» del marxismo se produjo tanto en el area de in­fluencia de los partidos marxistas de los paises «de Occiden-te» -para decirlo en la terminologia de la guerra fria- como Ien la Rusia sovietica y en los paises que despues de la segun- fda guerra mundial tuvieron gobiernos de predominio comu- ~nista, aunque de forma distinta, ya que la condena de hetero- tdoxia implicaba en el caso de la Union Sovietica y del restode los paises llamados «socialistas» el silenciamiento, comominimo, y tal vez la perdida de la libertad. Esto hace aiin masvaliosa la tarea de quienes en estas condiciones hicieron unesfuerzo de renovaci6n que no siempre ha sido valorado ade­cuadamente, ya que la obra de los «heterodoxos» de los «pai-ses del este» no ha recibido nunca la atenci6n que se ha pres­tado a las propuestas de 10 que Perry Anderson llama el ~«marxismo occidental». ~

Propuestas como las de la etapa inicial del Instituto de in· Ivestigaci6n social de Frankfurt, que, fundado en 1923 como r,un centro de investigaci6n marxista, se dedic6 durante losprimeros afios a la historia del socialismo y del movimientoobrero, hasta que en 1930 pas6 a dirigirlo el fil6sofo MaxHorkheimer (1895-1973), que impulsaria la linea de la «teo-ria critica», que tomaba sobre todo del marxismo la idea deinvestigar la forma en que la conciencia era determinada porla existencia social para hacer un analisis critico emancipador.Pese a que el nombre que mas habitualmente se asocia aHorkheimer sea el de Theodor W. Adorno (1903-1969), conquien escribio un libro tan influyente como Dialectica de laIlustraci6n (1947), y en segundo lugar con los de Eric Frommy Herbert Marcuse, cuya obra ha de situarse mas bien en elterreno de la filosoffa, dos de las figuras que influyeron masintensamente en el pensamiento de la escuela fueron WalterBenjamin (1892-1940), de quien hablaremos mas adelante, y

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70 La bistoria de los hombres: el siglo xx

donde se vio atacado por su «cosmopolitismo burgues»-hizo entonces todas las rectificaciones que se le pedian y pu­blico La destruccion de la razon (1954), que algunos han cali­ficado de «panfleto estalinistax-s- y torno parte en el movi­miento revolucionario hungaro de 1956. AI ser derrotado, senego esta vez a rectificar y a renegar de 10 que habia hecho.En los momentos finales de su vida explicaba asf el sentido de10 que habian querido hacer los «heterodoxos»: «En los afiosveinte, Korsch, Gramsci y yo intentamos, cada uno de no­sotros a su manera, enfrentarnos al problema de la necesi­dad social y a la interpretacion mecanicista que era la heren­cia de la Segunda Internacional. Heredamos este problema,perc ninguno de nosotros -ni siquiera Gramsci, que era talvez el mejor de los tres-lo resolvio». Esta afirrnacion, hechaen una entrevista que no habria de publicarse hasta despuesde su muerte, iba acompaiiada de la peticion de que se deja­se de hablar de una vez de los viejos textos, de estos «clasicosde la herejia» que habian escrito ellos en los afios veinte, paraocuparse de los problemas reales del presente. Habria sidomuy interesante que Lukacs hubiese desarrollado, a la vezque su Ontologia del ser social, que queria resolver el proble­ma de la relacion entre la libertad y la necesidad, la diferen­ciacion que hacia entre un «marxismo vulgar» que ve la rea­lidad como determinada pOI' unas leyes objetivas que estanmas alla del alcance del hombre, y un «marxismo autentico»,que la ve como abierta a la accion de los grupos y de los in­dividuos; pero su gran drama fue la ambiguedad a que 10oblige el medio politico en que vivio, como 10 confesaria des­pues de la derrota de la revolucion hungara de 1956, cuandodecia: «Ya no quiero seguir viviendo con miedo y fingir va­lentia, mantenerme callado y subordinar la teo ria a las exi­gencias de la supervivencia». En las fluctuaciones de su obra,de Historia y conciencia de clase a La destrucci6n de la razon,hay ideas valiosas junto a concesiones a estas «exigencias dela supervivencia».

Menos importante pOI' 10 que se refiere a su influencia di­recta sobre los historiadores seria Karl Korsch (1886-1961),

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comunista radical, autor, ademas del ya citado Marxismo y fi­losofia, de Karl Marx (1938), que criticaba la transformaciondel marxismo en una «vision del mundo» desligada de las lu­chas sociales reales y una vision de la historia transformadaerroneamente en «evolucionisrno», pOI' no haber entendidoque Marx no contemplaba una secuencia de etapas enlazadaspOI' unas leyes de la evolucion social, sino un desarrollo abier­to en que la evolucion «se convierte en un principio de bus­queda a verificar en cada caso pOI' vias ernpiricas». Las tesissobre la historia que se encuentran en las obras de Marx, afir­rna Korsch, se aplican excIusivamente «al ascenso y desarro­llo del capitalismo en la Europa occidental» y no tienen vali­dez general mas que en el sentido en «que todo conocimientoprofundo de las formas naturales e historicas se aplica a otroscasos»; pero Engels, primero, y Lenin, mas tarde, las trans­formaron en ley eterna del desarrollo. La muerte encontro aKorsch trabajando en un intento de actualizacion del pensa­rniento marxista -Manuscrito de aboliciones- pOI' el doblecamino de extenderlo desde el ambito europeo al mundial yde adaptarlo a los cambios que se habian producido en la so­ciedad capitalista y al progreso de las ciencias.

Muy diferente es el caso de Antonio Gramsci (1891­1937), dirigente del partido comunista italiano, que fue en­carcelado en 1925 pOI'el regimen fascista y vio confirmada susentencia en 1928, a peticion de un fiscal que queria «impe­dir que este cerebro funcione durante los proximos veinteafios», Sibien la prision acelero su muerte, que se produjo en1937, no solamente no le impidio pensar, sino que estimulosu reflexion, que cuajaria en los Cuadernos de la prision, pu­blicados postumarnente, de 1948 a 1951.

Uno de los meritos importantes de Gramsci, para quien elrnaterialismo historico era esencialmente «una teoria de lahistoria», fue el de entender que el rnetodo de interpretacionde la historia de Marx no podia deducirse de los principioselement ales expuestos en obras de caracter general, como sehacia habitualmente, sino que era necesario extraerlo deaquellas obras suyas que analizaban situaciones concretas,

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como El18 Brumario: «un analisis de estas obras permite fi­jar mejor la metodologfa hist6rica marxista, integrando, ilu­minando e interpretando las afirmaciones te6ricas desperdi­gadas por todas las dermis obras. Se podria ver cuantascautelas reales introduce Marx en sus investigaciones concre­tas, cautelas que no podian encontrar lugar en las obras ge­nerales». Esto Ie llevaba, en primer terrnino, a rechazar eleconomicismo elemental que se tendia a confundir con elmarxismo ortodoxo. Cabe distinguir, deda, aquellas modifi­caciones econ6micas que afectan profundamente a la estruc­tura misma de la sociedad, que son relativamente permanen­tes y que tienen repercusiones sobre los intereses de cIasessociales enteras, de las que son simples variaciones coyuntu­rales que no afectan mas que a pequefios grupos. S610 res- !pecto de las primeras tiene sentido la afirmaci6n de Marx deque los hombres toman conciencia en el terreno de la ideolo­gfa de los conflictos que se manifiestan en la estructura eco­n6mica. Una estructura que para Gramsci no es un conceptoespeculativo, sino una realidad que se puede analizar con losmetodos de las ciencias naturales, pero que no debe estu­diarse separadamente, porque «la estructura y las superes­tructuras forman un bloque bistorico, Esto es: el conjuntocomplejo, contradictorio y discordante de las superestructu­ras es eI reflejo del conjunto de las relaciones sociales de pro­ducci6n». Las contradicciones de estas relaciones sociales sepueden percibir «en la existencia de conciencias hist6ricas degrupo (con la existencia de estratifieaciones correspondientesa diversas fases del desarrollo hist6rico de la civilizaci6n y conantitesis entre los grupos que corresponden a un mismo nivelhistorico), y se manifiestan en los individuos aislados comoreflejo de esta disgregaci6n vertical y horizontal».

Gramsci rechazaba, en consecuencia, la reducci6n delrnaterialismo hist6rico a una especie de sociologfa abstracta:un cuerpo te6rico preparado para interpretar directamentela realidad. El investigador de la historia no va de la teoriaa la realidad, a la busqueda de especimenes puros que co­rrespondan a aquello que ha sido previsto con anterioridad:

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«La realidad es rica en las combinaciones mas extrafias y esel te6rico el que esta obligado a buscar la prueba decisivade su teoria en esta misma extrafieza: a traducir al lenguajeteorico los elementos de la vida hist6rica, y no, al reves, quesea la realidad la que deba presentarse segun el esquemaabstracto».

En sus reflexiones hay, adernas, consideraciones muy in­novadoras sobre la hegernonia, que muestran los procesospor los cuales una cIase puede ejercer la dominaci6n sobre lasotras, estableciendo su superioridad no solamente por la coer­ci6n, sino mediante el consenso, transformando su ideologiade grupo en un conjunto de verdades que se suponen validaspara todo el mundo y que las cIases subalternas aceptan, has­ta que llegue el momento en el que, habiendo cambiado lascondiciones, la hegernonia se agrieta, las clases subalternastoman conciencia de sus intereses particulares y de las con­tradicciones que los enfrentan a los grupos que dominan elaparato del estado, y formulan unos nuevos principios quehan de permitir avanzar hacia una nueva etapa de crecimien­to, con otra situaci6n de hegemonia y un as nuevas relacionesde producci6n. Hay tarnbien sugerencias muy innovadorasrespecto a la formaci6n de las ideas de los grupos subalter­nos, que permiten analizar, por ejernplo, «por que y c6mo sedifunden, haciendose populares, las nuevas concepciones delmundo».

La influencia del pensamiento de Gramsci fue decisivapara la aparici6n y desarrollo en Italia, despues de la segun­da guerra mundial, de unas corrientes de historiografia mar­xista vivas y abiertas, no dogrnaticas, que contrastaban con laesterilidad del marxismo escolastico. La experiencia de losafios de posguerra consolid6 en Italia la idea gramsciana de lahistoria como instrumento de analisis y comprensi6n del pre­sente, como condici6n de una prospectiva de transformaci6nsocial, en que la critica del pasado se transforma en supera­ci6n de este. No es la contemporaneidad crociana, tautologi­ca, de la historia, ni una unidad dogrnatica del pensar y delhacer, que siempre ha subordinado el pensar, ala manera es-

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talinista, a la accion cotidiana, sino que da respiro historico ycultural a un proyecto politico.

Dejando a un lado el caso italiano, se puede decir que sesalvaron sobre todo del dogmatismo, y de la fosilizacion a queeste condenaba, aquellos historiadores que pudieron hacer suobra al margen de los condicionamientos de la socialdemocra­cia, por un lado, y de la Tercera Internacional, por otro, bienporque los partidos correspondientes fuesen debiles (comopasarla en Gran Bretafia), bien porque hubiera una tradicionde cultura socialista anterior (como en Francia), 0 bien porqueescogieran de una u otra manera los caminos de heterodoxiaapuntados por los predecesores que hemos citado.

En el caso de Francia hemos visto, al hablar de la historiaeconornica y social, la existencia de una tradicion de rakesmarxianas, con jaures, que confluye en el momento mas bri­llante de Annales, con Labrousse. Disdpulo de Febvre y muyinfluido por Labrousse, al cual sucederia al frente del Insti­tuto de historia economica y social fundado por Marc Bloch,era Pierre Vilar (nacido en 1906), que ha trabajado dentro dela tradicion marxista pero al margen de la disciplina del par­tido comunista y que ha elaborado una sintesis de 10 mejor dela escuela de Annales y de la tradicion socialista francesacomo fundamento de una vision global, de una «historia to­tal», que tiene su base en el conocimiento de la economia,pero que no se limita a ella, de acuerdo con el programa queformula por vez primera en 1960 en «Crecimiento economi­co y analisis historico», y que desarrollaria posteriormente enotros trabajos teoricos donde esta globalizacion se define enterrninos de la relacion que existe entre unos «hechos de ma­sas» (demografia, econornia, pero tambien las manifestacio­nes colectivas de pensamientos y creencias), unos «hechosinstitucionales» (derecho civil, constituciones politicas, rela­ciones internacionales) y los «acontecirnientos» historicospuntuales en los que intervienen los individuos y el azar. Es,como se ve, un esquema tripartite, como el de Braudel, peroque no se organiza en fun cion del tiempo, sino de un progra­rna de articulacion social.

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Para Vilar, como para todo historiador que proviene de latradicion del marxismo, los metodos de investigacion se defi­nen por su capacidad para explicar los problemas reales delos hombres, de ayer y de hoy, y de ayudar con ello a resol­verlos. No los hace validos la sola coloracion politica, sino laeficacia practica, En una carta escrita en febrero de 1957 de­cia: «Si yo no creyese ala ciencia historica capaz de explica­ci6n y de evocaci6n ante la desgracia humana y la grandezahumana (teniendo, como perspectiva, la gran esperanza dealiviar una y ayudar a la otra), no pasarla mi vida en medio decifras y legajos. Ahora bien, si fuesemos en busqueda delhombre con vagos sentimientos de bondad y una intencionde literatura, afiadiriamos a la inutilidad pretensiones antipa­ticas. No es una ciencia fria 10 que queremos, pero es unacrencia».

Su metodo globalizador, ambicioso y complejo, 10 aplicoVilar a su gran obra de investigacion, Cataluiia en la Espanamoderna, que es un estudio de «los fundamentos economicosde las estructuras nacionales»: un intento de ir desde la con­sideracion del medio natural hasta la aparicion de la concien­cia colectiva de un grupo humano. Este libro fundamentalcambia por completo la vision de la historia de la Catalufiamoderna y conternporanea, pero tal vez no ejercio la influen­cia que hubiera debido en una Francia dominada primeropor los excesos del «estructuralismo marxista», responsablede que no haya habido demasiada historia legitimamentemarxiana en aquel pais, y, despues, por la caotica desintegra­ci6n de la «nouvelle histoire».

La debilidad del partido comunista, y la existencia previade una fuerte tradicion progresista, de la que ya hemos ha­blado antes, representada por historiadores como los Ham­mond, G. D. H. Cole 0 Tawney, pueden explicar el caso deGran Bretafia. El nucleo central de 10 que se acostumbra adenominar «los historiadores marxistas britanicos» surgedespues de la segunda guerra mundial, en torno al «Grupo dehistoriadores del partido comunista britanico», fundado en1946, con figuras de la extraordinaria calidad de Rodney Hil-

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ton, Christopher Hill, Eric J. Hobsbawm, Victor Kiernan,George Rude, E. P. Thompson 0 Raphael Samuel, a las quehabrfa que afiadir, entre otros, los nornbres del economistaMaurice Dobb, del arqueologo australiano Gordon Childe ade esa Figurainsolita que es Geoffrey E. M. de Ste. Croix (na­cido en 1910).

Estos hombres colaboraron en publicaciones comunistasde un alto nivel intelectual y de una gran independencia,como la revista Marxism today y la coleccion de folletos Ourhistory, y participaron en defensa de las posiciones progresis­tas en los grandes debates historiograficos de su tiempo,como el del papel de la «gentry» en la revolucion inglesa delsiglo XVII 0 el de las consecuencias sociales de la revolucionindustrial (el «debate del nivel de vida»). Estaban, por otrolado, muy alejados del economicismo del marxismo pretendi­damente ortodoxo, con una preocupacion dominante por lacultura, y muy en especial por la literatura, que es evidente enHill, Kiernan 0 Thompson. Tuvieron, ademas, parte decisivaen la fundaci6n de una de las revistas de historia mas impor­tantes del siglo xx, Past and present, que comenzo en 1952con el proposito de convertirse en punto de encuentro de his­toriadores avanzados de muy diversa orientacion politica, quepudiese llegar a un publico mas amplio que el que estos his­toriadores podian conseguir en las publicaciones del partidoy les compensara por las dificultades que hallaban para acce­der a la universidad, donde eran sisternaticamente vetadospor su condici6n de comunistas. Pese a que en este grupo se 'encontraran algunos de los historiadores mas importantes de ~su epoca, con una proyecci6n internacional que desborda el ~campo estrictamente acadernico, ninguno de ellos consigui6 rllegar a catedratico de alguna de las grandes universidadesbritanicas (la verdadera naturaleza del problema la revelariael hecho de que siguiesen siendo vetados cuando, despues dela crisis de 1956, muchos de ellos abandonaron el partido co­munista, pero no sus concepciones polfticas progresistas).

Hay que hablar por separado de Vere Gordon Childe(1892-1957), que revoluciono una arqueologia reducida con

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anterioridad al positivismo, de manera que el mismo dijo quesu mayor contribuci6n a la arqueologia no residia en los nue­vos datos 0 en los esquemas cronologicos que hubiera podi­do aportar, «sino sobre todo en conceptos interpretativos ymetodos de explicaci6n». Childe propuso una imagen globaldel desarrollo de la humanidad primitiva como un ascensohacia la «revoluci6n neolitica», un fen6meno que, pese a serdiferente en diversos lugares, presentaba unos rasgos cornu­nes, ya que «por doquier signific6 la aglomeraci6n de la po­blaci6n en las ciudades; la diferenciacion en estas entre pro­ductores primarios (pescadores, agricultores, etc.), artesanosespecializados con plena dedicaci6n, comerciantes, funciona­rios, sacerdotes y gobernantes; una concentraci6n efectiva depoder econ6mico y politico; el uso de simbolos convenciona­les (la escritura) para registrar y transmitir la informacion; yde patrones tambien convencionales de pesos y de medidasde tiempo y de espacio que condujo ala ciencia matematica».Los libros en que desarro1l6 estas teorias, como Los origenesde fa ciuilizacion (1936) y iQue ha sucedido en fa historia? (1942),tuvieron una influencia universal e hicieron que la arqueolo­gia no volviera a ser nunca mas la misma, sino que iniciase uncomplejo camino de evoluci6n teorica. Childe, que se habiaapartado de la visi6n dogmatics de los prehistoriadores so­vieticos y de los esquemas lineales de la historia estalinista,estaba evolucionando al final de su vida hacia una plena su­peracion de las concepciones tradicionales del progreso.Condenaba, en concreto, la idea que 10 presentaba como «unsimple camino lineal hacia un objetivo preconcebido y pre­determinado, un "bien" que constituye una norma a la luz dela cual deben juzgarse los acontecimientos historicos». Estaidea la compartian muchos, inc1uso marxistas, pero no se ha­llaba en Marx. «Eran preconcepciones especiales que estalIa­ron en 1946 y 1956 lesto es, durante las dos crisis de los re­gfmenes de democracia popular del este de Europa] y conellas habria de desaparecer la idea misma de Ii historia comoun proceso predeterminado que conduce inevitablemente ha­cia un final previsto por adelantado. No es la tarea del histo-

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riador imaginar un valor absoluto, cuya aproximacion se de­nomina "progreso", sino mas bien la de descubrir en la his­toria los valores a los cuales se aproxima el progreso».

En su primera etapa los miembros del grupo de los «his­toriadores marxistas britanicos» coincidieron en discutirconjuntamente algunos grandes temas que tenian implica­ciones metodol6gicas importantes, en especial el de la tran­sici6n del feudalismo al capitalismo, que Maurice Dobb(1900-1976) habia replanteado en sus Estudios sobre el de­sarrollo del capitalismo (1946), donde sostenia que era nece­sario estudiar los origenes hist6ricos del capitalismo a fin decomprender rnejor su naturaleza como sistema y poder ac­tuar sobre el -«el economista preocupado por los proble­mas actuales tiene preguntas propias que formular a losdatos hist6ricos»-, pero 10 hacia rechazando el analisis ha­bitual que se basaba en la esfera de la circulaci6n y que sos­tenia que habia sido el comercio el que habia llevado a lacrisis de la economia natural y al ascenso de la burguesia.Contra una manera de ver el problema que consideraba queel motor principal del cambio era el desarrollo de las fuer­zas productivas, proponia otra basada en el analisis de lasrelaciones de producci6n, es decir en las relaciones que seestablecen entre los hombres, y en la lucha de dases, dondeel motor inicial de la transici6n era la pugna de los campe­sinos contra la explotacion feudal. EI debate de la «transi­cion del feudalismo al capitalismo», en el cual intervendriaRodney Hilton (nacido en 1916) desde su perspectiva dernedievalista, tomo una nueva dimension en 1954, cuandoEric Hobsbawm le afiadiria el tema de la «crisis general delsiglo XVII», que habria de dar lugar a un nuevo nivel de dis­cusiones, que se renovo en 1976 con Robert Brenner y suinsistencia en dar un papel esencial a la «estructura agricolade clases», frente al neornalthusianismo dominante.

La crisis politica de 1956. con la intervencion sovietica enHungria, alejo a buena parte de estos hombres de la discipli­na del partido comunista y los dispers6, pero, a diferencia de10 que ocurriria en otros paises, ninguno de elios desert6 del

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campo de una politica progresista --estos son los afios del na­cimiento de una «nueva izquierda» que defendia un huma­nismo socialista e iniciaba la movilizacion contra las armasnucleares-, ni abandon6 en su traba]o intelectual una lineaque, si bien con mas libertad, conservaba 10 esencial de suinspiracion marxista. Tal vez ahora se acentuaria en la mayorparte de elias una preocupacion dorninante por los elemen­tos culturales -Hill dira «toda historia deberia ser historiade la cultura, y la rnejor historia 10 es»---, can una fuerte in­flueneia de pensadores cercanos a ellos como Raymond Wi­lliams. Es a partir de este mornento, par otro lado, cuando lamayor parte de estos hombres realizan sus obras mas impor­tantes, como sucede con los libros de Christopher Hill (naci­do en 1912) sobre la revolucion inglesa del siglo XVII y sucontexto intelectual. con George Rude (1910-1993) y sus es­tudios «de historia desde abajo», marcados por la preocupa­cion de recuperar «los rostros de la multitud». 0 con Thomp-son y con Hobsbawm.

Eric J. Hobsbawm, naeido en Alejandria en 1917 y edu-cado en Viena yen Berlin, hasta que el nazismo forzo a su fa­milia, de origen judie, a establecerse en Inglaterra, iniciariaen estes afios sus grandes estudios de histori a social -conRebeldes primitivos (1959) y Bandidos (1969)-, los de histo­ria del rnovimiento obrero -Trabajadores (1964), EI mundodeltrabajo (1984)- y, ala vez, la serie de las «eras», que com­pondran una historia global de los tiempos contemporaneos,desde La era de la revoluci6n (1962) a su Historia del siglo xx(The age 0/extremes, 1994). Contribuyo, adernas, ala reno­vacion teorica de la historiografia marxista, no solamente conel planteamiento del terna de «la crisis general del siglo XVII»,sino con la publicacion, en 1964, del fragmento de las Grun­drisse de Marx dedieado a las formaciones economicas precapitalistas, con una introducci6n provocativa donde sosteniaque «la teoria del materialismo historico requiere solamentela existencia de una sucesion de modos de produccion, perono que deban ser uno u otro en particular, ni tal vez tampo­co predeterminados en el orden de sucesion».

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Aparecerian tambien ahora lineas de trabajo diferencia­das como la protagonizada por Perry Anderson, de quienhablaremos a continuacion, 0 el desarrollo de un populismosocialista que se expresarfa a traves de la revista HistoryWorkshop, inspirada por Raphael Samuel (1938-1996), y deun conjunto de volurnenes rnonograficos, generalmente decaracter colectivo, dedicados a estudiar la vida y el trabajode los obreros, 0 a cuestiones teoricas diversas, que tendriansu culminacion en Historia popular y teoria socialista (1981)y en los tres vohimenes de Patriotismo: el hacerse y desha­cerse de la identidad nacional britdnica (1989), un tema entorno al cual tarnbien se orientarfan las ultimas obras perso­nales de Samuel, Theatres 0/ memory (1994), sobre los usosdel pasado en el mundo contempordneo, y el postumo Is­land stories (1998), que hace referencia especial a la identi­dad britanica. Un hecho nuevo seria la aparicion en los Es­tados Unidos, en los afios setenta, de una corriente dehistoria fuertemente influida por marxistas britanicos comoHobsbawm y E. P. Thompson, que tendra como organo deexpresion Radical History Review.

Edward P. Thompson (1924-1993) se haria famoso por unlibro que inicialmente estaba pensado como una sintesis dehistoria del movimiento obrero britanico, The making 0/ theEnglish working class, y que desperto el entusiasmo de jove­nes historiadores inconformistas del mundo entero. Ellibroresultaba profundamente innovador en su planteamiento dela nocion de c1ase como una relacion y en su interes por losmecanismos de formacion de una conciencia colectiva; pero10 era, sobre todo, por su rechazo explicito a entender el mar­xismo como «un cuerpo autosuficiente de doctrina completa,internamente consistente y plenamente realizado en un con­junto de textos escritos», Thompson defenderfa mas adelan­te, en Poverty 0/theory, que «el discurso de la dernostracionde la disciplina histories consiste en un dialogo entre con­cepto y dato ernpirico», y sostendrla que el pensamiento deMarx se detuvo en la larga tarea de hacer la critica de la eco­nornia politics del capitalismo sin poder completar el proyec-

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to mas ambicioso de construir el materialismo historico, cuyoobjetivo no era dar cuenta del funcionamiento de una econo­mia, sino de una sociedad entera, que contiene, adernas de laseconornicas, muchas otras actividades y relaciones.

Los medios acadernicos miraron con recelo a Thompson yse sintieron aliviados cuando no mostro ninguna voluntad de«hacer carrera», sino que opto, como diria John Brewer, pormantenerse «resueltamente no institucionalizado». Permane­ceria al margen incluso de los mismos historiadores marxistasbritanicos, como un caso aparte y peculiar, desligado de cual­quier grupo. Lo revela, de algun modo, una valoracion tanpositiva como la de Hobsbawm que ha escrito que «tenia Incapacidad de producir algo que era cualitativamente distintode 10 que escribiamos los dernas y que es imposible medir enla misma escala. Llarnemosle simplemente genio».

Despues de Whigs and hunters (1975) y de su participa­cion en Albion's fatal tree (1975), hizo un largo parentesis ensu obra de investigacion que dio paso a Poverty 0/ theory(1978) -su ajuste de cuentas con Althusser y el estructura­lismo marxista ala francesa-, a sus libros de terna inmedia­tamente politico: Writing by candlelight (1980), Zero option(1982), Double exposure (1985) y The heavy dancers (1985) y,sobre todo, a su implicacion personal en el movimiento porla paz. Su ausencia del campo de batalla de la historia en mo­mentos en que se producia el gran giro a la derecha perrnitioque se Ie fuera olvidando. Como ha dicho Pat Hudson: «EIclima ideologico e investigador de los afios del thatcheris­mo ha hecho mucho por disminuir la importancia de E. P.Thompson a los ojos de los estudiantes de hoy». Los histo­riadores, por su lado, «se encargaron de situar su obra en unacoyuntura social y politica concretas que ya ha pasado: deverla como formando parte de una tradicion romantica ycomprometida con 10 que se estudia, que ya ha dejado de te­ner vigen cia».

El «retorno» de Thompson con Customs in common, en1991 -seguido, casi en los mismos dias de su muerte, porWitness against the Beast. William Blake and the moral law

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(I993 )-, inquiet6 al mundo acadernico, sobre to do por lafirmeza con que reafirmaba sus puntos de vista. Un Thomp­son que polemizaba can Raphael Samuel, insistiendo en laexigencia de rigor en la investigaci6n, porque «la teoria y laevidencia han de mantener un dialogo constante», de acuer­do can 10 que habia afirmado en un planteamiento progra­matico: «La historia radical requiere el nivel mas exigente dela disciplina hist6rica. La historia radical ha de ser buena his­toria. Ha de ser tan buena historia como sea posible». Peroque, al mismo tiempo, ponfa en evidencia las «evoluciones»de algunos de los que en el pasado, cuando «estaban demoda», pretendian compartir sus preocupaciones y sus me­todos de trabajo. El males tar de estos ultirnos 10 reflejarian lasquejas de quienes interpretaban su actitud como la de aIguienque actuaba como si estuviera «defendiendo las tierras de sucercado contra una banda de intrusos».

En Customs in common Thompson atacaba Ia falsificaci6nque habia convertido el siglo XVIII ingIes en una «sociedad deconsumidores», poblada por «gente educada y cornercial»,ocultando que «este fue el siglo en que Ia gente comun per­di6 definitivamente su tierra, en que el numero de delitos cas­tigados con la pena capital se multiplic6, en que miles de mal­hechores fueron deportados, y en que miles de vidas seperdieron en guerras irnperiales», Su objetivo, sin embargo,iba mas alia de esta critica de la vision apologetica de lastransformaciones sociales del siglo XVIII. Combatia explicita.mente la pretension de reemplazar el viejo lexico derivadodel conflicto social, con terrninos como feudal, capitalista 0burgues, por otros como preindustrial, tradicional, paterna­lismo 0 modernizaci6n, que son tan ambiguos como aquellosy que no tienen otro rnerito que el de sugerir «un orden so­cio16gico autorregulado», eliminando Ia idea del conflieto.Quien valoraria esta obra con mas lucidez seria tal vez RoyPorter, al decir: «Aqui hay "socialismo humanista" en su me­jor expresion: una esplendida narraci6n que equilibra espe­ranza y pesirnismo, una visi6n de la lucha del hombre quehace su propia historia aunque no en sus propios terrninos. Y

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hay tambien, y no es 10 menos importante, una emocionanterecuperaci6n de la voz silenciada de los pobres, esforzandosepor preservar sus medios de vida y su identidad contra unasociedad patricia dominante».

La muerte de Thompson se produjo cuando aun no sehabian sedimentado los juicios que habia suscitado Customsin common -cuando apenas si habia comenzado la batallaque se intuia que podia librarse contra el libra- y esto ex­plica el alivio del mundo acadernico al poderlo convertir enun gran historiador que habia brillado en los quince afiosque van des de 1963 hasta 1978, entre la publicaci6n de Themaking 0/ the English working class y la de The poverty 0/theory, como representante de unas tendencias historiografi­cas y de unos proyectos politicos de «socialismo humanista»que habian caducado hacia mucho tiempo. Muchos de suscelebradores postumos se apresuraban asi a despedir un tes­tigo inc6modo de su propio pasado, que pretendia ponerlosen evidencia con su voluntad de negarse a renunciar a losviejos principios 0 a hacer penitencia por sus errores. Quesus temores no eran en vano 10 demostrarian las palabras deThompson al final de su libro sobre William Blake, dondereivindicaba a un hombre que nunca mostr6 «ningun tipode complieidad con el reino de la bestia» frente a «los acti­vos perfeccionistas y benevolos raeionalistas de 1791-1796»,que acabaron casi todos en el desencanto pocos afios mastarde, alegando que «la naturaleza humana les habra fallado,y se habia mostrado obstinada en su resistencia a la Ilustra­cion».

En una posici6n especial, debatiendo con los historiado­res en el terreno de la teoria, pero sin compartir con elioslos metodos de trabajo -y enfrentado politicamente a Thomp­son-, tenemos a Perry Anderson (nacido en 1938), uno delos principales animadores de la New Left Review entre1962 y los primeros afios ochenta, y que vuelve a serlo,como director, de la nueva etapa iniciada en el 2000. En susdebates politicos con Thompson, en su biisqueda de un mo­delo adecuado de «revoluci6n burguesa» que mostrase los

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diversos caminos por los cuales habia surgido el capitalismoen Occidente y permitiese teorizar el caso ingles, publico en1974 las dos primeras partes de las cuatro que habfa de te­ner una especie de gran tratado de sociologia hist6rica com­parada, Passages from antiquity to feudalism y Lineages ofthe absolutist state. Nunca salieron las dos partes finales quehabian de dedicarse a las revoluciones burguesas y al siste­ma contemponlneo del estado, posiblernente porque entretanto los intereses intelectuales de Anderson habfan cam.biado. Este montaje sociologico comparativo, mas cercano aWeber que a Marx, suscit6 fuertes discusiones, pero no hatenido demasiada influencia en el trabajo posterior de loshistoriadores.

Resulta paradojico que hoy veamos reivindicados, plena­mente vigentes, a estos historiadores que los medios acade­micos de su tiempo intentaron silenciar. Perry Anderson haescrito recientemente: «Se podria decir que la historiograffamarxista britanica ha conseguido hoy tener lectores en todoel mundo -10 que no sucedia antes- con la Historia del si­glo xx de Hobsbawrn, que parece va a quedar como la inter­pretaci6n mas influyente del siglo pasado, como la historiacompleta de una victoria desde el punto de vista de los ven­cidos».

Desde el campo del marxismo, entendido este termino ensu sentido mas creativo, e1 mensaje renovador con mas tras­cendencia de cara al futuro tal vez sea el de Walter Benjamin(1892-1940), que en la fase final de una obra compleja y muydiversa, aparentemente dominada por su preocupaci6n por laestetica, nos dej6 como legado postumo unas tesis sobre laconcepcion de la historia, hasta hoy mas celebradas que en­tendidas.

Benjamin se habfa exiliado de AIemania alliegar los nazisal poder, y al comenzar la segunda guerra mundial, en 1939,residfa en Francia. Estuvo internado un tiempo y volvio des­pues a Paris donde en el invierno de 1940 escribiria las tesis«Sobre el concepto de la historia»: una especie de testamen­to que recogia «la totalidad de las experiencias de su genera-

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ci6n», clarificadas finalmente por esta guerra: una teo ria de lahistoria que habria de hacer posible, por ejemplo, estudiarobjetivamente el fascismo. AI producirse la derrota de Fran­cia huy6 hacia el sur, primero a Lourdes, y despues a Marse­lla, donde trat6 imitilmente de embarcarse. Decidi6 entoncespasar a Espana, para encaminarse a los Estados Unidos. E125de septiembre de 1940 lleg6 a Port-Vendres y pidi6 a LisaFittko que le ayudara a pasar la frontera. La unica ruta validaen aquellos momentos obligaba a subir los Pirineos -la«ruta Lister», un antiguo camino de contrabandistas-, queBenjamin habria de hacer lentamente, ya que tenfa problemascardfacos. Hicieron un paseo de prueba, en el que Benjaminllevaba una cartera que contenia su Ultimo manuscrito, y 10justified diciendo: «Esta cartera es para mi 10 mas importan­te que hay. No la puedo perder; es necesario que este manus­crito se salve. Es mas importante que yo mismo». Arriesgabasu vida a fin de que el manuscrito se salvara de caer en rna­nos de la Gestapo.

Consigui6 llegar a Port Bou, perc alli encontro una ordende Madrid que prohibia entrar en Espana a todo aquel queno dispusiera de un visado frances de salida -una orden quemas adelante se derog6. No sabemos exactamente que paso,perc en una carta a Heny Gurland, de 25 de septiembre, de­cia: «En una situaci6n sin salida, no tengo otra elecci6n queponer aqui un punto y final. Mi vida acabara en un puebleci­to de los Pirineos donde nadie me conoce». Parece que sesuicide. Lisa Fittko piensa que, exhausto como estaba, crey6que no podria correr de nuevo e1 riesgo de la fuga. Pese a queen el registro de defunciones se inscribio una cartera con«unos papeles de contenido desconocido», estos papeles ja­mas han sido hallados.

Las «tesis sobre la historia», sin embargo, se habian salva­do y se publicaron por vez primera en 1942, en una edici6nde escasa difusi6n, en momentos en los que habian de resul­tar poco menos que incomprensibles. Y 10 han seguido sien­do durante muchos afios, por mas que se hayan traducido amuchas lenguas y hayan sido objeto de infinidad de comen-

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tarios. No es, sin embargo, este ellugar en que cabe hablar nide las «tesis» ni de la obra inacabada de los «Pasajes», por­que siguen siendo todavfa hoy, al cabo de sesenta afios de ha­ber sido escritos, algo que debe considerarse como un pro­grama para el futuro, algunos de cuyos elementos seranecesario integrar entre las propuestas finales de este libro.

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LAS GUERRAS DE LA HISTORIA

En un libro titulado ~Por que temen la historia las clases do­minantes? Harvey Kaye sostiene que la temen porque es, enUltima instancia, el relato de la lucha de los hombres y las mu­jeres por la libertad y la justicia. Me parece, sin embargo, quese equivoca. Las clases dominantes no temen la historia -porel contrario, procuran producir y difundir el tipo de historiaque les conviene, y que no suele ser la que se ocupa de la lu­cha por la libertad y la justicia-, sino que, en todo caso, te­men tan s6lo a los historiadores que no pueden utilizar. Aun­que tampoco es que les ternan mucho, porque les cuesta pocohacerles callar 0, por 10 menos, impedir que se les oiga.

Los gobiernos se han ocupado siempre de controlar laproduccion historiografica, nombrando cronistas e historia­dores oficiales -Napole6n se encargaba incluso de fijarcomo habfan de ser los cuadros que reprodudan sus bata­llas- 0 estableciendo academias como la que Felipe V fundoen Espana en 1738 y que durante mas de doscientos cin­cuenta afios ha pretendido fijar la verdad hist6rica politica­mente correcta (con mucha ineficacia, todo hay que decirlo,ya que ni siquiera consiguio llevar a buen puerto el proyectode una historia general de Espana que inici6 Canovas delCastillo y que quedo inacabada). Pero de 10 que los gobier­nos se han preocupado siempre, sobre todo, es de vigilar loscontenidos que se transmiten en la ensefianza,

Pero, como es logico, a opciones politicas diferentes leshan correspondido versiones distintas en la interpretacion delpasado, 10 que a menudo ha conducido a autenticas «guerrasde la historia», como las que se produjeron en Francia en elsiglo XIX en tome a las diversas formas de interpretar la Re­volucion. Estas guerras, sin embargo, tomaron nueva fuerza

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en los anos treinta del siglo xx, en los momentos de confron­taci6n del liberalismo con el comunismo y el fascismo, y seagravaron en los afios de la guerra frfa.

Los afios treinta fueron, por ejernplo, la epoca de la que­rna de libros -y del exilio de sus autores- en la Alemanianazi y de la condena de los historiadores que se apartaban deldogma establecido en Ia Rusia estalinista.

En Espana la segunda republica se preocup6 men os de es­tablecer su propia versi6n de Ia historia que de fornentar suestudio y establecer normas de tolerancia en la ensefianza,que fue uno de los campos a los que dedic6 una mayor aten­ci6n. Ellevantamiento militar de 1936, en cambio, hizo de Iacontrarreforma de la escuela y de la universidad uno de susprimeros objetivos, fusilando, depurando y sancionando a losmaestros, e imponiendo una educaci6n adoctrinadora en queel papel fundamental correspondia justamente a una visionconservadora y patri6tica de la historia «nacional», Como de­cian unas instrucciones del Ministerio de Educaci6n Nacio­nal de 5 de marzo de 1938: «Nuestra herrnosfsima historia,nuestra tradici6n excelsa, proyectadas en el futuro, han deformar la fina urdimbre del ambiente escolar». Esto se hariaen una escuela estrechamente vigilada don de los nifios reza­ban, hacian ejercicios paramilitares y cantaban himnos pa­tri6ticos.

A escala universitaria, la Instituci6n Libre de Ensefianzafue condenada e historiadores como Bosch Gimpera 0 Alta­mira emprendieron el camino del exilio para no volver jarnas.El resultado seria 10 que Lam Entralgo calific6 en sus memo­rias como «el atroz desmoche que el exilio y la "depuracion"habian creado en nuestros cuadros universitarios, cientificosy literarios».

Por 10 que se refiere a la investigaci6n hist6rica, habia quevigilarla en muchos sentidos. Jose Marfa Albareda, que seriasecretario general del CSIC hasta su muerte, tenia claro quelos historiadores no deb fan ocuparse de cosas recientes-«Para la investigaci6n la Historia medieval es mas historiaque la moderna>>--, pero ni siquiera Ia historia medieval es-

Las guerras de La bistoria 89

taba exenta de peligros, de modo que tarnbien habia que es­tablecer controles. En este mismo escrito afiade: «Sigue sien­do necesario el hacer la historia de Ia Corona de Arag6n ple­namente espanola. Y a mi me parece peligroso desarrollarestos estudios en Barcelona».

No solo la historia medieval. Incluso la prehistoria resul­taria modificada por el franquismo. Se abandon6 la idea deque habia habido en el espacio peninsular dos pueblos, celtase Iberos, que finalmente se habian fusionado en los celnbe­ros, y una arqueologia impregnada de racismo ario, protago­nizada en buena medida por un falangista militante comoMartin Almagro, conden6 a los iberos mediterraneos y reva­lorizo a los celtas «arios», olvidandose de mestizajes. Perocuando se lieg6 al extremo de la manipulaci6n en el uso po­litico de la arqueologia fue en 1943, cuando, ante el rumbodesfavorable a las potencias del Eje que iba tomando la se­gunda guerra mundial, que hacia inc6moda la identificacionque el regimen habia buscado hasra entonces con fascistasitalianos y nazis alemanes, se busc6 «desfasticizar» el «saludonacional» brazo en alto que se habia hecho obligatorio en1937, Yhubo quien escribi6 que «El saludo nacional promul­gado por el Caudillo Franco, en cuanto a su esencia, no se de­riva de los nacionales de los estados totalitarios de Italia yAlemania. Es una supervivencia, sin modificaci6n alguna, delracial iberico, muy en boga en la cultura de los Iberos del si­glo I antes de J esucristo», que resulta que «de Espana irradi6al resto de Europa».

De los iberos para aca, se sostenia la visi6n global de unaEspana que, superando sucesivas invasiones, llegarfa a suapogeo en el siglo XVI, que iniciaba despues una decadenciade tres siglos -Franco aseguraba que desde Felipe II todohabia ido mal, en especial en los afios del funesto liberalis­mo-- y que reernprendia su ascenso con el nuevo imperiofranquista, que debia volver a extenderse por Africa y Asia,como pedian las Reivindicaciones de Espana de' Areilza y Cas­tielia (respecto de America el Caudillo se contentaba con una«reconquista espiritual»).

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Las cosas cambiaron formalmente con la desaparici6n delfranquismo. El PSOE, en su etapa de gobierno, se limit6 a di­fundir los valores del patriotismo con la pedagogia de las con­memoraciones ---el «Quinto centenario» del «descubrimien­to» de America, el segundo del despotismo ilustrado, etc.-,pero al Partido Popular, al subir al gobierno, le entr6 el ansiapor recuperar los mensajes del nacionalismo mas tradicional.La ministra de Educaci6n, Esperanza Aguirre, fracas6 en sucruzada por imponer «la verdadera historia de Espafia» ---esdecir, la que ella creia «verdadera>>---, pero el gobierno hamovido despues toda la artilleria de la Academia de la Risto­ria para dar apoyo a sus reivindicaciones de una interpreta­ci6n nacionalista ultra, amenazando con establecer una cen­sura de los libros de texto «auton6micos». El propio ministrodel Interior, Mayor Oreja, debelador del nacionalismo vasco,ha llegado a implicar a la Guardia Civil, de manera equivocapero no inocente, al animarla a «contribuir a la historia de Es­pana para que no la vuelvan a deformar los que no creen enella».

Dejando a un lado el caso espafiol, que tiene una crono­logia propia, condicionada por la an6mala supervivencia del,franquismo, en la mayor parte del mundo «occidental» lasguerras de la historia se agravaron notablemente con motivode la guerra fria.

Conocemos bien el caso de los Estados Unidos donde elconflicto en el terreno de la ensefianza de la historia se habiamanifestado ya en los anos treinta, cuando los libros de textode historia americana que no fuesen de un patrioterismo con­servador eran denunciados, prohibidos 0 quemados. Comodecian las «Daughters of the Colonial Wars» era intolerableque se quisiera «dar al nino un punto de vista objetivo, en lu­gar de ensefiarle americanismo real (. .. ): "mi pais con raz6no sin ella". Este es el punto de vista que queremos que adop­ten nuestros hijos. No podemos permitir que se les ensefie aser objetivos y a que se formen ellos mismos sus opiniones».A principios de los afios cuarenta la National Association ofManufacturers tenia 6.840 «centinelas locales dedicados a

Las guerras de la bistoria 9 I

mantener limpia la ensefianza delpeligro que representaba elascenso del colectivismo»,

Todo esto empalideci6 ante 10 que ocurriria despues de lasegunda guerra mundial, al estallar la «guerra fria», que tuvocomo consecuencia que se promoviesen alternativas al mar­xismo en «Occidente», y contribuy6, por reacci6n, a consoli­dar la fosilizaci6n dogrnatica de los paises del llamado «so­cialismo real». En los Estados Unidos los valores delrelativismo que habian defendido los historiadores progresis­tas como Beard y Becker fueron atacados de manera furi­bunda. Habia que volver al mito de «la objetividad» y trans­mitir aquella parte de los viejos valores morales que pareciaadecuada para los nuevos tiempos. Nunca ha habido una aso­ciaci6n tan estrecha entre los historiadores y el poder como laque se estableci6 en estos afios. Historiadores acadernicos deprestigio trabajaron para el gobierno -algunos en cargos im­portantes como Schlesinger, Kennan 0 Rostow-, primero enla OSS, despues en la CIA, en el Departamento de Estado 0en instituciones controladas por estes.

La desclasificaci6n de documentos oficiales ha permitidodescubrir hasta que punto la evoluci6n de las ciencias socia­les en los Estados Unidos durante los afios de la guerra friaestuvo condicionada por la financiaci6n concedida por el De­partamento de Defensa, por la CIA y por algunas fundacio­nes conservadoras, de manera que se ha podido llegar a es­cribir que «contra 10 que se piensa habitualmente, la ofensivaideo16gica ha sido tan importante para la estrategia de la se­guridad nacional de los Estados Unidos desde 1945 como labomba atomica».

En centros de estudio financiados por las instituciones delgobierno, como el CENIS del Massachusets Institute ofTechnology, investigadores como Clifford Geertz trabajabanallado de «halcones» como Walt Rostow -que daba tam­bien clases sobre fundamentos de contrainsurgencia en la es­cuela de guerra del ejercito norteamericano en Fort Bragg-,o de hombres que han sido calificados como «terroristas pro­fesionales», como Lucien Pye, inspirador de la estupida ma-

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sacre que implic6 la eliminaci6n del regimen neutralista deSukarno en Indonesia, con un coste de centenares de milesde vidas humanas. En esta n6mina habria que incluir tambiena liberales supuestamente independientes como Isaiah Berlin,que colaboraba con politicos como Bundy, Alsop y Bohlen,animandoles a proseguir la guerra de Vietnam, y que recibio,en compensaci6n, cantidades importantes de dinero de laFundaci6n Ford para el Wolfson College de Oxford, en elque estaba implicado personalmente.

A los historiadores les tocaba ahora no solamente defen­der los valores sociales establecidos, que era la funci6n quehabian realizado tradicionalmente, sino abrir la sociedad nor­teamericana al nuevo papel de protagonista en la escenamundial que habia asumido su pais, tradicionalmente aisla­cionista, introduciendo cursos de «civilizaci6n occidental» enla universidad 0 inventando una «revoluci6n atlantica» queenlazaba las historias de America del Norte y de la Europaoccidental (anunciando de algiin modo la OTAN). Tarnbienera necesario impulsar estudios sobre Asia 0 sobre Rusia paraatender las necesidades de informaci6n del gobierno (sera unhistoriador como Kennan quien, basandose en su conoci­miento hist6rico, rnarcara las gran des lineas de la politicanorteamericana hacia la URSS). El caso mas evidente de estaconexi6n entre historia y politica es posiblemente el de los so­vietologos 0 krernlinologos, como se los llamaba, un campoque tuvo un crecimiento espectacular despues del lanzamien­to del primer satelite sovietico, gracias a las ayudas que sedestinaron a investigar la historia rusa, pero que estaba so­metido a controles estrictos: el Centro de Investigaci6n Rusade la Universidad de Harvard, por ejemplo, tenia un conveniocon el FBI, que obligaba a que los autores que pubIicasen enla revista Problemas del comunismo fuesen investigados per­sonalmente, por razones de seguridad. La doble funci6n delos investigadores en este campo se puede ver en casos comoel de Richard Pipes, profesor ernerito de historia rusa en Har­vard, autor de obras generales sobre la revoluci6n rusa, queasociaba esta actividad de historiador con la de director de

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asuntos sovieticos y de la Europa del este del National Secu­rity Council y que fue uno de los inspiradores de la nuevaguerra fria de Reagan. AI hundirse la Uni6n Sovietica, un Pi­pes que parece irritado por que se ha quedado sin enemigo acombatir, se dedica a reemplazarlo por el estado del bienes­tar,manifestando su miedo ante el hecho que «aunque la san-

. tidad de la propiedad ya no esta amenazada por la hostilidaddirecta de comunistas y socialistas, puede ser minada por elestado del bienestar».

El clima de la guerra fria explica tambien la importanciaque alcanzaron en los Estados Unidos los cultivadores dela llamada «sociologia histories», que usaban modelos socio­l6gicos esquematicos para interpretar los hechos hist6ricos-10 que no excluia que acornpafiasen estos planteamientoste6ricos simplistas con un trabajo de busqueda factual de unaconsiderable importancia-, y que han dedicado la mayorparte de sus investigaciones a un tipo de estudios sobre el

- conflicto social que estaban claramente destinados a ensefiara evitarlo 0, al menos, a contenerlo. Se explica asf que buenaparte de las obras que publicaron tuvieran como objeto cen­tral la revuelta y la revoluci6n, como se puede ver en los ca­sos de Barrington Moore, jr. (The social origins of democracyand dictatorship, 1967; Injustice: the social bases of obedienceand revolt, 1978), de Charles Tilly (From mobilization to re­volution, 1967; The contentious French, 1986; Las revolucio­nes europeas, 1993; Popular contention in Great Britain, 1758­1834, 1995, etc.) 0 de Theda Skocpol (States and socialrevolution, 1979; Social revolutions in the modern world,1994), por mencionar unos pocos ejemplos representativos.

Hubo tambien una actuaci6n represiva. Si en el nivel delos Iibros de texto nos encontramos con una serie de cruza­das locales contra los libros «subversivos» -un informe en­cargado por las «Daughters of the American Revolution» de­nunciaba 170 libros por contener expresiones consideradasprocomunistas, como la que sostenia que la democracia es «laforma de gobierno en que el poder soberano esta en manosdel pueblo colectivamente>>--, en la enseiianza superior se

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produjo una depuraci6n con «centenares de despidos», en laque colaboraron muchos de los miembros de la propia pro­fesi6n, que se aseguraban de paso su promoci6n. Tenemos asicasos como el de Daniel Boorstin, que se prest6 de buenagana a «dar nombres» y consigui6 prosperar en su carrera,que podrfan contraponerse a otros, como el de Moses Finley,que no quiso denunciar y tuvo que abandonar la universidadnorteamericana y rehacer su carrera en Inglaterra, 0 como elcaso parad6jico de Ernst H. Kantorowicz (1865-1993), unnazi que habia luchado en los «cuerpos libres» despues de laprimera guerra mundial, autor de una gran biograffa de Fe­derico II que era un elogio del caudillismo y que se publicoexhibiendo en las cubiertas una esvastica. Kantorowicz dejola ensefianza en la Universidad de Frankfurt en 1935, por laoposici6n que los estudiantes manifestaban ante un profesorjudio, pero sigui6 cobrando su sueldo y permaneci6 tranqui­lamente en Berlin hasta el verano de 1938, cuando acept6 unainvitaci6n para ensefiar en Oxford y march6 despues a laUniversidad de California, donde rechaz6, en 1950, hacer eljuramento de lealtad que se exigia a los profesores norteame­ricanos, alegando que representaba una amenaza ala libertadacadernica. Dej6 mas adelante California para pasar al Insti­tuto de Estudios Avanzados de Princeton y public6 entoncessu obra mas conocida, Los dos cuerpos del rey (1957).

Este clima contribuy6 a que se elaborase una visi6n delpasado de los Estados Unidos como una «historia de consen­so», basada en «las doctrinas del excepcionalismo norteame­ricano y del "destine manifiesto", y en el mito de la conquis­ta triunfante del oeste», que «ornitia cualquier menci6n sobreraza, esclavitud, conquista de los pueblos nativos y restriccio­nes opresoras sobre muchos grupos marginalizados, inclu­yendo las mujeres». Una visi6n que se abstenia de criticar alos «robber barons» creadores de riqueza, y que celebraba elrnilagro que habia engendrado una naci6n sin clases, respec­to de la cuallos planteamientos del marxismo eran totalmen- .te irrelevantes. Por su parte la teoria de la modernizaci6nsostenia que este milagro podia repetirse en los paises subde-

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sarrollados, si estos segulan las mismas f6rmulas sociales ypoliticas. Se volvia , a la vez, a la doctrina de la objetividad, alrechazo de la «ideologia» -es decir, de las ideas de los'otros- y de la «construcci6n» social».

En 1949 el presidente de la American Historical Associa­tion declaraba: «No nos podemos permitir no ser ortodoxos»yexhortaba a los historiadores norteamericanos a abandonarsu tradicional «pluralidad de objetivos y de valores» y acep­tar «una amplia medida de regimentaci6n», porque «unaguerra total, sea caliente 0 fda, moviliza a todo el mundo yllama a cada uno a asumir su parte. El historiador no esta maslibre de esta obligaci6n que el fisico».

La actuaci6n politica y propagandista norteamericana seextenderia tambien a Europa, donde se realizaba sobre todoa traves del Congreso por la Libertad de la Cultura (CCF),unainstituci6n dirigida bajo mana por la CIA y dotada de re­cursos abundantes, procedentes en gran medida del PlanMarshall -recursos que pasaban a menudo a traves de fun­daciones, reales 0 inventadas, para disimular su origen-, quetenia en el patronato a personajes como Benedetto Croce (re­emplazado a su muerte por Salvador de Madariaga), Jaspers,Maritain, etc., y que financiaba publicaciones como Preuues,en Francia (creada como un antidote a Les temps modernesde Sartre), Encounter en Gran Bretafia (bajo la direcci6n deIrving Kristol y Stephen Spender), Cuadernos (dirigido porun personaje tan turbio como Julian Gorkfn), Tempo presen­te (creado en Italia contra Moravia), y otras publicaciones se­mejantes en Australia, la India y J ap6n, pensadas como pla­taformas para apoyar a «izquierdas alternativas» y hacerllegar la influencia norteamericana a un gran mimero de inte­lectuales de diversos paises.

Tambien la alta cultura experimento los efectos de esta si­tuaci6n. Los pintores abandonaron el realismo comprometi­do del frente popular que queria hacer llegar el arte a las rna­sas, en favor del expresionismo abstracto, y pasaron a usar unlenguaje que s610 entenderian las rninorias intelectuales avan­zadas. Hoy sabemos, ademas, que la operaci6n form6 parte

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de las batallas culturales de la CIA. Un hombre como NelsonRockefeller, presidente del MOMA de Nueva York, defendsel expresionismo abstracto como el arte de la libre empresa.Contaban, adernas, con una figura carismatica, Jackson Po­llock, nacido en Wyoming, que podia pasar por una especie ,de cowboy, que no tenia influencias europeas ni habia esturdiado en Harvard y que, como buen artista autenticamenrenorteamericano, era un gran bebedor. Se hizo una campafispara difundir a estos pintores, consiguiendo que los rnuseosnorteamericanos, en su mayor parte dependientes del patro.]­cinio privado, los comprasen, y ayudasen a difundirlos por],todo el mundo, en exposiciones 0 con prestamos -todo ellafinanciado por la CIA y con un arnplio apoyo del MOMA.Un hombre como Alfred Barr, director del MOMA desde1929 hasta 1943, convencfa a Henry Luce para que cambiasela politica editorial de Time-Life y no atacase al «nuevo arte», .porque era necesario protegerlo a fin de que no fuera critics­do como en la URSS, ya que era «em presa artistica libre»: en .agosto de 1949 Life dedic6 las paginas centrales de la revistaa Pollock. A algunos de los mejores artistas esta situacion de Irevolucionarios pagados por la burguesia acabo desequili­brandolos -Franz Kline murio alcoholizado y Rothko seabrio las venas- pero otros, como Paul Burlin, aceptaban el

. juego y sostenian que «la pintura moderna es el baluarte de laexpresion creativa individual, lejos de la izquierda politics yde su hermana de sangre, la derecha». .

En los departamentos universitarios de ingles, donde seestudian la lengua y la literatura, se abandono cualquier con­sideracion del contexto social y de la historia, y la «Nueva CrI­rica» decidio examinar unicarnente los textos. Los profesores I'se refugiaron en un estudio elitista, separado de las preocu­paciones del mundo real, para defenderse de los ataques queles podian lanzar tanto des de la derecha como desde la iz.quierda. En el campo de las ciencias sociales se dejaron delado la preocupaci6n por la estructura de clases 0 por la dis­tribuci6n de la riqueza. La National Science Foundation re­comendaba a los que pedian ayudas para la investigaci6n que

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se olvidasen de los «movimientos de reforma y de las activi­dades relacionadas con el bienestar social». Y las fundacionesprivadas eran todavia mas escrupulosas y evitaban, por ejern­plo, cualquier investigaci6n sobre relaciones raciales.

En el terreno de la historia estos afios de tranquilidad vi­gilada se acabaron con la crisis de los afios sesenta y con laaparici6n de la «nueva izquierda», pero la lucha no ces6 nicon el final de la guerra fria. Los debates se renovaroncuando en 1990 el presidente Bush lanz6 un plan para me­jorar los niveles educativos de los estudiantes norteamerica­nos que incluia, entre sus objetivos, el de «conocer las di­versas herencias culturales de esta nacion». La comisionencargada de fijar unos objetivos nacionales (<<national stan­dards») en el terreno del conocimiento de la historia tuvoque enfrentarse a las exigencias de multiculturalismo de lasdiversas minorias y tom6 en cuenta valores que iban masalla de los eurocentricos tradicionales con el fin de llegar auna historia realmente global. Despues de largas discusionescon una amplia participacion de especialistas, los «stan­dards» estaban preparados en otofio de 1994, pero com en­zaron a ser denunciados en el Wall Street Journal como unaconspiraci6n para inculcar una educaci6n al estilo cornunis­ta 0 nazi, dentro de la carnpafia contra el multiculturalismoy contra los «tenured radicals»: los profesores supuestamen­te «radicales» de historia, literatura 0 antropologia de lasuniversidades norteamericanas. El ataque acab6 con unacondena oscurantista en el senado y llevo al gobierno deClinton a aceptar una revision del trabajo que, pese a todo,no acab6 de complacer a la derecha.

Hace poco, adernas, un nuevo episodio ha venido a de­mostrar que el estudio de la historia, y en especial el de la his­toria reciente, es algo que los gobiernos consideran peligroso.En los Estados Unidos una disposici6n de 1978 determinaque los documentos del presidente saliente deben ponerse alalcance de los estudiosos a los doce afios de haber dejado estela Casa Blanca, previa una depuraci6n que elimina de la do­cumentaci6n que puede consultarse la que contenga materias

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peligrosas para la seguridad nacional, la relativa a nombra­rnientos de personal, etc.

Este acceso a la documentaci6n ha permitido avances im­portantisimos en nuestros conocimientos que, como dice Ro­bert Dallek, autor de una gran biografia deJohnson, han ayu­dado tambien a los politicos a entender el trasfondo dealgunas decisiones de sus antecesores y a evaluar mejor lasopciones politicas que se les presentan. A veces dan lugar aladifusi6n de noticias inc6modas. Una publicaci6n de docu­mentos realizada a traves de internet por la organizaci6n Na­tional Security Archive, con fecha 6 de diciembre de 2001,daba a conocer, por ejemplo, la complicidad del presidenteFord y del secretario de Estado Henry Kissinger en la inva­si6n de Timor Oriental por los indonesios, algo que Kissingerha negado siempre.

En noviembre de 2001 se cumplia el plazo en que la do­cumentaci6n de Ronald Reagan debia ponerse al acceso delos investigadores, pero el primero de este mes el presidenteG .W. Bush publico una orden ejecutiva que bloqueaba el ac­ceso a 68.000 paginas de comunicaciones confidenciales en­tre Reagan y sus asesores, ala vez que establecia nuevas reglaspara que en el futuro los presidentes puedan controlar el ac­ceso a su documentaci6n. Las protestas de los investigadoresdesautorizaron la excusa de que la prohibici6n estuviese jus­tificada por razones de seguridad, puesto que los filtros esta­blecidos por la ley de 1978 son mas que suficientes.

Si no es la seguridad nacional, dice Dallek, ~que motivoshay para la decision de Bush? Su respuesta es: «Solo pode­mos imaginar que esta tratando de proteger de revelacionesembarazosas a miernbros de su administraci6n que trabajarontambien con Reagan. Es posible tambien que trate de escon­der el papel que su padre tuvo en el escandalo Iran-Contra.Y es imaginable que est a ya pensando en proteger los mane­jos internos de su propia administraci6n». Aunque la batallalegal sigue en el momenta de escribir estas lineas, parece cla­ro que va a haber grandes restricciones para acceder a estadocumentaci6n. Lo que se est a tratando de controlar en este

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caso, pues, no es el sesgo y la parcialidad de los historiadores,sino su capacidad para hacer una critica informada del pasa­do que pueda ayudar a clarificar el presente.

En Gran Bretafia la guerra frfa tuvo como uno de sus ins­trumentos al IRD (Information Research Department, delForeign Office) que se dedicaba a una tarea de propagandaanticomunista y contaba con colaboradores de la importanciade George Orwell, que les ofreci6 espontanearnente una listade 130 «criptocomunistas» -y recibi6, a cambio, ayuda paradifundir internacionalmente Animal farm y 1984. Tambienlos historiadores caerian bajo su influencia. Uno de los criti­cos mas duros del regimen sovietico, Robert Conquest, tra­baj6 para el Foreign Office a sueldo del IRD de 1946 a 1956,antes de hacer una carrera academica «respetable» como «so­vietologo» y profesor en la universidad norteamericana deStanford. En la nomina de estas instituciones oficiales se po­dia encontrar, ademas, a Maurice Cranston, Hugh Seton­Watson, Brian Crozier, Leonard Shapiro, 0 a institucionescomo la London School of Economics y el St. Anthony's Co­llege de Oxford (en especial su Departamento de EstudiosSovieticos) .

El combate por el control de la his toria se extended masadelante a la escuela, cuando Margaret Thatcher inicie cam­paiias para modelar una ensefianza mas atenta a los «valorespropios en cormin de la sociedad britanica» y alejados delmulticulturalismo y de las visiones de la «historia desde aba­jo», es decir, de la historia social. Con este objetivo se orga­niz6 un grupo de trabajo --«History Working Group>>-­destinado a elaborar un «curriculum nacional» de historiaque pudiera satisfacer las exigencias del gobierno conserva­dor. La propia Thatcher nos explica en sus memorias quecuando el grupo presento su informe, hacia julio de 1989, sehorroriz6, porque «ponia el enfasis en la interpretacion y enla indagaci6n en lugar de hacerlo en el contenido y el cono­cimiento». Y, ademas, no dedicaba la suficiente atenci6n a lahistori a britanica. Cuando le lleg6 un segundo informe rehe­cho, que atendia a su reclamaci6n de mas historia britanica,

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la primera ministra seguia quejandose porque no dedicababastante atenci6n a los «hechos hist6ricos». ~Que era 10 quela senora Thatcher consideraba como «hechos hist6ricos»?Ella misma nos 10 muestra cuando ataca el programa pro­puesto por el grupo porque «estaba demasiado orientado acuestiones religiosas, sociales, culturales y esteticas, y no pres­taba la suficiente atenci6n a los acontecimientos politicos».Esto es, se ocupaba «demasiado» de la sociedad 0 de la cul­tura, en lugar de limitarse a explicar los hechos de los prime­ros ministros, incluyendo las guerras gloriosas como la de lasMalvinas, que la Thatcher parece considerar como el «he­cho» mas importante de la historia britanica del siglo xx.

No todos los casos de «guerras de la historia» son tan da­ros como estos a los que nos hemos referido hasta ahora. Enotros el debate se plantea en torno a un problema 0 a un aeon­tecimiento clave del pasado, cuyas diversas interpretacionesse identifican con opciones politicas contrapuestas. Este seriael caso del debate sobre la Revoluci6n francesa, 0 el de lasdiscusiones en torno a la historia de la Alemania nazi, que nospueden servir de ejemplo del modo en que politica e historiase combinan e interfieren.

Los debates en torno a la naturaleza de la Revoluci6n fran­cesa son tan viejos como la revoluci6n misma, pero cobraronnueva virulencia alrededor de 1989, cuando el segundo cen­tenario de la revoluci6n vino a coincidir con el hundimientodel regimen sovietico. La ofensiva era una derivaci6n directade la guerra frfa -como dijo este personaje singular que eraRichard Cobb (1917 -1996), «los acadernicos norteamericanosen la n6mina de la CIA estaban al servicio de las fuerzas derepresi6n para ayudarles a conocer mejor los mecanismos de Ilas revoluciones y a mejorar las tecnicas de prevenci6n». En ~terrninos generales, el objetivo esencial era negar la revolu­ci6n misma como fen6meno con consecuencias de transfor­macion social -acusando a los que defendian interpretacio­nes «sociales» de actuar por motivos politicos, como si los delos «revisionistas» no 10 fueran- y presentarla como el ori­gen de todas las aberraciones politicas del siglo xx, y en es-

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pecial de la revolucion sovietica y del triunfo del bolchevis­mo. No en vano, como ha dicho Arno Mayer, participaban enesta operaci6n «los renegados ex comunistas que, en termi­nos medios europeos, tenian un peso desproporcionado en la"intelligentsia" parisiense».

El inicio de este nuevo revisionismo se asocia habitual­mente con Alfred Cobban (1901-1968), que en 1964 denun­ciaba el «mito de la Revolucion francesa» y le negaba tras­cendencia y, sobre todo, caracter «social». Unas tesis quedesarrollaria en 1964 en su libro The social interpretation 0/the French revolution, donde defendia la inexistencia en laFrancia revolucionaria de 1789 de algo que se pudiera llamar«feudalismo», por un lado, y de una burguesia revoluciona­ria, por otro.

Pese a que Cobban no habia investigado sobre estos temasy que no tenia una vision alternativa que ofrecer, sus plantea­mientos llegaban en un momenta politicamente oportuno ysu estimulo fue seguido rapidamente en Francia por algunoshistoriadores ex comunistas que necesitaban hacerse perdo­nar su pasado con muestras elocuentes de conversi6n, y enespecial por Francois Furet (1927-1997), hijo de un banque­ro, que paso fugazmente por el partido comunista, y que, des­pues de la obligada abjuraci6n, comenzo un rapido ascenso alpoder academico y mediatico, en compafiia de un equipo ca­lificado por unos de «banda» y por otros de «galaxia», y con­sigui6 una aportaci6n financiera substancial de fundacionesnorteamericanas de derecha y un lugar de trabajo en la Uni­versidad de Chicago. Su amplia audiencia en los medios decomunicacion franceses consigui6 presentarlo al publicocomo la gran autoridad renovadora de la historia de la Revo­lucion francesa, pese a que sus investigaciones en este terre­no eran practicamente nulas, siendo como es la mayor partede su obra de caracter ensayistico y de sintesis, con una preo­cupacion mas grande por la historiografia que por la propiahistoria, ya que en este terreno le era mas facil pontificar quesi hubiera tenido que combatir en el de una erudicion que nodominaba: una situaci6n que 10 llev6, de forma harto Iogica,

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a un rechazo global de la «historia universitaria» francesa.Furet comenzo distinguiendo entre dos revoluciones, la bue­na, liberal y reformista de 1789, y la mala, hija del Terror de1792-1794, antecedente del comunismo ruso. El colmo de ladesvergiienza Ilegaria con el Dictionnaire critique de la Revo­lution francaise (1988), dirigido por Furet en colaboracioncon una especialista de tercera fila como Mona Ozouf, don­de los miembros de la banda se permitian, por ejernplo, ex­cluir un nombre como el de Albert Soboul, cuya obra deinvestigador en el terreno especifico de la historia revolucio­naria era superior a las del director, su complice y la bandaentera sumadas.

En el mundo acadernico anglosajon, en cambio, el ataquea la interpretacion social de la revolucion, si exceptuamos al­gun caso puntual como la narrativa del Citizens de SimonSchama -que se pretende inspirada por Cobb, pero estamuy lejos del nivel y de la independencia ideologies de este-s-,vino sobre todo por el lado de los estudios culturales y deldiscurso, con aportaciones como las de Lynn Hunt y KeithBaker. Pero cuando se comienza diciendo que 10 esencialpara comprender la genesis de la Revolucion francesa es ave- .riguar «el espacio conceptual en que fue inventada», no ha deextrafiar que se acabe llegando a que un trabajo sobre la fis­calidad como causa del malestar publico, sorprendentementepublicado en una revista de prestigio acadernico, acabe di­ciendo que el estudio del «proceso por el cualla fiscalidad re­sulto politizada e investida con un sentido revolucionario» in­teresa sobre todo porque «tiene importantes implicacionespara nuestra comprension de Tocqueville y de Habermas».Cosa que explica la preocupacion de Colin Jones al compro­bar que Hunt, Baker y el mismo Furet estaban reduciendo laRevolucion «a un acontecimiento lingiiistico» mas que a un«heche social y economico».

Todo ello para combatir una denominada interpretacionjacobino-rnarxista, supuestamente dogmatics e inflexible, queno existe en la realidad, porque la investigacion hecha en elterreno del estudio de la trama social de la Revolucion -una

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investigacion que generalmente no se menciona en estos de­bates, que raras veces van mas alla de 10 meramente historio­grafico-- ha hecho en las ultirnas decadas grandes avances yno tiene mucho que ver con la vulgata que los «revisionistas»han estado combatiendo con la comodidad y con el exito conquehabitualmente se lucha contra los enemigos fantasmas in­ventados intencionadamente.

Mientras los revisionistas se dedicaban a esta tarea, conresultados tan esteriles que han acabado llevando rapidamen­te a un «post-revisionismo», la «historia universitaria» mos­traba la complejidad de matices de los enfrentamientos en elseno de la sociedad campesina, siguiendo en gran medida loscarninos abiertos par el gran libro de Pierre de Saint Jacob,que can su vision de un campo donde a mediados del sigloXVIII habia «enriquecimiento de los unos, empobrecimientodelos otros, disminucion de la clase media», nos volvia a acer­car a Labrousse. Seguido par interpretaciones renovadorascomolas de Hoffman y Moriceau, que insertan la crisis del si­glo XVIII en el largo plazo, como los estudios de Kaplan sa­bre el aprovisionamiento de Paris, los de Markoff sabre los«cahiers de doleances» -donde el feudalismo exorcizadopar Cobban reaparece con considerable fuerza-, a los deAnatoli Ado -un historiador ruso que tuvo que combatirla viejavision «rnarxista-ortodoxa» del «balance agrario de laRevolucions-s-, de McPhee y de tantos otros sobre la revuel­ta rural y sobre la continuidad de las luchas de los campesi­nos a 10 largo del siglo XIX.

Par 10 que respecta a la burguesia como clase actuante enla sociedad francesa durante la epoca de la Revolucion, parotro lado, no se trata de una invencion de los «jacobino-mar­xistas», sino que la definicion misma de la clase surgio del le­xico de los trabajadores franceses antes de la revolucion: elDiccionario de la Academia Francesa explicaba en su edicionde 1788 que «Los obreros, hablando de aquellos para quientrabajan, acostumbran a decir el burgues, sea cual sea la cua­lidad de las personas que les den trabajo». La transforrnacionde este burgues en un revolucionario que ha luchado par la

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francesa, primero, y de las revoluciones liberales en todo elmundo, mas tarde, se 10 tuvieron que ganar luchando y pac­tando con la burguesfa dominante-, hayan conseguido con­quistas substanciales, hasta el punto que Markoff ha podidodecir que «la emancipaci6n del campo del dominio de los se­nores en la primera mitad del siglo XIX -no solamente enFrancia, sino de una manera general en el oeste y el centro deEuropa- hubiera sido menos probable sin la media decadade levantamientos rurales incontrolables de Francia». Y quesehaya podido verificar que el conjunto de la poblacion fran­cesa salio beneficiada de la Revoluci6n, hasta el punto de que«en dos decadas, la esperanza de vida al nacimiento del fran­ces medio habfa aumentado un tercio, de menos de treinta acasi cuarenta afios».

Pasados los momentos agudos del combate politico delbicentenario, que vinieron a coincidir con los episodios fina­les de la guerra fda, no queda mucho de positivo que recogerdellegado de un revisionismo que no supo construir una nue­va interpretacion en lugar de la que queria destruir, y la his­toria post-revisionista vuelve a investigar la sociedad francesay a situar los cambios que en ella se produjeron en el largoplazo.

Una guerra de la historia diferente, pero igualmente signi­ficativa, es la que se produjo en Alemania despues de la se­gunda guerra mundial, cuando, con el pais dividido y tenien­do que hacer frente al peso de los crfmenes del nazismo, lossupervivientes se sintieron en la necesidad de redefinir supropia identidad historica, y no podian hacerlo sin encontraralguna forma de explicar el nazismo y el exterminio de los ju­dios. AI Este, en la Republica Democratica Alemana, la apli­cacion mecanica del dogmatismo estalinista pareda resolverel problema. En su retorno al pais, los lideres comunistas ale­manes que habian vivido refugiados en la URSS considerabande un interes prioritario difundir la interpretacion historicadel nazismo que habia elaborado la Tercera Intemacional,que 10 explicaba como una forma del capitalismo monopolis­ta de estado -de aqul la denominacion de historia «Stamo-

Las guerras de la bistoria 105104 La bistoria de los hombres: el siglo xx

libertad de todo «el tercer estado» es, en cambio, una inven­cion burguesa, desarrollada por los historiadores de la Res­tauracion y, muy en especial, por Guizot. El mito de una su­puesta burguesfa revolucionaria ya habia sido denunciadopor Walter Benjamin: «La ilusion segiin la cualla tarea de larevolucion proletaria seria la de acabar la obra de 1789, en es­trecha colaboraci6n con la burguesfa (... ), ha dominado laepoca que va desde 1831 hasta 1871, desde la insurreccion deLyon hasta la Commune. La burguesia no ha compartidonunca este error. Su lucha contra los derechos sociales co­mienza desde la revolucion del 89 y coincide con el movi­miento filantr6pico que la oculta (. .. ). Allado de esta posi­cion encubierta de la filantropfa, la burguesia ha asumidosiempre la posicion franca de la lucha de clases. Desde 1831reconoce en el Journal des debats: "Todo manufacturero viveen su manufactura como el propietario entre sus esclavos?».

La investigacion puntual en torno a grupos burguesesconcretos nos ofrece la imagen de unos hombres que, sin­tiendose ahogados por el marco social e institucional del an­tiguo regimen, se han alineado inicialmente con la revolucion, .p:ro. que, una vez conseguidas las mfn~as libertades que rei- rvindicaban, se han apresurado a pedir al estado un control­social que los defienda de sus trabajadores. Esta claro queeltipo de cambios que han promovido habian de ser de natu­raleza economics -si entendemos que 10 es tarnbien un ob­jetivo tan esencial de la burguesfa como la consolidaci6n dela propiedad-, pero estes han ido acompafiados por cam­bios politicos, que han quedado asegurados, al igual que loseconomicos, despues de la Restauracion, y que han converti-do a los burgueses en la fuerza social dominante, siendolo nu­mericamente dentro de la ciudadania «censitaria» que podiaelegir y ser elegida, ya que, como Pierre Leveque nos recuer­da, «la burguesia tiene en su favor el numero: representa, conel afiadido de los campesinos mas pr6speros, mas del 90 par100 del cuerpo electoral censitario».

Lo que no impide que los campesinos, actuando con unadinamica propia -todo 10 que obtuvieron de la Revoluci6n

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kap» con que se caracteriza esta escuela-, de modo que se hi- .cieron tres grandes ediciones (con un total de 690.000 ejern­plates) dellibro que Walter Ulbricht habia publicado bajo eltitulo de La leyenda del socialismo aleman, cambiado ahorapor el de EI imperialismo aleman fascista.

Esta interpretacion, en la medida en que transportaba elproblema a un ambito planetario -convirtiendolo en la lu­cha entre dos sistemas sociales, el socialismo y el capitalis­mo- tenia la virtud de elirninar a Hitler y al partido nazicomo cuestion «alernana». El problema, decian los miembrosde la escuela Stamokap, venia de mas lejos; el ascenso nazi nohabia representado una ruptura radical con el pasado, por­que no se habia producido cambio alguno en la base socioe­conornica en el transito de la republica de Weimar a la dicta­dura hitleriana: Hitler era poca cosa mas que un tftere delgran capitalismo aleman y los culpables de los crimenes delnazismo eran «trescientos fabricantes de arrnas y dirigentesde bancos alemanes». El tema de los judios, por otro lado,pasaba a ser secundario dentro de esta visi6n global en quelas victirnas principales del nazismo eran los comunistas y laclase trabajadora. Esto no excluye que las medidas politicasintroducidas en la Alemania del este -reforma agraria, ex­propiaciones de industrias y empresas financieras-, combi­nadas con la depuraci6n de quienes ocupaban cargos en laadrninistracion publica, implicasen que hubiera en ella unproceso de desnazificacion muy superior al que tuvo lugar enla Alemania del oeste. Hay que tener en cuenta que los diri­gentes cornunistas que volvian del exilio eran antinazis pro­bados, que habian sido perseguidos por el hitlerismo.

En las zonas del oeste que mas tarde constituirian la Re­publica Federal de Alemania se comenz6 con una identifica­ci6n del nazismo como culpable especifico, que excluia cual­quier intento de acusar al capitalismo, 10 que ayuda a explicarque las sanciones a los industriales que habian colaboradocon el regimen fuesen leves, como convenia a la estrategia dela guerra fria, que necesitaba recuperar el potencial industrialaleman. El problema que los aliados occidentales tuvieron

Las guerras de la bistoria 107

que afrontar era que en 1945 habia ocho millones de alerna­nes afiliados al partido nazi y que, en la «guerra fria» que seiniciaba, no se queria tenerlos como enemigos, de maneraqueel castigo se limitaria a unos pocos lfderes escogidos paradar ejernplo y el proceso de desnazificacion hizo mas por re­habilitar e integrar a los nazis, blanqueando su pasado, quepor castigarlos. En este escenario los crirnenes hitlerianos, ymuy especialmente el exterminio de los judios, eran vistoscomo responsabilidad directa de unos dirigentes criminalesque habian de ser castigados, pero no del pueblo aleman.

Entre los historiadores de la Republica Federal, predomi­nantemente conservadores y nacionalistas, el nazismo no eraconsiderado como «fascismo», sino como un regimen de«dictadura totalitaria», semejante al comunismo. Esta visionperrnitfa «desculpabilizar» al pueblo aleman, al reducir losresponsables a Hitler y a un pequefio grupo de dirigentes fa­naticos, que habian engafiado y manipulado a las masas. Seprocuraba eliminar el tema del «holocausto» del relato histo­rico y se mitificaban, en contrapartida, las debiles resistenciasal nazismo, y muy en especial el complot contra Hitler de ju­lio del 1944 -que tenia, ademas, la ventaja de contar conjunkers prusianos conservadores y nacionalistas como sus he­roicos protagonistas- a fin de configurar la imagen de unasupuesta «otra Alemania». En los afios sesenta, sin embargo,la situaci6n academica cambio, en parte por obra de las pre­siones de los movimientos estudiantiles, y apareci6 un grupode historiadores mas abiertos y mas interesados en la historiasocial, como Hans-Ulrich Wehler (nacido en 1931) y jiirgenKocka (nacido en 1941), miembros de la llamada «escuela deBielefeld», que propugnaban un nuevo tipo de historia quehabia de usar los metodos y las teorias de las ciencias sociales-la llamada "Historische Sozialwissenschaft"- y que de­sarrollaron la teoria del Sonderweg, del peculiar «camino»aleman hacia la modernidad, que Wehler enlazaba con laalianza entre burguesia y aristocracia en la epoca imperial,que habria dificultado la modernizacion politica.

La cuesti6n del holocausto, que durante muchos afios se

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mantuvo en un discreto silencio, se plantearia ahora abierta­mente, en dos versiones distintas, la de los «intencionalistas»y la de los «funcionalistas», que coincidian en responsabilizara los dirigentes nazis, pero diferian por el hecho de que losprimeros pensaban que el exterminio respondia al proyeetoprevio hitleriano de una Europa limpia de judios, que habriasido un punto central de su vision polftica desde antes de latoma del poder, mientras que para los «funcionalistas» 0 «es­tructuralistas», al contrario, no habria un plan previo, sinoque todo se redujo a una solucion burocratica que se puso enmarcha ante el problema que representaba el exceso de pri­sioneros con que se encontraron los alemanes como conse­cuencia de la invasion de la Union Sovietica, Los responsa­bles del holocausto eran simples burocratas como Himmler yEichmann.

Pero si este planteamiento limitaba el mimero de los cul­pables, la «disputa de los historiadores» 0 «Historikerstreit»de 1986-1987 fue un paso mas alla, tratando de recalificar laculpabilidad misma de los dirigentes. En el inicio del debateestan en gran medida los libros de Ernst Nolte, que no era unhistoriador profesional pero que habia obtenido un exito in­ternacional con Las tres caras del fascismo y La crisis del siste­ma liberal y los movimientos [ascistas. Nolte es un excentricode derechas, un hombre aislado que llego a dar clases comoprofesor visitante en la Universidad de Jerusalen, antes de ha­cer su gran cambio. Hacia 1973, en Alemania y la guerra fria,ya empezaba a decir que el regimen nazi era hasta 1939, com­parado con el estalinismo, «un idilio liberal», y afiadia que 10que los norteamericanos hablan hecho en Vietnam era peorque Auschwitz, y que los sionistas de Israel eran tan racistascomo los nazis. En 1983 publico un tercer libro -el habla delos tres como de una trilogia- El marxismo y la reuolucion in­dustrial, en que el tema del exterminio se presentaba a la luzde una supuesta doctrina rnarxista de «la aniquilacion de cla­ses», su manera personal de interpretar la idea de lucha dedases, 10 cual Ie perrnitia sostener que el holocausto no eramas que una respuesta al marxismo y a la revolucion sovieti-

Las guerras de fa bistoria 1°9

ca. EI gran debate, sin embargo, no surgi6 de los libros deNolte, sino que cornenzo a consecuencia de un articulo pu­blicado en la prensa hacia junio de 1986, «EI pasado que noquiere pasar», en el que Nolte sostenia que habia que acabarya de pintar la historia del Tercer Reich sin matices, to do enblanco 0 en negro. Lo que impedia que pasase este pasadoera el tema de la «solucion final», que provocaba una inter­minable discusion sobre el nazismo. Habia llegado el mo­mento de revisarlo y de acabar con la sumisi6n con que losalemanes aceptaban las culpas. Hitler no habia hecho masque seguir el ejemplo del comunismo sovietico y e1 extermi­nio de los judios no habia sido mas que una me dida preven­tiva para ahorrar a los alemanes el genocidio de clase con queles amenazaban los bolcheviques, y que tenia como principa­les protagonistas a los judios, 0 al menos esto era 10 que pen­saban los nazis, que habian actuado contra ellos en funci6nde 'este temor. De hecho los mismos judios, al ponerse dellado de los aliados en la guerra, justificaban que se los encar­eelara. Y a la larga habian sido ellos los vencedores del en­frentamiento, al conseguir difundir la imagen negativa de lamaldad de los alemanes. Nolte tuvo algun apoyo de un histo­riador acadernico como Hildebrand y de Joachim Fest, unbiografo de Hitler, pero sus tesis fueron recibidas sin dema­siado interes por la mayor parte de los historiadores alema­nes, y con hostilidad general en el extranjero.

La replica, con la que se inicio propiamente el debate, sela dio un articulo de jurgen Habermas, publicado en Die Zeitel 11 de julio de 1986, que denunciaba «las tendencias apo­logeticas» de Nolte, de Andreas Hillgruber (que habia pedi­do simpatia para los soldados alemanes que habian combati­do contra el bolchevismo), de Joachim Fest y de MichaelSturmer, consejero del canciller Kohl, que estaba propugnan­do que se volviese a una vision patriotica de Alemania: eranlos que Elie Wiesel denominaria «la banda de los cuatro».

EI debate tenia un trasfondo claramente politico, de en­frentamiento entre posiciones conservadoras y socialderno­cratas, y, pese a que dio pie a mucha literatura, no hizo avan-

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zar en 10 mas minimo el conocimiento hist6rico real. Lo querevelaba era la esquizofrenia de un pais que estaba progre­sando econ6micamente perc que se mostraba incapaz de asu­mir su pasado. Si los argumentos de Nolte y de los revisio­nistas eran ya inadmisibles en los afios en que se publicaron,10 resultan cada vez mas, a medida que nuevas investigacio­nes nos permiten conocer mejor la conducta del ejercito ale­man en la segunda guerra mundial. El estudio de la forma enque se prepar6 y se produjo la invasi6n de Rusia por Hitlerha demostrado que no tenia justificaci6n defensiva alguna:Stalin no tenia ninguna intenci6n de atacar Alemania, ni acorto ni a largo plazo, y Hitler 10 sabia. El argumento de la«guerra preventiva» no era mas que un pretexto para justifi­car un ataque sin declaraci6n previa. Para Hitler se tratabadel episodio final del combate contra el «bolchevismo judie»,10 que puede explicar la naturaleza de las 6rdenes especialesdadas a los oficiales alemanes en el momento del inicio de lainvasi6n, que disculpaban todas las brutalidades y exonera­ban a los soldados por los crimenes que pudiesen cometercontra los ciudadanos rusos, por el hecho de tratarse de «lalucha final entre dos sistemas opuestos». El mariscal Keitel 10justificaria diciendo: «que la derrota de 1918, el periodo desufrimientos del pueblo aleman que la sigui6 y la lucha con­tra el Nacional Socialismo -con los muchos sacrificios desangre que cost6 al movimiento- pueden atribuirse a la in­fluencia bolchevique. Ningiin aleman debe olvidarlo». Estoexplicaria esta lucha de aniquilaci6n en que los alemanes, vul­nerando todas las leyes de la guerra, mataban a los soldadosque se rendian, asesinaban civiles y exterminaban sisternati­camente a los judios: en que habia ambulancias alemanas quelievaban una cruz roja allado y una ametraliadora en el techo.No actuaban de esta manera para prevenir nada, ni su con­ducta era la de una guerra normal. El ataque hitleriano a Ru­sia y el exterminio asociado a el no fueron hechos belicos«normales», sino que representan un nuevo tipo de guerraencaminada a la aniquilaci6n total y sistematica, por el ham­bre y por las ejecuciones, de millones de seres humanos en

Las guerras de la bistoria I I I

nombre de la lucha contra los fantasmas hitlerianos del ju­deo-bolchevismo. No hay artificio acadernico que pueda «re­visar» y «normalizar» esto.

El tema del holocausto ha producido tambien sus guerrasde la historia dellado de los judios, que han criticado ellibrofundamental de Raul Hilberg sobre La destruccion de los ju­dios de Europa, acusandolo de haber «minimizado» la resis­tencia judia, el de Hannah Arendt, Eichmann en [erusalen,por atreverse a decir que hubo colaboradores judios en el ho­locausto, 0 el de Arno Mayer, ~Por que el cielo no se oscure­ci6?, por sostener que el antibolchevismo fue tan importantecomo el antisemitismo y que era un elemento clave para ex­plicar el holocausto.

Pasado el momenta mas agudo de la «Historikerstreit», losdebates paredan calm ados hasta que se reavivaron subita­mente en 1996 con la aparici6n dellibro de Daniel Goldhagen,Los uerdugos uoluntarios de Hitler, que culpabilizaba al con­junto del pueblo aleman, al sostener que el holocausto habiasido la culminaci6n natural del antisemitismo de la sociedadalemana, que tom6 un caracter «eliminacionista» y que estabatan imbuido en la cultura y en la politica que cuando lieg6 elmomento del exterminio la poblaci6n entera de Alemania sesum6 voluntariamente a el. Su conclusi6n era que la participa­cion del pueblo aleman en el holocausto fue general y volun­taria; que los alemanes, trabajados por una larga tradici6n deantisemitismo, mataban por convencimiento.

El libro, que aportaba pocos elementos de investigaci6noriginales, reinterpretaba evidencias ya conocidas con ante­rioridad, como eran las referidas al batallon 101 de la polidade reserva, la «Orpo», que habia estudiado anteriormenteChristopher Browning. Pero mientras para Browning los cul­pables de los crimenes eran «hombres corrientes», y la con­clusi6n que sacaba tenia un alcance general, para Goldhageneran «alemanes corrientes», y esta era una diferencia funda­mental, ya que transformaba su analisis en una inculpaci6nespedfica del pueblo aleman. La obra recibi6 criticas severasde algunos profesionales que la acusaban de falta de rigor

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cientffico, pero Hans-Ulrich Wehler, pese a atacar sus defec­tos, reconoci6 que habia tenido la virtud de plantear abierta­mente el inc6modo tema de la participaci6n masiva de losalemanes en los crimenes del nazismo. Y se dio el caso de quecuando Goldhagen man tenia discusiones publicas sobre su li­bro en Alemania, en ocasiones ante grandes publicos, era elnormalmente quien recibia el aplauso de los asistentes contralos «profesores universitarios de prestigio que 10 atacaban.No porque se tratase de alemanes masoquistas, sino porqueel publico agradecia que alguien hablase de estos problemasabiertamente y en lenguaje llano, en lugar de enfriarlos conpretextos de ciencia, usando un lenguaje de tribu»,

Investigaciones posteriores han permitido ir mas alia,mostrando la cara real del terror en un pais donde el ciuda­dano medio sabia muy bien que pasaban cosas -hubierasido imposible ocultar la captura y desaparici6n de los judios,gitanos, etc.-, pero no se sentia implicado en ello, y 0 biencolaboraba 0 dejaba hacer. Esto permiti6 a los «alemanes co­rrientes» simular, al acabar la guerra, que no sabian nada, alavez que ayudaban a buena parte de los culpables a salvarse delos procesos de desnazificaci6n, hasta el punto que los oficia­les de la Gestapo acabaron cobrando su pensi6n de jubila­ci6n por los afios que habian trabajado «ocupandose de losjudios».

Despues de esta etapa, cuando ellibro de Goldhagen pasode moda y las discusiones que provoc6 estaban ya recogidasen los manuales, se abri6 un nuevo frente en la misma guerra:el que hacia referencia a la responsabilidad de los industria­les. Un frente que no surgia porque se hubiesen descubiertonuevas evidencias, sino porque ahora finalmente, al cabo demas de cincuenta afios, se comenzaba a romper el silencio po­litico que se habfa impuesto en este tema y que, conviene des­tacarlo, el mundo acadernico habia respetado escrupulosa­mente.

Uno de los rasgos mas sorprendentes de la «desnazifica­ci6n» en la Alemania occidental habia sido justarnente la im­punidad de los dirigentes industriales, que no solo eran res-

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pons abIes de haberse aliado con los nazis, sino de haberaprovechado el trabajo esclavo de los campos de concentra­ci6n, en unas fabricas don de se practicaron todo genero deatrocidades, como el exterminio por hambre y malos tratosde los nifios de las trabajadoras extranjeras. La cuesti6n afec­taba sobre todo a grandes empresas como las 1. G. Farben,que tenian una fabric a en Auschwitz, 0 como Volkswagen.Pero sus jefes recibieron penas leves en los juicios de desna­zificacion y los prop6sitos iniciales de destruir las gran desempresas inculpadas no se cumplieron.

Hace pocos afios estas empresas, que ternian tener que ha­cer frente a demandas de reparaci6n por el trabajo forzado ypor los malos tratos infligidos a los obreros-esclavos, decidie­ron adelantarse al problema encargando historias ernpresaria­les legitimadoras a especialistas acadernicos de prestigio inter­nacional, conducta que imit6 tambien el Deutsche Bank,afectado muy especialrnente por elproblema del oro de los ju­dies. Todo parecia que iba procediendo regularmente, hastaque en octubre de 1998 Michael Pinto-Duschinsky public6 unarticulo en el Times Literary Supplement, con el titulo de «Ven­der el pasado», donde denunciaba a los historiadores queaceptaban hacer «historias de empresas» alemanas, muy bienpagadas, a fin de «limpiar» el pasado nazi de estas yeliminarcualquier referencia a los trabajadores-esclavos. El articuloprovoc6 replicas defensivas inrnediatas de los afectados. HansMommsen (nacido en 1930), «el decano de los historiadoresalemanes», autor de una interpretaci6n de Hitler como «die­tador debil», dijo que «los documentos referentes a los traba­jadores forzados se perdieron, tal vez inmediatamente despuesde la guerra» y se quejaba de que el intento de culpar a la pro­fesi6n de venderse a los intereses de los grandes negocios nohada mas que agravar la desconfianza de los dirigentes em­presariales por la investigaci6n hist6rica.

En el debate que sigui6, Michael Pinto-Duschinsky leech6 en cara el silencio sobre el caso de los nifios de las mu­jeres obligadas a trabajos forzados en la fabrica de Volkswa­gen. Constaba que no menos de 365 hijos de mujeres ucra-

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nianas y polacas murieron en una guarderfa de la muerte enRiihen. Pero Mommsen no habia recogido mas que los testi­monios de los culpables y habia pasado por alto las eviden­cias del maltrato deliberado a los nifios muertos en la guar­deria. En la ilustraci6n dellibro habia una sola fotografia detumba de nino, allado de 19 de Hitler y 21 de FerdinandPorsche. Parecia clare que Mommsen se habia acomodado a10 que convenia a Volkswagen.

A finales de 1999 se lleg6 a un acuerdo que determinabaque entre el millon y medio de supervivientes de entre 10 a15 millones de trabajadores forzados se repartiria una sumade 10 millardos de marcos, pagada a medias entre la industriay el gobierno aleman. Los industriales se resistieron a pagarlos 5 millardos que les correspondian -una suma que no re­sultaba excesiva teniendo en cuenta que se calcula que con eltrabajo forzado ahorraron en sueldos el equivalentes de 95millardos, al cambio actual-, de modo que a comienzos demarzo de 2001 s610 habian abonado 3,6 millardos al fondo deindemnizacion

El caso de Jap6n resulta espectacular. Tambien alii se ex­culp6 a los industriales, porque, en palabras de George Ken­nan, «reconociendo que los antiguos dirigentes industriales ycomerciales de Jap6n son los mas aptos del pais, que son elelemento mas estable y que tienen los lazos naturales masfuertes con los Estados Unidos, la politica norteamericanadebe ser la de eliminar los obstaculos para que puedan volvera alcanzar su nivel natural de liderazgo». En consecuencia seocultaron algunas de las peores atrocidades cometidas, comolas horribles experiencias medicas con seres humanos realiza­das en Manchuria de 1932 a 1945 bajo la direcci6n de un jo­yen microbiologo e inmunologo, Shiro Ishii, en la Unidad731. Los norteamericanos cuidaron de que no se hablase deello ni se molestase a Ishii, ya que les interesaba aprovecharlos resultados cientificos a que habia llegado exterminandoprisioneros.

Por otra parte, al firmarse la rendici6n, una de las refor­mas impuestas por MacArthur fue la eliminaci6n en la ense-

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fianza de la versi6n oficial de la historia, ultranacionalista ybasada en el culto al emperador -«los educadores eran lossargentos de instruccion de la ortodoxia del sistema impe­rial», se ha dicho--, que habrfa de transformarse en otra ver­sion que defendiera los valores de «paz y democracia». Comofaltaban libros de texto adecuados, se comenz6 usando losviejos con las partes censuradas tachadas con tint a negra. En10 sucesivo se iba a dejar que los propios profesores escogie­sen los libros que querfan de entre los autorizados ---en 1955,por ejemplo, podian escoger entre 173 libros diferentes. Perola inclinaci6n a la izquierda de los maestros, que estaba influ­yendo en su elecci6n de los textos, preocup6 a los gobiernoseonservadores que en 1956 hicieron aprobar una ley que re­forzaba el control estatal sobre las escuelas y pretendi6 tam­bien censurar los libros, a 10 que tuvieron que renunciarcuando medio mill6n de maestros, con apoyo de asociacionesde estudiantes, salieron en manifestacion a las calles. Esto noimpidio, sin embargo, que se censurase un texto concreto conel argumento de que mostraba a los japoneses demasiado des­favorablemente en relaci6n con la segunda guerra mundial.

El retorno a los valores tradicionales se acentu6 en tiem­pos del gobierno presidido por Nakasone, que no dudaba enafirmar, en 1986, que los japoneses eran mas inteligentes quelos norteamericanos porque Jap6n era mas homogeneodesde un punto de vista racial y tenia menos inmigrantes (01­vidaba decir que los inmigrantes que vivian en Jap6n esta­ban tambien mas discriminados, como 10 estaban los dos 0tres millones de burakumin, 0 japoneses descendientes de vie­jos oficios infarnantes). Los libros de texto de historia defen­dian ahora el papel de Jap6n en la guerra mundial, asegu­rando que la invasion de China fue debida a la provocaci6nde los chinos y que la invasi6n de Asia era «una cruzada paraliberar a los pueblos asiaticos del imperialisrno occidental».La batalla no ha acabado todavia. En 1998 la «Sociedad parahacer nuevos libros de texto de historia», inspirada por elprofesor Fujioka, de la Universidad de Tokio, proponia «in­eulear un sentido de orgullo en la historia de nuestra naci6n»,

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oponerse a la vision «masoquista» de los que aceptan las cul­pas de los japoneses por las atrocidades cometidas durante lasegunda guerra mundial y eliminar de los libros de texto to­das las referencias a temas como el de las mujeres coreanasforzadas a servir como prostitutas a los soldados, las cuales,segun sostienen estos «revisores de la historia», no eran masque profesionales muy bien pagadas, que cobraban mas queun general, y que optaron voluntariamente por este trabajo.

Hay aun otras guerras de la historia mas drarnaticas porsus consecuencias. En Ruanda fueron los belgas, y en granmedida las 6rdenes religiosas que controlaban la ensefianza,quienes fabricaron el mito de una historia racista, construidasobre el modelo con que Gobineau interpretaba la edad me­dia europea, donde los tutsi aparedan como los senores feu­dales opresores y los hutu como el pueblo explotado porellos. Esta visi6n «feudal» serviria de pretexto para la «revo­luci6n social» de los hutu en 1959-1961 y para el genocidiode los tutsi en los afios noventa. La dificil restauraci6n de laconvivencia etnica no podra hacerse en Ruanda sin eliminaresta vision del pasado, reernplazandola por otra mas objetiva.

Lo que muestran estos ejemplos de «guerras de la histo­ria», escogidos entre muchos otros que se podrian haber exa­minado, es que los debates a los que se refieren tienen pocoque ver con la ciencia y mucho con el contexto politico y so­cial en que se mueven los historiadores.

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EL GIRO CULTURAL

Los afios sesenta del siglo xx presenciaron cambios muy im­portantes en el mundo. Fueron afios en que las nuevas gene­raciones, al ver que las esperanzas suscitadas por la victoriasobre el fascismo en la segunda guerra mundial y las ilusionesdel desarrollo econ6mico, asociadas a las expectativas que ha­bia creado la utilizaci6n de la energia at6mica, no se cumpli­an -que no habfa ni mas libertad ni mas igualdad en un nue­vo orden cuya defensa habia costado tantos millones demuertos-, hicieron sentir sus voces en un intento por cam­biar la sociedad que se extendio desde California hasta Italia,perc que acab6 con el sistema establecido como vencedor,habiendo demostrado su capacidad para dominar unos movi­mientos revolucionarios incipientes.

Este enfrentamiento gener6 cambios culturales importan­tes. Uno de los mas elaros es e1 rechazo de la cultura estable­cida, que tendria rasgos de protesta generacional. Jameson hadicho que es ahora cuando nace el postmodernismo: cuandouna nueva generaci6n rechaza seguir aceptando el modernis­mo triunfante que, despues de haber actuado como vanguar­dia y provocaci6n, ha sido aceptado por el sistema y se con­vierte, por eso mismo, en academico. Lo que ocurre es que laconciencia plena de esta ruptura, y su denominaci6n comopostmodernismo, es un hecho posterior, de modo que nosocuparemos de ello mas adelante.

El mismo Jameson situa esta rnutacion cultural en una su­cesi6n de etapas de la evoluci6n del pensamiento filos6ficoque cornenzarian con la superaci6n del existencialismo sar­triano hegem6nico «por eso que acostumbrarrros a llamar, demanera laxa, «estructuralismo», esto es, por una variedad denuevos intentos te6ricos que comparten al menos una unica

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experiencia fundamental: el descubrimiento de la primaciadel lenguaje 0 del simbolo». La transformaci6n de este es­tructuralismo,'demasiado inestable para durar, habria dadopaso a «la reducci6n a una especie de cientifismo, a metodoy tecnica analitica (en la serniotica)» y, por otro lado, en el te­rreno de la «transforrnacion de las perspectivas estructuralis­tas en ideologias activas de las cuales se deducen consecuen­cias eticas, politicas e historicas», a eso que conocemos como«"postestructuralismo", asociado a nombres familiares comolos de Foucault, Deleuze, Derrida y otros».

Estos cambios, sin embargo, eran ambiguos en muchosaspectos, yen especial en 10 que se refiere a su significado po­litico, que dependia en buena medida del contexto contra elcual se reaccionaba. Por ejemplo, aunque en ambos casos larespuesta proviniese de la insatisfacci6n de las nuevas gene­raciones, su sentido habia de ser diferente en unos EstadosUnidos donde el macarthysmo habia silenciado las voces dela izquierda, que en una Francia donde la influencia de unmarxismo mas 0 menos autentico habia dominado en los me­dios intelectuales desde 1945. Lo que esto implica es que,cuando encontramos semejanzas en el planteamiento de de­terminados problemas culturales 0 de determinadas posicio­nes teoricas, conviene analizar con cuidado la trama oculta­algunas veces ignorada, a menudo sencillamente negada­del contexto politico que anima las diversas manifestacionesy las hace inteligibles.

En la medida en que se alimentaba del des contento res­pecto del mundo que habian construido los vencedores de lasegunda guerra mundial, era logico que el giro cultural tuvie­ra aspectos de protesta generacional. En el terreno de la his­toria la revuelta de los j6venes de los sesenta se dirigia contrala ortodoxia academica de la historia econ6mica y social quehabian cultivado sus maestros, supuestamente de inspiracionmarxista, a la cual contraponian la reivindicaci6n del papelde la cultura, en unos planteamientos influidos por la antro­pologia. En Gran Bretafia el giro, precedido en cierto modopor E. H. Carr con What is history? (1961), se inici6 precisa-

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mente con los historiadores marxistas britanicos, con hom­bres como E. P. Thompson, que pasarfa a estudiar la confron­tacion de dases basandose no en las condiciones materiales,sino en el terreno de la conciencia, pero la contestaci6n sealej6 pronto de estos origenes. Se diria entonces que «los ana­lisis que implican causas econ6micas y sociales estan siendoreemplazados por la critica de los textos y por el analisis cul­tural» -a 10 cual se afiadiria que «el escepticismo se dirigecada vez mas contra toda la historia social, en especial cuan-

. do aparece ligada a las aspiraciones de la gente comune-i-, yque elestudio de la cultura como producto de la sociedad ce­dia terreno al de «la «construccion» cultural de la realidad»,

Despues, cuando los renovadores de los afios sesenta seconvirtieron a su vez en grupo dominante y establecido, ycuando sus propuestas pretendidamente innovadoras se fosi­lizaron en f6rmulas can6nicas, una nueva generaci6n, que ex­perimentaba en su trabajo la limitacion de este canon, 10 so­meteria a critica a su vez. En el terreno de la critica literariasenos dice, por ejemplo, que la «nueva critica» surgi6 al finalde la segunda guerra mundial al producirse el acceso ala uni­versidad de masas de soldados desmovilizados «que creianinocentemente en la ret6rica de la libertad y el pluralismo li­beral por el cual habian luchado, y que los veian reflejados enla Nueva teoria critica», hasta que, a finales de los sesenta yen los setenta, «otra ola de nuevos estudiantes llen6 las uni­versidades y abrazaron otro tipo de teoria», Para conduir que«hoy», es decir en el 2000, vuelve a haber un cambio genera­donal en los estudiantes «y otra vez la teoria les permite de­cir cosas nuevas y diferentes».

El caso de Francia puede ilustrar la naturaleza y alcancede este giro cultural. Ya hemos visto que, al mismo tiempoque la escuela de Annales llegaba al apogeo de su influenciapublica, su cabeza indiscutible, Fernand Braudel, era defe­nestrado por los miembros de la nueva generaci6n, que le de­jarian desde este momento al margen de la revista, sin muchomas seguimiento personal que el del colectivo de sus fielesmas cercanos, convocados a reuniones eruditas como las de

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Prato. En la revista, el poder que antes mantenia Braudel ensus manos se repartio entre sus sucesores. El equipo de loshombres de la «nouvelle histoire», que es la denominaci6nque adoptaria la corriente, tenia una rigurosa jerarquia de po­der con diversos niveles. Arriba, por encima de todos, esta­ban los que se habian apropiado los cargos mas importantes:Emmanuel Le Roy-Ladurie, miembro del College de France-proyectado a la fama como autor de un libro, Montaillou,village occitan, de exito popular aunque de escaso valor- y,con el, Jacques Le Goff y Francois Furet, que controlabanl'Ecole. A los otros miembros del equipo, como Chaunu 0

Aries, les perjudicaba el hecho de mantener publicarnenteideas politicas demasiado reaccionarias, que iban mas alla delanticomunismo «liberal» de Le Roy 0 de Furet. Por debajode estes estaban los nombres de los que ocupaban una posi­cion menor, como Mandrou, Vernant, Marc Ferro 0 PierreNora. El resto era sencillamente ignorado 0 silenciado.

Los cambios en el poder fueron acornpafiados de otros denaturaleza rnetodologica. Abandonada la vieja tradicion de la«historia economica y social», los «nuevos» cayeron en un pe­riodo inicial de desconcierto en que justificaban una practicasin reglas ni principios con libros de reflexiones sobre la his­toria como Le territoire de l'historien, donde Le Roy Laduriededa cosas tan sensacionales como que «el historiador delmanana sera programador 0 no sera», con 10 que revelaba suabsoluta ignorancia del mundo de la informatica, 0 comoHistoire science sociale, donde Pierre Chaunu, que en el te­rreno de la investigacion histories se habia especializado ensacar provecho de las ideas de otros, era capaz de llenar lasmas de cuatrocientas paginas de este volumen -que asegu­raba haber escrito en menos de un mes y medio, y no costa­ba creerle- con elucubraciones sobre la religion, el arroz, lavida y la muerte.

Era necesario poner orden en este baratillo de novedadesrelucientes y esto se haria bajo la influencia del estructuralis­mo, en una aproximacion que tendria su primera manifesta­cion en el pomposo mimero rnonografico de 1971 sobre

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«Histoire et structure», que se abria con una declaracion so­lemne: «La guerre entre l'histoire et le structuralisme n' aurapas lieu». Francois Dosse ha escrito que «los grandes benefi­ciarios de la moda estructuralista de los afios sesenta fueron,despues de 1968, los historiadores de Annales». La verdad esque mas bien fueron sus victirnas .

Las influencias que marcaron la trayectoria de los «nou­veaux» en este terreno fueron, mas que la de Levi-Strauss, lade Georges Dumezil (1898-1986), que en 1968 habra publi­cado la primera parte de Mythe et epopee, con elucubracionesracistas sobre mito e historia que pretendia usar para explicarlos origenes de la historia romana; pero, sobre todo, la deMichel Foucault (1926-1984) de Les mots et les cboses. Unearcbeologie des sciences bumaines (1966), de L'arcbeologie dusaooir (1969) y de Surueiller et punir (1975), que teorizaba so-

. bre las ciencias humanas y sobre la historia, 0 mejor, sobre lainutilidad del saber menor de los hisroriadores -por los cua­les, dira Pierre Nora, sentia un desprecio que nunea pudodisimular-, que elaboraban un discurso falsificador, que in­ventaban evolucion y continuidad sobre la base de las dis­continuidades de la realidad, y nos ofredan una narracionconstruida de acuerdo con su contexto cultural y con sus in­tereses, como si fuese un relato verdadero de 10 que aconte­cio en el pasado. Este ataque al saber establecido, sumado asus denuncias de los mecanismos ocultos de dominacion delpoder, que los historiadores habian pas ado por alto, ligabanplenamente con el espiritu de revuelta de 1968 y ayudan a ex­plicar su exito.

Sorprende por otro lado que el poder, que se supone eon-trola tan eficazmente la sociedad, consintiese que sus meto­dos ocultos fuesen denunciados por un hombre a quien per­mitia que llegase a una catedra del College de France a loscuarenta y euatro afios. Se ha dicho que resultaba util porquealejaba a los intelectuales criticos de cuestiones como las dela ecoriornia y los desviaba hacia el terreno de la filosofia: ha-cia unas teorizaciones expresadas en lenguajes codificados ycon un vocabulario esoterico, apto solamente para los inicia-

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dos. Con motivo de la publicaci6n de Surveiller et punir JeanLeonard observ6 que Foucault abusaba en sus denuncias deexpresiones impersonales y se preguntaba: «no se sabe quie­nes son los autores: 2Poder de quien?». Esto no significa, sinembargo, que Foucault fuese un instrumento consciente delsistema; la confusa evoluci6n de sus ideas politicas, que pasa­ron en pocos afios de la proximidad al rnaoismo al descubri­miento, con motivo de un viaje a Iran en 1978, de «una poli­tica espiritual que era un modelo para todo el mundo»-seguida, poco despues, por el desencanto ante «el gobier­no sediento de sangre de un clero fundamentalista»--, refle­ja en realidad las fluctuaciones de su propia vida.

Es evidente que Foucault plante6, aunque fuera confusa­mente -a veces de forma tramposa-, problemas importan­tes, 10 que permite explicar su repercusi6n universal. Su in­fluencia en el terreno de la historia, sin embargo, ha sido masescasa en realidad de 10 que parece indicar la frecuencia conque se le invoca, ya que sus propuestas metodologicas erandificilmente aplicables a la practica en la forma en que apa­redan formuladas, y sus intentos personales de escribir histo­ria eran inaceptables, basados como estaban en un conoci­miento sesgado y escaso de las fuentes, agravado por el usode citas textuales adulteradas y por la formulaci6n de afirma­ciones con una vaguedad que impedia someterlas a critica.Como ha escrito Willie Thompson, «la reputaci6n de Fou­cault debe probablemente mas a su energia estilistica que alvalor intrinseco de sus conceptos 0 sus teorias».

Hubo una primera adhesi6n que puso el acento en los as­pectos de su pensamiento que podian haber conducido a:plantearnientos renovadores: la de Paul Veyne, que en 1978afiadio ala segunda edici6n de Comment on ecrit l'bistoire unextenso apartado con el titulo de «Foucault revolucionala historia». Veyne destacaba la potencialidad revolucionariade un metodo que propugnaba el analisis de las practi­cas -definidas llanamente como <do que hace la gente>>-- ylas relaciones, y que condenaba, en cambio, el metodo usualde proceder teleo16gicamente a partir de un resultado, de un

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objeto, definiendo el proceso que conduce a el. «Explicar yexplicitar la historia consiste en percibirla completa de entra­da; en poner en relaci6n los objetos supuestamente naturalescon las practicas fechadas y raras que los objetivan y en noexplicar estas practicas a partir de un motor unico, sino a par­tir de todas las practicas vecinas sobre las que se asientan.Este metodo pict6rico produce cuadros extrafios, en los quelas relaciones reemplazan a los objetos. Ciertamente, estoscuadros son exactamente los del mundo que conocemos.»

La vaguedad de estas formulaciones podia hacerlas atrac­tivas, pero las condenaba al papel de invocaciones, 10 queexplica que se haya podido decir que, parad6jicamente, lasformulaciones te6ricas mas importantes de Foucault, «ince­santemente citadas pero apenas desarrolladas por sus segui­dores», han influido mucho menos que las cuestiones con­cretas que estudio. El impacto de Foucault se ha limitado porella a los tern as sobre los cuales escribi6, que ofrecian «unarapida posibilidad de ser puestos en practica por los metodoshist6ricos habituales».

En su entusiasmo por el hombre en quien creian haber en­contrado al teorizador que les daria coherencia, los «nou­veaux» aceptaron el despedazamiento de la historia, tal comose proclamaba explicitamente en el titulo de la colecci6n«Bibliotheque des histoires», donde apareci6 la primera ma­nifestaci6n sistematica de las nuevas lineas de trabajo del gru­po de la «nouvelle histoire», 10 que venia a ser su manifiesto:los tres volumenes de Faire de l'histoire, una obra miscelanea,como correspondia a este despedazamiento «foucaultiano»,dirigida por Jacques Le Goff y Pierre Nora.

Faire de l'histoire se proclamaba dedicada a «nuevos pro­blemas» que ponen en discusi6n la historia misma, «nuevasaproximaciones» que modifican, enriquecen y transformanlos sectores tradicionales de la historia y «nuevos objetos»que aparecen en el campo epistemo16gico de esta, Los «nou­veaux» rechazaban todo tipo de relaci6n con la filosofia de lahistoria: «ni Vico, ni Hegel, ni Croce y aun menos Toynbee»-no parecian percatarse de 10 que significaba su proclama-

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dela actitud aparentemente progresista de Le Goff, que habraadmitido induso artfculos de marxistas como Pierre Vilar 0

Guy Bois, chocaba con la franqueza reaccionaria de PhilippeAries, quien se felicitaba triunfalmente por el hecho de que lahistoria de las mentalidades, pariente cercana del psicoanali­sis, hubiera tenido la virtud de provocar «el descenso de los te­mas socioecon6micos».

Para entender la vaguedad e imprecision de los conceptosmanejados por los «nouveaux» podemos prestar alguna aten­cion a la llamada «historia de las mentalidades», que ha sidoexhibida durante algunos afios como el gran hallazgo de la es­cuela. Braudel habia condenado de entrada el error que sig­nificaba pretender analizar el dominio del mundo de las ideasaislandolo del resto: «Que mis sucesores prefieren estudiarlas mentalidades en detrimento de la vida econ6mica, j peorpara ellos! Por mi parte, no estudiaria las mentalidades sinconsiderar todo el resto». Un argumento que de alguna ma-

o nera repite Fichtenau, al decir: «Seria una lastima que la in­vestigacion en el terreno de las mentalidades se hiciera de unamanera demasiado abstracta (. .. ): los productos del pens a­miento y la interpretacion no pueden separarse de la existen­ciade la gente de este mundo».

Lo peor del caso es que nunca consiguieron definir estedominio, y por 10 tanto el objeto concreto de su estudio. Re­firiendose a las «mentalidades» Aries habla de «inconscientecolectivo», Duby del «imaginario colectivo» -todo ello nodemasiado lejos de 10 que Durkheim denominaba «represen­taciones colectivas», ni de «las formas inconscientes de lavidasocial» de Levi-Strauss-e-; Jacques Revel dice que la his-toria de las mentalidades «no representa tanto una subdisci­plina dentro de la investigaci6n hist6rica, como un campo deinteres y de sensibilidad relativamente amplio y tal vez hete­rogeneo» y reconoce que «tal vez sea la misma vaguedad dela noci6n 10 que le ha asegurado el exito a traves de sus inde­finidas posibilidades de adaptacion», Le Goff escribe que suatractivo «reside justamente en su imprecisi6n, en su voca­cion para designar los residuos del analisis hist6rico, el no-se-

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da relaci6n con Foucault-, pero condenaban tarnbien «lasilusiones de la historia positivista». Proponian una historiade las «estructuras globalizantes» que se interesaria muyespecialmente por la averiguacion «del imaginario».

EI primer problema 10 tuvieron con la contribuci6n dePierre Vilar, que los compiladores no se habian preocupadode leer antes de darla ala imprenta. El texto contenia una de­nuncia de las trampas y errores de Foucault y dab a a enten­der que eran tan grandes que solo podfan ser deliberados. Laira de Foucault ante esta denuncia 10 llevo a exigir que el tex­to de Vilar se retirase en la segunda edicion, demanda propiade la miseria moral del personaje y que demuestra su incapa­cidad de enfrentarse a una critica hecha con rigor.

Una exposicion mas sistematica de la doctrina, en la medi­da en que esto era posible, se producirfa cuatro afios mas tar­de en la encidopedia de La nouvelle bistoire, dirigida por Jac­ques Le Goff, con la colaboraci6n de Roger Chartier yJacquesRevel. El artfculo capital estaba dedicado espedficamente a«l'histoire nouvelle», obra del mismo Le Goff, donde este ha­cia arrancar la corriente de Voltaire, de Chateaubriand, de ,Guizot y, sobre todo, de Michelet, con una referenda de pasoa Simiand, y que enlazaba con Annales, sin profundizar en laruptura de 1969, calificada como una «cesi6n» del poder porparte del viejo Braudel a los jovenes «nouveaux». Despues deesta genealogia, una vision optimista de las aportaciones me­todologicas y de los nuevos campos abiertos: el tiempo largobraudeliano, la historia cuantitativa --que no era precisarnen­te «nouvel1e»--, las mentalidades, la necesidad de hacer la his­toria del imaginario... y un mapa de las relaciones y de los con­tactos con otras disciplinas que seiialaba la antropologia como«una interlocutora privilegiada», mientras deda que eran dill­ciles los contactos con la geograffa y la econornia, y que resul­taban todavia mas conflictivos los que se tenian con el marxis­mo. Para conduir con unas previsiones de futuro que incluianla posibilidad de una fusion «de las ties ciencias sociales masproximas: historia, antropologia y sociologia». Un programaabsurdo, que se desarrollaba en un conjunto de artfculos don-

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que de la historia», y confronta el discurso organizado de lasideologfas con la confusi6n de las mentalidades. Vovelle basasus estudios de temas como la descristianizaci6n en una soli.da investigaci6n documental, pero se muestra vago al referir­se a «las actitudes, creencias y sentimientos» 0 a «las actitu- ,.des colectivas en su aspecto masivo, 0 en su anonimato», ycae tarnbien en letanias ret6ricas al decir: «Es exactamente 10que se inscribe dentro de la moda de los nuevos centros deinteres: el nino, la madre, la familia, el amor y la sexualidad...la muerte», Chaunu, que se entusiasmaria con el trabajo deVovelle sobre los testamentos, y se apresuraria a imitarlo, si­tuaba las mentalidades en el «tercer nivel» de la experiencia,que vendria a completar los dos de la economia y la sociedadque hasta entonces habian ocupado a la escuela de Annates,a 10 cual replicaria Chartier que en modo alguno se trataba deun «tercer nivel», ya que es un determinante fundamental dela realidad social. Mandrou dirfa que incluye «tanto el campointelectual como el afectivo» y Couteau-Begarie, recono­ciendo que «no hay un dominio preciso de la historia de lasmentalidades», 10 resolveria con un truco simplista de presti­digitaci6n: «habria que citar dentro de la historia de las men­talidades la mayor parte de los trabajos clasificados como dehistoria social. Y 10 inverso tambien es verdad». En su inten­to de definici6n Herve Martin nos dice que conviene comen­zar distinguiendo las «mentalidades» de la cultura y de la ide­ologia, pero acaba quedandose con el concepto de ideologia«en su sentido pleno y global, en el sentido mas rico y plural»como en Althusser, Foucault y, sobre todo, Gramsci, afiade,en 10 que resulta ser una combinaci6n imposible, por contra.dictoria.

No esta claro que en todo esto haya mucho mas que 10que Lucien Febvre designaba como «sensibilidad», 0 de de­terminados planteamientos de Collingwood 0 de NorbertElias, dos auto res que los «nouveaux» ignoraban entonces,como ignoraban casi todo 10 que no se habia publicado enfrances. EI concepto sera usado sobre todo en la investiga­ci6n de los medievalistas para explorar los terrenos cercanos

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ala religiosidad, 0 en el campo del estudio de la cultura po­pular, de forma que se corre el riesgo, did Geoffrey Lloyd, desegmentar diversos campos de la actividad mental en unosmismos hombres 0 de caer -y este parece a menudo el casoen algunos estudios sobre la edad media- en la tentaci6n defabricar una suerte de «mentalidad primitiva» prel6gica, a lamanera de la vieja visi6n racista de Levy-Bruhl, para las capaspopulares.

Esta segmentaci6n implica, por otro lado, olvidar las inte­racciones entre los diversos niveles de la cultura y nos privade entender una de las dimensiones mas importantes de lapopular, como era la de servir, no solamente para preservar laidentidad del grupo, sino para constituir una base para nego­ciar con los sectores dominantes de la sociedad: y esto valetanto para el mundo de la cultura medieval, como han rnos­trado Bakhtin 0 Gurevich, como para el mantenimiento deunas «culturas obreras», como 10 explica Robert Coils, 0 parala resistencia de los indigenas americanos a la cultura de losconquistadores, como se puede ver en el estudio de la «per­secuci6n de idolatrias» en los Andes.

As! pues nos hallamos, como en tantas otras ocasiones,con unos problemas importantes, conocidos desde hace mu­cho tiempo, que el giro culturalista pone en primer plano yque se presentan como un nuevo campo de trabajo gracias ala sencilla operaci6n de redenominarlos con una nueva ter­minologia, vaga y confusa, que, en palabras de Aron Gure­vich, «tiene demasiados significados y puede llevar a debatesinterminables». Los debates, sin embargo, parecen haberseacabado hoy. Como dice Peter Burke, sus cultivadores deayer estan abandonando el campo de las mentalidades. «Hoy,historiadores del grupo de Annates, desde Jacques Le Goff aRoger Chartier, hablan mas bien de "representaciones" 0 del"imaginario social"». El problema es que el nuevo territorio,pese a ser menos extenso, resulta tan vago y mal definidocomo el anterior y solo parece tener aplicaciones concretas, amenudo harto discutibles, en 10 que se refiere a las «actua­clones simb6licas» del poder politico.

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Los setenta y los prirneros ochenta serian los afios de glo­ria de los «nouveaux», que fundaban nuevas colecciones delibros de historia destinadas al gran publico y se convertianen «autores de exito» que aparedan en la television, escribianen los periodicos y revistas de gran difusion, y conseguian 10que no habian podido lograr los viejos maestros: ser traduci­dos y reconocidos en el extranjero, y en especial en los Esta­dos Unidos, que acogian de buena gana una teo ria de talanteinnovador, e incluso aparentemente progresista, pero vacuna­da contra el marxismo que impregnaba a la nueva izquierdalocal, y que habrfa de servir para reanimar una historia aca­dernica demasiado oxidada. Unos Estados Unidos donde losmedievalistas de Annales fueron recibidos como autenticasvedettes: Cantor nos ha explicado el caso de Le Roy-Ladurie,que en 1980 daba una conferencia en Nueva York, leyendouna traducci6n inglesa «con un acento frances impenetrable»y en unas condiciones en las que, habiendo fallado la mega­fonia, solo 10 oian quienes se sentaban en las primeras filas.No importaba: «alto, rubio, delgado, atractivo, una estreilagala», 10 que interesaba no eran sus comentarios sobre la so­ciedad medieval, «sino su presencia carismatica». Esto suce­dia al mismo tiempo que la New York Review ofBooks recibialas traducciones de los libros de Le Goff con elogios entu­siasticos. Era evidente que los «nouveaux» «sabian cornuni­car, sabian vender sus ideas». Pero tambien 10 era, paradoii­camente, que en el contexto norteamericano representabanincluso una inspiracion progresista, es decir, todo 10 contra­rio de 10 que significaban en Francia.

En medio de su gloria aparente, y de la realidad de un po­der que aiin hoy conservan -pero no los lectores, que hanido abandonandolos-s-, los «nouveaux» se verian sorprendi­dos, a los veinte anos de su ruptura con Braudel, por la reovuelta contra ellos de una nueva generaci6n que rnenospre­ciaba la superficialidad de sus realizaciones. Un nuevomanifiesto, «Histoire et sciences sociales. Un tournant criti­que?», publicado en Annales en 1988, denunciaba que el des­pedazamiento de la historia que Nora habfa saludado con

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tanta alegria en los momentos fundacionales de la «nouvelle. histoire», reflejaba tambien «el eclecticismo de una produc­

ci6n abundante pero anarquica», Como la esterilidad de la«nouvelle histoire» resultaba evidente al cabo de tantos afios-la escuela no habia producido en este tiernpo nada que pu­diera compararse a los grandes libros de Labrousse, Braudel

'0 Vilar-, una nueva generaci6n comenz6 la busqueda deotros enfoques metodo16gicos. Es esto 10 que denominabanel «tournant critique», que no dio lugar a un nuevo plantea­miento metodologico colectivo, sino que acabaria conducien­do a que la fragmentaci6n y la dispersi6n aumentasen. A losdiez anos de haber publicado su analisis de «la historia a tro­zos» el nuevo libro de Francois Dosse sobre las «ciencias hu­manas» -Lempire du sens- mostraba el panorama de unahistoria que se dispersaba en las mas diversas tendencias: lahistoria narrativa inspirada en la obra filosofica de Ricoeur, la«pluralizaci6n de las temporalidades» ... Es verdad que nose trata de escuelas, sino mas bien de tendencias que en mu­chos aspectos se sobreponen, pero el resultado final de estanueva etapa de carnbio parece ser, en muchos casos, un pre­dominio de la especulaci6n filosofica y sociol6gica, que dapie a numerosos ensayos de teorizaci6n, pero no a una granobra de investigaci6n histories que se pueda tomar como mo­delo.

En medio de esta dispersi6n hay algunas voces que pre­tenden reflexionar seriamente sobre los caminos a tomar,como Bernard Lepetit y Gerard Noiriel, Bernard Lepetit(muerto en 1996), criticaba el «positivismo polvoriento» de laetapa labroussiano-braudeliana de Annales y todavia mas lavacuidad del relativisrno de la «nouvelle histoire», A partir deaqui, con un lexico donde resuenan a la vez Foucault y Bour­dieu, proponia salidas supuestamente «pragmaticas» con undiscurso rnetodologico dernasiado ret6rico y confuso que in­vocaba a Marc Bloch, trataba de recuperar a Labrousse y pre­tendia incorporar al mismo tiempo la inmediatez que pro-porcionan los metodos de la rnicrohistoria para construir unahistoria-ciencia social, muy cercana a la sociologia, que anali-

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zaria la sociedad como «una categoria de la practica social».Gerard Noiriel, que parte de una recuperacion del Marc

Bloch de la Apologie pour l'bistoire, ha hecho una reflexioncritica sobre la denominada «crisis de la his toria», en buscade soluciones pragmaticas, y tiene un interes muy especialcomo cultivador y teorico de la historia contemporanea -de­satendida por las dos generaciones «analisticas» anteriores,tal vez porque estudia materias que· obligan al compromisopolitico explkito-- que los historiadores no pueden seguireludiendo, porque los problemas de que se ocupa son los queen estos momentos est an en el centro mismo de la atenciondel publico y de los medios de comunicacion. Lo mas impor­tante de Noiriel es que no se limita a reflexiones teoricas abs­tractas, como hacen con tanta frecuencia los «post-nouve­aux», sino que incluye sus planteamientos en estudios sobretern as especialmente comprometidos, como el derecho de asi­10 en Francia 0 los origenes del regimen de Vichy.

Mientras tanto, 10 que queda de los «nouveaux» se dedi­ca, dice Antoine Prost, a refinados juegos de erudicion y a ex­perimentaciones ludicas que no interesan casi a nadie, salvo auna comunidad que amenaza con convertirse en «un club deautocelebracion mutua», integrado por cultivadores de untipo de historia que «ha renunciado a decir algo sobre nues­tros problemas actuales». Pasada la gloria de unos afios en losque estuvieron de moda, los historiadores franceses -a dife­rencia de 10 que ocurre con los filosofos 0 los sociologos delmismo pais, vendedores afortunados de mercandas no siem­pre en buen estado-- tienen hoy una escasa influencia en lascorrientes de la ciencia historica mundial. Encerrados en unacultura demasiado local, su audiencia se reduce a su pais y aalgunos otros culturalmente dependientes, como Espana,Mexico 0 Italia. Lo mas importante que se puede deeir delgiro de la historiografia francesa, sobre el cual los propiosfranceses han erigido una amplia literatura, es que se trata deun simple episodio de un fenorneno de alcance mundial, queconviene reducir a sus justas proporciones. En el mundo pa- .:saban muchas otras cosas des de los afios sesenta y los «tour-

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nants» de los que se ocuparan quienes estudien en el futurolamarcha de la historiografia mundial en estos afios no seranestas peleas de grupusculos parisienses, sino la aparicion delineas de estudio que plantean nuevos problemas que tienenrelevancia para los hombres y mujeres de hoy 0 que propo­nen nuevos metodos para analizar los viejos problemas.

En los Estados Unidos los afios sesenta vieron como la si­tuacion de consenso y conformismo de los primeros afios dela guerra fria se agrietaba bajo el impacto de la crisis provo-

.cadapor el conflicto de Vietnam -que dio lugar a que se al­zasen voces criticas en las universidades, acalladas en ocasio­nes a tiros- y por el movimiento por los derechos civiles.Sera en estos afios cuando se desarrolle una contraculturacontestataria y nazca la «nueva izquierda»: «un movimientode jovenes blancos contra el racismo y el imperialismo queIlorecio en los colleges y universidades de los Estados Unidosen los afios sesenta», y que, aunque fuera por poco tiempo,«consiguio lo que la izquierda americana no habia logrado encerca de un siglo de intentos: crear un autentico movimientode masas». En el terreno de la historia la «nueva izquierda»inspire a toda una serie de investigadores que rompian con lavieja version del consenso, estimulados por su rechazo a losabusos de la guerra fria y, en especial, por su oposicion a laguerra de Vietnam. Un papel destacado corresponderia eneste terreno a la «nueva historia diplomatica» de William Ap­pleman Williams, que denunciaba la tradicion imperialistanorteamericana (The tragedy 0/ American diplomacy, 1959;The roots0/the modern American Empire, 1969), y que influ­y6 en una serie de historiadores «revisionistas» como GabrielKolko. Pero habrfa tambien cambios en muchos otros cam­pos: intentos de escribir una his toria «desde abajo» comola de Howard Zinn (A people's history 0/ the United Sta­tes, 1980) y una aproximacion a los metodos de los marxistasbritanicos, y en especial a los de Edward P. Thompson, porparte del grupo de Radical history review. El sistema consi­gui6, sin embargo, mantener aislada esta tendencia radical,que fue derrotada en las elecciones a la presidencia de la

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American Historical Society en 1969 por la alianza entre losconservadores y los viejos historiadores de izquierda, comoGenovese.

El giro culturalista se expres6 sobre todo, tanto en los Es­tados Unidos como en Gran Bretafia, a traves del abandonogradual de la vieja historia social en favor de la cultural y delgiro Iingiiistico. Uno de los principales protagonistas de estaevoluci6n en los Estados Unidos fue Hayden White, profesorde «historia de la conciencia» en la Universidad de Califor­nia, Santa Cruz, que elaborarfa una combinaci6n entre teoriade la historia y teoria literaria para llegar a una «teoria trope­l6gica» del discurso que [e llevaba a considerar la obra histo­rica como «una estructura verbal en forma de discurso enprosa narrativa» que, al margen de los datos que pueda con­tener, tiene un componente estructural profundo, de natura­leza poetica y lingiiistica, que sirve como paradigma precriti­camente aceptado de la interpretaci6n. Esta «infraestructurametahist6rica» no esta formada por los conceptos te6ricosexplicitamente usados por el historiador a fin de dar a su na­rrativa el aspecto de una explicaci6n, sino que depende de unnivel profundo en que el historiador realiza un acto esencial­mente poetico, en el cual «prefigura el campo hist6rico y 10constituye como un dominio sobre el cual aplicar las teoriasespecificas que utilizara para explicar "10 que realmente esta­ba sucediendo"». La interpretaci6n hist6rica aparece asf de­nunciada como un procedimiento que no tiene nada que vercon los metodos de la ciencia, sino que procede «excluyendodeterminados hechos de su relato como irrelevantes para suprop6sito narrativo» e incluyendo, con el fin de hacer posiblela explicaci6n que propone, especulaciones que no se en­cuentran en los hechos verificables. La visi6n del pasado quenos da un historiador no deriva, por tanto, de la evidenciaque utiliza -ya que selecciona 10 que considera que es signi­ficativo y merece la pena recordar-, sino de las eleccionesconscientes e inconscientes que ha hecho de acuerdo con la«poetica hist6rica» que usa.

En la misma linea, F. R. Ankersmith hizo un ataque siste-

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matico a la historia, acusando a los historiadores de no hacercaso de los «te6ricos», como White 0 como el, debido a que«son dolorosamente conscientes de que el debate hist6ricoraras veces lleva a resultados concluyentes y que cosas tan la­mentables como las modas intelectuales 0 la preferencia poli­tica pueden influir en sus opiniones sobre el pasado. Los his­toriadores saben en el fondo de sus corazones que, pese alenfasis que ponen en la necesidad de una adecuada investi­gaci6n de las fuentes y de una interpretacion prudente y res­ponsable, la historia es la que se encuentra en el rango masbajo de categoria cientifica de todas las disciplinas que se en­sefian en una universidad».

Los argumentos de White, como los de todos los que pre­tenden descalificar la historia reduciendola a narraci6n, sonirrelevantes. Es evidente que la complejidad de la tarea del his­toriador, enfrentado a la diversidad inabarcable del mundoreal, le obliga a hacer selecciones -nadie podrla hacer la his­toria «completa», en el sentido que exige White, de 10 quehaya sucedido en una sola ciudad en un solo dia del pas ado­y que eso condiciona su perspectiva. Pero estas limitacionesson un reflejo de las del hombre comun en su vida cotidiana.Tambien el ha de escoger los aspectos de la realidad que Ie en­vuelve, que toma en consideraci6n de acuerdo con las necesi­dades de su vida. Tambien su memoria del pasado es selectivay tambien el esta influido por preferencias diversas, incluyen­do las politicas, que filtran su percepci6n de 10 que pasa a sualrededor. AI recibir las noticias de los acontecimientos inme­diatos, que pueden ser importantes para el, 10 mas probable esque escoja la fuente de informaci6n de acuerdo con sus prefe­rencias y es seguro que seleccionara, dentro de ella, un as noti­cias determinadas. Ningun peri6dico puede recoger la to tali­dad de 10 que pas6 el dia anterior, perc nadie lee un diariomoderno por completo, de la primera a la Ultima palabra, sinoque, guiandose por las secciones y por los titulares, escogeaquellas noticias que le interesan 0 [e atraen. .

La vida real es asi, y es l6gico que ello se refleje en la for­ma en que se estudia la historia. Este es el contraste que se es-

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tablece entre el trabajo del historiador y el del teorico de dis­ciplinas culturales que funcionan fabricandose pequeiios uni­versos acotados que pueden manejarse con herramientas ele­mentales. Con su instrumental el teo rico puede alcanzar elexito en su carrera acadernica, perc sus herramientas no sir­ven para nada cuando hay que salir del recinto universitarioy enfrentarse a la realidad del exterior, que es abigarrada yconfusa como el panorama del pas ado en que el historiadorha de moverse, guiandose por el sentido de la utilidad socialde su tarea, que es un criterio esencial para sus elecciones.

En el terreno de la historia este giro cultural seria tardio.Geof Eley 10 fecha en torno a 1980 y 10 asocia a la aparicionde «una nueva generacion» (Ia que se prepare en los sesentay al principio de los setenra), que rec1amaba un espacio insti­tucional distinto del de la historia social dominante. Se co­rnenzo denunciando las «insuficiencias del "rnarxismo vul­gar"», del estudio cuantitativo de la experiencia cotidiana yde la vida material, y proponiendo reemplazarlos por un«tipo mas sofisticado de historia cultural», que se planteabainicialmente dentro del campo del marxismo, perc que signi­ficaba el inicio de su liquidacion,

Sera ya en los afios noventa cuando Patrick Joyce escribaen Inglaterra, «si antes todos erarnos historiadores sociales,ahora todos comenzamos a ser historiadores culturales. La"historia cultural" parece ser la nueva identidad disciplinarque organiza cada vez mas el formato de la actividad acade­mica», 0 cuando en los Estados Unidos Keith Baker rec1ameuna «historia intelectual» que no ha de ser «un campo dife­rente de investigacion con una materia bien definida», sinouna manera de hacer historia, en terminos generales. En Ale­mania se considera que ha sido en los aDOS ochenta y noven­ta cuando se ha abandonado el «social turn» y se ha produ­cido el giro de la «historische Sozialwissenschaft» a una«historische Kulturwissenschaft» que, mas que traducir laevolucion que se estaba produciendo en los paises anglosajo­nes, ha querido recuperar sus viejas tradiciones, y en especialel pensamiento de Max Weber.

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Una muestra de la ambigiiedad del giro a que nos estamosrefiriendo, y de como el caracter de ruptura generacionalpuede resultar esencial para explicarlo, la tenemos en el cam­po de la arqueologia, donde, en los afios sesenta, un grupo dearqueologos anglosajones, y en especial nortearnericanos,quisieron alejarse de la tradicion existente en su disciplina,que era esencialmente historia de la cultura, y decidieron quedebian ser mas «cientificos» y mas antropologicos, con unatendencia a pensar en terrninos de sistemas y un enfasis rna­terialista. La «nueva arqueologia» -una denorninacion usa­da por primera vez en 1958 en los Estados Unidos-, con supreocupacion por los modelos ecologicos y por las pautas deasentamiento humano, ponia un interes central en los «pro­cesos» humanos, de donde le vendria el nombre de «arqueo­logia procesual», y combatia la vieja tendencia a considerarcada fenorneno cultural como un acontecimiento unico. Setrataba de construir una ciencia capaz de descubrir las leyesque regulan los procesos humanos, mas alla de sus contextoshistoricos y culturales. EI hombre que dio forma a estas ten­dencias fue Lewis Binford, que consideraba que la aproxima­cion a la antropologia proporcionaba nuevos metodos paraestudiar los comportamientos culturales. La nueva arqueolo­gia, que, por su propia voluntad de cientifismo, desernpefioun papel muy positivo en la renovacion de los metodos de in­vestigacion y de interpretacion, recibio aportaciones de in­vestigadores britanicos in£luidos por la «nueva geografia» ypar su enfoque sistematico, como David Clarke, pero tuvomas dificil su arraigo en otros paises europeos, que tenianuna fuerte tradicion historieista. En los aDOS ochenta, comoveremos mas adelante, la arqueologia procesual entre en cri­sis y cornenzo a sufrir ataques surgidos de las corrientes post­modernas, que la volverfan a aproximar, paradojicamente, auna optica cultural.

Uno de los aspectos mas visibles del giro cultural, y unode los mas in£luidos por los «cultural studies» de origen lite­rario, es el del analisis del discurso, que se puede inscribirdentro de 10 que se denomina el «giro Iingiifstico», un feno-

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meno que afect6 a la filosoffa hace unas decadas, y que haperdido hoy terreno en los rnisrnos estudios literarios dondetuvo su maximo florecimiento, a partir de la denuncia de lafutilidad de sus rnetodos, hecha tanto desde posiciones con­servadoras, como las del Allan Bloom de The closing 0/Ame­rican mind, como desde la izquierda.

Lo mas paradojico es que la extension a la historia de me­todos de analisis del texto surgidos del campo de los estudiosculturales tuvo lugar cuando en estos estudios, y en otroscampos de las ciencias humanas y sociales, se estaba produ­ciendo un «giro historicista», tal como denunciaba alarma­do, en 1987, el presidente de la Modern Language Asso­ciation norteamericana. De esta nueva evoluci6n nacerianen los estudios culturales corrientes como elllamado «nuevohistoricismo», con su propuesta de enriquecer las practicasformalistas de la critica literaria con una peculiar atenei6n alcontexte hist6rico, el «rnaterialismo cultural» (que viene a ser10 mismo, perc con una carga adicional de politizacion) 0 la«nueva historia cultural», que es mas bien una mezcla eclec­tica que define la posicion actual de un grupo que, despuesde haber abandonado la fundamentaei6n del analisis de lacultura en las realidades soeiales, no acept6 las propuestasbasadas en la teoria literaria de Hayden White y DominickLaCapra, y cay6 bajo la influencia de la antropologia, y sobretodo de Clifford Geertz.

Los efectos del «giro Iingiiistico» en la historia fueronpues tardios y aparecieron en los Estados Unidos como con­secuencia de la crisis de la historia intelectual, con la partici­pacion directa de Hayden White y de La Capra y con la co­laboraci6n desde el primer momenta de Roger Chartier. Dehecho los partidarios de este giro eran mucho menos innova­dores de 10 que pretendian. En el terreno de la historia habiaya una larga tradici6n de estudio dellenguaje y del discurso,que habia conducido a desarrollos especfficos como el de laBegriffgeschichte 0 «historia de los conceptos» alemana-que se propone reconstruir el significado de los conceptosque se encuentran en ellenguaje de las fuentes-, 0 los meto-

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dos de analisis de los contenidos de la sociologia hist6rica,que tienen poco que ver con el tipo de elucubraciones cultu­ralistas que se han ido extendiendo entre los historiadores yque han dado lugar a una invasion de analisis del discurso-mas adelante de las «representaciones»-- que amenazacon reemplazar el de la realidad.

Es verdad que hay elementos utiles en esta conciencia cri­rica del texto, que nos habrian de servir para protegernos delecturas anacr6nicas y, por eso mismo, incorrectas de los tes­timonios del pasado. Pero una vez hecha esta tarea de depu­raci6n, resulta exagerado quedarse paralizados, como si lostextos no fuesen susceptibles de uso. Entre otras razones,porque textos de tipos distintos, y construidos con lenguajese intenciones diversas, pueden contrastarse entre si, perotambien por el hecho de que el historiador trabaja, adernas,con evideneias arqueologicas (cuya importaneia para las his­torias medieval y moderna, no solamente para la antigua, escada vez mas evidente) y con un tipo de datos cuantitativoscomo los elementales de la demograffa (nacimientos, fecun­didad, esperanza de vida, mortalidad) que dificilmente pue­den ser «deconstruidos».

Por otro lado, la lucha contra las interpretaeiones anaer6­nicas de los lenguajes del pasado esta ligada a un problema demas amplio alcance. AI olvidar que muchas cosas que paranosotros son claras, una vez conocido su desenlace, eranenigmaticas 0 dudosas para los que las vivieron, procedemos,inadvertidamente, a una clarificaci6n retrospectiva del pasa­do, a una lectura hacia arras del curso de la historia: una re­trospecci6n que lleva aparejada su falsificaci6n. Para enten­der las acciones de los hombres y las mujeres del pasadonecesitamos averiguar 10 que pensaban realmente, las espe­ranzas y temores que los movian, incluyendo tambien, 0 talvez sobre todo, aquellas que, no habiendose realizado, hemosperdido de vista (pero que se conservan en muchos de lostextos mas directos y personales que nos han legado, comopueden ser los diarios y las cartas). S610 asi podremos enten­der las razones que los llevaron a tomar sus decisiones, en lu-

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gar de convertirlos en titeres que actuan segun un guionpredeterminado, del que solo nosotros conocemos el fatal de­senlace. Solo asi entenderemos correctamente sus palabras,Podemos tal vez remediar este falio elaborando una antropo­logia historica como la que nos propone Aron Gurievich,quien la define como el metodo que permite comprender deque manera «una corriente ca6tica y heterogenea de percep­ciones y de impresiones se transforma, por obra de la con­ciencia, en una vision del mundo ordenada que pone su mar­ca sobre cualquier conducta humana».

Una de las grandes utilidades del analisis del texto radicaen la posibilidad de examinar como se elaboran los textos le­gitimadores, comenzando por los propios relatos historicos,La verdad es que la retorica de los historiadores no tiene nadade excepcional, ya que no es en esencia otra cosa que una ma­nifestacion de aquella «ret6rica de la ciencia» que ha estudia­do Alan Gross, construida de manera que consiga persuadira aquellos a quienes va destinada de que no es tal retoricasino demostracion. Buena parte de las reiterativas elucubra­ciones en torno a la historia como narracion -Hayden Whi­te, Ricoeur, etc.-, que parecen plantear la cuestion como sifuese un problema especifico de la historia, amenazada converse degradada del terreno de la ciencia para caer en el de laliteratura, pasan por alto que la narracion es la forma habitualen que el hombre organiza sus conocimientos, incluso los delas ciencias naturales, en algunos casos de manera abusiva,como han denunciado con respecto a la evolucion los parti­darios de la «cladistica». En lineas generales puede decirse,como afirma Stephen Jay Gould, que «los seres humanos so­mos contadores de historias por naturaleza; organizamos elmundo como un conjunto de relatos». Los historiadores notienen que pedir disculpas por hacer 10 mismo.

Una cosa es el uso y otra el abuso de esta preocupacionpor el analisis del discurso, cuya vacuidad resulta evidente enla practica de historiadores para quienes los textos se reducena los de caracter mas general y a las afirmaciones programati­cas, perc que desconocen 0 menosprecian otros textos esen-

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ciales que nos permiten asomarnos mas directamente a losproblemas reales de los hombres, como son los documentos,yespecialmente aquel tipo de documentos que no pretendentransmitir doctrina, sino que estan destinados a actuar en lasociedad de su tiempo (10 que no quiere decir, evidentemen­te, que sean inocentes), Para proceder a un analisis adecuadodelos textos es necesario comparar los de todos estos niveles.Hay que examinar, por ejemplo, las diferencias que hay entrelas cronicas oficiales de la conquista espanola de America delos siglos XVI y XVII, 0 la retorica de la «hispanidad» del sigloxx, y la documentacion de la administracion espanola, colo­nial y postcolonial, como, por poner un solo ejernplo, los tex­tos internos de los gobiernos del siglo XVIII que hablan cru­damente de las colonias de America como de un objeto deexplotacion econornica. Un analisis de este tipo pone en evi­dencia trivialidades como las de Colin M. MacLahan, que sededica a explicarnos 10 que no conoce ni entiende en un libroque sostiene que «el mundo espafiol funcionaba politicamen­te como una construccion intelectual», y donde se dedica ainterpretar, sin mostrar conocimiento alguno de la realidad,la historia de una America colonial donde la poblacion nimengua ni crece, donde no hay minas -ni, naturalmente, in­digenas trabajando en ellas-, ni haciendas, ni obrajes, ni es­clavos negros. De 10 que se puede deducir que es justamenteeste tipo de historia la que «funciona como una construccionintelectual» carente de fundamentos reales.

Una cosa es usar el analisis de los textos para aproximar­nos a una realidad que estes revelan y, a la vez, disfrazan,como hace Carlo Ginzburg con los documentos policiacos yjudiciales, en su intento por reivindicar la inocencia de unhombre que supone condenado injustamente (reivindicacionqueno se podria hacer a partir de la actitud que sostiene queel sesgo de los discursos demuestra que no es posible llegar aconocer nada a partir de ellos). Otra es plantearse seriamen­te los problemas que implica la llamada «construccion social»de la realidad. Y otra muy distinta, finalmente, el intento deescamotear la realidad social que hay mas alia de las palabras,

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como hace Patrick Joyce al decir que no es la clase la que creasu lenguaje, sino el lenguaje el que produce la clase, y queesta no es mas que un «producto discursivo». Afirmaci6n cir­cular, porque se necesita otra explicaci6n previa que nos digacomo se ha creado el tipo de lenguaje concreto con cuyaidentificaci6n se produce la clase, y esta explicaci6n ha derendir cuentas, ademas, de las razones por las que un grupohumano ha escogido justamente este lenguaje espedfico que10 marca y diferencia, de entre todas las variedades de len­guajes que podia escoger. No parece, por otro lado, que estetipo de elucubraciones sean utiles para aproximarnos, no ya .a la historia, sino a los problemas actuales de unos grupos so­ciales que, adernas de estar «construidos discursivamente»-10 que no negara nadie-, presentan caracteristicas objeti­vamente verificables que los distinguen, como la de tener ni­veles de vida y expectativas muy diferentes.

Con harta frecuencia se puede observar que la teorizaci6nsobre el discurso y sobre las representaciones no hace masque examinar viejos problemas, ampliamente explorados pre­viamente, repitiendo observaciones que ya habian sido he­chas, 0 que son obvias, con un vocabulario nuevo -con Hay­den White, Foucault, Ricoeur y el padre de Certeau comoproveedores de lexico->- y una nueva ret6rica, con todo 10cual se crea en los lectores desprevenidos la ilusi6n de unanovedad interesante (un procedimiento que, por otra parte,proporciona a los profesionales en busca de respetabilidad laseguridad de estar a la moda del dia). Cuando la verdad esque no hay en todo esto mucho mas que una fantasmagoria,generalmente reaccionaria, con una viva preocupaci6n porevitar «confrontar las realidades de la econornia politica y lascircunstancias del poder global». Provistos de las armas de laret6rica los «textualistas» pueden seguir con la ilusion de darnormas al mundo y ganar unas batallas que organizan ha­biendo fijado previamente las reglas del combate, 10 cuallesasegura por adelantado la victoria. Nunca seran derrotadosen este tipo de escaramuzas, del mismo modo que nadie con­sigui6 batir a los escolasticos tardios a base de silogismos;

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pero la esterilidad vacia de su trabajo, que no aporta nada uti!para las «practicas no discursivas» de los hombres y mujeresde hoy, acabara relegandolos al mismo olvido en el que repo­sa el saber tardoaristotelico que mantuvo victoriosos comba­tes ret6ricos contra la revoluci6n cientifica.

Mil veces mas utiles que estas elucubraciones verbales sonpara el historiador las aportaciones de la ciencia cognitiva, lasnuevas visiones que muestran la complejidad de los mecanis­mos de formaci6n de los recuerdos evocados por la memoria-la forma en que la mente humana transforma un haz desensaciones diversas en un recuerdo--, que pueden sugerirlecaminos utiles para investigar el proceso de formaci6n de estamemoria colectiva que denominamos historia.

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LA CRISIS DE 1989

Cuando examinamos la situacion actual del panorama histo­riografico podemos observar que su evolucion parece tenerdos momentos de inflexion. En primer lugar, el giro cultura­lista iniciado en los afios sesenta, del que hemos hablado an­teriormente. El segundo momento, que de algun modo com­pleta y culmina el primero, tiene como referencia mas clara elafio 1989, un afio en que coincidieron el hundimiento de losregimenes delllamado «socialismo real» del este de Europa,con un nuevo y mas encarnizado asalto contra las interpreta­ciones de izquierda de la Revolucion francesa con motivo desu bicentenario, la publicacion del articulo de Fukuyama so­bre elfin de la historia y la del debate entre «vieja y nueva his­toria» en American Historical Review, entre otras referenciasque no son, en Ultima instancia, mas que aspectos de un uni­co proceso.

La «caida del muro de Berlin», en especial, dio lugar a reac­ciones de euforia por parte de quienes se sentfan vencedo­res. De entrada se suponla que este solo hecho bastaba paranegar legitimacion intelectual a cualquier planteamiento quetuviera relacion, no solo con elmarxismo, sino con cualquierpostura que diese apoyo a la idea de que era posible una trans­formacion substancial de la sociedad. Por otro lado, el pseu­domarxismo catequistico de la Union sovietica y de la Europaoriental se hundio con los regimenes a los que servia, dejandosolo al margen a aquellos historiadores que trabajaban de rna­nera critic a y creativa, como Diakonoff, Ado 0 Kossok, dequienes hemos hablado antes. Tarnbien acabaron por desva­necerse las corrientes occidentales mas cercanas al esquema­tismo catequistico del este, como paso con el estructuralismomarxista a la francesa, con su uso petrificado y fosilizador de

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los conceptos marxianos (con frecuencia de la simple termi­nologia, y no siempre bien entendida), Y tarnbien «en Occi­dente», como en los paises del «socialismo realmente existen­te», sobrevivi6 a la crisis el sector mas vivo, el que tenia parmodelos a historiadores como Eric Hobsbawm 0 E. P. Thomp­son, 10que no quiere decir que todo siguiera sin cambios, sinoque se hizo un esfuerzo por encontrar nuevos caminos sin caeren renuneias que llevaran a abdicar de unos prineipios pro­gresistas.

Los que se sentian vencedores con el hundimiento de lossistemas politicos del este europeo quisieron definir su triun­fo como una victoria final y definitiva del orden establecidocontra la amenaza subversiva de la revoluci6n, como «el finde la historia», por usar el titulo que haria famoso a FrancisFukuyama, en un trabajo producido bajo el amparo de unainstituci6n conservadora norteamericana, la Fundaci6n JohnM. Olin, que financia institutos y programas «destinados are­forzar las instituciones econ6micas, politicas y culturales sa­bre las que se sustenta la empresa privada».

De la eficacia de la actuacion de estos equipos puede darfe e1 exito que consiguieron con algo tan trivial, y tan pocooriginal, como las especulaciones de Fukuyama sobre e1 «finde la historia» -una adaptaci6n de una vieja interpretacionde Hegel por Kojeve-s-, en que sostenia que la historia es di­reccional y progresiva, que su motor son «dos fuerzas basicas:la evoluci6n de las ciencias naturales y la tecnologia», y queesta evoluci6n culmina en la democracia liberal y en la eco­nornia de mercado, que sedan, por 10 tanto, adquisiciones de­finitivas de la historia. Para difundir el «nuevo paradigma» lafundaci6n Olin ide6 una estrategia que alcanz6 un exito to­tal. En 1988 Allan Bloom invit6 a Fukuyama a exponer susideas en el centro Olin de Chicago, del cual era director. Deesto surgi6 un articulo, «The end of history?», que se publi­c6 en el verano de 1989 en The National Interest, una revistapagada por la misma fundaci6n, donde aparecieron despuesreplicas escritas por Allan Bloom, Irving Kristol y SamuelHuntington, los tres en la n6mina Olin. Cuando acab6 esta

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«discusi6n» y se consigui6 hacer creer que habia existido undebate pluralista, el tema se pudo vender a la gran prensa yse prepar6 el camino para la publicaci6n, en 1992, de un li­bro que sirvi6 para poner de moda, fugazmente, las ideas ela­boradas por Fukuyama, y les dio una difusi6n mundial. Lasorpresa de algunos criticos que se preguntaban «~por queunaobra de tan evidente mediocridad ha recibido tanta aten­cion publica?» podia estar justificada. No 10 estaba en cam­bia una segunda pregunta: «~Por que un editor ha podidoinvertir tanta energia y capital para lanzar un libro tan pueril

.yde tan poco interes?», ya que esto era obvio.Muy pronto se pudo ver, sin embargo, que la mercancia

puesta en circulaci6n por Fukuyama pasaba rapidamente demoda, entre otras razones porque, contra sus predicciones,los conflictos y los enfrentamientos seguian presentes en unmundo donde no estaba claro que se hubiera acabado lahistoria. Habfa que poner en circulaci6n un nuevo paradig­ma conservador mas duradero y el encargado de hacerlo fueSamuel Huntington, un viejo te6rico de la guerra del Viet­nam que dirige el Instituto John M.Olin de Estudios Estra­tegicos en la Universidad de Harvard. Ellanzamiento se hizocan la misma tecnica que se habia usado para Fukuyama, apartir de un articulo publicado en 1993 con el titulo de«The Clash of Civilizations?», donde partia de la compro­baci6n de que la tesis de Fukuyama estaba equivocada --«lahistoria no se ha acabado; el mundo no se ha unificado»--,y ponia en circulaei6n un nuevo «paradigma del mundodespues de la guerra fda», donde deda que con el final deesta confrontaci6n habia desaparecido la divisi6n del plane­ta en tres mundos. Los conllictos mundiales no se definenya en terrninos de diferencias ideo16gicas, ni son de natura­leza econ6mica. Lo que ahora agrupa a las colectividadeshumanas y las enfrenta a otras son razones culturales. Losprotagonistas seguiran siendo, aparentemente, los estados­naci6n a traves de los cuales se expresan los conflictos, pero«el choque entre civilizaciones dorninara la politica global».Unas civilizaciones definidas -mal definidas, porque los fa-

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110s de Huntington en este terreno son espectaculares- porcriterios religiosos.

Todo e110 dirigido a descubrir una nueva amenaza mun­dial: el nuevo «imperio del mal» que debe suscitar consensoy mantener unida a la sociedad occidental --«atlantica>>-­ante el enemigo cormin que resulta ser una fantasmagorica«alianza islarnico-confuciana». Pese ala superficialidad de es­tas tesis, y la evidencia de que «la taxonomia de las civiliza-.ciones de Huntington» fa11aba por no corresponder a las rea­lidades culturales, sus planteamientos sintonizaban con lastendencias del conservadurismo del momenta y ofredan alasociedad norteamericana el enemigo que les perrnitia legiti­mar su politica mundial como una necesidad de la defensa dela civilizacion, como se podria vel' en la guerra del Golfo. Elproblema se produjo cuando la crisis de Afganistan oblig6 aredefinir el enfrentamiento como una lucha contra el terro­rismo, heredero del viejo enemigo revolucionario, para evitarel riesgo de que se viera como una cruzada contra el islam, 10que llevo a que se arrinconasen rapidamente las elucubracio­nes de Huntington.

Ni «el paraiso hegeliano» de Fukuyama ni los mitos civili­zacionistas de Huntington han podido satisfacer la inquietudde unos cientificos sociales que observan que con el hundi­miento del comunismo en 1989 fracaso de hecho una de lasversiones del proyecto transformador de la Ilustracion y se .pereatan de que no es segura que el «liberalismo» del merca­do baste para sostener la otra version de la teoria del progre­so en que se sustentaban las esperanzas de un crecimientocontinuado. Lo dice John Gray, profesor de politica en Ox­ford y entusiasta de un conservador como Hayek en un pasa­do cercano, que ahora denuncia que «la idea de que una eco­nornia de mercado es un sistema que se autoestabiliza esarcaica: una curiosa reliquia del racionalismo de la llustra­cion». Y que comprueba que la ilusion de que del fin de laguerra fria surgiria un nuevo orden mundial se ha desvaneci- .do, dejandonos con una economia mundial anarquica, donde«la emancipacion de las fuerzas del mercado del control po-

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utica y social» puede 11evarnos a «una creciente anarquia in­ternacional» que hace probable que «la edad de la globali­zaci6n sea recordada como otro paso en la historia de la ser­vidumbre». Un personaje poco sospechoso de nostalgiasmarxistas como George Soros ha dicho que «el nuevo fana­tismo del mereado es mas peligroso para el mundo que el co­munismo».

.En una linea parecida se expresaba Immanuel Wallersteina1 decir: «Se acostumbra a pensar generalmente que el colap­so del comunismo en 1989 marca un gran triunfo delliberalis­mo. Yo 10 veo mas bien como seiialando el colapso definitivodelliberalismo como geocultura definitoria de nuestro sistemamundial». Elliberalismo prornetia una reforma gradual quemejorarfa las desigualdades y reduciria la polarizacion. La ilu­si6n de que esto era posible legitimaba los estados a los ojos desus pobladores; pero «el colapso del comunismo, juntamentecon el colapso de los movirnientos de liberacion nacional deltercer mundo y el de la fe en el modelo keynesiano en el mun­do occidental», fueron reflejos simultaneos de la desilusionpopular acerca de la validez de los programas reforrnistas, yesta desilusion debilita los soportes de la legitimacion popularde losestados y anula la tolerancia de sus pueblos ante una de­sigualdad creciente. «Yo espero, por tanto, conflictos cons ide­tables del tipo de los que han aparecido en los afios noventa,extendiendose desde las Bosnias y Ruandas hasta las regionesmas ricas (y aparentemente mas estables) del mundo (como losEstados Unidos).» Tal vez quepa vel' las conmociones produ­cidas en estos ultimos tiempos contra las instituciones econo­micas internacionales -Fondo Monetario Internacional, Ban­co Mundial y Organizacion Mundial del Comercio-- como unanticipo de este tipo de conflictos.

En esta misma linea de exorcismo de la revolucion hayque entender el nuevo y feroz asalto contra las interpretacio­nes de izquierda -de hecho contra cualquier interpretacion«social>>-- de la Revolucion francesa que tuvo lugar en tornoa1989, con motivo del segundo centenario de esta, del queya nos hemos ocupado antes.

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Los ataques sisternaticos a [a «historia analitica», identifi­cada en el terreno polltico con la que sostiene el caracter so­cial progresivo de los grandes cambios, hizo pensar a algunoshistoriadores que el descredito en que habia caido su disci­plina se podia remediar volviendo a la narracion, que pareciala antitesis de la historia analities y podia presentarse comouna forma expositiva neutra, limpia de cargas ideo16gicas-entendiendo por «ideologia», como de costumbre, 10 quepiensan los «otros», nunca las ideas irnplicitas en la propiaobra-, pero guiados tambien por la preocupaci6n de recu­perar la unidad de una historia descoyuntada por la fragmen­tacion de las especializaciones. Lawrence Stone (1919-1999)hizo en 1991 una angustiosa llamada al retorno a una historiaque se ocupase de los acontecimientos y de la conducta, ope­rando sobre la base de text os conternporaneos y con la fina­lidad de explicar los cambios. La llamada venia justificadapor las temibles consecuencias del «postmodernismo» que,con la triple amenaza de la lingiiistica, la antropologia cultural y el denominado «nuevo historicismo», estaba convirtien­do la ciencia histories en una «especie en peligro de extin­cion».

Para algunos historiadores tradicionales, como Elton, elproblema se reduce a que «a los historiadores les gusta queles lean» y esto solo se consigue con una narraci6n interesan­teo Esta es, en gran parte, la razon que explica el exito de unhistoriador como Simon Schama, que debe su prestigio a unlibro sobre «la cultura holandesa en la edad de oro», que esun ingenioso montaje capaz de deslumbrar allector cultivadocon informaciones curiosas sobre las mas diversas cuestiones,explicadas en un buen estilo, pero que ha sido criticado porlos especialistas por sus fallos factuales. A este le siguio Citi­zens: A chronicle of the French Revolution, donde su contri­bucion a la critica de la Revolucion francesa consisti6 en ex­plicar historias personales, reduciendo el aparato erudito aun rninirno que no siempre bastaba para justificar sus afirma­ciones. Seguiria despues un intento, rotundamente fracasado,de asociar historia y ficcion, Dead certainties (Unwarranted

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speculations), que justificaba con el argumento de que «plan­tearse preguntas y relatar narraciones no han de ser formasmutuamente excluyentes de representaci6n hist6rica», y unlibro sobre el paisaje, para volver a la Holanda del siglo deoro con Rembrandt eyes (1999), recibido por los media comouna obra maestra, pero denunciado otra vez por sus errores,por la insuficiencia del aparato con que pretende justificarsus afirmaciones y por la vacuidad de una narrativa a la cualescapa el contexto social del pintor, cosa que ha llevado a J0­nathan Israel a denunciar que «las habilidades para la cornu­nicacion y la brillantez son 10 que cuenta en la nueva cultura,mientras el nivel de 10 que se comunica esta dejando de im­portar», A 10 cual aiiade «se puede construir mucho con es­puma, pero la experiencia enseiia que muy poco 0 nada deesto subsiste».

Hay argumentos razonados en apoyo del uso de la narra­cion, siempre que se fundamente en una base adecuada deerudici6n. La narraci6n, dice Maurice Keen, «nos permite re­cuperar fuerzas que un enfoque ternatico tiende, de manerainevitable y artificial, a oscurecer, perc que ope ran continua­mente, al mismo tiempo que el funcionamiento, 0 el mal fun­cionamiento, de los sistemas sociales, econornicos y politicos,yque interactuan con la historia de estes: fuerzas del azar, decoincidencia, de carisma 0 de maldad individuales. Si las olvi­damos, corremos el riesgo de olvidar como y por que es tan Ea­cil que guerras generales y holocaustos sorprendan a socieda­des que parecen bien asentadas en el camino del progreso».

En un terreno cercano al del retorno a la narraci6n, percconfusamente definido, esta la «microstoria» a la italiana. Se­ria Eacil dar ejemplos que harian pensar que la narraci6n de10 singular es su objetivo final. Historias como la del moline­ro de It formaggio e i vermi (1976) de Ginzburg, como la deThe return of Martin Guerre, de Natalie Z. Davis (1983),como The great cat massacre de Robert Darnton (). 984), comolas que recuperan procesos puntuales de brujas, como la delprofeta Mathias en el Nueva York de principios del siglo XIX,

0, por no alargar la enumeraci6n, como la mas trivial de Alain

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Corbin sobre la vida de un desconocido -un ejercicio quecualquiera que se 10 proponga puede repetir indefinida einutilmente-s-, pueden tener su justificacion como narracio­nes literarias -se habla a menudo de elias como de «la nue­va narrativa»-, pero aportan muy poca cosa al conocimien­to de la sociedad en que vivian estos personajes. Lo quepuede explicar la protesta que en 1985 lanzaba Furio Diaz,pidiendo que «se acabase con la moda de los historiadores,sobre to do franceses (sic!), que escriben libros acerca deacontecimientos minimos de vida cotidiana, olvidando lasperspectivas generales».

La verdad es que tras el proyecto de los microhistoriado­res hay mas que voluntad de narrar -aunque haya sido su ca­lidad de narradores la que explica el exito que han obtenidoalgunos de ellos-, pero, si exceptuamos el caso de Levi, nose han esforzado mucho en explicarnos los motivos que hanguiado el establecimiento de su metodo de trabajo. Levi re­conoce que la microhistoria es «en esencia una practica his­toriografica» con unas referencias teoricas diversas y eclecti­cas, pero se esfuerza por sacar ala luz los elementos comunesque tienen estos trabajos. Su misma aparicion est aria ligada aldesencanto que se produjo a partir de los afios setenta res­pecto de las viejas teorias del progreso, que hizo que algunosde los desengafiados se entregasen al relativismo 0 a la irra­cionalidad. Los que optaron por la «microhistoria» eranhombres de izquierda, de tradicion marxista, poco inclinadosala metafisica, que intentaban buscar descripciones mas rea­listas del comportamiento humano. Reduciendo la escala dela observacion pretendian descubrir factores que escapaban aanalisis mas amplios y rectificar generalizaciones abusivas delas viejas interpretaciones globales de la his toria social. Levijustifica, ademas, la importancia que los microhistoriadoresdan al relato, considerandolo como un medio que permitemostrar «el verdadero funcionamiento de determinados as­pectos de la sociedad», y que evita asi formalizaciones abusi­vas. Las observaciones de Levi sobre la necesidad de realizarverificaciones substanciales a escala reducida, huyendo de las

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sirnplificaciones generalizadoras, son justas. Lo que resultadificil aceptar es la pretension de erigirlo en sistema alterna­tivo para estudiar los problemas que el historiador se plantea,sobre todo cuando estes son de gran alcance. Sin olvidar queel pretexto del trabajo en una escala pequefia ha servido condemasiada frecuencia para presentar como muestras de no­vedad teorica minucias eruditas carentes de interes, Incluirlascautelas de los microhistoriadores y algunos de sus instru­mentos en la caja de herramientas del historiador es de unautilidad innegable. Limitarse a trabajar con este equipamien­to, no lleva demasiado lejos.

Del mismo modo podriarnos hablar -no 10 haremos parano repetir innecesariamente los argumentos- de la «historiaoral», de una extraordinaria importaneia como parte de uninstrumental de investigacion, pero que nada justifies que sepretenda convertir en una rama cientffica con sus propias re­glas, como ha ido sucediendo gradualmente.

En realidad, como hemos visto, la vision «inocente» de lanarrativa ya habia sido denunciada por Hayden White, almostrar que la narracion no es solamente una forma, sino queimplica un contenido, ya que escoge deliberadamente 10 queconsidera que es significativo y que merece la pena recordar.Pero tal vez el error mas grave en que puede caerse con el re­curso a la narrativa sea el de identificarla con las formas lite­rarias del cuento y la novela en las literaturas de origen euro­peo, sin entender que hay que encontrar un marco masgeneral en el que puedan considerarse tambien las explica­ciones de caracter aparentemente mas analitico, como las dela ciencia, que, como deda Stephen Jay Gould, estan cons­truidas tambien como una narracion.

Que detras de cualquier explicacion de los hechos narra­dos haya alguna forma de teoria, mas 0 menos coherente y muyamenudo no explicitada, es cosa que ya hemos visto que ha­bran denunciado, con razon, los fundadores de la «new eco­nomic history». Desde otros campos de las ciencias sociales seha propugnado tarnbien, como una solucion, el uso de una«narrativa analitica» que haga posible asociar narracion y teo-

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ria. Esta asociaci6n puede ser legitima. No 10 es, por el con­trario, e1 intento de rehuir la narraci6n y preservar solamentela vertiente analitica, practicando una falsa identificaci6n conla «ciencia dura», imitada de manera mimetica y superficial,que no acostumbra a llevar mas alla de la apropiacion abusivade un lexico nuevo -y de un estilo de narraci6n distinto-­con el cual manifestar una pretendida ruptura respecto de lavieja tradici6n de la «ciencia histories».

Resulta peligroso para las ciencias sociales, y en concretopara la historia, caer en la tentacion de irnitar unos metodoscientificos que no le son propios. Dejarse tentar por «la envi­dia de la ffsica» puede llevar 0 a una pseudociencia de «hi­potesis pedantemente expresadas e inacabables rnanipulacio­nes estadisticas de datos marginales» 0 a desastres como elque evidenci6, en el campo de los estudios culturales, el «es­candalo Sokal». Neil Gershenfeld ha condenado el uso alegrey abusivo que se hace de «palabrotas», usandolas como ex­plicaciones. Expresiones como «realidad virtual», «teorfa delcaos», «redes neurales» y «fuzzy logic», utilizadas sin criterio,llevan a simplificaciones peligrosas.

Parece razonable que el historiador analice las aportacio­nes de la teo ria de la complejidad y de la autoorganizaci6n-del caos determinista- para ampliar sus perspectivas yen­contrar tal vez caminos que le permitan pensar de forma dis­tinta algunos de sus problemas. Pero la transposici6n linealde metodos de otras disciplinas puede conducir al desastre,por caminos muy diversos. Porque si es necesario denunciara aquellos que se amparan en un supuesto cientifismo paravender rnercancia averiada, no resulta menos peligrosa la ten­tacion de algunos cientificos de aplicar formulas simplistas aun terreno tan complejo como es el de la historia, tal comopodemos ver en la propuesta, hecha por dos cientificos res­petables, de «trazar analogias entre los puntos de crisis aso­ciados con la autoorganizaci6n y el caos que acontecen enprocesos inanimados como la reacci6n Belousov-Zhabo­tinsky, y algunos fen6menos que se producen en las socie­dades humanas, tales como las revoluciones y el desorden ci-

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vii». La reacci6n Belousov-Zhabotinsky, 0 mas simplemen­te BZ, es la que se produce cuando determinadas mezclasde productos quimicos experimentan una reacci6n oscilato­ria y cambian regularmente en una secuencia que se repite,10 que muestra que en esta mezcla ca6tica ha aparecido unorden de manera espontanea. Stuart Kauffman dice que elestudio de estas reacciones puede explicar como se produ­ce la muerte subita por arritmia cardiaca, la distribuci6n delas franjas de las cebras «y otros aspectos de morfologfa enorganismos simples y complejos». Pero el salto que va desdelas pautas de las franjas de las cebras a fen6menos tan com­plicados, comenzando por la dificultad de definirlos, comoson «las revoluciones y el desorden civil», me parece de­masiado grande como para admitir este tipo de simplifica-ciones.

Una aplicaci6n sensata de conceptos de la teoria de lacomplejidad a campos concretes de la historia economica,como se ha hecho en el estudio de las ondas largas, puedeaportar resultados interesantes. Es tambien razonable que co­rrijamos los excesos teleologicos de la historia tradicional canun rnejor conoeimiento de las nuevas visiones de la evoluci6nbiologica, incluyendo los de la cladistica, a fin de evitar la ilu­sion de fatalidad que crea la «retrospecci6n», y parece claroque es necesario aceptar la propuesta hecha por una cornisionde la Fundaci6n Gulbenkian a fin de que las ciencias socialesconverjan con las naturales para «tratar a los humanos y a lanaturaleza en su complejidad y en sus interrelaciones». Perocuando se ven muestras de cientifismo rnimetico convienepracticar 10 que Mario Bunge denomina «la intolerancia fren­te al charlatanismo acadernico».

Conviene que hablemos con mas detenimiento de estaamenaza global del «postrnodernisrno» que impulsaba a Sto­ne a propugnar el retorno ala narraei6n. Hasta ahora tan solohemos visto algunas manifestaciones aisladas de el, al referir­nos al «giro lingiiistico» y a la extension a la historia de unaserie de metodos de analisis del discurso que tienen su origenen el campo disperso de los estudios literarios, como resulta-

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do de una evoluci6n que tiene sus origenes en la «revoluci6ncultural» de los alios sesenta, con su voluntad de analizar lostextos como productos de unas ideologias que los usan paraunas practicas determinadas, y con la pretension de utilizarestos metodos en favor de los valores progresistas de la exi­gencia de 10 «politicamente correcto» y del «multiculturalis­rno», 10 que permite entender irritaciones como la de JohnM. Ellis, quien, denunciandolas como practicas aristocrati­zantes y de «torre de marfil», acaba diciendo que «las uni­versidades no pueden servir a dos amos: el conocimiento y lascausas politicas y sociales», como si no fuese precisamenteesto 10 que siempre han hecho, al servicio normalmente delorden establecido.

El postmodernismo propiamente dicho, sin embargo, esde dificil definici6n y tiene genealogias muy divers as segun sele considere desde el punto de vista del arte, de la filosofia(con referencias a Nietzsche y Heidegger) 0 de la literatura.Se acostumbra a considerar que tiene su origen en la arqui­tectura, y en concreto en el rechazo del «alto modernismo» re­presentado por la arquitectura de Le Corbusier, Wright, Miesvan der Rohe, etc. Se ha po dido decir, por esta raz6n, que elpostmodernismo nace a las 332 de la tarde del 15 de julio de1972, cuando un edificio de viviendas «moderno» de SaintLouis, inspirado en Le Corbusier y premiado por su calidadarquitect6nica, fue dinamitado, considerandolo como un en­torno inhabitable para la gente de bajos ingresos que vivianen el, 10 que sefialaria el momento en que las ideas del mo­dernismo dejaban paso a nuevas propuestas.

Pero quien darfa una mayor difusi6n al termino seria jean­Francois Lyotard con La condition postmoderne (1979), unlibro escrito por encargo, donde anunciaba el fin de 10 quedenominaba «metanarrativas», es decir, de las grandes inter­pretaciones generales como el socialismo, e1 cristianismo, laideologia del progreso, etc., 10 que en el terreno de la historiallevaba al rechazo de las periodizaciones y de las interpreta­ciones globales, a la substituci6n del grand recit de la Histo­ria en rnayuscula -considerandolo de naturaleza legitimado-

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ra- por e1 petit recit de las historias en minuscula y a la delas afirmaciones sobre la realidad por metaforas, Lo que sebuscaba era «el analisis hist6rico de la representaci6n frentea la quimerica persecuci6n de una «realidad» hist6rica per­ceptible y accesible», 10 cual acaba negando simplemente laposibilidad y la utilidad de la historia.

En este terreno la reacci6n postmoderna ha nacido, comoen otros campos del arte y del pensamiento, de una serie denegaciones y rechazos, comenzando por los de los metodosde historia social que dominaban en los alios sesenta, comoya habia hecho en Francia la «nouvelle histoire» con su feriaabigarrada de «novedades». Pero en sus formulaciones mascoherentes y mas ambiciosas los postmodernos se presentancomo defensores de un cambio mucho mas radical, que en­laza con el rechazo de la tradici6n ilustrada por parte deAdorno y Horkheimer. Segun Keith Jenkins, «vivimos en lacondici6n general de la "postmodernidad"», que «no es una"ideologia" 0 una postura a la cual podamos escoger adherir­nos 0 no». La postmodernidad es «nuestro destino». Un des­tino que nace del gran fracaso de la «modernidad», del fra­caso del intento, que comenz6 en la Europa ilustrada delsiglo XVIII, de conseguir elevados niveles de bienestar perso­nal y social «por medio de la aplicaci6n de la razon, la cien­cia y la tecnologia». Para Lyotard «el proyecto moderno» ha­bria conducido a Auschwitz, y habria marcado con esto sutragica liquidaci6n. .

Desde estas posturas se puede ir, en teoria, hacia posicio­nes politicas muy diversas, pero sucede que casi siempreconducen a un escepticismo paralizador, harto satisfactoriopara el orden establecido, que no ha de temer molestias deestelado, sea por parte de un Poster que nos asegura que losproblemas del mundo no tienen nada que ver «con teorias li­berales 0 marxistas», 0 de una Patrick Joyce que, refiriendo­se a los conceptos de «derecha» e «izquierda» se pregunta «siestos terrninos todavia tienen un sentido clare». Hay tam­bien, sin embargo, quien pretende dar versiones de izquier­da, como Gregor McLennan, que considera que e1 postmo-

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dernismo puede ayudarnos a veneer «los cuatro pecados delrnodernismo»: reduccionismo, funcionalismo, esencialismoyuniversalismo, y hay inc1uso un intento de presentarnos a unMarx postmoderno. La verdad es, sin embargo, que la teori­zacion postmoderna tiende a alejarse de la confrontacion conla realidad y tiene, mayoritariamente, unas consecuencias deinhibicion de cualquier compromiso, ya que los mismos ar- ,gumentos que sirven para sostener la imposibilidad de «co­nocer el autentico significado del pasado», son validos paranegar nuestra capacidad de analizar un presente que no po­demos conocer, forzosamente, mas que cuando ya se ha con­vertido en pasado.

Resulta dificil imaginar como podria ser una «historiapostrnoderna», puesto que esta misma denorninacion es con­tradictoria. Las influencias teoricas que reconocen sus culti­vadores son esencialmente francesas y no proceden en nin­gun caso del campo de la historia: Lyotard, Baudrillard,Barthes, Foucault, Derrida, Deleuze, Ricoeur, de Certeau,con alguna inclusion de otras culturas como Nietzsche 0

Rorty. Y sus afirmaciones, que acostumbran a ser crfticas dela practica «moderna» de la historia, no nos proporcionan, encontrapartida, reglas para organizar una forma alternativade trabajo «desde la perspectiva del posternpirisrno». Uno desus cultivadores dice, por ejemplo: «El empirismo de basedocumental con su sentido implicito de objetividad no es launica forma disponible para e1 estudio historico». Todos loshistoriadores construyen el pasado como un objeto y su cons­truccion esta mediatizada por demandas ideologicas y seofrece en forma de una narracion, marcada ella misma porsus reglas. Esto no signifies negar su realidad al pasado, sinoreconocer «que hay diversas realidades a imaginar 0 que yopuedo construir como existentes en el pasado. La historia noes ni ficcional ni factual, es imaginativa e interpretativa». «LaHistoria, con mayuscula, es la metanarrativa cultural centralde Occidente, una especulacion modernista que hace queasignemos tradicionalmente a acontecimientos fortuitos unatrayectoria y una significacion determinadas por los grandes

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prograrnas de desarrollo y progreso -marxismo, liberalismo,capitalismo, socialismo, nacionalismo y el resto.» Frente aesta, la historia postmoderna 10 que hace es reconocer quecada historiador construye la interpretacion del pasado deacuerdo con sus metodos y principios, 10 que es perfecta­mente legitime, siempre que no piense que esta encontrandoverdades objetivas y que sus rnetodos son de validez univer­sal. Y si los postmodernos no nos proponen, como recambiode las que condenan, unas practicas alternativas para la in­vestigacion de la historia es, nos dicen, porque «en nuestracondicion» postmoderna no hay ninguna practica ni conjun­to de reglas del tipo de aquellas en que insisten los historia­dores normales (esto es, extra-historicas) que puedan revelarexclusiuamente lals) verdadles) del pasado.

Convendrfa, sin embargo, que nos explicasen como sepuede hacer esta historia postempfrica, «abierta a formas noconvencionales de representacion historica», de la cual nohay, por ahora, ningun ejemplo conocido, ya que sus partida­rios se dedican en cuerpo y alma a la teoria y no nos ofrecenninguna muestra de como conciben esta historia liberada delos vicios de la modernidad.

Las consideraciones en tomo a la «construccion social» delas ideas, que no son precisamente una novedad, son intere­santes, pero llevar esta cautela hasta una negacion de la vali­dez de todo conocimiento objetivo result a innecesariamenteparalizador. Lo podemos ver en el caso de las ciencias de lanaturaleza, a las cuales han llegado tambien los efectos dela crftica postmoderna, que sostiene que sus resultados sonmeras «construcciones sociales», productos de una culturaque acepta como verificado aquello que corresponde a los pa­radigmas dominantes, y rechaza tomar en cuenta y analizar 10que los contradice. Harry Collins y Trevor Pinch han insisti­do en que no pueden separarse ciencia y sociedad y nos hanmostrado que la historia de la ciencia, tal y como se nos ex­plica, es un ejercicio de retrospeccion en que' se nos ocultaque las cosas han sido generalmente mucho menos claras ylimpias de 10 que se nos quiere hacer creer. La aceptacion de

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una nueva hip6tesis, e incluso de un nuevo descubrimiento,resulta faci] si encajan en los paradigmas aceptados, y en estecaso hay menos rigor en las exigencias de verificacion, peropuede resultar muy dificil, si los contradicen.

Del segundo caso tenemos ejemplos como el de Chan­drasekhar, un joven cientifico desconocido que expuso la hi­p6tesis, basada en sus calculos, de la existencia de 10 quehoy denominamos «agujeros negros», pero choc6 con la au­toridad de sir Arthur Eddington y no consigui6 que nadieexaminase seriamente sus argumentos. Parecido es el casode Belousov, que en 1958 no consigui6 ni siquiera que sepublicase su trabajo sobre 10 que hoy conocemos como lareacci6n Belousov-Zhabotinsky (0 BZ), de la que ya hemoshablado, porque topaba con las ideas admitidas en la qui­mica de su tiempo.

Pero una cosa es explicar el contexto social, y otra redu­cirlo todo a esto. El alud de intentos de reducci6n que IanHacking ha denunciado es un testimonio mas de los extre­mos a que han llegado estas «guerras de la cultura», pero noha tenido ningun efecto paralizador sobre la marcha de laciencia, donde, mas pronto 0 mas tarde, han acabado acep­tandose los agujeros negros y las reacciones BZ.

Al historiador, en concreto, no parece que los principiosdel postmodernismo Ie sirvan mas que como herramientas decritica para corregir errores de visi6n, para incitarlo al rigoren el analisis de los textos y para hacerle consciente de la for­ma en que sus condicionamientos personales pueden afectara su trabajo, pero no para encontrar pautas para investigar elpasado, comenzando por el hecho de que la inmensa mayoriade los postmodernos niega que haya posibilidad real algunade llegarlo a conocer.

En los libros de los postmodernos encontramos general­mente mucha teoria y muy poco contacto con la realidad. Suselaboraciones suelen tener un caracter libresco: Mark Poster,profesor de la Universidad de California, nos explica c6moson sus cursos de concienciaci6n te6rica en el terreno de lahistoria cultural postmoderna. Los problemas de la sexuali-

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dad, nos dice por ejemplo, pueden estudiarse «con una pers­pectiva freudiana, foucaultiana 0 feminista», 10 que crea difi­cultades por el uso de diferentes terminologias «que no tie­nen nada que ver con las cuestiones ernpiricas de quien 10dijo 0 quien 10 hizo, en que momentos 0 en que lugar, con laverificaci6n de los docurnentos 0 con el conflicto entre lostestimonios». Cuestiones, estas de la realidad de los hechos,que no parecen importarle. Lo cual haee comprensible el re­proche de Kevin Passmore cuando dice que no esta claro porque los postmodernos, «pese a su convicci6n de que es im­posible escribir historias validas, no dudan en escribir sobreel pasado e interpretarlo». Una muestra de esto la podemosencontrar en el caso de Derrida cuando denuncia la euforiadel Fukuyama del fin de la historia diciendo que nunca comoahora «la violencia, la desigualdad, la exclusion, el hambre, ypor 10 tanto la opresi6n economics han afectado a tantos se­res humanos en la his toria de la Tierra 0 de la hurnanidad».Mirmaci6n que solo puede hacerse desde dentro de la histo­ria y que requiere mas conocimientos para precisarla y mati­zarla de los que el probablemente tiene,

De hecho el postmodernismo acaba conduciendo, como10 demuestran los libros de Keith Jenkins 0 de Alun Muns­low, a negar cualquier validez a la historia y a la etica, dos dis­ciplinas que, como estan muertas, no vale la pena ni siquieraseguir criticando y deconstruyendo; basta con olvidarse deellas, ya que el postmodemismo nos ha Ilevado a un momen­to en que «podemos vivir nuestras vidas en nuevas formas demedir el tiempo que no se refieren a un pasado articulado endiscursos que se nos ha convertido en historicamente fami­liar. Y tal vez podemos comenzar a formular nuevas morali­dades sin recurrir a los moribundos sistemas eticos»,

Llegadoa este punto no es solamente que elhistoriador seencuentre explicitamente excluido de una corriente que nie­gala posibilidad de su trabajo, sino que se percata de que unaoptica sernejante 10 aleja por completo de los problemas rea­les de los hombres y de las mujeres, que son, 0 habrian de ser,e1 objetivo propio de cualquier investigaci6n histories valida.

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Como ha dicho Ziauddin Sardar, el postmodernisrno es elautentico fin de la historia tal y como la hemos conocido, por­que priva a todos los acontecimientos historicos de sentido.El significado es un acto de interpretacion que escogemos deentre las multiples interpretaciones en competencia. «El finde la historia del postmodernismo es la conversion de todasecuencia temporal en simultaneidad, la coexistencia de to­das las posibilidades como un gran calidoscopio en que nin­guna de las pautas es mas persuasiva, dominante 0 significa­tiva que cualquier otra.»

Su esterilidad parece condenar el postmodernismo a unapronta extincion, sin haber producido obras significativasque puedan identificarse como suyas. Cuando en octubre de2001 Patrick Joyce pretendia sostener en el Times LiterarySupplement que «lejos de perder las "guerras de la teoria" 0

"de la historia" (. .. ) desde algunos puntos de vista el post­modernismo ha triunfado tranquilamente, 0 por 10 menosesta triunfando», se estaba refiriendo a algo que no era vistoya como «un conjunto de preceptos fijos», sino simplementecomo «una actitud critica hacia la politica por la que produ­ce su forma particular de conocimiento».

Lo cual no implica menospreciar la influencia que los ar­gumentos planteados por los postmodernos han tenido en lacritica de determinadas posiciones anteriores. Lo podemosver, por ejemplo, en el caso de la arqueologia, donde han ser­vido para superar el estrecho cientifismo casi positivista delprocesualismo, del que hemos hablado antes. En los afiosochenta la arqueologia procesual entre en crisis y comenzo asufrir ataques surgidos de las corrientes postmodernas, que lavolverian a aproximar, paradojicarnente, a una optica cultu­ral. Ian Hodder reacciono contra el positivismo cientifista dela «new archaeology», sefialando que esta habia olvidado elindividuo en su preocupacion por el sistema y que los arqueo­logos procesualistas se habian apartado excesivamente de lahistoria. Era necesario volver a tomar en cuenta al individuoy pensar que la cultura material no refleja pasivamente la so­ciedad, «mas bien crea a la sociedad por medio de las accio-

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nes de los individuos». De ahi el intento por recuperar lasideas de Collingwood en la busqueda de esta nueva com­prension de la cultura. La nueva arqueologia postprocesual-pese a que seria mejor hablar de un haz de arqueologiaspostprocesuales 0 contextuales, que tienen en cornun el re­chazo del procesualismo pero van -en direcciones divers as­recoge aspectos del postmodernismo, como la aceptacion ex­plicita de que toda interpretacion del pasado se hace en fun­cion del presente y tiene siempre una resonancia politica: «in­terpretar el pasado es siempre un acto politico». Por estomismo admite de entrada la diversidad de planteamientos:«se caracteriza por el debate y la incertidumbre respecto delos problemas fundamentales poco discutidos anteriormenteen arqueologia. Es mas un planteamiento de preguntas queuna provision de respuestas». Sus cuatro ternas fundamenta­les son: las relaciones entre norma e individuo, entre procesoy estructura, entre 10 ideal y 10 material, entre sujeto y objeto.Su objetivo final «reconstruir la historia en el tiempo y con­tribuir asi al debate en el marco de la moderna teoria social yen la sociedad en general». Muy lejos, como se ve, de la este­rilidad discursiva de algunos de los planteamientos postrno­demos que hemos criticado antes.

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POR UNA HISTORIA DE TODOS

El mayor de los desafios que se ha planteado la historia en lasegunda mitad del siglo xx, y que sigue vigente a comienzosdel XXI, es el de superar el viejo esquema tradicional que ex­plicaba una fabula de progreso universal en terminos euro­centricos -justificando de paso el imperialismo en nombrede «la carga del hombre blanco>>-- y que tenia como prota­gonistas esenciales a los grupos dominantes, politicos y eco­n6micos, de las sociedades desarrolladas, que se suponia queeran los actores decisivos de este tipo de progreso, dejando almargen de la historia a los grupos subalternos y a la inmensamayoria de las mujeres.

Esta es una cuestion que hay que examinar des de la dobleperspectiva de la exclusion de los pueblos no europeos (delos «pueblos sin historia») a escala de las historias «universa­les» 0 «mundiales», y de la exclusion social de buena parte dela poblacion, y en especial de las mujeres y de las clases su­balternas, a escala de las historias «nacionales» de los paisesdesarrollados, es decir, de los «paises con historia».

La primera de las reivindicaciones que se planteo fue la delos grupos sociales excluidos. Augustin Thierry abrio el ca­mino en el siglo XIX al proponer que se hiciera la historia dela sociedad civil burguesa, desplazando a la trac1icional que seocupaba sobre todo de los reyes y de la aristocracia feudal, afin de reflejar los cambios que se habian producido en la so­ciedad. La mayor parte de la historia politica de los tiemposconternporaneos ha dejado de identificarse con las biografiasde los monarcas, pero solo 10 ha hecho para ocuparse de lospoliticos, los partidos y las instituciones oficiales. Mas ambi­cioso todavia que el de Thierry era el proyecto de John Wade,que en 1833 publico una Historia de las clases media y traba-

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jadora, que resulta ser un antecedente de una rama de estu­dios que llegarfa a a1canzar un considerable desarrollo: la his­toria de los trabajadores, presentada casi siempre a partir dela cronica de sus organizaciones y de sus luchas; es decir, rea­lizada como «historia del movimiento obrero», Una historiaque se ha convertido en un campo especializado de trabajo,con instituciones de estudio propias, publicaciones de fuen­tes, revistas, etc. Pero que ha sido atacada por haber olvida­do muchas cosas, comenzando por el hecho de haber torna­do normalmente como objeto las clases obreras de los paisesavanzados, y haber descuidado al resto de los grupos explo­tados: esclavos, trabajadores de las colonias (en el caso de losimperios), etc. Una objecion que otros han extendido al pro­yecto entero de hacer una historia de las masas, una «historiadesde abajo», como la que queria George Rude.

Mas adelante se produciria una reivindicacion semejante,aunque no tuviese la misma fuerza ni amplitud, respecto delos campesinos, a quienes los grupos dominantes de la socie­dad consideraban tradicionalmente inferiores, explicandolo amenudo con teorias que sostenian que eran los descendientesde razas atrasadas, culturalmente pasivas, mientras ellos 10eran de los pueblos de senores que habian sometido a las po­blaciones primitivas.

Desde el siglo XIX, con el retroceso de la agricultura en lospaises desarrollados, la disminucion del mirnero de campesi­nos se vela como una consecuencia de la modernizacion de laeconomia, y la desaparicion de su cultura, como el resultadofeliz de su integracion en la comunidad y en la cultura «na­cionales», que habia dado lugar a que entrasen en la vida po­litica moderna, abandonando viejos suefios igualitarios utopi­cos. Lo que escapase a la pauta de la modernizacion, comohabria sido una consideracion autonoma de la historia de loscampesinos, se marginaba habitualmente, entre otras razonesporque las Fuentes no acostumbran a decir gran cosa acercade las resistencias campesinas ala asimilacion «modernizado­ra», como no sean las Fuentes de naturaleza judicial que con­servan los testimonios de la represion contra sus formas de

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lucha: hurtos campestres, roturaciones ilicitas, incendios decasas y cosechas, etc.

Desde mediados del siglo xx, sin embargo, y una vez com­probado que los campesinos seguian siendo importantes-por el volumen de poblacion que representan en los paisessubdesarrollados, y como problema para el futuro, en los de­sarrollados-, se los ha recuperado como protagonistas de lahistoria contemporanea, sobre todo en 10 que se refiere a lasluchas de los pueblos colonizados contra el imperialismo, yhan comenzado a publicarse estudios que se ocupan de ellos,como los de Eric Hobsbawm sobre el bandidaje social y laprotesta pre-politica. Mas importante todavia es la aparicionde una linea espedfica de «peasant studies», inspirada en lasinterpretaciones populistas de Chayanov y representada porautores como Eric Wolf, Teodor Shanin y Hamza Alavi, y porel Journal of peasant studies, que comenzo a publicarse en1974.

El problema, desde el punto de vista de la historia, es queesta recuperacion del campesino se ha hecho de manera con­fusa, que olvida que no se trata de un agregado hornogeneo,de una clase, sino que es necesario considerar sus divisionesinternas y estudiarlo en sus interrelaciones con la sociedadurbana. En la Europa occidental, por ejernplo, no ha habidonunca, como querria el topico, campesinos aislados de la ciu­dad, encerrados en su pequefio mundo de economia de sub­sistencia y participes de una cultura estrictamente local, sinoque campo y ciudad han estado siempre en estrecha relaciony la familia campesina no ha sido esencialmente autarquica-otra cosa es que tuviera poca capacidad de conswnir produc­tos y servicios urbanos-, entre otras razones por la necesi­dad de completar sus ingresos agrarios con el trabajo en otrasactividades. Por otro lado, la propia cultura de que formabanparte los campesinos europeos no era estrictamente «rural»,sino mas bien popular 0 plebeya, compartida con las capasurbanas pobres, y estaba mas extendida y era mucho menosestatica de 10 que se supone. Los rasgos negativos de «atraso»con los que se la define habitualmente obedecen a la incom-

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prensi6n de 10 que significaba como estrategia para la super­vivencia, y su snpuesto inmovilismo, al hecho de que muy po­cos se han esforzado en estudiar y explicar su evoluci6n. Enel siglo XVIII, ha escrito Edward Thompson, la costumbre es­taba en un flujo constante: «lejos de tener la permanencia fijaque sugiere la palabra "tradicion", la costumbre era un terre­no de cambio y de conflicto, una palestra donde interesesopuestos planteaban reivindicacionescontrapuestas».

Hacia 1980 Shanin hacia un conjunto de rectificacionesde sus planteamientos anteriores y acababa con la siguienteafirmaci6n: «Los campesinos son una mixtificaci6n. Para co­menzar, no existe "un campesino" en ningun sentido inme­diato y especifico». Tom Scott 10 matizani diciendo que lacategoria campesino «no es tanto un arquetipo como un es­tereotipo» y que las de los campesinos se han de entendercomo «formaciones hist6ricamente contingentes, cuya emer­gencia tiene tanto que ver con su relaei6n con otras fucrzas ygrupos de la sociedad como con cualquier cualidad supues­tarnente intrinseca a ellos e inherente a su modo de repro­ducci6n social».

De hecho se puede decir que apenas si ha comenzado unahistoria de la actuaci6n de los campesinos analizada en suspropios terrninos, donde sus revueltas se situen dentro de unsistema de relaciones que nos permita verlas, no como sim­ples «reacciones», como se ha hecho habitualmente, sinocomo una accion compleja que tiene su propia cohereneia in­terna. Quien ha ido mas lejos en esta direcci6n es el historia­dor indio Ranajit Cuha, al insistir en la necesidad de enten­der la 16gica de la actuaci6n campesina. Rechazando losplanteamientos de Hobsbawm sobre la protesta pre-politica,Cuha reivindica el caracter politico de las revueltas rurales,mostrando que en su aparente incoherencia se puede encon­trar la formaci6n de «una coneiencia que aprendia a compi­lar y clasificar los momentos individuales y diversos de la ex­periencia y a organizarlos en algun tipo de generalizaciones»,aunque presentasen toda una serie de contradicciones.

Sera tambien en el siglo xx cuando las mujeres reclamen

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con insisteneia su lugar en una historia general, como anteshabian reclamado su plena partieipaei6n en la sociedad. AIsostener que las imagenes de la masculinidad y de la femini­dad estaban socialmente construidas, la historia feminista hamostrado que 10 estan tambien las relaeiones entre los gene­ros y la sociedad. Pero el desarrollo de esta linea de estudios,si bien ha alcanzado un volumen considerable, no se ha pro­dueido sin problemas, porque la confrontaei6n de genero hallevado a intentar escribir una historia cspecifica de las muje­res que conduce a menudo a olvidar que las difereneias so­dales pasan tambien por el interior del genero y hacen quemucha historiografia de las rnujeres mezcle y confunda «mu­jeres» y «senoras», 0 tienda a subvalorar, en otro terreno, latrascendeneia de las divisiones raciales. Lo que cabe esperares que, una vez recuperadas las mujeres de la oscuridad y elsilencio, su historia se integre plenamente en una historia co­mun, aportandole nuevas perspectivas, y se cumpIa 10 queSheila Rowbotham preve al decir que «la "historia de las mu­jeres" esta en proceso de trascender sus propias fronteras yllegar a discutir la forma en que se presentan las cuestiones dela historia. Asi es como ha de ser, ya que si la historia es uncompromiso con el tiempo, las demarcaciones que Ie impo­nemos son tambien artificiales».

En conjunto se puede decir que la integraci6n de los ex­cluidos en el relato general es todavia un objetivo a conseguir.Las recuperaciones de estas otras historias marginadas se hahecho en gran parte fuera del cuadro general, que es el quenos ofrece explicaciones globales, sin tratar de integrarlo enel ni presentar interpretaciones de conjunto alternativas. Yademas, como hemos dicho, aparecen generalmente con uncaracter eurocentrico. Es el mismo reproche que se ha hechoa la «historia econ6mica y social», que se presentaba comouna historia de todos, pero que asumia los esquernas asocia­dos del progreso, el excepeionalismo europeo y la moderni­zacion, Esto puede ayudar a entender que cuando el modelode la historia del progreso comenz6 a fallar, la primera de lasrespuestas del desencanto condujese a un intento de recupe-

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racion de los olvidados de la historia general, que incluyeseno solo sus formas de insercion colectiva en la sociedad bur­guesa, sino tambien sus experiencias propias y su cultura. Deahi surgieron los intentos por recuperar el individuo y la co­tidianidad, con el objetivo de renovar nuestra vision de la so­ciedad, como intentaron hacer el grupo de «History works­hop» del Ruskin College de Oxford, alrededor de RaphaelSamuel, 0 el de la «Alltagsgeschichte» 0 «historia de 10 coti­diano» alemana, que querian superar las deficiencias de unahistoria social asimilada por el academicismo. Otras expe­riencias parecidas, como la de la «microstoria» italiana, patti­cipan tambien de estas preocupaciones, pero ya hem os vistoque sus planteamientos la aproximan mas a los debates sobrela narratividad, aunque solo sea por su ambigiiedad, de modoque he optado por explicarla en aquel otro contexto.

El modelo lineal de la historia del progreso tenia, sin em­bargo, otro ambito de exclusion, tal vez mas importante: la detodos los pueblos que no pertenecen a la cultura dominantede origen europeo, cuyas sociedades y culturas se solia pre­sentar como dormidas en el tiempo hasta el momento en quela colonizacion las introdujo en la dinamica de la moderniza­cion. Esto afectaba a la vez a Africa y a los pueblos indfgenasque habitaban America y Oceanfa antes de la llegada de loscolonizadores, mientras que en el caso de Asia, donde no eraposible pasar por alto el hecho de que habia habido civiliza­ciones que en muchos sentidos se habian adelantado cul­turalmente a Europa, su retraso posterior se atribuia a lafuerza del «despotismo» oriental y/o ala debilidad de sus so­ciedades civiles.

En 10 que concierne a los pueblos «primitivos» actuales,la tarea de los cientfficos sociales europeos ha servido a me­nudo para confirmar su rnarginacion: los antropologos ale­manes que estudiaban a principios del siglo xx las poblacio­nes africanas colonizadas, como Eugen Fischer, llegaron aconclusiones sobre la conveniencia de la «extincion» de las«razas inferiores» y de los mestizos, que servirfan mas ade­lante de inspiracion al holocausto. Por otro lado, los esfuer-

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zos realizados en colaboracion por antropologos e historia­dores a fin de reconstruir el pasado de los pueblos indigenastampoco han dado resultados enteramente satisfactorios. Enningun lugar estos trabajos deben haber sido cuantitativa­mente mas irnportantes que en America del Norte, donde losestudios sobre los pueblos indigenas tienen un peso irnpor­tante en el mundo acadernico. Pero esta etnohistoria se ha he­cho desde una perspectiva externa, y al margen de los miern­bros de los pueblos estudiados, que no han participado en laelaboracion de esta vision de su pasado y se quejan por el he­cho de que «la historia convencional ha sido incapaz de pro­ducir un discurso que respete a los amerindios».

El rechazo del eurocentrismo se planteo abiertamentedesde el terreno de los estudios culturales en 10 que acabariaconvirtiendose en el postcolonialismo, que tiene uno de susantecedentes en la obra de Edward Said (nacido en 19.36), unprofesor norteamericano de literatura comparada, de origenpalestino, que publico en 1978 Orientalism, donde denuncia­ba, bajo la influencia de Foucault, la forma en que el discur­so acadernico occidental tendia a construir el concepto de unOriente esencialmente diferente de Occidente y a convertirsecon ello en un arma del irnperialisrno. Said tenia razon al de­nunciar la penetracion de esta optica en los mas diversos do­minios de la literatura 0 de las ciencias sociales y es evidenteque ha desempefiado un papel considerable en despertar laconciencia de este hecho, pero las contradicciones de su obray el rechazo de la especializacion -la reivindicacion del cri­tico como aficionado- que lleva aparejada el desconoci­miento del trabajo de los estudiosos de las lenguas, las cultu­ras y la historia de Oriente, que suele confundir con losescritores y pintores «orientalistas», ha hecho que su heren­cia resulte ambigua.

Al margen de su fun cion al llamar la atencion sobre elproblema, Orientalism ha ejercido poca influencia sobre loshistoriadores especializados, mientras que tanto este librocomo la obra posterior de Said, referida sobre todo al anali­sis de obras literarias, han tenido mucha en quienes se dedi-

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can a los estudios literarios, y en especial en los miembros delos departamentos de ingles de las universidades norteameri­canas, a quienes proporcionaban objetivos nuevos y estimu­lantes que les permitian aplicar de manera mas ambiciosa susmetodos de analisis del discurso y de las representaciones.No ha de extrafiar, por 10 tanto, que Said haya sido uno delos inspiradores fundamentales del «postcolonialismo», nique los cultivadores de esta corriente procedan en su mayorparte del campo de los estudios literarios 0 de la cultura,como pasa con los indios Homi Bhabha, que hace una mez­cla confusa de psicoanalisis, deconstruccion y Foucault a finde estudiar las relaciones coloniales, 0 Gayatri ChakravortySpivak, profesora de humanidades en la Universidad de Co­lumbia, para quien las referencias «teoricas» son Foucault,Derrida (a quien ella misma ha traducido al Ingles), Deleuzeo Guattari, que se define a sf misma como persona «con unacierta carte d' entree en los ateliers teoricos de elite de Fran­cia» y que ha creido necesario defenderse de los «amigos te­oricistas» que han criticado un trabajo suyo por «excesivapreocupacion por el "realismo historico?» diciendo: «esperoque una segunda lectura los persuadira de que mi preocupa­cion se ha dirigido a la fabricacion de representaciones de ladenominada realidad histories».

Cuando uno observa como estos estudiosos se dedican adar vueltas una y otra vez en tomo a la interpretacion deobras literarias -como Heart ofdarkness de Conrad-, rehu­yendo cualquier referencia a los problemas reales del mundopostcolonial, y cuando se leen afirmaciones como que «elmito de la universalidad es una estrategia primaria del podercolonial», ya que marginaliza y excluye las caracteristicas dis­tintivas, la diferencia, de las sociedades postcoloniales -a 10cual Amartya Sen ha replicado que hay cosas, como las liber­tades democraticas, que son utiles en cualquier parte delmundo--, cuando se menosprecia la historia, considerandolacomo una estrategia del hombre blanco, 0 se llega a decir,como Allan Bishop, que las maternaticas occidentales son «elanna secreta del imperialismo cultural», y se nos propone la

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adopcion de los sistemas de contar de los primitivos, esto es,de las «etnornaternaticas», parece claro que conviene preve­nirse contra el peligro de que esta suerte de planteamientos,extremando la desconfianza hacia la «realidad histories», aca­ben convirtiendose en nuevas herramientas de una margina­cion mucho peor de los «otros». «La retirada de las verdadesuniversales en nombre de una nueva multiplicidad por partede los teoricos del postcolonialismo -ha dicho Jacoby-lle­va a una incapacidad para analizar y juzgar.» Sus denunciasacaban en meros gestos sin utilidad, y sin ninguna propuestautil. Salman Rushdie habia explicado en 1982 que multicul­turalismo queria decir, en las escuelas britanicas, ensefiar a losnifios a tocar el bongo 0 a vestir el sari y convencerles, depaso, de que los negros son «culturalmente tan diferentes»que por fuerza han de crear problemas de convivencia.

Arif Dirlik ha sefialado que el postcolonialismo «ha ofre­cido un refugio a los radicales que se retiraban del marxismoy del socialismo en vista de la decadencia global 0 del aban­.dono de las alternativas socialistas de los ochenta y que hanencontrado alivio desplazando su radicalismo politico y socialal reino de la cultura». De sus origenes han conservado ele­mentos de respuesta progresiva en la lucha por los valores de10 «politicamente correcto» y del «rnulticulturalismo»; peroen su lado negativo hay que apuntar que su concentracion enel estudio de las representaciones los aleja de los problemasreales y los hace complices del inmovilismo por el hecho mis­rna de que parten del principio de que los colonizados no sepueden expresar por si mismos, sino que necesitan de la vozdel cientifico social «postcolonialista» para hacerlo. Unas vo­ces que, desgraciadamente, acostumbran a ocuparse de untipo de problemas que pueden resultar interesantes en los cir­culos acadernicos de los paises desarrollados, pero que, con­centrandose en 10 meramente cultural --en la confrontacionOriente-Occidente- y olvidando los aspectos politicos y eco­n6micos -la confrontacion Norte-Sur-, no proporcionanayuda alguna a las victirnas del imperialismo. Russell Jacobyes muy critico con los «postcolonialistas» de las universidades

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norteamericanas, que generalmente son profesores de los de­partamentos de ingles, con unos horizontes de investigaci6npoco estimulantes en su campo, porque las grandes obras li­terarias que habrian de investigar han sido ya estudiadas adnauseam. Mezclando la preocupacion por 10 «politicamentecorrecto» con el analisis del discurso se dedican a descubrirpor doquier las fechorias del discurso imperialista y buscancomplicidades que denunciar (asi, por ejernplo, ha habidoquien criticaba a Derrida por haber atacado al apartheid su­dafricano, diciendo que con esto estaba enmascarando lasotras formas del racismo), sin ensuciarse personalmente lasmanos con un tipo de problemas reales y cotidianos que po­drian descubrir, si se molestasen en mirar a su alrededor, solocon salir a la calle.

Lo que es evidente, en todo caso, es que el postcolonialis­mo resulta practicamente imitil para los historiadores, aun­que solo sea por el hecho de que parte del rechazo de unahistoria que generalmente ignora (10 que ahorra a sus cultiva­dores el trabajo de documentarse adecuadamente), Las criti­cas estereotipadas de Said y de sus discipulos a la obra de losinvestigadores universitarios tienen poco que ver con la obrade historiadores como Donald F. Lach (1917 -2000), que ensa monumental e inacabado estudio sobre Asia in the making0/Europe dedicaba la segunda parte a estudiar el impacto deAsia sobre Europa y 10 hada usando, ademas de los testimo­nios escritos, las «fuentes silenciosas» que son los objetos. Nicon la nueva imagen de los traficos entre Asia y Europa queha ido surgiendo de los trabajos de Van Leur, Steensgaard,Reid, Tracy, Denys Lombard, Om Prakash, Subrahmanyam,etc., y que lleva en la actualidad a establecer una vision nue­va de las relaciones entre el mundo del Indico y Europa en­tre 1500 y 1800: una vision en que el comercio maritime conOccidente deja de tener el papel determinante que antes se Ieasignaba, situado como esta en una red mucho mas complejade intercambios, en la que se analiza 10 que significo el «de­safio indio» a Europa y se propone explicitamente el aban­dono de las viejas visiones eurocentricas.

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Como ha dicho Kenneth Pomeranz, es verdad que lasciencias sociales dominantes son eurocentricas, pero la solu­cion no consiste en abandonar las comparaciones entre cul­turas y limitarse «a exponer la contingencia, la particularidady tal vez la incognoscibilidad de los momentos historicos»,sino que hay que confrontar las percepciones sesgadas de losdos lados para construir otras mejores.

Una respuesta critica a estas limitaciones, que enlazabaconjuntamente los problemas de la exclusion social y los dela rnarginacion eurocentrica, la dio, a partir de finales de losafios setenta, la escuela india de los «subaltern studies», ins­pirada sobre todo por el ya citado Ranajit Guha, que en elmanifiesto inicial de Subaltern studies denunciaba el caracterelitista de una historia nacionalista india que habra heredadotodos los prejuicios de la colonial y que era incapaz de mos­trar «la contribucion hecha por el pueblo por sf mismo, estoes, independientemente de La elite» y de explicar el campo au­tonomo de la politica india en los tiempos coloniales, en quelos protagonistas no eran ni las autoridades coloniales ni losgrupos dominantes de la sociedad indigena, «sino las clases ygrupos subalternos que constituyen la masa de la poblaciontrabajadora y los estratos intermedios en la ciudad y en elcampo, esto es, el pueblo». Guha reconoce a Gramsci comouna de sus fuentes de inspiracion en su proposito de analizarlas formas de movilizacion horizontal de estos grupos, su ideo­logfa, la forrnacion de una politica «del pueblo», determina­da en parte por las condiciones de explotacion de estas clasessubalternas, y la dicotomia que se establecio entre una bur­guesia que no supo representar a la nacion y unas clases su­balternas que, pese ala importancia de sus revueltas, no con­siguieron cuajar una lucha nacional de liberacion.

El problema del sesgo de las fuentes 10 llevo a plantearsela dificultad de llegar a la historia propia de los subalternos apartir de unos relatos contaminados por la vision de la con­tra-insurgencia, que acaba filtrandose por daquier. El histo­riador que se muestra favorable a los insurgentes, «solo se hadistanciado de la prosa de la contrainsurgencia por una de-

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claraci6n de intenciones. Todavia debera recorrer un largocamino antes de que pueda demostrar que el insurgente pue­de confiar en su trabajo para recuperar su lugar en la histo­na».

Desde 1985, sin embargo, comenzaron a plantearse disi­dencias en el grupo, cuando una parte de sus miembros sepropuso abandonar el proyecto historiografico de Guha paraavanzar por los caminos del postcolonialismo mas convencio­nal. Fue entonces, significativarnente, cuando los medios aca­dernicos occidentales comenzaron a tomarlos en cuenta ycuando su estilo -es dificil hablar de metodo en estas cir­cunstancias- se ofreci6 como una via aplicable de manerageneral al tercer mundo. Gyan Prakash 10 presentaba en 1990como un posible modelo para escribir «historias postorienta­listas del tercer mundo», pero se encontraba con las objecio­nes de Rosalind O'Hanlon y David Washbrook, que denun­ciaban la incoherencia de querer combinar una perspectivamarxista que se propone interpretar la historia y cambiar lasociedad, con otra de analisis textual que, a la vez que niegala historia, contribuye con su mismo escepticismo a perpetuarun statu quo regresivo.

En 1994 los postulados de la escuela fueron objeto de un«forum» de American Historical Review donde Gyan Prakashdefendi6 una vision cada vez mas alejada de sus origenes ini­ciales izquierdistas, en que el marxismo era acusado de haberperpetuado el discurso eurocentrico que «universalizaba laexperiencia hist6rica de Europa» e intentaba justificar la de­riva desde el modelo de la «historia desde abajo» hasta losrnetodos foucaultianos, que prestaban «mayor atenci6n a de­sarrollar la emergencia de la subalternidad como un efectodiscursive, sin abandonar la noci6n del subalterno como su­jeto y actor». Desde aqui pasaba a una critica «de la discipli­na academics de la historia como una categoria te6rica car­gada de poder», que siempre acababa siendo historia deEuropa y marginaba a las otras disciplinas, y defendia un pro­grama segun el cual Subaltern studies obtiene su fuerza comocritica postcolonial de una combinaci6n «catacrestica de

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marxismo, postestructuralismo, Gramsci y Foucault, el oestemoderno y la India, la investigaci6n de archivo y la criticatextual». (Observese de paso el caracter elitista de un lexicocon palabras como «catacrestica», que obligan al ciudadanonormal a la consulta del diccionario, 10 que Ie perrnitira des­cubrir que en este contexte concreto la palabra es mas bienequivoca, y por eso mismo innecesaria, perfectamente reem­plazable por cualquier otra mas corriente.) Este programa erarecibido con una actitud critica por Florencia E. Mallon que,ala vez que mostraba la imposibilidad de ligar dos tendenciastan contradictorias, sefialaba la trampa que podia implicarpara quienes proponian nuevos metodos ignorar todo el tra­bajo erudite anterior.

Desgraciadamente, sin embargo, el dilema entre dos ten­dencias incompatibles que denunciaba Mallon se ha ido de­finiendo y la escuela -pese a alguna muestra estimable, peroconfusa, de trabajo de base erudita como Another reason, deGyan Prakash- esta cada vez mas cerca de la critica textualy de Foucault que de Gramsci y de la investigaci6n de archi­vo, y ha ido derivando hacia una despolitizaci6n culturalista,con el riesgo de caer en el vacio verbal del postcolonialismo,en una evoluci6n de la que puede resultar caracteristica laobra de Spivak. El hecho de que, a la vez que se convertianen politicamente inocuos, los «subalternos» hayan consegui­do ganar entre los medios academicos occidentales postrno­demos la audiencia que no tenian en la epoca en que eranmas subversives, deberia llevarles a pensar que tal vez hansido absorbidos por otro tipo de logica de la contrainsurgen­cia,

Uno de los problemas mas graves, y mas insidiosos, entrelos muchos que ha creado el eurocentrismo ha sido su in­fluencia en las nuevas historias aut6ctonas, donde se puedenencontrar generalmente dos defectos, que son comunes a undeterminado estadio inicial de las historiografias del sur deAsia, de Africa y de America Latina. El primero es la adop­ci6n de los modelos historiograficos europeos, que ha llevadoa intentar descubrir en el propio pasado aquellas mismas eta-

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deun pasado africano primitivo, fruto de la incapacidad de sushabitantes, que habria sido modificado por la accion civiliza­dora de los europeos, se paso ahora a una recuperaci6n opti­mista de la historia propia -con reivindicaciones extremas delos valores africanos, como la de la «negritud» del AntiguoEgipto- que sobrevaloraba el est ado de civilizacion y desa­rrollo, en terminos europeos, de Africa en los inicios de la edadmoderna. Desde este punto de partida la explicacion del sub­desarrollo actual se reduda a establecer las culpas del colonia­lismo: a afirmar, como sostenia un libro de Walter Rodney, queEuropa habia subdesarrollado a Africa.

La responsabilidad del imperialismo, que es innegable,no se aternia por el hecho de que hoy sepamos que los im­perios coloniales no han sido tan importantes para el creci­miento econornico de las metropolis como antes se pensaba.En 10 que se refiere a Gran Bretafia, los trabajos de Davis yHuttenback, por un lado, y de Cain y Hopkins, por otro,han demostrado que el imperio no era un buen negocio enterminos globales, sino que solo se beneficiaban de el algu­nos, mientras los costes de la operacion los pagaba el con­junto de los ciudadanos. Algo parecido puede decirse de losimperios frances 0 japones, y en 10 que concierne al aleman,italiano 0 espafiol, sus resultados fueron tan exiguos que nomerece la pena ni hablar de ellos. Uno de los historiadoresque mas y mejor han investigado las diferencias entre el ere­cimiento de los paises desarrollados y el de los del tercermundo, Paul Bairoch (muerto en 1999), insistio en desmiti­ficar el papel de las colonias en el desarrollo de los paisesindustrializados.

Pero si Ia atribucion de todas las culpas al colonialismopodia resultar convincente en los afios sesenta, cuando losproses africanos independizados parecian tener oportunida­des de iniciar procesos de crecimiento autoctonos, reprodu­ciendo los que habra seguido la industrializaci6n europea 0

por otras vias propias, como la del «socialismo africano» deNyerere en Tanzania, dejo de resultar creible mas tarde,cuando el fracaso de todos estos proyectos de desarrollo, y la

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pas que los historiadores europeos seiialaban en sus paises:las consecuencias de la transposici6n del concepto de feuda­lismo han sido graves en el caso de los partidos de la izquier­da latinoamericana, que se empecinaban en propiciar in­viables revoluciones burguesas, aunque tuviera que seraliandose con las dictaduras militares, y han tenido efectossangrantes en Ruanda, donde ha servido para justificar, comohemos seiialado antes, la «revolucion social» y el exterminiode los tutsis.

El transite de una historia colonial a otra nacionalista reosultaba especialmente complejo en el caso de Africa, ya quelos viejos modelos interpretativos coloniales comenzaban porexcluirla de la historia. Para los britanicos el continente era,en todo caso, un escenario de la historia del imperio: de la ac­cion de los britanicos -descubridores, militares, adrninistra­dores- en tierras africanas. Inmediatarnente despues de laindependencia, los historiadores africanos se vieron empuja­dos a escribir una especie de historia «resistente», opuesta ala del imperialismo, pero que usaba los modelos interpretati­vos europeos para reintegrar su continente al mismo tipo dehistoria que se derivaba de aquellos esquemas, 10 que losobligaba a buscar los rastros de estados, de intercambios alarga distancia 0 de redes urbanas, abandonando a la etno­gratia el estudio de la vida rural, es decir, la parte esencial dela realidad africana: «de esta manera -ha dicho Jean-PierreChretien- la mayor parte de los africanos que han vividoquedaban fuera de la ciencia». 0 respondian con la simple·inversion de los valores de la historiografia colonial, a la vezque trataban, contradictoriamente, de hallar un sentido his­torico a los nuevos marcos nacionales definidos por la parti­cion colonial, 10 que les comprometia a legitimar de entradalas construcciones politicas y las formas de organizacion na­cidas de la independencia.

El fracaso economico inicial de los paises africanos inde­pendizados llevo a buscar una interpretacion, proxima a las teo­rias latinoamericanas de la dependencia, que echaba toda laculpa del atraso al colonialismo. De la vieja vision colonialista

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evidencia de que la disparidad entre el crecimiento economi­co del Africa negra y el de los paises desarrollados seguia au­mentando, ha obligado a replantear todo un conjunto decuestiones demasiado complejas como para resolverlas conlas elucubraciones ret6ricas del postcolonialismo, y que solopueden basarse en un analisis hist6rico adecuado de la reali­dad de cada uno de estos paises,

Las consecuencias de esta tara original, que impedia lafundaci6n de una historia legitimamente africana, las sufriria,parad6jicamente, Ernesto Che Guevara al intentar iniciar unproceso revolucionario en el Congo. Acudi6 con ideas extrai­das de interpretaciones hist6ricas y politicas de raiz europea,como eran las del marxismo, y descubri6, por ejernplo, queno habia en aquel rinc6n de Africa el tipo de problemas delucha porIa propiedad de la tierra que habian conocido Eu­ropa y una America colonizada por los europeos, sino que loscampesinos respondian a formas propias de vida y a solidari­dades tribales. Las soluciones que llevaba aprendidas deCuba no servian para hacer la revoluci6n en aquel medio so­cial donde la contradicci6n principal era la que existia «entrenaciones explotadoras y pueblos explotados».

En America latina se hizo inicialmente una historia na­cionalista que no daba ningun protagonismo a los nativos,atribuia todos los males a la colonia y fijaba el momentafundacional en la independencia, que habria dado lugar auna ruptura total, gracias a la direcci6n ejercida por los«pr6ceres» fundadores del estado. Ha sido necesario proce­del' despues a una reconstrucci6n total de esta visi6n «na­cionalista» -en el sentido en que hemos aplicado este ter­mino a los casos de la India 0 de Africa-, de la cual hansurgido, sobre todo en la America andina, unos trabajos deetnohistoria que han conseguido aproximarse a la proble­matica de los indigenas, en ocasiones gracias a la asociaci6nde erudicion hist6rica y preocupaci6n politica porIa suerte .de las gran des masas nativas que viven hoy en paises comoEcuador, Peru 0 Bolivia. Unos indigenas que reivindicanahora su nacionalidad etnica y que en algunos casos, como

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e1 de los cataristas de Bolivia, aspiran, por el hecho de sermayoria, a alcanzar el control de la nacion criolla que seconstruy6 sin tenerles en cuenta.

Ha sido necesario tambien reconstruir la historia colonialy profundizar en la de las sociedades nacionales surgidas dela emancipaci6n, superando la epica de la independencia y lafalsa ruptura radical que se suponia que habia entre la epocaanterior y posterior a esta, para alcanzar una visi6n que no selimite, como ha denunciado German Carrera Damas, a mos­trarnos una historia vista exclusivamente a traves de la men­talidad criolla, decididamente eurocentrica, sino que esta­blezca una nueva valoraci6n que incluya «su rico patrimonioindigena y africano».

En Oceania, en cambio, donde el debate sobre el pasadoseha hecho casi exclusivamente en terrninos de antropologia,esta situaci6n puede rnodificarse porIa presi6n de los gruposnativos que quieren asumir el estudio de su historia -comopasa en Nueva Zelanda, donde los maories discuten el tipo deanalisis llevado a cabo hasta ahora por los pakeha (neozelan­deses de origen europeol-s-, 0 que denuncian, como en Aus­tralia, las interpretaciones «blancas» que han servido paraconstruir la imagen de la inferioridad del nativo y justificarque se Ie arrebate el control de los recursos naturales. Los es­tudios que tratan de integral' las dos perspectivas, la de loscolonizadores y la de los colonizados, como los que hace enAustralia el grupo que desde 1977 publica la revista Aborigi­nal history, pueden tener bastante trascendencia de cara al fu­turo, ya que, como se ha dicho, alii «la historia esta en el co­raz6n de muchas controversias sobre la politica». De c6mo seinterprete el pasado depende la respuesta que se de a cues­tiones tan cruciales como, por ejemplo, si Australia ha deconvertirse en una republica, si su futuro ha de orientarse ha­cia el Asia del sureste, que politica de inmigraci6n se ha de se­guir 0 «la compensaci6n a los aborigenes por los malos tratosrecibidos en el pasado».

Partiendo de estas revisiones, cabe preguntarse si hay al­guna posibilidad de reconstruir una historia universal que es-

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cape del pie forzado del «orden convencional de 1a evolucionunilineal» que organiza todas las historias de los hombres enfun cion del punto de llegada de la c1ase de presente impues­to por los pueblos europeos: que lleva todas las corrientes, to­dos los proyectos diversos del pasado, hacia su unico y defi­nitivo fin de la historia.

Las soluciones posibles no pueden venir por la via de la«world history», que nos ofrece visiones de los «procesos his­toricos» a largo plazo -e incluso «a muy largo plazo»-,donde dominan y teorizan sociologos que invocan comomaestro a Norbert Elias y que tratan de extender el a1cancede su analisis del proceso de civilizacion para explicar con eltoda la historia mundial, pero que tam bien hacen referenciasexplicitas a Spencer, a Tylor y sobre to do a Max Weber. Supropuesta de «concebir el pasado humano no en terminos defechas y de individuos, sino en terrninos de est adios 0 fasesimpersonales -combinando la «cronologia» con una «faseo­Iogla» de origen sociologico-s-, implica logicamente una su­cesion {mica de etapas y no parece que lleve mas que a elu­cubraciones de escasa rentabilidad.

Otras tendencias admiten la diversidad de las historias, sinen cajon arlas en una pauta comun, pero solo hasta el momen­to en que el desarrollo del capitalismo establece un mercadomundial que crea unas relaciones de interdependencia entresus diversos participes, Pero ni esto les salva de la linealidadya que, respecto del periodo anterior a este proceso de «mun­dializacion», sus esfuerzos se limitan a un analisis comparati­vo que explique el «excepcionalismo europeo»: las causasque han dado al «Oeste» una posicion dominante en estemercado mundial, y, por tanto, en 1a historia universal. Enesta linea podemos encontrar des de la vision un tanto sim­plista de William McNeill (The rise of the West, 1963; Plaguesand peoples, 1976; The pursuit of power, 1982), hasta las mu­chas versiones que se limitan a explicar e1 exito de Occiden­te en terrninos de una mayor eficacia economica, como las deEric Jones (The European miracle, 1981; Growth recurring,1988) 0 David Landes (The wealth and poverty of nations,

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1998), 0 las que Ie atribuyen causas politicas (N. Rosenbergy 1. E. Birdzell, How the west grew rich, 1986).

Se puede caer en la linealidad eurocentrcia incluso cuan­do se abandona el caracter apologetico de la mayoria de lasvisiones anteriores, que consideran el «exito occidental»como un premio a una serie de virtudes -por ejemplo, elmatrimonio tardio de los europeos, que daria como resultadouna demograffa menos expansiva y, como consecuencia, masrecursos para la inversion- y se adopta una actitud neutral,o incluso condenatoria, de este proceso. Como sucede en au­tores como Eric Wolf (Europe and tbe peoples without history,1982), Janet Abu-Lughos (Before European hegemony, 1989)o Andre Gunder Frank.

Algunas de estas versiones incluyen el caso de J apon,como hace J. R. McNeill en «The reserve army of the unma­rried in world economic history: flexible fertility regimes andthe wealth of nations» y, con un enfasis muy especial, John P.Powelson, Centuries of economic endeavor. Parallel paths inJapan and Europe and their contrast with the Third world(1994), que comienza con una afirmacion tan rotunda comoesta: «~Por que japon, la Europa occidental, America delNorte y Australia y Nueva Zelanda dirigen el mundo en el de­sarrollo economico, y por que su prosperidad, infraestructu­ras y niveles de vida son mucho mas importantes que los delas zonas menos desarrolladas?».

De caracter economieista, pero con un plantearniento masmatizado, es la interpretacion de Kenneth Pomeranz, que sos­tiene que Europa y e1 Extremo Oriente estaban en situacionesde desarrollo muy sernejantes hacia 1750, pero que la disponi­bilidad de carb6n mineral accesible, que perrnitia prescindiren parte del consumo de lena, y las materias primas y los ali­mentos de America hicieron posible la diversificaci6n de la re­volucion industrial, a diferencia de 10 que sucedi6 en el Asiaoriental continental, que se vio obligada a intensificar el traba­jo en la agricultura; 0, aunque sea con un deter~inismo eco­nornico todavia mayor, el intento de Christopher Howe de ex­plicar los origenes del crecimiento econ6mico japones,

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Neutral, en buena meclida, es tambien el planteamientodel grupo de la «global history», donde encontramos histo­riado res que parten de la idea de que hoy vivimos en la cul­minaci6n de un tiempo de unificaci6n planetaria, pero queno estudian el proceso de «modernizaci6n» que Occidenteimpuso al resto del mundo y que ha servido de justificacional imperialismo, sino el de «globalizaci6n» posterior, entendi­do como «el proceso global por el que numerosos partici­pantes estan creando una nueva civilizaci6n». Los globaliza­dores rechazan explicitamente cualquier interpretaci6n quemantenga que hay diferencias substanciales entre «nosotros ylos otros» y proclaman que «los "barbaros", es decir, los pue­blos inferiores, no figuran ya en la historia global; solo pue­blos menos desarrollados por el momento».

Muchas de las visiones condenatorias del proceso globali­zador parten de los viejos esquemas circulacionistas y de lasvisiones del dependentismo para explicar la rea1idad actualcomo producto del desarrollo de un capitalismo depredador.Este seria el caso de Andre Gunder Frank, un economista na­cido en Berlin en 1929 y educado en los Estados Unidos, quevivi6 en America Latina algunos afios y sac6 de la experien­cia de su subdesarrollo las ideas que 10 convertirian en el pio­nero de la escuela de la dependencia y que inspirarian tam­bien una interpretaci6n hist6rica publicada en 1978 bajo eltitulo de World accumulation 1492-1789, que Ie aproximaba alos planteamientos de la escuela del «modern world-system»(generalizada como WST 0 «world-systems theory») de Im­manuel Wallerstein. Con ReOrient: Global economy in theAsian age (1998) Frank propone una revisi6n de 1a historiadel crecimiento econ6mico moderno que busca su origen enAsia, donde la productividad, la producci6n y la acumulaci6nfueron mayores que en Europa, al menos hasta 1800. Y sos­tiene que Europa no habria podido nunca arrancar si no hu­biera dispuesto del tesoro americano.

Immanuel Wallerstein es un soci6logo -ha sido presi­dente de la International Sociological Association- que harefundido elementos residuales de marxismo y una fuerte in-.

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fluencia de Fernand Braudel -de hecho fue uno de los dis­cipulos mas cercanos del historiador frances en los ultimosafios de su vida- para fundamentar un esquema que se basaen dos principios: 1) las sociedades estan fuertemente afecta­das por las interacciones entre elias, y 2)el sistema munclialmoderno se ha estructurado como una jerarquia centro/peri­feria en que los estados del centro han explotado a los peri­fericos (el juego se enriquece, ademas, con la consideraci6nde la «serniperiferia»). Ha habido en la historia, dice Wa­llerstein, dos tipos de «sistemas mundiales»: los imperiosmundiales, unificados politicamente, y las econornias mun­diales. Hasta 1500 las econornias mundiales eran inestables, yo bien se convertian en imperios 0 se desintegraban. Desde elsiglo XVI, en cambio, subsiste una economia mundo, la del ca­pitalismo, que no ha derivado en imperio. La visi6n que Wa­llerstein da de la construcci6n del «sistema mundial», ex­puesta en libros donde ha hecho un notabilisimo esfuerzopor asimilar las investigaciones hist6ricas existentes (The mo­dern world system I, 1974; II, 1980, y III, 1989), ha tenidouna fuerte influencia en los arque6logos, pese a que Wallers­tein «nunca dijo que su teoria del "sistema mundial" pudieseaplicarse a "rnundos" anteriores 0 ajenos al moderno sistemamundial capitalista de base europea». Como sociologia histo­rica aplicable al presente, sin embargo, la WST presenta amenudo caracteres de morfologia y ha llevado a su autor autilizarla como un mecanismo para hacer predicciones querechazaria cualquier historiador, que debe ser forzosamenteconsciente, por la evidencia guardada en los archivos, de lacontingencia de los destinos humanos y de la incertidumbrede las predicciones.

La {mica via de escape de la linealidad parece residir en 1aadopci6n de formas de exploraci6n comparativa que analicendesarrollos distintos. Un ejemplo ambicioso, perc harto dis­cutible, 10 tenemos en Victor Lieberman, que ha queridoromper las dicotomias que se contentan con la comparaci6n,y contraposicion, entre el este y el oeste (las «historias bina­rias», como el las denomina), con un esquema comparativo

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184 La historia de los hombres: el siglo xx

de la evolucion de diversos paises de Eurasia -Birmania,Tailandia, Vietnam, Francia, Rusia y j apon-c- entre el final dela edad media y 1830, que mostraria la aparicion indepen­diente y paralela de procesos de «consolidacion territorial,centralizacion administrativa, integracion cultural-etnica e in­tensificacion comercial», debidos en gran parte a la coinci­den cia de expansion agricola, aumento de los intercambios,disponibilidad de armas de fuego y mejora de los rnetodos fis­cales, y a una serie de cambios culturales que estirnularian e1desarrollo del estado. Es tambien una pauta comparativa,pero esta vez no con Europa sino entre Africa y Asia del sur,10 que nos propone Mamadou Diouf en su intento por poneral alcance de los historiadores africanos postcoloniales losmetodos de la escuela india de los «subaltern studies», al pre­guntarse: «Leer los rastros entrecruzados y multiples de lastrayectorias que se dibujan en Africa desde hace cerca de me­dio siglo, ~no nos impone una revision radical del mode1ohistorico occidental para tomar en cuenta la diversidad de lascondiciones culturales e historicas de los grupos implica­dos?».

Aunque hay que tener en cuenta que elaborar una histo­ria comparativa no es facil. Con frecuencia se cae en la tram­pa de hacer las comparaciones entre naciones, asumiendoque cada una de las entidades que comparamos tiene un ca­racter uniforme que permite hacer afirmaciones generaliza­doras sobre ellas en diversos momentos de la historia, 10 cualno siempre es cierto. La soluci6n consistirfa en agrupar loselementos que queremos estudiar de otras formas, en marcosterritoriales distintos a los de los estados-naci6n actuales, 0

utilizando criterios no territoriales.Robert Gregg ha denunciado las trampas que a menudo

se hacen con ejercicios comparativos entre «naciones» queacaban convirtiendose en legitimadoras de visiones del ex­cepcionalismo del propio pais. En el caso de los Estados Uni­dos, concluye, la aceptaci6n general de su excepcionalismodependia en buena medida del hecho de que el pais tenia his­toriadores «excepcionales», a quienes nadie discutfa sus pre-

Por una bistoria de todos 185

tensiones de objetividad, ni les descubria la contaminacion desu posici6n social/imperial, «y que se podian permitir ellujode considerar que eran los historiadores de todas las otras na­ciones los que estaban equivocados».

Basta ahora, en este capitulo, hernos hablado sobre todode aspiraciones no realizadas y de problemas mal resueltos.Convendra que destinemos un espacio adicional a las posi­bles soluciones: a los caminos que pueden llevarnos hacia esanueva historia de todos que nos habria de permitir superar latradicional «historia de los hombres» y conseguir, como que­ria el poeta, «rnostrar la multitud y cada hombre en detalle,con 10 que 10 anima y 10 que 10 desespera».

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EN BUSCA DE NUEVOS CAMINOS

Uno de los mayores retos con que se enfrentan hoy los histo­riadores es el de volver a implicarse en los problemas denuestro tiempo como 10 hicieron en el pasado aquellos de susantecesores que ayudaron con su trabajo a mejorar, poco 0

mucho, el mundo en que vivian. Si los historiadores francesesdel primer tercio del siglo xx estudiaban la Revoluci6n de1789 era porque querfan contribuir a asentar los fundamen­tos de las libertades democraticas contra las fuerzas que lasamenazaban (y no es por casualidad que en 1940 buena par­te de los que defendian una interpretaci6n progresista de larevoluci6n se unieran a la resistencia y que una parte de losque la combatian en el terreno de la historia colaboraran conlos alemanes), Y si los historiadores marxistas britanicos dedespues de la segunda guerra mundial se dedicaron a analizaren profundidad la revoluci6n industrial y sus antecedentes,era para entender mejor los fundamentos del capitalismo conel fin de aliviar los males que causaba. A nosotros nos co­rresponde el gran desaffo de encontrar las causas de los dosgran des fracasos del siglo xx: explicar la barbarie que 10 hacaracterizado, con el fin de evitar que se reproduzca en el fu­turo, y 1a naturaleza de los mecanismos que han engendradouna mayor desigualdad, desmintiendo las promesas del pro-yecto de desarrollo que pretendia extender los beneficios delprogreso econ6mico a todos los paises subdesarrollados delmundo. Serfa triste que tuviesernos que repetir 1a queja queMarc Bloch formulaba en nombre de los historiadores de sutiempo: «No nos hemos atrevido a ser en 1a plaza publica 1avoz que c1ama en el desierto (. ..) Hemos preferido encerrar­nos en la quietud de nuestros talleres (... ) No nos queda, alamayor parte, mas que el derecho a decir que fuimos buenos

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188 La bistoria de los hombres: el siglo xx

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hacian nuestros predecesores: que debamos volver a la histo­ria economica y social de Labrousse 0 a la historia social ycultural de Thompson, aunque en una y otra haya mucho quesigue siendo valido. Si los teoricos del postmodernismo y dela subalternidad nos han mostrado que nuestro instrumentaltenia fallos, conviene que 10 revisemos antes de proseguir latarea, Pero esta revision no 10 es todo. 'Ieoria y metodo noson los objetivos de nuestro oficio, sino tan solo las herra­mientas que empleamos en el intento de comprender mejor elmundo en que vivimos y de ayudar a otros a entenderlo, conel fin de que entre todos hagamos algo para mejorarlo, En losmomentos amargos de la derrota francesa Bloch reivindicabaesta capacidad del historiador para cambiar las cosas. Unaconciencia colectiva, decia, esta form ada por «una multitudde conciencias individuales que se influyen incesantementeentre si», Por ello, «formarse una idea clara de las necesida­des sociales y esforzarse en difundirla significa introducir ungrano de levadura en la mentalidad cornun; darse una opor­tunidad de modificarla un poco y, como consecuencia de ello,de inclinar de algun modo el curso de los acontecimientos,que estan regidos, en ultima instancia, por la psicologia de loshombres».

La critica justificada de los viejos metodos no debe llevar­nos, sin embargo, ala negacion del proyecto de un nuevo tipode historia total que nos permita entender los mecanismosesenciales de funcionamiento de la sociedad, 10 cual no signi­fica buscar unas «leyes» que determinen su evolucion, perotampoco contentarnos con hallazgos puntuales que solo res­ponden a una pequefia parte de nuestros problemas y que nointeresan mas que a los miembros de la tribu acadernica. He­mos de renovar nuestro utillaje teorico y metodologico paraque nos sirva para volver a entrar en contacto con los pro­blemas reales de los hombres y las mujeres de nuestro tiern­po, de los que la historia acadernica, incluyendo sus variantespostmodernas, nos ha alejado. Necesitamos superar la fractu-

En busca de nueuos caminos 189

ra que en la actualidad existe entre la memoria del pasadoque los hombres y las mujeres construyen para organizar susvidas -estableciendo puentes desde la propia memoria per­sonal y familiar hacia un pasado mas amplio, en una visionconst~uida con experiencias, recuerdos de genre de otras ge­neraciones, lecturas, irnagenes recibidas de los medios de co­municaci6n, etc.- y la historia que se ensefia en las escuelas,que la genre comun ve como un saber libresco «sobre la po­litica, los reyes, las reinas y las batallas».

Una nueva historia «total» debera ocuparse de todos loshombres y mujeres en una globalidad que abarque tanto ladiversidad de los espacios y de las culturas como la de losgrupos sociales, 10 cual obligara a corregir buena parte de lasdeficiencias de las viejas versiones. Habra de renunciar al eu­rocentrismo y prescindira, en consecuencia, del modelo uni­co de la evoluci6n humana con sus concepciones mecanicis­tas del progreso, que aparece como el producro fatal de las«leyes de la histori a», con muy escasa participaci6n de los hu­rnanos, que deberian ser sus protagonistas activos. WalterBenjamin denuncio en sus «Tesis de filosofia de la historia»--el escrito por cuya conservacion, como hemos dicho antes,arriesg6 su vida y que Lowy ha calificado como «uno de lostextos filos6ficos y politicos mas importantes del siglo xx>>­el gran frau de que la concepcion mecanicista del progreso ha­bia significado para la clase obrera. En su inacabado «Librode los pasajes» 10 razonaba ademas historicamente: el con­cepto de progreso tuvo una funcion critica hasta la Ilustra­cion, pero en el siglo XIX, con el triunfo de la burguesia, esta10 desnaturalizo y, auxiliada por la doctrina de la selecci6nnatural, «ha popularizado la idea de que el progreso se reali­za automaticamente», Lo cual resulta una forma muy eficazde despolitizarlo y de incitar a los hombres a la inaccion,como 10 hacen, de otro modo, aquellos que interpretan hoyel progreso en funci6n exclusivamente de los avances de laciencia y de la tecnologia.

La linealidad de este modelo esta asociada a una practicaerronea de los historiadores, nacida de la falacia cientifista,

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190 La historia de los hombres: el siglo xx

que los lleva a proceder a partir de un analisis abstracto, su­puestamente inspirado en las «leyes de la historia», hacia eldato puntual, coleccionando hechos que puedan encajarse enellugar que se les ha asignado previamente en el modelo in­terpretativo. Cuando 10 que convendria es, por el contrario,comenzar por el hecho concreto, por el acontecimiento contodo 10 que tiene de complejo y peculiar.

Quisiera explicarlo con una imagen. El historiador acos­tumbra a proceder como quien resuelve un rompecabezas, unpuzzle, valiendose de un modelo que le muestra las lineas ge­nerales de la solucion, y va buscando ellugar concreto en quelas lineas de la pieza, esto es, las caracteristicas del aconteci­miento 0 del dato, encajan con exactitud, 10 cualle sirve paraconfirmar la validez de la solucion anticipada, del modelo in­terpretativo que ha adelantado como hipotesis de partida.Pero un acontecimiento no es una pieza plana que pueda ex­plicarse por completo a partir de este ajuste, sino un polie­dro, un cuerpo de tres dimensiones con un gran numero decaras, una de las cuales encaja en el modelo de nuestro ram­pecabezas, mientras que las otras 10 sinian en un haz de di­versas relaciones y determinan que pueda encajar en otrastantos modelos. Si partimos de la solucion preestablecida,solo veremos esta dimension plana de los hechos; si partimosdel acontecimiento, podremos distinguir la diversidad de losplanos que se entrecruzan en el y escoger los que nos aportenperspectivas mas interesantes.

Esta practica responderia a la incitacion de Edward Thomp­son para que busquemos en el archivo «la realidad ambigua yambivalente», 0 a la de Walter Benjamin, que queria un rneto­do de trabajo capaz de asociar el rigor de la teoria con la «visi­bilidad» de la historia: un rnetodo que hiciese posible «descu­brir en el analisis del pequefio momenta singular el cristal delacontecimiento total».

El cientifisrno de finales del del siglo XIX, que sostenia que10 que distingue a la autentica ciencia es su capacidad de pre­decir, indujo a los historiadores a buscar unas «leyes» que lespermitiesen tarnbien prever el futuro. Pero ocurre que, mien-'

En busca de nueuos caminos 19 1

tras los cientlficos sociales, y con ellos muchos historiadores,se obsesionaban durante el siglo xx con esta concepcion me­canicista, la ciencia habia abandonado las viejas ilusiones yhabia descubierto que el Universo era mucho mas complejoque el reloj cosrnico de Newton y de Laplace, y que el deter­minismo y la capacidad de predecir correspondian a un mun­do de abstracciones, y no al de una realidad en que la cienciano puede calcular con exactitud ni tan solo el movimiento detres cuerpos relacionados entre S1. Lo cual ha llevado a loscientificos a poner en un lugar central las relaciones no linea­les, mucho mas abundantes en la naturaleza, y sobre todo enla vida, que los encadenamientos simples y directos de causasy efectos. Para decirlo con las palabras de Ilya Prigogine:«Tanto en dinamica clasica como en fisica cuantica, las leyesfundamentales expresan hoy posibilidades y no certezas. Nosolo hay leyes, sino acontecimientos que no pueden deducir­se de las leyes».

La ciencia actual, una ciencia de cuantos, en que la inde­terminacion tiene un papel importante, que se niega a acep­tar «la igualacion progresiva de la evolucion con el progresolineal», que ha creado unas «maternaticas experimentales»-fue un maternatico quien dijo que «no hay nada que sepueda llamar una prueba rnaternatica», sino que «las pruebasson (. .. ) argumentos retoricos, destinados a afectar la psico­logia»-- y que ha desarrollado un campo de estudio sobre elcaos y la complejidad, tiene poco que ver con un as cienciassociales que han seguido con la ilusion de construir explica­ciones totales y se han esforzado en hacerse mimeticarnentecientificas a costa de renunciar a 10 que era propio y caracte­ristico de su trabajo.

Eso sucede, paradojicarnente, cuando son los cientificosnaturales los que se muestran interesados en recuperar los va­lores de la historicidad y dicen, por ejernplo, que «la natura­leza esta constituida por acontecimientos y por las relacionesentre ellos, tanto como por substancias y particulas separa­das: la historicidad es una caracteristica importante de laciencia». Hasta el punto que un biologo molecular nos ase-

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Abandonar la linealidad nos ayudara a superar, no s6lo eleurocentrismo, sino tambien el determinismo. AI proponerlas formas de desarrollo econ6mico y social actuales como elpunto culminante del progreso -como el unico punto de lle­gada posible, pese a sus deficiencias y a su irracionalidad-,hemos escogido de entre todas las posibilidades abiertas a loshombres del pasado tan solo aquellas que condudan a estepresente y hemos menospreciado las alternativas que algunospropusieron, 0 intentaron, sin detenernos a explorar las posi­bilidades de futuro que contenian,

Renunciando a esta visi6n que ha servido para justificar,como necesarios e inevitables, tanto el imperialismo como lasformas de desarrollo con distribuci6n desigual, podriamosayudar a construir interpretaciones mas realistas, capaces demostrarnos no s6lo la evoluci6n simultanea de lineas diferen­tes, sino el hecho de que en cada una de ellas, inc1uyendo laque acabaria dominando, no hay un avance continuo en unadirecci6n, sino una sucesi6n de rupturas, de bifurcaciones enque se pudo escoger entre diversos caminos posibles, y nosiempre se eligi6 el que podia haber sido el mejor en termi­nos del bienestar del mayor rnimero posible de hombres yrnujeres, sino el que convenia -0 por 10 menos el que pare­eta convenir- a aquellos grupos que disponian de la capaci­dad de persuasi6n y/o de la fuerza rep resiva necesarias paradecidir: «Resulta de un interes vital reconocer un punto de­terminado de desarrollo como una encrucijada».

Hemos de elaborar una visi6n de la historia que nos ayudea entender que cada momenta del pasado, igual que cada mo­mento del presente, no contiene s6lo la semilla de un futuropredeterminado e inevitable, sino la de toda una diversidad defuturos posibles, uno de los cuales puede acabar convirtien­dose en dominante, por razones complejas, sin que esto signi­fique que es el mejor, ni, por otra parte, que los otros esten to­talmente descartados. Christopher Hill ha dicho: «Una vez que

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gura que su disciplina esta abandonando «la futil busquedade leyes» y haciendose cada vez mas hist6rica: «Muchos bi6­logos moleculares -conc1uye- estan convirtiendose en his­toriadores de buen 0 mal grado».

Parad6jicamente, los intentos para introducir esta misma6ptica «historicists» en el terreno de la historia no han teni­do exito. La inteligente critic a que Eward Nell hizo de las ex­plicaciones «de factor», esto es, de las secuencias lineales en­cadenadas de causas y efectos habituales en los historiadores,que proponia reemplazar con interpretaciones por «redesfactoriales de relaciones mutuamente dependientes», muchomas adecuadas para explicar el juego de complejas interrela­ciones que se producen en una sociedad, paso sin recibiratenci6n. Tal vez porque se alejaba de los metodos narrativoshabituales; pero tambien porque obligaba a mucho trabajo ydaba respuestas sutiles y matizadas con las cuales dificilmen­te se puede esperar recibir atenci6n ni del publico, ni de la

propia tribu.La linealidad es, de hecho, una consecuencia necesaria del

«fin de la historia» propugnado por una burguesia triunfanteque tiene interes en hacernos creer en la existencia de un uni­co orden final de las cosas, al cual han de tender naturalmen­te todas las lineas de evoluci6n, ignorando que «los concep­tos de la c1ase dominante han sido siempre los espejos graciasa los cuales se ha venido a constituir la imagen de un orden».

La linealidad exige, por fuerza, la idea de continuidad.«La celebraci6n 0 la apologia -dice Benjamin- se esfuerzanen ocultar los momentos revolucionarios en el curso de la his­toria. Lo que quiere en su coraz6n es fabricar una continui­dad. No da por esto importancia mas que a aquellos elemen­tos de la obra que han entrado ya a formar parte de su influjoposterior. Olvida en cambio los puntos en que la tradici6n seinterrumpe y las rupturas y asperezas que ofrecen apoyo aquien se propone ir mas alla.» Hay que arrancar la epoca deesta «continuidad cosificada» y hacer explotar su homoge­neidad «llenandola con las ruinas, esto es, con el presente».Podremos asi superar la idea de progreso con la de «actuali-

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Otro fugitivo del fascismo como Machado, Walter Benja­min, que rnurio un afio despues que el poeta andaluz, y en unlugar rnuy cercano al del fallecimiento de aquel, nos advirti6de los males que produce esta visi6n lineal y 10 ilustro con elejernplo del fascismo, que se acostumbraba a ver como unaaberracioj, retrograda 0 como algo excepcional, y por tantode supervivencia dificil, en lugar de entenderlo como un fru­to logico y natural de un tiempo y de unas circunstancias(como se puede ver hoy, cuando renace, vagamente disfraza­do y negando en algunos casos sus origenes, sin que produz­ca apenas escandalo), Y completaba el cuadro denunciandoaquel otro error paralelo en que habian caido la izquierda yel movimiento obrero, de creer que tenian «las leyes de la his­toria» de su parte, y que esto les garantizaba la victoria.

Contra la historia que pretendia explicar las cosas «talcomo han pasado» - esto es, del unico modo en que podianpasar-, Benjamin proponia al historiador que trabajase comoel fisico en la desintegracion del atorno, con el fin de liberarlas enormes fuerzas que han quedado atrapadas en la expli­cacion lineal de la historia, que habria sido «el narcotico maspoderoso de nuestro siglo».

Abandonadas en las bifurcaciones en que se torno una op­cion --en las encrucijadas en que se escogio uno u otro ca­mino-, 0 entre el bagaje de los que fueron derrotados porun os vencedores que despues han reescrito la historia parale­gitimar su triunfo, hay muchas cosas que merece la pena re­cuperar. No es licito pensar, para poner un solo ejemplo, queel fracaso de los regimenes de la Europa oriental a finales delsiglo XX transforme en menospreciables las esperanzas y losesfuerzos de todos los hombres y mujeres que han luchadodesde hace siglos para conseguir una sociedad mas igualita­ria. Ellegado de estes forma parte, con muchos otros, de las«enormes fuerzas» olvidadas en los rincones de una narra­cion lineal del pasado: de una pretendida historia de progre­so que, encima, termina mal.

Llevar a la practica el proyecto de escribir esta nueva cIa­. se de historia nos obligara a cambiar muchas de las normas

194 La btstoria de {ashombres: el siglo xx

el acontecimiento se ha producido, parece inevitable; las alter­nativas se esfuman. La historia la escriben los vencedores, so­bre todo la historia de las revoluciones. Merece la pena, sinembargo, que nos adentremos imaginativamente hacia arras,hacia el tiempo en que las diversas opciones parecian abier­tas», Esta es la especie de «giro copernicano» de la historia quenos pedia Benjamin: abandonar la idea de que hay un puntofijo, «10 que ha sucedido», al cual intenta aproximarse el co­nocimiento desde el presente, y volverlo cabeza abajo con lairrupcion de la conciencia desvelada, cuando la politica se so­brepone a la historia; entonces «los hechos se convierten enalgo que nos golpea justamente en este momento, yestable­cerlos es cosa de la memoria».

Una historia no lineal nos permitiria recuperar muchas co­sas que hemos dejado olvidadas por el camino de la mitolo­gia del progreso: el peso real de las aportaciones culturales delos pueblos no europeos, el papel de la mujer, la racionalidadde proyectos de futuro alternativos que no triunfaron, la po­utica de los subalternos, la importancia de la cultura de lasclases populares ... Y nos ayudaria a escapar, con este enri­quecimiento de nuestro horizonte, a la apatia y la desespe­ranza a que quiere condenarnos el discurso dominante ennuestro entorno, que nos ha llevado a este «tiempo de resig­nacion politica y de fatiga».

Durante la guerra civil espanola, Antonio Machado escri­bio que cuando se examinaba el pas ado para ver que llevabadentro era facil encontrar en el un cumulo de esperanzas, niconseguidas ni frustradas, esto es, un futuro. La clase de his­toria que estamos escribiendo y ensefiando desde hace masde doscientos anos ha eliminado este nucleo de esperanzas la­tentes de su relato, donde todo se produce fatalmente, rneca­nicamente, en un ascenso ininterrumpido que lleva al hombredesde las cavernas prehist6ricas hasta la gloria equivoca de lapostmodernidad en que hoy vivimos. Todo 10 que cae fuerade este esquema es menospreciado como una aberraci6n queno podia sostenerse ante la marcha irresistible de las fuerzasdel progreso, 0 como una utopia inviable.

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196 La bistoria de los hombres: el siglo xx

habituales de nuestro trabajo. Tendremos que desintegrar eltipo de continuidad hist6rica falaz que se construye habitual­mente en funci6n de la voluntad de establecer una genealo­gia, esto es, una justificaci6n, del objeto hist6rico que nos he-mos propuesto explicar.

Ranahit Guha ha denunciado una de estas falsas continui-dades, tal vez la mas frecuente y perniciosa: la de quienes creanesquemas interpretativos que tienen como fundamento esen­cial legitimar retrospectivamente las construcciones estatalesy la estructura del poder social de nuestro tiempo. Coinci­diendo en muchos aspectos con el analisis de Benjamin,Guha examina las convenciones que hacen que se consideredeterminados acontecimientos y hechos como «hist6ricos»,10 que significa que se los ha escogido para la historia. Pero(quien los designa para esta funci6n? Hay una discrimina­cion en la selecci6n que se hace de acuerdo con valores y cri­terios que no se especifican. Pero, si se mira con atencion, noes dificil advertir que la autoridad que conduce la operaci6nes, en la mayor parte de los casos, una ideologia que conside­ra la vida del estado como central para la historia y que, enconsecuencia, s6lo considera interesantes los hechos que se

refieren a ella.Esta tradici6n de «estatismo», dice Guha, arranca de los

origenes del pensamiento historico moderno con el Renaci­miento italiano, y el ascenso de la burguesfa en Europa du­rante los tres siglos siguientes no hizo mas que reforzarla, demodo que la politica «oficial» -la politica del estado- seconvirti6 en la sustancia misma de la historia, que desde el si­glo XIX se integro en el sistema academico con sus programasy con una profesi6n dedicada a propagarlos en la ensenanzay a traves de la producci6n de trabajos escritos.

Esta deformacico, afiade, extiende sus efectos mas alla in­eluso del area de influencia del poder establecido. Guha nosmuestra, examinando el relato de la revuelta india de Telan­gana, dirigida por el partido comunista entre 1946 y 1951,que. el estatismo llega a pervertir la historia que explican losvencidos, que acaba siendo una visi6n que 10 subordina todo

En busca de nuevos caminos 197

al proyecto frustrado de construccion de un poder alternati­vo y, al hacerlo, olvida los motivos reales que llevaron a la re­vuelta a buena parte de sus participantes, fenorneno que ilus­tra con el caso de las mujeres, que se sumaron con sus propiasreivindicaciones, pero que acaban en este relato reducidas asimples colaboradoras del programa de los dirigentes del par­tido. Pese a la simpatia que se muestra por ellas y a los elo­gios a su valor, 10 que no se hace es escuchar 10 que decian,ya que esto habria destruido el estatismo dominante en el re­lato.

Ver el conjunto de los hechos, enumerar «los aconteci­mientos sin distinguir los pequefios de los grandes», tomandoconciencia de que nada de 10 que ha sucedido se ha perdidopara la historia, corresponde a «la humanidad redimida», dijoBenjamin: «eso significa que solo la humanidad redimida pue­de citar el pasado en cada uno de sus momentos».

La critica de Guha a la historia «estatista», concretada enla cronica de la revuelta de Telangana, no significa que estedenunciando una version equivocada de 10 sucedido, que sepodria reemplazar por otra semejante, pero correcta. El pro­blema va mas alla y reside en el hecho de que 10 que se nece­sita es otro tipo de escritura que sea capaz de escuchar a la

'vez las divers as voces de la historia, no solo las de los diri­gentes, que relatan su proyecto y relegan todos los demas ele­mentos activos a la instrumentalidad, ni tan solo la voz de lasmujeres.

«Lo que tengo en mente -dice Guha- no es una simplerevisi6n sobre fundamentos ernpfricos.» Para integrar estasotras voces de la historia seria necesario romper la linea uni­taria de la version dominante, complicando mucho el argu­mento. Porque la autoridad de esta versi6n es inherente a suestructura narrativa. Una estructura formada en la historio­gratia posterior ala Ilustracion, como en la novela, por uncierto orden de coherencia y linealidad. Es este orden el quedicta 10 que se debe incluir en la historia y 10 que se deja fue­ra de ella, el que fija como debe desarrollarse de una maneraconsistente la trama, con su desenlace eventual, y como la di-

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de sintesis. Esto nos obligaria a desagregar buena parte de loselementos de analisis de la sociedad que recibimos de la his­toriografia -no solo porque nos vienen dados en marcos na­cion ales que los condicionan, sino, sobre todo, porque estantarados por esta optica de excepcionalismo, con frecuenciainconsciente_ y volver a recomponer las piezas en nuevasagregaciones organizadas de acuerdo con las necesidades denuestras indagaciones.

Un rnerodo que respondiese a estos planteamientos _yque haria de entrada muy dificilla pretension de construiruna «historia universal»__ nos obligaria a una investigacionmucho mas compleja y a inventar un tipo de relato polifoni­co que, sin olvidar el hilo conductor del «estado» -porque,se quiera 0 no, el papel del poder hay que tenerlo siemprepresente_, escogiese el mimero suficiente de las VOces altasy bajas, grandes y pequeiias, de la historia para articularlas enun coro mas significativo que las visiones tradicionales quenos hablan de los soberanos y de sus conquistas y olvidan alos campesinos que pagaron con su esfuerzo el Coste de losejercitos que les permitieron ganar las batallas. 0 que las deuna historia social que hace de los campesinos los protago­nistas -10 cual signifies un avance en el terreno de la repre­sentatividad, puesto que son rnuchos mas que los sobera­nos-, pero no nos dice nada de los que, haciendo las leyes yexigiendo los impuestos, determinaron buena parte de sus vi­das. La forma de relato que habra de incluir a los un os y a losotros -y muchas mas Voces todavia- en pie de igualdad, sininstrumentalizarlas (sin contentars- con subordinar los cam­pesinos, ni que sea como victimas, ala historia de los reyes),esta aiin por inventar, y es mas que probable que requieramuchas experiencias y tanteos hasta llegar a alcanzar la efica­cia necesaria.

EI abandono de la narrativa inspirada en la novela burgue­sa, que es la dominante en buena parte de nuestra historiogra­fia -no solo en la que se presenta como directamente narrari.va, sino tarnbien en la de pretension analitica, que estanormalmente construida en funcion de un argumento-, nos

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versidad de caracteres y acontecimientos ha de controlarse deacuerdo con la logic a de la accion principal. Mientras la uni­vocidad del discurso estatista se base en este orden, un ciertodesorden -una desviacion radical del modelo que ha domi­nado la escritura de la historia en los tres siglos ulrirnos-i­sera una exigencia esencial de la revision.

La solucion no sera facil, Que forma concreta ha de adop­tar este desorden, afiade Guha, es dificil de predecir. Tal vezforzara la narracion a balbucear en su articulacion en lugar depresentarse como una corriente continua de palabras. Tal vezla linealidad de su avance se disolvera en lazos y nudos. Talvez la propia cronologia, la vaca sagrada de la historiografia,sera sacrificada en el altar de un tiempo caprichoso, que nose avergiience de su caracter ciclico. Todo 10 que se puede de­cir en este punto es que la destruccion de la narratologfa bur­guesa sera la condicion para esta nueva historiograffa, sensi­ble a los ecos de desesperanza y determinacion de las vocesde una subaltemidad desafiante dedicada a escribir su propiahistoria.

Este mismo problema 10 ha planteado Robert Gregg, quese inspira en los historiadores de la escuela de los estudios su­balternos, en un analisis comparado de las historias de los Es­tados Unidos y de Africa del Sur, que Ie sirve para analizar lasdeformaciones que imp one a la historia comparada un tipode excepcionalismo que el historiador elabora a partir de ladefinicion de su propia nacion -una definicion siempre ses­gada, que incluye unos elementos y excluye otros de maneraarbitraria- y que se usa como elemento de comparacion yde interpretacion. Gregg piensa en la posibilidad de otros ti­pos de relato que permitan superar los riesgos del excepcio­nalismo: «los form ados en tome a intersecciones con otrassociedades y naciones, 0 los basados en las experiencias degente que habitualmente se considera marginal (la clase degente a la que incluso los historiadores sociales encuentrandificil asignar un papel activo)». EI problema mayor es, natu­ralmente, el de poner orden en la multitud de narracionesque se nos ofrecen con este metodo para conseguir algiin tipo

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Debemos ir todavia un paso mas alla, explorando la for­ma en que en cada momento de su vida los seres humanos es­cogen uno de los aspectos concretos de la realidad en fun­cion de las necesidades del momento, no para hacer unparalelis

mofacil con el tipo de seleccion que el historiador

practica Con los hechos del pasado a su alcance, sino porqueesto nos puede ilustrar acerca del papel real que tiene la his­toria en nuestra comprension del mundo, en una direccionque Benjamin parece haber intuido al decir, por una parte,que «la verdadera imagen del pasado se desvanece subita.mente. 5610 en la imagen que relampaguea de una vez parasiempre en el instante de su cognoscibilidad se deja fijar elpasado», y a1 aiiadir, por otra, que «para el materialismo his­t6rico se trata de fijar la imagen del pas ado tal como se pre­senta de improviso al sujeto hist6rico en el momento del pe­ligro» .

Y he aqui que esto, que puede sonar como algo nebulosa­mente poerico, se nos ac1ara cuando pensamos que la funci6nque esa memoria colectiva que es 1a historia cumple al servi.cio de los hombres y mujeres que 1a asurnen como propia,tiene una gran semejanza con 10 que 1a neurobiologia actualnos dice que hace la memoria personal para cada ser huma­no individualmente. Sabemos, en efecto, que la memoria per­sonal no es un deposito de representaciones -de aquellas su­puestas imageneS fotogriificas guardadas en la mente, demodo semejante a como el academicismo imagina una «his­toria» constituida como un deposito de hechos cientifica­mente establecidos por los academicos_, sino que es en rea­lidad un complejo sistema de relaciones que tiene un papelesencial en la formacion de la conciencia. Una de sus funcio­nes mas importantes, precisamente, es la de e1aborar «unaforma de «recategorizaci6n» durante la experiencia en curso,que es mucho mas que una reproducc~~n de una s~cuenciaprevia de acontecimientos». Los neuroblOlogos nos dl~en q.uela conciencia se vale de la memoria para evaluar las srtuacio­nes a que ha de enfrentarse mediante la construcci6n de un«presente recordado», que no es la evocacion de un mornen-

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podria ayudar a superar otro defecto habitual en los relates delos historiadores. Los hombres acostumbran a racionalizar aposteriori sus actos para convencer a los demas, y convencer­se a si mismos, de que sus actos son logicos y razonables. Peroen sus motivaciones reales hay un trasfondo de prejuicios, rnie­dos 0 aspiraciones inconfesados (que con frecuencia no seatreven ni siquiera a confesarse a si mismos), que 0 bien seocultan, 0 se integran forzadamente en un contexto que pre­tende ser racional (el racismo, para poner un solo ejernplo, sepresenta por parte de quienes 10 sostienen como un productode la ciencia, pero no nace de la ciencia, sino que la usa comolegitimacion). El hombre es, mas que un animal racional, unanimal racionalizador, que justifica a posteriori con razonesimaginadas muchas decisiones que surgen de zonas oscuras desu mente. Ello explica que los hombres y las mujeres realessean par naturaleza contradictorios -vistos ala luz de la racio­nalidad- y que sus actos no se ajusten a la imagen coherenteque prerenden dar de si mismos. Si nos acostumbramos a ver­los asi, y no en la vision plana del ret rata sin sombras que nosofrecen normalmente sus biografos, 0 ellos mismos en memo­rias en que han reconstruido cuidadosamente sus vidas -dosformas de relato en que las propias reglas literarias exigen quese cree coherencia-, conseguiremos entenderlos mejor.

Podriamos volver ahora al tema, que antes hemos plantea­do, del encaje de un hecho 0 de un acontecirniento en mas deun cuadro interpretative --en mas de un rompecabezas­que no era una proclamacion de relativismo, como podia pa­recer, sino la defensa de una pluralidad de visiones objetivas,que corresponden a la diversidad imprevisible de la propiavida, una diversidad que los habitos del pensamiento cientifi­co tradicional nos han llevado a simplificar, empobreciendonuestra vision, dice Feyerabend, al «no aceptar los fenome­nos tal como son, sino carnbiandolos bien sea en el pensa­rniento (abstraccion), bien interfiriendo activamente en ellos(experimentacion)», dos procedimientos que eliminan losrasgos particulares que distinguen un objeto de otro 0 los la­zos que 10 ligan a su entorno.

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to determinado del pasado, sino la capacidad de poner enjuego experiencias previas para disefiar un escenario al cualpuedan incorporarse tambien los elementos nuevos que senos presentan.

Del rnisrno modo los historiadores, al trabajar con la me­moria colectiva, no se dedican a recuperar del pasado verda­des que estaban enterradas bajo las minas del olvido, sinoque usan su capacidad de construir «presentes recordados»para contribuir a la formaci6n de la clase de conciencia co­lectiva que corresponde a las necesidades del momento, perono sacando lecciones inmediatas de situaciones del pasadoque no han de repetirse, como se suele pensar, sino creandoescenarios en que sea posible encajar e interpretar los hechosnuevos que se nos presentan: escenarios en que el pasado seilumina en el momenta de su cognoscibilidad, cuando «sepresenta de improviso al sujeto hist6rico en el momenta delpeligro».

Porque, se quiera 0 no, se sea 0 no consciente de ello, elhistoriador trabaja siempre en el presente y para el presente:«Los acontecimientos que rodean al historiador, y en los queeste toma parte personalmente -ha dicho Benjamin-, estanen la base de su exposici6n como un texto escrito en tinta in­visible. La historia que somete al lector viene a representaralgo as! como el conjunto de las citas que se insertan en estetexto, y son tan solo estas citas las que estan escritas de unmodo que todos pueden leer».

Lo que he explicado en estas ultimas paginas perrnitiraentender, espero, que todas estas propuestas de revisi6n te6­rica, todos estos planes todavia confusos de caminos queapuntan al futuro, no se presentan aqui como elementos deun debate acadernico, y mucho menos aun como recetas pre­paradas para aplicarlas inmediatamente al trabajo, sino comouna contribuci6n al necesario esfuerzo colectivo de recons­truir una practica que nos permita aproximarnos de nuevo,eficazmente, a los problemas de nuestras sociedades y denuestro tiempo,

En 1a medida en que el historiador es quien conoce mejor

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el mapa de la evo1uci6n de las sociedades humanas, quiensabe 1a mentira de los signos indicadores que marcan una di­reccion (mica y quien puede descubrir el rastro de los otroscaminos que llevaban a destinos diferentes, y tal vez rnejores,es a el a quien corresponde, mas que a nadie, la tarea de de­nunciar los engafios y reavivar las esperanzas de que pode­mos, como dijera Tom Paine, «vo1ver a empezar el mundo denuevo».

Hablo de engafios, porque 1a historia en rnalas manos-10 hemos visto repetidamente_ puede convertirse en unatemib1e arma destructiva. Lo es con frecuencia en las deaquellos que la usan como elemento de creaci6n de una con­ciencia de aceptaci6n del orden estab1ecido. «Representar elpasado y la forma de vida de las pob1aciones es una expresi6ny una Fuente de poder», se ha dicho. Estas representacionespueden servir de base a los programas mas aberrantes. «Eneste siglo, en especial -ha escrito Linda Colley-, millonesde hombres y mujeres han muerto a causa de que ellos, uotros, han crefdo fabricaciones sobre el pas ado con las cualeslos han alimentado politicos, periodistas, fanaricos _y tam­bien malos historiadores.»

Por desgracia no se puede decir que esto sea cosa del pa­sado. La historia esta presente hoy, por regla general, en labase misrna de los prejuicios que se usan para justificar lasmas diversas formas de opresi6n y de exterminio, con el pre­texto de superioridades raciales 0 de civilizaci6n, laicas 0 re­ligiosas. Hemos hab1ado antes de casos como el de Ruanda.Se podrfa decir algo semejante de los conflictos de Yugosla­via, de Palestina 0 de 1a vision de los «talibanes» de Mganis­tan que, convencidos de haber sido ellos quienes habian aca­bado con la Union Sovierica --olvidando las causas internasdel declive ruso y la parte que en sus propias victorias co­rrespondia a la ayuda que recibieron de Estados Unidos-,pensaron que habia llegado el tiempo de emprender una nue­va guerra santa a escala planetaria y de reanudar 1aexpansionque el islam experimento en los siglos VII y VIII.

La propia persistencia del racisrno se basa ante todo en

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plantearnientos historicos. En The Turnerdiaries, un libro decabecera de los grupos racistas mas radicales de los EstadosUnidos, se puede ver como se educa a un nuevo recluta dan­dole a leer «algunos libros sobre raza e historia».

Pero aun hay una falsificacion mas grave: la que nos pideque aceptemos las cosas como son, sin hacer ningun esfuerzopar cambiarlas, en nombre de las «leyes de la historia» quehan conducido al triunfo anunciado e inevitable delliberalis­mo y de la globalizacion.

Conscientes de la trascendencia que pueden tener estas vi­siones de pasado que nutren las memorias colectivas, no es H­eito que nos desentendamos del problema de los usos de lahistoria en nombre de una imposible neutralidad -academi­ca 0 postmoderna- que, por otra parte, no impedira que«los poderes» sigan haciendo un uso adoctrinador de ella. Enlas eircunstancias confusas y dificiles del presente, a los his­toriadores nos corresponde cornbatir, arm ados de razones,los prejuicios basados en lecturas malsanas del pasado, a lavez que las profedas paralizadoras de la globalizacion. Deeste modo contribuirernos a limpiar de maleza la encrucijadaen que nos encontramos y ayudarernos a que se perciban canmayor claridad los diversos caminos que se abren ante n050­tros y a que entre todos escojamos los que puedan condueir­nos al ideal de una soeiedad en que, como dijo un gran his­toriador, haya «la mayor igualdad posible, dentro de la mayorlibertad posible»,

Este es un objetivo que muchos seguimos creyendo licito,aunque se haya pretendido descalificarlo (y no deja de ser re­velador que esta descalificacion se haga a la vez que la de lahistoria como instrumento de analisis). En la lucha por cons­truir una sociedad como esta hemos perdido muchas batalIase incluso alguna guerra. No ha de sorprender que muchos ha­yan creido que el triunfo era imposible y hayan abandonadoel combate, sin darse cuenta de que, incluso habiendo perdi­do, se ha conseguido cambiar muchas cosas que ya no volve­ran a ser como eran en el pasado. Asi 10 entendia tambienWilliam Morris cuando, en 1887, al conmemorar una de es-

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tas grandes derrotas colectivas, escribia: «La Commune deParis no es otra cosa que un eslabon en la lucha que ha teni­do lugar a 10 largo de la historia de los oprimidos COntra losopresores; y sin todas las derrotas del pasado no tendriamosla esperanza de una victoria final».

No estoy seguro de que hoy pensemos en una victoria fi­nal -esta ilusi6n era tambien hija de las falacias del progre­so lineal-, sino que aspiramos, mas modestamente, a algu­nos logros, por parciales que sean, que, con todo, habranvalido el esfuerzo y la lucha. Y pienso que, a pesar de las de­rrotas, ha merecido la pena intentarlo, y que es necesario quesigamos en ello. Porque, como dijo Paul Eluard: «Aunque nohubiese tenido en tada rni vida mas que un solo momenta deesperanza, hubiese librado este combate. Incluso si he de per­derlo, porque otros 10 ganaran Todos los otros»,

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