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Revista Académica de Comunicación y Ciencias Sociales www.revistametacom.com “Polarización y dispersión en los centros urbanos de México: habitar las ciudades en el siglo XXI” 2011 Laura Elisa Varela Cabral Doctorante UAM Xochimilco. Departamento de Ciencias y Artes para el Diseño. Área de investigación y gestión territorial. Año 1, Nº 1, Julio 2011 - Enero 2012. R.D. Nº 04-2011-071410385400

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Revista Académica de Comunicación y Ciencias Socialeswww.revistametacom.com

“Polarización y dispersión en los centros urbanos de México: habitar las ciudades

en el siglo XXI”

2011

Laura Elisa Varela CabralDoctorante UAM Xochimilco. Departamento de Ciencias y Artes para el Diseño.

Área de investigación y gestión territorial.

Año 1, Nº 1, Julio 2011 - Enero 2012. R.D. Nº 04-2011-071410385400

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Resumen

Este ensayo constituye una mirada a las características de las urbes latinoamericanas, en parti-

cular de las ciudades mexicanas surgidas a partir de los antiguos centros poblacionales de la

conquista española. Se enfoca en el hecho de que en susactuales procesos económicos y socia-

les, adoptan una conformación dispersa connotables transformaciones físicas y socialestanto en

sus centros históricos como en los suburbios o regiones periféricas, producto de un modelo de

urbanización expansiva. Se ha considerado como punto de partida los análisis de los investigado-

res de la Universidad Autónoma Metropolitana, unidades Azcapotzalco y Xochimilco, que coinci-

den en destacar la polarización económica y su expresión en las prácticas territoriales, como un

rasgo común a las ciudades latinoamericanas.No es sencillo hacer una definición de cuáles pue-

den ser las ciudades grandes o modernas de nuestro país, o si lo es sólo la capital; en este caso

se considera aquellas que se desarrollan en torno a antiguos centros poblacionales, y que cuen-

tan con un fuerte crecimiento endógeno en cultura, productividad, empleo, recreación; además de

un alto grado de desarrollo económico e industrial, en comparación con el resto del territorio na-

cional. En estasciudades se realizan variadas prácticas urbanas en espacios públicos, las cuales

constituyen los modos particulares de actualizar la tradición, y de entrar en la modernidad, es

decir, de crear la ciudad actual.

AbstractThis essay takes a look to somepresentconditions in latinamerican urban places, specially in mexi-

can cities emerged from the spanish conquest. The focus is in contemporary socioechonomical

processes that gets this places into a disperse configuration with remarkable physical anpoblatio-

nalchanges in their ancient centers and also in the suburbs or peripheric regions, as a consequen-

ce of the expansive urbanization model. We adopt as a point of view the analysis from researchers

of urban processes adscripted to Universidad AutónomaMetropolitana, Azcapotzalco andXochimil-

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cocampi, that coincidein emphasize the economical polarization and its trace in territorial and

spatial practices, like a common characteristic of contemporary latinamerican cities.It is not easy

to define which ones should be considered the big or modern cities in our country, o if it is only the

capital city. In this case we include the cities that emerge from old poblationalcenters and have a

strong perform in culture, productive activities, work, recreation, besides a high degree of econo-

mical and industrial development, compared with the rest of the mexican territory. In this places

people realize different urban practices in public spaces, that become the particular ways for up-

dating tradition toget into modern times, in other words: to create the present city.

Introducción“Las metrópolis latinoamericanas presentan rasgos estructurales característicos,

muy diferenciados con las de los países hegemónicos en el sistema mundial.

Estos rasgos, reproducidos por el neoliberalismo, son: gigantismo, desorden y dispersión, privatización, fragmentación, informali-

zación empobrecimiento,

exclusión, conflictividad y violencia, y contaminación”.

(Pradilla, 2009:269)

El centro de las ciudades creadas desde la época de la colonia, y, en el caso de México, desde el

imperio azteca, representa un foco en el cual se asentaba la vida política, social, cultural y comer-

cialde los habitantes. Ahí residían los nodos físicos y simbólicos del poder, en coexistencia con

formas populares de interacción urbana: el comercio, el paseo, eincluso la reunión y manifesta-

ción política, que desde aquel tiempo, tiene su sede en las plazas y espacios comunesque rodean

los edificios de los poderes gubernamental y eclesiástico. El desarrollo físicode las ciudades “cen-

trales” ha reunido endistintas variantes la práctica del espacio público como lugar abierto a todos

los habitantes: los paseos, las plazas, las avenidas, los monumentos que la ciudad “regala” a los

paseantes, y, como contraparte, la segregación territorial para diferenciar los distintos estratos

sociales, incluso, las distintas áreas de la ciudad distribuidas según las etnias, en la época colo-

nial, fenómeno comprensible a manera de defensa, además, estrategia para disimular las des-

igualdades.

ArgumentaciónLas ciudades coloniales de América Latina no son creación de los conquistadores, sino producto

de un complejo mestizaje territorial donde se conservó el protagonismo de las regiones: “A la lle-

gada de los españoles México Tenochtitlán contaba con 60 mil habitantes, ocupaba una extensión

de 1500 hectáreas y se organizaba en torno al centro ceremonial de forma rectangular y su templo

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mayor, alrededor del cual se ubicaban las casas de la nobleza. (…) Los colonizadores españoles

llevaron a cabo la reconstrucción dela ciudad (…) superpusieron su Plaza Mayor al emplazamien-

to del Templo Mayor, como ámbito delpoder civil y religioso, y jerarquizaron los solares y su ubi-

cación respecto al centro en función de los méritos alcanzados por los españoles en la conquista.”

(Pradilla y Pino, 2004:74)

Las ciudades mexicanas se reconstruyen físicamente,en principio, tras la conquista; posterior-

mente, después del nuevo orden social que les implica la lucha de independencia y la revolución.

La urbanización del país que procede del siglo XX, se vincula a un gran proyecto político e ideo-

lógico de “lo nacional”, abarcando tanto las artes tradicionales como el naciente cine. Como lo

menciona Emilio Pradilla (2009) las ciudades latinoamericanas viven, durante el siglo XX, si acaso

en menos de 80 años, los cambios de sociedades rurales a ciudades industriales, proceso que en

Europa tomó siglos. Finalmente, estas ciudades surgen y crecen bajo el ala del proyecto capita-

lista y los modelos económicos de la modernidad, para convertirse en centros de desarrollo pobla-

cional y fuente de mano de obra para distintos sectores productivos, surgiendo las ventajas de

aglomeración. Las ciudades son expansivas e integradoras, ofrecen una diversidad, ventajosa

para el desarrollo y la competencia, sin embargo, las grandes ciudades de México, muestran cada

una de maneras propias, la lógicahistórica de segregación y creación de barreras y diferencias

territoriales, como forma de estructurar socialmente la vida urbana: la habitación, los desplaza-

mientos, los centros de recreación y trabajo se emplean en formas territorialmente diferencia-

das.

En el caso de México, para valorar la importancia de sus manifestaciones actuales en relación con

sus antecedentes históricos, los enclaves cerrados para los sectores de más altos recursos tienen que ser

vistos como algo que no es nuevo en la historia de la ciudad. Bastaría recordar la “casa-fortaleza” de la épo-

ca de la colonia, que pretendía defender a la población de origen español de las posibles revueltas de los

indios que vivían alrededor. Estos edificios imponentes, con sus muros altos, sus pequeñas ventanas inac-

cesibles, sus puentes levadizos, su vida introvertida alrededor del espacio común interior constituido por el

patio central, impenetrable e invisible desde afuera, atestiguan de una actitud defensiva de las élites colonia-

les, temerosas de las agresiones que pudieran proceder de los barrios de indios, en una ciudad donde la

segregación en los espacios reproducía la segregación política, administrativa y étnica entre la “república de

los españoles” y la “república de indios”. La aspiración ala separación de los sectores más ricos del resto de

la población urbana, es un rasgo característico de la historia de la Ciudad de México(Duhau y Giglia,

2008:397).

Sin embargo, la segregación poblacional resulta siempre utópica y parcial, entre la voluntad de

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aislamiento y el temor a la diferencia; contrapuesta con la necesidad de los servicios de aquellos

a quienes no se quiere como vecinos o visitantes. Por ejemplo en la ciudad de Puebla, fundada

como un enclave para la población de origen español, en el mismo año en el que fue creada: “En

1531 se firmó un acuerdo entre el oidor Salmerón y caciques tlaxcaltecas y cholultecas, por medio

del cual cada “vecino” (español) pudo disponer de 30 indígenas para levantar sus casas”

(Cuenca,2007:32).Así, en forma simultánea y contradictoria, los habitantes marginados encontra-

ban en los resquicios de la arquitectura de la ciudad colonial, espacios para las interacciones, el

juego, el diálogo y el intercambio. Si la vida aristocrática transcurría en los salones que miraban

al patio interior, en las plazas, los portales, los mercados, y los caminos, se daban prácticas co-

lectivas de subsistencia y recreación con las que los habitantes se apropiaban de la ciudad.

La ciudad tradicional, colonial, posee una clara estructura consolidada en su desarrollo ordenado

en torno a un espacio investido de valores simbólicos, que regulaban las prácticas y jerarquías

sociales. La elaboración física de esas ciudades, simétricas, refleja un orden en torno a las pose-

siones, los servicios y el poder, en un contexto social en el que se temía al otro, al indígena, y la

arquitectura era un modo de materializar las distancias y las diferencias. Al mismo tiempo los es-

pacios de la ciudad, parques y plazas fueron siempre apropiados de formas distintas como puntos

de encuentro e intercambio de habitantes y paseantes.

De manera inevitable, como corazón sociocultural de la ciudad, en los centros históricos fue pre-

dominante la vida popular, desde la época novohispana hasta el siglo XX, en muchas ciudades

coloniales del país se desarrolló con estrategias distintas, una disputa entre el poder político, el

eclesiástico y el pueblo, por el uso de los espacios públicos. Los habitantes de estas zonas de las

ciudades se caracterizaron por prácticas colectivas de subsistencia y colaboración, muchas sus-

tentadas en prácticas religiosas: las fiestas del santo patrono, bodas, bautizos, etc. En el centro

era común la socialización del abasto de agua, y de la elaboración de comida y bebida para los

eventos festivos.

Tras la Revolución Mexicana, surgieron ahí las vecindades, algunas, adaptaciones de viejas ca-

sonas abandonadas y en muchos casos, carentes de servicios como agua o luz.Ahí se desarrolló

una intensa vida social, elaborada en torno a los ideales de la modernidad en la versión particular

de cada una de estas áreas centrales. Hay en forma simultánea un estímulo político a nivel nacio-

nal, para el desarrollo de una modernidad urbanizada e industrializada en México, producto de los

esquemas de la reconstrucción de nuestro país como República con su propia identidad moderna

-¿o modernizada?- que aporta como paradoja esta nueva forma de vida comunitaria e irregular de

la vecindad: resulta uno de los usos más prácticos que puede dársele a las antiguas casonas, de

enormes dimensiones, difíciles de mantener y habitar por un solo núcleo familiar.

Las vecindades tienen una población heterogénea: aunque son viviendas en general habitadas

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por familias, ahí se refugian desde quienes subarriendan cuartos, los más pobres, solteros, viu-

dos, desempleados, trabajadores temporales, jóvenes que llegaban o eran enviados a la ciudad

para ganarse la vida; así como los viejos, que se van quedando ahí al margen del tiempo y, desde

luego, del “desarrollo” al que pretendía “incorporarse” México como nación moderna.

La revolución agraria mexicana aporta, como saldo final, la descomposición económica del campo

y el desarrollo urbano durante el siglo pasado; así, los campesinos despojados o desplazados se

adscriben a los centros poblacionales que empiezan a industrializarse. Son ellos quienes van a

habitar los barrios de las antiguas centralidades, y los mismos que en su mayoría han abandona-

do ya esas zonas a causa del fenómeno de encarecimiento del suelo, los proyectos de renovación

y reconstrucción, y como su contraparte, la oferta de vivienda de crédito y/o de interés social fue-

ra de las antiguas centralidades.

El desarrollo del sector de comercio y servicios por una parte y el abandono, por otra, ha permiti-

do que las centralidades tradicionales sean ahora espacio recuperado para la informalidad y la

delincuencia:

En las ciudades latinoamericanas crece el número de habitantes que se dedican a la llamada “infor-

malidad” –entre el 30 y el 50 por ciento de la PEA según la ciudad-, aunque detrás de sus actividades multi-

formes se oculta y enriquece una minoría de empresarios legales, tolerados o ilegales. Estas actividades de

subsistencia, realizadas en gran parte en las plazas, calles y medios de transporte, o en lo profundo de las

barriadas, crean sus propios ámbitos territoriales en los intersticios de la ciudad integrada a la economía

“formal” de la cual son apéndices, y construyen su propia cultura que es en parte de la nueva ciudad a pesar

del constante desalojo y represión (Pradilla, 2009:279).

La realidad es que el mercado de trabajo en las centralidades se dirige a un perfil más bien pobre,

que reproduce los esquemas de la maquila, mientras que no existe casi oferta laboral en las peri-

ferias. El centro pierde, para muchos grupos sociales, su sentido tradicional de centralidad y es-

pacio ideal para las transacciones comerciales, pasa a ser en cualquier caso un espacio compli-

cado para los automóviles, peligroso, con exceso de peatones, etc. La vida de las grandes

manchas urbanas se ve marcada por el desplazamiento que en ocasiones acompaña al surgi-

miento de nuevos centros de trabajo.

Este contraste, también manifiesto en las entrevistas semiestructuradas, confirma el rechazo exis-

tente actualmente entre gran parte de las clases medias y sin duda la clase alta, a acudir al Centro Histórico

en una tesitura recreativa, debido a que a pesar de ser unánimemente reconocido como un lugar emblemá-

tico por el patrimonio histórico que alberga, lo consideran al mismo tiempo un lugar peligroso, sucio e inva-

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dido por el comercio informal (Duhau, 2008:453).

Hoy, en su esquema de ciudades modernas, las urbes mexicanas exhiben de maneras distintas

según su peculiar historia y condiciones físicas y laborales, una serie de contradicciones que sur-

gen de las nuevas formas de segmentar y comunicar geográficamente las diferencias sociales. El

posible espacio público que era la ciudad se ha convertido, como lo señalan Duahu y Giglia (2008),

en el espacio del caos; el espacio común físico y simbólico de la ciudad, que eran los centros

históricos, entra en decadencia y en disminución territorial.La ciudad fragmentadase organiza en

islas que establecen vínculos entre sí. La vida urbana es actualmente la de los desplazamientos

en automóvil y la necesidad de vigilancia. El modelo de la ciudad dispersalo analizan tanto Pradi-

lla (2009) como Duhahu (2008), la ciudad en la cual la mancha urbana se expande, es considera-

da por los autores como la ciudad dispersa o la ciudad insular.La segregación poblacional, según

muestra el panorama delanálisis de los teóricos contemporáneos, (Duhau, Portes, Pradilla) en las

ciudades mexicanas y latinoamericanas corresponde aun patrón de polarización económica de

sus habitantesy a una jerarquización social del espacio, que tiene un vasto campo de expresión

simbólica (zonas “bien” y zonas peligrosas) cuyo status se manifiesta en las pretensiones, y en

una ideología idealizada, egoísta, o bien, solidaria en relación con el espacio de la ciudad como

lugar público, de libre circulación, destinado a la socialidad y el disfrute de lo urbano.

Estos procesos dereordenamiento de la vivienda en el espacio, se acompañan por la pérdida de

lugares y prácticas comunes, aquellas que los habitantes tenían en sus zonas de origen, barrios

y colonias centrales en las que abundan los arrendatarios y subarrendatarios, así como una am-

plia gama de prácticas informales de subsistencia, como la servidumbre doméstica, venta de co-

mida, etc. mediante los cuales se da una mayor interacción y se favorece una vida social hetero-

génea.

La suburbanización actual de la vivienda se acompaña por la “automovilización” creciente de la

ciudad y la privatización de los espacios públicos, incluyendo los servicios, anteriormente conce-

sionados por el Estado. El modelo económico ofrece a la vida cotidiana un carácter de “lucha por

la subsistencia”, en donde los bienes como el automóvil, se convierten en medio para los despla-

zamientos que permiten abordar, en su desmesura, una mancha urbana como la Zona Metropoli-

tana del Valle de México. Según Pradilla (2009) el automóvil es el desarrollo técnico paradigmáti-

co del proyecto moderno, y constituye a la vez una de las principales causas de anomalías

ambientales, territoriales y de vías de comunicación en las urbes latinoamericanas. Como lo ana-

lizan Lisette Márquez y el mismo Pradilla, la ciudad latinoamericana es producto de un desarrollo

histórico desigual, que adopta en diversas variantes el proceso haciala modernización, centraliza-

do en el desarrollo industrial y comercial, situado territorial y simbólicamente en las capitales

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como manchas o regiones urbanas.

La ciudad en América Latina, fue durante el siglo XX, parte del proceso de construcción de las

nuevas naciones independientes y, con frecuencia, es el nodo de su comunicación con la econo-

mía y la política mundial. El proceso se ve revertido, desde los años 80, y da lugar a lo que los

autores llaman la “industrialización trunca”, es decir, el proyecto inacabado de modernidad en las

ciudades y en sí en las economías latinoamericanas. El nuevo modelo, que según varios autores

(Sassen,1999; Castells, 1996), se sustenta en la economía informacional, el libre mercado y la

terciarización de la economía, se impone sobre las ciudades “modernas” incrementando aun más

la diferenciación socioeconómica de sus habitantes, y su polarización territorial.

En el caso de las ciudades mexicanas se observa cierta ruptura en lo que había sido la clase

obrera, y su actual desempeño en el comercio informal, en el servicio de transporte público, y el

subempleo en el sector terciario, el informal, o la delincuencia. Ese sector de la población, al ser

desplazado hacia las zonas suburbanas, en principio, permite suavizar el rostro violento y degra-

dado de las antiguas centralidades, en donde aun hoy, en ciertas áreas, abundan la mendicidad y

la prostitución. La polarización poblacional priva también a los grupos sociales de la interacción

heterogénea y la naturaleza social que el modernismo romántico atribuía a las centralidades, ofre-

ciéndole a cambio la opción de un orden social controlado, y propio.

A nivel cotidiano los habitantes de las ciudades mexicanas han visto una regresión general de sus

condiciones de vida y trabajo, las ventajas antiguamente atribuidas ala aglomeración, hoy se con-

vierten en “deseconomías” entre las cuales el tráfico, la contaminación y las formas de violencia

marcan las actividades y los desplazamientos domésticos. Portes y Roberts (2005) citan a la gran

polarización como lacausa de la delincuencia, y en ese sentido, favorecen quizás la idea de una

división socioespacial adecuada para los distintos contextos socioeconómicos.

En el mismo dilema histórico se encuentran el gobierno de las ciudades y la planeación territorial y

urbana. Mientras los movimientos sociales y políticos populares demandan insistentemente la participación

democrática en ambas esferas, en el primero se mantienen expresiones limitadas, formales y en muchos

casos impotentes o inoperantes; y en la segunda, sigue imperando el carácter burocrático, autoritario, sin

participaciónciudadana, al tiempo que su posibilidad transformadora y ordenadora se esconde y desvanece

frente al avance incesante del individualismo burgués, la negación de lo colectivo, y la crítica ala justicia

social, sustituida por el encubridor “bien común (Pradilla 2009:120).

El fenómeno de segregación social que ha dado lugar a las colonias suburbanas de clases bajas

ha favorecido nuevas formas de subsistencia y colaboración, sin embargo, mayoritariamente regi-

das por la violencia y la intromisión corrupta de las clases políticas.

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Desde la revolución de 1910 y hasta la contrarreforma a la legislación agraria de 1990-91, el régi-

men de tenencia del suelo periférico a las ciudades mexicanas, incluida la ZMVM, estuvo dominado por la

propiedad ejidal y comunal. (…) Estas formas de propiedad no permitían entonces la libre compra-venta legal

en el mercado, pero obviamente no impidieron su ocupación ilegal o irregular.Salvo las viviendas construidas

o promovidas por el sector público, ubicadas sobre suelo público o de propiedad social expropiada directa-

mente por los gobiernos y que antes de 1990 fueron en muchos casos unidades habitacionales de alturas

mayores a dos pisos, en la mayoría de los casos la construcción de vivienda popular recurrió, por necesidad,

al procedimiento de ocupación ilegal y/o irregular de propiedad ejidal, comunal, pública, o en menor medida

privada, y a un proceso posterior de expropiación y regularización por el sector público. (…) En estos casos

obviamente, no había ningún proceso de planeación estatal previa o anticipación del sector inmobiliario en

la expansión urbana, pues ninguno aceptaba reconocer estas formas de ocupación irregular o ilegal, por

cuestiones de legalidad y legitimidad (Pradilla, 2009:15).

La segregación y reubicación de las clases bajas favorece renovadas formas de violencia, pero

también de interacción colectiva caracterizados por la celebración de fiestas cívicas y religiosas,

pero en particular por prácticas informales de subsistencia, como el tianguis. En las unidades

habitacionales la vida pública ocurre con frecuencia en espacios que no la favorecen, como las

áreas de estacionamiento, en donde niños y jóvenes se reúnen. Las periferias, aun las de las

clases altas, se distinguen de las antiguas centralidades por carecer de una vida cultural y de

prácticas cotidianas de carácter comunitario.

En los hechos, la vida de los habitantes de las grandes ciudades se determina por su área de

trabajo, entonces, muchas de estas colonias periféricas a la ciudad constituyen las llamadas “co-

lonias dormitorio”, ya que no cuentan con una oferta de trabajo. El proceso de segregación de los

habitantes de la centralidad, elimina prácticas colectivas de autosubsistencia, economías informa-

les; significa en sí la ruptura de interacciones sociales de colectividad, aquellas propiciadas por la

misma estructura física de la antigua centralidad: una o varias plazas, portales, o pasajes. En este

fenómeno de habitación de los suburbios, se suma el desplazamiento de las clases populares del

centro a las periferias, con los migrantes y población flotante que acuden a trabajar de manera

permanente o estacional en las zonas urbanas del país.

Los nuevos hogares que hoy se ofrecen a las masas urbanas pueden incluirse en la llamada “ar-

quitectura chatarra” creados muchos de ellos en forma estandarizada para todos los climas y tipos

de suelo en el país, construidos con presupuestos mínimos administrados bajo la corrupción (ins-

titucional y privada), resultan con frecuencia construcciones con pobres condiciones de luz, bajo

ningún concepto de diseño y planeación del espacio, sustentadas en la lógica de la producción en

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serie de vivienda de tamaño reducido, a bajo costo.

En los proyectos de unidades habitacionales de diseño homogéneo, resurge la diversidad: en

poco tiempo, los habitantes dan su propia apariencia a las casas, y con frecuencia hacen de ellas

espacios para el comercio informal. La segregación de los habitantes tradicionales de las centra-

lidades se acompaña por el desarrollo de conjuntos habitacionales alejados del centro, que muy

lentamente se van allegando servicios, y desde luego, un incipiente y monopólico comercio, al

menos para consumo doméstico. Con frecuencia, las mismas colonias producen oferta para su

mercado, en muy raros casos el gran comercio nacional o trasnacional invierte en el consumo de

las periferias de clase baja.

Las colonias suburbanas son en su mayoría proyectos fallidos en su posibilidad de constituir es-

pacios para la convivencia adecuados a las necesidades sociales de las familias: surgen bajo la

promesa de desarrollos y beneficios futuros para la zona, como un sector de comercio y servicios,

fuentes de trabajo, vías y medios de acceso, y espacios para la interacción social. La realidad es

que estas zonas habitacionales no son sólo muestra del engaño y la voracidad de los mercados

inmobiliarios, sino en particular de la falta de planeación por la cual no se establecen condiciones

reales para ese futuro desarrollo suburbano.

La población de San Buenaventura, por consiguiente, está integrada por familias jóvenes que han

adquirido con esfuerzo un bien inmueble y que enfrentan una situación de desarraigo por el alejamiento de

los lugares donde han vivido y trabajado hasta ahora y porque experimentan una fractura entre la localiza-

ción de su residencia y el resto de sus actividades y relaciones sociales. (…) Debe destacarse una demanda

muy alta de bienes y servicios destinados a atender estas poblaciones: guarderías, jardines de niños, escue-

las primarias y secundarias, clínicas familiares y médicos pediatras y obstetras, servicios recreativos como

cines, restaurantes, cafeterías, academias, gimnasios; oferta diversificada de indumentaria y artículos para

el hogar, artículos deportivos, etc. (Duhau y Giglia, 2008:416)

La distancia, para las zonas marginales, no aminora en absoluto las desventajas de la ciudad

central, por el contrario, permite nuevas formas de ilegalidad y violencia, nuevas estructuras de

marginación y luchas por el poder, alimentadas desde el clientelismo político. Asimismo conforma

una gran pérdida de la heterogeneidad física que representa la antigua centralidad. “Las islas de

los ricos tienen cierto margen de autonomía mientras que las de lospobres sólo pueden escapar

ala marginalidad y al desorden por la vía del proselitismo partidista, y queda por verse si éste lo-

gra resolver los problemas de inseguridad, abuso de los espacios públicos y deficiencias en los

servicios básicos.” (Duhau y Gilgia, 2008:429)

De las filas de los propios habitantes de estas zonas, surgen también “activistas sociales” que se

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desarrollan en las esferas de poder, como representantes de las comunidades.

“Mira, nuestra unidad habitacional desgraciadamente estuvo manejada por un partido político que lo

monopolizó y desgraciadamente aquí las canchas, ciertas canchas, de futbol, voleibol, basquetbol, son ma-

nejadas por el PRI y ellos lo utilizan como un instrumento público para traer más votos, que si tú eres del PRI

puedes jugar siempre y cuando vivas en esa área, y si tú perteneces a otro partido político, te van a correr”.

(Hombre, 44 años, abogado, empleado en el Gobierno del Distrito Federal) (Duhau y Giglia, 2008:428)

Estos proyectos, tanto en las zonas marginadas como en algunas colonias de clase alta, denotan

la falta de visión de los desarrolladores acerca de las necesidades culturales y de relación con el

entorno que requieren estas nuevas comunidades para ser auténticos desarrollos que favorezcan

el sentido de identidad y las relaciones comunitarias.Los grupos marginales, desplazados de la

centralidad, en particular los jóvenes, carecen de los lazos culturales y sociales del arraigo que

sus antecesores tenían con un barrio, con un territorio, que les era propio. “No nos gusta Iztapa-

lapa, no hay nada, la gente es fea, yo no quiero que mis hijos se queden aquí” argumenta una

profesora que vive ahí porque fue su opción para poseer una casa.

Marshall Berman ilustra cómo para los jóvenes la ilusión de la modernidad es mucho más fuerte

que cualquier sentido de arraigo con sus precarios barrios marginales:

Porque el Bronx de mi juventud estaba poseído, inspirado, por el gran sueño moderno de la movili-

dad. Vivir bien significaba ascender socialmente, y a su vez esto significaba marcharse físicamente; vivir la

propia vida cerca de casa era no estar vivo. Nuestros padres, que habían ascendido y se habían marchado

de Lower East Side, creían esto con la misma devoción que nosotros, aun cuando es posible que sus cora-

zones se rompieran al irnos. Ni siquiera los radicales de mi juventud discutían este sueño –y el Bronx de mi

niñez estaba lleno de radicales-; su única queja era que el sueño no se estaba cumpliendo con suficiente

rapidez, libertad o igualdad. Pero cuando ves la vida de este modo, ningún barrio ni entorno puede ser algo

más que una etapa en el transcurso de la vida, la plataforma de lanzamiento hacia vuelos más altos y órbitas

más amplias que las tuyas propias (Berman, 2008:344).

Como contraparte con ese “sueño de huida” aparecen las realidades carentes de opciones de

muchos jóvenes mexicanos que transitan hacia la edad adulta en una habitación compartida con

sus hermanos, o en un cuarto construido junto a la casa de sus padres. Figura la pobreza física y

cultural de las zonas suburbanas, que no son ciudades ni centros, ya que en cada una de ellas, la

vida urbana en su sentido más amplio, pasa apenas por encima. En su mayoría, las políticas pú-

blicas consideran que con la instalación de canchas deportivas o talleres artísticos es suficiente

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para aminorar las carencias estéticas y económicas de estas regiones.Así, las colonias margina-

les son el medio “canijo” de donde hay que salir para sentir que se tiene una vida mejor, no es,

además, un espacio simbólicamente propio. En muchas ocasiones tampoco se trata de un espa-

cio legalmente propio, sin embargo, en ellas el sentido de apropiación se crea en la lucha social

por el reconocimiento político de la comunidad y la inversión económica que se hace en la ade-

cuación de un espacio físico, considerado un patrimonio.

La situación de los servicios de transporte público en las ciudades “modernas” de México es otro

de sus capítulos tristes, en el caso de las zonas suburbanas hay un total abuso e informalidad por

parte de los prestadores de servicios, quienes realizan su trabajo, sin capacitación, en ocasiones

con unidades de segunda mano, en pésimas condiciones técnicas. Varios de los habitantes de

conjuntos suburbanos declaran a Duhau y Giglia, que salir de su área les implica un costo muy

fuerte en pasajes, por lo cual se quedan sin dinero para comer.

Mientras, la vieja centralidad es estigmatizada socialmente, y abandonada, tanto en su manteni-

miento por parte de los propietarios,como en su uso, que va decayendo en su propia polarización:

los espacios son “recuperados” por el poder privado o público, o bien apropiados por el sector

popularempleado en la terciarización informal, que establece redes y crea territorios de la infor-

malidad y la delincuencia, como es el caso de los barrios de Tepito y La Merced en Ciudad de

México. Esadesventaja es expresada por los habitantes de las zonassuburbanas, quienes tienen

la intención de alejar a sus hijos de ese medio. Aquellos que se alejan del centro apuestan por dos

promesas del sector público y las inmobiliarias: patrimonio y tranquilidad.

La fragmentación urbana y los cambios ocurridos en las antiguas centralidades de México se ex-

presan hoy en la imposibilidad de la figura romántica del “flaneur”, cada vez resulta menos factible

realizar recorridos a pie por las calles. Caminar por el actual centro de las antiguas ciudades, más

allá de la publicidad turística, resulta una experiencia incómoda, poco placentera, sino es que

arriesgada.El centro aún conserva cierto valor simbólico para la población en su conjunto; sin

embargo, hay que resaltar el uso del apellido “histórico” para referirse a estas antiguas centralida-

des, evidenciando así el hecho de que ya no constituyen un sitio de importancia en función de las

prácticas de los habitantes actuales.

El habitante moderno “civilizado”, se mantiene lejos del centro, y puede contar en su pequeña isla,

con un mínimo de servicios que le optimizan la vida cotidiana, y que permiten evitar el tráfico, la

inseguridad y el hacinamiento del centro de la ciudad. De aquí surge la tercera promesa con la

que los habitantes se desplazan del centro a la periferia: la exclusividad.

En los últimos dos decenios la abrumadora mayoría de las viviendas nuevas construidas en Méxi-

co por empresas privadas para sectores medios y altos, contemplan dispositivos de cierre y diver-

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sas formas de barrera con respecto al exterior, y la idea de que el conjunto es “especial”, único,

con cierta dosis de autonomía respecto a su entorno. No importa que se trate de un simple edificio

dedepartamentos. Los servicios interiores no son presentados sólo como dotaciones decada vi-

vienda, sino como recursos comunes que permiten prescindir o evitar el contacto con el afuera y

que distinguen el espacio interior (Dugau, Guiglia, 2008:399).

Las altas esferas sociales adoptan el esquema de suburbios nuevos para el aislamiento de la vida

pública, habitando fraccionamientos cerrados, con vigilantes y bardas, restringidos al transporte

público. En estas zonas periféricas como Interlomas, Estado de México; San Pedro, Nuevo

León;Angelópolis, Puebla, se da un rápido desarrollo de oferta comercial y de servicios en los que

la propia estructura física de los espacios y accesos, sólo para automóvil, establecen el status

social de los clientes. Por otra parte, en esas mismas colonias se requiere de los servicios de

empleados de bajo nivel social, que acuden a su jornada en medios de transporte precarios, y, de

ser posible, imperceptibles para los habitantes.

Este es otro rostro de lo que Emilio Pradilla llama la “ciudad dispersa”, con sus fraccionamientos

y zonas residenciales que son rápidamente capitalizados por las grandes empresas de bienes y

servicios. Con frecuencia, este tipo de emplazamiento urbano de clase alta se expande sobre te-

rritorios suburbanos con una cultura originaria y prácticas tradicionales propias, provocando nota-

ble descomposición de las redes socioterritoriales y de sustentabilidad en la zona, como es el

caso de Cholula, en Puebla, y Tepepan y Xochimilco, en Ciudad de México.

Ofrecen como ventajas su lejanía con el centro de la ciudad, su difícil acceso, y su vínculo con el

entorno natural. Efectivamente, muchos de estos proyectos se emprenden sobre zonas de riqueza

ecológica que llegan a ser devastadas si es que las áreas residenciales logran “efectivamente”

allegarse del abasto suficiente de agua, luz, alcantarillado y servicios de limpia. Giglia y Duhau se

cuestionan sobre la funcionalidad y el grado de satisfacción que estas zonas residenciales subur-

banas ofrecen, sin embargo, una de sus ventajas es marcar diferencias sociales y –más en el

imaginario que en los hechos- producir patrones predecibles de interrelación social. En su trabajo

de investigación sobre los imaginarios de distintos emplazamientos habitacionales en la ciudad de

México apuntan:

Los habitantes de la metrópoli se orientan en ella recurriendo a clasificaciones socio-espaciales que

les permiten situar dentro deun esquema de conjunto tanto la ciudad en que habitan como las restantes ciu-

dades, aunque muchas veces sus nociones acerca de estas últimas se basen en estereotipos y en discursos

e imágenes mediáticas o, quizás, precisamente por ello. Esto no impide que al mismo tiempo, con indepen-

dencia de la posición tanto atribuida desde otros lugares como la autoasumida, en general y, con indepen-

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dencia del estrato socio-espacial ocupado, el espacio donde se reside es cargado de atributos positivos

(Duhau Giglia,2008:462-463).

Conclusiones

“Irónicamente, entonces, en el transcurso de una generación, la calle,

que siempre había servido para expresar una modernidad dinámica y progresiva,

vino a simbolizar algo sucio, desordenado, indolente, estancado, agotado, obsoleto:

todo lo que, supuestamente, el dinamismo y el progreso de la modernidad dejarían atrás.”

(Berman, 2008:333)

Las redes de interacción de los habitantes de las zonas residenciales periurbanas, no están defi-

nidas por sus lugares de hábitat, se realizan en particular dentro de la vida de la familia extensa y

el círculo de colegas profesionales o viejos amigos del mismo círculo social. Las reuniones públi-

cas de estos gruposocurren en lugares privados muy específicos: restaurantes, bares, centros

deportivos, clubes sociales y centros de juego, mientras que los centros comerciales son el espa-

cio para la recreación consumista.Estos espacios han surgido en las zonas periféricas de las

ciudades, como expresión de la vida social de las clases altas, bajo estrictas normas arquitectó-

nicas y logísticas de segregación que van desde la dificultad para el acceso peatonal hasta la

discriminación en el criterio para la entrada. En general están poblados de policías/vigilantes que

aprovechan cualquier excusa para externar su poder.

Estos espacios “públicos” son aquellos “exclusivos” en los que la clase alta pretende hacer una

vida social sin la interacción con las clases bajas, En la investigación de Duhau y Giglia se expone

cómo en la Ciudad de México, los centros comerciales se han convertido en un importante lugar

para la recreación, auque las clases sociales muy bajas evitan este entretenimiento, prefiriendo

espacios abiertos, como el parque. El centro comercial es una expresión del consumo en la cultu-

ra urbana, las prácticas de compra tienen una atribución social, y se vinculan con el entreteni-

miento, a la vez que eliminan el carácter público de importantes áreas tanto de la ciudad como de

las zonas suburbanas. Implica la agrupación de un conjunto de interacciones económicas, socia-

les y simbólicas que ahí ocurren, Urteaga y Cornejo (1996) exhiben cómo para los jóvenes, tiene

un uso similar a la antigua plaza, es el lugar de la socialización y el ligue, ahí se acude para pasar

el tiempo y conocer gente.

Por otra parte, la apuesta de recuperación de las antiguas centralidades corresponde al interés

especulativo por ciertas áreas, el rescate de su valor cultural y turístico, y en algunos casos, el

interés de conservar ahí edificios sedes de dependencias institucionales: con frecuencia termina

por arruinar o demoler la ciudad antigua para sustituirla por la arquitectura “moderna”, como en el

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caso de la Macroplaza, en Monterrey.Esta polarización desbordada la define finalmente Pradilla

como la ciudad de bunkers:

Este movimiento sociopolítico se expresa también en las formas arquitectónicas y urbanas. En las

metrópolis más influidas por el american way of life (México, Caracas, Bogotá, Lima, entre otras),

la multiplicación sin límite de centros y plazas comerciales, con sus calles interiores vigiladas,

alimentada por el miedo a la violencia callejera, vacías las calles y plazas públicas reducidas a la

tarea de medios de circulación de los automotores. Ante la incapacidad de los gobiernos para

controlar al crimen organizado, los edificios de oficinas y vivienda, o las unidades habitacionales

nuevas y viejas, o los centros corporativos se amurallan, se contratan vigilantes privados, se

transforman en verdaderos bunkers donde se encierran los habitantes para protegerse de los

delincuentes que tienen libertad de movimiento y se reparten en el territorio urbano (Pradilla,

2009:276).

Las ciudades mexicanas son, como lo menciona Pradilla, ciudades porosas y dispersas, con áreas

abandonadas en la misma centralidad, y aglomeraciones suburbanas; en ellas la noción simbólica

referida a las zonas o lugares, establece criterios para la distribución poblacional diferenciada de

los habitantes y los sectores productivos. En su mayoría están marcadas por una creciente auto-

movilización, un crecimiento no planificado, y grandes desventajas producto de la aglomeración:

hacinamiento, tráfico, delincuencia, inundaciones, etc. en el contexto más reciente están también

en vías de constituirse en ciudades bunkers.

Es importante destacar que el crecimiento suburbano de la ciudad tanto en aquellas zonas para

las clases altas como en las populares, se ha dado sin la menor consideración de las condiciones

y los recursos naturales del terreno, así, la polarización y la disgregación social han provocado un

mayor daño ecológico a las zonas urbanas delpaís.Duhau y Giglia exponen la insularidad dela

ciudad como una desventaja, cuyas carenciasresultan ser efecto de tres procesos concurrentes:

1) La ausencia de un modelo público de ciudad.

2) Laimplantación de los espacios comerciales en nodos viales a lo largo de ejes metropoli-

tanos que no requieren estar rodeados de áreas habitacionales.

3) El empleo de estrategias inmobiliarias de flexibilidad locacional, considerando que el pre-

dominio de uso del automóvil les confiere una relativa ubicuidad.

En su condición contemporánea las ciudades mexicanas se convierten en ciudades dispersas en

las que las actividades de los habitantes están normadas por grandes desplazamientos, asenta-

das en los territorios de prácticas económicas y sociales profundamente desiguales. En general,

los sectores acomodados ocupan la zona sur, y el norte lo destinan a la industria y los desarrollos

marginales, sin embargo, lo evidente es que no se trata de un fenómeno planeado, y que no hay

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un objetivo que norme los movimientos expansivos, sino que priva una lógica de irracionalidad y

contingencia con la cual se edifican las zonas suburbanas populares.Cada vez con mayor fre-

cuencia los fenómenos naturales y sus consecuencias: altos niveles de contaminación atmosféri-

ca, inundaciones, derrumbes de construcciones, deslaves, etc. recuerdan a las ciudades que las

formas del crecimiento físico y los planes de desarrollo de vías urbanas requieren de un trabajo

consciente de planeación coherente con las condiciones y necesidades geográficas y de los habi-

tantes.

La exclusión es un hecho económico-social, que se expresa territorialmente, puesto que las clases

y grupos sociales se localizan laboral y residencialmente en partes concretas de la ciudad, según su patri-

monio eingresos y su capacidad de acceder determinados mercados del suelo einmobiliarios.El territorio

urbano se ha fragmentado entre zonas económicas y habitacionales modernas, con alta calidad de vida, bien

dotadas de infraestructura y servicios, integradas en el todo local y vinculadas al mundo, y zonas excluidas,

carentes de servicios e infraestructura de calidad, deterioradas ambientalmente y desarticuladas del cambio

tecnológico y los procesos mundiales (Pradilla, 2009:280).

La violencia en las ciudades del país es cotidiana y acompaña los grandes desplazamientos a los

que se ven forzados los habitantes, se vive una polarización que se expresa y se construye terri-

torialmente y que ha fragmentado las estructuras sociales mostrándose en la carencia de espa-

cios públicos. Surgen a la vez nuevas formas de habitar y convivir en las ciudades ¿otroslazos de

interacción?, recuperando el comentario de Emilio Pradilla “No se trata de diseñar utopías en Au-

tocad impresasa color en IBM lasser, lo que es necesario es construir un proyecto futuro de socie-

dad y ciudad mediante los instrumentos del conocimiento científico,la cultura,la tecnología y, so-

bre todo, la política pública” (Pradilla, 2009:291).

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